Caicedo, Alhena - Antropología y Feminismo
Caicedo, Alhena - Antropología y Feminismo
Caicedo, Alhena - Antropología y Feminismo
Lila Abu-Lughod
Mara Viveros Vigoya
Diana Gómez Correal
Diana Ojeda
AS OC IACI ÓN
COLOMBIANA DE
ANTROPOLOGÍ A
AS OC IACI ÓN
COLOMBIANA DE
ANTROPOLOGÍ A
© Antropología y feminismo
| Alhena Caicedo (editora)
Lila Abu-Lughod
Mara Viveros Vigoya
Diana Gómez Correal
Diana Ojeda
Cuaderno Nº 2
1era edición, mayo, 2019
Edición de:
Asociación Colombiana de Antropología
Fotografía de portada:
Colectivo Artesanal Tecnológica.
Diseño tejido monumental por Eliana Sánchez Aldana,
realizado con la colaboración del grupo Tejedoras de Sabiduría
fotógrafo Jan José Moreno Espinel
Impreso en:
Samava Ediciones, Popayán-Colombia
Contenido
Introducción 9
Antropología y feminismo: confluencias y tensiones
Alhena Caicedo
La antropología colombiana,
el género y el feminismo 49
Mara Viveros Vigoya
7
Introducción
Antropología y feminismo:
confluencias y tensiones
Alhena Caicedo
Universidad de Los Andes
9
preguntas por cómo se produce conocimiento desde la antropo-
logía, cuál es el lugar de las mujeres en la producción intelectual,
y cómo ha sido su experiencia como antropólogas en un campo
históricamente constituido desde un sesgo androcéntrico. Así
mismo, los aportes metodológicos que han hecho en múltiples
dimensiones interrogan, retroalimentan y expanden el saber
hacer disciplinar, la práctica etnográfica, el trabajo de campo, los
ejercicios colaborativos y la escritura, al tiempo que examinan
la práctica docente, profesional y de investigación, y en general
las relaciones de poder que cruzan cotidianamente el ejercicio
de la antropología.
10
La Colección Cuadernos Mínimos de la ACANT presenta
una trilogía de ensayos cortos que buscan aproximar a un público
amplio y diverso a los fundamentos y reflexiones básicas que
hace actualmente la disciplina antropológica en su intersección
con diferentes campos de estudio e intervención. La idea de
Mínimos llama la atención sobre las discusiones fundamentales
a considerar para hacerse una idea del campo en cuestión; y se
aproxima desde entradas diversas como las que presentamos en
este libro alrededor de las contribuciones teóricas y metodo-
lógicas que permiten hablar de la relación entre feminismo y
antropología.
11
particular sensibilidad también las interpelaciones han sabido
problematizar hábitos consentidos que invisibilizan la diver-
sidad de la experiencia de las mujeres. Así, la perspectiva situada
se ha convertido en el lugar por excelencia para referenciar la
relación entre antropología y feminismo. De allí nos solo la
necesidad de aterrizar esta reflexión en el contexto colombiano,
sino también de referenciar la pluralidad de enfoques que nos
sugerirían mejor hablar de las relaciones entre antropologías y
feminismos hoy.
12
las últimas décadas. Al tiempo que identifica la trayectoria de
académicas e intelectuales cuyo trabajo ha posicionado temá-
ticas y apuestas que, más allá de los límites de la academia, han
cobrado un especial valor en el campo intelectual y político, en
el actual contexto nacional. Por su parte, los aportes metodoló-
gicos de los feminismos a la etnografía, y de manera más amplia
al ejercicio profesional de la antropología en sus múltiples esce-
narios, constituyen el lugar desde donde más claramente se
ponen en evidencia la necesidad de trascender una actitud de
engolosinamiento autista con la teorización hacia un ejercicio
político de transformación social que contribuya más eficaz-
mente a acabar con formas de dominación, invisibilización y
violencia.
13
¿Puede haber una etnografía feminista?1*
Lila Abu-Lughod
1
Este es el texto ligeramente modificado de una conferencia presentada a
la Sección de Antropología de la Academia de Ciencias de Nueva York
el 29 de febrero de 1988. Las conferencias son el particular performance
que la mayoría de los académicos realizan; pensé que la dejaría tal cual,
con fallas y todo. Desde que dicté esta conferencia, he repensado muchos
de los temas. Para una discusión más desarrollada de lo que comparten
las feministas y los “halfies”, y lo que revelan sobre la antropología, véase
Abu-Lughod ([1991] 2012). Estoy agradecida a NEH por la beca que me
permitió pasar el año 1987-88 en el Instituto de Estudios Avanzados en
Princeton, donde tuve tiempo para trabajar en esta conferencia, entre otros
proyectos, y donde recibí ideas de las discusiones en el Seminario de Gé-
nero. También quiero agradecer a Cathy Lutz por los comentarios útiles,
ya Connie Sutton y Susan Slyomovics por animarme a poner esto en el
mundo de una forma menos fugaz.
* Traducido por Andrea Neira Cruz. IESCO, Universidad Central.
15
Pero al abordar la cuestión de si puede existir una etno-
grafía feminista, no puedo ofrecerles estas historias para
mantenerlos conectados. Quiero considerar algunas cuestiones
teóricas de las cuales el libro que estoy escribiendo es la práctica.
Esta es la mitad, por lo tanto, sin las historias ni la etnografía.
El libro estará lleno de narraciones como las de una antigua
matriarca de la comunidad en la que viví, quien sesenta años
después de los hechos, cuenta vívidamente tres episodios de
resistencia al matrimonio en su juventud, episodios en los que
lloró y se negó a comer por doce días, pasó largas horas frente
a un barranco orando para que los espíritus la poseyeran para
poder volverse loca, se cubrió con un tinte negro, huyó a la casa
de su tío materno y arrojó platos de comida fuera de la tienda.
El libro incluirá historias sobre anticoncepción y fertilidad,
historias como las de una mujer, cuya hija mayor explica con
orgullo que su madre dejó de tener hijos (¡después de dar a luz
a nueve!) porque ella, la hija, aplastó bajo sus pies los siete cara-
coles blancos que se habían llenado de sangre del cordón umbi-
lical del último nacimiento de su madre. Hizo esto en lugar de
ponerlos en un frasco y enterrarlos para que su madre pudiera
volver a quedar embarazada al bañarse con el agua en la que los
había empapado.
16
radio, la escuela y el movimiento islámico, incluirá discusiones
de las niñas adolescentes beduinas sobre las últimas radiono-
velas egipcias como “Una novia por computadora”. Esta serie
termina felizmente, con nuestro héroe finalmente casándose
con la mujer que amaba, después de haber sido forzado a probar
a tres novias inapropiadas dispuestas a través de un servicio de
casamiento por computadora. Mientras me siento con unas
cuantas chicas beduinas que escuchan la radio mientras hornean
el pan, el humo en nuestros ojos, el viento que sale del desierto
y las gallinas que se persiguen ruidosamente entre sí, ellas me
cuentan los episodios de la serie que no he visto. Al terminar,
me preguntan tímidamente: “¿qué es una computadora?”.
17
saber qué entendemos por etnografía. Y ya las cosas son compli-
cadas porque etnografía es un término ambiguo que se refiere
tanto a la actividad de hacer investigación antropológica, y más
comúnmente, a los resultados escritos de esta investigación, los
textos o etnografías que ahora son reconocidos como constitu-
tivos de un distintivo género semi-literario. Dejaré de lado la
definición de feminismo, porque todos tenemos una idea apro-
ximada de lo que es y porque es un término demasiado contro-
vertido para definirlo sin caer de inmediato en problemas.
18
taría. En parte, porque implícito en la antropología, con su
larga tradición de relativismo cultural y su noción de muchas
verdades, hay una crítica de las bases filosóficas de la doctrina
de la objetividad. Pero en las últimas dos décadas, ha habido
un cuestionamiento más explícito de la posibilidad de objeti-
vidad. Esto no proviene tanto de la sociología del conocimiento,
que en otros campos ha sido uno de los más potentes cuestio-
nadores de las afirmaciones de objetividad del conocimiento,
como de la antropología interpretativa. Clifford Geertz, a través
de su metáfora de las culturas como textos con su célebre coro-
lario de que la antropología “no es una ciencia experimental en
busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de signi-
ficados” ([1973] 1996: 20), sentó las bases de los dos desarrollos
más importantes asociados con las críticas, ahora de moda, de
la objetividad en antropología: la atención reflexiva al proceso
de trabajo de campo y la atención literaria a la producción de
representaciones escritas.
19
La segunda ola de críticas de la objetividad proviene de
un ángulo ligeramente diferente. Nuevamente, con Geertz, ha
habido una creciente comprensión de que una de las princi-
pales cosas que los antropólogos realmente hacen es escribir.
Al observar las convenciones literarias de la escritura etnográ-
fica, algunos antropólogos comenzaron a señalar cómo se utili-
zaba el realismo y el lenguaje transparente de la objetividad
para sustentar la autoridad del narrador / antropólogo en las
etnografías clásicas. Aquí, las formas en que se construyen las
descripciones antropológicas son cruciales y están vinculadas a
la relación de distancia y desigualdad entre los etnógrafos y los
sujetos (Clifford 1986: 1-26, 1988), Marcus y Clifford 1985:
267-271, Marcus y Cushman 1982, Taussig 1987, Tedlock1983,
Tyler 1986).
20
comunes). Esto es lo que dota de coherencia a las ficciones
etnográficas; esto es lo que las determina; éste el principio que
las rige” (Clifford [1986] 1991: 32-33).
21
existente era que no fuese realmente objetivo o lo suficiente-
mente objetivo. Las académicas señalaron las formas en que las
mujeres habían sido ignoradas en los estudios de la sociedad y
la producción cultural, y cómo ciertas preguntas no habían sido
formuladas, o lo habían sido, de tal modo que soslayaban el
género o las mujeres. La validez de los estudios científicos que
apoyaban las suposiciones más comunes sobre las diferencias de
sexo y la inferioridad de las mujeres comenzó a ser cuestionada.
La acusación fue que se trataba de “mala ciencia”. La documen-
tación de las distorsiones producidas por el androcentrismo en
la mayoría de los campos de estudio fue bastante significativa,
al igual que la investigación correctiva emprendida.3 La crítica
al conocimiento académico existente fue que estaba sesgado, y
el objetivo de la academia feminista era completar el registro y
hacer que las teorías fueran más objetivas, más completas y más
universales a través de la inclusión de las vidas de las mujeres,
sus experiencias, literatura, arte y así sucesivamente. En esta
formulación, el ideal de objetividad aún no era cuestionado, y se
suponía que su opuesto era el sesgo o la parcialidad.4
3
Se puede pensar en esta crítica como la contrapartida epistemológica de
la crítica del movimiento feminista a las instituciones sociales, políticas y
económicas.
4
Esta crítica del androcentrismo se convirtió en algo que comenzó a poner
en duda la “objetividad”. Adrienne Rich, una de las feministas radicales
más elocuentes, expresó: “Feminismo significa finalmente que renun-
ciamos a nuestra obediencia a los padres y reconocemos que el mundo
que han descrito no es el mundo entero. Las ideologías masculinas son
la ‘creación’ de la subjetividad masculina; no son objetivas, ni están libres
de valores, ni son inclusivamente ‘humanas’. El feminismo implica que
reconocemos plenamente la insuficiencia para nosotros, la distorsión de las
ideologías centradas en el varón, y que procedemos a pensar y actuar desde
ese reconocimiento” (1979: 209).
22
facético a la “objetividad” y la dicotomía entre objetivo y subje-
tivo a través de la cual el término adquiere su significado. Con
esto, las feministas comenzaron a desviar el debate de las preo-
cupaciones tradicionales acerca de las “restricciones a la objeti-
vidad” (que llevan los supuestos científicos convencionales sobre
la objetividad como un ideal) a un cuestionamiento más radical
del real estado del concepto de objetividad y su valor.
23
de la masculinidad.5 Keller también sugiere formas, en las
cuales lo que llama la ideología del “objetivismo” en la ciencia
se reproduce a si misma a través de una especie de auto-se-
lección. Argumenta que la ciencia atrae a quienes comparten
sus valores estereotipados o cuya autoestima sería compatible
con tales valores, en su mayoría hombres. Además, al hacer un
argumento psicodinámico más especulativo, propone que también
atrae a aquellos cuyas experiencias infantiles tempranas los hacen
sentir cómodos con el prometido desapego y la claridad de los
límites de la empresa científica, de nuevo, en su mayoría hombres.
5
Para una explicación de los dualismos en los que el concepto de emoción
participa en la cultura euroamericana, véase Catherine Lutz (1988).
24
teóricas feministas que han considerado cómo funciona la obje-
tividad en una sociedad como la nuestra, estructurada funda-
mentalmente en términos de desigualdad sexual. Ella argu-
menta que la objetividad es una estrategia del poder masculino,
no solo una noción que tiene un significado cultural asociado
con la masculinidad. Ella plantea:
25
[...] basados en el mundo laboral y las relaciones de los hombres,
cuya experiencia e intereses surgen en el curso de y en relación
con la participación en el aparato de gobierno de esta sociedad.
Los campos aceptados de la sociología (teoría organizacional,
sociología política, sociología del trabajo, sociología de las enfer-
medades mentales, la desviación y similares) se han definido
desde la perspectiva de las estructuras profesionales, gerenciales
y administrativas y en términos de sus preocupaciones (Smith
1987: 62).
26
desigualdad sexual que participa tácitamente en la construcción
de la realidad desde el punto de vista dominante (MacKinnon
1983: 636).
27
nista, uno esperaría una convergencia y la producción de un
rico cuerpo de etnografía feminista. Pero esto no ha sucedido.
¿Dónde han estado las antropólogas feministas? ¿Atrapadas,
como Marilyn Strathern (1987) ha sugerido, en una tensión
creada por las dos maneras diferentes en que se supone que las
feministas y antropólogas deben relacionarse con sus sujetos?
Ciertamente, no las encontramos en Writing Culture, una
ausencia que Clifford confiesa: “clama por comentarios”.
28
haciéndolas centrales como áreas de indagación.6 Este proyecto
podría haber fomentado un conservadurismo de la forma; nece-
sitábamos persuadir a nuestros colegas de que la antropología
que tiene en cuenta el género no solo es una buena antropo-
logía, sino una mejor antropología.
6
Este es un proyecto político, como afirman las diversas expresiones de an-
tropólogos feministas de todas las tendencias que afirman que sus trabajos
están arraigados en el movimiento de mujeres. Véase especialmente las co-
lecciones tempranas como Rayna Reiter, ed. (1975), Michelle Z. Rosaldo
y Lamphere, eds. (1974).
29
ofrecerse en cambio es un fin a los mitos de la objetividad y a
los dualismos siempre jerarquizados que han alimentado tales
mitos. El siguiente paso para las antropólogas feministas es
pensar seriamente sobre estas posibilidades.
30
abiertas acerca de su posicionalidad (ubicándose como partici-
pantes con pronombres en primera persona), menos asertivas
de su autoridad u omnisciencia, y dirigen sus obras a audiencias
algo diferentes y más grandes que los escritores profesionales de
etnografías estándar. En el curso de sus trabajos, abordan temas
generalmente discutidos en elaboraciones antropológicas de la
región, pero a medida que estos emergen en el contexto de la
vida de las personas. A menudo, su enfoque en la perspectiva de
las mujeres resulta en una interpretación radicalmente diferente
de la relevancia y el significado de estas formas sociales, por
ejemplo, la segregación sexual y la familia patrilineal.
31
a regañadientes por antropólogas feministas inseguras de sus
posiciones. Las antropólogas feministas, al afirmar su profe-
sionalismo, pueden haber tenido que diferenciarse de estas
mujeres y distanciarse incluso del deseo de comunicarse con
un amplio público, un esfuerzo que, como ilustra el caso de
Margaret Mead, socava el valor profesional. Pero quizás aquí
deberían haber puesto en tela de juicio el significado del
profesionalismo en sí mismo, dado que las acusaciones de no
profesionalismo en las obras de las esposas de los antropó-
logos están implícitas en una jerarquía que ya hemos cues-
tionado con respecto a la objetividad. Esta es una jerarquía
en la que el primer término se asocia con una masculinidad
valorada y el segundo con una feminidad devaluada: profe-
sional/no profesional, objetivo/subjetivo, abstracto/concreto,
teórico/descriptivo, citacional o relacionada con la literatura/
basada en la observación personal.
32
Estas son las razones por las cuales las antropólogas femi-
nistas no han estado tan activas en estos debates antropológicos
como deberían. Pero tampoco han tenido mucha presencia en
los debates feministas sobre la “objetividad” u otros temas de
la teoría feminista. Una vez más, debemos preguntarnos por
qué. Por un lado, las antropólogas, a menudo, son relegadas por
las feministas a la posición de fuentes de información sobre
los orígenes y las posibilidades. Se les pregunta si las mujeres
han sido dominadas siempre y en todas partes, si alguna vez ha
habido matriarcados, si hay sociedades sexualmente igualitarias
en algún lugar. Nosotras hemos estado más o menos dispuestas
a brindar esta información, sintiéndonos incómodas porque de
alguna manera nos buscaban para las cosas equivocadas, ya que
al mismo tiempo estábamos incorporando a las mujeres en el
registro nos preguntábamos qué tan seguro podría ser cualquier
conocimiento sobre los demás, dado que antes nuestras teorías
habían pasado tanto por alto. Los mejores trabajos en antropo-
logía feminista han articulado las teorías de la vida social y las
categorías de análisis. Entonces, respondemos con cautela que
debemos reconsiderar lo que entendemos por estatus e igualdad,
debemos reconsiderar las dicotomías con las que general-
mente entendemos la vida social: público/privado, simbólico/
material, productivo/reproductivo, etc. Esto no proporcionó
las respuestas claras que querían, así que nuestra audiencia se
redujo a la disciplina; dirigimos nuestro trabajo principalmente
a otros antropólogos.8
8
Probablemente sea seguro decir que lo que ha tenido el mayor atractivo
fuera de los círculos antropológicos han sido los dos planteamientos que
más se aproximan a los argumentos sobre los “universales”: los argumentos
de Michelle Rosaldo (1974) sobre la ubicación de las raíces de la asimetría
sexual en la distinción doméstico/público, y los planteamientos de Sherry
Ortner (1974) sobre si lo masculino es a lo femenino lo que la cultura es
a la naturaleza. Ambos son argumentos que han generado controversia y
crítica dentro de la antropología. Véase Rosaldo (1980), MacCormack y
33
Una segunda razón por la que las antropólogas no han
tenido mucha presencia en la teorización feminista es que les
resulta difícil hablar de “mujer”. Cuando las académicas femi-
nistas en una variedad de disciplinas comenzaron a seguir las
implicaciones de ver como masculinas cosas como la objetividad
u otras cualidades que antes habían sido consideradas univer-
sales y no marcadas, encontraron un rico espacio en el cual
explorar la cuestión de lo que podría ser una alternativa feme-
nina o feminista.9 En todas partes, las feministas empezaron a
preguntar: ¿Qué sería una universidad de la mujer? ¿Un orden
político de las mujeres? ¿Una escritura de mujer? ¿Una socio-
logía feminista? ¿Un método feminista? ¿Una ciencia ginoco-
céntrica?10 Aquí las antropólogas feministas, como antropó-
logas, podrían encontrar poco lugar para ellas con su pregunta
insistente: ¿Qué mujer? ¿Qué tipo de femenino? Puedo hablar
sobre mis experiencias de leer la teoría feminista como una
persona dividida. La mujer blanca americana de clase media
que hay en mí se emociona al leer a Rich (1980) sobre la hetero-
sexualidad obligatoria, a MacKinnon (1983) sobre la concien-
tización como método feminista, y Helene Cixous sobre textos
femenino-sexuados en los cuales “Yo-mujer, voy a hacer estallar
la ley... en el lenguaje” (1983: 291).
34
Esa misma parte de mí se siente encantada y reivindicada
en mi feminidad por la noción de Gilligan (1982) de una mora-
lidad basada en el cuidado y la conexión en lugar de los derechos
y la autonomía, las nociones de pensamiento maternal de Sara
Ruddick (1980), o la propuesta de Hilary Rose (1983, 1986)
de una ciencia superior que combina mano, corazón y cerebro.
La antropóloga en mí, como reconocedora profesional de la
diferencia cultural, como trabajadora de campo que vivía con
mujeres beduinas egipcias quienes no parecían terriblemente
femeninas según nuestros estándares, y como una persona
que estudió antropología por lo que podría contarme sobre mi
propia experiencia personal de crecer entre dos mundos, la de
mi madre estadounidense y la de mi padre palestino, se resiste
a cada afirmación audaz en estos feminismos. En la alternativa
de cada mujer, veo la huella reveladora de un contexto cultural
específico y el significado de la feminidad, al igual que en las
listas de lavado de crímenes contra las mujeres de las feministas
radicales –donde el velo, el vendado de pies, la ablación del
clítoris y la sati se comparan con la violación, la pornografía
y tacones de puntilla– veo un fracaso inaceptable en contex-
tualizar. ¿Qué mujeres, qué tipo de femenino? Comprometidos
con la diferencia cultural y el empirismo cuidadoso, las antro-
pólogas feministas solo podían ser negativas.
35
de vista de las mujeres de su sociedad y sus vidas, escribir sobre
personas vinculadas en relaciones con otros, mirar lo particular
y evitar la generalización, escribir con cuidado y apego en lugar
de distanciarme, participar en lugar de eliminarme.
11
Para un resumen de las dos posiciones, si es que se inclinó hacia los fran-
ceses, ver Toril Moi (1985). Para algunas importantes declaraciones tem-
pranas del campo angloamericano, ver Annette Kolodny, (1980) y Elaine
Showalter (1977).
36
simbólico del lenguaje y la conciencia), o lo reprimido. Para
ellas, la “escritura femenina” subvierte el lenguaje, la lógica y la
coherencia masculinas, y debe ser un tipo de poesía. Por muy
atractivo que sea, parece improbable que sea un universal trans-
cultural y no es sensato que una antropóloga lo intente, si ella
aún quiere escribir una etnografía: libros sobre la vida de otras
personas, no poesía desde su cuerpo.
12
En los años setenta el feminismo negro y/o lesbiano tomo distancia del
feminismo blanco en EEUU. En 1981 se empieza a discutir la idea de un
feminismo internacional, que quería unir a las mujeres del llamado “Ter-
cer Mundo”; este fue denominado como “feminismo tercermundista”, que
trataba de no suprimir las diferencias entre las mujeres que pertenecían a
él. Este mismo año se publica el texto “This Bridge called my Back: Writings
by Radical Women of Color” editado por Gloria Anzaldúa y Cherrie Mora-
ga; una colección de ensayos, poemas, testimonio que expresan las diferen-
37
refiere solo a mujeres heterosexuales blancas de clase media en
la sociedad capitalista occidental moderna. Aparecen artículos
sobre el feminismo y el imperialismo cultural, sobre la categoría
de la Mujer del Tercer Mundo, sobre el tokenismo13, sobre el
discurso colonial, etc.14. La crisis, como dice Harding, es que
“una vez que 'mujer' se deconstruye en 'mujeres' y se reconoce
que 'género' no tiene referentes fijos, el feminismo mismo se
disuelve como una teoría que puede reflejar la voz de un sujeto
naturalizado o esencializado” (1986: 246). Esto, agrega Harding,
no disuelve el feminismo como identidad política, pero el tema
más acuciante para la discusión en los círculos feministas ahora
es cómo desarrollar una política de solidaridad, coalición o
afinidad basada en el reconocimiento de la diferencia. Algunas,
como Haraway (1985), ve esta crisis en el feminismo como un
desarrollo positivo del nuevo orden mundial del capitalismo
postindustrial moderno.
38
La convergencia en la etnografía feminista
15
Para una declaración reciente sobre antropología e imperialismo,
véase a Edward Said (1989).
39
El discurso feminista, en cierto sentido, comienza desde el
lado opuesto, en el otro gran sistema de diferencia en nuestra
sociedad: el género. Como lo señaló Simone de Beauvoir hace
mucho tiempo, las mujeres, al menos en las sociedades modernas
de Occidente, han sido el otro para el yo del hombre [men’s self].
Esto ha significado dos cosas. Las feministas nunca podrían
hacerse ilusiones acerca de la inocencia con respecto al poder
de un binario como el yo [self] / el otro. Sabían que este sistema
de diferencia era jerárquico y se refería al poder. Se está reco-
nociendo cada vez más que quizás el mismo sistema de dife-
rencia constituye el sexismo y, por lo tanto, tiene que ser cono-
cido y desmantelado. En segundo lugar, aunque el feminismo
fue un intento de convertir en sujetos de sí [selves] a los que se
habían constituido como el otro, es decir, en sujetos en lugar de
objetos, la crisis que siguió rápidamente después de este intento
(la crisis de las múltiples diferencias que acabo de discutir), les
mostró tanto la violencia inherente en el asunto de constituirse
a sí mismas [selves] como la necesidad de repensar la cuestión
de la identidad. Lo que tenían que enfrentar las feministas era
que la mujereidad [womanhood] era solo una identidad parcial.
Eso significa que trabajamos a partir de yos fragmentados y
debemos trabajar juntas como yos diferentes que solo se inter-
sectan parcialmente.
40
grafía feminista. Si se tratara de una etnografía con mujeres en
el centro, escrita por mujeres para mujeres (incluso si las mujeres
en el centro fueran en su mayoría mujeres de otras culturas y las
mujeres para las que estaba escrita eran en su mayoría mujeres
occidentales que querían entender qué significa género, cómo
funciona y cómo produce las situaciones de las mujeres, –que
sigue siendo la estructura desigual del mundo y la estructura de
la antropología–), algo importante habría cambiado. Al trabajar
con el supuesto de la diferencia en lo mismo [sameness], de un
yo que participa en múltiples identificaciones y un otro que
también es parcialmente el yo, podríamos estar moviéndonos
más allá del punto muerto del fijo yo / el otro o de la divi-
sión sujeto/objeto que perturba a los nuevos etnógrafos. Para
hablar de forma más clara y concreta, imaginar a la trabajadora
de campo que no niega ser mujer y que está atenta al género en
su propio tratamiento, sus propias acciones y en las interacciones
de las personas de la comunidad sobre las que escribe. Al llegar
a comprender su situación, ella también está entendiendo la suya
a través de un proceso de especificación de las similitudes y las
diferencias. Lo más importante, es que tiene un interés político en
comprender la situación de la otra, ya que ella, y con frecuencia
ellas, reconocen una afinidad y una responsabilidad limitadas.16
16
La importancia del hecho de que las mujeres que encontramos en el cam-
po, a menudo nos reconocen como mujeres, aunque diferentes, no ha re-
cibido mucha atención. Para evidencia de que el género del trabajador de
campo es importante para las mujeres en el campo, vease Roger Keesing
(1985).
41
logos indígenas que hacen trabajo de campo y especialmente de
los halfies -personas entre culturas, lo occidental de su crianza,
la formación y la cultura de uno de los padres, el origen de esa
familia y la del otro padre o alguna parte de su identidad.17 La
práctica de estos antropólogos que saben que su ser es múltiple
también rompe de forma productiva los límites del yo y del
otro, del sujeto y objeto. Su angustia no es cómo comunicarse a
través de una división, sino cómo teorizar la experiencia de que
moverse de ida y de vuelta entre los muchos mundos que habitan
es un movimiento dentro de un mundo complejo e histórico y
políticamente determinado. Cuando Appadurai (1988) sostiene
que nunca ha habido cosas tales como los “nativos”, es decir,
personas que, a diferencia de nosotros los occidentales, están
encarcelados en modos de pensamiento y lugares particulares,
él está tratando de llegar a esto. Cuando Edward Said en Orien-
talismo dice que el oriente no es un lugar, está sugiriendo lo
mismo. La configuración (imaginativa) de la división entre el
oriente y occidente estuvo de la mano de la dominación del otro
recién definido y fue una forma de crear un yo [self] separado.
Las feministas saben qué tan negativo ha sido ese tipo de divi-
sión binaria para las mujeres. Tanto en la etnología feminista
como en la halfie, la creación de un yo a través de la oposición
a otro se bloquea y, por lo tanto, tanto la multiplicidad del yo
como las cualidades múltiples, superpuestas e interactivas del
otro no pueden ser ignoradas.
17
Tomé prestado este término de Kirin Narayan (comunicación personal).
Quizás incluso el trabajo de los estadounidenses sobre la cultura estadou-
nidense también pueda encajar aquí, aunque existe la sensación de que
ser uno mismo estudiando el yo establece una dinámica diferente a la otra
y estudiando el otro. Para una más detallada discusión de las diferencias
véase Abu-Lughod ([1991] 2012). Para más sobre mujeres halfies, véase
Kondo (1986), Abu-Lughod (1988).
42
Teniendo en cuenta esto, me parece que tanto la etnografía
feminista como la halfie son prácticas que podrían desestabi-
lizar el paradigma mismo de la antropología, al mostrarnos que
siempre somos parte de lo que estudiamos y siempre mante-
nemos relaciones definidas con él. Nuestra exterioridad fue
el supuesto constitutivo de la antropología: la mayor parte de
la nueva etnografía no ha podido romper con ese mito. Este
puede ser el momento para que las antropólogas feministas lo
socaven. La reflexión sobre la escritura etnográfica en sí misma
ha creado un espacio dentro de la antropología para este tipo
de esfuerzo basado en la posicionalidad y parcialidad de todo
conocimiento y representación. La crisis en el feminismo,
por otro lado, nos ha dado una audiencia más amplia para el
trabajo transcultural sobre el género y las mujeres. Las etno-
grafías feministas, etnografías que intentan dar vida a lo que
significa ser mujer en otros lugares y en diferentes condiciones,
etnografías que exploran lo que significa trabajo, matrimonio,
maternidad, sexualidad, educación, poesía, televisión, pobreza
o enfermedad para otras mujeres, les puede ofrecer a las femi-
nistas una manera de reemplazar sus supuestos de una expe-
riencia femenina con un fundamentado sentido de nuestras
comunalidades y diferencias. También puede clarificar nuestras
relaciones, ya que es presuntuoso pensar que no vivimos en un
mundo interconectado, un mundo que nos une en el trabajo
de campo, pero también un mundo en el que mi privilegio de
haber podido escribir esta conferencia en una computadora y
responder a la pregunta de las niñas beduinas sobre la computa-
dora de la que escucharon en una radionovela, depende de que
las mujeres mal pagadas en el sureste de Asia pasen largas horas
en plantas multinacionales de electrónica ensamblando estas
computadoras. Entonces, para volver a la pregunta que formulé
al comienzo: ¿Puede haber una etnografía feminista? Es hora
de que empecemos a explorar las muchas cosas que podría ser.
43
Referencias citadas
44
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48
La antropología colombiana,
el género y el feminismo1
Introducción
1
Agradezco a Tania Pérez-Bustos, Mariana Calderón Jaramillo y a los
dos evaluadores anónimos de este artículo su atenta lectura y pertinentes
comentarios a la versión preliminar. Cada uno de ellos me ayudó a precisar mis
formulaciones en este artículo.
49
comportamiento y la organización de la sociedad, las mujeres
fueron representadas en las etnografías únicamente como hijas,
hermanas o esposas de uno o incluso varios hombres, es decir, en
función de sus nexos con ellos. Tal como lo planteó Henrietta
Moore ([1988] 1991) el problema del que se ocupó buena parte
de la crítica feminista a la antropología social no se refería a
la ausencia de las mujeres en los informes etnográficos, sino a
la forma en que eran representadas y a los distintos niveles de
androcentrismo con los cuales se abordaban las relaciones entre
hombres y mujeres.
50
ejemplo, la altura a la cual estaba situada la pelvis de una mujer
indígena (Echeverri 1998: 233).
51
pología, establecidos en Bogotá.2 Incluí la Revista de Ciencias
Sociales pese a que su foco no es la antropología, porque en la
revisión encontré que había muchos artículos relacionados con
los estudios de género escritos desde una perspectiva antropo-
lógica. En esta oportunidad no incluí revistas de otras ciudades,
como el influyente Boletín de Antropología de la Universidad
de Antioquia, porque en el periodo analizado no publicaron
muchos artículos sobre el tema, que desarrollaron con más
fuerza en los últimos diez años. Para ese aparte, el periodo bajo
estudio comprende desde los inicios de la difusión del enfoque
de género en las ciencias sociales, en los años ochenta del siglo
pasado, hasta el momento de su incorporación en la disciplina
antropológica, en la primera década del siglo xxi.
2
Agradezco a la socióloga Yira Lazala su colaboración en la elaboración de esta
base de datos.
52
El trabajo de Marcela Echeverri sobre la producción cien-
tífica de cuatro de ellas, Alicia Dussán de Reichel, Virginia
Gutiérrez de Pineda, Edith Jiménez de Muñoz y Blanca
Ochoa de Molina, examina su lugar paradójico en la investi-
gación antropológica. Si bien su aporte al conocimiento de los
aspectos domésticos de las comunidades de estudio fue crucial,
fue subvalorado “al ser relacionado con el carácter femenino de
su objeto” (Echeverri 1998: 227). Este trabajo brinda además
elementos muy interesantes para entender los sesgos de género
que orientaron el desempeño diferenciado de estas cuatro
mujeres del IEN.
53
Por otra parte, como lo recalca Marcela Echeverri (1998),
Edith Jiménez y Blanca Ochoa desarrollaron sus actividades
cuando eran solteras; al contraer matrimonio, ambas se margi-
naron del ejercicio activo de su profesión y se dedicaron la
primera al hogar y la segunda a la docencia, dos labores más
compatibles con el modelo cultural imperante para sus nuevos
roles domésticos. No sobra señalar que desde la década de 1930
en Colombia se libraban fuertes debates en torno a la compa-
tibilidad entre el desempeño profesional de las mujeres y los
deberes del hogar y la familia y a sus efectos, positivos o nefastos
sobre el ámbito doméstico y familiar (Cohen 2001). Este tipo
de inquietudes animó a Blanca Ochoa, entrevistada por Marcela
Echeverri, a plantear que “en el caso de las mujeres graduadas la
variable género introduce una infinidad de cuestiones que llena
de avatares su profesionalización” (Ochoa, citada en Echeverri
1998: 237).
54
fueron pioneras en abordar sistemáticamente los temas de la
personalidad masculina y femenina en los distintos complejos
culturales familiares. Sin embargo, como mujeres con ambi-
ciones profesionales, no dejaron traslucir su subjetividad en sus
escritos, para no entrar en contradicción con los preceptos obje-
tivistas que regían entonces el trabajo etnográfico. En efecto,
durante mucho tiempo la descripción etnográfica fue entendida
de forma objetivista, como dato fijo, producido por el etnógrafo
(en masculino) que divide sujeto de objeto y presenta la vida de
los otros a partir de una “imparcialidad indiferente” (Rosaldo
1991: 39-40).
55
esposo, Gerardo Reichel, fue poco reconocida. Sobre este lugar
marginal, Marcela Echeverri señala:
56
familia: manifestaciones múltiples a través del mosaico cultural
y sus estructuras sociales” se convirtió paulatinamente en el
referente obligado de los estudios posteriores sobre familia
en Colombia y en una clave de lectura cultural de la sociedad
colombiana.
57
Sin embargo, pese a estas excepciones, en general, las publi-
caciones en las revistas colombianas de antropología y ciencias
sociales tardaron largo tiempo en dejarse permear por estos
debates. Por otra parte, es importante precisar que los trabajos
de Alicia Dussan y Virginia Gutiérrez no redefinieron los
esquemas conceptuales desde los cuales se abordaban las rela-
ciones entre hombres y mujeres, no interrogaron la “naturalidad”
de la división sexual del trabajo o las asociaciones prevalecientes
entre naturaleza/feminidad y cultura/masculinidad. Tampoco
incorporaron reflexiones que buscaran diferenciar la matrili-
nealidad del poder político de las mujeres. Sus obras no estaban
animadas por la intención de teorizar las relaciones de poder
entre hombres y mujeres, y menos aún por entender el lugar
del género como principio social estructural –concepto que,
por supuesto, aún no estaba difundido en las ciencias sociales–.
No obstante, los trabajos de estas dos antropólogas, además de
haber sido pioneros en su campo en Colombia, representan una
innegable contribución a la documentación etnográfica de un
país que ha sufrido grandes transformaciones socioculturales a
partir de la segunda mitad del siglo xx. Su gran mérito reside
en haber abordado temas como la familia, la socialización y las
características sexuadas de los procesos socioculturales en un
contexto que les restaba importancia y los consideraba asuntos
menores para la disciplina, asumiendo el riesgo de ser femini-
zadas y por ende devaluadas en la escala de prestigio del ámbito
de la antropología, predominantemente masculino y marcada-
mente androcéntrico.
58
de género. En particular, el trabajo de Virginia Gutiérrez de
Pineda se convertiría en mención indispensable no solo para
cualquier estudio de la institución familiar en el siglo xx sino
para el desarrollo conceptual de los estudios de lo femenino y lo
masculino como construcciones sociales e históricas; en suma,
para lo que define el inicio de los estudios de género en el país,
como se verá a continuación.
59
antropólogas y la invisibilidad del mundo de las mujeres como
tema de investigación antropológica. El análisis de cuarenta y
ocho artículos y cinco reseñas, más que un objetivo en sí mismo,
es un medio que permite para dar cuenta de las tendencias de la
producción científica en esta área investigativa. Para el análisis
he tenido en cuenta variables como las instituciones editoras,
el género y la formación disciplinaria de autoras y autores y los
énfasis temáticos más trabajados entre 1980 y 2010, entre otros.
Vale la pena mencionar que si bien ochenta artículos se agru-
paban bajo estos descriptores, se eliminaron veintisiete de ellos
porque no se referían a Colombia. Es muy diciente que durante
mucho tiempo el tema fuera abordado como un tema ajeno a
las preocupaciones locales y en este sentido como una proble-
mática “extranjera”. Es importante precisar que se descartaron
los artículos que examinan las relaciones de género en otras
sociedades, ya fueran latinoamericanas, africanas o asiáticas.
Estos indicadores pueden ayudar a valorar el estado actual de la
investigación en antropología en Colombia realizada desde una
perspectiva de género.
60
investigar los procesos culturales no solo de las llamadas mino-
rías étnicas sino de toda la sociedad colombiana en su conjunto,
como el Icanh o la Facultad de Ciencias Sociales de la Univer-
sidad de los Andes.
61
como “un foro abierto y plural en donde se publican artículos y
trabajos en español, inglés y portugués” que permitan adelantar
discusiones en la frontera del conocimiento antropológico y de
otras disciplinas afines de las ciencias sociales. La Revista tiene
un enfoque regional latinoamericano, con un interés especial en
difundir y compartir las experiencias del trabajo antropológico
tanto de Colombia como del mundo.
62
de vista y a definir nuevas áreas de investigación en el campo de
los estudios de género y de la sexualidad, como espacio teórico
y político relativamente autónomo. A continuación, describo en
detalle cómo se efectuó este proceso y con qué debates del femi-
nismo se relaciona esta producción académica.
Número de artículos
Número de artículos
63
origen a la Escuela de Estudios de Género de la Universidad
Nacional de Colombia. Los autores de los artículos, tres antro-
pólogos y dos historiadores, estudian temas clásicos de la etno-
logía de grupos indígenas y campesinos. Analizan los términos
de parentesco y su relación con la estructura social, como es
el caso del artículo “La clasificación social en la terminología
del parentesco de los taiwano del Vaupés, Amazonas” (Correa
1982). Otro, titulado “Las representaciones de la genitalidad en
las coplas” (Rozo y Rojas 1986), examina cómo se representan
en las coplas campesinas boyacenses la familia y la sexualidad;
Eliécer Silva (1987) estudió los monolitos muiscas tallados que
representaban falos y se relacionaban con el culto a la fecun-
didad del hombre y de los campos. En “El rezo del pescado:
un ritual de pubertad femenina entre los sikuani y cuiba”,
Francisco Ortiz (1988) describe y analiza un ritual generali-
zado en dos comunidades indígenas llaneras con ocasión de
la primera menstruación femenina, que da cuenta del simbo-
lismo asociado a nuevos ciclos vitales, como el de la menarquia, que
alteran el equilibrio de energía y por ende de las relaciones sociales.
64
lugar, porque en su cartografía social los seres humanos eran
trabajadores, campesinos o capitalistas, pero que fueran también
hombres o mujeres no fue considerado un dato muy significa-
tivo (Rubin 1975); y en segundo lugar, porque no discutió la
naturaleza de la división sexual del trabajo (Moore 1991).
65
del movimiento social de mujeres y en el quehacer académico
de las científicas sociales cercanas a este movimiento. El grupo
luchó por llevar estos debates a sus prácticas docentes e investi-
gativas y abrió el camino para el proceso de institucionalización
de la perspectiva de género en la década del noventa mediante
iniciativas estatales dirigidas específicamente a las mujeres y
programas universitarios de estudios de género.
66
por los cuestionamientos que suscitó o por el reconocimiento
constitucional del carácter multiétnico y pluricultural de la iden-
tidad nacional colombiana. Aunque a partir de este momento se
dio inicio a una era en que el “derecho a la diferencia” sustituyó
la búsqueda de la indiferenciación en una identidad nacional
construida a partir de una sola lengua, una sola raza y una sola
religión, los escritos de este periodo no asimilaron de forma
inmediata los desafíos intelectuales que implicaba esta redefini-
ción constitucional (Viveros 2007a).
67
de la participación de las mujeres en las distintas dinámicas
sociales y políticas de la sociedad colombiana.
68
entorno selvático, cuya apropiación y delimitación han garan-
tizado la supervivencia del grupo étnico. Si bien este trabajo
es una valiosa contribución al conocimiento de la organización
social taiwano y de las especificidades que adopta la división
sexual del trabajo, no establece puentes con la literatura produ-
cida por las antropólogas interesadas en estos problemas.
69
logros familiares y sociales obtenidos mediante su vinculación
a actividades comunitarias y del papel privilegiado que jugaban
en los procesos organizativos como catalizadoras de cambios
en las relaciones de género. El segundo aborda la dinámica de
las relaciones conyugales (hombre-mujer) en sectores populares
urbanos en la región cundiboyacense a partir de las historias de
vida de mujeres de este grupo social y de sus repuestas frente al
maltrato conyugal. La autora concluye que el miedo al repudio
social explica las razones por las cuales las mujeres entrevistadas
aceptan ser maltratadas sin que esto las lleve a la separación
conyugal. En esta sociedad, una mujer separada está condenada
a sobrevivir sola “y a sacar adelante como sea a sus hijos”, sin
apoyo ni de la ley ni de la familia, abocada al dilema de “conti-
nuar padeciendo una mala relación conyugal y ser víctima del
maltrato u optar por el ostracismo que la práctica del repudio
les depara” (Wartenberg 1992, 419). Ambos trabajos mues-
tran a las mujeres como agentes que ocupan la totalidad de un
espacio social, jerarquizado sexualmente, en el cual sus posi-
ciones varían por elección o necesidad.
70
trabajadoras a las relaciones sociales y laborales generadas por
los patrones internacionales de industrialización.
71
ticas de la sociedad. A la primera hace referencia la reseña de
la lingüista Cecilia Balcázar de Bucher (1998) del libro Poder y
empoderamiento de las mujeres, escrito por la socióloga Magda-
lena León. A la segunda alude el artículo de la historiadora Suzy
Bermúdez, “Género, violencias y construcción de paz” (1998).
72
ciones de la experiencia de la autora en el grupo insurgente con
reflexiones sobre ella como protagonista y espectadora de sus
propios actos; además, muestra algunos aspectos ignorados de
este grupo guerrillero, tales como la organización de la vida coti-
diana, sus códigos comunicacionales y éticos, y sus normas de
género y sexualidad. Este libro cuestiona además la existencia
de una única historia nacional y pone de presente que “la verdad
histórica –o la narración etnográfica– no se refiere solo a hechos
verídicos sino a sucesos ordenados y escogidos en función de los
valores de quien la narra o escribe” (Flórez 2001: 348).
73
miento de la investigación antropológica con perspectiva de
género.
El cambio de milenio:
la proliferación y el afianzamiento de los
estudios antropológicos con perspectiva de género
74
Las publicaciones de esta década comenzaron a cuestionar
el uso del término “género” como sinónimo de mujeres, al igual
que su simplificación e instrumentalización en el desarrollo. A
la par, en este periodo se afianzó la crítica a la incorporación
de una “perspectiva de género”, convertida en una especie de
prescripción o mandato institucional “políticamente correcto”
sin relación alguna con las contribuciones de la teoría feminista
al pensamiento crítico y a la práctica social. Por otra parte, se
planteó la necesidad de apropiarse de una perspectiva intersec-
cional, definida como la perspectiva teórica y metodológica que
busca dar cuenta de la percepción cruzada o imbricada de las
relaciones de poder (Viveros 2016a, 2), para abordar los aspectos
sociales y políticos involucrados en los temas de investigación.
Finalmente, con el cambio de milenio, se hizo más evidente la
necesidad de desnaturalizar no solo la subordinación social de
las mujeres sino también el sexo y la sexualidad, pese a su mate-
rialidad biológica. También se reiteró la necesidad de trascender
la dicotomía naturaleza / cultura en la diferenciación entre sexo
y género (Viveros 2016).
75
Veinticinco de los autores se identifican con la antropo-
logía, siete con la psicología, seis con la historia, dos con la
sociología y uno con el trabajo social, el derecho, la economía
o la medicina (ver figura 4). De los cuarenta y dos artículos,
veintinueve son de autoría de mujeres —uno por una recono-
cida activista trans3— cuatro son de autoría de hombres, cinco
autorías son mixtas y tres artículos son firmados por un grupo
de autoras (ver figura 5). Los ejes temáticos abordados por los
artículos son los siguientes (en orden decreciente): la violencia y
el conflicto armado en Colombia; las relaciones de género desde
un enfoque teórico interseccional; la sexualidad y los derechos
sexuales; la salud de las mujeres, los discursos y las prácticas
biomédicas; las configuraciones familiares; la vida cotidiana
en el periodo colonial y las relaciones de género en distintos
grupos sociales.
2000 Revistas
3
En ese momento no se presentaba como tal en el artículo y por ello no aparece
así en la figura 5.
76
Universidades
Universidad de los Andes 42 % Universidad Nacional 42 %
Disciplinas
Sociología 5 % Economía 2 %
Derecho 2 %
77
Autores
Mujeres 71 % Mixtos 12 %
78
pología, Donny Meertens ha contribuido a la comprensión de
los procesos por los cuales los hombres y las mujeres experi-
mentan de forma diferenciada el desarraigo y el desplaza-
miento, y los distintos modos en que reconstruyen sus vidas
y renegocian sus identidades y roles de género una vez llegan
a la ciudad. Las conclusiones de Meertens señalan que para-
dójicamente son las mujeres y no los hombres quienes logran
construir un nuevo entorno y nuevas redes de solidaridad que
permiten enfrentar mejor los desafíos que supone su inserción
en la ciudad. En una perspectiva similar a la de Meertens, pero
desde la psicología, Estrada et al. (2003) examinan el influjo del
conflicto armado en los patrones de interacción familiar y en
los recursos morales de las poblaciones. A través de los testimo-
nios de mujeres y hombres en cuatro municipios colombianos
sometidos al control de los paramilitares, las autoras analizan
los efectos psicosociales de la dinámica del conflicto armado,
de las distintas estrategias de terror utilizadas por estos actores
armados y, particularmente, del fenómeno de la violencia contra
las mujeres en la subjetividad de las poblaciones y personas.
79
examina los prejuicios sociales, trabas burocráticas y presiones
familiares que deben superar y pone de presente los problemas
que generan estas muertes en las familias y en el tejido social
del país. Las historias de vida relatadas ofrecen muchas aristas,
psicológicas, económicas, sociales, políticas y culturales, que
ilustran de forma incisiva la realidad del país y los procesos
subjetivos vividos por estas mujeres enfrentadas a los retos de
sacar adelante a sus hijos en condiciones muy adversas que, para-
dójicamente, les enseñan sus fortalezas y los recursos personales
de los que disponen para superar estas situaciones. Este fue uno
de los primeros libros en recoger la memoria de estas víctimas
del conflicto armado, dando cuenta del importante trabajo
simbólico de las mujeres frente a las emociones y de los rituales
que acompañan los duelos ante la muerte, aspectos ignorados a
menudo por los discursos políticos, los análisis académicos o los
enfoques jurídicos de la violencia.
80
Situaciones como estas ponen de presente la necesidad de
incorporar un enfoque de género y de derechos humanos que
posibilite a las mujeres dejar de ser víctimas silenciadas para
convertirse en ciudadanas. A finales de la década del noventa, el
Estado colombiano buscó reducir el impacto de esta violencia
evitando la judicialización y penalización de los conflictos en
la esfera de la vida doméstica. Sin embargo, no tuvo en cuenta
los patrones culturales y los conflictos de género de la violencia
intrafamiliar. Algunos artículos como el de Javier Pineda y
Luisa Otero (2004) analizaron el impacto de estas respuestas
estatales, señalando los límites de la intervención pública en
este tipo de eventos y la necesidad de proteger los derechos
humanos en ellos. Otros trabajos como el de Myriam Jimeno
et ál. (2007) buscan prevenir la violencia intrafamiliar y sexual a
través de estrategias educativas. Así, el Grupo de Investigación
“Conflicto Social y Violencia” de la Universidad Nacional de
Colombia liderado por Jimeno desarrolló una serie de conver-
satorios con hombres de distintas edades y condiciones sociales
para reflexionar sobre su identidad como hombres y sobre la
manera como se relacionan con las mujeres en la vida cotidiana,
con el propósito de incidir en su modo de enfrentar y resolver
los conflictos en sus relaciones familiares (Wartenberg 2008).
81
desde una perspectiva fenomenológica el impacto de la violencia
en los cuerpos (físicos, familiares y sociales) de las mujeres que
perdieron a sus esposos en el conflicto armado colombiano y
que han sido silenciadas tanto “en el drama de la guerra como
en la búsqueda de la paz”, como señala Londoño (2005: 67).
82
ción de género, clase, etnicidad y raza que caracteriza el lugar
que ocupan socialmente las mujeres afrocolombianas pobres en
el país.
83
funcionarios comprender y asumir las diferencias étnico-ra-
ciales de manera no esencialista.
84
sexualidad. Esta misma perspectiva es adoptada por el artículo
de Viveros y Gil (2010) que aborda el tema de la experiencia
del ascenso social de las personas racializadas como “negras” en
Colombia. El artículo puntea además que las relaciones de clase
operan siempre en el marco de una dinámica social más amplia.
Así las clases medias “negras” se definen no solo en oposición
a las clases populares “negras”, sino en relación con las normas,
valoraciones y prácticas de raza y género hegemónicas, usual-
mente atribuidas en la sociedad colombiana a los hombres
blanco-mestizos.
85
naturaleza y cultura, subjetividad y objetividad, espacio indi-
vidual y social, masculinidad y feminidad, homosexualidad y
heterosexualidad, entre otras. El texto de Ana Mora, titulado
“El cuerpo investigador, el cuerpo investigado. Una aproxima-
ción fenomenológica a la experiencia del puerperio” (2009), da
cuenta de la articulación entre el orden natural del mundo y su
ordenamiento cultural y de las vivencias del puerperio mediadas
en gran parte por el lenguaje, el entrenamiento y el contexto
social. Desde un análisis que integra una propuesta metodo-
lógica fenomenológica con los marcos analíticos postestruc-
turalistas, se aborda el tema del puerperio, periodo que sigue
al parto, como un momento privilegiado para entender lo que
significa un conocimiento corporeizado.
86
El libro Saberes, culturas y derechos sexuales en Colombia
(Viveros 2006) continúa la reflexión sobre el campo de las
sexualidades, definido de diversas formas: ya sea por los
distintos discursos científicos, las políticas y programas que
buscan intervenir en ella y el activismo que ha hecho de la
sexualidad un ámbito de lucha política o quienes reivindican
la singularidad de sus experiencias personales. Es un libro que
entiende las sexualidades, como un importante “componente de
las luchas y desarrollos de los derechos humanos en el país a
comienzos del siglo veintiuno” (Urrea 2006, 356). Por último,
ejercicios etnográficos como el de Andrea García (2009), con
mujeres transexuales y travestis de Bogotá, permiten entender
las relaciones entre género, sexo y sexualidad y hasta qué punto
las experiencias trans reproducen y cuestionan tanto el sistema
cultural sexo/género, como los presupuestos del sistema de
salud colombiano.
87
los lugares de migración, como en el caso del trabajo de Renzo
Ramírez (2005) sobre los migrantes y exiliados colombianos en
Suecia.
88
segundo, elaborado por María Himelda Ramírez, estudia los
cambios que se dieron en las formas de gobernar la vida y de
interpretar y administrar la pobreza por medio de la “caridad”,
un concepto muy mediado por imaginarios y valores de género.
89
A modo de conclusión
90
la interrogación de las relaciones de género y la subordinación
de las mujeres fue gradualmente aceptada como un objeto de
estudio legítimo en la antropología colombiana y que se visi-
bilizó la producción académica de las mujeres antropólogas y
el particular compromiso de las antropólogas feministas con la
transformación de la subordinación social de las mujeres en la
sociedad colombiana. La diversificación de los temas tratados
en las publicaciones da cuenta de la multiplicidad de intereses
que trajo esta nueva perspectiva.
91
No obstante, todavía existen muchos retos y resistencias a
superar, ligadas a la persistencia de sesgos, silencios y omisiones
en los trabajos antropológicos que entran en diálogo con las
teorías feministas y de género. Señalaré algunos.
92
restituir los resultados de su investigación, o bien, en todo el
proceso. Incluir una perspectiva de género no significa necesa-
riamente asumir los retos planteados por las teorías feministas
en sus aspectos más relevantes. En este sentido, falta todavía un
buen trecho por recorrer, para aprovechar el potencial crítico de
las teorías feministas en sus aspectos más relevantes: la renova-
ción del potencial investigativo de la disciplina; el cuestiona-
miento del papel que ocupa el conocimiento antropológico en
la reproducción del ordenamiento social de género y sexualidad
y el aporte de conocimientos propios, críticos, situados y enca-
minados a la transformación social. El objetivo de incorporar
enfoques de género y feministas en la antropología, más allá
de documentar y analizar las desigualdades de género y sexua-
lidad en distintos contextos sociales y culturales, es plantear un
cambio de perspectiva en la propia disciplina antropológica que
contribuya a la emancipación, mediante la crítica a los valores y
a las estructuras de autoridad y legitimidad académicas andro-
céntricas prevalecientes hasta el momento.
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100
Feminismo y antropología en Colombia:
aportes epistemológicos,
diálogos difíciles y tareas pendientes1
Diana Ojeda
Instituto PENSAR, Pontificia Universidad Javeriana
Introducción
1
Las autoras agradecen a Fernando Ramírez Arcos, Claudia Rivera Amarillo,
Manuel Rodríguez Rondón y María Fernanda Sañudo por sus pertinentes co-
mentarios y sugerencias hechos a una versión previa de este artículo.
101
la vida cotidiana, las relaciones sociales y el mundo intelectual,
por citar algunos campos, han oscilado entre ser desconocidas,
devaluadas y/o usurpadas. Esto ha sido así también en la antro-
pología.
102
por la posición que ocupa quien lo produce en el entramado
de poder y que, en ese sentido, el saber moderno occidental
dominante, al haber sido predominantemente desarrollado por
hombres en una sociedad patriarcal, conlleva un sesgo andro-
céntrico. Esto significa que, por un lado, al no reconocerse que
la sociedad está cruzada por relaciones de poder estructuradas
en torno al género y la sexualidad, las disciplinas se han olvi-
dado de la existencia de las mujeres y de sus contribuciones a
la sociedad, y han reproducido los estereotipos sobre ellas. En
ambos casos, ese conocimiento resulta limitado y excluyente.
De esta lógica no ha estado exenta la antropología colombiana.
Por ejemplo, compilaciones recientes que buscan hacer balances
de la disciplina en el país no incluyen la antropología femi-
nista o la relegan a un lugar marginal. Estas miradas androcén-
tricas contrastan radicalmente con los balances presentados por
autoras como Vanessa Gómez (2013), Yusmidia Solano (2017)
y Mara Viveros (2017).
103
salón, desmontar a diario prácticas sexistas, homofóbicas y
transfóbicas. Estas prácticas permanecen arraigadas a las jerar-
quías del conocimiento, la enseñanza y la práctica diaria de la
antropología en espacios que van desde las clases y el trabajo de
campo, hasta los eventos académicos y las publicaciones.
104
Para abordar el objetivo central de este texto, en la siguiente
sección situaremos en el desarrollo de la disciplina la relación
entre antropología y feminismo en Colombia, y en la próxima
nos detendremos a identificar las contribuciones teóricas y
metodológicas de los feminismos a la antropología. Finalmente,
en un último apartado, reflexionaremos sobre cómo fortalecer
y ampliar espacios y redes para que el diálogo entre ambos sea
posible y fructífero. Este artículo es un mapa que invita a lxs
estudiantes y colegas a navegar una relación que es de gran
riqueza epistemológica.
105
continuó durante la segunda mitad del siglo XX, y sin duda ha
nutrido la consolidación de los estudios feministas y de género
en Colombia.2
106
discusiones feministas y el debate sobre el género en la Univer-
sidad Nacional de Colombia, desarrollar investigaciones inter-
disciplinarias y, a través de eventos y conferencias académicas,
tejer desde la Universidad un puente con la sociedad en torno
a las preocupaciones surgidas desde los feminismos (Gómez
2011). Como señala Viveros:
107
ciones y Estudios de Género, Mujer y Sociedad en la Univer-
sidad del Valle en Cali. Para final de siglo, las contribuciones del
feminismo a la antropología ya no pueden ser consideradas ni
ocasionales ni marginales y se empieza a esbozar un campo más
preciso de antropología feminista en Colombia.
108
política, poder, movimientos sociales, etc.), así como por sus
múltiples experiencias y contribuciones. Así mismo, temáticas
como la sexualidad, la interseccionalidad, y las experiencias
racializadas y sexualizadas de sujetos que han sido histórica-
mente feminizados y en consecuencia subordinados, han trans-
formado la disciplina en el país desde apuestas teóricas y meto-
dológicas feministas. En su trabajo, Mara Viveros (2017) da
cuenta de cómo estas apuestas se van consolidando durante las
últimas tres décadas. A partir de la revisión de cuatro revistas
académicas, la autora rastrea la manera en la que el género se
va constituyendo como un eje de análisis para la antropología
en el país.
109
Contribuciones teóricas y metodológicas
110
y se han preguntado por el papel del género y la sexualidad
en la subjetividad, el espacio y el poder: trabajos sobre aborto
(Facundo 2014, Serna et al. en prensa), mujeres trans (Bello
2018, García Becerra 2009), homosexualidad (Ramírez Arcos
2013, 2014, Rodríguez 2006, Serrano 1997), pornografía (Prada
2010) y construcción de la nación (Curiel 2013), entre otros.
111
El cuerpo: La antropología del cuerpo ha sido una de las
contribuciones del feminismo a la antropología en Colombia.
Trabajos como el de Zandra Pedraza (2014) sobre la relación
entre cuerpo y biopolítica, o el de Marta Cabrera (2014) sobre
cuerpo y visualidad han sido claves. En particular, en relación
con la mutua constitución entre cuerpos y espacios, vale la pena
resaltar el trabajo de Fernando Ramírez Arcos (2013) y otros
trabajos que han contribuido al estudio de los espacios urbanos
como los de Camila Esguerra Muelle, Diana Ojeda y Fede-
rica Fleischer (en prensa), Amy Ritterbusch (2016) y Ángela
Robles (2015).
112
mismo, los análisis desde el feminismo sobre el extractivismo,
el despojo y los conflictos socioambientales han constituido
importantes contribuciones a la disciplina. En estos trabajos
se puede incluir los análisis de Diana Ojeda (2011, en prensa)
sobre la relación entre género y medio ambiente, Astrid Ulloa
(2016) sobre feminismos territoriales, e Irene Vélez y Daniel
Varela (2014) sobre el papel del estado en la imposición de un
modelo extractivista. Con respecto al cambio climático, también
se han hecho importantes críticas (Rivera Amarillo y Camargo
en prensa, Sasser et al. en prensa, Ulloa et al. 2008). Este campo
también ha permitido profundizar en el estudio de los movi-
mientos sociales, como en los trabajos de Juliana Flórez (2012)
y, en relación con jóvenes rurales, el trabajo de Flor Edilma
Osorio (2005); así como en el estudio de la relación entre desa-
rrollo y justicia transicional (Gómez 2016b).
113
( Jimeno 2003), la dimensión corporal del conflicto (Martínez
2017), la memoria (Riaño 2006, Gómez 2012, 2019), la mili-
tarización (Ojeda 2013) y las maternidades forzadas (Sánchez
2018). También aquellos trabajos que indagan por los efectos
del conflicto en las mujeres indígenas (Santamaría 2017) y
afro (Lozano y Peñaranda 2007, Vergara 2018), las víctimas
(Gómez 2016a, 2017), así como sobre el papel de la homofobia
y la transfobia en el conflicto (Bello 2018, Prada 2015, Serrano
2018).
114
Masculinidades: A partir de la consolidación de los estudios de
género en Colombia, se desarrolló el estudio de las masculini-
dades con la intención de comprender las subjetividades mascu-
linas y avanzar en claves para su transformación. Esto reconoce
que los hombres, aun ocupando una posición de poder privi-
legiada en una estructura de dominación masculina, son cons-
truidos con repercusiones negativas para sí mismos, las mujeres
y sus entornos. Trabajos como los de Yolanda Puyana y Ángela
Robledo (2000), Fernando Urrea (2000) y Mara Viveros Vigoya
(2002) son fundamentales en este respecto. En particular, en
relación con contextos de guerra, vale la pena citar la investiga-
ción de Darío Muñoz (2012), entre otras.
115
torias de vida como un punto detonante para sus reflexiones
intelectuales. Su posicionalidad en términos de género, sexua-
lidad, raza y clase es algo que irrumpe en modelos de produc-
ción de conocimiento que insisten en la existencia de un obser-
vador neutral y distante. A menudo estas investigaciones ponen
en el centro la experiencia personal, las trayectorias de vida y
la autoetnografía, aportando desde allí al entendimiento de un
universo más amplio de preocupación intelectual, así como a la
etnografía feminista en el país.
116
escritura y al poner en el centro la reflexividad, es importante
reconocer que esto es en gran parte producto de las reflexiones
feministas y de su impacto en la disciplina desde la década de
los ochenta. El feminismo ha invitado a escribir en primera
persona y ha reconocido que, producto de la cultura, el saber
femenino se expresa de manera distinta. Es interesante observar
cómo algunos de los trabajos e investigaciones de pensadoras
feministas suelen ser calificados de demasiado descriptivos. En
nuestro parecer, esto, además de reproducir sesgos androcén-
tricos sobre qué es la verdadera producción de conocimiento,
desconoce una ética en la producción del saber feminista, que
reconoce el conocimiento producido por lxs sujetos de estudio
en la interacción del trabajo de campo y se resiste a usurparlo.
Esto último implica una coproducción de conocimiento que
se da a través del diálogo horizontal.3 En la siguiente sección
profundizamos en los aspectos referentes al trabajo de campo y
en algunos aportes recientes fundamentales.
3
Si bien las investigadoras feministas han tenido que asumir la forma de
producción de conocimiento dominante, incluida la escritura, para poder
insertarse y ser reconocidas como integrantes de la comunidad antropológica,
es claro que trabajos más recientes se han esforzado por cuestionar la forma
hegemónica de producción del conocimiento en la disciplina.
4
Evaluación de un curso que incluye referentes, temas y reflexiones feministas,
2018.
117
los diálogos entre feminismo y antropología siguen siendo difí-
ciles. Como señalan Mara Viveros Vigoya y Marta Zambrano:
118
cionalizados de la disciplina se pongan al día con las demandas
de estudiantes, profesorxs e investigadorxs que exigen, entre
otras cosas: a) Construir un currículo más rico y diverso
que incluya de manera transversal las reflexiones feministas
y de género, y de manera particular clases sobre epistemo-
logía feminista. b) Apoyar a lxs antropólogxs en su práctica
docente e investigativa, teniendo en cuenta las demandas
particulares del lugar que ocupan socialmente como mujeres
o personas LGBT. c) Reconocer las contribuciones del femi-
nismo a la antropología por parte de lxs colegas que trabajan
otros temas y enfoques. Esto implica incluir el feminismo
dentro de las bases de formación de la disciplina (así como se
reconocen dentro del cánon escuelas como la funcionalista, el
estructuralismo y el marxismo, por ejemplo). d) Implementar
prácticas éticas que destierren las violencias basadas en género
en los espacios académicos de la antropología, incluyendo a
todas las personas que conforman la comunidad educativa e
investigativa (estudiantes, docentes, investigadorxs, asistentes
administrativxs, etc.).
119
salarial entre hombres y mujeres, no contribuir a la precariza-
ción laboral, entre otras estrategias. Incluye también asumir una
actitud de cero tolerancia hacia la violencia sexual, entender su
sistematicidad y su papel en la construcción de “los genios” de
la disciplina.
5
Para estudios sobre la relación entre género y educación superior ver, por
ejemplo, Cantillo (2007), Díaz (2011) y Fernández (2007).
120
En su trabajo, Tania Pérez Bustos y Andrea García Becerra
(2013) parten de reconocer el carácter situado de la producción
de conocimiento, para entender las narrativas y el posiciona-
miento de mujeres científicas atravesadas por identidades de
género no normativas y experiencias de racialización. En una
publicación posterior, Tania Pérez Bustos, María Fernanda
Olarte Sierra y Adriana Díaz del Castillo (2014) analizan el
caso de las mujeres científicas forenses y la manera en la que
enmarcan su trabajo en un ejercicio de búsqueda de justicia.
Ambas investigaciones dan cuenta del lugar marginal que le ha
sido asignado a una ética del cuidado dentro de la producción
del conocimiento, entre otros efectos de su carácter androcén-
trico y patriarcal. Esto, sin duda, puede ser extrapolado al ejer-
cicio de la antropología en Colombia. Como señala Viveros en
su investigación sobre los enfoques de género en la antropología
colombiana, uno de los grandes retos sigue siendo lograr
121
fundamentales para entender las prácticas de la antropología
incluyendo la formación, el ejercicio profesional y el reconoci-
miento académico. A esto, las investigadoras añaden:
122
Esto es claro en el artículo de Natalia Escobar, quien hace
lo que ella llama una “etnografía del silencio” (2018: 257) sobre
la violencia sexual que enfrentan las mujeres antropólogas en
campo. En su trabajo, Escobar propone entender el campo
de investigación como un espacio sexualizado, con efectos
perversos para las mujeres académicas.
123
“casos aislados”. Lxs profesorxs, administrativxs y estudiantes
somos todxs responsables al descalificar las emociones en
campo, así como de reproducir la idea de que la etnografía no
tiene género, sexualidad ni cuerpo. Esto resulta en la descali-
ficación generalizada de los reportes y denuncias de las estu-
diantes como “asuntos personales”, “malentendidos” o algo de lo
que simplemente “no estamos exentos de que ocurra”.
124
especie de suspensión de los derechos de los estudiantes, en
especial de las mujeres, a un trato respetuoso, libre de discri-
minación y de violencias. Lastimosamente la antropología hace
parte del mundo de la academia en el que el acoso y la violencia
sexual todavía tiene lugar, reproduciendo el privilegio de poder
masculino en el terreno de la formación académica y el abuso
sistemático de ese poder (que, entre otras formas perversas, se
traduce en la presunción implícita de que los cuerpos de las
estudiantes están a disposición de los profesores, monitores y
demás estudiantes).
125
un trabajo de imaginación política para lograr alianzas más
fructíferas entre reflexión teórica y acción política. Esto implica
asumir en serio la tarea pendiente de la descentralización y darle
la importancia que tienen a las críticas de mujeres dentro de
movimientos indígenas, afros y campesinos quienes, sin necesa-
riamente llamarse feministas, retan las formas de producir cono-
cimiento de la academia. Implica también reconocer los impor-
tantes aportes producidos por fuera de la academia como, por
ejemplo, las contribuciones a los estudios sobre justicia sexual y
reproductiva que se han hecho desde onegés. Así mismo, como
lo señalan Viveros y Zambrano (2011), la antropología debe
tomarse en serio las contribuciones de los múltiples feminismos,
si se quiere ir más allá de una política de la identidad, para así
alcanzar un verdadero proyecto político de transformación de
todas las formas de exclusión, opresión y violencia.
126
manera en la que la antropología en Colombia, como campo
de producción de conocimiento, ámbito académico y espacio
político, está anclada a prácticas machistas de sustentación del
poder.
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