Cartas A Un Buscador de Sí Mismo. Henry David Thoreau
Cartas A Un Buscador de Sí Mismo. Henry David Thoreau
Cartas A Un Buscador de Sí Mismo. Henry David Thoreau
«Debemos conseguir nuestro pan»[10]. Pero ¿cuál es nuestro pan? ¿El pan que
amasa el panadero? Según mi criterio debería ser exclusivamente el pan hecho en
casa. ¿Cuál es nuestra carne? ¿La que corta el carnicero? ¿Qué es lo que debemos
procurarnos? ¿Es dulce el pan que ahora nos ganamos? ¿Acaso no es un pan que se
ha agriado y más tarde ha sido endulzado con un álcali, que ha sufrido una
fermentación vinosa, avinagrada e incluso pútrida, y ha sido posteriormente
blanqueado con vitriolo? ¿Es este el pan que debemos tener? El hombre debe
ganarse el pan con el sudor de su frente[11], es cierto, pero también con el sudor del
cerebro que hay tras dicha frente. El cuerpo solo puede alimentar al cuerpo. Yo he
probado muy poco pan a lo largo de mi vida. Fueron apenas bocados insustanciales
la mayoría de las veces. Y pan que alimentara mi cerebro y mi corazón, apenas
ninguno. No se encuentra ni siquiera en la mesa del rico.
No hay una clase de comida para todos los hombres. Se debe alimentar, y de
hecho se alimentan, aquellas facultades que se ejercitan. El trabajador con el cuerpo
fatigado no requiere la misma comida que el estudiante cuyo intelecto está cansado.
El hombre no debería trabajar sin desmayo, como las bestias, pero el intelecto y el
cuerpo deberían siempre, o tanto como sea posible, trabajar y descansar juntos, pues
entonces del trabajo resultará que cuando el cuerpo esté hambriento, también lo
estará el intelecto, de modo que el mismo alimento bastará para ambos; de otro
modo, el alimento que repare la energía gastada por el cuerpo exhausto oprimirá al
intelecto sedentario, y el degenerado estudiante considerará toda comida vulgar,
convirtiendo cada forma de ganarse la vida en una ingrata tarea.
Cómo debemos ganarnos el pan es una pregunta de enorme importancia,
además de agradable y sugerente. No debemos eludirla, como se acostumbra a
hacer. Es la pregunta más importante y práctica que se puede plantear un ser
humano. No nos precipitemos al contestarla. No nos conformemos con conseguir
nuestro pan de forma grosera, desatenta y apresurada. Algunos hombres van de
cacería, otros a pescar, otros a apostar, algunos a la guerra; pero ninguno conoce el
placer que sienten quienes de verdad tratan de ganarse su pan. Es verdad a todos los
efectos, como es verdad en la realidad, es verdad en un sentido material, como es
verdad en un sentido espiritual, que quienes buscan honesta y sinceramente, con
todo su corazón, su vida y sus fuerzas, ganarse el pan lo consiguen, y sin duda
encuentran un dulce bocado. Un pan muy pequeño, apenas unas migas, es suficiente
si es de la calidad adecuada, pues es infinitamente nutritivo. Que cada ser humano,
pues, se gane al menos unas migajas de pan para su cuerpo antes de morir, que
conozca su sabor, que será idéntico al del pan de vida[12], y ambos, de hecho, los
comemos juntos de un solo mordisco.
Nuestro pan nunca ha de ser agrio, ni difícil de digerir. Lo que la Naturaleza
es para la mente, también lo es para el cuerpo. Dado que alimenta mi imaginación,
así lo hará con mi cuerpo. Eso es lo que dice significar y estar dispuesta a hacer. No
es solo bella a ojos del poeta. No solo el arcoíris y la puesta de sol son bellos;
alimentarse y vestirse, protegerse y calentarse son igualmente bellos y fuentes de
inspiración. No existe necesariamente ningún hecho grosero y feo que no pueda ser
erradicado de la vida del hombre. Debemos esforzarnos por corregir todos los
defectos que nuestra imaginación detecta en nuestras vidas. Los cielos están a
nuestro alcance si nuestras aspiraciones son altas. Cuanto más alto aspire a crecer un
árbol, a más altura encontrará la atmósfera adecuada para él. Todo ser humano
debería representar esta fuerza irresistible. ¿Cómo concebir la debilidad en el
hombre que se atreve a ser? Incluso las plantas más tiernas luchan por abrir su
camino a través de las más duras tierras y las grietas de las rocas; pero no hay fuerza
material que se le resista al hombre. ¡Qué cuña, qué escarabajo, qué catapulta es un
hombre decidido! ¿Qué puede hacerle frente?
Es un hecho indiscutible que el hombre puede ser bueno o puede ser malo; su
vida puede ser verdadera o puede ser falsa; y puede representar para él la vergüenza
o la gloria. El hombre bueno se esculpe a sí mismo; el malo se destruye a sí mismo.
Sin embargo, cualquier cosa que hagamos debemos hacerla con confianza (si
somos tímidos, actuemos, pues, tímidamente), sin esperar más luz, sino disponiendo
de la luz suficiente. Si tenemos confianza en llegar a más, esperémoslo. Pero ¿qué es
lo que tenemos? ¿Acaso no hemos esperado ya demasiado? ¿Es el comienzo de los
tiempos? ¿Existe alguien que no vea claramente más allá, aunque solo sea un palmo
más allá, se encuentre donde se encuentre?
Si alguien duda del camino a seguir, dejémosle que se detenga. Permitámosle
que atienda sus dudas, pues las dudas, también, pueden albergar alguna divinidad.
No es algo triste que tengamos poca fe, sino que seamos incapaces de ser fieles[13].
La fe se gana mediante la fidelidad. Cuando, en el transcurso de una vida, un
hombre se desvía, aunque solo sea en un ángulo infinitamente pequeño, de su propio
camino asignado (y esto nunca ocurre de forma inconsciente, ni siquiera al
principio; es más, aquel fue su pecado del color de la grana y el carmesí[14] —ah,
sabía más sobre él de lo que podía contar—), entonces el drama de su vida se torna
en tragedia, y se apresura a su quinto acto. Cuando nos quedamos atrás de este modo
es imposible dar cuenta de la cantidad de obstáculos que se interponen en nuestro
camino, y nadie es suficientemente sagaz para aconsejarnos, ni tan poderoso para
ayudarnos, mientras permanecemos en ese terreno. Tales están maldecidos con los
deberes y el incumplimiento de sus deberes. Para ellos fue creado el Decálogo, y
otros códigos mucho más voluminosos y terribles.
Estas desviaciones —¿quién no las ha sufrido?—, dado que son tan
milimétricas como la paralaje de una estrella fija[15], y al principio decimos que no
son nada, se originan en una suerte de sueño y olvido del alma cuando esta se
malogra. El hombre no puede ser demasiado circunspecto si busca mantener un
rumbo fijo y estar seguro de que en todo momento ve lo que puede ver, de tal forma
que sea capaz de distinguir su verdadero camino.
Preguntáis si no hay una doctrina del sufrimiento en mi filosofía. Del
sufrimiento profundo creo saber comparativamente poco. Mis más tristes y genuinos
sufrimientos no son más que lamentos transitorios. El lugar del sufrimiento lo
ocupa, tal vez, una suerte de dura y proporcionalmente estéril indiferencia. Me
siento pariente de la mata de hierba, y participo en gran medida de su aburrida
paciencia, que aguarda en invierno el sol de primavera. En mis momentos de mayor
turbación tiendo a pensar que no me incumbe la «búsqueda del espíritu», sino que
más bien es su asunto el encontrarme a mí. Sé muy bien lo que quería decir Goethe
cuando afirmaba que nunca había sufrido un pesar del que no hubiera hecho un
poema[16]. Tengo demasiada paciencia de este tipo. Me conformo fácilmente con una
felicidad ligera y casi animal. Mi felicidad es parecida a la de las marmotas.
Me parece que nunca estoy bastante comprometido, que nunca soy
enteramente la criatura de mis estados de ánimo, mientras que siempre soy, en
ciertos aspectos, su crítico[17]. Mi única experiencia integral es mi visión. Veo, tal
vez, con más integridad de lo que siento.
Aunque no necesito explicarle qué clase de hombre soy, mis virtudes y mis
defectos. Puede imaginarlos, si merece la pena. Yo no los termino de distinguir.
No le escribo esta carta desde mi cabaña del bosque[18]. Actualmente vivo con
la Sra. Emerson —cuya casa es desde antiguo un hogar para mí—, a quien
acompaño durante la ausencia del Sr. Emerson[19].
Se habrá percatado, quizás, de que a menudo hablo para mí en la misma
medida en que lo hago para usted.
Concord, 10 de agosto de 1849
Sr. Blake:
Le escribo sobre todo para decirle, antes de que sea demasiado tarde, que
estaré encantado de verle en Concord, donde le ofreceré aposentos, etc., en la casa
familiar, y tanta de mi pobre compañía como sea usted capaz de soportar.
Estoy impaciente por hablar con usted con libertad. Podría decir —usted
podría decir—, comparativamente hablando: no se preocupe por evitar la pobreza.
De esta manera la riqueza del universo quedará bien invertida. Qué lamentable sería
si no viviéramos este breve espacio de tiempo según las leyes del largo plazo, ¡las
leyes eternas! Tratemos de permanecer aquí de pie, y de no yacer tan largos como
seamos[20] en la mugre. Dejemos que nuestra mezquindad sea nuestro alzapié, no
nuestra almohada. En medio de este laberinto, vivamos un hilo de vida[21]. Debemos
actuar con rapidez y sin desmayo, avanzando en una sola dirección, de tal forma que
nuestros vicios queden atrás sin remedio. El núcleo de un cometa es casi una
estrella. ¿Hubo allí alguna vez un dilema? Las leyes de la tierra son para los pies o
para el hombre inferior; las leyes del cielo son para la cabeza o para el hombre
superior; estas últimas son las primeras en sublimarse y expandirse, como los radios
que desde el centro de la Tierra divergen en el espacio. Feliz quien observa las leyes
terrenales y celestiales en su justa medida; cuyas facultades, desde la planta del pie
hasta la coronilla, obedecen estas leyes según su nivel; que ni se encorva ni avanza
de puntillas, sino que vive una vida equilibrada, acorde tanto a la naturaleza como a
Dios.
Estas cosas digo; otras hago.
Lamento saber que recibió mi libro con tanto retraso[22]. Lo introduje en un
sobre a su atención y lo deposité en la oficina de Munroe para que se lo enviaran de
forma inmediata, el 26 de mayo, antes de que se vendiese la primera copia.
Trasládele mis recuerdos al Sr. Brown[23] la próxima vez que lo vea. Lo
recuerda con estima,
Henry Thoreau
Sr. Blake:
No he olvidado que estoy en deuda con usted. Cuando releo sus cartas, como
acabo de hacer, siento que no merezco haberlas recibido, como tampoco
responderlas, pese a que van dirigidas, o así las he considerado, al ideal de mí
mismo. Me corresponde, tratando de darle respuesta, hablar de la parte más extraña
de mi ser.
En la actualidad subsisto gracias a algunos aromas silvestres que la naturaleza
me regala, que inexplicablemente me sostienen, y hacen que mi vida, de apariencia
tan pobre, se enriquezca. En un año mis paseos se han alargado y casi todas las
tardes (al amanecer escribo o leo o hago lápices[24], y así le doy a mi cuerpo algo de
lo que vivir) visito alguna nueva colina, estanque o bosque, a muchas millas de
distancia. Me sorprende el maravilloso retiro en el que me muevo, raramente me
cruzo con alguien durante mis excursiones, y desde luego nadie que comparta este
compromiso, a no ser que se trate de algún acompañante[25], cuando los tengo. No
puedo evitar sentir que, de todos los humanos que habitan por aquí, tan solo
nosotros dos tenemos la oportunidad y la capacidad para admirar y disfrutar todo lo
que hemos recibido.
«Libres en este mundo, como los pájaros en el aire, liberados de cualquier
cadena, los que han practicado el yoga reúnen en Brahma el fruto cierto de sus
obras»[26].
Puede estar seguro de que, rudo y descuidado como soy, de buena gana
practicaría yoga con tesón.
«El yogui, absorto en la contemplación, contribuye a su modo en la creación:
respira un perfume divino, escucha cosas maravillosas. Formas divinas lo atraviesan
sin desgarrarlo y, hermanado con la naturaleza que le es propia, va, actúa, como si
animara la materia original».
En algún sentido, y en escasos momentos, incluso yo soy un yogui.
Conozco mal la realidad de Turquía[27], pero desde luego algo sé sobre
agracejos y castañas, que he recolectado en grandes cantidades este otoño. Cuando
visito a mi vecino, me cuenta las últimas noticias sobre Turquía, que ha leído en el
periódico del día anterior —«Turquía parece ahora decidida, como también lo está
lord Palmerston»—. Prefiero hablar sobre el salvado, que por desgracia arrancaron
de mi pan de esta mañana y fue arrojado a la basura. Es algo que me queda mucho
más cerca. Los rumores de la prensa con los que mi anfitrión abusa de mis oídos
están lejos de la verdadera hospitalidad, como también lo están las viandas que pone
ante mí. No las necesitamos para alimentarnos, y las noticias están a nuestro alcance
por un penique. Me interesan las noticias inevitables, sean tristes o alegres, sin
importar la razón ni la forma en la que son actuales hoy, en esta nueva jornada. Si
están bien elaboradas, dejemos que silben y bailen; si son difíciles de digerir,
quejémonos, pues al menos que resulten entretenidas. Si las palabras fueron
inventadas para ocultar el pensamiento, creo que los periódicos son un gran paso
adelante en la historia de ese invento nefasto. No permita que los periódicos tomen
posesión de nuestra vida.
Le agradezco sus sinceros comentarios sobre mi libro. Me alegro de haber
tenido aquella larga charla con usted, y de que tuviera la paciencia suficiente para
escucharme hasta el final. Creo que yo jugaba con ventaja, pues elegí mi propio
estado de ánimo y, de alguna forma, también el suyo; es decir, un estado de ánimo
propenso a la lectura tranquila y atenta. Esta es la ventaja que tiene el escritor sobre
el conversador. Lamento que no viniera a Concord durante sus vacaciones. ¿No es
hora ya de otras vacaciones? Aún sigo aquí, y Concord está aquí.
A estas alturas ya se habrá dado cuenta de quién escribe esto, y que estará
feliz de recibir su respuesta, sin que deba firmarse,
Henry D. Thoreau
P. S. Hace tanto tiempo desde la última vez que lo vi que, como habrá
percibido, he de hablar como si lo hiciera in vacuo, como si se tratara del ruido
sordo destinado a un eco, y no tuviera la oportunidad de comprobar qué clase de
sonido hice. Pero los dioses no escuchan los sonidos bárbaros y discordantes, como
hemos aprendido del eco; y sé que la naturaleza hacia la cual lanzo estos sonidos es
tan rica que modulará nueva y maravillosamente mi bárbaro canto.
Concord, 3 de abril de 1850
Sr. Blake:
Le agradezco su carta, y voy a intentar dar buena cuenta de algunas de las
reflexiones que la misma me sugiere, sean o no pertinentes. Me habla de pobreza y
dependencia. ¿Quiénes son pobres y dependientes? ¿Quiénes son ricos e
independientes? ¿Cuándo comenzaron los hombres a respetar las apariencias y no la
realidad? ¿Por qué deberían aparecer las apariencias? ¿Sabemos bien, entonces, qué
es la realidad? No hay nadie que no se engañe cada hora en el respeto que concede a
las falsas apariencias. Qué maravilloso sería tratar a las personas y las cosas según lo
que son en realidad, ¡aunque solo fuera durante una hora! Nos asombramos de que
el pecador no confiese sus pecados. Cuando nos sentimos fatigados en un viaje,
soltamos nuestra carga y descansamos junto al camino. De la misma forma, cuando
nos cansa el fardo de la vida, ¿por qué no abandonamos esta carga de falsedades que
hemos aceptado portar voluntariamente y nos reponemos, como nunca hizo mortal
alguno? Dejemos que se impongan las más bellas leyes. No nos cansemos
resistiéndonos a ellas. Cuando queremos descansar nuestros cuerpos, dejamos de
mantenerlos: descansamos en el regazo de la Tierra. Del mismo modo, cuando
queremos que descansen nuestros espíritus, debemos recostarnos en el Gran
Espíritu[28]. Dejemos que las cosas marchen a su ritmo; dejemos que crezcan hasta
donde puedan; que remonten o caigan. Conseguir dejar aunque solo sea una cosa a
su aire en una mañana de invierno, así se trate de una pobre manzana congelada-
descongelada[29] que pende de un árbol, ¡qué glorioso logro! Es algo que ilumina
este universo oscuro. ¡Qué infinita riqueza hemos descubierto! Dios gobierna
cuando nosotros asumimos una visión respetuosa y abierta, es decir, cuando se nos
presenta una visión respetuosa y abierta.
Dejemos tranquilo a Dios, si es necesario. Creo que si lo amara más, debería
mantenerlo —o mejor, debería mantenerme yo— a una distancia más apropiada. No
es cuando me acerco a Él, sino cuando me doy la vuelta y lo dejo solo, cuando
descubro que Dios es. Digo Dios. Aunque no estoy seguro de que sea ese el nombre.
Ya sabrá a quién me refiero.
Si por un instante conseguimos apartar nuestro insignificante yo, no desear
ningún mal, no temer ningún mal, comportándonos solo como el cristal que refleja
un rayo, ¡qué no seremos capaces de reflejar! ¡Qué gran universo aparecerá
cristalizado y radiante a nuestro alrededor!
Diría, dejad que la Musa guíe a la Musa, que el entendimiento guíe al
entendimiento[30], si bien en cada caso será el más avanzado el que se ocupe de guiar
a ambos. Si la Musa hace de acompañante, no es Musa, sino distracción[31]. La Musa
debería guiar como una estrella muy lejana; pero esto no implica que hayamos de
seguirla estúpidamente, cayendo en cenagales y precipicios, pues no es a la
estupidez sino al entendimiento al que debemos tener como referencia, y la Musa
tiene por tarea dirigir, como una guía apropiada para un seguidor apropiado.
¿Optará por vivir o por ser embalsamado? ¿Elegirá vivir, aunque sea a
horcajadas de un rayo de sol, o yacerá tranquilo en las catacumbas durante miles de
años? En este último caso, lo peor que puede ocurrir es que se parta el cuello.
¿Partiría su corazón, su alma, para salvar el cuello? Los cuellos y los tallos están
hechos para romperse. Los hombres hacen mucho ruido sobre la locura que supone
exigirle demasiado a la vida (¿o a la eternidad?), e intentar vivir según tales
expectativas. Mucho ruido y pocas nueces[32]. Ningún daño provino nunca de ahí.
No temo exagerar el valor y el significado de la vida, sino más bien no estar a la
altura de la ocasión que la vida representa. Sentiría tener que recordar que yo estuve
allí, pero que no advertí nada reseñable; como un príncipe disfrazado de rana; o que
ha vivido la época dorada como un jornalero; que incluso visitó el Olimpo, pero se
quedó dormido después de cenar y no pudo escuchar las conversaciones de los
dioses. Viví en Judea hace mil ochocientos años[33], ¡pero nunca supe que había
alguien como Cristo entre mis contemporáneos! Si existe algo más glorioso que un
congreso de hombres preparando o modificando una constitución, como sospecho
que hay, quiero ver los periódicos de la mañana. Me siento ávido del menor rumor,
aunque solo se pueda saber acercando el oído al agujero de la cerradura. Me
desperdiciaré en esa dirección.
Me alegra saber que encontró interesante lo que dije sobre la Amistad[34].
Ojalá pudiera beneficiarme de sus críticas; serían una ayuda excepcional para mí.
¿No me las hará llegar?
Concord, 28 de mayo de 1850
Sr. Blake:
«Nunca encontré nada satisfactorio en las vidas de las que dan cuenta los
periódicos», nada que valga más que los tres centavos que cuestan. ¡Satisfecho por
quedar cubierto por un dedo de polvo! Nosotros, que caminamos por las calles e
intentamos que el tiempo no se nos escape entre los dedos, no somos más que los
desechos de nosotros mismos, y esa vida es para nuestro esqueleto —el de nuestro
cuerpo y el de nuestra mente—, para nuestra costra, una vida completamente
costrosa. Es café hecho de granos usados por vigésima vez, que solo puede llamarse
café en el primer uso, mientras el agua de la vida salta y destella a nuestra puerta.
Conozco a algunos que, en profesión de caridad, ¡regalan a los pobres sus granos de
café usados! ¡Y nosotros pidiendo noticias y poniéndonos al día con tales noticias!
¿Lo que buscamos es un nuevo hecho conveniente, un nuevo accidente, o quizás se
trate de una nueva percepción de la verdad que deseamos?
Me cuenta que «las horas serenas en las que la amistad, los libros, la
naturaleza y los pensamientos se sitúan por encima de las preocupaciones primarias
rara vez le visitan». ¿No es acaso la actitud expectante, de alguna forma, divina?
¿Una suerte de divinidad casera? ¿No exige una cierta música de las esferas[35]? ¿Y
las satisfacciones que se derivan no terminan por confundirse, aunque sea en un
grado imperceptible, con el disfrute de la cosa esperada?
Me pregunto qué ocurriría si me olvidara de escribir sobre el hecho de que no
escribo. No merece la pena hablar de ello. Es como si hubiera escrito cada día.
Como si no hubiera escrito hasta ahora. Me sorprende que piense tanto en ello, pues
en mi caso no escribir es lo más parecido a escribir sobre todo aquello que conozco.
¿Por qué no me cuenta su sueño? Sería como hacerlo realidad de alguna
forma. Me cuenta que sueña, pero no qué sueña. Puedo intuir lo que sucederá.
También las ranas sueñan. Me encantaría saber con qué. Nunca he conseguido saber
si están despiertas o dormidas, si es de día o de noche para ellas.
Predico en el desierto, como bien sabe; esto es: para mí mismo. Y si por un
casual tiene la oportunidad de venir a ocupar un banco, no piense que mis
apreciaciones van dirigidas a usted en particular, lo que le haría golpear el asiento
con disgusto. Escribí este discurso mucho antes de que llegara esta época
apasionante.
Un trabajo absorbente que lo mantenga a buena altura, en su granja de
montaña, hasta la cual difícilmente podría subir un carro y a la que es mejor llegar
caminando, con la azada al hombro. Donde crece la vida-siempre-viva, se puede
cultivar una cosecha que no necesita ser llevada hasta el valle a un mercado, una
cosecha que puede cambiarse por productos celestiales.
¿Es capaz de separar claramente los alimentos de su cuerpo y aquellos de su
esencia? ¡De qué formas tan opuestas se consiguen unos y otros! No es que no
debieran conseguirse por un mismo y único medio —el más infrecuente de los
triunfos—, sino que en dicho asunto no hay términos medios.
Será un placer leer mi conferencia[36] ante una pequeña audiencia como la que
describe en Worcester, y tan solo pediría que me pagaran los gastos. Si el salón
fuera tan grande como para producir un eco, los asistentes se sentirán tan
desconcertados por lo que escuchen como el conferenciante. No obstante, le aviso de
que mi escrito no está mejor pensado para una audiencia variada que los dos
anteriores que leí ante usted. Requiere, en todo sentido, una audiencia acorde.
Iré el próximo sábado y pasaré el domingo con usted, si así lo desea. Dígame
si es así.
Bebe hasta la última gota de la fuente de Pieria, o ni siquiera la pruebes[37].
No se deje derrotar por la melancolía durante el camino que lleva a la salud inmortal
y la alegría. Cuando probaron el agua del río que debían atravesar, creyeron percibir
un sabor agrio en el paladar, pero se tornó más dulce cuando bajó[38].
H. D. T.
Concord, 9 de agosto de 1850
Sr. Blake:
Recibí su carta cuando me disponía a partir hacia la playa de Fire Island en
busca de los restos de Margaret Fuller[39], y la leí durante el trayecto. Dicho suceso y
los asuntos de los que he tenido que ocuparme me han impedido hasta ahora
responderle. Es más juicioso hablar cuando a uno le hablan, pero trataré ahora de
contestarle, corriendo el riesgo de no tener nada que decir.
Tengo la impresión de que los asuntos cotidianos, pese a la prominencia que
les concedemos en nuestras vidas, están más lejos de la realidad que las creaciones
de la imaginación. Son realmente esquemáticos e insignificantes —todo eso que
generalmente denominamos vida y muerte—, y me afectan menos que mis sueños.
¿Qué tienen que ver el pequeño arroyo que de vez en cuando inunda y arrastra los
molinos y los puentes y la potente marea del océano? Guardo en mi bolsillo un
botón que arranqué del abrigo del difunto marqués de Ossoli el otro día, junto a la
orilla del mar. Al alzarlo y mantenerlo fijo, intercepta la luz —es un botón
corriente—, y toda la vida con la que enlaza este objeto es menos substancial para
mí que mi más liviano sueño. Los pensamientos marcan las épocas de nuestras
vidas: todo lo demás es el diario de los vientos que soplaban mientras estábamos
aquí[40].
Me digo a mí mismo: dedícate un poco más a la labor que dices dominar.
Usted no está satisfecho o insatisfecho con usted mismo sin razón aparente. ¿No
posee una cualidad del intelecto de inestimable valor? Si existe algún experimento
que le gustaría llevar a cabo, adelante. No deje espacio para las dudas que no le sean
satisfactorias. Recuerde que no tiene por qué comer si no está hambriento. No lea los
periódicos[41]. No deje pasar ninguna oportunidad de sentirse melancólico. Y en
cuanto a la salud, considérese sano. No se empeñe en encontrar las cosas tal y como
usted cree que son. Haga lo que nadie más puede hacer por usted. No haga otra cosa.
No es fácil hacer de nuestras vidas algo decente, sea cual sea la actividad que
realicemos. Debemos retirarnos constantemente al caparazón de nuestros
pensamientos, como tortugas, con cierta impotencia. Y, sin embargo, hay algo en
todo esto que va más allá de la filosofía.
No malgaste ninguna reverencia ante mí. Apenas soy capaz de mantenerme
sentado donde sea que me encuentre. Estoy seguro de que mis conocidos no me
juzgan con propiedad. Piden mi consejo sobre asuntos importantes, pero ignoran
incluso hasta dónde llegan mis carencias materiales. No tengo otra ropa que la que
visto cada día. Tan descuidado como soy con mi aspecto exterior, pues bien, aún
más descuidado soy con mi sustancia interior. Si entrara y saliera, mis trapos sucios
y mis miserias serían visibles.
¿No merecería la pena descubrir la naturaleza en Milton[42]? ¿Ser nativo del
universo? Yo también venero Concord, pero soy feliz cuando descubro, en océanos
y bosques lejanos, la materia de miles de Concords. Me siento perdido hasta que doy
con ella. Encuentro entonces menos diferencias entre una ciudad y un pantano que
antes. Es un pantano, no obstante, demasiado sombrío y triste para mí, y me gustaría
ver en él menos búhos, ranas y mosquitos. Prefiero, en cualquier caso, un lugar más
cultivado, libre de miasmas y cocodrilos. Soy demasiado sofisticado, esto es lo que
elijo.
En cuanto a los amigos perdidos, ¿qué ocurriría si nos perdiéramos el uno
para el otro? ¿No hemos acordado ya un encuentro? Mientras cada cual siga su
camino a través del bosque, sin prisas, incluso con una alegría serena, aunque sea
caminando a cuatro patas sobre rocas y árboles caídos[43], seguiremos en la buena
senda. No existe dirección incorrecta. ¿Cómo puede decirse que se pierde a los
amigos, a los que todavía alimentan los frutos y sostienen los elementos? Un
hombre que pierde a un amigo al doblar una esquina, que continúa alegremente,
acompañado por una brisa fresca, silbando una cancioncilla para si mismo,
agachándose cada tanto para estudiar un liquen a un lado del camino, y que a duras
penas dedicó a la amistad tres millas al día…
En cuanto a conformarse con lo que tenemos y a vivir la propia vida
interiormente, no pienso demasiado en ello. No deje que su mano derecha sepa lo
que hace la izquierda[44] en relación a este asunto. Vería cómo fracasa. Tanto como
al intentar caminar hacia ese hierro afilado que te divide en dos[45]. ¿Le gustaría
poner a prueba su capacidad para resistir la dilatación? Es un esfuerzo que ningún
alma puede aguantar por mucho tiempo. Cuando Dios tira de un lado y el Diablo de
otro, ambos con los pies bien plantados —por no hablar de la conciencia, que nos
tala transversalmente— casi todas las vigas revientan.
No me atrevería a invitarle formalmente a que venga a Concord, porque soy
por completo consciente de que las bayas no abundan en mis campos, y que
deberemos despejarlos para poder admirar el paisaje. No obstante, venga, como sea,
y así podremos vernos.
Concord, 21 de julio de 1852
Sr. Blake:
Me siento demasiado bien, estúpidamente, estos días para escribirle. Mi vida
es casi por completo exterior, todo cáscara, sin semilla, de modo que temo que el
relato que de ella pueda enviarle sea una almendra que, una vez partida, nada le
ofrezca en su interior que llevarse a la boca. Además, usted no me ha arrinconado,
de modo que disfruto de una gran libertad al escribirle, y me siento tan ligero como
el aire. Sin embargo, me alegra escuchar que se ha dedicado con tanta paciencia a
todo aquello que he dicho hasta ahora, y que ha descubierto alguna verdad en ello.
Eso me anima a decir algo más, no en esta carta, me temo, sino en algún libro que
quizá escriba algún día. Me alegra ver que para algún mortal soy tan persistente y
consistente como lo es un espantapájaros para un granjero —una especie de legajo
de paja con ropas de hombre, como yo mismo—, con algunos trozos de hojalata[46]
bamboleándose a mi alrededor y refulgiendo bajo el sol. Como si realmente me
encontrara trabajando a destajo en el campo. Si esta vida salva la cosecha de un
hombre, eso que gana. No temo ser halagado fútilmente por usted, dado que sé que
me conoce bien, tal y como creo que soy o me gustaría ser, y que distingue bien
entre estos dos, pues es frecuente que, al rezar al último, se condene al primero.
Recuerdo bien aquella caminata hasta Asnebumskit[47], un lugar perfecto para
visitar en domingo, uno de los auténticos templos de la tierra. Un templo era, en la
Antigüedad, «un lugar abierto y sin techo», cuyas paredes servían apenas para
apartarse del resto del mundo y dirigir la mirada al cielo; y sin embargo, una
moderna meeting-house[48] nos aparta de los cielos, mientras que dentro el mundo se
amontona en espacios cada vez más estrechos. Sin duda es preferible la cumbre de
una montaña, donde tenemos por paredes la propia elevación del pensamiento y la
profundidad del éter que nos rodea. Los frutos y las plantas, regados con el rocío de
las montañas que se reúnen aquí, son más memorables para mí que las últimas
palabras que escuché en un púlpito; y en cuanto a mí, prefiero mirar hacia
Rutland[49] que hacia Jerusalén. Rutland, ciudad moderna, tierra de surcos, trivial y
sufrida, no demasiado venerada, sin sepulcro sagrado, pero con verdes campos
profanos y caminos polvorientos, y que ofrece la oportunidad de vivir una vida tan
sagrada como sea capaz, donde lo sagrado, de existir, se encuentra en uno mismo y
no en el lugar.
Me temo que sus paisanos de Worcester no van con demasiada asiduidad a
las cimas de las montañas, pese a que, según me han dicho, las fuentes de agua se
hallan en esa región de forma más abundante en las laderas de las colinas que en los
valles. Tienen fama de ser cercanos al Free-Soil[50]. ¿Exigen también una atmósfera
libre, es decir, tanta libertad para la cabeza y el cerebro como para los pies? Si de
forma plenamente consciente hubiera de unirme a las filas de algún partido,
escogería aquel que mayor libertad ofrezca para el pensamiento.
En nuestros días todos se quejan del peso de los compromisos y los deberes
triviales que les impiden dedicarse a algún otro asunto más elevado; y, no obstante,
no hay duda de que, si tuvieran madera para ocuparse de esos asuntos más altos,
serían capaces de liberarse de los compromisos, repudiándolos de forma tan natural
como el respirar. Nunca se verían sorprendidos diciendo que no tienen tiempo para
dedicarse a ellos, pues hasta el hombre más obtuso es consciente de que
precisamente para eso es para lo único que hay tiempo. Ningún hombre que actúe
guiado por el sentido del deber sitúa un minúsculo deber por encima de uno más
grande. Ningún hombre puede tener el deseo de trabajar en asuntos elevados sin
disponer de la capacidad para construirse una atalaya a buena altura.
En cuanto a vivir alguna experiencia importante y gloriosa, y elevarse por
encima de ella, como un águila que vuela a través del cielo de la tarde en busca de
regiones del firmamento aún brillantes y claras, no puedo afirmar que alguna vez
haya navegado con rumbo tan claro; mi embarcación siempre estuvo asediada por
viento lateral, y encalló muchas veces en la orilla, de modo que solo ocasionalmente
vuelvo al centro de aquel mar. No me he dejado atrás nada bueno, pero, no temo
decirlo, a mi espalda quedan continentes enteros de virtud por los que debería haber
pasado como islas en mi trayecto. Sin embargo, confío —¿en qué otra cosa podría
hacerlo?— en que, con un viento firme, cualquier viernes, cuando me haya deshecho
de parte de mi carga tirándola por la borda, pueda recuperar toda la distancia
perdida.
Tal vez la ocasión llegue cuando ya no sea suficiente con ir adelante y atrás
sobre una balsa hacia alguna inmensa nave mercante, homérica o shakespeariana,
encallada en el arrecife, sino que sea necesario construir una barca con los
materiales de nuestro naufragio y de otros que permanecen enterrados en la arena de
esta isla desolada, y encontrar para ella también madera nueva, y así partir y navegar
en busca de nuevos mundos de luz y vida, donde nos esperan nuestros amigos.
Escríbame de nuevo. Hay un punto sobre el cual no ha terminado su carta, es
decir, no la ha escrito con tinta indeleble[51], y por lo tanto no podrá ser utilizada a su
favor ni en su contra según la ley, ni según
H. D. T.
Septiembre de 1852
Sr. Blake:
He aquí los escritos que le prometí[52]. Puede conservarlos, si los considera y
utiliza como fragmentos discontinuos de lo que para mí es un ensayo más completo,
extraído de una lectura exhaustiva de mi diario, sobre el que tal vez vuelva de
nuevo.
Le mando mis reflexiones sobre la Castidad y la Sensualidad con humildad y
pudor, sin saber hasta qué punto hablo de la condición general de los hombres, o
simplemente me veo traicionado por mis defectos particulares. Sáqueme de dudas si
puede.
Henry D. Thoreau
AMOR
La diferencia que existe entre un hombre y una mujer, lo que les hace
atractivos el uno para el otro, no ha sido aún satisfactoriamente descrita por nadie.
Quizá debamos admitir lo justo de la distinción que asigna al hombre la esfera de la
sabiduría y a la mujer la del amor, pese a que ninguna pertenezca en exclusiva a
cualquiera de ellos. El hombre repite continuamente a la mujer: ¿por qué no eres
más juiciosa?; la mujer repite continuamente al hombre: ¿por qué no eres más
cariñoso? No está en su voluntad ser juiciosos o cariñosos; y sin embargo, a menos
que cada uno sea juicioso y cariñoso, no habrá ni sabiduría ni amor.
Toda bondad trascendente es una, pese a que puede apreciarse de diferentes
maneras o mediante distintos sentidos. La vemos en la belleza, la escuchamos en la
música, la olemos en una fragancia, la saboreamos en un bocado, y todo el cuerpo la
siente como una salud extraña. La variedad está en la superficie o la manifestación,
pero fallamos al expresar su identidad radical. El amante, es cierto, ve en la mirada
de su amada la misma belleza que aparece dibujada en los cielos del Oeste. Es el
mismo daimon, al acecho aquí tras un párpado humano, allá tras los párpados
declinantes del día. Aquí, a pequeña escala, se encuentra la antigua y natural belleza
del atardecer y el amanecer. ¿Pero qué amante astrónomo ha conseguido alguna vez
penetrar las etéreas profundidades de los ojos?
La joven esconde una flor más clara y un fruto más dulce que cualquier cáliz
de la tierra, y si acude retraída, confiando en su pureza y resolución, conseguirá que,
retrospectivamente, los cielos y toda la naturaleza la proclamen su reina.
Bajo el influjo de este sentimiento, el hombre es como las cuerdas de un arpa
[53]
eólica , que vibran con los céfiros de la mañana eterna.
A primera vista hay algo banal en el hecho de que el amor sea tan común.
Tantos son los jóvenes indios, hombres y mujeres, que a lo largo de estas riberas han
cedido a la influencia de este gran civilizador. No obstante, esta generación no está
disgustada o desmotivada, pues el amor no es una experiencia individual, y pese a
que somos transmisores imperfectos, este no comparte nuestra imperfección; aunque
seamos mortales, el amor es infinito y eterno; y esta divina influencia también fluye
en estas riberas cualquiera que sea la raza que en ellas habite, y quizá siguiera
haciéndolo incluso si la raza humana no habitara aquí.
Quizá sobrevive un instinto en el más intenso amor que previene del total
abandono y de la entera devoción, y hace un poco reservado incluso al amante más
fogoso. Se trata de la anticipación del cambio. Pues el amante más ardiente es a la
vez sabio en la práctica y busca un amor que dure para siempre.
Considerando las escasas amistades poéticas que existen, es llamativo que
haya tantos matrimonios. Es como si los hombres cedieran demasiado fácilmente a
las directrices de la naturaleza sin consultar antes a su genio. Uno puede sentirse
ebrio de amor sin estar ni siquiera cerca de encontrar su meta. Hay más de buen
corazón que de buen sentido en el fondo de la mayoría de los matrimonios. Pero el
buen corazón debe estar guiado por el buen espíritu o la inteligencia. ¡Cuántos
matrimonios no se habrían producido si se hubiera consultado al sentido común! Y
si se hubiera acudido al sentido menos común o divino, ¡qué pocos matrimonios
como los que presenciamos habrían tenido lugar!
Nuestro amor puede aumentar o decrecer. Está en su naturaleza, si puede
decirse así.
A las almas superiores debemos respetar,
Pero solo a las inferiores sabemos amar.[54]
El amor es un crítico severo. El odio es capaz de perdonar más que el amor.
Quien aspira a amar dignamente se expone a la más severa de las pruebas.
¿Es su amiga una de esas personas que se hacen más cercanas a medida que
el valor que usted ofrece aumenta? ¿Se siente atrapada por usted? ¿Atraída por su
nobleza? ¿Por su más peculiar virtud? ¿O es indiferente y ciega ante estas cosas?
¿Se mostrará complacida y halagada si va a su encuentro por cualquier sendero que
no sea propiamente ascendente? En ese caso, el deber exige que se separe de ella.
El amor debe ser llama y luz.
Donde no hay discernimiento, el comportamiento del alma más pura puede
llegar a la vulgaridad.
Un hombre de percepciones refinadas es más auténticamente femenino que
una mujer meramente sentimental. El corazón es ciego, pero no así el amor. Ningún
dios discrimina tanto.
En el amor y la amistad la imaginación se cultiva tanto como el corazón, y si
alguno de ellos es ultrajado, el otro lo acusará. La imaginación es, en general, la
primera en ser herida, y no el corazón, pues esta es mucho más sensible.
Comparativamente, podemos perdonar cualquier ofensa contra el corazón,
pero no contra la imaginación. La imaginación es sabia —nada escapa a su mirada—
y controla el pecho. Mi corazón podrá codiciar el valle, pero mi imaginación no me
permitirá arrojarme al precipicio que me separa de él, pues está herida, sus alas
cerradas, y no puede volar, ni siquiera para descender. «¡Nuestros “torpes
corazones”!», dijo un poeta. La imaginación nunca olvida. Es un re-cordar, un re-
anudar. Nada en ella es infundado, sino al contrario, bastante razonable, y solo ella
utiliza todo el saber del intelecto.
El amor es el más profundo secreto. Una vez divulgado, incluso a la persona
amada, deja de ser Amor. Como si solo yo te amara. Y una vez el amor cesa, se
divulga.
En nuestra relación con aquel que amamos, deseamos respuestas para
aquellas preguntas al final de las cuales no alzamos nuestra voz, a las que no
añadimos signos de interrogación —tener respuesta con la misma mira permanente y
universal, dirigida en cualquier dirección—.
Necesito que conozcas cada cosa sin que nada se te diga. Abandoné a mi
amada porque había algo que debía decirle. Me preguntó sobre algo[55]. Debería
haberlo sabido todo por afinidad. Tener que contarle no era más que la certificación
de nuestra diferencia, la incomprensión.
El amante nunca presta buen oído a aquello que le cuentan, pues sabe que
normalmente será o mentira o poco fiable; sin embargo, está bien atento a lo que
ocurre en el instante mismo, como los centinelas que sin duda escucharon a Trenck
excavar la tierra y finalmente aceptaron que debía de tratarse de un topo[56].
Una relación puede ser profanada de distintas maneras. Las partes pueden no
respetarla con la misma sacralidad. ¡Qué ocurriría si el amante supiera que es amado
con encantamientos y cautelas! ¡Qué pasaría si supiera que su amante consultó a un
vidente! El lazo se rompería de inmediato.
Si negociar y regatear son perjudiciales en los negocios, mucho peores son
para amor. Este ha de ser directo como una flecha.
Existe el peligro de que perdamos de vista lo que nuestra amiga es de forma
absoluta, y veamos solo aquello que significa únicamente para nosotros.
El que ama no quiere a un juez parcial. Dice: sé tan bueno como justo.
¿Podrías con la mente amar
Y con el corazón razonar?
¿Podrías con amabilidad comportarte
Y de tu amado separarte?
¿El mar, la tierra y el cielo surcar
Y en cada lugar llegarme a encontrar?
Entre todas las vicisitudes no haré sino escoltarte,
Entre todos los vivos, cortejarte.[57]
Necesito su odio tanto como su amor. Tú no me rechazarás completamente
hasta que repudies todo el mal que hay en mí.
En verdad, en verdad, no sabría indicar,
Por mucho que lo pueda meditar.
Qué podría decir más fácilmente,
Si el odio o el amor que siento por ti.
Debes creerme completamente
Si expreso el odio que albergo hacia ti.
¡Oh! Te odio con tal energía,
Que te destruiría con alegría.
Aun así, algunas veces, contra mi voluntad,
Mi querida amiga, te amo de verdad.
Sería traición a nuestro amor,
Y un pecado contra Nuestro Señor,
Eliminar la más mínima insignificancia
De este odio puro y libre de arrogancia[58].
No basta con que seamos sinceros: debemos proponernos y llevar adelante
altos propósitos por los cuales ser sinceros.
Sin duda es poco frecuente que encontremos a alguien con quien
relacionarnos de un modo ideal, y que ella quiera hacerlo igualmente con nosotros.
No debemos tener reservas, debemos ofrecernos por completo a dicha sociedad, no
debemos tener otro deber más allá de ese. ¡Alguien que pudiera soportar ser tan
maravillosa y exageradamente bella cada día! Intentaría que mi amiga olvidara su
baja autoestima y la ayudada a llegar a lo más alto, y allí la conocería. Sin embargo,
es más frecuente que los hombres sientan tanto miedo al amor como al odio. Se
ocupan de cosas mucho menos importantes. Tienen deberes más inmediatos a los
que servir. Carecen de la imaginación necesaria para ocuparse así de un ser humano,
y prefieren dedicarse a reparar la grieta de un tonel.
Qué enorme diferencia cuando, durante los paseos, solo encontramos
extraños, y cuando en casa uno conoce a todo el mundo, o todos le conocen. ¡Tener
un hermano o una hermana! ¡Tener una mina de oro en tu granja! ¡Hallar diamantes
en la grava del rellano tras la puerta! ¡Qué cosas tan extrañas! Compartir el día
contigo, poblar la tierra. Tener un dios o una diosa por compañero de paseo, o pasear
solo con campesinos y zafias gentes de campo. ¿Acaso no acrecienta una persona
amiga la belleza del paisaje tanto como un ciervo o una liebre? Nada sería ajeno a
dicha relación, y todo estaría a su servicio. Los granos de los campos, los frutos en
los prados. Las flores florecerían, y los pájaros cantarían con nuevos bríos. Habría
más días claros en el año.
El objeto del amor se expande y crece ante nosotros hacia la eternidad, hasta
que abarca todo lo que es dable amar, y llegamos a ser todo lo que se puede amar.
CASTIDAD Y SENSUALIDAD
Sr. Blake:
No he podido responderle antes porque he pasado casi todos los días en los
campos hasta tarde, realizando mediciones topográficas. Hacía mucho que no pasaba
tanto tiempo dedicado a algo beneficioso desde un punto de vista pecuniario, y tan
poco beneficioso desde otros puntos de vista más importantes. He ganado apenas un
dólar al día durante los últimos setenta y seis días; de hecho, aunque decidí aplicar
una tarifa más alta para las jornadas de trabajo previstas, en cualquier caso me
llevará más de lo que calculé. Hago todo esto en lugar de dar conferencias, pues
estas ni siquiera me daban para pagar el libro que mandé a imprenta[64]. No solo paso
horas de poco valor, sino también semanas y meses, es decir, tiempo que me
compran a la tarifa que le he anotado. No es que me parezca perdido, o me haga
sentir melancólico, pues encuentro en ello, a su vez, una barata satisfacción, al
pasarlo en los pastos de un lado para otro, como los bueyes y los ciervos, lo que me
proporciona una salud animal, puede ser, y además crea una dura piel alrededor del
alma y el intelecto. De hecho, si alguien me ofreciera el sustento de mi cuerpo a
cambio del trabajo de mi cabeza, creo que sería una peligrosa tentación.
En cuanto a si es mejor lo que usted llama «el camino del mundo» (que es en
buena medida el mío) o aquel que se me revela, he de decir que el primero es
impostura, y el otro verdadero. Siento la más fría confianza en este último. Nuestras
oscilaciones son aquellas que el verdadero deseo suscita ante nuestro seguimiento de
otras aspiraciones. La hierba oscila porque es algo inerte, carece de animación[65]. El
primero es el camino hacia la muerte, el segundo es el de la eternidad. Mis horas no
son «de poco valor porque dude si el camino del mundo no habría sido mejor», sino
que son de poco valor porque dudo si el camino del mundo, que he adoptado por
ahora, podría ser peor.
El gran reto de esta nación, que no tiende hacia arriba, sino hacia el Oeste,
hacia Oregón, California, Japón, etc., carece para mí del más mínimo interés, ya se
realice a pie o en un ferrocarril de la Pacific Railroad. No lo guía un pensamiento
genuino, no lo alienta ningún sentimiento, no hay nada en él por lo que merezca la
pena dar la vida, ni siquiera quitarse los guantes, nada por lo que merezca la pena
abrir un periódico. Es un asunto perfectamente pagano, un camino para filibusteros
decididos a llegar al paraíso a través de la gran ruta del Oeste. No, pueden marchar
en pos de su destino manifiesto[66], que confío en que no sea el mío. ¡Que mis
setenta y seis dólares me ayuden, cuando consiga cobrarlos, a dirigirme en otra
dirección! Los veo caminar por su ventosa ruta, pero soy incapaz de oír ninguna
música saliendo de ese ejército, tan solo el tintineo de las monedas que llevan en los
bolsillos. Preferiría ser un caballero cautivo[67], y dejarlos pasar a todos, antes que
ser libre solo para ir adonde se dirigen. ¿Qué nueva meta establecerán cuando
lleguen a Japón? ¿Acaso tienen objetivos más elevados que los de un perrito de la
pradera?
A este respecto, no he cambiado mi opinión ni una coma. La misma estrella
que me miraba cuando era un pastor en Asiría me mira ahora, oriundo de Nueva
Inglaterra[68]. Cuanto más elevada es la montaña en la que estás, menores serán los
cambios de perspectiva año tras año, siglo tras siglo, y a partir de cierta altura, ya no
hay cambio. Soy un suizo sobre la arista del glaciar, con sus ventajas y sus
desventajas, el bocio[69] o lo que toque (pero en cualquiera de los casos podría
esperarse algún tipo de tumefacción). Solo he tenido un nacimiento espiritual
(disculpe que use esta palabra), y ahora, llueva o nieve, ría o llore, esté más cerca o
más lejos de mi pauta, haya ganado las elecciones Pierce o Scott[70], ningún
parpadeo de luz me ciega, pero de vez en cuando, aunque con intervalos más largos,
la misma luz sorprendente y perennemente nueva alborea para mí, con las únicas
variaciones que caracterizan la llegada natural del día, con el cual, de hecho, suele
coincidir.
Sobre cómo impedir que se pudran las patatas, su opinión bien puede cambiar
de año en año, pero sobre cómo impedir que se pudra el alma, no tengo nada que
aprender, sino algo que poner en práctica.
Así protesto contra ellos, pero en mi locura soy el mundo que condeno.
Raramente, por no decir nunca, «siento un hormigueo que me lleva a pensar
en ser útil para los demás». A veces —debe de ser cuando mis pensamientos, en
busca de una ocupación, caen en el tedio— he soñado inútilmente con detener un
caballo que escapaba de su propietario, aunque quizá yo deseaba que escapara para
poder pararlo; o también he soñado con apagar un incendio, pero para que eso
ocurriera debería haber, por supuesto, uno en marcha. Ahora, para ser sincero, ya no
sueño demasiado con detener caballos que huyen, o con evitar incendios
inexistentes. ¿Qué clase de loco es este que quiere hacer el bien en lugar de ocuparse
de su propia vida, que es en lo que debería centrarse? Hacer el bien como si este
fuera el cadáver de un animal destinado a hacer estiércol, en lugar de comportarme
como un hombre vivo, en lugar de preocuparme por habitar la exuberancia y
esparcir fragancias y dulces sabores, y revitalizar a la humanidad en la medida de mi
capacidades y cualidades.
Tratarán de persuadirle a veces de que hizo tal cosa por tal motivo, como si
no lo supiera ya. Si alguna vez hice algo bueno por alguien, en el sentido en el que la
gente lo entiende, sin duda fue algo excepcional e insignificante en comparación con
el bien o el mal que constantemente hago por el hecho de ser el que soy. Sería como
conseguir que el hielo se amoldase a la forma de un espejo ustorio[71], privándolo así
de sus propiedades intrínsecas. El hielo que asumiera la función del espejo ustorio
no podría cumplir con su deber.
El problema de la vida se vuelve más complicado, aunque sería difícil decir
en qué medida, en tanto en cuanto nuestra riqueza material aumenta —sea o no la
famosa aguja la puerta adecuada[72]—, pues el asunto no consiste simplemente ni de
manera principal en la manutención de nuestro cuerpo, sino en la manutención de
nuestra alma, mediante esta u otra disciplina similar: cultivando las llanuras según
los principios adecuados, y haciéndolas tan productivas como una zona de altura.
Tenemos muchos más talentos de los que dar cuenta[73]. Si consigo trabajar
espiritualmente en la misma medida en que dispongo de bienes mundanos, entonces
solo valgo lo mismo que valía antes, no más. Creo que, en mi caso, el dinero podría
ser de gran utilidad para mí[74], pero es probable que no lo fuera, pues la dificultad
actual estriba en que no aprovecho mis oportunidades y, por tanto, no estoy
preparado para que dichas oportunidades aumenten.
Ahora bien, le advierto de que si fuese como dice, la próxima primavera
debería usted colgarse a la espalda la mochila del Cultivador de Altura, pues en el
valle le necesitan, y desde ahora mismo debería seleccionar las simientes y dejar
hecho durante el invierno todo el trabajo que pueda. Y mientras otros cultivan para
usted patatas y manzanas Baldwin, debe usted cultivar para ellos las manzanas de las
Hespérides. (¡Tan solo escuche cómo predican!). Ningún hombre se da cuenta de
que es propietario de una tierra de altura —alta en el sentido de que producirá
cultivos más nobles y mejor pagados a largo plazo—, pero se dará perfecta cuenta
de que debe cultivarla.
Pese a que estemos deseosos de ganarnos nuestro pan, no debemos
precipitarnos en satisfacer a los hombres para obtenerlo —aunque no debemos
olvidarnos de satisfacer nuestras cuentas con ellos—, sino a Dios, el único que nos
lo dio. A este respecto, los hombres tienen el poder de encerrarnos en una celda a
causa de nuestras deudas, después de que hayamos saldado enteramente nuestra
deuda con Dios, lo que incluye nuestro débito con ellos, incluso aunque tengamos
Su recibo de pago, dado que Su cheque carece de fondos. El cajero le dirá que el
dinero no está en el banco.
Qué rápido nos disponemos a calmar el hambre y la sed de nuestros cuerpos.
¡Y cómo nos demoramos en calmar el hambre y la sed de nuestra alma! De hecho,
nuestra mentalidad práctica no nos permite utilizar esta palabra sin ruborizarnos por
culpa de nuestra infidelidad, porque la hemos dejado en la inanición hasta
convertirla en una sombra. Es un absurdo, como si alguien prorrumpiera en elogios
hacia un perro que no tiene. Un hombre corriente trabajará cada día del año cavando
la tierra para sustentar su cuerpo, o una familia de cuerpos, pero aquel que trabaja un
día al año para alimentar su alma es un hombre extraordinario. Incluso los
sacerdotes, los así llamados hombres de Dios, confiesan trabajar sobre todo por el
sustento corporal. Pero solo aquel hombre que consigue mantener su alma es un
hombre verdaderamente práctico y emprendedor. ¿Acaso no tienen los hombres una
vida eterna por conseguir? ¿No es este su único motivo para comer, beber, dormir o
llevar un paraguas cuando llueve? Tanto valen los esfuerzos de un hombre afanado
en criar sus cerdos como los que realiza para alimentar el cuerpo, es decir, la parte
puramente terrena, de toda su familia humana. Si entendiéramos la exacta diferencia,
casi todos nos reencontraríamos por fin en el asilo de las almas.
Me siento en deuda con usted, pues sabe mirar siempre y disciplinadamente
el lado mejor, o el auténtico centro, de mi ser (pues puede que nuestro auténtico
centro esté, al menos la mayoría de las veces, desviado, y que seamos, de hecho,
excéntricos), y, como he dicho ya en algún otro lugar, «por darme una oportunidad
para vivir»[75]. Habla como si la imagen o la idea que veo se reflejara desde mí hacia
usted, y el reflejo volviera de usted hacia mí porque nos encontramos en el ángulo
correcto entre nosotros; y después se marcha zigzagueando sobre las sucesivas
superficies reflectantes hasta que se disipa o es absorbida por otras superficies que
ya no la reflejan o la reflejan de otra forma, ¿quién sabe? O, quizá, lo que usted ve
de forma directa, me lo devuelve a mí.
Sus palabras me hacen recordar a alguien que conozco, al que veo
ocasionalmente, un tal Yo Mismo. ¿Y por qué no llamarlo Usted Mismo? Tal vez
usted se lo ha encontrado y lo conoce, como me ha ocurrido a mí, y cuando
hablamos de un conocido en común, el mío y el tuyo generan una distinción de la
que no se deriva ninguna diferencia.
No me sorprende que no le gustara mi historia sobre Canadá. Apenas me
atañe, y seguramente no merece la pena haber malgastado el tiempo que dediqué a
escribirla. No había en mí otra intención que no fuera contar tan solo lo que vi.
Introduje toda aquella parte de mi ser que tuvo alguna implicación en la excursión.
De todos modos, aquí se acaba, no imprimirán el resto y me devolverán el
manuscrito, cuando apenas se ha publicado la mitad —junto con otro que les envié,
pues el editor, Curtis, exige libertad para omitir las herejías sin consultarme, un
privilegio que todo el oro de California no podría pagar[76]—.
Le doy de nuevo las gracias por su atención; quiero decir que me alegra que
me escuche y que también usted se sienta alegre. Aférrese a su sueño más indefinido
y esquivo. También el polvo verde de las paredes es una vegetación organizada; la
atmósfera tiene sus propias fauna y flora flotantes. ¿Por qué pensar que los sueños
no son más que polvo y cenizas, pensamientos desintegrados y decrépitos, y no
pensamientos que siguen un patrón musical, como un sistema que busca
organizarse? Estas son las esperanzas, las raíces, las nueces que incluso el más
mísero de los hombres guarda en su despensa, y que de tanto en tanto descorteza y
prepara durante las tardes de invierno, que incluso el pobre podrido de deudas
mantiene junto a su cama y su cerdo, es decir, junto a su pereza y su voluptuosidad.
Los hombres van a la ópera porque allí pueden escuchar, aunque sea en la forma de
una débil expresión sonora, la noticia que nunca se anuncia de forma clara y distinta.
Imagine a un hombre a punto de vender su matiz, esa mínima cantidad de pigmento
que colorea la superficie de sus pensamientos, a cambio de una granja, que
intercambia un valor infinito y absoluto por otro finito y relativo, ¡conseguir el
mundo entero y perder su alma[77]!
No se demore en responder tanto como lo he hecho yo. Si desea mirar hacia
otra estrella, intentaré aportar mi lado del triángulo.
Dígale al Sr. Brown que lo recuerdo, y que espero que él me recuerde a mí.
P. S.: Espero sepa disculpar este discurso un tanto impertinente, que no me ha
supuesto un gran esfuerzo. Y no piense que siempre me refiero a usted, aunque su
carta solicitaba estos temas.
Concord, 10 de abril de 1853
Señor Blake:
Un singular saco de boxeo espiritual —realmente sin nombre, sin origen, sin
lugar, como yo—, una simple arena para los pensamientos y los sentimientos,
bastante definida en su parte externa, más bien indefinida en su interior. Y no
entiendo por qué debemos ser llamados «señores» o «maestros»: la línea que separa
el ser algo del no ser nada es muy delgada, y estamos gobernados, sin lamentarnos
de ello, por los más insignificantes fenómenos. Me parece que somos simples
criaturas del pensamiento —una de las formas más bajas de vida intelectual,
nosotros los hombres—, como el pez luna[78] pertenece a la vida animal. Hasta ahora
nuestros pensamientos no han adquirido definición y solidez; son como moluscos,
invertebrados, y el ápice de nuestra existencia consiste en salir a la superficie de un
océano donde brilla el sol —como una enorme sopa a los ojos de los navegantes
inmortales—.
Es maravilloso que yo pueda estar aquí y usted allí, y que podamos mantener
una correspondencia y hacer otras muchas cosas, cuando hay tan poco de nosotros,
de ambos o de cada uno, en cualquier parte. En unos minutos, espero, esta fina capa
o emanación vaporosa que soy yo estará lo que se dice dormida. ¡Descansando!
¿Descansando de qué? ¿Del duro trabajo? ¿Y de pensar? Como el duro trabajo del
diente de león, que se balancea en el prado todo el día, el duro trabajo de una
hormiga que se afana en construir ese montículo durante todo el día, e incluso de
noche. De repente soy capaz de alcanzar la más aparente lucidez y pienso en
hablarle con algo parecido al énfasis, y un minuto después me siento tan ligero y
genero una impresión tan vaga, que nadie podría seguir mi rastro. Trato de darme
caza a mí mismo, y encuentro que lo poco de mí que podría descubrirse se está
durmiendo, y me acerco y lo arropo. Se está haciendo tarde. ¿Cómo es posible que
yo muera de hambre o alimente a otro? ¿Se puede decir que yo esté durmiendo? Ni
siquiera soy capaz de eso. Se escucha una especie de ruido: «No soy yo», «no soy
yo»… como dice el perro con la lata atada al rabo. Leí algo el otro día que le ocurrió
a alguien. ¿Por qué las cosas nunca me pasan a mí? Un diente de león que nunca se
posa, soplado por un niño para averiguar si su madre le quiere[79], algún divino
muchacho que vive en los altos pastos.
Y bien, mientras ese ligerísimo meteorito sigue surcando los cielos, querría
preguntarle si sabe a quién pertenece todo esto que nos rodea. Por mi parte, tengo
suficiente con las manzanas salvajes y el paisaje; pero no debería sorprenderme que
el propietario me azuzase a su perro. Intento recordar algo al respecto, no muy
interesante, seguramente; si me atengo a lo que conozco, entonces…
Vale la pena vivir respetándonos a nosotros mismos. Podemos estar de
acuerdo con un vecino, incluso con alguien con quien compartimos la cama, a
quienes tal vez respetemos poquísimo; pero tan pronto como dejamos de respetarnos
a nosotros mismos, entonces no estamos para nadie ni para nada, y no hay nada que
el dinero pueda hacer al respecto. No hay en el mundo nadie, por más canas que
peine, que pueda ayudarme con su ejemplo o su consejo para vivir mi propia vida de
forma digna y satisfactoria[80], pero creo que está en mis manos alzarme a mí mismo
en este preciso instante sobre el nivel más común de mi existencia[81]. Es mejor tener
la cabeza entre las nubes, y saber dónde estás, si es que no puedes traspasarlas, que
respirar la atmósfera más clara que hay debajo y creer que estás en el paraíso.
Una vez estaba usted en Milton sin saber qué hacer. Sin duda es posible vivir
una vida mejor. Defínala y practíquela. No espere a tener una visión. No haga
aquello que vea muy claro. ¿Milton y Worcester? Se trata de Blake, de Blake. No se
preocupe de que haya ratones en las paredes, de eso ya se ocupará el gato. Todo lo
que los hombres han dicho no es más que un vago rumor, y no merece la pena
volver sobre ello. Si fuera a reunirse con Dios, ¿se lo contaría a alguien? ¿Cómo
puede saber alguien si tengo o no éxito en la vida si no está aquí para verlo? No he
visto por aquí al reportero del Times.
No es placentero procurarse a uno mismo lo necesario para vivir —recoger
leña y tenerla preparada para encender la chimenea en cuanto vuelva el frío, o
recolectar fruta para el momento en que el estómago vuelva al hambre—, no hasta
que es necesario. Pero el resto del tiempo nos queda para pensar.
¿De qué serviría disponer de un trozo de madera que quemar para calentarse
el cuerpo si no existiera también un fuego divino que nos caliente el espíritu?
A menos que sobre sí mismo
se alce, ¡qué mísera cosa es el hombre![82]
Me acurruco junto a mi estufa y allí enciendo otro fuego que calienta al fuego
mismo. La vida es tan corta que no merece la pena perder el tiempo dando vueltas
innecesarias, aunque solo sea con las palabras, ni podemos desperdiciar mucho
tiempo a la espera. ¿Es absolutamente necesario actuar como actuamos? ¿Le
debemos nuestra alma al Diablo, como Tom Walker[83]? Aunque es tarde para
abandonar este camino equivocado, nos parecerá pronto cuando llegue el momento
de tomar el apropiado; en vez de media tarde, para nosotros será temprano en la
mañana. Sin embargo, aún no estamos ni a medio camino del amanecer.
En cuanto a las conferencias, creo que tengo algo que decir, sobre todo en
relación al Viaje, la Vaguedad y la Pobreza; pero no puedo acudir todavía. Esperaré
hasta que mis pensamientos sean más completos y hasta que me libere de algunos
compromisos. Sus sugerencias me serán de gran ayuda para cuando llegue el
momento de escribirlos. Mañana iré a Haverhill, para peritar unas tierras, durante
una semana o quizá más. Es mi último encargo allí.
Confío en que se dé cuenta de lo exagerado que soy, que exagero las cosas
cada vez que tengo oportunidad de hacerlo, que apilo el Pelión sobre el Ossa para
alcanzar así el cielo[84]. No espere de mi parte una verdad trivial, a menos que me
encuentre en el estrado de los testigos. Soy tan incapaz de mentir como usted de
gobernar un coche de cuatro caballos. Si no es así, poco le falta. Y no me importa si
me quedo con la concha o con la ostra.
Sé que no he respondido en absoluto a su carta, pero ya habrá tiempo.
Concord, 19 de diciembre de 1853
Sr. Blake:
Mi deuda con usted ha crecido de tal modo que debería haberle escrito de
forma inmediata tras recibir su carta, si no hubiera sido presa, como se suele decir,
de otros compromisos, pues debí escribir una conferencia para el pasado miércoles,
así como realizar nuevos peritajes topográficos. Ha sido para mí una batalla
incesante, con el enemigo no siempre a mis espaldas, espero.
Es cierto, un hombre no puede levantarse tirándose a sí mismo del cinturón,
dado que no puede salirse de sí mismo, pero sí puede ensanchar (lo cual es mejor,
pues ahí no existen el arriba ni el abajo de la naturaleza) y así romper su cinturón,
permaneciendo dentro de sí mismo.
Habla usted del hacer y del ser, y de la vanidad, real o aparente, de hacer
mucho. Durante la primavera, las lampreas, si no me equivoco de pez, crean nidos
en nuestros ríos gracias a la acumulación de muchas piedras de pequeño tamaño
entre las que depositan sus huevos. El otro día abrí la guarida de una rata almizclera.
Estaba hecha de malezas, de cinco pies de ancho en la base, y tres de altura, y en lo
más profundo había una pequeña cavidad, de solo un pie de diámetro, donde
habitaba la rata. Puede parecer trivial esta maraña de malezas, pero es lo que
preserva la raza de este tipo de ratas.
Debemos amontonar grandes cantidades de hacer para conseguir un pequeño
diámetro de ser. ¿No estamos obligados a hacer algo si, por ejemplo, trabajamos en
un molino? Además, es necesaria una suerte de rotación para que existan un centro y
un núcleo para la existencia. Lo que el ejercicio es para el cuerpo, el trabajo lo es
para la mente y los principios morales. Piense en la gran cantidad de trabajos
penosos que existe, cuánto esfuerzo tedioso y prosaico implica la obra de menor
valor. Hay muchas capas blancas de material calcáreo en todos los caparazones
hasta llegar a la fina capa del interior, tan primorosamente teñida. Que el molusco no
construya su morada solo con lo primero; pues si, es cierto, ¿qué significan para él
los colores? Pero no se trata solo de su suave y ajustada camisa, cuyos colores
efectivamente no son para él, que vive en la noche permanente… excepto cuando
muere y su armazón sale a la luz, como restos de un naufragio en la orilla. Pues
entonces aparecen. También para él vale la Canción de la Camisa: «¡Trabaja,
trabaja, trabaja!»[85].
Pero el trabajo no es simplemente una disciplina de control, sino también una
disciplina en el sentido más noble. ¿Si hacemos de él el medio para obtener un fin
más alto, puede ser algún trabajo humilde o aborrecible? ¿No será más bien algo que
nos permite subir como una escalera, el medio que nos permite llegar de un piso a
otro?
De qué forma tan admirable está hecho el artista para desarrollar su propia
formación a través de la devoción a su arte. El aserrador, pese a sus esfuerzos por
hacer bien su trabajo, no se convierte primordialmente en un mejor aserrador, sino
en un hombre mejor. Pocos son los hombres que pueden trabajar realmente sobre su
centro umbilical, tan solo algunos brahmanes de los que he oído hablar[86]. Al pintor,
en su lugar, se le ofrecen algunos pigmentos y lienzos; al irlandés, un cerdo, tan
típico suyo. Hay miles de formas aparentemente humildes a través de las cuales los
hombres se afanan en que algo justo ocupe el lugar de algo incorrecto —aunque sea
solo para hacer un betún mejor—, y gracias a ello son cada día moralmente mucho
mejores.
Dice que no tiene demasiado éxito en la vida. ¿Le preocupa suficiente que sea
así? ¿Se aplica con el necesario tesón? ¿Obtiene, al menos, el beneficio de la
disciplina? Si así es, persevere. ¿Es algo más difícil que andar mil millas durante mil
horas consecutivas? ¿Le saldrían callos en los pies? ¿Piensa alguna vez en
ahorcarse, si fracasa?
Si piensa tomar ese camino —si se dirige a sitiar la ciudad de Dios—, no solo
debe ser hábil con las máquinas de guerra, sino estar bien surtido de provisiones
para esperar a que la guarnición muera de hambre. Vino a verme hoy un irlandés,
que está trabajando duro para traer a su familia a este Nuevo Mundo. Se levanta a
las cuatro y media, ordeña a veintiocho vacas (lo que le ha producido una
inflamación en las articulaciones de sus dedos), y desayuna, sin servirse una gota de
leche en su té o en su café, antes de las seis. Así, día tras día, por seis dólares y
medio al mes; y así conserva su virtud, si no la aumenta. Y me tiene por un caballero
capaz de ayudarlo, pero si alguna vez consigo ser un caballero, será trabajando a mi
manera más duramente de lo que lo hace él. Si mis articulaciones no están
inflamadas debe de ser porque yo, antes de desayunar, trabajo con las ubres de vacas
celestiales (y en este caso al ordeñador se le concede un poco de leche para su
desayuno), y en ocasiones con los rebaños de Admeto que llegan luego[87].
El arte de la humanidad consiste en pulir el mundo, y todo el que realiza un
trabajo propio del hombre está dando lustre en algún lugar.
Si la obra es elevada y distante
No solo con cuidado debes apuntar,
sino con todas tus fuerzas el arco tensar.[88]
Debe aprender a utilizar un arco que ningún arquero más modesto pueda
tensar.
¡Trabaja, trabaja, trabaja!
¿Qué diríamos que es un arco? No está hecho de madera de tejo[89]. Es más
recio que un rayo de luz. La flexibilidad no es una de sus características.
22 de diciembre
Sr. Blake:
Mi abrigo está por fin terminado, y mi madre y mi hermana afirman que estoy
en buenas condiciones para viajar. Siento como si hubiese partido en el momento
mismo de ponérmelo. Se trata, como de costumbre, de un objeto extraño para mí,
que soy quien lo viste, inventado por algún conde d’Orsay[94], y su fabricante desde
luego no estaba familiarizado con ninguna de mis verdaderas depresiones o
elevaciones. Tan solo tomó medidas de una percha sobre la que colgarlo, y debe de
haber hecho el lazo lo suficientemente largo como para darle la vuelta a mi cabeza.
Para llevarlo no hace falta precisamente una inocencia indiferente, por no decir que
requiere algo de insolencia. La forma en que nos procuramos nuestros abrigos no es
la que debería ser. Aunque la Iglesia dijera que es justo, y sus sacerdotes me
perdonasen, mi propio buen genio me dice que es precipitado, tosco y falso. Ojalá
llegue un día en el que, o mejor un sentimiento de integridad a través del cual, el
hombre se procure un abrigo que encaje en él tan honesta y perfectamente como la
corteza en los árboles. Por ahora, sin embargo, nuestras prendas son la muestra de
nuestra conformidad con los caminos del mundo, es decir, del Diablo, y en cierta
medida reaccionan en nosotros y nos envenenan, como aquella túnica que se puso
Hércules[95].
Pienso que iré a verle la semana que viene, el lunes, si nada lo impide. Acabo
de llegar del tribunal de Cambridge, adonde fui llamado como testigo, pues en su
momento me ocupé de inspeccionar una acequia que es objeto de disputa.
¡Oh, todas esas tierras extranjeras, más vastas que Estados Unidos o Rusia, y
con menos almas por milla cuadrada, que se extienden en todas direcciones desde
cada ser humano, con quienes no tenemos ninguna afinidad! La humanidad de todos
estos hombres me perturba de forma simplemente monstruosa. En comparación, las
rocas, la tierra, las bestias feroces no me son tan ajenas. Cuando me siento en los
salones y cocinas de aquellos hasta quienes me lleva mi trabajo —iba a decir «me
pone en contacto» (el trabajo, como la miseria, crea extraños compañeros de
cama[96])—, siento una especie de temor, un abandono parecido al de un náufrago en
una playa desierta. Pienso en la Authentic Narrative de Riley[97] y en sus
sufrimientos. Usted, como un esmerejón, flota con su compañero en los reinos del
éter, en presencia de todo lo diverso, y al poco se precipita como un amorfo pichón
implume, con sus alas deshinchadas. (Por cierto, disculpe la escritura, pues estoy
apurando la última pluma que pude comprarme). Pero a pesar de esto, siga viajando
a través de este mundo oscuro y desértico; verá que en la distancia surge un
semblante inteligente y afín; las estrellas despuntan en la oscuridad y los oasis
aparecen en el desierto.
No obstante (para volver al asunto de los abrigos), estamos poco menos que
ahogados bajo nuestros funestos abrigos, que no llegan a quedarnos bien en ningún
momento de nuestra vida. Piense en la capa con la que nos cubre nuestro trabajo o
posición, qué pocas veces los hombres se tratan los unos a los otros de forma
desnuda y teniendo en cuenta lo que realmente son; cómo utilizamos y toleramos la
pretensión; cómo se le viste al juez con una dignidad que no le pertenece, y al
testigo con una humildad que no le pertenece, y al criminal, quizá, con una
vergüenza y una insolencia que ya no le pertenecen. No importa el estilo de la capa
con la que tapamos esas capas. Cambie las capas: ponga la del juez en la jaula del
criminal, y la del criminal en el tribunal, y entonces tendrá motivos para pensar que
ha cambiado a los hombres.
No hay duda de que la más fina capa es ya un engaño consciente, una
mentira, es de mala calidad y se desgasta, no es tupida como la pana, sino que su
malla conforma una red basta y áspera. El hombre puede permitirse mentir en los
intersticios de las hebras, pero la verdad se insinúa en la trama y consigue así un
material consistente.
Quiero tan solo resaltar lo mucho que la posición social afecta la conducta y
la respetabilidad de las partes, y que la diferencia entre la capa del juez y la del
criminal es insignificante comparada con, o solo parcialmente significativa
comparada con, la diferencia entre las cosas que sus respectivos rangos les procuran.
¡Qué diferencia lo que puede conseguirse con una capa u otra! La opinión del juez
(sententia) sobre el criminal lo sentencia, y la lee el secretario del juzgado, y se hace
pública, y la ejecuta el sheriff. Sin embargo, la opinión del criminal sobre el juez
tiene el valor de una sentencia, y se publica y ejecuta tan solo en la corte suprema
del universo, que no es una corte de apelación. ¿Cuánto más justo es uno que otro?
Los hombres están continuamente sentenciándose los unos a los otros, pero seamos
jueces o criminales, las sentencias carecen de efectos a menos que nos condenemos
a nosotros mismos.
Me alegra saber que no siempre limito su mirada cuando usted mira en esta
dirección, que a veces ve luz a través de mi, que entre nosotros hay una ventana y no
un muro ciego. En determinadas ocasiones, ¿no debe pedir la comunidad que un
hombre se retire por ser una molestia que oscurece el día, una mota demasiado
grande?
H. D. T.
Concord, 8 de agosto de 1854
Sr. Blake:
Creo que mi verano ha sido bastante improductivo hasta ahora. He pasado
demasiado tiempo con el mundo, como diría el poeta[98]. La más completa
realización de los elevados deberes que este impone apenas me satisface. Mejor
sería rechazarlos todos, ya que la vida se ha desplazado hasta un nivel en el que es
imposible reconocerlos. Últimamente incluso he oído con excesiva claridad el
zumbido de las moscas, y me he acusado a mí mismo de no haber acallado aún este
ruido superficial. Debemos procurar no distraernos fácilmente con el llanto de los
niños y las dinastías. El irlandés levanta su pocilga, y se emborracha, y farfulla cada
vez más bajo mis aleros, y soy responsable de toda esa inmundicia y locura.
Encuentro, como siempre, muy poco beneficioso tener mucho que ver con los
hombres. Es sembrar viento sin siquiera recoger tempestades[99]: es recoger tan solo
una calma y una quietud improductivas. Nuestra conversación es meramente una
fluida, civilizada e interminable especulación. Retomo el hilo por la mañana con la
misma valentía con la que el inválido toma su medicina, sus polvos Seidlitz[100]. ¿Le
sirvo un poco de caballa[101]? Sería más respetable que los hombres, como ya se ha
dicho antes, en lugar de ser pigmeos atormentados, fueran Gigantes
Desesperados[102]. Emerson[103] cuenta que su vida es tan improductiva y mezquina
la mayor parte del tiempo, que se ve obligado a utilizar toda clase de recursos y,
entre otros, a los hombres. Yo le digo que solo diferimos en los recursos. El mío es
alejarme de los hombres. Pocas veces me conmueven por su magnanimidad o
belleza; sin embargo, sé que cada día habrá un amanecer y un ocaso. En verano, este
mundo es una mera estación termal —una Saratoga— que bebe vaso tras vaso de
Congress Water[104]; y en invierno, ¿acaso es mejor con los oratorios? Últimamente
he visto a más hombres de lo que acostumbro, y aun cuando conozco muy bien a la
mayoría de ellos, siempre me sorprende ver qué vulgares son. Hacen pequeños
negocios cada día con el fin de pagar el sustento, y luego se reúnen en salones,
inventan fábulas insustanciales y reman en el fango social; y cuando creo que ya
están suficientemente relajados y me dispongo a verlos escabullirse hacia sus
capillas, se van sin rubor a dormir y se echan por encima otra nueva capa de
indolencia. Pueden ser solteros o tener familia en su faineancy[105]. No encuentro
hombres con quienes no tenga nada que hacer porque ya tengan mucho que hacer
consigo mismos. Sin embargo, confío en que algunos de ellos abriguen propósitos
que nunca declaran. Solo piense, por un momento, en un hombre afanado en sus
asuntos. ¡Cómo lo respetaríamos! ¡De qué manera tan gloriosa se alzaría ante
nosotros! Que no trabajara para ninguna corporación ni agente, tampoco para su
presidente, ¡sino que cumpliera con el fin de su ser! Un hombre dedicado a sus
asuntos sería el blanco de todas las miradas.
La otra tarde estaba determinado a acallar este ruido superficial, a caminar en
varias direcciones para comprobar si no habría algún silencio profundo alrededor.
De igual modo que Bonaparte envió a su infantería en todas direcciones en el Mar
Rojo en busca de aguas bajas[106], así mando yo mis pensamientos a caballo en busca
de aguas profundas. Abandoné el pueblo y remé río arriba hasta Fair Haven Pond.
Cuando se ponía el sol, vi a un barquero solitario que se divertía en el plácido lago.
El rocío parecía limpiar y purificar el aire, y sentí una infinita tranquilidad. Tenía el
mundo agarrado, por así decirlo, del cogote, y lo mantuve bajo la marea de sus
propios acontecimientos, hasta que se ahogó, y entonces lo solté para que lo
arrastrara la corriente, como a un perro muerto. Vastas y vacías cámaras de silencio
se expandieron en todas direcciones, y mi ser se expandió en proporción, y las llenó.
Fue entonces cuando, por vez primera, pude apreciar el sonido, y encontrarlo
musical.
Y ahora hablemos de sus novedades. Cuénteme qué tal le fue este año.
¿Luchó en la batalla correcta[107]? ¿Cómo marchan sus cultivos? ¿Responderá la
cosecha a las expectativas que tenía durante la siembra? ¿Está contento con la
posibilidad de ampliar sus tierras de labranza? ¿Hay alguna plaga en sus campos,
pestilencia en sus rebaños? ¿Ha comprobado el tamaño y la calidad de sus patatas?
Sienta muy bien ver esas bolas pender en las llanuras. ¿Consiguió cosechar el prado
de heno antes de que el otoño cayera sobre él? ¿Hay suficiente en sus graneros para
mantener su ganado? ¿Está segando malas yerbas en estos días o se ha ganado el
placer de ir a pescar? ¿Plantó algún Gigante Remordimiento[108], tal y como vi
anunciado? No se trata de una especie nueva, sino del resultado de un cultivo en
suelo fértil. Son excelentes para hacer salsa. ¿Cómo van las calabazas para el
invierno? ¿Cree que este otoño habrá alimento suficiente en su vecindario? ¿En qué
estado se encuentran los manantiales? He leído que en su condado hay más agua en
las colinas que en los valles. ¿Le resulta fácil encontrar toda la ayuda que necesita?
Trabaje temprano y tarde, y deje que sus hombres y equipos descansen a mediodía.
Cuídese de no beber demasiada agua dulce cuando esté trabajando con la azada y
haga calor. Podrá soportar mucho mejor la temperatura.
Concord, 19 de diciembre de 1854
Sr. Blake:
Supongo que ya ha tenido noticias de mi verdaderamente «providencial»
encuentro con el Sr. Brown[109]; providencial porque me salvó de la sospecha de que
mis palabras hubiesen caído sobre suelo pedregoso, cuando resultó que había algo
de la tierra de Worcester allí. Permítame considerar que, de alguna forma, le dirijo
esta carta a él a través de usted.
Confieso que soy un pésimo corresponsal en lo que respecta a la prontitud en
la respuesta, pero tenga la seguridad de que siempre respondo, tarde o temprano.
Cuanto más tiempo lo he olvidado, más lo recuerdo. Desde la última vez que le vi
apenas he tenido tiempo libre. ¿Cómo le trata el mundo? O mejor, ¿cómo se las
arregla sin él? Aún no he aprendido a vivir, lo sé, y me temo que no lo voy a hacer
pronto. Me parece, no obstante, que a largo plazo las cosas corresponden a mi idea
original, y que no corresponden en igual medida a ninguna otra cosa; así es como un
hombre puede ser un auténtico profeta sin excesivo esfuerzo. Nunca el día es
demasiado oscuro, ni siquiera la noche, pues al menos las leyes de la luz prevalecen
y consiguen iluminar nuestro entendimiento, si está abierto a la verdad. Por supuesto
existe un peligro considerable de que un hombre se vuelva loco de la noche a la
mañana; pero eso no responde a ninguna finalidad válida que yo conozca, y es igual
de fácil estar cuerdo.
Hemos de saber qué significan la vida y la muerte antes de que podamos
seguir nuestro propio camino. Aprendamos el «abc» lo antes posible. Aún no he
tenido noticia de que el sol haya sido derribado y empujado rodando a un charco de
barro: aparece brillando honorablemente después de cada tormenta. Alineémonos,
pues, con el sol, ya que tenemos tanto tiempo libre. No gastemos tanto en una
misma pelota para darle patadas, cuando una vejiga sirve para lo mismo.
Cuando se quema a un indio[110], su cuerpo puede ser asado a la parrilla,
puede no ser más que un filete. ¿Y qué? Pueden incluso asar su corazón, pero no
podrán asar su valentía, sus principios. ¡Sea valiente! Es lo más importante.
Si un hombre quisiera ponerse en la situación de enfrentarse con valentía al
mayor mal que pudiera infligírsele, se daría cuenta de que no existe un mal
semejante que soportar, y que nadie demanda su valiente espalda. Cuando crearon la
espalda de Atlas, eso era lo único necesario. (En este caso α priv., no pleon., y
τλημι)[111]. El mundo descansa sobre principios. Los sabios dioses nunca harían del
hombre su apoyatura. Pero mientras se agache y aceche y rehúya su trabajo, toda
criatura pesada le aplastará los dedos de los pies; él mismo se pisará un pie con el
otro.
El monstruo nunca se encuentra allí donde creemos que está. Lo realmente
monstruoso es nuestra cobardía y nuestra indolencia.
No se cree disciplinas inútiles como la Iglesia católica y otras; mantenga solo
aquellas positivas y fructíferas. Haga lo que sabe que debe hacer. ¿Por qué ir al
extranjero, aun cuando sea al otro lado de la calle, para pedir consejo al vecino? Hay
un vecino más cercano dentro de cada uno de nosotros que constantemente nos dice
cómo deberíamos comportarnos. Sin embargo, esperamos al vecino exterior con la
esperanza de que nos señale un camino erróneo, pero más sencillo.
Aquí disponen de un censo en el que registran el número de enfermos
mentales[112]. ¿De verdad cree que los enumeran a todos? Pues bien, en cada una de
estas casas hay al menos un hombre luchando o discutiendo gran parte de su tiempo
con una decena de pequeños demonios a los que él mismo ha criado y alimentado,
que implacablemente roen sus partes vitales; y si por un casual resuelve al fin luchar
contra ellos, dice: «¡Ay, ay, me ocuparé de vosotros después de la cena!»; y cuando
ese momento llega, concluye que está preparado para otra etapa, ¡y lee una columna
o dos sobre la Guerra de Crimea! Se lo ruego, seamos serios: ¿dónde está
Sebastopol? ¿Quién es Ménshikov? ¿Y el tal Nicolás que hay detrás de él? ¿Quiénes
son los Aliados? ¿No luchamos ya un poco (lo suficiente para estar seguros, lo justo
para que fuera interesante) en Alma, en Balaclava, en Inkermann? Amamos las
guerras lejanas. ¡Oh! El mosquete Minié es la reina de las armas. Hagámonos con
uno, pues[113].
Acabo de poner otro leño en la estufa, un gran trozo de roble blanco.
¿Cuántos hombres harán lo suficiente este frío invierno para pagar la leña que los
calentará? Calculo que he quemado un árbol bien grande esta noche, y ¿a cambio de
qué? Llegué a un acuerdo sobre la leña con el Sr. Tarbell[114] hace unos días; pero no
es el acuerdo definitivo. Conseguí un buen precio. Finalmente, alguien dirá:
«Veamos, señor, ¿cuánta madera ha quemado?». Y me estremeceré pensando en que
la siguiente pregunta será: «¿Qué hizo mientras se calentaba?». ¿Acaso pensamos
que las cenizas pagarán por esto? ¿Que Dios habita las cenizas? Es un hecho que
debemos rendir cuentas de los actos que realizamos en el cuerpo[115].
¿Quién sabe si nos irá mejor o peor el próximo año de lo que nos ha ido en el
pasado? En cualquier caso, le deseo un auténtico año nuevo —que comienza en el
preciso instante en el que lea esta carta—, feliz o infeliz, según sus méritos.
Concord, 27 de junio de 1855
Sr. Blake:
Desde hace dos o tres meses estoy enfermo y me siento incapaz de hacer otra
cosa que no sea estar tumbado boca arriba y esperar a que suceda algo[116]. Esto me
ha obligado a aplazar varios asuntos, como escribirle a usted, con quien estoy tan
profundamente en deuda, e invitarle junto a Brown a Concord… pues ahora no
tengo la fuerza mental necesaria para este empeño. Sentiría algo menos de
vergüenza si pudiese darle un nombre a mi molestia, pero no puedo, ni tampoco
nuestro doctor está en condiciones de ayudarme en esta cuestión, y yo no
pronunciaré en vano el nombre de una enfermedad cualquiera. Sin embargo, hay un
consuelo en el hecho de estar enfermo, y es la posibilidad de recobrar un estado de
salud mejor que cualquier otro que se haya tenido nunca.
En invierno, mucho antes de todo esto, esperaba encontrarme en la
profundidad de los bosques de Maine, en mi canoa; en cambio estoy tan lejos de allí,
que tan solo puedo darme un lánguido paseo por las calles de Concord.
El invierno pasado recibí una carta de Cholmondeley[117] que me gustaría
enseñarle, al igual que su libro. Decía que había «aceptado la oferta de un grado de
capitán en la milicia de Shropshire», y que esperaba, en breve, tomar parte activa en
la guerra.
Le agradezco ahora y de nuevo el estímulo que sus cartas representan para
mí. Pero he de dejarlo aquí con esta, o lo pagaré caro.
Suyo,
H. D. Thoreau
Concord, 26 de septiembre de 1855
Sr. Blake:
Hace unos días pensé que mi salud debía de haber mejorado —que había
dado por fin un signo de vitalidad—, pues sentí un ligero disgusto. Pero no
encuentro la forma de dar fuerza de nuevo a mis piernas. Estos meses de debilidad
me han aportado pocos o casi ningún pensamiento[118], aunque no en la reposada
forma que sugiere nuestro perezoso Musketaquid[119]. Espero que la cosecha esté
próxima. Confío en que desde la última vez que le vi haya navegado un poco río
arriba cada día, aferrándose a su ancla en la noche, y que haya reservado mi lugar
mientras he estado ausente.
El Sr. Ricketson[120], de New Bedford, me acaba de hacer una visita de un día
y medio, y lo he pasado realmente bien junto a él. Él y Channing se han llevado muy
bien. Es un hombre de gustos sencillos pese a su riqueza, amante de la naturaleza,
pero, sobre todo, franco y claro. Creo que le encantaría conocerlo.
La sinceridad es una gran virtud, aunque rara, y somos capaces de perdonarle
grandes ofensas, y la traición de muchas debilidades. R. dice a veces de sí mismo
que padece todas las enfermedades del genio sin poseer el genio, se siente miserable
y sin almohada, etc., expresa dudas horribles sobre «Dios», la «muerte», su
«inmortalidad», dice: «Si tan solo supiera», etc. Ama el Task de Cowper por encima
de cualquier otra cosa, y después de eso, quizá, a Thomson, a Gray, e incluso a
Howitt[121]. Es evidente que ha sufrido por la falta de compañeros afines. Dice que
está de acuerdo con muchas de las cosas que planteo en mis libros, pero muchas
otras cosas no le dicen nada —le parecen «ñoñas»…, «místicas»…, «puro
relleno»—. ¿Por qué, yo que puedo, no escribo siempre en un inglés accesible, y
enseño así a los hombres la forma de vivir una vida más simple, etc., en lugar de
acabar en ___[122]? Pero yo le digo que no tengo ninguna intención de hacerlo, no
tengo ningún propósito para el hombre; y si lo tuviera, mi idea sería tentarlo con el
fruto y no con el estiércol. ¿Acaso mi vida simple tiene una finalidad? ¿Una que yo
pudiese enseñar a los demás, con la que ayudarles a simplificar sus vidas? ¿De
manera que todas nuestras vidas pudiesen ser simplificadas sin más, como una
fórmula algebraica? O por el contrario, ¿acaso esa finalidad consistiría en utilizar el
terreno que he trabajado para vivir yo mismo más digna y provechosamente? Yo
querría afanarme siempre en lo más importante —o en lo que más me importa a
mi—, aunque solo fuera (y es probable que lo sea) una vibración en el aire. Como
pastor debería contarles a los hombres no tanto cómo pueden conseguir a mejor
precio el pan de trigo, sino el pan de la vida comparado con el cual este apenas es
corteza. Deje tan solo que un hombre pruebe estas hogazas, y de inmediato se
convertirá en un hábil contable. No le llevará mucho tiempo ganárselos. No
malgaste su tiempo entrenando soldados que, al fin y al cabo, quizá se vuelvan
mercenarios; ofrezca al campesino iletrado un país por el que luchar. Las escuelas
comienzan enseñando lo que ellos denominan «los elementos»[123], y ¿con qué
terminan?
Me alegró escuchar el otro día que Higginson[124] y Brown iban a subir al
Ktaadn[125]. Debe de ser mucho mejor que ir a una convención abolicionista o sobre
los derechos de la mujer; mejor incluso que dirigirse hacia las encantadoras y
primitivas montañas de su interior, con las que ha soñado desde que era joven, y que
ha visto, tal vez, en el horizonte, sin haberlas coronado nunca.
Pero ¿qué tal se encuentra? ¿Le es dulce el aire? ¿Encuentra alguna labor a la
que dedicarse, en la que pueda realizar algo concreto cada día? ¿Ha dejado atrás las
dudas y la indolencia con la suficiente convicción? ¿Tuvo algún sueño redentor este
verano? Anoche soñé que podía pasar por encima de cualquier obstáculo que
quisiera. Eso ya fue algo: por la mañana me contemplaba a mí mismo con una vaga
satisfacción.
Creo que le escribiré. Creo que le gustará saberlo. Permaneceremos sobre
cimientos sólidos el uno con respecto al otro: yo como una columna plantada en un
lado; usted, en el otro. Al ser erguidas, ambos contemplamos el mismo sol. Fuimos
construidos con paciencia, y hemos llegado a nuestro vínculo. No caeremos ninguno
con lo que vayamos encontrando, sino que grandiosa y eternamente superaremos las
dificultades. Creo ver una inscripción en usted, tallada por el arquitecto, de la que ha
desaparecido el estuco. El nombre de ese ambicioso rey mundano se desmorona[126].
Lo veo a través de la puesta de sol con la luz propicia. Cada uno debe descubrir el
mundo para el otro, como lo haría un velero que pasase por allí. Asegúrese de
señalar a las estrellas[127]. ¿Cómo se está en aquel lado? No le pediré que me
responda hasta que piense que he pagado todas las deudas que contraje con usted.
Acabo de recibir una carta de Ricketson en la que me urge a ir a New
Bedford, algo que probablemente haré. Dice que allí puedo llevar mis ropas más
viejas.
Deje que mi recuerdo permanezca en su tranquilo hogar.
Concord, 9 de diciembre de 1855
Sr. Blake:
¡Gracias! Gracias por haber venido a partir leña conmigo[128] —y por
divertirse con ello—, por calentarse con mi fuego. Es algo que, es cierto, he
disfrutado mucho solo. Ahora veo que podría disfrutarlo incluso más acompañado,
que podríamos ayudarnos mutuamente a vivir mejor. Ser admitido en el corazón de
la naturaleza no cuesta nada. Nadie está excluido, excepto quien se excluye a sí
mismo. Tan solo ha de descorrer el visillo[129].
Me alegra saber que también estaba usted allí. Hay muchos más viajes, y más
largos, por hacer en ese río, pues es el agua de la vida. El Ganges no es nada
comparado con él. Fíjese en los reflejos, ninguna idea le es propia. Ese río, aunque
para una mirada ofuscada es terrenalmente aburrido, fluye hacia el Elíseo[130]. ¡Qué
inmensos poderes se bañan en él sin que los aldeanos lo perciban! Ellos hablan de su
poca profundidad, dicen que los carros de heno pueden atravesarlo en pleno verano;
su profundidad sobrepasa mi entendimiento. Si, olvidando el magnetismo del
mundo, pudiese beber con suficiente profundidad de él; si, arrojado lejos de la orilla,
pudiese con total integridad flotar en él, no se me vería nunca más en Mill-dam[131].
Si existe algo de profundo en mí, existe una profundidad, sin embargo, que se
corresponde en él. Es la sangre fría de los dioses. Remo y me sumerjo en sus
arterias.
No quiero un trozo de leña para algo tan trivial como quemarlo, pero él lo
recoge durante la noche, lo talla y lo embellece para que complazca a mis ojos. ¡Qué
amante tan perseverante es! Nos suministrará haces de leña envueltos en los más
delicados paquetes, y con los portes pagados; maderas de aroma dulce, esplendentes
de flores, y que resuenan como si Orfeo acabase de abandonarlas; esta será nuestra
leña, ¡pero todavía preferimos comprarla en el mercado!
El jarro que encontramos aún sigue desaguando boca abajo en la orilla, junto
al lado soleado de la casa. Ese río… ¿quién puede asegurar de dónde viene y hacia
dónde va? ¿Acaso vienen esos flujos de alguna fuente más elevada? Muchas cosas
que enriquecerían a un hombre flotan río abajo en su superficie. ¡Qué gran cosa sería
poder permanecer alerta todo el día, cada día! Y las noches duran lo mismo que los
días[132].
¿No cree que podría ingeniárselas para conseguir de este modo suficiente
fibra leñosa para cocer su pan de trigo? ¿Acaso no ha probado, mientras tanto, la
dulce corteza de otro tipo de pan, aquel que siempre está preparado en los árboles
del pan del mundo?
¡Hablan de quemar el humo después de haber consumido la madera[133]! Hay
un calor mucho más intenso, por lo general malgastado, que precede al
proporcionado por la madera quemada. Es el humo de la laboriosidad, que es
incienso. Me había calentado tan concienzudamente en cuerpo y espíritu que
cuando, al fin, hube almacenado mi leña, estuve a punto de venderla como ceniza,
como si ya le hubiera extraído todo el calor.
Tendría que haber estado aquí para ayudarme a subir a mi barca. La última
vez que la utilicé, el 27 de noviembre, remando río arriba en el Assabet, vi un tronco
de pino redondo hundido en el agua, y con mucho esfuerzo conseguí subirlo a la
barca. Cuando lo llevaba tranquilamente a casa, supe por qué lo había encontrado.
Era para fabricar ruedas con las que transportar mi barca al varadero de invierno.
Corté dos rodillos de los extremos, los perforé para hacer las ruedas, y luego, a partir
de una viga que había encontrado a la deriva en el río en verano, construí el eje de
madera, y con ello extraje mi barca del río.
La señora Mary Emerson[134] está aquí: es la persona más joven de Concord,
pese a que ronda ya los ochenta, y la más perspicaz ante los pensamientos genuinos;
deseosa de conocer la vida interior de uno; una compañía muy estimulante, y
extremadamente ingeniosa, además. Dice que siempre le decían que parecía mayor
cuando era joven, y que no ha envejecido desde entonces. Ojalá pudiera verla.
Mis libros[135] no llegaron hasta el 30 de noviembre, pues la bodega del Asia
ya estaba completa cuando llegaron a Liverpool. Los he guardado en una vitrina que
hice mientras tanto con tablas recuperadas del río. Aún no me he sumergido en
ninguno. Uno de ellos tiene una encuadernación realmente espléndida. Están escritos
en inglés, francés, latín, griego y sánscrito. Aún desconozco el motivo de este regalo
de los dioses.
¡Adiós, y que le acompañen sueños luminosos!
Concord, 13 de marzo de 1856
Sr. Blake:
Es hora ya de que le escriba una carta. No he tenido noticias de Harrisburg
desde que me ofrecí a ir allí[136], y el pasado invierno no me invitaron a dar
conferencias en ningún otro lugar. Como ve, cada día soy más rico. Me parece del
todo justo, pues es tal mi relación con quienes van a las conferencias, que me
sorprendería y alarmaría que me llamaran. Confieso que me alarmo grandemente
incluso cuando escucho que alguien quiere conocerme, pues mi experiencia me ha
enseñado que de ese modo tan solo adquirimos la certeza de nuestra mutua
extrañeza, de la que de otro modo nunca podríamos haber sido conscientes.
Todavía no he recuperado la fuerza suficiente para una caminata como la que
me propone[137], aunque me encuentro lo bastante bien como para dar paseos conos y
trabajar en mi habitación. Incluso en estas circunstancias, soy el mayor caminante de
Concord —para su desgracia, todo sea dicho—. Recuerdo nuestras caminatas,
nuestras charlas y paseos en barca con gran satisfacción, y confío en que se repetirán
en breve; que recogeremos leña de nuevo, pues incluso en primavera debemos
buscar «combustible para alimentar nuestros fuegos».
Tal y como sugiere, tendemos a valorarnos el uno al otro por lo que somos de
un modo absoluto, y no en términos relativos. ¿Qué le sugiere este símbolo de la
afinidad[138]?
Sr. Blake:
Hace tiempo que no reúno pensamientos tales como los que me gustaría leer
para la audiencia de la que me habla. Tengo muchas cosas parecidas sobre las que
podría hablar, o leer, pero no dispongo de tiempo ahora para prepararlas. Acaso algo
de lo que tengo ya listo pudiera resultarles interesante y renovador, pero no quisiera
pasar el sombrero por ello. He estado leyendo algunos ensayos para ver si encajan
con su audiencia: pero, aunque al leerlos para mi mismo me merecieron bastante
consideración, cuando conseguí un oyente para probarlos, sentí que no responderían
a su finalidad. ¿Cómo podría permitirle que reuniese una audiencia ante la cual
leerlos? En realidad, lo que tengo es bien demasiado disperso e impreciso, bien
demasiado liviano, o bien es demasiado científico y práctico (en los últimos tiempos
tropiezo con muchas cosas así) para una audiencia tan hambrienta.
Soy todavía un aprendiz, no un maestro, y me alimento de un modo algo
omnívoro, ramoneando tanto los tallos como las hojas, pero quizá dentro de poco
pueda hablar con precisión y autoridad, siempre y cuando la filosofía y los
sentimientos no queden enterrados bajo una multitud de detalles.
No rechazo su invitación: antes bien, la acepto, aunque cambiando la fecha.
Me considero ya, pues, invitado a Worcester, y doy las gracias a quien me invita. En
cuanto a la excursión a Harvard[144], ¿me permite sugerir otra? Vengan usted y
Brown a Concord el sábado, si el tiempo es bueno, y pasemos el día aquí, en el río o
en las colinas, o en ambos. Así ahorraremos algo de dinero (que es importante para
nuestras almas), y perderemos… no sé qué. Dice que hace tiempo ya habló de venir
aquí, hágalo ahora. No le pido que lo haga porque crea que mi compañía merece la
pena, sino porque creo que nos reforzamos el uno al otro. No hay más de una hora
de viaje a caballo, y una vez aquí puede hacer lo que le plazca.
Entonces veremos si hemos de ofrecer alguna disculpa por nuestra existencia.
Venga a Concord, venga a Concord, ¡venga a Concord! O… incumplirá su palabra.
En relación a la disputa sobre la soledad y la sociedad, cualquier comparación
es impertinente. Es una marcha ociosa en el llano, en la base de la montaña, en lugar
de escalar continuadamente hasta la cumbre. Por supuesto, estará feliz por toda la
compañía que pueda encontrar para subir con usted. «¿Vendrá a la gloria
conmigo?», dice el estribillo de la canción[145]. Amo tanto a la sociedad que ingiero
todo lo que se cruza en mi camino de un solo trago. No es que amemos estar solos,
sino que amamos llegar muy alto, y cuando lo hacemos, la compañía se vuelve cada
vez más escasa, hasta que desaparece. Sea el Tribune en el llano, o un sermón en la
montaña, o un éxtasis privado aún más arriba[146]. No debemos dejar de señalar hacia
las cumbres, aunque la multitud no ascienda a ellas. Utilice a toda la sociedad que
pueda asistirle. Pero quizá no he conseguido entrar en la esencia de su pensamiento.
Eagleswood, Nueva Jersey, 19 de noviembre de 1856
Sr. Blake:
Llevo aquí más tiempo del que esperaba, pero he demorado mi respuesta
porque no sabía cuándo podría volver. Aún no sé si será dentro de tres o cuatro días.
Esta incertidumbre me hace imposible establecer un día para verle, hasta que sea
demasiado tarde para saber de usted de nuevo. Considero, por tanto, que debo ir
directamente a casa. No creo que deba leer de nuevo mi conferencia «De qué nos
beneficiamos» en Worcester, pero si está seguro de que merece la pena (es una
consideración importante), viajaré expresamente desde Concord. He leído tres de
mis últimas conferencias (esa incluida) a la gente de Eagleswood, e
inesperadamente, con bastante éxito: es decir, me daba cuenta de que lo que estaba
diciendo, con discreción, penetraba en sus oídos.
Debe disculpar que le escriba una carta tan poco filosófica, pero ahora mismo
soy tan solo Thoreau el agrimensor, y es imposible conseguir un poco de soledad en
este lugar.
Alcott ha estado aquí tres veces; hace dos sábados fui con él y con Greeley,
por invitación de este último, a la granja de G., a sesenta kilómetros al norte de
Nueva York. Al día siguiente A. y yo escuchamos el sermón de Beecher; y lo que es
más, visitamos a Walt Whitman la mañana siguiente (A. ya lo había visto antes), lo
que nos interesó y motivó mucho. Aparentemente es el mayor demócrata que el
mundo haya visto. Reyes y aristócratas perecen arrojados por la borda, como hace
tiempo que lo merecían. Una naturaleza de extraordinaria fuerza y aspereza, pero de
disposición dulce, y muy apreciado por sus amigos. Aunque su aspecto es peculiar y
rudo y su piel rojiza (¿en todo el cuerpo?), es, en esencia, un caballero. Mantengo
mis dudas acerca de él: siento que es ajeno a mí, en cualquier caso y, sin embargo,
su presencia me apresa. Es muy abierto y claro, aunque, como ya he dicho, no es
delicado. Él dice que lo malinterpreté. No estoy seguro de ello. Nos contó que le
encanta pasar el día subiendo y bajando la avenida Broadway en un ómnibus,
sentado junto al conductor, escuchando el estruendo de los carros, y, a veces,
gesticulando y declamando a voz en grito a Homero. Durante mucho tiempo ha
trabajado como editor y escritor en distintos periódicos. Fue editor del New Orleans
Crescent, pero ahora no tiene más dedicación que la de leer y escribir durante la
mañana y pasear por la tarde, como hace la pequeña nobleza de los garabateadores.
Es probable que esté en Concord la semana que viene, de modo que puede
encontrarme allí.
Concord, 6 de diciembre de 1856
Sr. Blake:
Espero que haya recibido una carta que le envié desde Eagleswood, sobre la
medianoche pasada. Pasé por Worcester la mañana del 25 de noviembre, y me
demoré algunas horas (de 3:30 a 6:20 h) en la sala de viajeros de la estación, algo
que ahora me parece haber soñado. Dado que el primer tren de Harlem
inesperadamente enlazó con el primero de Fitchburg, no pude pasar con usted la
mañana tal y como le había anunciado, a causa del equipaje, etc. Si hubiese sido una
hora conveniente, podría haberme encontrado con usted, es decir, si no se hubiera
marchado a la carrera de caballos. Pero imagínese: ¡hacerle una visita a las tres y
media de la madrugada! (Ambos habríamos necesitado gran valentía para
encontrarnos a esa hora). Por decirlo de algún modo, ignoramos el hecho de que la
humanidad no está en casa; no es que esté fuera, sino tan profundamente dentro que
no se la puede ver, durante casi la mitad del día en esta época del año.
Caminé por la calle principal a las cinco y media, en plena oscuridad, e hice
una larga pausa frente a la tienda de Brown, tratando de reconocer sus rasgos, y
pensando si debía dejarle su ejemplar del Putnam junto a la puerta, aunque decidí no
arriesgarme. Mientras, un vigilante (?)[147] parecía seguirme, y me fui. Volví poco
después por allí, y un muchacho me ofreció uno de los primeros ejemplares del
Transcript, un muchacho a quien en realidad apenas podía ver a causa de la
oscuridad. Así que me retiré, preguntándome si usted y B. se habrían enterado de
que estuve allí. No pueden ni soñar quién ocupa Worcester mientras están todos
dormidos. Ocurrieron varias cosas durante aquella noche que, me atrevo a decir, no
fueron reflejadas en el Transcript. Una gata cazó un ratón en la estación, y se lo dio
a su cría para que jugara. De modo que la tragedia mundial se produce tanto de
noche como de día, y la naturaleza está enfáticamente equivocada. También vi a un
joven irlandés arrodillarse ante su madre, como si rezara, mientras esta le quitaba
una mota del ojo con la lengua; y pensé que nunca es tarde (¿o quizá temprano?)
para aprender algo nuevo. Todo esto ocurría mientras usted y B. estaban, a todos los
efectos prácticos, en ningún sitio, fuera de servicio —para la sociedad, para las
carreras de caballos, para que pudiese devolverles un número del Putnam—. Es
cierto que podría haberlo llamado a la vida, pero habría sido un acto cruel
considerando el tipo de vida a la que habría vuelto.
Sin embargo, de buena gana le escribo ahora a la luz del día y le cuento
algunas cosas de mi vida, como lo que acabo de contarle, y lo llamo a que vuelva a
su vida, que no siempre es la que vive, ni siquiera de día. ¡Blake! ¡Blake! ¿Está
despierto[148]? ¿Se da cuenta de lo gloriosa que es la mañana, de la irrepetible y
esperada oportunidad que se les ofrece ahora de conseguir vida y sabiduría?
En cuanto a mí, estoy tratando de despertar, de expulsar el sueño por mis
poros; pues, en general, me tomo las cosas tan despreocupadamente como un poste
de la cerca: absorbo el frío y la humedad como él, y siento el grato cosquilleo que
me producen los líquenes que poco a poco se extienden sobre mí. ¿No debería
conformarme, entonces, con ser un poste de cedro, que dura veinticinco años?
¿Acaso no es eso preferible a ser el campesino que lo colocó, o aquel que predica a
los campesinos, para finalmente llegar al cielo de los postes? Me gustaría tanto
como al resto. Pero no me importaría brotar como un árbol, desplegar hojas y flores,
y dar frutos.
Me siento agradecido por todo lo que tengo y todo lo que soy. Mi
agradecimiento es perpetuo. Es sorprendente lo satisfecho que puede uno llegar a
sentirse sin nada definido, tan solo con el sentir de la existencia. Hacer que algo
mane, como de un pozo, para variar. Estoy dispuesto a hacerlo durante los próximos
diez mil años y quedar exhausto. ¡Qué dulzura de pensamiento! Mis extremidades
bien carbonizadas, y mi parte intelectual también, de modo que no exista el peligro
de que se infecten y se pudran durante una buena temporada. Mi aliento me resulta
dulce. Cómo río cuando pienso en mis vagas y abstractas riquezas. Ningún asalto en
el banco puede arrebatármelas, pues mi riqueza no es posesión, sino dicha.
¿Por qué existen todos estos años? Ahora llega otro invierno, ¿será similar al
anterior? ¿No podemos satisfacer a los mendigos de una vez para siempre?
¿Ha recogido ya la madera para el invierno? ¿Qué otras cosas se ha
procurado? ¿Para qué sirve un gran fuego sobre la tierra y un pequeño fuego
aturdido en el corazón? ¿Está preparado para realizar la campaña decisiva: pagar su
costosa formación, pagar por los soles del pasado verano, por la felicidad e
infelicidad que se le prodigaron?
¿No pasa el Tiempo más rápido que el más veloz trote o ambladura de los
caballos?
Despierte a Brown. Recuérdele sus deberes, que sobrepasan el periodo y la
duración de los años de Worcester, pasados y por venir. Dígale que se asegure de
que se encuentra en la calle mayor, por más estrecha que sea[149], y de que disponga
de una señal luminosa, visible de noche y de día.
Aquellos que nos esperan, ¿no son realmente pacientes? Pero ni siquiera ellos
serán los perdedores.
7 de diciembre
Ese Walt Whitman del que le hablé es lo que más me interesa en estos
momentos. Acabo de leer su segundo libro (que me dio él personalmente), y me ha
sentado mejor que ningún otro libro en mucho tiempo. Quizá los poemas que mejor
recuerdo son «Un americano» y «El poema del ocaso». Hay dos o tres poemas en el
libro que me parecen desagradables, como mínimo; simplemente sensuales. No
celebra en absoluto el amor. Es como si las bestias hablaran. No creo que los
hombres se hayan avergonzado sin razón. Por supuesto, siempre ha habido antros
donde hazañas como estas han sido recitadas sin vergüenza, y no merece la pena
competir con sus habitantes. Pero, incluso sobre este asunto, ha dicho más verdades
que ningún otro norteamericano o contemporáneo que conozca. Creo que su poesía
es estimulante, alentadora. En cuanto a su sensualidad —y puede que le resulte
menos sensual de lo que parece—, no es tanto que desee que esos poemas no
hubieran sido escritos, como que hombres y mujeres fuesen tan puros que pudiesen
leerlos sin perjuicio, es decir, sin comprenderlos. Una mujer me dijo que ninguna
mujer podía leerlos, como si el hombre pudiera leer lo que a la mujer le está vetado.
Por supuesto, Walt Whitman no puede comunicarnos experiencia alguna, y si nos
provoca conmoción, ¿a quién pertenece esa experiencia que revive en nosotros?
Tras algunas deducciones, en conjunto me parece muy valiente y
norteamericano. No creo que todos los así llamados sermones que se han predicado
en estas tierras juntos igualen su cualidad predicadora.
Debemos regocijarnos con él. En ocasiones sugiere algo más allá de lo
humano. No se le puede confundir con el resto de los habitantes de Brooklyn o
Nueva York. ¡Cómo deben de estremecerse cuando lo lean! Es terriblemente bueno.
Sin duda, a veces me siento cohibido. Su sinceridad y tópicos me liberan el
entendimiento y lo preparan para percibir maravillas; por así decirlo, me pone sobre
una colina o en medio de una llanura, me zarandea y echa encima una tonelada de
tierra. Aunque brusca, y a veces inútil, es una gran poesía primitiva, una alerta o
toque de trompeta sonando en el campamento norteamericano. Maravillosa como la
poesía oriental, demasiado, teniendo en cuenta que cuando le pregunté si la había
leído, me respondió: «No, hábleme de ella».
No llegué muy lejos en mi conversación con él, pues había dos personas más,
y entre las pocas cosas que me arriesgué a decir, recuerdo que una fue, en respuesta
a su papel como representante de Estados Unidos, que no tenía en gran
consideración a los Estados Unidos ni a la política en general, etc., lo que le debió
de suponer una pequeña decepción.
Desde que lo vi, me doy cuenta de que ya no me disturba ninguna
presuntuosidad o egoísmo en sus libros. Puede llegar a ser el menos fanfarrón de
todos, pues tiene más derecho a sentirse confiado.
Es un gran hombre.
Concord, 31 de diciembre de 1856
Sr. Blake:
Creo que este año no merecerá en absoluto la pena que vaya a Worcester a
dar conferencias. Por desgracia, creo que será mejor que espere a estar más
recuperado. Mi escritura no ha asumido forma de conferencia, y por tanto estaría
obligado a leer una de las tres o cuatro conferencias antiguas, la mejor de las cuales
ya la he leído a algunos de sus oyentes. Llevé esa que yo llamo «Caminar, o la
Naturaleza salvaje» a Amherst, New Hampshire, la tarde de aquel frío jueves[150], y
leeré otra[151] en Fitchburg el 3 de febrero. Soy, simplemente, su jornalero. Es
probable que esta sea la extensión de mi gira de conferencias por los alrededores.
Por tanto, tendré que reunirme con el señor Wasson[152] en otro momento.
Creo que me cuesta mucho más de lo que aprovecho el dar conferencias ante
un público variado. Es una injusticia irreparable para mi modestia: hasta tal punto
me vuelvo inflexible. ¡Oh, soledad! ¡Oscuridad! ¡Mezquindad! Nunca triunfo tanto
como cuando triunfo a ojos del vecino. El conferenciante cobra cincuenta dólares
por sesión, pero ¿qué ocurre con su invierno? ¿Qué consuelo le procurará tener
incluso cincuenta mil dólares para vivir en el mundo? No quiero dar ninguna parte
de mi vida a cambio de dinero.
Estos, se podría pensar, son motivos para no dar conferencias, cuando no se
tiene ninguna oportunidad importante. Tal vez sea así. Podría dar una conferencia
sobre las hojas secas de roble[153]; podría, pero ¿quién querría escucharme? Si
tuviese que impartirla ante cualquier vasta audiencia, temo que sería una ganancia
ínfima para ellos y una pérdida segura para mí. Me habría comportado como un
villano con respecto a mis amigos y queridos asaltantes.
En estos momentos, hago mediciones de terrenos… y también doy
conferencias. Hágame llegar la crema de su «plato de suave nata»[154].
H. D. T.
Concord, 18 de agosto de 1857
Sr. Blake:
Por decimoquinta vez: tengo la sensación de que necesita algún cometido
absorbente. No importa cuál sea, mientras sea honesto. Dicha ocupación favorecerá
su desarrollo en direcciones más definidas e importantes. Sabe bien que debe haber
un fuerte impulso para manejar correctamente el timón, aunque no sea hacia su
puerto, para evitar la deriva hacia las rocas y los bancos de arena. Algunas velas
tienen tan solo esa función. Está, por ejemplo, la gran flota de eruditos y hombres de
ciencia, llegando y partiendo de cada costa, y a salvo por tanto de chocar contra los
arrecifes, y que, esperamos, finalmente llegará al puerto que le corresponde.
Es una pena que no se encontrara aquí con Brown y Rogers[155]. Creo que en
este caso, y como excepción, cuantos más, mejor.
Sin duda se percató de que no consideré la idea de ir juntos a Maine en
excursión, tal y como había planeado[156]. Cuanto más lo pensaba, más imprudente
me parecía. Sí pensé en escribirle antes de ir, aunque no para proponer que usted
también viniera, pero al final me fui de un modo muy repentino, y tan solo habría
podido escribirle una carta formal, de haberlo intentado, cuando no había ningún
formalismo que cumplir. Ya he vuelto, y creo que he tenido un viaje bastante
provechoso, sobre todo gracias al encuentro con un inteligente indio[157]. Mi
compañero, Edward Hoar[158], también disfrutó, pese a que sufre considerablemente
cuando se ve obligado a cargar sobrepesos a través de caminos encharcados y
accidentados, como en una ocasión en que hubimos de recorrer cinco millas por una
ciénaga donde el agua nos llegaba a las rodillas y los árboles caídos no nos
permitían ver nada. Se cayó tres veces, pues le resultaba extremadamente dificultoso
llevar toda su carga. Ello impidió que ascendiese el Ktaadn. Las mejores noches
fueron aquellas en las que más llovía, por los mosquitos. Le cuento estas cosas, que
eran previsibles, para que entienda por qué no lo invité.
Ya de regreso, me felicito de que el mundo parezca un poco más grande en
algún sentido, y no, como suele suceder, más pequeño y vacuo, al haber aumentado
la escala. He realizado una corta excursión al nuevo mundo en el que los indios
moran. Comienza allí donde nosotros acabamos. Merece la pena detectar nuevas
facultades en el hombre. Es lo más sagrado. El indio, que tan maravillosamente sabe
encontrar su camino en el bosque, posee tal y tanta inteligencia que el hombre
blanco no posee… y esto acrecienta mi propia capacidad, y no solo la fe, para
observarle. Me alegra ver que la inteligencia transcurre por diversos canales,
distintos del que yo conocía. Rescata a mis ojos dotes que antes me parecían
brutales.
Es una gran satisfacción ver que sus más antiguas convicciones son
permanentes. Respecto a los hechos esenciales, nunca he tenido razón alguna para
cambiar de idea. El aspecto del mundo cambia de un año a otro, del mismo modo
que el paisaje se viste de otro modo, pero a mí me parece que la verdad es todavía
verdadera, y no reniego de uno solo de los énfasis que pueda haber inspirado.
Ktaadn sigue ahí, pero es todavía más seguro que mi convicción siga también ahí,
apoyándose en el mundo con más extensión y peso que una montaña, origen siempre
de arroyos fecundos, y permitiendo gloriosas vistas desde su cumbre, si consigo
escalarla de nuevo. Como los montes se yerguen sobre la llanura, y más inmutables
y permanentes aún, siguen todavía agrupadas por ahí, más o menos cercanas a mi
ojo maduro, las ideas que he acariciado, las eternas ubres de las que extraemos
nuestro alimento.
Concord, 16 de noviembre de 1857
Sr. Blake:
Me lleva ventaja otra vez y, sin embargo, era yo quien le debía una o dos
cartas, si no me equivoco.
Mucho se habla estos días de la dureza de los tiempos; pero creo que la
comunidad en general, sacerdotes incluidos, tiene una visión incorrecta del asunto, y
algunos de estos sacerdotes pretenden guiarnos con esa fórmula que hacen pasar por
buena. Este fracaso general, privado y público, es también una ocasión para el
regocijo, pues nos recuerda quién sabe realmente llevar el timón, y que siempre se
hace justicia. Si la mayoría de nuestros comerciantes no se arruinara, al igual que los
bancos, mi fe en las antiguas leyes del mundo se tambalearía. La noticia de que
noventa y seis de cada cien personas que se dedican a estos negocios quebrarán[159]
próximamente es lo más agradable que han revelado las estadísticas, estimulante
como el olor de los sauces en primavera. ¿No está escrito en algún lugar «El señor
reina, regocíjese la tierra»[160]? Si se deja sin empleo a miles quiere decir que no
estaban bien empleados. ¿Por qué no se dan cuenta? No basta con ser trabajadores:
también lo son las hormigas. ¿En qué se emplea ese trabajo?
Los comerciantes y las empresas siempre se han reído del trascendentalismo,
de las leyes eternas, etc., rechazando «a esos lunáticos»[161], como si ellos estuvieran
anclados en algo no solo definido, sino también seguro y permanente. Si había
alguna institución que se presumía asentada sobre pilares sólidos y seguros, y que
como ninguna otra representaba este tan jactancioso sentido común, la prudencia, y
el talento práctico, esa era la banca, y ahora resulta que esos bancos son simples
juncos sacudidos por el viento[162]. Apenas ningún banco del país ha cumplido su
promesa. Es como si solo hiciera falta vivir cuarenta años en cada era de este mundo
para ver a sus más esperanzadores gobiernos convertirse en el Gobierno de
Kansas[163]. No solo las comunidades del Brook Farm o las fourieristas[164] han
fallado, sino que la comunidad en general ha fracasado. Pero «esos lunáticos» siguen
ahí, serenos, benéficos e inmutables. Los malos tiempos, pienso yo, tienen este
valor, entre otros: que nos enseñan qué promesas merecen la pena, dónde se
encuentran los bancos seguros. El otro día escuché alabar a un tal Sr. Eliot por haber
pagado parte de sus deudas, pese a que hubo de dar a cambio casi todo lo que tenía
(yo mismo he hecho lo propio muchas veces, e incluso más), e irse a una pensión.
Lo ha hecho ¿y qué? Espero que haya encontrado un alojamiento decente, y que lo
pueda pagar. No todo el mundo puede permitírselo. En mi opinión, sin embargo, es
más barato mantener una casa, siempre y cuando no sea demasiado grande.
A veces le dirán que «el dinero es duro». Lo que muestra que no está hecho
para comérselo, respondo yo. Imagine tan solo un hombre en este nuevo mundo, en
su cabaña de madera, en medio de un campo de maíz y patatas, con una granja a un
lado, ¡hablando de lo duro que es ganar dinero! También son duras las piedras, que
no tienen aleación alguna. ¿Qué tiene todo eso que ver con cultivar su comida, cortar
la madera, quedarse en casa cuando llueve, y, si es necesario, hilar y tejer la ropa?
Algunos de los que se hundieron con el barco de vapor el otro día se percataron de
que el dinero también era pesado[165]. Piense en un hombre enorgulleciéndose de
poseer esta clase de abundancia, como si realmente lo enriqueciera. Es como si
alguien luchara por mantenerse a flote en medio del océano con una bolsa de oro a la
espalda y dijera con voz entrecortada: «Valgo cientos de miles de dólares». Los veo
luchar con tal ineficacia como en tierra firme, no: con menos esperanzas aún, pues
en el primer caso, antes de hundirse, sueltan la bolsa, pero en el segundo piensan que
resistirán y acaban hundidos con ella. Los veo nadando con sus pesados abrigos,
recogiendo sus rentas y recibiendo realmente lo que se merecen, bebiendo un agua
amarga que incrementa su sed, cada vez más sumergidos, hasta que al final se
hunden hasta el fondo. Pero pasemos a otro tema.
¿Ha leído alguna vez la obra de Ruskin[166]? Si no es así, le recomiendo que
empiece por el segundo y el tercer volumen (que no partes) de su Pintores
modernos. Estoy leyendo ahora el cuarto, y he leído otros de sus libros en los
últimos tiempos. Son particularmente buenos y alentadores, aunque no sin crudeza y
beatería. Los temas sobre los que hablan los volúmenes referidos son la Eternidad, la
Belleza, la Imaginación, el Amor, la Naturaleza, etc., de todo lo cual se habla con un
estilo muy vivo. Me sorprendieron mucho. Es reseñable que se hable de estas cosas
en relación a la pintura en lugar de a la literatura. Las siete lámparas de la
arquitectura es también muy bueno, pero, según recuerdo, habla demasiado de arte
para mi gusto y el de los hotentotes[167]. Nosotros queremos saber sobre los hechos y
las cosas en general. Nuestro hogar es aún una choza.
Seguro que le ha enriquecido su paseo solitario por las montañas. Creo que,
cuando me encuentro en las cumbres, siento el mismo temor que los demás sienten
al entrar en una iglesia. ¡Para ver qué clase de tierra es esa en la que, tal vez, tenga
una casa y un jardín en algún lugar! Se requieren muchos años. Debe ascender a una
montaña para conocer su relación con la materia, y después su relación con su
propio cuerpo, pues este se encuentra allí en su hogar, aunque usted no. Podría haber
sido creado allí, y no tendrá que ir más allá para volver al polvo, no más que si
estuviese en su jardín; sin embargo, su espíritu, inevitablemente, se aleja y se lleva
consigo el cuerpo, si aún vive. En realidad, igual de terrible y glorioso es su jardín.
¡Mire cómo puedo jugar con los dedos! Son los mejores acompañantes que nunca he
tenido. ¿De dónde provienen? ¡Qué extraño control ejerzo sobre ellos! ¿Quién soy?
¿Quiénes son estos pequeños picos —llámelos Madison, Jefferson, Lafayette[168]—?
¿De qué están hechos? ¿Hablo de mis dedos? En poco tiempo podrían formar parte
de la cristalina cima del monte Washington. Voy allí a visitar a los primos de mi
cuerpo. Hay dedos de las manos, dedos de los pies, entrañas, etc., por los que me
intereso, y luego me pregunto por las relaciones entre ellos.
Déjeme que le recomiende algo: escriba con precisión lo que ha supuesto para
usted ese paseo por las montañas, y vuelva a dicho ensayo una y otra vez hasta que
esté convencido de que contiene todo lo importante de su experiencia. Dese a sí
mismo un motivo tan importante para justificar su viaje a las montañas, pues la
humanidad está siempre caminando por una montaña. No crea que puede expresarlo
con claridad las diez primeras veces que lo haga, pero inténtelo de nuevo, sobre todo
cuando, tras una pausa necesaria, intuya que está tocando el corazón o la cumbre de
la materia, siga insistiendo y ríndase cuentas a usted mismo sobre aquella montaña.
No es que el relato haya de ser largo, pero le llevará mucho acortarlo. No me llevó
mucho llegar a la montaña, pensó. ¿Pero realmente la coronó? Si ha estado en la
cima del monte Washington, déjeme que le pregunte qué encontró allí. Es así como
se prueba a los testigos, ya sabe. Ir allí y exponerse al viento no significa nada. No
escalamos mucho cuando vamos, sino que nos tomamos el almuerzo, etc., como si
estuviéramos en casa. Es cuando volvemos a casa cuando realmente hemos
coronado la montaña. ¿Qué nos dijo la montaña? ¿Qué hizo la montaña?
Mantengo una montaña anclada un poco hacia el Este, y la escalo en sueños,
tanto dormido como despierto. Su amplia base se extiende por uno o dos pueblos,
que no saben de ella, ni ella de los aldeanos, ni tampoco yo cuando la asciendo.
Puedo ver su contorno general con tal claridad ahora en mi mente como el de
Wachusett[169]. No me invento nada, digo exactamente lo que veo. Me doy cuenta de
que voy hacia ella cuando me siento ligero y decidido. A veces echa humo, como los
altares donde se realizan sacrificios. No me consta que ningún aldeano la frecuente o
sepa de ella. Prefiero cabalgar sobre esta montaña que sobre cualquier caballo.
¿Seguro que vio el lago Moosehead desde el monte Washington? Debe de
estar a unos doscientos kilómetros de distancia, dos veces más lejos que el Atlántico,
lo cual hace dudar de que haya podido verlo. ¿No seria el Umbagog[170]?
El Dr. Solger[171] ha estado dando unas conferencias en la sacristía de la
ciudad sobre geografía, para los estudiantes de Sanborn[172], durante varios meses, a
las cinco de la tarde. Emerson y Alcott han ido a escucharlo. Me sorprendió que este
último me preguntara, el otro día, si no acudiría yo también a escuchar al Dr. Solger.
¡Cómo! ¡Acudir a una sala para estar sentado a esa hora del día cuando puedo estar
al aire libre! Nunca se me habría ocurrido. ¿Para qué se hizo el sol? Si él no valora
la luz del día, yo sí. Que dé una conferencia a búhos y lirones. Tendría que ser
realmente un gran conferenciante para conseguir que me quedase dentro a esa hora
del día, cuando se acerca la noche en la que ningún hombre puede caminar[173].
¿No dispone de divertimentos suficientes en estos momentos? Juegue
entonces al juego de fabricarse una vida. Nunca hubo nada igual. Hágalo con
sobriedad, y no sude. No deje que se le escape este secreto: tengo un plan contra la
ópera[174]. ¡¡Ópera!! Pásame las exclamaciones, muchacho[175].
Es hora de familiarizarse con su montón de leña (esto póngalo en la categoría
«Tarea del mes»), y cerciórese de que pone algo de calor en el modo en que lo
consigue. No se conforme con ser calentado pasivamente. Hay en ello un alto riesgo
de que el calor exterior se vea amenazado por ello. Sin embargo, un calor positivo
en el interior puede resistir al fuego del horno, de la misma forma que el calor vital
de un hombre vivo puede oponerse al calor que asa la carne.
Concord, 1 de enero de 1859
Sr. Blake:
Quizá le interese escuchar que Cholmondeley ha estado otra vez por aquí, tras
pasar por Montreal y el lago Huron, en ruta hacia las Antillas, o más bien hacia
Weisst-nicht-wo[176], adonde me incita a que le acompañe. Parece más expresivo que
otras veces y, en general, lo que podría llamarse «un buen hombre», de principios y
bastante fiable, pero muy peculiar. He estado en New Bedford con él para enseñarle
una ciudad con puerto ballenero y Rockeston. Me alegró saber que había visitado a
R. ¿Qué le pareció? Sospecho que no se gustaron demasiado.
He vuelto en los últimos tiempos a esa gloriosa compañía que llamamos
Soledad, donde continuamente nos encontramos con los amigos, y desde la que
podemos imaginar que el mundo exterior también está poblado. Sin embargo,
algunos de mis conocidos de buena gana me llevarían al hospicio por el bien de la
sociedad, como si yo mismo suspirara por esa posibilidad, cuando yo me considero
muy amigable, y siempre estoy ocupado. Sin embargo, nunca creen una palabra de
lo que digo. Disponen de un círculo[177], cuya sede está en la Parker House[178] de
Boston, y con eso me machacan de vez en cuando en su intento por convertirme en
carne picada o tierna, apropiada para servir como cena en cualquier reunión.
El Dragón apaleó
A Hércules con su bastón,
Pero el abogado More de More Hall
Con nada en las manos
Mató al Dragón de Wantley.[179]
¡Oh! Ese abogado More de More Hall sabía a lo que jugaba. Channing, que
me escribió una vez sobre ello, blandiendo el bastón con fuerza (es probable que
azuzado por otro), dice ahora, en serio, que siente darse cuenta por mis cartas de que
estoy «absorto en la política», y añade, suplicando mi perdón por su franqueza:
«¡Cuídese de una vida extraña que le resulte extraña!», y así cumple con su deber y
se lava las manos. Le digo que es como si le dijera al perezoso, a ese hombre que se
arrastra lentamente por un árbol y llora de vez en cuando: «¡Cuídese de bailar!».
Todos los médicos coinciden en que sufro falta de sociabilidad. Nunca hubo
un caso como el mío. Primero, no tenía conciencia de sufrir. Segundo, como diría un
irlandés, pensaba que sufría una indigestión de sociedad. Es indispensable que
ingiera una dosis de Lowell & Agassiz & Woodman[180].
En cuanto a la Parker House, fui una vez, un día en que el círculo no se
reunía, pero me pareció difícil ver a través del humo de los cigarros, y los hombres
se sentaban en sillones repartidos por el suelo de mármol, tan gordos como patas de
tocino en un ahumadero. Era todo humo y nada de sal, ni ática[181] ni de otro tipo. El
único salón de Boston que visito sin dudarlo es la Sala de Caballeros de la Estación
de Fitchburg[182], donde espero los coches, a veces durante dos horas, que me
sacarán de la ciudad. Es un paraíso comparado con la Parker House, pues no se
permite fumar y hay mucha más tranquilidad. Un gran y respetable círculo la alquila
(el Town & Country Club) y estoy seguro de que siempre encontraré allí a alguien
cuya cara esté vuelta en la misma dirección que la mía[183].
Mi último ensayo, en el que aún trabajo, se llama Colores de otoño. No sé
cuán legible será (para mí y para otros).
Conocí al Sr. James[184] la otra noche, en casa de Emerson, en una
conversación alcottiana[185], en la cual, no obstante, Alcott apenas intervino, pues le
disturbaba la oposición de James. Este último es un hombre efusivo, pero con el que
se puede discutir amigablemente, debido tanto a sus doctrinas como a su buen
temperamento. Pronuncia dogmas cuasifilantrópicos adornados con un estilo
metafísico, pero son muy rudimentarios a efectos prácticos. Culpa a la sociedad de
todos los crímenes que se producen, y alaba al criminal que los comete. Sin
embargo, creo que todos los remedios que se le ocurren —pues no va más allá,
simple como es— nos dejarían tal y como estamos. Ya que, por supuesto, no es
regalando un pavo el Día de Acción de Gracias como pretende convertir a los
criminales, sino con una comprensión genuina de cada uno de ellos: de aquel que,
por ejemplo, falsamente anuncia al mundo desde el patíbulo que nunca nadie le ha
tratado bien desde el día que nació. Pero no es algo fácil comprender a los demás,
aunque se tenga la mejor disposición para ello. Ahí está Dobson[186], en la colina. ¿Y
acaso no hemos intentado todos, usted, yo, el mundo entero, acercarnos a él? (Como
sin duda él a nosotros). Y, sin embargo, no hemos conseguido más que enviarlo
alguna vez al correccional, y él a su vez, por otro lado, según dicen, nos ha enviado
a otro lugar en varias ocasiones. He aquí el verdadero estado de la cuestión, según la
entiendo yo, al menos en lo que respecta a los remedios de James. Y aquí estamos,
¡ay!, ejerciendo toda la caridad que en verdad poseemos, y que nuevas leyes no
podrían incrementar. Aunque, quizá, podríamos hacer alguna mejora en el
correccional. Usted y yo somos Dobson. ¿Qué hará James por nosotros?
¿Ha encontrado al menos en sus andanzas el lugar donde la soledad resulta
dulce?
¿En qué montaña se encuentra ahora acampado? Pese a que disfruté de mi
estancia en las montañas, he de confesar que el viaje no me ofreció nada interesante.
Tampoco esperaba que lo hiciera. El plan de viaje no era lo suficientemente simple y
audaz. Primero hay que tener una exigencia infinita, y que no esté falta de razón,
sino que se corresponda con la inversión que se está haciendo, y tener un propósito
que todo lo absorba y, mientras los pies te llevan de acá para allá, viajar mucho más
con la imaginación.
Para que las montañas se desplacen, viva en casa como un viajero. No debería
ser en vano que se nos muestren todas esas cosas día tras día. Cada hoja marchita
que veo en mis paseos, ¿acaso no he viajado precisamente para encontrarla?
Viajado… ¿quién puede saber hasta dónde? ¡Qué locos están quienes piensan que su
El Dorado se encuentra en cualquier parte excepto allí donde viven!
A mi parecer, estamos siempre al borde de un precipicio, aun cuando nuestros
cuerpos caminen tranquilamente por las calles de Worcester. Nuestras almas (utilizo
esta palabra a falta de otra mejor) están encaramadas en sus rocosas laderas, mirando
hacia las llanuras. (Cuando le prestamos atención, vemos que nuestro propio cuerpo,
el lugar donde acampa «el alma», es mucho más que la Garganta de Tuckerman[187].
Sin embargo, las águilas siempre han elegido lugares escarpados para asentar sus
nidos).
Siempre es así en las ciudades de las llanuras[188]. Sus calles pueden estar
pavimentadas con plata y oro, y seis carruajes pueden recorrerlas uno al lado de otro,
pero los verdaderos hogares de sus ciudadanos están en las gargantas de Tuckerman
que se despliegan desde ese centro hacia las montañas, una para cada hombre, mujer
y niño. Así lo han dispuesto los maestros de la vida. Ese es su beau-ideal de una
casa de campo. No hay riesgo de dejarse la garganta antes de llegar.
Y así vivimos en Worcester y en Concord, donde cada hombre se ejercita con
regularidad en su precipicio, cual león en su jaula, y, a veces, se tuerce el tobillo al
hacerlo[189]. Disponemos de muy pocos días despejados, y son demasiadas las plagas
diminutas que nos mantienen ocupados. A veces, imagino, escucha a un vecino
quejarse (Brown, por ejemplo) y piensa que es un oso[190]. Sin embargo, en general
pensamos que es muy grata y estimulante esta vida en el barranco. Con todo, es una
gran ventaja vivir tan alto y tener ese drenaje en esa ciudad de Dios. La rutina no es
más que una suerte de aburrido e insignificante barranco, tan alto como un surco o el
pasaje que une dos charcos. Pero estos barrancos son el origen de grandes corrientes,
fuertes, heladas y salvajes, pues están infestadas de osos y loup-cerviers[191]. De ellas
han nacido no solo Sacos y Amazonas[192], sino también profetas para redimir al
mundo. La por fin tranquila y fértil agua que beben las naciones y de la que se
abastecen las flotas, comienza con glaciares que se derriten y que revientan en
ráfagas. Recemos para que, si no fluimos por algún valle del Misisipi que
fertilizamos —y es bastante improbable que lo hagamos—, nos hallemos entre las
paredes de una montaña sombría y poderosa, en medio de las nubes, muy escarpada,
a través de abetos enanos y píceas, en las cavidades rocosas de las pendientes,
ejercitando nuestros entendimientos, creciendo.
Concord, 26 de septiembre de 1859
Sr. Blake:
No estoy seguro de estar en el humor más adecuado para escribirle: siento y
pienso demasiado como un hombre de negocios, pues tengo asuntos muy fastidiosos
a los que dedicarme estos meses y años debido a mi familia. ¡Así es como sirvo al
rey Admeto[193], maldita sea! Si no fuese por mis parientes, dejaría que los lobos se
comiesen a estas ovejas. ¡Con qué tipos hay que tratar! Vaqueros de algún otro rey,
o del mismo, que no cuentan cuentos, la verdad, sino únicamente cabezas de ganado,
y luego caen borrachos bajo un seto. ¿Qué tal muele su molino? Seguro que no lo
mueve un riachuelo susurrante mientras usted se tumba tan tranquilo en un banco;
por lo que parece, tiene que empujar con ambas manos, para hacer girar la muela.
¡No se puede depender de los arroyos, pobres fuerzas enclenques! No se puede
depender de los mundos, dejados a su libre albedrío, sino que hay que engrasarlos y
aguijonearlos constantemente. En definitiva, hay que sacar adelante dos granjas a la
vez: la granja en la tierra y la granja en la mente. Esas batallas de Crimea e Italia[194]
eran meros juegos de niños: los líos en que se meten quienes hacen novillos. Pero
¡qué batalla tiene que luchar un hombre para mantener en pie su ejército de
pensamientos y marchar con ellos en ordenada formación sobre un terreno siempre
hostil! ¡Cuántos enemigos tiene el pensamiento cuerdo! Todo soldado ha sucumbido
a ellos antes de alistarse para esas otras batallas. Los hombres pueden permanecer
sentados, sanos y salvos en apariencia y, sin embargo, desesperarse, y ser tan solo
vacío y polvo por dentro, como una manzana del Mar Muerto[195]. Un ejército de
numerosos, valientes y bien disciplinados pensamientos en pie, y usted a su cabeza,
marchando directamente hacia el objetivo: el problema es cómo conseguir esto, y las
tácticas de Scott[196] no le ayudarán en la tarea. ¡Piense en un pobre tipo, ceñido solo
con un tahalí, pero sin un Estado Mayor de pensamientos atléticos que lo acompañe!
Esa es su guardia pretoriana. Es bastante fácil mantener a una familia, o un Estado,
pero es difícil mantener a estos vástagos del cerebro (o mejor, estos huéspedes que
confían en disfrutar de su hospitalidad), son muy exigentes; y, sin embargo, quien
hace solo lo primero —perdiendo así el poder de pensar con originalidad, o como
sea que se pueda pensar— fracasa miserablemente. Mantenga vivos los fuegos del
pensamiento y todo irá bien.
¿Zuavos[197]? ¡Bah! ¡Lo bien que se puede invadir un país, escalar cualquier
muralla y arrasar cualquier fortaleza con un ejército de pensamientos alerta!
Pensamientos que envíen sus balas a las puertas del cielo, con los que puedes tomar
el mundo en su totalidad, sin pagar por él, ni robar a nadie. Ya ve, ¡llega el héroe
conquistador! Solo se fracasa en los pensamientos o se prevalece en los
pensamientos. Siempre y cuando piense bien, que el cielo se caiga, o que la tierra se
abra en un abismo, todo ello será tan solo la música con la que marchar. Ningún
adversario podrá verle nunca, ni usted a él, solo puede ser pensado. Las espadas no
tienen filo, ni las balas penetración suficiente, para una contienda semejante. En su
cerebro debe haber un licor que disolverá el mundo cuando deje que caiga sobre él.
No hay otro disolvente universal, solo este, y todas las cosas juntas no podrán
saturarlo. Mantendrá el universo en disolución, y sin embargo, será más traslúcido
que nunca. La vasta máquina podrá, efectivamente, pasar por encima de nuestros
pies, y que no lo sepamos; pero rebotaría y se rompería en añicos como un cañón
vacío si fuese a caer justo encima del más pequeño y menos anguloso de los
pensamientos de un hombre.
Parece que no tomó Cape Cod de la mejor manera. Creo que debería haber
perseverado en caminar por la playa y junto a la orilla, incluso hasta el final de la
tierra, por blanda que estuviera, y así, por haber llamado con insistencia a las puertas
del Océano, se habría ganado que le admitieran allí. Mejor incluso con una tormenta,
sin saber dónde dormiría de noche, o comería de día. Entonces debería haberle
concedido un día a la playa que queda detrás de Princetown, y haber subido a las
colinas cercanas, y haber sido azotado por el viento con fuerza. Espero que le guste
más recordar el viaje de lo que le gustó hacerlo.
He estado confinado en casa este año entero, pero no soy consciente de
haberme oxidado más de lo esperado. Un día exploré el fondo de un río bastante
exhaustivamente. Me he comprometido a leer una conferencia en la Parker House el
próximo 9 de octubre.
Me voy a coger bérberos para preparar una compota.
Concord, 31 de octubre de 1859
Sr. Blake:
Hablé a mis conciudadanos ayer por la tarde sobre «El personaje del capitán
[198]
Brown , ahora en las garras del esclavista». Me gustaría poder hablarle a
cualquier audiencia en Worcester que quisiera escucharme; con que se me pagaran
los gastos, iría. Creo que debemos hablar enseguida, mientras Brown viva. Cuanto
antes, mejor. Quizá Higginson quiera organizarlo. El miércoles por la tarde podría
ser un buen momento. La gente de por aquí está muy interesada en el asunto.
Hágame saber la respuesta lo antes que pueda.
P. S. Quizá me hayan surgido otros compromisos hacia finales de la semana.
Concord, 20 de mayo de 1860
Sr. Blake:
Debo intentar saldar algunas de las deudas que tengo contraídas con usted.
Por comenzar por donde lo dejamos.
Se presupone que nosotros somos siempre los mismos; son las oportunidades
y la naturaleza las que cambian. Observe la humanidad. No hay mucha diferencia
entre dos personas, aparentemente. Quizá la altura, la anchura y el peso sean
parecidos, pero para el hombre sentado más hacia el Este[199], la vida es solo
cansancio, rutina, polvo y cenizas, ocupado como está en ahogar sus preocupaciones
imaginarias (!) (una suerte de fricción entre sus órganos vitales) en un vaso de agua.
Sin embargo, para el hombre sentado más al Oeste, contemporáneo suyo (!), es un
campo destinado a los más nobles propósitos, un elíseo, la morada de héroes y
semidioses. El primero se queja de los miles de asuntos de los que ha de ocuparse,
pero no se da cuenta de que sus asuntos (aunque sean miles) y él son una misma
cosa.
Los hombres y los jóvenes aprenden todo tipo de oficios, pero no cómo
convertirse en hombres. Aprenden a levantar casas, pero no están bien alojados, no
son felices en sus casas, como lo es una marmota en su hoyo. ¿De qué sirve una casa
si no dispones de un planeta decente donde levantarla, si no soportas el planeta en el
que está[200]? Nivela el suelo primero. Si un hombre cree y espera mucho de sí
mismo, lo mismo da dónde ponerlo, o lo que se le enseñe (por supuesto, no podrá
ponerlo en cualquier parte, ni enseñarle cualquier cosa), estará rodeado de grandeza.
Su condición es la de un hombre saludable y hambriento, que se dice a sí mismo:
«¡Qué corteza tan agradable!». Si se desespera consigo mismo, entonces Tofet[201] es
su hogar, y se siente como un hombre enfermo que repele los frutos de más fino
sabor.
Esté dormido o despierto, corra o camine, utilice un telescopio o un
microscopio o simplemente sus ojos, el hombre nunca descubre nada, nunca supera
nada o deja algo atrás, excepto a sí mismo. No importa lo que diga o haga, apenas
habla de sí mismo. Si está enamorado, ama; si está en el cielo, se regocija; y en el
infierno, sufre. Es su condición la que determina su localización.
Lo principal, lo único que crea el hombre, es su condición de destino. Aunque
generalmente ni lo conoce ni tampoco lo anuncia: «Mi propio destino se produce y
se enmienda aquí» (no el suyo). Es uno de los mejores trabajadores del negocio.
Dedica a su labor veinticuatro horas al día, y la lleva a término. Sea lo que sea lo que
descuide o estropee, no se conoce al hombre que haya desatendido esta tarea.
Muchos presumen de hacer sobre todo zapatos, y desdeñarían la idea de que también
son artífices de los tiempos difíciles que atraviesan.
Toda búsqueda y aspiración es un instinto con el que la naturaleza se alía y
coopera, y por tanto no es vano. Pero ¡ay!, la desesperación y la tendencia al
abandono también son instintos. Estar activos, bien, felices, implica una extraña
valentía. Prestarse a luchar en un duelo o una batalla implica desesperación, o poca
estima por la propia vida.
Si toma esta vida en la versión simplificada de los viejos religiosos (me
refiero a los estériles, que han ido a sembrar en la sequía, meras bilis humanas
espoleadas en una ocasión por el Diablo), toda su dicha y serenidad se reducirá a
poner buena cara y a poseer. El caso es que ha de echarse el mundo a los hombros,
como hizo Atlas, y llevárselo. Lo hará por el bien de una idea, y el éxito será
proporcional a su devoción por las ideas. Esto le provocará dolor en la espalda de
vez en cuando, pero sentirá la satisfacción de tenerlo en suspenso y de hacerlo girar
a su gusto. Los cobardes sufren, mientras que los héroes disfrutan. Tras una larga
jornada de camino con él, láncelo a un hueco, siéntese y cómase el almuerzo.
Inesperadamente, gracias a algunos pensamientos eternos, será recompensado. El
banco en el que descansa será colorido, y el olor en torno, embriagador, y el mundo
que arrojó al hueco, elegante y ligero como una gacela.
¿Dónde se encuentra la terra incognita[202] sino en las empresas que no hemos
intentado aún? Para un ánimo aventurero, cualquier lugar —Londres, Nueva York,
Worcester, o su propio jardín— es un «territorio virgen», aquel por el que Frémont y
Kane viajan tan lejos[203]. Para un espíritu débil y derrotado, incluso la Gran
Cuenca[204] y la Estrella Polar son lugares triviales. Si consiguen llegar (y, de hecho,
están allí ahora) querrán dormir, y ceder, como hacen con todo. Estos son los reinos
de lo Conocido y lo Desconocido. ¿Qué sentido tiene seguir firmemente los viejos
caminos? Hay una víbora en el camino[205] que tus pies han desgastado. Debe abrir
vías hacia lo Desconocido. Para eso tiene su ropa y su comida. ¿Por qué remienda su
ropa si no es con el objetivo de, llevándola puesta, mejorarse uno mismo[206]?
Cantemos[207].
Concord, 4 de noviembre de 1860
Sr. Blake:
Me alegra oír detalles de su excursión. En cuanto a mí mismo, le busqué un
poco ese lunes, cuando, según parece, pasó Monadnoc; dirigí mis prismáticos hacia
varios grupos que subían la montaña media milla más allá por uno de nuestros
costados. En definitiva, estuve tan cerca de verle como usted de verme a mí. No
tengo ninguna duda de que lo hubiésemos pasado muy bien si hubiese venido, pues
tenía, ya preparadas, dos casitas con techo de pícea, en las que se podía estar de pie,
completas en todos los aspectos, separadas media milla una de otra, y usted y B.
podrían haberse alojado por su cuenta en una de ellas, si no con nosotros.
Empezamos con muy buen pie nuestra vida de montaña. Tal vez recuerde que
el sábado anterior fue un día tormentoso. Pues bien, ascendimos bajo la lluvia —
completamente mojados— y nos encontramos en una nube en mitad de la tarde, en
una circunstancia nada propicia para buscar un buen sitio donde acampar. Así que
seguimos adelante, a través de la nube, hasta esa piedra memorable, «pedazo de
jardín»[208], en la que una vez levantamos nuestro humilde campamento; y allí, tras
poner nuestro equipaje debajo de una roca, como tenía una buena hacha, construí
una techumbre robusta, que Channing proclamó ser «la casa más bonita que había
visto nunca» (nunca antes había acampado, así que estaba predispuesto). Ya era casi
de noche, y para entonces ya estábamos casi tan mojados como si hubiésemos estado
metidos en una pipa de agua. Entonces hicimos fuego ante la puerta, en el mismo
emplazamiento exacto en el que hicimos nuestra pequeña fogata dos años antes, y
nos llevó un tiempo quemar sus restos hasta llegar a la tierra de debajo. De pie
delante de él, y dándonos la vuelta lentamente, como carne asándose, llegamos a
estar tan secos como nunca, después de unas horas, y así, al fin, nos fuimos a
dormir.
Fue mucho mejor que ir hasta allí con buen tiempo y no vivir aventura alguna
(sin saber cómo apreciar ni el buen ni el pésimo tiempo), sino dormir en una casa
aburrida, común y corriente, y ante un fuego —en comparación con el nuestro—
inútil, tal y como hacemos cada noche. Por supuesto, agradecimos a nuestras
estrellas, cuando las vimos, que fue hacia la medianoche, que aparentemente se
hubiesen retirado durante un tiempo. La montaña fue toda para nosotros esa tarde y
esa noche. No había nadie ascendiéndola ese día para grabar su nombre en la
cumbre, ni para recoger arándanos. El genio de las montañas nos vio empezar en
Concord y dijo: «Ahí vienen dos de los nuestros. Preparémonos para ellos.
Montemos una tormenta importante, que mande a sus casas a esos escaladores
domingueros (su momento llegará otro día). Recibámoslos con la auténtica
hospitalidad de las montañas: degüella a esa nube que hemos estado engordando.
Hagámosles saber el valor de un techado de pícea, y del fuego de tocones muertos».
Cada arbusto derramó lágrimas de felicidad por nuestro Adviento. El fuego hizo
todo lo posible, y recibió nuestros agradecimientos. ¿Qué podría haber hecho el
fuego con buen tiempo? El techado de pícea también recibió parte de nuestras
bendiciones. Y luego… ¡una vista de las rocas mojadas, con los líquenes húmedos
cubriéndolas, como la que tuvimos la mañana siguiente, y nunca más!
Tanto nosotros como la montaña disfrutamos de este tiempo juntos. ¡Qué
contentos estábamos de estar mojados, para así poder secarnos! ¡Qué contentos con
la tormenta, que hizo que la casa nos pareciese un nuevo hogar! La experiencia de
ese día fue venturosa, en efecto, pues no tuvimos otra tormenta eléctrica en todo
nuestro viaje. Tal vez nuestro anfitrión se reservó esta atención para intentar que
regresásemos en otra ocasión.
Nuestra siguiente casa fue más robusta todavía. Un lado era roca, y el suelo
también; y el techo que hice hubiese podido sostener un caballo. Estuve de pie en él
para colocar las tejas de madera.
Las últimas veces que he estado en las White Mountains he percibido varias
molestias que hacen desagradables los viajes por esa zona. La principal eran las
casas de montaña. Yo suponía que la atracción fundamental de esta región, incluso
para quienes viven en las ciudades, era su naturaleza salvaje y su disparidad con
respecto a la urbe y, sin embargo, hacen que se parezca a la ciudad tanto como son
capaces. Supe que la Crawford House tiene iluminación a gas y una gran taberna
con una banda de música, para bailar. Pero a mí dadme una casa de pícea construida
bajo la lluvia.
Un viejo granjero de Concord me cuenta que subió el Monadnoc una vez y
bailó en su cumbre. ¿Que cómo ocurrió? Pues, cuando estaba allí, un grupo de
chicos y chicas jóvenes subió, trayendo consigo tablas y a un violinista; cuando
hubieron extendido las tablas, las nivelaron, y en ese suelo bailaron al son de la
música del violín. Imagino que la canción era «Excelsior»[209]. Esto me recuerda al
tipo que escaló hasta lo más alto de un capitel, se puso de pie, y gritó: «¡Viva…!», y
¿por quién? Pues por Harrison y Tyler[210]. Es el tipo de sonido que emite la mayor
parte de la gente ambiciosa cuando culmina algo. Están acostumbrados a ser
especialmente frívolos en las atmósferas ligeras y no pueden contenerse, aunque
nuestra comodidad y su seguridad lo requieran; es necesaria la presión de muchas
atmósferas para conseguirlo; y por tanto allí se evaporan sin remedio. Pareciera que,
en su ascenso, cada vez respirasen con mayor dificultad y, con cada espiración, los
abandonase parte de su juicio hasta que, cuando llegan a la cúspide, tuviesen la
cabeza tan ligera que solo pudiesen señalar en qué dirección sopla el viento.
Sospecho que la crítica de Emerson llamada «Monadnoc» se inspiró no en los
habitantes de New Hampshire tal y como son en los valles, sino cuando suben a las
cimas de las montañas.
Tras la experiencia de varias noches, Channing llegó de repente a la
conclusión de que estaba «tumbado a la intemperie» y preguntó cuál era la bestia de
mayor tamaño que podría mordisquearle las piernas allí. Me temo que no pegó ojo
en toda la noche. Le pedí que pasase una semana allí. Pasamos cinco noches, y seis
días, pues C. sugirió que seis días laborables eran una semana, y yo vi que estaba
listo para levantar el campamento.
Los chicos u hombres de Fassett[211] nos vieron ascender bajo la lluvia,
sombríos y silenciosos, como dos genios de la tormenta; pero más tarde nadie nos
identificó, a pesar de que fuimos tema de alguna conversación que oímos por
casualidad. Al menos quinientas personas vinieron a la montaña mientras estábamos
allí, pero ninguna encontró nuestro campamento. Vimos a un grupo de tres damas y
dos caballeros extender sus mantas y pasar la noche en la cima, y los oímos
conversar, pero no supieron que tenían por vecinos a unos pobladores relativamente
antiguos. Les ahorramos el disgusto que ese conocimiento les habría causado, y les
dejamos que imprimiesen su historia en el periódico de acuerdo con su versión.
Sí, encontrarse con hombres en una situación honesta y simple, toparse con
situaciones imprevistas, tener los pies doloridos, como le ocurrió a usted —¡ay!, y
con un corazón dolorido, como tal vez también le ocurriese—, todo eso es excelente.
Qué lástima que ese joven príncipe[212] no pudiese disfrutar un poco de la legítima
experiencia de viajar: que se nos trate con simplicidad y honestidad, pero rudamente.
Tal vez hubiese sido invitado a una hospitalaria casa en el campo, le hubiesen puesto
el tazón de leche con pan ante él, con un delantal limpio; y le hubiesen dicho que ahí
tenía la batea y la caña de pescar; se hubiese mecido entre un par de abedules,
perseguido un par de marmotas, y se lo hubiese pasado muy bien y, finalmente, lo
hubiesen enviado a dormir con los chicos, y así nunca le habrían presentado al Sr.
Everett[213]. No tengo ninguna duda de que esta experiencia hubiese sido mucho más
fructífera que la que tuvo.
La cumbre del Monte Washington coronada por la nieve debió de ser una
vista muy interesante desde Wachusett. Qué saludable es el invierno, visto de cerca
o de lejos; y qué bueno: muy por encima de la meramente sentimental, de sangre
caliente, efímera y compasiva bondad moral, como se la suele llamar. Dadme la
bondad que ha olvidado sus propias acciones; la que Dios ha hecho para ser buena, y
dejadme ser. No quiero vuestro «justos hechos a la perfección»[214]. Y lo que los
salvará será su pintoresquismo, como con los malditos árboles. Cualquier cosa que
sea, y que no esté avergonzada de serlo, es buena. No valoro la bondad o la grandeza
a menos que sea buena y grande, como lo es esa cima. Se lo ruego, ¿cómo podrían
treinta pies de intestinos[215] mejorarlo? La naturaleza es bondad cristalizada. Miró
hacia la tierra prometida. Cualquier belleza que contemplemos, cuanto más distante,
serena y fría, más pura y duradera. Es mejor entrar en calor con el hielo que con el
fuego. Dígale a Brown que me envió más del precio del libro, a saber, unas palabras
suyas, por las que estoy en deuda con él.
Concord, 3 de mayo de 1861
Sr. Blake:
Sigo estando tan inválido como lo estaba cuando usted y Brown estuvieron
aquí, si no más, y temo que el frío pueda volver antes de que supere la bronquitis. En
consecuencia, el doctor me dice que debo «escabullirme» a las Antillas, o a
cualquier otro lugar, no parece preocuparle mucho adónde. Pero rechacé las Antillas
por el calor húmedo del verano, y el sur de Europa por el dinero y el tiempo que me
llevaría, de modo que he decidido finalmente que lo mejor para mí sería probar el
aire de Minnesota, de algún lugar cerca de Saint Paul. Solo estoy esperando a
recuperarme lo suficiente para viajar. Espero partir en una semana o diez días.
El aire del interior quizá me ayude, o puede que no. En cualquier caso, soy
hasta tal punto un inválido que debo prestar especial atención a la comodidad del
viaje, parando a descansar, etc., etc., si lo necesito. He pensado comprar un billete
directo para Chicago, con libertad para detenerme con frecuencia durante el camino,
y realizar mi primera pausa importante en las cataratas del Niágara, durante algunos
días o una semana, y quedarme en una pensión; después, una o dos noches en
Detroit, y en Chicago tanto tiempo como requiera mi salud. En Chicago decidiré en
qué punto (Fulton, Dinleith, u otro) me embarco en el Misisipi y tomo una barcaza
hasta Saint Paul.
Espero no tener problemas para encontrar una o varias pensiones con
habitaciones individuales decentes en la región, y pasar allí mi tiempo. Supongo, y
estoy preparado para ello, que estaré fuera tres meses; y me gustaría volver por otra
ruta, tal vez Mackinaw y Montreal.
He pensado en buscar un compañero, por supuesto, pero no muy seriamente,
pues no tengo derecho a ofrecerme como compañía de nadie, dado el
particularmente privado y del todo absorbente, pero miserable, asunto al que tengo
que atender: mi salud, y no la de él, y que me hará detenerme aquí e ir allá, etc., etc.,
sin previo aviso.
No obstante, me he decidido a contarle todos los planes de mi viaje con la
vana esperanza de que quiera usted realizar una parte o la totalidad de este viaje al
mismo tiempo que yo, o de que tal vez su estado de salud sea tal que también
pudiera resultarle beneficioso.
Le ruego que me haga saber si dicho propósito le parece tentador. Escribo a
toda prisa antes de que llegue el correo, y por tanto, una vez más, he de omitir la
moral.
NOTA FINAL