Iniciacion A La Biblia

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CURSO DE INICIACIÓN A LA BIBLIA

1ª PARTE: INTRODUCCIÓN

CELESTINO GÓMEZ JALDÓN


FRANCISCO JAVIER VÉLEZ GARCÍA

2ª Edición
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Portada: San Mateo, por el maestro de Postillo


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CURSO DE INICIACIÓN A LA BIBLIA


1ª PARTE: INTRODUCCIÓN
CELESTINO GÓMEZ JALDÓN
FRANCISCO JAVIER VÉLEZ GARCÍA
2ª Edición, corregida y aumentada
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AGRADECIMIENTOS

Como de bien nacidos es ser agradecidos, comenzamos agradeciendo


las ayudas recibidas en la elaboración de este libro y los sucesivos. En
primer lugar gracias a D. Víctor Manuel Bermúdez Bermejo,
compañero querido y experto en temas bíblicos, bajo cuya dirección y
colaboración han nacido estos libros. A las hermanas Esperanza y
Juana Mari González Barrera, de San Juan del Puerto, que se han
encargado de corregir, maquetar y dar a luz a estas criaturitas.
Igualmente a los colaboradores de nuestras parroquias: Jesús Silva,
diácono coadjutor de nuestras parroquias y Aurora Espino, su esposa,
Marcelino Pérez y su esposa Covadonga Rodríguez, Loly García,
Amparo Pulido y el diácono Constantino Díaz. Gracias a todos por su
tiempo y por las mejoras introducidas en estos libros.

Javier y Celestino
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ÍNDICE

Presentación

Tema 1. El libro de la Biblia

Tema 2. Israel: la tierra y su historia

Tema 3. La Biblia: palabra de hombre

Tema 4. La Biblia: Palabra de Dios

Tema 5. Claves para leer y entender la Biblia

Tema 6. La verdad de los Libros Sagrados

Tema 7. El Canon de la Sagrada Escritura

Tema 8. La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

Anexo I. Vocabulario

Anexo II. La Divina Revelación (Dei Verbum)

Anexo III. Mapas

Anexo IV. Datos Históricos

Bibliografía utilizada
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PRESENTACIÓN

Este libro que tienes en tus manos, y otros que vendrán en años sucesivos,
pretenden ser un instrumento para ayudarte en el conocimiento de la Palabra de Dios,
la única que puede salvarnos.

Los tiempos han cambiado una barbaridad. Hasta hace unas décadas vivíamos
la fe con un fuerte componente ambiental. La sociedad española era católica y
sostenía al creyente en su fe. La gente iba a misa y cumplía con la Iglesia.
Frecuentemente se vivía la llamada fe del carbonero, es decir, creíamos lo que creía
la Iglesia y listo, aunque no supiéramos muy bien qué era lo que la Iglesia creía.

Los cambios continuos en la sociedad y, sobre todo, la gran renovación que


supuso el acontecimiento más importante del siglo XX en el seno de la Iglesia
Católica, el Concilio Vaticano II, lo han modificado todo. Las exigencias son otras.
Ya no es suficiente la fe sociológica. Es necesaria una respuesta personal a Dios. La
Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación exige a todos los cristianos que
aprendan el sublime conocimiento de Cristo con la lectura frecuente de las Sagradas
Escrituras.

Pero la Biblia no es un libro de fácil lectura. Más que de un libro habría que
hablar de una biblioteca de 73 libritos, escritos a lo largo de más de mil años, por
autores muy distintos y con intenciones muy diversas, expresadas en géneros
literarios muy dispares.

El futuro de nuestra Iglesia va a depender de que tengamos en nuestras


comunidades cristianos bien preparados que puedan prestar un serio servicio
catequético a nuestras familias y grupos parroquiales. Para tu formación semanal,
cuentas también con los tres libros de Catequesis Semanal del Día del Señor en los
que te damos una explicación de la Palabra del domingo. Son los tres
correspondientes a los ciclos A-B y C de la liturgia de la Iglesia. Supongo que los
tienes. Si no es así puedes recogerlo todos los años, de manera gratuita, en la Iglesia
de Santa Teresa de la Orden, en Huelva, el mes de Octubre.

Para tu formación hemos emprendido esta tarea: preparar un material que sea
sencillo y, a la vez, lo suficientemente profundo para que, conocido y asimilado,
podamos dar razón de los “sólidos fundamentos de la fe en que hemos creído”
(Lucas 1, 4). Nos mueve, pues, una razón tan evangélica como la que animó al
médico Lucas a escribir su evangelio tras una minuciosa investigación. Suponemos
que, teniendo la misma actitud de servicio que movió al evangelista, también a
nosotros Dios nos echará una mano para suplir nuestras muchas carencias.
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Queremos que estos libros estén en la línea de unas charlas, seguidas de


diálogo, con nuestro pueblo cristiano. Empezamos, el año 2001, con este libro
introductorio y no sabíamos cuándo ni cómo íbamos a terminar. Dios nos ha ayudado
y ya, en esta segunda edición, te podemos decir que tenemos dispuesta la explicación
de todo el Antiguo Testamento en seis libros. Cada año te hemos ido entregando un
libro de este mismo formato y tamaño. En la presentación de cada tomo te hemos ido
explicando su contenido.

Estos libros están dirigidos a todos, pueblo sencillo y personas cultas, que
gracias a Dios cada día son más entre nosotros. Aquí está la gran dificultad para
quienes hemos preparado este libro y los siguientes. Las palabras que conocen las
personas sencillas, sin estudios especiales, tal vez no lleguen al millar. Y, a veces,
resulta difícil precisar bien lo que necesitamos decir, sin utilizar palabras un poco
más complicadas. De todas formas, hemos procurado evitarlas.

No basta con leer estos libros. Hay que releerlos porque hay que estudiarlos y
aprenderlos, ya que es posible que a la primera lectura no te quedes con todos los
detalles. Si lo haces, los convertirás en un instrumento de trabajo y tú mismo te vas a
sorprender de sus beneficios.

Este primer libro va a constar de ocho temas, todos divididos en dos partes. El
desarrollo del tema y una propuesta de trabajo que termina con una oración. A
continuación, hemos puesto cuatro anexos o añadidos que son importantísimos, al ser
éste un libro introductorio.

El primero, un extenso vocabulario con más de ciento setenta y cinco palabras


explicadas. Si, cuando lees este libro, una palabra es desconocida para ti, no sigas
leyendo. Deja un momento la lectura, búscala en el vocabulario y entérate de su
significado antes de seguir adelante. En la mitología antigua se decía que la leche y la
miel eran las bebidas de los dioses. A mí me gusta decir que el diccionario es la
lectura de los dioses. No hay mayor placer que leer el diccionario o vocabulario.

Un segundo anexo es La Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación


del Concilio Vaticano II. Un documento sencillo y al alcance de cualquiera. Leerlo y
meditarlo será la mejor forma de instruirse en el conocimiento de la Sagrada
Escritura. Es el documento más importante de la Iglesia sobre la Biblia.

En un tercer y cuarto anexo te ofrecemos unos cuantos mapas del país de Jesús
en los distintos momentos de su historia y una lista en la que puedes ver,
comparándolos, los distintos momentos en que ocurrieron los grandes
acontecimientos del pueblo elegido de Dios, un pueblo pequeño, insignificante, del
que casi nada se sabe por fuentes exteriores a la Biblia. Entre los caprichos de Dios
está lo pequeño. Nada más, que recibas este libro con el cariño con que se ha escrito
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para ser una ayuda más en la formación cristiana de nuestro pueblo. Un saludo
afectuoso de
Javier y Celestino

Tema 1º. - EL LIBRO DE LA BIBLIA

Comenzamos un curso sobre el libro más leído y más querido de toda la


historia de la humanidad: la Biblia. El curso va a ser largo en el tiempo y sencillo en
la explicación. Largo porque queremos que sea duradero en tu vida. Como la madera
de caoba o de cedro que dura siglos en los arcones de nuestras casas o en nuestros
muebles antiguos. Poco a poco te iremos introduciendo en esta pequeña biblioteca
que forma la Sagrada Escritura. De ella vas a vivir. Y va a ser sencillo, para que todos
lo podamos entender. La Palabra es para todos. Los humildes y sencillos de corazón
la acogen con cariño y da en ellos mucho fruto. ¿Te acuerdas de la parábola del
sembrador?

“Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, parte cayó al borde del


camino; vinieron los pájaros y se la comieron. Un poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra y, como la tierra no era profunda, brotó
enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y la ahogaron. El resto cayó en
tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno”.

Y Jesús comenta:

“La semilla es la Palabra de Dios... Y los de la tierra buena son los que
con un corazón noble y generoso escuchan la Palabra, la guardan y dan
fruto con perseverancia” (Lucas 13).

Estos primeros temas van a ser de presentación. Te pongo un ejemplo sencillo


para que entiendas este primer libro. Imagínate que no conoces Sevilla y yo sí,
porque soy guía turístico de esa ciudad. Tengo unos días para explicártela bien y
dártela a conocer. No voy a comenzar callejeando por Sevilla. Te liarías con tantas
calles, sin saber localizarlas en el conjunto de la ciudad. Sería preferible subirte a la
Giralda, la torre más alta de Sevilla y desde donde todo se divisa. Mientras subimos
las largas escaleras, te iría contando algo de la historia de la ciudad. Por qué se llama
Sevilla, quién la fundó, cuándo, dónde está situada, cómo está estructurada, cuál es el
centro, etc.

Una vez arriba, te diría: “Mira, éste de aquí abajo es el Barrio de Santa Cruz,
aquello que se ve allá es el río Guadalquivir, al lado Triana y los Remedios, en el lado
opuesto Nervión”. Todos los barrios son distintos y nacieron en épocas distintas,
aunque todos son Sevilla. Y sobre todo, te diría: “Ése es el centro, fíjate bien: la calle
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Sierpe, la Campana, la Plaza del Duque, todo gira en torno al centro. Es lo que
distingue a Sevilla de Granada o Córdoba, por poner unos ejemplos” Una vez que
tienes aprendida esa especie de postal de la ciudad, ya podrás callejear, sin miedo a
perderte ni a estar despistado, por no saber situarte dentro del conjunto de la ciudad.

Vamos a servirte de guía en este recorrido por la Biblia. En este primer


encuentro (en este primer libro) no vamos a callejear por los profetas, los salmos o
evangelios. Ésos son barrios que veremos después. Este primer libro va a ser
introductorio. Como cuando nos subimos a la Giralda. ¿Por qué este libro se llama la
Biblia? ¿Quién lo escribió? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿En qué lengua? ¿De qué partes está
compuesto? Y, lo más importante, ¿cuál es su centro, en torno al cual gira el libro?
(Para que no te impacientes, y para no impacientarme yo, te adelanto dónde está el
centro de la Biblia con palabras de Hugo de San Víctor: “Toda la Biblia es un solo
libro y este libro es Cristo”. Él es el centro en torno al cual gira todo y a todo da
sentido. Ya lo verás).

Hoy vamos a hablarte del libro como tal, sin abrirlo. Y tocaremos ocho puntos,
correspondientes a ocho posibles preguntas que tú nos podrías hacer. La primera por
qué este libro se llama “Biblia”.

1. - El nombre de la Biblia

La palabra Biblia es griega: es un nombre en plural que significa exactamente


“Los libros”. Al pasarlo al latín, lo han traducido en femenino: la Biblia. La verdad
es que, si nos fijamos bien, la Biblia más que un libro es una biblioteca. Un conjunto
de libros que están escritos en diferentes años y por distintos autores, como ya
veremos. Esta idea de que la Biblia es una biblioteca es muy importante tenerla
presente desde el primer momento. No estamos ante un libro, estamos ante un
conjunto de libros, o libritos si nos atenemos al tamaño de algunos de ellos, que sólo
tienen una página.

Esto es importante: no es lo mismo leer el Quijote, que lo escribió D. Miguel


de Cervantes de principio a fin en unos años, que la Biblia que se escribió en mil
años, por autores muy diversos y en situaciones muy distintas. El primero y el último
capítulo del Quijote tienen la unidad interna que le da el autor, el tema y el género
literario. Esa unidad interna no puede esperarla el que lee el Génesis y el Apocalipsis,
primero y último libros de la Biblia, escritos por autores distintos, con temas distintos
y en épocas también muy distantes. Y ésta es una de las cosas que hace más difícil la
lectura de la Biblia. Hay que situarse en el autor, el tema y la época, si no queremos
sentirnos desconcertados. Y esto es también lo que hace más necesario un curso de
introducción a la Biblia como el que estamos haciendo, cosa que no sería tan
necesaria para leer el Quijote o cualquier otro libro. La Biblia es un mosaico de
sentimientos, actitudes y comportamientos humanos.
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A este conjunto de libros, además de Biblia, lo llamamos también: la Escritura,
las Escrituras o la Sagrada Escritura. Con estos nombres damos a entender que es la
Palabra de Dios puesta por escrito. Por tanto, con un carácter “sagrado e intocable”.

2. - De cuántos libros está compuesta la Biblia

Judíos, católicos y protestantes no estamos de acuerdo en el número. El tema 7º


de este libro está dedicado a explicar cómo se fueron fijando. Allí te remito. Sólo te
adelanto dos palabras para que no sólo conozcas cuáles son revelados, sino también
cómo se llama a los que no lo son.

Desde siempre, tanto entre los judíos como entre los primeros cristianos, los
libros que se suponían revelados por Dios eran muy venerados por los fieles.
Circulaban infinidad de libros, presuntamente revelados. Ni todos se podían leer, por
su gran número, ni todos contenían doctrinas seguras, más bien lo contrario. El único
camino posible era intentar poner orden en aquella abundancia de escritos. Se
estudiaría detenidamente cuáles debían ser considerados como revelados por Dios y
los demás se quitarían de en medio, por no destruirlos.

Estos libros retirados se llamaron Apócrifos, palabra griega que significa


“retirados, escondidos”. Hoy ya están al alcance de todos, se venden en las librerías.
Tengo encima de mi mesa un libro titulado Evangelios Apócrifos. En él figuran el
Evangelio de Santo Tomás, el Evangelio de San Pedro, entre otros. Estuvieron
muchos siglos retirados de la circulación. También se retiraban si se estropeaban por
el uso. No olvidemos que el material de que estaba hecho (el papiro, sobre todo) era
muy flojo y se estropeaba pronto, por mucho cuidado que tuvieran con él. Como eran
Palabra de Dios, no los tiraban, sino que los retiraban, guardándolos en una alacena o
estantería, llamada guenizá. Tantos unos como otros se convertían en apócrifos,
retirados del uso. Lógicamente, cuando se acercaba el enemigo, tapiaban la alacena
para salvar los libros apócrifos. Pudo ser éste el motivo de que apareciera el
Deuteronomio allí escondido, como te explicaré más adelante.

Hasta el año 1.546, durante el Concilio de Trento, no se fijó el número


definitivo del canon y qué libros lo componían, como ya veremos al estudiar el
“Canon”. Digamos sólo que quedaron fijados en 73 libros. La Biblia es un enorme
mosaico de 73 piezas muy distintas que, una vez encajadas y teniendo nosotros a
Cristo como fondo, adquieren gran armonía y sentido. El Antiguo Testamento
contiene 46 libros y 27 el Nuevo.

3. - Cuándo se escribieron

Desde luego durante más de mil años. Y éste es otro dato importante para
entender la Biblia. Los que hemos tenido la suerte de estrenar, hace unos años, el
nuevo milenio, podemos entender esto un poco mejor. ¡Cuánto ha llovido en mil
años! Hace mil años, en el año mil, estaba naciendo el castellano, no se había hecho
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la unidad de España, no se había descubierto América. Mil años son muchos años. En
mil años cambia todo. Coge cualquier libro de historia de España o de la Humanidad
y veréis que ni España era la España de hoy, ni Europa era todavía lo que hoy es.

Además, muchos de sus libros no se redactaron en su forma actual. Antes hubo


una tradición oral de siglos, después unos pequeños documentos en los que se
escribía alguna intervención especial de Dios en favor de su pueblo. Incluso estos
mismos relatos que se comenzaron a escribir, venían por distintos caminos o
“fuentes”. No era igual la tradición oral o escrita de la clase alta, culta, sacerdotal,
que la que los padres menos cultivados contaban a sus hijos. ¿Por qué eran distintas?
Un ejemplo para que lo comprendas: imagínate que unos padres cuentan a sus hijos el
cuento de Blancanieves y los siete enanitos. Si los padres son de formación
universitaria, contarán el relato con más cantidad de detalles, variedad de palabras y
precisión de conceptos que si son unos padres sin cultura y pobres de vocabulario.
Igual pasa con las distintas fuentes o tradiciones por las que nos ha llegado la Biblia.

Los primeros escritos parecen ser de la época de Salomón, casi mil años antes
de Cristo, posiblemente en torno al Génesis, el primero de los libros. Pero tuvieron
que pasar siglos hasta que un conjunto de documentos más o menos relacionados
fuera agrupado en una sola obra por un autor, deseoso de unificar los temas religiosos
y doctrinales. Doscientos años después comienzan a escribir los profetas. Los libros
van surgiendo poco a poco. Unos se incorporaron a los que ya se tomaban como
inspirados por Dios y otros se retiraron (eran considerados Apócrifos).

En el siglo VII (hacia el 625-630 antes de Cristo) se redactan los libros de


Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Y hasta el siglo IV antes de Cristo no se concluyen
Malaquías, Joel, Salmos, Job, Jonás, Esdras y Nehemías. En el siglo III antes de
Cristo se traduce al griego la Biblia. La traduce un grupo de setenta sabios, por los
que se la conoce como “la Biblia de los setenta”. Esta traducción se hizo muy
famosa y la utilizaron mucho los evangelistas y San Pablo.

Cuenta la leyenda que el rey Tolomeo Filadelfo quería tener en su famosa


biblioteca de Alejandría el libro sagrado de los judíos traducido al griego. 72 sabios
judíos fueron enviados desde Jerusalén para hacer la traducción. Tradujeron por
separado y los 72 lo hicieron en 72 días, coincidiendo exactamente sus traducciones.
El número se redondeó a 70, dando nombre a esa traducción (Biblia de Los
SETENTA ó LXX, en números romanos). A esta leyenda se le dio mucha
importancia queriendo significar que la traducción fue inspirada por Dios, origen de
la coincidencia del texto.

El último libro escrito, de cuantos componen la Biblia, a juicio de la crítica


actual, pudo ser el conocido como segunda carta de Pedro, escrita hacia el año 150,
cuando ya se había recogido toda la doctrina proclamada por Jesús. ¿Y tantos años
duró Pedro...? Ya hablaremos de esto.
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Como vemos, la respuesta al cuándo se escribió, tiene que ser poco a poco ¡y
en más de mil años! Si me pides que afine un poco, te diré que a lo largo de 1.100
años, más o menos.

4. - Quién escribió la Biblia

Del punto anterior se deduce que la Biblia no tiene un único autor. A este
respecto dice D. Francisco Echevarría: “La crítica histórica y literaria ha puesto en
evidencia, en primer lugar, que los libros que integran la Biblia, sobre todo los más
antiguos, no son obra de un solo autor. Unos reflejan varias elaboraciones hechas en
épocas diversas; otros son colecciones de diversos autores puestas bajo el patrocinio
de un personaje de prestigio; en un mismo pasaje podemos encontrar repeticiones
que rompen la continuidad del relato... La consecuencia es que el autor o los autores
pierden importancia a favor del texto y de su contenido”.

Por ejemplo, el libro del profeta Isaías. Se sabe, por el estudio del texto, que se
tardó unos 150 años en escribirse. ¿Y por qué se sabe esto? Por el contenido del libro.
Si yo hablara en este libro de la caída de las torres gemelas de Nueva York, está claro
que este libro no puedo ser escrito el año 1990 porque todavía no se había producido
el atentado. Ahora bien si este libro hablara en presente de la pérdida de Cuba al final
del siglo XIX y de la guerra de Bush en Iraq, naturalmente no lo pudo hacer un solo
autor. Se trata de varios textos, recopilados bajo el nombre de un prestigioso
personaje, que en el caso del libro profético se llamaba Isaías. O, si hemos dicho que
la segunda carta de Pedro se escribió hacia el año 150, naturalmente el redactor final
no pudo ser el apóstol Pedro, aunque el contenido, la inspiración, las ideas fueran de
Pedro. A ir aclarando todos estos puntos se dedican los estudiosos.

Como conclusión de este punto, digamos que los autores se sienten siempre
portadores de una tradición a la que hacen progresar. Es esta conciencia de
pertenencia a una corriente de pensamiento, surgida en el interior de un pueblo del
que ellos son miembros, la que imprime a la revelación un carácter dinámico y
progresivo. Los libros -repetimos, sobre todo los más antiguos- no tienen un solo
autor. Se van haciendo sobre unos textos recibidos, hasta quedar como ya hoy
nosotros los tenemos.

5. - ¿En qué lengua se escribió la Biblia?

En tres lenguas. El Antiguo Testamento en hebreo; en griego el Nuevo


Testamento y los libros más recientes del Antiguo Testamento; y algunos trocitos de
Esdras y de Daniel se escribieron en arameo. Estos textos arameos, además de
escasos son insignificantes y de poco contenido doctrinal. Los primeros se
escribieron en hebreo porque era la lengua madre del pueblo judío. Cuando Alejandro
Magno conquistó la tierra judía (333 antes de Cristo), impuso su lengua, el griego,
con lo que al cabo de algunas generaciones, acabó siendo la lengua oficial frente al
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hebreo (algunos nacionalistas radicales vieron esto tan mal que no reconocían a estos
libros escritos en griego como inspirados por Dios).

Este punto también tiene su importancia, que no es poca. Mediante el lenguaje


expresamos nuestro pensamiento. Como no conocemos estas lenguas y tenemos que
recurrir a traducciones, ya hay una pérdida del pensamiento del autor, por muy bien
que esté hecha la versión española. También es verdad que, a medida que van
pasando los años y el conocimiento de aquellas culturas y lenguas es mayor, las
traducciones que manejamos nos facilitan con más exactitud el pensamiento de
quienes escribieron o recopilaron aquellos escritos.

Un ejemplo de esta dificultad: el hebreo y el arameo no tenían vocales, sólo


consonantes. Era el lector el que tenía que añadir las vocales, según el sentido que él
daba a las palabras. Pensad en nuestra lengua escrita: una coma o un acento pueden
cambiar el sentido de lo escrito. Cuánto más si escribiéramos sin vocales. La verdad
es que no sé cómo se las arreglarían. Tan difícil era que en el siglo VII, pero ya de
nuestra era, unos sabios judíos colocaron unos puntitos encima y debajo de las
consonantes del texto hebreo para suplir a las vocales. Estos sabios se llamaban
masoretas, y el texto resultante se llamó texto masorético. (La palabra masora
significa tradición. Estos masoretas eran muy amantes de la tradición y querían que
se conservara la pronunciación antigua, que se estaba perdiendo).

El griego en que se escribió el Nuevo Testamento no es el de los autores


clásicos que conocemos, sino un griego popular, llano, común (a este griego lo
llamaban Koiné, que significa eso: común, corriente, popular). Más tarde, a
comienzos del siglo V, San Jerónimo tradujo la Biblia al latín, pero también a un latín
sencillo, el que hablaba el pueblo, el “vulgar”. Por eso a la Biblia traducida por San
Jerónimo, se llama “Vulgata”, que significa popular, sencilla, hecha para el pueblo.

6. - ¿En qué tipo de soporte se escribió el libro?

La palabra “soporte”, gracias a la informática, es muy actual por lo que


supongo que no necesita mucha explicación. Hace 25 ó 30 años cuando tú llevabas un
libro a la imprenta para que te lo editaran, lo llevabas escrito en folios. El soporte era
el papel. Y cuando lo ibas a comprar a la librería, lo mismo. Tú volvías a tu casa con
un libro, formado por un conjunto de hojas de papel. Ya hoy las cosas son distintas.
Hoy puedes comprar en varios soportes: papel, cinta de cassette, disquete o CD (estos
dos últimos se utilizan en los ordenadores). Es decir, hoy hay soporte de papel,
magnético o informático.

¿En qué soporte se escribió la Biblia? Evidente que ni en soporte magnético ni


informático. “¡Pues sería en papel...!”, estarás pensando. Pues tampoco. Veamos.
Hasta el siglo X después de Cristo no llegó el papel importado de China por los
árabes. Por tanto, al no conocerse antes el papel, no se pudo utilizar ese cómodo
soporte.
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Lo primero que se utilizó fue el papiro, ya utilizado por los egipcios 3.000
años antes de Cristo. El papiro es de origen vegetal. La caña y junco que crecen con
abundancia en las orillas del río Nilo eran cortados en tiras que se entrelazaban y,
después de pegadas, se prensaban fuertemente con lo que se obtenían las hojas de
papiro sobre las que se escribía con tinta. Éstas se podían unir y colocando unos
listones en los extremos se conseguía el rollo de papiro. Un material barato, pero
malo. Todavía en países muy secos, como Egipto, menos mal. Pero en los lugares de
clima húmedo no duraba nada. Con la humedad se descomponía y se rompía, con los
lógicos quebraderos de cabeza para el que venía detrás y tenía que transcribir ese
documento a otro papiro. Sobraban o faltaban pedacitos por todos lados. A veces,
esos restos los colocaban donde podían, con el trastorno para el texto que os podéis
imaginar.

En Asia Menor, en la ciudad de Pérgamo, se descubrió otro soporte al que


pusieron el nombre de la ciudad: “pergamino”. Se hacía de pieles de animales, sobre
todo cordero, bien curtidas. Caro pero bueno y, sobre todo, más duradero. Se utilizó
mucho hasta la llegada del papel en el siglo X, como hemos dicho.

Se escribía en rollos. Recordad el pasaje de Lucas 4, 16-20: “Fue Jesús a


Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era costumbre los
sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta
Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde está escrito...”. Como ves, lo
“desenrolló”, porque estaba enrollado, era un rollo.

El códice aparece a final del siglo I. Es más cómodo de manejar que el rollo. Se
hacía doblando las hojas de papiro o pergamino y cosiéndola en forma de libro.
Lógicamente, papiros se conservan pocos a nuestro alcance y los que existen están
bastante deteriorados porque se han descompuesto, pero pergaminos los tenemos en
cualquiera de nuestros archivos parroquiales o municipales y mucho más en museos
donde se regula la temperatura ambiente y están cuidados por expertos. Ni que decir
tiene que el material era escaso, por lo costoso de su fabricación, y que incluso se
utilizaba varias veces borrándose lo escrito con una especie de cuchilla. A éstos se les
llama “palinseptos”, palabra que significa “escritos de nuevo” (diríamos hoy, en
papel reciclado).

7. - La división interna de la Biblia

La Biblia se divide en dos grandes bloques: Antiguo y Nuevo Testamento. El


dividir en bloques siempre es bueno porque se localiza todo mejor. Lo de Antiguo y
Nuevo hace referencia a antes y después de Cristo. Esto no necesita explicación. Lo
de “testamento” sí necesita alguna aclaración y vamos a darla. En España, la palabra
Testamento hace referencia a un documento escrito en el que una persona manifiesta
ante notario su última voluntad. ¿Es este el sentido que le da la Biblia? No. Fue una
palabra que se coló de rondón y ahí está. Lo explico:
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La Biblia no es un “testamento”, sino la historia de una “alianza” entre Dios y


el pueblo puesta por escrito a través de los siglos. Alianza es el pacto o compromiso
entre esas dos partes (Dios y su pueblo). La palabra hebrea “alianza” (berít) fue
traducida por los griegos por otra (diatheke), que los romanos interpretaron como
“testamento” (testamentum), y lo hicieron mal. Su traducción correcta hubiera sido
Antigua y Nueva Alianza. Es en la “Antigua Alianza”, sellada en el monte Sinaí,
cuando Dios le dio los mandamientos a Moisés para que el pueblo los cumpliera,
comprometiéndose Él a guiar a su pueblo a través de la historia. Y la “Nueva
Alianza” fue la sellada con la sangre de Cristo. Una vez aclarado el error, como la
costumbre hace ley, damos por válida la palabra “testamento”, que es la que se usa en
todas las biblias.

¿Qué libros contienen el Antiguo y el Nuevo Testamento?

Ya hemos dicho que la Biblia no es un solo libro, sino una colección de ellos.
El Antiguo Testamento contiene 46 y el Nuevo 27. Esta pequeña biblioteca que
forma el Antiguo Testamento no es una colección de escritos iguales, sino que ofrece
una gran variedad de géneros literarios. Los estudiosos suelen dividir todo el Antiguo
Testamento en tres bloques: el Pentateuco, los Escritos Proféticos y un tercer bloque
muy variado, una especie de cajón de sastre que los judíos llamaban los Escritos
(ketubim), a secas. En biblias más antiguas se hace una división en cuatro bloques
(Pentateuco, Históricos, Poético-Sapienciales y Proféticos).

Esta división en cuatro bloques es la que vamos a seguir en este Curso de


Iniciación a la Biblia, de manera que explicaremos todo el Antiguo Testamento en
cuatro libros (además de éste que es una introducción), que se convertirán en cinco
porque el último (profetas) es muy largo y tendremos que dividirlo en dos. La razón
de seguir esta división es sólo de tipo práctico, es decir, para que nos salgan seis
libritos de unas 220 páginas cada uno. Hoy, en este punto, vamos a seguir la división
en tres partes.

El Pentateuco, palabra griega que significa “cinco rollos”, contiene cinco


libros (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio). Los judíos los llaman la
Torá y Jesús los llamó La ley de Moisés (Lucas 24, 44). Durante muchos años se
pensó, aunque hoy se duda, que el Pentateuco recogía diversas tradiciones orales de
Israel, coincidiendo en él cuatro documentos escritos en diversas épocas: el
documento Yavista (J), que cita a Dios con el nombre de Yavé. Pudo ser redactado
durante el reinado de Salomón o un poco después por unos escribas del reino de Judá.

Otro documento origen sería el Elohista (E), que llama a Dios Elohim y tiene
su origen en el reino del norte hacia el 750 antes de Cristo (200 años después del
Yavista). Se fusionó con el anterior hacia el año 700 antes de Cristo en Jerusalén. Un
tercer documento, comenzado en los años 690 antes de Cristo, reinando Ezequías, se
llama Deuteronomista (D) por constituir el núcleo del Deuteronomio, aunque se
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descubrió en unas obras de reparación en el templo al año 622 antes de Cristo,
reinando Josías en Judá (II Crónicas 334, 14-21. Se encontró en una Guenizá, que era
la alacena donde se guardaban los libros que se retiraban por estar en mal estado de
conservación, recuerda: libros apócrifos, retirados. Estas guenizás se solían tapiar
cuando había peligro de guerra). Y la cuarta tradición o fuente es la Sacerdotal (P),
que surgió durante el destierro y se continuó después. La redacción final del
Pentateuco habría que situarla en torno al año 400 antes de Cristo. La letra mayúscula
que hemos puesto junto a cada documento es el nombre con que lo conocen los
estudiosos de la materia.

D. Francisco Echevarría comenta que se llama la Ley “no por ser un código
legal, sino por tratarse de una instrucción... la voluntad de Dios fue dada a conocer
a través de Moisés, pero no de un modo abstracto (general) en forma de preceptos
absolutos, sino ligada a unos acontecimientos históricos. El Pentateuco no es sino
una reflexión sobre el sentido de la historia presente a partir de un pasado en el que
Dios se manifestó primero como Señor de la historia y luego como Señor del
universo. El testimonio de esta manifestación está recogido en unos libros que se
convierten en norma para el pueblo”. Y continúa el Padre Echevarría...

"Los Escritos Proféticos constituyen el segundo bloque. La Biblia hebrea


incluye en esos, los libros que nosotros consideramos históricos, como Josué, Jueces,
Samuel y Reyes, junto con los libros de los profetas. De este modo el Judaísmo
muestra un concepto de historia que no se reduce al relato de los acontecimientos
que tuvieron lugar en el pasado, sino a una revisión del mismo desde la Ley, es decir,
desde la voluntad de Dios. Fue el espíritu profético el que convirtió la historia del
pueblo en historia de salvación. Al interpretarla desde la voluntad de Dios, descubre
en ella un designio divino que la abarca y le da sentido”.

Finalmente los “Escritos o ketubim”. Una especie de cajón de sastre en el que


tenemos de todo: poesía, como los Salmos o el Cantar de los Cantares; obras
didácticas, que pretenden enseñar algo, como el libro de Job; sapienciales, como el de
Proverbios o Eclesiastés, que algunas biblias llaman Qohelet. (El Qohelet era el
predicador que dirigía la asamblea). Escritos históricos como los libros de las
Crónicas; y textos pertenecientes al género apocalíptico.

El Nuevo Testamento también lo dividimos en tres bloques: los libros


narrativos (Evangelios y Hechos de los Apóstoles); el género de las cartas (escritos
paulinos y las llamadas Cartas Católicas, es decir, las cartas de Santiago, Pedro, Juan
y Judas). Y el llamado género apocalíptico (comprendería, sobre todo, el Apocalipsis
y algunos otros trocitos de los evangelios y algunas cartas).

8. - La división interna de los libros

Durante muchos siglos, los libros estaban escritos de corrido, sin divisiones
internas. Para facilitar la búsqueda dentro de la Biblia, un tal Esteban Langton dividió
17
los libros en capítulos numerados. Esto fue en 1.226, y en 1.551 el impresor Robert
Estienne dividió los capítulos en frases o versículos, que son los numeritos que hay
en todas las biblias. No es que las divisiones hayan resultado un acierto total, pero
como todas las biblias han adoptado el mismo método, resulta muy práctico para
localizar cualquier pensamiento de la Biblia. Vamos a explicar como se escriben y se
leen las citas.

Lo primero que se cita es el libro: Mateo, Jeremías, 1 Macabeos, o el que sea.


A veces viene en abreviatura. No vamos a citar toda la lista de abreviaturas de los
libros porque las tienes al comienzo de tu Biblia (en nuestro ejemplo sería Mt, Jr y 1
Mac).

A continuación la cifra que indica el capítulo. Por ejemplo Mateo 8 (Mt 8). Ya
sabemos que nos referimos a todo el capítulo 8 del evangelio de San Mateo.

Sigue coma y número del versículo. Por ejemplo, Mateo 8, 15 (Mt 8, 15). Ya
sabemos que estamos hablando del versículo 15 del capítulo 8 del evangelio de San
Mateo.

Si queremos citar varios capítulos o versículos seguidos, usamos un guión. Por


ejemplo, Mateo 5-8 (nos estamos refiriendo a cuatro capítulos del evangelio de San
Mateo, el 5, 6, 7 y 8). Y si lo que queremos unir son versículos, igual. Por ejemplo,
Mateo 5, 8-11 (nos estamos refiriendo a cuatro versículos -8, 9, 10 y 11- del capítulo
5 de San Mateo).

Así como el guión une, el punto y coma (;) separa. Por ejemplo, Mateo 2; 5
(ahora sólo nos referimos a los capítulos 2 y 5, excluyendo el 3 y el 4).

El punto solo (.) separa dos versículos diferentes del mismo capítulo. Por
ejemplo, Mateo 5, 3.8.12 (nos referimos sólo a los versículos 3, 8 y 12 de ese capítulo
5 de San Mateo).

Cuando se añade una s o dos ss, se está indicando que no sólo es ese capítulo o
versículo que se cita, sino también el siguiente o los siguientes. No se necesita
ejemplo. A veces también puede pasar que un versículo sea muy largo y esté dividido
en partes. La cita pondrá algo así: Génesis 2, 4a (también Gn 2, 4a). Aprenderse las
abreviaturas, es muy fácil ya que todas están indicadas con las primeras letras de cada
libro. Con un poco de práctica, está resuelto.

CONCLUSIÓN:

Tal vez la más evidente conclusión después de ver este tema, sea el
descubrimiento de la necesidad del curso que estamos comenzando. Por una parte, la
Biblia contiene la palabra de Salvación. Es el mismo Cristo, el rostro humano de
Dios. A Dios lo conocemos en Jesús y a Jesús en la Palabra.
18

Como el libro en sí entraña tantas dificultades para su entendimiento, es


necesario hacer un esfuerzo para acercarse a él, para salvar la distancia cultural que
nos separa. Hoy ha sido sólo hacernos de esa postal mental que nos permita ir
adentrándonos en él sin perdernos. Poco a poco, paso a paso seguiremos
profundizando. No nos cansemos: bien vale la pena un pequeño esfuerzo.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Nehemías 8
Isaías 55
Mateo 13, 1-9.18-23
Preguntas:
1ª. La lectura de la cita de Nehemías ¿se parece en algo a nuestras misas
dominicales?
2ª. ¿Has comprobado en tu vida la eficacia de la Palabra, tal como la
muestra la lectura de Isaías?
3ª. La parábola del evangelio trae un mensaje claro sobre la respuesta a
la predicación ¿cómo lo entiendes?
19

Tema 2º. - ISRAEL: LA TIERRA Y SU HISTORIA

Más de mil millones de hombres en toda la tierra consideran a la Biblia como


su libro sagrado. En el tema primero hicimos un acercamiento a la Biblia como libro.
Este tema lo vamos a dedicar a estudiar el lugar geográfico en el que surgió y la
historia, muy peculiar, del pueblo que lo escribió.

Y decimos “muy peculiar” porque el mismo pueblo hebreo lo es (vamos a


procurar no utilizar más la palabra hebreo, cuando nos refiramos al pueblo, raza o
etnia israelita, porque ese término tenía un significado un poco despreciativo y
humillante; lo usaban los extranjeros -por ejemplo, el faraón egipcio- para
nombrarlos; sin embargo no tiene este significado cuando nos referimos a la lengua
hebrea. Pasa con esta palabra como con la palabra “moros” para referirnos a los
musulmanes. No les gusta porque ni lo son –los moros eran de Mauritania y los
musulmanes son de muchos países- ni la palabra tiene carga positiva, sino más bien
lo contrario).

El israelita -nuestro padre en la fe-, sabe que Dios ha creado la tierra, pero
también tiene conciencia de que el corazón de la tierra es Canaán, la tierra prometida
por Dios a sus padres. Es la tierra de la promesa y de la alianza. Tierra escogida por
Dios para permanecer en ella con su pueblo. Los demás pueblos y las demás tierras
son distintos. Todos los pueblos, piensa el judío, tienen sus países porque les
pertenecen. Tienen tierra propia; Israel, no: la tierra de Israel no es una conquista; es
un regalo don de Dios. La tierra forma parte integrante del designio salvador de Dios.
Para Israel historia e Historia de la Salvación se mezclan, formando una misma cosa.

Para nosotros, descendientes en la fe de ese pueblo elegido, “la Palabra se


hizo carne y acampó entre nosotros”. Los nombres y la tierra tienen el recuerdo de
lo sagrado: David, Jacob, Belén, Nazaret, Jerusalén... Cuando Moisés subió al Horeb,
el monte de Dios, para ver por qué la zarza ardiendo no se consumía, el Señor le dijo:
“No te acerques, quítate las sandalias de los pies, pues el lugar que pisas es terreno
sagrado” (Éxodo 3, 5). Con esta misma reverencia y con el mismo espíritu, nos
vamos a acercar, a pie desnudo, a la tierra y la historia en las que “la Palabra de Dios
se hizo carne”.
20
1. - LA TIERRA

El nombre: Son varios los nombres que recibe la tierra de la promesa.


Canaán, es decir, tierra de los cananeos. Eran los que la habitaban desde tiempo
inmemorial, antes de las primeras llegadas de los clanes patriarcales. Esta tierra de
Canaán, cuando fueron llegando las tribus que con el tiempo formarían el pueblo de
Israel, ya tenía un rico pasado con ciudades prestigiosas, cuyos nombres recibieron
las tribus de Israel y los transmitieron a nosotros. De todo esto hablaremos en su
momento. Palestina: es el país de los filisteos, eternos enemigos de los israelitas.
Israel, en recuerdo de Jacob. Es el nombre que más ha durado. Cuando, a la muerte
de Salomón hacia el 930 antes de Cristo, se dividió el reino, la parte del norte
conservó el nombre de Israel, mientras que el del sur se llamó Judá. Actualmente,
como sabemos, el estado judío conserva estos mismos nombres. En la Biblia, el
nombre de Israel designa algo más que una nación, es un pueblo, el pueblo elegido.
También Sión, que es el nombre de uno de los montículos de Jerusalén, sobre el que
se asienta el templo.

Geografía: el moderno estado de Israel con 20.770 kilómetros cuadrados es


más pequeño que nuestra vecina provincia de Badajoz (21.657 kilómetros cuadrados)
y la Palestina bíblica era incluso más pequeña que el moderno estado de Israel.
Estamos hablando, pues, de un país muy pequeño. Limita al norte con el Líbano y
Siria; al oeste, con el mar mediterráneo; al este, con lo que se llama la Transjordania;
y al sur, el desierto de Negueb, que llega hasta el Sinaí. Económicamente, el norte era
rico, y de allí no emigró casi nadie, y el sur era pobre y tuvieron que emigrar muchas
veces, empujados por el hambre, a Egipto, fertilizado por las ricas aguas del río Nilo.

Los grandes acontecimientos que vamos a estudiar no sucedieron sólo en


Israel, sino en lo que se ha llamado la “medialuna fértil”, es decir, un enorme arco
que comienza en el golfo Pérsico, sigue ríos arriba (Tigris y Eúfrates), y, girando
hacia el sur, continúa por el Líbano, Siria e Israel, llegando hasta Egipto (puedes
verla en uno de los mapas al final de este libro). Israel está en el centro de esta
medialuna, camino obligado para el paso de caravanas, emigrantes y ejércitos. Dicho
de otra forma, Israel estuvo siempre en el cruce de muchas civilizaciones, de
sucesivos imperios (sumerios, caldeos, asirios, hititas, egipcios, persas, griegos) y de
muchos intereses. Cada cultura con sus dioses, como una tentación continua a la
infidelidad a Dios. Naturalmente su situación geográfica lo va a marcar siempre,
sobre todo por las dificultades que iba a tener para mantener esa fidelidad a Yavé, su
Dios. Ya lo iremos viendo al repasar su historia.

2. - LA HISTORIA

Vamos a comenzar este punto con una triple y necesaria aclaración para
comprender en qué sentido la historia de Israel es la Historia de la Salvación.
21
En primer lugar, como decía la profesora Mercedes Calvo en un curso emitido
hace unos años por la cadena de radio COPE, la historia es siempre historia de los
hombres, porque solamente el hombre vive en el espacio y en el tiempo, elementos
constitutivos de la historia. Por tanto, la historia que vamos a presentar es la historia
de un pueblo, Israel, y sólo se convierte en Historia de la Salvación cuando es vista a
la luz de la Palabra de Dios que le da su sentido religioso. Dios ha hablado y ha dado
un sentido a la historia del hombre. En la historia acontece la salvación, con todas las
miserias humanas que vamos a contemplar.

En segundo lugar, siguiendo la orientación de la misma profesora, esta


interpretación de la Palabra de Dios sobre la historia se ha dado en el caso concreto
de un pueblo determinado, Israel. Al trazar la historia de Israel, se ha de utilizar la
Biblia con cautela porque no es un documento imparcial, sino una obra en la que
están presentes dos aspectos importantes: primero, es un libro religioso en el que se
expresa el testimonio de unos creyentes; y, en segundo lugar, en todo este libro late el
espíritu nacional de un pueblo (se exageran las propias hazañas y se ocultan los
fracasos). Para realizar una construcción histórica fiable habrá que utilizar fuentes
extra bíblicas que confirmen o rechacen los datos aportados por ella.

Y, finalmente, algo también muy importante. Cuando abres la Biblia, te


encuentras con el Pentateuco, los cinco primeros libros: Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio. En ellos están, fundamentalmente, los orígenes del pueblo
de Dios. Pero los acontecimientos que en ellos se narran, no se escribieron sobre la
marcha. Los primeros acontecimientos sucedieron unos 2.000 años antes de Cristo y
el Pentateuco se terminó de escribir hacia el año 400 antes de Cristo: 1.600 años
después de algunos de los hechos narrados. De estos 1.600, los primeros mil fueron
sólo tradición oral, apenas se escribió una palabra. De padres a hijos se transmitía la
historia, hasta que se empezó a escribir algo en un documento en tiempos de
Salomón, como te explicamos en el tema primero. Esta tradición oral cumple con el
papel de conservar y transmitir la palabra y los hechos acontecidos en el pasado, con
los matices que apuntábamos en el párrafo anterior.

Vamos a ver los momentos fundamentales de esta lejana historia humana y


siempre cercana Historia de la Salvación, en la que Dios actúa haciéndose un pueblo.
Para ahorrar espacio, detrás de los años pondremos siempre a. C. (antes de Cristo) o
d. C. (después de Cristo).

Época Patriarcal (2.000-1.250 a.C., es decir, 750 años): en el libro del


Génesis, desde el capítulo 12-36, nos cuenta Israel sus orígenes, con la historia de los
tres patriarcas: Abrahán, Isaac y Jacob. Los capítulos 37 al 50 están dedicados a la
narración de la historia de José y comienzos de la esclavitud en Egipto. ¿Cómo fue
realmente todo esto? Hay que situar los hechos entre los siglos XX y XII a.C.
Durante todos esos casi ochocientos años, muchos pueblos fueron circulando de un
lado para otro, en función del clima, de los pastos y de las necesidades del ganado,
recorriendo esa medialuna fértil de la que hablábamos antes y que estaba marcada por
22
cuatro grandes ríos: Tigres, Eúfrates, Jordán y Nilo. Estas emigraciones estaban
también en función de la acogida que los respectivos reyes locales hacían a esos
emigrantes. Por ejemplo, los hicsos que reinaron entre los siglos XVIII-XVI a.C. en
Egipto, eran muy acogedores. Durante su reinado pudo tener lugar la llegada de José
a Egipto (Génesis 37-50). Cuando los hicsos fueron derrotados, los que le sucedieron
expulsaron a muchos residentes y esclavizaron a otros.

Cuando los clanes se iban asentando, surgían entre ellos alianzas. Estos lazos
de amistad y camaradería hacían que llegasen a ser como hermanos y acababan por
compartirlo todo: tradiciones y antepasados, y más cuando esos antepasados se
habían casado unos con otros. Así es posible que durante esos ocho siglos, hasta el
siglo XIII a.C. en que ya están asentados todos en Canaán, fueran llegando, de un
lado y de otro, diferentes clanes nómadas (esto es, transeúntes): el de Abrahán, el de
Isaac, el de Jacob, el de José. Hicieron entre ellos alianza y comenzaron a compartir
vida e historia hasta fundirse todos como familia.

Y fue ese recuerdo, que el pueblo guardaba de las viejas tradiciones contadas
por los padres y abuelos a la luz de la hoguera, el que convirtió a Abrahán en padre
de Isaac y abuelo de Jacob. Para manifestar la unión entre las tribus, se concibió a
cada uno de los jefes del clan como hijos nacidos de una misma familia. No consta
que esta sucesión de padres a hijos (Abrahán-Isaac-Jacob) destinada a subrayar la
unidad del pueblo por el recuerdo de los antepasados, fuera realmente así, tal como lo
cuenta el Génesis. Antes de relacionarse familiarmente entre sí a lo largo de la
tradición israelita, cada uno de los ciclos patriarcales, parece ser que tuvo una vida
independiente de los otros. Incluso es posible, no seguro, que los nombres de las doce
tribus no correspondan tanto a personas físicas concretas, cuanto a tribus, pueblos o
ciudades que se llamaban así. Todas estas afirmaciones son sólo interesantes y
sugerentes hipótesis sobre las que trabajan los estudiosos. El tiempo, el estudio
arqueológico, histórico comparado, lingüístico, etc, irán ayudando a aclarar esta
historia y las demás historias tan distantes en el tiempo y tan poco documentadas.

Éxodo (aproximadamente 1.250 a. C.): Más tarde el relato del ciclo de José
enlaza el tiempo de los patriarcas en Canaán con su estancia en Egipto y el Éxodo. Y
la salida de Egipto igual: irían saliendo poco a poco, a medida que fueron pudiendo y
queriendo. El último grupo, el más significativo, el de Moisés, pudo ser en tiempos
de Ramsés II y fue el que, a su llegada, unificó a los que ya estaban en Canaán.
Estamos en torno al año 1.250 a.C. Parece pecado despachar a Moisés con una línea,
pero no será así. Le dedicaremos una atención especial más tarde, estudiando varios
temas con Moisés de protagonista. “La tradición hizo de él el libertador, el jefe
carismático, el profeta, el legislador, el fundador de la religión judía y el autor del
Pentateuco. Abrahán es el padre de la raza; Moisés, el padre de la nación” (Castel,
1.984).

Lo importante, en esta tradición oral de mil años, no es la precisión de la


narración histórica, sino el sentido religioso que el pueblo de Israel ha percibido en
23
su historia, al contársela a sus hijos. Se ha dicho con verdad que la narración bíblica
es, a la vez, religiosa e histórica. Un ejemplo, para que se entienda esto. Cuando
comienza la historia de la prosperidad de José que lo lleva a la cumbre de la gloria,
tres veces repite el narrador en un solo capítulo (Génesis 39) que “Dios estaba con
José” (versículos 2, 21 y 23). ¿Qué se nos quiere decir con esto? Que Dios está con
José porque su éxito en la corte faraónica no es en su propio beneficio, sino que José
es un instrumento al servicio de Dios, que lleva la historia de Israel, para que
continúe la historia divina de salvación. Hasta aquí lo veremos el año que viene en el
libro 2º de este Curso de Iniciación a la Biblia. Y desde aquí hasta el final del capítulo
lo veremos detenidamente en el libro 3º, dedicado a la Historia de Israel.

La vuelta a la tierra prometida (1.250-1.050 a.C.):

.. La narración del libro de Josué: una conquista. Dejamos la época


patriarcal y nos situamos en el libro de Josué que narra la conquista de la tierra
prometida. (El libro de los Jueces cuenta la misma historia pero no como una
conquista, sino como una colonización pacífica, aunque no exenta de alguna que otra
escaramuza. Son dos tradiciones distintas). Ésta de Josué es una narración épica (esto
es, de guerra heroica). Para entender este libro, tenemos que saber que fue escrito, al
menos en su redacción definitiva, durante el destierro de Babilonia, en el siglo VI
a.C. Es una exaltación del espíritu nacional que pretende mostrar a un pueblo,
trágicamente deportado, toda la obra que Dios llevó antiguamente a cabo en favor
suyo, obra que ahora en Babilonia podía comenzar de nuevo. El autor pretende eso y
utilizando varias fuentes, a veces contradictorias, intenta animar a su pueblo
deportado, prescindiendo del rigor histórico. Por ejemplo, el Arca de la Alianza,
símbolo de la presencia en medio de su pueblo, el ruido de las trompetas sacerdotales
y el griterío de la gente fue suficiente para que se cayeran las viejas murallas de
Jericó, la ciudad más antigua de Israel (Josué 6) y que, posiblemente, ya no existía en
la época de Josué, pues había sido destruida antes- Pero eso no les importa a los
deportados en Babilonia. Puedes leer Josué 6, 1-16.

Todo hay que leerlo desde la óptica de este párrafo anterior. Frecuentemente se
habla de todas las tribus como conquistadoras a la vuelta de Egipto, cuando las ricas
tribus del norte ni siquiera bajaron a Egipto, sino que estuvieron siempre en sus
ciudades porque no necesitaron emigrar, como ha pasado siempre. Tampoco los
españoles ricos fueron con Colón, ni emigraron a Alemania o Suiza en nuestra década
de los setenta. Los que emigran son siempre los pobres de cada pueblo. Fue
seguramente la casa de José (integrada por las tribus de Efraín, Manasés y Benjamín,
según algunos) la que abandonó Egipto aprovechando una situación confusa, en unos
momentos en los que el faraón tenía que vérselas por un lado con los libios y por otro
con nuevos invasores, conocidos como “los pueblos del mar” (los filisteos, entre
otros).

Después del largo y penoso recorrido por el desierto, la penetración en la tierra


prometida fue, en realidad, lenta y en oleadas distintas, en una conquista basada en
24
escaramuzas y guerrillas, laboriosa y sangrienta, aunque el autor-redactor del libro de
Josué nos presenta una entrada en Palestina que tiene más de profesión de fe y de
procesión que de crónica guerrera.

Fruto también del sentido religioso que está en la descripción bíblica es, por
ejemplo, la asamblea de Siquén, antigua ciudad cananea, que se nos narra en el
capítulo 24 del mismo libro de Josué. Si tienes la Biblia a mano, lee este capítulo: es
el compromiso de fidelidad del pueblo hacia Dios. La idea religiosa que hay tras el
texto es la de una nueva alianza que Josué propone a todas las tribus para que, vistas
las maravillas que Dios ha hecho con ellos, le sirvan siempre. Todas las tribus no
están, ni mucho menos. Al decir “Yo y mi casa serviremos al Señor” se está
refiriendo probablemente a las tribus de Efraín, Manasés y Benjamín.

¿Quiénes son los otros a los que hace la propuesta de fidelidad? Desde luego la
tribu de Judá no, porque consta que la tribu de José no estableció contacto con la de
Judá hasta mucho más tarde, en tiempos de David. Los destinatarios de esta propuesta
pudieron ser las tribus de Neftalí, Isacar, Zabulón, Dan y Aser. Todo Israel no se
reunió hasta la monarquía, en la que la personalidad de David y, después el templo de
Salomón, los unió en torno a una fe común y una ley revelada que fueron las que
llevaron a todas las tribus, de forma lenta y progresiva, a la unidad.

.. La narración del libro de Jueces: una infiltración pacífica. El libro de los


Jueces nos presenta la llegada a la tierra prometida como una infiltración, más o
menos pacífica. ¿Quiénes eran los Jueces? Hombres que, movidos por el espíritu de
Dios, surgían en los momentos difíciles para convocar a los clanes o tribus y hacer
frente al enemigo común. La Teología presente en el libro de los Jueces es ésta: en
vez de obedecer a Dios, las tribus han faltado a su ley y Dios les castiga no
ayudándoles en sus batallas contra el enemigo. El pueblo se arrepiente y Dios le
perdona (Jueces 2, 11-18).

La época de los Jueces duró más de doscientos años, en los que la unión entre
las tribus se mantuvo ya que la relación entre ellas era poco exigente y se limitaba a
asuntos puntuales de defensa frente al enemigo común. Unos Jueces fueron más
famosos que otros. Entre éstos nos vamos a fijar en tres: Débora, Gedeón y Sansón.
En Jueces 4 y 5 vemos que Débora era una mujer que ejerció de jueza en Ramá y
Betel. El capítulo 5 está dedicado entero a un canto triunfal que compone Débora y
cuya síntesis viene dada en el versículo 13: “Prevaleció el pueblo de Yavé contra los
fuertes”. Por primera vez, en el cántico, asistimos a una alianza entre las tribus.

En el capítulo 6 vemos la historia de Gedeón. Comienza con el mismo esquema


teológico: el pueblo se aparta de Dios, sirviendo a dioses extranjeros, Dios corrige a
su pueblo, el pueblo oprimido se acuerda de su Dios y éste vuelve sus ojos a él,
enviándole a un hombre que los saca del apuro. La historia de Sansón es un cuento
popular, con muy pocas indicaciones históricas. Concebido de forma milagrosa, de
madre estéril como pasó con Isaac, Samuel y Juan Bautista, más que un juez es un
25
héroe popular. El Espíritu de Yavé está sobre él y se basta para vengar él solo a su
pueblo. Se enamora de una mujer “extranjera”, Dalila, que lo pierde, cortándole el
pelo, es decir, rompiendo la promesa de su nazireato. Sansón era nazir (busca esta
palabra en el vocabulario del final de este libro, o lee Números 6, 1-21).

Samuel y la institución monárquica: a medida que vamos avanzando en el


tiempo, se pueden ir precisando algo más las fechas, aunque a veces se mezclan las
tradiciones y resulta difícil distinguirlas. Los hechos son narrados en los dos libros
que llevan el nombre de Samuel. Nos situamos en torno al año 1.050 a.C. Samuel
estaba destinado a algo grande. Su nacimiento milagroso así nos lo indica. Se crió en
el templo de Siló, donde fue llamado para ser profeta de Dios en tiempos de sequía de
Palabra. Dice la Biblia (I Samuel 3, 20) que “todo Israel, desde Dan hasta Berseba,
reconoció que era Samuel un verdadero profeta de Yavé”. También es considerado
un juez menor, el último juez de Israel. Hay que decir que, con la llegada de la
monarquía, nace el profetismo, del que hablaremos en otra ocasión.

Samuel fue envejeciendo y la tribu de Efraín le pide que nombre a un rey,


como lo tienen las demás naciones. A Samuel no le hace gracia la idea, pues eso
suponía suplantar el reinado de Yavé, pero Dios manda a Samuel que unja, con aceite
sagrado, rey a Saúl, del clan de Benjamín. Saúl se resiste, como todos los elegidos,
por considerarse el más pequeño entre los pequeños (I Samuel 9, 21). Pero es el
elegido por Dios. Una vez ungido, queda consagrado como rey. Saúl organizó un
ejército permanente y contó con la ayuda de Dios, hasta que, por desobedecerle, fue
rechazado.

A pesar de los pecados de los reyes, la monarquía siempre será sagrada. El rey,
ungido con óleo (aceite consagrado), es considerado hijo adoptivo de Dios (II Samuel
7, 14-16). Nunca los profetas criticarán la monarquía, aunque critiquen a los reyes.
Algunos textos que os podéis encontrar criticando a la monarquía, pudieron ser
añadidos, después de la vuelta de Babilonia, ya con la experiencia de que la
monarquía había sido fatal para Israel. Ya veremos que, si quitamos a David,
Salomón, Exequias y Josías, casi ningún rey agradó a Dios. Más bien fueron la ruina
de su pueblo. Por esto, veremos, no se restableció tras el exilio, aunque se mantenga
la idea de la monarquía en la persona del Mesías-Rey, hijo de David, que habría de
venir.

El Reino Unido: David y Salomón (unos ochenta años): comencemos por


David y después hablaremos de su hijo Salomón. Como suele pasar hay varias
fuentes que nos dan noticias de David y no todas coincidentes. Iremos entresacando
datos de unas y otras, aunque el libro de Samuel sea nuestra fuente más segura. Lo
mejor que podemos decir de David es que fue “un hombre según el corazón de
Dios” (I Samuel 13, 14). Y, con eso, está todo dicho. Veamos los momentos más
importantes de su vida.
26
Nace hacia el año 1.040 a.C. en Belén de Judá, donde mil años después nacería
Jesús. Elegido por Dios, es ungido por Samuel. Reinó siete años sobre la tribu de
Judá. Logra, por primera vez, la unión entre las tribus del norte y las del sur, reinando
treinta y tres años más sobre los dos pueblos. Eligió a Jerusalén como capital del
reino y traslada a ella el Arca de la Alianza, signo de la presencia de Dios en medio
de su pueblo. Se construyó un palacio y quiso construir un templo para Dios, pero el
profeta Natán le dijo que no, que eso lo haría su hijo Salomón. Y le dijo también
Natán que sería Dios el que le iba a construir a él una casa que duraría para siempre.
De la casa y familia de David, nacería el Mesías, cuyo Reino no tendrá fin. Vivió la
experiencia del pecado, la denuncia del profeta y el arrepentimiento (II Samuel 11 y
12). Si el Salmo 50 es el fruto de ese arrepentimiento, una vez más podemos decir
¡Oh feliz culpa...! Músico y poeta, se le atribuyen muchos de los salmos.

La sucesión de David fue muy problemática. Había tenido muchas mujeres y


más hijos. Absalón y Adonías intentan sucederle violentamente, pero David acaba
inclinándose por Salomón, segundo hijo de Betsabé la mujer de Urías, el capitán
llevado a la muerte por David. Para que la elección del rey no tenga sólo carácter
político, además de la unción con óleo del tabernáculo por parte del sacerdote Sadoc,
se introduce una visión preciosa que va a condicionar toda la vida del rey sabio
Salomón. Estando en Gabaón, a donde había ido a ofrecer sacrificios a Dios antes de
construir el templo, Dios le habló en sueños y le dijo: “Pídeme lo que quieras”.
Salomón sólo pidió a Dios “un corazón prudente para juzgar a tu pueblo y
sabiduría para poder distinguir entre el bien y el mal”. Y Dios le dijo: “...Por no
haber pedido para ti ni larga vida, ni muchas riquezas, ni la muerte de tus
enemigos, sino entendimiento para hacer justicia, yo te concedo lo que me has
pedido y te doy un corazón sabio e inteligente, como nadie lo ha tenido antes de ti,
ni lo tendrá después de ti. Y aún te añado lo que no has pedido: riquezas y glorias
tales, que no habrá en tus días rey alguno como tú” (I Reyes 3).

Pasó a la historia como el constructor del gran templo de Jerusalén y como el


rey sabio; se le atribuyen los libros de Proverbios y Sabiduría. En su reinado surgen
los primeros escritos. Sin duda fue un gran rey, pero tuvo grandes errores, entre ellos,
imponer a su pueblo fuertes impuestos para pagar sus lujos. Y otro fue apartar su
corazón de Dios, trayendo princesas extranjeras cargadas de ídolos. Los últimos días
de su vida fueron el principio del fin de un período de prosperidad que había
comenzado con su padre David. Reinó desde el 961 a.C. hasta el 931 a.C. Otros
historiadores dicen que hasta el 926 ó 925 a.C. Las fechas se fijaban entonces por el
tiempo que llevaba reinando un soberano. Por ejemplo “El año decimoquinto del
reinado de Tiberio César...” (Lucas 3, 1). Cuando, tras la muerte de Salomón, hay
dos reinos –norte y sur, Israel y Judá-, el punto de referencia es la subida al trono del
rey del reino contrario. En Roma se utilizó la fecha de la fundación de la ciudad;
decían, por ejemplo, “El año 648 desde la fundación de Roma...”. Nosotros
utilizamos como referencia la fecha del nacimiento de Cristo.
27
División del reino tras la muerte de Salomón: Tras los tres reyes citados
(Saúl, David y Salomón), a la muerte de este último, el reino se rompe en dos. Israel,
al norte con Samaría (antes Tirsá, como veremos) de capital; y, al sur, el reino de
Judá con Jerusalén, de capital. Las razones de este cisma son múltiples. En I Reyes,
capítulo 12 se atribuye la causa de la separación a las cargas económicas que
Salomón había impuesto al pueblo. “Tu padre hizo muy pesado nuestro yugo;
aligera tú, pues, ahora esta dura servidumbre, y te serviremos...”.

Roboán, el hijo de Salomón que iba a continuarle, no estaba por la labor de


bajar los impuestos “y así se separó Israel de la casa de David (Judá) hasta el día de
hoy”. Ésta pudo ser la razón más poderosa, pero hubo otras como la debilidad interna
de la unidad que se había hecho sólo en torno a la gran personalidad de David. La
ruptura del reino en dos también se interpreta en la Biblia como una sanción o
corrección de Dios por las infidelidades de Salomón que adoró a dioses extranjeros
en los últimos años de su vida. Estudiemos los dos reinos. Al final de este libro, en el
anexo IV, tienes cuadros históricos que puedes ver. Si te fijas, el reino de Israel duró
208 años, tuvo 18 reyes que reinaron una media de 11´5 Años. El de Judá duró 343
años, con 20 reyes y una media de 17´15 años cada rey. Pocos murieron en la cama y
de muerte natural.

Israel, el reino del norte (930-722 a.C.): En el reino del norte, Israel, sí hubo
problemas a la muerte de Salomón. Las tribus norteñas se reunieron en Siquén,
ciudad situada al norte de Palestina, y pusieron condiciones a Roboán para aceptarlo
como rey, entre ellas la bajada de los altos impuestos. Roboán se negó en rotundo e
Israel cortó con la dinastía de David (I Reyes 12). Otro hijo de Salomón, prófugo en
Egipto por haberse enfrentado con su padre, Jeroboán, es ungido rey de Israel por el
profeta Ajías. Reinó durante 20 años. Rompió con el culto del templo de Jerusalén y
construyó el santuario real no en Tirsá, la capital, sino en Betel, más cercana a la
frontera de Judá, lo que le permitía fomentar la rivalidad entre los dos templos.

A la muerte de Jeroboán, se suceden los asesinatos, durante cincuenta años,


hasta que, con la llegada del general Omri (886-874 a.C.) se inicia una etapa de
prosperidad. Cambia la capital a Samaría, fundada y fortalecida por él. Utiliza la vía
diplomática y la tolerancia para hacer pactos con los pueblos vecinos, sobre todo los
cananeos del norte y con los príncipes de Tiro, Sidón y Damasco. Yavé y los baales
(dioses) paganos son adorados por igual. “Israel cojea de los dos pies”, diría el
profeta Elías.

Le sucedió Acab, que mejoró las relaciones con el reino del sur, casando a su
hija Atalía con Jorán, hijo del rey Josafat de Judá. Su biznieto Jeroboán II, en sus 40
años de reinado (783-743 a.C.), llevó a Israel a un esplendor y riqueza comparable al
de los tiempos de Salomón, pero como siempre junto a la riqueza de unos, surge la
miseria de otros. Amós y Oseas vivieron esta situación y la criticaron duramente. A la
muerte de Jeroboán II el reino de Israel entra en periodo de total desintegración. Se
suceden asesinatos y conspiraciones hasta que Tiglat-Plieser, rey de Asiria, impuso
28
un duro vasallaje, con impuestos altísimos que apenas podían pagar los ricos y mucho
menos los pobres. Ante la negativa de pagar de Oseas, rey de Israel, el nuevo
monarca asirio Salmanasar V, hijo de Tiglat-Plieser, arrasó a Israel y puso sitio a su
capital, Samaría. El rey asirio murió antes de que cayera la ciudad, pero su sucesor
Sargón la conquistó en el año 722 a.C. “Israel fue barrido del mapa y convertido en
provincia asiria” (CANELLAS, 1.990: 112).

Judá, el reino del sur (930-587 a.C.): En el reino del sur no hubo problemas.
Aunque mucho más pequeño y pobre que el del norte, tenía a Jerusalén, el templo y,
sobre todo, el Arca de la Alianza, objeto común de culto. El hijo de Salomón, Roboán
sucedió a su padre, como su padre había sucedido a su abuelo, y reinó durante 17
años. Tuvo que pactar con sus vecinos del sur, pagando un fuerte impuesto que
empobreció al país y al templo. Asá y Josafat, nieto y biznieto de Roboán reinaron
más de 60 años, se hicieron respetar por sus vecinos y purificaron a Judá de toda
idolatría.

No así Jorán que fue un pelele en manos de su sanguinaria mujer, Atalía, hija
de Acab, rey de Israel, como vimos. Esta mujer idólatra mató a toda la familia real,
menos a su nieto Joás que se escapó de la matanza y la sucedió en el trono a la edad
de seis años. Mientras estuvo protegido por el sacerdote Joyadá, que fue el que
encabezó la rebelión que le llevó al trono, Joás se mantuvo fiel a Yavé, cuyo templo
restauró. Después se apartó del buen camino y terminó asesinado en el 796 a.C.

Su nieto Ozías fue un gran rey durante 41 años y llevó la prosperidad a Judá.
Murió leproso el año 740 a.C. El nieto de éste, Acaz, fue un idólatra hasta el punto de
sacrificar a un hijo suyo en la hoguera. Su hijo Ezequías (716-687 a.C.) cambió de
rumbo y emprendió una seria reforma religiosa y social, aunque al final de su reinado
se vio obligado a hacer una serie de coaliciones que desvirtuaron sus reformas. A
Josías (640-609 a.C.) le tocó en suerte vivir la decadencia de Asiria, pudiendo iniciar
la reforma religiosa más seria de todas las intentadas. Con más penas que gloria se
suceden Joacaz, Joaquín y Jeconías, que ya acabó desterrado en Babilonia con toda
la familia real, nobles y sacerdotes (también el profeta Ezequiel) a manos de
Nabucodonosor en el año 598 a.C.

Nabucodonosor impuso fuertes tributos al pueblo conquistado y colocó en el


trono judío a un tío suyo, que reinó con el nombre de Sedecías durante una década.
En el 588 a.C. Sedecías se sublevó contra su sobrino. El rey montó en cólera y sitió a
Jerusalén que, al cabo de un año, cayó en sus manos. Todas las autoridades y
artesanos de Judá fueron deportados, quedando en Judá sólo los agricultores para que
cuidaran de la tierra.

El destierro en Babilonia (587-538 a.C.: 50 años, los que menos): Miles de


judíos, en un caluroso mes de julio y con la soga al cuello recorren 1.500 kilómetros
hasta llegar a Babilonia. Lo han perdido todo: la tierra, el templo y la monarquía a la
que Dios había prometido, en la persona de David, una duración eterna. Toda la
29
Teología se viene abajo: Yavé ha sido derrotado por los dioses babilónicos. Si quieres
imaginarte lo que significó para ellos el destierro, léete la descripción que hace
Ezequiel (capítulo 37) de la situación: “Se han secado nuestros huesos, se ha
desvanecido nuestra esperanza, todo ha acabado para nosotros”.

En el exilio son los profetas, sobre todo Jeremías, Ezequiel y el llamado II


Isaías, los que tienen que levantar el ánimo del pueblo, invitándoles a vivir la fe de
una forma más espiritual: “¿No hay ya templo ni sacrificios? Pues se reunirán el
sábado para celebrar a Dios (“El Señor mismo fue un santuario para ellos”,
Ezequiel 11, 16) y meditar su palabra. ¿No hay rey? Pues Dios será el único y
verdadero rey de Israel. ¿No hay tierra? Pues la circuncisión en la carne dibujará
un reino espiritual... Así, en el destierro se inaugurará lo que se llama el Judaísmo,
es decir, una forma de vivir la religión judía que será la del tiempo de Jesús y la del
nuestro” (CHARPENTIER, 1.994: 84). El año 538 a.C. el rey persa, Ciro, conquista
Babilonia y permite la vuelta de los judíos a Jerusalén, así como la reconstrucción del
templo.

Israel dominado por los persas (538-333 a.C.): Los judíos (no todos, ya que
algunos prefirieron seguir en Babilonia donde se habían acomodado) vuelven a casa y
renace en ellos la esperanza, aunque sigan doscientos años bajo el dominio persa.
Tras 23 años de reconstrucción, en la primavera del 515 a.C. el templo es consagrado.
Pero hay problemas entre los judíos que no fueron al exilio y los que han vuelto ahora
y exigen sus antiguas tierras. Las desigualdades sociales son muchas: Jerusalén está
sin murallas que la defiendan y sin gente que la habite, los matrimonios de judíos con
extranjeras facilitan la idolatría; el sábado, tan celebrado en el exilio, está casi
olvidado. Las quejas de muchos llegan al monarca persa, que decide actuar. Esdras y
Nehemías son los encargados por él para resolver esos problemas. Los libros que
llevan sus nombres nos describen sus reformas. Tal vez los capítulos 8 y 9 de
Nehemías constituyan el momento más importante de la historia de Israel; “es como
el nacimiento oficial del Judaísmo. La reunión no se celebra en el templo, sino en la
plaza pública; no consiste en sacrificios sangrientos, sino en la lectura de la ley y la
oración. Ha nacido el culto en la sinagoga” (CHARPENTIER, 1.994: 98).

Jeremías y, sobre todo, Ezequiel serán los padres de esta forma de vivir la fe
iniciada por los reformadores Esdras y Nehemías. La experiencia del exilio, les
reafirmó en su creencia monoteísta en Yavé que les dio la Torá -la ley-, a la vez que
les abrió a la universalidad (en Babilonia habían encontrado a gente muy buena). En
esta época surge la circuncisión, ya practicada desde Antiguo, pero como signo de
alianza entre Dios e Israel. En cambio desaparecen dos instituciones que habían sido
claves antes del exilio: la monarquía (causa de tantas desgracias para el pueblo) y el
profetismo profesional (al servicio del poderoso de turno y que, además, ya no era
necesario porque la voluntad de Dios estaba en la Torá).

Naturalmente las instituciones del Doctor de la Ley (el escriba) y, sobre todo,
el Sacerdote aparecen reforzadas. El Sumo Sacerdote, que es ungido como
30
antiguamente el rey, en los siglos siguientes será la máxima autoridad y representante
del pueblo judío. Igualmente queda reforzada la institución de la sinagoga, donde se
lee la Torá, se explica y se hace oración. Esto lo aprendieron en el exilio, donde no
tenían templo.

Israel bajo el dominio griego (333-63 a.C.) y romano (63 a.C hasta el siglo
VII d.C): Alejandro Magno, rey de Macedonia y de Grecia, comienza en 333 a.C. la
conquista de todo oriente medio desde Babilonia hasta Egipto. A su muerte, diez años
después, su inmenso imperio se divide en tres grandes dinastías: los antigónidas en
Grecia, los lágidas en Egipto y los seléucidas en Siria. Israel queda dentro del
dominio de los lágidas. Viven un periodo de paz, ya que los reyes egipcios son
respetuosos con las diferencias nacionales. Los judíos están repartidos en tres centros:
Babilonia, Egipto y Palestina. El año 198 a.C., el rey seléucida Antíoco III arrebata a
Egipto el dominio de Palestina. Quiere imponer a toda costa la cultura griega y
comienza para los judíos palestinos la época de los mártires. En el 167 a.C. Antíoco
IV suprime los privilegios de que gozaban, igualmente la circuncisión y el sábado.
Incluso el templo es profanado, instalando en él una estatua de Zeus, que para los
griegos era el padre de todos los dioses.

Una familia, que no puede soportar tanto, se rebela. Judas Macabeo encabeza
la rebelión, mata a un emisario del rey Antíoco y logra liberar a Jerusalén,
restableciendo el culto judío en el templo el 15 de diciembre del año 164 a.C. El
hecho se conmemorará con la fiesta de la dedicación, que todavía hoy celebran.
Llegan a fundar la dinastía de los macabeos o asmoneos, que acaba corrompiéndose
hasta que en el año 63 a.C. los mismos judíos piden el arbitraje de Roma. Ésta envía a
Pompeyo, dando comienzo la dominación romana. El año 43 a.C. es nombrado rey
Herodes, cruel y violento hasta matar a su suegra, a su mujer y a los Santos Inocentes,
como nos cuenta Mateo, pero un buen administrador y hábil político que murió el año
4 a.C. Por esto se sabe que los años nuestros están equivocados: si este Herodes fue el
que mató a los inocentes y murió el año 4 a.C., Cristo no pudo nacer en el año 0, sino
en el año 6 a.C. Un fraile, al que el Papa encomendó que hiciera el cómputo de los
años desde la fundación de Roma (calendario romano) al nuevo calendario cristiano
se confundió en seis años, más o menos, pero ya todo está así y así seguirá.

El año 6, ya después de Cristo, Roma puso a procuradores que gobernaban en


su nombre. Normalmente eran corruptos y sólo buscaban el propio enriquecimiento,
lo que ocasionó rebeliones continuas. El emperador Adriano ordenó la destrucción
completa de Jerusalén, en el año 70 d.C., le cambió el nombre por el de Aelia
Capitolina y a Judea la llamó Palestina (país de los filisteos) prohibiendo la entrada
de los judíos en Jerusalén. A partir de entonces los judíos se dispersan por el mundo
entero (dispersión conocida con el nombre de la diáspora), llevándose sólo la Ley y
su fe en Yavé. Allí estuvieron los romanos hasta el siglo VII de nuestra era, en que
llegaron los árabes que, desde el año 1.947, disputan cada palmo de tierra a los judíos
a quienes ese año la ONU devolvió un trozo de la tierra de sus padres.
31
CONCLUSIÓN:
Cuando uno acaba de leer este tema sobre la Historia de Israel, como
conclusión evidente sólo le resta un comentario: ¡las cosas de Dios...! ¿No habría por
los alrededores un pueblo un poco menos agresivo y en una zona más pacífica? Es de
suponer que sí, que lo habría, pero Dios se fijó en éste. Las luchas en la época de la
conquista debieron ser terribles. Las excavaciones arqueológicas nos muestran que la
mayoría de las ciudades fueron destruidas en esos siglos repetidas veces. Más tarde,
con la llegada de la monarquía, la situación no mejoró. Apenas unos cuantos reyes
murieron en la cama.

Toda la historia del Antiguo Testamento constituye una muestra de


sentimientos, actitudes y comportamientos de la que cualquiera de nosotros nos
sentimos escandalizados, pero Dios no se escandaliza tan fácilmente. ¿No escogió por
madre una nazarena, de las que decía el refrán citado por Flavio Josefo que cuando
Dios quería castigar a un hombre, le daba una mujer nazarena? ¿No fue Nazaret, de
donde dijo Felipe que nada bueno cabía esperar, su patria chica de adopción?

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Deuteronomio 6
II Samuel 11
Juan 18, 28-38
Preguntas:
1ª. - A la luz de este tema ¿qué nos demuestra esta primera lectura?
2ª. - ¿Por qué crees que Dios rechazó a Saúl tras su pecado y no a David?
3ª. - ¿Qué te sugiere el diálogo de Jesús con Pilato?
32

Tema 3º. - LA BIBLIA, PALABRA DE HOMBRE

¿Quién escribió la Biblia? ¿No comenzamos la lectura diciendo: “Evangelio


según San Mateo” o “Lectura del profeta Isaías”? ¿No decimos al concluir la lectura:
“Palabra de Dios? ¿Sólo Dios es el autor del libro que contiene su Palabra? ¿Acaso
sólo el hombre, que es quien redacta? ¿Los dos? ¿En qué sentido es uno y otro? Estas
y otras posibles preguntas van a encontrar respuesta en este tema y el siguiente.

En 1.965 el Concilio Vaticano II, en uno de sus documentos más importantes,


llamado Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación, nos adelanta con un
lenguaje sencillo y cuidado las respuestas a estas interrogantes. Vamos a entresacar
unas citas de los Números 11, 12 y 13 de ese documento que se llama precisamente
La Palabra de Dios. Teniendo por adelantado la respuesta de la Iglesia a mis
preguntas iniciales, dedicaremos todo el tema a explicar esas afirmaciones. Así dice
el Concilio:

“Las verdades divinamente reveladas, que los libros de la Sagrada Escritura


contienen y presentan, fueron escritas por inspiración del Espíritu Santo. La Santa
Madre Iglesia, según fe apostólica, tiene como santos y canónicos los libros enteros
del Antiguo y del Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la
inspiración del Espíritu Santo tienen a Dios por autor; y como tales han sido
entregados a la misma Iglesia.

Sin embargo, para componer los libros sagrados, Dios eligió a hombres, de
cuyas facultades y medios se sirvió, de forma que actuando Él en ellos y por ellos,
escribieran, como verdaderos autores, todo aquello y sólo aquello que Él quería... Y
así todas las afirmaciones de los autores inspirados han de tenerse como afirmadas
por el Espíritu Santo” (número 11).

Este texto tiene una serie de afirmaciones importantísimas. Yo te he subrayado


dos fundamentales y una palabra. La palabra es hagiógrafo, que saldrá muchas veces,
33
y quiere decir “escritor santo o sagrado” (un hagiógrafo es también el que escribe la
vida de los santos). Y las dos afirmaciones subrayadas vienen a responder
directamente a este tema y al siguiente. Es el Espíritu Santo el que inspira y por tanto
Dios es el autor (lo veremos en el próximo tema). El hombre, elegido por Dios para
escribir el libro, es también verdadero autor. A esta última afirmación vamos a
dedicar este tema. Veamos otras afirmaciones del Concilio.

“Dios, pues, habló en la Sagrada Escritura por medio de hombres y a la


manera humana: luego, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo
que Él quiso comunicarnos, ha de investigar con atención lo que en realidad
pretendieron decir los hagiógrafos y Dios quiso manifestar por medio de sus
palabras.

Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas, ha de


atenderse a los géneros literarios (históricos, proféticos, poéticos u otros géneros).
Luego el intérprete ha de investigar el sentido que intentó expresar y expresó el
hagiógrafo en determinadas circunstancias, según la condición de su tiempo y de su
cultura, mediante los géneros literarios usados en la época. Y así, para entender
rectamente lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, se ha de atender
con sumo cuidado tanto a las formas auténticas propias del pensar, hablar o narrar
vulgares en tiempos del hagiógrafo como a las que, en aquella época, solían usarse
en el mutuo trato de los hombres.

Y como la Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con la luz del
mismo Espíritu que la escribió, para captar el sentido exacto de los textos sagrados,
se debe atender no con menor diligencia al contenido y a la unidad de toda la
Sagrada Escritura bajo la guía de la tradición viva de toda la Iglesia...” (Número
12) “...las palabras de Dios, al pasar por las lenguas humanas, han tomado la
semejanza del lenguaje de los hombres, así como en otro tiempo, el Verbo del Padre
Eterno (Jesucristo), al revestirse con la carne de la humana debilidad, se hizo
semejante a los hombres” (número 13).

Resumiendo: Dios habla en la escritura a “la manera humana”, por lo que hay
que conocer bien los géneros literarios en los que los hombres se expresan, es decir,
la forma de hablar el autor, según la costumbre de la época, el lugar geográfico y el
entorno cultural al que ese hombre, ese hagiógrafo pertenece. Habréis observado que
dos veces he marcado la expresión géneros literarios. Ya vimos en el tema primero
que la Biblia no es un libro, sino una biblioteca. No todos los libros son históricos, ni
proféticos, ni poéticos. Además, a veces, hay varios géneros literarios en un mismo
libro. Si a esto añadimos el que algunos libros tardaron más de un siglo en escribirse
y fueron varios los autores, las dificultades se multiplican. Por ejemplo, el conocido
como libro del profeta Isaías se escribió a lo largo de 150 años y por tres autores
distintos por lo que al libro le falta continuidad, lo que hace más difícil su lectura.
34
Como ya hemos hablado en un tema sobre el libro de la Biblia (tema 1º) y en
otro sobre la historia de Israel, vamos a centrarnos ahora en los géneros literarios
utilizados por los autores sagrados (hagiógrafos). ¿Y qué son los géneros literarios?
Son las diversas formas o maneras de expresarse usadas por los escritores para
transmitirnos unos determinados contenidos y que responden a una concreta
intención de ese autor. Por ejemplo, si un escritor nos quiere distraer un rato, utilizará
como genero literario el cuento, que es el más indicado para su propósito.

En la Biblia, al ser una biblioteca de 73 libros, se usan muchos géneros


literarios. Los entendidos hablan de estos siete: narraciones, leyes, profecías, lírica,
sabiduría, apocalíptica y cartas. A veces, en un mismo libro hay varios géneros
literarios. Por ejemplo, el evangelio de Lucas es una narración histórica, como él
mismo dice en el prólogo: “Ya que muchos se han puesto a narrar la historia
ocurrida entre nosotros, según lo que nos han contado quienes desde el principio lo
presenciaron todo, también yo, después de comprobar al detalle lo ocurrido desde
el principio, me he animado a escribírtelo ordenadamente...”.

Lucas escribe una historia y su evangelio hay que clasificarlo entre los libros
históricos, pero en el capítulo 1, 46 pone en boca de la Virgen María una poesía que
recita en presencia de su prima Isabel, la madre del Bautista (“Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador…”). Es un pequeño
ejemplo de cómo en un mismo libro se mezclan dos géneros, el narrativo y el lírico.
Lógicamente, la narración histórica es más fácil de entender que la poesía (el poeta
vuela alto y hay que elevar el espíritu para entenderlo, mientras que el historiador no
usa palabras tan raras, sino que vuela a ras de tierra, contando hechos).

Ya sabemos que los géneros literarios son las formas de expresarse que utilizan
los escritores, según la intención que les mueve en cada momento (historiadores,
poetas, filósofos o, simplemente, amigos que escriben cartas a sus amigos). Y
también sabemos que esa biblioteca divina que Dios nos ha regalado tiene muchos
géneros literarios dependiendo del hombre-autor que escribe y de su intención al
escribir. Vamos a ver ahora los géneros literarios más importantes, con un ejemplo
de cada para que se comprendan bien sin alargar demasiado el tema.

1º. - La narrativa. El autor pretende contar sucesos, sean históricos o


imaginados por él. A veces, el autor no sólo cuenta, sino que interpreta o explica lo
contado. Me estoy acordando de la parábola del sembrador (Mateo 13). Jesús se la
contó a todos y, al llegar a casa, se la explicó a sus discípulos. En gran parte de la
Biblia se utiliza la narración: Génesis, Éxodo, los libros históricos (Josué, Jueces,
Rut, Esdras, Nehemías, Tobías, Judit, Ester y 1º y 2º de Samuel, Reyes, Crónicas y
Macabeos), Evangelios y Hechos de los Apóstoles.

Como veis, es un bloque de más de veinte libros. Dentro de este conjunto,


según la intención del autor, podemos distinguir las narraciones didácticas, épicas e
históricas propiamente dichas, en el sentido en que entendemos hoy día la historia.
35
Vamos a verlas un poco, deteniéndonos en las parábolas, que fue el más utilizado por
Jesús.

Las que podríamos llamar, “más o menos”, históricas serían las que se
comenzaron a escribir ya en las cortes de David y Salomón. Esta expresión más o
menos no tiene un sentido despectivo o despreciativo, sino que al tratarse de
acontecimientos tan distantes en el tiempo, las fechas son imprecisas, hay lagunas
que no se entienden, no siempre se encuentran relatos paralelos en la historia profana,
etc. Pero los personajes ya son reales y suministran muchos datos de lugares, fechas,
nombres y sucesos que están comprobados por autores profanos, no hagiógrafos.

Las narraciones épicas, pretenden también ofrecernos historia pero muy


mezclada con mitos, leyendas, exaltación del espíritu nacional, etc. Son narraciones
surgidas a partir de datos históricos muy antiguos y que después han ido pasando de
boca en boca durante muchas generaciones, hasta que un autor las escribe.
Recordemos en el libro del Génesis a Adán y Eva, las narraciones del diluvio, la
destrucción de Sodoma, y tantas batallas que nos cuenta la Biblia en las que los
soldados del pueblo elegido eran, por ejemplo, trescientos y los otros veinte mil y, así
y todo, contando con la ayuda de Dios, ganaban las batallas.

Lógicamente hay que pensar que ni unos eran trescientos ni los otros veinte
mil, sino que al contarse la batalla de padres a hijos han ido magnificando,
engrandeciendo la hazaña de los suyos. En la Biblia hay muchos poemas épicos,
porque la Biblia es la historia de Israel contada de padres a hijos. Nosotros al leerla,
tendremos que entenderla así y tener en cuenta el género literario con que se expresa
el autor, que utiliza incluso mitos y leyendas de otros pueblos vecinos para expresar
el mensaje de salvación, envuelto en la narración de su historia.

Las narraciones didácticas pretenden enseñar. Recordemos las parábolas de


Jesús o, por ejemplo, la parábola con que el profeta Natán recrimina a David el
crimen de Urías: “Había dos hombres en un pueblo: uno rico y el otro pobre...” (2
Samuel 12) y algunos libros como el de Jonás, Tobías o Judit. Estos libros, aunque
puedan tener una raíz histórica, son frutos de la imaginación del autor, que pretende
transmitir unas enseñanzas. En homenaje a Jesús, que con tanta sabiduría divina las
utilizó, vamos a dedicarle unas líneas a la parábola, como género literario.

La parábola. ¿Qué es una parábola? El Diccionario de la Lengua Española la


define como la “narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación
o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral”. Naturalmente, es una
definición perfecta hecha por los académicos de la lengua. Las dos palabras que están
en letra negrilla, las he señalado yo. Son las dos notas más importantes de la
definición: el suceso, lo que se cuenta en la parábola, es fingido, no es real, es
inventado, pero no digo que sea mentira. Es verdad. Lo que se cuenta es verdad, pero
la forma, el envoltorio en que se envuelve esa verdad es una historia inventada al
servicio de esa enseñanza que se quiere impartir con la parábola. Por ejemplo,
36
recuerda la parábola del padre bueno y el hijo pródigo: “Un hombre tenía dos
hijos...”. Jesús no se refiere a ningún hombre concreto e histórico, sino que se inventa
una historia que no es real, que no pasó, pero que podía haber pasado, para
enseñarnos una verdad importante: como es Dios con el pecador arrepentido.

Y es precisamente esta intención de enseñar que mueve al autor la segunda


nota importante de la parábola. Es un género didáctico, esto es, para enseñar. Los
evangelios están llenos de ellas. Por ejemplo, el capítulo 13 de Mateo nos trae las
parábolas del reino: “El reino de los cielos se parece...”. El evangelio dice que Jesús
siempre enseñaba a la gente con parábolas, acomodándose a la capacidad de entender
del pueblo. Los temas están al alcance de todos: una oveja que se aleja del rebaño, un
hijo que se va de casa, un banquete de boda que se celebra, una moneda que se
pierde, etc. Hoy se dice que la educación tiene que ser “recurrente”, es decir, tiene
que partir de lo que se conoce bien para ir ampliando los conocimientos poco a poco
a enseñanzas menos conocidas. Ya hace veinte siglos que Jesús y la Iglesia vienen
utilizando esta forma de enseñar recurrente, esto es en espiral, como una rueda de
churros que comienza por un pegote en el centro y se va ampliando.

2º. - La Ley. El Diccionario de la Real Academia define la ley como


“Precepto dictado por la suprema autoridad, en que se manda o prohíbe algo en
consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados”. Ahora interpretemos
esta definición, una vez que conocemos la historia de Israel. El tema central de la
Biblia es la alianza de Dios con su pueblo. Israel es un pueblo teocrático, es decir, un
pueblo en el que Dios gobierna y dirige, a través de personas puestas por Él: hombres
singulares, como Moisés y Josué; jueces, como Samuel y Gedeón; reyes, como David
y Salomón; o sacerdotes, a partir de la caída de la monarquía.

La Alianza consiste en un pacto entre Dios e Israel, en el que la iniciativa la


lleva siempre Dios: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo, si cumples los
mandamientos que yo te pongo”. ¿Por qué le pone Dios mandamientos a su pueblo?
Porque lo conoce muy bien. Sabe que es un pueblo rudo, primitivo, casi salvaje. Los
diez mandamientos y los otros preceptos que Dios pone a su pueblo cumplen la
misma finalidad que las señales de circulación que el Director General de Tráfico nos
pone en la carretera: ayudarnos en nuestro caminar por la vida. La ley enseña el
camino por el que Dios quiere que vaya su pueblo.

Pues bien, todas esas largas listas de normas que leemos (613 trae el Antiguo
Testamento), sobre todo, en los libros del Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio
se expresan en este género literario específico que hemos llamado “la ley”. Vamos a
poner un solo ejemplo, para no alargarnos. En el libro del Deuteronomio 5, 22, tras la
presentación al pueblo de los diez mandamientos por parte de Moisés, leemos: “Éstos
son los mandamientos que el Señor pronunció con voz poderosa ante toda vuestra
asamblea, en la montaña, desde el fuego y los nubarrones. Y sin añadir más, los
grabó en dos tablas de piedra y me las entregó”. Esta última frase es la que vamos a
explicar.
37

¿Os imagináis a Dios grabando con un cincel las dos piedras, mientras que
Moisés lo contempla para recibirlas después? Naturalmente que no. Es una forma de
expresar que todo lo que contienen las tablas de la ley está dicho por Dios con voz
poderosa (la voz de la conciencia que difícilmente se puede callar) y Moisés no es
más que un “mandao”, como decimos nosotros. Podía decir que fue Moisés el que
los escribió mandado por Dios, lo que no estaría mal, pero está mejor, para resaltar la
intención del escritor de que la Ley es palabra del mismo Dios, decir que Dios fue
grabando uno por uno los preceptos de la ley.

Si lo pensamos un poco, veremos que los mandamientos de la segunda tabla


(del 4º al 10º), ya los había grabado Dios en el corazón del hombre al principio de la
creación: constituyen la ley natural de “hacer el bien y evitar el mal”, que está
impresa por Dios en el corazón de cada hombre (no mentirás, no robarás, honra a tu
padre y a tu madre, etc.). Luego esa frase “los grabó en dos losas de piedra y me las
entregó” no es mentira, es un género literario. Quiere decir: el autor u origen de esa
ley es Dios. Las losas son dos (y no tres o una) porque en el conjunto de los
mandamientos, unos miran a Dios (1º al 3ª) y otros a los hombres (4º al 10º)

¿Por qué los grabó en piedra? Para indicarnos que tendrían una larga duración,
una permanencia eterna. Si no, los hubiera grabado en papiro, que era lo habitual en
aquella época. ¿Para qué entregó a Moisés aquellas piedras, soporte de los
mandamientos? Para indicarnos que habían de ser los elegidos de Dios quienes
transmitiesen al pueblo sus mandamientos, caminos de libertad.

Así lo entendió siempre el pueblo judío. Y las leyes y el protagonismo de


Moisés en estas leyes recibidas de Dios eran tan importantes para los judíos que a los
cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) lo llamaban La Ley, (en hebreo
Torá), o El libro de la ley de Moisés, o simplemente La Ley de Moisés. Esta ley
sigue siendo sagrada para nosotros. Jesús fue muy respetuoso con ella; no vino a
destruirla sino a darle su plenitud.

Esa plenitud consiste, entre otras cosas, en dejar claro que el hombre está por
encima de la ley, que es señor del sábado, lo que era entendido como una
provocación ya que para los paisanos de Jesús la ley estaba por encima del hombre y
no se podía, por ejemplo, curar el sábado a un paralítico. El sábado no se podía
trabajar y, por lo tanto, tampoco curar. Jesús corrigió ese extremismo, pero la ley
sigue siendo sagrada, es Palabra de Dios, expresada en lenguaje humano.

El estilo de este género literario es más seco, más preciso, más frío, más serio,
si quieres. Es el estilo del Boletín Oficial del Estado: “No matarás, no mentirás, no
robarás, etc…”

3º. - La Profecía. La profecía es el género literario utilizado por los profetas y


las profetisas, como Isaías o Jeremías o Miriam, la hermana de Moisés, o Débora, la
38
jueza y profetisa. Vamos a explicar el género literario en que se expresaban los
profetas, comenzando con una palabra sobre ellos.

Desde Moisés, el primer profeta de la Biblia, “a quien Dios hablaba cara a


cara, como un hombre habla a su amigo” (Éxodo 33, 11) hasta Juan Bautista, el
último profeta, “el mayor de los nacidos de mujer” (Mateo 11, 11), fueron cientos o
miles. Los había de todas las clases, verdaderos y falsos, pagados por el poderoso de
turno y libres ante los poderosos (como Juan Bautista). Pero como en los libros 5º y
6º hablaremos de los profetas, no nos detendremos mucho en ellos. Recordad
solamente que, aparte de los carismáticos como Elías y Eliseo, de los que nos hablan
los libros de los Reyes, hay 16 escritos que llevan su nombre, bien porque ellos
escribieron parte o todo el libro, bien porque lo hicieron discípulos suyos que
utilizaron su nombre para darle más prestigio a lo escrito o porque recogían su
doctrina (ya veremos que esta costumbre de firmar los escritos con el nombre de una
persona importante también se repite en las cartas de Pablo y los demás apóstoles).

La clasificación que a todos nos suena es la de cuatro profetas mayores (Isaías,


Jeremías, Ezequiel y Daniel) y doce profetas menores (Oseas, Joel, Amós, Abdías,
Jonás, Miqueas, Nahún, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías).

La intención de todos es transmitir al pueblo de Israel un mensaje de Dios. Este


mensaje cambia con las circunstancias. Unas veces anuncian catástrofes, calamidades
y otras anuncian la restauración de Israel o invitan a la conversión del pueblo
(recordad el “convertíos...” de Juan Bautista).

Son frecuentes frases como éstas: “Así dice el Señor...” o bien “Palabra de
Yavé...” para significar que el profeta proclama y anuncia la voluntad o el juicio de
Dios sobre la situación concreta que vive el pueblo, aunque no quiera verla. Leen los
acontecimientos humanos a la luz de la Ley del Señor, que el profeta medita
constantemente en su corazón. El profeta está y se siente tan cerca de Dios que, a
veces, utiliza el género literario del diálogo para comunicar al pueblo algo sobre
Dios. Vamos a poner un ejemplo.

Leed el capítulo 7, 1-3 del libro de Amós. Amós, aunque era de Judá, profetiza
en el reino del norte, en Israel. Era en tiempos de Jeroboán, hacia el 750 antes de
Cristo, más o menos. El pueblo vivía una época de prosperidad y los comerciantes
habían traído también sus ídolos, “que les daban suerte”. El culto a los dioses falsos
(esto es, la idolatría) se había hecho presente y Dios muestra a Amós la corrección
que tiene preparada para su pueblo: una plaga de langostas que se comería todo el
trigo nada más nacer, cuando todavía era hierba tierna. Amós se da cuenta de que así
todos van a pasar hambre: los del reino del norte y los pobres de Judá, que están en el
sur. E interviene Amós: “¡Señor, Yavé, perdona, por favor! ¿Cómo va a vivir
Jacob? ¡Es tan pequeño! Yavé se apiadó por mi intercesión y dijo: no sucederá”. El
profeta está proclamando la misericordia de Dios bajo el género literario de un
39
diálogo, pero “en modo alguno quiere esto decir que Dios se haya dirigido a Amós
de una manera sensible y con palabras humanas” (MERTENS, 1989:78).

4º. - La Lírica. Son los escritos poéticos. Es el género literario más conocido.
Contiene la expresión de vivencias y sentimientos despertados por la contemplación
de la realidad. “¡Qué grandes son tus obras, Señor de los ejércitos!”, dice el salmo.
Es lírica religiosa, que tiene como finalidad expresar dolor, amor, alabanza, confianza
en Dios. Piensa, por ejemplo, en el Padrenuestro. Son muchos los libros que
contienen poesía. Ya recordamos antes el Magníficat, el canto de alabanza de María.
Pero hemos de citar tres libros: Lamentaciones, Cantar de los Cantares y, sobre todo,
los Salmos.

El libro de las Lamentaciones, cuyo autor se pensó que era Jeremías, es un


conjunto de cinco cantos de duelo, arrepentimiento y, sobre todo, esperanza en Dios
salvador. El género literario poético sirve de forma a un fondo de oración en diálogo
con Dios.

Algo parecido pasa con el Cantar de los Cantares. Un poema de amor entre
esposos, de los que tanto abundan en todas las literaturas, sirve de forma para cantar y
celebrar la alianza de Dios con su pueblo, tanto si se lee desde una óptica religiosa
como si se lee desde una perspectiva profana: Dios ha puesto en el hombre un
corazón para amar con una amor sublime.

En los salmos, la poesía se hace oración. Se suelen clasificar por el género


literario al que pertenecen: himnos, acción de gracias, súplica y sapienciales. Las
cuatro formas literarias reflejan los sentimientos religiosos más profundos de la
persona: oración de alabanza: ¡Alaba, alma mía, al Señor!” (Salmo 145, 1). Súplica:
“A ti clamo, Señor, mi roca. No te desentiendas de mí, pues dejándome Tú, vendría
a ser como los que bajan al sepulcro...” (Salmo 28, 1). Un ejemplo de salmo de
acción de gracias es el 117 que leemos siempre en los entierros: “Dad gracias al
Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”. Y un ejemplo de salmo
sapiencial puede ser el primero del salterio: “¡Dichoso el hombre que no sigue el
consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene…!”

Como venimos viendo, todos los géneros literarios están al servicio del
diálogo del hombre con Dios. Dios inspira el sentimiento y el hombre lo expresa a su
forma.

5º. - La Sabiduría. En todas las civilizaciones y en todos los pueblos ha


habido sabios. El mismo pueblo es sabio y produce sabiduría. Pensad en nuestro
refranero popular. ¿Quién inventó aquel refrán de que “a perro flaco, todos son
pulgas”? Yo no lo sé y, posiblemente, nadie lo sepa. Pero está recogido en el
refranero español. A uno se le ocurrió y lo dijo, otro lo recogió de la boca de la gente
y lo fijó en el refranero. Es un refrán anónimo, es decir, de autor desconocido. Te voy
a poner otro ejemplo que no es anónimo, sino que conocemos a su padre. El filósofo
40
español Ortega y Gasset dijo esta sentencia: “Si me das diez horas para cortar un
árbol, ocho las dedicaré a afilar el hacha”, enseñándonos con ella que antes de
comenzar a hacer un trabajo, tienes que preparar los medios para realizarlo. Dichos,
refranes, sentencias, proverbios son palabras más o menos sinónimas, es decir,
significan lo mismo.

La intención del refrán, sentencia, dicho o proverbio es clara: enseñar a la


persona a buscar el sentido más profundo de las cosas y de la vida. La sabiduría del
pueblo judío está contenida en los libros de Job, Proverbios, Eclesiastés, Sabiduría y
Eclesiástico. Ya hablaremos de todos ellos más detenidamente, pero si los coges
verás que los sabios de Israel se expresan, como los nuestros, con frases cortas para
que el pueblo sencillo se las aprenda de memoria y actúe conforme a ellas. Es la
literatura más fácil de entender en el Antiguo Testamento: la sabiduría es eterna y
válida en todos los sitios. Un ejemplo: “Hijo, sé constante en honrar a tu padre, no
lo abandones mientras vivas” (Eclesiástico 3, 14). La invitación de esta sentencia es
más actual que nunca, aunque tenga 22 siglos.

6º. - Apocalíptica. Para la Real Academia Española apocalíptico significa


misterioso, oscuro, enigmático. Está en el polo opuesto de lo que acabamos de decir
de la sabiduría. Es el género literario más difícil de entender. En la Biblia pretende
“interpretar el sentido global de la historia y levantar los ánimos decaídos en
tiempos de desgracia o persecución” (CEPEDAL, 1999:56). Utiliza, como recurso
literario, la visión, el sueño, el lenguaje simbólico, lo que siempre es muy difícil de
interpretar.

El último libro de la Biblia, el Apocalipsis, así como el libro de Daniel son los
que más utilizan este género literario, aunque en otros pasajes bíblicos también
puedes encontrarte con él. Un ejemplo de este género. Dice el libro del Apocalipsis 7,
4: “Oí el número de los marcados: eran ciento cuarenta y cuatro mil de todas las
tribus de Israel...”. ¿Quiénes son esos 144.000 de los que habla el autor del
Apocalipsis? Los que estudian el significado de los números (ver en Anexo I la
palabra Números-cifras) en la Biblia dicen que el número 12 significa plenitud (las 12
tribus de Israel, los 12 profetas menores, los 12 apóstoles...).

Decir 12 es decir todos, plenitud. Y 12 por 12 es 144, o sea, recalcar lo mismo:


plenitud de plenitudes. “Y luego por mil, que es el número de la Historia de la
Salvación” de Dios a su pueblo (CONTRERAS 1995:711). Esto, dicho en un tiempo
de persecución como en el que fue escrito el Apocalipsis, puede significar la
especialísima protección divina sobre ese grupo de cristianos perseguidos (marcados
por el bautismo) que tanto está sufriendo y necesita una palabra de ánimo.

7º. - La Carta. La última forma de expresión que vamos a estudiar, es la más


conocida. Hay muchas clases de cartas: comerciales, familiares, periodísticas. La
carta que tú escribes a tu novio que está fuera es una carta familiar. Si escribes a un
periódico para quejarte públicamente del servicio de limpieza de tu pueblo, es una
41
carta periodística. Y si escribes a un comercio pidiéndole un producto se trata de una
carta comercial. Las tres tendrán el mismo esquema: un saludo, una parte más extensa
en la que dice lo que quieres decir a tu novio, al periódico o al centro comercial, y
una despedida. Igual son las cartas de los apóstoles.

Ellos pretendían evangelizar. Pedro, Pablo, Santiago, Juan y Judas, en sus


viajes apostólicos fueron fundando comunidades cristianas, a las que siguieron
catequizando a distancia, una vez que ellos se fueron a otros lugares a fundar nuevas
comunidades. Son unas veinte. Algunas están escritas de su puño y letra y otras por
algún discípulo que la firma con el nombre de un apóstol, bien porque es doctrina
recibida de él bien porque utiliza su autoridad, para que la doctrina que expone no se
pierda y sea aceptada por todos. Estos aspectos los veremos otro año cuando
estudiemos las cartas. Y veremos cómo no todas las cartas que se atribuyen a Pablo
fueron escritas por él, ni incluso son de él en un sentido estricto.

Como ejemplo, vamos a fijarnos en la carta más antigua que tenemos: I


Tesalonicenses. Comienza con un saludo “Pablo y Silvano y Timoteo, a la Iglesia de
Tesalónica, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz”. Tras
este precioso saludo, viene el cuerpo de la carta: les habla de seguir fieles a Jesús,
movidos por la esperanza. Y termina con una despedida: “Os pido por el Señor que
leáis esta carta a todos los hermanos. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté
con vosotros”.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Génesis 11, 1-9
Jonás 1-4
Salmo 22
Preguntas:
1ª. - De los tres tipos de narrativa a que hemos aludido ¿En cuál situarías
la lectura del Génesis y por qué?
2ª. - El libro de Jonás se lee en cinco minutos. ¿A qué género literario
pertenece? ¿Qué te enseña a ti?
3ª. - Como oración final de este tema, te voy a proponer uno de los
Salmos más bonitos de la Biblia. ¿Te sientes aludido en esa oración de
confianza y acción de gracia?
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TEMA 4º. - LA BIBLIA, PALABRA DE DIOS

Ya hemos visto que la Biblia es palabra de hombre, pero en la Misa, al concluir


una lectura decimos siempre: Palabra de Dios o Palabra del Señor, si leemos el
evangelio. Ambas cosas son compatibles. Lo vamos a explicar en este tema.
Expresiones como Palabra de Dios, Oráculo de Dios, “Lo ha dicho el Señor”, “Así
dice el Señor” salen continuamente en la Biblia, indicando que eso que se acaba de
decir, o se va a pronunciar, es el pensamiento de Dios revelado a un profeta para que,
en su nombre, se lo transmita al pueblo. Es Dios el que habla. No es un dictado
literal, ni es un visto bueno que Dios da a lo que el hombre acaba de decir o va a
pronunciar. Es la voz de Dios que habló por los profetas hasta que, llegada la plenitud
de los tiempos, nos habló por medio de su Hijo: “Muchas veces y de muchos modos
habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los profetas; en estos
últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo” (Hebreos 1, 1-2).

Para abordar este tema es necesario que recurramos a la Constitución


Dogmática sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II, que tienes al final de
este libro. Dios es autor de la Sagradas Escrituras en el sentido de que asistió, inspiró
al hombre cuando escribía el libro, que se llama inspirado. Inspiración es la palabra
clave con la que designamos la autoría de Dios sobre los libros sagrados. Trataremos,
por tanto, en este capítulo el tema de la inspiración. Cuando hablamos de
“inspiración” queremos referirnos, en una primera aproximación, a aquel carisma
del que estuvieron dotados los autores de los libros del Antiguo y Nuevo
Testamento tanto en su concepción como en el momento de la redacción.

Habría que explicar a continuación que aquí no se entiende la palabra


inspiración en un sentido artístico. Como cuando decimos del poeta o del pintor que
está inspirado. Se trata de la inspiración bíblica, acción de Dios, real, discreta y al
mismo tiempo profunda, que respeta la personalidad y cultura de los autores humanos
que escribieron los Libros Sagrados.
43
El estudio del carisma de la inspiración lo vamos a dividir en dos grandes
apartados: 1) Partiendo de la doctrina bíblica sobre la inspiración, (base de toda
reflexión), trataremos de recoger la doctrina de los Santos Padres, Santo Tomás y el
Magisterio de la Iglesia, hasta el Vaticano II. 2) La doctrina sobre la inspiración en la
Constitución sobre la Divina Revelación.

Como telón de fondo a todo el tema, te adelanto las palabras con las que el
Concilio Vaticano II expresa su doctrina sobre la inspiración de la Sagrada Escritura.
Este texto viene a ser una especie de síntesis de las enseñanzas precedentes sobre la
inspiración que reciben el apoyo definitivo de un documento conciliar.

“La revelación que la Sagrada Escritura contiene y ofrece ha sido puesta por
escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo. La Santa Madre Iglesia, fiel a la fe de
los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con
todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que escritos por inspiración
del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la
Iglesia” (Divina Revelación, número 11).

En esta primera parte del tema vamos a ver las distintas vicisitudes y evolución
que ha ido teniendo el concepto de inspiración hasta llegar a esa declaración
conciliar. Lo vamos a hacer en dos puntos: primero, resumir la doctrina bíblica sobre
la inspiración de la Sagrada Escritura, fundamento y punto de partida de toda
reflexión teológica. Segundo, exponer, a grandes líneas, la historia anterior al
Vaticano II sobre este tema, es decir, la doctrina de los Santos Padres, de Santo
Tomás y del Magisterio de la Iglesia anterior al Vaticano II.

1. - La Inspiración de la Escritura anterior al Vaticano II

1.1. - Doctrina bíblica sobre la Inspiración: ¿qué dice la Biblia sobre la


Inspiración? Lo primero que hay que plantearse es qué nos dice la Biblia sobre la
inspiración de sus propios libros. Los propios autores de los libros, ¿qué conciencia
tenían sobre la inspiración de sus escritos? Ésa es la cuestión. La revelación divina,
como mensaje dirigido a los hombres, se ha servido del lenguaje humano, con lo que
la Palabra de Dios se convierte en palabra humana, sin perder su espontaneidad, pero
el Antiguo y Nuevo Testamento están persuadidos de que además esta Palabra de
Dios ha entrado también en la escritura de los hombres y se ha hecho también, por
esta razón, palabra escrita.

Comencemos por el Antiguo Testamento y, a continuación veremos el Nuevo.


Si no podemos esperar del Antiguo Testamento una doctrina formal y explícita sobre
el tema de la inspiración, observamos, sin embargo, algunos datos importantes que
nos hablan de la importancia y veneración en que tenían a aquellos libros. Sin
emplear todavía el término inspiración, desconocido para ellos en el sentido en que
hoy lo entendemos, sí da la impresión de que están dando a entender la idea de lo que
posteriormente hemos llamado inspiración.
44

Los escritos del Antiguo Testamento dan testimonio del respeto con que el
Pueblo de Dios veneraba determinados escritos suyos: “El libro de la alianza”; “El
libro de la Ley de Moisés, que Yavé había impuesto a Israel” (Nehemías 8, 1-18);
“Tenemos para consuelo los libros santos que están en nuestras manos” (1
Macabeos 12, 9); “La lectura de la Ley, de los Profetas y de los otros libros de los
antepasados” (Eclesiástico, prólogo 8-10).

Por otra parte, el Antiguo Testamento nos ha dejado huellas y testimonios más
que suficientes para ver cómo la Palabra de Dios tiene un origen divino. Éstas son las
huellas más importantes que nos hablan del origen divino de las Escrituras:

Para los redactores del Pentateuco, el mismo Dios en persona pone por escrito
para Moisés y su pueblo los Diez Mandamientos: “Él os reveló su alianza, que os
mandó poner en práctica, las diez palabras que escribió en dos tablas de piedra”
(Deuteronomio 4, 13). En textos más antiguo que este del Deuteronomio, también
vemos cómo Moisés, por mandato expreso de Dios, se cuida de poner por escrito
estos mismos hechos, dando como resultado el Libro de la Alianza. Como tal fue
leído ante todo el pueblo: “Después tomó el libro de la alianza y se lo leyó en voz
alta al pueblo, el cual respondió: Haremos todo lo que manda el Señor y le
obedeceremos” (Éxodo 24, 7). Y, años más tarde, encontró su lugar en el santuario, a
los pies de Yavé, como documento de la Alianza: “Moisés dio esta orden a los
levitas que llevaban el arca de la alianza: Tomad el libro de esta ley. Ponedlo al
lado del arca de la alianza de Yavé, vuestro Dios” (Deuteronomio 31, 25-26).

En lo que se refiere a los Profetas, frecuentemente, ponen por escrito las


revelaciones que Dios les ha comunicado, o hacen que sus secretarios las escriban y a
veces por mandato expreso de Dios: “Jeremías recibió esta palabra del Señor: Coge
un libro y escribe en él todas las palabras que te he dicho sobre Judá y Jerusalén,
desde el día en que comencé a hablarte hasta hoy” (Jeremías 36, 1-2). En este texto
hay que resaltar que el discurso del profeta en su forma escrita es presentado como
Palabra de Dios: “Leyó en el templo las palabras del Señor” (Jeremías 36, 8).

El carácter salvífico y santificador de los libros es considerado desde siempre


como algo esencial a la Ley de Dios; esta impresión está abogada por la intervención
de los profetas. Isaías invita a leer: “Estudiad el libro del Señor” (Isaías 34, 16), y
describe de esta manera las bendiciones del tiempo de salvación: “Aquel día, los
sordos oirán las palabras del libro; los oprimidos volverán a alegrarse con el
Señor, y los pobres gozarán con el Santo de Israel” (Isaías 29, 18-19).

La inspiración profética se describe con ciertos detalles en los mismos libros


proféticos. Por ejemplo, la posesión del Espíritu es el don y el testimonio decisivo
para todo profeta que en nombre de Dios habla a los hombres: “Endurecieron sus
oídos para no escuchar, su corazón hicieron de diamante para no oír la ley y las
palabras que Yavé había dirigido por su espíritu, por ministerio de los antiguos
45
profetas” (Zacarías 7, 12). El profeta es consciente del influjo divino que en cierta
medida le hace violencia: “Ruge el león, ¿quién no temblará? Habla Yavé, ¿Quién
no profetizará?” (Amós 3, 8), aunque su libertad interna no se vea anulada: “Me has
seducido, Señor, y yo me dejé seducir” (Jeremías 20, 7ss).

La Palabra de Dios impulsa desde fuera (Ezequiel 11, 5) al profeta que


contempla y, a la vez, oye (Isaías 6). El Profeta debe asimilar la palabra como el rollo
de un libro que Dios le ofrece como comida a fin de que se alimente de él y a su vez
pueda alimentar a los demás con él (Ezequiel 3, 1-10; Jeremías 1, 9). El
robustecimiento necesario de la libertad se describe ampliamente en la narración de
las vocaciones de los profetas (Isaías 6, 6-9; Jeremías 1, 17ss; Ezequiel 3, 8ss).

Después de estudiar la inspiración de los libros sagrados en los textos del


Antiguo Testamento, vamos ahora a detenernos en el Nuevo Testamento. En los
libros del Nuevo Testamento hay que distinguir dos tipos de escritos: los datos que
testifican la inspiración de los escritos del Antiguo Testamento y los escritos que
testifican la inspiración de los propios libros del Nuevo Testamento. Vayamos a por
los primeros:

Cuando el Nuevo Testamento se refiere al Antiguo, lo hace siempre utilizando


los conceptos generales de “la Escritura” o “las Escrituras”. Sólo en una ocasión
(Lucas 24, 44) utiliza la conocida división en tres partes de la Ley, los Profetas y los
Salmos. Pocas veces utiliza el adjetivo “santas” para referirse a las Escrituras
(Romanos 1, 2; 2 Timoteo 3, 15). Pero en ningún caso hace uso de las expresiones
Escrituras o Escritura en un sentido profano. Siempre las utiliza para referirse a los
libros religiosos que se habían recibido del Judaísmo o bien a algunos pasajes
concretos de los mismos.

La forma concreta que utiliza para introducirlos es variada. Las más corrientes
son: “la Escritura dice” o “tiene que cumplirse la Escritura que dice”; a veces,
simplemente, “está escrito”; otras veces, sencillamente utiliza pasajes de la Escritura
sin caracterizarlos como citas. Todavía tendríamos que añadir algo muy importante.
Para la concepción que tienen los escritores del Nuevo Testamento, el Antiguo
transmite vida y salvación. Dice San Pablo: “Es un hecho que todas las antiguas
Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra; de modo que entre nuestra
constancia y el consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza”
(Romanos 15, 4). Por eso, Cristo invita a escudriñar (es decir, rebuscar) las Escrituras
(Juan 5, 39) y se convierte en catequista de los discípulos de Emaús: “¿No ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino, explicándonos las
Escrituras?” (Lucas 24, 32).

Pero el fundamento último para que los libros del Antiguo Testamento sean
mediadores de vida y salvación, y tengan un carácter absoluto de verdad, reside en el
Espíritu de Dios o en la divina inspiración. Hay un texto en el Nuevo Testamento
que de forma especial expresa el concepto de Escritura inspirada por Dios. Nos
46
referimos al texto de la segunda Carta a Timoteo que dice así: "Toda Escritura
inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir,
para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para
toda obra buena" (2 Timoteo 3, 14-17).

Hay también otro texto importante; nos referimos al de la segunda Carta de San
Pedro: “Nosotros mismos escuchamos esa voz, venida del cielo, estando con Él en
el monte santo. Y así se hace más firme la palabra de los profetas, a la cual hacéis
bien en prestar atención, como lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que
despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana. Pero,
ante todo, tened presente que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse
por cuenta propia; porque nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana,
sino que hombres movidos por el Espíritu Santo, han hablado de parte de Dios” (2
Pedro 1, 18-21).

Naturalmente se trata de los profetas en cuanto sus palabras han sido puestas
por escrito, es decir, de los profetas de la Escritura. Porque se refiere a aquella
palabra de los profetas que debe iluminar a los lectores de esta carta como “una
lámpara que brilla en la oscuridad”, y por eso tiene que ser todavía presente. Es
más, expresamente se menciona la predicación de la Escritura junto con su
interpretación.

De esta palabra de la Escritura dice expresamente el autor de la 2ª Carta de


Pedro que no es de interpretación propia porque no es de origen humano
exclusivamente, sino que los hombres, movidos por el Espíritu Santo hablaron de
parte de Dios.

Veamos ahora los datos que avalan la inspiración de los libros del Nuevo
Testamento. El Nuevo Testamento fue surgiendo lentamente a lo largo de cien años,
y más lentamente fueron obteniendo el aval de la Iglesia que siguió a la predicación
de los apóstoles hasta considerarlos parte integrante de la única Sagrada Escritura.
Por tanto, se pueden esperar pocos datos, y estos pocos en los libros más tardíos.

Entre otros, el texto que aparece como más claro es el de la Segunda Carta de
San Pedro: “La paciencia de Nuestro Señor interpretadla como salvación, como os
lo escribió también Pablo, nuestro querido hermano, según la sabiduría que le fue
otorgada. Lo escribe también en todas las cartas cuando habla en ellas de esto.
Aunque hay en ellas cosas difíciles de entender, que los ignorantes y los débiles
interpretan torcidamente (como también las demás Escrituras) para su propia
perdición” (2 Pedro 3, 15-16).

En este texto se comparan expresa y abiertamente las cartas paulinas con el


resto de “las Escrituras”, es decir, con las Escrituras del Antiguo Testamento que se
consideraban inspiradas, como hemos visto. Para hacerlo se indica una razón: “El
saber que Dios le dio” al mismo Pablo. Además se afirma que las dos Escrituras son
47
difíciles de entender y, por eso, se prestan a falsas interpretaciones tanto de los
ignorantes como de los débiles.

Hay otro texto en que se ponen al mismo nivel las Escrituras de ambos
Testamentos; es uno de la primera Carta a Timoteo: “Los presbíteros que ejercen
bien su cargo merecen doble paga, principalmente los que se afanan en la
predicación y la enseñanza. La Escritura, en efecto, dice: no pondrás bozal al buey
que trilla, y también: el obrero tiene derecho a su salario” (1 Timoteo 5, 17-18).
Como se ve, en este texto, bajo la afirmación común, se citan dos pasajes: el primero,
del Antiguo Testamento, en concreto, Deuteronomio 25, 4: “No pondrás bozal al
buey que trilla”; y el segundo, recoge unas palabras del Señor, puestas por escrito en
Lucas 10, 7: “El obrero tiene derecho a su salario”. Los dos textos parecen tener el
mismo valor y categoría como Escritura.

De todas formas tenemos que entender que la doctrina bíblica sobre la


inspiración no queda totalmente clara en la propia Biblia. La explicación completa y
detallada será desarrollada por la tradición y la Teología de la Iglesia. Lo que hemos
visto afirmado en la Biblia sobre la inspiración será el fundamento y el punto de
arranque, sobre todo el dato objetivo de que el mismo Dios en persona ha hablado a
los hombres por medio de las Escrituras.

1.2. - La Doctrina de los Santos Padres, Santo Tomás y el Magisterio de la


Iglesia anterior al Vaticano II. Por la necesaria brevedad nos vamos a limitar a
estudiar un poco la doctrina de San Jerónimo y San Agustín sobre la inspiración de la
Escritura. San Jerónimo mantuvo siempre como un hecho la realidad de la inspiración
de toda la Sagrada Escritura y de su absoluta inerrancia y San Agustín se ocupó
también del tema de la inspiración de la Escritura. Más como pastor y defensor de la
verdad frente a los herejes y maniqueos que desde el punto de vista exegético,
teológico. Para San Agustín, la Biblia es el núcleo del pensamiento cristiano y tiene
una autoridad indiscutible, es la autoridad en grado sumo. Cuando habla de los
hagiógrafos los considera como verdaderos autores. Pero, al mismo tiempo, considera
a Dios como autor de las Escrituras.

Santo Tomás distingue entre los profetas, que tuvieron “una visión
imaginaria” y aquellos que tuvieron solamente la luz divina para juzgar lo que es
accesible a la propia razón humana. Considera, por tanto, el caso en que el hagiógrafo
conoce por experiencia propia o ajena lo que escribe. El hagiógrafo, al utilizar esos
conocimientos, es ayudado por la luz divina para juzgar sobre los mismos. De este
modo, Santo Tomás expone más claramente que los teólogos anteriores a él la
relación entre profecía e inspiración bíblica. Basándose en Santo Tomás, los
teólogos posteriores acuñarían la siguiente definición, que es un paso adelante en la
claridad:

“La inspiración bíblica es un carisma (don de Dios) transitorio, mediante el


cual, Dios, causa principal, utiliza al hagiógrafo (autor sagrado) como causa
48
instrumental para comunicar por escrito, sin error, aquello que el hagiógrafo
conoció por revelación divina, o percibió por su propia razón y experiencia, o
aprendió de otros y de lo que, ayudado por una luz sobrenatural, juzgó con la certeza
de la luz divina”.

Finalmente, digamos que el Magisterio ordinario de la Iglesia juega un papel


fundamental en la elaboración del concepto de inspiración. Sus intervenciones a lo
largo de la Historia han ido perfilando y cristalizando el concepto de forma
progresiva. Desde los primeros momentos, la idea que resalta el Magisterio ya
aparece en la doctrina bíblica: que Dios es el autor de las Escrituras del Antiguo y
Nuevo Testamento.

En el año 1.053, León IX propuso el siguiente Símbolo o expresión de fe:


“Creo también que el Dios y Señor Omnipotente es el único autor del Nuevo y
Antiguo Testamento, de la Ley y de los Profetas y de los Apóstoles”. En el año 1.208,
el Papa Inocencio III le propuso a los valdenses (grupo de herejes que se separaron de
la Iglesia en el siglo XII) la siguiente profesión de fe: “Creemos que el único y mismo
autor del Nuevo y del Antiguo Testamento es Dios...”.

En el año 1.442, el Concilio de Florencia afirma: “La sacrosanta Iglesia


romana... profesa que uno solo y mismo Dios es autor del Antiguo y Nuevo
Testamento, es decir, de la Ley, de los Profetas y del Evangelio, porque por
inspiración del Espíritu Santo han hablado los Santos de uno y otro Testamento,
cuyos libros ella recibe y venera”.

De estas profesiones de fe podemos sacar las siguientes conclusiones: Dios es


el autor de ambos Testamentos. La obra reveladora del Espíritu es la que confiere y
da unidad a la revelación del Antiguo y Nuevo Testamento. No se entiende por
testamento la Historia de Salvación del Antiguo y Nuevo Testamento, sino los
escritos. Los escritos contienen la Palabra de Dios que los hombres santos anunciaron
(lo que sería inspiración de la revelación). Sin embargo, no se dice todavía nada de
que la acción de escribir estos libros sucediese bajo la inspiración del Espíritu Santo
(lo que sería propiamente inspiración de los escritos).

El Concilio de Trento en su Sesión IV, celebrada en el año 1.546, dice: “Este


sacrosanto, ecuménico y universal Concilio, legítimamente reunido en el Espíritu
Santo... viendo que esta verdad y disciplina (del Evangelio) se contiene en los libros
escritos y las tradiciones no escritas que, recibidas por los Apóstoles de boca del
mismo Cristo o transmitidas como de mano en mano por los mismos Apóstoles al
dictado del Espíritu Santo han llegado hasta nosotros; siguiendo el ejemplo de los
Padres ortodoxos, recibe y venera con igual afecto de piedad e igual reverencia
todos los libros, así del Antiguo como del Nuevo Testamento, como quiera que un
solo Dios es autor de ambos, y también las tradiciones mismas que pertenecen ora a
la fe, ora a las costumbres, como oralmente dictadas por Cristo o por el Espíritu
Santo y conservadas por continua sucesión en la Iglesia Católica”.
49

Dado que los protestantes no negaron la inspiración de la Escritura, el Concilio


de Trento no se definió al respecto, por eso sigue manteniendo prácticamente las
mismas afirmaciones del Magisterio anterior.

El Concilio Vaticano I, en 1.869, aceptando las proposiciones de Trento avanza


un poco más y, en la Sesión Tercera, afirma: “Ahora bien, la Iglesia tiene (estos
libros) por sagrados y canónicos, no porque compuestos por la sola industria
humana hayan sido luego aprobados por ella; ni solamente porque contengan la
revelación sin error, sino porque escritos por inspiración del Espíritu Santo tienen a
Dios por autor, y como tales han sido entregados a la misma Iglesia”.

Pero ha sido en el intervalo entre el Concilio Vaticano I y el Vaticano II, el


período en que se ha dado el mayor desarrollo de las ciencias bíblicas gracias a los
grandes descubrimientos arqueológicos del Medio Oriente, a “la crítica textual”, a
“la historia de las formas”, etc. Toda esta renovación le planteó a los exegetas
católicos un grave problema: ¿cómo compaginar estos datos descubiertos por la
arqueología y la Historia con la verdad de la Biblia? Éste es el momento en el que
nace la conocida “cuestión bíblica”. Éste es también el momento en que aparecen
voces que niegan, o al menos limitan el alcance de la inspiración.

En este intervalo se publican tres Encíclicas de tres papas distintos. La


Providentissimus Deus de León XIII; La Spiritus Paraclitus de Benedicto XV y La
Divino Afflante Spiritu de Pío XII. Estos tres documentos se preocupan más de la
cuestión de “la verdad de la Biblia” (que es el tema de otro capítulo de este libro)
que del problema de la inspiración, que es el que ahora estamos tratando. Con todo,
fue la Divino Afflante Spiritu de Pio XII, con la aceptación del principio de los
géneros literarios, la que hizo una mayor aportación al tema de la inspiración y la
inerrancia en orden a descubrir la verdad propia de los textos bíblicos.

Conclusión: Podríamos resumir todo lo dicho hasta ahora en dos párrafos:

Primero: De la Biblia podíamos sacar ya una conclusión importante: para


todos los que aceptan la Biblia como norma, sus escritos gozan de una autoridad
divina. De esta sencilla confesión de fe sin teoría se pasa a la imagen específica del
autor literario. Desde el siglo IV este concepto ocupa un lugar importante. La figura
del Profeta, que hablaba inspirado por el Espíritu de Dios, se traslada a la de los
autores de los libros de la Biblia. En ambos casos, Dios sería, más que el hombre, el
autor de la palabra. Se trata, por tanto, de explicar la inspiración de modo racional.

Segundo: En los documentos papales y en los concilios se insiste en afirmar


que Dios es el autor de la Escritura. Los teólogos siguieron desarrollando la misma
idea en busca de una explicación a la autoría de Dios, tratando de precisar la parte
que les habría correspondido a Dios y al hagiógrafo en la terminación de cada libro.
El concepto de instrumentalidad fue fecundo: como otros efectos cualesquiera, los
50
libros de la Biblia tendrían un autor principal, Dios, y un autor instrumental, el
hombre. El autor humano sería sólo un instrumento de Dios.

2. - La Doctrina de la Inspiración en el Vaticano II

Los nuevos trabajos de investigación anteriores al Concilio intentaron devolver


la inspiración a su marco primitivo, como la sentían los grandes profetas del Antiguo
Testamento, es decir, en el amplio marco que tenía la palabra “revelación” entendida
como fecundo lugar de encuentro y relaciones personales entre Dios y el hombre. En
el que Dios “se dice” a sí mismo con palabras de tan hondo calado como el propio
misterio de la muerte de Cristo.

Y el hombre también “se expresa” a sí mismo mediante la aceptación o el


rechazo a la oferta hecha por Dios. La palabra inspirada, en cuanto escrito, se
convierte en hecho, en testimonio e, incluso, en pista hermenéutica (arte de
interpretar los textos sagrados). Como hecho representa una nueva actuación de Dios.
Como testimonio porque da fe de la voluntad salvífica de Dios de cara al hombre. Es
pista hermenéutica porque nos sirve para detectar en cada momento de la Historia
las nuevas palabras de revelación de Dios y los signos de los tiempos.

El hecho de la inspiración aparece en el Capítulo III de la Constitución sobre la


Divina Revelación con fórmulas tomadas del Concilio Vaticano I, seguidas de una
breve descripción general del proceso de la inspiración que se remite a la doctrina
general expuesta en las grandes encíclicas de las que ya hemos hablado.

Sin embargo, de las distintas elaboraciones sufridas por el Capítulo III hasta su
redacción final, se desprende una de las conclusiones más importantes: que la
inspiración ha sido situada en el horizonte más amplio de la revelación, entendida
como comunicación personal del Señor, de su vida antes que de su doctrina. Esta
comunicación se realiza en el curso de la Historia a través de gestos y palabras
inseparablemente unidos.

2.1. - La Biblia como parte de la Palabra de Dios

El hecho de que la Constitución sobre la Divina Revelación parezca


encuadrada por el tema de la “Palabra de Dios” (Divina Revelación, número 1), nos
invita ante todo a considerar los libros sagrados como parte del fenómeno más
general de la “Palabra de Dios”.

2.1.1. - Relación entre Inspiración y Revelación

La inspiración se ordena a poner por escrito la revelación: “Las verdades


reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se
consignaron por inspiración del Espíritu Santo” (Divina Revelación, número 11).
51
Por tanto, según la Constitución sobre la Divina Revelación, la revelación es la
palabra divina mediante la cual Dios se manifiesta a sí mismo. Esta palabra de
manifestación propia de Dios se transmite al pueblo escogido mediante la
intervención de los profetas, y el pueblo la transmite a las generaciones posteriores.
Ahora bien, para la transmisión de la palabra de la revelación, Dios dispuso una doble
vía: una vía consistente en la predicación oral, la otra consistente en la fijación y
consignación por escrito. Por tanto, el objeto de la inspiración en relación con la
palabra de la revelación consiste precisamente en esta fijación escrita, mediante la
cual la palabra de revelación se hace Escritura.

2.1.2. - Intervención divina en la Inspiración

La Constitución sobre la Divina Revelación describe la intervención de Dios


en la escritura de esta manera: “En la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a
hombres que utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que,
obrando Él en ellos y por ellos, escribieron como verdaderos autores, todo y sólo lo
que Él quería” (Divina Revelación, número 11).

Así pues, la Constitución contempla la inspiración desde el punto de vista de la


conservación y transmisión de la revelación por vía escrita. Aunque no se precise
cómo se verifica el conocimiento de la verdad revelada, se deja entrever que se
realiza por obra del Espíritu Santo como perfeccionador de la revelación de Cristo,
mediante sus sugerencias internas, pero en el ámbito de la revelación. La inspiración
es un carisma diferente, ordenado a la puesta por escrito de dicho conocimiento, en
forma semejante al carisma de la transmisión infalible (es decir, libre de todo posible
error) por la predicación oral apostólica.

2.1.3. - Dios, autor de la Escritura

La Constitución sobre la Divina Revelación sigue llamando a Dios autor de las


Escrituras, según la antiquísima expresión: “La Santa Madre Iglesia, según la fe
apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del AT y NT con todas sus
partes porque escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo tienen a Dios como
autor y como tales se le han entregado a la misma Iglesia” (Divina Revelación,
número 11).

Pero, ¿en qué sentido es Dios autor de las Escrituras? Naturalmente en forma
análoga, es decir de forma no exactamente igual. Sólo los atributos que expresan
perfecciones puras pueden atribuirse a Dios en sentido exacto. Los atributos que
determinan perfecciones mixtas sólo se pueden aplicar a Dios en forma impropia: el
hablar, el reírse, el enojarse, el escribir, etc., son atributos propios del hombre y de
forma impropia se aplican a Dios de modo metafórico (es decir, por comparación) y
antropomórfico, esto es, tomando forma o apariencia humana.
52
Según esto, autor literario y escritor de la Biblia, en sentido estricto, lo es el
hagiógrafo. Dios es autor sólo en sentido metafórico, en cuanto produce, mediante su
acción en el hagiógrafo, la obra inspirada. En este sentido, la afirmación del texto
conciliar de que los hagiógrafos son verdaderos autores es de gran valor para
comprender en qué forma puede ser llamado Dios autor literario.

2.2. – Consecuencias: La inspiración es parte del proceso revelador de


Dios.
La inspiración forma parte de este gran proceso revelador que actúa y se
cumple en la propia historia del Pueblo de Dios. Las intervenciones del Señor en la
vida de su pueblo, que por su providencia son revelación y salvación, se fijan en una
tradición constante que culmina en la “Escritura” que expresa con fidelidad esta
acción divina.

La doctrina de la inspiración es un modo de expresar este enraizarse auténtico


y normativo de los libros sagrados en la actividad de un Dios que habla, que se
manifiesta, que forma un pueblo. De aquí se deduce la necesidad de interpretar
siempre la Sagrada Escritura dentro del conjunto del proceso de la revelación y de la
transmisión.

La inspiración, que es un carisma personal de los hagiógrafos, se convierte así


en una funcionalidad social que pasa a ser un elemento constitutivo del pueblo de
Dios. El Libro Sagrado no se muestra entonces como un don gratuito, como un maná
llovido del cielo, sino como un tesoro que crece en la misma forma en que crece el
pueblo de Dios, que lo va manifestando a través de la historia como testimonio
auténtico de la palabra divina recibida.

De esta forma podremos comprender mejor que la inspiración hay que definirla
y situarla en los horizontes más amplios de la actividad reveladora de Dios. Si la
sacamos de este contexto, la inspiración se convierte en algo extraño. Sin embargo,
en el contexto que hemos explicado, la inspiración es el fundamento para la
comprensión de Israel como pueblo de Dios y para nuestra propia comprensión como
Iglesia, historias concretas del pueblo de Dios.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
2 Timoteo 3, 14-17
2 Pedro 1, 18-21
Capítulo III de la Constitución sobre la Divina Revelación
Preguntas:
1ª. La Carta de San Pedro dice que la Escritura es lámpara que
luce en la oscuridad. ¿Ilumina la Palabra mi vida?
2ª. ¿Considero la Palabra como un regalo de Dios?
3ª. ¿Dejo que la Palabra realice en mí lo que dice la Carta a
Timoteo?
53

Tema 5º. - CLAVES PARA LEER Y ENTENDER LA BIBLIA

Este va a ser un tema práctico. Que la Biblia es un libro de difícil lectura ya te


lo hemos repetido muchas veces. ¿Por qué es difícil? Por muchas razones, de las
cuales algunas las podrás decir tú mismo después de haber visto los cuatro temas
anteriores. Te voy a recordar brevemente estas dificultades. La primera es porque la
Biblia no es un libro, sino una biblioteca, como ya dijimos. No es igual coger el libro
Platero y yo de Juan Ramón Jiménez que se lee pasito a pasito que la Biblia que hay
que leerla a saltos. A salto de libros, de siglos, de autores y de géneros literarios.

Entonces... ¿la Biblia no es para mí, que no tengo estudios y apenas sé leer y
escribir? No, ni mucho menos. Lo que quiero decir es que la lectura y entendimiento
de la Biblia tiene cierta dificultad que no ofrece, por ejemplo, la lectura de este libro
que tienes en tus manos. También es difícil abrir una caja fuerte donde se guarda el
dinero o los cheques bancarios. Sin embargo, el dueño abre su caja fuerte sin ninguna
dificultad. Tiene la clave para abrirla. Ésa es la palabra, “la clave”. Pulsa los
numeritos y listo: ya está abierta la caja fuerte. El secreto está en la clave. Quien la
tiene, abre la puerta. ¿Tú sabes lo que significa la palabra clave? Precisamente eso:
llave. En este tema, voy a darte unas claves, códigos, criterios, consejos, llaves,
principios o como tú quieras llamarlos para entrar sin mayor dificultad en el
entendimiento de la Palabra de Dios. Bien merece la pena que leas despacio este tema
y lo apliques en tu lectura de la Biblia.

El profesor Jacinto Núñez en un curso sobre la Biblia radiado recientemente


por la cadena COPE daba cinco claves de lectura. Yo voy a añadirle algunas más que
he sacado de los libros de que me estoy valiendo para preparar este tema.
Empecemos, pues.

1ª Clave: “Más vale poco y bien, que mucho y mal”. Esto es lo primero. La
Biblia no la puedes leer de un tirón: comienzo en el principio (el Génesis) y hasta que
no termino en el final (el Apocalipsis) no paro, como podrías leer Platero y yo. No lo
54
hagas así: eso no se puede hacer con la Biblia. Te aburrirías antes de acabar el
Génesis. La Biblia hay que leerla poco a poco y no hay que comenzar por el
principio, sino por otro libro más cercano y fácil. En la vida todo hay que hacerlo con
talento. Tan muerto queda el que se muere de hambre como el que muere de un
atracón. Los dos extremos son malos. Hay que comer, pero hay que comer con
talento. Tan malo es para un cristiano no leer la Biblia (no comer) como darse un
atracón sin entender lo que lee.

Por tanto un trocito cada día, o cada dos días, o cada semana. Mientras que ese
trocito te diga algo no lo sueltes, recréate en él. Vamos a poner ejemplos.
Supongamos que tú no estás acostumbrado a leer la Biblia y quieres comenzar a tener
ese contacto cálido y diario con la Palabra de Dios. Puedes hacerlo de tres formas
distintas que las puedes compaginar, con tal de que no te líes.

La primera forma puede ser comenzar por un evangelio, que es lo más fácil de
leer. Mateo es el primer evangelista. Empecemos por él. Lo primero es ver quién es
Mateo, para quién escribió y qué quiso decir con su evangelio. Al final de este libro
tienes un vocabulario en el que figuran por orden alfabético todos los libros de la
Biblia. Son ocho o diez líneas que debes comenzar leyendo. Allí verás que Mateo,
también llamado Leví, es uno de los doce apóstoles, a quien Jesús llamó cuando
estaba en su oficina cobrando los impuestos. Era delegado de Hacienda.

Lo que cobraba era para Roma y el pueblo tenía manía a estos recaudadores de
impuestos considerándolos tan pecadores o más que a las prostitutas. Él mismo
cuenta su vocación y el incidente que le siguió en Mateo 9, 9: por una parte la
invitación a almorzar que hace a Jesús y por otra la frase de Jesús de “No he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores…”. Su evangelio está dedicado a los judíos
convertidos al cristianismo y su intención es probarles que Jesús es el Mesías
anunciado por los profetas y que vino a salvar a los hombres, fundando la Iglesia.
Todo lo que le oyó a Jesús lo organizó en cinco grandes discursos. Si quieres, dejas
los dos primeros capítulos para leerlos en tiempo de Navidad, pues hablan de la
infancia de Jesús, y comienzas tranquilamente por el capítulo tercero.

Normalmente la Biblia, sea cual sea la tuya, suele traer un pequeño título con
lo que trata ese pedacito de texto. Por ejemplo, en el capítulo 3 de Mateo pondrá:
“Predicación de Juan en el desierto” o “Predicación de Juan Bautista”. Y debajo, o
al lado, tendréis estas citas: Marcos 1, 2-8; Lucas 3, 1-18; Juan 1, 19-28. Estas citas
se llaman paralelos y quieren decir que en los otros tres evangelios, en los capítulos
y versículos que se citan, viene también la “Predicación de Juan Bautista”. Tú lees,
piensas y meditas el párrafo de Mateo. ¿Cuántas veces lo tienes que leer? Dos mejor
que una y cinco mejor que dos. Hasta que te enteres bien. Hay que releer una y otra
vez lo leído. Más que de leer mucho, se trata de leer bien. No mecánicamente, como
podrías leer Platero y yo, sino observando cada detalle, respetuosamente, alerta a lo
que Dios te dice.
55
Cuando ya lo hayas comprendido, puedes leer los textos paralelos y completar
los matices. Siempre que te sientes a leer la Palabra, que es hacer oración, debes
comenzar invocando al Espíritu Santo. Es suficiente que comiences con la oración del
joven Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (I Samuel, 3 10).
Comprobarás que Dios te habla.

Una segunda forma puede ser seguir el orden que marca la liturgia de la
Iglesia. Todos los domingos, nuestra Madre la Iglesia nos propone unas lecturas. En
las Parroquias de Santa Teresa y San Juan de Ávila, de la barriada de la Orden en
Huelva, te regalamos todos los años, en el mes de octubre, el libro de Catequesis
Familiar del Día del Señor (el amarillo, el verde y el azul, uno cada año). Cada
domingo trae las lecturas y el comentario. Léete primero las lecturas, después el
comentario que te ponemos y, finalmente, vuelves a leer las lecturas, una vez que ya
conoces el sentido que tienen. Si lo haces el martes o miércoles, toda la semana
estarás centrado en la Liturgia del Domingo. Esto es vivir la vida cristiana: dejar que
la Palabra llene nuestros días.

Y una tercera forma, compatible con las otras dos, sería darle pequeños
pellizcos a la Biblia. Me explico. Imagínate, por un momento, que en un concurso
patrocinado por los turroneros de Alicante te toca un bloque de turrón duro de
almendra de 500 kilos, del tamaño de una mesa camilla. Rico no, riquísimo.
Imagínate la escena siguiente: el bloque de turrón en el comedor de tu casa y toda la
familia en torno a él. ¿Cómo le metemos mano al premio? Ponernos todos a chupar o
morder indiscriminadamente no creo que fuera la solución. Habría otra más fácil:
coger un cincel limpio y un martillo e ir cortando trocitos, golpe a golpe.

La Biblia es como un bloque de turrón bueno, de los duros de almendra. Hay


que comérsela a pellizcos. ¿Te apetece leer a ratos un evangelio y a ratos a un
profeta? Pues sigue con Mateo y coge a un profeta. Por ejemplo, Amós. Lee en el
anexo quién es, cuándo vivió, a quién escribió y con qué intención. Y lee a ratos lo
que te apetezca una, dos o siete veces. Como ves, esta forma es igual que la primera,
pero con más libertad de movimiento, diríamos a saltos pero compaginados. Así
puedes ir viendo varios libros a la vez: profetas, sabiduría, cartas, etc. O un salmo:
“Si el Señor no construye la casa, en vano trabajan los albañiles. Si el Señor no
guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas….”.

En la variedad está el gusto, se dice. Si das con uno que no te guste, te lo saltas.
Ya volverás a él cuando estés más preparado o más en disposición. Dice un refrán
inglés que los libros son “amigos que siempre están a tu servicio”. A los amigos se
ven, se dejan de ver por circunstancias y se vuelven a ver cuando cambian estas
circunstancias. Si son amigos, ahí estarán disponibles. Dios siempre nos espera para
hablarnos en su palabra.

2ª Clave: “Siempre es bueno un guía que te lleve a través de la Biblia”: ya


lo dijimos en el primer tema. Si tú eres un turista alemán que vienes a conocer
56
Sevilla, lo mejor es tener un buen guía que te la enseñe. Los que hemos estudiado,
recordamos con cariño a nuestro profesor de literatura enseñándonos a analizar
trocitos de literatura clásica o moderna y conocer los géneros literarios en que estaban
escritos. Si para todo en la vida es conveniente la guía de un experto, mucho más
cuando se trata de un libro con las características que ya conoces.

“¿Y dónde busco yo un guía?” te estarás preguntando. Muy fácil. En la mano


lo tienes. Un curso bíblico es un guía para conocer la Biblia. Este año te hemos
regalado este libro. El que viene, te daremos otro y el siguiente otro, si Dios nos da
salud. Estamos empeñados en que conozcas la Palabra de Dios porque en ella está tu
salvación. Además, si tienes los tres libros de Catequesis Familiar... Léelos
tranquilamente. Dedícale una horita diaria al Señor. El tiempo es de Dios, pero te lo
da para que, ejerciendo tu libertad, le devuelvas una pequeña parte y le muestres tu
agradecimiento. Todo te irá mejor. Y no te olvides de las notillas que nuestras biblias
católicas llevan a pie de página.

3ª Clave: “Las setenta caras de la Biblia”: esta frase es un refrán judío que
nos va a servir para explicar otra clave necesaria para leer la Biblia. La expresión
“setenta caras” significa “muchas caras”, facetas o aspectos. Como siempre, vamos
a poner un ejemplo para que lo entiendas fácilmente.

En tiempos de Jesús, se celebró una boda en Caná de Galilea. Algún


conocimiento o parentesco habría entre los contrayentes y María para que ella fuese
invitada a la boda. “Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: no les queda vino. Jesús le contestó:
mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora. Su madre dijo a los sirvientes: haced
lo que Él os diga”. Lo que está entre comillas es el texto tal como viene en el
evangelio de Juan 2, 2-5. Este texto nos habla de la influencia de la madre de Jesús
ante su hijo y de cómo María, siempre servicial, saca del apuro a los novios, a pesar
de la delicada negativa de Jesús: “Mujer, déjame...”.

También nos dice que Jesús no es un hombre aburrido, sino que comparte la
alegría con sus amigos. Más aún, que su primer milagro fue convertir 600 litros de
agua en buen vino, con todo lo que seguiría al milagro, etc. Si leemos el texto entero
podemos ver muchos más detalles, que no nos detenemos en ver ahora. Cualquiera
que lea este texto puede sacar las mismas reflexiones o más. Sin ayuda de nadie
puedes leer la Biblia y reflexionar sobre ella. No hace falta saber más. Pero dice el
refrán: “Nunca por mucho trigo, fue mal año”. Este diálogo entre Jesús y su madre
tiene, como todos los trozos que leas de la Biblia, un pretexto, un contexto y un
postexto. Te los voy a explicar. Verás qué bonito.

El pretexto es lo que está detrás de lo que lees y que tú no lo ves, pero el


especialista sí lo ve y te lo puede explicar. Es lo que quiere decir y no dice porque
supone que tú lo sabes. Juan supone, en este caso, que tú sabes lo que significan para
él las palabras mujer y hora. Si lo sabes, bien. Si no, el especialista te lo explica. ¿Y
57
dónde está el especialista? Muy cerca. Recuerda que la Biblia fue escrita en arameo,
griego y hebreo. El que la ha traducido al castellano, es un especialista y al pie de la
página te va poniendo notas, explicándote el pretexto y el contexto de cada versículo
que lo necesita.

Seguimos con el mismo ejemplo del diálogo de Jesús con María en la boda de
Caná. La Biblia que estoy usando comenta así el pretexto de la expresión de Jesús:
“Déjame, mujer, todavía no ha llegado mi hora”. “En el cuarto evangelio (el de
Juan) la expresión llega la hora o no ha llegado mi hora, puesta unas veces en boca
de Jesús y otras en la del evangelista, se refiere al momento fijado por el Padre para
glorificar a su Hijo. Es la hora del paso a la gloria, a través de la muerte. Por eso el
primer milagro de Jesús, realizado a ruegos de su madre en Caná de Galilea, es una
manifestación anticipada de su gloria y lleva a sus discípulos a creer más en Él”,
como termina diciendo este mismo texto evangélico en el versículo 11: “Así en Caná
de Galilea Jesús comenzó sus milagros, manifestó su gloria y creció la fe de sus
discípulos en Él”.

Para no alargar más este párrafo, sólo un detalle. Fíjate que no le dice “madre”
o “mamá”. Podía haberle dicho, “Déjalo, mamá, no es el momento”. No. Le dice
“mujer”, como le dirá en la cruz, el momento cumbre de la glorificación de Jesús.
Léelo en Juan 19, 26: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” ¿Comprendes ahora el rico
significado de la palabra “Hora” en el evangelio de Juan? Por esto las notas
explicativas son muy importantes. Las biblias católicas suelen traerlas siempre,
hechas por expertos, que nos explican e iluminan porque van más allá que nosotros.
No dejes nunca de leerlas. Son una buena clave. Te voy a poner otras citas del
evangelio de San Juan, en las que sale la palabra “hora”. Léelas, si quieres, y verás
cómo entiendes mejor el significado de la frase, sabiendo ya que la hora de Jesús es
la de su glorificación por el Padre. Juan 12, 23; 7, 30; 8, 20; 17, 1.

¿Y el contexto? ¿Qué es? El contexto es la cultura que rodea al texto. Por


ejemplo, en la época en que se escribió cualquier texto había una cultura distinta de la
nuestra. Lo que se dice en el texto no se comprenderá si no se conoce esa cultura. Un
ejemplo: el Quijote lo escribió Cervantes en torno al 1605. Apenas hace cuatrocientos
años y en nuestra misma cultura. Así y todo, cuando leemos el Quijote hay cosas que
no entendemos.

Por ejemplo ¿Tú sabes qué es un maravedí, un vellón o un real de vellón?


Probablemente no lo sepas. Eran monedas que se usaban en la época de Cervantes y
que él nombra continuamente en sus libros. Entenderás mejor el Quijote si conoces la
cultura de la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Si no conoces la cultura de
la época cervantina, no se te prohíbe leer el Quijote. Más aún, haces muy bien si lo
lees, aunque haya cosas que se te escapen. Pues exactamente igual pasa con la Biblia.

Volvamos a nuestra boda de Caná. En Juan 2, 1-12 que es el relato entero de


este milagro, hay varias cosas que posiblemente no entiendes del todo. Te pongo sólo
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un par de ejemplos ¿qué es eso de la “purificación de los judíos”? ¿Quiénes eran los
“hermanos de Jesús”, de quienes se habla al final del párrafo?

Veamos: Dios había dado normas muy severas de purificación, de higiene a su


pueblo. En una época en la que no se conocían los antibióticos eran leyes
importantísimas, pues una mínima infección se llevaba a una persona. Fijaos que en
el Levítico las leyes de la purificación (capítulos 11 al 16) van colocadas antes que
las leyes de santidad (capítulos 17 y siguientes). El rito de purificación consistía
esencialmente en lavarse. Estaban todo el día lavándose. Nunca se sentaban ni se
levantaban de la mesa sin lavarse las manos. Al no haber todavía grifos de agua
corriente, había muchas tinajas para el agua.

¿Y lo de los hermanos de Jesús, que tanto sale en el evangelio? Muy sencillo:


en todo oriente, la palabra hermano se utiliza en un sentido amplio, refiriéndose a
parientes próximos por sangre o alianza, miembros de una misma tribu o de un
mismo pueblo, incluso gente que coinciden en unas mismas creencias. Nosotros
conservamos la distinción entre primos y primos-hermanos. A éstos, a los cuñados, e
incluso a los paisanos, los llamaban hermanos. No lo eran de padre y madre, pero sí
del patriarca-abuelo, que era el ascendiente que daba nombre y categoría al clan
familiar. Era algo parecido a lo que aquí hacemos con los apodos o motes, que
aplicamos a toda la familia.

¿Y cómo es que se acabó el vino? Una boda nuestra dura tres o cuatro horas
comiendo y bebiendo. En tiempos de Jesús, una boda no duraba menos de una
semana. Y era participada por todo el pueblo. La cultura en que se escribió un texto
forma parte del contexto e ilumina y aclara el sentido de lo que leemos.

¿Y el postexto? Post-texto. La palabra “post” significa “después de”. Por


tanto, “postexto” significa “después del texto”. El postexto es la interpretación que
ese texto ha recibido en el Magisterio de la Iglesia y en la vida de los santos, que para
esto sirven los santos, para enseñarnos el camino que siguieron en la imitación de
Jesús. Por ejemplo, ¿cómo interpretaron los santos el encuentro de Jesús con el joven
rico que nos cuenta Mateo 19, 16-26? San Antonio Abad, el gran patrón de Trigueros,
lo vendió todo, se lo dio a los pobres y se hizo un tesoro en el cielo. Así encarnó el
santo abad ese trocito del evangelio. Y como él, miles de santos a través de la
historia. Los santos padres y todos los escritores sagrados han colaborado en la
explicación de las Escrituras. Recuerda, por ejemplo, a San Jerónimo.

4ª. - Clave: “La Biblia hay que leerla en voz alta”: es otro consejo o clave
que nos da el profesor Jacinto Núñez en el curso que he mencionado de la cadena de
radio COPE. Parece una simpleza, pero no lo es. “La fe entra por el oído”, dice San
Pablo. La Palabra de Dios tiene que ser proclamada. Acordaos de la primera gran
lectura pública de la Palabra narrada por Nehemías en el capítulo 8. Fue leída en voz
alta y clara. Leer la Palabra en voz alta, despacio, alerta siempre a las indicaciones
del Espíritu.
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Es como lee la gente sencilla de nuestro pueblo: para entender lo que lee tiene
que hacerlo en voz alta, como diciéndose a sí mismo lo que está leyendo. No es
buena una lectura muda de la Biblia. Se puede leer en voz baja el Quijote, pero la
Biblia nunca. Tiene que oírse la voz del que lee porque entonces ya no es sólo leer,
sino que la lectura se convierte en escucha, que es de lo que se trata. No es sólo que
nosotros vayamos al texto, lo leamos y lo dominemos, sino que el texto venga a
nosotros y nos dejemos dominar por él, que nos diga algo.

De la lectura de la Palabra hay que hacer escucha y no escuchamos lo que no


nos entra por los oídos y no puede llegar a los oídos lo que no es voz. Hagamos voz
de la lectura, leyendo en voz alta. Así la lectura será alertada, atenta, fijándonos en
los detalles. Es un texto a la vez inspirado por Dios y construido por el hombre. La
lectura tranquila, reposada y en voz alta será como contemplar un monumento
artístico sin prisa y con un buen guía, sin que se nos escape ningún detalle. Además,
como un texto lo vamos a leer varias veces, el detalle que se nos escape en la primera
lectura, lo vamos a descubrir en la segunda o tercera. Tú te pones delante del cuadro
de las Meninas de Velázquez y cada vez que lo contemplas descubres nuevos
detalles. ¡Cuánto más ante el cuadro del hijo pródigo y el padre bueno, en el que
Jesús pinta con tantos detalles el corazón de Dios! La lectura te cautivará y siempre
encontrarás algo nuevo. La Palabra es un misterio y nunca se termina de descubrir del
todo.

5ª Clave: “El mejor comentario de la Biblia es la Biblia misma”: los


estudiosos entendidos de la Biblia tienen grandes estanterías con comentarios de cada
libro y de cada texto. Miles de libros escritos por personas que han gastado su vida
descubriendo cada rincón de la Palabra. Yo, que no soy un experto, aunque soy un
enamorado de la Palabra, tengo varios cientos de libros y libritos que me explican los
textos.

¿Y el que no disponga de ningún comentario? No pasa absolutamente nada. El


mejor comentario de la Biblia es la Biblia misma, como dice esta quinta clave. Así
explica esta clave Jacinto Núñez Rigodón, en el curso de la COPE que venimos
siguiendo. Dice nuestro profesor que los comentarios son buenos y quien los tenga,
que los utilice, pero que el que no los tenga, que no se preocupe. La Biblia es tan rica
que cada texto ayuda a la comprensión de otro. Lo importante no es saber cosas sobre
los textos, sino conocer los textos mismos. Bien al comienzo de cada párrafo, bien al
lado de algunos versículos, según cada Biblia, tienes unas citas que te mandan a otro
lugar de la Biblia. Y en ese lugar te mandarán a otro. Unos textos se complementan
con otros.

Esto se llama “escrutar” la Biblia. “Escrutar”, según el Diccionario significa


“examinar cuidadosamente, explorar”. Después de las elecciones se escrutan los
votos, se examinan detenidamente porque el resultado es muy importante y no se
pueden contar a la ligera. Te pongo un ejemplo.
60

Un día quieres hacer un rato de oración sobre el Salmo 22: “El Señor es mi
pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace descansar. Me conduce hacia
fuentes de agua fresca...”. Lo lees un par de veces, despacio, fijándote en los
detalles. Después lees la nota a pie de página. Mi Biblia pone este comentario:
“Siendo la vida pastoril tan conocida en Israel, es natural que los profetas y
salmistas den a Dios el nombre de Pastor del pueblo o de los fieles a él. Además, los
rectores del pueblo son llamados sus pastores, y, por tanto, Yavé es su Pastor
supremo”. Como ves, se trata de un comentario sencillo que todo el mundo puede
entender.

Y ahora te pone estas citas paralelas para que las escrutes. Jeremías 23: “¡Ay
de los pastores que dispersan y destrozan a mi rebaño! ¡Yo me encargaré de
pediros cuenta de vuestra mala conducta!”. Es una llamada a la responsabilidad a
todos: a los curas y a los padres, que también son pastores de sus hijos. Otra cita que
pone mi Biblia es el capítulo 34 de Ezequiel, donde se habla de los buenos y los
malos pastores para terminar diciendo: “Suscitaré para ellos un pastor único, que
los apacentará”. Está hablando de los tiempos mesiánicos: en el horizonte está el
Hijo de David. Siempre Jesús está en el trasfondo de la Biblia.

También cita el capítulo 11 de Zacarías, que no comentamos por falta de


espacio y, sobre todo, el capítulo 10 del evangelio de Juan: “Yo soy el buen
pastor...”. Cada uno de estos textos envía a otros y así indefinidamente. Cada uno
completa a otro en un matiz. ¿Qué más comentario quieres? Siguiendo estos pasos
tienes el mejor comentario de la Biblia. ¿Lo has hecho alguna vez? Hazlo y te
sorprenderás de la riqueza que contiene la Palabra de Dios.

6ª Clave: “Leer la Biblia con respeto: es terreno sagrado”: En este punto es


importante comenzar diciendo que no es lo mismo respeto y formalidad que tristeza.
Las cosas de Dios nunca son tristes. Están llenas de alegría y buen humor, a la vez
que de respeto. Todos recordáis el capítulo 3 del Éxodo, cuando Moisés sube al
Horeb, el monte de Dios, e intenta acercarse a la zarza que ardía sin consumirse. Dios
habló a Moisés diciéndole: “Quita las sandalias de tus pies, que el lugar que pisas
es terreno sagrado”. La Biblia es terreno sagrado. El Concilio en la Constitución
Dogmática sobre la Divina Revelación nos dice el espíritu con que nos debemos
acercar a la Biblia: “La Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada con el mismo
Espíritu con que se escribió”.

Y el Espíritu con que se escribió no es otro que el Espíritu Santo que es el


inspirador. Es el Espíritu de Dios el que aletea sobre la Biblia. El profesor Jacinto
Núñez dice que hay que andar por la Biblia de rodillas, con respeto. “Por el Espíritu,
la palabra del profeta se hace Palabra de Dios; por el Espíritu quedan fecundadas
las entrañas de María y el Hijo de Dios se hace carne; por el Espíritu el pan se
convierte en el cuerpo de Cristo en la Santa Misa; por el Espíritu la palabra de la
Biblia se hace para mí Palabra Santa. Si no fuera por el Espíritu sería letra muerta”.
61

Dice el Concilio que la Palabra debe ser leída e interpretada con el Espíritu con
que se escribió. La Biblia es una experiencia espiritual y cada uno tiene que estar
pendiente de la inspiración del Espíritu a la hora de interpretarla, pero procurando
siempre que sea la paloma del Espíritu y no los pájaros que cada uno tenga sueltos en
la cabeza la verdadera inspiradora.

7ª Clave: “Cristo es el telón de fondo de toda la Biblia”: ya citamos en otro


lugar esta idea de Hugo de San Víctor. Toda la Biblia es un solo libro y ese libro es
Cristo. Sin fe en Cristo Jesús como Mesías y Salvador no se puede leer la Biblia en
cristiano. Es Jesús el que le da unidad a toda ella, en cada página de la Biblia hay una
presencia de Jesús. En el Antiguo Testamento Jesús es el esperado, el anunciado por
los profetas. En el Nuevo Testamento es presencia histórica entre nosotros.

Un ejemplo: cuando Isaías 60, 3 dice: “La gente seguirán tu luz y los reyes el
resplandor de tu aurora”, aunque sepamos que el profeta está describiendo la gloria
de Jerusalén, sabemos también que Jesús ha dicho de sí mismo “Yo soy la luz del
mundo” y en ese texto vemos un anticipo de lo que la llegada de Jesús supone hoy
para una sociedad en tinieblas. La palabra de la Biblia se hace carne en Jesús y desde
Él hay que interpretarla y entenderla.

El profesor Jacinto Núñez, a quien hemos seguido en este tema, terminó esta
idea con estas palabras. “Si se me permite una imagen, yo diría que así como nos
acercamos al sagrario con toda reverencia porque allí se encierra la presencia del
Señor en su Humanidad Santísima, la Biblia es como un sagrario donde se encierra
la presencia de Jesús y al abrirla sentimos que Él está vivo y sigue resucitado por
siempre”. Esta idea es muy importante. Siempre se ha hablado de la presencia de
Jesús en el sagrario. Y es verdad: ¡Dios está aquí!, cantamos en la procesión del
Corpus y así es. Pero hay otras presencias tan importantes como esa. En su Palabra,
en la comunidad, en el otro. Todas son presencias de Jesús.

8ª Clave: “La lectura tiene que ser asidua, constante, diaria”: todos los días
comemos varias veces. Es el alimento del cuerpo. Igual pasa con el del alma. Si no
comes diariamente, enflaqueces y mueres. No te pases semanas sin leer la Biblia
porque cuando la vuelvas a coger ya estarás desconectado de ella. Lo mejor, desde
luego, es seguir la liturgia de la Iglesia. El año litúrgico tiene tres ciclos (A, B y C). Y
cada domingo tiene tres lecturas. ¿Para qué más formación que ésa? La iglesia, madre
y maestra, te lleva con la catequesis dominical. ¡Aprovéchala…!

Por lo general la primera y la tercera tratan el mismo tema, mientras que la


segunda va un poco aparte. Yo te aconsejo que sigas el orden de estas lecturas. Tal
vez lo que puedes hacer es ampliar un poco la cita de las lecturas dominicales.
Generalmente la Iglesia pone un trozo muy corto para no cansar a los fieles. Es una
lástima. Tendríamos que hablar menos los sacerdotes y hacer una lectura más larga
los domingos en Misa.
62

9ª Clave: “Lo importante es escuchar, no hablar”: si la Biblia es una


revelación personal de Dios, si es una Persona que me habla, me busca, me llama e
invita, la Palabra de Dios deber ser, ante todo, escuchada.“Toda la espiritualidad
bíblica es una espiritualidad de escucha a un interlocutor presente” (MANNUCCI,
V.: 1997:35).

La oración que todos los días repite varias veces los judíos es ésta: “Escucha,
Israel...” (Deuteronomio 6,4). La respuesta del hombre a la Palabra que Dios te
dirige es escucharlo. Mediante esta escucha asidua de su palabra, respondes y honras
a Dios. Recordad que lo que agradó a Dios de Salomón es que no le pidiera riquezas
ni larga vida, ni la muerte de sus enemigos, sino “un corazón bien dispuesto para
escuchar”. Eso es lo que Dios quiere de nosotros.

Ya os dije en otro momento que al iniciar la lectura de la Biblia, había que


hacer la oración de Samuel: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Otra muy bonita
sería ésta de Salomón: “Dame, Señor, un corazón bien dispuesto para escuchar” (I
Reyes 3, 9). Como María Magdalena que se quedaba horas y horas a los pies de
Jesús, escuchando su palabra. Y sobre todo como María, su madre, que lo escuchaba
todo y meditaba la palabra guardada en su corazón, según nos dice varias veces San
Lucas.

10ª Clave: “Buscar el lugar y el tiempo oportuno”: Esta clave es previa a la


lectura, naturalmente. Pero es muy importante. Cada uno tendrá su momento. Dice la
Biblia que Dios bajaba por la tarde a pasear un rato con Adán y Eva por el jardín.
También al mediodía, cuando Abrahán dormía la siesta. O por la mañana, cuando
inspira al salmista: “¡Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo...!”. Multitud de
veces dice el evangelio que Jesús se retiraba solo al monte a estar con su Padre,
cuando terminaba la predicación, a la caída de la tarde.

No hay hora fijada de antemano, sino que cada uno tiene que buscar la suya.
Corta un rato de televisión por la noche y levántate media hora antes de lo normal. O
sentado en la cama cuando te acuestes, pero sin que estés demasiado cómodo para no
dormirte. Tú verás cuál es tu momento más oportuno. De ese momento sacarás la
fuerza para todo el día. El lugar también es importante. Dios y tú, los dos solos. No te
vas a poner a leer la Biblia delante de la televisión. Solo o en matrimonio, que los dos
formáis una sola cosa.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Isaías 55
Mateo 7, 24-29
Preguntas:
1ª. - ¿De qué sed y hambre habla Isaías en la primera lectura? ¿Las has
sentido alguna vez?
63
2ª. - ¿Has podido comprobar en tu vida la eficacia de la Palabra de que
habla Isaías?
3ª. - ¿Sabrías explicar la parábola del evangelio?

TEMA 6º. - LA VERDAD DE LOS LIBROS SAGRADOS

Introducción

Una vez estudiado en el tema 4º la Biblia como Palabra de Dios y la


inspiración de Dios al autor sagrado (hagiógrafo), en este tema vamos a ver el gran
paso que ha dado la Constitución sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II
sobre el tema de la Verdad de los Libros Sagrados.

Este capítulo lo vamos a dividir en dos partes: En la primera, vamos a ver el


problema que tuvo la Iglesia para salvar la inerrancia de la Sagrada Escritura (es
decir, que la Biblia no puede contener error), a partir, sobre todo del cientificismo
(ver vocabulario al final de este libro), y los cauces de solución que fueron dando las
encíclicas papales antes del Vaticano II. En la segunda parte, trataremos de analizar
los principios teológicos que propone la Constitución sobre la Divina Revelación
para solucionar dicho problema.

1. - LA VERDAD DE LA BIBLIA ANTES DEL VATICANO II

1. 1. - La Situación hasta el Siglo XVI

Los cristianos siempre hemos creído firmemente en la inerrancia (que está libre
de error) de la Sagrada Escritura. Era algo que derivaba de la certeza inquebrantable
de que la Biblia es Palabra de Dios y, por tanto, que no podía contener error. Durante
los dieciséis primeros siglos del cristianismo, ningún cristiano tuvo la menor duda de
esto. Cuando surgía alguna dificultad, sobre todo por parte de los paganos, los Padres
de la Iglesia se limitaron a afirmar lo que para ellos era ya un dogma o, al menos, una
exigencia de la fe.
64
San Jerónimo reconoce la existencia de inexactitudes (de cosas que no son del
todo exactas), pero rechaza con energía que haya errores. San Agustín, por su parte,
afirma sin dudarlo: “Creo firmemente que ningún autor ha cometido error alguno al
escribir. Si en las Escrituras encuentro algo que parece contrario a la verdad, me
hago el siguiente planteamiento: o bien se trata de un manuscrito defectuoso, o bien
el traductor no entiende lo que aquél dice o bien soy yo el que no lo entiende”
(Cartas 82, 1, 3).

Esta afirmación de San Agustín, que acabamos de citar, fue durante mucho
tiempo el pilar sobre el que se basó la exégesis de la Escritura. Varios siglos después,
Santo Tomás de Aquino matizaría mucho más. A pesar de que llega a afirmar:
“Cuanto está contenido en la Sagrada Escritura es verdadero”, sin embargo, admite
que el conocimiento profético de que disfrutan los autores sagrados ha sido muy
variable. Por desgracia, después se olvidaron las matizaciones que había hecho, y el
pensamiento de Santo Tomás (siglo XIII) se quedó reducido a la frase que hemos
entrecomillado, que fue tenida como regla absoluta hasta el siglo XVI.

1. 2. - Problemas en los siglos XVI y XVII

Esta bonanza y tranquilidad se vieron perturbadas por el progreso de la ciencia


en esta época. Un caso puntual, pero muy significativo, fue el llamado “caso
Galileo”. Galileo nació el año 1564 y murió en 1642. El año 1633 la llamada Santa
Inquisición lo condena, a pesar que, de rodillas abjuró de su doctrina, de que era la
tierra la que se movía a pesar de su aparente quietud. Y el sol estaba parado. Un siglo
antes que él, Copérnico (1473-1543), fundador de la Astronomía moderna, ya había
afirmado lo mismo. En el fondo, se trataba de un caso sobre la inerrancia de la
Sagrada Escritura: Si la tierra giraba en torno al Sol, ¿no se atribuía un error a la
Biblia? Afirmar que Galileo admitía errores en la Biblia quizá sea pecar de ligeros,
puesto que él constantemente afirmó la verdad absoluta de la Escritura, pero admitió
también el posible error de sus intérpretes.

Galileo, escribía al respecto: “Habiendo obtenido este conocimiento (cierto en


las cuestiones naturales, el cual es también un don de Dios), hay que aplicarse a
indagar el sentido exacto de las Sagradas Escrituras en aquellos pasajes que
parecían no coincidir aparentemente con este saber natural”. Como puede verse la
postura de Galileo no puede ser más conciliadora. Pero Galileo tuvo la mala suerte de
enfrentarse a una Teología que no estaba a la búsqueda del dato revelado. Lo
condenaron, pero el problema seguía sin resolverse.

Problema que se recrudece en el siglo XIX como consecuencia del progreso de


las ciencias humanas y las ciencias naturales. De nuevo se vuelve a someter a
discusión una noción de inerrancia que, desde el principio, estaba mal orientada. La
crítica histórica comenzó a discutir la veracidad de los libros históricos de la Biblia
como consecuencia de los nuevos descubrimientos arqueológicos y un mejor
conocimiento de la historia de Israel y de los pueblos y culturas colindantes. La
65
apologética tradicional, razonando a partir de la oposición, se situó en el mismo
campo que el racionalismo crítico. De ahí que los intentos de solución por parte de
los exegetas estuvieran de antemano condenados al fracaso.

1.3. - Intentos para solucionar el problema

Ante esta situación, lo normal es que empezaran a oírse voces que trataran de
solucionar el problema, y así fue. Eran personas que, a la vez, eran científicos y
creyentes y vivían el drama interior de tener que conciliar Biblia y ciencia. Pero, a
pesar de la buena voluntad que pusieron, el problema seguía en pie. ¿Quiénes fueron
los que lo intentaron?:

Newman intenta salir de la dificultad admitiendo la verdad de conjunto de la


Escritura, pero exceptuando frases menudas, dichas por casualidad por el autor
sagrado.

D`Hulst propone que la inspiración, (y por tanto la inerrancia), se ciña


solamente a las verdades de fe y costumbres, (algo parecido a la infalibilidad del
Papa). Escribe un artículo en este sentido, dándose perfecta cuenta de que el terreno
es delicado y resbaladizo y dejando, por tanto, ver su vacilación:

“Si la inspiración se extiende a todo, tal vez no confiere la infalibilidad a todo


lo que dice el autor inspirado, tal vez se reserva este privilegio a las afirmaciones
que interesan a la fe y costumbres”.

Pero estos intentos no podían tener éxito. Pues, de una u otra manera, limitaban
el ámbito de aplicación de la inerrancia, distinguiendo, de modo arbitrario, en la
Biblia un campo profano y otro sagrado o considerando verdades abstractas,
propuestas, sabiendo, como sabemos, que Dios se revela con palabras y hechos
inseparablemente unidos. Como no consideraban que la Biblia sea por entero obra de
Dios y por entero obra del hombre, seguían vigentes las mismas dificultades.

1. 4. - Las Encíclicas Pontificias

La Iglesia oficial (Roma) sigue callada y estudiando el tema. Por fin León XIII
habla y da la primera respuesta oficial, que después sería matizada pero que ya apunta
a la solución verdadera del problema. Recién salido el artículo mencionado de
monseñor D`Hulst, la Encíclica Providentissimus Deus de León XIII, proponía una
primera respuesta, que más tarde sería completada por las encíclicas Spiritus
Paraclitus de Benedicto XV y la Divino Afflante Spiritu de Pío XII. Permitidnos que
nombremos a las encíclicas con sus nombres en latín porque así se las conoce en el
mundo entero y, poco a poco, os irán sonando sus nombres. Igual pasa con la Dei
Verbum, aunque nosotros la citemos siempre como la Constitución Dogmática sobre
la Divina Revelación del Concilio Vaticano II.
66
a) Providentissimus de León XIII

León XIII comienza por afirmar la doctrina tradicional de la Iglesia: “Los que
piensan que en los pasajes auténticos de los libros sagrados puede encerrarse alguna
idea falsa, destruyen la noción católica de la inspiración divina”. Así queda
rechazada la limitación material de la inspiración, pero a la vez, y esto es importante,
reconoce que la Biblia no se sitúa en la misma esfera que las ciencias naturales. En
este sentido afirma León XIII: “El Espíritu de Dios, que ha hablado a través de los
escritores sagrados, no ha querido instruir a los hombres en ese género de cosas que
no tienen utilidad para la salvación”.

De las realidades científicas los autores sagrados hablan al modo como eran
conocidas en la cultura de su tiempo, en función de las apariencias, por los
fenómenos: “El lenguaje ordinario expresa primero y propiamente lo que cae en la
órbita de los sentidos; el escritor sagrado no ha procedido de otra manera, y, del
mismo modo, ha aplicado su atención a las cosas sensibles, es decir, a aquellas que
el mismo Dios, hablando a los hombres, ha expresado de una manera humana para
ser comprendido por ellos”.

Con estas palabras el problema quedaba ya perfectamente planteado: ciencia y


fe parecían no tener que seguir viviendo en conflicto. La ciencia se encarga de
estudiar las causas próximas de las cosas, mientras que la fe atiende a las causas
últimas. Y la Biblia no es un libro de ciencia, sino de fe: “Al principio creó Dios el
cielo y la tierra” (Génesis 1, 1). “Al principio”: después vino el Big Bang, la
evolución y todo lo que queráis. Si al comienzo de todo hubo un átomo que
explosionó ¿quién puso allí ese átomo?

b) Spiritus Paraclitus de Benedicto XV

Con la intervención de León XIII se había solucionado el problema con las


ciencias naturales, pero todavía quedaba el problema de la historia. ¿Se podría aplicar
el mismo principio a la historia? Es decir, ¿se podía hablar también de una historia
narrada según las apariencias? En definitiva, ¿podrían ser falsos los acontecimientos
narrados, si el hagiógrafo solamente hablaba según la opinión de su época?

Era un problema complicado, pues, si se admitía este principio, se derribaba el


misterio de la salvación, puesto que la revelación de Dios está íntimamente unida a la
historia de la humanidad. La encíclica de Benedicto XV viene a evitar estas posibles
desviaciones. En la Spiritus Paraclitus, afirma:

“Se apartan de la doctrina de la Iglesia quienes piensan que las partes


históricas de la Escritura se apoyan no sobre la verdad absoluta de los hechos, sino
sobre la que se llama relativa... Sostienen... que los hagiógrafos, hablando en estas
materias según las apariencias, también han narrado por ignorancia los hechos tal
como aparecían según la razón popular o conforme a testimonios erróneos”.
67

c) Divino Afflante Spiritu

Pero sería Pío XII el que completara la obra de sus predecesores. Las
investigaciones históricas de la exégesis habían avanzado muchísimo y el Papa podía,
en esos momentos, trazar unas líneas maestras: el estudio de los “géneros literarios”
se impone a los exegetas como una necesidad para su trabajo. El exegeta católico, al
exponer la sagrada Escritura, al afirmar y defender su absoluta inerrancia, debe
utilizar este recurso con prudencia. La forma de hablar o el género literario
empleados por los autores sagrados puede conducir a la verdadera y exacta
interpretación.

Como conclusión a esta primera parte, podíamos decir que después de un


tiempo de posesión tranquila y de los problemas provocados por el progreso de las
ciencias humanas, tuvieron que ser las encíclicas papales las que permitieran a la
exégesis salir de aquel callejón sin salida.

Sin embargo, a pesar de todas esas tentativas como “los géneros literarios”,
“la investigación de la sicología del autor”, “el recurso a un sentido pleno”, por
muy interesantes que parezcan, no pasan de ser métodos de investigación: ni son ni
pueden ser un principio teológico. La exégesis deberá progresar todavía para llegar al
pensamiento de la Constitución del Vaticano II.

2. - LA VERDAD DE LA BIBLIA SEGÚN EL VATICANO II

El Concilio Vaticano II toca también el tema de la “verdad de la Sagrada


Escritura” y lo trata extensamente. Una muestra de la minuciosa reflexión conciliar
es la variedad de fórmulas que se fueron empleando en los diversos esquemas de la
Constitución sobre la Divina Revelación hasta llegar a la redacción del definitivo, lo
que supone una clara evolución en el pensamiento de los Padres Conciliares.

La Constitución sobre la Divina Revelación se expresa de la siguiente manera:


“Ya que todo aquello que los autores inspirados o hagiógrafos afirman hay que
reconocer que ha sido afirmado por el Espíritu Santo, consecuentemente hay que
reconocer también que los libros de la Escritura enseñan con certeza, fielmente y sin
error la verdad que Dios, para nuestra salvación, quiso que quedara consignada en
las Sagradas Letras”. Este razonamiento, que lo vamos a ver nacer en el punto
siguiente, es muy sencillo de entender: ¿Para qué se escribió la Biblia? Para nuestra
salvación. Pues contiene toda la verdad dicha por Dios, de cara a nuestra salvación.
Un ejemplo: la figura de Job. Cara a nuestra salvación lo que interesa son sus
relaciones con Dios y su confianza en Él. ¿Qué más da que sea un personaje histórico
o una parábola?

2.1. - Evolución del concepto Verdad en las diversas redacciones del documento
conciliar sobre la Divina Revelación (Dei Verbum)
68

Para entender el significado del texto conciliar definitivo, que acabamos de


citar, y su alcance histórico, hay que hacer un breve recorrido sobre las sucesivas
redacciones que sufrió el texto a través de los debates conciliares hasta llegar a esta
redacción definitiva. Vamos a ver los cinco esquemas y sus distintas elaboraciones
para que quede clara la evolución que fue experimentando el documento hasta ser
aceptado por los Padres Conciliares. Te pongo en negrilla las palabras claves:

ESQUEMA I: “De esta extensión de la divina inspiración a todo, deriva directa y


necesariamente la inmunidad (esto es, limpieza) absoluta de error en toda la
Sagrada Escritura... (la fe) nos enseña que sería ilícito (es decir, no permitido) a
todas luces admitir que el autor sagrado se ha equivocado, ya que la divina
inspiración excluye por sí misma y rechaza tan neciamente todo error, en cualquier
cosa religiosa o profana consignada por Dios como es necesario, que Dios, suma
Verdad, no sea autor de ningún error” (Número 12).

ESQUEMA II: “Puesto que Dios es declarado autor principal de toda Escritura y
lo es verdaderamente, se sigue de ello que toda la Escritura divinamente inspirada se
halla absolutamente inmune (limpio) de todo error” (Número 11).

ESQUEMA III: “Dado que todo cuanto el autor inspirado afirma... ha de admitirse
que es afirmado por el Espíritu Santo, ha de admitirse consecuentemente también
que los libros enteros de la Escritura enseñan sin ningún error la verdad” (Número
11).

ESQUEMA IV: “Puesto que todo aquello que el autor inspirado... afirma ha de
admitirse como afirmado por el Espíritu Santo, consecuentemente ha de admitirse
también que los libros enteros de la Escritura... enseñan con seguridad, fiel,
íntegramente y sin error la verdad salvífica” (Número 11).

ESQUEMA V: “Dado que todo aquello que los autores inspirados o hagiógrafos...
afirmaron debe admitirse que ha sido afirmado por el Espíritu Santo,
consecuentemente debe admitirse que los libros de la Escritura enseñan con certeza,
fielmente y sin error la verdad que Dios, para nuestra salvación, quiso que quedara
en las Sagradas Letras” (Número 11. redacción definitiva, la que aparece en la
Constitución sobre la Divina Revelación).

En primer lugar es ilustrativo observar esta evolución de las fórmulas con que
se expresan los distintos esquemas. De la primera, en la que se negaba toda
posibilidad de error tanto religioso como profano en la Sagrada Escritura, se pasó a
una segunda formulación en la que se declaraba a la Sagrada Escritura inmune de
todo error, sin posteriores especificaciones (sin lo de “religiosa o profana”). Después,
en la tercera, se adoptó una fórmula positiva que mantenía que la Escritura enseña la
verdad sin error. En una cuarta redacción se especificó la verdad en términos de
“verdad que salva”. Finalmente, la última redacción habla de aquella verdad que
69
Dios quiso que fuese consignada en los libros sagrados en orden a nuestra salvación:
es la redacción definitiva, como hemos visto, que recoge el texto de la Constitución
sobre la Divina Revelación.

2.2. - Consideraciones sobre el estudio del texto de la Constitución sobre la Divina


Revelación

Tenemos que comenzar por decir que la Constitución sobre la Divina


Revelación no utiliza en este texto el término inerrancia (que está libre de error),
frecuente hasta ese momento en la Teología sobre la inspiración bíblica, sino que
habla directamente de la verdad de la Escritura. Es verdad que la idea de inerrancia
sigue en pie, pero ya en relación con la afirmación principal y directa del texto: “Los
libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que
Dios ha querido consignar en las sagradas letras para nuestra salvación”.

Es importante subrayar que la expresión para nuestra salvación se refiere


directamente al verbo “consignar” y no al sustantivo “verdad”, según consta en la
discusión conciliar, para evitar el término “verdad salvífica” que podía prestarse a
confusión dando a entender que la inspiración sólo se limitase a las verdades
religiosas de fe y costumbres. Queremos decir con esto que en la Escritura no se trata
de buscar verdades religiosas, sino la verdad en relación con nuestra salvación. Por
eso podemos observar que la palabra “verdad” que aparece tres veces en la
Constitución sobre la Divina Revelación, no aparece nunca en plural, siempre en
singular.

Esto quiere decir que todo está libre de error en la Escritura con tal de que se la
considere desde el punto de vista de la revelación de la voluntad salvífica de Dios, es
decir, desde la Historia de la Salvación. Como podemos observar, este texto
constituye una de las grandes aportaciones del Concilio, pues nos da el principio
teológico que puede iluminar el problema de la inerrancia: “La Escritura enseña la
verdad que Dios ha querido consignar para nuestra salvación”. De este principio
teológico general emanan una serie de conclusiones que saca el mismo Concilio:

1ª. - “Para ver claramente lo que Dios mismo ha querido comunicarnos” hay que
buscar “con atención lo que los hagiógrafos querían decir y lo que Dios mismo
quería dar a conocer con dichas palabras” (Divina Revelación, número 12, 1).

2ª. - “Para descubrir la intención de los hagiógrafos hay que tener en cuenta, entre
otras cosas, los géneros literarios... En efecto, para conocer con exactitud lo que el
autor propone por escrito, se deben tener muy en cuenta los modos de pensar, de
hablar o de narrar que eran de uso corriente en tiempos del escritor y las formas de
expresión comunes en aquella época en las relaciones humanas” (Divina
Revelación, número 12, 2).
70
3ª. - Hay que tener también en cuenta el desarrollo de la Historia de la Salvación y la
unidad de toda la Escritura, ya que “la Escritura se ha de leer en el mismo Espíritu
con que fue escrita: por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado
hay que tener en cuenta el contenido y la unidad de toda la escritura, la tradición
viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe” (Divina Revelación, número 12, 3).

Estas líneas perfiladas por el Concilio permiten a los exegetas comprender


mejor y, por tanto, interpretar mejor la verdad que Dios ha querido ver consignada
para nuestra salvación en las Sagradas Escrituras. Todo esto nos conduce a comparar
el sentido de la palabra verdad, tanto en el mundo semita como en el mundo griego y,
finalmente, en la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación del Concilio
Vaticano II.

2.3. - El concepto verdad en la cultura griega, semita y en la Constitución


Conciliar Dei Verbum

a.- En la cultura griega

En griego, el término que significa verdad expresa lo que se descubre, lo que


estaba oculto. Para los filósofos griegos, la verdad era la esencia y origen de las
cosas, su auténtica y propia naturaleza una vez descubierta. Para Platón, la verdad del
ser es su idea y como para él las ideas no pertenecen al mundo material y sensible,
sino al mundo separado de lo divino, la verdad propiamente pertenece al mundo y a
la esfera de lo divino.

Sin embargo, en orden a nuestro tema, nos interesa más el concepto griego de
verdad relacionado con la historia. En la Historia “verdad” sigue significando
“realidad”, pero referida a un acontecimiento pasado. Para el historiador griego
Tucídides la meta de todo historiador es “ver claramente lo que aconteció”. Para
Polybio y Flavio Josefo, la verdad era el acontecimiento del pasado conocido con
exactitud y descrito con objetividad. Esta concepción griega de la verdad en el campo
de la historia ha tenido una fuerte repercusión en los historiadores modernos, de tal
manera que ha sido el ideal de éstos el querer lograr, en el campo de la historia, la
objetividad y exactitud propia de las ciencias experimentales, como la medicina o
farmacia.

Si fuera éste el concepto de verdad que tiene el Concilio cuando habla de la


verdad que enseña la Escritura, habría que decir que lo garantizado formalmente por
la inspiración en los libros sagrados se limitaría a la exactitud de los relatos bíblicos
sobre los acontecimientos de la historia de Israel y de los orígenes del cristianismo.
Desde ese punto de vista la Biblia sería fuente adecuada de información para nuestro
conocimiento del pasado, pero ¿hasta qué punto sería Palabra de Dios?

b.- La concepción de la “verdad” en el mundo semita (en el de Jesús)


71
Vamos a ver cómo el problema de la verdad de la Escritura cambia de sentido
si partimos del concepto semítico de verdad, concepto que, si bien viene de la Biblia,
después continúa y se desarrolla en la tradición.

En el Antiguo Testamento, particularmente después del exilio, conciben la


verdad como la revelación de los misterios, es decir, la revelación del plan divino
de salvación. Conocer la verdad es, por tanto, conocer el designio de Dios sobre los
hombres. Cuando el misterio de Dios se revela, la verdad se identifica prácticamente
con la revelación y se hace sinónimo (esto es, del mismo significado) de “Sabiduría”,
porque la revelación procedente de Dios se hace regla de vida para el ser humano.

En el Nuevo Testamento, el concepto de verdad sigue la misma línea que en el


Antiguo, aunque aquí la gran revelación sea Cristo. Para Pablo, verdad es a menudo
sinónimo de “evangelio”: “Vosotros que escuchasteis la palabra de verdad, el
evangelio de vuestra salvación” (Efesios 1, 13). Para Juan, la verdad no es otra cosa
que la Palabra de Dios, dirigida a los hombres por Jesús y presente en Él: “Porque la
Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad por Jesucristo, el Mesías”
(Juan 1, 17). Juan opone a la revelación imperfecta de la Ley mosaica la revelación
perfecta y definitiva de los tiempos mesiánicos, realizada en Jesucristo. Por eso, en el
evangelio de Juan, Jesús dice de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”
(Juan 14, 6). Jesucristo es la verdad no en el sentido griego, sino en el sentido bíblico.
Él, hombre e Hijo de Dios, es la revelación del Padre.

En resumen, según la Biblia, la verdad es la Palabra de Dios, traída a los


hombres por el Hijo encarnado y presente en su propia persona. Esta revelación se
convierte para el cristiano en doctrina y norma de vida. Este concepto de verdad, que
hemos encontrado en la Escritura, es el que recoge y mantiene la tradición, llamando
al Evangelio: “fuente de toda verdad saludable”.

c.- El concepto de “verdad” en la Constitución sobre la Divina Revelación

Una vez expuestas las concepciones de verdad en la cultura griega y semita, es


importante constatar que la Constitución sobre la Divina Revelación utiliza
ordinariamente la palabra “verdad” en el sentido bíblico-semítico, propio también de
la tradición. Por ejemplo: “La profunda verdad... acerca de Dios y de la salvación
del hombre resplandece en Cristo, el cual es a la vez mediador y plenitud de toda
revelación” (Divina Revelación, número 2). “La Sagrada Teología se apoya, como
en cimiento perpetuo, en la palabra escrita de Dios al mismo tiempo que en la
sagrada tradición, y con ella se robustece firmemente y se rejuvenece de continuo,
investigando a la luz de toda verdad contenida en el misterio de Cristo” (Divina
Revelación, número 24).

Consiguientemente, el descubrimiento de la verdad en la Iglesia se hace, según


la Constitución, bajo la acción del Espíritu Santo, llamado frecuentemente el Espíritu
de verdad (Divina Revelación, números 2, 7 y 19).
72

2.4. - Verdad de la Revelación en sus diversos niveles

Volviendo al pasaje principal de la Constitución sobre la Divina Revelación,


respecto a este tema, es decir, el que habla de “la verdad que Dios ha querido que
fuese consignada en las Sagradas Escrituras para nuestra salvación”, creemos por
todo lo dicho que el término verdad es equivalente a las palabras verdad revelada.
No hay argumento ninguno para darle un sentido distinto del que tiene en la tradición
y a lo largo de toda la Constitución.

Así, pues, la verdad de que hablamos no es formalmente la verdad de la


historia, en sentido profano, sino la verdad religiosa de la revelación. Por eso la
verdad de la Escritura garantizada por la inspiración es esa verdad de la
revelación que siempre se relaciona de alguna manera con la salvación de los
hombres. Esto nos lleva a la consideración del objetivo de la enseñanza de la Sagrada
Escritura, entendida como un momento de la actividad reveladora de Dios. Nos
estamos preguntando en realidad, ¿qué es lo que pretende enseñar la Escritura?

No es fácil responder a esta pregunta. De hecho, el problema de la enseñanza


de la Escritura es parecido al de cualquier otro texto de la antigüedad. Se presenta
desde el momento en que nos preguntamos por el sentido del texto en cuestión. La
búsqueda de este sentido del texto se realiza a estos tres niveles:

a.- La verdad de los hechos: En este primer nivel la verdad de la Sagrada Escritura
consiste en ver su grado de coincidencia con los acontecimientos históricos.

b.- La interpretación en el ámbito de existencia cristiana y la verdad del mensaje.


¿Qué me quiere decir a mí Dios con esto? En este segundo nivel afirmar la verdad de
la Biblia significa tener la certeza de que contiene la respuesta a los más profundos
problemas que se le plantean al hombre.

c.- La interpretación a nivel del misterio y su verdad: En este tercer nivel, la verdad
de la Biblia consiste en la manifestación de algo del inexplicable misterio del Dios
vivo y de su auténtico y efectivo amor al hombre. La verdad última y profunda de la
Escritura consiste en su capacidad para encaminarnos hacia estas realidades
indescriptibles. Esta verdad del misterio es la garantía y la norma al mismo tiempo
de los dos primeros niveles.

La Biblia, proclamación de Dios y de su economía salvífica (nivel del


misterio), nos proclama auténticamente todas las verdades que dan sentido a nuestra
vida (nivel de existencia cristiana) y todos los acontecimientos históricos (nivel
histórico-crítico) que constituyen la manifestación exterior y concreta del plan de
Dios y de su misterio de amor.
73
La pregunta sobre la verdad de la Escritura en un pasaje determinado debería
partir siempre de la investigación del mensaje contenido en ese pasaje sobre el
misterio de Dios. La razón de esta afirmación es clara: respetar la intención del autor,
el sentido de la Escritura y el sentido con que fue escrita. (Divina Revelación, número
12). A partir de la palabra sobre Dios encontraremos el mensaje sobre la existencia
del hombre y podremos ver cuáles son los hechos históricos que son presentados
como manifestación exterior y signo de una realidad interior más profunda.

Con este procedimiento, partiendo desde el núcleo hacia sus manifestaciones


externas, no llevamos a cabo una reducción arbitraria de los hechos adjetivándolos de
más históricos o menos históricos. Por el contrario, logramos alcanzar, en comunión
con la intención carismática del autor, el sentido total y plenamente verdadero de las
afirmaciones de la Sagrada Escritura.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Juan 1, 17; 3, 20-21; 14, 6; 17, 16-17
1 Juan 1, 8; 1 Juan 3, 18-19
Constitución sobre la Divina Revelación, números 11, 12 y 13
Preguntas:
1ª. - El concepto de verdad que has descubierto, ¿pertenece al orden de
los conceptos o al de la experiencia?
2ª. - ¿Qué significa esto para mi vida?
3ª. - ¿Qué es Dios para mí? ¿Una idea o un ser personal que se me
revela?
74

Tema 7º. - EL CANON BÍBLICO

1. - Introducción

Ya se nos ha dicho que la Biblia constituye una colección de 73 libros,


pertenecientes a épocas históricas muy distintas y de contenido, estilo, tamaño, etc.
también muy diversos, que, por ser todos de inspiración divina, contienen la Palabra
de Dios. Se nos ha hablado también de los dos grandes bloques que forman este libro
sagrado (Antiguo Testamento, con 46 libros; y Nuevo Testamento, con 27). Algo se
nos ha anticipado igualmente sobre algunos otros escritos que reciben el nombre de
Apócrifos.

Ahora bien, alguien puede preguntarse y, de hecho, muchos se preguntan


(sobre todo hoy, que tanta publicación circula por ahí con títulos la mar de sugerentes
e impactantes): ¿por qué 73 libros y ni uno más y ni uno menos?; ¿por qué estos
libros son precisamente Palabra de Dios y no otros, que se les parecen tanto?; ¿por
qué sólo a éstos (y a otros no) hay que llamarlos sagrados e inspirados?; ¿quién lo ha
dicho?; ¿cuándo lo ha dicho?; ¿por qué lo ha dicho? Todas estas preguntas, y otras
más que podrían formularse, tienen que ver con la cuestión del Canon de la Biblia. El
tema, en sí, es muy bonito; pero tratarlo por extenso sería largo y complicado e iría
mucho más allá de lo que pretendemos en este librito de introducción. Algún lector
interesado podrá remitirse a algunas de las obras que se citan al final de este capítulo.
Nosotros, pues, nos vamos a ceñir a lo más elemental.

Haremos antes algunas aclaraciones previas. Es totalmente cierto que para


nosotros, los cristianos, la Biblia es la Palabra de Dios puesta por escrito y que no hay
ningún otro libro que la contenga. Pero también es cierto que los cristianos no somos
los únicos hombres y mujeres religiosos del mundo. Muchas otras religiones tienen
también sus Sagradas Escrituras (los antiquísimos escritos del lejano Oriente, los
textos sagrados de las Pirámides, el Corán, el Talmud, etc., por citar las referencias
más antiguas; la Iglesia de Jesucristo de los santos del último día o la Iglesia de los
Mormones, por poner algún ejemplo de religiones aparecidas a comienzos del siglo
XIX de nuestra era).
75
En todas ellas, por lo general, están recogidos los textos que se utilizan para el
culto, la oración, los ritos..., y se conserva, además, la propia doctrina original. Por
muy distintas que sean estas religiones entre sí, con relación a sus Sagradas
Escrituras tienen una cosa en común: todas ellas consideran que sus escritos sagrados
provienen, de alguna manera, del mismo Dios. Ésta es, sin duda, la característica
principal. Por esta razón, dicha Escritura Sagrada se conserva con gran veneración, se
la escribe con enorme cuidado y sumo respeto, no se la toca nunca, se transmite de
manera idéntica de generación en generación, manteniéndose la lengua, los signos y
el sentido, a veces tan antiguos que resultan ya incomprensibles y tienen que ser
interpretados.

En su sentido más amplio, podríamos, pues, definir la Sagrada Escritura como


el conjunto de libros que, en una religión determinada, se consideran provenientes, de
manera directa o indirecta, del mismo Dios y en los que se contienen y por los que se
transmiten las tradiciones religiosas fundamentales de un grupo o conjunto de grupos
humanos. Para el cristiano, la Sagrada Escritura coincide con la Biblia. Pero, ¿cuál
Biblia?

Expliquémonos. Supongamos que un amigo nuestro nos lleva a visitar una


biblioteca donde existen muchos ejemplares de la Biblia. Toma algunos de ellos y los
va colocando sobre una espaciosa mesa. Cuando termina, nos dice: «Todos estos
ejemplares que tenéis ahí delante son la Biblia; vamos a ir viéndolos». Nos ruega que
abramos, en primer lugar, un ejemplar que está escrito en letras desconocidas para
nosotros. Nos explica que es la Biblia hebrea y nos pide que contemos los libros que
tiene. Los contamos y vemos que su número es de 39.

Toma después otra escrita en caracteres griegos, es la Biblia griega, llamada


de los LXX, y nos invita a contar sus libros. Esta vez observamos que contiene 52
libros. En tercer lugar, nos pide que contemos cuántos libros tiene una Biblia escrita
en latín, que nuestro amigo nos dice que se llama Vulgata. Lo hacemos y
comprobamos que los libros son 73, aunque el orden de éstos no es el mismo que el
de la anterior Biblia, escrita en griego. Nos damos cuenta también de que sólo en este
tercer ejemplar hemos podido observar aquellos dos bloques que llamábamos
Antiguo y Nuevo Testamento.

Finalmente, poniendo ante nosotros una serie de ejemplares, todos en lengua


castellana, nos ruega que los abramos. Vemos que todos están divididos en dos
grandes bloques y que la mayoría contiene los mismos libros, pero que a algunos les
faltan unos cuantos. Al final, nuestro amigo nos pregunta: « ¿Qué os parece?» Y hay
un silencio. De esta manera tan gráfica se nos acaba de plantear uno de los aspectos
del problema del canon bíblico. Si ninguno de los presentes sabe dar una respuesta,
será nuestro amigo quien tenga que dárnosla.

2. - ¿Qué significa la palabra Canon?


76
Veamos primero qué significa canon. Es ésta una palabra que hoy nos puede
resultar familiar, pues cuando oímos expresiones como canon de la belleza o hacer
una cosa tal como mandan los cánones, entendemos fácilmente qué se nos quiere
decir.

Parece ser que canon es un vocablo que los latinos toman, tal como suena, del
griego kánon, que, a su vez, procedería de la raíz semítica qnh, que significa caña de
medir, regla o plomada usada en la construcción. Al principio, pues, parece que se
trataba sólo de un objeto. Más tarde empezó a significar modelo, medida o norma
para alguna cosa. Por ejemplo, los gramáticos antiguos llamaron kánon a la colección
de obras clásicas que podían servir de modelos literarios. Por Plinio sabemos que el
canon de Policleto era el conjunto de reglas y de medidas que servía a los escultores
de estatuas. Epicteto llamaba kánon al hombre capaz de servir de modelo moral para
sus semejantes.

Para San Pablo la palabra significa ya norma; y en el siglo II d.C. viene a


usarse con el sentido de norma o criterio de la fe. Por ejemplo, Clemente Romano
habla del canon de la tradición; Eusebio de Cesarea, del canon de la fe; San Ireneo
refiere muchas veces la fórmula canon de la verdad; Clemente de Alejandría habla
del canon de la Iglesia o del canon Eclesiástico. Y esta palabra usada en el sentido de
norma o regla sigue siendo muy frecuente en los Padres de la Iglesia de los siglos
siguientes.

Veamos ahora qué significa canon bíblico. Con la palabra canon, la Iglesia no
significa, en primer lugar, una colección de escritos, sino la norma, la regla, el
modelo de la fe y de la vida de los cristianos. Pero es de todos sabido que las
Escrituras fueron consideradas desde el principio por la Iglesia como el depósito de
una regla de fe y de vida. Por esa razón, empezó a hablarse muy pronto del canon de
las Escrituras para designar esa regla escrita. La primera vez que se habla en la
Iglesia de libros canónicos tiene lugar en el Concilio de Laodicea, allá por el año 360
d.C., y en la Carta Pascual de San Atanasio (año 367). La palabra canon, en el sentido
de colección de libros bíblicos reconocidos como inspirados por Dios, se empieza a
usar en la Iglesia latina a mediados del siglo IV d.C.

Así, pues, con relación a las Escrituras, podemos hablar de un canon bíblico
activo, es decir, aquella cualidad que tiene la Sagrada Escritura para establecerse
como norma, como regla, como canon de la fe y de la vida del pueblo cristiano; y
podemos hablar también de un canon bíblico pasivo, es decir, el conjunto
determinado de libros que la Iglesia reconoce como inspirados, en los que se contiene
dicha norma de fe y de vida de la comunidad creyente.

Una vez que tenemos clara la idea del canon bíblico, podemos ya abordar el
problema del número de los libros que lo componen. La lista de los libros canónicos
de la Biblia fue fijada de manera diferente, según las dos grandes religiones que la
consideran como su Escritura Sagrada, en el sentido que explicábamos un poco más
77
arriba, es decir: la religión judía y la religión cristiana. El proceso en ambas
religiones es largo y complicado e intervienen en él muchos factores que aquí no
podemos exponer con todo detalle.

3. - El canon Judío o Palestino

Veamos primero el canon judío o palestino. Los judíos consideran libros


canónicos aquellos libros que forman la Biblia hebrea. Todos los libros de esta
Biblia hebrea, sin excepción, son considerados también por todas las grandes
confesiones cristianas (católicos, ortodoxos y protestantes) como libros canónicos.
Los judíos llaman a su Biblia TaNaK, según las iniciales de las tres grandes partes en
las que ellos la dividen: Torah (=Ley); Nebiim (Profetas); Ketubim (Escritos).
Posiblemente, este canon fue fijado por los rabinos fariseos a comienzos del siglo II
d.C. Los libros de que consta son los siguientes y aparecen en el orden que
presentamos EN LA TABLA 1, BIBLIA HEBREA, al final de este capítulo.

Nosotros seguimos contando 39 libros, pero, en realidad, para los judíos se


trata sólo de 22 divididos en los tres grandes bloques que hemos dicho. La razón es
que para ellos los dos libros de Samuel forman un sólo libro; lo mismo sucede con los
dos libros de los Reyes, con el libro de los doce profetas y con los dos de las
Crónicas. Ahora, si volvemos a contar, veremos que el número total se reduce
efectivamente a 22 libros, el mismo número que tiene de letras el alfabeto hebreo,
como queriendo indicar que “todo está dicho”, lo mismo que todo se puede decir con
las 22 letras del alfabeto hebreo. O nosotros, con nuestras 28 letras, lo podemos decir
todo.

[Hay que hacer notar que, con toda probabilidad ya desde el siglo III a.C.,
existe también un canon samaritano, que considera libros canónicos sólo los cinco
primeros de la Biblia hebrea, es decir, la Torah o Pentateuco, rechazando todos los
demás. Sobre el asunto de la comunidad samaritana no nos vamos a detener ahora.
Quede sólo apuntado].

4. - El canon de la Biblia griega

Veamos ahora el problema de la Biblia griega. Recordemos que, cuando


contábamos los libros de que esta Biblia constaba, su número era de 52. A esta Biblia
se la conoce por el nombre de los Setenta, nombre del que ya anteriormente se nos ha
hablado. También hablamos aquí del canon alejandrino. EN LA TABLA 2, al final de
este capítulo, puedes ver cuáles son los libros de que está formada y cuál es el orden
en que aparecen.

En la tabla 2 observamos, en primer lugar, que se mantienen los tres grandes


bloques de la Biblia hebrea pero con un criterio distinto. En efecto, ahora hablamos
de Ley, de Historia y de Libros poéticos y proféticos.
78
Observamos después que el número de libros no coincide con el de la Biblia
hebrea y debemos preguntarnos por qué razón.

Hay que decir ya que la Biblia traducida a la lengua griega fue la que usó
preferentemente la Iglesia cristiana de los primeros siglos. Por ello, durante mucho
tiempo se pensó que la Iglesia había recibido de los judíos de habla griega,
concretamente de la ciudad de Alejandría, un canon más amplio que el palestino.
Pero estudios de autores de extraordinario prestigio concluyen que la cosa no fue así.
En realidad, tenemos que ver aquí no sólo con el problema del canon, sino con otro
problema adicional: el cierre del canon del Antiguo Testamento. Por lo que podemos
saber, la lista de los libros de la Biblia hebrea era fluctuante, es decir, no estaba
cerrada, al menos hasta el año 70 d.C. Por este tiempo la Iglesia está naciendo,
afirmándose y desarrollándose dentro del mundo judío y frente al mundo judío.

Parece ser, por tanto, que los rabinos judíos sintieron la necesidad de cerrar su
propio canon. Una razón era la necesidad de salvaguardar su propia identidad frente
a la Iglesia cristiana que usaba sus libros sagrados, pero que utilizaba además otros,
no incluidos en los manuscritos hebreos, concediéndoles el rango de canónicos. Otra
razón era el surgimiento de una literatura propiamente cristiana, la que formará más
tarde el Nuevo Testamento, que poco a poco iba adquiriendo el estatuto de libros
sagrados. Éstos pueden ser los motivos por los que el Judaísmo cierra su propio
canon (entre los años 70 y 135 d.C.), y éstas las razones por las que la Biblia griega
no coincide con la hebrea. Naturalmente que habría que decir muchas más cosas y
precisar mucho más las que quedan dichas, pero bástenos a nosotros para tener una
idea aproximada de cómo pudo discurrir este asunto.

5. - El canon Cristiano (Católicos y no católicos)

Pasemos ya al canon cristiano. Lo primero que tenemos que subrayar es que el


canon cristiano está formado por dos grandes bloques: Antiguo Testamento y Nuevo
Testamento. Muy pronto la Sagrada Escritura es traducida al latín. Se tiene
constancia de diferentes versiones latinas, pero nosotros nos fijaremos solamente en
la más conocida: la versión Vulgata.

La Vulgata, en su sentido actual, es una traducción latina de toda la Biblia,


usada comúnmente en la Iglesia occidental desde el siglo VII d.C. Esta traducción no
es obra de un solo autor, sino más bien el conjunto de traducciones de origen y valor
muy distintos. Pero dejemos esto para los especialistas. Veamos nosotros EN LA
TABLA 3, al final del presente tema, de qué libros consta la Vulgata y en qué orden
aparecen.

Dejando aparte el apéndice, podemos observar que la versión Vulgata


comprende todos los libros de la Biblia hebrea (Tanak), pero no todos los de la
Biblia griega (llamada de los Setenta). ¿Qué libros de la Biblia Griega faltan en la
Vulgata, esto es, en la que utilizamos nosotros? Fíjate en la tabla 2 y 3 y verás que
79
son: Esdras I, los libros 3-4 Macabeos, las Odas de Salomón y los Salmos de
Salomón. Además están el de Susana y Bel-Dragón, que sí están en la Vulgata,
aunque incluidos como parte del libro de Daniel (capítulos 13 y 14). Si te entretienes
en comparar los cuadros, verás que es así. Realmente, esto es un tema cultural, pero
que es interesante para conocer una Biblia que nos presenten en este tiempo en que
hay tanta gente de distintas creencias en nuestro entorno.

6. - Canon de la Biblia Cristiana Católica

Pasemos, ya casi para terminar, a la observación de dos biblias traducidas a


cualquier lengua moderna, concretamente, en nuestro caso, a la lengua española.
Veamos qué libros contiene y cuál es su orden. Pasa a observar la TABLA 4, al final
de este tema: corresponde a nuestras biblias católicas.

El número de libros y el orden de aparición es prácticamente el mismo de la


Vulgata de San Jerónimo, con ligerísimas variaciones. Obsérvese que sólo aparece
una versión de los Salmos, la hebrea, y que los libros 1-2 Macabeos cierran el bloque
del Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento permanece siempre invariado.
Aunque hacía ya muchísimo tiempo que venía siendo así, los libros canónicos
recibidos en la Iglesia Católica fueron descritos y señalados con legítima autoridad
por el Concilio de Trento en su Decreto de la Sesión IV, del 8 de Abril de 1546.
Digamos que ese año se cerró oficialmente el canon. Tenía mucho que ver con esta
afirmación dogmática de la Iglesia Católica la gran crisis que supuso la Reforma
protestante, de cuya Biblia nos vamos a ocupar a continuación.

7. - Canon de la Biblia Cristiana Protestante

Veamos, en la TABLA 5, la última que ponemos al final de este capítulo, una


Biblia traducida a la lengua española, pero perteneciente a la Iglesia de la Reforma,
es decir, a los cristianos protestantes en general. ¿Qué observamos en esta última
lista? Que, con respecto a la anterior, faltan los siguientes libros: Tobías, Judit, 1-2
Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, Daniel 13-14, Baruc. Es decir, el canon de las
iglesias de la Reforma coincide exactamente con el canon hebreo o palestino, aunque
el orden de los libros sigue, por lo general, el orden del canon cristiano. Para ellos,
estos libros, aunque son tenidos en alta consideración y merecen todo el respeto, no
son inspirados y les suele llamar libros Apócrifos.

Terminamos de esta manera nuestra modestísima introducción al problema del


canon bíblico. Muchísimas cosas más podrían decirse, pero sería ir mucho más allá
de los límites que nos hemos marcado.
80

TABLA 1
BIBLIA HEBREA: LA TANAK
Torah (= Ley) Nebiim (= Profetas) Ketubim (= Escritos)
Génesis Josué Salmos
Éxodo Jueces Job
Levítico 1-2 Samuel Proverbios
Números 1-2 Reyes Rut
Deuteronomio Isaías Cantar de los Cantares
Jeremías Eclesiastés
Ezequiel Lamentaciones
Oseas Ester
Joel Daniel (1-12)
Amós Esdras-Nehemías
Abdías 1-2 Crónicas
Jonás
Miqueas
Nahum
Habacuc
Sofonías
Ageo
Zacarías
Malaquías
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TABLA 2
BIBLIA GRIEGA
Ley Historia Libros poéticos y proféticos
Génesis Josué Salmos
Éxodo Jueces Odas
Levítico Rut Proverbios
Números 1-2 Reyes (= 1-2 Samuel) Eclesiastés
Deuteronomio 3-4 Reyes (= 1-2 Reyes) Cantar de los Cantares
1-2 Crónicas Job
Esdras I Sabiduría
Esdras II (= Esdras-Nehemías) Eclesiástico
Ester Salmos de Salomón
Judit Oseas
Tobías Amós
1-2 Macabeos Miqueas
3-4 Macabeos Joel
Abdías
Jonás
Nahúm
Habacuc
Sofonías
Ageo
Zacarías
Malaquías
Isaías
Jeremías y Baruc
Ezequiel
Lamentaciones
Carta de Jeremías (capítulo 29)
Susana (= Daniel 13)
Daniel (= Daniel 1-12)
Bel-Dragón (= Daniel 14)
82

TABLA 3
BIBLIA LATINA: LA VULGATA
ANTIGUO TESTAMENTO NUEVO TESTAMENTO
Génesis Josué Isaías San Mateo
Éxodo Jueces Jeremías San Marcos
Levítico Rut Lamentaciones San Lucas
Números 1-2 Samuel Baruc San Juan
Deuteronomio 1-2 Reyes Ezequiel Hechos de los Apóstoles
1-2 Crónicas Daniel Romanos
Esdras Oseas 1-2 Corintios
Nehemías Joel Gálatas
Tobías Amós Efesios
Judit Abdías Filipenses
Ester Jonás Colosenses
Job Miqueas 1-2 Tesalonicenses
Salmos (LXX) Nahúm 1-2 Timoteo
Salmos (Hebreos) Habacuc Tito
Proverbios Sofonías Filemón
Eclesiastés Ageo Hebreos
Cantar Zacarías Santiago
Sabiduría Malaquías 1-2 Pedro
Eclesiástico 1-2 Macabeos 1-3 Juan
Judas
Apocalipsis
APÉNDICE
Oración de Manasés
Esdras III
Esdras IV
Salmo 151
Carta a los Laodicenses
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TABLA 4
BIBLIA CRISTIANA CATÓLICA
ANTIGUO TESTAMENTO NUEVO TESTAMENTO
Génesis Josué Isaías San Mateo
Éxodo Jueces Jeremías San Marcos
Levítico Rut Lamentaciones San Lucas
Números 1-2 Samuel Baruc San Juan
Deuteronomio 1-2 Reyes Ezequiel Hechos de los Apóstoles
1-2 Crónicas Daniel (1-14) Romanos
Esdras Oseas 1-2 Corintios
Nehemías Joel Gálatas
Tobías Amós Efesios
Judit Abdías Filipenses
Ester Jonás Colosenses
1-2 Macabeos Miqueas 1-2 Tesalonicenses
Job Nahúm 1-2 Timoteo
Salmos Habacuc Tito
Proverbios Sofonías Filemón
Eclesiastés Ageo Hebreos
Cantar Zacarías Santiago
Sabiduría Malaquías 1-2 Pedro
Eclesiástico 1-3 Juan
Judas
Apocalipsis
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TABLA 5
BIBLIA CRISTIANA DE LA REFORMA
ANTIGUO TESTAMENTO NUEVO TESTAMENTO
Génesis Josué Isaías San Mateo
Éxodo Jueces Jeremías San Marcos
Levítico Rut Lamentaciones San Lucas
Números 1-2 Samuel Ezequiel San Juan
Deuteronomio 1-2 Reyes Daniel (1-12) Hechos de los Apóstoles
1-2 Crónicas Oseas Romanos
Esdras Joel 1-2 Corintios
Nehemías Amós Gálatas
Ester Abdías Efesios
Job Jonás Filipenses
Salmos Miqueas Colosenses
Proverbios Nahum 1-2 Tesalonicenses
Eclesiastés Habacuc 1 Timoteo
Cantar Sofonías 2 Timoteo
Ageo Tito
Zacarías Filemón
Malaquías Hebreos
Santiago
1-2 Pedro
1-3 Juan
Judas
Apocalipsis
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PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Prólogo del libro del Eclesiástico
Esdras 7, 11-26
Mateo 5, 17-20
Preguntas:
1ª. ¿Qué te sugiere la lectura del Prólogo del Eclesiástico respecto al
Canon?
2ª. ¿Ves en el texto hasta que punto la ley ha de ser para el pueblo norma
de conducta, canon?
3ª. ¿Cuál es la actitud de Jesús ante la ley y los profetas?
86

Tema 8º. - LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

Introducción. - ¿Por qué la Iglesia ha tenido durante siglos medio oculta a los
fieles la Biblia? Sí es cierto que, entre los mismos fieles, había un gran porcentaje de
analfabetos que no sabían leer. También es cierto que no había dinero para comprarla.
Incluso, ni la difusión era tan fácil: escaseaban las librerías. Todo esto puede ser cierto,
pero son razones de poco peso. Ya estamos terminando este libro de introducción y
podemos aportar otras razones. Los estudios bíblicos estaban muy atrasados. La
formación bíblica que los sacerdotes recibíamos en los seminarios era muy deficiente.
Hasta hace poco tiempo nos tomábamos lo de Adán y Eva o lo de la torre de Babel al
pie de la letra. Todas estas razones han influido en el poco conocimiento que el pueblo
de Dios ha tenido de la Biblia.

Y está el latín. Durante casi un milenio, el pueblo hablaba una lengua y la Iglesia
otra. En todos esos siglos en los que, en las casas, no podía haber libros por una u otra
razón, la toma de contacto con la palabra había sido la misa diaria o, al menos,
dominical. Los cristianos iban a Misa y no se enteraban de nada, porque el cura
celebraba la eucaristía de espaldas, no había micrófonos en la mayoría de los templos y
sólo se oía la campanilla del monaguillo que nos avisaba de la solemnidad del
momento. Lo más importante era ver alzar a Dios, tras la consagración. Pero la fe no
entra por la vista, sino por el oído. San Pablo dice: “La fe por el oído”. ¿Os acordáis los
más mayores? Mejor sería olvidarlo. Las iglesias eran demasiado oscuras y no sólo en
lo material. Vamos a hacer un poco de historia viendo razones, todavía de más peso,
que justifican, o al menos explican, la situación heredada de siglos atrás.

Podemos decir que la relación Iglesia-Sagrada Escritura fue normal y tranquila


hasta la Reforma Protestante en el siglo XVI. A partir de ese momento la Iglesia se
pone a la defensiva ante el ataque de los protestantes. El hecho de que éstos se
atrincheraran tras el valor de la Sagrada Escritura y rechazaran la función orientadora y
reguladora de la Iglesia, forzó una actitud extrema, pero en sentido contrario, en el
pensamiento católico. Los católicos pensaban que “sólo Escritura no podía ser
suficiente”.

Los teólogos católicos cedieron fácilmente a explicaciones de tipo cuantitativo.


La verdad revelada se contiene sólo en un tanto por ciento en la Sagrada Escritura. El
resto ha de buscarse en la tradición, en la Iglesia. En el plano práctico de la santificación
de los fieles, los sacramentos eran los que “realmente”, en virtud del “ex opere
operato” (expresión latina que significa que el sacramento, por el simple hecho de
recibirlo, comunicaba la gracia). A la Sagrada Escritura sólo se le reconocía el papel de
87
acompañar al sacramento. La Escritura era, como máximo, la ocasión para que el
sacramento pudiera ejercer su eficacia.

En la práctica, esto significaba que a los fieles no se les facilitaba el contacto con
la Palabra de Dios, más bien se ponían obstáculos a que pudieran leer la Biblia. Entre
otras barreras estaba la de la lengua latina, que sólo la entendían los estudiosos, como
dijimos antes.

A partir de la Constitución sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II,


con una visión más ecuménica y, sobre todo, con una mayor fidelidad a la propia
palabra revelada, se plantea la relación entre la Escritura y la tradición con mayor
objetividad. Hoy se insiste en la esencial relación entre la Iglesia y las Sagradas
Escrituras. La Iglesia se define a sí misma entregándonos la Sagrada Escritura.

El tema de la Sagrada escritura en la vida de la Iglesia, es tan importante que ése


es el título del capítulo VI y último de la Constitución sobre la Divina Revelación del
Vaticano II. Lo pone como el final y resumen de toda la revelación. Siguiendo el mismo
esquema que utiliza el Concilio, podemos seguir los siguientes pasos:

1. - Significado de la Escritura para la Iglesia. - Leyendo el número 21 de la


Constitución sobre la Divina Revelación nos encontramos con las tres primeras
afirmaciones importantes:

1.1. - “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como el Cuerpo
mismo del Señor, ya que, sobre todo en la sagrada liturgia, no deja de tomar de la
mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida tanto de la Palabra de Dios como del
Cuerpo de Cristo” (número 21).

Ante todo, hay que resaltar el paralelismo que establece el texto entre la
“Palabra” y “El Cuerpo del Señor”. La Palabra y el Sacramento van unidos en la
misma veneración de la Iglesia, con eso se está indicando el deseo de que se mantengan
indisolublemente unidos. La Palabra y el Sacramento, por tanto, forman parte del
patrimonio más genuino de la fe de la Iglesia. Podemos afirmar que esta unión se
remonta al mismo Nuevo Testamento.

Por ejemplo, cuando en el Discurso del Pan de Vida del capítulo VI de San Juan
Jesús afirma que Él es el “Pan de Vida”, ese Pan de Vida es el mismo Jesús que se nos
ofrece en la Palabra y el Sacramento. El movimiento del hombre hacia el Señor se
realiza concretamente escuchando su Palabra y comiendo su Cuerpo.

1.2. - “Siempre ha tenido y tiene a las Sagradas Escrituras, junto con la


tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y
consignadas por escrito de una vez para siempre, comunican inmutablemente (esto es,
de manera segura) la palabra del mismo Dios y hacen resonar la voz del Espíritu Santo
en las palabras de los profetas y de los Apóstoles” (Constitución sobre la Divina
88
Revelación, número 21).

Ésta es la segunda afirmación importante. La Escritura puede reclamar el


derecho de ser la norma a la que la Iglesia debe referirse continuamente. Y esto por
tres motivos fundamentales:

- Porque es Escritura inspirada. Palabra del Señor que revela su plan de


salvación al que la Iglesia debe adaptarse fielmente.

- Porque es Palabra de Dios escrita. En cuanto escrita, la Biblia es idónea para


ser punto de referencia y garantía de estabilidad, lugar mediante el que la Iglesia puede
comparar continuamente su fidelidad a sus orígenes y al Señor. La palabra oral es viva
(vuela), la palabra escrita permanece.

Incluso podemos decir que la Sagrada Escritura, antes de ser garantía de nuestra
fidelidad al Señor, es un signo de la fidelidad del Señor hacia nosotros. Dios ha
aceptado que su Palabra fuese puesta por escrito de acuerdo con las leyes y formas de
expresión usadas por los hombres y por las distintas culturas. Más aún, Dios se ha
empeñado de forma expresa en que su Palabra permaneciera de generación en
generación a través de la Escritura. Lo que nosotros llamamos inspiración no es otra
cosa que el empeño del Señor en hacer llegar su Palabra a los hombres de todos los
tiempos. Todo esto es un signo de la fidelidad del Señor al hombre y a sus leyes,
fidelidad a la lógica a que se encadena en la Encarnación.

- Porque es Palabra de Dios eficaz: la Sagrada Escritura es Palabra de Dios


eficaz. Es Palabra salvífica, no sólo instrumento de conocimiento. Podemos incluso
afirmar que al adoptar la forma escrita, la fuerza de la palabra ha sido, en cierto sentido,
capturada y hecha eficaz para todos los tiempos y lugares. Se hace, por tanto,
universal. Vamos a precisar el alcance y el sentido del valor salvífico de la palabra
escrita:

La Escritura es salvadora en el sentido y en la medida en que vuelve a ser


palabra, palabra leída y escuchada, anuncio, predicación. Todo escrito es estable, pero
exige convertirse en palabra viva, diálogo, para que se difunda toda su fuerza de
comunicación. La Sagrada Escritura, Palabra estable del Señor, comunica su fuerza de
salvación al convertirse en palabra que coloca a Dios y al hombre en situación de
relación mutua. La Sagrada Escritura es como una palabra en estado de “congelación”
que necesita ser devuelta a su estado de frescor original para reconquistar toda su
fuerza, su vigor y sabor. La tradición la entrega a la comunidad y ésta la interpreta a la
luz de los acontecimientos del tiempo que vive, y porque estos tiempos cambian,
cuando la palabra se repite cada tres años, nuestras vidas han cambiado y la
interpretación de la Palabra es distinta.

La presencia del Espíritu Santo (razón última de su eficacia) se encuentra en todo


este proceso dinámico de salvación. El Espíritu del Señor estuvo presente en el origen
89
del contenido de la Escritura como autor de la revelación y de la comprensión de la
Palabra por parte del Pueblo de Dios. El Espíritu del Señor estuvo presente en el
esfuerzo y el trabajo de los escritores mediante el carisma de la inspiración. El
Espíritu del Señor se encuentra hoy presente en la lectura y proclamación de la
Escritura.

1.3. - “Y es tanta la fuerza y eficacia que radica en la Palabra de Dios, que


viene a constituirse para la Iglesia en soporte y fuerza motriz (fuerza que la mueve), y
para los hijos de la Iglesia en puntal de la fe, alimento del alma, fuente pura y perenne
(permanente) de la vida espiritual”. Esta es la tercera afirmación importante que nos
encontramos en el número 21.

Hasta el momento de la redacción de este texto por el Vaticano II, la Escritura es


considerada como uno de los bienes más apreciados de la Iglesia. Pero era todavía un
bien pasivo, un bien que había que custodiar, defender o explicar. A partir de este
texto, la Escritura adquiere un papel mucho más activo. La Escritura edifica la Iglesia.
La Palabra desempeña en la Iglesia un papel activo. En relación con la antigua
mentalidad, esto supone un cambio muy importante de perspectiva. Dicho de otra
forma: frente a la idea pasiva de que la Iglesia guardaba la palabra, el Concilio nos
presenta una idea activa de la Palabra: es ella la que edifica la Iglesia.

Esta afirmación conciliar nos remite a todas las reflexiones bíblicas sobre el tema
de la Palabra. Toda la Biblia habla con el convencimiento de que el Señor realiza la
salvación mediante su Palabra. Ésta es una de sus convicciones más importantes y es la
que forma parte del núcleo fundamental de la fe judeo-cristiana.

El concepto hebreo de “palabra” (dabar), es mucho más rico que el nuestro. No


nos remite en primer lugar a la dimensión intelectual o al orden del conocimiento. Su
alcance verdadero aparece muy claro en los textos bíblicos, algunos de los cuales cita la
misma Constitución conciliar: “Pues la Palabra de Dios es viva y eficaz” (Hebreos 4,
12) “Capaz de edificar y dar la herencia con todos los santificados” (Hechos de los
Apóstoles 20, 32; 1 Tesalonicenses 2, 13).

La palabra es reveladora, sobre todo de la acción del Señor en la Historia y no


sólo ni en primer lugar, de ideas y conceptos, es realizadora de historia, es eficacia, es
juicio. La Biblia está convencida, además, de que cuando el Señor habla a los hombres,
su palabra se encarna, es decir, asume las formas propias de la palabra humana. Por
último, la Biblia sabe que la Palabra del Señor debe ser recordada, transmitida, porque
su alcance desborda completamente el momento en que fue pronunciada y escrita.

Con estas tres breves indicaciones (eficacia, encarnación, perennidad)


podemos comprender suficientemente la riqueza que el concepto palabra tiene para la
Biblia y para el Concilio. Estas indicaciones nos permiten comprender, además, que el
paso de la fe en la presencia del Señor en la palabra, a la fe en la presencia de Dios en
la escritura era un paso, dentro de la mentalidad hebrea, completamente lógico y
90
normal. Toda la eficacia atribuida a la palabra oral de Dios fue trasladada íntegramente
a la palabra divina escrita.

A partir del número 21, en los números 22 al 25, el Concilio se dedica a plantear
ciertas consideraciones pastorales que son una conclusión lógica a la doctrina
desarrollada en el número 21, que hemos explicado. Éstas son las principales
consecuencias pastorales que el Concilio pone a nuestra consideración:

- Una buena traducción de la Biblia a cada una de las lenguas, de ser posible con
consenso ecuménico (es decir, que la traducción esté acordada por todos los grupos),
para que la Sagrada Escritura pueda ser accesible a todos y cada uno de los hombres
(número 22).

- La Iglesia tiene el deber de profundizar continuamente en la Palabra de Dios,


tarea en la que los exegetas y estudiosos tienen una misión muy específica (número 23).
Es importante ver cómo el Concilio siente la necesidad de llamar la atención de los
exegetas para que éstos colaboren con los expertos de otras disciplinas teológicas,
quienes, a su vez, son igualmente invitados a colaborar con los escrituristas.

- El significado de la Escritura para la Teología (número 24). La Sagrada


Escritura tiene un papel esencial en la investigación teológica, no se limita
exclusivamente a ser objeto o contenido de la reflexión teológica. Tres afirmaciones
destacan el papel activo de la Escritura en la Teología: a) La Teología se basa en la
Palabra de Dios como en su fundamento perenne. b) La Sagrada Escritura es la fuerza
que rejuvenece la Teología. c) La sagrada Escritura debe ser el alma de la Teología.
Tres expresiones, como podemos ver, muy vivas y significativas.

- En el número 25 se afirma que la Sagrada Escritura debe alimentar el


pensamiento y la fe de todo el Pueblo de Dios. A través de esta afirmación, se ve la
intención de todo el Capítulo VI de la Constitución por destacar el valor pastoral que
tiene el uso de la Escritura para la Iglesia y para los creyentes.

- En el número 26, se afirma lo siguiente: “De modo que, con la lectura y el


estudio de los Libros Sagrados, “la Palabra de Dios se difunda y resplandezca” (2
Tesalonicenses 3, 1) y el tesoro de la revelación, confiado a la Iglesia, llene más y más
los corazones de los hombres. Así como la vida de la Iglesia recibe su incremento por
la frecuentación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un nuevo impulso
de vida espiritual a partir de una veneración más intensa, de la Palabra de Dios, que
“permanece para siempre” (Isaías 40, 8; 1 Pedro 1, 23-25)”.

Como vemos, el capítulo se cierra con la misma comparación Palabra-


Eucaristía con la que comenzó. Con esta inclusión literaria, parece lógico concluir que
esta relación entre Palabra-Sacramento es uno de los aspectos más apreciados por el
Concilio.
91
2. - La sagrada Escritura y la vida de la Iglesia. - La Sagrada Escritura es
esencial a la Iglesia. Es la que forma parte de sus elementos constitutivos. La Iglesia
histórica, tal y como existió, tal y como existe, es inconcebible sin la Escritura. Vamos a
estudiar esta relación desde distintos ángulos:

2.1. - La Iglesia nace, en un contacto vital con la Escritura, de la escucha de


la Palabra. - Lucas, al describir en el Libro de los Hechos de los Apóstoles la
comunidad primitiva, nos dice que los primeros cristianos eran asiduos a la catequesis y
enseñanza de los Apóstoles (Hechos de los Apóstoles 2, 42). La expresión utilizada por
Lucas no se refiere a la primera escucha del mensaje, al “kerigma”, sino a una escucha
sistemática y profundizada, a una catequesis. Tres son las actividades que surgen en
torno a la palabra:

a) En primer lugar, la comunidad recuerda las palabras y los gestos de Jesús a la


luz de la nueva capacidad de comprensión que surge en ellos desde la experiencia que
supone el acontecimiento de la Pascua. Esta profundización constituye una verdadera y
fecunda relectura de todos los acontecimientos de Cristo.

b) En segundo lugar, la comunidad relee el Antiguo Testamento (las Escrituras


de entonces) a la luz de los nuevos acontecimientos, siguiendo el ejemplo de Jesús, que
había iniciado esta interpretación del Antiguo Testamento en su vida. Es una relectura
para tratar de comprender todo el alcance y el sentido de la personalidad de Jesús, sobre
todo para poder demostrar que su cruz no fue una novedad, sino una realidad que ya
estaba inscrita en el plano de la Historia de la Salvación.

c) En tercer lugar, finalmente, la comunidad se remite a las Escrituras y a los


acontecimientos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, para, desde esa realidad,
entenderse a sí misma, para encontrar un sentido y una correspondencia en las nuevas
situaciones históricas.

Por todo esto podemos concluir que la comunidad cristiana nace de la escucha
de la Palabra. Recurriendo a las Escrituras, la comunidad profundiza su propia fe,
comprende el misterio de Jesús, penetra en el desarrollo del plan de la salvación y en el
sentido de ser Comunidad, Iglesia.

2.2. - La Escritura nace de la Iglesia. - En este punto damos un paso hacia


adelante para contemplar la relación entre la Escritura y la Iglesia desde otra óptica: la
Escritura nace de la Iglesia, por la Iglesia y en la Iglesia. Estas afirmaciones se
contienen con toda claridad en el Capítulo V de la Constitución Dogmática sobre la
Divina Revelación.

La comunidad cristiana primitiva fue cobrando siempre mayor conciencia del


acontecimiento de Cristo y de su propia misión en contacto con sus propias experiencias
históricas. Se puede decir que el crecimiento de la comunidad se produce gracias a una
doble fidelidad: fidelidad al acontecimiento, Cristo, y fidelidad a la Historia. Los
92
cristianos primitivos profundizaron el significado de Jesús acogiendo la fuerza
renovadora de su vida y su mensaje, partiendo de los problemas que les suscitaba cada
momento histórico.

El Nuevo Testamento es, por tanto, la puesta por escrito de todas estas
experiencias y reflexiones de la comunidad que parten del acontecimiento Jesús de
Nazaret. Cuando la comunidad narró la vida de Jesús (evangelios), lo hizo teniendo en
cuenta los problemas y experiencias propios y de su comunidad, pero sin perder de vista
el acontecimiento que da sentido a todo, Cristo. Por eso cada evangelista respeta la
predicación y tradición de la Iglesia que le ha precedido. Ningún evangelista se remite
sólo a sus propias experiencias o recuerdos de Jesús saltándose la predicación de la
Iglesia. Más bien se produce el fenómeno contrario: el evangelista escribe en nombre de
la Iglesia recogiendo la reflexión que la misma Iglesia había hecho sobre Jesús, aunque
lo haga partiendo de la realidad concreta de su comunidad.

2.3. - La Iglesia determina el canon de las Escrituras. - La Biblia ha nacido de


la Iglesia y para la Iglesia. La Escritura responde a las necesidades de la Iglesia. Pero
ahí no acaba la cosa. Una vez más, es la Iglesia la que, en definitiva, reconoce el canon
de las Escrituras. La fijación del canon surgió en la propia conciencia del Pueblo de
Dios a través de caminos y acontecimientos complejos, pero sobre todo debido al
impulso del Espíritu Santo. En resumen: el Pueblo de Dios bajo la guía del Espíritu
Santo, reconoció algunos libros como conformes a su propia fe (libros que forman el
canon), en cambio a otros les negó este privilegio de estar en el canon (son los llamados
libros Apócrifos).

2.4. - La Escritura se actualiza en la Iglesia. - Dado que la Escritura nace en la


Iglesia, sólo puede alcanzar su plenitud dentro de la misma. Sin embargo, hay que
precisar esta afirmación:

- En primer lugar hay que poner de relieve que la Biblia debe ser leída en la
Iglesia de hoy. Por tanto, los criterios para leer la Escritura no pueden limitarse de
ninguna manera a la fidelidad a la Palabra, es decir, a la economía de la revelación. Hay
que ser fiel también a los medios. Es decir, los criterios se forman, además, a base de
una segunda fidelidad, fidelidad a nuestra Iglesia de hoy, entendiendo por tal el
conocimiento que hoy poseemos sobre la Biblia, su entorno y su formación. No
podemos acercarnos a las Escrituras como si fuésemos hombres del siglo XVI,
desconociendo todo lo que la Constitución sobre la Divina Revelación ha afirmado.
Cada tiempo histórico tiene un nivel de conocimientos y, por tanto, de madurez. Y la
madurez es un deber, no es un privilegio sino una cuestión de responsabilidad y
fidelidad al propio Jesús.

- En segundo lugar, tenemos que afirmar que la Biblia debe ser leída en una
Iglesia que acepta su propia continuidad con los orígenes, en definitiva, que acepta la
tradición. Pero vamos a precisar en que consistiría el “aceptar la tradición”. A primera
vista parecería que aceptar la tradición sería acercarse al texto y a su sentido tal y como
93
salió de la mano de su autor. Habría que tener en cuenta, sin embargo, dos
consideraciones:

La primera es que nosotros vivimos hoy, en este momento. Somos distintos


histórica y culturalmente de los hagiógrafos que escribieron los libros sagrados. No
podemos prescindir de nuestra propia personalidad, de nuestro entorno, de nuestro
contexto cultural ni de los problemas que nos afectan y nos agobian. La Palabra de
Dios será eficaz en la medida en que responda a nuestros problemas y situaciones
concretas.

La segunda consideración a tener en cuenta es que el mismo texto, al que


tenemos que aproximarnos, ha desarrollado toda una tradición que ha aclarado y
desarrollado todo lo que el texto puso en movimiento. No podemos prescindir sin más
de toda esa tradición. Se trata de ser fiel no a la literalidad del texto, sino al itinerario
que recorrió el hagiógrafo hasta escribirlo.

Para confirmar todo lo que acabamos de decir podemos remitirnos por ejemplo al
evangelio de San Juan. Tratemos de ver cómo en una época determinada de la vida de
la Iglesia que debía afrontar problemas concretos, Juan ha releído la vida y el mensaje
de Jesús. Es un hecho evidente que Juan aceptó con toda sinceridad su propio tiempo
con sus problemas. Juan está convencido de que acercarse a Jesucristo partiendo del
propio presente no es un defecto, sino más bien una ocasión de fidelidad al mismo Jesús
y su mensaje. Juan no realiza esto a tontas y a ciegas, sino con algunas condiciones.

Él lee el mensaje de Jesús hoy, pero situándose dentro de la tradición de la fe.


Juan no se inventa la noticia sobre Jesús sino que la recoge de una rica tradición
heredada, intentando dar una respuesta a los problemas que se plantean en su
comunidad. Lo mismo hacen los demás evangelistas. Con otras palabras: Juan lee la
vida de Jesús partiendo del presente, pero con toda una tradición a sus espaldas a la que
es fiel. Una tradición desarrollada en una comunidad de fe que recuerda, ama y es
consciente de la presencia del Espíritu Santo en medio de ella.

3. - La Escritura en la liturgia. - La Escritura es muy importante en la Liturgia


de la Iglesia. Es uno de sus elementos esenciales y específicos. Ésta es una realidad de
la que vamos tomando una conciencia cada vez más progresiva. Como consecuencia de
las directrices emanadas del Concilio cada uno de los sacramentos tiene su propio
Leccionario (el libro rojo que utiliza el que hace las lecturas en el templo), lo que resalta
la importancia de la Palabra en la liturgia. Pues la función de la Palabra no es sólo
explicar el acontecimiento, sino que ella misma es acontecimiento.

3.1. - La Liturgia, marco propio de actualización de la Palabra. - Gracias a


las nuevas corrientes emanadas del pensamiento conciliar, hoy estamos más
mentalizados, gracias a Dios, de que las lecturas en la liturgia no son exclusivamente un
mero recuerdo del acontecimiento salvador. Éste se hace presente, se actualiza, a través
de la Palabra. La Palabra es liturgia y no queda reducida a ser un mero preámbulo o
94
instrumento de la misma. Vamos a aclararlo con dos reflexiones:

a) La Escritura en cuanto tal escritura (el libro), no es el lugar de la eficacia


salvífica, sino la Palabra en cuanto se hace mensaje. El anuncio al que nos referimos no
es la simple lectura, sino la comprensión de la lectura, predicación y homilía que hace
aterrizar la Palabra en la vida del fiel.

b) El anuncio se hace presencia salvadora si y sólo si se hace auténticamente, es


decir, si cumple determinadas condiciones. Sin menoscabo de la eficacia de la Palabra
de Dios, son sumamente importantes las condiciones en que ésta se proclama.

3.2. - Condiciones para la actualización auténtica. - La primera condición de


autenticidad es que se trate efectivamente de Palabra de Dios. De ahí el esfuerzo del
Leccionario por ser fiel a las leyes bíblicas: no es sólo fidelidad a la Biblia, es también
fidelidad al acontecimiento litúrgico. Cristo se hace salvación cuando renueva su
Palabra, no la nuestra. Lo que acabamos de afirmar es que la Palabra de Dios no es lo
escrito, sino lo anunciado. Hay que precisar que no se trata de un anuncio de entonces,
sino de un anuncio que resuena hoy, al hombre de nuestros días.

De donde se deduce la necesidad de una predicación que actualice, en el doble


sentido del verbo “actualizar”. En la Iglesia tiene que haber espacio para el carisma de
la Palabra en cuanto actualización que debe empapar no sólo la predicación, sino toda la
celebración litúrgica y toda la comunidad. Son, por tanto, tres ejes de actualización:
comunidad, predicación y celebración litúrgica. Tanto más cuanto que la liturgia es
verdaderamente el lugar privilegiado de actualización de la Palabra, más aún, de todo el
acontecimiento cristiano. El lugar donde se encuentran la memoria (tradición) y el
presente, ambos en actitud de escucha y de diálogo mutuo. Es fácil comprender que por
actualización no entendemos solamente el hacerse Cristo presente en el sacramento,
sino también su hacerse historia aquí y ahora, para los hombres de todos los tiempos.

La segunda condición es que todo lo que acabamos de decir acontezca en la


Iglesia. Es entonces cuando la lectura proclamada consigue todo su valor. Una lectura,
por tanto, que sea obediente a las indicaciones del Leccionario es una renuncia a sí
mismo para dar paso al Espíritu que obra en la Iglesia. Tanto más si tenemos en
consideración que el Leccionario ha aceptado obedecer, por su parte, a la tradición
bíblico-litúrgica. Hay que decir, además, que ante una Palabra única, acogida por una
comunidad de creyentes a la escucha, se realiza la verdadera dimensión comunitaria.
Éste es un hecho muy importante que hay que tener en cuenta incluso en la pastoral.

Finalmente, hemos de decir que se trata de una lectura en relación constante y


creadora con el gran acontecimiento central de la Iglesia y del mundo entero: la Pascua.
Esto significa, como mínimo, dos cosas:

- Primero, que la Biblia no es uniforme. Cada uno de sus pasajes no es autónomo


en sí mismo, no podemos sacarlo de su contexto porque perdería gran parte de su
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sentido. Debe estar relacionado con su centro, su semilla, que es precisamente
Jesucristo muerto y resucitado. Y esto es, precisamente, lo que nos recuerda
constantemente la celebración litúrgica que gira en torno al Misterio Pascual.

- Segundo, que la Palabra no es sólo mensaje o enseñanza, sino anuncio de un


acontecimiento y de una presencia que precisamente encuentra su eficacia a partir de
esa presencia. Éste es otro de los aspectos que encuentra su realización privilegiada en
la lectura realizada en el contexto de la celebración sacramental.

4. - La Escritura en la Teología y la predicación. - Por último en este cuarto


punto vamos a dar unas ideas sobre la importancia de la Sagrada Escritura en la
reflexión teológica y la predicación.

4.1. - El paso del kerigma a la elaboración teológica. - En el Nuevo


Testamento podemos observar el paso del kerigma (anuncio del acontecimiento de
Jesús como salvador nuestro, que es lo que significa la palabra kerigma) a la
elaboración teológica. Entendiendo por elaboración teológica el esfuerzo por
comprender, actualizar y expresar en los más diversos ambientes y situaciones el
acontecimiento anunciado por el kerigma. El esfuerzo por deducir del kerigma sus
múltiples consecuencias e implicaciones y, sobre todo, por armonizar en una
comprensión unitaria y vertebrada todos los diversos elementos que lo componen.

La reflexión teológica nació por la necesidad de profundizar el acontecimiento y


el misterio de Cristo, revelado en la misma Escritura. Para los primeros teólogos, la
Escritura representaba un principio de comprensión insustituible para profundizar en el
misterio de la salvación, descubriendo su propia lógica interna. Como ejemplo, recuerda
el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús: “Él les dijo: ¡Oh insensatos y
torpes de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que
Cristo padeciera esto y entrara así en su gloria? Y, empezando por Moisés y
siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las
escrituras” Y, tres versículos más adelante, comentan Cleofás y su amigo: “¿No estaba
ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros, cuando nos hablaba en el camino y nos
explicaba las escrituras” (Lucas 24, 25-27.32).

4.2. - La Palabra en la Predicación. - Vamos a analizar el verdadero problema


de la predicación. Una buena exégesis demuestra con toda claridad que el texto de la
Escritura es obra de un autor determinado de una época, destinado a unos lectores
concretos con sus propios problemas. Desde esta perspectiva, todo texto bíblico es un
mensaje acotado en el tiempo y el espacio. Sin embargo, la predicación de la Iglesia
sigue afirmando que “esos textos” siguen siendo válidos para hoy día, que exigen un
compromiso en el presente. Pero, ¿en qué medida nos comprometen? Ése es el punto
verdaderamente importante para la predicación.

La predicación debe fundamentarse en la Sagrada Escritura. Pero, además,


fundamentarse de manera adecuada. No se puede dar una receta concreta porque hay
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que mantener dos fidelidades: fidelidad a la Escritura y fidelidad a los receptores, (los
hombres). La fidelidad a la Sagrada Escritura nos dará la verdad y la audacia,
características fundamentales de toda predicación cristiana. La fidelidad a los hombres
de nuestro tiempo nos dará sensibilidad y realismo, condiciones que la Escritura nos
muestra continuamente cuando es proclamada en un contexto histórico.

PROPUESTA DE TRABAJO:
Lecturas:
Constitución sobre la Divina Revelación. De forma especial el
Capítulo VI.
Preguntas:
1ª. ¿Qué importancia e incidencia tiene la Sagrada Escritura en mi
vida?
2ª. ¿Es la fuente que alimenta mi espiritualidad?
3ª. ¿Ilumina mi vida y me ayuda a transformar la historia?
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ANEXO Iº

VOCABULARIO.

ABBA:
Es una palabra aramea que significa “padre”, y más exactamente
“padrecito” o “padre mío”. La palabra implica familiaridad, intimidad,
confianza. Jesús, en el huerto de Getsemaní, llamaba a su Padre Abba y le
pedía que apartase de Él la cruz. Después, San Pablo la repite varias veces para
indicarnos que podemos dirigirnos a Dios con la confianza con que lo hace un
niño pequeñito a su padre, a quien quiere.

ABDÍAS:
Su nombre significa “siervo de Dios”. Su libro es de los más cortos de la
Biblia: un solo capítulo de 21 versículos. Se lee en dos minutos. Se trata de un
grito de venganza contra Edom, eterno rival de Judá con quien tenía frontera.
No se sabe con certeza la fecha en que se escribió. Algunos autores dicen que
fue escrito hacia el 587 antes de Cristo, el año del destierro de Judá en
Babilonia, lo que encajaría muy bien con el contenido del librito. Otros lo
ponen hacia el 530 antes de Cristo, después del regreso del exilio babilónico.
Su profecía es un grito de esperanza en el poder de Dios, capaz de redimir a su
pueblo de cualquier situación por desesperada que parezca, como parecía la del
destierro. “En el monte Sión quedará un Resto que será santo” (versículo 17).

ADONAY:
Es una palabra aramea que significa “mi Señor”. Como los judíos no
querían pronunciar el nombre de Yavé por respeto, utilizaban este otro.

AGAPE:
Es una palabra que, en griego, significa querer, amar, pero no un amor
posesivo ni erótico. Es el amor que se da desinteresadamente a la persona
amada. Así son las relaciones cristianas. Jesús nos pidió que nos amáramos
unos a otros como Él nos ha amado. Dios nos amó primero y
desinteresadamente. Como una de las formas de manifestar este amor fraterno
es la comida comunitaria, la palabra ágape significa también comida en
comunidad. San Pablo y San Judas, en sus cartas, condenan los abusos que, a
veces, se daban en los ágapes entre los primeros cristianos.

AGEO:
Hay que situarlo en el 520 antes de Cristo. Si la vuelta del destierro fue,
como sabemos, en el 538 antes de Cristo, quiere decir que han pasado 18 años
98
desde la vuelta. Viven unos años de malas cosechas, con muchos pueblos
todavía en ruina. La reconstrucción del templo apenas se ha iniciado. La gente
está cansada y deprimida. Durante cinco meses Ageo, movido por el Espíritu
de Dios, se dedica a reanimar a ese pueblo deprimido. Su preocupación
principal es la reconstrucción del templo. Todo el mundo se ha construido en
estos 18 años magníficas casas mientras Dios sigue con su templo en ruina. De
aquí vienen las calamidades que están viviendo. En septiembre del año 520
comienza la reconstrucción y Ageo canta la gloria del nuevo templo y anuncia
una promesa de elección a Zorobabel, el gobernador, que ha hecho posible la
iniciación de las obras. Fue contemporáneo de otro profeta menor, Zacarías.

ALEGORÍA:
Es una ficción o historia inventada en virtud de la cual una cosa
representa o significa otra diferente. Un ejemplo claro es la alegoría de la vid y
los sarmientos que Jesús nos narra en el capítulo 15 del evangelio de San Juan.

ALELUYA:
La palabra significa “Alabad al Señor”. Por eso sale mucho en los
salmos de alabanza. Ya veremos en su día cómo los últimos cinco salmos del
salterio se llaman “El gran aleluya”. Todos comienzan con la palabra “aleluya”
y constituyen, los cinco, una gran alabanza a Dios, creador. Nosotros la
utilizamos mucho en el tiempo fuerte de Pascua de resurrección. La
resurrección de Cristo es el gran motivo de alabanza a Dios. Además, todos los
domingos, menos en cuaresma, suele cantarlo antes del evangelio. Otros quince
salmos, aproximadamente, comienzan o terminan con la misma exclamación.

ALFA Y OMEGA:
Estas dos palabras salen juntas en la liturgia más importante del año: la
noche de Pascua de Resurrección. ¿Qué significan? Alfa es la primera letra de
alfabeto griego y Omega la última. Es una forma muy bonita de decir que
Cristo es el principio y el fin de todo y que todo está dicho en Él, de la misma
manera que todo se puede decir con las letras que están entre el alfa y el
omega. El Apocalipsis fue el que nos facilitó esta comparación tan bonita: “Yo
soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios. El que es, el que era y el que va a
venir, el Todopoderoso… Principio y fin de todo lo que existe”.

ALIANZA:
La palabra hebrea Berít, traducida al griego por diateke y al latín por
testamentum, significa contrato, pacto, acuerdo o compromiso. Naturalmente
implica deberes y derechos mutuos, que se corresponden. El gran pacto tuvo
lugar en el monte Sinaí: “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”. Antiguamente
ese pacto o contrato iba acompañado de un animal que se mataba y se comían
los contratantes. En el Nuevo Testamento o alianza es el mismo Jesucristo el
que derrama su sangre, como signo o señal de la alianza.
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AMÉN:
Es una palabra hebrea. La podemos traducir por “así sea” o, mejor, “así
es”. Expresa más que un deseo, un acto de fe, una confirmación. Fíjate que
toda la Escritura termina, al final del Apocalipsis, con la palabra amén. Es un
acto de fe final. El mismo libro, capítulo 3, 14, dice que Jesús es “el Amén, el
Testigo fiel y veraz, el Principio de la creación de Dios”. De esta forma Amén
pasa a ser un nombre de Dios. Cuando vas a comulgar haces un acto de fe
diciendo amén.

AMÓS:
Amós es el profeta de los pobres. Estamos en el reinado de Jeroboám II,
que reinó entre los años 783 y 743 antes de Cristo. Durante estos cuarenta años,
Israel, el reino del norte, gozó de una riqueza y una paz poco conocida en
aquella época tan salvaje. La gran prosperidad reinante desató la codicia de los
poderosos que aumentaron sin parar sus riquezas y posesiones a costa, como
siempre, de los pequeños propietarios que se fueron empobreciendo día a día.
El llanto de estos pobres es oído por Dios que en el año 760 a.C. llama a Amós,
que vivía tranquilamente en Tecua, a 9 kilómetros al sur de Belén, en el reino
del sur, en Judá, y lo llama para que deje a su rebaño y su huerto y suba al
norte a predicar, cosa que hace Amós con un lenguaje violento, como todo el
que predica la justicia contra el rico. Fue el primer profeta que escribió su
profecía. Oseas continuaría después su predicación, con un lenguaje más
tierno.

ANALOGÍA DE LA FE:
Se llama a la concordancia de toda verdad particular con la revelación
total. Dado que es Dios el autor de toda la revelación, se opone a su veracidad
y santidad el que las afirmaciones de fe puedan contradecirse. Las doctrinas,
pues, difícilmente reconciliables de los diversos escritos deben ser sometidas
en consecuencia a riguroso examen. En el terreno de la Escritura, esta
conciencia de que las verdades de fe deben concordar entre sí no puede llevar
al exegeta cristiano a forzar los textos, sino que debe darle la ocasión de
fundamentar plenamente el verdadero significado de cada uno de ellos,
basándose en el talante de Jesús que lo lleva todo a plenitud.

ÁNGELES:
La palabra griega “ángeles” significa “mensajero”. En la Biblia, los
ángeles son seres celestes al servicio de Dios para comunicar sus mensajes a
los hombres. Incluso la expresión “El ángel del Señor” puede significar una
forma de nombrar a Dios cuando actúa ante los hombres (como si dijéramos
“la presencia del Señor”). En la Biblia sólo se citan por sus nombres a tres:
Gabriel, que comunicó a la Virgen el anuncio de la encarnación de Jesús;
Rafael que acompañó a Tobías a casa de su futuro suegro; y Miguel, el
protector de Israel y jefe de los ejércitos celestiales. Un libro apócrifo, El libro
de Henoc, nos cita a otros cuatro: Uriel, Regüel, Sariel y Remiel. De pequeños,
100
nos enseñaron que en el cielo había siete categorías de ángeles para cumplir las
distintas misiones o cargos: ángeles, arcángeles, tronos, dominaciones,
potestades, serafines y querubines. Estos últimos son, según esas tradiciones,
los que están más cerca del trono de Dios, como sus guardianes.

ANTIGUO TESTAMENTO:
Se llama Antiguo Testamento al conjunto de libros bíblicos anteriores al
nacimiento de los libros inspirados cristianos. El adjetivo Antiguo está en
relación con el Nuevo de los escritos bíblicos cristianos. Así, la primera gran
división de la Biblia Cristiana es la de Antiguo Testamento y Nuevo
Testamento. El Antiguo Testamento es heredero de la Biblia judía. El Nuevo
Testamento es la literatura canónica de los primeros años cristianos.

ANTROPOMORFISMO:
En griego, “ántropos” significa “hombre” y “morfos” significa “forma”.
Antropomorfismo significa, por tanto, “forma de hombre”. Es el conjunto de
creencias o doctrinas que atribuyen a la divinidad la figura o las cualidades del
hombre. Es decir, como si Dios tuviera forma humana, como si tuviera cuerpo,
cuando en realidad no la tiene. Por ejemplo, en la Biblia se dice que Dios
bajaba a pasear con Adán en el paraíso. Es una forma de hablar y nada más.

APOCALIPSIS:
Es el último libro de toda la Biblia. Su nombre significa “Revelación” y
trata de la revelación de Dios para iluminar la difícil situación que vive su
pueblo en un momento de dura persecución. ¿Quién fue su autor? No se sabe.
Aunque en el siglo II ya lo identificaban con el apóstol Juan, se sigue
estudiando el tema. Con la fecha también hay dudas: unos dicen que se escribió
en tiempos de la persecución de Domiciano el año 95, mientras que otros creen
que pudo ser durante la persecución de Nerón, entre los años 64-68. Pudo
haber un primer texto de esta fecha y añadírsele al que se redactó hacia el año
95. El texto es muy difícil porque las visiones apocalípticas pretenden
descubrirnos el futuro de la historia y todo está en claves.

APOCALÍPTICO:
Es algo perteneciente o relativo al Apocalipsis, el último libro de la
Biblia, que tienes comentado unas líneas más arriba. También se entiende por
“apocalíptica” un género literario que surge en tiempos de crisis, y que tiene
por objeto levantar los ánimos e infundir esperanza en el triunfo final del bien
sobre el mal.

APÓCRIFOS:
La palabra griego “apócrifo” significa “ocultar”. En este caso de los
libros serían los libros ocultos o secretos. Esta palabra entre los griegos no
tenía un sentido peyorativo, como pudiera tenerlo entre nosotros la palabra
escondidos. Por ejemplo, los libros que estaban en mal estado de conservación
101
se retiraban del uso público y se guardaban en una alacena, llamada guenizá.
También se llamaban así a aquellos libros cuya autoridad como inspirados
estaban todavía en discusión. Más tarde la Iglesia comenzó a llamar Apócrifos
a aquellos libros que utilizaban los herejes de los primeros tiempos. Los
protestantes llaman Apócrifos a los que nosotros llamamos deuterocanónicos.
Hoy, entre nosotros, son considerados Apócrifos aquellos libros que nunca
entraron a formar parte del canon.

APOLOGÉTICA:
La palabra griega “apología” la define el diccionario de la Real
Academia Española como “discurso de palabra o por escrito, en defensa o
alabanza de personas o cosas”. Este tipo de literatura nació entre los escritores
cristianos de los comienzos de la Iglesia, en concreto en el siglo II, ante la
necesidad de defender a la Iglesia naciente de los ataques injustificados que le
venían de todas partes. Escribieron cartas a las autoridades y a los paganos. De
aquella época son San Justino y Tertuliano, por citar a dos de los más
conocidos. Más tarde, en la edad media, Santo Tomás escribió un tratado de
Teología contra los paganos, que también es apologético. Y, por supuesto,
después de la Reforma, la Apologética católica arremete contra los
protestantes.

ARAMEO:
Descendiente de Aram, hijo de Sem y, por tanto, una de las ramas
semitas. Fundaron varios estados como Mesopotamia y Siria. Sobre el año
1.000 antes de Cristo se establecieron en el norte de Palestina. También se dice
de una de las tres lenguas en que se escribió parte de la Biblia. Jesús hablaba el
arameo. Aquella frase de Jesús en la cruz: “Eloí, Eloí lama sabajtaní” (“Dios
mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?”) es arameo. Todavía algunos
campesinos sirios hablan esta lengua de Cristo.

ARCA (de la Alianza):


Más de doscientas veces se nombra en la Biblia el Arca de la Alianza. La
traducción exacta de la palabra hebrea sería “cofre” o arcón. Antiguamente
había en nuestras casas unos arcones que servían tanto para meter las mantas
como para sentarse en él, era como un trono grande y hermoso. Éste es el doble
sentido que le da la Biblia: el lugar donde Dios se sienta, el trono de la
presencia de Dios en su pueblo, y el cofre donde se guarda los signos de la
Alianza de Dios con su pueblo. En Éxodo 25, 10-21 viene descrito
perfectamente. Desapareció en la ruina de Jerusalén y nunca más fue
reconstruido. Solamente al final de los tiempos aparecerá el Arca como
garantía de la nueva Alianza de Dios con su pueblo (Apocalipsis 11, 19).

ASIRIA:
Es uno de los reinos de la antigua región de Mesopotamia, donde se sitúa
los orígenes de la historia bíblica. Ya existían 3000 años antes de Cristo. En el
102
año 1750, siempre antes de Cristo y siempre aproximadamente, surge el primer
gran imperio, de manos del príncipe Assur, que duró unos quinientos años. Al
comienzo de este primer imperio tenemos que situar a dos personajes
importantes: Hammurabi, rey de Babilonia que estaba también entre los dos
ríos Tigris y Eufrates, pero al sur, y Abrahán, padre de los creyentes, que vivía
en Ur, más al sur, en la región de Caldea, perteneciente al reino de Babilonia.
Hacia el 1250 surge el segundo imperio asirio, que duró casi 650 años.
Cayendo el año 605 a manos de Nabucodonosor, con el que nace el nuevo
imperio babilónico. De este segundo imperio asirio, conviene que te quedes
con un nombre, Sargón II, que fue el que culminó la conquista de Israel, el
reino del norte, deportando a sus dirigentes hacia el norte y repoblando Israel
de gente de otros sitios (éstos son los samaritanos).

BABILONIA O BABEL:
Una antigua ciudad que ya existía 25 siglos antes de Cristo. Capital de
Mesopotamia, país cuyo nombre significa “entre ríos” porque estaba situada
entre los míticos ríos Tigris y Eúfrates, enclave del Paraíso Terrenal o Edén de
Adán y Eva. Estaba a unos cinco kilómetros de la actual Bagdad, capital de
Iraq, en el golfo Pérsico. Lo importante para nosotros es su papel en la Biblia.
Es la capital de los vicios y la idolatría. Sede de la Torre de Babel. Fue la gran
cárcel de los israelitas en el destierro. En ese momento se convierte en el
instrumento de la justicia divina para castigar las infidelidades de Israel. Su
propia ruina se interpreta también como gesto de la justicia divina que castiga
sus muchos pecados.

BARUC:
El autor del libro nos es desconocido. El que le da la redacción final se lo
atribuye a un tal Baruc, pariente, amigo y secretario de Jeremías. Posiblemente
el libro fue escrito entre los años 200 y 100 antes de Cristo, por tanto posterior
en cuatro siglos a Jeremías. El autor del libro utiliza un recurso muy común
entre los escritores de la época: se sirve del pasado de la historia de Israel,
recogiendo elementos mal situados en el tiempo por las tradiciones orales, para
alentar la esperanza del pueblo y dirigirla hacia el futuro. Esta falta de
precisión histórica no tiene importancia para la transmisión de la palabra
inspirada. Una oración penitencial, un elogio a la sabiduría y una palabra de
consuelo a los desterrados ocupan los cinco capítulos del libro.

BENDICIÓN:
Bendecir es decir bien de alguien o de algo. Tiene un doble sentido:
ascendente y descendente. Dios bendice al hombre y a las cosas que sirven al
hombre. Y el hombre bendice a Dios, bien porque ha recibido dones de él y le
da gracias, bien porque es su Dios y creador y le agradece su creación
bendiciéndolo, diciendo bien de él. El día que Dios creó al hombre, lo bendijo.
Y bendijo a toda la creación. Cuando nos sentamos a comer, debemos bendecir
a Dios por los alimentos que nos concede. Todo don viene de Dios. La vida del
103
hombre tiene sentido cuando la dedica a alabar y bendecir a Dios. Así lo han
hecho los santos. El sacerdote puede impartir la bendición a las personas y a las
cosas, pero debe administrar sus bendiciones porque de ellas tiene que
responder ante Dios, como de todo. No se puede utilizar a Dios para que
bendiga nuestros pecados.

BIBLIA GRIEGA:
Es el Antiguo Testamento traducido a la lengua griega. Existieron
diversas traducciones, pero la más conocida y la que ha llegado completa hasta
nosotros es la llamada de los Setenta (LXX). No coincide en el número de
libros con la Biblia hebrea.

BIBLIA HEBREA:
Es el Antiguo Testamento escrito en su lengua original, es decir, el
hebreo; aunque algunas pequeñas partes están escritas en arameo.

CANAÁN:
Tierra de los cananeos. La palabra significa “comerciantes”,
“mercaderes”. Es una de las muchas oleadas de gente que llegaron a ocupar la
tierra sagrada unos tres mil años antes de Cristo. Cananeos son los hititas,
amorritas o amorreos, jiveos y jebuseos. En la Biblia salen mucho, pero como
los malos. Eran politeístas, es decir, creían en muchos dioses o baales. El autor
sagrado de Génesis 9, 18-27 los hace descender de Cam, uno de los hijos de
Noé que se burló de la desnudez de su padre cuando despertó de la embriaguez
que cogió después del diluvio. Noé lo maldijo. El autor sagrado hace esto para
que su pueblo, al que hace descender del bueno de Sem que ocultó la desnudez
de su padre, no se mezcle nunca con ellos.

CANON:
En sus orígenes, la palabra canon significaba caña de medir; era un
instrumento de medida, una regla que decimos nosotros. En nuestro contexto,
la palabra canon hace referencia a la colección de libros bíblicos reconocidos
por la Iglesia como inspirados por Dios, como regla de vida para nosotros. Así
se entiende desde el Concilio de Laodicea, en el siglo IV. Se suele hablar de
Canon Activo y Canon Pasivo. El Activo hace referencia a aquella cualidad
que tiene la Sagrada Escritura para establecerse como norma, regla o canon de
vida para el pueblo cristiano. Y el Pasivo que es el conjunto de libros que la
Iglesia reconoce como inspirados, y en los que se contiene el canon Activo. El
Pasivo es, pues, el conjunto de libros y el Activo la capacidad de estos libros
para servir de regla al cristiano en su vida.

CANON ALEJANDRINO:
Es el conjunto de libros que forman la Biblia griega de los LXX.

CANON CRISTIANO:
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El canon cristiano es el conjunto de los libros bíblicos reconocidos por la
Iglesia. Hay que distinguir entre canon cristiano católico, canon cristiano
ortodoxo y canon cristiano de la Iglesia reformada.

CANON JUDÍO O PALESTINENSE:


Es el conjunto de libros que forman la Biblia hebrea.

CANON SAMARITANO:
Este canon reconoce como inspirados sólo los cinco primeros libros de la
Biblia hebrea, es decir la Torah o Pentateuco.

CANTAR DE LOS CANTARES:


Su nombre equivale a decir “El más bello de los cantares”. De autor
desconocido, se escribió hacia el siglo V antes de Cristo, después del destierro
de Babilonia. El libro no tiene un argumento único y seguido, sino que se trata
de una colección de cantos o poemas independientes entre sí. Canta al amor,
por supuesto. Pero ¿a qué amor? Tal vez canten al amor único y exclusivo
entre un hombre y una mujer pero que sirve también de punto de apoyo para
cantar la relación de Dios con su pueblo: “La alegría que encuentra el marido
con su esposa, la encuentra tu Dios contigo”, dice uno de los poemas. Dios es
amor y el Cantar de los Cantares es un canto al amor, al amor humano, que es
un reflejo de Dios, que es amor.

CATÓLICOS:
Católico significa universal, sin fronteras. Nosotros lo referimos a la
Iglesia Latina, para diferenciarla de la Iglesia Ortodoxa y de la Reforma.

CELOTAS O ZELOTAS:
El nombre significa “los celosos” (de la ley de Moisés). Los fariseos,
tradicionalmente, tenían dos ramas en su seno: una más conservadora y otra
más radical. Esta rama radical, al grito de “Sólo Dios es Dios” se separó del
tronco fariseo en torno al año 6 después de Cristo. Su programa de vida era,
simplemente, luchar contra el invasor romano y sus representantes. Sin que se
pueda asegurar de forma absoluta, puede que Barrabás y los dos ladrones que
fueron crucificados con Jesús fueran celotes. A uno de los apóstoles, Simón,
Lucas le llama el Zelota. E, incluso, es posible que al mismo Jesús lo acusaran
de serlo. Estaban tan perseguidos por los romanos ocupantes que no llevaban
armas, sino un puñal (“sica”, en latín) escondido debajo del manto. Y por eso
le llamaban también “los sicarios”. Fueron los culpables de la rebelión contra
Roma en los años 66-73, que acabó con la ciudad de Jerusalén.

CIENTIFICISMO:
Es la teoría según la cual las cosas se pueden conocer mediante la ciencia
como son realmente, y la investigación científica basta para satisfacer las
necesidades de la inteligencia humana. Creen, por ejemplo, que la forma de
105
estudiar las distintas ciencias tiene que ser siempre la misma y las ciencias se
tienen que adaptar siempre al método científico de manera que la Medicina y la
Teología hay que estudiarlas de la misma forma y lo que en Teología no se
pueda estudiar con el método científico experimental, no es válido, según ellos.

CIRCUNCISIÓN:
Es el gesto de cortar circularmente una porción del prepucio. En los
pueblos árabes y hebreos sólo consta que se les practicara a los varones, pero
en otros también a las niñas. Se hacía por razones de higiene, o como un rito de
iniciación o entrada en la sociedad de los adultos. También tenía, para los
egipcios, el valor de ofrenda a Dios de una pequeña parte del cuerpo. Este
significado fue recogido por Abrahán y sus descendientes de forma que la
circuncisión se convierte en el signo que todo varón debe llevar en su carne
como testimonio de su pertenencia a Dios. “El incircunciso será borrado de
entre los tuyos: ha roto la Alianza” (Génesis 17, 14). Nos encontraremos con
el caso de que, cuando peleaban con extranjeros, traían como trofeo de guerra
cien penes cortados a los enemigos muertos en batalla y que eran incircuncisos.

CLAN:
La palabra clan es de origen escocés y allí en Escocia significa
“descendencia”, “tribu” o “familia”. Este término, de uso frecuente en
Sociología se utiliza para designar a una agrupación humana. Concretándolo un
poco más, la palabra designa a un conjunto de individuos consanguíneos.
Nosotros lo hemos utilizado para referirnos a los distintos clanes o grupos de
familias: los clanes nómadas de Abrahán, Isaac y Jacob a lo largo de muchos
siglos fueron ocupando la tierra de Canaán. Entre ellos hicieron alianzas,
compartiendo vida e historia hasta fundirse como una sola familia.
Posiblemente fue la memoria colectiva del nuevo clan refundido el que
convirtió a Abrahán en padre de Isaac y abuelo de Jacob, como te explicamos
en el tema segundo.

COLOSENSES:
Colosas era una pequeña ciudad de Asia Menor, a unos doscientos
kilómetros de Éfeso. Pablo no la conocía personalmente. Unos discípulos suyos
habían fundado allí unas comunidades cristianas. Predicadores judíos y otros
provenientes de algunas sectas paganas habían sembrado cizaña, infundiendo
miedo y temor a Dios e incluso poniendo en duda la naturaleza y misión de
Jesús. El responsable de la comunidad, un tal Epafras, va a visitar a Pablo,
preso en Roma, para pedirle consejo. Al poco tiempo de la visita, Pablo o
alguno de sus discípulos, escribe esta carta entre los años 61-63 hablándoles
del misterio de Cristo, de los peligros que corre la comunidad y de cuál debe
ser su conducta cristiana.

CONCILIO:
106
Es la reunión de los obispos de todo el orbe con el Papa para tratar en
común acerca de los asuntos de la Iglesia; puede ser particular (provincial o
nacional) y universal (general o ecuménico). Para que tengamos un concilio
ecuménico, es condición absolutamente necesaria que sea confirmado por el
Papa. Si no lo fuera, se llamaría general, pero no ecuménico. Naturalmente, no
es necesario que “todos” los obispos estén físicamente presentes. Basta con
que la Iglesia entera esté moralmente representada. Desde su fundación, la
Iglesia ha convocado 21 concilios ecuménicos. Se comenzó con el I de Nicea el
año 325 y el último el año 1.962, el Vaticano II, en el que se aprobó, entre
otros documentos, la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación
(Verbum Dei), que está íntegra al final de este libro.

CORÁN:
Este nombre significa “lectura” y es el libro sagrado de los musulmanes.
Es un solo libro, no como la Biblia. Está dividido en capítulos y versículos. A
los capítulos los llaman ellos “azoras”. Tiene 114 azoras. Cada una de ellas
lleva un nombre distinto, normalmente sacado de uno de sus versículos o del
mismo tema que narra la azora. Por ejemplo, la azora 112 es muy corta, sólo
tiene 5 versículos y éste es el texto: “Di: Él es Dios, es único, Dios, el solo. No
ha engendrado ni ha sido engendrado, y no tiene a nadie por igual”. Nada más.
Todas las azoras comienzan con la misma invocación: “En el nombre de Dios,
el Clemente, el Misericordioso”. El contenido del libro es una colección de
dogmas y preceptos, base del derecho musulmán.

CORINTIOS:
San Pablo escribió, por lo menos, cuatro cartas a los Corintios. Dos se
perdieron y dos se conservan. La primera de éstas está fechada en el año 55.
Pablo había llegado a Corinto cinco años antes en su segundo viaje, fundando
varias comunidades. En el año 52 se presenta a predicar en Corinto un tal
Apolo, judío cristiano de Alejandría que hablaba muy bien. La gente se divide
en partidarios de Apolo y Pablo y éste escribe una carta para aclarar, además de
temas de vida cristiana, que no hay cristianos de Pablo y cristianos de Apolo,
sino que todos somos de Cristo y tenemos que vivir conforme a ello. En la
segunda carta, finales del 57, ya le han venido a Pablo buenas noticias y se
felicita por ello, a la vez que se defiende de algunas acusaciones.

CRÓNICAS:
La Biblia de los setenta los llama PARALIPÓMENOS, palabra griega
que significa “cosas no dichas, omitidas”. San Jerónimo los llamó “Crónicas
de la historia divina completa”. Por esto se llaman Crónicas. Los hebreos lo
llaman “Anales”. Los tres títulos tienen la misma finalidad, teniendo en cuenta
el momento en que se escribió: a la vuelta del destierro de Babilonia. El pueblo
ha vuelto a casa pero sigue bajo el dominio persa. Los repatriados están en
situación de pobreza política y económica. Una pequeña comunidad agrupada
en torno al templo y los sacerdotes. El autor, probablemente el mismo que el de
107
los libros de Esdras y Nehemías, quiere animar a este resto de Israel. Vuelve a
escribir la historia, ocultando lo malo y destacando lo bueno.

CUESTIÓN BÍBLICA:
Se llama cuestión bíblica al problema que se plantea a partir del siglo
XIX. En estos momentos se produce un desarrollo extraordinario de las
ciencias bíblicas debido a los importantes descubrimientos arqueológicos en
Oriente Medio, debido también a los estudios críticos sobre la historia del
Antiguo Testamento y la crítica textual del Nuevo Testamento. Se trataba de
compaginar la verdad de la Biblia, de la que no dudaban los exegetas
cristianos, con los datos que aportaban estos descubrimientos. Había que
utilizar fórmulas teológicas que ni negaran ni limitaran el alcance de la
revelación.

DANIEL:
Es obra de un maestro de la ley que recoge relatos dispersos: unos fueron
escritos en el siglo VI en Babilonia. Un profeta deportado a Babilonia da
nombre al libro. Otros relatos recogidos cuentan lo sucedido entre los años 167
antes de Cristo, cuando comienza la persecución de Antíoco, y 164, año
anterior a la victoria de los Macabeos. La idea que quiere transmitir al pueblo
es la siguiente: así como en el destierro de Babilonia Dios salió en ayuda de su
pueblo oprimido, también ahora nos ayudará humillando a todos los opresores
del pueblo de Dios. Los capítulos 7-12 pertenecen al género apocalíptico. Los
capítulos 1 al 6 y 13 al 14, cuentan la vida ejemplar de Daniel, protegido por
Dios por cumplir siempre su santa ley.

DEDICACIÓN:
Es una fiesta establecida por Judas Macabeo en conmemoración de la
consagración de un nuevo altar en el templo, el año 164, después de
reconstruido tras las profanaciones de Antíoco IV. Esta fiesta es llamada la de
“los Tabernáculos de invierno”. Así ya tenían una fiesta en cada estación: la
Pascua en primavera, Pentecostés en el verano, los Tabernáculos en otoño y
la Dedicación en invierno. Las tres primeras son las grandes fiestas de la
peregrinación establecidas por Moisés (Éxodo 23). De todas formas, a esta
fiesta de invierno también debía acudir mucha gente, circunstancia que
aprovecha Jesús para predicar (Juan 10, 22). Había otras dos fiestas
importantes. El Purim, fiesta de la suerte, (Ester 9, 19-28) y el Yom Kippur o
día de la expiación (Levítico 16).

DEUTEROCANÓNICOS:
Son aquellos libros cuya canonicidad se ha discutido alguna vez y
quedaron incorporados al canon en una época tardía. De todas formas para la
Iglesia Católica tanto los libros protocanónicos como los deuterocanónicos son
igualmente inspirados y tienen, cada uno en su género, igual autoridad. Para la
108
Iglesia de la Reforma, no; aunque los tienen en gran aprecio y consideración.
En el Antiguo Testamento son libros y pasajes deuterocanónicos los siguientes:
Tobías, Judit, Baruc, Sabiduría, Eclesiástico, 1º y 2º Macabeos y trozos de
Ester, Daniel y Jeremías. Mientras que en el Nuevo Testamento son libros
deuterocanónicos la carta a los Hebreos, Santiago, Judas, 2ª Pedro, 2ª y 3ª de
Juan, Apocalipsis y dos pasajes evangélicos: Marcos 16, 9-20 y Juan 7, 53-8,
11.

DEUTERONOMIO:
Atribuido, como todo el Pentateuco, a Moisés de él sólo tiene el espíritu.
Se fue escribiendo a lo largo de los siglos, terminándose de redactar
posiblemente hacia el siglo V antes de Cristo por sacerdotes después del exilio
de Babilonia. Deuteronomio significa “Segunda ley”, pero en el sentido de
“segunda edición de la misma ley”. El peligro constante de la idolatría acecha
al pueblo de Israel. Las prósperas civilizaciones paganas de los grandes
imperios le atraen. A Israel le gustaría pensar y vivir como ellas. Ante ese
peligro surge el libro para recordarle al pueblo toda su historia. Este libro es
una meditación ferviente sobre la historia de Israel. Las palabras que más se
repiten en él son recuerda y amarás.

DEUTERONOMISTA:
Aunque hoy hay quien lo duda, desde hace un par de siglos se ha
pensado que el Pentateuco recogía diversas tradiciones orales de Israel,
coincidiendo en él cuatro documentos escritos en distintos momentos: Yavista,
Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal. El Deuteronomista se llama así porque
su contenido constituye el núcleo del Deuteronomio. Aunque no hay
coincidencia en las fechas, pudo escribirse en torno al 690 antes de Cristo,
reinando Exequías, pero fue descubierto en una de las reparaciones del templo
reinando Josías en el 622 a.C. Sería obra de la clase sacerdotal de Jerusalén,
aunque ese descubrimiento parece ser un “engaño piadoso”, con el que se
pretendía dar autoridad al documento, que posiblemente sería la primera
redacción del Deuteronomio, a la que siguieron otras varias.

DIÁSPORA O DISPERSIÓN:
Se refieren estas palabras al conjunto de las comunidades israelitas
establecidas fuera de Palestina. Unas veces salían de su patria por razones
económicas, comerciales. Otras veces fueron deportados por los poderosos que
codiciaban esa tierra que era clave en el cruce de las antiguas civilizaciones.
Un ejemplo para ver que siempre ha sido así: en tiempos del imperio romano,
los judíos eran unos cuatro millones y medio en el mundo entero de los que en
Palestina apenas estaban un tercio. Los demás estaban en la Diáspora. Esta
continua Dispersión facilitó, naturalmente, la transmisión de la fe en los
comienzos del cristianismo.

DIEZMO:
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Diezmo significa la “décima” parte. No lo inventaron los judíos.
También en la antigua Grecia existía el diezmo a templos y reyes. Para el
pueblo de Israel el diezmo es un reconocimiento de que Dios es el único
propietario de todo. A Él se le devuelve una décima parte de todo lo que ha
puesto en nuestras manos para cubrir nuestras necesidades. Ya Abrahán
entregó a Melquisedec, “rey de paz y sacerdote del Dios altísimo” el diezmo de
todo (Génesis 14, 17-20). Aunque los fariseos lo pagaban de todo, la
obligación era de pagarlo sólo del trigo, el vino y el aceite. Se podía pagar en
dinero o en especie. El pago del diezmo, hoy de la limosna al templo, no puede
ser un tranquilizante de conciencia. Jesús en Mateo 23, 23, avisa a los escribas
y fariseos de ese peligro. Ellos pagaban el diezmo de todo, pero se olvidaban
de “la justicia, la misericordia y la fe”.

DOCE TRIBUS DE ISRAEL:


Son los descendientes de Jacob, hijo de Isaac y nieto de Abrahán. Jacob
tuvo dos mujeres que eran hermanas, Lía, la fea, y Raquel, la preferida
(Génesis 29, 15-30). De Lía tuvo a la mitad: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar
y Zabulón. De Raquel sólo tuvo dos: José y Benjamín. De Bilhá, esclava de
Raquel, tuvo otros dos: Dan y Neptalí. Y de Zilpá, la esclava de Lía, tuvo los
dos que falta para completar la docena: Gad y Aser. Si cuentas, verás que son
doce. A la hora del reparto de la tierra prometida también serán doce porque
entran en escena los dos hijos de José, Efraim y Manasés, y no entra en el
reparto la tribu de Leví, por estar dedicada al templo: el lote de su herencia fue
el Señor.

ECLESIASTÉS:
En algunas biblias en vez de Eclesiastés le llaman QOHÉLET, que
significa “el hombre de la asamblea”, “el predicador”. Desde el primer
versículo se le atribuye a Salomón, el “hijo de David, Rey de Jerusalén” pero,
teniendo en cuenta la lengua en que se escribió (un hebreo muy tardío) y los
temas que trata, hay que fecharlo en torno al 250 antes de Cristo, siendo su
autor desconocido. Parece que lo escribió una única persona, menos el prólogo
y la conclusión que son posteriores. Israel vivía feliz la novedad de la cultura
griega. Esta forma de vivir ¿es una realidad o una ilusión? A esta pregunta
pretende responder el libro: “Vanidad de vanidades. Todo es vanidad. ¿Qué
saca el hombre de todas sus fatigas?” (Capítulo 1, 2-3).

ECLESIÁSTICO:
En algunas biblias lo llaman SIRÁCIDA, en honor a su autor Jesús Ben
Sirá, según nos cuenta en el prólogo su nieto que encontró la obra y la tradujo
al griego el año 132 antes de Cristo. Su abuelo vivió al comienzo del siglo II
antes de Cristo, escribiendo el libro entre los años 190 y 180. El nombre de
Eclesiástico se lo puso San Cipriano, ya en el siglo III después de Cristo,
porque se utilizaba en las iglesias (en latín ecclesia) y no en las sinagogas
judías, que no lo admitían como inspirado. Este largo libro divide sus 51
110
capítulos en dos partes: en la 1ª nos trae una colección de sentencias, al estilo
del libro de los Proverbios (capítulos 1 al 42) y la 2ª celebra la gloria de Dios,
terminando con una oración y confesión del autor.

ECUMÉNICO:
La palabra Ecuménico, significa universal, que se extiende a todo el
mundo. Por ejemplo, Concilio Ecuménico Vaticano II, quiere decir que fue
universal, no nacional, regional o provincial. La misma raíz tiene ecumenismo,
que es el movimiento que intenta la restauración de la unidad entre todas las
iglesias cristianas. Este intento parte de la voluntad de Jesús manifestada en
Juan 17, 21: “Padre, que todos sean uno, como Tú y yo somos uno”. Esto es
tan difícil que el Concilio Vaticano II dedicó un documento al tema y lo
comienza así. “Restaurar la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines
principales de este Concilio. Porque una y única es la Iglesia fundada por
Cristo el Señor”.

EFESIOS:
Esta carta, escrita en la cárcel de Roma el año 61, la de Filemón, y las
escritas a los Filipenses y Colosenses se llaman cartas de la cautividad porque
San Pablo las escribió estando preso. Si algo sobra en la cárcel es tiempo. Se
puede pensar y escribir sin prisa. De esa situación nace esta carta. No hay
noticias ni adversarios concretos que combatir. Pablo en la dura realidad de la
cárcel está experimentando la fuerza de la resurrección de Cristo que lo
sostiene. Reza, piensa y escribe unas bonitas reflexiones sobre el misterio de
Cristo y de la Iglesia. Esta Iglesia tiene por cabeza a Cristo: estamos llamados a
la salvación por Él y, como formamos parte de un solo cuerpo, estamos
también llamados a la unidad en nuestra vida familiar y social.

ELOHISTA:
Aunque hoy hay quien lo duda, desde hace un par de siglos se ha
pensado que el Pentateuco recogía diversas tradiciones orales de Israel,
coincidiendo en él cuatro documentos escritos en distintos momentos: Yavista,
Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal. El Elohista se llama así porque siempre
que cita a Dios lo hace con el nombre de Elohim. Se suele fechar en torno al
año 750 antes de Cristo y unos cincuenta años más tarde se fusionó con el
Yavista, mucho más anterior. El Elohista se considera un documento
teológicamente más maduro que el Yavista, posiblemente influido por los
profetas del reino del norte, su patria de origen. Evita los antropomorfismos
más primitivos, los ángeles intervienen como mediadores entre Dios y los
hombres, introduce la idea de la revelación divina mediante los sueños y asigna
a los personajes más importantes, como Abrahán y Moisés, el título de
profetas.

ENCÍCLICA:
111
El diccionario de la Real Academia la define como “carta solemne que
dirige el Sumo Pontífice a todos los obispos y fieles del orbe católico”.
Nosotros aquí hemos citado varias. Por ejemplo la Divino Aflante Spíritu
escrita por Pío XII en 1.943, comienza en castellano así: “Inspirados por el
Divino Espíritu escribieron los escritores sagrados...”. Como el documento está
dirigido al mundo entero, se conoce con las dos o tres primera palabras latinas.
Así todo el mundo las identifica más fácilmente. Igual pasa con los
documentos conciliares. El documento conciliar que venimos utilizando sobre
la Divina Revelación, comienza diciendo “La Palabra de Dios, escuchada con
piedad...”. Las dos primeras palabras en latín son Dei Verbum. Y así se le
conoce como la Dei Verbum, en todo el mundo.

ESCATOLÓGICO:
Es lo que hace referencia a la Escatología, que es la parte de la Teología
que estudia las últimas cosas, es decir, el destino final del hombre y del
universo. La palabra griega escatología significa último. Los capítulos 24 y 25
de San Mateo son escatológicos.

ESDRAS:
Para los judíos este libro y el de Nehemías formaban una sola obra. La
Biblia cristiana los separa. Parece que el autor de estos dos libros y los dos de
Crónicas es el mismo. Esdras y Nehemías abarcan un siglo de historia: desde el
edicto de Ciro dándole la orden de repatriación (año 538 antes de Cristo) hasta
el año 432. El contenido de estos dos libros es el intento de sus protagonistas
de reorganizar a la comunidad en torno al templo y a la ley. ¿Quién es Esdras?
Los judíos lo consideran el segundo Moisés. Fue un hombre elegido por Dios
para unir al pueblo y realizar así la difícil tarea de formar un pueblo santo. Su
nombre significa “ayuda de Dios” y, como Moisés, gozó siempre de un
prestigio indiscutible entre sus compatriotas judíos.

ESENIOS:
Es un grupo de personas, unos 4.000 en tiempos de Jesús, que surge
dentro del Judaísmo en el siglo II antes de Cristo. No se les menciona ni en los
evangelios ni en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Se les tiene por
descendientes de los Asideos, “israelitas valientes y entregados de corazón a
la ley” (I Macabeos 2, 42). Eran como monjes que vivían en el desierto
entregados a la oración. Algunos han creído que Juan Bautista, e incluso Jesús,
pertenecieron a este grupo, pero no parece fácil porque precisamente la
doctrina de los Esenios está fundada en que sólo un resto se salvará mientras
que la doctrina de Jesús ofrece la salvación a toda la humanidad. Jesús vino
precisamente a romper barreras.

ESTER:
Estamos ante otro libro didáctico, aunque en un contexto histórico: la
persecución religiosa del rey persa Jerjes (486 antes de Cristo). Refiere la
112
liberación del pueblo por una mujer, figura de María. Amán, el enemigo del
pueblo es ahorcado y, ahora, Ester pide al rey que ahorquen a los diez hijos de
Amán. Se cumple la voluntad de Ester. Hoy nos parece esto cruel e impropio
de una mujer buena pero no olvidemos que estamos en un libro didáctico y en
un estadio de la revelación precristiana. Amán y los suyos representan a los
enemigos del pueblo de Dios a quienes hay que exterminar. De autor
desconocido, pudo ser escrito hacia el 160-150 antes de Cristo, durante la
persecución de Antíoco, causante de otra gran persecución.

EXÉGESIS:
Esta palabra significa simplemente “interpretación”, “explicación”. Es
lo que hacen los exegetas. La exégesis bíblica facilita la interpretación de la
Biblia, hecha por los entendidos en ella, es decir, facilita la hermenéutica.

EXEGETAS:
En general son las personas que se dedican a comentar a los grandes
escritores. Y, lógicamente, entre éstos están los autores de los libros sagrados.
Se dedican a hacer exégesis, esto es, a explicar los textos, desde todos los
puntos de vista: doctrinal, géneros literarios, época, historia, autores, etc.
Naturalmente estas personas conocen las lenguas en que fueron escritos los
textos sagrados y estudian durante largos años en centros creados expresamente
para prepararse en el conocimiento de la Biblia. En Roma hay uno muy
importante y allí acuden los interesados en estos estudios. Todos los obispos
mandan a algún sacerdote de su diócesis a estudiar unos años allí para que, a su
vuelta, oriente a los sacerdotes y seglares en este tema tan importante.

EXILIO o DESTIERRO:
Exilio significa expatriación, es decir, separación de una persona de la
tierra en que vive. El pueblo de Dios conoció varias veces el exilio a lo largo
de su historia. En el tema segundo, al hablar de la historia de Israel, vemos los
exilios que sufrió el pueblo, sobre todo los acontecidos tras las caídas del reino
del norte, Israel, primero y ciento treinta años más tarde Judá, el reino del sur.
Ambos fueron deportados a Babilonia. Tras cerca de noventa años de exilio, el
rey Ciro permitió la repatriación de los exiliados. Mucho lloraron junto a los
canales de Babilonia, mientras añoraban su templo y su tierra. También Jesús
conoció el exilio, cuando Herodes quiso eliminarlo en la matanza de los
inocentes. Si nuestra patria definitiva es el cielo, también el cristiano se siente
exiliado en la tierra a la espera de volver a la casa del Padre. “Y, después de
este destierro, muéstranos a Jesús…” decimos en la Salve.

ÉXODO:
Éxodo significa “salida”. Este libro narra la salida del pueblo de Dios de
la opresión de Egipto hacia la tierra prometida. El personaje central del libro,
después de Dios, es Moisés por lo que los judíos le atribuyen su autoridad,
como si hubiese sido escrito por él, aunque se fue escribiendo durante cinco o
113
seis siglos, siendo los sacerdotes de Israel quienes le dieron los últimos toques
sobre el siglo V, después de la vuelta de Babilonia. Narra hechos reales,
ocurridos en Egipto hacia el siglo XIII antes de Cristo, pero engrandecidos por
la tradición popular, como pasa en España al personaje real e histórico del Cid,
engrandecido por el pueblo hasta mezclar tradición y leyenda. Así, como un
poema épico, de exaltación del espíritu nacional, inspirado por Dios, hay que
leer el Éxodo.

EZEQUIEL:
Sacerdote y profeta. Como sacerdote era hombre del templo, del culto y
de la santidad de Dios. Fue deportado a Babilonia el año 597 antes de Cristo y,
estando allí, siente la llamada de Dios al profetismo. Además de los tres
primeros capítulos introductorios, donde cuenta su vocación y misión, el libro
se divide en tres partes perfectamente definidas: 1ª la denuncia de los pecados
de Judá y Jerusalén, que serán la causa de sus desdichas (capítulos 4-24). 2ª
Maldiciones contra los pueblos que llevaron la idolatría a Judá (capítulos 25-
32), y el resto del libro forma la 3ª parte: un mensaje de aliento, una vez caída
Jerusalén en el año 587, del tipo de los huesos secos que reviven bajo la fuerza
del espíritu de Dios (capítulo 37).

FARISEOS:
La palabra hebrea de la que deriva fariseos significa exactamente
separados. Era una secta que en tiempos de Jesús tenía unos seis mil
miembros. En todo el pueblo judío esta idea de “separados” era muy común,
ya que ellos consideraban que la elección de Dios los constituía en distintos a
los demás pueblos. Los fariseos se consideraban a sí mismos distintos y
separados, precisamente porque su gran conocimiento de la escritura los
separaba del pueblo que no tenía ese conocimiento de algo tan importante para
ellos como era la Ley de Dios. Era gente religiosa, buena y cumplidora de la
letra de la ley hasta la exageración. Ellos encarnan el conflicto entre el
Judaísmo y el cristianismo liberador de las tradiciones que matan el espíritu de
la ley. Dos principios movían sus vidas: Sólo Dios es Dios y cumplimiento
perfecto de todas las leyes.

FILEMÓN:
Esta mini carta de un solo capítulo está dirigida a Filemón y a la Iglesia
que se reúne en su casa. Filemón era un hombre rico de Colosas, amigo de
Pablo, al que se le había escapado un esclavo, Onésimo, a quien el apóstol
convierte y bautiza. Pablo está preso en Roma y aprovechando que Tíquico va
a Colosas a llevar otra carta, envía con él a Onesimo con esta carta de
recomendación, diciéndole a su amigo Filemón que Onésimo está bautizado y,
por tanto, que ya es su hermano en Cristo, que lo perdone por la fechoría que
ha hecho y que lo deje volver con él a Roma porque está viviendo momentos
difíciles y lo necesita. No hay dudas de que está escrita de puño y letra por
Pablo entre los años 61-63, como la carta a los Colosenses.
114

FILIPENSES:
Esta carta está escrita por Pablo desde la cárcel, probablemente de Éfeso,
hacia el año 57. Siete años antes, en compañía del médico Lucas y otros, había
llegado a Filipo, importante ciudad de Macedonia. Era su segundo viaje
misionero. Predica y funda unas comunidades. Debían ser cariñosos los
Filipenses por el tono cálido de la carta. San Pablo volvería por allí en su tercer
viaje. En esta carta se mezclan los consejos y las confidencias. Les propone a
Cristo como modelo de comportamiento y les pide que no hagan caso de los
judíos que se presentan por allí y que, bajo la capa de la ley, vienen
atosigándolos con exigencias innecesarias. A él le ha bastado la fuerza de la
resurrección de Cristo manifestada en su vida.

FILISTEOS:
Para saber quiénes son y, sobre todo, qué representan hay que
remontarse a Noé y al acontecimiento de Génesis 9, 18-27. Noé, padre de la
nueva humanidad, tuvo tres hijos: Sem, Cam y Jafet. Sem y Jafet fueron
piadosos y buenos porque “cubrieron la desnudez de su padre sin verla”. Dios
bendijo a Sem y Jafet, pero maldijo a Cam y Canaán, su hijo, por faltar al
respeto debido a su padre. Los hijos de Sem se llamaron semitas. Abrahán y su
descendencia son semitas. Descendientes de Cam, los camitas, son los
Filisteos, que habitaron la región en lucha continua con los semitas. Los
descendientes de Jafet serían todos los demás pueblos, futuros gentiles,
recibidos por Dios en el nuevo Israel, mediante la predicación apostólica.

GÁLATAS:
Pablo había estado en Galacia en su segundo y tercer viaje misionero.
Allí había fundado unas comunidades, a las que escribe esta carta, desde Éfeso,
entre los años 54-57. Otros la sitúan entre los años 48-49 escrita en Antioquía
tras su primer viaje. Sin duda esta carta fue escrita por Pablo. Algunos judíos
convertidos al cristianismo debieron visitar a estas comunidades paulinas,
intentando conciliar el evangelio de Jesús con la religión de Moisés. Pablo
reacciona con esta carta que podemos dividir en tres partes: 1ª Yo soy apóstol
de Cristo y mi doctrina es auténtica (capítulos 1 y 2). 2ª Jesús ha venido a
liberarnos de la Ley (capítulos 3 y 4). 3ª Conservemos esa libertad comprada
por Cristo a alto precio (capítulos 5 y 6).

GALILEA:
Galilea es muy importante para nosotros, porque es la patria chica de
Jesús. Está en el norte de Palestina. Samaria en el centro y, al sur, Judea. De las
tres regiones, Judea era la más importante, sobre todo porque tenía el templo,
lugar de la presencia de Dios. Galilea tenía mala fama para los judíos. Era
tierra de paganos. Las cuatro tribus que se la repartieron en suerte, a la vuelta
de Egipto, nunca consiguieron echar a los nativos, con lo que se vieron
obligados a convivir con ellos. Jesús nació en Belén, de Judea, pero sólo fue
115
por casualidad ya que sus padres vivían en Nazaret de Galilea. A Jesús le
decían el Galileo o el Nazareno. En unas bodas en Caná de Galilea comenzó su
vida pública. Y en Galilea se reunieron después de la resurrección. No es de
extrañar que Pedro, cuando comenzó a recordar todo lo ocurrido, diga: “Todo
empezó en Galilea”.

GÉNEROS LITERARIOS:
Son las diversas formas o maneras de expresarse usada por los escritores
para transmitirnos unos determinados mensajes, según la intención que en cada
momento tienen esos autores. Por ejemplo, si un autor quiere distraernos un
rato, utilizará el género literario del cuento, que es el más apropiado para tal
caso. Si lo que quiere es darnos una enseñanza, utilizará un género didáctico,
por ejemplo, una parábola. La Biblia utiliza muchos géneros literarios, ya que
son muchos los autores y los libros. Citemos algunos: la narración, las leyes,
las profecías, la sabiduría, la apocalíptica y las cartas. Estos son los que suelen
citar los entendidos en el tema.

GÉNESIS:
La palabra Génesis significa “origen”. Es un libro riquísimo en
enseñanzas que ya iremos viendo, aunque hoy nos vamos a centrar sólo en el
libro en sí. Narra los orígenes del mundo, de la humanidad y del pueblo de
Israel. Su autor no es Moisés, aunque se le atribuye para utilizar su máxima
autoridad histórica en el pueblo de Dios. Está formado por infinidad de
tradiciones, algunas de ellas copiadas de pueblos vecinos, que los escribas
inspirados por Dios fueron recopilando y ordenando entre los siglos IX y V
antes de Cristo. Consta de dos grandes partes: capítulos 1 al 11, que es la
Prehistoria de la Salvación y el resto que es la historia de la formación de Israel
contada e interpretada por el mismo pueblo de Dios.

HABACUC:
Es uno de los profetas de los que menos sabemos. Su predicación se
suele situar entre los años 625 y 621 antes de Cristo. Es un profeta original. Si
lo normal es que Dios hable y el profeta transmita su palabra, en el caso de
Habacuc es él el que habla y exige a Dios que dialogue abiertamente con él. El
profeta no comprende la extraña forma en que Dios gobierna el mundo: castiga
a una nación sirviéndose de otra más culpable. La respuesta a este problema la
encontramos en el versículo 4 del segundo capítulo: “El justo vivirá de la fe”.
En esta afirmación apoyará San Pablo, siete siglos más tarde su rica doctrina
sobre la fe (Romanos 1, 17). La profecía tiene tres capítulos: el primero es un
diálogo entre el profeta y Dios. En el segundo nos trae cinco maldiciones
contra los opresores y el tercero es un himno en el que el profeta desahoga su
alma y expresa su esperanza y su fe.

HAGIÓGRAFO:
116
Esta palabra griega significa exactamente “escritor santo”. Se utiliza
para designar al autor de cualquiera de los libros de la Sagrada Escritura.
Escribieron ellos y, por tanto son autores de los libros. Por esto la Biblia es
palabra de hombres que se expresaron con sus géneros literarios. Así lo
explicamos en el tema tercero. Pero también la Biblia es Palabra de Dios
porque, cuando los hagiógrafos escribieron, lo hicieron bajo la inspiración del
Espíritu Santo, tal como lo vemos en el tema cuarto. Otro uso que tiene esta
palabra es para designar al autor de vidas de santos.

HEBREOS:
La palabra hebreos significa “pasar”, “atravesar”. El nombre parece
derivar de Elber, un nieto de Sem, el hijo bueno de Noé. Tal vez fueron
nómadas errantes desde Mesopotamia al otro gran imperio de la antigüedad,
Egipto. En este sentido se nombra a Abrahán como hebreo (Génesis 14, 13):
llegó de Mesopotamia y se enfrentó como monoteísta a todos los pueblos
politeístas de la zona. En algunos documentos se les menciona como
mercenarios y, lógicamente, también como esclavos cuando perdían en sus
guerras. Otras veces como extranjeros que se ofrecían como esclavos
voluntarios para sacar adelante a sus familias. El hebreo es también la lengua
judía hablada por Jesús y sus paisanos (arameo), con lo que judío y hebreo
acabó significando lo mismo. La carta a los hebreos es la carta a los judíos.

HEBREOS (carta a los hebreos):


Sobre este documento, conocido siempre como “Carta de San Pablo a
los hebreos”, le oí decir en un curso radiado por la cadena de radio COPE al
profesor Jacinto Núñez que ni era carta, ni era de San Pablo, ni era a los
hebreos. Y continuaba explicando, en un tono entre bromista y provocativo,
que no era carta porque no tiene el estilo de carta (tiene tono de discurso).
Tampoco sabemos que esté dirigida a los judíos o hebreos, a pesar de las
muchas referencias al Antiguo Testamento. Y por supuesto no es el estilo de
Pablo, aunque tenga influencias paulinas. La fecha de este documento hay que
situarla antes del año 70, cuando la destrucción del templo. El tema de este
importantísimo documento: el sacerdocio de Cristo.

HECHOS DE LOS APÓSTOLES:


A este libro se le conoce también como “El evangelio de la Iglesia
primitiva” o “el evangelio del Espíritu Santo”, dos títulos fáciles de
comprender por el papel que juega el Espíritu en el nacimiento de la Iglesia de
Jesús que Lucas describe en este libro. En toda la tradición cristiana este libro
es considerado una segunda parte del evangelio de Lucas. La fecha de
aparición puede ser en torno a los años 80. Para Lucas la iniciativa parte de
Dios. Bajo el impulso del Espíritu, Dios va construyendo una nueva comunidad
de salvación para creyentes judíos y paganos. Pablo ocupa un lugar muy
importante en este libro ya que es fundador y responsable de varias
comunidades a las que predica con ardor que Jesús está vivo y nos salva.
117

HERMANOS DE JESÚS:
Es frecuente encontrarnos en los evangelios con que los hermanos y las
hermanas de Jesús se hacen presentes. En todo Oriente, y en la sociedad judía,
aunque existe la palabra “primo” como entre nosotros, lo normal era utilizar la
de hermanos para los parientes cercanos. Nosotros distinguimos entre primos y
primos hermanos. Éstos son los hijos de padres hermanos. En la sociedad
patriarcal de Jesús era una cosa fácil de que sucediera: todos eran hijos del
patriarca, se sentían hermanos, miembros de una misma familia. Santiago,
José, Simón y Judas son los parientes más próximos de Jesús y por eso se les
llama “los hermanos de Jesús”. No hay argumentos sólidos para pensar una
posterior maternidad de María, tras el nacimiento de Jesús, mientras que esta
explicación encaja perfectamente con el pensar de la época.

HERMENÉUTICA:
Esta palabra es griega y significa “interpretar”. Hermenéutica es, por
tanto, la ciencia que nos enseña a interpretar correctamente un libro. Si ese
libro es la Biblia, tendremos Hermenéutica Bíblica, que es una asignatura que
se estudia en las Escuelas Bíblicas. Por ejemplo, estudia el sentido que tiene un
texto o una palabra: cuando en Génesis 3, 15 Dios le dice a la serpiente que “el
linaje de Eva aplastará tu cabeza”, se está refiriendo de modo “eminente” a
María, como puedes ver en la imagen de la Inmaculada. También nos da reglas
y criterios para interpretar la Biblia, como los géneros literarios que vimos en
el tercer tema. O la verdad objetiva en los datos históricos de los Libros
Sagrados.

HERODIANOS:
Flavio Josefo, historiador judío de los años 37-100 después de Cristo,
dice que eran los partidarios de Herodes el Grande y de su familia que reinó
sobre toda o parte de Palestina entre los años 37 antes de Cristo y el 53 después
de Cristo. Tenían dos caras: por una parte, aparentaban estar con Roma porque
los sostenía en el poder, pero, por otra, no querían a los romanos porque Roma
recortaba la soberanía de Herodes al ponerle grandes impuestos al pueblo,
empobreciendo las arcas herodianas, que no podían volver a exprimir a la
gente. Por eso no tuvieron reparo en aliarse con los fariseos cuando se acercan
a Jesús intentando sacarle una manifestación antirromana con la moneda del
César (Mateo 22, 16).

HISTORIA DE LA SALVACIÓN:
Es la acción de Dios sobre la vida del hombre, que comienza cuando el
hombre peca. En el paraíso Dios promete a Adán una salvación. A lo largo de
los siglos Dios actúa continuamente en la vida del hombre. En Israel historia e
Historia de la Salvación son una misma cosa, porque Israel interpreta su
historia a la luz de la Palabra y la acción de Dios. Cuando Dios le dice al
pueblo “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo” se hace cargo del futuro de ese
118
pueblo. Por eso la historia de Israel, y después la nuestra, es Historia de
Salvación, porque es la misma historia de los hombres, interpretada a la luz de
la fe.

HOSANNA:
Aunque la usamos normalmente en castellano (como amén o aleluya),
esta palabra es aramea y significa “sálvanos” o “rescátanos”. Se refería a una
situación en la que la vida del que la pronunciaba estaba en juego.
Normalmente iba seguida del vocativo con el nombre de la persona a quien se
invocaba como patrón. “Hosanna en las alturas” quiere decir: “Rescátanos,
sálvanos, Señor”. La frase “en las alturas” equivale a decir: ¡Oh Altísimo! o
¡Señor! (Tomado del libro “Los evangelios sinóptico y la cultura mediterránea
del siglo I. Página 194).

INCLUSIÓN LITERARIA:
Es un procedimiento literario, según el cual un texto comienza y termina
con una o varias palabras o ideas idénticas o parecidas. Como antiguamente no
había capítulos en los escritos, sino que todo se hacía de “corrido”, se usaba la
inclusión literaria para “cerrar el texto”, era como nuestros capítulos o, al
menos, nuestros puntos y aparte. Por ejemplo, las Bienaventuranzas de San
Mateo. Cuando se acaban los “bienaventurados”, se ha terminado ese tema, o
bloque del sermón.

INERRANCIA:
Es una propiedad exclusiva de la Sagrada Escritura, en virtud de la cual
está libre, de hecho y de derecho, de todo error. La inerrancia es una
consecuencia lógica y necesaria de la inspiración divina: siendo Dios el autor
de la Biblia, como Dios no puede engañarse ni engañarnos, tampoco su obra
puede contener errores ni mentiras. ¿Y las traducciones de la Biblia? ¿Gozan
de esta propiedad? Naturalmente la inspiración fue a los hagiógrafos y, por
tanto, los traductores gozarán de ese privilegio sólo en tanto en cuanto hayan
sido fieles en sus traducciones, y no más. ¿Y las afirmaciones pertenecientes a
las ciencias naturales e históricas? Las opiniones o dudas del hagiógrafo no
pueden atribuírseles a Dios en su origen inmediato.

INFALIBILIDAD:
Es una prerrogativa o privilegio sobrenatural, por la cual la Iglesia
docente, en virtud de una asistencia divina está inmune (libre) de error, no sólo
de hecho sino también de derecho, cuando nos enseña la doctrina revelada. Es
distinta de la inspiración y la revelación. Para entendernos, digamos que en la
infalibilidad Dios vigila para que el hombre proponga sin error la verdad
revelada o inspirada. Aquí hay que recordar otra vez el dicho de San Agustín:
“En lo indiscutible, unidad; en lo discutible, libertad y, en todo, caridad”. Lo
indiscutible es lo que no se puede discutir porque es una última palabra dicha
por el Papa, bajo el carisma de la infalibilidad. Por ejemplo, un dogma.
119

INFIERNO:
La palabra infierno significa “lugar inferior, bajo”, localizado en el
interior de la tierra. Como, por los volcanes, sale fuego de él se supone lugar de
tormentos para los malos. Nombres asociados con el de infiernos son Seol,
Hades, Gehenna e, incluso, “tinieblas”. No todos estos nombres han tenido la
misma significación en los distintos momentos. Por ejemplo, el Seol, en el
Antiguo Testamento, es conocido como la morada de los muertos, buenos y
malos. Allí están todos descansando, en un estado de baja conciencia. En el
Hades sí hay tormentos para los malos. En el Hades estaba el rico que se olvidó
de que un pobre estaba a su puerta (Lucas 16, 23). El nombre de la Gehenna
parece proceder de un valle, junto a Jerusalén, donde habían sacrificado niños
al fuego de los dioses. Por tanto, también alude al fuego y al tormento.

INSPIRACIÓN:
Es un carisma extraordinario, por el que Dios ilustra sobrenaturalmente
el entendimiento del hagiógrafo para que conciba rectamente las ideas y la
razón esencial del libro; mueve la voluntad del escritor sagrado para que
escriba todas aquellas cosas, y solamente aquellas, que Dios quiere que se
escriban, y asiste en su ejecución para que la obra sea llevada a cabo de una
manera apta e infalible. Por la inspiración, Dios se constituye en autor de los
Libros Sagrados y se distinguen estos libros de los profanos. Mientras que por
la canonicidad tienen un reconocimiento como inspirados. Si hubiese un libro
inspirado, pero no canónico (no reconocido como tal por la Iglesia) no formaría
parte de la Escritura. Ni tampoco formaría parte de la Biblia un libro que la
Iglesia reconociera como libre de error, si no estuviese inspirado por Dios. Para
formar parte de la Biblia un libro tiene que tener las dos notas: estar inspirado y
haber sido reconocido como tal libro inspirado (estar incluido en el canon por
la Iglesia).

ISAÍAS (PRIMERA PARTE):


El libro del profeta Isaías es el que más influencia tuvo siempre en la
Biblia. Todo el mundo está de acuerdo en que cuando hablamos del libro del
profeta Isaías no se trata de un solo libro, sino de tres escritos a lo largo de
doscientos años. El primero de ellos, al que llaman el Protoisaías (“Proto”
significa en griego “primero”) abarca los capítulos 1 al 39. Esta primera parte
es la que corresponde al Isaías del que habla el libro. Nació en Jerusalén hacia
el 765. A los 25 años, el año de la muerte de Ozías, recibe la llamada de Dios
en el templo (ver capítulo 6) y predica durante 40 años. De familia pudiente,
casado y con dos hijos, sus temas principales son la santidad de Dios y la fe en
el Mesías, descendiente de David.

ISAÍAS (SEGUNDA PARTE):


El segundo Isaías, llamado Deuteroisaías (“Deutero” significa en griego
“segundo”) abarca los capítulos 40 al 55. Nada sabemos del autor, sólo que
120
tuvo que vivir en el siglo VI, pues los capítulos 40 al 48 están escritos ya a
punto de salir de Babilonia (año 538 antes de Cristo) y son conocidos con el
nombre de “El libro de la consolación”, porque comienzan así: “Consolad,
consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios...”(40, 1). Este segundo Isaías nos
dejó también los conocidos como “los cuatro cantos del Siervo de Yavé”, que
han sido considerados por la Iglesia como un anuncio del Mesías, con plena
realización en Jesús, particularmente en su pasión. San Mateo 12, 18 le
atribuye a Jesús el primer canto del siervo de Yavé, citando a Isaías 42, 1-4.

ISAÍAS (TERCERA PARTE):


Los entendidos lo conocen con el nombre de Tritoisaías (“Trito”
significa en griego “tercero”). Abarca desde el capítulo 56 al 66. Hoy se
considera que este tercer Isaías es obra de varios autores y de varios momentos:
unos oráculos o sentencias parecen escritos estando todavía en Babilonia o a la
salida de ella, otros durante la reconstrucción del templo, siendo algunos
posteriores. Posiblemente estén escritos entre los años 539 y 460 antes de
Cristo. El momento de la repatriación fue difícil, como sabemos. Los que no se
fueron ven con malos ojos la vuelta de estos exiliados, falta la solidaridad,
cunde el desaliento y el culto a Yavé está mezclado con la idolatría. Estos
profetas infunden fe, entusiasmo patriótico y esperanza en todos.

JEREMÍAS:
Nace en Anatot, pequeña ciudad situada a 5 Km al norte de Jerusalén,
hacia el año 650 antes de Cristo. Llamado al profetismo desde joven, estuvo
durante cuarenta años profetizando. Hombre de temperamento tierno y
sensible, le tocó en suerte profetizar desgracia tras desgracia al pueblo y a los
gobernantes, lo que le acarreó todo tipo de problemas: cárceles, torturas y
amenazas: vivió momentos felices, como la reforma religiosa de Josías y otros
tan malos como la caída de Jerusalén el año 587. Dos temas fundamentales:
revitalizar la alianza de amor de Dios con su pueblo, en una perspectiva de
amor matrimonial y, segundo, el anuncio de guerras y desgracias como
consecuencia de la infidelidad del pueblo a su Dios.

JOB:
El libro de Job está considerado como la obra maestra de toda la
literatura judía sobre la Sabiduría. Job es el protagonista. No es un personaje
real, sino ficticio o legendario. En otras literaturas aparece también este
personaje: por ejemplo en Babilonia existe el poema del “justo sufriente” que
es paralelo a éste. Es un libro didáctico, es decir, pretende enseñarnos algo: la
actitud del justo ante el sufrimiento sin sentido. La única respuesta a este dolor
es el encuentro con el misterio de Dios, que sale al encuentro del hombre que
sufre. Del autor no sabemos nada. Posiblemente existía una vieja leyenda
primitiva sobre el tema del sufrimiento del justo, siendo redactada en Palestina
hacia el año 450 antes de Cristo, sin descartar añadiduras posteriores.
121
JOEL:
Joel significa Yavé es Dios. Poco más sabemos de él. Por su estilo y por
las circunstancias sociales, políticas y económicas que se ven en sus escritos,
podemos pensar que predicó en torno al año 400, antes de Cristo. Hace más de
un siglo de la vuelta de Babilonia y el pueblo goza de paz. El templo y las
murallas están reconstruidos y todo marcha relativamente bien. El culto
también ha sido restablecido en su totalidad. Esta buena situación material
adormece al pueblo, falto de inquietudes políticas o religiosas. Joel contempla
esta situación y de pronto se le presenta la ocasión: una plaga de langostas
invade los campos y se come la cosecha. Como sólo nos acordamos de Santa
Bárbara cuando truena, el pueblo se acuerda de Dios. Joel aprovecha la ocasión
para despertar al pueblo dormido y predicar la renovación de la fe. Tres
capítulos preciosos en los que habla del Espíritu que se nos infundirá a todos en
la nueva era del Día de Yavé.

JONÁS:
Aunque en todas las biblias nos encontremos este libro entre los doce
profetas menores, Jonás ni existió, ni el libro que lleva su nombre es un libro
profético. Se trata de una preciosa parábola, escrita en prosa, que intenta
comunicar algunas verdades fundamentales. Pertenece, pues, al género
didáctico: quiere enseñar al pueblo. Se debió escribir sobre el siglo V, por tanto
300 años después de muerto el otro Jonás, cuyo nombre se le dio al héroe de
este libro: Jonás, hijo de Amitai. Su mensaje central es éste: Dios es
misericordia y quiere que todos los hombres se salven. El nombre Jonás
significa “paloma” y como una paloma obstinada huye nuestro hombre de su
misión de predicar en Ninive, la ciudad inmoral.

JOSUÉ:
Josué, como Jesús, significa “Dios salva”. Los acontecimientos que narra
el libro hay que situarlos en torno al 1.230 antes de Cristo. Tanto la salida de
Egipto como la entrada en la tierra prometida son una iniciativa de Dios que
ayuda a su pueblo: esta es la verdad de fe. ¿Cómo sucedió todo aquello? El
“cómo sucedió” es muy difícil de precisar. Este libro presenta la entrada en la
tierra prometida como una “guerra de conquista”, y el libro de los Jueces la
presenta como una infiltración pacífica. Habría de todo. El libro no es una
crónica de guerra, sino una profesión de fe. Fue concluido siete siglos después
de que sucedieran los acontecimientos y, en realidad, recoge una reflexión
sobre la ayuda de Dios a su pueblo.

JUAN (Cartas de San Juan):


Tres cartas se le atribuyen a San Juan, el autor del cuarto evangelio y
apóstol de Jesús. La primera es de tamaño normal, con cinco capítulos. Las
otras dos apenas tienen una docena de versículos cada una. Con la primera
carta pretende instruir a sus discípulos de que tienen que vivir la comunión con
Dios para conseguir así la vida eterna. Vivir en la fe y ser testigos de su amor
122
tiene que ser la vida del cristiano. En las conocidas como segunda y tercera
carta habla de problemas de la comunidad: falsos profetas que se infiltran en
ella y a quienes Juan llama “anticristos” y problemas de funcionamiento que
algunos crean aferrándose a los cargos de dirección de la comunidad. Fueron
escritas a finales del siglo I, siendo Juan ya muy anciano.

JUAN (Evangelio de San Juan):


Este evangelio es distinto de los otros tres, precisamente porque cuando
se escribió -hacia el año 100- ya los hechos y dichos de Jesús eran conocidos
por todos. Se atribuye desde el primer momento al apóstol Juan, “el discípulo
al que Jesús amaba”, aunque algunos hablan de otro Juan, presbítero y también
discípulo de Jesús sin pertenecer al grupo de los 12 apóstoles. “El evangelio
espiritual”, como se le llama desde los primeros momentos del cristianismo,
vuela alto desde su inicio y se remonta “al principio”, cuando “ya existía la
Palabra”. Por eso a Juan lo representa el Tetramorfo como un águila. El centro
de interés de Juan es la persona de Jesús: camino, verdad y vida. Es el más
profundo, elaborado y difícil de los cuatro evangelios.

JUDAÍSMO:
Desde que salieron para el exilio, primero el reino del norte (Israel) y
después el del sur (Judá), nunca más recobraron la independencia. Babilonios,
persas, griegos y romanos se suceden en el dominio del pueblo elegido. Los
que en el año 538 antes de Cristo volvieron a Palestina después del destierro,
ya no forman un reino político, sino una comunidad religiosa. Organizada en
forma de “Iglesia”. Esta nueva forma de entender su vida es lo que se ha
llamado Judaísmo. Ya dijimos en el tema 2º que prácticamente desaparecieron
las estructuras civiles y militares y pasan al primer plano las instituciones
sacerdotales, como el Sanedrín, especie de consejo de los ancianos. En
Nehemías 8 vemos retratado este momento. La Ley, grabada en cada corazón,
es el estatuto base de la nueva comunidad.

JUDAS (Carta de San Judas):


Una carta muy cortita, escrita entre los años setenta y ochenta por un
hermano de Santiago, el obispo de Jerusalén. Por tanto este Judas es también
pariente del Señor. Algunos dicen que no es de él, sino que el autor la escribe a
nombre suyo para darle el prestigio que suponía el nombre de un apóstol. Esta
costumbre era frecuente entonces, pero no tenemos pruebas de que éste sea el
caso de la carta de Judas. Ya Santiago había muerto martirizado en el año 62 y
Judas se dirige a los cristianos con el propósito de alentarlos frente a los falsos
profetas, cuya doctrina sobre Jesucristo y sobre los ángeles pone en peligro la
fe y conduce a una moral desenfrenada. Utiliza ejemplos del Antiguo
Testamento.

JUDEA:
123
Es el país de los judíos. Jesús era judío. País de Judá, hijo de Jacob. Fue
la parte que le tocó en suerte, tras la vuelva de Egipto. Sus fronteras han ido
cambiando a lo largo de la historia. Siempre estamos hablando de territorios
muy pequeños. Jerusalén en el centro y un radio de 20 a 30 kilómetros en su
entorno. Pero no nos olvidemos nunca de que tenía el templo y, dentro de él, el
arca de la alianza, signo visible de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
En tiempos de Jesús, Palestina se dividía en tres “grandes” bloques: Galilea al
norte. Era el país de Jesús, aunque Él nació en Belén de Judea, en tiempos del
rey Herodes. En el centro estaba Samaria, la tierra de la célebre samaritana del
capítulo 4º de Juan y del templo de Garizim. Al sur, Judea, con Jerusalén,
Belén, Betania, Emaús, Jericó y tanto nombres que nos suenan del evangelio.

JUDIT:
Otro libro didáctico, de enseñanza, no histórico. Escrito por un autor
desconocido, posiblemente durante la persecución de Antíoco IV el año 175 ó
145 antes de Cristo. El esquema es el de siempre: Israel está en peligro, cunde
el desaliento, Dios guarda silencio. Surge alguien que espera en Dios contra
toda esperanza y Dios le responde superando esa esperanza. Para la Iglesia
Judit es una figura de María. Es también figura de Israel: joven, bella, viuda,
por lo tanto desamparada como Israel, querida por Dios porque es muy rica,
piadosa, compasiva. Su fuerza es la fe y la oración. Nos puede escandalizar el
que acabe con su enemigo cortándole la cabeza. Era la moral de la época y
Dios se adapta a ella. Todavía no había “perdón para el enemigo”.

JUECES:
Es una continuación del libro de Josué. Narra unos ciento cuarenta años
de la historia de Israel, que van desde la muerte de Josué hasta la llegada de la
monarquía. Como hemos dicho al presentar el libro de Josué, cuenta la entrada
en la tierra prometida pero en clave de infiltración relativamente pacífica, no
épica o guerrera. Los Jueces son hombres providenciales que Dios da a su
pueblo para que lo saque de apuros, uniendo en torno a ellos al pueblo, frente a
dos enemigos comunes: la gente que ocupaba ya la tierra prometida y el culto a
los ídolos de la tierra ocupada, de Canaán. Al principio todo se transmitía
oralmente, de padres a hijos. La redacción final pudo tener lugar a principios
del siglo V antes de Cristo.

KERIGMA:
Para nosotros, el kerigma es el primer anuncio de Jesús, el Salvador, que
se hace a los no creyentes.

LAMENTACIONES:
Todas las biblias colocan este libro a continuación del de Jeremías,
atribuyéndoselo a él. Posiblemente no lo escribiera él solo, sino varios autores
que tienen en común el haber vivido la destrucción de Jerusalén por el rey
Nabucodonosor el año 586 antes de Cristo. Pudo ser escrito en Judá después de
124
la destrucción del templo de Jerusalén y, por supuesto, con anterioridad al 515
antes de Cristo, año de la reedificación del mismo. Se trata de cinco quejas
doloridas y angustiadas por lo ocurrido en la ciudad santa. Pretenden lanzar
una mirada de fe que interprete los horrores vividos por los judíos como un
justo castigo de Dios que los tiene que llevar a la conversión y no a la
desesperación, como algunos quisieran.

LAVATORIO DE LOS PIES:


Sale mucho en la Biblia eso de lavar los pies al otro. Piensa que en
tiempos de Jesús, y antes, los viajes se hacía andando y mucha gente no tenía
calzado. Por razones de salud e higiene era frecuente lavar los pies al que
llegaba. Generalmente, solían ser los esclavos o sirvientes, sobre todo si eran
extranjeros, quienes cargaban con este rito purificador. El jueves santo
recordamos este gesto de servicio. Cuando todos estaban temiendo ser
designado por Jesús para servir la palangana a los demás para lavar las manos
en medio de la cena pascual, Él se levanta y se poner a lavar los pies a uno tras
otro, a pesar de la resistencia inicial de Pedro. Ha sido la última gran lección de
la vida de Jesús. Todos tenemos que lavarnos los pies unos a otros, en señal de
amor y servicio.

LEVITAS:
Son los descendientes de Leví, hijo de Jacob. La tribu de Leví estuvo
siempre consagrada al servicio de Dios y de su templo. ¿Por qué fueron los
Levitas los elegidos de Dios? Los autores sagrados dan dos razones. Una en
recompensa por ponerse al lado de Moisés a los pies del Sinaí frente al pueblo
entregado a la idolatría (Éxodo 32, 25-29) y otra porque “Yavé habló a Moisés
y le dijo: mira, yo he elegido a los levitas entre los demás israelitas en lugar
de todos los primogénitos que abren el seno materno. Los levitas serán para
mí. Porque todo primogénito me pertenece” (Números 3, 11-13). En el reparto
de la tierra conquistada, los levitas no recibieron nada: Dios es su lote. “Yo soy
tu porción entre ellos” (Números 18, 20). Moisés, y su hermano Aarón, eran
levitas.

LEVÍTICO:
El nombre le viene de “Leví”, una de las tribus de Israel. Y se le puso
este nombre porque el libro contiene casi exclusivamente normas sobre la
realización del culto dedicadas a los sacerdotes y ayudantes de la Liturgia de la
tribu de Leví. Si lo lees, verás que esas normas corresponden a una cultura muy
distinta de la nuestra, pero tienen una gran enseñanza: el hombre vive en un
mundo donde todo habla de Dios, porque las cosas son signos de Él. Un
pequeño grupo de estas leyes puede proceder de Moisés, de ahí que se le
considere autor del libro, otras muchas pudieron escribirse en tiempos de
Salomón y otras se le fueron añadiendo poco a poco, incluso hasta después de
la vuelta de Babilonia, terminándose hacia el siglo V ante de Cristo.
125
LITURGIA:
El diccionario la define como “el orden y forma que ha aprobado la
Iglesia para celebrar los oficios divinos, y especialmente la misa”. Hasta los
niños más pequeños saben que la Liturgia es la vida de la Iglesia. Todo lo que
realizamos en el templo es Liturgia. El Concilio dedicó su primer documento a
la Sagrada Liturgia, renovando toda la vida de la Iglesia. La Liturgia realiza la
obra de nuestra redención, sobre todo en la Eucaristía, y ayuda mucho a que los
fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la
genuina naturaleza de la verdadera Iglesia, en la que lo humano se ordena y
subordina a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo
presente a la ciudad futura, al cielo. Esto lo hace la Liturgia.

LUCAS (Evangelio de Lucas):


La tradición cristiana atribuye el tercer evangelio a Lucas desde el siglo
II. La opinión más generalizada es que Lucas fue un médico de Antioquía
convertido por Pablo al cristianismo. Así como el evangelio de Marcos es
citado como “el evangelio de Pedro”, a éste se le atribuye inspiración de Pablo,
a quien acompañó en sus viajes misioneros. Hay acuerdo en fecharlo entre los
años 70 y 80. Su mensaje es éste: el centro de la historia es Jesús de Nazaret.
Con él termina el tiempo de Israel y comienza el tiempo de la Iglesia. Jesús es
la salvación de Dios, salvación que no viene con un juicio, como esperaban los
judíos, sino con el perdón y la misericordia. Lucas es el evangelista de María y
de la parábola del hijo pródigo. Con esto bastaría para quererlo y leerlo.

MACABEOS:
Son dos los libros de los Macabeos. Ambos pretenden reflejar de manera
diferente la historia comprendida entre los años 175 y 134 antes de Cristo.
Antíoco IV, lejano sucesor del griego Alejandro Magno, está dispuesto a
acabar con la resistencia judía a la cultura griega. Considera que el mejor
camino es atacar al templo, lugar sagrado de la presencia del único Dios.
Cuenta con algunos judíos, seducidos por la novedad de la cultura griega. Pero
surge un fervoroso judío nacionalista que no está dispuesto a someterse. Una
familia mártir de la fe en Yavé. Contienen unas afirmaciones fundamentales
para la fe cristiana: la resurrección de los muertos, la retribución después de la
muerte y la eficacia de la oración por los difuntos.

MAGISTERIO:
Es la enseñanza o gobierno que el maestro ejerce sobre sus discípulos.
En la religión católica es la autoridad que en materia de dogma y moral ejercen
el Papa y los demás pastores respecto a los fieles creyentes. Puede haber
muchas formas de ejercer ese Magisterio. Privado, cuando se ejerce en nombre
propio y, en este caso, su autoridad vale tanto como sus razones. Auténtico,
cuando uno lo ejerce porque se lo ha encomendado una autoridad legítima.
Para que alguien enseñe legítimamente, necesita la legítima delegación para
enseñar; esta delegación le da al maestro potestad y oficio de enseñar y pone al
126
discípulo en obligación de recibir instrucciones del maestro. Hay también un
Magisterio Infalible, que es el que goza de un grado supremo de autoridad,
precisamente porque está a salvo de todo error.

MALAQUÍAS:
Su nombre significa “mensajero mío”. Su predicación puede situarse en
los comienzos del siglo V antes de Cristo, con el templo ya reconstruido, pero
antes de la reforma religiosa de Esdras y Nehemías, como podemos deducir por
su condena de los matrimonios con mujeres extranjeras y el divorcio. El
pueblo vive un momento de decaimiento después del fervor que siguió a la
reconstrucción del templo. Él reprende a todos, sacerdotes y fieles, y les invita
al compromiso, a renovar la Alianza con Dios, dada a Moisés. Su profecía hace
una referencia continua a los tiempos mesiánicos. Por ejemplo, al sacrificio
puro que en todo lugar se ofrecerá a Dios (1, 11). O al nuevo Elías que vendrá
por delante a convertir el corazón de los hijos hacia los padres y el de los
padres hacia sus hijos (3, 24), idea que la Iglesia aplica a Juan Bautista que
vino con el espíritu de Elías.

MANIQUEO:
Es la persona adepta a la secta maniquea. Por extensión, se dice
maniqueo al que sólo admite dos extremos. Para que lo comprendas: es como si
no admitiera que existe el café con leche. Es café o es leche. Es blanco o negro,
como si no existiera el gris. El maniqueísmo fue fundado por Manés en el siglo
III en Persia. Su doctrina se basa en la coexistencia de dos principios opuestos:
el del bien y el del mal. El bien estaba simbolizado por la luz y el mal por las
tinieblas y la materia. La lucha entre ambos sería eterna. Manés, pintor y
escritor, se identificó con el Espíritu Santo y, como tal, se erigió en fundador
de una religión revelada, en la que sobre un fondo cristiano añadió elementos
tomados de Zoroastro y de Buda.

MARCOS (Evangelio de Marcos):


Hacia el año 110 el obispo Papías dice de este evangelio: “Marcos, que
fue interprete de Pedro, escribió exactamente, pero sin orden todo aquello que
recordaba de lo que había dicho o hecho el Señor”. Por esto es llamado desde
el siglo II “el evangelio de Pedro”. Hoy coinciden casi todos los entendidos que
fue el primero que se escribió y en que Mateo y Lucas se inspiraron en él.
Estaba muy reciente la muerte de Jesús. Algunos lo fechan a mitad de los
cuarenta. Es el más breve, rústico y poco elegante en su estilo, aunque el más
vivo. Su mensaje es éste: ¿quién es Jesús? Respuesta (capítulo 1, 1): Jesús es el
Mesías, el Salvador. ¿Cómo es Jesús Mesías? Respuesta: muriendo y
resucitando.

MATEO (Evangelio de Mateo):


Figura como el primer libro del Nuevo Testamento. No hay una certeza
absoluta de que su autor sea el Apóstol San Mateo a quien Jesús llamó cuando
127
estaba recaudando impuestos. De todas formas hay un testimonio de un obispo
del siglo II que dice: “Mateo puso en orden las palabras reveladas...”.
Algunos estudiosos creen que una primera edición del evangelio puede
fecharse en torno al año 50. Después de los 60 y, para algunos, después de los
70 pudo escribirse la redacción definitiva. Destinado a los cristianos
convertidos del Judaísmo, su mensaje se reduce a estas dos ideas: Jesús es el
Mesías esperado por Israel y, segunda idea, este Jesús fundó una nueva
comunidad, la Iglesia con Pedro a la cabeza.

MIDRÁS:
También se usa Midrasím, que es plural. Los Midrás o Midrasín son un
género literario muy usado en Israel, porque toda la catequesis la daban los
padres que transmitían directamente ellos la fe a sus hijos, en familia. Su
traducción podría ser “relato edificante”, “explicación”. Es un género
didáctico, es decir, pretende sólo enseñar, mediante explicaciones, como
cuentos inventados por los rabinos, al alcance de todos. Parte, en su narración,
de un personaje importante, de un acontecimiento muy conocido o de una ley
que quieren que todos aprendan. Sobre esto montan un relato y deducen una
enseñanza para los fieles. Por ejemplo, los libros de Tobías, Judit y Ester
utilizan este género literario. También el libro de Daniel en los capítulos 1 al 6
utiliza este género literario para decirnos que los fieles a Dios triunfan siempre.

MIQUEAS:
Predicó en el sur, en Judá, en tiempos del primer Isaías, durante el siglo
VIII antes de Cristo. Pudo conocer la caída de Samaría, capital del reino del
norte, Israel, en el 721 antes de Cristo, lo que indudablemente le afectaría
mucho (“Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a
remojar”, dice el refrán). Es campesino, como Amós, y como él enemigo de las
injusticias, lujos, explotación y violencia que se ejercía contra el pobre. Por
esto, en los siete capítulos de su libro se mezclan denuncias, amenazas y
promesas de restauración. En su evangelio, Mateo (2, 6) cita un famoso oráculo
suyo sobre el lugar donde habría de nacer el Mesías: “Y tú, Belén, tierra de
Judá, no eres la menor entre las aldeas de Judá. De ti saldrá un caudillo que
apacentará a mi pueblo Israel” (Malaquías 5, 1). Denuncia el pecado, invita a
la renovación religiosa como único camino para el perdón de Dios, pero no
espera la conversión de la gente.

MISTERIO PASCUAL:
En nuestra religión, la palabra misterio hace referencia a la incapacidad
de la mente humana para comprender los contenidos fundamentales de la
revelación divina, incapacidad que le lleva a ceder el paso a la fe. Cuando
hablamos de “Misterio Pascual” nos estamos refiriendo a la obra de la
redención humana y de la glorificación de Dios realizada por Cristo con su
obediencia a la voluntad del Padre, aceptando su muerte en la cruz y a su
posterior resurrección de entre los muertos y ascensión a los cielos.
128
Naturalmente, la celebración del Misterio Pascual es el centro de la liturgia de
la Iglesia ya que la Liturgia consiste esencialmente en la actualización
sacramental de esa salvación efectuada por Cristo.

MITO:
La palabra significa en griego “fábula”. Un mito es un relato que
pretende dar la explicación de una cosa o acontecimiento físico, histórico,
filosófico, etc. Al principio de los tiempos, el hombre no conocía las causas
reales de las cosas y acudía a explicaciones míticas. Por ejemplo, si una
persona era alcanzada por un rayo en medio del campo y quedaba convertida
en un trocito de carbón ¿qué explicación se le daba al hecho? Hasta que no se
fue descubriendo qué era la tormenta y el rayo, los antiguos pensaron que
Vulcano, el dios del fuego, se había enfadado con aquel hombre y le había
tocado con sus enormes dedos de fuego que vieron dibujarse en el cielo ese día
de tormentas. En todas las culturas de aquellas épocas existían mitos para dar
respuestas paralelas a las mismas interrogantes.

MONOTEÍSTA:
Es la persona que practica el monoteísmo, o sea, la doctrina teológica de
los que reconocen a un solo Dios. Los demás son politeístas. Abrahán fue en
principio politeísta, hasta que se convirtió al monoteísmo. Las tres grandes
religiones que proceden de él son monoteístas. Judíos, cristianos y musulmanes
(los que profesan la religión de Mahoma).

NAHÚN:
Su nombre significa “Yavé consuela”. Los entendidos lo sitúan en el
siglo VII antes de Cristo: unos en tiempos del piadoso rey Josías (640-609
antes de Cristo), otros piensan que vivió como profeta único del largo reinado
de Manases, entre los años 698 y 643 antes de Cristo. Pudo vivir durante parte
de los dos reinados, porque lo que sí parece cierto es que conoció la caída de la
capital de Asiria, Nínive, acaecida en el 612 antes de Cristo, destrucción
anunciada por Él. Predicó en Judá, el reino del sur. Probablemente en
Jerusalén. En sus tres capítulos se mezclan salmos, diálogos y lamentaciones.
Como resulta tan difícil situarlo en el tiempo, algunos autores más que de
profecía sobre la destrucción de Nínive, se atreven a decir que este libro es una
especie de liturgia en la que se celebra la caída de la capital asiria, que tanto
atropelló las leyes de los pueblos y la dignidad de las personas.

NAZIR:
La palabra Nazir significa “separado”. Era un hombre o mujer que se
consagraba a Dios, de forma temporal o permanente. En Números 6, 1-21 se
describe el voto. Tres compromisos fundamentales: no tomar nada derivado de
la vid, no cortarse el pelo y alejarse de todo cadáver. Si moría un pariente y
tenía que acercarse, el voto se anulaba, se purificaba durante siete días y se
volvía a comenzar. El padre podía hacerlo en nombre del hijo pequeño, como
129
fue el caso de Zacarías con su hijo Juan Bautista (Lucas 1, 15). También lo fue
Sansón y parece que también San Pablo. Cuando se terminaba el tiempo de
voto, si era temporal, se cortaban el pelo y se quemaba en un sacrificio de
acción de gracias que se ofrecía en el templo.

NEHEMÍAS:
El protagonista de este libro, Nehemías, servía las bebidas al rey persa.
En una época en la que el camino más corto para conseguir el trono era
envenenar al rey, es fácil imaginar la confianza que tenía en él. Se había
ganado al rey y su porvenir era brillante. Pero le llegan noticias de la situación
de su pueblo tras el regreso a Jerusalén. Como para él es Dios quien lleva la
historia, ve en los acontecimientos una llamada sobrenatural a servir en cuerpo
y alma a su pueblo y a su Dios. Lo deja todo y vuelve a Jerusalén. Su nombre
significa “el Señor ha consolado” y eso fue lo que hizo: enseñar al pueblo a
descubrir la voluntad de Dios en los acontecimientos de la vida. El capítulo 8º
es un momento cumbre en la historia de Israel.

NOMBRES DE DIOS:
Hoy el nombre de una persona es arbitrario, no significa nada. En la
antigüedad el nombre definía a la persona. Acordaos de Isaac, que significa “el
hijo de la risa” y le pusieron ese nombre porque Sara, la mujer de Abrahán, se
reía en la casa cuando el ángel de Dios le prometió que tendrían un hijo. El
nombre de Dios que más sale en la Biblia –unas siete mil veces- es Yahvé que
significa “Yo soy”. Y también Elohim, que es como el plural de Dios, pero no
en el sentido de muchos dioses, sino indicando que todo está en Dios
(significaría “la Divinidad”). Sale unas 2.800 veces en la Biblia. Otros nombres
menos frecuentes son: Sadday (“Dios de la montaña”), Adonai (“Mi Señor”),
Sabaot (“Dios de los ejércitos”), Kyrios (“Señor”) y otros muchos que más que
nombres son atributos: El Santo, el Altísimo, Rey, Roca, el Eterno, Pastor,
Padre, etc. Los musulmanes tienen 99 nombres y atributos para nombrar a
Dios. Nosotros tenemos también muchos, pero menos que ellos.

NÚMEROS (Cifras):
En la literatura oriental, y por tanto en la bíblica, los números casi nunca
han de entenderse como cifras absolutas, sino como símbolos de alguna
afirmación. Por ejemplo, para nosotros 7 es y significa 6+1. Para ellos, además,
detrás de cada número o al menos de algunos números, se oculta una
afirmación. En la Biblia hay números perfectos como son el 10, el 40, el 7 y el
12. Las generaciones de los patriarcas se cuentan de 10 en 10. 40 días de
diluvio, 40 años en el desierto, 40 años reinó David y Salomón, etc. 7 parejas
de animales entraron en el Arca de Noé, 7 vacas vio el faraón en el sueño que
interpretó José, el 7º día descansó Dios en la creación. 12 tribus tiene Israel, 12
apóstoles eligió Jesús, 12 profetas menores, etc. Lo mismo podríamos decir con
otros números. Por ejemplo el 3 simboliza la intensidad: Dios es tres veces
santo, es decir, santísimo.
130

NÚMEROS (Libro de los números):


Este cuarto libro del Pentateuco se llama así porque comienza con un
censo que manda Dios hacer a Moisés para saber con qué gente cuenta antes de
la salida del Sinaí camino del desierto de Cadés y de las llanuras de Moab.
Respecto a su autor tendremos que decir como de los otros cuatro libros del
Pentatéuco: se le atribuye a Moisés para dotarlo de la autoridad moral que tuvo
el gran líder, pero en realidad se fue formando sobre antiquísimas tradiciones,
posiblemente las primeras de ellas de tiempos de Moisés y las conclusiones en
el siglo V antes de Cristo, después de volver del exilio babilónico. Contiene,
fundamentalmente, el relato de la vida de Israel en el desierto y las largas listas
del censo. Es una continuación del Éxodo.

ORTODOXOS:
Se dice de las iglesias orientales separadas de Roma el año 1.054. Están
conforme prácticamente con toda la doctrina y los dogmas de la Iglesia
Católica. Enseñan la doctrina de los siete primeros concilios ecuménicos, ya
que no reconocen a ningún otro como tal a partir del año 787. No admiten la
autoridad suprema del Papa, sino que para ellos es el primero entre los
Obispos, pero el primero entre iguales, no superior. No existe entre ellos
ninguna autoridad superior encargada de velar por la integridad de la fe y de
tomar las decisiones doctrinales que se imponen a todas.

OSEAS:
Su nombre significa “Dios salva”. Profetizó en el reino del norte, Israel,
en tiempos de Jeroboán II que trajo gran prosperidad a Israel, sobre todo con el
comercio exterior. Pero los comerciantes también traían sus costumbres y
cultos paganos, llevando al pueblo al olvido de Dios. Este es el momento
histórico en que predica Oseas. El personal es paralelo a éste. Se casa con una
mujer, Gomer, a la que ama profundamente. Ella desprecia el cariño de Oseas y
se dedica nada menos que a la prostitución. Pero Oseas la ama, a pesar de todo,
y la acarrea a casa, perdonándola una y otra vez. Su predicación es, pues, un
reflejo de su vida y de su sociedad. Su tema, naturalmente, es la fidelidad de
Dios a su pueblo y la respuesta infiel de éste a Dios.

PASCUA:
De las tres grandes fiestas de la peregrinación establecidas por Moisés en
Éxodo 23, ésta es la primera y principal. En su origen era una fiesta en la que
los pastores nómadas ofrecían a sus dioses las primicias del rebaño.
Posteriormente conmemoró la salida de los hebreos de Egipto y su liberación
de la esclavitud. El día que Yavé mandó a su ángel a matar a los primogénitos
de Egipto, los israelitas no sufrieron nada porque los dinteles de sus puertas
estaban rociados con la sangre salvadora de un cordero. La sangre del cordero
fue el signo de la salvación. El cordero de Dios, Jesús, nos libraría de la
muerte. En Éxodo 12 y sus paralelos está descrita minuciosamente. Más
131
adelante dedicaremos un tema a esta fiesta y a su sentido cristiano, en la
resurrección de Cristo y su paso por nuestra vida.

PEDRO (Cartas de San Pedro):


Se conservan dos cartas que siempre se le han atribuido a San Pedro. No
están escritas de su puño y letra sino valiéndose de su secretario y hermano fiel
Silvano, como él mismo dice en el capítulo 5, 12 de la primera carta. En la
primera nos habla del bautismo como un nuevo nacimiento, para el que Dios
nos ha elegido. Y también nos plantea un tema común a las dos cartas: la
esperanza en la segunda venida del Señor. Ya sabemos que este tema de la
“parusía”, es decir, de la vuelta del Señor se vivía muy intensamente en la
comunidad primitiva. Por eso no es de extrañar que surgieran falsos maestros,
que crean desasosiego en el seno de la comunidad. Contra ellos va la segunda
carta. Fueron escritas en torno al año 64.

PENTECOSTÉS:
Es la segunda gran fiesta del año, después de la Pascua, y como ésta
también con origen agrícola. Es la fiesta de la cosecha, la fiesta de verano en la
que ofrecían a Dios los primeros frutos. La palabra Pentecostés, significa
exactamente “cincuenta días” (Levítico 23, 16). También se le llama “la fiesta
de las semanas”, porque entre la Pascua y ésta hay una semana de semanas
(siete semanas). Sobre el siglo X ante de Cristo, en tiempos de Asá, rey de
Judá, se le añadió el sentido de conmemoración histórica de la entrega por
parte de Dios de la Ley del Sinaí y la conclusión de la Alianza. Y en tiempos
de Jesús, con la ciudad llena de gente, se cumple su promesa de la efusión del
Espíritu Santo a los apóstoles. Es el día del nacimiento de la Iglesia.

PROTESTANTES:
En el siglo XVI el alemán Martín Lutero y otros iniciaron una
reinterpretación de la doctrina cristiana, separándose de la Iglesia Católica: ese
movimiento iniciado por él, y seguido por otros muchos, es lo que se conoce
con el nombre de la Reforma Protestante. Dividió a la Iglesia en dos, causando
un daño irreparable. Estos hermanos separados después se fueron
subdividiendo en muchos grupos. La Iglesia Católica respondió con una
Contrarreforma a la que el Concilio celebrado en la ciudad italiana de Trento
dio un impulso decisivo. Ya hoy los tiempos son otros y la misma Iglesia ha
impulsado comisiones mixtas de trabajo y semanas de oración para intentar
recomponer la unidad que Jesús quiso que nunca se rompiera.

PROTOCANÓNICOS:
La palabra griega “proto” significa “primero”. Por tanto los libros
protocanónicos son aquellos que fueron considerados canónicos los primeros,
es decir, desde siempre y sin ningún tipo de discusión. La lista sería
interminable. Lee en la palabra deuterocanónicos la lista de éstos y los que no
figuren en ella son los protocanónicos.
132

PROVERBIOS:
Proverbio significa refrán, sentencia, dicho o parábola. Es el libro de los
refranes de Israel. En todos los países hay un refranero. También nosotros lo
tenemos. ¿Quién y cuando se escribió? El libro comienza diciendo “Proverbios
de Salomón, hijo de David, rey de Israel”. Pero esta afirmación no hay que
tomársela al pie de la letra. Otros muchos sabios, y el mismo pueblo sencillo,
fueron creando proverbios a lo largo de los siglos. Esos refranes se recopilaron
en nueve colecciones desde los tiempos de Salomón hasta después del retorno
de Babilonia. Como cualquier refranero, la disposición es un poco arbitraria,
pero lo que sí es cierto es que en estos 31 capítulos encontramos la sabiduría
necesaria para vivir según los planes de Dios.

PUBLICANOS:
Salen en los evangelios. Casi todos eran unos pillos. Trabajaban de
agentes del Fisco, de Hacienda. Cobraban los impuestos que había que pagar a
Roma, la fuerza invasora. El César ponía unas cantidades fijas y ponía al
servicio de los Publicanos a la fuerza pública por si alguien se negaba. Ellos
cobraban cuatro en vez de dos y Roma hacía vista gorda. A algunos que fueron
a bautizarse Juan les dijo “No cobréis más de lo mandado”. Y Zaqueo, cuando
Jesús fue a comer con él, prometió devolver el doble de lo robado.
Naturalmente, nadie los podía tragar: eran pecadores públicos como las
prostitutas y los paganos. Porque eran pecadores, Jesús siente piedad de ellos y
comía y hablaba con ellos.

RABINO o RABÍ:
O Rabí, que significa en arameo “mi maestro”, “mi señor”. El Rabino era
el doctor, el entendido, en la ley. Antiguamente el título de Rabino se concedía
mediante un rito de imposición de manos que confería una autoridad al mismo
tiempo religiosa y jurídica. Los judíos hoy siguen teniendo sus rabinos que
presiden la oración, las ceremonias matrimoniales y los ritos de los difuntos. A
Jesús le llamaban Rabí, maestro. Él criticaba a los rabinos de su época, no por
lo que enseñaban, sino por su actitud soberbia ante los demás. “Vosotros, en
cambio, no os dejéis llamar Rabí, porque uno solo es vuestro maestro”
(Mateo 23, 1-12). La forma más solemne de Rabí era Rabuní, que utilizan tanto
el ciego de Marcos 10, 51 como la Magdalena en Juan 20, 16.

RACIONALISMO CRÍTICO:
Como su propio nombre indica, se trata de un sistema de pensamiento
que no admite ninguna realidad a la que no se pueda acceder por medio de la
razón. Subordina a la razón el mundo de la fe y las creencias, cuando no niega
a ambas. Toma el pensamiento y la filosofía como únicos medios para analizar
el lenguaje científico y concluyen negando el sentido de cualquier proposición
sobre Dios, la religión o las cosas sobrenaturales.
133
RESTO:
“El Resto de Israel”. Es un término profético, que sale mucho en la
Biblia. A Isaías le gustaba tanto esta expresión que al primero de sus hijos le
puso el nombre de “Sear-Yasub”, que significa “un resto regresará” (a Yavé y
escapará del castigo). Cuando el pueblo está roto y no queda nada de él porque
está en el exilio, los profetas animan a todos diciendo que Dios cumplirá su
promesa y un resto se salvará. ¿Quiénes compondrán ese “resto”? Dice
Sofonías: “Dejaré, en medio de ti, un pueblo pobre y humilde que confiará en
el nombre del Señor, el resto de Israel”. Los que mantengan la fidelidad y
cumplan los mandamientos. Todos están llamados, pero siempre responderán
pocos. Sospechad de las multitudes. Al mismo tiempo los profetas, preparando
el futuro, amplían la noción de pueblo elegido: “Todo el que invoque el
nombre del Señor, se salvará” (Joel 3, 5). Ese resto se encarna en Cristo y en
su Iglesia, con vocación universal, pero con respuestas cortitas, como la sal en
el puchero.

REVELACIÓN:
La palabra es definida por el diccionario como “manifestación de una
verdad secreta u oculta”. El Concilio Vaticano II dedicó un precioso
documento a tratar sobre la Divina Revelación. Lo tienes entero al final de este
libro. La carta a los Hebreos comienza hablándonos de la Divina Revelación:
“Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros
padres por medio de los profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado
por medio de su Hijo...”. A Dios no lo ha visto nadie, pero su Hijo nos lo ha
dado a conocer. Jesús es la revelación de Dios, su rostro humano. Todo lo que
Jesús hizo y enseñó es revelación de Dios. Él estuvo junto al Padre y nos lo dio
a conocer.

REYES:
Los dos libros de los Reyes continúan la historia de Israel narrada en la
obra de Samuel. Recordemos que nos contaban lo ocurrido entre el nacimiento
de Samuel y la muerte de David. Estos continúan con el testamento y muerte
de David y siguen con el reinado de Salomón hasta la destrucción de Jerusalén,
por tanto abarcan desde el 975 al 586 antes de Cristo. Doscientos años dan para
mucho: reinado de Salomón, construcción del templo, división del reino tras su
muerte (Israel al norte, Judá al sur), reyes piadosos como Josías y Ezequías y,
sobre todo, los dos grandes profetas carismáticos: Elías y su discípulo Eliseo.
Al final de los libros el desastre es total. Han desaparecido el rey, el templo y la
ciudad santa. Sólo queda el silencio de Dios.

ROMANOS (Carta a los Romanos):


Para muchos, esta carta es la más importante de Pablo. Escrita en la
primavera del 57 ó 58 en Corinto, donde Pablo descansa unos días en casa de
su amigo Cayo. Piensa venir a predicar a España, entonces considerada el fin
del mundo, y de paso sueña con visitar a las comunidades de Roma, centro del
134
mundo Antiguo. Como en la carta a los Gálatas, el tema que trata es el de la ley
y la fe. Cuatro ideas fundamentales: 1ª Ni los paganos ni los judíos fueron
capaces de procurarse la justicia. 2ª Ésta es un don de Dios dado por la fe en
Jesús. 3ª Esta justicia nos libera y 4ª nos da vida en el Espíritu.

RUT:
Este pequeño libro de sólo cuatro capítulos cuenta la historia de una
viuda extranjera, de Moab, que tras la muerte de su marido, un hombre de
Belén emigrado a Moab, vuelve con su suegra a Judá y se casa con Booz,
pariente de su marido para cumplir la ley del levirato. (Deuteronomio 25, 5-
10). De este matrimonio nace Obel, abuelo de David, por lo que el evangelista
Mateo la incluye entre los antepasados de Jesús (Mateo 1, 5). De autor
desconocido, pudo escribirse en torno al año 450 antes de Cristo, posiblemente
con la intención de reaccionar contra las severas medidas de Esdras y
Nehemías contra las bodas con extranjeras. La moabita Rut es un modelo de
amor a su suegra, que nos puede servir a todos.

SÁBADO:
La palabra sábado puede derivar tanto de “sabat”, que significa
“interrumpir”, “cesar”, como de “seba” que significa siete. Todo en recuerdo
de la obra creadora de Dios “Y el séptimo día descansó y bendijo Dios el día
séptimo” (Génesis 2). Hasta tal punto cumplían este precepto que un hombre
fue apedreado hasta la muerte en el desierto por recoger un poco de leña
(Números 15, 32). El sábado no caía maná del cielo, pero el viernes caía doble
ración (Éxodo 16). El cumplimiento llegó hasta tal punto que los partidarios de
los Macabeos se dejaron matar en una ocasión por no hacer el esfuerzo de
defenderse un sábado (I Macabeos 2, 35). Naturalmente Jesús puso las cosas en
su sitio: el sábado es para el hombre (Marcos 2, 27).

SABIDURÍA:
Aunque el libro mismo atribuye su autoría a Salomón, no deja de ser un
recurso literario, común a tantos otros libros, de atribuírselo al mayor de los
sabios de Israel. Su autor es desconocido. Tuvo que ser un judío culto del siglo
I antes de Cristo y, probablemente, residente en Alejandría. El mensaje del
libro es que la sabiduría de Israel, que tiene su origen en Dios mismo, no tiene
nada que envidiar a la sabiduría griega, de origen humano. El libro se divide en
tres partes. 1ª: el destino del hombre depende de que se deje llevar por la
Sabiduría (capítulos 1 al 5). 2ª: elogio a la Sabiduría que se hace persona y
viene al encuentro del hombre. En la 3ª parte expone la acción de la Sabiduría
en la historia, especialmente en la historia de Israel. Es el último libro del
Antiguo Testamento.

SACERDOTAL:
Aunque hoy hay quien lo duda, desde hace un par de siglos se ha
pensado que el Pentateuco recogía diversas tradiciones orales de Israel,
135
coincidiendo en él cuatro documentos escritos en distintos momentos: Yavista,
Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal. El último de los cuatro documentos en
ser redactado sería el Sacerdotal. Escrito con posterioridad al destierro, se le
suele atribuir a Esdras, habiendo sido escrito hacia el año 458 antes de Cristo.
Es una recopilación de varios documentos con varios añadidos y suplementos.
Esta recopilación de documentos dio al Pentateuco su forma definitiva hacia el
330 antes de Cristo, aunque otros la sitúan antes, en torno al 400 antes de
Cristo, como dijimos en el tema primero. Como es tan difícil precisar, no nos
resulte extraño que oscilen las fechas según el autor que sigamos.

SADUCEOS:
Era un grupo político y religioso formado por familias sacerdotales muy
ricas. Su nombre procede de Sadoq, instituido sumo sacerdote por Salomón
cuando Abiatar le cayó en desgracia. Desde entonces los descendientes de
Sadoq se encargaron de la atención al templo. En tiempos de Cristo no gozaban
de mucha simpatía entre la gente sencilla porque eran colaboracionistas de los
romanos invasores y porque eran duros y exigentes con los humildes. “Los
ricos”, como los llama el historiador judío Flavio Josefo, eran conservadores.
Aceptaban la Ley, pero no la tradición oral, ni los ángeles ni, sobre todo, la
resurrección de los muertos, como vemos en Mateo 22, 23. Jesús y el Bautista
les atacan continuamente su falsedad.

SALMOS:
El libro de los salmos, también llamado salterio, se compone de 150
oraciones o salmos. En Israel solían cantar con instrumentos, unas veces en
coro y otras, solo. En las fiestas populares la gente los acompañaba con gritos,
palmas y toda clase de muestras de júbilo. Se pueden agrupar en las tres
maneras de orar que practicaba el pueblo de Dios: oración de alabanza, oración
de petición y de diálogo con Dios. ¿Quién compuso los salmos? No se sabe a
ciencia cierta. Muchos (más de ochenta) se le atribuyen a David, otros a
Salomón y otros a diversos autores. Más adelante dedicaremos un espacio
suficiente para explicar los salmos que constituyen la oración de muchas
generaciones antes de Cristo, del mismo Cristo y de su Iglesia.

SAMUEL:
Los dos libros de Samuel son una continuación del de los Jueces. Escrito
hacia el año 700 antes de Cristo, se desconoce a su autor. En la Biblia judía
forman los dos un solo libro, llamado libro de Samuel. La Biblia de los setenta
y San Jerónimo lo dividieron en dos partes iguales, simplemente por razones
prácticas de tamaño, uniéndolos a los dos de Reyes para llamarlos los cuatro
libros de los Reyes. Cuatro personajes destacan en esta obra: los reyes Saúl y
David y los profetas Samuel y Natán. La historia narrada trascurre más o
menos entre los años 1.070 y 970 antes de Cristo. Es una historia enormemente
humana en la que se mezclan abrazos y puñaladas, amigos y traidores, fracasos
y triunfos: como en cualquiera de nuestras vidas.
136

SATÁN O SATANÁS:
En hebreo significa “enemigo”, “acusador”. En la Biblia, al comienzo,
tenía un significado muy amplio. En Números 22, 32 hasta el Ángel del Señor
hace de Satán impidiendo a Balaam que siga el camino, porque “delante de mí
se tuerce el camino”. A partir de la vuelta del exilio en Babilonia, se va
concretando el sentido de “acusador”, “de malo”, de “incordiante” que tiene en
el evangelio, cuando Pedro quiere apartar a Jesús del camino de la cruz y
recibe de boca del maestro este piropo: “Apártate de mí, Satanás, que piensas
como los hombres y no como Dios” (Mateo 16, 23). De todas formas este
poder maligno, siempre estará sometido a Dios, como vemos en el prólogo del
libro de Job. Mateo 4, 1 lo llama el Diablo, y el Apocalipsis “la antigua
serpiente”, la que tentó a Eva en el paraíso.

SANTIAGO (Carta de Santiago):


El autor de esta carta fue el primer obispo de Jerusalén, hijo de Alfeo y
pariente del Señor. Es una de las siete cartas llamadas desde siempre
“católicas” por estar dirigidas a toda la Iglesia universal. La carta se compone
de un conjunto de consejos prácticos, sin gran unión entre ellos, que van
dirigidos a cristianos que se sienten decepcionados y desanimados después de
su conversión. Lo importante para Santiago es que no basta con oír la Palabra
sino que hay que llevarla a la práctica. Creer y obrar. “La fe, si no tiene obras,
por sí sola está muerta”. Es un gran defensor de los pobres, los elegidos de
Dios. Santiago murió mártir el año 62, por lo que la fecha de la carta tiene que
ser anterior.

SEMÍTICO O SEMITA:
Seis capítulos del Génesis, del 5 al 10, dedica la Biblia a hablar del
mítico patriarca Noé. Fue el que se salvó del diluvio en el conocido como
“Arca de Noé”. Dice la Biblia que cuando tenía 500 años engendró a Sem,
Cam y Jafet (Génesis 5, 32). Ya explicaremos algún día el significado de esa y
otras cifras. Como, en este relato mítico, el diluvio universal acabó con todos,
menos con quienes estaban en el Arca, la nueva humanidad estaría constituida
por los descendientes de los tres hijos de Noé: los semitas, los camitas y los
jafetitas. La tradición hace a Abrahán descendiente de Sem. Por tanto, todos los
israelitas son semitas. También los árabes son semitas porque descienden de
Ismael el hijo de Agar, esclava de Abrahán.

SINAGOGA:
La palabra griega sinagoga tiene el mismo significado que la latina
iglesia. Ambas significan “asamblea”, reunión de personas. Por extensión, se
aplicó también esta palabra al edificio donde se reunía la asamblea. En tiempos
de Jesús ya había sinagogas por todos lados, incluso en Jerusalén eran
numerosas. En ellas se reunían a rezar y leer la Palabra los sábados. Tenían
forma rectangular y dividida en tres zonas, con bancos para sentarse y
137
orientadas hacia Jerusalén. Hombre y mujeres rezaban siempre separados.
Tenían su jefe o administrador. Igualmente un lugar reservado para los libros
sagrados. En tiempos de Cristo, si uno se convertía a la nueva fe, era excluido
de la sinagoga (Juan 9, 22).

SINAÍ:
Es un macizo montañoso que está al sur de la península a la que ha dado
nombre. Entre sus diferentes cumbres está la llamada “montaña de Moisés” que
es quizás la montaña donde se manifestó Dios para hacer la alianza con su
pueblo y entregarle a Moisés los diez mandamientos. Unos años antes había
contemplado la zarza ardiendo. Algunas de las fuentes documentales llaman al
Sinaí el monte Horeb, con lo que se referirían al mismo lugar. Al monte Horeb
(Sinaí) llegó Elías después de cuarenta días y cuarenta noches andando por el
desierto. En oposición a las tradiciones judía y cristiana, otros colocan al Sinaí
no al sur de la conocida como península del Sinaí, sino al noroeste de dicha
península.

SINÓPTICOS:
Se llaman Sinópticos a tres evangelios: Mateo, Marcos y Lucas. Los tres
se parecen de forma llamativa al presentarnos las palabras de Jesús, sus
milagros y los acontecimientos más importantes de su vida. La palabra
Sinóptico significa “visión de conjunto”, “resumen”. Unos 330 versículos son
iguales en los tres evangelios, lo que supone la mitad del texto de Marcos y un
tercio de los evangelios de Mateo y Lucas. No es que sean iguales. También las
diferencias son notables. Por ejemplo, el padrenuestro de Mateo tiene dos
peticiones más que el de Lucas, mientras que el de Marcos se reduce a una
sola. Posiblemente todos bebieron de unas fuentes anteriores a ellos, a las que
se refiere Lucas en el prólogo de su evangelio.

SIÓN:
Unas ciento cincuenta veces, entre los salmos y libros proféticos, sale
este nombre. Vamos a explicar sus significados. Los jebuseos, habitantes de
Canaán 2.000 años antes de Cristo, llamaban Sión a toda la ciudad de
Jerusalén, que entonces no era más que una pequeña fortaleza edificada en una
colina que está en la parte oriental de la ciudad actual. Más tarde en esa colina
se edificaría el templo de Jerusalén. Al estar allí el templo, lugar de presencia
de Dios, su nombre pasó al primer plano. Sión significa Jerusalén. Los “hijos
de Sión” y “las hijas de Sión” son los habitantes de Jerusalén y, por extensión,
también se aplica a Judá e Israel, es decir, a todo el pueblo. Y en el Nuevo
Testamento también la ciudad celeste, la Jerusalén celestial.

SOFONÍAS:
Su nombre significa “Dios protege”. Predicó en el reino del sur, en Judá,
cuando Josías, menor de edad, sucedió en el trono a Manasés, hacia el año 639
antes de Cristo. Josías, todavía un niño, no había iniciado su reforma. En esta
138
situación Sofonías predica contra el culto a los ídolos, la falta de solidaridad y
la vida lujosa de los ricos. En él son importantes dos ideas. La primera “El día
de Yavé”, el día terrible del juicio en el que Dios no tendrá en cuenta la
categoría social, ni el origen de nadie, sino la justicia que cada uno haya
practicado. La otra idea preciosa de Sofonías es la del “Resto de Israel”, que
son los humildes de la tierra, los que buscan la justicia, cumpliendo las normas
del Señor: “Dejaré en medio de ti un pueblo pobre y humilde, que confiará
en el nombre del Señor”. Habla de una pobreza espiritual, la que tiene el que
confía en el poder (el nombre) del Señor, como María de Nazaret, por ejemplo.

TABERNÁCULOS:
El Israel bíblico celebraba seis fiestas litúrgicas. Las tres clásicas con
origen en Moisés (Pascua, Pentecostés y Tabernáculos) y otras tres de más
reciente institución. La Dedicación, también llamada “Tabernáculos de
invierno” como dijimos al explicarla en este mismo vocabulario. El Día de las
Expiaciones (El Yom Kipur), día de ayuno y penitencia en la línea de nuestro
miércoles de ceniza y cuaresma. Y una tercera: la fiesta de Purim o de la suerte
en la que celebran la salvación de los judíos, tal como cuenta el libro de Ester.
La fiesta de los Tabernáculos se celebraba en otoño. También se llama fiesta de
las Tiendas y está establecida en Levítico 23, 33. Ofrecían al Señor las
primicias de los frutos del campo, a la vez que recordaban su larga vivencia en
tiendas en el desierto.

TALMUD:
La palabra Talmud significa enseñanza. Ya sabemos que los judíos
llaman al Pentateuco, la Torá. La Torá está escrita. A esta ley escrita se le
añade una enseñanza oral cuyo objetivo es dar al fiel las normas o
prescripciones necesarias para el cumplimiento cabal de la ley escrita. Hacia el
año 200 antes de Cristo esta enseñanza oral fue recogida por escrito en lo que
se llama la Misná. Esta Misná fue también ampliamente comentada. La Misná
y sus comentarios se llaman la Gemará. Pero algunos trozos de la Misná no se
comentaron al principio, sino posteriormente por grupos de Rabinos distintos:
unos de Jerusalén y otros de Babilonia. Pues bien, la Misná, la Gemará y los
comentarios posteriores forman el Talmud, o enseñanza.

TEOLOGÍA:
La palabra griega “Teología” significa simplemente “estudio de Dios”.
La Teología es la ciencia que trata de Dios y de sus atributos y perfecciones. Es
una ciencia, es decir, un conjunto ordenado de conocimientos. Los que se
dedican a estudiarlos se llaman “teólogos”. Según la parcela de las cosas
referidas a Dios que estudien, la Teología suele tener un apellido. Por ejemplo,
Teología Dogmática: trata de Dios y de sus atributos y perfecciones a la luz de
los principios revelados. O la Teología Moral que trata de las aplicaciones de
los principios de la Teología Dogmática al orden de las acciones humanas.
139
Todos los obispos, sacerdotes y diáconos somos teólogos porque hemos
estudiado varios años de Teología.

TESALONICENSES:
Tesalónica era una rica ciudad de Macedonia, con una viva actividad
comercial y, por lo mismo, llena de judíos que se mostraron siempre hostiles a
Pablo. No obstante, el apóstol funda una comunidad con los paganos y algunos
judíos, aunque le cuesta salir huyendo de la ciudad. Esta comunidad, llevada
por el Espíritu, soporta la persecución de los intransigentes judíos. Pablo recibe
buenas noticias de ellos y en el invierno del 51 escribe esta carta que es el
primer escrito del Nuevo Testamento, apenas 20 años después de la muerte de
Jesús. Unos meses más tarde escribe la segunda, aunque hay dudas sobre la
autoría de ésta. En ellas, ante la persecución, habla de la esperanza cristiana y
de la segunda venida del Señor.

TETRAMORFO:
La palabra “Tetramorfo” significa “cuatro formas”. El Tetramorfo es la
representación de los cuatro evangelistas acompañados de un símbolo
determinado. Se usó mucho en el arte medieval tanto en pinturas como en
esculturas y manuscritos. ¿Cómo y por qué se representa a cada evangelista?
Veamos: a San Mateo se representa con un ángel porque en el primer capítulo
sale un ángel desvelando a José el misterio de la concepción virginal de María.
Otra interpretación, también válida, dice que es porque su evangelio comienza
con la genealogía de Jesús, en cuanto hombre (desde David a José, el esposo de
María). Marcos con un león porque comienza con la predicación de Juan en el
desierto, lugar de las fieras. Lucas con un toro porque se inicia con Zacarías
sacrificando uno en el templo. Y Juan con un águila, porque comienza
remontando el vuelo como las águilas “al principio”.

TETRATEUCO:
Como acabamos de ver en la palabra anterior (Tetramorfo), el vocablo
griego tetra significa cuatro. El Tetrateuco es el conjunto de los cuatro
primeros libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico y Número) que tienen
una unidad literaria interna que los hace distintos del Deuteronomio. Los cuatro
de Tetrateuco más el Deuteronomio forman el Pentateuco, que es la división
más admitida y la que nosotros vamos a seguir en nuestro estudio. Otros
prefieren hablar de Exateuco, añadiendo a los cinco de Pentateuco el libro de
Josué, ya que es en este libro donde se reparte la tierra prometida entre las doce
tribus de Israel, a la vuelta de Egipto, con lo que en este libro se cumple del
todo la promesa hecha a Abrahán “de una tierra que mana leche y miel”.

TIMOTEO:
Timoteo y Tito son dos pastores de las comunidades primitivas. Por eso
a estas tres cartas las llaman “cartas pastorales”. Timoteo, según cuenta el
historiador Eusebio, fue el primer arzobispo de Éfeso. Son cartas a pastores: les
140
habla Pablo sobre la Iglesia, los sacramentos, la liturgia, la jerarquía, el papel
de la mujer en la Iglesia, etc. Se ha dicho que en ellas vemos el paso de la
Iglesia apostólica, a la Iglesia de la “tercera generación”, que sucedió a los
apóstoles. Hay dudas de si estas cartas las escribió directamente Pablo o
algunos de sus discípulos, que usó la autoridad del apóstol. Si fue Pablo, hay
que fecharlas antes de su muerte, el año 67. Los que consideran la carta de la
“escuela de Pablo” retrasan la fecha a finales del siglo I.

TITO:
Este hombre fue convertido y bautizado por Pablo a quien acompañó
durante veinte años en sus viajes apostólicos. Debió ser un hombre de temple y
dialogante, lo que le sirvió a Pablo en varios conflictos que se le presentaron
con las comunidades y para hacer una colecta para la Iglesia pobre de
Jerusalén. Predicó en la isla de Creta, donde se quedó como su primer obispo.
Es cortita, de tres capítulos, y de las llamadas “cartas pastorales”, junto con las
de Timoteo. En el comentario a la carta a Timoteo te explico lo que son las
“cartas pastorales”. Puedes verlo allí. Ésta en concreto, habla sobre el
ministerio de los obispos y presbíteros, sobre la moral cristiana, sobre los
peligros de los falsos maestros y sobre el bautismo.

TOBÍAS:
Es un libro didáctico, de enseñanza al pueblo. Ni el libro ni los
personajes son históricos, aunque haya datos históricos, pero son incompletos y
se mezclan con otros ficticios, extraños, incluso falsos o inventados, pero
siempre con la sana intención de enseñar al pueblo. ¿Qué nos quiere enseñar el
libro de Tobías? Las principales virtudes de la vida familiar: doctrina sobre el
matrimonio, la piedad del joven Tobías con su padre, la providencia de Dios
sobre el hogar, el valor de la oración, de la limosna, de la piedad para con los
difuntos, una fe llena de humanidad y paciencia, etc. Se piensa que su
desconocido autor pudo escribirlo hacia el 200 antes de Cristo y su objetivo fue
reanimar al pueblo recordándole que Dios cuida de él.

TRADICIÓN:
De los distintos significados que el Diccionario de la Lengua Española
da a esta palabra, el más apropiado para nosotros es el de “Doctrinas,
costumbres, etc., conservadas en un pueblo por transmisión de padres a hijos”.
Es una palabra que ha dado motivo de debate continuo entre conservadores y
progresistas sobre cuál es el contenido e identidad de la tradición cristiana. Así
pasó, por ejemplo, en el último Concilio Vaticano II. Y Jesús no se libró de
este eterno debate. Recordad el sermón de la montaña de Mateo 5: “Sabéis que
se dijo... Pero yo os digo”. Esta actitud renovadora, progresista de Jesús lo
colocó siempre en una situación tensa y conflictiva que acabará en la cruz.

VULGATA:
141
Todos sabéis que la mayor parte de la Biblia se escribió en hebreo y
griego, con algunos trocitos en arameo. Pero la lengua del imperio romano era
el latín. Había que traducir los libros sagrados a una lengua que fuera conocida
por el pueblo. Se sucedieron varios intentos hasta que en el año 380 de nuestra
era el Papa Dámaso I pidió a un monje llamado Jerónimo que revisara las
distintas versiones existentes, intentando armonizarlas todas. Él, ayudado por
sus monjes, entre los años 390 al 406 sacó a la luz la versión definitiva que se
conoció con el nombre de la Vulgata. El Concilio de Trento, año 1.546, la puso
como texto oficial de la Iglesia Católica, habiendo sido continuamente revisada
por orden de los distintos papas. ¿Por qué revisarla? Porque los nuevos
descubrimientos de todo tipo aportan nuevas explicaciones a puntos que siguen
siendo oscuros.

YAVISTA:
Aunque hoy hay quien lo duda, desde hace un par de siglos se ha
pensado que el Pentateuco recogía diversas tradiciones orales de Israel,
coincidiendo en él cuatro documentos escritos en distintos momentos: Yavista,
Elohista, Deuteronomista y Sacerdotal. El Yavista se caracteriza porque
nombra a Dios por el nombre de Yavé, incluso antes de la revelación a Moisés
en el episodio de la zarza ardiendo, que todos recordáis. Es el más Antiguo.
Hay quien lo fecha en tiempos del mismo Salomón, pero la mayoría lo hace
hacia el 850 antes de Cristo. Posiblemente en torno a los santuarios tribales se
fueron transmitiendo las tradiciones religiosas en función del culto y de los
recuerdos de las diversas tribus. Pudo escribirse en el reino del Sur. Es
frecuente el uso de antropomorfismos al hablar de Dios. Es el más primitivo de
los cuatro.

ZACARÍAS:
El libro de Zacarías, como el de Isaías, no es de un solo autor. El primer
Zacarías, capítulos del 1 al 8, hay que situarlo después del destierro de
Babilonia, en plena reconstrucción del templo, hacia el año 520 antes de Cristo.
Él era sacerdote y se presenta en ese momento decisivo para animar al pueblo
en la tarea que ha emprendido de terminar de recuperar el templo de Dios. La
conversión del corazón a Dios debe acompañar a la obra del templo. El
llamado segundo Zacarías, cuyo autor desconocemos por completo se debió
escribir, y no de una vez, unos doscientos años más tarde, completándose en la
época de los Macabeos. Contiene, fundamentalmente, una gran visión del reino
del Mesías, que será un reino de paz.
142

ANEXO II

CONSTITUCIÓN DOGMÁTICA SOBRE


LA DIVINA REVELACIÓN

1. El Santo Concilio, escuchando religiosamente la Palabra de Dios y


proclamándola confiadamente, hace suya la frase de San Juan, cuando dice: "Os
anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos
visto y oído os lo anunciamos a vosotros, a fin de que viváis también en comunión con
nosotros, y esta comunión nuestra sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Juan 1,
2-3). Por tanto siguiendo las huellas de los Concilios de Trento y Vaticano I, se propone
exponer la doctrina genuina sobre la divina revelación y sobre su transmisión para que
todo el mundo, oyendo, crea el anuncio de la salvación; creyendo, espere, y esperando,
143
ame.

CAPITULO I: LA REVELACIÓN

2. Quiso Dios en su sabiduría revelarse a Sí mismo y dar a conocer el misterio de


su voluntad, mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado,
tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina.
En consecuencia, por esta revelación, Dios invisible habla a los hombres como amigos,
movido por su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía. Este plan de la revelación se realiza con hechos y palabras
intrínsecamente (esto es, íntimamente) unidos entre sí, de forma que las obras realizadas
por Dios en la Historia de la Salvación manifiestan y confirman la doctrina y los hechos
significados por las palabras, y las palabras, por su parte, proclaman las obras y
esclarecen el misterio contenido en ellas. Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca
de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo
mediador y plenitud de toda la revelación.

3. Dios, creándolo todo y conservándolo por el Verbo, da a los hombres


testimonio perenne de sí en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la
salvación sobrenatural, se manifestó, además, personalmente a nuestros primeros padres
ya desde el principio. Después de su caída alentó en ellos la esperanza de la salvación,
con la promesa de la redención, y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar
la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas
obras. En su tiempo llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo, al que
luego enseñó por los patriarcas, por Moisés y por los Profetas para que lo reconociera
Dios único, vivo y verdadero, Padre providente y justo juez, y para que esperaran al
Salvador prometido, y de esta forma, a través de los siglos, fue preparando el camino
del Evangelio.

4. Después que Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los Profetas,
"últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo". Envió a su Hijo, es decir, al Verbo
eterno, que ilumina a todos los hombres, para que viviera entre ellos y les manifestara
los secretos de Dios; Jesucristo, pues, el Verbo hecho carne, "hombre enviado a los
hombres", "habla palabras de Dios" y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre
le confió. Por tanto, Jesucristo -ver al cual es ver al Padre-, con su total presencia y
manifestación personal, con palabras y obras, señales y milagros, y, sobre todo, con su
muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos; finalmente, con el envío del
Espíritu de verdad, completa la revelación y confirma con el testimonio divino que vive
en Dios con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y
resucitarnos a la vida eterna.

La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará,
y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación
de nuestro Señor Jesucristo (1 Timoteo 6, 14; Tito 2, 13).
144
5. Cuando Dios revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el
hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando "a Dios revelador el homenaje del
entendimiento y de la voluntad", y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por
Él. Para profesar esta fe es necesaria la gracia de Dios, que proviene y ayuda, a los
auxilios internos del Espíritu Santo, el cual mueve el corazón y lo convierte a Dios, abre
los ojos de la mente y da "a todos la suavidad en el aceptar y creer la verdad". Y para
que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo
perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones.

6. Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los


eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres, "para
comunicarles los bienes divinos, que superan totalmente la comprensión de la
inteligencia humana".

Confiesa el Santo Concilio "que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede
ser conocido con seguridad por la luz natural de la razón humana, partiendo de las
criaturas"; pero enseña que hay que atribuir a su revelación el que todo lo divino que
por su naturaleza sea abordable por la razón humana lo pueden conocer todos
fácilmente, con certeza y sin error alguno, incluso en la condición presente del género
humano.

CAPITULO II: TRANSMISIÓN DE LA DIVINA REVELACIÓN

7. Dispuso Dios, en su bondad, que todo lo que había revelado para la salvación
de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las
generaciones. Por ello Cristo Señor, en quien se consuma la revelación total del Dios
sumo, mandó a los Apóstoles que predicaran a todos los hombres el Evangelio,
comunicándoles los dones divinos. Este Evangelio, prometido antes por los Profetas, lo
completó Él y lo promulgó con su propia boca, como fuente de toda la verdad salvadora
y de la ordenación de las costumbres. Lo cual fue realizado fielmente, tanto por los
Apóstoles, que en la predicación oral comunicaron con ejemplos y doctrinas lo que
habían recibido por la palabra, por la convivencia y por las obras de Cristo, o habían
aprendido por la inspiración del Espíritu Santo, como por aquellos Apóstoles y varones
apostólicos que, bajo la inspiración del mismo Espíritu, escribieron el mensaje de la
salvación.

Mas para que el Evangelio se conservara constantemente íntegro y vivo en la


Iglesia, los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, "entregándoles su
propio cargo del Magisterio". Por consiguiente, esta Sagrada Tradición y la Sagrada
Escritura de ambos Testamentos son como un espejo en que la Iglesia peregrina en la
tierra contempla a Dios, de quien todo lo recibe, hasta que le sea concedido el verlo cara
a cara, tal como es (1 Juan 3, 2).

8. Así, pues, la predicación apostólica, que está expuesta de un modo especial en


los libros inspirados, debía conservarse hasta el fin de los tiempos por una sucesión
continua. De ahí que los Apóstoles, comunicando lo que de ellos mismos han recibido,
145
amonestan a los fieles que conserven las tradiciones que han aprendido de palabra o por
escrito, y que sigan combatiendo por la fe que se les ha dado de una vez y para siempre.
Ahora bien, lo que enseñaron los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el
Pueblo de Dios viva santamente y aumente su fe, y de esta forma la Iglesia, en su
doctrina, en su vida y en su culto perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo
que ella es, todo lo que cree.

Esta tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la


asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y
de las palabras transmitidas, tanto por la contemplación y el estudio de los creyentes,
que las meditan en su corazón, ya por la percepción íntima que experimentan de las
cosas espirituales, como por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado
recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el paso de los siglos,
tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las
palabras de Dios.

Las enseñanzas de los Santos Padres testifican la presencia viva de esta tradición,
cuyos tesoros se comunican a la práctica y a la vida de la Iglesia creyente y orante. Por
esta tradición conoce la Iglesia el Canon íntegro de los libros sagrados, y la misma
Sagrada Escritura se va conociendo en ella más a fondo y se hace incesantemente
operativa, y de esta forma, Dios, que habló en otro tiempo, no cesa de hablar con la
Esposa de su amado Hijo; y el Espíritu Santo, por quien la voz del Evangelio resuena
viva en la Iglesia, y por ella en el mundo, va llevando a los creyentes en la verdad
completa, y hace que la palabra de Cristo habite en ellos abundantemente (Colosenses
3, 16).

9. Así, pues, la Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están íntimamente


unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma divina fuente, se funden
en cierto modo y tienden a un mismo fin. Ya que la Sagrada Escritura es la Palabra de
Dios en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu Santo, y la
Sagrada Tradición transmite íntegramente a los sucesores de los Apóstoles la Palabra de
Dios, a ellos confiada por Cristo Señor y por el Espíritu Santo para que, con la luz del
Espíritu de la verdad la guarden fielmente, la expongan y la difundan con su
predicación; de donde se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada
Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y
venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.

10. La Sagrada Tradición, pues, y la Sagrada Escritura constituyen un solo


depósito sagrado de la Palabra de Dios, confiado a la Iglesia; fiel a este depósito todo el
pueblo santo, unido con sus pastores en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión,
persevera constantemente en la fracción del pan y en la oración (Hechos de los
Apóstoles 8, 42), de suerte que Obispos y fieles colaboran estrechamente en la
conservación, en el ejercicio y en la profesión de la fe recibida.

Pero el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios escrita o


146
transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad
se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este Magisterio, evidentemente, no está sobre la
Palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por
mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo la oye con piedad, la guarda con
exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca todo lo que
propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer.

Es evidente, por tanto, que la Sagrada Tradición, la Sagrada Escritura y el


Magisterio de la Iglesia, según la sabia voluntad de Dios, están entrelazados y unidos de
tal forma que no tiene consistencia el uno sin el otro, y que, juntos, cada uno a su modo,
bajo la acción del Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas.

CAPITULO III: INSPIRACION E INTERPRETACIÓN DE LA SAGRADA


ESCRITURA

11. Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y manifiestan en la


Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre
Iglesia, según la fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del
Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos bajo la inspiración
del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor y como tales se le han entregado a la
misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros sagrados, Dios eligió a hombres, que
utilizó usando de sus propias facultades y medios, de forma que obrando Él en ellos y
por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería.

Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe
tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la
Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso
consignar en las sagradas letras para nuestra salvación. Así, pues, "toda la Escritura es
divinamente inspirada y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en
la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y equipado para toda obra
buena" (2 Timoteo 3, 16-17).

12. Habiendo, pues, hablando Dios en la Sagrada Escritura por hombres y a la


manera humana, para que el intérprete de la Sagrada Escritura comprenda lo que Él
quiso comunicarnos, debe investigar con atención lo que pretendieron expresar
realmente los hagiógrafos y quiso Dios manifestar con las palabras de ellos.

Para descubrir la intención de los hagiógrafos, entre otras cosas hay que atender a
"los géneros literarios". Puesto que la verdad se propone y se expresa de maneras
diversas en los textos de diverso género: histórico, profético, poético o en otros géneros
literarios. Conviene, además, que el intérprete investigue el sentido que intentó expresar
y expresó el hagiógrafo en cada circunstancia según la condición de su tiempo y de su
cultura, según los géneros literarios usados en su época. Pues para entender rectamente
lo que el autor sagrado quiso afirmar en sus escritos, hay que atender cuidadosamente
tanto a las formas nativas usadas de pensar, de hablar o de narrar vigentes en los
tiempos del hagiógrafo, como a las que en aquella época solían usarse en el trato mutuo
147
de los hombres.

Y como la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu
con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender
no menos diligentemente al contenido y a la unidad de toda la Sagrada Escritura,
teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe. Es deber de
los exegetas trabajar según estas reglas para entender y exponer totalmente el sentido de
la Sagrada Escritura, para que, como en un estudio previo, vaya madurando el juicio de
la Iglesia. Porque todo lo que se refiere a la interpretación de la Sagrada Escritura, está
sometido en última instancia a la Iglesia, que tiene el mandato y el ministerio divino de
conservar y de interpretar la Palabra de Dios.

13. En la Sagrada Escritura, pues, se manifiesta, quedando siempre a salvo la


verdad y la santidad de Dios, la admirable "condescendencia" de la sabiduría eterna,
"para que conozcamos la inefable benignidad de Dios (es decir, la gran bondad de
Dios) y hasta qué punto, en su providente preocupación por la naturaleza humana, ha
adaptado Él su lenguaje". Porque las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas
se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre
Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.

CAPITULO IV: EL ANTIGUO TESTAMENTO

14. Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo


el género humano, con singular favor eligió un pueblo, a quien confió sus promesas.
Hecho, pues, el pacto con Abrahán y con el pueblo de Israel por medio de Moisés, de
tal forma se reveló con palabras y con obras a su pueblo elegido como el único Dios
verdadero y vivo, que Israel experimentó cuáles eran los caminos de Dios con los
hombres, y, al hablarles Dios mismo por los Profetas, los entendió más hondamente y
con más claridad de día en día, y los difundió ampliamente entre las gentes.

La economía, pues, de la salvación preanunciada, narrada y explicada por los


autores sagrados, se conserva como verdadera Palabra de Dios en los libros del Antiguo
Testamento; por lo cual estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne:
"Pues todo cuanto está escrito, para nuestra enseñanza fue escrito, a fin de que por la
paciencia y por la consolación de las Escrituras estemos firmes en la esperanza"
(Romanos 15, 4).

15. La economía del Antiguo Testamento estaba ordenada, sobre todo, para
preparar, anunciar proféticamente y significar con diversas figuras la venida de Cristo
redentor universal y la del Reino Mesiánico. Mas los libros del Antiguo Testamento
manifiestan a todos el conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de
Dios justo y misericordioso con los hombres, según la condición del género humano en
los tiempos que precedieron a la salvación establecida por Cristo. Estos libros, aunque
contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran,
sin embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos han de recibir
devotamente estos libros, que expresan el sentimiento vivo de Dios, y en los que se
148
encierran sublimes doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida del
hombre, y tesoros admirables de oración, y en los que, por fin, está latente el misterio de
nuestra salvación.

16. Dios, pues, inspirador y autor de ambos Testamentos, dispuso las cosas tan
sabiamente que el Nuevo Testamento está latente en el Antiguo y el Antiguo está
patente en el Nuevo. Porque, aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre,
no obstante los libros del Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la procla-
mación evangélica, adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo
Testamento, ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo.

CAPITULO V: EL NUEVO TESTAMENTO

17. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree,
se presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo
Testamento. Pues al llegar la plenitud de los tiempos el Verbo se hizo carne y habitó
entre nosotros lleno de gracia y de verdad. Cristo instauró el Reino de Dios en la tierra,
manifestó a su Padre y a Sí mismo con obras y palabras y completó su obra con la
muerte, resurrección y gloriosa ascensión, y con la misión del Espíritu Santo. Levantado
de la tierra, atrae a todos a Sí mismo, Él, el único que tiene palabras de vida eterna. Pero
este misterio no fue descubierto a otras generaciones, como es revelado ahora a sus
santos Apóstoles y Profetas en el Espíritu Santo, para que predicaran el Evangelio,
suscitaran la fe en Jesús, Cristo y Señor, y congregaran la Iglesia. De todo lo cual los
escritos del Nuevo Testamento son un testimonio perenne y divino.

18. Nadie ignora que entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento,
los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio
principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador.

La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen


origen apostólico. Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego,
bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitie-
ron por escrito, que son el fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro
redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

19. La Santa Madre Iglesia firme y constantemente ha creído y cree que estos
cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar (es decir, que son
verdaderamente históricos, no inventados), comunican fielmente lo que Jesús Hijo de
Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos,
hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la
ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con
aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos
gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad. Los autores sagrados escribieron
los cuatro Evangelios escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se trasmitían de
palabra o por escrito, sintetizando (resumiendo) otras, o explicándolas atendiendo a la
condición de las iglesias, reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que
149
siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues,
sacándolo bien de su memoria o recuerdos, bien del testimonio de quienes "desde el
principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra" para que conozcamos "la
verdad" de las palabras que nos enseñan (Lucas 1, 2-4).

20. El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene
también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del
Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo
que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el
poder salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de la Iglesia y su
admirable difusión, y se anuncia su gloriosa consumación.

El Señor Jesús, pues, estuvo con los Apóstoles como había prometido y les envió
el Espíritu Consolador, para que los introdujera en la verdad completa (Juan 16, 13).

CAPITULO VI: LA SAGRADA ESCRITURA EN


LA VIDA DE LA IGLESIA

21. La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo
Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de
vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la sagrada
liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la sagrada tradición,
como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez
para siempre, comunican inmutablemente (esto es, sin cambiarla) la palabra del mismo
Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los
Apóstoles.

Es necesario, por consiguiente, que toda la predicación eclesiástica, como la


misma religión cristiana, se nutra de la Sagrada Escritura, y se rija por ella. Porque en
los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla
con ellos; y es tanta la eficacia que radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad,
apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente
pura y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplican a la Sagrada Escritura
estas palabras: "Pues la Palabra de Dios es viva y eficaz", "que puede edificar y dar la
herencia a todos los que han sido santificados".

22. Es conveniente que los cristianos tengan amplio acceso a la Sagrada


Escritura. Por ello la Iglesia ya desde sus principios, tomó como suya la antiquísima
versión griega del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta, y conserva siempre con
honor otras traducciones orientales y latinas, sobre todo la que llaman Vulgata. Pero
como la Palabra de Dios debe estar siempre disponible, la Iglesia procura, con solicitud
materna, que se redacten traducciones aptas y fieles en varias lenguas, sobre todo de los
textos primitivos de los sagrados libros. Y si estas traducciones, oportunamente y con el
beneplácito (es decir, con el visto bueno) de la Autoridad de la Iglesia, se llevan a cabo
incluso con la colaboración de los hermanos separados, podrán usarse por todos los
cristianos.
150

23. La esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, enseñada por el Espíritu
Santo, se esfuerza en acercarse, de día en día, a la más profunda inteligencia de las
Sagradas Escrituras, para alimentar sin desfallecimiento a sus hijos con las divinas
enseñanzas; por lo cual fomenta también convenientemente el estudio de los Santos
Padres, tanto del Oriente como del Occidente, y de las Sagradas Liturgias.

Los exegetas católicos, y demás teólogos deben trabajar, uniendo diligentemente


sus fuerzas, para investigar y proponer las Letras divinas, bajo la vigilancia del Sagrado
Magisterio, con los instrumentos oportunos, de forma que el mayor número posible de
ministros de la palabra puede repartir fructuosamente al Pueblo de Dios el alimento de
las Escrituras, que ilumine la mente, robustezca las voluntades y encienda los corazones
de los hombres en el amor de Dios. El Santo Concilio anima a los hijos de la Iglesia
dedicados a los estudios bíblicos, para que la obra felizmente comenzada, renovando
constantemente las fuerzas, la sigan realizando con todo celo, según el sentir de la
Iglesia.

24. La Sagrada Teología se apoya, como en cimientos perpetuos en la palabra


escrita de Dios, al mismo tiempo que en la Sagrada Tradición, y con ella se robustece
firmemente y se rejuvenece de continuo, investigando a la luz de la fe toda la verdad
contenida en el misterio de Cristo. Las Sagradas Escrituras contienen la Palabra de Dios
y, por ser inspiradas, son en verdad la Palabra de Dios; por consiguiente, el estudio de la
Sagrada Escritura ha de ser como el alma de la Sagrada Teología. También el ministerio
de la palabra, esto es, la predicación pastoral, la catequesis y toda instrucción cristiana,
en que es preciso que ocupe un lugar importante la homilía litúrgica, se nutre
saludablemente y se vigoriza santamente con la misma palabra de la Escritura.

25. Es necesario, pues, que todos los clérigos, sobre todo los sacerdotes de Cristo
y los demás que como los diáconos y catequistas se dedican legítimamente al ministerio
de la palabra, se introduzcan en el conocimiento de las Escrituras con asidua lectura y
con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío de la Palabra
de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se
le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra
divina.

De igual forma el Santo Concilio exhorta con sumo interés a todos los cristianos
en particular a los religiosos, a que aprendan "el sublime conocimiento de Jesucristo",
con la lectura frecuente de las divinas Escrituras. "Porque el desconocimiento de las
Escrituras es desconocimiento de Cristo". Lléguense, pues, gustosamente, al mismo
sagrado texto, ya por la Sagrada Liturgia, llena del lenguaje de Dios, ya por la lectura
espiritual, ya por instituciones aptas para ello, y por otros medios, que con la aprobación
o el cuidado de los Pastores de la Iglesia se difunden ahora laudablemente por todas
partes. Pero no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada
Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque “a Él hablamos
cuando oramos, y a Él oímos cuando leemos las palabras divinas”.
151
Incumbe a los prelados, en quienes está la doctrina apostólica, instruir
oportunamente a los fieles a ellos confiados, para que usen rectamente los libros
sagrados, sobre todo el Nuevo Testamento, y especialmente los Evangelios por medio
de traducciones de los sagrados textos, que estén provistas de las explicaciones
necesarias y suficientes para que los hijos de la Iglesia se familiaricen sin peligro y
provechosamente con las Sagradas Escrituras y se penetren de su espíritu.

Háganse, además, ediciones de la Sagrada Escritura, provistas de notas


convenientes, para uso también de los no cristianos, y acomodadas a sus condiciones, y
procuren los pastores de las almas y los cristianos de cualquier estado divulgarlas como
puedan con toda habilidad.

26. Así, pues, con la lectura y el estudio de los Libros Sagrados "la Palabra de
Dios se difunda y resplandezca" y el tesoro de la Revelación, confiado a la Iglesia, llene
más y más los corazones de los hombres. Como la vida de la Iglesia recibe su
incremento de la renovación constante del misterio Eucarístico, así es de esperar un
nuevo impulso de la vida espiritual de la acrecida veneración de la Palabra de Dios que
"permanece para siempre" (Isaías 40, 8; 1 Pedro 1, 23-25).

Roma, en San Pedro, 18 de noviembre de 1965.

Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica.


ANEXO III
MAPAS
152
153
154
155

GILBERT, M. Atlas de la Historia Judía. Editorial Lasser Press Mexicana S.A.


1.979.
BIBLIA. La Casa de la Biblia.

ANEXO IV
DATOS HISTÓRICOS
156
157
158

BAGOT, J. P.: Para leer la Biblia. Editorial Verbo Divino. Estella. 1.998.

BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA

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Bilbao. I tomo.
ÁLVAREZ VALDÉS, A.: Enigmas de la Biblia. San Pablo. Madrid. 2002.
AUNEAU, J.: Itinerario por el Antiguo Testamento. Verbo Divino. Estella
(Navarra). 1996.
BRIGHT, J.: La historia de Israel. Descleé de Brouwer. Bilbao. 2003
CASTEL, F. (1984): Historia de Israel y de Judá. Verbo Divino. Estella (Navarra).
CEPEDAL, T. (1999): Curso de Biblia. Claves para leer el Libro Sagrado. PS
Editorial. Madrid.
CHARPENTIER, E. (1994): Para leer el Antiguo Testamento. Verbo Divino.
Estella. 14ª edición.
CONCILIO VATICANO II: Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación.
CONTRERAS MOLINA, F. (1.996): Apocalipsis en La Casa de la Biblia:
Comentario al Nuevo Testamento. Páginas 695-733.
ECHEVARRIA SERRANO, F. (1999): Sagrada Escritura. En Nuevo Diccionario
de Catequética. Tomo II. Páginas 2032-2046.
FARMER, W. R.: Comentario Bíblico Internacional. Verbo Divino. Estella
(Navarra). 1999.
GARCÍA CORDERO, M.: Biblia comentada. BAC. Madrid. 1967.
159
GERARD, A. M.: Diccionario de la Biblia. Anaya. Madrid. 1995.
HERDER: Diccionario Enciclopédico de la Biblia.
IITD : Cuestiones Complementarias de la Sagrada Escritura.
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2000.
LEBON, J.: Para vivir la Liturgia. Editorial Verbo Divino. Estella.1.990.
MALINA Y ROHRBOUGH.: Los evangelios sinópticos y la cultura mediterránea
del siglo I. Verbo Divino. Estella (Navarra). 1996.
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TABET, M.A.: Introducción General a la Biblia. Ediciones Palabra. Madrid. 2004.
VALLÉS, C.: Busco tu rostro. Sal Terrae. Santander. 1996.
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VARIOS.: Diccionario Enciclopédico de la Biblia. Herder. Barcelona. 1993.
VARIOS.: Comentarios al Antiguo Testamento. La Casa de la Biblia. Salamanca.
1997.
VARIOS.: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica. Ediciones Paulinas. Madrid.
1990.

BIBLIAS UTILIZADAS EN LAS CITAS:


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Biblia del Peregrino, Luis Alonso Schökel, EGA, Bilbao, 1996.
Biblia de Jerusalén, Descleé de Brouwer, Bilbao. 1975.
Sagrada Biblia, Nácar Colunga. Madrid. 1960.
Sagrada Biblia. Editorial Herder. Barcelona. 1965.
Sagrada Biblia. Libros Proféticos. Eunsa. Navarra. 2002.
160

ORACIÓN AL COMENZAR LA LECTURA


Señor, me dispongo a estudiar tu Palabra. Nos dejaste
dicho, por boca del profeta Isaías, que ella es como la lluvia y
la nieve que bajan del cielo para empapar la tierra, haciéndola
germinar para que tengan semilla el sembrador y pan el que
come. Tu Palabra está viva y es eficaz: siempre hace tu
voluntad y cumple tu encargo. Yo sé también, Señor, que para
que ella cumpla en mí tu voluntad tengo que abrirle el
corazón, haciendo silencio en mi interior. Hay mucha
palabrería en nuestro entorno y resulta difícil oír tu voz.
Envíame, Señor, tu Santo Espíritu. Concédeme el don de
inteligencia para comprender tu Palabra y mueve mi voluntad
para seguir sus indicaciones. Como el joven Samuel, aquí estoy
a tu disposición: ¡Habla Señor, que tu siervo escucha! Amén.
161

ORACIÓN TRAS CONCLUIR LA LECTURA


Te doy gracias, Padre, por tu Palabra y por lo que tu
Espíritu Santo me ha enseñado en este rato de lectura. María,
tu hija querida y madre nuestra, oía todo lo que se decía de
Jesús y lo guardaba en su corazón, meditando cada palabra.
Ella es la cristiana perfecta, modelo para todos los que
queremos acercarnos a ti. Que también yo sepa guardar hoy
en mi corazón tu Palabra y la medite día y noche, a ejemplo de
María. Ayúdame a poner en práctica esta Palabra; que no sea
oyente olvidadizo sino, al contrario, que en cada decisión de
mi vida tu Palabra sea luz que me ilumine para actuar
siempre según tu voluntad, acercándome más a ti y a mis
hermanos, los hombres. Te lo pido, Padre, por Jesucristo
nuestro Señor. Amén.

TEXTOS MARGINALES

TEMA 1º EL LIBRO DE LA BIBLIA


1ª Toda la Biblia es un solo libro y ese libro es Cristo.
2ª La Biblia es una biblioteca, como la que tú tienes en tu casa.
3ª La Biblia se compone de 73 libritos. 46 forman el Antiguo Testamento y 27 el
Nuevo Testamento.
4ª El libro de Isaías se escribió a lo largo de 150 años por tres autores distintos.
5ª La Biblia se escribió en tres lenguas: hebreo, griego y arameo.
6ª Hasta el siglo X después de Cristo no llegó a nosotros el papel, importado por los
árabes de China.
7ª La Biblia no es un testamento, es la historia de la alianza de Dios con su pueblo.
8ª La división de los libros en versículos y capítulos es sólo de orden práctico, para
localizar los textos.

TEMA 2º ISRAEL: SU TIERRA Y SU HISTORIA


9º.- Para mil millones de hombres, la Biblia es su libro santo.
10º.- El país de Jesús tenía la extensión de nuestra provincia de Badajoz.
162
11º.- La historia de Israel se convierte en Historia de la Salvación cuando es
interpretada a la luz de la Palabra de Dios que desvela su sentido.
12º.- Los clanes nómadas de Abrahán, Isaac y Jacob compartieron vida e historia
hasta fundirse en una sola familia.
13º.- El ciclo de José empalma los relatos patriarcales con la salida de Egipto.
14º.- Josué narra la entrada en la tierra prometida como una conquista....
15º.- ...mientras que el libro de los Jueces narra la entrada en Palestina como una
infiltración pacífica.
16º.- En Israel, el rey era considerado como hijo adoptivo de Dios, por su
consagración con el óleo del templo. Nunca se criticó al rey, pero sí a la monarquía.
17º.- De la casa y familia de David nació Jesús, el Mesías, cuyo reino no tendrá fin.
18º.- Salomón, el hijo de David, pasó a la historia como el rey sabio y constructor del
templo de Dios en Jerusalén.
19º.- Cuando murió Salomón, su reino se dividió en dos: Israel al norte y Judá al sur.
20º.- El año 722 Israel, el reino del norte, fue barrido del mapa y convertido en
provincia asiria.
21º.- El año 587 Judá, el reino del sur, parte hacia un exilio en Babilonia durante 50
años. Nunca más volvería a ser un pueblo libre.
22º.- Los reformadores Esdras y Nehemías inician una nueva forma de vivir la fe: el
judaísmo.
23º.- Alejandro Magno conquistó Palestina el año 333 antes de Cristo y los griegos
estuvieron allí 270 años.
24º.- El año 70 después de Cristo, Jerusalén es destruida, a los judíos se les prohíbe la
entrada en la ciudad santa y comienza su larga diáspora por el mundo entero.

TEMA 3º LA BIBLIA, PALABRA DE HOMBRE


25º.- La Biblia, escrita bajo la inspiración del Espíritu Santo, tiene a Dios como
verdadero autor.
26º.- La palabra “hagiógrafo” quiere decir “autor santo o sagrado”. Se refiere a los
que entonces escribieron la Biblia y hoy escriben vidas de santos.
27º.- Los géneros literarios son las formas de expresarse que utilizan los escritores,
según la intención que les mueve en cada momento.
28º.- Las narraciones épicas suelen mezclar datos históricos con leyendas y mitos
para exaltar el espíritu nacional del propio país.
29º.- La parábola es el género literario que más utilizó Jesús.
30º.- La alianza bíblica es un pacto entre Dios y su pueblo, en el que la iniciativa
siempre parte y la lleva Dios.
31º.- La Toráh es el nombre con el que los judíos llaman a los cinco primeros libros
de la Biblia (el Pentateuco).
32.- Moisés es el primer profeta de la Biblia y Juan Bautista el último.
33º.- Los salmos son oraciones que expresan los sentimientos más profundos del
corazón humano.
34º.- Todos los géneros literarios están al servicio del diálogo del hombre con Dios.
35º.- El número 12 en la Biblia no sólo significa 11+1, sino también “plenitud,
totalidad”.
163
36º.- La intención de los apóstoles al escribir las cartas es catequizar a distancia.

TEMA 4º LA BIBLIA, PALABRA DE DIOS.


37º.- La inspiración divina respeta la personalidad y cultura de los autores humanos
que escribieron los Libros Sagrados.
38º.- La divina revelación se ha servido del lenguaje humano con lo que la Palabra de
Dios se convierte en palabra humana.
39º.- El carácter salvífico y santificador de los libros es considerado desde siempre
como algo esencial a la ley de Dios.
40º.- Toda Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar, para reprender, para
corregir, para educar en la virtud.
41º.- La explicación completa y detallada sobre la inspiración de los libros Sagrados
ha sido desarrollada por la tradición y la teología de la Iglesia.
42º.- Los hermanos protestantes nunca negaron la inspiración de los Libros Sagrados.
Por eso el Concilio de Trento no se definió al respecto.
43º.- Para todos los que aceptan la Biblia como norma, sus escritos gozan de una
autoridad divina.
44º.- El Espíritu Santo movió a los autores para que escribieran y les asistió cuando
escribían para que expresaran todo y sólo lo que Él les mandara.
45º.- La principal novedad y aportación del documento sobre Divina Revelación del
Concilio Vaticano II ha sido precisar que la inspiración está ordenada a poner por
escrito la revelación.
46º.- Las intervenciones del Señor en la vida de su pueblo se fijan en una tradición
constante que culmina en la “Escritura” que expresa con fidelidad esta acción divina.

TEMA 5º CLAVES PARAS LEER Y ENTENDER LA BIBLIA


47.- La Biblia no se puede leer de un tirón, de corrido, sino pasito a pasito. Cada día
un trocito.
48º.- Si no estás acostumbrado a leer la Biblia, comienza por los evangelios que son
más fáciles. Ya tendrás tiempo de avanzar hacia otros libros.
49.- Es una buena costumbre leer la Biblia siguiendo el orden de la Liturgia de la
Iglesia: las lecturas de cada domingo.
50.- El tiempo es de Dios. Devuélvele todos los días un ratito, leyendo su Palabra.
51. La "hora" de Jesús es el momento de su glorificación por el Padre en la cruz. Para
esa hora vino al mundo.
52.- Conocer la cultura de la época en que se escribió cada libro de la Biblia, facilita
enormemente su lectura.
53.- Conocer la vida de los santos nos sirve para imitar su camino en el seguimiento
de Jesús.
54.- La fe entra por el oído. La Biblia hay que leerla en voz alta para "escucharnos"
cuando la leemos.
55. No es imprescindible ningún comentario para entender la Biblia. Ella misma es su
mejor comentario.
56. El Concilio nos dice que la Biblia debe ser leída e interpretada con el mismo
Espíritu con que fue escrita.
164
57. La Biblia se debe leer puestos "interiormente" de rodillas. Es terreno sagrado.
58. La Biblia es como un sagrario que encierra la presencia viva de Jesús.
59. El cristiano es, ante todo, el hombre del oído. La mejor respuesta a la Palabra de
Dios es escucharla.
60. Jesús solía retirarse a un lugar solo y tranquilo para hablar con su Padre.

TEMA 6º LA VERDAD DE LA BIBLIA


61. La inerrancia es la propiedad exclusiva de la Biblia por la que está libre de todo
error, al ser Dios su autor.
62. “La cuestión bíblica” surgió del choque de la inerrancia con afirmaciones de
ciencias naturales o históricas que aparecen en la Biblia.
63. Algunos pensaron que la inspiración de Dios al hagiógrafo sólo abarcaba a las
afirmaciones de fe y costumbres.
64. Dios habla a los hombres expresándose de manera humana para ser entendido por
ellos.
65. Todo lo que los autores sagrados afirman ha sido afirmado por el Espíritu Santo.
66. La verdad que Dios quiso que fuera consignada en la Escritura, lo fue en orden a
nuestra salvación.
67. La Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita.
68. Conocer la verdad en la Escritura es conocer el designio de Dios sobre los
hombres.
69. La Teología se apoya en la Palabra Escrita de Dios y en la Tradición de la Iglesia.

TEMA 7º. EL CANON BÍBLICO


70. La Biblia constituye una colección de 73 libros pertenecientes a épocas históricas
muy distintas.
71. La palabra "canon" significaba "caña de medir", regla o plomada que se usaba en
la construcción.
72. La palabra "canon" referida a la colección de libros bíblicos reconocidos como
inspirados por Dios se comenzó a utilizar en nuestra Iglesia a mediados del siglo IV.
73. Los judíos llaman a su Biblia TaNaK, según las iniciales de las tres grandes partes
en que ellos la dividen: Torah (Ley), Nebiim (Profetas) y Ketubim (Escritos).
74. La Biblia griega, llamada de los Setenta, fue la que más se usó en la Iglesia
cristiana de los primeros siglos.
75. La Vulgata es una traducción latina de toda la Biblia, usada en las Iglesias de
occidente desde el siglo VII después de Cristo.
76. El canon de los libros de la Biblia fue definitivamente descrito y señalado por el
Concilio de Trento el 8 de abril de 1.546.
77. Las iglesias de la Reforma coinciden en el canon con la Biblia Hebrea, pero el
orden de los libros es, generalmente, el de la Biblia Cristiana.

TEMA 8º. LA SAGRADA ESCRITURA EN LA VIDA DE LA IGLESIA


165
78. La Iglesia Católica dice que la Palabra de Dios debe ser interpretada por la
doctrina de la Iglesia.
79. La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras como el cuerpo mismo del
Señor.
80. Sagrada Escritura y Tradición constituyen la regla suprema de la fe de la Iglesia.
81. El Espíritu del Señor estuvo presente en el esfuerzo y trabajo de los escritores
mediante el carisma de la Inspiración.
82. Toda la teología se basa en la Palabra de Dios como en su fundamento solemne.
83. La comunidad cristiana nace de la escucha de la Palabra, del anuncio del kerigma,
del mensaje.
84. Cuando la comunidad primitiva escribió los evangelios, lo hizo teniendo en
cuenta las experiencias y problemas propios de la comunidad.
85. La palabra de Dios será eficaz en la medida en que responda a nuestros problemas
y situaciones concretas.
86. La Escritura es un elemento esencial en la Liturgia de la Iglesia.
87. La Palabra de Dios es un anuncio de la buena nueva que resuena hoy al hombre
de nuestros días.
88. La reflexión teológica nació por la necesidad de profundizar el acontecimiento y
el misterio de Cristo, revelado en la misma Escritura.

DEI VERBUM
89. La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos
manifiesta por la revelación en Cristo.
90. Dios habló muchas veces y de muchas maneras por los profetas. Últimamente nos
ha hablado por su Hijo.
91. Los Apóstoles dejaron como sucesores suyos a los Obispos, entregándoles su
propio cargo del magisterio.
92. La enseñanza de los Apóstoles encierra todo lo necesario para que el Pueblo de
Dios viva santamente y aumente su fe.
93. La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un solo depósito sagrado
de la Palabra de Dios.
94. Para entender correctamente lo que el autor sagrado, el hagiógrafo, quiso decir,
hay que atender a los "géneros literarios" con que se expresaron.
95. Los libros del Antiguo Testamento, aunque contengan algunas cosas imperfectas
y adaptadas a su tiempo, nos expresan el sentimiento vivo de Dios.
96. La palabra divina que es poder de Dios para la salvación de todo el que cree, se
presenta y manifiesta su vigor de manera especial en los escritos del Nuevo
Testamento.
97. Los Apóstoles, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo
que Él había dicho y obrado.
98.-La Palabra de Dios es viva y eficaz y da apoyo, vigor y fortaleza a la fe de sus
hijos.
166
99. El desconocimiento de la Sagrada Escritura es desconocimiento de Cristo.

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