Kusamakura. Almohada de Hierba
Kusamakura. Almohada de Hierba
Kusamakura. Almohada de Hierba
KUSAMAKURA
Almohada de hierba
TRADUCCIÓN CASTELLANA DE
Emilio Masiá y Moe Kuwano
EDICIONES SÍGUEME
SALAMANCA
2009
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín
ISBN: 978-84-301-1714-7
Depósito legal: S. 960-2009
Impreso en España / Unión Europea
Imprime Gráficas Varona S.A.
Polígono El Montalvo, Salamanca 2009
INVITACIÓN A LA LECTURA
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profunda del instante fugaz. «Una vez que entro en esa esfera,
siento que la belleza del universo forma parte de mí. De hecho, sin
tan siquiera dar una pincelada, me convierto en artista». El enig-
mático atractivo de Nami, lo bello insinuado en lo cotidiano, su-
giere el encanto etéreo del «ki (ánimo) flotante»: una belleza no
consciente de sí misma –«no involucrada», dirá el protagonista–,
como en la actitud del zen: ser uno mismo, tal cual, sin más.
A partir de la vivencia de «iluminación», que percibe la reali-
dad «tal cual es», se comprende la noción clave de esta obra: el
hi-ninjô, el distanciamiento de las emociones humanas. Con este
término se apunta a una vivencia más allá de los extremos de la
sensiblería y la insensibilidad. Hi-ninjô, como «lo no emotiva-
mente humano», nunca ha de confundirse con lo «inhumano» o
«deshumanizado». Soseki, al igual que el protagonista, aspira a ir
más allá de lo excesivamente sentimental sin caer en lo insensible.
Esta «sensibilidad no sensiblera» ha sido interpretada por traduc-
tores y comentaristas como «objetividad». Dicho de otra manera
y con más precisión, se trata de la receptividad de quien percibe
la realidad tal cual, sin involucrarse en ella ni desfigurarla.
Soseki decía de Kusamakura lo mismo que Miguel de Una-
muno de San Manuel Bueno, mártir: que su novela era un poema
en prosa. Esta intención del autor invita a su lectura en el marco
de sus paisajes.
«La brisa primaveral, indiferente a quienes la acogían o la re-
chazaban, se colaba por los espacios vacíos de la estancia. Iba y
venía, sin más, espontáneamente, como conviene a la imparcia-
lidad que reina en la naturaleza. Apoyando el mentón sobre mis
palmas, me dije pensativo: ‘Si mi corazón estuviese abierto al ai-
re libre como esta sala, dejaría circular por él sin trabas esta bri-
sa de primavera’».
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tor, que aportan tranquilidad al mundo y colman el corazón
humano. Despojando al mundo de su corteza inhabitable, re-
flejar en el momento fugaz la gratuidad: he ahí el secreto del
cuadro y del poema, de la música o la escultura. Más aún, ni
siquiera hay que esforzarse en reflejar. Basta con contemplar
lo que tenemos delante tal cual es. Ahí vive la poesía y brota
el canto. Ya antes de confiar tus pensamientos a la pluma, tin-
tinea su sonido en algún rincón de tu cerebro; ya antes de es-
tampar colores en el lienzo, se dibuja un arco iris con los ojos
de tu mente. Basta con que puedas contemplar así el mundo
contaminado en que vives, para que en la pantalla del corazón
aparezca dibujado un cuadro puro y bello.
Incluso el poeta que nunca ha llegado a expresar sus pen-
samientos ni siquiera en un solitario verso, o el pintor que
no dispone de pigmentos y no ha llegado a pintar en su vida
ni siquiera un pequeño y triste lienzo, pueden obtener la sal-
vación que trae el arte, y librarse así de pasiones y deseos
mundanos. Pueden entrar por voluntad propia en un mundo
de pureza inmaculada, librándose del yugo de la avaricia y
el egoísmo; pueden llegar a construir un mundo sin igual,
que albergue mayor felicidad que la de quien ha sido agra-
ciado con fama y riquezas; serán más felices que cualquier
príncipe o noble que jamás haya vivido; más felices, por su-
puesto, que todos cuantos se sienten halagados por las satis-
facciones de este mundo vulgar.
A los veinte años empecé a sentir que merece la pena vi-
vir en este mundo. A los veinticinco comprendí que luz y os-
curidad son las dos caras opuestas de una misma moneda,
que dondequiera que se ponga el sol se hace de noche y rei-
na la oscuridad. Hoy, cumplidos ya los treinta, pienso que en
la profundidad de la alegría habita la tristeza.
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