Desobediencia Civil

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Hannah Arendt

Desobediencia civil

Introducción de Nuria Sánchez Madrid


Traducción de Carmen Criado
Título original: CRISES OF THE REPUBLIC: Lying in
Politics. Civil Disobedience. On Violence. Thoughts on
Politics and Revolution.

Esta edición ha sido publicada por acuerdo con HarperCollins Publishers LLC.

Diseño de colección: Estudio de Manuel Estrada con la colaboración de Roberto


Turégano y Lynda Bozarth
Diseño de cubierta: Manuel Estrada
Ilustración de cubierta: Dos policías detienen en Londres a una manifestante por el
sufragio (1913).
© Bain News Service / Library of Congress / Corbis / VCG / Getty images

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PAPEL DE FIBRA
CERTIFICADA

Copyright © 1972, 1971, 1970, 1969 by Hannah Arendt. Civil Disobedience se publi-
có originalmente en una versión algo distinta en el New Yorker.
© de la introducción: Nuria Sánchez Madrid, 2022
© de la traducción: Carmen Criado, 2022
© Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2022
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15
28027 Madrid
www.alianzaeditorial.es

ISBN: 978-84-1362-809-7
Depósito legal: M. 5.612-2022
Printed in Spain

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envíe un correo electrónico a la dirección: alianzaeditorial@anaya.es
Índice

9 Introducción, por Nuria Sánchez Madrid

Desobediencia civil
39 Uno
55 Dos
75 Tres

7
Introducción
Un pacto civil abierto para prevenir
la crisis de la autoridad legal

Decantar el sentido específico de la desobediencia


civil precisó de un largo camino en el itinerario in-
telectual de Hannah Arendt. Tampoco estuvo libre
de polémicas, como por otra parte fue un rasgo co-
mún de su trayectoria. La autora no podía esperar
suscitar abiertas simpatías cuando en el ensayo Deso-
bediencia civil se había atrevido a negar la mayor a
Henry David Thoreau, figura mítica para la cultura
política estadounidense y motivo inspirador para lí-
deres de la lucha por los derechos civiles como Ma-
hatma Gandhi o Martin Luther King, por haber
usurpado en cierto modo un término que no se
compadecía con su conducta pública. Como suele
ser habitual en Arendt, sus argumentos no reparan
en los costes derivados de sus aceradas críticas, sino
que se dirigen en derechura hacia objetos de discu-
9
Nuria Sánchez Madrid

sión atravesados por la borrosidad y por ello mere-


cedores de abordajes teóricos que los clarifiquen.
En el caso del fenómeno calificado como «des-
obediencia civil», poseedor de referentes legenda-
rios en la época clásica y en el continente america-
no, Arendt encuentra la oportunidad para recordar
a la sociedad civil estadounidense que la génesis de
su noción de normatividad legal impedía calibrar al
primero como un suceso amenazador para el orden
político.
La reflexión sobre la dimensión extranormativa
del cambio legal desempeña un papel central en
esta meditación sobre los parámetros de normali-
dad jurídica que formaban parte de la experiencia
política del país. Arendt percibía en las discusiones
sobre la desobediencia civil en la Norteamérica de
los setenta una visión excesivamente rigorista de la
vigencia y autoridad de los marcos legales, incapaz
por ello de comprender el papel que las reivindica-
ciones ciudadanas debían cumplir en un espacio
público saludable. El nombre de Hans Kelsen no
aparece citado en el escrito, pero naturalmente su
concepción de la norma jurídica como una entidad
provista de valor y función autónomos, con inde-
pendencia de la percepción social que se tenga so-
bre ella, no tiene cabida en el planteamiento de
Arendt. Aunque sus sospechas con respecto a la so-
ciedad son bien conocidas, la pensadora muestra en
este ensayo su acercamiento más amable al poder
10
Introducción

que las minorías y grupos organizados pueden exhi-


bir en público y sugiere en consecuencia que espe-
cialmente una nación como Estados Unidos de-
bía recordar que su marco constitucional procede
de movimientos de esta misma naturaleza, ligados
al genuino espíritu asociativo que Tocqueville anali-
zó con brillantez en La democracia en América.
La completa biografía de Elisabeth Young-Bruehl
da cuenta de cómo en un encuentro en noviem-
bre de 1969 en Nueva York del Theater for Ideas,
titulado «La Primera Enmienda y la política de la
confrontación» [The First Amendment and the Poli-
tics of Confrontation], Arendt identificó, sin des-
marcarse de la línea de lectura clásica, la deso-
bediencia civil con una transgresión de las leyes
motivada por el dictado de una conciencia indivi-
dual1. En este sentido, seguía disociando esta acti-
tud civil de la confrontación política efectiva que
líderes como Martin Luther King habían llevado a
cabo al denunciar las inconsistencias del orden
constitucional estadounidense, incapaz de proteger
por ejemplo a la población negra de la segregación
perpetrada por las leyes vigentes en estados del Sur
del país, al no haber incluido a este grupo social en
el pacto originario de unión civil. Unos meses más
tarde, Arendt matizaría esta opinión cuando fue in-

1. Véase E. Young-Bruehl, Hannah Arendt. For Love of the World,


New Haven y Londres, Yale U.P., 1982, pp. 428-429.

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Nuria Sánchez Madrid

vitada a la celebración del centenario de la Asocia-


ción de Abogados de Nueva York, con ocasión de
un simposio guiado por la pregunta: «¿Ha muerto
la ley?» [Is the Law Dead?], celebrado el 1 de mayo
de 1970. El motivo inicial que comenzó a dar forma
a la intervención de Arendt fue el tópico propuesto
para el encuentro por su organizador, a saber, el ju-
rista y funcionario de la administración del presi-
dente Johnson, Eugene V. Rostow, de origen judío
como ella. Este había explorado en su propia confe-
rencia la relación moral del ciudadano con la ley en
una sociedad basada en el consenso, por lo que no
podía sino ofrecer una oportunidad atractiva para
que Arendt ejerciera su afán de clasificación catego-
rial de los conceptos políticos. El discurso de Rostow
ponía el acento en la inconsistencia entre la trans-
gresión legal y la consecución de objetivos políticos,
un razonamiento al que Arendt intentaba dar la
vuelta literalmente, al recordar que la tradición le-
gal norteamericana debía entender el incumpli-
miento de las leyes bajo determinadas circunstan-
cias como expresión de la insatisfacción de una
comunidad al advertir que reclamaciones proce-
dentes de intereses compartidos quedaban desaten-
didas por la norma vigente.
Al consistir la desobediencia civil en su sentido
más depurado en la exhibición grupal de intereses
comunes no tenidos en cuenta por el orden consti-
tucional, Arendt situaba en realidad esta acción co-
12
Introducción

lectiva en la cumbre genética de la norma legal y su


fuerza vinculante, al menos en la experiencia de la
misma que Estados Unidos había enarbolado desde
el Pacto del Mayflower en 1620. La temática del es-
crito volvería a ocupar la atención de Arendt en «El
pensar y las reflexiones morales», redactado en ve-
rano de 1970 entre visitas de amigas como Mary
McCarthy y Anne Weil en Casa Barbete, donde
Arendt solía residir con su marido Heinrich Blü-
cher durante sus estancias en la localidad suiza de
Tegna, cerca de Locarno2. El ensayo Desobediencia
civil se publicaría en la revista The New Yorkerr el 12
de septiembre de 1970 y sería posteriormente reco-
gido en el volumen Crisis de la república, publicado
en 1972 por la editorial Harcourt Brace Jovanovich,
una de las habituales receptoras de los escritos de
Arendt.
La claridad conceptual de la que la autora hace
gala en el ensayo generó fricciones en su entorno
más cercano. Sin llegar a los extremos de las dis-
crepancias con Gershom Scholem en relación con
el calificativo que merecían los crímenes de Eich-
mann, las fronteras categoriales propuestas en Deso-
bediencia civill no fueron secundadas por alguien
tan cercano para Arendt como Mary McCarthy,

2. Una versión castellana de este escrito se encuentra en De la


historia a la acción, trad. cast. de Fina Birulés, compilación de Ma-
nuel Cruz, Barcelona, Paidós, 1995, pp. 109-137.

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Nuria Sánchez Madrid

que reprochó a la primera un excesivo dogmatis-


mo al excluir a la voz de la conciencia de su análi-
sis de la desobediencia civil. Una carta que Mc-
Carthy dirige a Arendt desde París el 14 de octubre
de 1970 resulta reveladora de la distancia que la
última había adoptado con respecto a percepcio-
nes más o menos populares en su propio tiempo.
Si bien McCarthy considera que solo un encuen-
tro personal podría transmitir convenientemente
los puntos de discrepancia que mantiene con el
diagnóstico, no deja de destacar dos aspectos que
encuentra especialmente discutibles en el plantea-
miento del ensayo:

[N]úmero uno, el tono es demasiado imperativo tra-


tándose de un tema como este, que después de todo
tiene que ver con la libertad, sobre la cual ciertamen-
te no se puede legislar demasiado. Como si dogmati-
zaras, y debe de ser que en su origen fue un discurso
destinado a juristas. En segundo lugar, no me con-
vence, finalmente, la distinción que estableces entre
objeción de conciencia y desobediencia civil. La en-
tiendo, pero no estoy persuadida de que sea tan tajan-
te como tú pretendes. Tal como yo lo veo, la desobe-
diencia civil sigue siendo una cuestión de conciencia
y de claridad interior, ya la practique un individuo o
un grupo. Lo que denotan los actos de resistencia a
cumplir el servicio militar o negarse a pagar impues-
tos (o las acciones abolicionistas) es que quienes di-

14
Introducción

cen no son las almas de los individuos, no el alma co-


lectiva3.

Las objeciones que McCarthy dirige a Arendt con


la franqueza que solo la amistad permite suponen
una excelente ocasión para destacar el lugar que la
reflexión individual ocupa en la noción de espacio
público que maneja la segunda. Me atrevo a soste-
ner que Arendt recibió los comentarios de su amiga
como síntoma del profundo encubrimiento que la
acción colectiva padecía en el mundo contemporá-
neo. No se aprecia en el ensayo Desobediencia civil
ninguna hostilidad hacia las trayectorias indivi-
duales de enfrentamiento a las leyes sancionadas
por el poder establecido. Por el contrario, Arendt
las considera admirables y reveladoras de la capa-
cidad que la conciencia moral puede manifestar al
denunciar disonancias normativas que han de en-
mendarse. En efecto, el ensayo comienza con un
balance de las figuras de Sócrates y Henry David
Thoreau, para argumentar que se trata de valiosos
referentes del juicio moral en contextos civiles per-
fectibles.
Sin embargo, Arendt puntualiza que perderíamos
una dimensión preciosa de la desobediencia civil si

3. H. Arendt y M. McCarthy, Entre amigas. Correspondencia entre


Hannah Arendt y Mary McCarthy (1949-1973), ed. de Carol Bight-
man, trad. cast. de Ana María Becciu, Barcelona, Lumen, 2015,
pp. 397-398.

15
Nuria Sánchez Madrid

la redujésemos a la resistencia ante el orden civil ex-


presada por un sujeto en nombre de una ley supe-
rior. Cuando Thoreau rechazó pagar los impuestos
que debía en la región de Concord para mostrar su
desacuerdo con la guerra que Estados Unidos había
iniciado con el vecino México, de la misma manera
que con el mantenimiento de la esclavitud y otras
manchas pútridas del país, pretendía exhibir su con-
dena moral personal hacia esas situaciones a ojos de
Arendt. Esta tilda su actitud de apolítica, toda vez
que no implica articular una resistencia colectiva tras
haber llegado a acuerdos y estrechado promesas con
otros individuos. Arendt recuerda con ironía que
Thoreau no tuvo ningún reparo en que su tía pagara
sus deudas con el fisco regional para sacarlo de la cár-
cel, como un dato revelador de la indiferencia del
objetor de conciencia con respecto a todo proyecto
político. En efecto, el objetor se concentra en denun-
ciar situaciones que no deberían producirse nunca
más, sin pretender alumbrar por ello planes de ac-
ción colectiva.
A Arendt no se le escapa que el público estadou-
nidense veía en Thoreau una suerte de heredero en
el Nuevo Mundo del ejemplo que Sócrates había
brindado en Europa con arreglo al retrato que de él
ofrece Platón. El amor a la polis del pensador grie-
go se veía transformado por Thoreau en el amor a
una naturaleza que permite extraer lo mejor del ser
humano. Escritos como Apología y Critón mostra-
16
Introducción

ban que preferir padecer injusticia a cometerla era


una cuestión que concernía centralmente al indivi-
duo Sócrates, pero no una decisión llamada a tra-
mar un tejido civil inspirado por este principio de
orden moral. Naturalmente, Arendt discrepa en
este punto de la interpretación que Platón hiciera
de la trayectoria vital e intelectual de su maestro.
El preámbulo del ensayo admite que la conciencia
individual constituía para Thoreau y Sócrates el te-
soro más preciado del ser humano, sin que este ras-
go los convirtiera, sin embargo, de manera inmedia-
ta en sujetos de la acción política. Como decíamos
antes, esta última requiere siempre en Arendt que el
individuo cuente con los otros para articular su
conducta pública. Por otro lado, repara en que las
directrices morales dictan lo que no debe hacerse,
pero no es tan habitual que transmitan qué es preci-
so realizar. Arendt recurre como contrapunto escla-
recedor de los ejemplos mencionados al conflicto
entre el «hombre bueno» y el «buen ciudadano»,
clave en el libro III de la Política de Aristóteles y vi-
sible en el dilema padecido por el presidente Abra-
ham Lincoln al que alude en el escrito. En efecto,
hace hincapié en el hecho de que, por mucho que
como individuo el presidente Lincoln se sintiera de-
cidido a condenar la esclavitud, sus decisiones polí-
ticas siempre se supeditaron al deber superior de
garantizar la protección de la Unión, no a sus escrú-
pulos morales.
17
Nuria Sánchez Madrid

Las intenciones de Arendt en este ensayo resultan


cristalinas, por muy discutibles que resulten, como
evidencian los comentarios de McCarthy. Su pro-
pósito era persuadir al lector de los inconvenientes
de ceñirse a referentes morales cuando se trata de
problematizar la desobediencia civil, al entender
que esta solo puede emerger en nombre de un inte-
rés común, que motiva a un grupo a transgredir
ciertas leyes como expresión indirecta de una pre-
tensión colectiva no atendida por el orden institu-
cional. Naturalmente, Arendt advierte que la tradi-
ción jurídica se muestra especialmente injusta con
la negativa de un colectivo a cumplir ciertas normas
legales, sobre todo cuando esta acción ya no puede
remitir a la obediencia a una ley divina compartida
por los miembros de una comunidad religiosa. A su
entender, los especialistas en la normatividad jurídi-
ca se sienten incómodos cuando se les pide ubicar
la desobediencia a la ley allí donde la conciencia se
ha convertido ya en conciencia secular, como la que
Ricardo III remite al fondo de su ánimo para que no
obstaculice sus planes criminales4. En tales situacio-

4. En «El pensar y las reflexiones morales» Arendt cita los si-


guientes versos de Ricardo III de Shakespeare como expresión de
la interiorización moderna del lumen naturale del pensamiento
antiguo y medieval, en la que no faltan destellos nietzscheanos
avant la lettre: «La conciencia no es más que una palabra que usan
los cobardes, ideada por primera vez para asustar a los fuertes»,
en Ricardo III, trad. cast. de José María Valverde, Barcelona, Pla-
neta, 1988.

18
Introducción

nes, la norma civil muestra su inmadurez para reco-


nocer la legitimidad de otra fuente normativa que no
basa ya su superioridad en la profesión de fe de
una minoría. Se trata de una actitud destinada a en-
carar una crisis normativa tras otra, tal y como da a
entender Arendt, desde el momento en que la ley
no debe olvidar nunca su doble origen, a saber, el
que la hace depender o bien del mandato de una di-
vinidad que protege a la comunidad humana, o
bien del acuerdo en que desemboca un grupo hu-
mano para satisfacer sus intereses colectivos. La elec-
ción de una de las dos opciones comporta conse-
cuencias extremamente diversas cuando se trata
de analizar las bases de la autoridad legal.
Más allá de este desencuentro teórico en relación
con la fundamentación de la norma jurídica y a pe-
sar de haberse convertido la desobediencia legal en
un auténtico fenómeno de masas en la sociedad
norteamericana, Arendt denuncia asimismo que el
jurista tiende a confundir cualquier transgresión de
la ley con la delincuencia, al sentirse –como veía-
mos– intimidado por la primera. Sin embargo,
como la pensadora recalca en las siguientes páginas,
ciertos incumplimientos normativos que denotan la
merma de autoridad de la ley aspiran a mejorarla
precisamente, aparte de necesitar la luz del día para
cumplir sus propósitos, razones por las que deben
considerarse como una oportunidad para perfec-
cionar el orden constitucional, en lugar de una tram-
19
Nuria Sánchez Madrid

pa para minarlo de manera aviesa. Por el contrario,


el criminal perpetra sus delitos con nocturnidad,
revelando básicamente un déficitt de control poli-
cial en una nación, sin que de su conducta se des-
prenda ninguna lección civil. Solo arraigados pre-
juicios podían desdibujar los nítidos límites que
separan la denuncia pública de inconsistencias des-
cubiertas en el orden legal de la voluntad de trans-
gredir las leyes a escondidas de todos en beneficio
propio.
Si hay, por tanto, un nervio conceptual en la lectu-
ra que Arendt propone de la desobediencia civil,
este se concentra en dos rasgos, a saber: se trata de
una acción promovida por un interés compartido,
no por la voz de la conciencia de un solo individuo,
y aboga por manifestarse en público de manera no
violenta, lo que la separa del proceder revolucio-
nario. Este marco de comprensión entiende la ley
como resultado del esfuerzo por estabilizar consen-
sos perceptivos que vuelvan asumible el cambio, lo
que confirma que la universalidad concreta de la ley
es el mejor garante de su legitimidad pública. Este
era a juicio de Arendt el mensaje defendido en El
espíritu de las leyes de Montesquieu. También coin-
cidía a grandes rasgos con la cultura del gusto que
Kant había fundamentado en su Crítica del Juicio.
Cuando ese marco de estabilidad se desmorona, el
respeto a la validez limitada de las leyes suele dar
paso a un gobierno criminal, en el que todo es posi-
20

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