Dios Es Joven
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Dios Es Joven
u na c o n v e r s a c i ó n con
Th o m a s Le o n c i n i
pTestimonio
DIOS ES JOVEN
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Título original: Dio è giovane. Una conversazione con Thomas Leoncini, por Jorge Mario
Bergoglio, papa Francisco
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significa tener suficiente experiencia para poderse conocer y reconocer en los errores y
en los acier- tos; significa la capacidad de volver a ser poten- cialmente nuevos,
precisamente como cuando éramos jóvenes; significa haber madurado la ex- periencia
necesaria para aceptar el pasado y, sobre todo, haber aprendido del pasado. A menudo
nos dejamos dominar por la cultura del adjetivo, sin el apoyo del sustantivo. Juventud,
ciertamente, es un sustantivo, pero es un sustantivo sin un apoyo real, una idea que queda
huérfana de una creación visual.
Veo a un chico o a una chica que busca su pro- pio camino, que quiere volar con los
pies, que se asoma al mundo y mira el horizonte con ojos llenos de esperanza, llenos de
futuro y también de ilusiones. El joven camina con dos pies como los adultos, pero a
diferencia de los adultos, que los tienen paralelos, pone uno delante del otro, dis-
puesto a irse, a partir. Siempre mirando hacia delante. Hablar de jóvenes significa hablar
de promesas, y significa hablar de alegría. Los jóve- nes tienen tanta fuerza, son capaces
de mirar con tanta esperanza… Un joven es una promesa de vida que lleva incorporada
un cierto grado de te- nacidad; tiene la suficiente locura para poderse autoengañar y la
suficiente capacidad para poder curarse de la desilusión que pueda derivar de ello.
Además, no se puede hablar de jóvenes sin tocar el tema de la adolescencia, pues no hay
que infravalorar nunca esta fase de la vida, que pro- bablemente es la más difícil e
importante de la existencia. La adolescencia marca el primer con- tacto verdadero y
consciente con la identidad y representa una fase de transición en la vida no solo de los
hijos, sino de toda la familia; es una fase intermedia, como un puente que nos lleva al
otro lado de la calle. Y por esta razón los adoles- centes no son ni de aquí ni de allí, están
en el ca- mino, de viaje, en movimiento. No son niños
—y no quieren ser tratados como tales—,
no son tampoco adultos —y sin embargo quie- ren ser tratados como tales,
especialmente por lo que respecta a los privilegios—. En consecuen- cia, probablemente
se puede decir que la adoles- cencia es una tensión, una inevitable tensión in- trospectiva
del joven. Pero al mismo tiempo es tan fuerte que logra afectar también a toda la fa-
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milia, o quizás es precisamente eso lo que la hace tan importante. Es la primera
revolución del jo- ven hombre y de la joven mujer, la primera transformación de la vida,
la que te cambia tanto que a menudo trastorna también las amistades, los amores, la
cotidianidad. Cuando se es adoles- cente, la palabra mañana difícilmente se puede usar
con certeza. Probablemente, incluso cuan- do somos adultos tendríamos que ser más
cautos a la hora de pronunciar la palabra mañana, sobre todo en este momento histórico;
pero nunca se es tan consciente del instante y de la importancia que este reviste como
cuando se es adolescente. Para el adolescente el instante es un mundo que puede
trastornar también toda la vida; probable- mente, en esa fase se piensa mucho más en el
presente que durante todo el resto de la existen- cia. Los adolescentes buscan la
confrontación, preguntan, lo discuten todo, buscan respuestas. Debo destacar lo
importante que es este discutir- lo todo. Los adolescentes están ansiosos por aprender,
por salir adelante y ser independiente- tes, y es en este período cuando los adultos de-
ben ser más comprensivos que nunca e intentar mostrarles el camino correcto con su
propio comportamiento, sin pretender enseñarles solo con palabras.
Los chicos pasan a través de estados de ánimo distintos, a menudo repentinos, y las
familias con ellos. Es una fase que presenta riesgos, sin duda, pero sobre todo es una
etapa de crecimiento, para ellos y para toda la familia.
La adolescencia no es una patología y no podemos afrontarla como si lo fuera. Un hijo
que vive bien su propia adolescencia —por di- fícil que pueda resultarles a los padres—
es un hijo con futuro y esperanza. A menudo me preo- cupa la tendencia actual a
«medicalizar» precoz- mente a nuestros chicos. Parece que llego el final.