La Musica Del Tolima
La Musica Del Tolima
La Musica Del Tolima
El Tolima, donde se creció con la idea de ser los dueños de la guabina y el bambuco,
del pasillo y el rajaleña, del torbellino y del bunde; forjando raíces en el tiple, la
tambora, la flauta de caña y el chucho, al mismo tiempo la capital Ibagué se hacía
nombrar “Capital musical de América”, “Ciudad musical de Colombia” y cuanto
nombre fuera posible para resaltar el espíritu fiestero y melódico.
Música indígena
Durante las guerras, cada ejército indígena venía acompañado de músicos militares
que, cuando iniciaba la batalla retumbaban la tierra y el aire con estruendo de
trompetas, bocinas y caracolas; cantaban juntamente algunos versos o canciones
que hacen en su idioma y tienen cierta medida o consonancia a manera de
villancicos. Y es que el hombre hace sus primeros contactos con la música cuando
va a la guerra. La música les infundía el sentido de lo heroico. Los pueblos de mayor
riqueza musical son aquellos que han estado en contacto con la guerra, con la
muerte. Un ejemplo de esto son los Pijaos o Pinaos, un conjunto de tribus del grupo
Pijao-PanchePantágora que habitaba el valle del Magdalena. Y su riqueza musical
era por eso: guerra, libertad y muerte. La percusión de los huesos humanos de sus
enemigos que antes habían comido en un intento por adquirir su valor, los gritos con
los que acompañaban sus campañas y las melodías simples con que invocaban la
protección de sus dioses, nos hacen pensar en una música propia, primaria. Sin
embargo, no podemos juzgar nada de aquellas canciones porque ninguna fue
escrita ni transmitida por tradición oral. Todo fue cubierto por la avalancha
civilizadora.
Los nativos utilizaban instrumentos rusticos, caseros, tales como el ziku, la flauta,
tambores, bongoes, entre otros. Y es que los documentos más valiosos para
descubrir el carácter de una música fósil son los instrumentos que producían y la
fonación lingüística con que se hacían los cantos. Una primera prueba de los
instrumentos musicales de la cultura Tolima es la figurilla del flautista, encontrada
en el caserío de Mesuno, cerca de la ciudad de Honda. Fue localizada en una tumba
y es una pieza de cerámica que representa en forma perfecta un hombre sentado
en cuclillas en actitud de tocar una flauta. La flauta es de forma cónica y el extremo
agudo está colocado sobre la boca y con los labios en actitud de soplar. En muchas
de las culturas precolombinas vemos frecuentemente silbatos ornitomorfos de gran
fidelidad, cuyo sonido, modulado con los dedos colocados sobre una serie de
orificios, reproducen el sonido deseado y veraz del animal evocado en la figura de
arcilla. Son estos instrumentos aerófonos los que dieron luz a nuestros albores
musicales, pero sería el proceso de mestizaje cultural el que daría forma a la
melodía, a la cadencia y a la armonía del territorio. Los otros instrumentos indígenas:
idiófonos o autófonos (instrumentos que producen el sonido por sacudimiento o
vibraciones en su misma materia) como maracas o sonajeros constituidos por
conchas, piedras y semillas secas, cascabeles y campanillas de diversas formas y
materiales que aún subsisten en nuestra cultura actual, y los membranófonos
(instrumentos que producen el sonido por vibración de una membrana sobre una
estructura hueca) como atambores, atabales, cajas y bombos, conformarían la otra
mitad de la cultura musical: el ritmo.
Pero sin lugar a la duda, el único ritmo por esencia tolimense y que viene de sus
indígenas es La Caña. Un ritmo que rescatara Cantalicio Rojas y que por su
sonoridad parece no haber sufrido de la “alienación” cultural española. Es un ritmo
difícil de ejecutar pero que al escucharse trae consigo los pasos de los bailarines.
Aunque no deja de ser esta una anécdota dentro de la historia musical, resulta clave
como punto de referencia histórica de lo importante que es la música en el desarrollo
cultural. Sin embargo, no existen documentos históricos que validen cuál era la
música que en la colonia se escuchaba en el territorio.
Es claro que durante este período, las culturas indígena, española y, en menor
medida, la negra, iniciaron un proceso de mestizaje en toda la zona de cordillera
dejando como tonada tipo, de acuerdo a la clasificación de Guillermo Abadía
Morales, el bambuco que no ha tenido cambios significativos a lo largo del tiempo.
El aspecto indígena de las melodías del bambuco es fácil de descubrir, de manera
especial, en el Huila, Nariño y Cauca. Al grupo del bambuco corresponden el
torbellino, las guabinas, los rajaleñas y sanjuaneros, y el pasillo y la danza.
Mientras que los bambucos daban prueba del predominio indígena en el proceso de
mestizaje, es en el pasillo donde sobrevive la influencia del viejo mundo. Esta
tonada, variante del vals europeo, tuvo gran acogida por parte de las clases sociales
alta y media, que consideraban como plebeyos a los demás aires populares.
Uno de los hechos más curiosos de la historia de Colombia tanto política como
musical, ocurrió hacia 1860 cuando el general Tomás Cipriano de Mosquera, militar
radical del estado del Cauca, se levantó contra el gobierno de Mariano Ospina
Rodríguez quien había sido elegido en 1857. En 1861, cuando Mosquera se dirigía
a Bogotá con el fin de tomarse el gobierno se encontró con el ejército de la
confederación granadina en Honda. Ninguno de los dos ejércitos se atrevía a dar el
primer paso.
En el Tolima, para la segunda mitad del siglo XIX, la banda del Batallón Bárbula
ejecutaba retretas en la ciudad con obras de los clásicos dos veces por semana.
Fue el origen de la Banda Militar de Música que se institucionalizó en 1889 por el
gobernador de entonces, general Manuel Casablanca, quien mediante decreto
número 144 del 28 de agosto de aquel año, establecía: “Se organizará una banda
militar de música que sirva para los actos públicos en que la necesite el
departamento, y que a la vez sea una escuela destinada a propagar el arte en el
Tolima”. Más adelante agrega, “En la banda se enseñará gratuitamente a quien lo
solicite, siempre que se sujete a las obligaciones impuestas en el reglamento para
este caso” y “… a los músicos que vengan de los pueblos se les abonará como
gastos de viaje seis pesos por cada uno, a voluntad del gobernador”. El primer
director de la banda fue el señor Ricardo Ferro B., con un personal de catorce
músicos.
Fue esta banda la que se institucionalizó años más tarde como Banda
Departamental, desde 1919, en agosto 10, con el decreto 81 de ese año por el cual
se creaba con 27 integrantes, anexa a la Guardia Civil del Tolima.
Por esa misma época, en 1886, se funda una Escuela de Música de Cuerda y Piano,
compuesta esencialmente por las familias Sicard y Melendro; sin embargo, esta
escuela fue absorbida por la clase de música que se creara en el colegio Nacional
de San Simón en 1891, dirigida por el maestro Temístocles Vargas quien fundó
igualmente la Escuela Femenina de Canto que sería el primer embrión de los coros
que funcionarían seis años más tarde y que se convertirían en eje central del futuro
conservatorio del Tolima.
Música del siglo XX
Sin embargo, sería injusto afirmar que fueron estas influencias “de paso” las que
marcaron la identidad musical. El trabajo que generaciones de tolimenses y de
extranjeros realizaron alrededor del Conservatorio de Música del Tolima, en cabeza
de Alberto Castilla y Amina Melendro de Pulecio son, sin lugar a la duda, el más
importante aporte del departamento a la música colombiana. No sólo por la
democratización y la entrega de centenares de músicos al concierto nacional sino
también por el amor a música y la construcción de una forma de ser alrededor de
ella que enseñaron nuevos valores a todo un departamento.
Los coros
Desde principios del siglo hay noticias de Los Coros del Tolima. Sus integrantes, 32
por entonces, no imaginaron que estaban dando el primer paso a una de las épocas
musicales más brillantes del Tolima, aunque muy seguramente, tampoco pensaron
que 86 años después de sus primeros intentos, las masas corales, luego de haber
recorrido el mundo entero recogiendo aplausos, debieran detener su trabajo por
falta de un director.
Los coros masculino, femenino e infantil (conocido este último como “el muñequero”)
fueron institucionalizados en la década del 30 y tuvieron su primer gran momento
cuando se presentaron en Medellín en el marco del II Congreso Nacional de la
Música, bajo la batuta de Alfredo Squarcetta, luego de la muerte del maestro Alberto
Castilla en 1937. Arrancaron vivas y aplausos y colocaron, por primera vez en el
oído de los colombianos, las voces de hombres y mujeres que vivían por y para la
música.
Al finalizar ese año, los coros vuelven a Bogotá al Teatro Colón. En esta visita se
rompieron todas las tradiciones de serenidad, de compostura, de ambiente
cortesano y se dio campo a los pañuelos blancos, a los gritos de bis, y a las
aclamaciones entusiastas: los coros se habían convertido en la gran vedette de la
época.
Las Bandas
Y mientras esto sucedía en Ibagué, el resto de los municipios del Tolima no se quedó
atrás. Históricamente, las bandas municipales inician hacia finales del siglo XVIII
bajo una característica estrictamente militar. Bandas tan importante como las de
Espinal tienen su origen hacia 1909, fundada por el maestro Domingo Antonio Pérez
Rojas, al que le sucedieron músicos de la talla de Eleuterio Lozano y Emiliano
Lucena. Desde entonces, la banda ha divulgado el folclor de la región desarrollando
una de las labores más completas alrededor de la cultura popular.
Los duetos
Especial importancia cobran para la historia musical del Tolima y del país los duetos
de música colombiana que crecieron en nuestra tierra para dar gloria a nuestras
raíces. Sin lugar a la duda, Garzón y Collazos son los pioneros de esta corriente.
Ellos vencieron la muerte porque siguen vivos en el alma de los colombianos que
continúan escuchando su música y sintiendo el orgullo de la patria gracias a las
canciones que los llevaron a traspasar la barrera del tiempo y de las modas, por lo
que fueron llamados los Príncipes de la Canción.
Darío Garzón y Eduardo Collazos nacieron como dueto en 1937 y lograron imponer
su música sobre las rancheras y el son cubano que por entonces cumplían un ciclo
de gran popularidad, además de difundir la obra de compositores como José A.
Morales y Jorge Villamil. El dueto inmortalizó en sus voces canciones como Los
cucaracheros, Cenizas al viento, Al sur, Oropel, El bunde, Ibaguereña, La ruana,
Flor del campo, Negrita, Los remansos, Pescador lucero y río, Me llevarás en ti,
Acíbar en los labios, Soberbia, Las lavanderas, Yo también tuve 20 años,
Sanjuanero huilense, Espumas y Pueblito viejo, estos dos últimos convertidos en
himnos folclóricos.
Bajo el manto de Garzón y Collazos nacieron muchos duetos que también merecen
un renglón en la historia. Silva y Villalba, consagrados como Mariscales de la
hispanidad en Nueva York en 1990 son, quizá, sus más importantes herederos.
Realizaron giras al lado de María Dolores Pradera, Javier Solís, Carlos Julio
Ramírez, Daniel Santos, Los Visconti y Alicia Juarez entre otros. Han recorrido el
mundo con su trabajo. Rodrigo Silva toca unos 30 instrumentos, tiene 90 canciones
grabadas, 21 LP, 10 CD. Alvaro Villalba con más de 30 años de carrera profesional
ha sido su compañero inseparable. Obras compuestas por Silva como Viejo Tolima,
que daría nombre a otro dueto y que es parte de la memoria histórica y musical, son
solo una muestra del trasegar de una pareja que ha seguido por el camino abierto
por Garzón y Collazos.
Especial atención dentro de este aparte de los duetos tiene también Los tolimenses,
Emeterio y Felipe, quienes no solamente difundieron la música colombiana sino toda
la cultura a través de sus trajes típicos, su hablar cancino y los comentarios
graciosos que mostraban la esencia de lo que son los tolimenses. Conformado por
Jorge Ramírez (Emeterio) y Lizardo Díaz (Felipe), Los tolimenses inauguraron
oficialmente las transmisiones de la televisión en Colombia y llevaron obras como
Agachate el sombrerito por América y Europa.
Viejo Tolima, los hermanos Casallas y Los inolvidables también hacen parte de la
historia de los duetos de música colombiana, alumbrando ahora el camino para
nuevos duetos como Lara y Acosta, Oscar y David, Raíces, Víctor y Daniel, entre
otros.
No se trata aquí de hacer un inventario como lo hiciera Pijao Editores en su libro
Músicos del Tolima siglo XX que realizó un exhaustivo trabajo de investigación
recogiendo la vida de estos músicos tolimenses que crecieron bajo el amparo del
siglo anterior, pero creo importante resaltar algunos de los que influyeron en el
desarrollo de la música en el Tolima y, por consiguiente, en el desarrollo de la
identidad.
Y si los hermanos lograron imponerse en las primeras décadas del siglo, las mujeres
no se quedaron atrás. A partir de 1940, el trío de las hermanas Garavito iniciarían
un viaje que las llevó a grabar tres LP de música folclórica colombiana además de
muchos sencillos. Fueron estrellas de La voz de la Víctor, Radio Cristal, Ecos del
Tequendama y Radio Nacional de Colombia.
Onofre Bonilla. Nació en Honda en 1910. Fue director de varias bandas municipales
y directivo de la Sociedad de Autores y Compositores, Sayco, durante 12 años,
desde donde realizó una encomiable tarea por los músicos colombianos. Sin
embargo, sus obras, interpretadas por los más importantes duetos del
departamento, han sellado una impronta musical importante para la región.
César Zambrano: Compositor, cellista y arreglista, Zambrano es, solo, una fuerza
viva de la música en el Tolima. A él se debe la existencia de la sala de música en la
Universidad del Tolima y de todo el trabajo que alrededor de este bello arte se
realiza en la principal alma mater de los tolimenses. Su labor como director de la
orquesta y los coros de la universidad, le han permitido a los tolimenses saborear
parte del gusto que en el pasado, el país y el mundo probaron con las masas
corales. Es una labor titánica, llena de amor por la música y nuestra tierra.
Conclusion
La música hecha por propios o extraños en el territorio es una de las más bellas
cartas de presentación. No sólo porque dan vida a los sueños y a las noches sino
porque a lo largo de los años han logrado formar la identidad a su alrededor. Ese es
su mayor logro. Ojalá en algún momento de la historia futura, los políticos que
dirigen el destino de los tolimenses vean en la música una oportunidad de oro para
promover nuestro departamento desde el punto de vista económico y no como un
renglón del presupuesto que es obligado dentro del vasto apoyo que la cultura
merece y que pocas veces llega a los verdaderos hacedores de la cultura.