Kusamakura. Almohada de Hierba

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NATSUME SOSEKI

KUSAMAKURA
Almohada de hierba

TRADUCCIÓN CASTELLANA DE
Emilio Masiá y Moe Kuwano

EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2009
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín

© Tradujeron Emilio Masiá y Moe Kuwano


sobre el original japonés Kusamakura

© Ediciones Sígueme S.A.U., Salamanca 2009


C/ García Tejado, 23-27 - 37007 Salamanca / España
Tlf.: (+34) 923 218 203 - Fax: (+34) 923 270 563
ediciones@sigueme.es
www.sigueme.es

ISBN: 978-84-301-1714-7
Depósito legal: S. 960-2009
Impreso en España / Unión Europea
Imprime Gráficas Varona S.A.
Polígono El Montalvo, Salamanca 2009
INVITACIÓN A LA LECTURA

Emilio Masiá y Moe Kuwano

El escritor Natsume Soseki (Tokio, 1867-1916) saltó a la fa-


ma en 1905 con la obra, entre irónica y costumbrista, Yo soy un
gato. Un año después publica Kusamakura –literalmente, «almo-
hada de hierba»–, donde se evoca el alto en el camino hecho por
el protagonista en el balneario de Nakoi: momento efímero que
poéticamente se expresa bajo la imagen de un hombre que se re-
clina en el campo para contemplar el paisaje.
Difícil de clasificar, esta obra aúna lo introspectivo y lo poéti-
co con pasajes humorísticos y apuntes de estética. El protagonis-
ta refleja al autor, al ahondar en las raíces clásicas de su identidad
japonesa, en la época crítica de apertura de Japón a lo occidental
tras la Restauración de Meiji (1868). La vivencia del paisaje ele-
va a sintonizar con la cultura tradicional: la poesía, el templo bu-
dista, la casa de té, el baño termal (onsen), el jardín, la luz tamiza-
da a través del empapelado translúcido… La bella Nami, envuelta
en los vapores de la sala de baños, sugiere una representación de
teatro kabuki. Se entrelazan en la mente del escritor la pintura
oriental, los poemas haiku y la estética de Zeami.
El pintor de cuyo diario brota la novela es un poeta que nece-
sita alejarse del ruido diario. «Sólo cuando me olvido de mi exis-
tencia material y me veo a mí mismo como quien me contempla-
se desde fuera, puedo diluirme como en un cuadro en la belleza
armónica de la naturaleza que me rodea». Viaja a Nakoi, balnea-
rio entre el monte y el mar, en busca de una experiencia estética y
de un distanciamiento de la vulgaridad, para percibir la belleza

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profunda del instante fugaz. «Una vez que entro en esa esfera,
siento que la belleza del universo forma parte de mí. De hecho, sin
tan siquiera dar una pincelada, me convierto en artista». El enig-
mático atractivo de Nami, lo bello insinuado en lo cotidiano, su-
giere el encanto etéreo del «ki (ánimo) flotante»: una belleza no
consciente de sí misma –«no involucrada», dirá el protagonista–,
como en la actitud del zen: ser uno mismo, tal cual, sin más.
A partir de la vivencia de «iluminación», que percibe la reali-
dad «tal cual es», se comprende la noción clave de esta obra: el
hi-ninjô, el distanciamiento de las emociones humanas. Con este
término se apunta a una vivencia más allá de los extremos de la
sensiblería y la insensibilidad. Hi-ninjô, como «lo no emotiva-
mente humano», nunca ha de confundirse con lo «inhumano» o
«deshumanizado». Soseki, al igual que el protagonista, aspira a ir
más allá de lo excesivamente sentimental sin caer en lo insensible.
Esta «sensibilidad no sensiblera» ha sido interpretada por traduc-
tores y comentaristas como «objetividad». Dicho de otra manera
y con más precisión, se trata de la receptividad de quien percibe
la realidad tal cual, sin involucrarse en ella ni desfigurarla.
Soseki decía de Kusamakura lo mismo que Miguel de Una-
muno de San Manuel Bueno, mártir: que su novela era un poema
en prosa. Esta intención del autor invita a su lectura en el marco
de sus paisajes.
«La brisa primaveral, indiferente a quienes la acogían o la re-
chazaban, se colaba por los espacios vacíos de la estancia. Iba y
venía, sin más, espontáneamente, como conviene a la imparcia-
lidad que reina en la naturaleza. Apoyando el mentón sobre mis
palmas, me dije pensativo: ‘Si mi corazón estuviese abierto al ai-
re libre como esta sala, dejaría circular por él sin trabas esta bri-
sa de primavera’».

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KUSAMAKURA
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Cuando ascendía por el sendero del monte, me dio por


pensar: «Si sólo funciono con la lógica, me estrello contra una
esquina. A la deriva de las emociones, me arrastra la corrien-
te. Y si me empeño en imponer lo que me viene en gana, as-
fixio la convivencia. Lo tome como lo tome, este mundo hu-
mano es inhabitable. Cuanto más inhabitable se vuelve, más
aumentan las ganas de evadirse en busca de un lugar donde la
vida resulte llevadera. Pero te mudes donde te mudes, no de-
jará de ser un lugar inhabitable. A partir de este lúcido desen-
gaño germina el poema y se esboza la pintura.
Este mundo no lo han creado divinidades ni diablos. Es
obra de la vecindad de alrededor. Lo crean yendo de acá pa-
ra allá las simples caras de gente común con que me cruzo en
la vida cotidiana. Personas corrientes configuran este mundo
inhabitable. Precisamente por eso, no es solución el mudar-
se a otro país. Si hubiera otro lugar donde instalarse, tendría
que ser fuera del mundo humano. Pero en una tierra fuera del
mundo humano, aún resultaría más difícil vivir.
Dado que no existe un lugar mejor al que mudarse en este
mundo inhabitable, la cuestión es cómo hacer llevadera la vi-
da, cómo convertir este mundo, aunque sea por unos instan-
tes, en un espacio confortable. Justamente ahí se recibe, cual
don de lo alto, la vocación del poeta y la inspiración del pin-

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tor, que aportan tranquilidad al mundo y colman el corazón
humano. Despojando al mundo de su corteza inhabitable, re-
flejar en el momento fugaz la gratuidad: he ahí el secreto del
cuadro y del poema, de la música o la escultura. Más aún, ni
siquiera hay que esforzarse en reflejar. Basta con contemplar
lo que tenemos delante tal cual es. Ahí vive la poesía y brota
el canto. Ya antes de confiar tus pensamientos a la pluma, tin-
tinea su sonido en algún rincón de tu cerebro; ya antes de es-
tampar colores en el lienzo, se dibuja un arco iris con los ojos
de tu mente. Basta con que puedas contemplar así el mundo
contaminado en que vives, para que en la pantalla del corazón
aparezca dibujado un cuadro puro y bello.
Incluso el poeta que nunca ha llegado a expresar sus pen-
samientos ni siquiera en un solitario verso, o el pintor que
no dispone de pigmentos y no ha llegado a pintar en su vida
ni siquiera un pequeño y triste lienzo, pueden obtener la sal-
vación que trae el arte, y librarse así de pasiones y deseos
mundanos. Pueden entrar por voluntad propia en un mundo
de pureza inmaculada, librándose del yugo de la avaricia y
el egoísmo; pueden llegar a construir un mundo sin igual,
que albergue mayor felicidad que la de quien ha sido agra-
ciado con fama y riquezas; serán más felices que cualquier
príncipe o noble que jamás haya vivido; más felices, por su-
puesto, que todos cuantos se sienten halagados por las satis-
facciones de este mundo vulgar.
A los veinte años empecé a sentir que merece la pena vi-
vir en este mundo. A los veinticinco comprendí que luz y os-
curidad son las dos caras opuestas de una misma moneda,
que dondequiera que se ponga el sol se hace de noche y rei-
na la oscuridad. Hoy, cumplidos ya los treinta, pienso que en
la profundidad de la alegría habita la tristeza.

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