El Cedro Vanidoso
El Cedro Vanidoso
El Cedro Vanidoso
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas
estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas
estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo podría compararse conmigo.
Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por fin, en lo alto de su erguida copa,
apunto un bellísimo fruto.
Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del cedro, no pudiendo sostenerlo,
se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa, que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse
hasta que se troncho pesadamente.
Había dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y empezaron a corretear por la
blanca y mullida alfombra recién formada.
La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus manitas hábiles, se entrego a la tarea de moldearla.
Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y un botón rojo por boca. La pequeña estaba
entusiasmada con su obra y convirtió al muñeco en su inseparable compañero durante los tristes días de aquel
invierno. Le hablaba, le mimaba...
Pero pronto los días empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas calidos... El muñeco se fundió sin
dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un botón rojo. La niña lloro con
desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lagrimas, bonita, por
que acabas de recibir una gran lección: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón en cosas perecederas.
CAPERUCITA Y LAS AVES
Aquel invierno fue más crudo que de ordinario y el hambre se hacía sentir en la comarca. Pero eran las
avecillas quienes llevaban la peor parte, pues en el eterno manto de nieve que cubría la tierra no podían hallar
sustento
Caperucita Roja, apiadada de los pequeños seres atrevidos y hambrientos, ponía granos en su ventana y
miguitas de pan, para que ellos pudieran alimentarse. Al fin, perdiendo el temor, iban a posarse en los hombros
de su protectora y compartían el cálido refugio de su casita.
Un día los habitantes de un pueblo cercano, que también padecían escasez, cercaron la aldea de Caperucita con
la intención de robar sus ganados y su trigo.
-Son más que nosotros -dijeron los hombres-. Tendríamos que solicitar el envío de tropas que nos defiendan.
-Pero es imposible atravesar las montañas nevadas; pereceríamos en el camino -respondieron algunos.
Entonces Caperucita le habló a la paloma blanca, una de sus protegidas. El avecilla, con sus ojitos fijos en la
niña, parecía comprenderla. Caperucita Roja ató un mensaje en una de sus patas, le indicó una dirección desde
la ventana y lanzó hacia lo alto a la paloma blanca.
Pasaron dos días. La niña, angustiada, se preguntaba si la palomita habría sucumbido bajo el intenso frío.
Pero, además, la situación de todos los vecinos de la aldea no podía ser más grave: sus enemigos habían
logrado entrar y se hallaban dedicados a robar todas las provisiones.
De pronto, un grito de esperanza resonó por todas partes: un escuadrón de cosacos envueltos en sus
pellizas de pieles llegaba a la aldea, poniendo en fuga a los atacantes.
Tras ellos llegó la paloma blanca, que había entregado el mensaje. Caperucita le tendió las manos y el
animalito, suavemente, se dejó caer en ellas, con sus últimas fuerzas. Luego, sintiendo en el corazón el calor de
la mejilla de la niña, abandonó este mundo para siempre.
EL GRANJERO BONDADOSO
Un anciano rey tuvo que huir de su país asolado por la guerra. Sin escolta alguna, cansado y hambriento,
llegó a una granja solitaria, en medio del país enemigo, donde solicitó asilo. A pesar de su aspecto andrajoso y
sucio, el granjero se lo concedió de la mejor gana. No contento con ofrecer una opípara cena al caminante, le
proporcionó un baño y ropa limpia, además de una confortable habitación para pasar la noche.
Y sucedió que, en medio de la oscuridad, el granjero escuchó una plegaria musitada en la habitación del
desconocido y pudo distinguir sus palabras:
-Gracias, Señor, porque has dado a este pobre rey destronado el consuelo de hallar refugio. Te ruego ampares a
este caritativo granjero y haz que no sea perseguido por haberme ayudado.
El generoso granjero preparó un espléndido desayuno para su huésped y cuando éste se marchaba, hasta le
entregó una bolsa con monedas de oro para sus gastos.
Profundamente emocionado por tanta generosidad, el anciano monarca se prometió recompensar al hombre
si algún día recobraba el trono.
Algunos meses después estaba de nuevo en su palacio y entonces hizo llamar al caritativo labriego, al que
concedió un título de nobleza y colmó de honores. Además, fiando en la nobleza de sus sentimientos, le consultó
en todos los asuntos delicados del reino.
LA GRATITUD DE LA FIERA
Un pobre esclavo de la antigua Roma, en un descuido de su amo, escapó al bosque. Se llamaba Androcles.
Buscando refugio seguro, encontró una cueva. A la débil luz que llegaba del exterior, el muchacho descubrió un
soberbio león. Se lamía la pata derecha y rugía de vez en cuando. Androcles, sin sentir temor, se dijo:
-Este pobre animal debe estar herido. Parece como si el destino me hubiera guiado hasta aquí para que pueda
ayudarle. Vamos, amigo, no temas, vamos...
Así, hablándole con suavidad, Androcles venció el recelo de la fiera y tanteó su herida hasta encontrar una flecha
profundamente clavada. Se la extrajo y luego le lavó la herida con agua fresca.
Durante varios días, el león y el hombre compartieron la cueva. Hasta que Androcles, creyendo que ya no le
buscarían se decidió a salir. Varios centuriones romanos armados con sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron
prisionero al circo.
Androcles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De pronto, con un espantoso rugido, la fiera
se detuvo en seco y comenzó a restregar cariñosamente su cabezota contra el cuerpo del esclavo.
-íSublime! ¡Es sublime! ¡César, perdona al esclavo, pues ha sojuzgado a la fiera! -gritaron los espectadores
El emperador ordenó que el esclavo fuera puesto en libertad. Lo que todos ignoraron fue que Androcles no
poseía ningún poder especial y que lo ocurrido no era sino la demostración de la gratitud del animal.
LA VENTA DEL ASNO
Erase un chicuelo astuto que salió un día de casa dispuesto a vender a buen precio un asno astroso. Con las
tijeras le hizo caprichosos dibujos en ancas y cabeza y luego le cubrió con una albarda recamada de oro. Dorados
cascabeles pendían de los adornos, poniendo música a su paso.
-iAh, señor, no está en venta! Es como de la familia y no podría separarme de él, aunque siento disgustaros...
Tan buena maña se dio el chicuelo, que consiguió el alto precio que se había propuesto. Soltó el borrico,
tomó el dinero y puso tierra por medio.
-El caso es... -opuso tímidamente el panadero-, que lo importante no es el traje, sino lo que va dentro.
Y para demostrar su buen ojo en materia de adquisiciones, arrancó de golpe la albarda del animal. Los
vecinos estallaron en carcajadas. Al carnicero, que era muy gordo, la barriga se le bamboleaba de tanto reír.
Porque debajo de tanto adorno, cascabel y lazo no aparecieron más que cicatrices y la agrietada piel de un
jumento que se caía de viejo.
Hola, ¿os han contado alguna vez que el país de las letras y de los
números son muy amigos? ¿No lo sabíais?
Pues es cierto, aunque parece que no tengan nada en común hacen muchas reuniones y no pocas veces trabajan
juntas. Sobre todo cuando quienes les necesitan son matemáticos, científicos o maestros.
Aunque viven separados, hay algunas veces que tienen que pasar mucho tiempo juntos. Sobre todo, cuando
nosotros, los humanos, somos pequeños y tenemos que aprender cómo trabajar con ellos, como se escriben y
sobre todo, como se llaman. Esto ocurre tanto con las letras como con los números.
Por eso os voy a contar una anécdota con uno de los números, es de los primero que nos suelen enseñar cuando
somos niños porque su forma recuerda a un animal muy, muy conocido.
Iban dos letras caminando por la plaza, en el país de las letras. Ambas caminaban muy deprisa, pues les habían
avisado para trabajar haciendo un pequeño escrito y tenían que acudir a la biblioteca y que les informasen de todo
lo que tenían que hacer.
Por el camino encontraron una fuente, desde donde estaban podían ver claramente que estaba rodeada de
muchas más letras intentando refrescarse, pues era verano y el calor era sofocante.
Como se oía mucho jaleo, decidieron acercarse y, cuando estaban casi al borde de esta, una de las letras que
rodeaba la fuente, comenzó a gritar:
¡Socorro! ¡Se ha colado un pato! – decía corriendo de un lado a otro. –Hay que llamar a las autoridades
para que lo saquen de aquí.
¿Qué dices? – Se oía una voz entre la multitud. – No mientas, no soy un pato. –Intentaba explicar sin
conseguirlo.
¡Sacadle de aquí! ¡No se admiten animales dentro de la fuente! – seguía gritando la letra.
Al ver tantas letras junto a la fuente y oír los gritos que de allí venían, pronto acudieron al lugar las autoridades
competentes a descubrir y aclarar lo que allí ocurría.
¿Es usted el animal que tanto escándalo ha organizado? –preguntó el agente, que no era otro que la letra
P.
Ya lo ve, agente P. ¡Yo no soy un pato! ¡Soy el numero 2! – dijo muy enfadado. – ¡Ya estoy harto de que
siempre me confundan por la forma de mi cuerpo!
En aquel momento, la letra que había causado tanto revuelo se puso colorada como un tomate. La pobre había
confundido al número 2, con un pato que se refrescaba en la fuente al igual que las otras letras.
Una vez aclarado el malentendido, la letra se acerco al número 2 y le pidió disculpas por su error, prometiendo
que la próxima vez se acercaría y se aseguraría de lo que viese, antes de montar otro escándalo.
Poco a poco, la fuente se quedó vacía y cada uno volvió a sus tareas, volviendo todo a la normalidad
Fábulas y leyendas: La leyenda del arcoiris
Cuentan que hace mucho tiempo los colores empezaron a pelearse. Cada uno proclamaba que él era el más
importante, el más útil, el favorito.
El VERDE dijo: “Sin duda, yo soy el más importante. Soy el signo de la vida y la esperanza. Me han escogido para
la hierba, los árboles, las hojas. Sin mí todos los animales morirían. Mirad alrededor y veréis que estoy en la
mayoría de las cosas”.
El AZUL interrumpió: “Tú sólo piensas en la tierra, pero considera el cielo y el mar. El agua es la base de la Vida y
son las nubes las que la absorben del mar azul. El cielo da espacio, y paz y serenidad. Sin mi paz no seríais más
que aficionados.
El AMARILLO soltó una risita: “¡Vosotros sois tan serios! Yo traigo al mundo risas, alegría y calor. El sol es
amarillo, la luna es amarilla, las estrellas son amarillas. Cada vez que miráis a un girasol, el mundo entero
comienza a sonreír. Sin mí no habría alegría”.
A continuación tomó la palabra el NARANJA: “Yo soy el color de la salud y de la fuerza. Puedo ser poco frecuente
pero soy precioso para las necesidades internas de la vida humana. Yo transporto las vitaminas más importantes.
Pensad en las zanahorias, las calabazas, las naranjas, los mangos y papayas. No estoy, todo el tiempo dando
vueltas, pero cuando coloreo el cielo en el amanecer o en el crepúsculo mi belleza es tan impresionante que nadie
piensa en vosotros”.
El ROJO no podía contenerse por más tiempo y saltó: “yo soy el color del valor y del peligro. Estoy dispuesto a
luchar por una causa. Traigo fuego a la sangre. Sin mí la tierra estaría vacía como la luna. Soy el color de la
pasión y del amor; de la rosa roja, la flor de pascua y la amapola”.
El PÚRPURA enrojeció con toda su fuerza. Era muy alto y habló con gran pompa: “Soy el color de la realiza y del
poder. Reyes, jefes de Estado, obispos, me han escogido siempre, porque el signo de la autoridad y de la
sabiduría. La gente no me cuestiona; me escucha y me obedece”.
El AÑIL habló mucho más tranquilamente que los otros, pero con igual determinación: “Pensad en mí. Soy el color
del silencio. Raramente repararéis en mí, pero sin mí todos seríais superficiales. Represento el pensamiento y la
reflexión, el crepúsculo y las aguas profundas. Me necesitáis para el equilibrio y el contraste, la oración y la paz
interior.
Así fue cómo los colores estuvieron presumiendo, cada uno convencido de que él era el mejor. Su querella se hizo
más y más ruidosa. De repente, apareció un resplandor de luz blanca y brillante. Había relámpagos que
retumbaban con estrépito. La lluvia empezó a caer a cántaros, implacablemente. Los colores comenzaron a
acurrucarse con miedo, acercándose unos a otros buscando protección.
La lluvia habló: “Estáis locos, colores, luchando contra vosotros mismos, intentando cada uno dominar al resto.
¿No sabéis que Dios os ha hecho a todos? Cada uno para un objetivo especial, único, diferente. Él os amó a
todos. Juntad vuestras manos y venid conmigo”.
Dios quiere extenderos a través del mundo en un gran arco de color, como recuerdo de que os ama a todos, de
que podéis vivir juntos en paz, como promesa de que está con vosotros, como señal de esperanza para el
mañana”. Y así fue como Dios usó la lluvia para lavar el mundo. Y puso el arco iris en el cielo para que, cuando lo
veáis, os acordéis de que tenéis que teneros en cuenta unos a otros.
Cuentos y leyendas: El diablo y el asno
Había una vez, en la región de Thiers, un viejo párroco de fe tan sincera que toda
su parroquia del valle del Durolle se había transformado. Desde que él ejercía su ministerio, nadie cometía allí el
más mínimo delito, robo o crimen de ningún tipo. Las mujeres, que habían renunciado a sus chismorreos,
dedicaban sus escasos ratos libres a hacer encaje y pasamanería de tal calidad que venían a buscarlos desde
Saint-Étienne. Los hombres, muchos de los cuales eran cuchilleros, se mostraban sobrios, absteniéndose incluso
de blasfemar o de pelearse, y en la feria de ganado, donde siempre había existido algo de taimería, se habían
hecho tan honestos que confesaban espontáneamente los defectos de los animales alineados para la venta. No
es allí donde podría haberse construido, como en la ciudad vecina, para servir de ejemplo a los que pasaban, una
casa de los siete pecados capitales. La influencia tan piadosa del párroco tenía al diablo loco de rabia, hasta el
punto de que no dejaba de merodear por la región buscando en vano un alma a la que poder arrastrar fuera del
buen camino. No era cuestión, desde luego, de acercarse al párroco que le obligaba a huir haciendo la señal de la
Cruz. A la desesperada, se volvió hacia el asno del sacerdote. Mezcló ramas de espino con su ración de avena, se
transformó en abejorro para volar constantemente ante su vista, le hostigó como un tábano, le hizo tropezar y se
dedicó de todas las maneras posibles a volverlo loco. Pero el asno era tan dulce y paciente como su amo.
Soportaba todos aquellos ataques sin dar coces ni quejarse jamás. La Nochebuena, la costumbre recomendaba
que se le diera doble ración de alimento a los animales en memoria de la ayuda que prestaron en el portal de
Belén. Viendo el día concluir, el asno esperaba pues su ración de avena con algo de gula, cuando, de improviso,
vio llegar al sochantre de la parroquia, que le dijo:
-Mi buen asno, me gustaría que me hicieras un gran favor. Las ovejas van a empezar a parir esta noche y debo
quedarme con ellas. ¿Aceptarías sustituirme en la misa de medianoche?
El asno había oído decir con frecuencia que, durante la Nochebuena, los animales reciben la facultad de hablar
como los humanos. ¿Por qué no iba a aceptar, después de todo? Inclinó la cabeza como prueba de aceptación y
entonces el sochantre le explicó:
-Bastará con que digas Amén de vez en cuando. Haz una prueba. -Y el asno rebuznó.
-Muy bien, -aprobó el sochantre-. Cantas más alto que yo. Todo el mundo te oirá bien y nuestro párroco se sentirá
orgulloso de ti.
El sochantre desapareció como había venido sin que al asno, henchido de importancia ante la idea de representar
aquel gran papel, se le ocurriera sorprenderse por nada. Sin embargo, habría debido sospechar que el que se
transforma en mosca punzante o en murciélago, puede asimismo adoptar la forma de un viejo sochantre. Pero
estaba ya ocupado en acicalarse. Se revolcó por el suelo para quitarse el polvo del lomo, se dio aquí y allá varios
lengüetazos para que su pelaje brillara, golpeó sus cascos contra el muro para desprender la tierra, y los alisó
pasándoselos por los corvejones.
Al oír el primer toque para la misa, se puso en camino, levantando mucho las patas como un caballo en un
picadero que hace el paso español. Cuando llegó por fin a la iglesia, todo el pueblo se le había adelantado, los
hombres se encontraban a la derecha, las mujeres a la izquierda, y el párroco estaba esperando ante el altar.
Temiendo llegar con retraso para el primer canto, el asno se lanzó al galope por el pasillo central, frenó con las
cuatro patas y se puso a rebuznar a pleno pulmón. Asustadas, las mujeres se pusieron a gritar y los hombres se
lanzaron a cogerlo para llevárselo al exterior. El asno, que quería dar explicaciones, se negó a moverse, pero
logró rebuznar más fuerte y con ello aumentó la confusión. Le dieron una tunda de garrotazos para hacerle callar.
Él respondió coceando y, dándose la vuelta, huyó.
Los mozos del pueblo soltaron los perros y lo persiguieron tan bien que tuvo que irse al galope hacia el bosque de
Moûtier. Fue tropezando de árbol en árbol y terminó por caer de rodillas, jadeante. En un claro del bosque que
había delante de él, se esparció de repente una luz roja. Un olor a azufre impregnó el aire. El asno se sintió
observado. Levantó la cabeza, vio al falso sochantre y supo que era el diablo el que allí lo esperaba. Totalmente
confundido, comprendió que había caído de cabeza en una trampa, y había cometido un pecado de vanidad. Y
ahora el diablo lo tenía a su merced… «Has querido jugar a ser sochantre -se dijo- y mira lo que te ha sucedido.
Ahora juega a ser asno. Es tu última oportunidad para escapar de aquí». Y resopló, pareció incapaz de levantarse,
tropezó y se dejó caer de nuevo pesadamente. El diablo soltó una burlona carcajada.
-¿Quién sois? -preguntó el asno-. Os suplico que tengáis piedad de un pobre ciego. He debido saltarme los ojos al
pasar por entre los espinos, y me faltan las fuerzas. Indicadme el camino hacia mi cuadra, por favor. Quiero
exhalar mi último suspiro en casa de mi amo.
-Si te guío -preguntó el demonio- ¿qué me darás por molestarme?
-Antes que nada, me gustaría saber quién sois.
-Es muy sencillo, soy el diablo.
-Señor diablo, si así lo deseáis podréis recibir mi alma, puesto que es eso lo que se acostumbra a intercambiar
con vos.
-Un alma de asno no es gran cosa, -dijo el otro-. ¡Pero, en fin! Voy a subirme a tu grupa y te indicaré el camino a
seguir.
-¡Oh! Estoy cubierto de moratones y demasiado débil para llevaros, como veis. Id por delante. Yo me orientaré
sujetando la punta de vuestro rabo.
Sin ver en la propuesta malicia alguna, el diablo echó a andar seguido por el asno. «Voy a llevarlo al río -se decía-
y al querer seguir mis pasos, se ahogará.»
-No vaya demasiado rápido, -protestaba el asno, detrás de él-. No puedo más…
Llegaron por fin a la orilla del río. El diablo pensaba dar un salto hasta la otra orilla, porque en diciembre el río está
muy frío.
-Agárrate bien -dijo-, y camina. Sólo tiene que dar unos cuantos pasos más.
El asno, que veía perfectamente y había comprendido cuáles eran las intenciones del demonio, le mordió el rabo
con todos sus dientes y se apoyó en una roca cercana en el momento en el que el diablo saltaba. El rabo se
arrancó, quedando entre los dientes del asno, y el diablo perdió el equilibrio y cayó a la corriente helada. Se le oyó
gritar de dolor desde la iglesia del pueblo.
El asno regresó al trote en el momento en el que la misa estaba terminándose. Depositó el rabo del demonio ante
el buen párroco, que no tardó en comprender que su querido asno había sido víctima del Maligno, pero que había
sabido tomarse la revancha. Le perdonó que hubiera interrumpido a misa y le concedió doble ración de avena,
regada con vino caliente, en honor de aquella dulce noche de Navidad.
Cuentos y leyendas en Educapeques
Fábulas y leyendas: Pón el cascabel al gato.
Un hábil gato hacía tal matanza de ratones, que apenas veía uno, era cena
servida. Los pocos que quedaban, sin valor para salir de su agujero, se conformaban con su hambre. Para ellos,
ese no era un gato, era un diablo carnicero. Una noche en que el gato partió a los tejados en busca de su amor,
los ratones hicieron una junta sobre su problema más urgente.
Desde el principio, el ratón más anciano, sabio y prudente, sostuvo que de alguna manera, tarde o temprano,
había que idear un medio de modo que siempre avisara la presencia del gato y pudieran ellos esconderse a
tiempo.
Efectivamente, ese era el remedio y no había otro. Todos fueron de la misma opinión, y nada les pareció más
indicado.
Uno de los asistentes propuso ponerle un cascabel al cuello del gato, lo que les entusiasmó muchísimo y decían
sería una excelente solución. Sólo se presentó una dificultad: quién le ponía el cascabel al gato.
– ¡Yo no, no soy tonto, no voy!
– ¡Ah, yo no sé cómo hacerlo!
En fin, terminó la reunión sin adoptar ningún acuerdo.
Cuento: La princesa del guisante
Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero con una
verdadera princesa de sangre real. Recorrió el mundo buscando una pero no lo consiguió, porque a pesar de que
había muchas princesas casaderas, no halló a ninguna que le pareciera auténtica. Desolado, regresó a su reino.
Una noche de tormenta el príncipe y su familia oyeron de pronto que alguien llamaba.
-¡Toc, toc, toc!
Temerosos ante el extraño que podía estar a la intemperie en una noche de tanta lluvia, abrieron la puerta del
castillo. Frente a ellos, vieron una muchacha muerta de frío y empapada de la cabeza a los pies.
-Soy una princesa – contestó con voz dulce y quejumbrosa. Me he perdido en la oscuridad y no tengo a donde ir
esta noche.
La joven que decía ser princesa fue bien recibida en palacio donde le proporcionaron ropas secas y una suculenta
cena.
Pero la reina no se fiaba de que fuera una auténtica princesa y se dijo:
– Sólo hay una forma de averiguarlo. Colocaré un guisante debajo del colchón de la cama donde va a dormir esta
noche. Si no se da cuenta, es que no es una sensible y delicada princesa de verdad.
A la mañana siguiente, la familia real preguntó a la joven:
– ¿Qué tal has dormido?
– Pues para serles sincera, he dormido muy mal – contestó – Algo terriblemente duro y molesto no me dejó dormir
y he amanecido con el cuerpo dolorido.
Alborozada, la reina exclamó:
-¡Ciertamente, eres una princesa auténtica!… Sólo una princesa de verdad podría tener la delicadeza suficiente
como para sentir un minúsculo guisante debajo del colchón.
Y así fue cómo el príncipe encontró una maravillosa princesa con la que casarse y ser feliz.
Cuentos: La Niña y el Acróbata.
Cuento Clásico de la India.
Era una niña de ojos grandes como lunas, con la sonrisa suave del amanecer.
Huérfana siempre desde que ella recordara, se había asociado a un acróbata con el que recorría, de aquí para
allá, los pueblos hospitalarios de la India. Ambos se habían especializado en un número circense que consistía en
que la niña trepaba por un largo palo que el hombre sostenía sobre sus hombros. La prueba no estaba ni mucho
menos exenta de riesgos.
Por eso, el hombre le indicó a la niña:
-Amiguita, para evitar que pueda ocurrirnos un accidente, lo mejor será que, mientras hacemos nuestro número,
yo me ocupe de lo que tú estás haciendo y tú de lo que estoy haciendo yo.
De ese modo no correremos peligro, pequeña.
Pero la niña, clavando sus ojos enormes y expresivos en los de su compañero, replicó:
-No, Babu, eso no es lo acertado. Yo me ocuparé de mí y tú te ocuparás de ti, y así, estando cada uno muy
pendiente de lo que uno mismo hace, evitaremos cualquier accidente.
El Maestro dice: Permanece vigilante de ti y libra tus propias batallas en lugar de intervenir en las de otros.
Atento de ti mismo, así avanzarás seguro por la vía hacia la Liberación definitiva.
POEMA PARA NIÑOS: LA VACA BLANCA
Erase una vez…
– ¡Un pez…!
¡No…! Erase una vez…
Una vaca… que decidió
Pintarse a colores
Pues era… muy… muy blanca
¡Muy blanca!
– Y… ¿Cómo se llamaba?
¡Fácil…! Lo tienes en la punta
Justo de tu nariz
– Se llamaba… ¡Paca!
¡No…! Se llamaba Blanca
Tan blanca como su leche
Pero se pintó a colores…
Rojo frambuesa
Naranja mandarina
Algo de amarillo como…
El membrillo
– Y… ¿Por qué hizo eso?
Porque estaba cansada
De dar solo leche
Para que hicieran queso
Quiso pensar que así coloreada
¡Sería una vaca dulce y salada!
Que daría yogures de sabores
Y… ¡quién sabe! Si algún zumito
– Y… ¿Lo consiguió?
¡No…! La vaca solo da leche
Con la leche se hacen quesos
Y yogures
Pero no por pintarse a colores
La daría con sabores
Estrella Montenegro