Sueños y Realidades - Juana Manuela Gorriti TOMO II

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SUENOS y REALIDADES.

OBRAS COMPLETAS

DI: LA

SEÑORA DOÑA JUANA MANUELA GORRITI


l'ubHcadll8 balo la dlretclOIl

....
VICENTE G. QUESADA.

Kuego ~ usted que la e4lclon con qu~ va.. !lonr&rlJlC


\engA por U\ulo "Sueños y Realidadca.· (Co.rt. d,
la autora al Dr. t.¿ueaad~.)

TOMO SEGUNDO.

BUENOS-AIRES.
Imprenta de Mayo de C. Calav~Je (Editor)-Moreno 24/.
t 865.
EL. ANGEIJ CAlDO.
1

CIE~T(j CONTRA UNO.

El radiante diciembre de 182.1 tocaba á su fin. Lima


cvronada de gloria saboreaba con delicia la luna de miel
de la libertad.
Era la última noche de Navidad, noche de paseo en
el mundo encantado de los nacimientos y de dulce (ar
mente bajo el rayo de la luna, al murmullo del rio y al
halago de la brisa, en los óvalos del Puente.
En aquel tiempo, para esos nocturnos paseos las poé-
ticas hijas del Rimac vestian blancas ropas y soltaban á la
espalda sus negros cabellos sembrándolos de aroma y jaz-
mines que dejaban en pos suya raudales de prrfumes.
Ah! ¿por que han cambiado .10s blancos cendales de la
SUEÑOS Y RE.\LlDADES.

fada por el negro manto de la dueña? ¿Por qué oculta los


lustrosos rizos de su cabellera bajo de las alas de la espan-
tosa gurra?
Por qué? ¡Ah 1 .... porque ahora tienen esposos bri-
tánicos que condenan su dunaire con una áspera in ter-
jecion (jshamcl) y que apellidan lewdnes$ la gra~ia encan-
tadora que recibieron de Dios.
Abara, al mirarlas pasar sobre el asfalto de nuestras
canes, llevando, tiesas y erguidas, el rígido paso del en-
glishrnan, quien no viera radiar sus ojos, no sabria dis-
tinguirlas de las nevadas bijas de albion.
Han perdido su poesia?
Nó: envuélvelas la prosaica atmósfera de sus mari-
d(s. .
Paciencial y volvamos á la noche de Navidad.
Aq uella noche la afluencia de pasean tes se dirigia tÍ la
calle d~l Adela, agrupándose allí entre empellones y coda-
zos~ por el solo placer de ver á las hermosas mujeres que
bajaban sucesivamente de una larga hilera de carruajes
estac~onados delante de una casa4
Aquella Cllsa, sobre cuyo sitio se eleva hoy el palacio
de un magnate, reunia cada semana los mas escogidos de
la brillante soeiedad de aquella época, rn una fiesta bauti-
zada con el en fónico nombre de Filarmónica.
Al !eer esta palabra, muchas limeñas que, bellas arm
hacen el encanto de nuestros salones, verán cruzar por su
nlenle los mágicos recuerdos de eSRS nocbes de espléndi-
dos triunfos para su belleza, q\le libre entonces de los ridi-
EL ÁNGBL CAlDO. 7

culos caprichos con que la moda actual la desfigura,os-


ten taba aHamen te cada una de sus perfecciones 4los ojos
de sus admiradores.
Los cabellos que, alzándose cual cuernos de carnero
sobre la frente de nuestras bellas, dan á su lindo rostro,
un aire grotescamente asustado, convertidos entonces en
millares de trasparentes rizos, y fijados con alfileres de
brillantes á la altura de los ojos, dejaban ver en todo su
esplendor la hermosura de la frente, y descendian flexibles
y móviles sobre el cuello admirable que Dios puso con
amor sobre sus blancos hombros; y que sin presentir aun
la maldita prision que ha por nombre camisolín, adorna-
ba su voluptuosa desnudez con dobles hileras de perlas.
y los piés, en fin, esos piés de finura y pequeñez prover-
biales que hoy cubre despiadada la hueca y acerada arma-
zon de nuestras largas faldas, libres de todo ellVidioso velo
podian ajiludonarse con toda su ligereza á los graciosas gi-
ros de la danza, sin temer ningun enfadoso accidente.
Aquella noche las limeñas tenian un motivo mas para
mostrarse doblemente seductoras.
Era preciso fascinar á unadmirador de nueva especip.
Tratábase de un sectario de Mahoma, uno de esos jueces
clasicos de la belleza que nmplean su vida en analizarla
con todos los caprichosos refinamientos de- una imajina-
ciDn desocupada.
Mahomel-Alí era un hermoso mancebo hijo del rey
de Tunez. Viajando de incógnito en un bu lue de su pro-
piedad, quizá con miras un tanto corsarias, sufrió un
8

~17~o.)i f,"é OQnducido ~ nueshas playui pOI' una fra-


gal~ ingl~ que lo, ~usi1~ tomándolo á su bordo con su
tripulacion y sus tesoros.
Ante~ de proseguir su viaje, el africano esperaba con
ansia la ocaSiOlíl de aquel1a fies.t.a ~ra contemplar de cerca
t\ la$ hijas del Ri.maQ, cuya belleza había oido celebrar en
1118 fantúslicas cooseja¡s de 198 cautivos, allá bajo la~ pal-
meras· de su lejano patria.
La ardiente curiosidad de\ tunecino puso en alarma
la coqueteria limeqa; y si este mal instinto de la mujer,
tan combatido y tan adorruJp, puede tener escusa alguna
vez, era sin duda en una ocasion como aquella, en que
el honor nacional estaba en cierto modo c,omprometido.
Era necesario probar que Lima era en efecto el pais de
las mujeres hermosas.
Por eso aquella noche, al separarse de su espejo, cada
una ensayó su mas fascinadQra mirada, su mas dulce
sonrisa, su mas picante actitud; y todas radiantes de es-
peranza, aguzaban aisladamente sus tremendas armas
para lanzarlas á la vez sobre el príncipe africano, que
exento de todo. temor y enteramente confiado en el poder
de su alfange, no sospechaba siquiera el de las negras
miradas que iban á asaltarlo, y fumaba indolentemente
su pipa recostado en mullidos cojines bajo un emparrado
de la posada Denuelles, mientras llegaba la hora en que
el capilan de la frngata que lo había traido lo presentara
en los salones de la Filarmónica.
En tanto, al ruido de la fiesta, los grupos se aumen-
EL ANGEL CAlDO. 9

taba n de minuto en minuto; y muy luego la calle del An-


cla se llenó de una inmensa muchedumbre compuesta
rle todas las clases sociales, desde los elevados ch-culos de
la aristocrácia hasta)a hez de las masas populares.
Nada hay mas triste que el aspecto de la multitud;
porque en ninguna parte se lee con caractéres mas pro-
fundos esa dolencia perpétua de la humanidad que de-
plora el Sagrado Libro. Cada rostro es una letra, parte
integrante' de esa palabra fatal - ¡ Dolor I
Pero era noche, y su sombra cubría igualmente la
sonrisa de hiel con que la noble dama criticaba á sus riva-
les; las amargas lágrimas de la pobre costurera viendo á
una linda señora dar el brazo al bello caballero que en casa
de sus patronas la había sonreido furtivamente la víspera;
la rabia impotente del amante no convidado que divisa-
ba á su amada entrando con otro en el santuario de la fies~
ta, y el lastimero gesto del mendigo, escluido de todo goce,
aún del goce amargo de los celos.
- Que hermosa mujer J
-Soberbia 1
- Admirable I
- ¿ Quién es esta maravillosa belleza?
- j Qué I no conoces á Cármen Montelar?
- Aquí está la linda sobrina, la rica heredera de la
condesa de Peña-blanca.
-Ahí va la idea fija de Monteagudo.
- He ahí el lirio de la calle de san José.
Esta salva de aclamacio~es resonó por todas partes
lo SUEÑOS \' REALIDADES,

al paso de una jóven que vestida magnificamente de gasa


argentada y ceñida la frPonte de una guirnalda de perlas,
bajó de su calesa seguida de una esclava negra; tomando
el brazo de un apuesto mancebo cIue parecía esperarla,
entró en la casa del baile. .J' '

Aquella jóven era en efecto maravillosamente bella,


y asemejábase al lirio en su talle esbelto y en la mate
blancura de su frenle griega, sembrada de rizos negros de
limeña. El fulgor de las estrellas resplandecía en sus ojos.
Pero aquel fulgor tornándose á veces sombrío, presagiaba
al corazon de la jóven terribles tempestades que parecía
dflsafiar la coqueta sonrisa de su voluptuoso labio.
Á su entrada en el salon, la jóven esclava quitó
de los desnudos hombros de su señora una mantilla de
punto bordada de arabescos de oro; dióla el ramillete de
violetas que traia guardado en una cazoleta, y volviendo
llfuera buscó en las grandes rejas que se abrían sobre
el jardin un sitio para ver la fiesta.
Hallábanse allí reunidas las esclavas que, como ella
habian acompañado á sus amas al baile;. y agrupadas en
actitudes diversas, reian y charlaban con la picante auda-
cia de las mujeres desu raza.
- ~Iira, niña- decía una -ahí viene Rita la her-
mana de Andrés el engreido cimarron de la condesa de Pe-
ña-blanca.
- Viene? Sí ! como no !-'L.Espérala sentada. Ella
tambien pstá engreida.
-- ¿ rorqul'? j gua! j la hermana de u n asesino que
EL ÁNGEL CAlDO. H
por huir de la justicia se ha hecho ladron de caminos I
-1 Qué importa eso para ella, cuando el señor Mon-
teag1Jdo la detiene en la calle para hablarla por lo bajo I
- No de ella sino de la blanca.
~ Mi señori ta.decía el otro dia que los desdenes de
la niña Carmencita harían pagar á Monteagudo las hechas
y por hacer.
- ¡Bah
,
1las blancas son muy hipócritas; su boca
dice - no quiero -y sus ojos dicen -1 Ven I
-Ave Maria! 1que mala eres I Si esta mañana no
mas cuando iba á la Inquisicion á comprar flor¿s para la
niña Irene que está encerrada hace un mes por el ca-
pitan, encontré á fw Tomas el cocinero de la condesa,
y me contó como la :niña CArmen se hurla de Múnteagu-
do, de su amor y de sus cartas que dice estarán tan
corregidas como sus documentos ministeriales.
-¿ Qué documentos? Si él no es ya nada en el
Gobierno.
-i Qué cándida I Así, así 10 dirije todo. Si es
el ojo derecho del Libertador.
- j Ay ! hija, pues entonces cuidado con el si110n (1).
- Pero acaso es eso cierto?
- j Vaya que no! Pues si apenas hace un mes que
la pobre niña Rosita, que fué á pedir por su padre, vol-
vió á casa como una loca, llorando el mas no poder; y el

(l) émulos de aquel hombrt: ilustre forjaron contm él horribles


L08
calumnias-(Nota uc la autora).
SUE~OS y REALlDADE~.

mismo dia que ponian al señor en libertad, ella eotrio


desalada á encerrarse en el convento.
-Hum I lUi mama cuenta tambien que cu~ndo
vino San Martin, Monteagudo .....
-Lo nombraste, y ahí está.. /
En ese momento dos nuevos personajps entraron en
el sa]on.
Era el uno un militar jóven, alto, delgado y rubio.
Su rostro era bel10 y espresivo, y la mirada de sus ojos
pardos, suave y apasionada.
El otro era un hombre en ]a madurez de su edad.
Su estatura mediana se clevaba por la esbeltez de sus
formas hasta la bizarría. Su actitud era resuelta, su
porte distinguido y arrogante. El ámplio desarrollo de
su frente conlrastaba de una manera singular con la
finura de la parte inferior de su moreno rostro. Sus
rasgados ojos negros, de vivaz y profunda mirada, espre-
saban una seguridad que rayaba en audácia, y el aticismo
chispeaba en sus arqueados lábios, marcados con ese
pliegue sardónico que imprime la amarga ciencia del
mundo.
El traje de gala que llevaba, y el ~alzon cerrado con
hebillas de oro en lo alto de la rodilla, realzaban las
yentajas de su apostura.
La negra mosquetería de las ventanas se apoderó al
m~Jmento de aquel nuevo pasto para su charla.
-Ines, Ines, ahí vá el capitan Salgar.
-Es un.fubio muy buen mozo.
U ANGEL e.uso. t:l

. -Por eso la niñu Irene ....


-¿ Qué es-por ClO ? Pobre. niña !
-Por eso está encerrada hace un mes. ¿ No lo
decias ahora mismo?
-Cierto. No sé que diablos dijeron á la señora:
nadie pudo averiguarlo; pero la verdad es que un dia se
desmayó, lloró mucho, despidió al mayordomo, cerró
la puerta al capitan, y 10 peor es sin decirles el ppr qué;
encerró á la señorita, y ella, que le daba tanta libertad,
no la deja ahora salir ni á misa.
-y á fé que tiene raZOD. Yo siempre laví par-
lando con el espitan en las naves de ]a Merced.
-A quien se lo estás diciendo? Si yo soy su con-
fidente.
-.Oh I la buena confidenta que viene á decirlo
todo.
-L Qué hará una? Con algo ha de entretenerse.
-y á tí ¿ qué te hace la señora?
~I Uf I cuando voy á los mandados me registra
hasta los zapatos. Pero bah I yo no me dejo pescar I
Cuando salgo en eomision, esponjo un poco mi pelo y
pongo dentro las cartas. I Pobre señ~ra I Gallega es
pero muy buena, y me pesa el engañarla; pero,. I vaya I
qué he de hacer? La niña Irene me llora; y luego ese
capitan la quiere tanto, y 6S tan rico Y' generoso I
.......Rico I • \Ul pebre oopitan f Faro. rico y generoso
no hay otro que )l(j)Dteaguoo ..... y bueft J8(i)a~ ... Mira
h las blancas: se desmoreceRJ por él.
14 ~UEÑ08 \' REALlDAD¡';';.

-y él, ojo á la Montelar.


-A todo esto, ¿ qué es de Rita?
-Ahi está en esa ventana, hablando tras de las
parras con un hombre disfrazado.
-1 Ay I hija ¿ nó es ese Andrés?
-1 El mismo 1 Jesús que atrevimiento! Pero ese
muchacho no piensa en el peligro que corre entrándose
así de rondon por estas puertas?
-Por fortuna no está aqui la Peña-blanca; retiénela
su parálisis que si no, su' calesero, celoso del pobre
Andrés .....
-Pero está ahí la niña Cármen. ¿ Quién la ha trai·
do? ¿ No fué Lucas? Pues tanto dá: si vé á Ándres
irá á decirlo á la blanca.
- y ella que aborrece á Andrés, aun·lue se crió con
el á los pechos de la pobre Nicolasa, que dia y noche está
llorando ....
-Blanca desagradecida 1
-Guá 1que quieres hija? Andrés mató á su ena-
morado.
-La Montelar nunca amó al niño Pedro Gonzalez.
-Porque quiere á Monteagudo.
-Porque está amando á Salgar.
-Fué Andrés quien mató á Gonzalez?
-De donde sales tú? Si en Lima no se sabe otra
cosa. Andrés escapó de la justicia, ganó el monte, y
anduvo capitaneando una cua:lriUa por el lado de Lurin.
¿No oisle nombrar el Rey chioo ~
II:L Ál'CGIiL C.\lDu, 15
-¿Ese salteador famoso que debe ya tantas muertes;
que roba y quema las casas?
-Ese es Aridrés.
-Pobre Rita! I Por eso estaba tan triste!
JI.

EL REY CHICO.

La jóven negra á quien sus compañeras de esclavitud


llamaban Rita, habia ido á sentarse á 10 lejos en una ven-
tana oculta entre el ramaje, y miraba distraida con la me-
jilla apoyada en la mano, el animado y bullicioso cuadro
que presentaba el salon. Pürecia, en efecto, triste; y de
vez en cuando pasaba por sus ojos la orla de su manta,
quizá para enj ugar una lágrima.
-Rita l-murmuró una voz en la sombra.
-Andrés !-esc1amó eBa, corriendo al encuentro
de un hombre que recatándose bajo las anchas álas de
un sombrero de paja apareció tras los troncos de los
platanos.
EL iNGiL CAlDO

Era un negro de diez y ocho á veinte OilOS, de atre-


vido continenle y modales cabellerescos desmentidos con
frecuencia por groseros arranqlles, que revelaban la
lucha de los salvajrs instinto~ de su raza con los blandos
hábitos de una educacion distinguida.
La avilantez de su porte, la insolente altanería de
sus miradas, la infleccion sardónica de su voz, todo hacia
adivinar en él uno de esos seres fatalmente privilegiados,
que la imprevisora bondad de nuestras damas arrancaba
del humilde seno de sus esclavas para mecerlos sobre sus
rodillas mezcllldos con sus hijas en la perfumada atmósfe-
ra de los salones; y q~e despues, arrojados de aquella do-
rada region por la inflexible ley de las preocupaciones
sociales, volvian henchidos qe ódio y de rábia al círculo
estrecho de su mísera esfera, para llevar allí una exis-
tencia desesperada.
-Andrts, pobre hermano, ¿ qué vienes á hacer
aquí? La señorita está en el baile: si alguno de los que
han ,venido con :ella 1,0, ha vistv, si alguien q~e te conozca
te encuentra aquí, eres perdido I
-Qué importa !-respondió el negro, rechazando
con despego, el abrazo de su hermana-Ese dia, que lle-
gará temprano ó tarde, no será peor que. los que llevo
desde que comencé á sentir en mi pecho un corazon yen
mi mente un pensamient/)o
-1 Ah t si así hablas de la vida tú para quien fué
tan risueña, ,qué diré yo? ¿ qué dirá nuestra pobre
madre, qué ....
18 SUUÑos " RE.\LLD.\DES.

-¡ Ah I I ah I I ah I quiere compararme con ellas I


-¿ Qué habeis sufrido vosotras 1 Salisteis nunca
de la condicion de esclavas 1 habeis nunca descendido?
A1 contrario, tu madre ....
-Nuestra maJre.
-y bien, ¿ no fué arrancada á los horrores de
la pampa para cambiarlos con la blanda viua ue no-
driza?
--¿ Y tu, desgraciado?
-¡ Yo) Miráme I
-Si, el Rey chico, capitan de salteadores; pero por
culpa de quién"? ¿ Quién puso el puüal en tu muno?
¿ No mataste por la g,ana de matar?
-¿ Qué sabes tú?
-¡ Ay I hermano, me pesa aumentar tus penas con
tardías reconvenciones; pero tu proceder fué infame.
¡Qué mal has p~gadú al ama el regalo en que te has cria-
dol
-Sí, mientras pude ser su juguete, su monito.
-¡Qué ingratitudl Siempre te amó con ternura, y
nunca hizo distincion entre las niñas y túl
-y despues ....
.-Ya sé de qUl~ vas á hablar. Si cuando ya fuiste
un hombre te alejó de la mesa y del salon, tí sabes bien el
motivo: la niña ~lanuelita, que dió en aborrecerte, no
queria comer contigo, y se hizo servir en su cuarto; y las
visitas que venia n á la tertulia la aplaudian y te miraban
de malojo.
ItL ÁNGEl. CAlDO. tU
-Pobre niña Manuelita! murió, y de qué muertel
Perdónala, lndrés, perdónalal
-Oh I tranquilízate, largo tiempo hace que no la
debo perdon.
y los ojos del negro cent311aron en la sombra, y una
sonrisa siniestra contrajo su hbio.
-De todo eso y mucho mas, tú solo tienes la culpa.
¿A qué ese porfiado em peño de alternar con los señores, de
acercarte á las niñas? qué podias esperar de ellas? Claro
está; odio y desprecio.
-Odio que yo les he pagado bien, y que les tiene que
pesar eternamente.
-¡Ay! Andrés, esa es la historia del cántaro contra la
pieura. No te habria valido mas resignarte con tu suer-
te, volverá tu condicion, buscar una mujer que te ama-
ra, una mujer de tu raza ....
-Una negral ¡Ah! ¡ah! ¡ah! cuando desde que ten-
go memoria me encontré en los brazos de una blanca! Las
caricias de una negra, cuando labios de coral me besaron
desde niño! He vivido entre los ángeles, y volveria entre
los zimiusl Quita allá, mísera esclava! tú no puedes com-
prender lo que se encierra en esta alma, lo que cobija esta
mente. Crees tú que me hice salteador solo por huir del
castigo y por el ansia de robar orO? Nó, no es su oro lo que
yo quiero de los blancos, nó. Á e110s quiero robarles su
dicha, y despues beber su sangre; á ellas robarles su orgu-
llo y despues beber sus lágrimas.
-' ¡Calla, Antlr{s, que me' horrorizas!
20 !tUE~OS y M.\I.ID.\DKS.

-He ahllo que son los negros! Raza vil que no co


noce el rencor, esa llama sagrada que debe arder eterna-
mente en el alma del esclavo. Nunca por eso quiero ese
color en mi bdnda.
Surcados á latigazos vienen á mí. Quien los oye en-
tonces creería que van tÍ comerse á toda la raza blanca y
á prender fuego á este mundo.
ConfitHIo en Sll rabia, doiles una espedicion.
Embóscanse muy resueltos en el carrizal del Callao ó
tras las tapias de ChorrilJos. Divisan á lo lejos un coche
ó una cabalgata. Son jentes de tono que traen consigo
.
oro, V además hermosas niñas .
En una pestañada les negros están listos y sallan al
medio del camino.
- Alto ahi.
Los otros se detienen trkmu]os.
Pero ¡ bah I era su amo; y en este momento el negro
lo olvida todo. Se descubre, se inclina profundamente.
- Pase su merced, mi amo, que su negro aunque
salteador, ha de ser siempre su esclavo.
y deja pasar sano y salvo al amo que hizo despeda-
zar sus carnes en una panadería. ¡l\Ienguados!
- Al menos, aunque malos, se acuerdan de que son
cristianos y perdonan las injurias. Tal harías tu tambíen
si una mala educacion no hubiera torcido tu buen natu-
ral.
-¿ Yo? ¡ Ah I los que me ultrajaron nunca queda-
ron impune~. Mucho he hecho ya; pero eso ha sido la
EL ÁJfGKL CAlDO. :U
parte amarga de la venganza de Andr¿'S, réstalc la tlulce,
réslale la deliciosa.
Ves ese enjambre de LeUezas' Una á una, todas
serán mis esclavas: y cuando haya humillado su soberbia
y saboreado su afrenta, l(\s devolveré á sus novios puras,
muy puras .... 1 Ah! I ah !
-1 Jesus! Al demonio no le vendría tan horrible
p:--nsamicnto !
-No, por cierto; y yo voy á darle una leccion.
Allá, entre las minas del antiguo Pachacamac, bajo el
tupido follage de un grupo de matorrales que crecen so·
bre uua huaca, he descubierto la entrada de un pttlacio
subterráneo, templo del Sol y alcazar de las -vírjenes á
su culto consagradas.
Yo seré el ídolo de ese santuario, y mis sacerdotis8~
las blancas mas orgullosas de Lima. La temporada se
acerca. Ellas irán á Chorrillos; pero antes, todas pasa-
rán tres noches en Pachacamac. Todo 10 tengo previsto
para arrebatarlas de los brazos de los suyos. Una tan
solo, la mas soberbia, quiero que me siga de buena
gana.
-Ay I Andrés, quieres perderte sin remedio?
Vuelve en tí, aun es tiempo, mira que ... ~
-Basta! que he venido á otra cosa que oir
sermones .... Ven aquí. ¿ No me has dicho que tu
niña no ama ú l\lonteagudo?
-y 10 repito: no 10 ama.
-y dí, infame embustera, ¿ qué es a'luello'
SUEÑOS l' REALlDADE';.

-Le sonrie para encelar á Salgar.


-El capitan no la ama; si la amara I ay de t!l !
-Sí, pero él se 10 hace creer, y mi pobre ama está
perdida de amor.
- ¿ Por qué no me has obedecido? Te ordené que
le avisaras .... .
- lEso I .... solo que estuviera cansada de vivi r
ó antojada de alojarme en una panadería.
- Pues escucha. Un dia ú otro t.u desobediencia
ha de .costarte la vida.
-la sé que nada sería para tí asesinar á tu herma-
na. I Ah I cuanta razon tenía el amo, que decía sin cesar
á la señora -" La fataleducac~on que das á este muchacho
será causa de su pérdida. Vasá hacer de él un bandido
que acabará ,con nosotros.
- La boca que eso decía está ahora llena de tierra y
no puede repetirlo.
Yen los lábios del negro brilló una diabólica sonrisa.
111.

LA VOZ DEL COR!ZON.

Mientras tanto, el baile habia comenzado, y cien pa-


rejas arrebatadas en el ardiente torbellino de un vals, agi:.
taban ondas de gasa y raudales de perfumes en torno dd
salon.
Cármen, la hermosa que tantos elogios recogió á SIl
entrada, danzaba con eljóven que la habia acompaña-
do.
Al ver el confiado abandono con que· bailando ha-
blaban, habriase creido que eran amantes, si en la seme-
janza de'sus facciones no fuere. fácil conúcer que eran
hermanos.
Por mas que digas, Gauricl,-- decia ella-t~slás ptm-
salivo y lrisle. Falla alguien á tu alegria? Si. ... Lo diré?
Irene!
-y bien . . . -t • • •
-Oh! no lo niegues, ]a amas.
-¿Por qué lo negaria? No es ella digna de amor?
·-Por qué? Porque conoces que yo la aborrezco.
-1 Qué inj usticia! Bella, pura y buena ¿quién no
amaria á Irene?
-Yo la aborrezco. Es un odio que nunca pude Yen-
cer y que mE' atrajo humillantes penitencias cuando estu-
diábamos juntas en el tcolegio de Madama Montes. Cosa
pstraña!la vi y la aborrecí. Nunea pude mirarla sino con
airados ojos. Destrozaba mis vestidos cuaJ}do los suyos
eran de la misma tela, y cuidaba con afan mis uñas solo
por el placer de arañarla . . .. Qué cara pones, Gabriel!
Diria que vas á llorar. Irene me tenia miedo y ~é llumaba
Ja Leona. En el colegio achncaban mi odio á enTidia; pero
bah! yo siempre fui mas linda ttue el1a.
-Irene es bello, graciosa, espiritual; y én dulzura
nadie en el mundo la iguala . . . .
---¡Ay!. . .. Por hacer su apología me has dado
un alroz pisotont Y bien, no está aquí: "ele á lamentar
su ausencia, y déjame bailar con otro.
-¡Oh!-dijo el jóven con melancólico acento-tran-
quilízate: aun cuando aquí se encontrase, no seria yo á
quien mirara, ni mis homenajes los que ella preferiría.
Ignora mi amor: ama á otro, olro la ama y ese está aquí. ...
--¡Ama á otrol-Y Cármen palideció, y cesando
EL .''iGiL CAlDO.

bruscamente de bailar, quedó inmóvil corno un escollo


entre el veloz remolino que se agitaba en torno suyo-
¡ama á otrol otro la ama! ¿Quié~ es, Gabriel, quién es?
-El capitan Salgar.
- j ji Felipe I! I Felipe Salgar ....
-El mismo que doblando la rodilla ante la reina del
baile pide la dicha de relevar á su caballero -diju incli-
nándose graciosamente el bello y blondo capiJan, to-
mando la mano de lajóven.
Cármen la retiró y miró de frente á Salgar. La cólera,
el dolor, el odio y el orgullo se pintaron y estallaron á la
vez en ese adema n y en aqllella mirada que descontertó
al capitan, quien sin embarazo insistió.
-Cármen, ¿he tenido la desgracia de desagradarla?
-Nó, señor mio. Al contrario pretendo probar á
Vd. que soy superior á lodos los desagrados.
-Entonces pruébelo Vd. concediéndome este
vals.
-¿ Qué trama aquí contra mí la bella Cármen?
dijo 00 pronto, acercándose al grupo, el apuesto caballero
que llegó con el capitan.
Cármen cambió súbitamente la espresion de su sem-
blante; y vol viéndose á él con coq ueta sonFisa:
-Tramo una conjllracion, -repuso, abandonándo··
lesu mano-digo á Salgar qU3 este vals se llama elt'al~
de Monteagudo, y que quiero bailarlo con él.
- \ Oh I esclamó ~Ionteaglldo, arrebatándola en
sus br~zos y mezclándose al danzanlc círcíllo-¡ benJilo
~UEÑOS \' RIULlDADES.

sea el gradoso com positor que me dedico este vals. Oe


hoy mas, debe llamarlo La dicha de Alonteagudo.
-Yo creía-dijo Cármen riendo-yo creía tan su-
blime la dicha de Monteagudo, que como la ambrosía de
los dioses, ningun mortal podria probarla sin morir.
Mas he aquí mas de ciento que la parten con él y estan
vivos, y saltan á mas no poder.
-1 Ah !-rf'plicó él, fijando en los cjos de Carmen
sus bellos y atrevidos ojos negros-bailará Vd. con los
ciento; pero, ¿ dará á ninguno el fuego que en este mo-
mento envían á mi corazon esas luminosas pupilas 1
Amor, cólera, ódio, cualquiera que sea la pasion que las
enciende, nunca alumbraron á nadie con tan ardiente
fulgor.
--Si ha3ta ese pun to es Vd. contentadizo, nada tengo
(Iue decir, sinu que apruebo el nombre nuevo q~e quiere
dar ú su vals.
Monteagudo se mordió el labio, pero replicó al mo-
mento, tendiendo en. torno una soberbia mirada:
- No es ciprto que rsta bien en el que Beva una vida
azarosa el pedir poco al amor? En Cllanto á mí, yo nun-
ca 10 imporluné--Llegó ]a vez a Carmen de morderse el
lábio-Solo que, continuó él-como es un espíritu de
contradiccion, fué siempre para conmigo en estromo
generoso.
Los ojos de muchas hermosas Hjos en él con el celoso
afan, atestig:,taban la verdad de esa asercion, y Carmen
misma. contemplando entonc()s por vez primera a aquel
El ••\NGEL CAlDO. 27

hombre dotado de tan prestigiosa belleza, y ceñido con


la doble aureola del génio y del poder, sintióse poseida
de admiracion. Si no hubiera estado celosa de Salgar,
desde esa hora habria amado á Munteagudo.
¡ Ay I cuantas veces así, pasamos alIado de un as-
tro, siguiendo la pálida luz de una luciérnaga!
Así tambien en ese momento mas que uunca, poseia
Felipe el alma de Cárruen, porque la ligaban tÍ él los
celos, ese lazo duro COnLl) el infierno, castigo y estímulo de
los soberbios; y si antes amó á Salgar con todo el urdor de
su corazon, ahora lo amaba con toda la rúbia de Sil orgu-
llo humillado.
y queriendo devolver el tormento que sufría, se
reclinaba en el brazo de ~Ionteagudo, y le sonreía duke .
mente, y finjia hablarle en voz baja.
Olvidaba, como olvidan las coquetas, que solo quien
ama siente celos; y que no hay indiferencia tan profunda
como la indiferencia que sigue al amor.
Por eso tembló de cólera, cuando buscimdo á Salgar
Sil furtiva mirada, lo -encontró, y en vez de enojado por

la ofensiva preferencia que habia dad,) á otro, reir in-


dolente- y festivo entre un alegre círculo del chasco so-
lemne que la falanje femenina habia ll.evado aquella
noche.'
Era el caso que el príncipe tunecino tan ardientemen-
te esperado habia llegado al fin, conducido por el capitan
inglés; y atravesando el salon en medio de lisonjeros mur-
mullos, fué presentado á la señora de la casa, que lo re-
28 SUEÑOS Y REALIDADES,

cibió cOllla dulce acogida que nuestras damas acuerdan


á los estranjeros. Tomó su mano con frateroal ademan,
y mezclánuose :í los grupos, le presentó las jóvenes mas
,hermosas de Lima, quienes á su vez le prodigaron sus
¡..

mas suaves miradas, sus mas luminosas sonrisas.


-Tú, que eres del pais de los amores ardientes-le
habia dicho la graciosa patrona de la fiesla, devolvirndo
con donaire el oriental tuteo del príncipe-tú, cuyos
abuelos enseñaron á los ma.estros el culto de la belleza,
¿ qué dices de la que resplandece en las hijas de este
sur.lo ?
-Su rostro es dulce como el rayo de la luna, res-
pondió el africano-y. sus ')jos tienen á la vez la luz que
brilla en las divinas pupilas de Uríel y la misteriosa som-
bra que cobija el áb de Azrael; pero su cuerpo es frágil;
~' la palmera de dHlgado tronco se quiebra al primer soplo
del Simoun. . . .. 1\Ias .... oh! mira! he allí la ver-
dadera belleza, la que Alah formó para hacef las delicias
del harem. DicllOSO el dueño de esta hermosa esclava.
Yo daría por ella diez mil cequies.
y fu', á prosternarse ante una gruesa gauchona de
dcsanollado seno y abultadas facciones, pero fresca y pro-
vocati va para los mahometanos, que in'lernan á sus Zaira,
como nosotros á los cerdos; ... y aun ¿quién sabe' ...
quizá tambien para muchos cristianos que sintiéndose
cerca del hueso, aman con furor la carne.
Así, la h¡~rmosa esclava ~ra señora absoluta y des-
pótica de todo un señor ministro.
EL ÁNGEL GAlDO. 20
Por lo que hace á"Iluéslras bellas tornaron el partido
de reir; y en ocho dias no se habló de otra cosa que de
los suculentos gustos de Su Alteza tunecinR.
Cármen tambicn rió y estuvo mas graciosa y coque-
ta que nunca; p:>ro llevaba en el corazonel dardo de
los celos que las palabras de Gabriel acababan de
despertar.
Ella que creía que su belleza era omnipotente, que
sus ójos poseian el secreto de encadenar la inconstancia,
y que aquel, sobre quien se habian dignado descender
quedaría para siempre á sus piés, vió de repente, al través
de las tinieblas de la duda, resplandecer la luz de una
dolorosa verdad.
Buscó á Gabriel; pero esla vez el jóven, que habia
adivinado el secreto de su hermana, fué impenetrable,
y eludió toda esplicacion.
-Yo lo sabré I-se dijo ella-yentonces, Irene, ay
de tí 1 Yay d2 tí lambien :Feli pe 1 Como al otro traidor.
mejor te sería no haber vi vida 1
y poniendo como se dice vulgar, pero espresiva-
mente, una piedra sobre el cora,:on, irguió la frente con
altivez, sacudió sus negros rizos, arrojóse en el alegre
torbellino de la fiesta, rió, cantó, bailó, Y. aceptó con tan
esplicila complacencia las galant.erías de su caballero,
que al dejar los salones de la Filarmónica, nadie dudaba
de que Uonteagudo había cOll'1uistado el amor de la bel1a
Cármen Montelar.

IV.

B O n R A S eAs DEL AL ~l A •

Muchos dias habian pasado desde las escenas ocur-


ridas en la Filarmónica. Mediaba una noche de Enero,
y Lima envuelta ~n el eslraño silencio que sucede á su'
bullicioso tumulto, dormia al claro rayo de la luna lle-
na. El reloj de San Pedro acababa de dar la última de
sus duce campanadas, y el sereno, bostezando y restre-
gando sus ojos, alzóse de un umbral de aquella calle
donue durmia ú pierna suelta, y de pié, aunque todavia
soñoliento cumenzó á cantar.
-Ave Maríala .... Ahí es tu ya el emLozadu I ¿ qué
diablos querrá ese hl'JJlUre ('n aquella casa? Si fuera
un ladron se hubria ya cansado de rondar la calle en vez
EL Á~GEI. C\lDO. 3i

dcl pnsear los techos. Si fuera un enamorado. siquiera


una vez se acercara á la r,'ja para ver á esa linda niña que
asecha en la celosía. Pero no, señor, nada I .... y solo
se contenta con pasar y repasar, y últimamente escon·
derse en el hueco de esa puerta, como ahora acaba de
hacerlo, hasta que la última gente ha salido, y que el
último criado ha enlrado, y que han cerrado las puer-
tas .... queeé? Este si que es un enamorado I Pero á
este no lo ví nunca. Es un militar: dícenlo los bordados
de su cuello. En esto vienen á parar los ladrones con
'que tanto nos atormentan á los pobres dependientes de
polida: mas ó menos, todos son enamorados.
-Huyamos, huyamos pronto porque ....
y el sereno se alejó cantando la hora.
En efecto, apenas el fantástico embozado se habia
ocultado en la puerta cuya situacion describió el sereno,
un jóven, envuelto en una capa militar se detuvo ante
la reja.
Un, momento despues, las largas corlinas de mu-
selina que guarnecian aquella ventana se abrieron mis-
teriosamente; y un rostro hechicero, á la vez gozoso y
asustado sonrió al militar.
-Felipe !-murmuró-qué dicha' .... que im-
prudencia 1 quise decir. l\1i madre vela todavia. Si
viene, si llegara siquiera á sospechar que te veo, que te
hablo! . . .. Oh I aléjate, en nombre del cielo I
-No, amada mia: perdona si te desobedezco, pero
tellia tanta necesidad de verle, de oir tu V(lZ, de eontem-
SUEÑOS)' Rt:..\LlDU.lES.

pIar tu ro~tro, de llamarte mia, y oh'lelo repelir cien


veces! .... Porque, Irene, alma mia, hoy mas que nun-
ca terno perderte. Tu madre se prepara secretamente
á dejar á Lima para volver á su patria. Si un dia te or-
dena seguirla, tú no tendrás bastante resolucion para
resistir á su voluntad; el mar está cerca, y antes que
hayas podido dirijirme siquiera un adios, habrá puesto
entre nosotros su inmenso espacio.
-Calla, Felipr, que destrozas mi eoraron ! ....
Dios tendrá piedad de nosotros, y alejará ese momento
fatal!
-¿ Pero si llega? Irene, si llega'
- ; Ah I si llega, -si me encuentro al fin en la hor-
rible alternativa de elejir entre mi madre y tú .... no
vacilaré, Filipe, no vacilaré .... ¡ Pobre madre mia!
y la jóven inClinó la cabeza sobre sus rodillas, dando un
jemido.
-Lloras! t(3 arrepientes de tu promesa, y prefieres
someterte á los mandatos tiránicos de tu madre I
--No Ilt culpes, Felipe; !·lla me ama y desea mi dicha.
-Si te ama ¿ por qué Jespedaza tu (,orazon ? Por
qu~ quiere separarnos?
-Porque pesa sobre nosotros una herencia de
ódio, porque média entre nuestro amor una ola de san-
gre I Escucha, Felipe; y lejos de condenar la conducla
de mi madre, llorarás sobre ella y sobre nosolros.
1~1 dia que te cerró su casa, mi madre me llamó
a solas.
EL ÁNGEL &\100. 33

Estaba pálida, y su semblante grave y lriste. Hizo-


me sentar á su lado y me habló así:
Esme forzoso, hija mia, contristar tu corazon, re-
firiéndote una historia que te he ocultado. hasta ahoro,
porque, en mi anhelo maternal, yo he guardado siem-
pre para mí las espinas de la vida, á fin de que tú halla-
ras solo sus flores.
Pero te debo una esplicacion d~ mi conduela de hoy;
y héla aqui:
En tiempo de la guerra de independencia en Colom-
bia, servian en los dos bandos enemigos dos oficiales,
el uno americano yel otro español, amigos en otro. tiem-
po, pero desllnidos despues por el espíritu de parti-
do.
Un dia se encontraron frente á frente, mandando
cada uno de ellos una guerrilla.
La fuerza realista, despuesde un terrible combate,
fué destrozada, yel oficial español cayó en manos de sus
enemIgos.
Era jóven, era amado, tenia una esposa bella. una
hija en la cuna. La vida le sonreia, y pidió grRcia.
Pero el oficial patriota cumpliendo la inexorable ley
de la guerra á muerte, fusiló á su prisionero.
El desgraciado español se Hamaba Fernando de
Guzman.
i Mi padre !-grité yo.
-El jefe patriota que lo mandó ejecutar-prosi-
guió mi madre -era Diego Salgar.
SUf;~08 lO RIULlDADE:oi.

I Mi padre !-esclamó Felipe, que á su vez inclin6


la cabeza sobre su pecho, pálido y anonadado.
-IUi madre, que por evitarme penosas emociones,
me calló siem pre las circunstancias trájicas que acom-
pañaron la muerte de mi padre, ignoraba el nombre de
su matador: una casualidad se lo reveló. Oyó un dio á
Fermin nuestro mayordomo, antiguo soldado de Colom-
bia, refiriendo á las criadas su vida militar, hablar como
testigo y a~tor, del fatal encuentro en que la enemistad
de nuestros padres tuvo tan terrible desenlace.
i Ah I ¿ Qué podia }¡ater la viuda de Guzman?
,Erále lícito acoger todavia al hijo de Salgar?
-y tú, Irene mia, ¿ qué sentiste al saber esa fu-
nesta historia que ha caido sobre mi Curazun como un
lúgubre sudario?
-Sentí que te amaba siempre, l;'elipe, y tuve hor-
ror de mí misma. Hnbría querido ahiJarle, arrojarte
del corazon; pero mi amor es prufunJo, imborraule, se
ha vuelto la mitad de mi alma, y no puedu arrojarlo de
ella sin morir.
-¡ Anjel de belleza y de hundad I-esclamó el
jóven, contemplando asu amada cun adoracion-¡ qué
he hecho yo para merecer tanta dicha! Llegué triste,
agitado: héme aquí tranquilo y feliz.
-l)ero entre tanto, Felipe, las horas pasan, y es
preciso separarnos.
-¿ Ya? Tan pronto J des pues de tantos dias de.
ausencia, despues de tantas z070h" fI 't!
I>L ..\:'jliEL CA\l)O. 35

-No estás tranq uilo y feliz?


_1 Oh I s\ I Mas para irme contento, necesito una
prenda. Las cortinas se apartaron enteramente, y una
jóven vestida de blanco se mostró en la ventana..
Era bella, bella con esa beldad rara, doble herencia
de los árabes y de los godos: grandes y rasgados ojos ne-
gro~ bajo largos y sf'dosos cabellos blondos.
_¿ Una prenda ?-dijo, sonriendo amorosamente,
una prenda I ¿ Cual?
--El permiso de besar tus cabellos.
Irene cogió ulla de sus largas trenzas rubias, y rodeó
con ella efcuello de Felipe. apoyando en sus lábios el
rizo que la terminaba.
A esa doble caricia, el incógnito, que acechaba es·
condido en el hueco de la vecina puerta, hirió su frente
CGn el puño cerrado, y huyó de allí, como persrguido
por una horrible visiono
Al mismo tiempo, una carcajada sorda é irónica re-
sonó en su oido, y una sombra, destacándose de los ca-
ñones de otra puerta, 10 siguió á lo lejos.
El desconocido atravesó con paso rápido y desigual
las calles de Bei tia, las Aldabas y Aparicio; entró en la
calle de San Francisco, y deteniéndose delante de una
puertecita estrecha y' baja, dió dos golpes con la estre-
midad de los dedos. La puerta se abrió nI momento.
y una negra anciana, de semblanle dulce y triste, apare-
ció entre la puerta y una inmensa cortina de enredaderas
que la ocultaban inleriorment~.
36 ~UEÑO~ y RItALlDADE~.

El embozado apartó con ademan brusco á la negra,


y atravesando la tupida enredadera, se internó en las som-
brías avenidas de un hermoso jardin.
La negra dió un suspiro, y moviendo tristemente la
cabeza iba á cerrar la pllerta, cuando vió deslizarse entre
ella y el postigo un bulto negro, c¡ ue pasando como una
sombra bajo su brazo iba á introducirse en el jardin.
La negra, asiéndolo resueltamente, quiso rechazarlo
hácia afuera; pero el fantasma, apartandu el embozo que
10 cubría y poniendo á la vez su dedo en la boca y la hoja
de un puüal sobre el seno de la negra:
- i Silencio I esclamó-porque te j uro, madre, que
si te mueves, ó dás siquiera una voz, caerás muerta á mis
piés.
y cerrando la puerta, guardose la llave y dcs&pareció
t'ntre el sombrío ramaje, dejando á la negra helada de
sorpresa y espanto.
-1 Andrés I Andrés I-murmuró la pobre vieja.
¿ Qué vif'ne á hacer aquí este desventuradO?
Huyó del castigu á que le condenaba su atroz delito; y
abora el imprudente, vuelve á ponf'r el cuelln bajo la
mano del ama, que no le perdonará, aunque le ha criado
en sus brazos. 1Oh I ama, ama I . que dafJO nos hiciste,
á mí y á mi pobre hijo, arrancándolo á mi amor, desvian-
do de mí su corazon; á él elevándolo á la esfera de los
blancos, donde si es tolerado el negrito, no es ya tolerado
el negro. He ahí lo que has hecho de ~l: un asesino,
un ladron!
IL ÁNGEL CAlDO. 37
y la anciana negra, con la cabeza entre las manos,
se perdió gimiendo en las oscuras galerías que rodeaban
el jardin.
Entre tanto el rondador de la calle de San Pedro
habia llegado al otro estremo del jardin. Torció el dora-
do bLton de una puerta que se abrió, y apartando una
cortina de terciopelo, entró en un retrete resplandeciente
de oro, seda y pedrería. Las paredes estaban cubiertas
ron terciopelo color de púrpura bordado de oro. Espe-
jos de dimensiones fabulosas duplicaban el brillo de los
diamantes que en forma de brazaletes, pendientes, ani-
llos, collares y diademas se ostentaban por todas partes,
dentro los vasos de oro, adornados de rubíes y esmeral-
das que cubrian los muebles de aquella suntuosa morada.
El aire que allí se respiraba era tibio y embalzamado
con el perfume que se exhalaba de la filigrana de los pe-
beleros que ardian sobre los platillos de oro, llenos de
azahar, aromas, y flores de chirimoyo; cuyo humo for-
maba una aureola luminosa en torno de las trasparentes
bujías que alumbraban un tocador donde estaban reuni-
dos lodos los tesoros de la coquetería y de la elegancia.
Dos anchas ventanas abiertas sobre el jardin, y medio
cubiertas con dobles cortinas de terciopelo y enredaderas
de ñorbos, hacian llegar A este santuario ei suave mur-
mullo del viento entre las hojas de los plátanos.
Eslando en el cuarto, el embozado arrojó la capa y
sombrero que 10 cubría.
Los largos rizos de una hermosa cabellera que el
3,. SUE~OS y REUIDÁDF.S.

sombrero aprisionaba se esparcieron profusamente sobre


los hombros desnudos de una jóven, ocultando á medias
su frente y sus grandes ojos negros.
Era Cármen ~lontelar, Cármen. nu alegre y coqueta
como en el baile, sino pálida y sombría.
Largo tiempo permaneció inmóvil, ffiudá, y la mira-
da fija en el vacío. La vida se habia reconcentrado loda
en su pecho que se alzaba tumultuosamente, como un
mar borrascoso.
-1 C:\rmen I-esclamó al fin mirancllJ su irJH\jen
reflejada en uno de aquéllos grandes espejos-Clrmen,
¿ qué te queda por saber I falta algo á la desesperacion
de tu alma? Orgullosa belleza, ¿qué ha he¡~ho ese hom-
bre del corazlln que le habias dado? No contento con
destrozarlo, lo ha arrojado al lodo. Hermosa, rica y
adorada de clJantos hombres se te acercaban, tú desdeña-
bas sus adoraciones para consagrarte solo á él. Tu mira-
da, que los mas altos personajes habrian dado un mundo
por interceptar, tu mirada lo buscaba á él solo
en todas partes; y cuando lo habias visto, orgullo, opi-
uion, deber, lodo 10 olvidabas, porque él era lodo para
tí.
y mientras tú le consagrabas así tu vida y tu alma,
él te engañaba miserablemente, y reia de tu loca pasion.
Cada uno de sus juramentos era una mentira, cada una
de sus palabras de amor era un insulto: cuando te em-
briagaba con ellas, llevaba en el corazon la imAjen de
otra mujer. . .. 1í Ah I !
EL .~i'4GEI. CAlDO. 39

y recorriendo el cuarto con pasos precipitados, la


orgullosa jóven elevaba sus ojos para hacer retroceder las
lágrimas de rábia y dolor que se agolpaban en ellos, é
inundaban su rostro ó prsar suyo. Ella las enj ugaba fur-
tivamente con sus cabellos, murmurando con su risa
siniestra.
- j Llorar! n6: la desesperacion no tiene lágrimas:
ellas sientan bien al rostro de una mujer adornada y
triunfante, á cuyos pies han arrojado como un sangrien-
to trofeo, el corazon de otra mujer ....
Interrúmpiose bruscamente; sus negras pupilas bri-
naron con un resplandor sombrío, sus manos se crisparon
convulsivamente, y mordiendo el lábio con furor:
-i Irene !-esclam6 -Irene I ... , He ahí el se-
treto de ese ódio instintivo que desde la infancia me ins-
pir6 ('sa mujer. Niña todavía, yo leia constantemente
en los ojos de esa niila como yo, una trrrible amenaza
paró el p rvenir; yen los dorados sueños de mi juventud,
ruando el corazon comenzó ¡\ abrir~e al amor, su imájen
venia siempre á turbarlos, mczdan(lo en ellos un terror
Sln nombre.
Irene! tn qué me llamabas la leona, ya sentirás
como j uslifico yo este nombre? j Desdichada de ti, que
has hrrido á la leona y la has dejado ~iva !
Si I-continlló, dando un fuerte golpe en su lindo
y delicado pecho-quiero arranCi-lr de aquí todo 10 que
pudiese enternecer mi al ma y h::lcerla buena; quiero con-
sagrarme toda al mal; volver perfidia por perfidia y tor-
40 ~UE~O! , IUU.LIlMDft~.

mento por tormento. l\lientras mas bárbara sea la ven-


ganza, tanto mejor. Destierro, deshonra, muerte, ¿qué
son ante el dolor que destroza mi alma?
En ese momento, la misma risa sorda y diabólica
que la habia perseguido en la calle, resonó detrás de ella.
A este eco que venia á mezclarse á la tempestad que
rujia en su corazon, Cármen se estremeció, y volviéndose
sobresaltada, Vió centellar en la sombra dos ojos ardientes
como los del chacal.
Un instante despues abrióse la puerta, y un hombre
apareció en el umbral.
Era el negro que habló con Rita en el jardin de
la Filarmónica.
EL PACTO.

Al mio, Cirmen di6 un petO alril.


-Infame a"oo wJamó-,~ b.... aqui'
-Ah' ah f ah I 11 dice la pobre nilla que quiere
,enpne I 1,.enpne, 1le arredra el crimeo I
-Milerable I linarias tu indeneia ...... OIIr
mezclarte en 101leCrelol de mi eoruon t •
-Ya sé-replicó ellHlp'O COIl irónica 100M-la
Ié que no es á mi , quien la nilla concede na dicha;
pero ¡bah 1 yoestoy fuera de .. ley. y DO oueDLo..,.
101 vivQI. Vago pu. como UDa IOIIlbra, J cual teabra
lin.r nato me encuentro por todaI pen.. AlA, lodo
lo YeO, lo eé todo; J 1cuáolo no del . . . .DO rUlieu lo
_pucido en .te mundo! I Qu~ de "",6011 cuaatol
chuem t
Por ejemplo, sigo el drama de un amor. Es una
jóvpn noble, rica, hermosa, j oh I tan hermosa, que
por dla daría uno gustoso el cido; pero tan suberbia, que
¿ti sul mismo lo crería indigno de mirarla.
Mas de repente ama. Ama ti un jóven capitan, le
ció su alma, por él olvida su orgullo, su honor, su deber,
todo ....
- j Lo sabe! I Desdichada I
-Pero he aquí ql:e el capitün no la ama, nunca la
amó, yel sentimiento que lo llevó ú I'lla era el íllJe InS-
pira una cortesana.
-1 Silencio I insolente I
-Oh! p'¡r mas '-:ue diga la niila, quiere olr mi dra-
ma y prOSIgo.
Mas el capilan ama á otra, él una jóven bella, dulce,
pura. La ama con amor inmenso, respetuoso, tierno; y
de rodil1Hs ante ella le confiesa con rubor el sentimiento
,'ergonzoso que lo unió á la nuble dama.
-Afrenta! rábia 1 Ah !-gritó Cármen cayendo
en tierra y ocnltando el rostro rntre las manos.
El negro la contempló con cruel complacencia.
-Así, así esclamaba tamhien aquella orgullosa
mlljer, cuando se vió burlada, pospuesta, despreciada;
y se torcía en los parO\jmos de una cólera impotente;
porque, débil mujer, earecia del valor qur vá á pedir
á l(\s sombríos ahismos de la Ycnganza las delicias que
contienen.
Un hombrf', un hombre que nada temp, y que ha
El ÁNGIi:L CAlDO

h{~cho del mal la esencia de su alma, viene á ella y le


dice:
Si yo te vengo del hombre que te ha ofendiJo, ar-
rebatándole la mujer que ama, y robándole para siem-
pre por la muerte ó la deshonra su cuerpo ó su alma
¿ qué me darás?
-Todo !-esclamó Cármen, alzándose impetuosa
yeslrechando con fuerza el brazo del nrgro -todo! ¿ lo
oyes? Mi oro, mis joyas, mi poder.
-Eh I-dijo el negro con desdeñoso gesto-¿ para
qué quiero yo tus riquezas? pueden darme ellas una
gola de felicidad?
-Qué deseas, pues? Habla!
-Te amo-esclamó el negro.
- i Tú. vil e~clavo!
-Sí, te amo; y en cambio de tu venganza, quiero
que aceptes mi amor.
¿ Quién podría esplicar lo que pasó en ese momento
entre la borrasca que devastaba hacia algunas horas el
al ma de Cármen ? El orgullo y los celos debieron tener
un terrible combate, en que l~ celos triunfaron al fin,
pues la altiva jóven depuso el ceño.
-y pien- dijo-dame la venganza; y c!lando la
haya saboreado juzgaré si vale mi amor.
-¡ Anjel de luz, esclamó el negro con impetuoso
ademan, acabas de hacer alianza con el espíritu de las
tinieblas; y este, para hacer irrevocables sus pac-
tos, los marca con un sello dé fuego.
y antes que Carmen hubiera podido impedirlo,
oprimió sus labios con un arJiente beso.
-Miserable !-esclamó la orgullosa aristócrata,
me pagarás con la vida esta afrenta!
-Eres mia-replicó el nrgro-nos ha unido un
beso ~e amor, y me perteneces para siempre. Yo te doy
la venganza, y tú me daras la dicha. I Qué digo! Aca-
bo de saborearla en tus lábios! I Dicha suprema que
defenderé con celoso afan I El hombre que osare acer-
carse ú tí, morirá. Maté á Gonzalez porque te amaba,
y mataré ú Monteagudo porque te ama. Lo he resuelto:'
así ·será.
y dejando á Cármen anonadada de vergüenza y ter-
ror, el negro desapareció.
VI.

1..,\ fITA.

A las once de la siguiente maiumo. un y,·rbata-ro. en


compañia de sus verdes cargu, eslaciuDohn frente á la
casa de 10 condeSll de Prila-blanca.
De pi(~ Yrecostado en la olorosa olfnl(n, r.r.ultabe ~I
rostru bajo elota del 8omhrero, sin dllela p.1ra ~Ullrf'f"r·ro.,e
de los nrdienh-s rnyos del Slll. y dormih,llft una ddi(·II ....
sif'!iw: lal ero 1'1 negligencia de su oclitu(:t.
Sin embargo. al cabo de olgnn tiempo M:' inr,orp0r6
lentanwnlt·; y llevando lo mono al boh.i11o de !\u cba-
queta, tomó un objeto que miró por 1ft aberlllru de tu
raido poncho.
Quien bubi(~ra seguido lo dirocdon de su mirada.
hubiera visto UD magnifico reloj cercado de briUanlet.
4t1 SUE~OS 1 1IIUI.IDAl)J~S.

-Media hura de es(wru !-murrnuró-y esa rrwl-


dila llegra no pilretc ....
-El cazo le dijo ti la ulla-cantó una voz detrás del
,'erha lero.
01

-Hita! ACübaras de llegar!


-Guá I sabia yo acaso que estabas aquí, disfraza-
du"? Imprudente! no parece sino que está buscando su
destino.
-Ya empezamos 1 Sígueme á la plaza que tengo
que hablar contigo.
-Es mi camino; mas no puedo detenerme: me
manda la señorita:
-¿ Donde vas?
-Voy á llevar esta carla y volver en el momento.
-Una carla I Dámela.
-La carla que me dá la señorita para el señor
Munleagudo !
-Para éll Oh I dame esa carta te digo porq ue
sino .... dijo el yerba tero ú media voz, pero con terrible
acento, arreando sus cargas en pos de Rita, que al llegar
á la plaza se deluvo intimidnda.
-Pero, Alldr~s, qué diré á la señurita?
-Dame la carta y descuida.
-Héla aquí.. ¡ Dios mio I b por qué me diste por
hermano á este diablo del infierno?
.] negro cogió la carla y examinó el sello. Luego
sacó del bolsillo un corta-plumas y un lente. Espuso la
tilla hoja de acero al rayo solar filtrado pur el cristal, y
EL ÁNGEL C.\lDO.

cuando se hubo caldeado lo bastante, üplicóla al sJbre


de la carla, levantó diestramente d sello, y la leyó.
-Llevas tambien una llave.
-Sí.
-y bien, he aquÍ la carta cerrada y sellada como
la recibiste. Entrégala, y trae la respuesta .Te espero
aquí.
Un cuarto de hora despues, Rita entregaba á su
hermano un billete sencillamente plegado, pero q na pa-
recia guardar aun la huella de la aristocrá tica mano que
10 habia escrito.
El negro 10 abrió del mismo modo que el otro y se
puso tÍ leerlo con avidez. El billete decia así:
({ Cualquiera que sea el peligro que amenaza mi
yiJa, bien venido sea, pues im pide á la bella CármCll el
recibirme en su casa donde la hallaría rodeada de im -
portunos, y la aconseja llamarme á un paraje solitario,
donde mientras ella me hable de ese riesgu que bendigo,
me embriagaré yo en la mirada de sus ojos, yen la melu-
día de su voz. Y aun está el sol en lu alto Jd cielo! v
aun no es mas que medio dia ! I Oh nios 1 nunca llegará
la noche.))
El negro plegó de nuevo y selló el billete, sOilriendo
(,on Ulla risa sinirslra.
-Lleva este billete á tu señora, Rita, que debe
esperarlu impaciente.
-Dices eso, Andrés, ce un modo que me haces es-
tremecer. ¿Qué intentas contra la nifta?
!qJaAns , R&ALIOADU.

-~ Qtli~n te ha d8do lo osadhl de averiguar mis in-


ti n tos , Obediencia 1 silencio: he 811í lo que te convie-
ne si quieres vivir largo tiempo. Vete.
V 11.

LA FUGA.

Al anochecer de ese dia, un coche cuidadosamente


cerrado partió de la calle ue San Pedro. Atraves6 las de
Plateros y San Agustin, loráó á la izquierda, y se diriji6 á
la portada del Callao.
En aquel coche ib~n dos personas-una mujer de
edau madura y una jóven.
La primera, grave y meditabunda, parecí:! haber lo-
mado una penosa pero firme resolucion. La última Ho-
raba en silencio con el rostro oculto entre las manos.
Cuando el ruido de las ruedas y de los cascos de los
caballos se hubo apagado en la arena del camino, la jóven
levantó la cabeza, y paseó en torno una dolorosa mirada.
Lu noche comonzaba ú tender su velo sobre el pai-
4
:JO

saje. Las copas de los ~ltUccs se dibujaban sombrias so-


bre el azul estrenado del cielo; el grillo cantaba entre la
maleza, y la brisa empapada en los aromas del azahar.
mecia con triste fumor las ramas de los úrboles.
La jóven asomó la cabeza por el claro de la porte-
zuela y miró hácia atrás.
La ultima vislumbre de occidente se reflejaba con
tintes rojizos en los blancos capiteles de la portada; yen el
fondo o~curo de su arco, empezaban á brillar las luces de
la ciudad.
¡Limar murmuró la jóven. y el acenlo con que
pronunció estalpalabra encerraba un mundo de dolor.
Limal-repuso su compañera-Lima que ya no nos
es dado habitar, hija mia. por mas doloroso qne sea aban-
donar ese hospitalario asilo de nuestra horfandad, donde
hemds paso do días fulices, apesar de la sUe!"le enemiga
que siempre obstinada en perseguirnos, me ha puesto en
lá necesidad de despedazar tu corazon.
-Ah! mamá! existía acaso esa necesidad? ¿Na te
he jurad-o no ver mas á Felipe, con tal qne me dejaras vi-
vir cerca de él, respirar siquiera el aire que él. r~pira?
-El honor y el deber me ordenan ftlejarte de él, Ire-
ne; el honor y el deber te ordenan á tideslerrar del cora-
zon ese amor sacrilego. El honor yel deber, hija mia,
tienen leyes severas, que no transijen ron ninguna debi-
lidad.
"";Tienes razon, mamá, tienes r{\zon. Ha habido
momentos en qlle he querido rebelarme contra tus deci-
IiL .\:'iliF..L (hll.lO. 51

siones; pt1ro mi fú en ti está demasiado arraigada en el co-


razono He aqui, pues tu hija, haz de su destino lo que
mejor le plnzca. Pide á Dios solamente que me dé fuer-
za para resignarme con su voluntad, y no sucumbir en
esta hdrrible prueba.
-Confía en su bondad, hija mis, reptiSO la madre,
procurando afirmar su voz conmovida. Él, que tiene
magnificas recotnpBnsas par!! aquellús que eumplen su de-
ber en la tierra, te enviará, no lo dudes, la po~ y la dicha.
Ahora noras, pero despues te regocijarás.
- 1Despues !-murmuró Irene-¡ despuas I que si-
glos de dolor encierra esta palabra I
É inclinando la cabeza pareció hundirse en doloro-
sa meditacion.
Enlrelante, el coche habia dejado alrás los últirnéS
Arboles de la alameda, y rodaba sobre un camino polvo-
roso bordado de altas molezas donde cantaban millares de
insectos. AcercAbanse á la Legua, y ya á la luz de la luná
se distinguian los pardos trchos del tambo.
De tepente, un jinete, que embozado hasta 108 ojos,
caminaba hacia rato á vista de ]os viajeros, pero guardo n-
cIo entre ellos una distanúia calculada, pü~~ A galope su
caballo.
El cochero, que sentado en el pescante cantaba des-
euidado, interrumpió su cancion para mirar háda atraso
En ese tnomento, el jinete que había emparejado el
coche dió un silbido.
Cuatro hombres surjiernn de bajo de un matorral;
,.-.,
(.)- SUE~OS \ HL.\LIlJ.\U¡.';.

dos de ellos dduvieroll los caballos, y los otros se íl[lotlm'i.l


w

ronde las viajeras. El UIlU ligó il lu espalda las ruanos á


la señora, yel utro puso ú la niüa desma)[Ida en.lo~ brazos
del embozado, quirn acercándo;;e nI cochero, mostróle en
sileneio, pero con adcman i m pcriusn el camino del Callao,
tomando pI el de Lima, á toda la carrera de su caballo.
Todo esto pasó en el corto espacio de un minuto.
La madre dió gritos espa~tosos; y ligada como se ha-
llaba q\liso arrojarse á tierra.
Pero de repente se detuvo pálida y anhelante. Un
pensamiento horrible hirió su mente, secando sus lúgri-
mas y cambiando su dolor en indignaciun,
-¡ Infame hipócrita! -esclamó-fingia resignacion
y se preparaba á huir con su amante! QueJa sangl'ü de
tu padre sea sobre tu cabeza, hija desnaturulizadal yu te
maldigo!
y la desdichada mujer cayú desfal1ecidfl en el fondo
del carruaje que por órden del raptor corria en dircceion
del Callao.
A la misma hora que los viºjeros dejaban Lima~ Sal w

gar enlraba en su casa despues de la lisla de cineo.


Una mujer lo espertlba sentada en el umbral de la
puerta,
. -Ioesl .. ,. Una carta suya, no es verdad? ...
Pero tu lloras! , ... Dios mÍol qué ha sucedido?
-¡Ay! Señor, ya su mer'có no verá mas á la pobre
niñal
-(Ju {~ dices?
ltL Ál'CGKL C,\,II}O.'

-:\caoa de partir para el Callao, y esta w)'-;he se dá


á la vela para España.
--¡Pérfida! me ha engañado. Anoche mismo me
juraba seguirme y ser mia.
-No la cul pe su mercé. ¿Qué podia hacer la pobre
niún? Su maure la domina; y cuando habló la señora, ella
dijo siempre amen.
Peru en lo que pasó esta mañana á cualquiera. se la
doy ..
Figtm'sc su mercé que de repf'nte entraron ti casa dos
caballeros: y que la scflora, que parecia esperarlos, hizl)
pasear á lino de ellos de la cocina al desvan inventarián-
dolo todo. Hecho f'sto, volvieron al salon en dondl~ uno
de of)llCllos hombres, sumandu el inventario, dejó un sa-
co de oro y partió.
-He aquí, capitan Vazquez, dijo la SCrlOrD al otro,
que se h(1)ia quedado en casa-he aquí la única furtuna
de la pobre viuda que lleva V. á bordo. ¡Ah! cuan feliz
salí do España y cuan desdichada vuelvo! .... Partimos
hoy en fin?
--Esla noche, entre dos y tres sin falta. Desde esta
maüana sopla una brisa magnífica.
-Loado sea Diosl
-~le llevo, plJes vuestro oro. He aqui mi recibo.
Hasta la noche.
-Inés! en noml,re del ciel(), acaba! ¿no ves que
mIJero de ilngustia?
- A ello voy. Yo estaba escuchando, y cualldo oí
hablar de viaje, quise venir á avisar' su mereé; pero la
señora había cerrado ]a puerta y guardádose la llave.
A las cinco me llamú. No s6 lo que habia pasado.
La niña 110mba amargamente sentada en un rincon; la
señora estaba triste, y por momentos sus ojos se lleRaban
de lágrimas.
-lnés-me dijo-¿ quieres seguirnos á España?
i Ay I señor, aunque yo la qu\ero tanto á la niña
sobre todo esto de irme fuera de Lima se me hizo muy
cuesta arriba. ¿ Dónd~ hallarla yú en esos mundos de
Dios nuestro regalo, el sahumerio, la mlstu.;a, los lim-
piones, Amancaes, el Puent,e, I bah t imposible, im-
posible I
-Inés! me estás dando ochenta muertes! Qué le
dijo para mí ?
-La seoora 1
-Irene!
-Cuando la señora me dijo que era libre y que me
quedara, y me dió toda esta 1'lata .... ]a niña me hizo
spña de que me acercase con pretesto de acorchelarle el
vestido; y me encargó de decir á su mercé que le habia
sido imposible desobedecer á su madre; que iba á morir,
eso sÍ, pero que su mercé la olvidara.
-1 Ah I creisle eso posible, Irene ~ Yo te haré ver
que te engañas I yo te haré ver como sabeamnrelcor8!on
que te ama I
-Donde va su mercé, por Dios?
--A correr en pos suyo, á arrojarme á los piés de su
M ÁrcOM. CAlDO.

madre, tÍ pedirle .... h pedirle que me dé la I{luertc I


dijo Felipe montando á caballo y partiendo á toda brida.
Lis calles, la portada, la alameda: todo lo dejó atrás
en breves instantes; y cortando con impaciencia las re-
vueHas del camino, corrio en línea recta, saltalJ.do ta-
pias y matorrales, sombrío, s~lenciosof con la mirada fija
en el horizonte, pareciéndole á cada momento ver per-
derse en la azul lontananza, las blancas velas de la nave
que le arrebataban tÍ su amada.
0'3 pronto, Salgar divisó un jinete que corriendo
en direccion opuesta venía á encontrarse con él. Lleva-
ba eslendido entre sus brazos el cuerpo de una mujer
cuya cabeza iba echada hAcia alras, y á la luz de la luna,
veíase ondear al viento su larga cabellera.
A diez pasos de distancia aquel hombre que habia
reparado en Felipe, torció hAcia la derecha y dando es-
puela tÍ Sil caballo, cojió un sendero que cruzaba los
campos. En ese momento, la m ujrr que llevaba consigo,
y pareda muerta ó desmayada se enderezó de. repente, y
tendiendo los brazos á Salgar, gritó con angustia:
-1 Socorro 1I
Al ecu de aquella voz, Felipe se estremeció, yechan-
do mano á la espada, se arrojó sobre el raptor.
Este, viendo que le era imposible defenderse soltó
Sil prrsa y desapareció.

-¡Irene' esclamó Felipe, cayendo á los piés de su


IlIllada.
Irrne v,lrilll UIl momento, mirú hácin fllras, divis6
S6

á lo lejos el coche en que se ulejaba su madre, luegu


miró A:Felipe, que la imploraba con ademan suplic,ante.
-1 Oh I madre mia I perdon I-esclamó-Yo ha-
bia consentido en morir por obedecerte; pero no tengo
fuerzas para volver á comenzar mi suplicio!
y se arroj611orando en los brazos de Salgar.
V 1Il.

~L ASESl!\ATlJ.

Un hombre, entrando tÍ brida suelta por 13 portada


de Guadalupe, se detuvo delante de un canejon en la
calle del SAuce.
- Candelario-dijo A media voz.
-Capilan-respondió un negro qne porccia espe·
rarlo hacia rato en la puerta del callejon.
-Hiciste mi encargo' --con tin uó el pri nwro rcha n-
do pié á tierra.
-Sí, capitan.
-Afilado y empilado?
-Empilado fuertemente, y afHadc1 por el mpjor
amolador. Héle aquí.
-Bien. DondP está Francisco 1
8UEfi¡oS t '\EALJJHnR~.

-En la calle de Escribanos, acrchando á nuestro


hombre, que no ha mucho lomaba un bañe;> y ahora se
pstará vistiendo.
-Las ocho! Ya es hora de apostarnos.
lJió un golpe en la grupa á su cabano, que á esta
seña, entrando en el callejon, se perdió entre sus oscu-
rlls encrucijadas.
Los dos hombres subieron calle arriba, y 1uego so
<.lirijicron hácia la plazuela de San Juan de Dios.
Llegados allí, el uno se quedó en la boca-calle que
hoy cruzan los rieles del ferro carril, y el otro fué á apos-
tarse en la mitad de la plazuela bajo las ventanas de \a
Micheo.
No de alli á mucho, oyóse á lo lejos un prolongado
silbido que repitió luego el negro apostado en la esquina.
Poco despuesapareeió UD hombre apoos.toy elegan-
Wi cru,¡ó la calle y siguió el costado derecho de; Ll p1a-
zuela, alumbrada entonces por los rayos de la.h.ml.
En el mismo mstante, .aquel q.ue: pan.cia esperar
a.poy:l® en la puerta celifadada, Wla. tiendA, incorpo-
rAn'dose de repente, TinO derooho. y CQll PilSO mesurado
al eneU6!1trQ del que iba. qUfOn, pFeoC\lpadC} sin duda
de algun pensamiento, no hizo en ello 8tencion niQ ...
guna.
Al cruzarse aquellos homb~.. 'hiilló un,nd_mpago,
&YÓge un grito ahogOOo, y UIlO' cM, ftU()srCldó- Qn~i..ra.
El asesino se inclinó sobre él •.r~sMÓI 'Sus \dsil].Qs,
apodcr6se de una ilne,. 'l ~elldo hacWtel hombre que
El. ~GEL CAlDO.

hobi6 dejado en acecho, y que se habia ya reunido con


aquel que vino siguiendo al desconocido.
-Canuelário-Ie dijo -recoge mi puñal; pero guár-
dale UB tocar un pelo)iquiera de ese cadáver~ en~llo te vá
la vida. rorlo demás. ya :sabe$: en caso de a.prehension,
tú lo mataste, tu; y nadie te saquede ahí, que aquiestoy
yo para librute, cwtlq~iel"a que sea el peligro ~n que
te halles.
En cuanto á ti, :Francisco, achácalo todo á tu amo.
Por bueno que sea contigo, recuerda que es blanco, y bas-
ta. Cuidado, pu~J
y Tolviendo sobre: la. derechl\~ tQUlÓ la sombra y atra-
vesó la plalu.ela.
--,.lm.en!--dijo Candelnrio -menos en lo de recogpr
el puñal. .Cómo acercal'seQ~ muerte sin qoo tienten tÍ
un cristiano esos dos gruesos dia.6lantes que desde aquí
veo brillar en su pecho yen su dedo?
Huyslll{)s, huyamos presto, Francisco, que las manos
me hormiguean.
y ambos eebaron á eorrer.
Entretanto, el asesino atrevesó tÍ paso largo la calle
de Selcn, y deteniéndose delante de unn pw!rta,: d~~spues
que hubo consul~do su n(rmero. lkbriólu COIl la llllVO . ue
hnbia quitado al cadáver, yseintrodu.jo;en un vastÜ'jar-
din plantado de árboles y cnbierfh de cm:parrados.
Al mido que hizo la puerta al abrirso, saliendo de
entre el follaje de'una glorieta, <WÍrmen M~l!lIbemr S~ ado-
lanlóalelltuent,() dol que lIegaloa.
ro
Pero al verlo, detúvose de repl'nte y exclamó con cs··
panto:
-No es él !
-No, por cierto-repuso el otro en tono de fisga, no,
no soy el que esperabas pero en cambio soy aquel que sabe
cu mplir sus prop6sito~.
-Andres I .... ¡Oh I lo ha asesinarlo ~-rsd<lm1
ella y cayó al suelo sin sentido.
El negro se puso á contemplarla con insolente eom-
placencia !
Ql\!/' hermosa es 1- deciu-¡ Y pensar (lue este bello
cuerpo estendido á mis piés, pudo set mio ahora mismo,
y em briagarme con t.odos los tesoros de hechizo y de vo·
luptuosidad que encierra 1 .... Capitan Salgar t earQ me
pagarás el encuentro de esta noche I
Trngo sed de esta mujer: la amo con unamor rabio-
o ; y tener aun que esperar I I Oh I
Alejose algunos pasos, y yendo á una ac~quia que
atravcsnha el jardín, cogió Dgua en la palmade]il muoo
y roció el rostro ú la jóven, que abrió los ojos y se levantó
nsustadn.
-No temas-la dijo el negro-Una larga. hora has
estado ú discrecion mia, tú, que habias venido aquÍ parn
hncerme traicion; mas yo no he querido vengarme de tu
deslealtad: te he respetado, y mi mano no se ha eslendido
ni aun á la orla de tu v,~lo. Pero acuérda te, Cúrmen Mon-
telar, ~lIe el dia que te entregue la honra. 6 L1 vida ue tu
rival, i~rús mía; y que no porlr,-'ls elndir el clJ!nplimiento
Ii:L A~liiL CAlDO.

de tus promesas, aunque te ocultes en las entrañas de la


tierra Adios.

Aquella misma noche, Candelario y F~ancisco fue-


ron uprehendidos y el primero declarado asesino del il us-
lre Montcagudo.
IX.

E I. V' O l U NT A R 1 O .

La mañana siguiente, cuando Cármen delante de su


espejo contem pIaba la palidez que los sucesos de la ñoche
ballian dejado en su mejilla, vió entrar á su hermano ves
ti do de militar.
-Qué es esto, Gabriel? Con un uniforme á cuestas!
-Ya 10 ves, querida mía: he endosado la casaca y
soy una plaza mas en el batallon Arauro, que hasta hoy
guarneció Lima.
-En el Arauro!
--Sí, Y en la compañia del capitan Salgar .... Pero
nada Illas ves en mi?
-Calzas espuelas. Te marchas?
-Marchamos al campamcntl l , que está entre Baqui-
jano y Bellavisla; y dos horas despues nos embarcamos
para Arica.
-Se vá Corazonl cuanto 10 amas todavia ~
-En la madrugada el cuerpo ha recibido órden de
partir y el Leonidas nos espera en flocanegra, donde nos
embarcaremos para evitar los fuegos del castillo.
Sabe Dios que yo no amo la vida de soldado; pero me
arrojan en ella ¿sabes quó?
-Penas de am orl
-Sí! ayer perdí la esperanza ya: Irene partió con su
madre á España.
-Partiól- murmuró Cármen-Maldicion I y mi
venganza? Oh! al menos, quiero verlo á él; gozarme en su
dolor!
y volviéndose á su hermano:
-Gabriel-le dijo-no nos separemos lan presto:
quiero acompañarle hasta la playa. Voy a prevenir á
mi tia, pido el coche y parto.
-Mucho lo agradeceré, hermanita; pero apl'esurále.
-El batallon está formado y vú á ponrrse en marcha.
x.

1.A LEONA.

Poco despues en la playa de Bocanegra, y entre el tu-


multo del embarque, una mujer, lanzándose de un clIr-
rlluje, se mezcló al jentío. Era Cármen Montelar.
Un hombre se le acercó y le habló al oido.
Cármen se puso pálida; pero en sus ojos brilló una fe-
roz alegria.
-Te sigo-le dijo-y desapareció con aquel hom-
breo
El j raúro se habia emb~rcado, y el Leonidas solo es-
poraba para darse á la vela la llegada de un oficial, cuyo
retardo se achacaba ú una ónlen su perior.
-Iliablu de Salgar!-deeia el corond, dirijiendu su
anteujo á tierra -que puede detenerlo todavia1 Fue á
EL .~G~:L. CUDO. 65
,o.
traer los estados del cuerpo que olvidé en la mesa del
General Salan y que leencarg;lé ir áb.{s'car, porque ~l
era el único que estaba á caballo.
.
No queria ir. y ahora
no quiere volver.
-A.lIí viene un bote. Trae quiza á Salgar?
-No: en él viene un paisano.
En efedo, un hombre envuelto en un(ancha capa y
el sombrero caido hasta los ojos, saltÓ en un bote, puso
una onza en la mano al barquero, y le dijo con voz preve:
-Al Lconidas. ,,1 .

-s 'llor -rep~so vacilan te d barquero-estoy espe-


rando al capitan Salgar. . .
-Pierdes tu tiempo, no v,'ndrá. Vamos.
y muy luego el desconocido abordó al hergantin,
subió ligeramente su escalera de cables, atravesó los gru-
pos de solJados, y descendió furtivamente á la bodega.
Llegado alli, pasó una ávida mirada sobre la mul-
lílud de equipajes amontonados en aquel sitio, é inclinán-
uose sub re las placas en que estaban inscritos los nombres
de sus du~flOS leyó:
-)layo.r Alvarez: Teniente lColo,ma, Comandante
. .~

Gomrz, Capitan Salgar .....


-Héla a1lui.
Acercó los labios á un pequeño agujero abierto con
disimulo sobre la cubierta de un haul, y,dijo con voz baja:
-Irene?
-Felipe! Al finl-.respondió ,una voz sor:4a. desde el
illtt!ri~r del haul.
66 stTE~OS y RE.\I.ID.\DE<;.

-¡Ah! estabas aquí y lo esperabas! Pues sabe que no


vendrá.
-La LcO'na . .... Dios mio! soy perdida I
-Sí, la leona ú quien heriste en el corazon, la leona
que te tiene ahora bajo su garra, y que no te soltará.
- Felipe! Dios mio! Felipe!
-En vano lo llamas. Acusado de conspiracion, Fe-
lipe acaba de ser aprehendido y se halla en el campamenlo
con cen tinelas de vista.
-Cielo! qué va á ser de él!
-Piensa en tí, en prepararte ~ morir. En cuanto á él
yo soy noble, rica, y hermosa y lo amo: es decir, lo puedo
todo, y lo salvaré. Asi, mientras tú mueres aquí desespera-
da, yo libre de tu falal influencia, reconquistaré su amor.
-Me ahogo! Piedad! .... Socorro.
-~adie te oirá; y antes que aqllÍ baje alma viviente
habré yo l1egndo á Lima.
-Lima!- esclam6 la desventurada, y exhaló UJl
bondo gemido-Lima!
y el recuerdo de la mágica ciudad, de sus frescos jar-
dines, de sus bosqnes de naranjos y sus embalsamadas au-
ras, todo lo espresó el acento con q uc efita pa labra se exha-
ló de su pecho falto de aire.
-Sí-re·plicó la otra-Lima, que tú no VCl'ÚS yá, y
donde á mí me esperan largos días de dicha y de amor con
Salgar.
-Pues bien-esclamó la desdichada Irene-si lie-
ues la certidumbre de recobrar su amor ¿por qué quieres
67

mi lll11ertd ¿qll:~ puede inspirarte el bórbaro placer de


verme morir en las convu lsiones de ('sta atroz agonía? Ahl
sin él yo no quiero la vida, y la abandonaré á lu venganza;
pero ¡en nombre del cielo, len piedad de mí! sácame de
este sepulcro, vuélveme {l la luz, al aire! deja que respi-
re todavia el perfume de las flores, el ambiente cálido
del dia, la brisa embalsama,ia de la noche, y despues, te
lo juro, morirél
Así hablaba la pobre niña con voz suplicante que ha-
bria ablanuado el alma de un tigre; pero la herida que
sangraba en el corazon de Cármeu habia estinguido en
ella toda piedad.
-¡Ah!-dijo-tú gimes ahora y me demandas pie·-
dad! ¿Quién la tuvo de mi en el largo martirio de mi amor
ultrajado, en las eternas horas que pasé acechando las ca-
ric.ias que te prodigaba mi infiel amante, ahogando gritos
de rabia, y destrozando con las uñas mi pecho, para que el
dolor malerial embotara el dolor del almu? ¿quién tuvo
piedad de mí en los solitarios insomnios de mis noches,
en que cada mO'llenlo era un siglo, y cada latido del co-
razon una tortura.? Oh! tú triunfabas entónces y reias
de mi humillacion. Mi vez ha llegado y yo rio ahora de
tus cobardes gemidos--~Iuere!
y dejó la bodega, sin escuchar los sordos gritos con
que la desdielwua Irene le pedia la vida.
XI.

EL RECL ..\MO

El bote, que atracado al bergantin, esperaba á su pa-


sajero, fué invadido por cuatro oficiales de la division si-
tiadora ql:e se volvían á tierra.
-¿Qué esperas?-preguntaron al barquero.
-Espero al señor que me ha pagado el bote .... Pe-
ro héle aquí que baja.
Los oficiales hicieron lugar al recirn llegado, y el
barquero remó hácia tierra. .
Un hombre- esperaba en la playa. Inmóvil) y suge..
tando un caballo por la bridJ, tenia la vista fija. ~n el bote
que se acercaba.
Cuando los pasajeros saltaron en tierra, se acercó al
embozado y le dijo por lo bajo:
EL ..\:'\GEL CAlDO.

-He cumplido mi promesa. Cirmen Montelar,


cuando cumples la tuya?
-Caballeros-diju ella, v.Jlvi6ndo5e a los ofieiales-
veis ese hombre? Es Anures, pI Rey Chico, capilan de los
salteadorps que asolan el camino d\~ Chorrillos y la Tabla·
da de Lurin. En nombre de la seguridad pública, echadle
mano.
Pero antes que ella acabara de hablar, el negro, sal-
tando con ligl"reza sobre el lomo de su caballo, hízola una
seña de amenaza, y huyó, enviando por adios tÍ los oficia-
lesq1lesc preparaban á aprehenderlo, una irónica carca-
jada.
Cuando Cúrmen, dejando su disfraz y recobrando sus
vestidos que habia dejado en una choza de pescadores, pi-
dió su coche, su po que habia sido tomado para cond ucir á
un oficial que acusadu de conspiracion, y aprehendido
en el momento de embarcarse, déspues de una tenaz resis-
a
tencia, en la que mató algunos soldados, reducido á pri-
sion, se habia vuelto loco, y c.írgado de cadenas habia sido
conducido á Lima y eÍlcerrado en San Andrés.
y
Al escuchar esta noticia, Cái-l!len palideció elnom-
bre de Ft'lipe se mezcló en sus labios con Uil gemido.
" . J r ... ~ •

Pero luegu, otro sentirmento clamó mas alto en su


alma qlÍe el do1or. Y l1evando lamano al coraz~ll,
. -¡SÜencio! -esclamó - ¡silencio, reb~ldel Teha~
wngado y gimes todavia? No puedes vivir de am~~. Y
bien I yo te haró VIvir de o¡'gullo:
XII.

ESCENAS OE A BORDO.

El primer dia de navegacion se pasó alegremente á


bordo del Leonidas. Los oficiales del Arauro rieron, canta-
ron, refirieron aventuras, y bebieron sendas copas á salud
del desconsuelo en que habian dejado á sus"queridas.·
Al dia siguiente, el fastidio comenzó á darles caza, y
largos bostezos corrieron de babor á estribor. Hastía-
dos de la gravedad de hombres en aquella estrecha cu-
bierta, volviéronse todos niños; y mientras el coronel
empeñaba la"rgas partidas de ajedrez con el capitan, los
oficiales apuraron el trecillo, los escondidos, el toro, la ra-
yuela, &.
-Á la 'rara de AJ()ises-gritó el piloto.
-Qué juego es ese?
EL i;'iGKL C\IDO. 7t

-Es un juego de mi pa.is, y muy bonib, como uste-


des van á vl~rlo.
Se le vendan á uno los ojos, y poniendo e11 su mano
una varilla se le deja en libertad. El vendado vaga pro-
curando guiar sus pasos hácia algun objeto que le intere-
se; y cllando lo juzga al alcance de su vara la deja caer so-
bre él. Ellloncesel objeto es puesto ti su disposieion; y
siempre bajo la venda, si es un pastel lo parte; si un ca-
nasto lo destapa; y si es un hombre le da un bordan.
-Magnífico! Yo quiero ser el vendado!
-Yo,
-Yo.
-Pues seflores, echar suertes.
La s:~ertc cayó sobre Gabriel.
-A lferez-dijo el piloto, vendilndole y dánoolp la
varilla-recomiendo ti V. una gran caja de confites á la
rosa que el capitan guarda en su cámara, al lado de la
mesa de ajedrez. La gracia deljlJcgoesta ahí: obligarlo ú
dar la llave.
--Oh! piloto un abrazo por la idea! y .... campo I
Aparttironse todos y Gabriel comenzó con drnuedo su
marcha; solo que, en vez de guiar sus pasos ú la etimara
del capitan, los eslravió hácia la bodega.
Llegado á la escalera, descendióla con rapidez, ere-
yendo firmemente que bajaba á la cllmara del capitan; y
despues de vagar I1n momento entre la ffi'lltitud de obje-
tos amonlonados allí, dejó caer su varilla.
-Un baul de Salgar!-murmuraron, riendo mali-
72 SUEÑOS \ I'I.EUIIHD~~ •
.4 ; ¡ 1 ¡ !' , • •

ciosamente por h bajo-Diablol vá á encontrarse con lns


cartas de su hermana!
-Qué chiste!
-Piloto, déle V. esta llave. Es de un bau 1 chico,
como ese, y debe irle bien.
Dióle la na ve el piloto, y Gabriel abrió el bau l....
Un grito de horror resonó en la bodega.
El joven arrancó la venda que cubria sus ojos.
I •

QuP. espectá~ulol E~ cadáver de Irene yacia á sus


piés.
En el yerto semblante de la desventurada jóvell ha-
bia quedado grabada la hueHa de una horrible agonia.
Desde entonces, Gabriel no pronunció ni una sola pa-
1élbra. Apoyado en un mástil, inmóvil y la mira'da fija en
el horizonte, mostrábase enleramelite ageno á lá Ímpa-
eiencia con que sus compañeros deseaban la tierra.
Dos semanas despues, ei mismo dia que de'sembar-
euron en Arica, el jóven alferez desapareció.
XIII.

EL RA PTe •.

Una bena noche de marzo, clara, ardiente y estrelta-


da, ~('rdádera Doche de Lima, CArmen Montelar, hermu-
sa cómo eha, y como eHa \'cslida tic negros cenda.les y ro':'
rODada de brillantes, paseaba los rnonwnl'fltol de JtJe\'(~s
Santo.
Las borrascas del alma no habian dejado ni lo mas
lijera huella en su pura trente y sus IimpidoS"ojos; y nadie
habria Sospechado la prescnciit de' crimen bajo las suaves
ondúlaciones desu albo seno. Ah!ontrnrio. bnbríase di-
\;hoque ~ habia vuelto mas bella. En efecto. mezclóbft-
Sl'ahora á su mirada y ó su so~riS8 una espresion miste-
riosa que la bocio mns sedurloro; y su VOl babia adquiri-
~VEÑOS y I1F.\LIDADES,

do ¡m3 melodía estraña que conmovia profundamente las


mas in timas fibras del alma.
Pareso, nunca vio tantos [ldoradores sl1spirandoen
torno s',)'o; y por eso a1ue1l3 noche en las calles y en el
templo, seguÍl.1nla solícilos, prodigándola lisonjas.
Fastidiada de tantas adulaciones, Cármen procuró
oCllltarse entre las sombras de una nave, y saliendo por
una puerta latrra1, tomó una calle escusada.
En la esquina de aquella calle estaba al parecer en
acecho 1:11 hombre envuelto en un poncho y apoyado en
su raba Bo.
Cuando Cármen se hubo alejado lInl1 cuadra, aquel
hombre saltó sobre .su montura, y partielldo ú toda brida,
alcanzó á la jóven, levantóla en sus brazos, envolvió su
cabeza entre los pliegues del poncho, sofocó sus gritos, y
desapareció con ella entre los escombros de una calle-
juela ....... .
Tres dias despues, á las diez de la Boche, una mu-
jer pálida y desgreñada, llamó á la puerta de un monas,
terio, pidiendo hablar con la abadesa.
La santa prelada dejó su humilde lecho y acudió
luego á aquel llamamientu.
-Qué bu~caisaqllí, hija mia ?-dijo la abadesa.
-El velo de religiosa-respondió la forastera.
La abadesa la atrajo á si, y la puertrl se cerró tras
de ella~.

XI\".

nl~VRl.ACIONES.

Puco despu"s, d fumoso [ley ('hiro, azole de los ca-


minos y lerror de las poblaciones, sorprendido solo en
una de sus gunridus, dcspues de una resislencia desespe ..
rada, rué aprehendido y encerrad.) en CarecIdas.
Tanlos, tan enormes ero n sus delitos, que no medió
mucho tiempo enlre su aprchension y su sentencia d(~
mUflrte.
El negro In escuchó con aparente serenidad; y cuan-
do puesto en capillo, le envioron un sacerdole, burlósc
de él y le volvió las espaldas. Su mndnJ, la pobre ~iro­
lasa, vieja y casi ciega, se arfdslró lloranJo hasta In pUl'r-
lade la cárcel, y pidió que le permitieran ver lí su hijo
para exhorlarlo al nrft'penlimi~nto y darle su bcndicion.
~l'R~OS , I\F.AI.IDAD~;~.

Concediéronle esta gracia; pero él rió de su dolor, y


mandó decirle que se vol viera á la cocina.
ta aesyt'nturada matire fué ú eeharse ú los pi."s d~
su ama y la' reveló u'luello que hasta entonces habian
ocultado á la anciana condesa, abrumada de ailos y de
pesares, medio paralitica, y mas triste y abatida desplles
de la desaparieion de su sobrina: refiriúle la prision de
Andrés, su condenacil/n y su impía renitencia.
La condesa gimió amargamente al escuchar la re-
larion de Nicolasa; y cuando supo que Andrí's rehusaba
disponerse para morir como cristiano, pidió su coche. y
hatiéndose conducir á Carceletas solicitó ver al reo.
Concedida l~ licencia, lleváronla en b~azos á la ca-
pilJa, pues su debilidad le impedía marchar sola.
Al ver á Andrés en aquel terrible sitio cargado de
cadenas; la condesa se ech6 á Su cuello Ilor:mdo.
-Oh! Andi-{s .... Andrés I-exclutnó-quien me
hubiera dicho que un dia habia de yerte llSÍ !
-Ah! ah! ah! amn, mucho tiempo ha que "de-
histe suponerlo. O de no, dí: ¿ no es verdad que me
criaste puf:! hacer de mí un mnllll'chor ?
-Qué estás diciendo, ingrato I ¿ No le he criado
en mis brazos, ir la par con mi hija y mis so'brinos con el
mismo mimo "y la misma educacion.
-Hiciste eso siempre amn ?
-A h I hijo, despues, cuando ya fuistes un bom-
Lte me ví en la necesidad de separarte de mí, porque la
sodédád desprecia ú la gente de tu raza; peto sabes hien
I.L Ái\GiL C.\lLlU. 77
que fué muy apesar mio, y solo en tu interés, por evitarte
desaires.
-y ¿ por qué hiciste un dia lo que no hahias de
~acer siempre 1. Tú eras mi ama, yo tu esclavo, es cier-
to I pero ¿ quien le di'Í facultad para haeer de mí 10 que
no era, 10 que no podias hacer que se,a? E.sa rsUlp1Lla
Nicolasa tiene razon: tú debiste dejarme con .ella en la
pampa.
-Cual habrias sido entonces sí. ...
-Estás tan estúpida como ~icolasa. ¿. A qué ar-
rancarme á mi infeliz condicion, ú qué elevarmr, hasta ti,
para despues proscribirme 1 Hal1ar!as tú agradable el
lodazal despues de ha bar respirado en las regiones del
eter?
-Pobre Andrés I Si solo hubif'f(l sido por mi, yo
me habria alejado de las gentes de mI rango para guar-
darte á mi lado ....
Pero alejemos esto"
tern e 1
'bl·)(\_r
- lecuerdos inoportunos en esta
_~,d. Andrrs, hijo mio, hr venido 11 pedirte
tIue aceptes los auxilios de la santa religion que te he en-
señado. Ay I muy luego te seguir{' al sepulcro; pero
df'ja que parta con la esperanza de encontrarte en el
cielo.
-Qué ganga! Y qué es necesario lwccl" para eso,
ama?
... -:\rrepentirte ue lus crímenes Anur,'s, pedir perdon
a Hws, Implorar mi~ericoruiíl.
-- y ¿ ro qué forma?
78 l'iut{~()S y RF.ALIBAOES.

-Confesando tus pecados y recibiendo la absol u -


cion de un sacerdote.
-Bien mirado, quien debe oir mi confesion eres tú,
ama; porque mis mas grandes pecados han sido contra
tí. Vamos, escucha mi confesion; y si juzgas que no
tuve razon en lo que hice, me arreprntiré deveras á lós
piés de un confesor.
La huena señora, ofuscada por su pena, 10 crey6 al
pié de la letra, y armándose dr. "alor, púsose á escuchar
los delitos de aquel que habia criado con los desvelos que
se prodigan á un hijo.
El negro se sentó á su lado, y tosi6 ron aire de
burla.
-Atencion I ama, porque comienzo.
-Tú fuiste mi primera pasion.
-1 Andrés!
- No dicen los clérigos que es pecado amar? Pues
bien yo ti' am':~. Tu misma diste para ello ocasiono Ile-
jabasme ver tu belleza como si yo fuera uno de los pilares
de tu cama. Creías ama (]iIO porque yo era negro no era
hombre? Así, te amt\ y aLurrecia a cuantos á tí se acer-
caban. Al amo no hay para que decir que lo detestaba;
era lu marido.
El me pagaba en la misma moneda ¿ to acuerdas?
Ya se vé! qui{n no adivina á un rivaL
Un dia crecieron tanto mis celos que fuí á buscar al
criado de un boticario, y con el oro que tu me dabas
le com pré un alfiler templado en ácido prúsico.
- EL ÁNGEl. CAlDO.

A la mailana siguiente" encontraste al amo muerto en


la cama ....
-¡¡Ah!l!
-Qué es eso ama?
La pobre l:nciana habia caido sin sentido.
l~\ negro fué á tomar un vaso de agwl, y roció con
ella las sienes á la condesa, que abri6los ojos dando un
gemido.
-Ama, muy pronto comienza á flaquear tu valor.
Todayía hay m~cho que decir.
-M6nstruo! Y pensar que lo tuve al lado mio 1
-y 10 qile es mas, enamorado de tí.
Pero despues comenzaste á envejecer. Se cayeron
tus cabellos, tus ojos perdiervn su brillo, diste en arras-
"trar los pil:s ....
Mas en cambiv. las nietas se volvían cuda dia mus
lindas. Qué e~pléndidas cabelleras 1 qué ojos I qué
domure. ,
.....
Aml~ á las dU5: il Manuclita la rúLiu y a Carmen, la
bellísima morena.
Cármen de 10 alto de su soberbia no habia siquiera
sospechado mi amor. ~Ianuelita, mas perspicaz que tú.
lo adivinó; y redobló el ódio que me tenia, y se com-
placía en exasperarme hablando de su novio, de su amor,
y de su proximo enlace.
El negro se inlerrumpió; y mirando á la condesa
lomo el asesino mira el sitio e~l qUt' ha de hllndir el
puila 1,
'\JI:~O' T 1\&'''lIlAUU.

-Ama-le dijo-¿ te acuerdas del quince de Fe-


brero'
-Mi hija I-esclamó la condesa con doloroso acento.
Hija mia! .... Bárbarol quieres hablarme desues-
pan toso fin?
-¿ No es cierto q~e fué espantoso"? Oh! tengo
muy presente ese dia: vas á verlo, ama.
It -A ndrés "j por" piedad ~ , ...
-Es llecesario hablar de ello. ¿ No te hago mI
eonfesion?
Co~o estaba diciendo, tengo muy presente ese dia,
estaba brillante, e~ mar sosegado y terso, pá-
Ei sol
recia un espejo inmenso en r¡ue se reflejaba el cielo, una
· hume
bflsn ' da y t:1b'1'a . . ~ ,,,"\(I \J! ar los velos y los rizos
nal'Hl v ... ~
de 13s hermosas que bajaban al baño.
Ella tambien, Manuelita, estaba allí. Alegre y co-
lfuela, abrió la puerta de mimbres y salió vestida con su
primoroso pantalon azul galollf\(luo con cintas blancas,
su sombrerito de paja y sus maguificos cabellos sueltos
á In espalda.
Sus ojos buscaron en turno, y divisando a su novio,
cnyiúronle ulla mirada tan ardiente y apasionada, que
todavía la siento en el corazon; y haciéndole una graciosa
seña de adios, Manuelita se arrojó al agua.
Muy luego todas las miradas se fijaban en los capri-
chosos .¡.iros de una bandada de jóvenes nadadores diri ..
git~lldl)se af \~·;;tll"to de una canoa que cruzaba el .4gua-
d1/lcc.
IL ÁNon C,\lDO. 81

Una de ellas mas lijera y mas diestra. iba ya A tocar


la embarcacion, y se volvió hácia las otras riendo de sus
inútiles esfuerzos.
~Ias de repente, palideció, y la sonrisa se heló en su
lábio ....
-1 Hija mia 1 dióla un vabido que fué causa de que
.,
. .....
pereciera
- i Un vahido! No, ama, nó. Sabes lo que fué'
sintió la pobreci1la dos manos crispadas y furiosas que
surjiendo hajo de ella, apresaron sus pies como dos tena-
zos de hierro, y la arrastraron al fondo del agua.
- j Oh! calla! ... calla !
-Entónces de trece lindas cabezas que los especta-
dores veían revolotear en las ondas; solo contaron doce.
El número fatal hahia desaparecido.
-Hijamia! Manuelita! Manuelita !-gritó la con-
desa.
-Asi, ama, así esclamaron mil voces en la playa; yal

mismo tiem po se arrojaron al mar todos los nadadores
que se hallaban presentes.
Pero de repente, como para responder al nombre que
invocaban, vi/lse aparecer sobre ]a cima de -una ola el
cadáver de una jóven desnuda, y velada solo por sus
largos cabellos.
La condesa, con la respiracion anhelante, los ojos
demasiadamentll abiertos y la mirada fija escuchó hasta
la última palabra de la espantósa revelacion. Luego
ü
82 ~U~ÑOS y RRAI.IDADES.

exhalando un hondo gemido, rodó al suelo sin conOCI-


miento.
El negro la levantó, y haciéndola sentar de nnevo,
llamó.
rresenlóse el caLo de guardia.
-Es neeesario llevar de aquí á esta pobre seüora,
le dijo mostrándole á la condesa-Se ha desmayado al
despedirse de mí.
y luego aiH1dió á media voz.
-Que lástima I no ha podido oir ]a historia de su
sobrina!
Algunas horas despues, el negro moría en ]a plaza
ele Santa Ana, ante una inmensa multitud, riendo im-
píamente de sus erímenes, de la muerle y de Dios!
xv.

E L E Ne l: E NT R () .

Un día, no ha mucho tiempo, el cláuslro de uno de


nuestros monasterios pn'senlaha un espcCl,(íClllo singular.
Innumerables corrillos de monjas y seglures discu-
lian á media voz, comenlantlo hasta lu infinito un inci-
dente de picante iJctualidad.
Era el caso flue una monja morihunda pedía rora
hacer su confesion ó un sanlo misionero n~ien n('godo
de Palestina y precedido por la fama de eminentes ,'irlu-
des. El Sonto Padre le habia hecho uItas coneesiones
que t'l aplicaba á la~ dolencias de las almos con lodo el
celo d(~ una ardiente caridad.
Lima lo venl'raba; y la Italia, lo España y la Franein
sedisplltaban su cuna; mas para el padre José lél patria
era todo paraje donde habia desgraciados que consolar;
yen su pálido pero bello semblante, estaban relratadas
con rasgos sublimes la piedad y la induljencia.
Pero no era sclamente la próxima llegada del misio-
nero y el deseo de contemplar su venerable semblante 10
que tenia en lan inquieta espectaliva á la reclusa grey.
Las noveleras esposas del Señor tenian aún olro
motivo para arder en cuchicheos.
La religiosa que iba á morir era un misterio con
toca. Nadie vió nunca su rostro, ni supo de donde venia
m qUien era.
Una mañana, hacia eso muchos años; amaneció en
el convento bajo el velo Je profesa. Esto era lo únic?
que se sabia; y la ardiente curiosídad de las desocupadas
habitanles de aquel recinto, se estrelló siempre en el si-
lencio ohstinad,) de dos personas: la abadesa y la turnera.
Muertas las dos, el misterio quedó en pié.
Otro enigma.
Esta mujer que exageraba las austeridades del
c13ustro, jamás se acercó al confesonario, nunca á la
mesa drl altflr.
Fig,',rese pues quien pueda el hormigueo de chis-
mes que lodo esto haria nacer.
Así, cuando lkgó el misionero, y que, atrayC'sando
el cláustro, entro en la celda de la enferma, habrian dado
á 10- menos la cuarta parte del, cielo por estar en su lugar.
EL ,\NGEL CAmo.

El hom bre de Oios se acercó á la moribunda y quedó


solo con ella.
-Padre mio-dijo la religiosa alzando el velo que
hasta entonces ocultaba su roslro -ved aquí una mujer
cargada de CrJ menes ....
-Hija mia-Ia interrumpió el misionrro, mostrán·
dole un cfljcifijo-he aquí un Dios ttldu clemencia y mi-
sericordia. Ten confianza en su bondad infinita. El,
que perdonó á Magdalena, guarda tambien para tílos
mismos lesoros de indulgencia.
-Oh ~ Plldre mio, ella amó y yo no he amado mm·,
ca, por :',le he vivido poseida por el orgullo, ese implaca-
ble rlemo71io, que tomando la forma de los mas nobles
sentimientos, los emponzoiló en mi corazon, convir-
tiéndolos primero en egoismo y dcspues en crimen!
Y]a moribunda reveló al miilionero los profundos
arcanos de su alma.
El santo religioso, con los brazos cruzados sobre el
pecho y el pálido rostro oculto bajo los pliegues de su ca-
pulla, escuchó inmóvil y~mudo aquella confidencia.
-- He aquí, padre mio, la historia de mi vida-dijo
)a monja al finnlizar'ill larga confesion. ¿ Creeis que
rsLa horrible f'.adena de crimenes puede alcanzar perdon?
-La misericordia de Dios es inmensa, hija mia:
dudar de ella es dudar de su grandRza.
-Padre I-rf'puso la moribunda con voz apagada-
un pensamiento terreno pesa tuda vía sobre mi corazon,
y turba mis úlLimos momentos. I Mi hermano I Erá-
se SU~ÑOS y RE.~_I.lIl.\Dr.~.

mos hUl'rfanos; crecimos corno dos avecillas en un nido


solitario. Debíamos amarnos, y {!l me amaba; pero yo
despedacé su corazon, agotámlolo pum su dicha en la
primavera de su vida, Qué fué de él? Lo ignoro. Ya-
ga quizá en este mundo, solitario y desdichado.
-1 Dios ha tenido piedad' de él y le ha abiert.u sus
brazos J Córmen' -añadió el misionero, echando hilcia
atrás la ca pu lIa que cubría su 'rostro-m uere en paz, her-
mana mia: tu hermano tambien te perdona I
- j Gabriel! articuló la voz estinguida de la mo-
ribunda. El misionero levanló los ojos al cielo, y pro-
nunció las pal<lbras de la absolucion.
Luego, y 'drspues de haber contero pIado algunos
instantes el rostro inmóvil de la monja, tendió la mano
sobre sus apagados ojos y los cerró para siempre; colocó
sobre su pecho el crucifijo, enjugó una lágrima, última
gota de las tempestades del mundo, y recitó las solem-
nes palabras del De profundis.

Lilna 1~62.
·
EIJ TESORO DE LOS INCAS
LEYENDA HISTÓRICA.
1.

El tesoro de los Incas! Estas palabras llevan desue


luego la mente á la sagrada metrópoli de los hijos del Sol,
al emporio de su pasada grandeza-al Cuzco!
El Cuzco es la ciudad de las leyendas fan tásticas, de
las maravillosas tradiciones. El piso de sus calles es so-
noro cualsi cobijára inmensos subterráneos; hajo el pa-
vimento de sus templos murmuran las oadas de ignotos
raudales; las piedras de s-Us cimientos están asentadas
sobre las minas de oro; yen las oscuras noches de conjun-
cion se elevan de su vasto recinto esos pálidos meteoros
que el vulgo mira con tanta codicia como terror.
Mezclando á la belleza de]a balada la gracia del idi-
1io, derrámanse como un puñado de joyas en las verdes
sinuosidades de una quebrada; y envuelta en su florido
manto orlado de eternas nieves, la mágica ciudad finje
dormir indolente y olvidada de su grandioso pasado. Sus
flO

gllerreros se han convertido en pastores; sus vlrJenes,


11 pagado el fuego sagrado, han abandonado el templo; y

sus ancianos ac,urrucados cual mendigos al borde de los


caminos y las canas cubiertas de polvo, tienden al via-
jero una mano desecada por el hambre.
Pero aproximaos y mirad de cerca á esos ancianos, á
esas virjenes, á esos pastores, y vereis brillar furtiva en
sus ojos abatidos la sombría luz de un misterio. Apren-
ded s.u hermosa lengua, y escuchad las pláticas de sus
largas ve1a~las en torno al hogar de las cabañas, y creereis
oir las simbólicas endechas de los desterrados de Sion
bajo los sáuces de Babilonia.
¿ Qué pensamiento arde bajo la paciente resignacion
con que sobrellevan su infortunio? Es;~ vestido de gala
conservado siempre al lado de su eterno luto, ¿ qué espe-
ranza revela 1 y ¿ cuál es ese secreto trasmitido de gene-
ratÍon en generacion y guardado tan religiosamente entre
jus harapos de su miseria?
Tudo csb 10 encierra para ellos una pülabra-
-Jlall{a- mama.
llall/Ja-mama! esclamal1 despues del nombre de
Dios en sus plegarias- Hal1pa-mama-repit~n vertiendo
en tierra la primera copa de sus festines-Hallpa-mama
murmuran en las horas de quebranto, cuando el yugo de
su perdllrabl(~ sen'idumbre pesa demasiado; y esta místi-
ca palabra difunde el valor y la serenidad en sus almas,
y parece contenrr en si ('1 arcano de su destino.
11.

Un dia, por una hermosa albomda de estío, míen lras


la ciudad dormia, y que la azulada nil'bla del albn se
elémba al cielo con los primeros eanlos de las aves, como
un himno al Creador, un hombre envuelto en una capilla
parda, torvo el celio, los cabellos en desórden yel c:lapco
de larga pluma puesto de lado sobre el entrecejo, salió de
una casa, cuyo postigo abierto durunlp la noche, habia
dado sucesivamente entrada á numerosos visitadores.
Saludó con una muldicion la luz del nuevo dia, y
despues de vacilar un momento sobre la direccion que
habia de tomar, drslizóse apegado al muro y costeó la
pendiente de las calles que por aquel punto se eleva hasta
los primeros matorrales de la campiña.
Sil andar, ora lento, ora rápido; la somhría expre-
sion de su semblante yel brusco ademan·con que de vez
en cuando se arrebujaba en su embozo, t.odo acusaba en
nc)
~' .. stTE~O~ 1 TlF.ülD.\DF.S.

aquel hombre una de esas tempestades del alma que en


los buenos hacen nacer el heroismo -en los malos el
crimen.
Dejó atrás sin detenerse las últimas casas de la ciu-
dad, y siguió la senda flanqueada de malezas que conduce
alllodadero.
Al llegar iÍ las primeras rocas de aquella empinada
cuesta, tort;ió maquinalmente hácia á la derecha y entró
en un sendero hondo y tortuoso que iba á perderse á la
vuelta de una peña entre un grupo de saucos, cuyas ra-
lDas de un verde amarillento cargadas de penachos blan-
cos, ocultaban ú medias el techo de una cabaña.
Al descubrirla entre los troncos de los árboles, el de
la capilla parda se detuvo de repente, cual si salirra de
u na prof unda abstraccion.
-Dónde iba yo ?-('sclamó con una áspera interjec-
ClOno Cargue el diablo á la cacica I I Estoy ahora para
quejas y requiebros I La diese á ella con toda su raza.
encima por solos veinte doblones que me procuraran un
desquite. ¡ Adios, sueüos de ambicion! ¡Maldito cuatro
de espadus I
y volvicndo sobre sus pasos, escaló la montaña por el
flanco del Rodadero,y se dió á vagar entre las breñas de su
agreste cima.
Los cabreros que al anochecer rocojian sus rebaños
10 vieron descender por un s?ndero sinuoso, y á poco vol-
vieron á divisarlo de pié á la puerta de la cabaña, eloido
aplicado ala cerradura, en la actitud del que acecha.
EL TESORO DE LOS ¡:OCAS. ü3
¿ Qué vonia á buscar en aquella pobre cabaña ese
}¡:lUlbre de calzas de grana y espuela dorada? ¿ qué
veía? ¿ qué escuchaba? .
En torno al hugar donde ardian las ramas muertas
de los saucosestaban sentad'ls tres personas-un anciano,
un mancebo y unajóven. La piel cobriza del viejo con-
trastaba con la blancura de los cabellos canos que descen-
dian en largas guedrjas sobre sus hombros. Su semblante
inspiraba mansedumbre; y la dulce mirada de sus arru-
gados ojos se paseaba con amor del mancebo á la j óven.
El anciano era Yupanqui, cacique desposeido de
Horcos; el mancebo y lajóven eran sus hijos.
Despojado de sus bienes en favor de un favorito del
Intendente del Cuzco, el ca(¡ique habia sufrido su desgra-
cia con la resignacion del indio, paciente y silencioso.
Quedábah, un tes~ro que no podia quitarle la injusticia
de los hombres-el amor al trabajo. Quedábale otro
que lo consolaba de tOUilS sus pérdidas-una hija hena
cumo un lirio y buena como un ángel.
Cual la mística paloma de las sinuosidades de la pelia,
Rosalía se habi~ creado á la sombra do un clóustro. Edu-
cada por la piadosa abadesa de las Nazilrenas, su exis-
lencia se deslizó Jichosa enlre el humo del incienso y las
alabanzas Jel SeflOr, basta que la mirada de un hombre
vino á iulerponerse enlre ella y Dius.
Un dia los atrevidos ojos de Diego de Maldonadu
se fijaron ell lU3 suyos al través de las rejas del coro; y
desde ese momento h paz huyó' de Hosalía, que se volvió
St:E>;US y l\E.\LW.\DEs.

triste, meditabunda y distraída. No mas plácidas vela-


das en torno ti h.l lámpara en la celda abacial, contando
bi~tori[ls, y adurnando azucaradas pastillas; no mas ale-
gres trjsCi.1S en las horas de recreo bajo los arrayanes del
verge1. Pasaba los días en el templo, el corazon sacudi-
do de estrulÍos estremecimientos, arrodillada subre las
frias baldosas, oraudo con los labios, pero vueltos los ojos
y el pensamiento al sitio que todos los dias durante la mi-
sa venia á ocupar un hombre. Y al caer la noche,
mientras sus com paüeras jugaban sallando bajo las arca-
das de los cláustros, ella, de pié en lo alt0 de las torres del
convento, contemplaba con una mirada codiciosa la vasta
eslension de la ciudad, el pecho anhelante, el oido aLento
cual, si quisiese reconocer entre sus variadosrl:ffioresel
{co de una ,"oz querida.
Poco despues, la abadesa llamó un dia á Yupanqui
y mostrándole iÍ su hija, pálida y enflaquecida, le acon-
sejó llevarla por algun tiempu á respirar los aires de los
campus.
Si el viejo cacique II ¡: biera estudiado el sembiante
de su hija con olra miradil que la mirada paternal, ha-
bria vistu desarrollarse en l:llotlas las peripecias de un
uramu: impadencia, alegría, duda, terror, cólera, Pe-
ru I'¡ buen Ynpanqui solo vió una enferuH'dau producida
pur la falla d,_' uirr y de espaciu; y paseó tÍ su hija en las
vecinas quebradas cuuiertas ue vergeles y de pulacios;
hízolc respirar el tónico viento de las »lturas; dióle á be-
ber la dulce leche dl,las cabras; la llevó á su cabaña abri-
EL TESORO DI! LeS I~CAS.

gada como el nido de una alondra bajo el tnpido follaje de


los saucos, y puso su lecho en una amaca colgada de las ra-
mas de los árboles entre una atmósfera perfumada COIl el
aliento de las vacas.
La frescura de la juventud volvió luego al rostro de
Itosalia: pero no vino ni con las flores de las quebradas,
ni con el aire vivificante de las alturas, ni con el néctar de
las cabras, ni con el balsámico aliento de las vaCilS: vino
con el amor de Ualdonado.
Quien sabe que acaso los unió! Lo cierto es que el
t:acique volvió á ver á su hija rozagante y bella, y fué feliz,
y no se cansaba de contemplarla, y se preguntaba por qué
habia tardado tanto en traer á su lado aquella inagotable
fuente de ventura. Pero ¡ guay 1 del q tIe confia en la di-
cha 1 En el momento en que el anciano elevaba sus ojos
radiantes de gozo para dar gracias ú Dios, oyó la voz de
Andrés que murmuraba ú su oído:
-Padre, Kosacha llora !
y vió una lágrima qwe deslizándose furtiva de los
ojos de Rosalía, cayó sobre las yerbas que lim piílha para
sazonar la comida de la mañana.
Ella enjugó con una de sus negras trenzas la huella
de aquella lágrima en su IDf'jilla, y volviéndose al caci-
que:
-Padre -le dijo--¿ puede hacerse sufrir á quien se
ama?
-¡ Qué dices, hija mia! -- escliunú YupanrIui, atr~­
yendo sobre su pecho lu cabeza de la júycn -¿ no sabes
SUEÑOS 1 flEALl[).\ljE".

que yo daría mi vida por evitarte un pesar? Habla I


qUl'~ deseas 1 .... Ah I .... lo veo: no puedes habituarte
á la desn lldez de nuestra pobre cabaña, echas de menos
la dulce morada del convento y quieres dejarme!
-No, paure! jamás I nunca me apartaré de tu lado I
Ay ! ¿ dónde h:lllaría mas amor? Estas paredes ahuma-
das están pobladas de recuerdos. Aquí vivió y murió mi
madre; su alma vela en nuestro hogar, y yo la veo con fre-
cuencia en sueilos inclinada sobre mí, sonriéndome con
su dulce y melancólica sonrisa. Todos los objetos que me
rodean han sido tocados por sus manos. Hé aquí el ban-
co en que solia sentarse alIado del fuego; bé allí su rueca
y su telar. En e] convento me parecia mas muerta: aqui,
oCl1púndome de ]0 que ella se ocupaba, consagrándome
como ella ú servirt,~ y cuidar de mi hermano me parece
q U~ cuntinúo Sil vida. . . . .. y lupgo, en el umbral de
11 Uf'str'a puerta está la libertad: puedo ir tan lejos como al-

canza mi visla. Es tan bueno arrojar Él los vientos los


afanes dd vi vil' ! ...... Ya ID ves, padre: qué p~ledo echar
de menos ú tu lado?
-Ahora mismo lloraLils.
-Me viste llorar? mírame reir.
y besando las canas del viejo le sonreia con hechice-
ra sonrisa.
-Ah! tú llorabas sin embargo. Las lágrimas
de vuestros ojos son .gritos del alma. Quizá la hija de
lusreyes se· siente humillada, arrrstrando la librea de la
miseria rntre las grandezas del mundo 1
91
-y ¿ qué son para mí esas grande~íls d~pues que ha
siJo oado ú mis ojos el contemplar las nuestras? Pueden
reunidas todas las ciudades que so alza~ en Ji) estension de
la tierra, contenrr las riquezas que encierra nurstra, eiu·
dad subterránea? ¿ No eres tú dueño de una de sus cien
puertas1 No he entrado yo por ella, hollando con mis piés
de princf'sa las baldosus de oro que tapizaron el palacio del
Jnca? Me he familiarizado con la contemplacion de esos
tesoros que nadie podía soñar, ni aun la codicia europea;
y llevo eon orgullo la miseria que los encubre.
Una estrilña sensaeion de inquietud llevó al cacique
hácia la pUl'rta. Dctúvose allí y escuchó. Peru todo
estaba silencioso en torno, y solo se se.llia el susurro del
vienlo en las hojas de los súucos .
. Si la mirada del viejo huhi~ra podido penetr'ar al
través de la puerta, hahría encontrado un hombre ineli··
nado sobre el agujero de In cerradura con el alma en los
oidus, pálido, tomuloroso, tCl'~iule, y si Rosnlía lo hubiese
visto habria huido hasta el fondo dd cOllvento, hasta el
fundo de In tumba.
El anciano, aquietadus sus recelos con la profunda
calma que reinaba por lle fuera, volvió aliado de su hija,
la besó, la benuijü, y se retiró, llamandQ Ú Anurés paN
entregarse al descanso Ilrcesario Ú las rudas fatigas Q~ ]u
labranza.
Andrt"s filljió no oid.) y se quetlú sellt~uo frente ú su
lwrmanl', 1l1irándola fijanlpnte. .
--Herlllono-le dijo dla-nul'sLro pudre te esperil
7
98 SUE~OS \" IIIUI.IIHDES.

para entregarse al sueño. Tú duermes á su lado: véte ..


-Nuestro padre se ha ido trnnquilo; pero yo no lo
estoy. Él es viejo, y ha olvidado ya 10 que pasa en los
corazones jóvenes; yo he leido en el tuyo, y sé que sufres,
y que lloras, y que eres desventurada. lo soy un niüo:
apenas cuento diez y seis años, y no puedo darte consejos;
pero el dia en que necesites un corazon adicto y un brazo
fuerte acnprdate de mí.
Rosalía no respondió: l'eclinóse en el pecho de su her-
mano y lloró en silencio.
Andrt'·s enjugó sus lágrimas, la abrazó, y fué a acos-
tarse alIado de su padre.
Rosalía se quedó sola alIado del fuego con la mano
en la mejilla, mirando distraída la moribunda llama del
hog¡tr. Sus dedos se movian maquinalmente, y sus lá-
bios murmuraban:
-Diez. . . . .. doce...... catorce ..... , hoy
Viernes, quince días I quince dias que Diego me olvi-
da ! .... Hoyes Viernes! ..... el gallo canta: media no-
che I Consultemos la suerte de la (rllurmi del PCliascal.
I Ay , la abadesa me prohíbe esas creencias I ...... Pero
¿ qu6 sabe la abadesa, qué saben todos los qte como
ella viven tranquilos y felices, qué saben de los misterios
de Dios?
Se levantó y fué ti tomar de un saquito de tela negra
colgado en la pared las hojas verdes y tiesas de una yerba.
Las apiló cuidadosa una á una en la palma de la
mano y sopló sobre ellas. Las hojas revolotearon en el
EL TESORO DE LOS INC.\S.
,
aire y vinieron tí caer sobre sus rodi1la~. La j 6ven indi a
las contempló con ansiosa atencion, y decia á medida
que examinaba su caprichosa posicion sobre la oscura
falda.
-Viene! .... se vuelve .... sube saltando peñas .. .
baja por una hondonada .... se acerca .... llega .... se
detiene. I Ay! qué sombra tan negra se esparce en
torno I ....
En ese momento, la puerta de ]a cabaña, abierta por
una mano cautelosa, di6 paso tÍ un hombr~.
Al verlo, la hija del cacique exhaló un grito sordo
y se arrojó en sus brazos.
]1.

Aq uel hombre era el rabioso pnseante de la madru-


gada, el siniestro élce.chador de esa ncche Pero ahora
la espresion de su semblante era triste y sombría. La
india lo notó y retrocediendo espantada:
-Dirgo, esclamó-qué fatal llUeya virnes á anun-
ciarme? Habla I he sufrido tanto que poco te costará
matarme.
-No pronuncies mas el nombre de tu amante,
RosaHa: ese nombre es una sentencia de muerte; y muy
pronto ]0 oirás reclamar 'por la ,·oz de] pregonero para
entregarlo al verdugo.
-A tí, niego mio! mi nuble y hermoso caballe-
ro! ....
-Sí: mi cabeza está proscrita: cada instante que
paso aquí ]0 juego con]a muerle .....
-1 hO Dios J ¿ qué es 10 que hu sucediuu 1
-Soy rccalLllul!ol' de tributos y acababa de recHlÍl'
Cuertes sumas. El d~n})llio de la codicia ~e tentó y
cedí á sus s~uuccione3; perdi mi dinero y acabé por ar-
rojarel 01'0 de lasat'cas reales en el falal tapete verde,
'lile no lardü en devol'Urlu.
. ~Iañana parte el situado: huy debí entrcgaresqs su-
mas: las he perdido: soy reo de. lesa majestao; y para
evitar in aft'enlosa muerte que me de para la justicia del
rey, es necesario que huya fuera de su inmenso imperio:
es decir: que ponga entre tú y yo toua la eslensiun de la
lierr¡t .
Ro~·m1ía cayó ue rouillas á los pies oe su amante.
-Nó! Diego mio-esclamó-no me abandonarás
al mortal dolor de tu ausencia. Yo trabajaré; labraré
la tierra con mis mallOS y reuniré l'eal á reall~ suma
que has perdido; iré tÍ pepirla á mis hermar:.os, los inuios
f'rrantes de las montailüs, que no me la neg8l'án,
-Pobre amada mia-dijo Diego con triste sonrisa,
el dolor te estravía, y olvidas que el tiempo es la mayor
de mis pérdiuas. Dos días serian el último plazo que
podría alcanzar: si el tercero tuviera á mi disposicion los
caudales dd mundo, inútiles me serian, porque no po-
drino s'il vorme el honor.
Una idea wrribl6c,rlJzó como un relámpago la menLe
de Rosalía, que m Ut'lllUró sobrecogida:
-Hallpa-mama I aleja de mí ese mal peUl)(l-
mienlo1
-Adios, RosaUa--dijo Diego, separando de su cuello
tO~ ~UEÑOS l' nEA.LID.\D!~.

los •brazos de la jóven-lbreviemos este triste momento:


el cáliz amargo debe ser apurado de un trago.
La india se asió á sus rodillas.
-Nó! no me dejes !-esclamó palida como la
muerle.
Diego I .... yo prefiero perder mi alma á perderte!
Mañana .... á las doce de la noche, cspérame en la
esquina de San_Bias, y yo te llevaré el oro que necesites.
Los ojós de Diego brillaron con una luz siniestra.
-Rosalía, respondió l'strrdwndo en sus brazos á la
jóve'n -mucho te amo, pero no podria recibir de tí ese
oro sin saber de donde procede.
-Ah! no me 10 preguntes, l\Ialdonado: es un se-
creto q uc ni la m uerle me hariu revelar.
-Ah !-replicó él con simulada cólera-he aqui á 10
que me cond u"ce mi falta:]a mujer que amo para salvar
mi vida, medita ir á arrojarse en los brazos de alguno
de esos hombres ricos que la codician, para que en cam-
bio de sus caricias la arroje tÍ ella ó la cara el oro necesa-
rio para salvarme. Nó, RosaBa' moriré en el destierro
Ó sobre rl caJa Iso: todo ese es mejor (Iue la vida que me
ofreces. Adios.
-Sombras augustas de lu ciudad tenebrosa ! - es-
clamó la indiao-"-voy ú quebrantar nuestro terrible j ura-
mento; pero jamás ojos profanos conocerún vuestro sagra-
do recinto ni los mislel'iosos senderos que tÍ él conducen.
niego, continuó -Has odo hablar dd tosoro t!e los In .
cas? Nosotros 1, poseemos: mi padre, cacique legítimo
de Horcos y desccllllienle ue lIuast.:al', tiene una dc sus
llaves, Ligaaos unj urJlllcnto Ú guaflLu' el secrcto de su
c.dstencia y abstenernos de toear de él un salo grano.
Dios sabe que ni los mayores su plicios me hubieran
hecho quei)rantarloi pero t:l nec(\silas oro, y cuando te
lo ofrezeo dudas de mÍ. Perdóneme mi padre y las al-
mas de los Incas.
-Budo aun, l\osalía, i QU0 quieres 1 estoy celoso,
y los celos sun ruines. Hazme avergonzar de mi debili-
dad, mll{~sll"ame cuan fea es mi desconfianza, llévame
cuntigo.
-Llevarte conmigo I Las bóvedas del imperial
palacio se desplomarian: la lradicion dice que la vista de
un europeo desvaneceria el tesoro.
-No 10 veré: lIévame vendado.
-Yendado?
-Sí, venda mis ojos y guia mis pasos. Perdóname;
pero solo así creeré tus palabras.
-Sea! Y ahora, Diego, dime qUIJ Il~e amns, para
que tus palabras ahoguen en mi r.orazoll la voz (lel re-
mordimiento.
Maldoaado se abandonó ú tr,l!1Sporles de tel'Dura
que habrian alarmado ú la júvcn india, si su al ma no
hubiera estado ofuscada por el UrlWf de aquel hombre.
Pero una vez qne hubo (luedildo sola y entrcgaJa á sus
pensa mientos, la jóven india se pustró en tierra y or611ena
de tCl'r(Jl".
tOl ~U1d~os l' REHIlHDU.

La luz del alba encontró ti l\osaHa en lo misma


actitud.
-Hija-la dijo el "iejo cacique, cuamlo cargado
desus instrumentos de labor se acercó par~. abrazarla,
al dirijirse á los campos-hoy estás pálida como en los
dias del convento. No te dés tanto al trabajo: deja 18
rueca y sal á respirar el aire de la mañana, Hoy hu('e
un hermoso dia: lé ti pasearte entre las sementeras;
siéntate al abrigo de los trigos. Qué lindas estún las
clavelinas rojas, y clliín perfumadas las blancas florrs
de las habas I
-Rosacha-murmuró Andrés al oido oe su her-
mana, mientras se terciaba el surrun y empuüaba el
cayado-ya no me pides los nidos de las torcaces ni.la~
flores de las peñas. Por ~SO, ~ sabes lo qué en vez del
alimento del dia llevo ahora en mi morral de pastor?
Esto I
y mostró tÍ su hermana la hoja flameante dc un
puñal.
-Lo sé:--continuó-alguien derratna el dolor en
tu almu. Pero, Rosacha, si anoche te dije-Cuando
tengas nece.~idad de tm cora;on adicto y de un bra:;o {tI Brte ,
acuérdate tle mi, ahora te digo-En el momento que los
necesi tes; allí estaré yo ,
Lu joven india los miró alejarse, el uno con el paso
rápido y el ademan impetuoso de la juventud; el otro
encorvado bajo el doble peso de los años y de los trabajos.
Contemplólo!; largo ralo, inmóvil, y cuundQ.los vió des~-
F.l TESI)fIO UK '.OS 1~C;.\S.

parecer en los recodo) Jel camino, Sil corJzon secom-


primió y una lúgrima ardiente surcó su pálida mejilla.
Pero la imájen de Maldonado, el recuerdo de sus cari~ias
y elterror de perderlo, ahogaron en su alma los gemidos
del remordimiento.
¿ Quién era el hombre por el que la hija del caciquf~
violaba su juramento y traicionaba á Sll pnrlre y á su
patria?
1v.

Hácia los úllimos añus del reinaJo ULJ Oon Cárlos IU,
vivia en una villa de A.ragon el hidulgo AlulJSJ de MaMo-
nado. Era este uno de esos ilobles de rica alcurnia y es-
~uálida hacienda; condecorados con reales órdenes,. pero
de escarcela tan limpia como los hlasones de su escudo;
caballeros de Calülraba ó de Alc:ll1lHra cuyo agujereado
nnnlt) venían á remendat· sus hijos con el uro de la Amé-
rica, y muchas veces á costa de infamias y de crímenes.
La casa solariega de Maldonado, negra y derruida como la
furtlJ na de Sil dueño, tenia por vecino el opuItmto p;¡}acio
(lt~ Vahleneira perteneciente al marques de este nombre;
yi"jnpabcieguá quien cada ario traia el esUo á morar111-
gunos di;lS en sus tierras. Con él vino una vez la hermosa
¡leon ¡r'a de Aranda, su pupila radianlr, aparicion que
dCITamó luz y alegria en la triste vilia y á la que no pu-
EL Tr.:--ORO BE WS I~C \"" tOi
dieron ver sin amarla I/)..; dos hijos de Maldanado, Diego y
Sancho.
y heahí flue la discordia dividió aqllellos hermanos,
que desde ese momento se acecharon, aborreci¡"ndosc con
. morta 1. '
un OdIO
Pero aunque.nobles, ninguno de ellos podia aspirar
tÍ la mano de la bella pupila del marques de Valdeneira;
porq::e Eleonora, descendiente de una de las mas ilustres
casas de España, carecia de bienes; y por tanto debía ha-
cer un malrimonio rico, que le diera los medios d(~ oCllpnr
en la curte el puesto á que la llamaba su nacimiento.
Un dia Diego oyó á su hermano decir á Alonso de
Maldonndo:
-Padre: necesito riquezas, y para adquirirlas voy á
la curle asolicitar un empleo en l\I'j ico.
Aquellas palabras fueron para el rival de Sancho un
rayo de luz. En efecto, ¡por:qué no habia tenido tambien
él la misma idea? ¿por qllé no habia pensado en esa do-
mus rÍutea C¡Ufl S3 llamaba América, de donde podia
sacar á plenas manos oro para comprar el amor de
Eleonora? Sí! iría allá, y con mas probabilidades de
buen éxito que su hermano, por qué no se detendría en
los medios. Solo que, como s:.óia que A.IOtBO no le per-
mitiria dejar el reino, plle3 c!)m) segundon de una casa
noble se debia al ejército, pal"tiria en secreto. Aqu?llo
sería una desercíon; pCl"O niego d~seaba lIlucho á Elco-
nora para andarse con escrúpu}.)l. S mcho habia pe-
1ido á S:.l padre un plal) JU"d'J3 alias plr.l cnri(IU]-:
tO~ ~tlB~j¡)j Y RII:ALlhA Uf~S.

cer3e: él necesitaba tbrsc prisl\ pal'u gamll'le la mono..


y Diego huyó de Espafla y se vino ú Am~rica.
Al llegar al nuevo continente encontró todas las de-
cepciones que Pl'ueban aquellos que se dan á buscm'
maravillas. Habíase imaginado que las minas del Pe-
rú eran gruesas venas de plata y oro abiertas al cincel de
quien quisiera cortarlas; y halló el largo y prolijo trabajo
que arranca á la tierra sus rocallosas entrañas para pul.
verizarlas y extraer grano á gl"i.lllO el precioso melal que
él creyó encontrar amontonado el:} su rica 1iuperficie.
Vió, es verdad, muchos hombres enriquecidos en
aquellas labores; pero en ellas habitln empleado muchos
años; y él no tenia tiempo que perder: era necesario
adelantarse á su rival y yolveranles (pIe él iÍ España.
Diego cambió de camino, y se entregó iÍ la investiga·
cion de los tesoros ocultos. Aprendió la quichua, el
aiJnal"lí y la estraña lengua de los c!til'ihuanos, y visitó las
ciudades y parajes de nombradía histórica en el alto y
bajo Perú. Trabajo inútil: lo único que recojió fué cuen-
tos fantásticos, deslumbrantes tradiciones que avivaban
hasta la rabia su sed de TÚ!ltalo en la tierra de los ricos
venerus.
A mediados dd segulldo uüo uel plazo fatal, Diego
falto ya de recursos, llego por fin al Cuzco.
Aqllel suelo misterioso ellcerraba su última esperan-
za. Traía en la. memoria un pI'ecioso itinerario adquiri·
do de una eslrnña manrra, gr~cias ti su conocimiento d!
tO~

las }eugulIs ¿1IlU.'ricanas, que debia cOlHlucido á la pose-


s.lon de una inulCllso riqueza.
lj,.lUl noche lliego se lwLin f'SlI'8\'ii.ldo en el intrincado

laherin to de \l \1a tordillern, buscando un cerro donde


segun la lr{)uiciu)l. se ücuHnuan: onté llamas cargadas de
o~ que l()s indios llevnbnll para contrihuir nI rescate de
su rey, y que enterraron vi\'ílS en el mismo paraje don-
de )osel.1cOlllró,la nolicia c.le la muerle dnAtahualpa.
Nevaba, y los gruesos cópos aculJ),ulados sobre la
1.jerr~ habian ccgad(llQs caminos.
o \\lIgnndo Jo ql.ehrada en quebrada, Diego vió brillar
á lo lejos Ulla luz, y ú ella dirijió sus pasos.
Er~ el f~.rgo que nrdin en el hogar de una ehmH.
Diego encolltro en ella, soln y moribunda. ú una anciolln
cieg,!', q:ue al sentir sus pasus volvió húcia éJ sus ojt>s sin
mirada, y ese1amó con voz npagada:
-Sebasliall J cuánto has tardw.1o I-Y sin esperar
respuesta cOQtoinuó, sin !llIun hajo la influeneia de Slt
desvarío.
-No viene el cu rn eüntigo 1 Tanto mejor I Des:-
pues q uc te fuieste he pensado que si yo le descubro
á él donde guarué yo los tesoros que mi padre saco de la
laguna de Horcos, no se acurdará de. decirme un responso
por la ~risa de ir de aquí Pll un solo glJlope al Cuzco, des-
monlar tr) la puerla del COllvento de las Nazarenas,
colocarse ('n \\1 iglesia, como que ppede hocer]o á toda
hora, lm·anlí)r la tarima d°el altar mayor, ('uvar tres
VM6S de profundidad ) <:~tr(lr oro, y oro y oro, durante.
lit) Sl'¡';r\OS r I\¡';.\LID.\DE~.

los odw dias que yo tardé en guardarlo, cuando pagué


diez piJias á la abadesa, y la envenen¿ esa noche para que
no se le nntojLlra mover la lengua ó lüs manos. .• Qw'!
ruido es ese?
El oioo aguzado de la ciega percibia en efecto lo que
Diego O}Ó despues: ernn posos de caballos que se acerca·
ban.
El codiciusoaragonés, que inclinado sobre el rostru
terroso de la moribunda recojía flIlsiosamente cada una
de sus palabras; miró por las rendijas de la puerta y á
favor de la luz que proyectaba el blanco mate de la nieve,
üó acercarse un hombre á caballo precedido por un guía
que corría á pié delante de él. El jinete venia envuelto
en un manto negro.
lUaldonado reconoció al cura de quien hablaba la
moribunda ciega, al cura, á quien habia hecho ella venir
para descubrirle donde yacían sus guardadas riquezas,
y que ahora negaba, iba á entrar, hablarla, y hajo la
presion de su influencia sacerdotal, arrancarla el secreto
que él acababa de sorprender; ese secreto, su úniea es-
peranza, el ,solo medio de poseer á Eleonora ....
Una nube roja pasó ante los ojos de Diego, y sus
sienes latieron como batidas con un martillo. La mori-
bunda se agitó en su lecho de agonía.
-Quién ha hablado afuera? murmuró Es Ja voz
de Scbastian I
y esle lJue se halla ú mi l~·u"O (Iuien es"' Sebas-
li:L TILSUIIO Di: LUS I ~C.,::;. H'J

tian , .... No pudo decir mas: una mano convulsa asió


su garganta y la ahogó.
Cuando el cura y su guía entraron en ]a choza encon-
traron á ]u ciega ya cadáver, y á un hombre taciturno y
sombrío sentado al lado del fuego.
v.

Como lo habia previslo la ciega resprcto al cura, MaI-


donado tambien de Ulla sola carrera se puso en pI Cuzco.
Su primer cuidado se dit'ijió naturalmente a es-
plorar el sitio que encerraba aquellas riquezas conside-
radds ya por él como suyas. En efecto, no las habia
comprado al mas caro de los precios, ti precio de un
crimen?
Arrodillado en el tem plo de las Nazarenas en las
actitud del que ora, lenia Hjos los ojos eH esa tarima
que ocultaba su tesoro. El sacerdote, el auditorio, la
ceremonia, la presencia de Dios mismo, lodo babia de-
saparecidu para él: su espíritu, trasroniendo los espa-
cios, se cernia con la i mnjell eJe E\ronura sobre las
esplendorosas regiones que aquel tesoro debía abrir pa-
ra ellos.
Pero ¿cllmo IWl't'ne d ueiw de l'!? 11 sulo nada po·
EL TESORO DE LOS lNC.\S. t l:l

dia: I~rale necesaria la asistencia de otra persona, y es-


ta debia ser un habitante del convento. ¿A '1 uien COll-
fiaria ese peligroso secreto que habia costado la viJa á
la abadesa y abreviado la agonía· á la anciana ciega?
MaMonado dirijió una mirada al coro. Estaba lle-
no de figuras sombrías, prosternadas é inmóviles, cuyo
severo aspecto alejaba toda idea de seduccion. El arago-
nés se puso á buscar sobre aquellos semblantes austeros
algun sentimiento mundano que alentara su espera Ilza;
pero nada vió en ellos sino el recogimiento profundo
de la oracion.
De repente, bajo un velo blanco de novicia, Mal-
donatlo encontró dos bellos ojos nt~gros que crm.oron con
los suyos una mirada ..... .
~Ialdonado salió del templo diciéndose que habia
hallado la cómplice que deseaba.
Oh! sacrílega irrision del amorl aquella mirada
que la hija del cacique creyó el misterioso encuentro de
dos almas que se buscan, era solo la mirada del ladron
que acecha las cerraduras de un cofre I
Sin embargo, Maldonado, falto de recursos, necesi-
taba procurilrselos inmediatamente.
Fácil le fué encontrarlos. En aquellos tiempos to-
davia \a palabra noble er!! moneda corriente, y dispensa-
ba de toda otra recomendacion. El aragonés halló una
graciosa acojida cerca del Intendente del Cuzco, que le
propuso hacerlo nomurar recaudador de tribulos. ~Jal­
donado aceptó aquel empleo que lo pondria en rela-
S
cíon con las indias ele los campos, de quienes esperaba
importantes revelaciones.
Entretanto, cada dia iba á prosternarse en la igle-
sia de las ~azarenas para adorar el tesoro que encer-
raba, y cllya llave pra para él Rosalia.
Cuando no la vió mas á la hora en que solia entre
las rejas del coro, Maldonado se entregó á una furiosa rá-
bia; pero al saber que habia abandonado el convento,
aquella noticia que destruia sus esperanzas, lo serenó de
:-epente. Buscó á la hija del cacique, cuyo amor había
adivinado; la eneunLró, la sedujo y la hizo suya.
Desde en tonces, buscaba una ocasion para ponerla
en el secreto de Sll~ proyectos y decidirla tÍ votver al
convento para realizarlos.
Era no obstante necesaria mucha astucia para guiar
tÍ ese fin el amor apasionado de la jóven india; pero el
aragonés la tenia de sobra y en ella confiaba.
Empezó fingiendo unos celos rabiosos que espanta-
ron á la pobre niña, y dI:! repente cesó de verla.
Queria preparar su alma á la obediencia, hundién-
dola en el dolor.
Por ese tiempo cncontróse Maldonado una noche
en el tentador recinto de una casa de juego. Era aquello
una escena mágica, un c)ntinuado deslumbramiento. El
oro corria á torrentes, y su armónico sonido hacia vibrar
las mas Íntimas fibras del alma. Todos los semblantes
estaban pálidos, unos de gozo, otros de desesperacion¡ y
Ii:L TE~ORO DE LOS ll\iC\S.

en todos los ojos fulguraban los relámpagos silliestros de


la codicia.
lIaldonado, perdida su última blanca, se queJó
inmóvil y pensativo, apoyado el codo en un ángulo de
la fatal mesa. De vez en cuando pasaba la m~no por Sil
frente, como para rechazar algun mal pensamiento, que
volvia y por momentos se mostraba en su mirada fija y
tenebrosa.
Entre tanto el juego habia tomado propOl'ciones
inmensas. La verde cubierta de la mesa desapareció
bajo montones de resplandecientes onzas; las puestas es-
taban hechas y el naipe iba á volverse. lUaldonado vió
tendida sobre la mesa y cargada de oro la carta que l~
habia hecho perder. Al mismo tiempo y por una fatal
coincidencia un jugador dijo cerca deél:
-A esta, que ninguna suerte puede tener tres veces
la misma cara I
}1aldünado no escuchó mas: desenganchó el broche
de su espada que representaba. sus armas y lo arrojó sobre
la carla diciendo:
-El escudo de una noble casa en-seilal de mil onzas.
y desapareció para volver luego con un saco de oro.
Pero la regla de los jugadores habia sido aquella vez en-
gañada, y lIaldonado para rescatar su escudo de armas
tuvo que entregar el oro que llevaba. Aq uel üro era el
sudor y la sangre de los pobres indios: era el oro del tri-
bulo (lue pagaban á un sobera,no estranjero los dueños de
este suelo; y que el robaba á las arcas reales.
H6 SUEÑOS Y REALIDADES.

Aterrado por la idea del infame suplicio á que lo


condenaba su crímen, Maldonado pensó en huir;
pero vió que la fuga era imposible en aquel pais céntrico
de donde irian tras de él requisitorias que lo haria caer
en manos tIe la justicia.
Entonces resolvió precipitar á toda costa la ejecu-
cion de su proyecto, y fué á buscar á Rosalía para io-
timarle la vuelta al convento.
I Cuál se quedaria cuando en la plática que escucha-
ba descubrió ese arcano de las generaciones americanas
que él habia sentido en el zumbido de los vientos, en la
voz de los torrentes, yen los ecos de los Andes I
Cuando hubo envuelto á la hija del cacique en su
infame astucia y arrancádole la promesa de conducirlo
al lugar misterioso donde yacian las riquezas de los reyes
del Per~, ~Ialdonado comenzó á creerse bajo la influencia
de un SUCflO; y habria dado su alma por apresurar el ins-
tante que 10 separaba de la realidad.
VI.

Hacia algunas horas que la cabaña de Yupanqui.


apagado el fuego del hogar. yacia oscura y silenciosa.
El gallo encaramado en lo alto de los saucos habia ento-
uado su primer canto.
Era media noche.
El cielo estaba encapotado de negros nubes, y de
vrz en cuando lejanos relámpagos alumbraban con unn
luz cárdena el interior de la cabaña.
El viejo cacique dormia con el pesado sueño del
labrador. Andrés yacia á su lado. acoslado en el mismo
lecho.
En la puerta de comuoicacion que J'{'unia las dos
habitaciones de la cabniln, pálida. trémula, palpitante.
se adelantaba una mujer envuelta ('n las sombras de la
noche.
Aquella mujer era l\osal1o.
tt8 su E!iiOS y REAI.IDADE.'l.

Tiende el cuello, aplica el oido, y alentada por el


silenciu, se acerca al cacíque, se inclina, estiende la ma-
no, abre un saquito que el anciano lleva sobre su petho,
saca de él una ]]ave, se retira, y saliendo de la cabaña
torna el camino hondo que conduce á la ciudad.
DdriÍs de ella, ligero y silencioso como una sombra,
un bullo negro salió de la cabaña y la siguió á 10 lejos.
A la misma hora, en la esquina de San BIas, un
lwm ore ue pi~ y embozado en su capa, se entregaba á
U11[1 impacienle espera con los ojos fijos en el camino que

conduce al I\odadero.
-A 1 fi n ! -esclamó.
y á poeo una mujer cubierta de los piés á la cabeza
con una gran manta negra se detuvo ante él y murmuró
,~on sombrío acento:
- H{me aquí Diego! Traigo sobre mi cabeza la
cólera de Dius y la maldicion de mis antepas!l.dos; pero
tú lo has querido. Tu pié va á hollar el sagrado recinto
que solo han pisado los hijos de los reyes. I Plegue al
gran Pachllcamac castigarme á mí sola y no estender sobre
tí su enojo,
Ah ra uejaq .c ligue tus manos, que vende tus ojos,
y te cllvllcha en la manta de mi padre para que las almas
de lns 1neas no te COflüzcan al entrar en la ciudad sagrada.
VII.

Al locar aquel momento supremo, el codicioso ara-


gonés apenas podia contener los transportes de una alegria
inmensa, tumultuosa, ca.si parecida al terror:
-Hé aquí mis manos, Rosalia-la dijo, desembo-
zándosc-lígalas; venda mis ojos. . . . .. Pero dime ¿ por
qué vienes así disfrazada?
-En el lugar donde vamos á entrar, Diego, no me
llamo Rosalia: soy Mama Tica suma. Por eso, dejando
mis pobres ropas, vislo bajo esta manla que me encubre,
los atavíos de mi rango que solo es dado ver á las calladas
sombras de la ciudad subterránea.
y la indía; sujetando con un topo sobre su pecho la
manta que la cubría el currpo, drsenrolló una larga faja
de lana, vendó con ella los ojos á l\Ialdonado, ligóle las
manos á la espalda, envolviólo como ella en una m3.nta,
y echó á andar llevándclo por el brazo.
I ::W SVE~OS y r.EAI.IDADE~.

El aragull{'s se sintió conducir largo espacio por ca-


minos frllgosos, en intrincados rodeos, ascendiendosiem-
pre por ti n declive rápido hácia alguna elevada cima.
Un "ipn lo áspero y fria silbaba á su uido, llevando á su
rostro las hojas s"'cas arrancadas á la .maleza. De vez en
cuando, la mano que lo guiaba temblaba y se estremecia;
y entre el fragor lejano dé los truenos, ~laldonado creia
oir la voz de la india murmurando palabras estrañas con
el acento de la plegaria.
El astu tu aragonés intentó muchas veces con un ade-
m:m furtivo libertar una de sus manos con la esperanza
de deslizarla entre la manta hasta sus ojos; pero encontró
tan sólido f 1 nudo que las sujetaba, que hubo de resig-
narse.
Entre tanto, los rumores nocturnos de ]a ciudad, el
lndrido de los perros, el. canto de los gallos le llegaban
cada vez mos confusos, cada vez mas distantes; el venda-
bal arreciaba, y Maldonado percibió en su aliento la at-
mósfera el' rea de las alturas.
De súbi to, el terreno se aplanó bajo sus pies, y el
"iento soplt'IUlas im petuoso y frio.
ta illdia se detuvo, en fin, y l\Ialdonado la sint4ó
prosll~flHlrse tres. veces. Luego parecióle escuchar un
ruidu sellll'~ante al que producida un pedruzeo removi-
du Sonó en segilida el golpe seco de] eslabon sobre el
p"d('rnal, y Maldonado se sintió llevar en rápido descen-
~o por las silluosidades de uaa interminable escalera.
Sin lió resbalar su pié en la húmeda superficie de sus
EL TESORO DE LO~ Il'\C\S. t2t

gradas de piedra, el aire mefítico de las regiones subter-


ránes sofocaba su pecho, sus sienes latian con fuertes
pulsaciones; y el rumor de sus pasos, repetido por ecos
infinitos, llenaba con un ruido inmenso los desconoci-
dos ámbitos que atravesaban.
Elnragonés sentia todo esto sin parar en ello su aten-
cion. Un solo pensamiento absorvia su alma: el tesoro I
ese tesoro guardado por una niña, frágil caña que era
tan fácil r~lmper.
A esta ~dea un vértigo se apoderaba de su mente;
y los nombres de España, Sancho y Eleonora resonaban
en su oido, y un torbellino de imájenes ardientes cruza-
ban su cerebro.
-Hemos negado. i Hénos aquí en la ciudad sagra-
da I-murmuró de repente la india al oido de Maldona-
do. -Diego, tu pié ha franqueado el pórtico del palacio
imperial. Nos encontramos en la galería de las estátuas.
Tócalas, Diego, los indios sabian trabajar el oro mejor·_(lue
los artífices de tu país .
. -¿ Cómo he de tocarlo si tengo ligadas mis Illanos ?
La confiada india desató el nudo que l:::s retenia, y
las manos del aragonés palparon, temblorosas de emo-
cion, una larga s~rie de estátuas á cuyo motálico contacto
se estremeció de placer.
-He aquí-continuó la hija del caci(luc-he aquí
las flores de los jardines del. Inca. Toca estos hermosos
Jirios.
tt2 .SlJl~~OS y nEAl.lDADF.!'.

-De oro I-murmuro el aragon{'s con trémulo


(.lC nto.
-He aquí los maizales de sus Luertas con sus blon-
das mazorcas.
-De oro I
-y los racimos de estos arbustos de anchas hojas.
- i l)erlas! gruesas perlas, y oro, oro por todas
parles'
-Sí! lodo, desde las baldosas en que suenan con
doble ruido tus espolines de acero, hasta la arena en fIue
ejercitaban sus fu~rzas nuestros guerreros; desde el solio
del Inca hasta los guija"rros con que jugaban los niños,
yen que ahora tropieza tu pié, todo es oro en este in-
menso recin to; pero oro sagrado del que jamás nadie
extrajo el menor grano, depósito precioso senado con la
religioll de un juramento que yo voy á quebrantar por
ti. .....
Pero apresurémonos. tas sombras duermen:
guardémonos de despertarlas prolongando mas nuestra
presencia en este sitio. He aquí U)ontones de las perlas
mas hermosas que produc.en nuestros mares; he allí cer-
ros de las mas ricas pepas de nuestros lavaderos: toma
lodo lo que desees, Diego, y salgamos dr. aquí pronto.
--Salir de aquí !-esclamó Maldonado con delirante
acenLo--abandonar esle inmenso tesoro que puede cam-
biar la faz del mundo, y que lú guardas enterrado, estúpi-
da india! I ~ú! quierJ que sea mio i lo será!
F.I. TESI)RO DE LOS I:\C.-\S. 123

y Maldonado fucra de sí, arrancó la venda qlle


cubría sus oj~s ..... .
Deslumbrólos un campo inmenso, fulgoroso, en cuyo
instantáneo espacio el aragonés vió acumuladas todas
1as maravillas que pudo soñar la fantasía. Templos
alumbrados por infinitas lámparéls; sajones y g8lerÍns
donde estaba amontonado el oro bajo todas las formas.
A1Jí en estátuas, vasos, allares; yaquí en jardines cuyas
flores eran cOllstelaciones de piedras preciosüs. Y á su
lado, en fin, ataviada ccn ajorcas y brazaletes de per-
las, la humilde india quP lo habia conducidD allí calzüba
el coturno y ceñía la banda purpúrea de las princesas
peruanas.
Pero,lo hemos dicho: la mágicd vision fué un re-
lámpago. En el momrnto que la venda cayo de los ojos
de Maldonado, una mano de fierro se asió á su garganta,
lo arrojó al suelo, volvió á vendarJo y ligó sus manos á
la espalda con doble nudo. Dos fuerles brazos lo levan-
taren en peso, y el aragon{s arroj~do sobre unos hombros
sólidos, sintió que se alejaba de üquel todo que {~l nu tu
vo tiempo de ver, porque echó á andur y sc lo llevó Sll .
biendo la larga escalera que él habia bajadú poco antes.
Apesar de 10 brusco del ataque, Maldonado no per-
dió la cabeza; y previendo el designio de su desconocidu
enemigo, antes que éste lo sllgetara, llevó la~ mano al
pecho, yarrancando su rosario, prenda que todo espa -
ñol Bovaba entoncl's consigo, guardó lAS cuentas enll'('
su puilo cerrado.
I :,H St.:E~OS \' R! ... I.ID.\D!I.

Su misterioso conductor subió á paso largo y sin


detpnrrse en la inmensa escalera. Maldonado 10 sintió
abrir una puerta, empujar UDa piedra, y á poco sintió
sobre su rostro el viento de la noche.
Desde ese punto el aragonés, realizando su pensa-
miento, comenzó á dejar caer una á una las cuentas de
su rosario. Cada uno de aquellos granos era para ~Ial­
donado una letra, parte integrante del precioso itinerario
que debia darle la posesion del inmenso tesoro que ape'"
nas nabia tenido tiempo de entrever.
Despues de media hora de marcha, los brazos que
sujetaban al aragonés lo dejaron en tierra. Una mano
desató la venda que cubría sus ojos, y Maldonado volvió
it encontrarse en la misma esquina de San BIas de donde
poco antes habia partido con la hija del cacique. Delan-
te de él estaba Andrés. El atleta que le habia vencido
y derribado era aquel niño de diez y seis años I
Sin embargo, ¿ qué era esa mortificacion de amor
propio ante la inmensa alegría que inundaba su alma á
esta idea: dejaba marcado el tesoro!
cuál seria su rábia cuando al separarse de él.
ASÍ,
Andrésque hasta enlonces no habia pronunciado una
sola palabra, le diju alurgáadule algo enlre la oscuridad
de la noche:
-Señor caballero, aquí están las cuentas de tu ro-
sariu [ue ilH\" perdiendu en el camino.
la
-1 Indio maldito !-Ie 1ri&6 lIa~o a.a&rjane
de alU-tú me la ....... ,
y r~ , bulcar al lolondeale coo qutea le eecenó
laJwJralo.
VI!I.

Andrés, antes de volver á su casa se encaminó háeia


un easerio vecino, y llamó a la puerta de unn choza.
La puerta se abrio, y un jóven al parecer de la mis-
ma edad se presentó en el umbral.
-Andrés! tú á esta hora I Algo malo sucede. Mi
padre dijo hoy que la roca estaba amarga; y ya sabes que
es Inulu señal.
-Sí; y tú sabes tambien, Santiago, q llC cuando
Saxsahuaman s~ vuelve negro, alguna desgracia nos ame-
naZtA. Míralo como se ha puesto I
Un denso nublado se adelantaba tronando, yarroja-
ba su oscuru sombra sobre a ¡uel monte, que, como decia
el indio, se destacaba negro del seno de la noche.
-Hallp3-mami:l está enojada! lIabla, Andrés I
-Si; pero hablemos tan bajo que no nos oigan ni
~L TESORO DE LOS INCAS. i27

ann los espíritus que vagan en la trasparencia de los


aIres.
y los dos jóvenes hablaron largu rato el uno aloido
del otro.
Despues, el llll\l1cebo de la choza abrazó á Andrés,
y este puso en sus manOi un objeto (I\l'.~ brilló tÍ la luz d~
un relámpago.
IX.

Aquella misma noche el cacique y sus hijos fueron


asaltados en su cabaña, presos, amordazados; y ligados de
pies y manos, conducidos á una casa de campo aislada
que el Intendente del Cuzco poseia en las Quebradas.
Cuando hubieron llegado al1í los separaron, yel In-
tendente examinó á cada uno de eBos sobre la existencia
del tesoro; pero el cacique y sus hijos se encerraron en un
profundo silencio; y ni promesas ni amenazas pudieron
nada con ellos.
Exasperado el Intendente con aquella obstinacion
muda y fria resolvió vencer el ánimo del padre dándole el
horroroso espectáculo de la tortura de sus hijos.
Al efecto, reuniéronlos á los tres en una sala donde
estaban preparados los sinirslrüs apuestos: una venda, un
torniquete y una hoguera.
Al entrar el cacique, un hombre enmascarado que
EL TEsolIO l>E L'JS INC.\S. t~9

esperaba de pié cerca de la puerta, lo condujo ante elln··


t~ndente, sentado en un sillonal otro estremo de la saia.
-Yupanqui-dijo este-¿lo has meditado bien? sa-
bes hasta donde puede conducirte el terco silencio que
guard{ls?
-¡Hágase la voluntad de Dios 1- respondió el an-
ciano con humilde resignacioa.
-Ya veremos si hablas asi cuando mires á tus hijo8
en manos del verdugo.
El cacique se estremeció, y las canas venerandas que
coronaban su frente se erizaron.
En ese momento Andrés yRosalía entraron en la sala.
El hombre enmascarado filé IÍ su encuentro para
conducirlos ante el Intendente.
La jóven fijó los ojos en aq trel hom bre, y una viva
indignacion se pinló ell su semblante.
-Traidor!-esclamó-apresúrate á darme la muer-
te; pero aquí, en presencia de Dios que va á juzgar entre
tú y yo, te emplazo para hoy aate su santo tribunal.
En los labios de Andres vagó una sonrisa siniestra al
oír las palabras de su hermana. que rué á arrojarse en los
brazos del cacique. El viejo la estrechó en_ellos y lloró
sobre las manos aprisionadas de su híj u.
-Padre! -murmuró ella al oído del anciano, seca
tus lágrimas; yo merezco la muerte, porque he vendido
nuestro secreto ..... .
El ~acique palideció, y ap~l'landn de sí á su hija le
(lijo con severo acen to:
-Si es verdad lo que dices, nios tenga piedad de tí.
Entretanto, cumple al menos tu último deber; calla Ij
muere.
A una seña del intendente, el enmnscaradu se apode-
rÓ de Andres, que con las manos encadenadas estaba olla·
do de su padre. Hízolo sentar en un banco al que se ad-
heria un madero sólidamente clavado en el su('lo. Jugó
un resórte y apareció una cuerda por una incision prac-
tic,ada en el centro del madero. El enmascarado pasó
aquella cuerda en lorno á la frente del jóven, jugó otra
vez el resorte y la cuerda estrechándose mas y mas marcó
un círculo azulado sobre las sienes de Andres.
El intendente se ,'olvió hacia Yupauqui.
-Mira á tu hijo-le decia-va á morir, compad.é-
cele desu juventud! Estimas, pues, mas fllJl-' su vida ese
oro que guardas?
-Tranqu ilízate, padre,-dijo Andres con la sonrisa
de los márlires-mÍrame morir y alaba á níos por la for-
taleza que se digna concpder á sus criaturas.
y el verdugo volvió á mover el resorte y el jfH'en in-
dio, coo ]a mirada fija en su padre, siguió sonriendo en-
tre los horrores de ]a agonía.
Cna ndo el cacique si n tió estallar el crá neo dp. su hijo.
que espiró sin exhalar ti na queja, rasgó con las UÜilS su
pecho. y volvió hácia su hija \;oa mirada suprema.
La jó\'en iwha ~e había desJlJauldu.
Llegábalc elltonces su "ez ú la d\!svculurada ni Úéi.
EL n:~()R() DE LOS I;\C \S. f3f

El verdugo asió de ella y ]a desnudó para ponerla


en ](1 rueda.
A] contaclo impío de aquellas maOl'S, ]a jóven
abrió los ojos y se halló desnuda ante el suplido; pero e!
heroismo habia vencido al pudor y al miedo.
-Padre !- esclamú-apoyándose con sublime ade.
man en el horrible instrumento-perdóname 1
-Calla y muere, repitió el viejo cacique.
La jóven india sufrió el martirio con la firmeza
estoica de sus mayores. A cada vuelta de la rueda se
volvia al cacique y le decía sonriendo:
. Padre! estás contento de mí? Y al exhalar su
último aliento, despedazado su cuerpo:-Padre -repitió,
di ¡ estás contento de mí ?
-O gran Puchacamac!- esclamó el cacique al ver
Gadáveres á sus hijcs-Dios de mis padres, gloria á tí,
que has dado á estos niilos la fuerza necesaria para ar-
rastrar la tortura, y llevar al sepulcro el secreto de los
siglos!
y rechazando al verdugo, currió ú arrojarse á ]a ho-
guera que le tenian destinada.
-Ilallpamarna! gritó al través de 16s llamas, guar-
da el tesuro de los Incas en to mas profundo de tus entra-
ñas ! Custodiadlo vosotras, Com puna Sara sara; y
desplomad vuestras elernas nieves sobre el que. osare
husearlo!
Un lorbellino de fuego ilnebaló su mística plega-
na ..... .
Xl.

El obstinado silencio de sus víctimas hizo creer al


Intendente que ]a historia del tesoro habia sido un sueñu
decodicia; pero tenia en tan poco la vida de los desven-
turados indios, que ni siquiera pensó en achacarse á de-
lito el suplicio del cacique y de sus hijos.
En cuant<rá ~taldonado, la inutilidad de su crímen
no 10 desalentó. Doblemente apremiado por su am-
bicion y por la necesidad de reintegrar las sumas que
habia perdido, al separarse del Intendente, fué á. colo-
carse en el mismo sitio, de donde la noc he anterior habia
perdido su guia, y empezó de allí su investigacion. Dió
los mismos pasos y los mismos rodeos que le recordaba
la memoria, y se alejó de la ciudad sin dtlfse cuenta de
ello, deslumbrada]a mente con la maravillosa vision que
habían contemplado sus ojos.
Desde ese dia nadie supo mas lo que rué de Diego
EL TESORO DE LOS INCAS. 133
MalJonudo, que desapareció como si 10 hubiera devorado
el abismo.
Pero desde ese dia tambien los habitantes del Cuzco.
vieron en la cima del Saxsahuaman una inmensa apacheta
sobre la que todo indio escupe á su paso arrojándole en
seguida una piedra y una maldicion. Santiago el cabre-
ro la levantó sobre los miembros sangrientos de un
cadáver.
QUIEN ESCUCHA Sil IAL O\'E.
CONFIDK\CIA HE UNA CONFInENCIA.
(A la ~eñorita Criltio'l BustRllIllute.)

Cuando hemos caido en una falta-me dijo un dil\
cierto amigo mio-si la reparation es im posible, réstanos
al méDos, el medio de expiarla pUf una confesion esplíci-
ta y ftanca. ¿Quiete usted ser mi confesor, amiga mia?
- ¡Oh I sí-me apresuré á responder.
-Confesor con todas sus condiciones 1
-Sí, esceptuando una.
-¿Cuá11
-El secreto.
i Oh ! mujeres í mujeres! no podeis callar ni aun á
precio de vuestra vida! mujeres que proffsais por la
charla idólatra culto! mujeres que ... , .. mujeres á quie-
nes es preciso aceptar como sois!
-Acúsome. pues-comenzó él, resignado ya á mi
indiscreta restriccion-acúsome de una falta grave, enor-
me, y me arrepiento hasta donde pueda arrepentirse un
curioso por haber sastisfec.ho esta devoranle pasion.
1.

Conspiraba yo en una t"poca no muy h'jnna y denllll-


ciado por los agentes del gobierno, yime precisado á ocul-
tarme. Asilúme un amigu, por supuesto en el rumje ma~
recóndito de su casa. Era un cuarto si tuado en el eslrelllu
del jardin y cuya puerta desapal'ecia completamente baju
los pámpanos de una vid.
Sus paredes tapizadas CGn damasco carmesí, hmiun
el aspecto de una grande antigüedad. Ha servido de alro-
ba al abuelo de la casa, cuyo inmenso leelio durado, Ya-
cío por la muerte, ocupaba yo ... mas de cuán diferenlr
manera! El anciano caballero dormia-pensaba yo -un
sueño bienavenluradoenlre las densas cortinas de tercio-
pelo verde ajitadas ahora por ellenaz insomnio que cir-
culaba con mi sangre de conspirador y de algo mas: de
curioso. Juzgue usted. .
Desde mi primera DooIlP, on aquel cuar,lo. oía sln
que me fuera posiLlí~ determinar dUlHlt~, Ilna voz, un.'
suave y bella voz de Jllujer que hablaba mrzclándose ú
voces de hombres; dt-'spues de parecer sola, leia prosa y
verso~ como hubiera declamado Hachel. y canlaba como
Malibran los trozos mas sublimes del repertorio moderno;
entre ellos una serenata df' Schllbert cllyas notas graves
.
tenian una melodía celestial.
Pasé varios dias en invesligaciones, escuchandu en-
tre las molduras doradas que ajustaban la tapicería, ten-
tando las paredes y buscando por todas parles el sitio por
donde me llegaba el eco de aquella yoz.
Pnrecióme al fin fJ ue acercándome á un grandr ar-
mario colocado en un ángulo, oia mas claro y cercana la
voz, y'no me preocupaba. Mns em aquel mueble tan
pesado que juzgué inútil el intentar removerlo yo solo;
pero de niguna manrra renuncié á la idea de conocer lo
que habia delrás.
AS1, cuando por la núche, el viejo negro encargado
. de servirme en mi escondite, me hubo traído el té. puse
en su mano nn. doblan, y le rogllé me ayudara:'t cambiar
de sitio á aquf'l armnrio.
Al escucharme, el negro abrió grallde~ ojos y palidc-
ció
-¡Ay! no señor-esclamó con voz sorda-ni por
todo el oro de este mundo. La señora -vieja está viva toda-
vía; y si negara á saber que por ahí ha pasado la infideli-
dad de su marido, era capaz de adivinar tambiec que yo,
¡oy Jpsusl que yo fui quien abrió esa puerta para que el
t..IUIR~ F.SCUCH.-\ Sll \lU. orE.

amo, pobre seüor! entrara al mon(\sl.~rio ..... ~(aria San~


tísima! no, no, señor. Ademas, el armario eslá incruslad,)
en la pared, y es imposible moverlo.
Costóme gran trabajo para calmar su espanto: y
cuando le hube prometido un profundo secreto, me refirió
como la casa vecina hizo en otro tiempo parte de un con-
vento de monjas donde su amo tuvo la temeridad de amar
á una esposa det Señor, y cómo no contento con la enor-
midad de ese crimen habia profanado la casa de nios con
el auxilio de su esclavo albañil y carpintero, abriendo en
la pared una puerta que correspondia al interior del ar-
marlO.
-Así es, señor-concluyó el negro- que desde que
el amo murió, este armario es mi pesadilla. Siempre te-
miendo que tire el diablo de la manta, siempre temblan-
do que una innovacion de la casa descubra esta puerta y
el nombre de su artífice, pues la señora sin duda me asard
VIVO.

-No temas, Juan-le dije para tranquilizarlo-


Quien se ]0 diria? Yo ser~ callado como ]a muerte; .,v
cuando me haya ido de aqui, el ser.reto se bnbrá irlo COIl'-
migo para siem pre.
-Ah! señor-repuso el negro, cediendo á pesar su-
yo al deseo de charlar-que tiempos aquellosl El amOr
del amo duró toda la vida entera de la monjita, que- por
otra parte no fué larga. La pobre tortolilla (así la llama-
ba el amo, y asi llamaban entonces los galanes Asu ama-
da) la tortolilla cAutiva amaba demasiado, y ~u amor no
SUg¡q()[o; \' BEALllIADF.S.

pudiendo respirar mus la mefítica atmósfera 001 cláus-


tro llevó su alma á olra regio n .
El amo estuvo primero inconsolable; pero l~g<> hizo
)0 que todos: olvidó á su tórtola y rué á casa de otra5 que
amó no menos, pero en cuyos amores no intervino ya su
esclavo.
-JlJon--le dije, interrumpiendo sus confiden-
cias-recuerda que debes ayudarme y marcharte en se-
guida.
Entónces el antiguo ~lercurio del seductor de mon-
jaJ, como quien lo enlendía bien, abrió el armario; y qui-
tando PoI tablero del fondo, dejó descuhierta una puert~­
cita cerrada por un postigo en el lado opues~o de la pared.
El negro me mostró el resorte que la abria, y huyó
de aUi con terror.
Al encontrarme solo; y dueñ-o de aquella misteriosa
puerta, mi corazon latió con violencia no sé si de goro ó de
temor. Tenia ya en mi mano la eslremidad tiel velo q\4e
tanto deseaba levantar.
Pero ¿cómo hacerlo? con qué derecho iba yQ á intro-
ducirme en la vida íntima de la persona que dorm.ia con-
fiada, á dos pasos de mí?
La mano en' el resorle y el oido atento, dudé largo
tiempoentre 1a curiosidad y la discrecion.
De repente oí en el cuarto vreino el rooo de un vestido
y la ,.oz de síem¡re murmuró cerca de mí:
-Dos.eses sin noticia suyal El ingrato partía ;si;n
GarDle UD amos. Donde estt. ahora? En su hela4a indife-
Qll1Ei\ ES(.l!CH.\ ~U !IU .. OH • tU

.rencia no ha creido necesario decirme el paraje donde


mi amor podia ir á buscarlo; mas yo 16 sabré. Esa ciencia
cuyo poder niegan los hombres sin fé y él entre ellos, esa
ciencia me lo dirá. Sí, yo 10 quiero!-añadió (on enérgico
3cento.
Cerróse una puerta, y todo quedó en silencio.
¿Cómo resistirá la invencible curicsi~l ad que se
.
apoderó de mí al oir la espresion de aquel amor singular,
revelado en esas misteriosas palabras? Nada puedo ya
detenerme; todo cediG ante el deseo de tocar con las ma-
nos los secretos de esa estraña existencia.
Con la frente apÜ'yada ea el postigo esperé un cuarto
de hora. El 'mismo silencio: r.nda se movia allí. En-
toaces, arrojando Jejos de mí todas las ideas que pudie-
ran intimidarme, comprimí resueltamente el resurte que
me habia indicado el negro.
El J'f3sorte, olvidado durante medio siglo, me asus-
tó con un agudo chillido; pero cediendo al mismo tiom po
abrió un postiguillo Imgosto como la porteLuela de un
carruaje; y yo daml,j utl paso me encontré en la morada
de mi vecina.
1 1.

LA ALCOBA OE UNA ExctNTRICA.

l.a púlida lllz de una lam parilla, aliml'nt,ada con es pi '.


ritu de vino y pUestil sobre u'n ,·elador á la cabecera de
un pequeflO leclJO udornado con cortinas blancas, alum-
braba suavemente un cuarto cerrado y desierto. Al pié
del lecho y sobre el mármol de una cómoda, habia una
pequeña biblioteca cuya nomenclatura en la que figura.
ban los nombre de Andral, Huffeland, Raspail y otros au-
tores, en tre craneos de estudio y grabados anatómicos,
habría hecho creer f}ue aquella hahitacion pertene:ia á
un hombre de lél ciencia, si ulla simple mirada en torno,
no persuadierd de lo contrario; y aquí sobre una canasta
de labor unn guirnalda á medio a~abür, allí un velo pen-
diente de una columna del tocildor, mas allá una falda
QUEN E-:;CrCII.\ ~IJ :lIAI, OH::. I~J

de ga sa largada de cintas yarrojada de prisa sobre un


cojín; flores colocanas con amor en ya sos de todas dirnen-
sione~, el suave perfumc de lo~ eslraclus ingleses, pI azu-
¡Cldo humo del zühumerio exhalúndose de un pebdcru dI'
arcilla, todo revelaba el sexo de su dueño.
11a cabecera del lecho y ~l pil~ de un cuadro, que
represcntaba al Niño Dios, estaba el retralo de un bello
joven y estas imájenes de las dos edades en que tanto amor
se prodiga al hombre, parecían presidir en aquella sen-
cilla y pobre morada artista.
Las paredes de aquel cuarto desaparecian comple-
tamente bajo sombríos tübleros dr maderas esculpidas; y
pI misterioso postigu1l10 era un medallon oblongo cercado
de una corona de rosas en relieve. Hallábame ptles en
la antigua celda de la monja, era el santuario de sus amo-
res, templo ahora de un amor no menos apasionado. Ha-
hia en esta coincidencia rriolivo para que la fantasía echa-
ra á ,·olar en pos de las escenas pasadas, an te los ojos in-
móviles de las robllstas cariátides y lus mufletudus queru-
bines de aquella ,'et'l !a escultura. Pero yo no lenia tiem-
pu qu~ perder. Pues: 1ue era criminal. no queria serlo á
medias y habia 1'1~slldto abrir un pasílje para que mis
miradas pudieran penetrar ú toda hora en la morada de
mi escéntrica vecina.
Fuime pues á su canasta de labor. (lue, dicho seli
de paso, estaba en un espantoso desórden. Dedos ner-
viosamente crispados habian enredado las madejas de
seda, nI arrancar mus bien que cortar las hebras; y mns
tU SlL~OS y IIE\l.lIHllF:S.

de diez agujas que s~ revoloteaban enlre blondas y cintas,


me picaron los dedos al buscar las tijeras que encontré
al fin. y con las que hice un ngujero en el centro de una
de las rosas escu lpidas en el medallon.
Era ya tiempo: pUéS apenas crrré la puerta y me en-
contré en mi cuarto, saliendo del armario. mi huésped
entró á hac(~rme la compañia ordinaria de la noche.
Confieso que: nunca la presencia del ser mas antipá-
tico me fué tan insoportable como la de mi amigo en
Jquella ocasion. Su plá lica tan in teresante y animada,
pues era I1n hombre de talento y de vastos conocimientos;
parecíame pesarla y monótona. Mi mal estar creció
cuando 'ir,ntl que en el cuarto ve~ino se abria una puerta.
Sin duela era ella, S!l mister~osa habitadora. ¿Habia
cumplido su designio? Cuál era esa ciencia de que ha-
blaba y qué le habian revelado sus arcanos?
El silencio que sucedjó me parecía de mal agüero; ¡y
yo que clavado en un siilon delante de mi amigo no po-
dia averiguarlo! ConsurnÍame de ansiedad, y respondia
á mi amigo con una distraccion de que este se apercibió
al fin.
-SlJfres~-me preguntó.

-~o,de ninguna manera-me apresuré á contestar.


-Pareces preocupado. En todo caso, duerme.
-Hoste mañana!
1

-Hasta lllañamf !-dije con una efllsíun tan pro.-


nunciada, qtl 0 lo sorprendió y se alejó sonriendo.
QUIEN ESCU~H:A SU MAL OH. ...5

Apenas me vi solo corrí AeOC6nanne: ea ej¡ 81'mal'kl


y miré por el agujero hecho por ~ tijera.
Todo se hallaba en el mismo estado; per~el ~U8J;~
no estaba ahora solo. En el centro y sentado en un sillon.
un hombre paseaba en tOlno u na mirada de asombr-o.
Nada mas decia esa mirada; nada tampoco la espresion
de su grande boca de labios delgados y pálidos. Solo su
frente ancha y elevada habria preocupado mucho á un
observador frenólogo.
Abrióse de repente una pequeña puerta que cubría
un tapiz encarnado; yen su Jondo oscuro se dibujó la fi-
gura de una mujer. Era alta y esbelta. Cubierta de un
largo peinador blanco, cuyos undosos pliegues sujetaba
á medio lazo un cinturon azul: con sus negros cabellos
arrojados en largos rizos sobre la espalda, con su paso rá-
pido y su ademan ligero, habríasele creido el sér mas fe-
íiz de la tierra; pero mirándola con mas det~ncion se co-
nocía que hóbia lágrimas tras de su sonrisa; y que Le nua-
ge au creur laissait son front serein.
Entrando en el cuarto, sus ojos posaron en los de
lJOmbre qUé allí se encontraba, una mirada grave, fija y
profunda que lo hizo estremecer. lUuy luego los ojos
deljóven, comofasc~nados por aquella mirada, permaRe-
cieron clavados euella, miéntras una eslraña languidez
lús fué cerrando por grados hasta sombrear Con el pár-
pado la mejilla.
Enlónces aquella mujer acercándose ú él, Con paso
lento pero seguro, elevó tres veces sobre sus ojos cerrados
10
t46 SUEf;oi l n[HIDAD~.

la mano derech3, haciéndola descender otras tantas á Jo


largo del rostro y desviándola en seguida hácia el hombro
para elevarla de nuevo. Despues alargando horizontal-
mente la izquierda á la altura de la rejion posterior del
pecho, dijo con blando, pero imperioso acento:
-Samuell
-Que me quieres 1-respondió el jóven con voz
oprimida.
Ella alzó de nuevo y repelidas veces la IIlano sobre
su pecho, y él añadió entónces:
-Q~e me quieres? Pronto estoy á obedecerLe.
-Pues bien-dijo ella colocando sobre la frente de
aquel el pu]gttr y el indice de su mano derecha-penetra
ahora en mi corazon y busca en él una imíljen.
El jóven inclinó la cabeza sobre el pecho y :areció
dormir profundamente. Despues Ulla convlllsion vio-
lenta sacudió su cuerpo y sus lábirs murmUfllron un
nombre. Ella sonrió con tristeza enviando al retrato
que tenia en frente una tierna mirada. Luego asiendu
]a mano del dormido:
-Samurl-dijo-pellelre tu vista el inmenso ho-
rizonte en esta dirercion (su mano señulú el norte) y
busque á aquel cuyo nombre acabas do proTlllllciar.
ta cabeza del hombre dormido cayó utra vez sohre
su pecho; su respiracion se volvió rm' gradtt~ onhelantr,
fatigosa, y copioso sudor buñú sus sit:lle~.
La mujer de pit~ y con lll~ brazos Cl'lIZlUllIS seguía
cvn unn miraea hnwzóimperiu~ü li.ls "JlIo<:iolJes que rá-
()"IEN E~CUCH.-\ :-1' 1I.-\L OH.

pida y sucesiyamcnle se pinlaban sobre aqu~])os ojos cer-


rados.
La hora, el lugar y los objetos que allí se presenta-
ban, lodo contribuía para dar á esa escena un carúclnr
verdaderamente fantástico; y al contemplar aquel sér
débil dominando con una influencin misteriosa al sér
fuerte; al mirar á ('sa mujer envuelta en los largos plie-
gues de su flotante y vaporosa túnica, de pié y la mano
eslendida sobre la cabeza de ese hombre sometido al po-
der dp su mirada, habríasele creído una maga celebran-
do los misterios de un culto descollocirlo.
La misma convulsion vino ft interrumpir lü inmovi-
lidad dl'l dorm id j.
-Héle allí-esclallló.
-Donlle?
-Los rayos plateadus de la lllna j \l(lgnn ton las OlllS
del inmenso rio que pasea Sil plácida corriente entre un
bosque y una ciudad fantástica cuallln febril ensueño.
A sus pies y sugeto por pesadas ancJas, un navío
suavemente mecido por blanc<ls oleadas, envía hasta las
frondas de la opuesta ribera los reflejos de una brillante
iluminacion. Sobre su aneha cubierta, :ldornada con
banderas y perfumadas guirnaldas, den hermosas mu-
jeres, vestidas de blanco y coronadns de flores, se oban-
donan lánguidamen te en los brazos de sus com pañeros de
placer ú las ardientes emociones de la danza. j Oh ! cuán
bellus son sus ojos! Diríase que hlln robado al sol de lus
tr/JpicQs su dcslulllhrantc fulgor.
HS f;l:~ÑUS \ IIEALJO.\l.llS.

-Pero él ? {·I • dónde está?


- Oh ! replicó el dormido ton acento suplicnnle-
déjame ver el cur..uro mt~co de eshl d{\m~6 1iobre las
aguas y bajo un cielo de fu~go. Cuán hermo:¡as son I .
cuán herIlli!lS(\s! ...... Hé alll una que se apürla del
e~antado torbellino. Aléjase hácia. la prua con su
cnbaHero, é inclinándose sobre la borda tiende]a mano
para mo~trarle la lr{-mula imájen de las estrellas refleja-
da en el agua profunda. I Ah !
-Samuel-dijo ella interrumpit:-ndolo; porque una
eonvulsion violenta contrajo de repente las facciones in-
móviles del dormido--:-Samuel ,qué ves?
- Es él, él quien la acom pafIa.
-y por qué tiemblas?
-Oh! - repuso el dormido con sordo aeento -no 10
(lregun tes ... tú no ddJes saberlu,
-No importa: quiero qlJfdo digas! Dilol
Enlónces él bajó la CHOezü con pesarusa resignacion;
pero al hablar empleó Ulla lengua estranjl~nl, quizá para
que sus palabras sonflfan menosdolurosas al corazon de
Hlluella aquien obedecia con tan visible pesar.
MÍl~l1tras hablaba, una nube oscureció la frenle de
aquella mujer. S.IS ojos Lrilhll'ull como rellÍlllPogos de
IIna tempestad y sus luLius murmuraron pülilbrüs confu-
sas é illurLieuladils. llero serenándose de repenle:
-Sallluel-dijo-lée l'll el coraZOIl de l'se hombre .
•~, jóvcn se reconc.enlró profundamente: hahríilSC
tEcho (1 ue su espírilu había descendidu á un abismu.
QUIE~ ESCUCHA Sli 11.\1. OYE.

Despues SUS labios vertieron lentamente como ¡ptas


de plomo estas palabras ~
-Ama á,esa mujer.
Pero una nueva convulsion ahogó sus palabras cual
si lo hubiere herido el mismo golpe que aeabaha de ases-
tar al alma de aquella mujer.
Ella, sin embargo', per.naneció inmóvil y silenciosa;
ni un solo músculo de su rostro se contrajo; y sin la extre-
ma palidez que cubrió su sem!llante, nada habría revela-
do. el dolor en ese cornzon de eslraña fortaleza.
Paseósc dos ó tres veces á lo largo del cuarlo; acercó-
se al retrato, lo contempM largo tiempo con una mirada
indefinible, y luego eua\ si se arrancara un recuerdo que-
rido se nevó. la milno á la frenlp, se echó háeia atrás los
rizos de la cabellera, cubrió el rclr3to con un vel4i) negro,
y yend@ á abrir una puerta en. frente de aquella por don-
de habia entrado, volvióse al dormido tendiendo la mano
y replegándola hácia sí, mientras él se levantaba y seguia
la direccion que aquella mano le imprimía.
Cuando hubo traspuesto el umbtal, la puerta se Cf'r·-
ró tras él, y oí la voz de aquella mujer (lue decía:
·-Samuel! despierta!
VUa despues sentars~ al pie del lecho y ocultarse el
rostro e.ntre las manos.
Nada tenía ya que ver ni averiguar allí; la lampari-
lla s~ habia apagado, yo no veia tÍ esa mujer, y permane-
cía aun pegado á aquel postigo que me separaba de ella;
el ~ilencio reinaba en torno, no obstante en mi cerebre
1:;0

¡urnbaba \JIJ rllido tumultuoso como 01 de las olas del nHU


en una borrasca. Eran los latidos de mi corazon; era
una rabia inmensa, desesperada, que rugía en mi alma,
ora .... eran los c~los; era que yo amaba á esa mujer que
amaba á otro con el amor ardiente que inspira un imposi-
ble; que la codiciabiJ para mi, en tanto que otro posein su
alma.
-Quien escurha ~u mal oye-dije yo con el aire sen-
lencioso de un confesor.
La luz del dia penetrando en su cuarto me la mostró
rn el mismo sitio. Ni ella ni yo habiamos cambiado de
actitud ... .
-Pero .... ¿No oye usted1-dijo mi penitente, in-
tE'rrllmpif'>ndnsc de improviso-No oye usted?
-Qll~?
-El pito del tren. Hoy llega el vapor del Sud y
debemos tener noticias interesantes de A.requipa.
Dijo-y sin escuchar mis ruegos, mis gritos, mi~
protestas y la formal amenaza de negarle la absolucion, el
impío tomó su sombrero yen seguida la calle, embarcán-
dose luego para lslay, de donde dirijiéndose á Arcquipa
se deslizó furtivamente en la plaza, batióse en las trinche-
ras el siete de marzo, y librándtJse rnilagrosament~ de la
carlanca libertadora, pasó á Chile donde es Cama que por
110 perder la costumbre tomó UDa parte activa eil la revo-

lucíon que poco despues estalló en aquel pais. Cuando


la revolucion fracasó, fuése á Europa; acompañó á Gari-
ba.ldi en su espedicion á Sicilia, siguiólo tambien y cayó
Qrt F.~ Ii:Sr.UCHA ~r un OYE.

con él en A.spl'omonte, no muerto sino prisionero. Eva-


dióse, y ahora anda estravilldo como una aguja en eSOi
mundos de Dios.
Incorrejible conspiradorl Guárdelo el cielo para
que un día termine su confesion, y podamos saber, bella
(;ristina, el fin dQ su culpable y bien castigado. espionaje.
SI HACES MAL NO ESPERES BIEN,
t: l. R A PT n.

Era la última hora de \lll día primaveral. El ~ol


trasponia majestuosamente la montaña, nacClrando con
su postrer rayo las nieves de la opuesta cordillera, y di-
bujando en largas sombras la silueta fugaz de las cabras
que samoneaban al]uÍ y allí entre las sinuosidades de los
peñascos las bojas de los arbustos y ]a espinosa corteza de
los cardos.
Todo era calma y silencio en aquellas agrestes so-
ledades. Las torcaces solas, ocu Itas en los agujeroli de
las peñas, mezclaban su trist~ arrullo al rumor de la cas-
cada, que como un lejano trueno se elevaba del profundo
,ane donde el Rimac precipita sus aguas.
I¡;r, :-";UE~O~ r r. EA LIDA [}E~.

De pronto, una voz dulce y penetrante exhaló un


alegre grito.
- Alamay esclamó en la lengua de los incas, ¿ ves
I

las lindas flores color de oro que brillan allá abajo entre
las piedras? Voy tÍ cojerlas para ti.
y una bella niña de cinco años, fresca, rosada y en·-
vuelta en un gracioso anacco descendió saltando alegre-
mente uno de aquellos ásperos senderos. Al mismo
tiempo de trás un peñasco salió una joven india, grit~ndo
con angustioso acento: I No, Cecilia, no, hija mia! Esas
piedras están en el camino .... ¡Oye las carreras de los
soldados I Si vienen .... Ahi están! Allá viene uno ....
~fi hija! .... ~ija mia .... , Oh !
En efecto, un regimiento descendió costeando la
cascada.
Al llegar al valle, de una de las últimas compañias
se habia separado un oficial, y llamando á un ordenanza
habíale dicho algunas palabras señalando á la niña, que
á 10 lejos cogia flores entre las piedras del camino.
RI soldado se dirigió háeia ella á galope, y Uegand& á
su lado, inclinóse sobre el estribo, y la arrebató en sus
brazos. Mas al momento de enderezarse sobre la silla
para colocar á la niña en el arzon, sintió dos m~mos de
acero, que aferrándose á su garganta lo dBrribaron en
tierra.
ta india habia corrido en auxilio desu hija; y tenien-
do la. eab~za del soldado·bajo 5U rodilla buscaba con ojos
~er~es una piedra para aeabar de matarlo.
SI HACES MAL l'iO ESPElfES BIEN. tti7

Arrancó, en fin, un grueso guijarro; mas en el mo-


mt~nto que 10 alzaba sobre el soldado, sint.ióse asida por los
cabellos.
l~oficial que habia ordenado el rapto arrastrándola
sin piedad la arrojó al fondo de un barranco.
Un jemido desgarrador, un jemido de madre salió
del precipfcio á tiempo que el oficial decía riendo:
-¡Vaya un maricon! Dejarse acogotar por una
mujer! Felizmente llegué yo á tiempo .... Mas ....
que chistosa casualidadl .... Sí, aquí, en este mismo si-
tio, ó muy cerca debió ser donde a'Tuella muchacha ....
Cana, chica, calla. Oh! que bonita es! Grandes ojus
negros, cabellos sedosos, una boquita de coral. Un lindo
obsequio para mi hermosa Pepa, esa malvada que se di-
vierte en dar tortura tÍ las almas .... Calla, chica, que
vas 3 ser muy feliz. Tendrás confites, biscochos, y ....
bofetones á discrecion de manos de aquella maldita.
l\Iariano, tómala. Galopa hasta alcanzar á los arrip-
ros, y dí al mio que lleve esta cholita con el mayor cuidadu,
y que al llegar á Limil no vaya tontamente á entregarla eQ
casa. Que la deje al guarda de la garita de Maravillas
hasta que tll llegues. ¿Entiendes?
y se alejó volviendo á su pue~to en la marcha, mien-
tras el sohlado tomaba á galope la delan lera al rejimiento,
llevando consigo á la niüa que 1!oraba con un Han lo deses-
peradu. Mc.ls sus lamentos se perd ieron it lo lejos, con-
fundit"nduse luego con el jemido del ,·icnlo y el ruido de
las aguas, y el valle (1 ue1ló en profu ndo si It'!lI'io.
11.

LOS HANIHDOS.

La doble sombra de la noche y de la Iliebln C{ln~enza..,.


ba á es tenderse sobre el Rima~, yel silencio del invierno
reinaba todavia rn los espesos jarales que lo cubren.
Pero á 10 lejos, hacia el camino que desciende de c'hacla-
rayo, ClÍasc cada vez mas distinto el cenc.erro de una recua.
Be repente, de la oscura masa de un matorral salió
un prolongado silbido.
Poco despues, tres hombres bien montado~ ycomple-
tamente armados, saliendo de la vecina cañada, oculta·
ron sus caha 11 os tras los muros drsrnoronados de una Ima-
ra y se agazaparon bajo unas malas al boroe del camino.
~o de illIí Ó 1Il ucho, diez mulas l'arglHla~ de bílu1es y
si 11.t.CEi tl.\L ]\(l ESPERES BIE~

maletas aparecieron e~coltauai por cualro arrieros en un


recodo del caminll.
Los viajeros aVDnzaban tranquilamente arriando con
calma sus cabalgaduras, y mezclando las notas de un !Ja-
ral'; al ruido tardo de sus pasos.
De súbito, la enjarzada mula que servia de guia asi-
da por una mano vigorosa, detuvo á la recua entera; y los
arrieros viendo relucir en la sombra los anchos cañones
de tres mosquetes, no necesitaron ,'er á los tres enormes
negros que los empuñaban para escurrirse entre la male-
la y desaparecer como sQmbras
Los salteadores empezaron entonces la inspeccion de
su presa.
-Catorce mulm¡, decia uno.
-Diez y ocho baules, gritaba otro.
-Tres sombrereras militares, lIn tercero.
-Una cholita, e~ (~lIorto.
-Á tierra la chola con las sombrcrfra~ y al monle el
reslo.
Dicho y hecho
Los ladrones Illonlados en sus In,lgníficus cuuallos
arrearon la recua húcia la cañada por don~le Iwbidll H'IIi-
do, y Ullmomento despuesla pobre cl.icfI, nl il¡II],llIílt!(\,
1

lloraba sola al horue del cflmillo.


.lIt

Pasadas algunas horas, y cuando los )Jan tos de la ni-


ña eran solo sonozos tonvulsivos, un ginete que, emboza..:
do en su capa de viaje y llevando una gran maleta á la
gru pL:. de s u caballo, descendía á galope el mismo camino
que habian traido Jos arrieros, detúvose de pronto, y,
echando pié á tierra levantó en sus brazos á la niña.
-¿Quién te abandonó así, hija mia? preguntóla Cl.l-
riilosarnente.
Pero el yiajeru hablaba una lengua que la niiIa no
t\lIlenJia, y á lodas sus preguntas respondia 1l0rando-
'\~"mál
1_ .U

-- i PODre criatura! diju t'l profusmnl'ute conmuvi-


~I IIACES MAL i\O ESPERES BIEN. t6!

do-No en vano invocarús ese nombre de significacion


. universal! Serás mi hija, y consolarás mi soledad. No
sé tu nombre; pero te daré el de aquella que duerme bajo
las sombras dn Pcre Lachaise/
El viajero estrechó á la niña en su seno, y con ella la
memoria de esa hija muerta que recordaba.
Montó á caballo, abrigó á la chica bajo su embozo, y
añadió como buen frances, le petit mot pour rire.
-Completé á fé mia mi bagaje de naturalista. Trai·
go en mi maleta el reino vejetal y el mineral. He aquí
el animal. A .~rancia, puesl
Abrazó otra vez á la niña, rió enjugándose una lá-
grima v sÍ!mió á galope 10 largo del solitario camino ....

u
IV.

DOCE AÑOS DES.PUES.

-Papá, decia una noche al ~alir del teatro, Wla


lindajóven á un coronel profusamente decorado-¿Ten-
dré tiempo para escribir á mi hermano?
-y de sobra, hasta mañana á las doce que zarpa el
vapor.
-Escribiré esta noche para vaciar mi resentimiento
y dormir tranquilamente, dijo ella, haciendo una mueca.
El coronel sonrió con sorna, y besando la linda fren··
te de la niña dióla la mano hasta la puerta de su alcoba y
se retiró. .
Entrando en su cuarto, la graciosa niña sonrió á su
espejo, arrojó sobre un mueble su abanico de plumas,
!->l 1I.\r.ES ~l.\L :--0 ESPERES¡ BI E:"i HB
desprendió la guiroalda dCJosas que nd0rnaoo su cabe-
la, colgóla como un ex-Yolo Ú los pies de la virgen que ve-
laba su lecho, sacudió su cabellera, y abriendo por fin un
secretario escribió:
«¡Que inmenso vacio, querido Guillermo, que in-
menso yaCÍo en mi existencia desde que tú has part.ido!
Que horrible es esa enfermedad del alma que se llama
"echar de menos" I ·Los médicos se ~ontentan con lla-
marla por su nomure cientHko-Nostalgia!-dicen ellos
muy frescos. Y si es una jóven quien sufre, enlónces
añaden sonriendo-
«Que lleven esta niña á Chorrillos, que' se bañe, que
tome el aire, que se pasee y se distraiga de lodas maneras
y ello pasará.
<q Ya! como creen que las limeüas solo amamosel
baile, el lujo, la disípacion ! ....
«i Oh ! Guillf'rmo, ¿ que cílstigo merece quien así nos
calumnia?~ Yo sé uno. naria á su eorazon el dolor q1le
lu ausencÍoo ha dejado en el mio. Asi sentiría como sabe
amar una limeña.
«y tu, hermaoo mio? Oh 1 tú, es dif~ren te I Pri-
meru, y por mas que digan, el que parte tiene mil Illoti-
vos de dislraccion que 10 absorvcn y adormecen su pena.
Los incidentes de á hordo, el arribo á puertos desconoci-
dos, los rost.ros nuevos que se suceden sin cesar. Y luego,
yo me figuro que los hermanos-jamás echan de menos 'á
sus hermanas.
~(¡. Que es, en dtCIO, lo mas frecuentemente para no-
164 ~UEÑOS \ IIEALlD.\DI~S.

solros un hermano? Un tirano que quiere monopolizar


todos nuestros sentimientos, que nos trata con el mas
crudo despotismo, que nos pospone á todo, que nos halla
siempre feas, y tontas, y ....
«Perdon I oh' Guillermo querido! Confundirle á
tí, con esos hermanos impíos I Que atroz injusticia!
«(Tú me amaste siempre con la ternura protectora de
un padre y la galanteria esquisita de un amante. Pero
sabes que soy celosa de mis palaLras, .cuando despues de
dos meses desde que habitas Paris has olvidado á tu her-
mana, y la promesa de darla, cada quincena, cuenta es-
trecha de tu persona!
«(j Oh I á la idea de tamaño desacato, por mas que ta- •
ches ala frase de vulgarismo. digo con rabia: I que lisu-
ra J I guá I
«Si un motivo sério, un amor, por ejemplo, te preo-
cupara .... Pero una faslidiosa comisioo del gobierno,
bailes, paseos, espectáculos, frivolidades .... Guiller-
mo, para eso no hay perden.»
La quisquillosa hermana recibió poco despues esta
re8puesta:
«(y bien, mi hena enojada, era un motivo sério, era
un amor lo que me hacia, no olvidarte ni un solo momen-
to, sino guardar silencio antes de darte uaa noticia que te
eolmará de gozo; noticia que nuestro padre sabia ya, y te
callaba á rurgo mio. Tienes ya una hermana, buena co-
mo tú, cual tú, bella como un anjel, y que te es parecida
de una manera sorprendente, estraüa. Escucha.
SI nACE~ :\fU NO F.sl'F.nE~ ni EN . t6~

«Paseaba yo una tarde bajo las fúnebres arboledas


del Padre Lachaise. El día iba á acabor. Los rojizos
rayos del sol poniente atravesaban como hebras de fuego á
la e~peSü fronda.
<~Desierlo y silencioso ~stubael lúgubre recinto, y las
últimas ráfagas del yiento de la tarde gemian como almas
en pena entre las hojas de los ciprés.
d)espues que hube vagado largo tiempo en la ciudad
de los muertos, y visitado las tumbas de Abelardo, Ney,
Lavedoyérc, Fuy, habhime sentado bajo el laurel que som-
brea el sepulcro de C~rlos Nodicr. Leyendo su epitafio,
recordaba el loco en tusiasmo con que nllá, bajo los jaz- I

mines de tu jardin, leiste su fantástica «lIada de las


Migajas}> y el cr~·dulo empeflO que le hacia correr los cerros
de Amancaes en busca de la (múndragora bella.»
«De recuerdo en recuerdo, tu imájen apareció al fin,
!an viva en mi pensamiento, que involuntariamente vol-
ví los ojos buscándole en torno mio.
«Cual seria mi nsombro encontrándote, á tí, á ti
misma, ahí, á algunos pasos de distancia, vestida de luto
y reclinada en la pilastra de una tumba.
«Sin pensar en lo que hacia, corrí á palpor la reali-
dad de aquella "ision. Pero al acercarme conocí que era
solo una gmnde semejanza, y que yo habia incurrido en
..una grosera indiscrecion.
«~'Ias la
jóven enlutada ni siquiera se apercibió de
mi presencia. Con la mejilla apoyada en el mármol del
t6G su¡;:¡!:¡os , 1\F.,\tIDA[)f:~,

epitafio, tenia los ojos c.errados, y sus labios se muvian


lentamente, Oraba.
«En ese momento resonaron á lo lejos roncos ladri-
dos.
«Acordéme en tónces que era la hora en que "el con-
serje suelta los formidablrs mastines que guardan aquel
sitio durante la noche, y estremecido de espanto á la iJea
del peligro que amenazaba á aquella hermosa jóven,
arreba léla en mis brazos y atravesr á carrera la calle d(~
ciprrs que conducia á la puerta.
«A la brusca subitaneirlad de mi accion, la jóven
abriendo los ojos dió un grito de terror yse desmayó.
«En la puerta del cementerio la esperaba un coche de
alquiler. ColofJuéla dentro, y me sentó á su lado para
soslenerl3.
~Mi\"ntras la prolligaba mis cuidados, contemplaba
con amor la prodijiosa semejanza de aquel hAllo rostro
con cl tuyo, querida Maliltle. Era tu imajen, tú mismn,
sin la florida IOZllnia 11UP. es lino de tus encantos. ElIa,
al contrario, ul'lieada y cenceña, tenia en sus morenas
mejillas esa palidf'l atertiopelada qne se adora en Fran-
cia, y que en Lima alarma. tanto la ternura de las madres.
«Pero esa misma palidez añadia I1~S brillo á sus
granues ojos nf'gros que se abrieron por fin y me recorda-
ron mas á mi hermana, ora en Sil dulce

sonrisa, ora en Sil
apacible serieda,j,
«Ameli~ es hija .le un sábio viajero qlJe consagro ú la
SI tUCES ~I¡\L NO &SPERE!' BIEN. '1&7

CIenCIa su fortuna y su vida, y murió legtÍndola solo Sll


nombre ilustre y su austera virtud.
«Huerfa'na y pobre, pero con un alma rica de poesia
y sentimiento, Amelia repartió su vida entre las melodías
su blimes de su piano yel fúnebre silencio del cemente-
rIO. Alma de temple fuerte, todas las cosas de la vida
son sérias para ella; yen su mirada, en su voz y en su ac-
titud, hay una espresion de melancolía dulcísima, de me-
ditabunda gravedad, del todo ajena á las turbulentas hi-
jas de la Francia, y que ella contrajo, sin duda, al aspecto
solemne del desierto, bajo el velo de las árabes, allá en las
lejanas regiones qUl~ recorrió con su padre.
«TClles tu hermana. ¿ No es cierto, mi linda atur-
dida, que te alegrarás ffitlcho de abrazarla luego 1»)
v.

nE~lNISCENCIAS.

Poco después, un dia de verano, la mimada hermana·


de Guillermo, coquetamente vestida, como quien d~sea
deslumbrar, abordaba en una góndola el vapor de
Panamá.
No bien atracada aun la embarcacion al costado del
vapor, la graciosa limeila subia con pié seguro la resbala-
diza escalera, húmeda con la niebla de la mañana, y se
arrojaba en los brazos de su hermano, apartándose luego
del fraternal abrazo para estreckar en su pecho, COil arre-
batos de pasion, á una bella jóven, morena y pálida, pero
que le era parecida con pasmosa semejanza.
La estranjera S8 entregaba á sus carioias con tierno
SI HACES }lAl ~o ESPERES BIEN. 1tm

abandono; mas ¿ porqué á veces parecía distraída? Lpor-


qué sos ojos desviándose de la florida ribera, iban á bus-
car á lo lejos las azules siluetas de la cordjlle¡a ?
-1 Guillermo I dijo al fin, cuando desembarcaban,
yo he visto estas montaüas-¿ Donde? No lo sé.
-Sin duda fueron los Alpes, se adelantó á decir
~Ia,ilde.
-Nó: no son tan puros sus perfi]es.
-Pues entonces serian los Pirineos, replicó la petu-
lante niña, empeñada en lucir su geografia de colegio.
-Mucho menos. Sin embargo, mis pies han cami-
nado por senderos agrestes como esos que serpentea? en
aluellas fragosas vertientes. ,#
-Las has soñado,' Amelia mia, la dijo Guillermo,
las has soñado en tu ardiente anhelo por América.
- j Soilar con cerros I esclamó la aturdida mucha-
cha con ~.na mueca graciosa que hizo sonreir á Amelía,
soñar con cerros, estando aM nuestro h~rmoso Rimnc,
sus fres~asalamedas, sus perfumados jardims ....
El mio es delicioso. Cubierto está de rosales,
jazmines, chirimoyos, suchcs, aromos, y á su sombra en-
contrarás abiertas todas las flores de Europa, que yo mis-
ma he sembrado para tí. ...
Dame la muno, Amelía, voy á hacerte los honores
de nuestro sudo, y no quiero que te disloques un pié en
h,s carcomidas gradas de nuestro em·barcadero. .
La beUa forastera apenas la escuchaba. Abstraída
por una estraña preoeupacinn, ni siquiera so apercibió
~1 rápido movimiento que la conducia, y los áridos cam-
pos y las frondosas arboledas pasaron nnte sus ojos como
los vapores fantásticos de un suelÍo.
En la estacion de Lima los esperaba el Coronel; y
Gui11ermo p ISO su esposa entre los brazos de su padre.
El coronel amaba apasionadamente á sus hijos y
Amelia fué acojida con estrema ternura. ~Ias ¿por qué
S2 estremeció al sentir aquel bigote cano tocar su frente?
¡Misterio!
Muy luego, riendo de su miedo pueril, respondia
eOIl un hermoso beso filial á las cariciag del coronel, y
<l(l0yaba confiada la.cabeza en su pecho cargado de cruces .
• ••
y los dias corrieron para Amelia bellos como los ce-
lajes de la aurora. Espíritu de percepcioo esquisita, na-
die eomo ellá saboreó las delicias de esta májica vida de
Lima, en que todo halaga al alma y los sentidos; en que
todo, desde el cielo hasta ~l suelo, es aroma, luz y armo-
nía.
Muchas veces corrielldu con su hermana bajo la froll-
da de los jardines, se de tenia de repente para beber en
dobles aspiraciones el aura suave de nuestra atmósfera;
aura deliciosa y letal que anima y agosta las mas hermo-
sas flores.
Ll~gó un dia en que Amelía, pálida y enflaquecida,
pedia en vano á la brisa el aire que le fultaba asu pecho, y
en que los rayos ardientes del sol de enero no pudieron ya
c,alentar su aniquilado cuerpo.
~I H \CE.' MIL NO ESPEUS IlIE~. 1i 1

Entónccs, los graves doctores, reunidos en lornoal


lecho de Amelia, acordaron, y esta vez profundamente
consternados:
Que lleven esta niña á la Sierra; que haga una vida
de completo reposo, que tome leche de cabras, que se
distraiga, y Dios dispondrá lo que sea de su agrado!
y á la mañana siguiente, Amelía, acompañada de su
esposo y de su suegro marchaba á Jauja.
Seguíanlos, Malilde y una numerosa comitiva de
amigos que se agrupaban en torno suyo, con esa solicitud
oe la despedida que nos causa un placer tan doloroso.
Todos guardaban silencio, el silencio con que se
acompaila tÍ los que van á buscar la salud por el fatídico
camino de Maravillas, que tantos suben y que tan pocos
vuelven á bajar.
Al llegar á las colinas que empiezan á hacer incómo-
da la ruta, el coronel detuvo el caballo de su hija, y dijo
saludando á sus amigos:
- i Caballeros, el dia declina y estamos ya lejos.
Hasta la vist'l! Y Illl'gO afladió señalando á Matilde, y
como para alegrar la triste solemnidad de hl despedida:
-He ahí esa dama que os confio. Requerid vues-
tras espadas para defenderla de los ladrones que infectan
estas breñas.
Al oir aquellas palabr(ls, Amelia se estremeció. EIl
su mente surjió de súbito un eslraño miraje, esa série
misteriOS<1 de imájent's que, rllal reflejos ele la eternidad, •
172 SUE~OS \' OEHID,\DS.

aparecen de repente al espíritu, y brillan y se apagan


con la luz y la rapidez del relámpago.
~Iatilde, tll separarse de sus hrazos, dijo llorando á
los que la acompaüaban: Amelia no volverá mas! Ame-
lia vá á morir. Hay en su mirada una esprcsion estraña
que nunca vÍ en ella.
En efecto, desde ese momento comenzó para Amelia
una cadena interminable de alucinaciones.
Por momentos, allá en el horizonte de sus recuerdos,
veia alzarse un mundo fantástico, imposible; y al fijarse
en él su 'mirada, desaparecia para mostrarse de nuevo.
Otras veces eran eslrañas intuiciones que le hacian
decirse: Detras de ¿¡quella colina hay un gran caserío
entre dos establos. Y subia la colina con el corazon pal-
pitante, y al llegar á su cima, quedábasc yerta de asom-
bro, encontrando el caserío y los establos, tales como los
habia soñado su imajinacion. Y entonces esforzábase en
persuadirse que todo 10 que pasaba en ella desde que sa·-
lió de Lima, era sulo una prolongada pesadilla; por,¡ue
tenia miedo, miecIo de que fuera el delirio morlal de la
locura.
Hubo un momento en que, pálida y con l'l pecho
oprimido de estraüa congoja, penSÓ:
Alli á la vuelta de un recodo, se abre una quebra-
da profunda. Fúrmanla dos elevadas montañas que
alzándose perpendiculares, roban la vista del cielo. En
Sll fondo mujen las aguas espumosas de una cascada. Y
ahí, al torcer el re~odo, apareció la sombría quebrada en
~I H.\Cl':g MAL NO ESPEREIO UI~~. 173

cuyo fondo rueda el Rimac sus aguas, blancas aun con la


espuma de la caida.
y Amelia, presa de un terror indecible, paseaba en
torno ansiosas miradas, buscando entre los trozos de roca
diseminados en los bordes del camino, algun objeto que
desmintiera su fantasia.
De repente, pálida y temblorosa, se dijo-
Hé allí la planta de doradas flores. Una niña las co-
jía y despues lloraba, debatiéndose contra .... ¿ contra
que 1 . . .. Dios mio ! hazme acordar de lo quo era ese
algo que causaba el llan'to de la niña I Y sin saberlo,
Amelia sollozaba amargamente. Su esposo y su padre la
rodearon solícitos.
En ese mom~nto, una figura estraña, una mujer
envuella en una manLa negra, pálida como espectro, se
alzó detras un peñasco gritando con lúgubre acento:
-~ Quién llora aquí? Nadie ha llorado desde aquel
dia ...... y mirando de repente al coronel, e~clamó
arrojándose á él, Y:lsiémlose á la brida de su caballo:-
i Por fin te encuentru I Ladron de honras, ladron de ni-
ños, en vano te ocultas; en vano, para: disfrazarte, has
puesto nieve en tus cabellos; te reconozco! Salteador
galoneado, ¿que hicisteis de mi hija?
-Es la ovejera loca de Huairos, gritaron los arrieros
á tiempo que el coronel, du~doespuelas á su caballo, se
libertaba de aquel brusco ataque.
Pero la estraña aparicion los siguió á lo lejos; y al
trasponer las alturas, Amelia la veia siempre á]a misma
tii :-;rE~OS \" nE.\LllHDI:>.

distancia, caminando en pos suyo con paio lento pero


continuo.
~las cuando llegaban al tambo, en ,rano la buscaron
sus ojos: habia desaparecido.
Aquella noche, Amelía desvelada, como todos los
enfermos del pecho, habia dejado su cama, y se paseaba
meditahunda á la luz del fuego, en la triste sala del tam-
bo. Guillermo y el coronel ]a acompañ&ban, y la pre-
huntaban inquietos el motivo de su preocupacion.
La pobre jóven no podía decirlo; sin embargo estaba
poseida de e5panto. Sen tia moverse y como despertar en
ella un nuevo ser, un ser medio borrado que se identifica-
ba con su espíritu y palpitaba en su corazon.
y entónces, palpábase con angustia, preguntándose
si era quizá una alma en pena, que se acordaba de su
pasada existencia.
La rojiza llama del hogar arrojaba sobre las dl'snudas
paredes resplandores fantásticos que aüadian nuevos
grados ú su exaltadon.
De repente una mano cautelosa abrió lentamente la
puerta, y un bulto negro se deslizó en el cuarto.
Era la aparicion de la quebrada.
La loca paseó en torno su vaga nlÍrada, cual si bus-
case á alguien; y luego avanzó hasta el hogar, silenciosa,
rígida y solemne como una estiltua; l;ogió un liznl1 ar-
diendo, y :-;irvií'nd, tse de él tomo de UIla antl1rcha, se
puso á huscar por lodos los rincones de la sala.
Entonces, Amelía y SlIS cornraúero~ viefiln una
mujer jóven aun, pero horrib]ement~ aniquilada. Hon-
das arrugas surcaban su rostro marchito. y sus ojos teuinn
esa mirada fija, y por decirlo así, a~rea de los cad¿í"eres.
A. su lista, Amelia olvidósu preocupacion, y conmo-
vida hasta lo íntimo de su alma, se acercó á la demente,
y la dijo con dulzura:-
¿ Qué buscas ahí, pobr~cita? Ven á reposar te ruego,
que es ya tarde y hace mucho fria.
- BllSCO al hombre galoneado, respondió ella sin
mirar á Amelia, y siguió impasible su camino.
Pero Amelia cogió sus manos con cariñoso afan, atrá-
jola en pos de sí, y la hizo sentar al la~ del fuego.

VI.

HISTORIJ DE LOS CAMlNOS.

La infortunada se dejó conducir con triste docili-


fiad. Cruro las mano~ sobre sus rodillas, y contempló
largo tiempo, pensativa y silenciosa, la móvil llama del
hogar.
Poco á poco: sus apagados ojos comenzaron á ani-
marse y resplandecer como iluminados por una luz in-
terior; y en sus lábibs vagó una sonrisa juvenil que hizo
brillar en la sombra sus dientes blancos como perlas.
- j Eslevan I gritó derepente, quien dijo que Este-
van murió I l\'lentira! Hélo alU, jóven, alto y lijero.
Baja con las ovejas de Casa-blanca. Es él, el mismo;
esos son sus ojos, esos son sus negros cabellos. Me llama!
~I HACES MAl. 1\0 ESPERES llIEN. 177

No ~ aléjate, Esteban. El cura no quiere que pastemos


ju ntos nuestros rebaños, pJrquo somos todavia muy jó-
venes para casarnos. Como si en cualquü~ra edad 00 se
a
pudiera amar, alabar Dios y ser feliz. I Feliz I Ah I
yo no pueno s~rlo: si el cura nos ha separado. Tú llevas
e\ ganado á las alturas, y yo me quedo sola en el valle, so-
la con las cabra~que aunque saltan alegres, no pueden
darme una gota de su gozo. Todo esto lo sabes tú muy
bien; pero ah ! tú no has sabido jarnds que. . .. I Se ale~
ja I no quiere oírme I Ven E~teban, ven. Yo le Jo diré
ahora,ah ora que el tiempo y el dolor han curtido mi ros-
tro, y que la vergüE'nza no puede ya subir á mi mejilla·
Hé allí la peña dunde yo llorabcl esperando la tarde,
la tarde que nos reunía á la luz del Juego, bajo 10i
sáuces de nueslro patio. De esa hondonada salió la voz
del militar que me llamaba. Yo tuve miedo, y hUÍ;
pero él montaba un caballo veloz J me persiguió, me
alcanzÓ, echó pié á tierra, luchó 8onmigo, y me ultra-
jó ....
y desde ese dia, ya no quise verle, y huía de tí ....
y te dije: Esteban, no puedo ya ser tu mujer. Y entonces
te amaba ma!; que nUnca. Pero debiais creerme incons-
tante y liviana; y al desPQdirte de mi me arrojastes lloran-
do una maldícíon.
Despucs . . . . un día mi. padre púsose é. mirarme
fijamente y me dijo:
- Tú eres una mujer infame; has dp.sho.nrado mis
eailas, y manchado la ca88 de tu padre. I Vete!
I!
J78 SUERos l' 1tF.\UD'AnES.

y alzando la mano sobre mi cabeza, me maldijo.


y yo anduve errante largo tiempo, huyendo como
una fiera, de valle en valle, de montaña en montaña,
desnuda, hambrienta, miserable. Pero alIado de mi
dolor se elevaba una santa alegria. Dios se habia apia-
dado de mí, yen el camino de mi infortunio habia hecho
nacer una flor . . . . ¡Mi hija! •
y pronuncio) estas palabras con un acento de ternu·
ra intima, imposible de reproducir, y que solo ~e oye en
lus chozas de los indios.
A.melia lloraba, Guillermo se hallaba profundamen-
te conmovido, yel coronel, palido y sombrío, estaba ab-
sorto en una profunda meditacion.
-¡Mi hija! continuó la india, mi hija! No me can-
saba de repetir este nombre; y olvidé el tuyo, Esteban.
No te enojes contra mi: asi son todas las madres.
Entonces lejos de ocultarme, fui á pedir trabajo y
pan ú las haciendas inmediatas.
Los pastores de Buniros tuvieron lástima de mí, me
acojieron enh'e eHus. y me dieron una cabaña.
y yo guardaba el ganado, llevando á mi hija aCUri':I-
.cada Ami espalda, corno un pajarillo en su nidn. Con-
templábala desde la rnafland á la noche y cada tlia era
mas feliz.
Pero á medida que mi hija creeüJ, mi gozo se cum-
biaba en inquietud. Volvime huraila y recelosa, y tem-
hlaba de miedo cuanclo algun forastero acariciaba á mi
SI lHCES M.\L ~O E"PER[5 BIEN.

hija, porque ¡ayl Esteban, las pobres indias nada pueden


poseer en paz, ni aun á sus hijos.
Dicen que nuestros padres, poderosos en otro tiem-
po, reinaron en este suelo que nosotros pagamos tan caro;
y que los blancos viniendo de una tierra lejana, les roba-
ron su oro y su poder. No sé si es eso cierto, pero ahora
que somos pobres, ahora que nada pueden ya quitarnos,
nos roban nuestros hijos para hacerlos esclavos en sus ciu-
dades.
Por eso yo guardaba á mi hijita eon un miedo que
se au mentaba cada dia, porque cada dia S8 volvia mas lin·
da. Nunca la dejé en casa; y aunque la po~m:,cita se fa-
tigaba, llevéla siempre conmigo al campo, guiando el ga-
nado por les parajes mas lejanos de las stmdas que fre-
cuentan los soldados y los viajeros.
Asi, ocultándola de todos, del snb-prefeetu, del ha"
cendado, Jd cura, llegó mi hija ú los cinco años.
Un dia . . . y la indiu, llevando las d(,s mallos á
los ojos, se inclinó hasta el suelo, dandu un gemido.
AmelÍa sentada sobre las rodillas, escuchaba inmó-
vil, muda, anhelante. De vez en cuando posaba la ma-
no sobre su frenll~ como para avivar un recuerdo. La
india prosiguió:
-rn dia faltó el pasto en las alturas, y rué preciso
bajar al valle.
Muerla de miedo, y llevando á mi hija en los brazos,
caminaba con el ganado, escondiéndome entre los peñas-,
(OS y enlCl~ hondonadas de los cerrOs.
180 5UE:';OS y nEAI.l[)ADE~.

Pasaron las horas, y l'l camino estaba desierto. El


sol iba á ponerse; y yo subia ya con el ganado á la hacien-
da. De repente mi hija vi6 una mata de a'rirumas al lado
del camino; y soltando mi mano, baj6 corriendo sin ha-
cer caso de mis gritos.
Amelia se habia levantado. Con las manos juntas,
el cuerpo inclinado, y los oj<1s fijos en el. rostro de la in-
dia' escuchaba su voz como si fuera un éco lejan).
A ese tiempo, continuó la india, sonaron cornel8S
en el vallr. y un regimiento comenz6 á desfilar por la orilla
del riú.
Cuando saltando peñas, corría yo tra~ mi hija, vi un
soldado, que negando á carrera, lil «rrcbataba sobre su
caballo.
Yo leqllilé mi hija; pero en ese momento, un hom-
bre se arrojó sobre mí y arrastrándome por los cabellos,
I

medespeñ6 en un barranco.
Al eaer vÍ á ese hombre. Era el oficial que seis años
antes me ultrajó en esos mismos sitios, y que ahora me
robaba mi hija, mi pobre hijita que me llamaba ... 6 ...
La india se interrumpi6 de súbito. Su mirada ha-
bia encontrado el rostro de Amelia. Fijó en el1a los ojos
conespresion de angustiosa duda, y gritó de repenle-
-¡Ceci.!ia! I!
-Mamay-murmúró Amelía, cayendo desmayada
en los brazos de la india.
e uillermn se precipitó hácia ella, y la tomó en :)Us
SI HAcEs MU NO ESPftRES BIEN. tSt
brazos. Pero Amelía, vol viendo en si, lo rechazó con
ttrror.
-¡Desventurado!-esclamó-huye lejos de mi. ¿No
comprendes? jSoy tu hermana!
El coronfl estrechando sus sienes entre las crispadas
manos, huyóde allí, dqudo roncos gritos.
Al siguiente dia, los cabreros de la montaña encon-
traron su caJáver, devorado por los buitres, en el fondo
de uu despeñadero.
Vll.

CONCU!5ION.

Poco tiempo despues, un dia en el convento de Oco-


pa tenian lugar á la misma hora dos solemnes ceremo-
mas ..
En el templo lomaba el hábito un religioso.
En el cementerio abrian una tumba.
El prelado, al fin de la ceremonia, dijo al novicio,
<.lÍlndole su bendicion -
-La paz del señor descienda á vuestra alma, her-
mano Guillermo.
Sobre la tumba celocaron una lápida con este Ilom-
bre-Cecilia .
El novicio, los ojos bajos, los pies descalzos y- apoya-
S1 HACES MAL NO ESptRES BIEN. t83
do en el báculo del peregrino, besó la mano al prelado y
partió á lejanas misiones.
El sepulcro quedó solitario: Las golondrinas se
po~aban tranquilas sobre su cornisa de mármol, y ten·
dian al sol sus trémulas alas. Pero cuando la noche des·
cendía al valle, y las estrellas comenzaban á brillar en el
cielo, los religiosos del convento veían una sombra que
deslizándose bajo los álamos á lo largo de la alameda,
entraba en el cementerio y velaba prosternada é inmóvil
la tumba de Cecilia.
11 NA HORlOE eoQL~ Tt~ R1\ .
.\ 'A Sl·:'ttHIT\ I.Eo\On 1' ....
l.

-Y .... 1
-ya ...... 1
Así se abordaron, al encontrarse unt! noche en el
portal de escribanos, dos lindas y elegantes jóvenes.
La una resplandecía con todas las galas de la hermo-
sura y de la felicidad; la otra, mas jóven aun, tenill en su
bello rostro una espresion de tristeza y de resignacion que
la hacia €D estremo interesante.
Embozado sobre el paletot en un chal escoces, se-
gu~alas de cerca y furtivamente un apuesto caballero.
-¿ Comenzaste ya-continuó 10 primera-á cum-
plir el terrible voto? .
-Sí: hace dos dias sirvo en Santa Ana, y mafia na
tomo el hábito de hermana de la caridad.
-Pero ,has pensado, desdichada Amalia, <.>n el
o;(!F.~OS l" I\E.~.Lm.\Il~.

horror de encerrar tu linda cara en rse espantoso sombre-


rote'
-Que me importa mi cara I No hay ya quien la
mue.
-¿ No le arredra 10 f'hupado de esa túnica?
-¡ Bah 1
- y sobre todo, hija, cinco. años de esa vida de per-
ros acabarian con tu belleza y desvanecerán el amor de ...
-Oh! Elena, en nombre del cielo, no desvanezcas
tú mi il lIsion! Tengo fé: déjame creer que lo severo de
este voto hallará gracia ánte Oios y me devolverá el amor
de Luis. Ademas, conozco que soy culpable: lo ofendí
eruelmente en ese baile fatal que motivó su partida;
cuando proponiéndome parodiar por una hora el mane-
jo de una coqueta, reh usé su brazo para aceptar el de
Belmonte su enemigo. Soy culpable, y me impongo con
placer esta rigorosa penitencia.
-Rigorosa, horriLle rn efecto, y que hotes de mucho
dará fin á tu delicada existencia.
-y sm embargo, lo ves, desde que hice ese voto,
hace nueve dias; me siento mas tran luila; mi dolor se.. ha
adormecido, y vivo bajo una eslraña influencia. Paré-
cerne que todo lo que ha pasado es un sueño; que Luis no
ha partido; qlle está cerca de mí y que me ama. ¿ Qué
te dire? Ahora mismo, que venia al Tigre para eomprar
agua de Colonia y una crucesita de la joy~ria le Me-
yers, para llevar al convento, caminando Mi, sola entre
la multitud, deslumbrada por la doble luz del gas y dt~
V;\.\ Hor! DE CIIQlEH.RI.\.

las preciosidades que se ostentan por lodas parles, he "is-


to cruznr por mi mente un delicioso desvaríe. Figuréme
que al tomaren el Tigre mi frasco de agua de Colonia, lo
vi trasfonnarse enlre mis manos en un lindo perfumero
lleno de los mas ricás extractos ingleses.
-~Iagnífico !
-Espera. Mi humilde crucesita sufrió tu mbien
un portentoso cambio: volvióse el espléndido aderezo de
una desposada.
-Estupendo! qué mundana está la monja!
- y al entrar á casa, en fin, llevando á mi madre
estos bellos presentes ..... .
-¿ Hallaste á Luis?
-Has adivinado. Pero ay ! en rse momento te en-
contré á tí.
- y muy á tiempo para decirle: Reverenda madre
de la caridad, desechad hasta de aquí á cinco años esos
ensueños; y para refrescar la imaginacio!l, venid á recor-
rer conmigo el salon óptico. Dicen que hay \'Ísla df1 Pa-
riso Así, tendrás 1,1 placer de llrgar allí ántes que ttl
fugitivo.
Yen efecto, ámba~ se hicieron p:1SO entre la multi-
tud agru pada ánte la puerta del Sil ton.
n.

1Cómo! ¿ tú aq IlÍ? esc1ümó de pronto un hombre


que salia del salon óptico, detenióndose ánte aq uel q l.e
seguia á las jóvenes.
-Ya lo ves, querido Santiago.
-Pues ¿ no partiste para Europa en el último \"a-
por?
-Partí fastidiado; temí que el invierno eumreo
convirtiese el fastido en tédio, yel tédio en un pistoletazo;
volví de Panamá p~ra absorver un ráyo de nuestro sol que
me sirviera de talismün. y h/'mc aquí de regreso esta tarde.
Pero .... déjame ahora, te ruego: mañana te referiré
esto y muchas cosas mas. Adios!
Y el jóven separándose de su amigo, se alejó presu-
roso, perdiéndose lupgo entre las arcadas del portal.
IIJ.

La fulurahermana de la caridad y su olegre compa-


ñrra ojrnban entretanto las vistas parisienses espueslas
aquella noche á la curiosidad de los pascantrs. Eran nwg"
nificas, y mosLraban los mas sustuosos monumentos df> la
gran metrópoli.
-Amalia, ncércate aquí y mira.
-El Arco de tr.an(o y los campos Eliseo5. Qué sitio
tan bellol !lira e~:i1S hermosas mujeres: se diria que pa-
san á nuestro lado.
-Hum I Muy luego Luis, pasando al suyo no pen-
sará mas en ti, ni se le dará un blp(!o de tll eÍndido volo.
-Todavia, Elena! Uallas placf'r en destrozar mi
corazon' y ámonos. que tengo prisa de separarme de tí.
-Vaya! olvida su reverencia que debemos efectllar
en el Tigre y en la joyerift esas fRntásticas transformacio-
19~ ~lllJ:¡\OS l m:\ I.WADIi.S.

nes? ramos, que yo lambien tengo prisa de v<>r ese mila-


gro.
l\u.s mlly luego la risa de la burlona se cambió en ad-
mirucion, cuando en el Tigre presentaron á Amelia en
vez del frasco de Colonia que pedia, un lindo perfumero
chino cargado de esencias csquisitas. Pero cual fué su
asombro cunndo en la joyería á la demanda de la modesta
.crucesita, el joyero, sonriendo tudescamente, puso en las
lllanos de la novicia una caja de marroquí en cuyo fondo
de terciopelo negro brillaba un deslumbrante aderezo.
Formado de perlas y diamantes, coronábalo la diadema
de una desposada. Del broche de la cerradura pendía
ulla tarjeta con el nombre de Luis.
-Dios miol Dios mio' es este un sueño f Elena, no
te alejes, tengo miedo'
-Hola I Ahora mismo no querías separarte de mi 1
Ea! estamos en tu ca.,u. La mampara está cerrada. No
seria eslraño que quien la abriese fuese ....
-Ay! partió por el último vapor, no hay·esperan-
za ! ! ! ...... Ah!! l- •...•.
Jú.\ puerta se ubrió, y Amelia dió un grito, cayendo
deslIlilyada en los brazos JI! Luis.
IV.

~Ii volo !-esclamo cUasi volyer á la vida.-Sé mi


esposa, amada mia-dijo Luis con voz grave, posando UD
besocn la frentede 'u DOvia, ydespues quc el sacerdote
nos haya unido, cumple á Dios el voto que le hiciste,
miéntras yo, cumpliendo tambien con lo quc debo á mi
orgullo. desempeño en Europo la muion que acepté por
alejarme de ti.
Bella Leonor, ,has visto alguna vez bajo los anchos
aleros de ese armatoste quo usan las saniu hijas de Vicen-
te una frente blanca y pura, dos rasgados ojos negros, UDa
boca formada con perlas y corales. una jó,eD, en fin, casi
lan linda como tú' Es A.malia que apia con cinco aIloI
de tinieblas, URO hora fk coqueema.
BL Rl.ILLITI DI ti VILIDI.
LA CONFIOENCI A.

Era la víspera de San Juan. El dia habia acabado.


Las Dubes de occidente reflejaban los últimos rayos del
sol, y las estrellas comenzaban á brillar en el azul violado
del cielo. Los rebaños descendian en largas hileras los
estrechos senderos de las montañas, mezclando el ruido
de sus cascabeles al alegre tañido de las campanas de la
vecina aldea, y á la voz de los oboes que desde el fondo del
valle convidaban al baile de la velada. Los jóvenes, tra-
yendo al hombro la azada ó el fúsil, acudían presurosos al
festivo reclamo. mientrasolros vagaban en las ásperas la-
deras recojiendo con ademan misterioso entre las grietas
de los peñascos las hermosas flores alpestres. para arrojar-
t9~ SUE¡\OS y REHID.\J)I::S.

las furtivamente á las ventanas de las cabañas en ese sim-


bólico ramillete que al mediar de aquella noche, consa~ra
el amor entre los montañeses y dá á las muchachas la dul-
ce seguridad de ser amadas para siempre. Costumbre
tradicional que como otras muchas se conserva entre los
habitanles de esas alturas, cual las blancas nubes de
las montañas á las que nu alcanza el viento del llano.
- j Grizel!
-¡ Señor cura!
Esclamaron á la vez un anciano venerable y una
linda jóven, al encontrarse frente á frenle en una eli-
crucijada.
-Hija mia, continuó el sacerdote con acento pa-
ternal' ¿por que te encuentro sola entre estos peliascos,
mientras tus compañeras danzan en la llanura 1 ¿por
qué tu voz no se mezcló hoy á la suya en los sagrados
cánticos 1
-¡Ah! señor cura, respondió tristemente la jóven-
para bailar y para orar, es necesario que nuestro espíritu
esté tranquilo, 'ya con la serenidad de la dicha, ya con
la paz de la resignacion. Esta maflana cuando mis
compafIeras de rodillas en el templo cantaban las ala-
banzas del Señor, yo me hallaba tambien entre ellas;
pero mi lábio estaba mudo, porque una grande inquietud
se ha apoderndode mÍ. ¿ Cuál? me preguntareis. I Ah !
Yo misma no sabria esplicármela. Escuchadme. señor
cura; y vos que sois un sabio, vos qlle habeis empleado
toda vuestra santa vida en curar las penas del corazon
EL IU.MILLETE DE L~ VELADA. 199

humano, podreis decirme el n:.>m bre ue la espantosa do-


lencia que ha asaltado el mio.
La niña y el anciano se sentaron al borde del hondo
sendero, y á la luz moribunda del crepúsculo ]a mirada
del viejo sacerdote interrogó la mirada tímida de ]a
jóven.
-Habla, hija mia-Ia dijo-¿qué temes? Tu cora-
lOn estaba siempre abierto para mí, como el sacro libro
del altar. ¿ No tienes ya la mIsma confianza en tu
anciano amigo?
-¡Oh! no es por mi, no, señor cura ..... No ha
mucho al veros bendije á Dio~, que os enviaba ú mi
encuentro para escuchar la voz doliente de mi eorazon¡
pero ahora, llegado el momento de hahlar, temiendo ser
injusta, vacilo y no me atrevo ú deciros la causa de mi
pena.
-¿ y qnr pena puede aquejar tu corazon, hija
mia? ¿ 1\0 te ha dado Oios todos los dones que pllerIl'u
hacer feliz ú una criatura sobre la tierra? la virtud, la
belleza, un padre á quien amar, un novio que te amn!
- i Que me ama! i i\y, seüor cura, no me ama va !
))0 me ama!

-¡Ah!
-y sin embargo, meditando en ello, no ellcontraria
razon para dudar de Guillermo. Peru ¡ ay ! el corazon
no medita ni razona: siente; y aquÍ -continiló la mu··
chacha llevando su mano al pecho -aquí hay una con-
viccioll profunda de que ya n) me ama. Oh! quiera
200 SUF.Ños \' RF..\I.IIHJlJ.:S.

el cielo, señor cura, que cuando hayais oidu io q ne voy


á deciros podilis con vencerme de lo con lrario !
La jóven suspiró amargamente, continuando lurgo.
-Ayer, cuando acabadas las lnbores del dia yen-
cerrando el ganado en les establos, entré en la casa,.
encontré á mi padre sentado bajo el grande nogal I;ue
solílbrea nuestra puerta. Besóme con mas ternura que
otras veces, y me hizo sentar á SyS piés. Luego, pa-
seando su mirada por las montañas, los valles y el lago,
cuán melancólica e", dijo, para llquel que se acerca nI fin
de la vida, la contemplacion de la naturaleza en su esta-
cion de verdor y de fragancia! Todo se renueva y rej uve -
neca, menos é1. Las flores se mecen sobre sus enhiestos
tallos al tibio soplo de la brisa; los árboles alzan sus copas
cubiertas dB nuevas flores; él solo se marchita cadadia
mas, y mas cada dia se inclina hácia la tllmbiJ. Dentro
de poco, mi pobre Grizel, dentro de poco el viejo 'ronco
que te dá sombra se hundirá bajo la tierra que lo lla-
ma, y aunque enton~es te hal1arás prot.egida por un brazo
fuerte que reemplazará con ventaja al cansado anciano,
temo mucho í uy ! que no seas feliz; temo mucho que el
orgullo acabe por pervertir el corazon de Guillermo, como
ha comenzado haciéndole abandonar las pacífieas tareas
de la granja de sus padres, para entregarse á la peligrosa
profesion de cazador de gamuzas, y poder así vivir apar-
tado de nuestros compesinos cuyo tr:lto le es enojoso. Ese
jóven no nació para morar entre rebaños; nuestros valles
son estrechos para él, su mirada parece buscur algo m(\s
EL RUIlLLETE nE I.A VELADA. :201

allá de nuestras montañas, y su aventurera imajinaciob


lo arrebata tras no sé qué fantásticos horizontes. Si un
dia, una ráfaga de ese mundo brillante que sueña su
pensamiento penetrára en su corDzon .... ay Grizel! ha-
bria sido mejor para tí preferir á Fritz el pescador ....
Pf'ro yo te estoy contristando, hija mia, añadió mi padre,
mirándome con ternura. ¿ Tú amas á Guillermo y crees
ser dichosa Clln él ? Pues lo serás, y Dios os bendiga á los
dos. Vé ahora ú descansar, que mañana es la velada de
San Juan, y bailarás mucho bajo las encinas del valle,
-y yo me fuí á acostar., Pero no pude dormir en
toda )a noche. Las palabras de mi padre zumbaban en
torno mio; y cuando quería arrojarlas del pensamiento.
su recuerdo me asaltaba de nuevo, resonando en mi coru-
zon como una campana de alarma. Deseaba con ánsia
ver á Guillermo para encontrar en su noble y bello sem-
blante un mentís al siniestro juicio ,de mi padre; yapenas
amaneció, no teniendo paciencia para esperar su vuelta,
quise ir á su encuenlro. Al pi{~ del Risco·-negw encontr~~
al viejo Hll1S el e;~quilador, que afilaba 'sus tijeras en las
pizarras del manantial.
-¿Donde \'as,chica?-me dijo-¿buscas á Guillermo
ó llevas el camino d~l castillo ~ Si lo primero, espéralo
aqui, pues ese muchacho n~ puede ya tardar. Acabo de
oirlo silbar á un cnarlo de milla. Si lo segundo, dá me-
dia vuelta, hija mia, y regresa á tu casa, porque hay mo-
ros ('n la costa. La señora Bríjida y el viejo Brand no son
ya intendentes del castillo, que desde ante ayer está ocupa..
202 SUEÑO!:! \' I\EUlDADES,

do por una inmensa servidumbre estranjera, Su nuevo


dueño, el baron de Lamsterbach, un prusiano j6ven y
aturdido que acaba de heredarlo, ha llegado con sus
amigos, y todo ei aUí música y fiestas de'las que es el
ama una hermosa dama que ha venido con ellos, una
princesa á juzgar por los rendidos homenajes de aquellos
seÍlores. Aunque yo, que la ví ayer en el parq ue, creí
divisar, Dios me perdone, al través del orgullo de su
mirada, los ojos de una bribona. Por lo demás, quizá
me engañe. Todas esas ilustres señoras que vienen á
visitar nuestras montañas s~n tan livianas y desenvueltas I
Por la menos libre de sus maneras, nuestra municipalidad
habria espuesto á una jóven en la puerta del templo ....
Ahí está Guillermo. Oigo sonar en las rocas la culata
de su fusil.
11 . •

ti N A. ~lL R A. 1L\ .

De aflí á poco en efecto divisamos á Guillermo que


bajaba presuroso de la montaña.
-Al verme disparó al aire su fusil en muestra de
alegría.
-Grizel ! me dijo, yo sabia que eres hechicera, pero
ignoraba que fueras adivina. ilé aquí que vienrs á mi
encuentro cuando yo corria há.cia lí, salvando,como una
gamuza los anchos barrancos ¿sabes. por qué?-puru llegar
antes que tus primps á pedi'rte la primera contradanza de
la velada. ~

Hablando asi su semblante espresaba una serenidad,


conlenlo y solicitud tan ajenos del'ambicioso sOñador de
SUE~OS \' /lL\U[)'\lm~.

qui~n hablaba mi padre. que yo, á pesar mio sentí un im-


pulso de resentimiento achacando sus palabras á una cul-
pable preocupacion contra Guillermo; como si los temores
de un padre por la dicha de su hija, aun basados en una
injusticia,no fueran la mas palpitante prueba de su amorl
Ah! con cuanta razon, srñor cura, deciais el otro dia en el
púlpito que]a ingratitud mas comun es la ingratitud
filial; y que el hijo mas piadoso antepone sin remordi-
miento los amores de la tierra al mas santo de los afectos,
aquel que trajo ~u alma desde el seno de Dios.
Mientras yo reposaba con delicia en el pensamiento
impío que me ocupaba. un grupo de jinetes, doblando á
galope el recodo de la calzada, se echó de repente sobre
nosotros envolviéndonos en un torbellino de polvo. Diez
caballeros rodeaban á una mujer vestida con amazona
negra, sombrero y pluma del mismo color, yen la mano á
par de la brida un ramillete de agavanzos. Una mujer
hermosísima, señor cura. no con ]a belleza que conocemos
en nuestras montañas. sinó bella con una hermosura que
yo jamás habia . visto; con un talle frágil como un junco,
urja tez pálida, unos ojos rasgados de larguísimas pesta-
ñas, y unos cabellos t.an negro~ como la pluma que flota-
ba en su sombrero.
Al llegar cerca de nosotros la dama detuvo con una
audaz sofrenada el {ogoso potro bayo que montaba, y vo]-
viéndcse á sus compañeros:
-Mirad que hermoso idilio! dijo sonriendo y se-
ñalándonos á Guillermo y á ,mí. A la miÍrjen de un ar-
F.L RAMILLETE DE LA VELADA.

royuelo y al pié de ese sombrío peñasco, una tan linda


pareja! ¿ Quién es esta preciosa niña? Hija vuestra sin
duda, añadió la dama con pasmosa volubilidad dirijién-
dose al viejo Hanz.
-Hija del ganadero de la comarca, respondió de-
sabridamente el esquilador.
-y vos, bello cazador, ¿ cómo os llamais? Oh I yo
quisiera que os llamarais Endimion ! ... -Guillermo I
hermoso nombre I ¿ Guillermo Ten ~
-Ah I señora, repuso Guillermo con una voz que
nunca habia resonado á mi oido, pluguiera á Dios reno'"
var el pasado I Mas por desgracia aquel héroe lo hizo
todo; su nombre es la gloria de la Suiza y solo quedan á
los nuestros oscuridad y silencio.
-y la gloria artística, bello Guillermo? Rossini,
Bellini, Verdi, Meyerbeer, son inmortales: sus nombres
vivirán eternamente en todas las melodías de la creacion.
¿ No amais la gloria artística qué llama á todos á su es-
plendoroso templo y que ha hecho un semi-dios de cada
uno de aquellos hOIll f)res ? Y luego, cambiando de tono y
dandG á sus ojos tan bellos una espresion de burla que
me llenó de asombro-Oh I la armonía I la armonía I
continuó- Su influencia, Guillermo, es todo-poderosa.
Yo he visto un oso de las heladas latitudes del norte
abandonar por ella sus sombrías florestas y .... Conde
Nodorlof! dijo de pronto interrumpiéndose y volviéndose
rápidamente.
En aquel movimiento escapóse de su mano el rami-
~OG SUE~O:; l' RBLlDAD~S.

llrte que cayó al suelo. Un señor jóven de elevada esta-


tura y color encendido, arrojándose del caballo, corrió á
recojerlo; pero su mano se encontró con la de Guillermo
(} .:e se le habia anticipado y en aquel cho ¡ue, el ramillete
quedú deshecho.
-Mis agdVllllzos I gritó la dama, los agavanzo~ que
yu miSIl11 disputé al diente voraz de las cabras I . .. Es-
(~uchad, prosiguió ella, finjiendo la cólera juvenil de una
niña y dirijiéndose á los dos hombres, que frente uno de
olrocmnbiaball una mirada de odio. Escuchad, voso·-
tros que los habeis deslruido. En la cima de este pe-
iwsco, y señaló el Ri~co-negro, sobre la aguda roca que
forma su punto culminante, he visto esta mañana con el
telescopio del castillo una mata admirable derododendron.
MeCÍase orgullosa al soplo húmedo de la brisa, ysus pur-
púreas florrs inclinándose sobre el abismo, parecian en-'
viar u na son risa de b LI rla á las codiciosas miradas de la
tierra. Pues bien, yo las quiero! quierd esas flores para
el ramillete de la velada, como precio de mis agavanzos.
y alzando la brida, partió á todo el galope de su cor-
cel dirijiendo á Guillermo una mirada fija, inten~, es-
tmúa; una mirada, señur cura, que penetró en mi cora-
zon como una luz misteriosa, mostrándome en él abismos
desconocidos de am'or, de dolor y de rábia. Sentí que
amaba á Guillermo inmensamente y senti tambien que
aquella mujer en su veloz carrera me robaba su amor: y
yo, que me creía buena, yo lJabria querido aniquilar el
mundo para aniquilar con l'} á esa mujer. ¿ Cuanto
EL 1I.HIIJ.LETE m: LA \"EL.\DA. ~07

tiempo duró esa tempestad que devastó mi alma y que-


brantó mi cuerpo como una larga enfermedad? Lo ig-
noro, señor cura. Hace una hora, mirando de repente en
torno mio, encontréme sola, lejos del Risco-negro y bajo
los muros del castillo. ¿ Que bahia pasado en mí ~ ¿ como
habia vrnido tÍ aquel sitio? Yal penetrar en la oscuridad de
mis recuerdos la mirada fosfórica de esa mujer vino de
pronto á iluminarlos. Recordé la escena de la mañana y
sentí con espanto que una influencia m.isteriosa emanada
de aquella mujer me habia arrastrado allí, y me impelia
hácia ella, y yo bu scabll esa mirada fatal y crrla verla
brillar, ya en las almenas del muro, ya entre las arcadas
ite la galeria ó en las sombrías avenidas del parque, y mi
oid. inquieto reconocia su risa argentina entre las festivas
carcajadas y el alegre choque de vasos que resonaban en el
pabellon suntuosamente iluminado; y figurábame que á
aquella risa respondian vagos suspiros que se elevaban de
las oscuras enramadas, y entonces un sentimiento estraño
me hacia estremecer y apartaba la vista horrorizada, por-
que trmia per~ihir 1\ IjO el móvil follaje la sombra de Gui-
llermo.
De repente la gozosa algazara calló como por encan-
to; yen el silencio de la tilrdcalzóse una voz divina, can-
tando una Dlájica melodía. (Oh I señor cura, nada ha ..
bló jamásá mi alma como a ~uel1a música que lanzada al
p-spacio entre las sombras y el silencio, reflejaba una á
una las angustias sin nombre que yo sentia sin poder es-
plicárrnelas. Pareciome un geinido inmenso exhalado
~08 5UE:\OS r RE.\LlD.\DE~.

de mi propio corazon, y huia espantada cuando os he en-


eontrado en mi camino.
Pastor de las almas, ¿ porqué la mia está triste y
desolada?
El anciano que la habia escuchado en silencio, son-
rió melancólicamente.
-Hija mia, la dijo, nuestras penas como nuestras
alegrias, vienen de Dios. Bendigámoslas, porque lo que
emana de la fuen le de eterna sabiduria es para nuestro
bien. El sagrado libro nos enseña que cuando venga á
visitarnos el dolor, vistamos nuestras mejores ropas y un-
jamos con aromas nuestros cabellos. Adúrnate, pues con
tus vestidos de fiesta, corona de flores tu frente y baja al
baile de la vejada, danza y rie con tus compañeras. y tu
tristeza se desvanecerá.
y posando sus trémulas manos sobre la cabeza de la
jÓVten, bendijola y la despidió.
Pero cuando el viejo sacerdote quedó solo, alzó los
ojos al cielo y siguió su camino murmurando con doloro-
sa eSpreslQn.
-\ Dios mio I ¿ porque encerrais en esa hueca QS-
poojaque se llama el alma de una coqueta, el poder divi-
no de atraer los corazones? ¿ porque dais á esta mortife-
l'B·exhalacion del cieno el brillante fulgor que eslravía los
paiQs del viajero y lo neva al f~ndo de un abismo 1 i Po-
bre .{irizel !
11 I.

L AH 1J A DEL ARTE.

Arcelia era la mas brillante estrella de la inmensa


constelacionartísLica. Su belleza deslumbraba á cuan-
tos,la miraban. Su voz, melodía divina, tenia hechiza-
da á la Europa que la disputaba como la mas espléndida
conquista. Los teatros de las populosas melrópolis arro-
jaban á sus pies montes de oro por una sola de sus noches;
los mas aristocráticos salones la contaban con orgulJo
entre sus nobles convidados; y en la numerosa falanje de
sus adoradores hallábanse alto~ potentados que le ofrecian
con su amor su nombre y su poder.
y siu embargo, ignorábase quien era y de donde ha-
bia venido. Pero ~ que importaba esto á su gloria? ¡, que
blasones pueden aüadir un destello mas al fu.lgor de la
H
~tO IUE~OS y l\&.\LIDADItS.

aureola soberana que ciñe las sienes del génio ?


Una noche apareci1 en la Escala de Milan bajo la
druídica corona de Norma, y MIlan se prosternó ante ella.
Otra noche Paris la vió tras el velo de Desdemona; y Pa-
ris, el árbitro absoluto de la opinion universal, enloque-
ció por ella, labróla estátuas y la elevó altares. Desde en-
tonces Arcelia reinó sin rival en el mundo artístico, y su
vida fué un dorado ensueño, un sendero cubierto de co-
ronas y sembrado de aplausos, desde las floridas riberas
del Mediterráneo hasta las orillas heladas del Neya.
Pero aquella mujer cuya voz era un eco del cielo;
aquella mujer que sabia interpretar tambien las mas no-
bles pasiones del corazon-el amor, el dolor, el entusias-
mo y la santa indignacion de la virtud-tenia una alma
árida, egoista y frívola, un corazon insensible á todo otro
sentimiento que el orgullo y]a vanidad. Era uno de
esos jénios maléficos, que robando á los ángeles sus blan-
cas álas y su celeste sonrisa, cruzan la tierra cual brillan-
tes pero letales meteoros, derramando en pos de si el dolor
y la muerte. Humillar á sus rivales y enloquecer á sus
adoradores; hacer de la una el pedestal de su gloria, y de
cada uno de los otros un mísero esclavo, he ahí su solo
placer, el único objeto de su vida.
Tal era la huéspeda del castillo.
Arcelia habia hecho las delicias de lUoscow, durante
los quince días de la r¡ipidl1 primavera rusa. Hallábase
all1 el Emperador y la ciudad estaLa unimada con suntuo-
!§Us fiestas, en las que la belltt ~an tatriz desplegó todo el
1:1. ~.,)(ILl.r.n: DE L.'- YIL.\D.\

poder de ~ll brillante talen lo, cautivando á los fieros cosa-


cos, como habia cautivado á los frios ingleses, á los enlu-
siastas franceses y á los apasionados hijos de la Italia.
Una noche, que en una fiesta de la corle canta ha en
el teatro imperial uel Kremlim, entre la lluvia de flores
que caian ú sus pies, Arcelia vi6 brillar un ramillete for-
mado CDn diamanlesde pasmoso grosor.
Allomarlo en sus manos, percibió en su centro un
billete. - j Magnífico !-habia esclarnado ella al leerlo-
soberbio!-EI autócrata mismo no impondria de un mo-
Jo tan despótico Sel voluntad soberana. j •.\h
! de mi no-
ble consejo, prc,siguió con gracioso énfasis, volviéndose á
la multitud de jóvenes señores que la rodeaban-¿ que
castigo merecería el insolente que de lo alto de un palco
osara arrojarme su amor, como una pedrada á la cabeza I
¿ Os admirais? ¿ guardais el siJencio de la duda? Puei
escuchau.
y desplegando el billete enviado con el ramo de bri-
llantes-«Osamm>-leyó-« os amo y osseguiré haslola
lJlllerlc})-j Ah! ah ! j ah 1-
--~Icreeerio .... -esc1all1aron todos á la vez.
-Sil"llciu! interrumpió ella-F(\lta aun un nom-
bre-El canJe :iodorlof-j qué I noble consejo, ¿ no rr.is
ya? quie:l es rileS, entonces, .esle conde Nodorlof?
-El conde NIHlurlof, {lijo mezclándose al grupo un
nuevo personaje, el baron J.c L'lIJlslm·bach--el conde No-
JurIuf e; el tártaro mas feruz quu baüaroll las i.lguns elel
Vulga; un fabiuiu I!ue mata eon igual facilidad de un tajo
212

ó de una puñalada. Por lQdemás el mejor mozo, el mas


rico, espléndido y glllan de los ayudantes de cumpo del
emperador, yel ídolu de las mujeres, aunr¡ue ídolo uráño
y déspvta asaz. ¿ Quereis verlo ~
~i Oh! sí!
y Arcelia arrastró ú Lamslerbach hasta el ojo de buey,
donde el baron la mostró en un palco de escena,. un jóven
alto y arrogante, bermoso en toda la eslension de esta pa-
lé.bra; pero con esa ~ermosura de los hombres del norte
tan poco poética para la imaginacion de una mujer.
Areelia se burló de el sin misericordia.
-Lamsterbach-esclamó entre dos carcajadas, ¿ que
haré yo de ese grande adorado r ?
-¿ No quiere seguiros hasta ]a muerte 1 Y bien!
pasead por Europa esta maravilla borral como haria con
un oso un titiritero.
-Aunque serú un bagaje insoportable, me gusta la
idea .... Si .... y luegu .... i el ídolo de las mujeres!
Es tentador el pensamiento de robar á las rusas su idolo,
su gigantesco ídolo.
-Olra idea y en gracia de s·u originalidad, hermosa
Arcelia, acceded á mi demanda.
-Escuchemos esa demanda.
--Hechawd el propósito del tartaro, prohiLil!le 1"1
segUiros.
-Pero así desbal'alaríaf;nos nuestrus proyectos.
-Al conlrario. Pero escuehad, no he llegado aun
á lUi uemüllda. EstalUo~ ·al Hu de la primavera. Conce-
E" II\'IILLETE IIF: L \ \1-:1..\11 \.

cleume el progl'l\lna de Yllestru estío.


- j Oh! ¿ como resistir [11 deseo de vel' ese pro'grama
confeccionado en la destornillada cabeza del loco I .. ams-

terbach 1 Concedido, concedido! Solo que, estando
fi.lti~ada, quiero pasar el verano en una soledad .... en
los Alpes, por ejemplo. Arreglaos, pues, COl! vuestro
prngra rna.
y salió á la escena donde la lIamaha la música; yal
inclinllrse ante la tempestad de aplausos que le ittojia de
nuevo, la infernnl'coqueta cnyió á Nodorlof una larga y
ardiente mirada, estrechando contra su corazon Sil ramo
de bril1nntes.
Al siguiente dia lachismugrufia de los salunes, mur-
riluraba interminables comentarios sobrA la partida re-
pentina de Arcelia, sobre la desaparicion del conde Nodor-
lof y sobre el dolor profundo,- que revelaba el bello sem-
hJanle de cierta princesa imperial.
Entre tanto la cantarina, rodeada de pieles y recósta-
da en el confortable asiento de un wagon, volviase con
frecuencia para encontrar la mirada ardie~te y fija de un
viajero que la seguía con tenacidad.
Al entrar en Francia, Arcelia 10 perdió de vista; y
cuando comenzaba ú culpar al baron de Larnsterbach por
la pérdida de su escéntrico adorador, viólo, con grande
asombro suyo alllegadl (;rcnoble, de pié, y al parecer es-
perándola en un baleon ue la posada en que pasó la no-
che. Al siguiente dia de su arribo al clstillo del baron
de J..amsterbach, cuando [lbrió su venlana para respirnr el
aire de la mllünnn, el primer objeto IlUC encontru su mi-
rada rué el conde de Nodorlof, inmóvil del olro lado del
foso y apoyado en el tronco de un árbol.
lJesde ese dia, Arcelia le vió seguirla en todas las cor-
rerías y partjdas de caza que Lamsterbach y sus amigos
organizaban para ella; y se halló lambien á s!1lado cuAndo
Guillermo atrajo su mirada al pi(~ dd Hisco-negro.
La vista del cazador impresionó á Arcelia. Por vez
primera su soberbia mirada se habia posado sobre un hi-
jo del pueblo; y ella, ,soberana del encantado mundo del
arte, ella que habia recibido el augusto homenaje de lo~
reyes, deseó aspirar tambien el agreste incienso del rudo
amor que habia visto brillar en los ardientes ojos del mon-
tañés. Pero las fantasias de una coqueta pasan rápidas
como las olas de u n torrente; y pocas horas despues, Arce-
lia habia olvidado completamente el encuentro de la ma-
ñana. Mas rn la noche que siguió á ese dia un estraño
~uefio vino á visitarla.
IV.

E L S U E ~ O DE .~ Re E L I 1 .

Vióse tal como se hallaba, aco~lad8 bajo los cortinas


de su lecho, en el suntuoso aposento que habitaba en el
castillo. La calma y el silencio reinaban en torno suyo;
y sin embargo una estraña inquietud agitaba su imaji Da·
eion. y sm oido recogia á vida men te los vagos ruidos de la
noche. De repf'nte, percibió un rumor lejano, ténue
primero, como las ráfagas perdí 188 del céfiro de la maña-
na; despues, progresivamente tumultuoso, inmenso, atro-
nador, que estremeció su cuerpo é hizo sallar su corozon.
Al mismo tiempo, cual al través de UD telescopio encan-
tado, las resplandecientes bóvedas de) teatro italiano des-
lumbraron sus ojos con torrentes de luz. El génio de Be.
llini, cerniéndose en aquella zona ardien te y perfumada,
216 sur.~m; r n~:.-\LIJ):\Dr:s.

parecia llamar con encantadas notas ú. su intérprete favo-


rita; y Paris entero, el Paris aristocrático y artístico; la
llamaba tambien con gritos de frenético entusiasmo: Ar-
celia! Arcelia! Yel tumulto acreeía, y á los gritos de
entusiasmosucedian gritos de cólera; y Grissi y Alboni
sonreían con aire de triunfo, mientras ella, sujeta por
invisibles lazos, se retorcia presa de una in melisa angus-
lia.
Pero, hé aquí que de en 'Inedio al horrible tumulto,
se eleva una figura vaporosa y leve, como las nubecillas
de la aurora. Arcelia la vé volar hácia ella. Llega, yal
acercársela sonriendo, ]a muestra el lindo rostro de Elsler.
erisel, la aérea sílfide, dando tres vueltas en torno del
lecho, rompe el encanto que la detiene; la levanta en sus
brazos, desprende sus resplandecientes alas, y adorna con
ellas su blanca espalda, trasmitiéndola un beso su májico
poder.
lrcelia se lanza al través del espacio. Ptlris! Paris!
.Oh' llegará á tiempo .... la orqüesta repite el tercer
ritornelo.
y hendienoo los aires, traspone la montaña, atravie-
sa el vaHe, vA á cruzar el lago: ¡mr) al pasar sobre la imic,
cesible cima. delRisco~ negro, las purpúreas flores del
rodendron ab'uen su mirada. Mas al bajarse para c.o-
jerlas en su vuelo, vió estendersede los dos lados opuestos
del pefiasco, dos manos ávida s, que al arrancar las flores
se en~ntraron, aferrándose In una á la otra con feroces
criSpadioocs. Y dos figurns atléticas se alzaron de repen-
tI. IUMllI.r.n: DE LA n.:L.~IIA. ~t7

te sobre la cima. siniestras y amenazantes. Contemplá-


ronse un momento cambiando una letal mirada; brilla-
ron en la sorpbra dos puñales, yen un silencio mas espan-
toso que las mas espantosas imprecaciones, comenzó un
combate horrible, que duró poco, terminando CGn un
grito ahogado y un ruido sordo, semejante al de la piedra
que cae en un abismo. Arcelia quiso desceilder á la
sombría sima; pero sus ojos divisaron un grupo informe
y sangriento. Temiú manchar sus diáfanas álas y voló
de nuevo hácia el mágico Paris.



}:n la misma hora, á una milla de distancia, en la
pobre cabaña del ganadero, Grizel. despues de una larga
vigiliaentrp.las lágrimas, la duda y la esperanza, oyó en
fin á lo iejos en el reloj del castillo, las doce campanadas
de media noche. .
Al ver llegar el momento decisivo, Grizel tuvo miedo:
habria deseado volver á las horas de duda y ansiedad que
10 habian preeedido. Un sudor frio heló su cuerpo; al-
lose trémula, y acercándose á ]a ventana escuchó con so-
bresalto. El silencio era profundo; y sin embargo, creyó
oir lo~ pasos de alguien que se aleja!la.
-Guillermo! esclamó, Guillermo me ha traido el
ramillete de la velada!
y corriendo á la ventana, abrióla con gozoso ademan.
El. RnllLl.iTE O[ 1..\ VELW.\.

Pobre Grizel! habia creído oir pasos de su a mante, y eran


los latidos de su propio corazon, que se precipitaban como
el a.lud de sus montañas. Su ávida mirada encontró el
dintel de la ventana vacío, la campiña lóbrega y desierta
y á 10 lejos el Risco-negro. dibujándose sombrío en el
azul oscuro del cielo.
Grizel se estremeció: un sinieslro pr,)sentimiento
comprimió su corazon. Cerró la venlana, y recostándose
\'estida sobre su lecho despucs de haber llorado largo
tiempo su perdida ventura, quedóse al fin dormida; pero
su sueño fué una horrible pesadilla. Soñó que se hallaba
al pié del Risco-negro. Cubria su inaccesihle sima una
densa niebla en cuyo seno resonaba un ruido semejante
al choque de dos puñales. De repente, aquella masa nu-
blosa se convirtió en un cuerpo informe que rodó de pe-
ñasco en peñasco, y al estrellarse en el fondo de un pre-
cipicio, Grizel oyó un grito horrible, un grito de muerte
que heló la sangre en sus venas y la despertó. Habia
aman~cido, y entre el gorje~ de las aves y el alegre mu-
jido de los rebnños, Grizel sintió esta vez clara y distinta-
mente, el paso tardo y acompasado de muchas personas
que se acercaban. (orrió á la puerta; pero al abrirla, un
grito ahogadú se escapó de su pecho, y su cuerpo inerte
rodó ~ lo largo de la escalera hasta los pies de algunos
hombres que traian sobre Uf} camilla de ramas dos cadá-
veres mutilados. Entre sus manos rígidas, cubiertas de
sangre y siniestramente entrelazadas, veianse algunos
pétalos destrozados de rododendron ....... .
LA CONDESA .

. .' .. y los añus pasaron.


Grizel, arrastrada por el fantá§lÍco delirio de la lo--
no
cura, habio desaparecido un dia del valle para volver
jamás. La yerba crecia sobre las tumbos del noble y del
cazudor. y el olvido con su ala lijera habia borrlldo su
recuerdoen Ja memoria de ..lrcelia, que mas bella y co-
queta que nunca habíase vuelto condesa de Nebiglio!!O J
habitaba en Nitpoles. en el aristocrático palacio de "Su
esposo.
Díchcnuy adorada, como lo son largo tiern-po las mu-
jeres sin cora¡on, ArceJio veia tí sus pies los hombres- mos
diltinguido9de Italia, idólatl"'Js ele su belleza, dispután-
dose úvi.Jamente una sonrisa, y riv81izandoen sntigfacer
EL IIHlltLETE DE LA VELAIl.\.

hasta el IlHIS eslravagante de sus caprichos. Unas vec(~s


~e la veia correr á caballo en las floridas praderas de t'a'l/t-
llagna (elice arrastrando consigo un f:;scuadron de elegan-
tes jinetes, que solicitaban á PQrfia el honor de ser sus
escuder0s; otras, negligentemente recostada en los sedosos
cojines de una barcH, dlvertÍase en recorrer el golfo de la
Babia, sonriendo graciosamente á sus nobles remeros.
Al abandonar su carrera artística, no habia renun-
ciado á la embriaguez de sus triunfos. Al contrario,
frecuentemente un capricho de gloria la llevaba al es-
pléndido escenario de San Cario; y en esas deseadas apa-
riciones, anunciadas por todos los telégrafos, la Europa
entera representada por sus hombres mas eminentes,
corría á prosternarse á sus pies, con entusiasta adoraeion.
y 11 .

.~LUCIi\ACIO~.

Era una noche de estío, una de esas mágicas noches


de Nápolesen que el fuego de la vida y del amor rever-
bera y centellea por todas parles, en las fulgorosas estre-
Has de su cielo, en la lava de su volenn, en tus fosfóricas
ondas de su golfo y en 105 ojos de sus hijas; una de esas
noches deestraño prestijio, en que el alma se desprende
de la tierra para vagar en pos de sus recuerdos, ora vo-
18ndo sobre las fantástlcas siluetas de las n libes, ora me-
ciéndose en las olas impalpables del élrr ....
En las floridas riberas donde blunquea cutrt! bthques
de naranjos el poético Sorrento, sobre una roca suspen-
dida en tre el cielo y el mar, la tllla de l'iebigliano resplan-
dece con una brillante iluminacion. ~Umf'rOSOi conyi-
EL ftUIlLLf.TI 'DI U n:L.\DA.

dados circulan turbulentamente en sus espléndidas ga-


lenas y en sus salones resuena una música deliciosa.
Todo lo que la bella Nápoles encierra de distinguido en
nobleza v talento, se halla reunido allí en una de esas
"'
fat"!tásticas fiestas, en que los héroes de todos los siglos y
de todas las na..:ionrs, se rozan, se mezclan y se cruzan
cual febriles ensueños. Allí revolotean j unlos en el tor-
bellino de una alegre cuadrilla, el grave carta n , la noble
clámide, el agreste plaid, la griega túnica de Aspasia y el
místico velo de la virgen indiana. Polichinela saluda
con una pirueta á Mahoma, y Atahualpa murmura ila-
lianas galanterías al oido de Maria Stuart.
Arcelia, la soberana de aquel encantado palacio,
viste los blancos cendales de Norma. El manto azul de la
sacerdotiza druida se abre voluptuosamente sobre su
mórbido seno; y la orla de oro de su alba túnica, regazán-
dose hasta la rodilla descubre su torneada pierna y su pie-
cesito calzado con sandalia. Ceñia sus sienes una corona
de encina, y los rizos de su negra cabellera ondulaban
profusamente sobre ~'¡1 cuello.
A. su vista, Uil inmenso aplauso se elevó de todas
partes. Nlinea habia aparecido tan bella alojo pslasiado
de sus admiradores, que la rodearon con gritos de frené-
lico entcsiasmo; y los músicos, arrebatados por su her-
mosura, ejecutaron un üire de triunfo, terminando con
el dulcísimo ritorne/o de la Casta dim.
Un silencio prúfundo reinó entonces en el salo n y la
reina de la fiesta tornándose de repente In hum.ilde arlist~
SUEÑOS l I\E\L1()_\DE~.

esclava del público, inclinóse sonriendo anle su soberano


y entonó con voz maravillosa la inmorlal ária de Bel1ini.
Una tempestad de bravos, acogió sus últimos
acentos.
Pero Arcelia se habia quedado silenciosa, y su helIo
rostro palideció.
_En medio de los -estrepitosos aplausos. parecióla oir
un grito lúgubre, una voz siniestra que pronunció su
nombre.
Alejóse de-la multitud y avanzando hasta el estremo
de una ancha galeria abierta sobre el mar, arrojó su guir-
nalda y sacudiendo sus negros bucles, en tregó su frente á
la brisa de la noche.
_. El ruido del fes ti n y las nota~ de la orquesta llega-
ban ó. ella, y su mirada distraida seguia lllaquinalmente
los grupos de exóticos personajes que cruzaban á lo lejos.
Poco ~ poeo, aquel1as escenas tomarun en su imaji-
nacion ulltipte fantástico. Olvidó el sitio y las circuns-
tauciasen que se hallaba y hunditmdose por grados en un
estraño desvario, Arcelia vió de repente alzarse ante ella
esa misteriosa lontananza que divisan aquellos cuyo des-
tino va á cumplirse; y los dias de su vida pasaron uno á
uno á sus ojos. como las nubes que el viento de la tarde
arrastra en el ocaso, tranquilos los unos, y dorados por el
radiante sol de la infancia; otros de borrasca, de luchas
J tormentos bajo la siniestra careta escénica, otros de es-
pléndidos triunfos á In luz májica del gas, ese sol de las
esféricas rfljiollt'S del sepl.p ntrion.
EL RA'lllLLEn.: OE L.\ n:UD.\. 225

Pero luego, las escenas de la primera edad volvian


otra vez, fascinándola con sus plácidos cuadros de pa~ y
de inocencia.
Hé allí, decia, la cabaña perdida entre las negras co-
pas de las higueras. De su pajizo techo se alza URa blan-
ca columna de humo que se eleva en sua"reS espirales.
El hogar arde con una alegre llama coloreando las pare-
des y los dulces rostros de los sant6S que las decoran. El
sol se pone y su rayo postrero ilumina la cabeza encane-
cida de una mujer que sentada á la puerta de la cabaña,
dá vueltas Asu rueca, mientras sus miradas siguen con
amor los gozosos saltos de una niña que juega bajo los
olivos del verjel. Ella es el último de sus hijos, el único
que le queda porque á los otros los devoro la guerra... Los
ojos de la pobre vieja, cansados de llorar, se posan con
delicia en los sedosos rizos negros de aquella hermosa ca-
beza.
Pero el ruiseñor comienza su himno nocturno y la
niña cesa de reir: huye á un ángulo del v.erjel, y queda
allí inmóvil y pensativa. La envidia se ha despertado en
su corazon y tiene celos del ruiseñor. Su alma ocuIta un
abismo de vanidad, y quiere competir con el divino can-
tor; y ella tambien, entona un himno á la noche.
Un carruaje que cruza el camino real se detiene de re-
pente á espaldas del seto. UI} hombre asoma la cabeza
al travl'S de los espinos.
- ¿ Cómo te llamas, linda niüa?
-María.
I r'
~,
-y bien, preciosa ~Iaria ¿ qul~es ir ú un hermoso
pais donde serús reina y cantarlÍs en un suntuoso teatro,
aplaudida por un millon de adoradores?
-Oh! de buena gana .... pero ¿ como?
-Saltando este seto y viniendo conmigo.
y la niña salta el seto y se va 'con aquel hombre que
se la lleva á toda la carrera de sus caballus, mientras ella
divisa á lo lejos, como una pequeña estrella, la luz de la
cabaña donde su madre la espera para udormirla en sus
brazos al arrullo de una plegaria.
y á ese recuerdo, aquel corazon frívolo, aquella alma
innutamente depravada, aquella mujer que solo habia vi..
vido para la vanidad· y que en la piadosa edad de la in-
fancia habia abandonado sin una lágrima las mas santas
afecciones de la naturaleza-la cuna y el regazo mater-
no-sintió un profundo enternecimiento y deseó con
uno de esos anhelos insólitos y vehementes de los mori-
bundos, volver á esa época oscura de su vida y que laotra
con todos iUS deslumbrantes esplendores fuera solo la
·mentida ilusion de un sueño.
VIII.

DOS MUJERES.

y mientraiÁrcelia estaba alH inmóvil, muda, in-


clinada sobre el vacio y con la mirada perdida en las pro-
fundidades del espacio, un ruido eslraño que parecia ve-
nir de enlre las hondonadas de los peñascos, clevábale
bajo sus pilOS cada vez mas cercano; ruido lénue, lento,
pero conlÍnuo: semejante al roce ce un cuerpo que esca-
lara trabajusamente las escarpadas rocas de la costa.
PP,ro ello no lo percibió absorta en su misteriosa alu-
cinacion y de recuerdu en recuerdo, de cuadro en cuadro
lleg~ en fin á la lúgubre calástroft' del Risco-negro. l)re--
~1l\Ósclll de nuevo el horrible espotláculu que habia visto
2:8 SUEÑOS \' HK\L.J[)AD/<~S.

en sUI~ños, el encuentro de los dos homores en lu cima del


peñasco, la espantosa lucha y aquella caida mas espanto-
sa lodavia. Y tendiendo los brazos á la tremenda vision
esc]amó con acento desesperado: Guillermo I
-Ah 1ah ! ah I ... lo llama I ahulló una voz horri-
ble y dolorosa. Y una figura pálida, desmelenada, y
arrastrando tras sí un largo sudario, alzóse de repente an-
te ella de 10 hondo del precipicio.
Arcelia aterrada quiso huir, pero la estraña apari-
cion, enlazándola con sus descarnados brazos:
-Ah! ah I ah I repitió; lo llamas! . " ¿No sabes,
tú, que me robaste su amor, no sabes que duerme allá en
el fondo del abismo?' ¿ No sabes que no puede ya oir tu
voz porque su sueño es tan profundo como el lecho en que
reposa? Pero héme aquí, desposada de Guillermo, tu que
cantabas hace poco como en aquella noche fatal, héme
aquí en busca tuya para llevarte ti su lado. No temas.
Yo he destrozado mi COl"aZOD para arrancar de éllus celos
y la rabia. .. Ven I Aquel que yace en're las tinieblas es-
tá frío y tus brazos lo reanimarán y la luz de tus ojos
alumbrará su tenebrosa morada ...
-Dios mio I .... socorro t gritó Arcelia presa de
un inmenso terror, y debatiéndose entre aquel letal ahra-
zo.
-Silencio I .... no lo turbes con tus gritos. ¿ No ves
que sube á esa cumbre inaccesible? Va ti buscar para ti,
impía coqueta, va á buscar pura ti el ramillete ue la vela-
da. Hélo allí .... ¿ Ves en Sl,lS manos esas flures color de
EL nA.MILLETE DE I,A VELAD.\.

púrpura? Están teñidas con su sangre .... Te llama!


¿ Por qué tardas? Vamos.
y esta palabra se ahogó en un ruido sordo mezclado
de jemidos que se renovó de roca en roca, y fu{~ á perder-
se al fin entre el rumor fragoroso de las olas que se estre-
lIaban en la playa de Sorrento.
Es fama que el rey Felipe 1V de Espail8 nborrecia
mortalmente el juego; y que aquella .,ersion babia cre-
cido hasta el punto de que 8Ui reales nervios se crispaban
al 6010 aspecto de un dado ó de una sota de bll5los.
¿ Cuál pudo ser el moti vo del Mio en un rey tan d.-
do á devanéos1 Unos dicen fué cierta gruesa suma que
perdió una noche su majestad la reina por sacudir
el fastidio en el tétrico Escorial, otros lo achacaD á que las
damas dieron en descuidar el amor por llllsia del oro. No
faltó quien dijera que. . . .
Mas sea de estu 10 que se quiera, lo cierto es que don
Felipe dió ordenanzas contra el juego y vedó Run con mas
severidad este devorante puaLiempo en elrecintCJ de 8U
alcilzar.
Golpe mortal para damas ycortesanos, habiLuadoum
los días de servicio á ganarse unos á otros la última blan-
ca de sus escaroel8L
Ellos, aunque murmurando. hubieroD de sometel'Stl
SUF:~OS \' ,lE:\I.IOADF.S,

á la real voluntad, pero e]] as ¡ya! No, y sinú, vedadlesalgn


á ellas!
Desde que una mujer oye articular la palabra prohi-
bicion, ella formula--quebranto! Si DiGS no hubiera
prohibido á Eva el Gomer la manzana, de seguro que el
dichoso fruto habría pasado tranquilamente sobre el
árbol al estado de orejon.
Si quereis que una mujer os ame, rogadla que os
aborrezca, y, lo que es mas aun, si deseais efectuar la ma-
rav.illa de que guarde un secreto, exigid que os 10 revele.
No afirmaré que si se ]a lleva el rio debió buscar la playa
arriba; pero si aseguro, á fé mia, que si despues de aho-
gada la quedase á una mujer un adarme de voluntad,
lo emplearia en remontar el curso del agua, tan solo por
contrariarle.
Así las nobles hembras de la corte de Felipe en nada
menos pensaronque en cumplir su mandato. Al contra-
rio, amaron de tal suerte la timbirimba desde que la vieron
desterrada, que se volvió para ellas una especie de culto;
y cada noche no hubo retrete rn palacio que no se convir-
tiera en un encierro de juego.
Abandonadas en su desobediencia por los hombres,
las damas encontraron, sin embargo, entre ellos un ausi··,
liar poderoso, si no en dinero, al menos en trazas, astucias
y elemeníos de rebelion. ¿ Mas, qué mucho si era un
poeta?
El poeta, ha dicho un hombre célebre, no se encuen-
tra bien en parte alguna, ni en una sociedad democráti-
UNA REDt);'IiDILLA. 235

ca, ni en una aristocrática, ni en una constitucional. Y


esto, añade, solo porque es un espíritu de contradic-
ClOno
Amigo poeta tuve yo que sr. enojaba cuando queria
retenerlo á mi lado, y si lo dejaba marchar, me ponia ho-
cico un mes entero.
Por eso el baron * * * en sus memorias, trabajo inédi-
to que verá un día con aplauso la luz pública, esclama en
mas de una pájina:
Poetasl .... poetas! .... indómitos potros ....
No hay brazo que los sujete .... Proscripcion con ellos
.... proscripcion, si, señor .... mientras mas lejos me-
lor .... mejor I
Citada esta autoridad, por demás está decir que el
prójimo aquel adolecia del antedicho resabio. Ademas,
sus hechos hablan bien alto. Solo añadiremos por via de
esclarecimiento, que era un hombre de mediana estatura,
de espaldas abovedadas, cuya roma nariz sustentaba un
par de gafas tras las cuales, á vueltas de una cómica serie-
dad, os haeia guiños la risa.
Era feo como veis; pero requeriánlo de amores algo
mas de cuatro hermosas.
La reina tenia costumbre de llamarlo dOI) Francisco:
el rey siplemente-Quevedo .
Una noche, que en contravencion de las soberanas
órdenes, muchas damas, y con ellas Quevedo, jugaban
en el departamento que la duquesa de Alba, como cama-
rera mayor tenia en palacio, de súbito el duque de .~lha,
sueÑOi \' 1lF.Al.IDADES.

que conociendo los hábitos de don Felipe IV, acechaba á


la puerta de un pasadizo, corrió hasta la mitad de la cá-
mara, esclamando con angustioso acento:
-.El rey! .... señoras, el rey!
A la primera sílaba de esta voz de alarma, las damas.
empuñando su oro, huyeron por todas las salidas de la cá-
mara, dejl:\Ddo cargados á Quevedo y al duque con el
cuerpo del deli to, estendido en cuarenta y ocho piezas so-
bre un significativo tapete verde.
Felipe solo alcanzó á ver el estremo de sus largas co-
las; pero sintiendo en torno la atmósfera inequivocable
de las sorpresas, paseó una mirada del duque al poeta, y
preguntó con voz breve:
-¿ Qué es eso?
El duque no halló en su lengua helada ni una sola
palabra, mas en cambio, oyó á Quevedo responder con
increible aplomo:
~ué ha de ser, rey español?
Decir Aiba á las estrellas:
Que se retiráran ellas
Para que viuiera el sol.
Dificil es decir, que gustó mas al de Austria: si la l'e-
dondilla ó la lisonja. Probablemente fué uno y otro; por-
que llamadas las fugitivas, Felipe se hijo su banquero y
jugó con ellas hasta el amanecer.

Lima. 18~2.
Era de la creacion el cuarto dia y la luz primaveral
rosada y tibia se derramaba á torrentes sobre la naciente
creaClOn. Yel etéreo azul del firmamento era tan puro,
que dejaba ver las estrellas en tomo del sol. Y los vastos
mares bullian en su profunda cuenca; y la tierra se esten ..
dia en l1anuras y se alzaba en monlañas y se hundía en
cónca vos valles.
y el Eterno sonrió á su obra.
y la tierra se estremeció de alegria, y los prados se cu-
brieron de flores; y las yerbas aromáticas brotaron en la
falda de las monlaü.-, y tupidos bosques en las cimas de
ellas.
y Dios lcndiú sobre su obra una mirada de compla-
ccnCld.
y las flores de los prado~, y In yerba de los campos,
y lus árboles tle las florestas, enlonarun un himno de ala-
banza al Creador.
Yel naranjo del EOi'n dijo al cedro oel Sanir:
i Bendito s~ el Seúor! Ek·vu tu tima hLÍsta ('leic-
2íO SUEÑOS Y REALIDADE:;.

lo; y es tendió tu ramas de oriente á occidentG, doló á tu


savia de sentimiento y te dió una vida inmortal. Eres
el rey de la creacion J
y las flores de ios prados, y la yerba de lOi campos,
y losárbolcs de las florestas bendijeron al Señor.
Yel cedro dijo, inclinando sus ramas-hácia el árbol
del Eden:
Contémplate á ti mismo y admira la munificencia
del Creador. Labró tu tronco de bronce, é hizo tus ho-
jas de e~meralda; dió á tus argentinas florrs el perfume
que él ama, y con el oro mas puro amasó tu delicioso
fru too Eres el aroma
. . de la creacion.
y las flores de los prados, y la yerba de lus campos y
los árboles de las florestas elevaron al Eterno un himno
de amor.

Lima.
LA FIEBRE A~I.\R]LLA
Un dia mas abrumada que nunca del pesar qU& m..
roia el alma, leia yo «I~elül). El desórden de espírih.l
sembrado en todas sus pújinas, esa uesesperacion sin ob-
jeto, ese dolor de la duda, el conjunto ue delirios que ha-
cen de ese eslraño libro tina sombría pesadilla, produje-
ron en mi un efecto inaudito.
Parecióme ver elevarse de los negros renglones qua
rec.orria, una niebla roja que subió á mis ojos y pasó á
mi cerebro transformándose allí en un inmenso torbellino
que paseó sus ámbitos dilatandolos hasta lo infinito, é in-
cendiándolos con soplos de líquido fuego. Y en tanto
que una llama abrasadora devoraba mi cabeza, mi cuer-
po aniq uilado por estraña languidez se desplomaba como
una masa inerte, y rodaba sin término en la pendiente rá-
pida de un torrente cuyas olas color de azufre ibunil psr-
derse en los lejanos celajes del horizonte.
Al fin 1& amarilla onda que me arrastraba fué ha-
. ('ién<1o~(-' mas lenta; el aire mas denso; la luz mns téntI~
hasta perderse en profundas tinieblas ..... y un mar de
01 vido invadió m i ser ........ .
Poco á poco, una vaga sensacion de vida pólpitó en
las fibras entorpecidas de mi torazon; un destello del pen-
samienlo comenzó á colorear las brumas que oscurecian
mi cerebro. Llamé large tiempo á la memoria y vino al
fin, pero larde y por el extremo opueslo de mi existencia.
Maseuandoqueriall('g{l~ al tiempo presente, encontra.ba
una valla insuperable que me detenía con mas fuerza,
mientras mas me obslinaba en romperle. Faligada de
N4Ln l'\loo~, díam fin paso ,al través de lo mente al mudal
de i~.3jenesfq1Je venia'u de lus OSOtJ>rUS regioues 'del pasa-
oo.
Ví u tln niña rOjada, alegre y turou 1m tia ('lorrf'r Sltl·
tanJo'lm los floridos cnmpos.
\i una juven, hermosa vtrjelil., vestida de \ijeros CM-
doles, coronada de rosas blancas y de biancas Husiones,
d'a.r ~1llTh:1nO, el corazon y el drstino al hom:bre que despe-
dazó su destino y su COTillon. Ví una madre, pálida, ooa
lt:lS cabellos desgreñados, v~lm' de rodinas y anegada en
lúgl'imas ú su hija moribunda. Víla con los ojos secos y
el corawn henchido de sollozos, estrechar contra Sil pe-
cho ti StJ nitia muerta. y depositar con sus manos el yerto
rl161aver en lil túmha.
V\ una mujer solitaria, abandonada impunemente
pur aquel que juró pr.otegerla yamarla hasta la IDuert-e.
VHa, buscando el olvido en el tumulto del mundo, llamar
~n ausilio suyo á la coqueterio, á la frivolidad, y reir,
I.A FIF.nnE UfAl\lt.U.

procul1lnuo ahogar con locas carr.ajadas losj emidoS' ue su


duelo. lila, horrorizada de los misterios de iniquidad
encerrados en ese m nndo que ella creyó tan bello. p~dir
a: la ciencia un asilo cont.fa el dolor. Víla eil fin, serena
é impasible hundir su mirada en las profundidades d~l
cieloy de la ti erro , y develar en {'HAS arcanos que me he-
laron de terror y desvanecieron mi lflrgo desvario.
Vi entonces á uno y otro lado de mi cilbecera düsmé-
dicos tan feos, que me Pdreciet'on un ílp~ndif~e de mi de-
lirio ...... .
Pero no s'~'amos ingrata! L03 s~bi()s ojos de aque-
Hos s"ñor~s descubrieron en el horrible t.inte f.stendido
:,ahre mi frente, mis manos y mis hdJios, la presenCia de
la fiebre amarilla. En cOHsec',;eneia, combinando stHl
m-edidas. hnbianle dRdu un lJlaqo~ tan riMO que la d~rro­
taran completamente .
.4l-cerne del lecho, y me f:ncontré i:gi 1, casi aéroo.
toque mi frente. Estaba fresell: ni una solo de las ne,-
gl'8S nubes que antes Tu osrul'I"C;an! llevé IR mand ¡:,r
COl"'dzen. Latía tl'anq'lilo, y 10 s'enti lijero, cual ~i le hu-
bierétn qui tado un peso enOl'nw. 'El dolor que lo obr(l-
ma bo, que 10 c{)mprimia con Sil gtrl'n de hierro habia d~
sapareeido La ca'Jsa q.w lo nlimentábu en el fondo del
alma apa.reciame lejana ys"pwI'ada de mi por un irison~
de.b\e abislYi'O. El sen{imi~tfto poderosO' que tod111a'frJo..
~Í3 humana 00 fué bash1i1tlé'prira dómirla~, hábia. st~
vencido, tmiquil&do por Ut1ttdJl.z~ de tTffirieti(i#a y átgli..,;
I\6s \f&soe d" ti~ft t
y nosotros, metu fisicos df'damauol'es. bUSCfHllIJ5 t'tI
el éter pi urigen de Ins nohles pnsiorws ~ Aquelll\ que yo
creia inmortal. murill. Ncqutescaf. 111 pW·P.
Así tHlblaha yo un di" nl doel.ur P. El ",iejol ~iJIlríú
blljosu barba canA.
-Requiescat in pace I-dijo, euyiillldome ulla mira-
dI] de compasiva indlllgencia. ¿ Creemos acaso en eslas
solemnes pnlabras con que despedimos ti. los quP. mueren
y de las cuales nuestro cansancio quisiera hac.erse una
dulce esperanzo? Nó I Todos srnlimos que nada de lo
creado puede reposar; que su destino es la eternal agita-
ClOno Las puertas d¡~ la m uerle abren ú nuestro srr
nuevos- mundos de exislencia. El alma, ese espíritu in-
mortal, a I (h~jar su cubierla terrf'stre, vuelve al foco de
luz de donde se desprendió, no para dormir inútil un sue-
ñoinfinito, sin6 para vivir: ps dec.ir, para agitarst en la
etcfuidad d~ los designios dA Dios. El cuerpo en el ron-
do del sepulcro elabora y dá vida á millares de seres, 01
misllIo tiempo q uc envía á la superficie su savia creadora
ea plantas que t\ su vez esparcpn el perfume de sus flores,
sazonan sus fl'U tos, madumn sus semillas, que vueltas il
la tierra continúan la eternidad de la creilcion.
Nuestros sentimientos, en fin, esos seres inmateria-
les que se agilnn en el corazon, ¿ mueren acaso? Nó!
Los sentimos palpitar, estremecerse, agonizar. E~ que
están creando otros sentimientos; y cuando se han
fu~dido en ellos creemos que han muerto; pero golo se
han tr&nsformado. - «( Y ha lIé vanidad hasta en ]a
LA FltBRE .~MARILU.:

muerte )·-dice Eclesiastes, el mas sabio entrA los hijos


de los hombres.
y )'0 á mi vez hallé que el doctor P. tenia ra-
lOn; y que mi dolor se habia transformado en otro~
sentimientos que á su turno produjeron sucesivamen-
te gozos y dolores sin fin.
·.
(j{JE~tES
ti 1 Serwr gil/Ira 1 dOtt [ho/Iisio l'tlCII.

UIIGI) HIO-

.A1 rscrihir (1~tas pájinn~, 'fue df'.diro:\ \id., no he


penSlldo hacer una biografia. Ellas solo son fragmenlOl
de «~1 Album de una Peregrina)) I..a vida de aquel á cuyo
recuerdo están consagradas, rué tan llena de heehOfl
mará'Villalos, de hazañas inauditas. quP arrrdrar6 á ma8
de un historiador, por quP. como yo, temerá á la vez-~
acusado de hiperbólico por la posteridad, y de remi~,
limi lado y descolorido ante los flspléndidos recucrd.15 de
los viejos guerreros contemporánpos del héroe. y actores
lambien en el maravilJoso poema de su existencia. Así
he querido solo que ellos sonrian y suspiren encontrando
Id figura jigantesca y poética de aquel a quien no olvida-
rAn jamas, en a'lgunas escenas de mi infancia, cuadros
iluminados por la luz de la ,primera edad, que hirieron
profundamente la imaginacion de 13 niña, y que la mu-
jer ha guardado con rrligiosa veneracion en el fondo del
alma allraves de los pesares y del destierro, como un per-
fumado ramillete cojido f'n las riberas de la patria.
Vd. mismo, amigo mio, esperimentará un placer
melancólico, si arrancándose un momenl.o al torbelli-
no de los placeres y de 1(l~ negocios, sigue mis pasos
f'n ese mundo sileneioso del pasado dll1lle lodo cal1a y
nos habla iÍ la vez. Allí volverá Vd. á ver objetos muy
caros á su corazon, no desfigurados por el polvo de
la tumba, sino jóvenes y b::-llos corno en otro tiem-
po. Al1í tambien se encontrará Vd. á si mismo, no
el hombre hastiado y escéptieo, sino el mancebo her-
moso y poético como un arcángel. No tema Vd. esa
eomp8racion~ que lejos de darle pesar alguno, lo ha-
n !Oloi sonreír de desprecio por este mundo, qut eam-
bia nuestra fé en escepticisMo. y nuestra hermo~ iln-
'¡0Il en !\astío.
~ Recuerda Vd. C¡U6 un día, viéndolo mirarse al es-
~, le ofrecí uno en que se encontraría Vd. mejor t
Pues he aquirealiléld41a promesa de su amiga.

JUANA ~1Al\UELA GORRITI.


I OrCOO&i I hogar paterno, monton i.nfGr~e da nü-
nas babitado solo por IOi chacales y 1m. ~1.l.J.ehras .. ~ué
ha (üooad04c tu nntiguo esplendor"l TBS mur.Qs yacen
desMconados, los pilares de tus galerias se lUlO huwlido-
cual si hubieran sido edificados sobr-e un abismo. Ape-
116S si las raices sinuosos de una higuera, y"'] bronceado
tronco de un naranjo~ señalan el sitio de tus vergeles. A
lel ruidosa turbulencia de tus fiestas han sucedido el
silencio y la soledad. Tusavenida~ están desiertas, y la
yerbo del olvido crt'n~ sobre tus umbrales abandonados.
Un diala fatalidad lH'uetró en tu alegre recinto., arrebató
á tus huéspedes upjprevenidos, y los eiparció eu lo.."i
cualro vienlosdel Cielo-,Qué fuéde ellos? Unos ca-
yt'ron agobiados de cansancio: los otros iuarchau aun ea
las penosas sendas de la vida. Si un dia l. s llamaras..
algunos responderian con un gemido; por los mas ha-
blaria $010 el silencio de la tu wba. Es fama que sus al-
mas, bojo el blaneo sudario ~e los fantasmas, vagan en 1«
noche, renovando enlre tus escombf(,s el simulacro de su
SUE~US y REAI.ID.\DItS.

pasada existencia i Ah I yo tambien, sombra VIVlcnlo


entre esas vanas sombras; yo tambien voy allí con el re-
cuerdo á reconstruir mi vida despedazada por lantos
dolores, y eslraer del delicioso oasis de la infancia, algu-
nos rayos de luz, algunas flores para alumbrar y perfumar
mi camino. I Ah ! cuantas veces, huyendo del desolado
presente, he tenido necesidad de refugiarme como á mi
único asilo, en las sombras del pasado, y evocar las nobles
acciones de los muerlos para olvidar las infamias de los
vivos; asirmeá la memoria de las virludes de aquellos,
para perdonar á la providencia los crímenes de estos; co-
locar en la misma balanza la deslealtad, la perfidia, la
cobardía y la impiedad con que los unos han escandali-
zado y entristecido mi juventud, y la lealtad. la fé, el
heroismo y la piedad con que los olros ungieron mi infun-
cia, para poder decir: Dios es justo! ..... ~Ias ahora
eomo entonces, apartemos nuestra miruda de los malos,
esa bilis necefaria quizá, en la eterna sabiduría alequi-
librío de la humanidad moral; y adorando, aun en ellos,
los designíos de Dios, que ha enviado esa sombra para real-
zar mas su divina luz, volvámonos bácia este: á los bue-
nos, y sigamos la huella de admiracion y de amor que de-
jan en pos de si esa aureola, preludio de la flterDa beati-
tud.
en día jugaba yo saltando entre las altas yerbasl
que crecian con salvaje desarrollo en torno de la casa.
Tenia entonces solo tres años, y sin embargo, aquella
Psrenll. está tan presente á mi recuer.lo, cual si hubie-
GUEMES.

re pasado ayer, Era una maflana de primavera, Los


bosques estaban verdes, los prados cubiertos de flores
cuyo perfume arrastraba la brisa en ráfagas tibias y
embriagantes; y sobre las ondas de verdor y de fra-
gancia cernianse aéreas las melodiosas notas del canto
de las aves, Innumerables mariposas de variados co-
lores revoloteaban entre la maleza fascinando mis ojos
con los matices deslumbrantes de sus trémulas alas, y
arrastrándome en pos de su vagaroso vuelo, muda, anhe-
lante, extasiada, y como siempre, entregada al solo
placer de contemplar ú esos deliciosos y frágiles seres.
Jamás osé tocarlas; y euanclo las veiH tornarse en polvo
negro entre la ávida mano de los niños, lloraba co~
mo despues he llorado 11 na decepcion.
Así corría yo distraída, y alejándome insensible'"'
mente, hasta que atrajo mi atencion un rumor cerca-
no de voces y pisadas de caballos. Alcerne sobre la
punta de los pies, y mirando hácia el camino real, vi
dos ginetes que to"~ toan la seudd de la casa y ~e
acercaban galupand '. El u no es un jóven ofici~ 1 dQ
diez y ocho años, ngorosamente abotonado eu su uni-
forme verde galonead!) en las costuras, y cubierta la
cabeza f~on un capillo plegado á guisa de turb<tnte,
y rematado por una grande borla. de oro. El'il el
otro un guerrero alto, esbelto, y de udmirable apostu-
ra-, Una magnífica cabellera uegra de hu'gas bucles,
y ulla barba rizada ~' brillante cuadraban S\I hel'mOSCl
rostro de perfil griego y de espresion d IIlct~ y lwnig-
SUE~llS \' REALlnADEIL

na. Vestia un elegante dorm8n azul sobre un panta-


Ion mameluco del mismo color; y una graciosa gorra
de cuarLel hacia ondular su flotante manga! lo 18~')
de su hombro. A su lado, pendiente de largos tiros.
una espada. fina y corva semejante á. un alfan-
ge, brillaba á los rayos del sol como orgullosa de per-
tenecer á tan hermoso dueño.' Montaba este con gr~ -
cía infinita un fogoso ctlballo negro como el ébano, CUyOi
largas crines acariciaba distraidamente, mientras in-
dinado hátia su compañero, hablaba con él en unaac-
tilud admirable de abandono. Aun en la corta edad
que yo tenia, había ya visto á los hombres mas hermos()S
de Buenos Aires, ese pais de los hombres hermoso8:
Los había contelllpli.ldo.doblemente bellos, bajo el es-
pléndido uniforme de aquella época, blanco, azul y
0:0; pero jamás, ni aun en mi fantástica imaginacion de
niña habia soñado la brillante aparicion que tenia
anle los uj03. y que miraba embebida, hasta que el
biwrro caballero que llegaba á galope, descubriendo
de repente rotre la yerba mi cabeza rubia como UDa
espiga, casi bajo los pies de su caballo, lo detuvo con
fuerte mano, alzándolo por la brida; y haciéndolo
jirar rápidamenle sobre si mismo, se desmontó, y le-
vantúndome en sus hrazos-~lire \ d. Fortunoto--dijo
á su comptliiero-mire Vd. la linda flor que me he en-
contrado en la maleza. Esta es la rubia de mi com-
pañero; que bellísima niña !
¡ Ay! puedo dpcirlc ahora, que no resta ni un
GUEMES. 2:S7

pálido fulgor de la aureola de belleza que coronó mi in-


fancia y poetizó mi trisle juventud.
Pero la flor de la male=a era uraña y salvaje coniO
ella, y lloraba á gritos en los brazos del incógnito, mien-,
lrasél, sonriendo con cariñosa mansedumbre, seguido de
su corcel se dirijia á la casa.
Delante de la puerta se hallaba un grupo de hombres
del campo y algunos soldados, que al verlo llegur, s~ pre-
cipitaron á su encuentro, gritando con delirante entu-
siasmo-¡ Güemes! i Güemes! ¡ viva Güemes! ¡ viva
nuestro general! Y lo rodearon, unos de rodillas, descal-
zándole las espuelas, otros besando sus manos, otros el
puño de su espada. ~li madre, seguida de sus hijos
corri6á abrazarlo cO!lla ternura de una hermana. Pero
mi tia, qUt' habia aClIdido á mi llanto, me recibió de los
brazos del viajPfo, fijando en su bello rostro una estraúa
mirada, y murmurando con el acento solemne que ella
daba á sus predicciones: La niña hu llorado como si ]n
hubiera besado un muerto .... ¡ ay! ¡ ay !
He hablado ya en estas memurias del caracter
fantástico de mi tia, y de esa rura facultad de leer en el
porvenir que con frecuencia se revelaba ~n ella!! Pero
I ah ! sus profecías, como las de Casandra, no eran crf:'i-
das hasta que tenidO su fatal cumplimiento; y mi madre,
y á ejemplo suyo Güemes mismo) rieron mucho de la lú-
gubre profetiza. - .
-Mi querida Juanita-,la dijo él a.IegremeQte-
¿ es posibte \: llC tan j6ven a un, me condene Vd. á mo-
17
C;U[~OI , nt:ALIDAOES.

rir? Oh ! dpjemc Vd. al menos los días necesarim;parct


libertar nuestra patrié.!.
Vea yo la aurora oc su gloria, y entonces cúmplase
~n mi la voluntad de Dios l-dijo. alzando al cielo la dul-
ce y serena mirildn de un mártir.
H{'me nqllí, élmiga mia-:ontinul, él volviéndo-
se a mi madre-héme flqUÍ retenido todavia en el
interior por esta fatal gurrra civil que la manCI fra-
tricida de algnnos Americanos han encendido pn la
hora misma que debiamos hallarnos todos marchan-
do juntos á pHSO de ataque contra los realistas r¡ue á
grandes jornadas cargan sobre nosotros. Su van guar-
dia está en Jujui, y en rste momenlo mi compañero
la estará batiendo ....
-¿ y mi niñ01-gritú mi madre pálida y sin alien-
lo, mi pobre Hafae.l ~ que habrá sido de él ~
En efrclo, mi padre habiH mandado llevar cerca
de si á uno de mis hermanitos de quien él no podia
separarse. Paso imprudente que casi costó la vid·a, Ó
al menos la libertad al pobre niñu, que solo debiú
su salud al valor de Tomás, un español antiguo y fiel
asistente de mi padre, quien ayudado por lit velo(jdad
dp su caballo, lo salvó del furor de sus compatriotas.
Sin em!largo, Güemes logró calmar la angustia de
mi madre, asegurnádole que el niño llegaría sin ningun
peligro á Jos brazos de su padre~ pues la guerra, a1 apro-
ximarse á su fin, se habia regularizado, y no existia ya
en ella el vandalaje. Muy lejos estaba rl de esa convic-
GLIElIlE~ .

cion qur fingia para cOllsolar un dolor que su hermoso


cora¡on (jumprendia muy bien.
Entretanto, la n olida de su pn'sencia en Orcones
se esparció ('on im,reible rapidez; y en menos de una hora,
la casa y sus cercanías estaban llenas de una multitud
nllsiosa que pcdill con gritos rmtusiastas la dicha de con-
templar al héroe, ídolo de los ':OL"Uzoncs y eolumna
de la patria. El les salió al encuentro, afable y sen-
cillo en su grandeza. tendiéndoles los brazos y llaman-
dv á todos por sus nombres, con esa prodigiosa me-
moria que solo poseen los grandes capitanes, y que
tan mágico pod(~r ejerce sobre las masas poplllares.
Rodeáronlo centenares de hombres que habían
(lbandonado el arado y el peal, y ciflendo el pintoresco
chiripá, armados de sus puñales, le pedian sitio en sus
invencibles huestes. Dióles él las gracias, alabando su
resolucion con palabras cuyo hechizo secó las lágrimas en
los ojos de las madres, que le entregaron confiadamente
sus hijos.
Oe allí á poco, tres oficiaks realistas enviados
desde el Cuzco por La Serna, l1egaron á huscarlo.
Eran (hs capitanes y un carouel encargados de plie-
i;OS importantes, y que pidió el ser introducido inme-

dialamente cerca de GÜemes. Mientras este conferen~


ciaba :1 solas con mi madre y mi hermano, ellos se
paseaban esperándolo en las salas esteriores. El coro-
nel que era casi un ancian,?, se detuvo derepente y
lendiendlJ en lorno una mirada de asombro, he aqui!
~60 SUEÑOS l' REUlD.\DE5,

esclamó-he aquí el sitio en que hube de morIr, y


donde me salvó aquel hombre jeneroso.. Sí. he ahí
el patio. so.mbreado. de naranjo.s, la sala en que des-
cansé, el emulo mismo. . .. i oh! ¡que recuerdo.!
y Yo.lviéndo.se á sus compaüeros-lIace doce años-
pro.siguió-jóven aun. era yo capitan en el (>jército que
perdim03 en Salta. Nos encontrábamos de paso á Tu-
cuman, en el Ro.sario, á po.eas horas de aquí, y el jeneral
me envió con una com¡mñía {, tornar el ganado. necesario
al Co.nsumo. del ejército, en una hacienda cuyo.s dueños,
emboscado.s co.n fuerzas considerables en el centro de las
flo.restas, nos hacian u na gu€;rra horrorosa. El guia q \le
me dieron, y que era un espía de Jos insurgentes, nos
estravió en los bosques desaparecienu0 en seguida. Com-
pletamente desorientado en las tinieblas de una no.che sin
estrenas, divisé de repente la oscura mo.le de una casa, y
á ella dirijí mis pasos. Habitábale una jóven seño.ra co.n
sus criadas, quienes se asustaron mucho ú mi llegada.
Yo hice 10 pusible para tranquilizarlas" asegurándolas
que nada tenían que temer, pues los realisl.as pro.fesaban
el mayo.r respeto tÍ las damas; y que nliestra presencia aHi
era solo debida á la traicion de un guia que no.s habia
estraviado al conducirno.s tÍ la hacirllda de Gorriti; y
concluí pidiendo la hospitalidad para aquella no.che.
La jóven palideció eEll"UQrdinariamente; pero re-
poniéndose luego me dió la Líen-vellida y se retiró or-
denando ú sus criadas que me sirvieran esmerada-
mente. Cené solo y las criadas nw guiaron silencio-
26J

sus al ~uarlo que me habiall dispuestu ...... Era


aquel. aiwdió, seilalando uno (Iue se abria soble .el
patio de !os naranjos.
Mis soldauos formaron pabellones y se acostaron á la
sombra de los árboles.
Apesar de mi cansancio, una cslrafla inquietud me
impedia dormir. Por la puerta, que habia dejado abier-
ta á causa del cstremo calor, veíael ciclo oscuro y tem·-
pestuoso, y de vez en cuando, á la la luz de lejanos re-
lámpagos. el gru po de soldados dormidos al lado de sus
armas. Dl~ repente parecióme que las negras nubes que
cruzaban rápidamen te el cielo, descendían y se arremo-
linaban en sombrias masas, confundiéndose á mis ojos
con los troncos y el oscuro ramaje de los naranjos. A
poco percibí, y esta vez distintamente, la figura de un
hombre que se paró en el umbral de la puerta, quedán·-
dose alli inmovil. Creí que el centinela colocado ú la
entrada de la cusa se paseaba haciendo su faccion y se
habia detenido alli. Mas luego vi acercarse otro hombre,
y sentí el choque de dos espadas qlle se cruzaron en las
tinieblas.
-¿ Quien es? gritó con acento airado uno de aque-
llos hombres.
-Yo-respondió el olro, interceptándole el paso.
-\ Mi hermano 1 ¿ Y por que detienes mi bra-
zo? ¡Oh! déjame matar al Sarraceno que está ahí, y
que ha venido á talar los campos de nuestra patria y á
incendiar la casa de nuestros padres.
-Ese hombre es mi huesped -replicó el olro- ni i
JIlUjer le ha duuo la llOspituliuad, y es sagrado pam mi-
En seguida dejando el aeento fraternal para tomar el de
mundo-Comandante Gorriti-añadió-marche '-d. in-
mediatamente á nueslro campo, llevando cunsigo los
prisioneros que acaba ue hacer-y ambos desaparecieron
en las tinieblas, quedando yo depié con la espada en la
mano detrás de la puertn donde fui á ap(jstarme al cun-
menzar el terrible diálogo.
Aquellos dos hermanos habian venido por distintos
caminos, guiados ambos por un sentimiento generoso, el
patriotismo y la leahad, el uno á matarme, el otro á
salvarme .
..\. la maüana siguiente me encontraba enteramente
solo, pues mis soldados habian desaparecido; y á pesar de
mi vergüenza, tuve que aceptar por guia ú una de las
criadas de la casa, que me condujo hasta las pril1lcr~ls
avanzadas de nuestro ejército-
El coronel se interrumpió, pues en ese momeuto
Güemes entraba en la sa1a.
LOi reali~tas contemplaron con curiosidad y admi-
ration aquel bizarro y tremendo ud versarío; y el coronel
inc1inándoseprofundarnente le entregó un pliego sellado
con las armas del virey. Güemes lo leyó con aire impa-
sible, contrayendo solo de vez en cuando su labio una
sonrisa de desprecio.-Coronel-dijo, cuando hubJ aca-
bado la lectura, los veteranos espaflOles estiman en tan
poco Sil honor, que se pnc\lrgan de misiolles como esta?
GIlKMF..S. ~G3

El corond se rllborizó hasta en el blanco de SIlS ojos;


y llevando la manu al corazon, juró q LJe ignoraba el con-
tenido dr ese pliego, qne el virey hahía confiado á su leal-
tad.
Güemes le tendij'! cordialmente la mano, y por toda
réplica leyó en alta voz el documento q LJe tenia á la vista.
Era una carta confidencial, en que La Serna, des-
p~les de apurar todas las seducciones que pueden ~Ubyll­
gar á un hombre, para inducirlo á abandonar, aunque
.
solo fuera neutralmente, la causa aue defendia, concluia
ofrecit"ndole en nombre de su soberano un millon, y los
títulos de marques y grande de España.
- y bien, señores, dijo él, dirijiéndose á los realis·
las ¡, no creis conmigo que es ultrajar á UI! soldado el en-
,'iarlo con .una proposicion semejante cerca de otro sol-
dado?
El bonol' esparíul brill,) eulos ojes ¡le aquellos hom-
Lres, que cambiaron enlre si Hna fiera mirada, é inclina-
fun la frenle con vergüenza y dolor.
Aquella mllda protesta conmovió el alma nuble y
magnállima de GÜemes. El héroe ,'strechó COil efusion
la mano tÍ aqaellos valientes-Os comprendo-lt's dijo-
Sois hembres de coralOn, y por tanto, dig~os de defender
una causa mejor. Decid á vuestro virey, añadió arro-
jando su carta al suelu con ademan suave y magestuoso-
que Martin Güemes, rico y noble por su nacimiento, ha
sacrificado fo)U fortuna enteca en el servicio de su patria; J
que para él no hay títulos ma~ gloriosos que ~l amor de
~l!&¡;¡()S y nIULllIADES.

sus soldados y la estimacion de sus conciudadano!'!.


y dandj tÍ los realistas el franco y cordial auios de
un enmarada, fué á buscar á mi madrr, la abrazó, y par-
tió seguido de quinientos soldados que ncababan de alis-
tarse bajo sus bandl'ras, y que poblaban el aire con sus
entusiastas aclamaciones. .
El coronel lo siguió largo tiempo con los ojos', y vol-
viéndose tÍ sus campalieros-Cuan feliz seria nuestra Es-
paña-les dijo-si un hombre como este, se sentára en el
trono de nuestros reyes! ¡ah! con tales adversarios,
nuestros esfuerzos serán vanos, y la hermosa América,
esta perla tan codiciadll, faltará muy pronto á la corona
de Fernando.
i. Palabras proféticas, que Ayacucho estaba ya tí pun-
lo de realizar!
Marchose tambien el coronel con "U séquilo, no sin
haber besado antes las manos de mi madre con muestras
de profunda gratitud.
Por 10 demas, el inciden te que él recoruaba sucedió
en efecto td como 10 refirió. El tiempo y graves aconte-
cimientos que siguieron sin interrupcion 10 borraron
completamente en la memoria de mi familia. ~luchos
alias despues, cuando la muerte vino á hacernos una ter-
rible visita, y' nos dejó solos en el destierro, vimos en-
trar un dia á nuestra casa un anciano venerable de lar-
gos bigotes canos, que tendiéndonos los brazos, esclamó
llorando:
-¿ Dónde está mi libertador? ¿ Dónde está 1 Y vol-o
aÜEMES. 265

viéndose li dos bellas jóvenes que lo seguían-Hijas mias,


las dijo, echándolas en nuestros brazos-hé ahi la fami-
lia de aquel que salv1 á vuestro padre. Peru él ¿ donde
está? .
¡ A.y ! aquel que el anciano buscaba dormía ya en la
tumba, y no podia oír la espresioll de su reconocimiento.
CARM[N PUCHo

Al visitar Orcones, Güeffif'S había traido una ór-


den de mi padre; y pocos días despues habiamos aban-
donado aquella tumultuosa morada, con Sl1S belicosos
huéspedes y su tráfago guerrero, y nos hallábamos á
quince leguas de distancia en un lugar solitario aunque
risueño y bellísimo, habitando un inmenso edificio de
aspecto feudal, coronado de nna elevada torre. He ha·
blad.:> ya en estas memorias dl~ ese hermoso castillo, se-
mi-monástico, semi-guerrero, monumento del poder je-
suítico. El ariet~ revolucionario lo ha destruido, y solo
queda ahora á la admiracion del viajero la magnífica
torre, rodeada de gigantescos montones de ruinas.
Al llegar allí caí Qoferrna, y todo lo que ví entonces,
fué bajo la influencia de la fiebre. En uno de esos mo-
mentos sentí un gran ruido de carruajes y de caballos; la
ca~a lrasta entonces tan solitaria resonó
. con las voces .v los
:W7

pusos de mllchas personas qUI! iLan y "Pillan. Todus


eslo" rUllIort's que yo pel'ciLia al través del delü'io, loma-
hallen mi celebro unaform8 fant~íslica que agra\'¿' mi
dolencia, sumergit"mlomp ell U" proflldo Il>l1.lrgo que uu-
ró dos Jjas.
Cuando volYi en mi, eslaba sen tnda á mi cabecera
una mujer tan hermosa, de unn bf,lleza tan celestial,
que fll mi simplicid(lu infantíl ,'nlvíüprtsnradc,IlJpIl-
te los ojos hacia la "írjen de las Mpfcedes que esl,ü.-
ba sobre mi cama, creyendo que la divina Señora
habia Jejado su dorado cuadro. Pero la Madre de
Dios estaba siempre alli y alli tambien estaba aque-
lla mujer maravillosa, bella con todas las seduccio-
ues que pudo sOliar la mas ardiente imajinacion; con
sus grandes ojos de un azul profundo, sus negras pes-
tañas, sus doraJos rizos, que ondulaban 'voluptuosa-
men te en torno de su blanco cuello, mientras el1a ha-
blaba alegre y festiva, sonriendo con su celeste mira-
da, y haciendo con su linda boca un momilo hechi-
cero como Aquel de Esmeralda. De vez en cuando
vohíüSP á mí y posaba su mano en mi frente; y lue-
go se dirijia á mi madre prodigitndola palabras tüll
dulces y seductoras como el ncento de .su Yoz.
A su lado hállabase de pié un jóven de diez y
seis años; y si algo podid com pararse ú la belleza de
esa mujer era sin duda la de aquel mancebo. Tenia.
como ella, hermosos ojos azules, aunque de una es-
presion severa y varonil; los mismos rubios y riza-
~UE~M , HEALWAm:S.

dus t:abellos cuadraban su nltiva frente. la mlsmél


graciosa sonrisa iluminaba su bello semblante. Pare-
cían dos gemelos, en la semejanza de sus facciones,
y en la ternura con que se contemplaban.
He repente oyóse afuera un grande ruido. Voces
tumultuusa ..; mezcladas de vivas y aclamaciones reso-
naron en el patio: y abriéndosn la puerta con estrépi-
to, se preciAitú en el CUiirto un grupo de criados en
cuyo cenf.ro venian dos recien llegados, dos oficiales
de dragones, uno de ellos traia un plie~o en la mano,
y ambos gritaban con el entusiasmo de esos tiempoi.
¡ Hemos lriuafado! vencimos á los realistas 1 ni uno
~ulo se ha esc~pado'! ¡Viva la patria!
j '\va Gorriti !-esdamú la hermosa mujer que
estaba ú mi lado alzándose sublime é inspirada como
una sibila. '
En seguida, tomando el pliego que el oficial le
l/resentó quitándose el casco é inclinándose respetuo-
samente, leyó)o en alta VOl
Mi padre habia derroli.l. ::) completamente la van-
guardia del ejército realista, y hecho prisioneros al ge-
Ileral Marquiegui que la mandaba con todos sus ofi-
ciales y estado mayor, incluso su .Jefe el Coronel Vi-
gil, hoy jeneral del Perú.
~lip,ntras ella leia mir(~ yo el nombre inscrito en
el sobre drl pliego. Cármeu Puch de Güemes-articu-
lé deletrea ndo.
Aquella mujer cúya prodijiosa hermosura com-
GUEMI?S.

templaba yo eslasiada, era la ~sposa del prupio guel' .


rero que me habia aparecido poco antes, entre los
matorrales de Orcones.
Entretanlo, la ruidosa algazara que zumbaba en
torno mio, desvanpció mi cabeza y perdí el sentido
sin que nadie se apercibiera de ello. Al travé~ de la
densa nube que oscurecia mis ojos J debilitaba ¡Ili
oido, parecióme sentir que tÍ los gritos de alegria su'
cedian de repente gemidos de dolor, so11ozos convulsi-
vos; y cuando el sopor qlle me embargaba se h~l bo
disipade vi á la bella Cármen antes radiante de guz,,,
pálida, trémula, postrada en tierra, bañada en lúgri-
mas, 'y llamando á su esposo c.on gritos desesperados.
nelante de ella pálido y silencioso. se hallaba nq 1If~1
jóven oficial que acompañó á Gnemes en Orcones. Mi
madre, el jóven de los ojos azules, y UI1 nuevo per-
sonaje, un anciano de cabellos blancos y di' noble as-
pecto contemplaban de pié. mUllos, inmúyiles y C'l~'S­
terna dos aquel su premo dolor.
A.léuuas veces el anciano se illdinaba hácia ei la
y tendiéndole los brazos, murmuraba i Ci rmcn ! bija
mia I-Pero ella lo rec.:h.1zaba esclümando entre sulll1z"s.
}Iartin! ~Iartin! Dios mio, \'ul'lveme mi Uartitl.
De repente vimos abrirse ia puerta dando pa-
so á un hombre cubierto d(~ pülvo, que corriel:do W~·
loz hacia Cármen. alzúla en sus braZllS como ;i un ni-
ño y hesó la fr~l1le de mi l1Juure, ahrazó la calwzil LId
270 Sl'E~OS \' JlEAl.llIAJ)E'i.

41llClanO, y estrechando eontra su pecho la hermosa


mujer que yaciti desmayada, se alejó con ella.
Aquel hombre era Güemes, que negaba á tiem-
po para salvar á su esposa de]a mu.erte '! para cam-
biar su dolor desesperado en éxtasis de felicidad.
Mas ~ qué era lo que habia sucedido? Helo aquí.
Entre los compatriotas de Güemes que tan orgu-
llosos debian estar de su gloria, por que era la glo-
ria nacional, habia algunos que lo aborrecian por
aquello mismo que debian amarlo. Aborrecianlo por
su valor heróico, por sus victorias, por el terror que
inspiraba á los enemigos de la patria, por la gene ro-
sdad con que cambiaba ese tQrroren admiracion; por
el amor fanático que le profesaban los pueblos. y .....
hasta por la belleza de su persona, y por los tiernos
sentimientos que esa belleza inspirahfl.
Mientras el héroe, recorria lIua senda gloriosa con
)a tranquila seguridad de una conciencia pura, la vil
envidia minaba sord()mente el terreno de sus triunfos.
Concitáronle con infames calumnies la enemistad
del Gobernador de Tucuman, que neutralizando la pro-
vincia de su mando negóse indignamente á prestar los
debidos auxilios para e) sosten de la guerra de la in-
dependencia que pesa·ha toda sobre )a espada dr. Glle-
mes; y últimamente, instigado por los enemigc~ de es-
le, encendió In anarquía que tan los males causó en-
tonces á nueslro pais y que ech6 la simient~ de la
larga gllPrra ci vi l que despues lo ha de\'orado. •
GUi.lIE3. ~71

Viendo Glicrnes que no alcanzaba la concurdia


arreglar aquella d~savellcllcia, y estrechado al mismo
tiempo por los realistas, que se precipitaban como un
torrente sobre la (lisIada provincia de Sallo, rnarchú
!'obre Tncuman.
La vicloria lo acompañó como siempre; y ha-
biendo arreglado los negocios de aquella provincia, re-
gresó á Salla, donde sus enemigJs cegados por nn órlio
filie tocaba en el ridículo, alzaban ('n Jas pli:lzas pú-
blic':ils cútedras de predicacion contra él, cátedra'.' de
las que descendieron corrienc.o al aproximarse el h¡'-
roe para ocultarse en escondrijos donde él fue á hus-
carlus con el abrazo del perdono
Peru antes y en su tránsito de Tucuman á ~a1tfl,
tuvo ocasion de conocer la eslcnsioll del órlio de Sll~;
enemigos y la fiel adhesion de sus soldados.
A1 llegar 'Con sus tropas á Pozo Verde, Güeme~
ordenó un alto; y separándose momentaneamente dI'
ellas, fu~.á visitar un itmigo á una hora de dislancia.
Aprovechando ~sta ausencia, dOi jefes vendidos IÍ
los rivales del grande hombre lo acusaron de ambi-
cioso y de traidor; y manoando formar cuadro á Ja
division, proscribieron á Guemes, y proclamaron abier-
tamente la rebelion.
Los soldados obedecieron, pero guardando un silen-
cio que los traidores interpretaron favorablemente, y
seguros ya en su infamp. designio, quisieron apoderarse
de los dos Edecanes de Güemes; pero ellos huyeron á
272 ~t:[~:\o~ \' m:.'.LIDADES.

tiempo corriendo el uno á dar aviso á su jefe, mientras


el otro, buscando tÍ don Manuel Puch, que al mando dé
una fuerza considerable debía hallarse en Miraflotes •
vino allí á derramar el dolor y la desolacion que he
descrito ya. .
Cuando Gílemes entendió (Jue sus soldados sr> ha-
bian rebelado contra él, su noble corazon sintió un
dolor inmenso, el dolor de un padre traicionado por
SIlS hijos; y deseando morir ~\ manos de los ingratüs

que lo abandonaban rompió su espada, y corriendo


h<Ícía el sitio del motin (lrrojose desarmado al cen-
tro del cuadro.
Al verlo llegar, los soldados prorrumpieron de re-
pente en gritos ften~ticos de alegria; y precipitándose
sobre los pérfidos que habian querido engañarlos, ar-
raslráronlos encadenados para sacrificarlos á sus piés.
El héroe los detuvo-Dejadlos, hijos mios-les
dijo-.no mancheis vuestras nobles lanzas teln sangre de
traidores. Esos hombres, debian morir por mí mano;
y..... yll veis •... arrojé mi espada porque no quería
matarlos. Entreguémoslos á sus remordimientos, y cor-
ramos á prevenir el pscálldalo y el dolor que este ih ..
cidcnle habrú sembrado enlre los defensores de la Pa-
tria.
y dej:lnrlb tÍ esos dos hombres presa de su ver-
gl\enza siguió rúpida y triunfalmente su marcha hA-
cia Miraflores.
-Hijos dI' la presente generacion; hermanos mios,
GUEMES. ~73
.
escribo una paJilla de nuestra. historia nacional, y el
culto de la verdad. única religion del historiador, me
ordena consignar, á pesar mio, errores que, si influ-
yeron fatalmente en los destinos de nuestra patria,
han sido tambien expiados con torrentes de sangre y
de lógl'imlts, pura que los consideremos de otro modo
que como Ullé! saludable leecion. Olvidemos las fal-
tas de nuestros padres; y si las recordamos, que sea
solo para redimirlas allli,ndonos mas, y dándonos en
amor lo que ellos se quitaron en odio.
Al am3uecer del dia siguiente, el alegre son de
los clarines qUl~ tocaban diana, me despertó, trayen-
do á mi memoria el bizarro guerrero q \le habia llega..
do en la noche, y pedí que me. llevaran á verlo. Pa-
seábase solu en las anchas galerías que circundaban el
patio.
Su noble y hermoso semblante, siempre sereno,
tenia una espresion sublime de tristeza, semejante It
la de Cristo en el Huerto. i Ay! sobre esa bel1a cabe-
za cernianse tambien la ingratitud de los .hombres, y
la somhra de la muerte 1.
Su bella esposa vinu luego a distraerlo de su Ille~
dítacion. A.cercósele risueña, enlazó con sus dos bra-
zos el brazo de su esposo, y alzando hácia él sus her-
mosos ojos-\Ii valiente caballero-le dijo-tienes que
cumplir un voto que ayer hice por ti. He ofrecido á
la vírjen que oirías á mi lado una misa en honor su-
yo. Respondióle él con un beso, y ambos se encami-
.f8
~74 ~UEÑOS \' RE..\LlOADF.~.

naron al gran templo j~lIítico. donde el sacerdote es-


peraba ya revestido en el altar. Los dos se arrodilla-
ron juntos; jnmás vi orar con tanto fervor como á aque-
)]a hermosa mujer, que de vez en cuando volvÍase hilcia
su esposo posando en él una mirada inefable de amor.
En él momento dp, la elevacion lomó la mano de es-
te entre las suyas y elevó al delo sus bellos ojos azu-
les en el éxtasis de la plegaria. ¡Cuan interesantp se
mostraria en ese momento á los ujos de Dios esa alma
tan pura y apasionada! i que gratos Ir serian los vo-
tos de ese c.orazon todo amor y piedad!
En el mismo día, al caer la tarde, púsose eo mar-
cha la tropa que habia venido con Güemes, y pocos
momentos despues partió él mismo.
Cármen se separó llorando de los brazos de su es-
poso, y'desapareció largo rato de entre nosotros. Cuan-
do volvió al lado de mi madre, la dijo tristemente:
-He subido al tercer piso de la torre para ver t~da­
~jil 4 Martin. Mis ojos lo han seguido hasta que se
perdió, no en la distancia, sino entre las sombras de la
noche.
-¡De. la noche eterna!-mul'muró ·mi tia desde
un ángulo oscuro del cuarto-La niña lloraba-añadió-
eomo si la hubiera besado un muerto. ¡Ay! ¡ay!
Pasáronse muchos dias, sin que en ~1iraflores se
recibiera noticia alguna. Nadie venia de Salta, y Gt'lemei
y mi padre guardaron profundo silencio. Mi madre,
devorada de inquietud procuraba ahogar su propia
r.UEMES. 275
pena para tranquilizar á Cármeu, que entregada tÍ. crue-
les alarmas, pasaba los dias en lo alto de la torre, de
pié, inmóvil, con la mirada pf'rdida en las lontananzas
del horizonte, esperando ¡ ayl con lodo el anhelo de su
alma á aquel que 110 debia vol ver mas.
Una noche que dormia yo en la cUila al lado d(~
mi madre, lHe uespertó de repente el sonido caulelo-
loso de una voz varonil. Abri los ojos, y vÍ un hom-
bre embozado en una capa militar que sentado al bor-
de del lecho hablaba quedo con mi madre. Aquel
hombre lloraba; y la vuz moria algunas veces en su
labio ahogada por los solluzos. Lus rayos de la luna
deslizándose por tina ventana enh'eabiet'la bañaban el
pié del lechu, y el busto del incógnito ruyos borda-
dos brillaban en las tinieblas.
La presencia de aquel visitadur lloclurllo, á esa
hora en el cuarto de mi madre, me lleno de admira
cíon; pero creció mi asombro cualldo reconocí en él él
mi padre. Mi padre ausente y no esperado, ¿como se
@nconlraba allí? y ¿qtté podia arrancnr ,lágrimas á él.
euya grande alma era de .un temple tan estoico?
- j Lo hemos perdido !-~o veré ya á.la cabeza de
nueslras filas el héroe que nos guiaba á la victoria!
La patria ha perdido su mas valienle campean, y yo. , , ,
j Ah! yo lo he perdido tO,do I Víctima de intrigas y
calumnias, destinado por una fatalidad hereditaria á
encontrar siempre la traiciort en la amistad~ la perfi-
dia auu en rtquel10s á quien me consagré con entera
:!74 SUEÑOS \' REALlIJADE":.

naron al gran templo je~tlítico\ donde el sacerdote es.


peraba ya revestido en el altar. Los dos se arrodilla-
ron juntos; jümás vi orar con tanto fervor como á aque-
l1a hermosa mujer, que de vez en cuando vo]vÍase húcia
su esposo posando en él una mirada inefable de amor.
En ~;] momento dp, la ~levacion tornó la mano de es-
te entre las suyas y elevó al delo sus bellos ojos azu-
les en el éxtasis de la piegal·ia. i Cuao interesantf' se
mostraría en ese momento á los ujos de Dios esa alma
tan pura y fl pasionada ! i que gratos 1(, serian los vo-
tos de ese c.orazon todo amor y piedad!
En el mismo dia, al caer la tarde, púsose en mar-
cha la tropa que habia venido con Güemes, y pocos
momentos despues partió él mismo.
Cármen se separó 110rando de los brazos de su es-
poso, y·desaparec.ió'largo rato de entre nosotros. Cuan-
do volvió al lado de mi madre, la dijo tristemente:
-He subido a 1 tercer piso de la torre para ver toda-
~h ;t Martin. Mís ojos lo han seguido hasta que se
perdió, no en la distancia, sino r.ntre las sombras de la
noche.
-¡De, la noche eterna!-mul'muró ·mi tia desde
un ángulo oscuro del cuarto-La niña lloraba-añadió-
eomo si la hubirra besado un muerto. ¡Ay! ¡ay!
Pasáronse muchos días, sin que en ~Iiraflores se
recibiera noticia alguna. Nadie venia de Salta, y Gtlemes
y mi padre guardaron profundo silencio. Mi madre,
devorada de inquietud procuraba ahogar su propia
r;UEMES. 275
pena para tranquilizar á Cármell, que entregada á eme·
les alarmas, pasaba los dias en lo alto de la torre, de
pie, inmóvil, con la mirada pf'rdida en las lontananzas
del horizonte, esperando ¡ ayl con todo el anhelo de su
alma á aquel que 110 debía vol ver mas.
Una noch\~ que dOl mia yu ell la cuna al lado dl~
mi madre, me llesperló de repente el sonido cautelo··
loso de una voz varonil. A.bri los ojos, y ví un hom·
bre embuzado en una capa militar que sentado al bor·
de del lecho hablaba quedo con mi madre. Aquel
hombre lloraba; y la YUz moria algunas veces en su
labio ahogada por los solluzos. Lus rayos de la luna
deslizándos3 por tInil nmtana entl'eabierla bañaban el
pié del lechu, y el busto del incógnito cllyos borda-
dos brillaban en lus tiilieblas.
La presencia de aq uel visitadur lloclufllO, á. esa
hora en el cuarto de mi madre, me llenó de admira
cían; pero creció mi asombro CU811UO reconocí en él a
mi padre. Mi padre ausente y no esperado, ¿cómo se
~ncontraba allí? y ¿ql1é podia arrancar ,lágrimas á él,
cuya grande alma era de .un temple tan esloico?
- j Lo hemos perdido !-~() veré ya á.la cabeza de
nueslras filas el héroe 11 ue nos guiaba á la vicloria'
La patria ha pet'dido su mas valiente campeon, y yo •. , .
¡ Ah! yo )0 he perdido tO,do I Víctima de intrigas y
calumnias, destinado por Ulla fatalidad hereditaria á
encontrar siempre la traiüon en la amistad~ la perfi-
dia aun en fiqucllos á quien me consa3r& con entera
27~ ~n:Ñ()s \ REAI.IDADF.<:.

abneg-dcion, vo1via los ojos' hácia ese amigo fiel, en eu '


yo magnánimo corazon se reposaba el mio con dellcia, y
y rn ~I ]0 hullaba todo-nobleza, lealtad, abnegacíon,
todo, todol .. o . oí Ah ! Fcliciana, tu sabes si soy fllerte,
y si e1 dolor me venció jamás, pero ignoras todavia,
(y plegue al cielo que ignores siempre) CUlln horrible
es que de dos que marchan j IIntos, apoyiHlos uno en
otro con una misma idea en la mente y un mismu
sentimientc> en el COTazon, el uno caiga y el otro que-
de con vida' -i Oh Dios mio! --dijo mi madre-;¿ Y
como ha sucedido esta irreparable desgracia?
Al saber Olañeta la derrotada de su vanguar-
dia-responjió mi padre-marchó sobre la provincia
con el resto de sus tropas. Al llegar á Jujuy. destacó
de repente una fuerza dp, cuatrocientos hombres que,
al mando de Barbarur.llO, y en una marcha nocturna
por s~ndas estraviadas, vino á ocultarse en Caslaña-
re~o Aquella noche Gtiemes, Whit y yo campabamos
c~m una division al linde de los bosques del Chamical.
Eran las siete. Acababamos de recibir avisos vagos de
]a presencia de una fuerza enemiga en 1.1s cercanías,
'! j un tos los tres en la tienda, com binába mos 1111 plan
de ataque, los centinelas dieron el quien vive, y poco
despues se present.'¡ un mensajeru enviado por la her-
mana de Güemes, invitando á este para que fuera 8
verla, pues tenia que comunicarle noticias de la mas
alta importancia o
Güemes amaba tanto á su hermana, que asió con
dpresuramicn lo aquella ocasion dt~ acercarse ~l ella; y
montando inmedialamenlr á caballo~ segu.ido de veinte
hombres de su esculta, lomó á galope el camino de
Salla.
jAy! :por qué el coraWIl pel'manece á n~ces mu-
do, y cerrado al prensentimienlo? ~por qué el mio no· k'
me avisó, siquiera con un latido, la desgracia que("
me amenazaba, y yo m.e habria arrojado delante de mi
amigCj, y él hubiera tenido que pasar sobre mi cadaver,
ó la catástrofe falal no se cumpliera ........ .
Entretanto Güemes 1ll'g6 a Salta, y su hermana
yerta de sorpresa lo vi/' de repenté 'arr~jarse en sus
brazos.
¡Pues qne! -la dijll él--¿ no me has llamado ~
¡ Dios mi!)! ¡ nó '-respondió el1a-Y las palabras del
pérfido mensajero tuvieron enlonces su verdadera es-
plicacioH.
En ese momento un criado que se paseaba rn ]a
azotea vino corriendo á avisar que una numerosa fuer-
za enemiga ocupaba la calle y guardaba las esquina~
inmediatas, cercando enteramente lA' casa. Al oir la
hermana de Güemes este aviso, y viendo]a actiLud
audaz de su hermano, se echó llorando. á sus pies. y
le ro 6ó que hUJera escalando las murallas interiores
de la casa. Pero él sonrió con desden á esta proposicion
de la ternura fraternal.
¿y estos ?-dijo mostrando a los bravos que lo
acompañaban-ellos que jamás me abandonaron ¿q1,l6
WE~(lS y Rr.AI.IIIADI·>.

dirían SI yo los dejara en la hora del peligro?


y saltando sobre su veloz caballo negro-Vamos,
hijos, -les dijo-jllntos hemos viviflo, mllrflmos jun-
tos~

y aquellos valientes respolldierun COI! ulla aclallld-


cion u!!ilnime, lallz¡}ndos~\ 1m Pf,S de su jefe. <jW-' car-
gó dt~nodadamenle sobre 11118 de las columnas que le
t~erraball el pas l. ti 11 gl'Buizo de Qalas lo rechazó, ma-
lúnrlole t.oda Sil escolla. Solo .,'a v acosado en tndas di-
~

re~eiones por el fU(\go enemigu no se mostru menos grande


que (uundo estaba ú In cabeza de su cjt~rtito; y par·-
tiendo eomo el rayo, se (Irrojó con la espacia en la ma-
no sobre una mUl'alla de bayonetas que guardaba otro
ángulo de la calle, y la atravesó de part.e it parte, de-
jando un ancho y glorioso camino sembrado de cadú-
veres, y rrgaclo con su propia sangre. Si, porque Illln
de las mil balas que llestrllzaron sus w~lidos, su som-
brero, )' hasta lostiros rle su es-pada, hallta atravesado su
cuerpo.
Al amnnl'cel', púlido, (",ubiert{) Ile sangre, casi t'xa-
nime, With y yo Jo recibimos en nuestros brazos.
Los soldados, viéndolo llegar asi, precipitándose
f'll eonfuso tropel, lo rodearon dando gritos de dolor.

Pero él, haciendo un grande esfuerzo, se pusü en pi!'"


sonriendu con segurjelad y valentía; y Iranqlliliz~ndo­
los completamente, los alrjó retirándose il su tienda.
Amigos mios, nos dijo, cuanuo estuvimos so108-
traigo la muerte en mi seno; pero no es el1a lo que
tiUEm:s.

en est!:: Ulomenlo me aqueja, sino in idea de abando-


nar la vida, sin habel' cumplido la promesa de liber-
tad que hice á ]a patria. En vosotros confío: sois
mi espirilu y mi bl'azo, y lIenal'f~is ]0 sé la mision
que no me es dado cumplir en t:'ste mundo.
Despues de estas palabrus lo asaltó IIn desmayo
yue duró mutilas horas.
Elltretanto, Olañeta que babia avanzado basta las
inmediaciones de Salta, informado del fatal incidente,
mas no de su l~rrible verdad, y subyugado por el
heroismo inlludito dI' ese hombr~, il la vez que ilIl-
sioso (~ aprovechar la oC3sion de alejeH.' aquel rival
invencible del teiltro de su gloria, le envió un solem-
ne parlam~llto terWVHlldo todas las promesas hechils
an tes por La Serna.
Gih'mes mondó llamar ¡'l Whit.
-Coronel-le dijo-marehe Vd. inmediatamente
con 1;1 tlivisÍon sobre el cllemig;:- '1 volvitnduse hácia
los p31'lamentarios -H,.~ ah1 -les dijo -la respuf'Sta qu P
doy á vuestro jeneral. Id.
Cuando los parlamentarios I.uhieron salido, el
héroe tendió la mallo á Whit, c,..;n ulla mirada inefa-
ble de aLlios, despidiénuol0 en seguida; y deteniéndome
el mi con un admnan-Com[Jañero, me dijo-la hOl'a
suprema se aceren: siento que comienza 11 embargar mis
miembros un entorpecimiento precursor de la muerte
6 de esos largos parasism~s que la precetlen, y quiero
que me acompañeis hasta el umbral de la eteraidad.
280 -;UEi'ios \' JlF.ALIO.HIES.

Tengo, arlemas, que recomendaros la Patria, mis sol-


dados, mis hijos, mi C¡trmen! .... ¡Oh! ella vendrá
conmigo, por que no querrá habihtr sin mí la tierra;
y morirá de mi muerte, éomo ha vivido de mi "ida.
Pero mis gauchos, esos valientes soldados cuya adhesiou
por mí llega á la idolatría! esos niños, llartill .....
Luis .... Ignacio .....
Aqui su .voz sr apugó en un profundo letargu; y
poco despues no quedaba mas del héroe que un yertu
cadaver.
¡Oh! continuó mi padre, despues de un triste si-
lencio-¿quienes fueron los traidores que 10 ve~dieron
á los elH'migos de su patria?
. -No queramos saberlo-interrumpió mi madre-
la misericordia infinita los perdone. Nosotros incli-
némonos ante lOS decretos de Dios; y cuando nuestl'~
lábio no pueda decir: j gracias Dios miu! digamo~ al
mellos: j bendilil sea !II yoluntad!
-·Sí,-replicó mi padre-pIegue ú Dios, que prt~­
lliLe la y('nganzn, acallar la conviccion que 'eleva en
mi alma su lt'Jglibre clamor, prnnuneiando los nom-
bres de ....... .
Mi padrp 'prosiguiú; pero la hura (~n que yo escribo
estas líneas es una bora de cuncordia. OlviuPffios; y
digamos corno l'nlOnLe~ dijo mi madre: j llellllita sea la
voluntad de Dios!
A un movimiento que yo hice, mi padre callú y
quiso acercarse á mí; pero mi madre lo detuvu, :
Glll~MES. ~81

ambos hablarull aun largo tiempo en voz baja, S10


que yo pudiera ya oir mas que el nombre de.Cármen
pronunciado con frecuencia entre ellos. Despues, IIÍi
padre salió, y ó roeo oí los pasos de su (,aballo alejarse
á galope. .
Mi madr~ se levantó enlónces, y todas las veces
que desperté en el reslo de la noche, la oí pasearse
llorando en el cuürt.o.
Pero á la mañana siguient~) la lnconlréserena,
al lado de Cármen, sentadas ambas en nnn ventana
y hablando entre si tranquilamente! Y cuando co-
menzaba á creer un sueño la visita misteriosa de mi
padre y su fúnebre revelacion, oí ú la bella Cármen
decir fijando una mirada triste en el horizonte.
- ¡Cuantos dias sin saber nada de Martín! El, que
siempre me escribi" diariamente ¿ porqué calla. Dios
mio?
Pero luego, con ..sa viveza incomparable que le era
propia, batió las manos y dijo radiante de gnzo-¡Ah' ..
ya sé ... ¡ya Sl~! No ha escrito por que quiere sorpren-
derme él mismo. i Y no caía yo en ello ~ y he pasa-
do tantos dias dolorosos y largos como siglos! Anoche
lloraba desvelada, cuando entre las doce y la una oí
el galope de un caballo, y mi corazon palpitó de es-
peranza. ~ro luego conocí que no era el Nf'gro. Mar··
tin no hubiera venido en otro caballo. El ginete se
apeó cerca de la torre; y á ~ocú oí sus pasos en nI pa-
tio. ¿ Quien seria?
-Era mi padre-dije yo de pronto, ton psa an-
sia de dar noticia peculiar á los niños.
CfIrmen fijó una mirada suprema, indescribible
en el inmutado rostro de mi madre, exha16 un grito
que todavia reSUt'l1U en mi corazon, y cayó al suelo cual
si el rayo la h lluicra herido.
Al volver en sí, se halló en los hrazos de su pa-
drt~ que Lomba amdrgamente. Pero ('uando t!l noble
anciano temblaba pur los estr~mos ti (Ttle el dolor He-
yaria el su hija, la vimos alzarse pálida y serena cu-
mo los bienaventurados, y elevar al cielo sus hermo-
sos ojos con una. mirada de esperanza y de beati-
tud.
-Dios mio--esclal-.Ilú-¿ t.u ]0 has llamado tÍ él ú
tu seno? Plles á mi tambien me llamas. ¡Gracias, Señor!
Adios, misera vida~ tan llena de dolores, ~nmque t.an
corta. Yo no poc]ia vivir sin mi )[nrnn, y Dios me
llama cerca de ~I,
Y sin escuchar á su r'"1dre m 8 sus hermanos
que la rodeaban llorando, Cl;-lÓ su espléndida cabelle-
ra, cubri6se con un largo velo negro, postrose en tier-
ra en el sitio mas oscuro de su habitacíon, y allí per-
llHlneció Iwsla su muerte, inmóvil, muda, insensible
al llanlo i nconsolab)e de su anciano padre. ~l las C3-
ricias de SI1S hermanos· ,!le )[1 idolatraban .• lo~ ruegos
de sus amigos y á los homenajes del mundo; alzando
~olo de vrz (~I.l cuando su luctuoso yeIo para besar ú
sus· hijo~: cual una sornhra que aportando las nieblas
de la eternidau, volviera un mornento á la tierrtl, atrai-
da por el amor maternal.
Un dia llamó á su padre, y echándose en sus bra-
zos, lo besó y acarició con la dulce cfusion de otro
tiempo. El anciano miró á su hija lleno de gozo y de
espertinza; pero ¡ayl sus ojos vieron radial.' en aquel
helIo rostro una luz que no era de este mundo; y el
degraciado padre sintió que su cornzon desgarrado
murmuraba un deprof'undis.
Poco despues, la het"mosa Cármen Puch yacía re·-
costada en su lecho morluorio. Vestida de blanco co-
mo una mártir y tan blanca y trasparenle como el su-
dario que ]a envolvia, no lHrecia ya una mujer sino
un úngel dormido, y sonriendo al arrullo de los can-
tares del cielo. Su deseo se hahia cumplido: habia
ido ú reunirse con su esposo.
y dos aúos pasaron. El luto habia desaparecido
del ullifDrme de mi padre, pero no de su eorazon, donde
vivia siempre, como una antorcha cilieraria la imájen
del héroe que yacía bajo los bosques del Chamical.
La guerra languideció por entonces en nuestro pais;
pues las fuerzas realistas, coneen!rúndose para reforzar
el ejército que pereció en Ayacucho, se Ltabian retirado
al interior del Perú,
~Ii padre, que entonces era Capitan jeneral de la
provincia, aprovechó esta tregua para cumplir un de-
ber caro á su alma.
Hizo con un mes de' anlicipacion una solemne
•i8í
SUE~O~ ( HEALIUAUE~.

cÚllvucatol'ia á todos los amigos de Güemes para que


vinieran á rendirle los últimos honores. Preparose todo
para la lúgubre ceremonia; y el dia prefija10, mi
padre, seguido de todos los umpleados y de los mi-
Jitares que se hallaban en la ciudad, monto á caballo, y
salió de la casa de Gobierno.
En la calle y en todo el tránsito lo esperaba una
inmensa multitud que lo siguió en silencio las cinco
leguas que median enlre la ciudad y el Chamical. Lle-
gados al fúnebre sitio, mi padre apartando la señal que
su mano habia colocado sobre )a tumba del héroe, cojió
la azada y levantó ~I mismo la tierra que cu bria sus
sagrados restos, que abrazó el primero y que despues
rodeó la multitud de rodillas, y elevando al cielo un
inmellSO jemido.
Todavia recuerdo el magnífico espec táculo de aquel
cortejo fúnebre que vi atravesar 1as calles de Salta,
conducido por mi padre y pur 'Vhit, que \'estidos de
luto, y la cabeza descubierl:1. llevaban ellll una mano
las cintas del atand, y con ].1 olra á dos niños, Martín
y Luis Gl.iemes, que acompaúaban llorando el féretro
de su padre. Detrás yenian dos bellos cO:'celes en arneses
de duelo. Veíanse al uno de ellos, volver tristemente ]a
cdbeza como si buscara á alguien. Era aquel negro,
testign de tantas glorias y cumpañel"O del h{'roe hasta

la muerte.
Despues del fúnebre gl'llpO, venia ona inmeusa mu-
chedumbre, ¡:,ueh1os enteros, que de largas distancias
GUEMES. 2R~i

babian vf'nido para tributar al grande hombre sus ofren-


das de lágrimas y plegnrias.
La ciudad guardabn un profundo y doloroso silen-
cio, interrumpido solo por el clamor de las campanas, ]lI~
preces de los sacerdotes, y los sollozos de ]a multitud.
La fúnebre procesion pasó ante mis ojos como una
vision mÍsti('R, perdiéndose en el pórtico y las profundui
naves de]d Catedral, donde sepultaron las reliquias del
héroe al pié del tabernáculo.
~Ii padre salió del templo llevando en su pecho la
llave de aquel alaud que encerraba 10 único que le
restaba de su amigo.
A la puerta lo esperaba ·un grupo de solda.dos
pertenecientes á las guarniciones de Humahullca y Rio
del Val1e.-Señor- dijo uno de ellos, ad3lantándose C[I-
bizbajo-hem03 deserlado para venir á ver otra vez IÍ
nuestro jenerul, para acompañarle hasta Sil última se-
pultura, y llevarnos esta:; relifluias suyas.
A estas palabras, cada uno sacó de su Sf'no un
riz:1 de los negros cabellos de GÜemes.
Mi padre contempló enternecido á esos hombres
leales y les dijo, enjugando furtivamente una lágrima:
Id en paz amigos mios, y referid ti v!!estros cümp<l-
ñeros 10 que habeis visto, y como llora la patria á sus
héreos.
Desde ese dia, muchos años han tendido SIIS luctuo-
sas horas sobre nuestra belli\ patria; torrentes desangre
la han tañado, arrastrando el! montones de cadáveres la
~UlÑ()S \ HEA'LIDAUf.S.

generacion de ent.ollces con sus creencias y sus tradicio-


nes; pero el nombre de Güemes, ha quedado inmortaL
su recuerdo es un apoteosis, yen el silencio de las no-
ches se oye sicm pre resonar llllestros bosques con la voz
de los bardos campestres, que cantan en su sencillo y
poético lenguaje:
~ Dónde estás, astro del Cielo'
¿ Qui(~n tu carrera corló 1
Largas y sentidas trovas, que deifican y perpetuarán
de jeneracion en jeneracion la gloria y las virtudes de
aquel héroe, hunra de nuestra patria-
¡¡Grandes de la tierra, que osais llamaros tales, por
que 03 habeis hecho una púrpura con la sangre de vues-
tros pueLlos, un tr::mo de sus osamentas; miserables fal-
sificadores de la gluria, á quienes la posteridad en el dia
de la j usli.;ia marcará con el hierro candente de la infa-
mia' ved aquÍ la vel'dadera gmndeza: un hombre cuya
tumba está en los corazones de una nacion entera, y
cuya memoria es UJl culto.
Lima 18áe.
GENERAL VIDAL.

Este denodado soldado de la independencia ha es-


trechado ya entre sus brazos á los g~nerales que le
enseñaron PoI' camino de la gloria. La huesa en que
descansa estil al ras de la tierra; p2ro su nombre se
alza al Cielo donde todos los que cunsagran su vida á
las causas justas encuentran el galardon, que acá en la
tierra le disputa la envidia. •
Por fortuna para el bravo general, el dia de sus
funerales es el de su apoteosis; una alma inspirada,
capaz de comprender todo 10 que es brlJo y generoso,
ha trazado su biografia, tomando de la gran epopeya de
la independencia el sentimiento, y de su ricn imajilla-
cion el colorido.
Delante del cadáver dejaremos correr las lágrimas,
pero por amor á su memoria calJaremos para que ha-
ble el jl'nio
Oidlel (1 )

1 IJalabra~ dp El CUlllucio, diari'o de Lima, dOlida fillleció el hérlle d.


file e~crít..).
19
EL GENERAL VIJ)AL.

Apuntes para su biografia.

Quien recürre los fastos de la grandiosa epopeya de


nue~lra independencia, encuentra frecucnterr.cnte, r en
contraposicion á nombres execrados, nombres gloriosos
que brillan como fulgidos lampus en· el lejano hori-
zan te de la historia.
Despups, á medrda que á la iliada sucede la odi-
sea, y á las sublimes pro~~s de la guerra sllgrada, las
fechorías de la guerra fratricida, los ilustres nombres
desaparecen del terreno prominente, y en vano se les
buscaria en primer término sobr.; esos oprobiosos cua-
dros s1n6 como vivas prütestüs cada vez que una mano
li.herticida se alza contra las instituciones de la patria
qlle ellos fundaron.
La mirada lo~ busca con devoto anhelo en las do-
radas filas de nuetros ejércitos; poro ¡ah! cuán pocos se
encuentran alli! De los mas solo queda una inscrip-
cion sobre pI mormol de un sf'pulcro. Los otros, objetos
de envidia, de animadversion y dt-' pérpetuo- recelo
GF.NErlAt VIDAL. 291

pum la generacion ingrata que libertaron, viven como


las ilguilas, alejados y solitarios. Sencillos en su
grandeza, agenos á los mezquinos manejos de la ambi-
eion, habitan los campos, y riegan con sudor la tierra
que ant?s rf'garon con sangre.
No los busfJueis en los palacios de los ricos, ni
en las antesalas del poder; buscadlos en los dias de
alarma, cuando la patria está en peligro, y los vereis
mnpuüando el sable de ~taypú, de Pichincha y de luniR,
t~l cabello ('Ilcaneciuo, pero el alma llena de marcial
ardor, acudir allá llonde los llaman el honor y el
deher.
Enlre CStl Hable falanje, reliquia de una época de
gralldeza, hay un hombre cUyü hoja dl~ servicius es por
si sula un poema,-poernn palpitante de interés, scm-
hrado de incidentes variadus y de heróicos hechos. Allí
~c halla en lada su magnífica plenilud ·la villa del sol-
uilJo,-ora sobre las ondas del oct'>ano, al Asalto de
Ullil nave, con el puñal en los dienles y enarholarla el

hacha del abordaje; ora escalando los muros de IIna


fortaleza; ora a caballo, cdrgando lanza ell ristre, al
frento de una eolumna, Ó ya oculto en una floresta flan-
C)uear.do al enemigo con un nutrido fuego. Al leerla.
toda alma americana se sentirá arrebatada de entu-
síasmo; y la hija del antiguo gu~rril1ero que vengó la
tregua rola en Guaqui con la terrible emboscada de
lRS Piedras, aspirando con delicia el humo de la pólvora

Iw~zdtwdl) al perfume de gloria que esas pajil1t\s exha-


292 "n.:~os \ nE.\LlLIADLS.

lan, todavía se propuso eslraer de ellas nlgllnos rasgos


prominentes, en tanto que llegue pI diH. en que la plu-
ma del biógrafo consigne en el libro de la historia los
hechos de nuestros ilustres próceres.

Un día. en 1818, un manceho imberbe, casí un


niño, arrancándose á los brazos de los suyos, nI mimo
materno, abandonaba las playas del Perú.
El heroismo bullia en su alma, é iba á alistarse
en las filas de los libres, bajo el lábaro azul que traia
San Marlin del otro lado de los Andes.
Poco despues, en la bahia de Valparaiso, el Almi-
rante Cochrane, proximo á partir con su escuadra para
la primera espedicjon al Perú, recibia á su bordo al
alferez Vidal: no sin sonreir al aire de intrepidez que
respiraba en ltis facciones de aq llel niño.
Prro muy luego aquella sonrisa debió trocarse en
adrniracion, cuando en el curso de esas campañas que
sembraron de gloria las aguas y las costas del Pacífico,
el Almirante vió siempre que el jóven Vidal era el
primero que acometía el peligro, y su nombre el que
sonaba mas aIlo entre las aclamaciones del triunfo.
Llegada la escuadra á las costas del Perú, el jó-
ven alférez, que, como hijo de aquel litoral lo conocía
palmo á palmo, se hizo el mensajero y el portador de'
todas las com u nicaciones entre f,ochrane y los patrio·.
taso
GEi'íEll \L ,0IDU.

ne~pues tll~ un brillante eslt't~no en lus pl'lme-


rus combates que lrabó la cscuadm cün los buques
~~pañoles surtos en In raJa Jd Callau, Vidal, com-
prometido con lord Cochrane á traer y llevar de ¡j.
mH en trt>inlu horas Ulla comunicaciun importante,
desembarcó acompañado de algunos homores, entre
una roca cerca de SUpe. Ocultó allí su gente; des-
lizóse como una sombra entre la guarnicion españo-
la que bordaba la costa; corrió á IIna hacienda in-
mediala perteneciente á un amigo de su familia; pi-
diólc un cabal kl cuya velocidad le era eonocida, sal-
11') subre él y desapaorcció.
Treinta horlls despücs, desem peüada su comisiun
y dl~ yuel ta en tre los peñascos d.)lH]e lo espcrabaIl los
suyos, en vez de embarcarse, mandó sulo loS comu-
nicaciones á lurd Cochrane, escribiéndole algunas
palabras con lapiz sobre la cubierta del pliego. La
repuesla del Almiranle fu,:' enviarle I:n destacamell-
to de cuaren la homhres.
Vidal condujo aquella fuerza ú la "cra uc un ca-
mino, y la apostó entre las sinuosidiltles d~ una hon-
donada.
De allí á poco un convuy de dinerú que el virey
mandaba pmbart:.ar en Gu.aml.mcho cruzaba el camino
custodiado por una fuerle esc1)lla.
Vidal se arrojó sobre ella, la deshizo y apodem-
tlo del lesoro 10 llevó á bordo de la A.lmirante.
Luego, Cocllranc, d/lúdose :1 la vela hácia ilque-
~!H

Hu caleta, envió tí Vidal de registro á bordo de un


bergantín fran(,~s, de donde estrajo 60 mil pesos y
muchas municiones de guerra, uno y otro pertene-
cientes á. los españoles.
Como se Vt~ la aventurusa escursiun del jóven a1fe-
.'ez III trav(~s de tantos peligros, habin sido fecunda en re-
sultados.
En esos días, de vuelta á Supe, batiéndose en tier-
ra á las ordenes de Mil1er con una fuerza realista que fué
deshecha, arrebató el estandarte esrañol de las manQs de
un colosal abanderado; anudó en la lanza su faja azul,
divisa d(~ los libres, y continuó el c.ombnte cantando una
"
cancion ue triunfo, eoil la alegria del niño y la serentond
df!} héroe.
La lJUlliciosa valenlía de aquel rapul.uel impusu de
ll ,

tal modo al enemigo, que el eomanuante Camba, lIegiHl .


uocon una fuel'ld considerable en ausilio de los suvos;
"
no se atrevió ú atacar Ú los pall'iolas, y los dejó alej.arse
lleyálldose con un holÍn valioso, la bandera esprlñoln 'j
el honor del cnm ba te. ¿Qu;~ es el poder de la fuerza ma-
terial a,lle el pouer sublime uel espíritu?
Así, viendo siempre aquella figura de Ilirio, ya ti
bordo, ya en tierra, ~lgitarse en ]0 mas ruJo de las refrie-
gas, los españules que llamaban ú. Cuchrane el diablo.-
ape11iJáronlo á él el diablillo. Y con este nombre apren-
dieron á estimarlo; porque el diablillo, bravo COffi" un
paladín, era humano y generoso en el triunfo.
En Ja toma dr. Písco, cllando los patriotas avanza·
tiENEII \\. YID.\.L.

han entre un morlifel'o fueglJ, Vidul viendo caer á su ge-


rt! mort.allllPnlt~ herido, lo levantó en sus brazos y siguió
el combate Ctlll im perturbable sereniJad.
Poco despues, en las i1guas de la Puna, cuando Co-
chrane yendo en busca de una vela enemiga, S8 halló al
frente de otras dos y las alacó, el pequeño alférez impa-
cientado con la dilucion, fiel á su costumbre é infringien-
do la severu disciplina marHima, se puso á cantar en to·
dos lus lonos de la rscala cromática:- ¡Abordaje! ¡ahor-
daje! ¡abordajel--siendo el primero que á la voz del al-
mirante, echó el garfio y salló ül puente de la Aguila.
En seguida á esta cilptura, encontrándose la escua-
dru exhauslu de "Íreres, oruenó el almiranle al capilan
del taularo fllese á tomarlos en na iuo, pueblo situado ttn-
tre bosques sobre 'Jlla de las bocas del Guayás, y ocupado
por una fuerza de quinientos reillistas, que atrincherados
en fuer le,,; para peto~, rech azaron á lo guarnicion del
Lauta1'O.
PITO al mismo tiempo que este marchó sobre Balao.
Vidal, al mando de cincuellta hombrps, desembarcaba en
las raices de un mallglal', á diez cüadras de aquel punto.
Por lo hajo del bosque se estendia una ('ed de enma-
rañados matorrales, de lianas y troncos derribados, que
emuarazando la marcha, la hacian impusible. Pero Vi-
dalno se detuvo ni vaciló ante aquel obstáculo. Formó
su gente, le orueno seguir su ejemplo. y dando la voz de
adelante !-asióse tÍ las ramas de un mangle, y escaló el
hos lU\:! eomo hubiera escalado una muralla, desapa-
reciendo cún Sd tropa entre las copas de los árboles.
Los realistas, coufiados en su escelcnle posicion y
ufanos con el buen éxito de su resistencia, estaban lejos
de sospechar la proximidad dd aéreo enemigo, que ca-
yendo de repente de lo alto del tupido ramaje, se arrojó
sobre ellos y los dispersó.
La escuadra pudo entonces proveerse de ,·íveres fres·
cos para emprelll!er su espediciulI á Valdivid.
Un dia, 3 de febrero, Cochrune con ulIa fraccion de
su escuadra, llegnba á las costas de Valdivia y enlraba en
un canal (~rizad(l Je fuertes.
Anochecía. El mur estaba borrüscoso y el fuerte
inglés lanzaba torbellinos de metralla sobre tres esquifes
que desafiando sus fuegos y los de doscientos cazadores
espaúoles CJue gunrnecian la playa, avanzaban intrépi-
dos entre eltuIDulto de las olas que amen8Zl1ban pstrellar-
los contra las rocas.
Del primero q lit' loca la arena saltan cuarenta hom-
bres que se arrojan á la hayoneta sobre los realistas. qlle
huyen despavoridos. SígueHlos; los aCllchi11an. acabon
ue dispersarlos, y avanzan húcia el fll(lrte pUl' una sünda
rscarpada.
Miller que· manda aquel plIiiaJo Je ,'alielltes, tit'-
np, necesidad de quedarse á esperar el despmlnrqu\' del
res tu de la tropa. Reemplllzalo 1I!1 jó\'en oficial listo y
turbulento, que saltando ue peñascu en peñasco. se ude-
Janta sonriendo.
-¡Tambor!-gritó-paso de ataqlll~1 - Y viendo ni
(H'::'oIER.\1. "ID,U.

volve.·se, que la coja habia sido llevada por IIna bala :-


-- ¡No imporla!-añadió. Y tarareando el poso de car-
ga, llegó bajo los 'fuegos dd enemigo; arrojó su gorra
iJ. Jo a.Ito del fllerl'~' enviándole una amenaza en esas pa-
labras de hrroica puerilidad que despues pilsaroll Ú
proverbio.-A donde mi gorra ,.aya, allin)y yo, y desapa-
reció con su gente enlre las sombras de In noche, al mis-
011) tiempo que el Al miranlc llegnha allí con el gl', ('so dI'
sus fuerws y recibía, devolviéndolo, 1111 graniz) de fuego.
De repen te oyóse 3 espaldas del fuerle ]a detona-
don de Hila descarga seguidil de tumultuosas aclamaeio-
nes. Las puertas del fuerte se ahrieron con violencin,
y su guarmcum se precipil() afuera, hnyrndo espan-
lada húcÍa los otros fuertes.
F.ril q He el jóven oficial lwbüI· cum plidu su pro-
mesa: para reunirse á su gorra habia f'scala(lo el fuer-
tr, sorprendido á Jos espafIOles, pu¡';sloIes en derrota,
y nhora los persigue {Icuchillándolos de fuertn en
fuerte, segundado ya por sus compañerl)s.
Asi, al cabo de algunas horas, los patriolas se
habian hecho dueños de toda aquella línea de fortifi-
caCIOnes.
Co<:hrane abrazó al jóven.- «niablillo de las
costas del Perll, lé dijo riendo para ocultar su emo-
cion, ci.mtorcito de las refriegas, hl"roe de ]~s marchas
aéreas sobre los manglares del Guayas,-¿cómo has
hecho para escalar este Íl~expugnable fuerte? El jó-
yen sonrió con modesti"J, aunque bien pudiera l'espon-
C:.\lE~OS 1 1ir..\LlI).\DE~.

dl~r rOnw en la lerenda del fundador de Alba - Trepa-


rno.~ corno gatos; JleltJamo.~ t~omo ternes .....
EII nuestro tiempo esa hazafla húhria puesto la plu-
ma 111(\11('3 en la caheza del jóven y un millon á sus
piés. Pero tuvo una rt'compensa mas digna de él.
Desde ese Cliil, el fuerte qlle tomó con tnnto denuedo,
se llamó Fuerte de Vida/o
Despucs drl asalto ue Cliíloé dunde hizo prodigius
dp. valor, incorporado dI pj{~rcito de los Andes, Vida]
fué presentado á San Martill, que entusiasta de sus
nazaiias babia pedido su ingr'eso entre las hUf~stes que
mandaba.
Héroe en toda la sublime ac.epcion de esta pala-
bra, nadie supo apreciar mejor á aquellos que S~ le
parecian. Su miNlda tic úguila se fijó con curiosa
admiracion en el s(:\mblante del jóren oficial: eslreché-
le la mano en' silendo con la confraternidad inslan-
tánea que s·~ eslablece entre valiente3, y llevánl,h,lo
aparte 'habló largo tiempo con el á solas.
POI' resultado de esta cUilferencin, lidal con otros

tres com pañeros se embarcaba al dja siguiente, y hacia


vda para las costas del Perú.
Su misiori era preparar con los patriutas el de-
sembarque de la espedicion libertadora; y it este efecto
traía comunicaciones importantes, y proclamas que
debian rspnrcir en lodo el litural.
A la altura de Hi¡armey, la balandra que los con-
ducia descllbrió una linca de agua que pocas horllS
Jespues la echó á . pique. Los pasajerus escaparon en
una balsa; pero el mareslaba grueso y la volcó á tres
millas de la costa.
Vidal, que previó la catástrufe no quiso esperarlé\;
y cargando consigo las cajas selladas que contenian la
correspondencia de San Martin, se arrojó al agua y nadó
hácia Ja costa.
Grande era la dislancitl; pero el que sabia manteo
nerse con igual seguridad sobre la cresta de una ola que
en el lomo de un caballo, despues de cuatro horas de lu-
cha con las terribles rompientes de la costa, tocó al fin la
arena; desnudo y fatigado, pero tfllyendo siempre el de-
pósito qlW se le habia confiado.
liallúbase en una playa dr.sierta, bajo un sol de fue-
go, sin aguil ni reclJ\'so alguno. Sin eml}(lrgu, Vidal no
se desanima. Entierra las comunicaciones al pié de un
ceno, señala el sitio, y s~ marcha ticrrll adentro. En-
cuentra una cuadrilla de han lidos que lo rodran, lo üu-
sllian y It~ preguntan quien ('s. Oáse por un marinero
escapado del naufrajio. Interesa Hl capitan que le pru·
pone enrolarse en su handa.
La perspicaz imajinacion de Vidal vió en esla
idea un mundo de recursos para el desempeño de su
comISlOn. Aceptó pues, pero á condicion de que se
le uejaran hacér sus fscursiones solo y sin tomarle
cuenta del modo ni del tiemíJo que empleara en eje-
cutarlas.
Oifkil era aquello; pero el mismo sentimicJllo
:lOO SUE~OS Y IIF.\l,IDADES.

que habia inspimdo á San ~Ial'lin I.a vista del jú\'en.


se hizo tarnhi:'1l lugar en el alma ud bandidu. JU~l'
Cerrano consintió en todo. Llevúronlo á su guarid<l; ti·
üeron su rostro con el jugo <.le u 1\ arbusto; cnláronle co-
nlO peluca la l-anuda piel del craneo <le un negro; yis-
tiéronl(j de jerga, hiciéroulo en fin, á su imájen y srme-
janza, y el hC'roe ue Valdi \ ia comenzó la mas estraña de
toUtlS sus cam pañas.
A pocas leguas de Guarmey, una rica hacendada
tia de Vidal, tenia su residencia ~'n una de sus posesio-
nes.
rna noche, hallándose sola en su ci.arlo, la buena
seúora viu entrar un negru lilal entrazado, que echando
el cerrojo á la puerta, vino háeía ella y la estrechó en
sus brazos. Llena de miedo iba tÍ gritar pidiendo allsi -
lio. El negro la llamó por su nombre, y la uamv recono-
ci!', á SIl sobrino, q¡¡e le csplicó los motivos que lo obli-
gaban á vest.ir aquel disfraz. La seüora, que· como toJa
la familia ue Vidal, era patriota 1lUsia el fondo del almrt,
enlrú gozosa en louos los plan! 's de su sobrino.
Desde ese ¡lía, y durante dos mesrs, \'idal hizo rre-
tuen l~s. visi las al Cf'rro de Tamborcl'as. Desenterraua
romunicaciúnes, les ponia fechas segun las inslt'uccionrs
dp San Marlín, lraíalas t\ Lima &t. otros puntos, y volvía
ú caSd dt' su lia, dlllllle esla le Ilennba los bolsillo51 tIe
oro, que .:'1 llevaba tÍ José Cerrano cnmo fruto de sus
currerÍas.
Así, rO}¡úlluuse a sí mismo, PUt's (~ra heredero de su
GE:"iEIUI. nD.\L. 301

ti\l, logró proporcionarse un asilo seguro, y los medios


de desempeñar su comision aun mas allá de las espernn-
zas de aquel que lo habia enviado. .
Todo esto no pudo hacerse sin que los realistas
sospecharan, en las rá.fugas dr rcbelion que sopla-
ban en torno suyo, la presencia de un poderoso ajen-
te. Diéronse órdenes severas, y pusieron subido pre-
elO á su aprehension. Pero el ser misterioso que
buscaban se deslizaba de entre sus manos siempre
invisible.
Un dia los ladrones no vieron volver mas al a't-
tivo coluborador de las auríferas presas. Creyéronlo
muerto y hu!Jo duelo en el aduar. Era que cum-
plidas las instrucciones que habia recibido, reunidos
de concierto con los patriotas todos los elementos nece-
sarios al arribo y desembarque del ejército de San Mar-
tin, preparado todo para la libertad de su patria, y sa-
biendo que la espedicion libertadora se hallaha ya en
Ancon, Vidal habia concebido y puesto en ejeeucion una
empresa atrevititl, verdaderamente digna de él.
Hallábase en Supe reuniendo cltballada un escua-
dron de dragones de 180 plazas. Habia ya completado
el número y se disponía ú marchar II HlHllJra para reu-
nirse allí al batallon Burgos. \"ida\ tomó consigo diez
jóvenes, amigos suyos de infancia, valientes como él, y
como él resueltos, y dióse á vagar en torno al cuartel.
Era este una casa de ~\1tos paredones dividida en
dos patios. En el primero, habiende ya tocéldo el 00-
:-WEI\OS V lU<: \Lll)\D~";'

lasilla, estuban los ci1ballos listos; en el se~undo, los


soldados tomaban Sll rancho al rededor de la ga-
mella.
Vidal apro\'cl:ha este mumento: arrújase sobre
el centinela y ]0 desarma. En seguida corre á cer-
rar]a puerla que conduce al se~undo patio, dejando
á los dragones desarmados y en completa incomuni-
caClOn. Sorprendidos y creyéndose atacados por una
numerosa fuerza, se rinden, entregando á su jefe y
I)ficia]es.
Vidal apoderado de ellos y de la cabal1ada que lle-
vaban consigo, march1 á reunirse con San Martin que
habia desembarcado en Huacho.
De3ue entonces la existencia de Yidal fué una série
de combates y de triunfos. NUllca]a causa americtlna
debió tanto al brazo de un hombre sello. La imajina-
cion se fatiga sigLliendo su huella rn esa campaña de seis
años, palenque cerrado en que no pasó un dia sin pelear
y vencer. lmpetuoso hasla]a temeridad, centuplicán-
dose en todos los sitios donde habia peligros que desa-
fiar, siempre a caballo, empuüada la lanza ó la espada,
se le vé, ora ar"rojarse con unos pocus soldados sobre un
balallon vencedor, poniéndolo en vergonzosa fuga, ~omo
en Huampani; Ol'U flanqueando al ejército enemigo
apresarle ~u retaguardia como en la retirada de La-
Serna; ora entrando casi solo en Lima ocupada por
numerosas fl1f~rzas realistas, sorprender sus centinelas
303 GEi\En,\L nDAL.

y arrebatar sus patrullas, dejando en pus de si sall-


gricll tus señales de su pasu. .
~o hay Iln solo palmG dt~ llueslrl) tet'ritorio, des-
de Tumbes hasta el otro ladu d~ los Andes, 'jue no sea.
testigo de alguna de sus hazaüas: uno solo cuyos ecos
no repitan su nombre.
San Martin le habia dicho al hacerlo ca pitan:-
(Cr.marada, usted es el primer soldado del Perú~) - Vidal
fié ma~ allá-fue el primero de sus campeone:s. Si!
porque habiendo combatido como nadie para cimen-
tar su libertad, como nadie tambien se consagró á
defendel' sus instituciones. Centiuela avanzada del ór-
den y de'las leyes, jamás transigió con los que osa-
ron amenazarlos.
Llegados los días luctuusos de lu illVU~ioll Boli-
viana' cuando el {Hl.~iliar s:~ convirtió eu conquistador
y que el sagl'ado pabellon bicol(lr fué cruzado con
una bastllCda barra; mientras aquellos que provocaron
lacutástrofe buscaban en el eslranjcro los honores del
ostracismo en una cobard' de.jt~rciotl. abandonando á
la patria moribullda, Vidal s\~ flu~dú en Sil seno, es-
piando lleno dI:! fé el }ll'imt>l' fdyU de la aurora de "{ti 11-
gay para ~i\lvarli.1. Y ell las terribles peripecias de la
• guerra civil, dolltle SLlcLlllIuieron el hOIlOL' y la con-
ciencia de todos, d, sofocando muchas vec~s las afec-
ciones del coruzon, desde la Garita de Moche hasta 10"
campos de la Palma, consílgr,ú SIempre su br~zo y su es-
pada al gobi~rnu con~litucional; ~ín 'lile plldil'l"un fal-
30\ SlIEÑO~ y IlE\L1D.\UES.

~ear su severa integridad las simpatias del alma ni las


seducciones de la fortuna.
I Dichosos los que pueden retemplar su patriotismo
y sublimar su numbre f'1l el cr:isol de una guerrá nacio-
nal I Dichosos todos lus 'lue hallarun la senda del de-
ber en el terreIlO de la gloria .

••••••
A LOS LECTORES~

Amigos y admiradores de doila Juana Manuela Gor-


riti, no pretendemos hacer la crHica de las Tlo\'das yar-
tículos literarios que componen sus obras completas: nÓ
encontraríamos sinu luz, no alcanzariamos á oistinguir
las sombras yen vez de crítica habriamos hecho un pá-
lido elogio.
Por esto creemos servir mejor ú la gloria oe la emi-
nente y tiernÍsima escritora, reprodueiendo todo Joque
la prensa periódica hd dicho sobre sus escritos ó con refe-
rencia á su persona: el juicio de los periódicos argentinos
formará el pedestal del monumento que la presente edi-
cion levanta á la celebridad de esla compatr.iota .
. Donde quiera que lleguen estos libros desde que haya
sensibilidad en el lector, algunas ]¡'¡grimas derramará
como debido tributo al talento desgraciado, cuando rn las
gratas horas de solaz abra' estas pájiaas pura aspirar á
raudales los suaves perfumeS' de las auras americanas.
Corózon de mujur sacudido rudamente por la desventura.
20
306 SUE~O~ ,. RE:\LWADES.

ha dejado estampada la huella profunda del dolor en Lo-


das sus obras, y su lectura es conmovedora y melancó-
lica.
Faltaríamos empero á nuestro deber de leales ami-
gos de la señora de Gorriti, al terminar la tarea que nos
impusimos de dirijir ~sta edicion, sino tributásemos
nuestro agrad.ecimiento al bello sexo que lan noble y ge-
nerosamente ha eontrihuido á honrar á la compatriota
ausente. La notable lista de suscripcion que publicamos
compuesta de las mas distinguidas matronas y señoritas
de esta capital, es el mas elocuente testimonio del interés
que han tomado pura honrar el mérito, y una prueba
de la nobleza y la bondad de la mujer argentina: apenas
iniciarnos el pensamiento de reunir y pllblicar todas las
obras de la señora de Gorriti, poniendu la edicion bnjo el
amparo drl bello sexo, cuando el éxito mas cumplido co-
ronó nuestros esfuerzos. La edicion es costeada por las ar-
gentinas, á ellas pertenece el bono)" de haber perpetuado
el nombre de la ilustre escritora, contribuyendo á hacer
inolvidable su memoria en los anales literarios de la Re-
pública ~rgentina.
En nombre tambien de nuestra distinguida amiga.
damos las gracias á la~ señoras qye tan benévolament.e se
han suscripto. y asi lo hacemos en virtud de su especial
recomendacion.

Noviembre de 1865.

VU.:.ENTE G. QUESADA.
LA PRBISA lRORNTINA y LA SEÑORl DI QORRITI.

(Jai~io sobre Inl obras y Dotidas u~nntlll á su penona.)

1.

LEJOS DEL HOGA H.


A la señora doña Juana MaDlsela Gorriti.

l.'

Desde la orilla del rio filIe los In:1 íos. lIa!lla ron {~n Sil poe·
tico lenguaje parienf,e riel mar-Parana,-sin duda p.r Sll mag-
nificencia y el c.audal de sus aguas correntos~s que se jirijen
al Oce:!no, he visto muchas veces descender el sol iluminan-
do con SllS últimos rayos las nubes que le acompañaban en Sll
adios, dejando al ocultarse la luz tan dulcemente melancólica
del crepúsculo de nuestro pais: de esa hnra de inefahle J bere-
na hermosura, precursora deJas noches argentinas. tranqui1as
y despejadas. ~Las habeis olvidado? ¿o~ ocordais señora. de
e~a luz crepusrular, alumbrada por la cual ,Jugadal!! ~jn duda
su EÑOS \' 1\ E Al. llJAllE ,.; .

~iendo niña, cuando habitabais en vuestro hogar'! Dicen que


allá 'en vuestra provincia natal son bellísimas las tarde:;.
perfumadas las auras, celesfe el cielo, transparente la atmós-
fera ¡los niüos amlln tanto aquellas escenas! Y los que tienen
vuestra alma, vuestro talento, vuestra intelijellcia, deben
haber amat]o aun mas en sus juguetes infantiles los bellos
espectáculos de 13 naturaleza. ¿Los ha beis olvidado? Vuestro:,
libros responden por yo:;; los recordaís aun puesto que los
describís hermoseándolos.
. C~afi(10 escuchei~ el murmullo del Rimac, Guando COH-
ttrrAflleis el ocaso del sol, c~ando Ja~ brisas' rosen vuestra
frente inspirada, señora, pen5ad qu~ ru~ á orilla de uno de
los rios ele vuestro pais donde un compatriota vuestro leyó
por priméra vez ~uestras obras.
Era la tarde. el s'Ol descendia rodeado de nubes que en
eslrañas y fantásticas -Hguras se agrupaban, separándose al
soplo de las auras para dejar lucir sus últimos y dorados rayos
~~n su ocaso. ErJ una despedida amorosa de las nubes de su
;¡mantc í>1 sol, que les. enriaba cariflOso su moribunda luz.
Contemplaba eslasiádo aquel magnifico espectáculo: el Paraná
eorria ffillrmllrallllo entre los árboles de las islas, lamiendo
el pie de las barranea~. yen el horizonte la silueta azul de los
montes empezab:\ ;'\ ('nvo\Yer~e en la húmeda atmósfera de'las
agitas al caer el di3 .-¿Q(~ clontle venian tan lijeras e5as aguas
que tan rápidamente pa~aban para confundirse en el seno
in!llsnso tle su pariente el mar? ¡Cnantas miradas se ha-
brian detenido ~obre esa superfirie suavemente ondulada y
corrento~:t, qlle anda. ::Inda y no cesa en su cnr:;o sino mez-
c,hindoSé ron las embrayecitl:ls olas del Oce~H1o'?
~éñora. vo tenia ea las manos un libro. su títnlo decía:
RcC'tte1yJos de 'la infancirt. era una hoja del albnm de un
peregrino. Es~ libro pintaba !:Dn eoloridos t3n maestros los
cuadros como naturales eran b::; sombras y brillante la luz;
lwhh tanta ternura en ¡'sal: p;'ljinaS!f 1m 110 SI; (Jlle tan pro-
lUCIO DE LA PRF.i'iS.\. 3G9

fundo ,le lri"'leza, qne volvÍ prcoI~llpaL1o con la lectura de quel


libro y h I'ontempbcion de aquella tarde.
L:1 antora de rso libro I'i'ais ,os, seflora. L"s agnus que
jugueteando corrian prLsurosas me reconlnron las escenas de
la niñez que corren tan veloces para coniundirse despues en el
inmen:,() déJalo social, ajitado, terrible, mezclado de tormen..c
la!' y (l:~ I;',grim:ls! y~) estaba como vos,. seüora, leJos del
hogar de mi nillcz! Como vos, Ú los recuefl]os rll' la infancia
se mezclaba el santo recuerdo de las tumbas: como á vos
t'SOS recuerdos t-acudian rudamente mi corazon para avisarme
la :1Il!'encia eterna de mi padre! de mis hermanos! El hog:lr
estaha triste Fl para no alegrarse nunCa; porque do quiera
lJue mi ... recuerdos (le niflo me llevasen, sombras amigas me
!endi:l!I la:-; manos. pero eran sombras! porque ¡ay! algunas
tnmbas encierran ya nI despojo de los mim;.
Lejos (lel hogar! lloraba al recordar mi infancia, recuer-
110 'llh' :lyjV(') 1:1 ~('nLida de~eripcion que hacris llf~ la vuesLra:
vos me conmo\'istei~, pues, y mis 1:'tgrim3s cayeron sobre las
bel\i:,imas p."jinas de vllestro libro,

11.
¡Recuerdos ,le la infancia! escenas placenteras y seduclo-
ra~ que pasastei5 \'elo~es para no volver y que cstais ahora
mezcladas con las ajitacionei' (le hl vida pdiosl 'Uecue¡'dos
e\'o,~a(los por la lectura de vueslro libro, remii1iscencias
inolvidables de la primera cllad, refrescad mi.frente preocu-
palla por la narracion seductora de las vuestras!
Ayudada por vuestra memoria y á tI trisle luz de la
lámpara (lel proscrito, habei5 reconstruido el Chamic:ll, sus
edificios derruidos, SllS arbolc{las, sus jardines, y ha beis evo-
callo los recuerdos que quedaron gravados en la ardiente é
impresionable imajinacion de la- que entónces era niña: al
hacerlo Si~ han levanlado para ayudar HlCslra memoria la
somhra de lo~ muertos, y yur~lras rrminiscencias están em-
310

papadas en lágrimas, escritJs á la sombra melancólica de


las tumbas!
Cada una de esas pájin3s encierra una ternura tan pro-
funda, la luz de los cuadros está mezclada de medias tin-
tas tan propias, que al leer vuestros recuerdos de la infancia
parece sentirse el aire que mecía bs arboledas que describis
y distinguirse la suave luz de la luna 4:}n los corredores del
Chamical, y la ilusion fascina: impresionais, señora, con ,'ues··
tras decripeione~. H3y sin embargo en la ;:;uave me!oflia
tle \'uestro lenguaje y en el jiro espontáneo de vuestros pen-
samientos. un no sé qué de melancolía que se asemeja al
cauto triste del bardo.
Escribís lejos del hogar! ya no tf'neis :l vuestro lado ;1 lo.:;
que os ama ron en vnestra niñez, ;', los que os acompañaron en
vuestro~ juegos; ) 3 no mirais aquellas arboledas, aquellas flo-
res, :lquellos matorrales y aquella hermosísima campiña de
vuestro pais. el Chamical no existe! Algunas tumbas han ido
quedando en el camino (le la vida, amigos y compañeros que
fatigados duermen el suel10 oe la muerte!
Tamhien yo escribo lejos de mi hogar; tambien ouermen
el sueño de la muerte aquellos que alegraron mi niñez! Los
recnerrlos de la infancia que ha beis evocado, señora, en vues-
tro precioso libro, despertaron en mi memoria el r~cuerdo de
la mia. El ángel de la muerte me pareció ~e levantaba des-
ple.gando'ms alas á la luz morihunoa oel crepúsculo, para rle·
cirme cttu hogar está degierto... ¡Ay! señora, vuestro líbro ha
sidn para mi la evocacion terrihlp de los e~píritn~ del mor,do
de los sueñ\)~ y de la~ visiones!

111.

A[lesar de la ausenl'.Ía no olvidais la patria. Vuestros li-


bros estan llenos de re.::uenlos de h tierra natal; r("cuerdo~
embelted-dos por el S311tO amor del p!'J'f'grino. engalanados por
,'ue~tra poe~b, viyiticados por \ uestrús spntimientos. El
JrlClO DE LA pn~:'\s \. 3H

neg/'o-Lol recue1'do.~ de la in{ancia-Ellucero del ma-


Guanlr'
nantial-son preciosas producciones que encierran suavísimos
perfuml>s y vaga!' armonia~, que revrlan que sufrÍ& el mal del
pais,la nostalgia! ese dolor misterioso de los que viven lejos
de la patria y de sn~ lares. Es imposible leer vuestros libros
:;m sentirse engreido al reconoceros argentina: porque las
escenas son argentinas y argentinos los héroes de vuestras
novelas.
En vuestros libros se encuentra naturnlidad en el argu-
mento, verdad sostenida en ]os caracteres, fuego y colorido
en los cuadr05, moralidad consoladora en las tendencias, y un
e"píritu tranquilo dirije el desarrollo de los detalles; el con-
junto halaga el coraz'Jn. Vuestras novelas merecen ser anali-
zadas: habeis apremJido á contemplar 10 bello en las obras de
Dio:< y dai~ ;1 las nI~~tr3s una originali(lad tan natural como
sencilla.
Hay en la delicadeza de los sentimientos que pintais y en
bi' escena~ (J118 describís, ese esquisito tacto ql1e revela el co·
razon de la ffiU]E'r: la leetnra de vuestros libros produce el
efecto de las brisas perfumadas, embelesan y encantan.
Haulais d > la patria con f:ntusiasmo. lmais la libertad
como un culto, r en vnestros libro~ palpitan esto~ sentimien-
tos rlP no mouo fascinarJor.
Vuestros e~critos enriq'( e~eo las letras americanas y
honran la pah'ia de vuestro nacimiento; no desmayeis, seño-
ra, en ~uestra brillante carrera de escritora-¡adelanteT ¡ade 4

lantel el ponenir pg mest.ro y la celebridad recompensará


,nestr.)~ tareas. D;:sl]e la orillas del Paran~. lejos como vos.
señora, fiel hogar paterno. tributo t'ntusia"lTIado el homenaje
debido á nlestro talrnto.
VICENTR G. Ql¡E~ADA.
Paraná, '''ni
(Re";",, de R'lI"llOB .iires-t. J. p. S~.)
SUENOS y REALIDADES.

Rdicioll 4. las obru eOlllpletas de la Sra. doña Juana Manuelá Gorri~,

La escritora no olvida á la llIujer,la literalu


JOecueroa liempre que es cristiana, y por
eso sus novelas y sus crónicas Ron recrea-
tivas, moraJes y pueden si!l receJo ponerse
en manos de las "írjenes y entrar por.J.a
puerta principal en el hogar de la familia
que malo dada sea á la práctica de I~ ,'ir-
tud.-( J. M. Torres Caicedo, Biografia de la
StñOTa dl' Gornli.)

"Ruego á usted que la edicion can que va á


honrarme tenga llor título-Sueños J na-
lidadrs,
(.r.ana M. Gorriti, carta Al a,dor de
utos Uneas.)

1.
Apesar de qll8 los trabajos literarios no producen lu-
cro en América, sin embargo la literatura cuenta en estos paí-
ses con notables y fecundos ingenios. La pohreza que casi
JUlCIO DE LA PRF:i\S"-\.

es el único lauro que se recoje en estas lides pacíficas de la


intelijencia, no ha desaminado á los aficionados, queá veces
tienen que abandonar sus tareas para procurar5e en otras
ocupaciones medios de vivir. Causa verdadera pena conocer
la historia de muchos escritores, ,"iviendo pobres, pero tra·
bajando con fé.
A la indiferencia del público por estos trabajos, mézcl3se
eon frecuencia la culpable desidia de los gobiernos: el literato
no tiene entre nosotros ni estímulos ni provecho. ¿Porque
escribe entonces? Porque obedece á una ley superior á laSl
necesidades físicas, porque s3tisface una necesidad del espi~
ritu trasmitiendo sus ideas; porque los frutos de la intelijen-
cia se producen fatalmente como las" floreg, obodeciendo a
leyes inviolables. Y esto movimiento es enlre nosotros cadá.
llía mas activo y mas fecundo"
:Mientras tanto, si fuese posible comprender el origen de·
muchos trabajos descubririamos quizá profundos dolores,
necesillad de olvidar la vida real en d mundo del sentimiento
y de la razon: esa villa intelectual tiene sus eyoltlcioncs fa taleS'
que se cumplen apesar de todos los obstáeulo::. El poeta.
canta por que siente, y ademas por qne tiene n'cesidad de
d3r espansion á su alma, púrque la inspiracion es superior al
cálculo. En efecto, can~ando vive aun cuando sufra priva-
ciones físicas. Yasí como el poeta obedece á una exijencia
de su organizacion esquisita, el escritor obedece también á
nna ley superior que lo impulsa á trasmitir sus Ideas; apren-
de para escribir, porque escribiendo vive el espíritu aun
cuando perezca el físico. Y bien ¿.porque entonces tanto
egoísmo entre los mismos aficionados" á las letras?-¿porque
no cooperar por todos los medios á Crear en el público la
neeesida"d oe consnmir esas producciones, convirtiende lo que
h<?y es improductivo en una ocupacion honrosa y lucrativa!:
El dia que entre nosotros la IHeratura sea una profesion de
lucro, es indisputable que la soeir-rlad hahrá ganado en cnHu-
"lIEÑOS \ REA !.I0ADES,

ra y dvilizacion, porque solo en los pueLlos \'t~rd:}drl'amente


civilizados los escritores puedl'n adquirir fortuna con SUi
trabajos. Y en verdad, el consumo de un articulo prueba
una necesidad sati5fecha, y un pueillo que no compra las pro-
ducciones literarias, históricas y científicas, es porque no tie-
ue es~s necesidades, es decir, porque carece de verdadera
civilizacion. En los Estados Unidos sobre todo, el pueblo no
puede vivir sin leer, leyendo compra libros y esa lectura ha
darlo un des.,rrollo fabuloso á la república, En Francia 81
escritgr que se distingue adquiere gloria y fortuna, en Ingla-
terra sucede lo mismo, y en Alemania c('ntenare~ viven
ClIO holgura del fmto de los trabajos intelectuale,;;, En Espa-
ña 13 fortunJ sonrw ya á las letras y las numerosas erliciones
de los escritores favoritos (h~l público, augura la rortuna al
hombre de talento y dA labor
Este es un hecho: ~i este hecho no puede ocultarse al eco-
uomista que estudia los medios de produ~ir la riqueza, ¿como
se esplica la indiferencia culpablt~ del gobierno? Porque eo
ve2. de abaratar los elementos indispensables para el pseritor,
)a materia primera, si se nos permite hablar a~í, se rec:¡rga
con impuestos aduaneros crecidos y absurdos el papel de im-
prenta, los tipos y Jos útiles tipográficos, aumentando asi los
costos dellíbro impre~o en ell'.\IS? la no es solo la falta de
prolf'ccion al e~t:.ritor, sino qUl'-.e grava con impuestos los
medios de poner en circulacion y hacer vendible, el trabajo
intelectual. En vez de estimuio son obstáculosl En vez de
tratar de crear UllJ industria lucrativa en el libro impreso en
ti pais, en beneficio del escritor y del público, abaratando
las maten3S que forman 1.1 base de ese producto, exonerando
de impuestos el, papel de imprenta y Jos útiles tipográfif'os,
por una parle; y estimulando por otra, con recompensas ho-
noríficas al talento- vemos que la autoridad encarece ese
producto y desdeña el escritor, porque es desdpñarlo el 01·
virlJr~,e dI' f"l.
JUICIO DE LA PflEi'íS.-\

\ sin emLargo, hoy ~OlHO~ testigos de un hecho que


preocupa á los espíritus pensadores-jamás Buenos Aires ha
tenído un número mayor de perióuico~ litera rios y de revis-
tas: el movimiento tipogralleo del último ªño ha sido notable.
como puede juzgarse por el artÍLulo del doctor Gutierrez que
publicamos en el número t O. ¿Cómo se esplica este fenó-
meno7 ¿Sen productivas esas empresas'? Casi podemos ase-
gurar que la mayor parte apenas dan para los gastos, yape-
sar de eso los escritores aumentan. Necl'sario es entonces que
la autoridad. fije su vista sobre este hecho que se realiza á los
ojos de todos, y cuide de darle prudente direccion, ¿como, se
dira? Lo hemos ya dicho: recompensando con premiós ho-
noríficos al escritor de talento, segun su mérito; facilitando
la circulacíon del libro impreso en el pais, exonerándolo de
túdo impuesto, lo mismo que a1papel ue imprenta y á los úti-
lps tip0graficos: es 1ecír, protejiendo al escritor y al indus-
trial, qlle ambos concurren á dar viLla y poner en circnlacion
~I trabajo de la intelijeneia,-ellibro impreso ú el periódico.
Pero, si la ~utorillad cruza indiferente los brazos ó des-
deñosa ~onrie ante las angustias del escritor,-¿.qué haremo~
lo~ in:1ividnos? Nueslra opinion es que debemos trab:.¡jar
sin descan~o, sea que la auloridad proteja al escritor, sea qUl~
lo hostilice, es decir, con ella, sin ella, ape~ar de ella. E:.;
preciso crear una posicion al hombre de letras á tllrla costa,
d~ cnall'squier modo: es indispensablr. (lignificar al que es'
crihiendo ronsagra con bu~nos fines, su tiempo~' su talento.
Som::lS de aquellos:i quienes 110 falta la fú cuando el
propüsito es bueno, y ~onfiamos siempre en el buen sentido
del pnehln: porque !OffiOS repiIl,li~ano~ y pensamo~ que la
razon se enwentra en las mayorias, cnando estas se forman
libremente, sin el artificio y amaños de los ralso!' demócratas:
y creemos que el pueblo rara vez es sordo cllandn M le haCA
comprender la verdad.
Poro podemos hacr.r pero queremos hacer lo qUf' po-
;:w
¡lemos; por c~o vamos il dirijir la ellicion de las obras como
pletas de la sellora doña Ju::ma :l\Jannela Gorriti, t'n henetlcio
esclusivo de tan distinguida escritora, cuhiertos cIllc sean los
gastos de impresion, el líquido que quede le pertrnecerá.
No poseemos sino nueslra voluntad y nuestro tiempo. y
ambos vamos á consagrarlos en provecho de aquella argentina.
Si esta edicion no prodUl~e ;'1 la autora lucro, prOllucirále:11
menos honra y gloria, pues la coleccion de Sil::' obras es nn
monumento que elevamos á su talento.
y para esta empresa no cuenta el editor que lo es don
Cárlos Casavalle, ni con la cooperarion oficial, ni con el ausilio
de los amigos; se fia y cuenta con el hello sexo, con las nobles,
espirituales y bellas hijas del Rio de la Plata. Nosotros parti-
cipamos de igual esperanz.3¡ tenemos la misma fé, y no duda-
mos que seltoras y señoritas inscribirúnsus nombres entre
las suscritoras de Sue¡-tos y -realidadt's. Innecesario creemos
prevenir que estamos plenamente autorizados por nne¡;.tra
distinguid:1 amiga. para esta edicion.

1I.

La señora Gorriti, á quien pedimos permiso para ha-


eer en honor y provecho suyo una cdicion (le sus novelas
y escritos literarios, nDS decia en nna ca rla datada en Lima á
26 de febrero de 1863, lo SjgUil'l, t,l':
«Doy á usted las mas espresi\Tas gracias por su amahlr.
«galante y bondados:! oferta. Si usted cree que mis escritos
• merecen los hono'res de una edicion, naila habrá tan IIson-
-jero para mí como el que esta se haga allá, en la patria her-
« mo~aque los ha inspirado, y al amparo del amigo ilustrado
.~. generoso que se dignó simpre alentar mi timidpz con sus
cespresiones oe benévola sprobacion,.
-En el1emor de que se repita la escandalosa sllstr~cion
•. que un tIlal iutencionado hizo de las tres remesas de ma-
I\'nu~rritos flue envié p3ra La flc 1'1 slr( dpl PnTallá, Yoy á bns-
JI.:IClO D~ L.\ I'RE.\S.\.

«car nn conducto ~l'gnro para "13ndor [¡ usteu todo In qnQ


dengo e~c.rito, a~i ¡nMito como publicaf]o. (htierIJ Dios 'J1fI~
-encuentre en mis compatriotas la generosa y fraternal acnj;-
('(da que usted se ha dignado darle.»
La sellora Gorriti no:; autorizú plenamente pna esta ¡m·
prt'sinn. «Ruego á .usted, nos dice en carta de ;) deoctnbre
de t8G:l, ((que la edicion con que vá á honrarme tenga por
.: Utnlo-Sueñol y realidades.. He ahí por que hacemo:-5 h,
edicion b;¡jo esle nombre.
Como ell'ditor no a~pira sinú ;\ cubrir sus ga~tos, y no-
sotros ~olo dirijimos la erlicion como amigos de la antor3, 1,1
precio de susnipeion sera sumamente módi~o. Cada semana
se repartir;, una entrega de .) (; pajinas en 8 o, en f'srelente
papel. esmeradisima impresion, con un tipo nuevo y elegante
y costar~\ fre, peso!; moneda c01'ricnlc. Esta obra la dedica-
mos al bello sexo hajo ellya proteccion la pon~mos, Y:'I fé qlw
hasta ahora nadie ha a pelado en vano :i la nobleza y la bondad
de la mnjer en nlle~tro pais. Oportunamente se anunciarán
los. parajes donde queda abierta la suscripcion.
La autora de estas nove1as, la simpática y distillguida se-
ñora de Gorriti, merece que sus compatriotas le demues-
tren por una nnmerosa suseripcion, la estimacion que ha des-
pertado su constante laboriosidad. Egta argentina ,,¡vía en la
ciudad de Lima con el proc1ncto de diez horas diarias que con-
sagraba á la en):eñanza, mientras en sus ratos de oéÍ'o dejaba
corr~r su pluma bajo la inspiracion de sus' preciosos cuentos.
(le ~n~ e~pirituales n.lrraciones y (le sus injeniosas novcl:t~;
hoy reside rn la Paz, tln Boli\'ia. El juicio -que de sus obrJs
ha publicado Lo, !lpvislrt, tlt'lJido it. nuestro amigo el seilOr Tor-
Tes Caic~do. ha~c el mas cumplif]o elojio de esta escritora, Ct1-
ya fecumlidau es vcrtladeramenl,e, sorprendente.
Si la acojitb llel ptiblim correspondo li nuestra:, esp~r:tn­
za~, lent]remos la grata :-atisfaccion dp. prohar ;i llUrstra inteli-
jcnte l',ornratriota qne ni la di~t:mria ni otras or.JlflJcium's mas
SUE~OS l REALlD"~DES"

apre:ni:mtes, nos hacen olvidar 111 que deQBffius al merito y


al ,-erdadaro talento. llonrando a esa escritora, estimula-
mos á los que se consagran á las letras, demostramos que la
asociacion es 1')1 medio mas r.ficaz p:lra levantar ;1 los que traba-
jan y esperan.
Si cada uno (ln su esfera se emlJPñíl~e en alentar á los
que con empeño consagran su tiempo al eultivo de las bellas
letras, seguros estamos que se cambiaria pronto la situacion
insegura del escritor americano y se haria una profesion que
diese gloria y provecho. Entonces muchos talentos podrian
consagrar su tiempo á las tareas del espíritu y la sociedad ga-
naría, porque el mas seguro medio d.~ saber cual es el estado
..le cultura de un pueblo es por su literatura. Esta no jermína
en las sociedades incultas, ni florece sino al soplo" vivilieante
de la paz y de la libertad.
Las novelas de la señora Gorriti se di~tinguen por Sll~
tendencias morales, de manera que pueden sin peligro ser
laidas por la familia «que sea mas dada á la práctica de la vir-
'ud.:D E:ste caracter de moralidad las hace uua joya digna de
estimacíon, y bueno es que se conozc an como contra '"eneno
á la lectura corruptora de algunos novelistas franceses, cn) os
escritos preparados para lorelas y grisetas, es pernicioso se
introduzcan en el hogar de las familias, derramando verdade-
ro veneno en el inocente é incauto corazon de las vírjenes.
¡Oh! cuan grato seria para nosotros anunciar á nuestra
amiga que sus compatriotas la tienden la mano y la recompen-
~an de este modo en su vida de continua tarea t Decirla:
-vuestra esperanza está cumplida t las hijas de Buenos Aires
saben amar todo lo que es noble y grande, y se complacen en
contar entre sus compatriotas á la inspirada escritora del Ri-
mJc.
L1 señora Gorriti no cOn-;8fV:lba sus escritos y ha tenido
que hacerlos copiar hasta en la Biblioteca de Lima. ..Como
rno he querido publicar :l'll1i, nos dic.e en carta de 6 de se-
JUICIO DE L.\ rnE:\SA. 319

,tiembre de 1863, nada de esplicilamente íntimo sino á mas


I

-no poder y cnan(]o ya no me ha sido posible escusarlo. le en·


.vio a usted en borrador los capitulos que ligan el romanca
-GubiAmaya con el que se titula Un drama en el A h,idtico y
«que hacen una serie. J
«Agra(]ezco a usted en el alma la molestia que se toma
.por su amiga, y le prometo nacerme digna dd afectuoso in,
-teres que me comagra ,.
Un ma! genio ha impedijo que antes de ahora huhii~se­
mos llenado nuestra oferta, porqne los manuscritos qne en
lre~ distintas ocasiones nos envió nnestra amiga, se perdie·
ron.
-Respecto á los manuscritos, nos dice en una de ~us
IIcartas, quédanme los borradores; y aunque ello:" como
«usted sabe. solo son el plan de los romances, me e5 facit
-rehacerlos ayutiada ele la memoria y OP. esa coincidencia in-
.falible en la inspiracion.
ji

(cC:asi todo cuanto envié a usted es inedito. incluso La


-hija del .Yas-horquero, (le la cual solo se publico un capitu-
.10, por haber desaparecido con su editor, á cansa de perse-
.. encion política, el periódico que la daba en su folletin .•
-Todas estas novelas las buardo para enviársela~ ~ usteci
cuan(]o realice el proposito de hac~r revivir la Re/Ji.,ta bajo el
bello cielo de Buenos Aires .•
Laalltora ha cumplido su promesa: estilO en nue~tro po·
der las nl)"elas anunciadas, ahora es el publico con quien
debemos contar para honrar a aquella a:gtmti na, tan (]esgra·
tiada, tan intelijente, tan labOl'iosa.
Cónstanos que de todas la:; novelas escntas pOI' la senora
de Gorrita, la quP. mas estima por el reeuerdo íntimo y verídi-
co, es Gubi A m'lya y la série de Fragmentos del aLb'Ufj1 d, una
pe¡'e}rina: esas novelas son 1101 historia 06 unJ pel'igrinacl(tD
misteriosa que en 18\'2 hizo la autora en su plO\"inei~ natal.
SUEÑOg y IIE.\LID..\pES •

• Dias de encanto y de dolor que dieron a su frente de veinte


y dos años la~ únicas canas que·tiene ann."
IlI.
Nos encontrábamos dias pasados en un c.írculo íntimo de
amigos de las letras, y hablábamos nosotros con entusiasmo
de los escritos de esta argentina: ¡coincidencia singular! . En:-
tre los que allí estaban, un caballero la habia conocido: he
aquí como nos refirió aquel encuentro cuyo recuerdo fresco
en la memoria evoeó sin esruerzo. .
Estábam0'5, nos dijo en la provincia de Salta, y tuvimo~
que visitar á la familia de Gúrrih que residía en Orcones, gU
hacienda favorita, en la florida estacíon del estio. Galop~ba­
mos aspirando con avidez el aire cargado de los perfumes de
squella campiña magnific3.
El sol terminaba su curso diario, y descendia rápidampn·
te á su ocaso. De repente detuvi'mos el caballo: al pie de un
;'lrbol; ,-estida de blanco y con un libro en la mano, estaba
sentada una mujer hermosa en la plt>nitlld de la palabra. La
juventud con todos los seductores encantos de la primera
edad la adornaba de un modo félseinador, sus grandes ojos ..
dulces, pero de mirar profu!ldo, detuviéronse sobre nosotros.
Esa jóven era dOlla Juana Manuela Gorriti. ¡Cuan bella era
entonces! No la olvid2.remos nunca! nos dijo,
Quien diria que la hermosa lectora de aquella tarde. que
la encantauora virgen de aquel sitio, llegariJ á ser, andando el
tiempo, la escritora distinguifla! Cuando el "¡ento de la ues-
gracia asoló el h(Ygar y el dolor marchitó las mejillas de aque-
lla mujeIf, surjió la inspiral'ion, y (~S en el seno del pesar pro-
fundo y del amargo llanto, f]118 esas novelas han ~¡do concebi-
das!
Parece cllmplirse'á su respecto la terrible sentencia de
Madarne D' Abrantés-« Les grands taltuts dl! toute.s les ág(,5
ft'ont Mquiflleur gmie qu'au se!n de la dOttleu~D·. Pero la se-
ñora Gorriti sabe perfectamente bien que la iojnsti~ia tiene nn
mielO DE LA PRENS.4.; 321

término, y paciente y resigmda devorando sn dolor; ha sabi-
do dominar las tribulaciones y las angustias, escribiendo pá-
jinas palpit:mtes de vida. beBas y consoladoras.
Toutes les r¡atures elevees, les organisations les plus su
perieures ont eu d so u(rir de l' abando n y de l' oublie des hommes·.
II semble meme que ce SOlt un droit de plus po'!.tr les trahir, et
que l'orgueil d'eiTe quelqne chose au dessus des autres, doive
les consoler du malheur de n' €tre plus rien dans le cmur qui
leur eta'it cher!(D'Abr:mtés-Blanche.)
Quiera Dios depararle dias de bonanza y de dIcha, sir-
viéndole de consuelo la favorable acojida que sus novelas en-
cuentren entre sus compatriotas, como la prueba de la esti-
macion que la profesan. Tal es nuestro deseo.
IV.
Al terminar h edicion publicarémos la lista de suscrip-
cion, el contrato con el impresor y el producto liquido que la
autora reciba en obras ó en dinero.

VICENTE G. QUESADA. •

. Julio de 1864•
• (Remta de Buenos·Aires, t. 4. Q )

SUENOS y REALIDADES.

Tomamos la pluma bajo la impresion vivísima que nos


ha producido]a lectura de una novela. No escrita por Alejan-
dro Dumas ni por ninguno de los privilejiados de la imaj¡-
nacion, que hasta ahora tienen el derecho esclusivo de des-
potizar nuestra sensibilidad. No es una prolluccion ael Viejo
Mundo, donde, agotada ya la fuente de la orijinalidad y
vulgarizadJs las situaciones. á fuerza de repetirse, caen los
autores en h exajeracion, en los excesos, y por consiguiente
en 11) absurdo. No es fruto de la pluma de George Sand. ni
de la inspirada habanera, madre ilitelectual de Gnatemozio
y de Espatolino: y sin embargi), la l1(wela q:w acaba de
proporcionarnos deliciosos momentos, nos recuerda á cada
momento, y sin poderlo resistir, las dotes mas relevantes
de estas rlos famosas sirenas de la literatura contemporánea.
¡Y cómo pudiera ser pOl' ménos, si el autor á que nos re fe .
rimos es del mismo sexo de estas dos últimas escritoras, -si
siente como um madre y como una esposa y toma sus colores
de artista en esa paleta ri~a y brillante como el iris, que Dios
IrlCIO DE lA PRENSA. 32:1

coloca de cuan("\o en cuando en la irnajlO3cion fecunda del


helio sexo?
La Quena-tal éS el nombre 'de esa novela: y JUANA
MANUEL<\. GORRITl el nombre !le su autora. Una tradicion bien
conocida del Perti, es el asunto. Pero. ¿que importa el cuadro

ni la telJ. ni el lugar eJe la escena? Todo esto desaparece
ante la m1jia del pin~el, bajo los eSLremecimientos delicados
de la sensibilidad de la mano flnp, la guia. b:ljo la nube de
emanaciones ardientes y profunJa,:; que cargada de amor y
de lágrimas se estiende sobre los cnadros y las escenas.
Qué sentimiento de la natllralezJ <lmBricanal qué profurJda
adivin:lcion de los secretos mas recóndidos del alma humanal
Qué estilo tan maestro! que novedad y qué frescura de espre-
sionl
Al fin hemo~ leido nna cosa nne";} y flamant.e entre ese
dilnyio de novelas en qlle, se.~nn nnestrns lübilos á la moda.
ahogamos las horas de deseanso. Al fin gozamos la sensacion
de una frag;:¡ncia que nos viene. sin contl'Qra~on. de las selvas
verdaderas del Nuevo Mundo. Al fin con Ta l~ctura de esta
novela pouemos lisonjear al mismo tiempo la imajinacion y el
sentimiento pútrio. considerando que quien nos causa tan
cultas y dulces emociones, es nna hija de ('s~e suelo rico en
virtudes sociales, pero pobre todayia en productos de la
intelijencia y del estudio.
La f)uena-tielle un encanto particlllar para el hombre
que la lea. En caaa una de sus pájjna:; hay pedazos 'le un
eorazon de mujer. ohid3c1o en ellas como li5tas de oro sobre
una piedra de toque; allí pueden estul1iartle la ley y sus
quilates, y el inmenso valor de la sensibilidad femenina;
su manera de ~cnlir los afectos, y las modificaciones especia-
l~s que estos esperimentan dentro del generoso pecho
destinado á abrigar y alimentar el hombre en la cuna.
Hemos creído que si callábamos nuestras impresiones

teniendo como tenemos la plum'a de periodistas en )a mano,
5l1EÑOS \ REALlD\lIES.

cometeríamos un acto de egoismo. Creernos mas, que como


argentinos estarnos obligados [¡ pedir una proleccion especial.
(en nombre de lo bello y del crédito de nuestra cultura)
para la hermosa y correcta edicion de las obras de una argen·
tina de génio, bella, desgraciada, y que desde los paises mas
risueños tiene lijo su pensamiento, romo en el ideal de lo mas
perfecta social, en esta ciudad de Buenos Aires rn donde
ella deseára pasar la ütla. Creemos que en el costurero de
UDa señora porteña cuadraria tan bien un ejemplar de las
obras oe doüa Juana ManUl,l;} Gorriti, como un yaso de flores.
En la biblioteca de lID hombre de gm:to pueden ocupar un
lugar al lado de las mejores producciones de la literatura
americana, y los estranjeros todos pueden encontrar en las
pajinas fh~ la señora Gorriti, cuadros y escenas americanas
mas exactas que las· que hasta aquí hayan podido estudiar
en narraciones d~ viajeros.
El editor de esta obra reciba nue:-;tro parabien y nuestro
agradecimiento ror el valioso pre~ente que nos hace. La
ilustre escritor~ dgi.nese admitir la espresion sincera de
nuesl¡'a simpatía y admiracion.
(La Tribvna, Junio 9 de 1865.)

1111.·

BIBLIOGRAFIA.

En dos de las secriones ue este diario se ha dado cuenta


de la publicaóon de las obras literarias escritas por la Seño-
ra doña Juana Manuela Gorriti.
Con tal motivo creimos innecesario agregar una sola
palabra á las vertidas en jU3ta aumiracion de las dotes litera-
rias que han hecho célebre el nombre de esa ilustre ameri-
cana.
La carta :¡ue nos dirije el clistínguido dodor Quesada. di-
rector de ar¡uella publicacíon, nos impone el deber de men-
cionarla recomendándola it la proteccion de los amigos de las
belias letars.
En nuestra opinion, los Sueños U realidades de la señora
tIc Gorriti forman la mas bella diarleml a que puede aspirar
un novelista en el siglo XIX.
Por lo que re"pecta á la pa¡te que t.iene el doctor Quesada
en la presente edicion, nada nos toca decir despues de inser-
tar al pié de estas lineas la rectificacion que se ha servido
hacer á un hecho local de El Pueblo.
Su noble desinterés le hOilra altamente.
Su reconocida dedicacion en bien de la literatura ameri-
cana, es uno de los timbres que ostenta su inteligencia.
He :tqui la carta á la cual nos referimos:

LAS OBRAS DE L\ SEÑORA DE GORBITl.


RECTIFICACION.

S,'fI:w Retlaetor tle El I'Uf' /¡fll.

Ap.abo de leer en su i Il1st~ado diario un hecho local bajo


el titulo que encabeza ('stas lítleas, en el cual se me juzga be-
nevolamente, suponiéndoseme empero empresario de la edi-
cion de las obras de la 3eñora de Gorriti, y como este PoS un
err'lr, ruego á usted quiera publicar esta rectificacion,
Dirijo la edicion de Sbeños y Realidades romo amigo de
la ilustre escritora, en honor y provecho E'sc1usivamente de
ctla, no te ngo ni quiero ningun inLerp.s pecuniario en la em-
presa sino el crédito y la celebridad de una argentina tan in-
teligente como tristemenLe desgraciada. Empleo pues, mi
tiempo como amigo, desinteresadamente, eu utilidad de ella.
El verdauero empresario. el que ha espuesto sus capitales
y su imprenta con u na generosidad que mu~ho le hOIll'·', es·e 1
editor don Ci!rlos Casavallc. La señora doña .Juana Manuela
Gorrili, mi ilustre amiga, no podía costear la edicion, yo no
me ellcontraba tampoco en situacion de hacer desembolsos pe-
cuniarios, apesar tlcl profundo rariño que le rrofeso; entonces
SUENOS y RE.\LllHDES·

celebre, como apoderado ¡fe aquella señora, un contrato con


el señorCn33valle, quien se obliga á entregar á mi representada
la mitad de la edicioll, en obras ó dinero.
No soy pur tanto empresario, soy simple representanta
de la señora de Gorriti )' me he comprom(~tido á dirigir y
correjil' la edicion gratuitamente.
Poseedor oe todas las novelas d,e la seilOr:J. ue Gorriti, ine-
ditas y publicadas, remitidas por ella pal'a La Revista del PIl-
raná y despues para la de Buenos Aires, quise hacer una edi ..
cion especial de sus obras completas para lo cual le peuí aulo-
rizadon y poder. Ella me lo co:¡firió amplisimo pidiéndome He·
vase por titulo-Sueños y Realidades Dos objetos tuve en
esto: 1. o levantar ú aquella argenlina un monumenlo á su
indisputable talento,' estimulando asi el verdadero mérito:
2. o mejorar en lo posible su infausLa situacion, pues enton-
ces vivia en Lima da.ndo lecciones, y hoy resille en Bolivia,
sufriendo una Dfclccion ni corazon tan grave como alarmante.
Mi objeto y mi propósito no e3 el de un empresario. sino
el resultado del afectuoso citrino que ella me inspira. deL
profundo I'espeto que tengo por su talento y de la simpa-
tia que siento por sus llmnrguras y ~.us lúglim3~.
Cuando anuncié en el lomo V. de la Rel..'ista de Bue-
no& .4ire~ t'sta edirion, dije lIien l'splíritílmC'r,tr:
"No poseemos sino nuestra voluntad y nuestro tiempo,
!I ambos vamos (i consayrarlos en pfol'ecllO de aquella ar-
gentina. Si .esta edicion tW produce lucro .:i su autora, le
producirá al menos houra y gloria ¡JIles la coleccion de IU~
obras es un monumento que elevamos ti su talento.»
Hagoestajfr(luc;! decluluci':HI, st'fhr ReJactol', porque 00
soy empresario de esta cdicioll, no pretendo lucrar con las
novelas de la mujer a quien mucho estimo, de aq"ella
por quien he tenido un vivo y sincero interes y cuya ce-
lebridad la miro como gloria nacional: mi objeto y mi pro-
p~!,sito es otro, si hay lUCI'o es para ella.
Deseo por esto que los lectl)res de su ilustrado diario
JUICIO 1lF.: LA rnE:"SA 327
sepan. que yo intervengo y dirijo esta edicion como re-
presentante de la señora doua Juana Manuela Gorriti,
gratui,'n y amistosamente. y que al dirijirla no he tenido
el menguado inlento de utilizar en provecho mio. el talen-
to de mi amiga, la mas querida y apreciada para mi.
Tengo el honor et~,
Vicente G. Quesada.
2 de Junio de 1865.

-........ (El Pueblo, 2 de Junio 1865.)

JUANA MANUELA GORRITI.


ARTICULO COMUNICADO ..

Hijas del Plata, ángeles guardianes de es8


Eden sembrauo de tumbas y entregado
por tanto tiempo a matanzas espantoBu
nada hay comparable á vuestra evang~­
líca caridarl, á ,uestra sublime abnega-
cion. \' oSOlras olvidais vuestros infor-
tunios para cOll~olar á lOS que sufreu:
madres y esposas desolactas, sofocaislol
sollozos de vuestro propio duelo para
dirijir suaves palr.b:-Ils de esperanza al
prisiunero: y aun proscritas y sin hogar,
vais sobre lo~ campos de butalla á arre-
batar de entre las garras de los buitre.
al moribundo, cuyas heridas vendaie con
los velosde vuestro casIo seno. Dios 011
bendiga' ., -Juana M. Gorriti-Gu-
bi Arlaya.l

1.
Si algo se necesitase para probar la exactitud de estfl
juicio y la noble generosidad de las argentinas, bastaria
senalar como un te.~timonio la· proteccion que dispensan
á In edicion tle las obras completas de la aulora de
las palabra3 que sirven de epigraf~ a estas líneas. El
bello sexo se ha apresurado 3 contribuir á In ímpre.
¡oion de 8utñ JS y Realidades, como una proteccion a la
Sl'f.~o:; \' IIE.\I.JIl.\UE-;.

argentina ausente. Y no podemos menos que repetir COIl


ésta-Dios os bendiga!
La señora de Gorriti, clJya celebr!Jad proclama la prensa
de esta capital, reside en estos moment.os ell ia ciudad de la
Paz en Bolivia, aoude, como ella Jice, la rodea un CÚ'culo de
fuego y respira la atmósfera mefítica de las catdstrofes. Allí se
encuentra de pié ~obre las barricadas, acompaflada del pueblo
que la aclama, para vengar el asesihato perpetrado en sil mari-
do. Quizá en estos momentos ·el humo Je la pólvura ha sahu-
mado su sedosa cabellera, ) para que uada faltara á la aureo-
la prestigiosa que la circunda, tal vez el angel de la victoria
reserve una corona l,ara sus SlClIes.
La vida de esta mujer extraordinaria pertenece á la hisl(J-
ria literaria del país; su talento enconlró demasiado estrecha
la modestia del hogar, y ha conquistado 1.. gloria en medio de
los desastres y de las lagrimas de Sll existencia dramática ~
desgraciada. Ha. profundizado lodos los abismos del su{riTnieR-
tos, y como ella dice, puede disertar hasta, lo infinito sobre esa
terrible ciencia cuyoestHdiJ termina solo UI el sepulcro.
La vida de tal mujer no puede menos Je interesar al público,
como intere5U tollo lo que es cseepcional, porque no es solo
su talento lo que atrae y seduce, son lamhien sus angustias,
a
'Sus dolorec;, sus esperanza~d Todo lo que la dé conocer, lo que
sirva para juzgarla, lo que revele su mérito y las peripl:'cias
deSll existencia, no puede quedar e-n el misterio de la vida ín-
tima, y (!t·bernos darla á conocer ú este póblico, en el cual
tantas y tan generales simpatias st'o ha conqnistado, sin temor
de que se rl05 vitupere de indiscretos.
Ayer reconocimos su letra en un;1 carla 'lue l'staba sobre
la mesa de uno de sus Illcjores amigos. y lo confesamo~. 110
pudimos rasistir a la tentacion de leerla. -" L~yén:!ola vamos .1'
revelar al público, la actitud asumida en la revolucion Boli·
viana por aquella heroina. Nuestro amigo ha :le perdonar-
nos este abuso de confianza. al dar a h l)ren~a In que estaba
escríto para la intimidad. Si t'ometemos una faltn, es en el in-
n:¡r.1O DE 1..,\ pnE~SA. 129
teres de la celebridad de nuestra compatriota. Leed y juzgad.
11.
.. E127 de marzo\ dice, dos dias uespues de la fecha de
la curta de Vd. Belzu, mi marido, el hombre que enluto mi
destino entero, vencedor en un combate en que el pueblQ
derrotó al ejército, fué asesinado por el General que manda-
ha este.
(( Vinieron á decirme que Belzu habia caido atravesadas
las sienes de un balazo; y yo corrí en medio del combate~
llegué hasta donde yacia el uesvenlUrJllo ya cadáve-r; io le-
vanté en mis brazos, y en ellos lo lleve á casa: a ese hogar
que él habia abandonado tauto tiempo hacia! Con mis manos
lavé su ensangrentauo cuerpo, y acostanrlo]o en su lecho
mortuorio,lo velé, y no me apurté de él hasta que lo coloqué
en la tumba.
«La mision de la .esposa parecia ya acaballa; mas he aquí
el pueho, que me rodea y me pide mas: me pide que lo vengue.
Si: lo vengaré; pero con una noble y bella venganza, haciendo
triunfar la causa del pueblo que era la suya.
1. o dI' Junio.

-Amigo querido: el 25 del pasado cuando escribí á Vd.


las anteriores lineas, fuí interrumpida por los clamores ,tel
pueblo 'lIJe se habia levantado en masa y me pedia a gritos
unirme á él. Hemos levantado de nuevo barricadas., y en este
momento esperamos al enemigo.,.
I1f.
Be ahí la mujer argentina en toda la JloLle.za de su
caracler! V¡clima (le los disgustos domésticos, cU\'o:.,mislerios
no IJOS es dflClo profundizar, olvida las ofensas par,} leVi.tlllar
el raído, lavar la ~angre Je SllS heridas, depositar el cadáver
en la lumh~l. y 'tolar á las barJ:;cndas prlra esperar tle pie, CuIDO
las belOinas de la antigüedad, al enemigo que quiza en est.os
momenlo:; ha tomado por asalto la cilld.td deff'n,lida por cJ
330 Sl'E'ioS )' I1EALID.\D~:S.

pueblo. ¿Que se propone esta mujer? Vengar los manes de ~u


esposo, baciendu triunfar la causa popLlar ..
Puco interiorizados en la historia de las sangrientas lu-
chas bolivianas. no podemos apreciar los molivos que hayan
producido esta revolucion: ignoramos si el pueblo en las bar-
ricadas de la ciudad de la Paz defipnde la causa de la jU:;li-
cia; ó si las tropas (lel Gobierno f3n a sosteuer el princ'pio dt'
autoridad contra las masas insurreccionada:>,
Lo único que nos hE:mos propuesto es rno!'trar e5te
rasgo de la literata argentina, que ha abanJontldo la pluma de
la e'scritora p.ara relojer la handera empapada ron la sangre
de su esposo, y defenderla conlra los qlle intenlan arrehatarla
al pueblo.
[NaClon Argentina-Julio 19 de 1865.1
.1 • • -

SUEÑOS Y REALIDADES.

Hemos leido el prim(;r volúmen de las obras com-


pletas de la señora doña Juana Manuela Gorriti, y he-
m03 sido seducidos' en la lectura por esu melodia de atrae-
cion infinita, que es un rasgo que caracteriza las produc-
ciones de. esta señora. No vamos a hacer la crítica de sus
novelas, por que nos falta li?mpo y c3purio; queremos
únicamente decir algunas pahhras para recomenJar su
adquisicioll.
La Quena fué juzgada tan favorablemente hace algunos
meses en un artículo. bibliogrilfil'o en La Tribuna, que
todo cuanto pudiéramos dClÍr seria pálido ante a·quellas
sentidas y elocuentes apreciaciones.
El GIl-ante negro tiene escenas bien delineauas; pero
~s demasiado espantosa la que pasa enlre la madre y su
esposo.·
Gubi A.maya ó historia rle Ull snlLeador. tiene pajmas
bellísimas. La ojeaJa a la patria esta impregnada de sen-
timiento, de ternum profunda, de dulcísima ~ serena me-
JUICIo DE 1..\ PRENS.\. 331

laocolía. Esas pájinus 5011 una verdadera joya literaria.


En cuanto al fondo de la novela, el argumento es de
buena ley. La historia del ban(lido es dramatica y terrible
cl)mo es ~uave y simpática la de ella, peregrina que volvia
á los silios donde paso su niñez para encontrarlos poblados
solo de sombras, de tumbils y de lágrimas. mientras la
lIaturaleza se ostentaba hermosa siempre y espléndida en
sus galas. Solo el hombre pasa sobre la tierra sin dejar
sino recuerdos en algunos corazones. Aquel espectáculo y
aquellos recuerdos están descritos con una maesttia inimi ..
table.
Al recorrer las pajinas oc esta novela, deseamo3 cono-
cer el lIn del salteador, pero se pierde entre las nieblas
de los Andes, y el lector queda desconlento de su estraña
desaparicion. Y ella? ella tumbien se borra nebulosameole
despues del cuento del fantastico italiano, aquel viajero
melancólico, que narra C'5as historias venecianas con acen-
tuado col~du; pero el italiano aparece como una so"!bra,
dice su narracion y desaparp.cc como un fantasma. Lá5-
I

tima es que h\ señora Gorriti no haya dadrl a esta preciosa


novela una terminacion mas acabadta, para que el lector no
quede en suspellso y como dpseoso de saber el fin dc los
tres pcr1ionajes m:Js importantes de la historia.
Pero en cambio, cuanta ternura en aquellas de._crip-
cinnes! que sentimiento tan esquisito en los dialogos! que
belleza de colorido! que luz y que ~ombras en los paisajes!
A. veces es dificil contener las lágrimas que del cora,
ron vienen á los ojos al leer aquellos cuadros tan natu.
rales, tan sencillos, y a la vez tan tristes. La escritora que
conmueve con la intensidad con que lo hace la ilustre
argentina. ha recibido de Dics el fuego sagrado, la santa
inspiraclon, que solo -es daelo poseer al genio.
Un drllma en el Adridticn es el cuento que narró el
italiano, ese ser fantástico que d('ja en el lector un senti·
miento mezclado tic simpatia y de dolor, simp:lLico como
SllEÑUS y liE,\LII.WES.

la pa3ion verdadera, doloroso como el misterio devorado


e n el silencio é impregnado de lágrimas. El italiano es
un amante, Ó al menos así se lo imajina el lector, que ins-
pira un.a de esas pasiones inolviduales en el coraZOll de una
mujer ardiente, al solo acento de su voz, á Sd sola presen-
cia; maguetismo sublime de dos almaS, que el amor eleva
basta Dios', para entregarlas despups d remordimiento de ha-
berse amado tanto!
La novia (.'el 'm'tlerto es una historia que pa~a en TUl'U-
man, en el jardin de la República, p,n los dias de gloria y de
desastre, en que la juventud militaba para libertar al pais de
la t;raoía de Rosas. El argumento 110 es nuevo: dos seres se
Jman apesar de pertenecer a los partidos que luchaban.
Despues que el sacerJot\~ bendice la uníon al celebrar la
misa, el amante tiene que combatir para d efender3e:de una
80rpresa de los enemigos. COllfia su secrelo al sacerdote que
le confiesa antes de ser fusilado, y este, indigno de la
santa misioll que ejerl'ia, toma el anillo flupcial y aquella
f1pche en un beso de fuego arrebala á b virjen su honra. Ella
que creía haber si.do poseida por su esposo, encut:nlra al s,i-
guiente dia su cadáver en la plaza de .Tncwuan,. y pierde la
razono
Esta novela esta bien acabala y hay preciosas y cxactisi-
mas tIescripciones de los enca¡:! adores paisajes de Tucuman.
LI-" hiia(lelll1.ashol·qlf~rono I"¡ede ser masinteresanlt'. Cle·
mencia es una crialul"a nngelici: 1, la providencia de los que
sufren, el consuelo 'de los que lloran, Su padre, Roque, de-
~ollador infame, se ocupaba de aflücllas matanzas cobardes y
de OSi\~ venganzas espantosas tIe que rué victima esta ciudlll.
Su hija descubr~ por casualidad el fatal secreto, y llega a
tiempo de salvar una familia a cuyo jefe habia degollad')
el cobarde mashorquero. L:l escena en que aparece Clemen-
cia en la casa de la viuda es d3 una ternura desgarradol'a: se
ve a la pobre madre moribunda, se sienl.t~ el aire húmedo de la
pieza, se oyen las pJlabras de los nirlOs flue piden pan, porque
J lllCIO DE LA Pl\ENi:\A.

tienen hambre; y sin embargo la madre no tiene olro pan sino


su llanto y su terrible angustia! Entonces aparece Clemen-
cia como un ángel ennado por Dios para dar alimenlo lA
aquellos pobres niños, para. consolar a aquella mujer, casi
moribunda. i' e:;to es tallto mas dramático, cuanto Roque,
el padre de Clemencia, era d aulor de esas desventuras por
haber degollado al jefe de aquella familia honrada y labo-
no.s':l.
y no bastando esa cOlIstante abnegacion para la malha-
a
dada virjen, llegó un dia en que para salvar otra muier~
tiende dócil su cuello para que el cuchillo del asp.sino lo se-
pare; y ¡oh! justicia del cielo! el mismo padre asesinó á su
propia hija. ¿Que ca¡;tig-o mas terrible y que leccion mas
cruel?
-Pero la sangre de la vírjcn, dice la autora, halló gracia
delante de Dios, y como un bautismo de redencion, hiZO des-
cender sobre aquel hombre un rayo de luz divina que 10 re ..
generól.
Una apuesta es un precioso cuento en que figura Eleo-
nora de Olivar, duquesa de Alba.
El lucero del munantial, juzgado fovorablemente y re-
producido en la prensa del Pacít~co .. en el Correo de Ult.ramar
y varios periódicos arg,mtinos, ha hecho popular el nombre
de la señora de Gorríti, apesar de ser falso el hecho hi~tórico
que le sirve de argumento.
Una n-fjche de ogonia, es un episodio de la guerra civil
argentina cuyo mérito mas relevante es el color local en todas
las descripciones, caracteres v escenas de ta novela.
El lecho llupcial ellcierm una tremenda leccion. pura las
coque las ávidas de lujo. Elisa amaba a un caballero. pero
preselllósele otro cuya fortuna podía darle carruajes, joyas.
telas y el hoato que lleslumbra a los pequeños. Ella dijo en-
tonces á su bien amado. -Dadme un suntuoso lecho nupcial. Y'
seré vuestra.' .
Él n, podia dá rselo. pero la amaba; empero ruando la
SUE~OS y RE.\LlIHUF..S.
....
coqueta le dijo aquella frase, él le respondió con, t1n adema n de
despedida-Está hien .... os lo daré I
Una noche un lujoso carruaje conducia al novio y aElisa,
pero en el camiuo de Miraflores, un hombre al escape del ca-
ballo alcanzó III coche, derribó al cochero, ahrió la portezuela
y desapurecíó;
"En la cima de la colina de arena yen el horde elel har-
"ranco, el cahailo se detuvo de pronto con un movimiento
"brusco que sacó de su letllrgo á la mujer desmayada."
-"Daume un suntuoso leclio nupcial, dijo ron lúgubre
ironía aquel que la lenia en sus brazos. Dildmele, y seré
v{Jestra .•.•
«néle ahí, Elisa ..•. !)J
El mar se eslendia por delante eon la :mpasibilidad de
la muerte. El amante "cndó al caballo, aplicOle la, espuelas
y el fdnebre gru[O fodo en el abismo.
La mujer quc sacrificó su corazan al oro, iba a morir en-
tre las olas mansas ucl mar P<lcíflco, 110l'que en este mundo ~l
egoismo tiene siempre su castigo,
Fállanos espacio para continuar. Solo tenemos entusias-
mo para aurnirar á aquella mujer, y sentimos lalir con mas
fuerza nuestro corazon al pensar que es argentina la dislingui-
da áutora de "Sueilos y Realidades."
La edicion es cf,merada y correcta y hace honor á la im-
prenta que la dá a JIJZ.
El Pueblo. 20 de setiembre de 1865.

.....-
IIDICB DEL TOMO 11.

EL ANGEL CAmo.
1. Ciento contra lino. 5
H. El Rey Chico . 16
111. La voz del corazon 23
IV. Borrascas del alma 30
V. El pacto. 4l
VI. La cita . 45
VII. La flJga . 49
VIII. El asesinato. 57
IX. El voluntario . 62
X. La Leona 64
XI. El reclamo. 68
XU. Escenas de á bordo 70
XIII. El rapto 73
XIV. RevelaciOl.es 75
XV. El encuentro 83
EL TESORO m: I.OS INCAS. (Leyenda histórica.) 87
QUiE~ ESClTCHA su MAL OYE.
(Confidencia de una confidencia.)
l. "
137
11. J.. a Alcoba de una escéntrica. 142
SI HACES MAL ·NO ESPERES BIEN.
l. El rapto.
n. Los bandidos . 158
Ill. El protector . 160
IV. Doce años despues. . 162
V. Reminiscencias . 168
VI. Historia de los Caminos , . 176
VII. Conclusion. 182
UNA HOHA DE COQllET~ll1A. 185
EL RAMILLETE DE tA VEI.ADA.
l. La confidencia. 197
1I. Una mirada 203
rIl. La hija del arte 209
IV. El sueño de Arcelia . . 215
V. El sueño de Grizel. . 218
VI. La Condesa. 220
"n. Al ucinacion . . 222
ViII. Dos mujeres . 227
UNA REDONDILLA. 231
EL ,NARANJO y EL CEDRO. (Leyenda bíblica.) 237
LA FIEBRE AMARILLA. 241
GÜEUES~ (Recuerdos de la infancia.) 249
EL GENERAL VID.U. (Apuntes para su biografia.) 287
Alos lectores . :305
La prensa Argentina y la Señora de Gorriti-
(juicio sobre sus obras y noticias referentes á
su persona.) 307
..... J •

LIST A DE SUSCBIPCION.
0'.'0

BtJENOS-AIRE~h

.0\ .
Anchorena, s"ñora doña. Estanislada Arana de
AIl!ina. señora doña. Antonia l\1an de
Alvear, i'Iilñora doña Teodelina F. de
Alvaro Barros, !leñora doña N. Haatsrnan ¡{ft
..\.lzaga, señora doña Zelmira P. de
Anchorena, óeñora ¡{oña M. Aguirre de
Achaval. señora doña Jacoba de
Ah·arez. señora doña Maria de
Amaral, señora !loña 80fia de
.'\maral, señorita doña Sofia Ignacia
Amoedo, señorita doña Joaquina
Anzó, señora doña Pastora Boneo de
Avellaneda, señora doña Cármen Nobraga de
B.
Boneo, señora doña [saae Medina de
Barros Pazos, señora doña Leocadia M. de
Basabe, señora doña Laura O. de
Backer, señorita doña Euelmira
Barbieri, sañorita uoña Clotildl'
Barrenecbea, señora doña Clorinda R. de
Beaseocbea, señora doña Tomasa G. de
Benites, señol"1l doñllCruz de
Bernal, señola doña M. Linch de
Bilvao Lavieja, señora doña N~ de
Borches. señora doña Rosa U. de
Burz:wo. seDora doña Luisa Canera da
~.
Cobo, .eñorita doña 0010re8
Cavireau, ~eñorita de
Carranza, señora doña Amelia'G. de
Carranza, señora doña Ana Velazquez
Casavalle, señorita doña Mária •
Castro, señorita doña Enliqueta
Cernada~, señorita d!lña Aguéda
Cires, señora doña Isabel
Corvalan, señora doña Candelaria C. d.
Costa, señorita doña Valentina
Cramer, señora doña G. L. de
Crisol, señorita doña N.
D.
Dominguez, señora doña 'Ana Cané de
Dessiens, señorita doña Isabel
Dillon, senora doña N. de
E.
E8e¡j.Jad~, señara dolia N. d(~
F.
F OX, señora doña N. Somellera de
Freyer, señorita doña Maria
Fazier, señora d"ña AJIdrea R, de
G.
Galup, señora doña N. de
Garay, señora doña Petrona
Gayoso, señorita doña Carolina
Gomez, senorita doña Elisa
Gomez, señora doña Josefa
Guyot, senora doña Rosa Bequis ·de
l.
Ibañez. ~eñora doña Irene L. de
Iblarrola, señorita doña Pamela
Isla, señora doña Rosa C. de
K.
Kier, señorita doña Deidamia

L.
Lamas, señora deña N. Somellera de
Lapuente, señora doña UrsuJa de
Lastra, señora doña Angela B. de
Lastra, señora doña Josefa
Leloir, señora doña Tránsito S. Valiente de
Loubet, señora doña Petrona Moreno d'e

M.
Mitre, seriora doña Delfina Vedia de
Madariaga, señorita doña Carolina
Mandeville, señora doña Maria
Mármol, señora doña Marciala E. de
Martinez, señora doña N. de
Medina, señora doña Srminda G. de
Miliavaca, señora doiia Celerina F. de
Muñoz, señora doña Jesua B. de

N.
Navarro, señOlita. doña Concepcion
Noronha, señora doña Juanil Manso de
Noya, señorita doña Rosalía
o.
Olaguer, 8eñora doña Manuela Alcufona«a d.
Obligado, señora doña Maria O. de
Olh'er, señorita doña N.
Otamendi. aeñora doña :Ma ria P. de
P.
Pardo, señora doña Encarnaci()n N. de
Pardo, señorita doña Carolina
Perez del Cerro, señora doña N. de
Pillado, señora doña Guillermina D. de
Piran, señorita doña Ismaela
q.
Quintana, señora doña. Susana Rodriguez de
Quesada señorita doña Ciriaca
Que.sada, Aeñora doña. Rlvira Cpa! da
R.
Riglos, señora doña Francisca Saavedra de
Rodrigll~z, señorita doña CI\rlota

..,
~.

Sauvidet, ~eñora doña Josefa G. de


8auvidet, señora doña Manuela Q. de
SeniUo~a,lIeñora doua PlU!tora Botet de
Silvera señorita doña N.
Spprati, !leñora doña Teodora G. de
U.
fTgarte, Adela Lnvalle dE'
Vrdirarrain, señora doña Antonia de
(Triburu, señora doña Virjinia U. de
V.
Vela, lIeñora doña Petrona V. de
Velez SlIrsfield. !lf'ñora doña Tomas"

A.
Ascuénaga, sAñor don Miguel
.~gote. (Diputado) don N.
Alcorta, don Sañtiago
Antonio. don N.
Arauz, [Diputado] doctor don N.
Arauz, don Luis
Aravena, don Marce!ino
Argerich, doctor don Manuel
Arizaga, don Marcelino
A.tengo, don Marcelino
Augier, don Marcelino
B.
Bazan, doctor don Abel
Banés, don Juan
Bircena, don Benito
Belvifl, don Severo
Billingnr~h, don "ariano
Bo~ettj, don Juan Domingo
Bohm, don L T.
Borjes. don Juan Francisco
(~.

Costa, doctor don Eduard"


Cabol, ductor don :\sisclo
Cabrltl, don N.
Cabrera, don Tibnrcio [2 ejemplares.'
CalJeron, don PediO
Calzadilla, don Santiago
Campo, [Diputado] don Dermidio
Campo, don Leopoldo del
Carballeda, don Laureano
Cárdenuil, don Exequiel
Caroll, [Diputado) dOD Luis
Carreras, don Gregorio de las
Carril, doctor don Salvador Maria del
Ca.~tro, don Manuel
C6rdova, (Diputado) don Nahor.
Coz, don Lui~
D.
Oarac, [Diputado] don Mauricio
Damian
E.
Elizalde, doctor don Rufino de
Elizalde, doctor don Francisco
Eguia, doctor don Cárlos
Escalante, don Pablo
Espejo, Coronel don. Jer6nimo
Espinosa. don N.
F.
Favier, don César
~emandez, don José
Ferreira, don Emilio
French, don Nestor
Frias, [Diputado 1don U ladishlo

G.
Gainza, don Martin
Gallegos, don Miguel [2 ejemplares J
Garcia Fernandez, doctor don Miguel
Gomez, don Asencio .
Gomez, [Diputado) don Monuel José
Gonzalez, don José Maria .
Gorostiaga, doctor don José Benjamín.
Granel, (Diputado) doctor don N.
Granillo, (Diputado) don A.
Gutíerez, don Maximo

H.
Huergo, doctOr don Oelfin
Hale. don Samnel lborrado)
~.

JOl'rlllnll, don .Juan 1\""U1I1' I


L.
Lambera, don Eduardo
Legnisamou, don Juan
Lens, don C~etano
Letamendi, dHn Vicente
Luna, [Diputarlo) don N.
LL
L1orl'ute, doctor don Benjamin
.!tf.
Malaver, doctor don Antonio
Alazo, don Zacaría~ del
Mujica, don Félix
Monguillot, doctor don Jwm Francu.co-borrado
N.
Navarro Viola, doctor don Miguel
Nazarri, don Agu!!Itin
o.
Olivera, don Cárlo~
Ottega, don Miguel
Ortiz. don Fermin
Ortiz, don Miguel
P.
Paz. señor doctor don Mar('.oi
Paz, don N.
Peña, don Enriqne
Peralta, doctor don Adolfo
Perez, doctor don Jo!'lé Ruque
Perez, don Manuel
Peue, don Cayetano
Pizarro, [diputado1 don Manuel
Plaza Monteros, doctor don Alejandro (2 ejemplar...
Pondal, doctor don Benito
Poaadas, don Gervasio A. de Posad••
ct·
Quesada, don Ruperto
Quintana, (Diputado) do)ctor don N.
Quintana, don Ponciano -oorrado
R.
Rocha, doctor don Dardo
Rotlriguez. don Marrelinu
Roqi. don Felipf'

s.
Saavedra, don Federico .
Saem, don Luis (2 ejemplárMl
Saldíu, dOD Adolfo
SaJvadora., don Jo,é Maria
~armiento, (Diputado) don Bllelllln'ntur&
~hipe, don Martin
Suarez, don Jo~é
:'ustaita. don Jmlll P.
T.
Tllmayo, Sidey
Torre!!. don Gregorio
Torre~. don Miguel
Torres, don (;árlos
u.
Ure, don Juan
Ugartp.che, uon Cayetano de
Fnivenid:td (2 ejemplares)

Yda, don .José Leon


".
VeJez, (Diputado) doctor don Luis
Villanueva, don A.
VioJa don Domingo
Viso, (Diputado) don N. del (2 ejemplarea)
rivot, don G.
w.
White, ,lnn (;uillenno

Zuviria, Oiplltado dou Fp,uelon

qUII.ME~.
Baranda, don Andre,
Flores, señora doña F.milia Guzmall de
MerC'hante, señora doña Manueh :'010 do!
Wilde, doctor don Jos(- A.

ROSAP30.
Alucio, ,don Angel
Auae, don Luis M aria
Barroso, seiiora doña Pastora l\J. ti"
Carranza, don Mauro
Carrama, don Palemon
Castro, don Luis
Castellanos, don Federico
Castellanos, donjuan
CarIes, señora doña Margarita M. de
Fragueiro, don Martin .
Garcia, don Fernando
Gori, don V.
Gutierrez, don José Agustín
Hertz, señora doña Manuela Ojeda de
JUlIJ'ez, señorita doña Esilda
Lasaga, don Pedro
Lejana, señora doña Jualla R. Esquivel de
Mármol, señora doña Cristina Carranza de
Mármol, señorita doña Petrona del
M achado, doctor dOD José Ole gario
Machain, don Evaristo
Machain, don Eusebio
Machain, don José
Medina, selioradoña Dolores Clt'mente de
Mendez, señora doña Mercedes Huergo de
l\Jendez, señora doña Susana Muñoz de
Muñoz, señora doña Susana de
Ortiz, don Federico
Paganini, don Lisandro
Peñalosa, señora doña Antonia :\Iachado d~
Pereira, don Zenuu
Pianteli, don Enrique
Pueyrredon, don Manuel A.
Quintana, don Erasmo
Ramayo, don Pedro Lindor
Rodriguez, don Lúcio (borrado)
Rueda, doctor don Manuel
Santa Ana, doctor don Tesallrlr,)
Sesar, doctor don Manuel
Sohle, señora doña Felisa R. de
Tartabul, señora doña Mercedes
Zuviría, doctw dOIl J 0;':(> Maria

PARAN".
Ballesteru~,"eñorita doña Delfina
Benetti. señora doña Dolores C. de
Etienot; don Amaro
Fontes, señora doña Mercede~ M. de
GODzalez del Solor, señora doña Clodomira !\J. ds
Leiva., señora doña Seferina
Lopez, dOD Jacinto
Molinas, señora doña .Florencia R. ,te
Ocampos, 8eñora doña ARteria G. de'
Puig, señora doña Simona C. de
Ramo,"" don Eliseo
Sola, don J u~tu

VH~TORU,.
Campos, señora doña Carmell
Esquivel, señora dolia Rit.'\ F. df'
Fernandez, señora doña Luisa N. d.'
Lopez, señora doña Dolores N. de
Medrano. señora doña Segunda Espíndola de
Sanchez, señorita doña Desideria
Sosa, señorita doña Teodora
Vergara, don Anieeto .

GI.TA LEGI.TA V.
Caldere, don N.
G ¡anello, dOJ) Segundo M.

GUALEGUAYC .. IJ.
Aguilar, señora doña Rafael
eaceres, señora doña Fidela
Irasusta, señora doña Felipa
Labasti, donCasimiro
Lemo, don JUllto
Mendez, señora doña Amelía B. ele
Mann, don Abelardo (borradol
Perez, don Anteoio
Pinto, señora doña Dolores O. de
Rodríguez, don Nicandro
Seguí, señora doña Cornelia Y. de-
Sobra!, señora doña Carmen
\- iIlagra, señora doña Dorlisa
Wood, seQ,ora doñ¡¡. Francisca C. de

'",."

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