Olin México Prehispanico
Olin México Prehispanico
Olin México Prehispanico
Resumen
Han sido pocos los verdaderos acercamientos a lo que realmente significan los veinte signos de días del ciclo
llamado tōnalpōhualli, la cuenta de los días, de la época prehispánica. Se ha llamado ciclo religioso porque era la
base para la astrología de los pueblos mesoamericanos. En este ensayo me acerco a uno de estos signos porque
su forma -que ha sido llamada por un investigador “diseño aparentemente abstracto”- me llamó la atención. El
signo de ōlin, movimiento del sol, igual que los otros diecinueve, seguramente simbolizaban conceptos básicos de
su cosmogonía en alguna forma figurativa, iconos.
Sólo profundizo en uno de los signos que al fin relaciono como una representación del ciclo anual de Tōnatiuh,
el Sol. La mayoría de los autores solapan su significado real y lo traducen meramente como “movimiento” o
“temblor”. Para esto me acerco a las crónicas, el idioma náhuatl, las representaciones en códices prehispánicos,
esculturas y hasta se refleja en su arquitectura. Sin duda es importante porque es el Sol, Huītzilōpōchtli, junto con
el agua, Tlāloc que, juntos les proporcionaban su subsistencia.
Se relacionan con otros símbolos que sin duda reflejan cómo ellos apreciaban su mundo. Restarán otros
muchos iconos que si los estudiamos detenidamente nos darán una visión de cómo ellos en verdad veían su
mundo, Cemānāhuac.
Abstract
There have been few true approaches to what the twenty day signs of the cycle called tōnalpōhualli really mean,
the counting of the days of pre-Hispanic times. It has been called religious cycle because it was the basis for the
Mesoamerican peoples astrology. In this essay I approach one of these signs because its shape, which has been
called by a researcher “a seemingly abstract design”, caught my attention. Ōlin’s sign, the Sun of Movement, like
the other nineteen signs, certainly symbolized basic concepts of cosmology in a figurative way, such as icons.
I only studied in depth one of the signs that I finally relate to a representation of the annual cycle of Tōnatiuh,
the Sun. Most authors conceal its real meaning and translate it simply as “movement” or “earthquake.” That is
the reason why I study the chronicles, the Nahuatl language, the representations in pre-Hispanic codices, the
sculptures, and even their architecture. It is undoubtedly important because it is the Sun, Huitzilōpōchtli, along
with the Water, Tlalōc, that together provided livelihood to their people.
The people are related to other symbols that undoubtedly reflect how they cherished their world. There will
be many icons remaining and if we carefully study them, they will give us an insight into how they actually saw
Cemānāhuac, their world.
Dentro del ciclo prehispánico, tōnalpōhualli, que se usaba para la adivinación, entre los veinte signos de los días,
ōlin, el movimiento del sol, llama la atención al ser una figura moderna y abstracta a diferencia de los otros que
parecen ser pictogramas estilizados de la naturaleza. En este ensayo me acerco a la forma de ōlin y la relación,
que con rapidez se hace patente mediante las crónicas y observaciones directas, con Tōnatiuh, el Sol.
El signo de día ōlin, en general, se traduce por movimiento o en muchos idiomas como temblor, sin embargo,
Fray Jacinto de la Serna, en el siglo diecisiete, resaltó que: […]significa el movimiento de el Sol[…] (Serna 1892,
316), lo cual me recordó su verdadero sentido. Otro aspecto especial es su color, en forma semejante al cuetzpa-
lin, lagartija, se ilumina la mitad con rojo y la otra con azul en los códices. Me parece que esto muestra, con
seguridad un importante concepto mesoamericano: la dualidad, y en el fondo ātl tlachinōlli, un difrasismo cuyos
elementos son: el agua y lo quemado, que en forma metafórica se ha relacionado con la guerra y que probable-
mente tiene más que ver con la subsistencia humana. Todas estas características del signo ōlin me inquietaron.
¿Cómo reflejan un concepto en forma plástica y qué exactamente manifiesta?
Para analizar el signo de ōlin: 1) exploro la figura que usaban para representarlo, 2) profundizo en el sig-
nificado de la palabra ōlin en náhuatl y su relación con otros vocablos. Luego, 3) cómo se escribe Tōnatiuh en
los códices pictográficos, también, 4) me aproximo a cómo pudieron haber observado al Sol y resalto que para
entender su simbolismo profundo no se puede separar uno del mundo en que vivían y, por lo tanto, 5) me acerco
al contexto donde se encuentra en Tōllān Mēxihco Tēnōchtitlan, el Templo Mayor, y su mundo, cemānāhuac, que
resulta en el signo que representa el movimiento anual solar, es decir, xihuitl, el año.
101
Federico Beals Nagel Bielicke
plano Central y por supuesto Alfonso Caso (1967, pp. 8-19) hace lo mismo, pero ignoro si alguien realmente haya
profundizado en el tema.
Las formas con que se representa el signo de ōlin varían poco de una fuente a otra. Puede aparecer
como dos tiras paralelas, en la mayoría de los casos con círculo central, que se asemeja a una corbata de moño,
éste es el caso en el Códice Vaticano B, o el Códice Laud, y también en el Códice Féjérváry-Mayer. Otra forma es
la de dos aspas pegadas a un disco central, que se encuentra en el Códice Cospi, el Códice Borgia y en el mundo
mēxihcah. La diferencia, con las representaciones anteriores, es que son en forma de dos uves opuestas —se
parecen a una X con el disco central pero en ocasión se convierten en un signo de + con un círculo al centro—,
no siempre son tiras paralelas y tienen una, dos o tres protuberancias en la parte central, pero cambia la forma y
proporción y se aprecian como chipotes circulares opuestos al disco central. En la mayoría de los casos una aspa
es roja y la otra es azul, en muchas ocasiones las aspas llevan un filo amarillo interior igual que el color del disco
central que a veces es verde. Véase la figura 1.
102
Humanidades
El signo de Ōlin como elemento del ciclo adivinatorio prehispánico
La imagen típica de ōlin en el Códice Borgia son dos aspas entrelazadas en torno al disco central que es ama-
rillo, verde o en ocasión blanco, el color del estuco sobre el cual pintan. Su forma es más curva, respecto a la
representación en el Códice Laud, y es raro que no lleven el filo interior amarillo. En la parte exterior del signo
se ve el grupo de una, dos o tres protuberancias. En este códice se ve una amplia gama de variantes estilísticos.
En la lámina 18 del Códice Borgia se encuentra una representación excepcional de las aspas entrelazadas
sobre el disco central en el sentido que, por su tamaño, contiene más detalles. El disco se subdivide en un semi-
círculo central de color amarillo con tres anillos, el primero con el dibujo de la piel de serpiente en que hay una
repetición de dos líneas paralelas, un circulito, y así sucesivamente, el color es verde. Recuerde que en este códice
el verde se ha degradado por el tiempo a un color cafetoso. El siguiente anillo es blanco y el otro del mismo color
tiene una serie de rayitas como los flecos o plumas en las puntas de algunas tiras. En adición tiene dos tiras que
cuelgan, están muy maltratadas en el original. En otras partes del Códice se pueden ver como una tira de piel de
serpiente, que se identifica por las características mencionadas arriba, luego, lleva una franja roja y otra blanca
con rayitas, como el fleco al que se aludió, al final, en la punta, un disco blanco con otro más pequeño, interior.
Esta tira es un elemento que aparece en muchos contextos como adorno con pequeños variantes y podría signifi-
car algo precioso, como la flor en el Códice Borgia o en el Códice borbónico.
En general, las representaciones mexicas son de dos aspas sobre el disco central que en muchos casos se vuelve
la imagen de un ojo y a menudo llevan un rayo en la parte superior y un adorno como tira que cuelga en la parte
inferior, se observa así en el Códice borbónico (lámina 14), en el Tonalamatl de Aubin y hay ejemplos en piedra en
Tlatelolco y en las diversas Piedras de los Cinco Soles, sin embargo, en otras ocasiones parece ser una cruz con un
círculo central como en los Primeros memoriales y el Códice florentino, obras de Fray Bernardino de Sahagún.
Un ejemplo especial del signo ōlin está labrado en el centro de la Piedra del Sol donde se ve desarrollado con
abundancia de símbolos. El disco central no es meramente amarillo, tampoco es un ojo, sino tiene la cara de
Tōnatiuh que se reconoce en los códices como una cara amarilla o rosa con uno o dos semicírculos de color rojo
en torno al ojo, y en ocasión un disco rojo (Borbónico 1991, láminas 4 a 6; Borgia 1993, lámina 70).
En lugar de lengua aparece el tecpatl que representa el sacrificio humano o autosacrificio porque el pedernal,
sin duda, es un instrumento básico para ello y en muchas ocasiones es blanco con la punta roja e íntimamente
relacionado con el alimento solar, chālchiuhātl, el agua sagrada, la sangre (Borgia 1993, lámina 71; León-Portilla
1993, p. 122).
Las dos aspas de ōlin se pegan al disco y en ellas se encuentran representados los otros cuatro Soles anteriores
—4-ōcēlōtl, 4-ehēcatl, 4-quiyahuitl y 4-ātl— en este caso vale la pena resaltar que el orden es el que aparece en
la Leyenda de los Soles (1975, p. 119). En la parte de arriba de la representación hay un rayo que es rematado en
la parte inferior con dos quincunces, es decir, un rectángulo con disco central y secciones de otro en las cuatro
esquinas –sin duda simboliza la superficie de la tierra y aparece como adorno en muchas esculturas mexicas. En
la parte de abajo sigue una franja simple y otra formada con cinco adornos en forma de U que se rematan con un
disco, un adorno semejante al que se observa en el Códice borbónico.
Finalmente, las protuberancias laterales que son notorias en las representaciones del signo contienen garras
con corazones, otra representación del alimento solar. En su conjunto es un enorme signo de ōlin, movimiento
del sol, nada menos que un nāhui-ōlin, 4-olin, y designación del Quinto Sol. Esta imagen nos ilumina con relación
a otros elementos que el signo traía a la mente de los mēxihcah cuando lo veían.
Por la forma del logograma que he descrito en los últimos párrafos se resalta, por las dos franjas o aspas, el
concepto de la dualidad que se recalca porque en general se iluminan en los códices uno con azul y el otro de rojo al
igual que los colores del Templo Mayor: azul, Tlāloc y rojo, Huītzilōpōchtli o el ātl tlachinōlli, difrasismo clave en su
mundo, agua y lo quemado, la guerra sagrada y probablemente con un sentido mucho más profundo e importante.
Por último, una digresión es pertinente para resaltar que, en un contexto más amplio, las diversas for-
mas del signo de ōlin pueden tener relación con las de otros pueblos mesoamericanos. En el mundo maya, el
glifo de Kin, el Sol, es muy parecido al signo de olin. Hay variantes pero es una figura en forma de X dentro del
103
Federico Beals Nagel Bielicke
cartucho, los mayistas usan este término, cartucho, para especificar el área en que se escriben los jeroglifos, o dos
rayitas en cada esquina y un círculo al centro.
104
Humanidades
El signo de Ōlin como elemento del ciclo adivinatorio prehispánico
105
Federico Beals Nagel Bielicke
nonacayohcāpoh, el que tiene cuerpo como yo; tinacayohqueh, somos de carne, no quiere decir que tenemos
carne para comer sino que la tenemos en nosotros[…] (Carochi 1983, ff. 54r, 82r, 84r). Allí marca claramente la
distinción entre dos construcciones que se marcan en el idioma, la carne como alimento y la carne del cuerpo
humano que tiene implicaciones especiales para ellos dentro de su cosmogonía y para el cual están usando el
sufijo abstracto-abundancial -yoh.
Para poder darle fin al camino que abrimos con tōna veamos los siguientes sinónimos […]tōnacāyōtl, nencāyōtl
y nēuhcāyōtl, mantenimiento humano o los frutos de la tierra[…] (Carochi 1983, ff. 54r, 123r; Molina 1970, e. 82r;
n. 67v y 71r). Las tres palabras están derivadas por un proceso semejante, son las formas perfectivas, el pasado,
de los verbos: tōna, nemi y nin-ēhua que como sustantivos verbales toman el nexo -cā- para agregar el abstracto
-yō. Por lo tanto el sustento humano está derivado de la energía solar, la vida o la acción de levantarse.
Una última consideración es en torno a la curiosa morfología de la palabra Tōnatiuh. Tōna, hacer calor o sol,
no causa problema alguno, pero qué exactamente es el -tiuh. La única respuesta que tengo sería el nexo -ti- para
agregar el verbo hui, ir, en su forma singular -uh sobre el sustantivo verbal —esta construcción normalmente lleva
la otra raíz ya en adición, como en yauh, va, mas no en el caso de -ti-uh. O sea que Tōnatiuh significa: va o camina
el calor del Sol (Launey 1992, p. 250, “que avanza dando (o haciendo) calor”). Como sea se han explorado algunos
caminos mediante la lexicografía que se irán retomando al tratar de atarlos con otras consideraciones del signo ōlin.
106
Humanidades
El signo de Ōlin como elemento del ciclo adivinatorio prehispánico
Códice Borgia tienen el mismo valor, la misma lectura, por su posición dentro del tōnalpōhualli, como el de la
lámina 18 aunque el último, por su tamaño, es mucho más rico en elementos.
Seguramente hay componentes que distinguen de forma clara ciertas características pero aún en el tocado se
hacen relaciones entre elementos que al parecer son de diversas deidades o en realidad están uniendo a diversos
nombres en uno mismo. En el Códice Borgia (1993, lámina 14) vemos una vírgula azul en la frente de Xiuhtēuctli
que en último análisis es un ave azul lo que también se observa en la lámina 13 o 69. Otro ejemplo de esto, en el
mismo códice, es la nariguera escalonada de Chālchiuhtlīcuē que en realidad representa una serpiente bicéfala,
véanse las láminas 14, 63, 20 y 65.
No siempre es tan sencilla la identificación del sol y además es necesario ahondar por lo menos un poco en
otros aspectos de la religión mexica. Por la forma de obrar de los cronistas, en ocasión nos presentaron con va-
rios nombres de una misma deidad que, sin duda, son diversos atributos de uno mismo. Este no es el lugar para
profundizar en este problema pero hay algunos detalles que se tienen que presentar para aclarar la relación entre
ōlin y Tōnatiuh.
En el Códice telleriano remensis (1995, p. 28) aparece Tonatiuh en la sexta trecena. El comentarista original
inscribe el nombre como Tōnatiuh que fue testado, a un lado aparece Sol, y luego se escribió naolin, o sea 4-ōlin,
y se agrega en español, el Sol, que a su vez fue tachado y se especificó mejor […]quiere dezir los quatro movimien-
tos del sol[…]. Sin duda algunos códices pictográficos novohispanos con glosas o escritos con ilustraciones son
la única forma de asignar nombres a los personajes. Sin esos datos hay poco que se puede adelantar con pasos
seguros, con relación a la lectura de documentos prehispánicos, sean en piedra o pintados. Además las crónicas
coloniales confirman y enriquecen la información y en forma análoga las excavaciones arqueológicas.
Regresando a Tōnatiuh, en el dibujo del Códice telleriano remensis, aparecen muchas características importan-
tes, aquí sólo resalto algunas de ellas. En su mano siniestra Tōnatiuh porta un ave azul. Su pectoral es un disco
amarillo cuyo listón para sostenerlo es azul, tiene adornos amarillos en las orillas y un listón que cuelga con los
colores verde, rojo y la punta como fleco blanco con un anillo o cuenta blanca. Atrás trae lo que mencioné arriba
como forma principal para identificar o escribir “el Sol”. Son una serie de anillos en torno a un disco central, en esta
representación los colores son: rojo, azul, rojo, verde, blanco con rayitas, como las del fleco, amarillo, rosa y rojo, los
últimos dos parecen ser plumas. Sobre el primer anillo rojo hay tres triángulos dobles, rojos, y finalmente sobre el
anillo blanco hay dos adornos como el listón descrito arriba. Lo que se observa es la mitad de un disco completo y
por eso sólo se ven tres de lo que se supondría son cuatro triángulos y dos de los cuatro adornos de listón.
En las típicas representaciones del sol en el Códice Borgia (1993, lámina 18) aparece la mitad de lo que sería un
disco completo, se encuentra un disco central con el primer anillo en torno a él de verde sigue un anillo rojo, uno
blanco con rayitas negras, luego dos azules y al final uno amarillo. Tres de cuatro picos rojos descansan sobre el anillo
blanco y los otros dos de cuatro sobre los anillos azules. En el mismo documento podemos ver el disco completo en
torno a la cabeza de Tōnatiuh (1993, lámina 23) con los mismos elementos y los cuatro más cuatro rayos, pero, en
este último se encuentra que el anillo verde central se ha convertido en piel de serpiente y el disco central, lo que se
ve de él, es amarillo. En ese mismo dibujo hay piel de serpiente azul por un lado y verde por otro.
Antes de proseguir hay algunos elementos importantes. Al parecer son dos momentos relacionados con
el Sol, el xōpanco, el tiempo de verano, lo verde, las aguas y la productividad del campo, y el tōnalco, el tiem-
po de secas, el rojo y el amarillo, que sin duda se aprovechaba para la guerra. Otro elemento importante es
cómo resaltan el paso del Sol por el cenit como forma de separar estos momentos. Se retomarán estas ideas
adelante pero aquí vemos cómo nos ayudan estos códices para la identificación del Sol además de algunas de
sus características.
Tōnatiuh, en los códices, siempre tiene cabello amarillo que seguramente es simbólico y no una característica
física que se pueda relacionar con alguna persona. También, en muchos casos, porta un pectoral formado por un
simple disco amarillo, seguramente es de oro o plumas amarillas suspendido mediante una correa verde o azul de
piel de serpiente que ya se ha descrito arriba. Ahora veamos otros símbolos emparentados con el Sol.
107
Federico Beals Nagel Bielicke
Se vinculan varias aves con el Sol, por supuesto el cuāuhtli, águila; y el cōzcacuāuhtli, águila real, que aparecen
juntas, con los signos de ātlachinōlli, en un tlapanhuēhuētl, tambor vertical, y las mismas aves se encuentran en
una interesante olla-tambor relacionadas con un disco solar y el signo de ōlin al centro que procede de la Ciudad
de México (Matos Moctezuma 1989, lámina 51). El águila está bien documentada como el Sol en los mitos de la
fundación de Tēnōchtitlan y del nacimiento de Huītzilōpōchtli, personaje que por su nombre ata al colibrí con el
mismo astro. Se ve el águila sobre el nopal en la parte posterior del Teocalli de la Guerra Sagrada, con ātlachinōlli
ante su pico (Matos Moctezuma 1989, lámina 9). En el área maya la guacamaya esta trabada con Kinich Ahau, el
Sol, e Itzamná (Garza 1995, p. 49). Todas ellas seguramente porque pueden volar y tienen que ver con el cielo,
como lo resalta la doctora Mercedes de la Garza.
A mi parecer, dos elementos del glifo de ōlin resaltan por su relación a aspectos de Tōnatiuh. En primer lugar
las dos aspas, las cuatro esquinas, a su movimiento o temblar y a los solsticios, en segundo término su sustancia,
el Sol en sí, representado por el paso por el cenit y resaltado por el disco central. Hay muchos más elementos que
se deben analizar con mayor profundidad para conocer mejor a Tōnatiuh, pero es necesario dejarlo para regresar
a otras de sus relaciones con ōlin.
108
Humanidades
El signo de Ōlin como elemento del ciclo adivinatorio prehispánico
En Tōllān Mēxihco-Tēnōchtitlan la forma en que se construyó el Templo Mayor es clave. Los dos momentos
en que se alinea el Sol con los costados de la pirámide son el nueve de abril y el dos de septiembre según las
investigaciones de Jesús Galindo Trejo (2000, p. 27). Los ciclos resultantes son relevantes porque del nueve de
abril al solsticio de verano, 21 de junio, pasan 73 días y luego otros tantos para regresar a la misma posición el
dos de septiembre, luego 110 días al solsticio de invierno y 109 más para llegar de nuevo al nueve de abril, o sea,
219 días, 73 x 3.
Se dan una serie de relaciones. El año aproximado de 365 días, si se divide entre 73, resulta en cinco. El 73 es
especial porque su producto por ocho da el ciclo sinódico de Venus, 584 días, un planeta que observaban en forma
especial. Finalmente 73 tōnalpōhualli, ciclos de 260 días, son lo mismo que 52 xihuitl, años de 365 días. Recuérde-
se que ese ciclo, el xiuhmolpilli, el amarre de los años, 260 x 73 = 365 x 52 = 18,980 días, se celebraba mediante el
“fuego nuevo”, una fiesta muy importante. La falta de información nos impide acercarnos más a la forma en que
realmente manejaban estas cifras y ciclos y los tiempos reales astronómicos. Hay que recordar que eran una cultura
que no poseía cronómetros pero sí mucha paciencia y siglos para estar observando los astros, día a día.
Vemos como ōlin relaciona al Sol con el observador sobre la tierra y la misma plataforma donde se encuentra
parado, el tlālticpac, pero, por corresponder al ciclo anual, está ligado a las actividades agrícolas y las dos esta-
ciones de Mesoamérica, primero la época de lluvias, xōpanco. Xōpan es la época verde del año y, en el fondo, la
raíz está relacionada con flor, xōchitl, el periodo de florecimiento (Karttunen 1983, pp. 328 y 331; Dakin 1982, pp.
167 y 168). La otra estación es la de secas, tōnalco. Arriba ya ejemplifiqué su relación lexicográfica con el Sol. Es
significativo que en la lámina 33 del Códice Vaticano A o Ríos o 3738 (1964) se alude al paso por el cenit y que el
Sol venía a darles dones, su mantenimiento.
Todos los días observaban el amanecer y ocaso del sol, tlanēci īhuān aquí in tōnatiuh. Seguramente se fijaban
en esos momentos con relación a accidentes de su horizonte y sabían que el astro no se pasaba de ciertos puntos.
Lo importante es que anotaban esa información y seguramente contaban los días que iban transcurriendo tanto
con relación a los extremos del camino como también para algunos puntos importantes intermedios. Eso depen-
día del lugar donde estaba construida su pirámide. No pudo haber sido lo mismo para un sacerdote de Tlaltelolco
y otro de Tenochtitlan, todo es relativo. Lo importante eran sus cuentas, sus anotaciones. No es casual que el
verbo contar es el mismo que leer, pōhua.
Milenios tenían haciendo observaciones y escribiéndolas, lo que les proveyó un conocimiento muy preciso
del año solar; por ejemplo, los mayistas del siglo pasado, con los datos de los mayas, han calculado que conocían
el año con impresionante precisión, 365.2420 días que sólo varía con dos diezmilésimas con el año trópico de
365.2422 días. Pero no lo conocían con ese número decimal, esa es presentación moderna de la información. Los
mayas y los mexicas sólo trabajaban con días transcurridos no con decimales o fracciones.
En síntesis los tōnalpōuhqueh seguramente observaban el amanecer y ocaso desde sus templos y también
marcaban, según su orientación, los dos días al año en que el sol se alineaba con los costados de la pirámide al
salir y ponerse, esto seguramente se podía observar mejor en el espacio entre los dos santuarios sobre el Templo
Mayor y quizá eso mismo permitiría observar con mayor precisión el paso por el cenit. Seguramente eran im-
portantes los tres tipos de observaciones, las diarias al salir y ponerse del astro, las especiales al orientarse con la
pirámide y su paso por el cenit. Toda esta información es el fundamento para entender como observan a tōnatiuh
y probablemente, mediante sus cuentas, los días transcurridos que se habían escrito para precisar su año agrícola.
Sólo recordemos que en algún año se podían hacer muchas observaciones pero no todas, a veces mandaban las
nubes y para ciertos días no tenían registros precisos con relación a puntos sobre el horizonte. Pero el resultado
de todas las observaciones a través de los años resulta en la forma del signo de ōlin.
Tōnatiuh y el signo de ōlin como representación del movimiento anual del Sol
No se entiende bien cómo los mexicas usaban todos sus símbolos, pero, las excavaciones del Templo Mayor han
iluminado mucho acerca de lo que no se conocía y además han llegado a confirmar algunas conjeturas más allá
109
Federico Beals Nagel Bielicke
de abrir nuevas interpretaciones e inquietudes. Con todos los datos que se han reunido en torno a Tōnatiuh y el
signo de ōlin ahora se ve un poco de cómo los plasmaron en el centro de Tēnōchtitlan.
Seguramente los pīpiltin mēxihcah, mexicanos nobles, y en especial Tlācaelel mostraban al pueblo sus mitos
y símbolos mediante la arquitectura, la escultura y sin duda la historia oral que aprendían en sus escuelas. Desde
la fundación de Tōllān Mēxihco Tēnōchtitlan en el ombligo del mundo, una isla que representa al cemānāhuac y
se repite de nuevo en el corazón de la ciudad mediante los canales con agua en torno al Cōātepantli, muro de
serpientes. Tōllān, es la ciudad, la metrópoli que sería, en primer instancia con su huēi tlahtoāni y cihuācōātl, su
pareja de gobernantes, su nexo con la cultura tolteca, la tōltēcayōtl.
Mēxihco, como lo define Antonio del Rincón (1595, f85v), en el ombligo de la luna, a nivel metafórico recalca
la geografía mítica, el cemānāhuac con la característica femenina la Luna, Tēucciztēcatl. Y al final Tēnōchtitlan,
el lugar del corazón de alguien, que inicialmente es el corazón de Cópitl y después de todos los que sacrificarían
allí para alimentar a Tōnatiuh. Todo es una cascada de símbolos que sin duda comprendían y apreciaban los
habitantes.
El mācēhualli, macehual o hombre común, al atisbar a la impresionante Coyolxāuhqui, luna, al pie del Templo
Mayor, seguramente pensaba en la Cōātlīcuē arriba, ahco, y Huītzilōpōchtli una imagen que se renovaba anual-
mente mientras se imaginaba el bulto sagrado, mágicamente el verdadero Dios, aunque no lo podía ver. Conocía
el mito de la peregrinación, los nāhui tlamāmah, cuatro cargadores, y el nacimiento en el Cōātepētl de su Dios.
Veía los dos templos pintados de rojo y azul y recordaba la dualidad, el ātlachinōlli y cómo las deidades allá arriba,
juntas, le proporcionaban sus mantenimientos.
Todo estaba cargado de símbolos, como las pinturas de los personajes en sus libros, ellos conocían el signi-
ficado, al verlos les llegaban múltiples imágenes a su mente, eran obvias las relaciones que para nosotros, hoy,
son tan difíciles de penetrar. No obstante, después de muchas lecturas y el ver cientos de figuras, a veces, se nos
iluminan algunas relaciones que seguramente para ellos eran patentes. Sin duda las más de cien ofrendas que se
han excavado y sacan a la luz en torno al enorme templo, han abierto nuevos caminos a su interpretación como
resaltan tanto el doctor Eduardo Matos Moctezuma como la doctora Johanna Broda, y recientemente el doctor
Leonardo López Luján por sólo mencionar a tres investigadores que han trabajado con ese material.
Al acercarme al signo de ōlin, y tratar de explicar lo que se encuentra atrás de él, descubrí algunos aspectos
del mismo Templo Mayor que a primera vista no son obvios pero que seguramente eran importantes. En muchos
casos no pensamos en eso. El techcatl, piedra de sacrificio, en la cumbre del templo no está colocada al azar,
tiene una orientación especial. El sacrificado forma el signo de ōlin con la cabeza hacia el oriente o poniente,
quizá variaba la posición con el momento del día en que se sacrificaba o el simbolismo especial del rito, y en que
el lado diestro del cuerpo forma una aspa y el izquierdo la otra del signo. Quizá el sacrificador siempre estaba
del lado sur, ōpōchtli. Seguramente el ombligo del mundo es el lugar donde se encuentra colocada la piedra y al
sacrificar a la persona no es su xictli lo que representa el centro sino su yōllohtli, el corazón de la persona y donde
cae el pectoral o el cuchillo de sacrificio. Moría una persona pero ese sacrificio permitía que el universo siguiera
existiendo un día más.
Como se anotó arriba, son cinco los puntos importantes con relación al movimiento del Sol: las cuatro es-
quinas del mundo, no son los puntos cardinales sino los puntos solsticiales, y el centro, el cenit, el lugar del que
se hacen las observaciones. El conjunto es el tlālticpac que seguramente corresponde al quincunce y además al
signo de olin, sobre todo en la forma de las dos aspas que abrazan y tocan el círculo central, considero las otras
representaciones, como más abstractas.
Es especialmente claro todo esto al ver la representación de nāhui ōlin, cuatro movimientos del sol, del Códice
borbónico, véase la figura 1 arriba. Lo importante es que son dos conceptos enlazados pero distintos, cada uno
con sus números simbólicos, el cinco, el quincunce, que es propiamente el camino del Sol congelado en unos
momentos claves, como se observó arriba. Son las dos aspas, azul por un lado y ocre por el otro, cada una con
su protuberancia. Los cuatro puntos resaltan esos cuatro sitios claves, los solsticios que mencionan los cronistas,
110
Humanidades
El signo de Ōlin como elemento del ciclo adivinatorio prehispánico
además de representar el número cuatro en este caso, nāhui ōlin. El quincunce se resalta aquí mediante los cua-
tro círculos y el ojo central.
La otra idea, resultante, es la de los puntos cardinales y el cuatro con sus respectivos colores, árboles y aves en
la primera lámina del Códice Féjérváry-Mayer. En el caso del Códice borbónico interpreto el rayo superior como
oriente, el adorno opuesto como poniente y las dos protuberancias, semicírculos con circulito rojo interior, como
norte y sur. Por cierto, esta interpretación coincide con la orientación de la lámina 1, el oriente hacia arriba. Ambos
números aparecen en muchos símbolos y contextos rituales y también el resultado de la suma, el numeral nueve.
Muchas representaciones de Tlāltēuctli, Señora de la Tierra, son cuadrangulares. La naturaleza es la base para
los signos porque se relacionaban muy cercanamente a ella y, por supuesto, en la forma que ellos la conocían e
imaginaban. Otra analogía es entre el tlālticpac, Tlāltēuctli y el signo llamado quincunce. La mayoría de las repre-
sentaciones de la diosa de la tierra llevan como elemento importante: el signo del centro con las cuatro esquinas.
Se ve a Tlāltēuctli en una ilustración (Dioses 1995, p. 172) con el elemento central que es un quincunce, un
cuadrado dentro de dos anillos de los cuales salen tres protuberancias como flechas. Tiene amarrados cerca de
los codos y las rodillas cuatro cráneos y porta otros dos en las manos. Como la forma típica de estos bajos relieves
tiene los brazos y piernas dobladas para que manos y pies queden cerca de las cuatro esquinas, seguramente es
significativo. Finalmente la cara, en este caso, tiene una anteojera de estilo mexica, la bigotera en forma de ser-
piente y colmillos puntiagudos que en conjunto generalmente se asocian con Tlāloc. A los lados de la cara tiene
grupos de colmillos que son las fauces de la tierra, de cipactli. En la parte inferior tiene un trapecio que podría
interpretarse como un māxtlatl, el cual, se relaciona generalmente con la masculinidad, sin embargo, la posición
de las piernas es el de dar a luz y la prenda seguramente es una falda.
Hay un Tlāltēuctli-Tlāloc, que se encuentra en el Museo del Templo Mayor, en que el quincunce se sustituye por el
signo de ōlin (Matos Moctezuma, coord. 1982, p. 19; Broda 1997, p. 24), y ésta es una confirmación de la relación entre
el quincunce y el signo de ōlin. No se puede profundizar aquí en todo lo que implican estas esculturas salvo mencionar
la compleja relación entre cipactli-tlālticpac con Tlāltēuctli-Cōātlīcuē- Tlāloc, que, en el fondo, también están relaciona-
dos al cemānāhuac, el mundo, lo totalmente rodeado por agua. Se puede observar una representación en la lámina 16
del Códice borbónico donde el sol sale por un lado del líquido y es tragado por Tlāltēuctli en el otro.
Un paralelo a esas representaciones corresponde a la primera lámina del Códice Féjérváry-Mayer y es notable
porque representa lo mismo: los cuatro puntos cardinales, las formas trapezoidales, y el centro con las cuatro
esquinas del mundo, los cuatro elementos que se parecen como lágrimas con aves en círculos que destacan las
esquinas. Al centro sobre una pirámide se encuentra a Xiuhtēuctli, señor del año o deidad del fuego, ¿el Sol?, que
en conjunto es una representación del cosmos, la […]imagen del espacio horizontal del universo[…] (León-Portilla
1985, p. 28). Lo que es curioso de esta representación es que siempre se ha relacionado con el cuatro, los puntos
cardinales, o cinco, el centro y las esquinas y no se resalta que en realidad es una representación del nueve, la
suma de ambos y los mismos yohualtēuctin que aparecen allí, un grupo de deidades muy antiguas en Mesoamé-
rica. Este numeral y representación no es casual.
El Códice Borgia tiene un grupo de cuatro láminas de la 49 a la 52 que en su sección inferior marcan los puntos
cardinales con sus árboles y otros grupos de símbolos mientras tienen en su franja superior lo que Eduard Seler (1980,
v. 2, p. 105; Borgia láminas 49 a 53) llamó con cierto tino […]los cuatro sostenes del cielo y las cuatro columnas de la
tierra[…]. Son ocho personajes y el noveno, el centro, son las fauces de Tlāltēuctli una representación de cipactli.
Yo creo que hay en estos contextos tres numerales importantes, relacionados, y cada uno con su simbolismo
emparentado con el Sol. Primero de todo el cinco, quincunce, que es el centro con las cuatro esquinas del mundo,
los cinco soles y los grupos de cinco días. También está el cuatro que representa los puntos cardinales con sus
colores, árboles, aves y otros elementos, y los cuatro portadores de los años. El cuatro se utiliza en muchos con-
textos rituales como días de ayuno, vueltas en ciertos ritos, etcétera. Al final, está la suma de ambos, el nueve, los
yohualtēuctin, la representación del Sol en los códices mediante un disco central y ocho rayos, cuatro primarios y
cuatro secundarios, recuerde la Piedra del Sol.
111
Federico Beals Nagel Bielicke
Sin duda un rito muy importante, diario, es la forma en que se servía al Sol cuatro veces en el día y cinco en la
noche. Las cantidades y formas sin duda son importantes, simbólicas, otra vez el cuatro más el cinco o sea nueve
veces al día (Códice Florentino, Lib.2, apéndice, tomo I, f188r a 189r).
Retomando la lámina 1 del Códice Féjérváry-Mayer se recalcan los tres numerales como puntos cardinales,
colores, árboles y aves, los espacios trapezoidales. El cinco como el centro y las cuatro esquinas, las formas como
herraduras o lágrimas junto con el cuadrado al centro (un tōnalpōhualli corre todo alredeor de este diseño), y un
segundo tōnalpōhualli en forma de cuatro grupos de cinco días relacionan toda la lámina con los ciclos calendári-
cos. Finalmente el conjunto como nueve se resalta con los yohualtēuctin que están allí presentes.
Si se coloca el signo de ōlin sobre la misma lámina, véase la ilustración abajo, Figura 2, se resalta una relación
muy importante, porque los cuatro portadores de los años se destacan en forma especial al relacionarlos con
aves —tres parecen ser pericos o guacamayas de diversos colores, son distintos, y el cuarto es un águila— y se
encuentran en las cuatro esquinas que se relacionan con las dos aspas del ōlin. Se resaltan mejor las relaciones
al colocar el Templo Mayor sobre el Tlālticpac como lo vemos en esa lámina que, aunque es una representación
bidimensional, el cuadrado central representa una pirámide con el sol naciendo de un lado y en el otro las fauces
de Tlāltēuctli. En este dibujo el Sol aparece en el cenit directamente sobre el primero de los acompañantes noc-
turnos, Xiuhtēuctli, el señor del año y seguramente el mismo Sol, Tōnatiuh, y Huītzilōpōchtli. Recuerden que en la
mayoría de las ofrenas del Templo Mayor los que aparecen son Tlāloc y Xiuhtēuctli.
A lo largo de este ensayo he abierto innumerables puertas hacia caminos por investigar, pero creo que
por lo menos he resuelto lo más importante en torno al signo de ōlin, o sea, como representa el movimiento solar
anual sobre la tierra, su relación con el quincunce como puntos solsticiales y el cenit, además de los puntos car-
dinales y su correspondencia obvia con el movimiento de Tōnatiuh en su camino diario y como resultado el año,
xihuitl. Todo esto lo represento en forma de un difrasismo.
TŌNATIUH ŌLIN
EL SOL Y EL MOVIMIENTO DEL SOL
XIHUITL
EL AÑO
112
Humanidades
El signo de Ōlin como elemento del ciclo adivinatorio prehispánico
Referencias:
113
Rincón, Antonio del, Arte Mexicana compuesta por el padre Antonio del Rincón de la Compañia de Jesus, En
México, en casa de Pedro Balli, 1595
Seler, Eduard, Comentarios al Códice Borgia I y II, México, Fondo de Cultura Económica, 1980, 2v.
Serna, Jacinto de la, Manual de Ministerios de Indios, México, Museo Nacional, 1892
Sharer, Robert J.,The Ancient Maya, Stanford, Stanford University Press, 1994
Thompson, J. Eric S., Maya Hieroglyphic Writting. An Introduction, Norman, University of Oklahoma Press, 2ª
ed., 1960
Tonalámatl de Aubin, Tlaxcala, Estado de Tlaxcala, 1981
114