Lo Que Queda de Nosotros Lina Perozo
Lo Que Queda de Nosotros Lina Perozo
Lo Que Queda de Nosotros Lina Perozo
ASIN: B06XZ24L4L
Los pe rsonaje s, e ve ntos y suce sos pre se ntados e n e sta obra son
ficticios. Cualquie r se me janza con pe rsonas vivas o de sapare cidas e s
pura coincide ncia.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Playlist
Contacta a la autora
corazón.
A Dios por estar presente en mi vida y hacer magia en ella.
A Jessica y Tania, gracias chicas por estar presente en otra de mis historias,
por cuidar los detalles Jess y Tania por ayudarme a escoger la portada más
A Georgina y Liz Gabriela por vivir esta historia desde su proceso, por ser
A las chicas del equipo de preventa, que como siempre hacen una labor
sus artes, todos bellísimo y que me hicieron sentir muy halagada y feliz,
gracias con todo mi corazón.
Y por último gracias a cada una de ustedes por dejarme contarle la historia
de Brigitte Brown, una mujer que puede ser cualquiera de nosotras y que
nos enseñará que el amor más valioso es aquel que sentimos hacia nosotras
misma.
Capítulo 1
El gran salón vibraba lleno de vida, por el sonido de las risas sutiles de las
damas y las enérgicas carcajadas de los caballeros; del cristal de las copas al
chocar, de la música y de variadas exclamaciones de felicidad, que se dejaban
escuchar en cada rincón.
Las inmensas arañas de Baccarat, que colgaban desde los altos techos
iluminaban, no solo el salón, sino también los impresionantes grabados de las
pinturas renacentistas, que los adornaban y que, en conjunto, le daban al lugar
un toque sofisticado, propio del sello que deseaba imprimir en cada lugar la
realeza británica.
Aunque esa casa no pertenecía a uno de los más altos monarcas, el título de
barón no era nada despreciable. Más si se hacía el esfuerzo por llevar la vida
de un duque o conde, aunque las arcas estuviesen vacías. Tal como era el caso
del caballero que había organizado esa velada para homenajear a los
estudiantes de la prestigiosa Universidad de Oxford; donde sus hijos gemelos
acababan obtener un doctorado en Leyes.
Ocasión que el barón Luwdon, debía resaltar pues les aseguraba, prestigiosos
cargos profesionales a sus herederos, además, de buenas relaciones.
Todos se movían dentro del juego de las apariencias. El juego que dominaba
la alta sociedad inglesa, que no había evolucionado ni siquiera a mitad del
siglo XX.
Sentía que todos sus esfuerzos habían valido la pena, y que, contra todo
pronóstico, eso era lo que se esperaba de ella; tener un título universitario que
la pusiera al mismo nivel intelectual de Timothy, puesto que, en el económico,
los dos eran pares. Ambos eran hijos de familias acaudaladas en
Norteamérica.
—Bueno…, y ahora que ya tienen sus títulos en las manos, ¿qué planean
hacer? Supongo que las
—Esos son mis… —contestaba Brigitte con una sonrisa, cuando su novio la
detuvo.
—La verdad es que aún tenemos cosas pendientes… Somos jóvenes y tenemos
toda una vida por delante para formar una familia. Me sentiría un completo
egoísta limitando a Brigitte a permanecer dentro de una mansión, encargada
solo de cuidar niños, sobre todo, con el talento que tiene.
crimen cortar sus alas en este momento, cuando apenas comienza a volar —
explicó, mirando a sus amigos, mientras sonreía.
Uno de los gemelos Luwdon, quien era el mejor amigo de Timothy, le recordó
la buena nueva que había recibido el día anterior, cuando el doctor Kennedy,
director de su Facultad, junto al otro catedrático los llamó a su despacho, para
ofrecerles los cargos. Él se quedaría como auxiliar en Oxford, mientras que su
amigo lo sería en la no menos prestigiosa Harvard.
—Estando allí puedes hacer otra especialización o solo con la experiencia que
vas a adquirir, te lloverán las ofertas para ingresar a los bufetes más
prestigiosos de Norteamérica; podrás escoger cual sea. Vivir en Nueva York,
Philadelphia, San Francisco, Chicago… Quizás Washington; incluso, si no
deseas nada de eso, podrás abrir uno propio si así lo quieres… ¡Amigo, todas
las puertas se abrirán para ti! —Peter se mostró emocionado.
—Pienso dar lo mejor de mí, así que, no habrá más fiestas ni competencias ni
nada que me distraiga…
De esa manera continuó la velada, compartiendo entre risas y bailes, con ese
entusiasmo tan propio de la juventud; sin embargo, tras el anuncio de Timothy,
Brigitte se sumió en un pesado silencio.
De nada habían servido sus esfuerzos para ingresar a la Escuela de Arte, y así
estar más cerca de él; después de esperarlo por casi cinco años mientras
estudiaba el pregrado, no fue fácil enterarse que haría una especialización.
Se había prometido desde el primer día que lo vio que sería el hombre de su
vida, el padre de sus hijos. Soñaba con ser su mujer para toda la vida, una vez
que jurasen frente a un altar amor eterno.
Capítulo 2
Karla Brown también contó con la malicia que poseía toda madre; al ser
consciente de que el joven, después de tantos años estudiando fuera de
América, podía verse tentando por alguien más.
Margaret era una joven hermosa, amable y educada, la mejor compañera, que
podía tener su hija. Por supuesto, también había exigido que tuviesen una dama
de compañía; como les correspondía a las señoritas de su estatus, para que
velara por su buena reputación.
Sin embargo, una vez que los señores Brown las dejaron instaladas, en el que
sería su nuevo hogar; algunos pequeños detalles cambiaron. La dama de
compañía resultado ser una actriz de teatro retirada, conocida de Margaret, y
esta la había contratado para engañar a su tía.
Delante de todos era una de las joyas más valiosas de la sociedad londinense,
pero en la intimidad de su apartamento; se comportaba con absoluta libertad.
Bebía, fumaba y vestía con prendas modernas; además, recibía la visita
frecuente de caballeros guapos, ricos y dispuestos a complacerla en cuanto
capricho se le ocurriese.
Los padres de Brigitte seguían pensando que ella vivía bajo la supervisión de
la dama a quien habían contratado y por la cual pagaban todos los meses,
dinero que por supuesto, iba a parar a las manos de la astuta Margaret, y
también de Brigitte, quien al principio se negó a recibirlo, pero terminó
haciéndolo, por persuasión de su prima.
Luego de cinco años de noviazgo con Brigitte, supo que era el momento
perfecto para pedirle que se le entregara, para que le diera una prueba de su
amor.
—Quédate esta noche conmigo. —Le pidió Timothy, con la voz ronca por el
efecto del champagne, acariciándole las caderas para persuadirla.
—Me sorprende que lo hayas notado…, pensé que no tenías cabeza para nada
más que no fuesen tus
—Quería darte la sorpresa… Sé que extrañas mucho América y creo que esta
es una maravillosa oportunidad para regresar…
—Brigitte…, por favor… No tenemos que hacer un drama de todo esto, solo
quería darte una sorpresa, pero por lo visto no me salió como esperaba.
Brigitte se permitió ceder ante el toque cálido y sutil de su novio, cerró los
ojos y suspiró; clara señal de su rendición. Agarró la mano que le ofrecía y
caminó hasta el apartamento que quedaba a dos más del suyo.
Sus ojos se toparon con su prometida, quien estaba de espaldas a él, y fue
consciente, una vez más, de que lucía verdaderamente hermosa esa noche. Su
silueta se dibujaba perfectamente bajo la delicada tela del ajustado vestido
blanco perla que llevaba, y su cabello castaño, brillaba con los reflejos que
las luces creaban en este.
Timothy nunca había conseguido amar a Brigitte, no como ella esperaba que lo
hiciese, pero sí había llegado a desearla con intensidad, desde que la tuvo en
sus brazos la primera vez. Ella se volvió su más recurrente deseo, despertaba
sus ansias como nadie más lo hacía.
Su relación había pasado a un plano más íntimo hacía un buen tiempo y esto
los había unido más; sin embargo, aún seguía sin poder encontrar en Brigitte la
magia que una vez sintió por su primer amor; no
—Lo sé…, pero tenemos toda la noche para ello… Eso puede esperar. —
Timothy no pensaba ceder,
Ella interrumpió las caricias, llevó las manos a los brazos de él y lo alejó
hasta liberarse.
Esta vez fue el turno de él para lanzar por tierra sus argumentos.
—Tienes razón… Perdóname, pero sabes bien que estoy en lo cierto. Y por lo
de dormir aquí no debes preocuparte, no es la primera vez que pasamos la
noche juntos Brigitte, te prometo que hablaremos…, pero no podré
concentrarme en nada, así como estoy —mencionó, eliminando cualquier
distancia entre sus cuerpos.
Deslizaba las manos por sus piernas, subiendo la tela del vestido, en busca de
la prenda íntima que lo alejaba de ese lugar que él ansiaba colmar.
Brigitte sentía que todo iba muy rápido, que la ternura no tenía cabida en esa
unión, solo pasión y desenfreno. No es que le disgustase, pero sabía que
Timothy solo estaba tratando de que olvidara el error que había cometido.
Como siempre, buscaba borrar cada cosa que le salía mal a través de la unión
íntima, nunca hablaban las cosas, nunca admitía que se había equivocado, no
pedía disculpas cuando la relegaba al último lugar en su vida.
Así justamente era que Timothy la quería, que no le reprochase nada y que
tampoco le exigiese explicaciones, que solo acatase sus decisiones y las
aplaudiese, y que, además, estuviese siempre dispuesta para él, para
complacerlo en la intimidad.
—¿Por qué haces esto siempre? —preguntó ella con voz temblorosa y los ojos
llenos de lágrimas.
Ella suspiró y aflojó sus piernas, para que Timothy pudiese despojarla de su
ropa; recibió el efusivo beso de agradecimiento que le dio su novio, y eso la
hizo sentir feliz por un instante, así que lo abrazó con fuerza, sintiendo que su
corazón latía con una mezcla de deseo, dolor y resignación; pensó que tal vez,
eso era el amor, que de esa manera amaban los hombres.
Capítulo 3
—Tim…, por favor, hazlo más despacio…, no estoy… —Ella intentó decirle,
que no se sentía muy lubricada y ese movimiento apresurado de él, la escocía.
Brigitte pensó que todo sería perfecto si él se entregase de la misma forma que
le pedía a ella hacerlo, con la misma devoción, que eso no fuese solo un acto
carnal, sino algo más emotivo, más romántico. Una vez más, las dudas
intentaron apoderarse de ella, pero cuando sintió cómo Timothy se esmeraba
por entregarle un poco de calma a ese acto, se rindió al placer y se dejó llevar
como él le pedía.
Con rapidez deslizó la parte de arriba del vestido de Brigitte, exponiendo los
delicados senos para él.
—Yo te deseo como a nadie Brigitte, eres tan hermosa… me vuelves loco…
Me vuelves loco —
Dejó libre un suspiro tembloroso, por tener que obligarse a contener su llanto,
y se convirtió en una muñeca de trapo, bajo el cuerpo de su prometido;
permitiéndole que la tomara a su antojo y que se desahogase.
Timothy estaba tan perdido en su propio placer, que no notaba la tormenta que
azotaba a su novia; sintió que estaba por alcanzar el clímax, pero vio que ella
todavía no mostraba señal de encontrarse cerca. Así que le agarró el rostro
entre sus manos y la besó con ternura, con suavidad.
Poco a poco el movimiento de sus caderas se hizo más lento, descendió una
mano por su costado y la otra la enredó en la cabellera, disfrutando de la
suavidad de su piel y la espesura de su cabello.
—Mírame —demandó, con la voz mucho más grave que de costumbre—. Por
favor Brigitte…, mírame
—repitió sus palabras, esta vez como un ruego, deslizando sus labios por la
suave mejilla, en un gesto de ternura.
Ella obedeció, pero lo que él vio en sus ojos no era lo que esperaba, la verdad
fue todo lo contrario; en lugar de placer y felicidad, encontró en estos dolor,
desolación, vacío; una profunda tristeza, y eso lo golpeó con fuerza.
—¿Qué pasa Brigitte? ¿Por qué estás así? ¿Acaso ya no me deseas? ¿ya no
disfrutas de lo que hacemos? —cuestionó, con la voz ronca, luchando contra
su cuerpo que le pedía continuar y no darle importancia a la actitud de ella.
—No se trata de eso… —susurró Brigitte a punto de llorar, sin poder concebir
que él fuese tan ciego.
—¡Entonces! ¿Qué demonios pasa? ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Por qué me
haces sentir como un
—Porque existe algo que jamás me has dicho Tim… Y necesito…, lo necesito
tanto como necesito del aire —contestó, dejando correr un par de lágrimas.
Él lo intentó, abrió su boca para pronunciar las palabras, sabía muy bien
cuáles eran, pero estas sencillamente no salieron; su aliento se estrellaba
contra los labios de ella, luchando por pronunciarlas.
Lo hizo para escapar del tormento que vio y sintió en ella, cuando una vez más
le negaba esas palabras que había esperado por años, y del pesado silencio
que siguió, al estallido de placer que tuvieron sus cuerpos.
—No tienes por qué seguir mintiéndome Timothy… No hace falta que lo
hagas, sé muy bien porque no deseas casarte conmigo… No me amas…
no acabo de demostrarte cuánto te deseo? —La miró a los ojos, dejando clara
la angustia que sentía con el movimiento apresurado de sus pupilas.
Suspiró para calmarse un poco, no era el momento para salirse de sus cabales,
no podía echarlo todo a perder; tampoco quería que las cosas se arruinaran
entre los dos.
»Solo quiero que hagamos la cosas bien, que formalicemos esto, pero sin
prisas… —explicó, con voz pausada, intentando que lo comprendiera.
—Estábamos estudiando.
—¡Perfecto! Ya hemos terminado, ya hemos alcanzado esa meta. Tus padres te
entregaron la parte de la herencia que te correspondía al cumplir la mayoría de
edad… ¿Qué se supone que debemos esperar ahora? —preguntó, dejándole
ver su molestia.
Brigitte soltó el aire que contenían sus pulmones de manera brusca, como si
hubiese recibido un golpe en el centro de su pecho. Incluso, se llevó una mano
a este, para soportar la presión, y dos gruesas lágrimas resbalaron por sus
mejillas, mientras sus ojos horrorizados miraban a Timothy y negaba con la
cabeza.
demasiado, pero lo único que pido es que tengas un poco de paciencia. —Se
interrumpió, al ver que ella dejaba libre un sollozo y cerraba los ojos,
negándose a mirarlo.
—Diez años Timothy… ¡Han sido diez años de novios! No uno ni dos ni
cinco, han sido diez… —
Abrió los ojos sin poder esconder el resentimiento en su mirada—. Pero está
bien, ya no me queda nada más por comprender…
Timothy luchaba por dar con las palabras correctas, sabía que había cometido
un grave error, y también que debía repararlo antes de que ella saliera de ese
lugar; de lo contrario, todo sería más complicado. Dio un par de pasos para
acercarse a Brigitte.
—Eso no es así Brigitte… —Intentó decir, pero ella elevó una mano,
pidiéndole que se callara.
—Lo es, he tenido que enterarme por terceros sobre tus planes…, planes que
también me afectan a mí.
Todo mi mundo solo ha girado a tu alrededor, mi vida entera la he puesto a tus
pies, y tú me llamas egoísta, ¡egoísta! —repitió completamente ofuscada—.
Acabas de tomarme en ese maldito sofá, porque ni siquiera tuviste la
delicadeza de llevarme hasta tu cama; de desvestirme como una dama
merece…, como la mujer a la que se supone que amas. Solo buscabas tu
satisfacción, sin importante que te pedí esperar, que yo quisiera hablar, y me
llamas…
La abrió y la lanzó con tanta fuerza que el sonido se dejó escuchar en todo el
pasillo, mientras su cuerpo entero temblaba a causa de los sollozos que se
escapaban de sus labios.
Capítulo 4
Habían transcurrido cinco días, desde la última vez que vio a Timothy; cuando
salió hecha un mar de lágrimas de su departamento, después de aquella
discusión que la había herido tan profundamente. Él había intentado acercarse
a ella, le había enviado flores con notas pidiéndole disculpas, una nueva
oportunidad, que le permitiese hablar y aclarar todo, pero Brigitte sentía que
ahora era ella quien necesitaba tiempo, quien debía y quería poner en orden
sus pensamientos y sentimientos.
La verdad, era que habían pasado a serlo simplemente porque fueron las
primeras que recibió de él, nunca le regaló otras, siempre margaritas y lirios.
Los adoraba, era cierto, y no los cambiaría por ninguna otra flor, pero incluso
eso le demostraba que toda su vida no había hecho más que amoldarse a lo que
su prometido deseaba, a recibir lo que él le daba y aferrarse a eso, como si no
existiese nada más en el mundo.
—Tienes que dejar de llorar, vas a terminar tan marchita como esas flores —
dijo, señalando los hermosos arreglos que comenzaban a secarse—. Mira, si
tanto quieres a Tim…, ¿por qué no aceptas hablar con él y solucionar las
cosas? —preguntó, mirándola con lástima.
—Necesito tiempo Margaret…, tengo muchas cosas que pensar, que poner en
orden… Cada día que
pasa voy descubriendo más y más cosas que equilibran la balanza, que antes
nada más beneficiaban a Tim, pero que a mí me dejaban completamente a su
merced… Si no tomo una decisión ahora, no lo haré más adelante, y quizás sea
peor. —Intentó que su voz no se escuchara tan ronca, por las lágrimas que la
torturaban.
—¿Y qué con eso? ¿No me dijiste que habías terminado con Timothy?
¡Brigitte, por favor! No te comportes como una tonta… Ese chico te adora, te
idolatra, y se ha pasado dos años esperando a que el
estúpido de tu novio termine de dejar ver la porquería que realmente es, para
que abras los ojos y te liberes… —Intentaba convencerla, pero su prima se
puso de pie, escapando.
—No hables así de Tim… Sabes que me duele y me molesta que… —decía,
sin mirarla a los ojos.
—Tú dices que sabes mucho sobre los hombres, puede que sea cierto, pero no
sabes nada del compromiso. Nunca has tenido una relación estable… No
puedes comprender lo que implica algo como eso. —Intentó darle argumentos
válidos, los mismos que se empeñaba en obligarse a creer.
Se detuvo y caminó hasta Brigitte, le apenaba mucho verla así, quería ayudarla
a abrir los ojos de una buena vez, aunque eso significase decirle verdades
duras y dolorosas. Le sujetó con cariño la mano, esperando que su prima la
mirase a los ojos para así continuar.
—¡Ya está bien! Por favor Margaret, no quiero seguir escuchando lo mismo…
Estoy intentando encontrar un camino que me saque de este círculo vicioso,
pero apresurar las cosas o utilizar a alguien más, para sacar a Tim de mi
corazón no es la solución… No quiero lastimar a nadie… No quiero causarle
a Charlie este dolor que padezco… ¿Acaso te parece justo que juegue con sus
sentimientos? —
Ella no era de ese tipo de mujeres, a quienes no les importaba saltar de los
brazos de un hombre a los de otro en tan poco tiempo, ella tenía dignidad.
—No…, por supuesto que no, pero él sabe a lo que se arriesga contigo y no le
importa. Tiene la confianza suficiente y está seguro de que puede enamorarte.
—No son excusas, ¿cómo pretendes tú, que salga con otros chicos? Soy una
mujer comprometía Margaret —expresó, mirándola alarmada, ellas no eran
iguales.
—Llevas tres años comprometida… —acotó, y al ver que su prima ponía mala
cara, pensó en dejar de insistir, pero antes agregó algo más—. ¿Sabes algo? Si
yo estuviese en tu lugar no lo pensaría mucho, te aseguro que, si los
sentimientos que Charlie te profesa me los dedicara a mí, dejaría de lado esta
vida
—Yo amo a Tim…, quiero una vida junto a él, es lo que siempre he soñado
Margaret. La sola idea de pensar en rendirme me vuelve loca de dolor. Sé que
todo estará bien, las cosas se arreglaran… Solo necesitamos un poco de
tiempo y espacio —mencionó, con tono esperanzador y se limpió la lágrima
que rodó por su mejilla.
—Siempre voy a hacerlo, para eso somos primas. ¡Ah, y otra cosa! No dejes
que te manipule como
siempre lo hace; no creas que no me doy cuenta… Tú también tienes tus armas,
aprende a utilizarlas —
—Pensé que habías dicho que tu vida era alocada y sin sentido —mencionó,
Brigitte al verla tan entusiasmada.
Brigitte dejó ver media sonrisa y eso animó a Margaret, quien se acercó para
darle un fuerte y reconfortante abrazo; después salió de la alcoba,
desbordando entusiasmo.
Ella se volvió para mirar una vez más por la ventana, y su mente fue invadida
por los recuerdos de su novio, haciendo que el frío de su ausencia le helara la
piel.
Capítulo 5
Minutos después, los ruidosos jadeos y los roncos gemidos que provenían de
la habitación de su prima, comenzaron a exasperarla. Dejó libre un suspiro
trémulo y se puso de pie, para buscar un abrigo en su armario; lo último que
deseaba era quedarse allí y tener que escuchar la fiesta sexual de Margaret y
Paul.
Sin darse cuenta, sus pasos la llevaron hasta una pequeña iglesia, que no había
notado en todos los años que llevaba viviendo en esa zona; ciertamente,
porque no era del tipo que frecuentaban las personas de su clase.
Sin embargo, se animó a entrar, y pudo notar que estaba adornada; al parecer,
estaba por celebrarse una boda, ya que, veía a muchas personas en el lugar. Su
mirada se topó con el ansioso novio parado junto al altar, la imagen la hizo
sonreír con tristeza.
Se alejó del centro de la nave y se dirigió hacia el confesionario, entró y se
sentó; esperaba que nadie la descubriese ahí, todo lo que quería era estar sola,
y sabía que, en ese sitio, lo conseguiría. Cerró los ojos y se sumió en un estado
de letargo, sin contar el tiempo que transcurría fuera de ese lugar que, por el
momento, representaba su refugio.
Hasta sus oídos llegaron las palabras del sacerdote que daba inicio a la
ceremonia; él hablaba del amor y de la entrega, de la igualdad que debía
existir entre el hombre y la mujer, que decidían compartir su vida bajo un
mismo techo, para formar un hogar bajo las leyes de Dios.
Decía que nunca podía existir el egoísmo ni las mentiras, que no debían
ocultarse nada ni callar sus sentimientos, que la base fundamental del
matrimonio era la sinceridad.
La solemne voz del párroco llenaba de calma a Brigitte, pero también le iba
quitando la venda de los ojos. Ella no tenía nada de eso con Timothy, aunque
pensó que sí, que ellos estaban destinados a tener una vida juntos.
—Pasé tantos años aferrada a una ilusión, una que me inventé yo misma y que
ahora está matándome…
¡Qué tonta fuiste Brigitte! ¡Qué tonta! —Se dijo, cerrando los ojos con fuerza y
llevándose las manos a los labios, para acallar los sollozos cargados de dolor
que salían de ella.
Después vinieron los votos de los novios; y cada una de las palabras que
expresaban, fue como un puñal que se clavaba profundamente en el corazón de
Brigitte. Ni siquiera tenía que ver a los contrayentes para percibir el amor que
compartían, la entrega y el compromiso, que expresaban sus palabras.
Una vez más, su mente se perdió en el pasado, hacia muchos, muchos años
atrás, cuando todo había
Pensó que con su amor y su devoción hacia él bastaría, que eso alcanzaría
para hacerlos felices a los dos, pero se equivocó. Y no había nada más
doloroso que reconocer esa verdad, que, al parecer, todos esos años
dedicados a él habían sido en vano, que no habían logrado que ella se ganara
su corazón.
Cuando las palabras del sacerdote sellaron la unión de los esposos, Brigitte
salió del lugar para verlos, encontrándose con un hermoso cuadro. Ambos
entregados a un dulce beso que rebozaba en ternura y compromiso, mientras
sus familiares y amigos aplaudían emocionados.
Eran de clase media, se podía notar por la decoración y las prendas que
llevaban, pero su felicidad se notaba tan auténtica. No había envidia ni
susurros de personas malintencionadas; no había miradas lascivas, ni altivas o
cargadas de rabia.
Donatien intentaba comprender qué hacía una chica como Brigitte Brown en un
lugar como ese.
La vio tomar la calle hacia el Hyde Park e internarse en este; quiso seguirla,
pero antes de eso, miró nuevamente hacia la iglesia, descubriendo que los
invitados ya se conglomeraban en la escalinata, a la espera de los novios,
quienes seguramente se disponían a salir.
Tuvo que dejar escapar a la hermosa pelinegra que llevaba años arrancándole
suspiros cada vez que la veía sonreír, como si fuese un adolescente, y no un
hombre de treinta y siete años.
Brigitte era su alumna, no; a decir verdad, era su exalumna, pues acababa de
graduarse.
De sus labios brotó un suspiro que expresaba toda su frustración, cerró los
ojos para alejar la imagen de la hermosa señorita Brown de su cabeza, y
regresó sobre sus pasos, obligándose a mostrar una sonrisa cuando vio la
efusividad que traían los recién casados.
Ella caminaba observado los bellos colores que el otoño pintaba en los
árboles y la lluvia de hojas que se desprendía desde lo alto de estos, viajando
en sus recuerdos, dejando ver hermosas sonrisas, suspirando y llorando a
momentos.
Llegó hasta un gran banco de madera y tomó asiento, cerrando su abrigo para
resguardarse del aire que empezaba a enfriar. Sería poco más de media tarde,
pero las luces del día comenzaban a extinguirse; sin embargo, ella no tenía
deseos de regresar. Cerró los ojos y elevó su rostro al cielo, intentando dejar
su mente en blanco.
Timothy miraba hacia la calle a través de la ventana, una vez más, su mente
vagaba entre los recuerdos de su discusión con Brigitte. Tenían ya una semana
disgustados, y nunca habían pasado tanto tiempo de esa manera.
Las pocas discusiones que alguna vez tuvieron, siempre se resolvían a lo sumo
de un día para otro, pero ahora todos sus esfuerzos por buscar una
reconciliación habían sido en vano.
en la charla.
—Que Brigitte y tú deben estar felices por la llegada de sus padres —repitió y
le dio un trago a su bebida.
—Sí, lo estamos… —Se quedó en silencio, perdiéndose una vez más en sus
pensamientos.
—¿Vas a decirme lo que ocurre o me tendrás toda la tarde hablando con las
paredes? —cuestionó Peter, frunciendo el entrecejo.
Peter parpadeó asombrado, era la primera vez en cinco años de amistad, que
Timothy le decía que tenía problemas con su novia. Hasta había llegado a
pensar que la chica era una especie de alienígena, de esos que salían en los
Pulp, que leía con bastante frecuencia; ya que nunca se quejaba por nada ni le
llevaba la contraria; eran hermosa y complaciente, prácticamente, era perfecta.
con tu novia? ¿Qué sucedió con la dulce y comprensiva Brigitte? La que nunca
se molesta por nada ni te hacía exigencias. ¿Será acaso que como el
matrimonio está cerca, empieza a mostrar su verdadera personalidad? —Peter
tenía muchas preguntas.
—No puedo creer que seas capaz de decir esa sarta de estupideces en tan
poco tiempo. —Le reprochó Timothy, y fijó su mirada en los leños que
crepitaban frente a él.
malo.
—No fue lo que hiciste, sino lo que dijiste —respondió, con deseos de
matarlo, al recordar su indiscreción.
Se llevó el vaso de cristal a los labios, para beber lo que quedaba de un trago;
suspiró, liberando el calor del licor, y posó la mirada de nuevo en su amigo.
—Bueno, a ver… ¿Qué fue eso tan grave que dije para provocar la furia de
Brigitte? —Se movió en el sillón para quedar más cerca de su amigo—.
Siempre he guardado muy bien tus secretos. Tendría que torturarme para que le
contara sobre nuestras «amigas especiales», por no decir que si Raquel llega a
enterarse me convierte en eunuco —dijo, en tono cómplice, dejando ver media
sonrisa, desbordando picardía.
—No seas estúpido, no tiene nada que ver con eso. Lo que dijiste fue lo de la
propuesta del doctor Montgomery. Estaba guardando la noticia, quería hacer el
anuncio cuando mis padres estuvieran aquí. —
Timothy giró el vaso entre sus manos y suspiró con cansancio—. No le había
mencionado nada a nadie, ni siquiera a Brigitte; así que cuando lo escuchó de
ti, se molestó y sintió que la estaba excluyendo de mi vida, que no la tomaba
en cuenta a la hora de decidir sobre nuestro futuro —explicó, y se levantó para
llenar su vaso.
—Sí, pero ya se le pasará… Aunque para ello tenga que dejar a todo Londres
sin margaritas ni lirios.
—¿Quieres otro? —preguntó Timothy, al ver el vaso vacío, sobre todo, para
cambiar de tema.
—Sí, uno más y después me voy… Tengo una cena en casa de los padres de
Raquel. Ya no sé de lo
que hablaremos esta vez, si del pastel de boda, la lista de invitados, el ajuar,
los vestidos de las damas de honor… Esas mujeres parecen no tener otro tema
de conversación. Si supieran que lo único que a mí me interesa es la luna de
miel.
Esos temas entre caballeros, por lo general, no se tocaban, pero ellos eran muy
amigos y tenían la confianza para hacerlo. Peter también estaba al tanto de lo
estrecha que era su relación con Brigitte.
Peter caminó para tomar su abrigo del perchero, se lo puso primero, después
tomó el sombrero y los guantes que estaban sobre la mesa junto a la entrada.
Capítulo 6
Estrecharon sus manos para despedirse, Timothy esperó a que Peter subiera a
su auto, y después de verlo marcharse, cruzó la calle en dirección al Hyde
Park. Llevaba la mirada puesta en sus manos, mientras las frotaba, ya que, a
pesar de estar protegidas por los guantes de cuero, sentía que las puntas de los
dedos se le entumecían.
—Brigitte…
Ella escuchó que la llamaban, era la voz de la persona que más deseaba ver y
también de la que más quería escapar; no abrió los ojos ni se movió, pensó
que si permanecía inmóvil, todo terminaría siendo una cruel jugada de su
imaginación y él se alejaría, pero no pasó un minuto cuando sintió la presencia
de Timothy a su lado, seguida de su mano, acariciándole la mejilla con
dulzura, y al final, un beso en la sien.
Ella rompió a llorar sin poder contenerse más, y él la abrazó con fuerza.
—Lo siento…, lo siento tanto, fui un imbécil, tal como dijiste… Me merezco
cada una de las palabras que me lanzaste en cara, perdóname por favor. —Le
pidió con la voz áspera por las emociones que viajaban a través de su cuerpo,
le dolía verla así.
»Brigitte, por favor… mírame…, háblame… Necesito que me digas algo. Esto
no puede acabar así,
¿Acabar?
Pensó sintiendo tanto dolor.
¿Acaso alguna vez había empezado? ¿Acaso él alguna vez lo había deseado?
Esa tarde ella se había dado cuenta de que todos esos años junto a él, solo
habían sido una mentira, una dulce mentira, que ahora se volvía una amarga
verdad; por ello lloraba, porque sabía que sin importar lo que pudiese pasar,
ya nada sería igual.
Regresó del parque junto a Timothy, quien la envolvió con su abrigo y con sus
brazos durante todo el trayecto. Llegaron al departamento de él, no se negó
cuando vio que se encaminaban a ese lugar; la verdad era que no quería
separarse de él, ni en ese instante ni nunca.
frío de su cuerpo, pero antes de eso, la había envuelto en una gruesa manta,
dejándola junto a la chimenea.
Ella realmente le agradecía todo eso, porque estaba helada, ni siquiera había
notado que estuvo casi dos horas, prácticamente a la intemperie, y sin sus
guantes o un gorro, que la protegiera de la fría brisa del otoño; probablemente,
terminaría resfriada después de eso.
—Espero que me haya quedado tan bien como huele —pronunció él, con algo
de nerviosismo.
Se sentó con cuidado en el espacio vacío del sillón, junto a su novia y le
dedicó una sonrisa. No le entregó la bandeja, temiendo que ella pudiera
quemarse, pues notaba que sus manos seguían temblando.
—Déjame…, lo haré yo —dijo, al ver que Brigitte le extendía las manos para
tomarla.
Esa era la primera frase que pronunciaba desde que la encontró en el parque.
Su voz denotaba los estragos que el llanto había hecho en ella; la miró con
tristeza, al tiempo que se reprochaba internamente por haber sido tan bruto.
Él intentó hablar, pero Brigitte solo negó con la cabeza al notar sus intenciones
y apoyó su cabeza en el hombro de Timothy, quien decidió respetarla y no
presionarla.
Sin embargo, algo dentro de su pecho lo instaba a actuar, así que la envolvió
con sus brazos, pegándola a él, y se dedicó a darle besos en las mejillas y en
las manos.
Después de varios minutos, el silencio se le hacía cada vez más pesado, por lo
que se arriesgó a expresar lo que sentía; necesitaba pedirle disculpa por su
comportamiento.
Ella negó con la cabeza, sintiendo que las lágrimas le colmaban la garganta,
suspiró para liberarse de esa sensación que la ahogaba.
Él tomó su rostro entre sus manos, muy despacio y con suavidad, la instó para
que lo subiera, pero apenas podía moverlo, ella se le estaba escondiendo.
—Mírame Brit… Yo…, yo solo quiero verte feliz…, que dejes de llorar. No
quise lastimarte Brigitte, por favor, créeme… ¿Me perdonas? —preguntó, con
la angustia destellando en sus ojos y vibrando en su voz.
—Pero…, me porté como un estúpido. —Se alejó un poco del abrazo, para
poder mirarla a los ojos.
—Yo también me mostré como una estúpida… Dejemos las cosas así. —Quiso
zanjar el tema y le extendió una mano, para invitarlo a levantarse.
—Quiero solucionarlo… Quiero que comprendas… — decía mientras recibía
la mano de su novia, pero ella lo calló, cuando puso un par de dedos en sus
labios.
—Lo hago… Y todo está bien, no tienes que preocuparte por nada… Fue lo
mejor, esto… Tenía que
Era como si la mujer que tenía entre sus brazos ya no fuese la misma con la
cual había compartido durante años. Estaba descubriendo una parte en ella que
no conocía… estaba distante, aunque se encontraba aferrada a él.
No le mintió cuando le dijo que no podía estar sin ella; por el contrario, fue
completamente sincero.
Esos días que pasaron alejados, le dejaron claro que, aunque su corazón nunca
había sido completamente de Brigitte, una parte de él la necesitaba para
sentirse pleno.
Era como si ella lo complementara de algún modo, tal vez eso se debía a que
desde hacía mucho tiempo ya su cerebro había asumido la idea, de que ellos
dos pasarían el resto de sus vidas juntos.
Quizás el miedo que sintió al verse presionado por sus planes de boda lo
hicieron reaccionar de esa manera y ponerse a la defensiva, pero ya su vida
estaba planeada, y sería junto a Brigitte. Era algo que ya daba por hecho, sería
de esa manera, no de ninguna otra.
Esa noche durmieron juntos por petición de él, quien no quiso dejarla ir; sentía
que si lo hacía algo malo sucedería.
Brigitte no se negó, pues también quería tener tanto tiempo como pudiese de
él, sentir su calor y su aroma; quería, aunque fuese una quimera, permanecer a
su lado esa noche.
Capítulo 7
Timothy se había esmerado por hacer sentir especial a su novia durante los
últimos días, procuraba hacerla partícipe de los preparativos de su discurso
para la graduación.
Al haberse graduado con honores y ser elegido por el consejo de profesores,
era a él a quien le correspondía tal privilegio. También le pidió su opinión
para el traje que llevaría ese día, quería que todo fuese perfecto, ya que sus
familiares vendrían desde América.
Aunque sabía que tenía un gran talento para la pintura, y que él no tendría
problema en dejar que se desarrollase en ese ámbito, sus familias seguramente
sí se opondrían. Todos eran muy tradicionales, y habían dejado claro muchas
veces, que no aceptarían bajo ningún concepto que optara por una alocada
vida bohemia.
Ella lucía muy hermosa y sensual, tan radiante como el más exquisito de los
diamantes. Llevaba puesto un elegante vestido negro, que se amoldaba
perfectamente a sus sutiles curvas. Con el cabello recogido en lo alto de su
cabeza, y un par de pendientes de topacio, que contrastaban a la perfección
con el tono gris de sus ojos.
—Muchas gracias, soy Timothy Rumsfeld. Tengo reservada una mesa para dos
—informó con una sonrisa, al tiempo que acariciaba la mano de Brigitte, que
descansaba en el hueco de su codo, sintiéndose feliz de tenerla junto él.
—¡Tim Rumsfeld!
Lo saludó una fuerte y algo enronquecida voz masculina, antes de que hubiera
dando un par de pasos.
—Pensé que ya te habías olvidado de que existo, ni una llamada o una nota.
Empezaba a preguntarme si había sido tan mal amigo en la secundaria, para
recibir ese trato —mencionó palmeándole la espalda, para entrar en confianza,
lo notaba distraído.
por supuesto que los recuerdo siempre, solo que he estado muy ocupado con la
universidad, pero me alegra mucho verlos —pronunció, agradeciéndole a su
voz por sonar firme y nítida, al tiempo que se esforzaba por mantener su
mirada en Edward y lejos de Emma.
—No por favor, nada de títulos… Para ustedes siempre seré Ed. Puedo seguir
llamándote Brit,
—Sí…, sí, claro —respondió ella algo distraída, ya que acababa de ver la
manera en la cual su prometido miraba a Emma—. A pesar del tiempo que
hemos estado alejados, seguimos siendo amigos,
—Amor, no creo que sea prudente, seguro que ellos han venido para compartir
como pareja —
—La verdad es que ya tenemos una mesa reservada Edward… Tal vez en
otra… —decía Timothy, rehuyendo.
convencerlo.
—¿Estás segura? Pensé que deseabas una velada para nosotros dos… Solos
—inquirió en un tono confidente.
—Claro que sí, será divertido Tim —respondió con entusiasmo, mientras lo
miraba a los ojos.
—En ese caso, aceptamos… Pero ¿qué pasará con la mesa reservada? —
Utilizó ese último recurso,
para ver si podía librarse de esa situación tan incómoda.
¿no es así?
Timothy miró a otro lado, porque a veces odiaba esa confianza y seguridad
que desbordaba Edward, la facilidad con la que se movía por el mundo,
siempre esperando que todos hiciera lo que él deseaba, y lo peor era que lo
conseguía; habían sido grandes amigos, pero nunca consiguió superar la
molestia que le provocaba esa actitud, esa arrogancia que le corría por las
venas.
Sentía que la tensión que se apoderaba cada vez más de él, iba a terminar por
romperlo en pedazos esa noche, y lo peor de todo era, que la velada apenas
empezaba. No comprendía aún por qué a Brigitte se le dio por aceptar la
invitación de Edward.
Capítulo 8
—Tienen que probar las ostras, son las mejores de toda Inglaterra. Su
Majestad la reina Isabel, delira por estas —informó Emma con entusiasmo,
mientras veía la carta.
Ella se sentía más cómoda que Edward con el trato real, que se le daba desde
que su marido obtuvo el título de su difunto suegro. Siempre quiso moverse en
ese medio, y haberlo conseguido era un sueño hecho realidad.
Sintió cómo su novio se tensaba con solo escuchar la voz de Emma; al parecer,
su experimento comenzaba a dar resultados, podía notar que él estaba
incómodo.
—Yo pediré lo mismo que mi esposa, tráenos las mejores ostras que tengas
Alfred, y una botella de la mejor champaña. Esta noche tenemos varios
motivos para celebrar —expresó Edward con una sonrisa.
—Una ensalada de otoño para mí, por favor —dijo, mirando al mesonero que
se había apersonado en el lugar, para atenderlos.
Alfred.
Alfred se retiró, dejándolos con el camarero, por si se les ofrecía algo más.
Este ya había tomado nota de todos los pedidos, así que después de servirles
agua, se marchó, y un pesado silencio se instaló en el lugar.
Ellos comenzaron a buscar internamente, para dar con las palabras que
hicieran que se esfumara, era como si en lugar de haber estudiado juntos la
preparatoria, fueran unos completos desconocidos.
—Yo quería apoyar a Brigitte en sus estudios, sé lo importante que son para
ella, no quería limitarla a ser solo un ama de casa, y que no aprovechara al
cien por ciento el talento que tiene. —Enfatizó cada una de sus palabras.
Quería hacer sentir a Edward culpable, por haberle negado esa posibilidad a
Emma. Todos sabían que ella quería ser diseñadora de modas.
—Muchas mujeres hoy en día pueden hacer varias cosas a la vez, ser ama de
casa no te limita para nada —comentó Emma, saliendo en defensa de su
esposo y suya.
—Yo pienso igual. —Brigitte no pudo atajar esas palabras que contradijeron a
Timothy ante sus amigos. Se arrepintió al ver que él tensaba la mandíbula, así
que buscó reparar su comentario—, pero debo reconocer que la universidad
no es fácil, y exige mucho tiempo. Tal vez me hubiera visto en apuros, si
llegaba a salir embarazada.
—¡Vaya! Ahora comprendo por qué no tienen prisa. —Edward también notó la
actitud apenada de la
—Que solo les concierne a ustedes, tienes toda la razón… No haremos más
comentarios al respecto, y tampoco creas que los juzgamos. —Tomó la mano
de su mujer, que descansaba sobre la mesa, y la acarició, mirándola a los ojos
—. A nosotros nos ocurrió lo mismo. Después del compromiso, yo debía irme
un año a la Academia Militar. Nos volveríamos a ver en meses…, así que…
—No iba a hacerlo —dijo en medio de una carcajada—, pero mira cómo están
los pobres, como si
hubieran cometido el más atroz de los crímenes, cuando eso, a estas alturas de
la vida, es algo muy natural.
—Creo que sería mejor cambiar de tema —comentó Timothy, con el ceño
profundamente fruncido.
—Bueno…, pero solo un pequeño sorbo. —Señaló con su dedo, y recibió con
una sonrisa el beso que él le dio.
Brigitte sonrió ante la imagen, le causó algo de ternura, pero cuando buscó la
mirada de Timothy, su sonrisa se esfumó. Él veía hacia otro lado y tenía el
rostro tenso, como si algo lo molestase. Ese gesto le causó un agudo dolor
dentro del pecho, y estuvo a punto de beber toda su champaña ante del brindis.
Los esposos elevaron sus copas, compartiendo una mirada cómplice y después
los vieron a ellos.
—¡Vamos a ser padres nuevamente! —respondieron los dos a la vez, sin poder
esconder su felicidad.
—¿Y tú? ¿No vas a decir nada Tim? —cuestionó Edward a su amigo, quien
había quedado mudo.
—Yo… Sí… ¡Sí, claro! ¡Felicidades a ambos! —Se puso de pie e imitó el
gesto de Brigitte. Se acercó primero a Edward, para darle un fuerte abrazo, y
después a Emma.
—. Apenas tengo ocho semanas, pero estamos tan felices… Louis no dejaba
de decirnos cuánto quería un hermanito.
—Yo le dije: ¿Por qué no? ¡Vamos a darle un hermano o hermana! Ella aceptó
y bueno, dentro de siete meses, con el favor de Dios, tendremos a un nuevo
miembro en la familia —pronunció un muy emocionado Edward.
Ella también deseaba ser madre, quería vivir la experiencia de llevar una vida
dentro de su vientre; su cuerpo estaba preparado y ansioso por ello.
Después de estar teniendo relaciones íntimas con Timothy durante cinco años,
ya no le tenía miedo a un embarazo no planificado; por el contrario, quería que
eso sucediera, y había planeado embarazarse justo después de casarse.
—Disculpen…, necesito ir al baño. —Se llevó una mano a los labios para
ahogar los sollozos, y con premura, escapó de allí. Le avergonzaba ponerse a
llorar frente a ellos.
—Amor espera. ¿Te encuentras bien? —Timothy fue detrás de ella, logró
alcanzarla antes de que entrara al tocador de damas—. Brigitte… Por favor,
mírame… ¿Por qué estás así? ¿Te sientes mal? —
—¿Que no tiene importancia? Por Dios, mira cómo estás ¡Claro que la tiene!
—La sujetó por los hombros con suavidad y la atrajo a su cuerpo para
abrazarla.
—No me hagas caso Tim, soy una tonta. —Intentó apartarse, escuchar las
dudas en la voz de él la lastimaba.
—Brit…, voy a darte todo lo que deseas, solo… —calló, sin saber cómo
hablar sin lastimarla; cerró
La voz de Emma los tensó, pero también salvó a Timothy de tener que llevar a
cabo esa conversación en un lugar y momento tan inapropiados.
miraba.
Él asintió con un gesto de su cabeza y se acercó para darle un beso, uno que
fue mucho más que un simple toque de labios, de esos que podían permitirse
en público. Esperaba que eso la llenara de confianza, que alejara de ella los
fantasmas que la atormentaban; sin embargo, no solo lo hacía por ella, sino
también por él; quería comprobar que ya no sentía nada por Emma.
—¿Y eso qué importa? Yo solo quiero estar contigo…, tenerte entre mis
brazos, hacerte mía —
—¡Dios, esto es una delicia! —expresó Emma, después de degustar una ostra
y gemir.
—¡Vaya que lo son! Después de esta noche hermano, te aseguro que vas a tener
mucha prisa por llevar a Brit, a un altar y encerrarte con ella por días en una
habitación. —Edward liberó esa risa ronca y varonil, que era su mayor
atractivo con las mujeres; se acercó a Emma y la besó con desenfreno, sin
importarle tener público presente.
Como era de esperarse, los esposos fueron los más comunicativos, mientras
que Brigitte y Timothy solo se dedicaron miradas cargadas de deseo y
complicidad. Él más de una vez llevó su mano por debajo de la mesa, para
acariciarla, lamentando que el largo del vestido no le permitía rozar la suave
piel de su prometida.
Capítulo 9
Las damas agradecieron, en parte, el aire fresco, pues les ayudó a aclarar sus
cabezas, que se encontraban algo aturdidas por la champaña.
El alcohol también les había servido para relajarse, al punto que el mismo
Timothy se encontró riendo a carcajadas, al recordar varios episodios de su
juventud. Como cuando Edward hacía rabiar a las monjas del colegio, o sus
primeras borracheras; cuando escapaban a los bares de Londres y los peligros
que corrían en los barrios bajos, pero que los llenaban de adrenalina.
Timothy siempre fue más precavido que su amigo, pero nunca pudo negarse a
vivir esas experiencias; incluso, en ese tiempo se hizo hombre. Recordó que
reunieron durante tres meses para pagarles a las mejores prostitutas de todo
Londres, pero lo más vergonzoso fue que después de tanto dinero invertido,
terminó a los pocos minutos de estar dentro de la mujer.
Por suerte, la dama fue comprensiva y generosa, y lo dejó repetir una segunda
vez, la cual aprovechó realmente. Salió de ese lugar exhausto, embriagado de
alcohol y felicidad, junto a su gran hermano: Edward Bradbury.
Sin embargo, cuando sentía las caricias de Brigitte, cuando se miraba en sus
hermosos ojos grises o le daba algún beso furtivo, las sensaciones dentro de él
se multiplicaban. Ella le sonreía con esa timidez que la caracterizaba y la
imagen de Emma era opacada.
Sentía que con su prometida todo era más intenso, aunque la verdad, no tenía
mucho con qué comparar, pues él nunca había besado o recibido caricias por
parte de Emma, pero justo en ese momento, todo su deseo se desbocaba por la
mujer a su lado, y no por la que tenía en frente, como le ocurría años atrás.
—Ya llegó el auto, ¿están seguros de que no desean que los lleve? —preguntó
Edward mirándolos.
—Está bien, me alegró mucho verte hermano… Por favor, vengan a visitarnos,
así ves al pequeño Louis, creo que no lo hacen desde su bautizo —comentó,
acercándose para darle un abrazo estrecho.
—Fue un placer compartir con ustedes. —Brigitte también los abrazó mientras
sonreía.
—Lo sé, no perdamos tiempo. —Lo tomó de la mano y lo sacó del ascensor a
rastra, luego de que él corriera las pesadas puertas de hierro forjado.
Después de que la puerta se cerró tras ellos, Brigitte comenzó a darle tirones
en la corbata, para sacársela, y él a desabrocharle el pesado abrigo que la
cubría del frío. Todo eso lo hacían sin dejar de besarse, sus bocas se buscaban
con desespero, mientras sus miradas expresaban el ardiente deseo que los
envolvía.
Timothy se vio tentado a levantarla en vilo y tomarla allí mismo, tal y como
había deseado en el restaurante, pero cuando fue consciente de que esa fue una
de las cosas que ella le reprochó antes, desechó la idea.
Solo fue cuestión de minutos para que sus cuerpos desnudos, brillantes por el
sudor que transpiraban, y sonrojados por el torrente de adrenalina y pasión
que los envolvían se encontraran, en medio de sábanas revueltas.
Timothy aún no hacía del cuerpo de Brigitte el suyo; solo estaba unido a ella
en un estrecho abrazo, que hacía más intenso el roce de sus pieles, haciéndolos
temblar y gemir; cada vez que la dureza de su masculinidad, se deslizaba por
el suave y trémulo vientre de ella.
Mientras que Brigitte, desesperada por sentirlo ser parte de ella; solo subía
sus caderas, envolviéndolo con sus piernas, y rogándole con ese gesto, que la
hiciera suya.
—Me voy a beber todo de ti… hasta embriagarme, hasta hacerte volar. —Dejó
la promesa vibrando
en el aire.
Timothy apenas le dio tiempo para regresar, se posó sobre ella, abriéndose
espacio en medio de las delgadas y temblorosas piernas. Justo antes de
hundirse en el cuerpo de su novia, buscó la mirada brillante de ella y rozó sus
labios con los suyos, anticipándole lo que haría.
Solo un gesto por parte de Brigitte bastó para que él desatara toda su pasión e
hiciera derroche en el cuerpo de esa increíble mujer, que era suya. Sus manos
se movieron en caricias intensas que se apoderaron de sus senos, sus caderas,
su cuello; quería llegar a cada espacio de piel.
Su hombría hizo suyo ese rincón tibio, suave y húmedo que parecía estar
colmado de miel, la misma que ya su boca había disfrutado minutos atrás. Se
hundía una y otra vez, sin darle tiempo a hacer nada más que jadear, mientras
él gemía, sintiendo que estaba muy cerca de estallar en miles de pedazos, de
morir de placer.
—Me das tanto…, tanto Tim… Te amo —expresó con la voz temblorosa y
entrecortada, por las descargas de placer que la recorrían—. Te amo mi
cielo… —repitió, porque necesitaba hacerlo, que él lo supiera, aunque no le
dijese los mismo.
la mirada, tal vez para que viera en sus ojos que era sincero, y sonrió, rozando
sus labios—. Yo también Brit.
Ella se resignó a solo tener eso, se tragó sus lágrimas e hizo a un lado la
tristeza, aferrándose con fuerza a él, con brazos y piernas, mientras les daba la
libertad a sus caderas para moverse al mismo ritmo constante y enloquecido
que llevaba Timothy. Cuando sintió que el éxtasis estaba cerca, fue en busca
de esos labios que tanto adoraba.
Se fundieron en un beso que solo tardó segundos en conseguir que los dos
estallaran en medio de temblores, jadeos, gemidos, sollozos y expresiones de
placer que inundaron la habitación, dejando esta vez un silencio colmado de
calma y satisfacción, muy diferente al que los envolvió la última vez que
estuvieron de esa manera.
Capítulo 10
El resto del fin de semana lo dedicaron a compartir como desde hacía mucho
no se permitían, por las diversas ocupaciones que casi siempre tenía Timothy.
Se fueron de picnic al Hyde Park el sábado en la tarde, comieron frutas,
emparedados, y leyeron tendidos sobre una manta, aunque el clima no era el
mejor, igual lo disfrutaron.
La intención de Timothy era llegar hasta el río Colne, para alquilar un bote y
pasear como en sus viejos tiempos, como cuando eran adolescentes y ella era
feliz de verdad. Consiguió su objetivo con solo llegar allí y que Brigitte
descubriese la sorpresa, de nuevo era aquella chica risueña.
—Me hace feliz saber que te gustó —respondió él, mientras envolvía con sus
brazos la estrecha cintura de Brigitte, y la pegaba a su cuerpo—. Quise que
hiciéramos algo especial.
—Gracias por este detalle. —Le dio un beso más, pero se separó con rapidez
de él, un tanto apenada, al sentir que alguien se acercaba.
Timothy no quiso aclarar que Brigitte y él no eran esposos, esa era una manía
de ella siempre, pero él lo consideraba innecesario, y al ver que se disponía a
hacerlo, habló primero, tomándole la mano y mirándola a los ojos para que le
siguiera el juego.
—Se lo agradezco mucho, porque pensamos navegar un buen rato, así será
mucho más cómodo para
mi hermosa esposa.
Brigitte mostró una sonrisa tan efusiva, que pensó que terminaría delatándose;
su mirada se iluminó mucho más que el paisaje que los rodeaba, y el pecho se
le hinchó de felicidad y orgullo al escuchar a Timothy llamarla así.
—Bueno, en ese caso los dejo, para que inicien desde ya su paseo. Tendrán un
cielo despejado hoy, disfrútenlo.
Se sujetó la falda del vestido blanco con lunares negros que llevaba ese día, y
con cuidado de no tropezar con sus zapatillas, puso un pie en la embarcación,
sujetándose con fuerza a la firme mano de Timothy.
Timothy también se sentía dichoso, ya que su principal propósito ese día era
hacerla feliz, porque de una forma u otra, Brigitte le brindaba la misma
sensación, y sembraba en su corazón la esperanza de llegar a amarla intensa y
profundamente, o al menos lucharía por ello.
—¿Te gusta? —preguntó, cuando se encontraban a mitad del lago y vio que
ella miraba embelesada el paisaje.
Ella abrió mucho los ojos y se sonrojó hasta el cabello, mientras él liberaba
una carcajada fuerte y tan atractivamente varonil, que Brigitte suspiró,
pensando que era el hombre más apuesto del mundo. Sin embargo, tuvo la
sensatez de negar con la cabeza, no podía hacer algo como eso.
—Por favor Brit —rogó, apoyando sus manos en las caderas de ella, para
atraerla a su cuerpo.
—Es una locura Tim…; además, el agua debe estar helada. Nos congelaremos
si entramos —apeló a
Ella también se quitó la chaquetilla de punto, que la cubría del aire frío de la
mañana, suspirando y tratando de controlar el temblor de sus manos.
De pecho fuerte, dorado y cubierto por una atractiva capa de vellos castaños,
abdomen plano; donde los vellos se hacían solo una delgada línea, que iba a
resguardar esa parte de la anatomía que diferenciaba por completo a un
hombre de una mujer. Y que en Timothy era altiva, gruesa, imponente, e hizo
que un fuego intenso se apoderara del interior de Brigitte.
—Espero por usted…, señorita Brown —pronunció con la voz ronca, por el
deseo que desató en él la mirada que ella le dedicó a su cuerpo desnudo.
—Quiero verte desnuda —pidió con la voz vibrando por la brisa fría, y por el
anhelo que corría por sus venas.
Cuando quedaron desnudos uno frente al otro, él al igual que ella, se deleitó
con la imagen de su cuerpo; sintiendo como si fuera la primera vez que sus
ojos lo veían. Hermoso, blanco y suave como la crema, curvilíneo y excitante,
tentador, mezcla de gloria y pecado; sencillamente, perfecto.
Se fundieron en un beso y se olvidaron de meterse a nadar; la pasión les había
marcado otro rumbo y ellos gustosos lo siguieron. No hicieron falta palabras,
solo una mirada y una sonrisa cómplice bastaron.
Se tendieron en los cojines, buscando el mejor acomodo; y allí, con ese cielo
azul y despejado, con la brisa acariciando sus pieles, con los rayos del sol
calentándolos tanto como el deseo, se entregaron una vez más al goce de la
unión de sus cuerpos.
El sudor que brotó de sus cuerpos durante el encuentro sexual, los llevó a
retomar sus planes de nadar un rato en el lago. Timothy fue el primero en
lanzarse al agua; no dudó un segundo, haciendo gala de la destreza que tenía
para los clavados, pues los practicaba en la universidad. Se sumergió y
después salió a flote con una gran sonrisa, para animar a Brigitte a que lo
acompañase.
Él soltó una carcajada y nadó hacia ella con rapidez, la envolvió entre sus
brazos, al tiempo que cubría con sus labios los de ella. Buscaba brindarle
calor a través de ese abrazo y de sus besos.
Brigitte asintió de nuevo y se sumergió, porque estando dentro del agua el frío
menguaba, el problema era la brisa que corría en la superficie. Se sorprendió
cuando sintió que él la atrapaba bajo el agua, y buscaba sus labios para seguir
besándola, ella soltó el aire que estaba conteniendo y se dejó envolver por ese
beso. Su corazón comenzó a latir emocionado, feliz.
Después de unos minutos decidieron salir del agua, él sostuvo el bote para que
ella subiera, disfrutando de poder acariciarle, sin ningún reparo, las hermosas
nalgas; riendo al verla sobresaltarse y mirarlo con asombro.
—Es tu culpa…, por ser tan provocativa. —Sonrió, al ver que se sonrojaba
ante su cumplido.
Capítulo 11
Después de comer, el suave balanceo del bote terminó por hacer que Brigitte
se durmiera, y él se deleitó mirándola, recorriendo con su mirada el perfecto
rostro de su novia. Blanco, suave, de mejillas sonrosadas, pestañas oscuras,
tupidas y largas, labios rojos como un botón de rosa, la nariz pequeña y recta,
que le daba un aire distinguido, como el de una reina.
Los días lejos de ella fueron espantosos, se sintió solo y perdido. No quería
volver a pasar por lo mismo, porque aunque no la amase con intensidad, la
quería y se había dado cuenta de que no podía vivir lejos de ella.
Brigitte había sido su primera y única novia, después del amor juvenil que
sintió por Emma, y que acabó sin siquiera haber empezado. Pues él nunca tuvo
el valor para confesarle lo que sentía, sobre todo por respeto a la amistad que
tenía con Edward, y el temor de ser rechazado.
Ni siquiera lo había sentido con la mujer que tenía entre sus brazos, a quien le
había propuesto matrimonio hacía tres años, cuando se comprometieron. Con
Brigitte todo había sido tranquilo, sin dramas, sin lágrimas, sin sobresaltos o
complicaciones; al menos, no hasta hacía unas semanas, cuando tuvieron
aquella discusión.
Fue la primera vez que ella se enfrentó a él de esa manera, ya antes le había
reprochado algunas actitudes, pero no pasaban de meras palabras que
demostraban su molestia, y el tenso momento pasaba rápidamente, cuando él le
decía que lo lamentaba y que no lo volvería a hacer.
Su relación no tenía mayor emoción que los encuentros fortuitos para tener
relaciones sexuales; e incluso, eso empezaba a volverse rutinario. Pero la
noche anterior, fue distinto, algo comenzaba a cambiar entre ellos.
Ahora más que nunca sabía que permanecer junto a Brigitte era lo mejor que
podía sucederle. A su lado tendría una familia, estabilidad y comprensión; ya
habían pasado muchos años en esa relación. No se imaginaba todo eso con
otra mujer que no fuera ella.
Emma se había casado Edward, quien siempre fue su gran amor; mientras él
había perdido y se había resignado. Lo bueno de volver a verla junto a su
mejor amigo fue que no lo afectó como se temía; tanto así, que esa misma
noche se olvidó de ella por completo, entre los besos y las caricias que
Brigitte le entregó.
Sería el esposo perfecto, se esforzaría por hacerla feliz cada día, porque
podía jurar que ella también sería la esposa perfecta para él, así que estaba
decidido. Cuando volviesen a América organizarían todo, se casarían teniendo
por testigos a sus familiares y amigos.
Sintió que Brigitte se removía, y supo que estaba a punto de despertar; le dio
un delicado beso en la nariz, otro en la mejilla y terminó con uno en sus labios.
sonrisa con los ojos entrecerrados—. Gracias por traerme, sabes que me
encanta pasear en bote. No lo hacíamos desde que estábamos en el colegio y
regresábamos a casa por las vacaciones de verano. La abuela se volvía loca
cuando desaparecíamos, ¿lo recuerdas?
—Sí…, me miraba con deseos de asesinarme. Creo que siempre pensó que lo
hacía para aprovecharme de tu inocencia —dijo, sin poder evitar reír.
—De eso estoy segura, pero mi abuela no estaba con nosotros para
comprobarlo, aunque en el fondo creo que también lo sabía, porque después
de terminar, me miraba en silencio por un largo rato, y al final me decía:
«Brigitte, el día llegará, pero no debes apresurarlo, si lo haces, él perderá
todo interés por ti, y acabarás arruinada para siempre».
Timothy sintió cómo se tensaba entre sus brazos, y supo que recordar aquellas
palabras de su abuela la había perturbado. La abrazó con fuerza, pegándola a
su cuerpo, y le dio un beso en el hombro.
Brigitte luchó contras sus dudas y sus miedos, pero no pudo evitar que
terminaran avasallándola; dejó escapar un suspiro trémulo, y se interrogó en
pensamientos.
Timothy necesitaba reforzar con sus palabras lo que había decidido, y también
alejar las dudas de ella; se había propuesto amarla, y estaba seguro que lo
conseguiría.
Le acunó el rostro con las manos, buscando esa mirada gris que estaba
cristalizada, y quiso darle más, porque ella se lo merecía. Así que la besó,
dejando en libertad sus sentimientos, por muy confundido que estuviera, sabía
que la quería, en cuanto a eso no tenía dudas.
—¡Ah! ¿Con que esas tenemos? ¿Quieres ver cuán malvado puedo ser? —
preguntó, elevando una de
sus gruesas cejas y sonrió de manera provocativa, cuando vio que los labios
de ella temblaban.
—En realidad, eres mi mujer y eso lo hace mucho más interesante, a ti puedo
hacerte muchas cosas…
¿Quieres que te lo demuestre? —Le pasó el pulgar por los labios, que
temblaron y se entreabrieron ante ese leve roce.
Brigitte no le respondió, pero tampoco le hizo falta, solo le bastó con ver
cómo su mirada se iluminaba y se llenaba de expectativas. La agarró por la
cintura en un movimiento ágil y después se la subió al hombro.
¿Acaso te has vuelto loco? —cuestiono, pero no podía mostrarse seria, la risa
burbujeaba en su pecho y terminó liberándola.
Capítulo 12
Quería ser así, todo un ícono de la moda; aspirar en grande no era un pecado,
y aún si lo fuese, tampoco le importaría.
De pronto escuchó que alguien giraba la llave en la cerradura de la puerta, de
inmediato enfocó su mirada allí, a la espera de quién pudiera ser, aunque
estaba segura de que se trataba de su prima, pues era la única a parte de ella
que tenía llave.
—¡Hasta que te dignas a aparecer! ¿Sabes qué día es? ¡Y mira la hora! ¡Son
las diez de mañana de un lunes! No sé nada de ti desde el viernes en la tarde.
¿Se puede saber dónde andaba la honorable señorita Brown? —cuestionó en
cuanto la vio entrar, frunciendo el ceño, para fingirse molesta.
—¡No seas tonta Brit! Solo estoy bromeando. —Lanzó la revista sobre la
mesa y le extendió la mano
—Buen comienzo, veo que Tim deseaba empezar con buen pie esa
reconciliación. ¿Sabes?, si hay algo que admiro de él es que es un caballero, a
pesar de todo. —Margaret tuvo que reconocerle eso, aunque no le caía bien,
tampoco lo desmeritaría delante de Brigitte—. Pero cuéntame más, ¿a dónde
fueron después? ¿Te llevó a bailar? —preguntó con entusiasmo, y buscó la
mirada de su prima.
—No, no…, solo cenamos. Nos encontramos con… Con Edward Bradbury y
su esposa Emma, ¿los recuerdas? Estudiaron con nosotras —respondió,
concentrándose de nuevo en la conversación, luchando por parecer casual.
—Sí, por supuesto… ¿Cómo olvidar al apuesto de Ed? Ese chico me traía
loca —expresó, mordiéndose el labio.
—Creo que a todas las chicas del colegio les pasaba igual —acotó sonriendo,
y puso los ojos en blanco.
—A todas menos a ti. Nunca tuviste ojos para nadie más que no fuera el
estirado de Timothy —
mencionó, casi como un reproche—. Pero volvamos al tema, solo dime algo
antes, el Barón Bradbury…
¿Sigue siendo tan apuesto? Tengo al menos cinco años que no lo veo y los
hombres después del matrimonio cambian muchísimo —interrogó con
preocupación.
—Está igual… Bueno, ahora luce más varonil. Tiene ese porte militar y sus
rasgos son más fuertes, pero su personalidad sigue siendo la misma. Y Emma
también luce muy bien, están esperando su segundo hijo —informó, rompiendo
las ilusiones de Margaret. Pudo notarlo en su cambio de semblante.
—¡A ella la detesto! Era tan perfecta… Espero que el embarazo la haga
engordar y se ponga horrible.
—. Todo era tan perfecto, que no quise traer a acotación el tema y arruinarlo.
Decidí que no voy a presionar a Tim con lo de la boda. Si él desea que sea su
esposa, tendrá que ser por voluntad propia y no porque yo lo obligue —
pronunció con determinación, mirándola a los ojos.
Margaret la abrazó con fuerza para alejar la tristeza que veía en los ojos
grises. Su prima podía creer que era feliz con la decisión que había tomado,
pero ella sabía que Brigitte solo se estaba engañando,
—¿Sabes algo? ¡Me estoy muriendo de hambre! Soy pésima para cocinar, y
aparte de las comidas que me traía Paul, no probé más que frutas o vegetales
en estos tres días —comentó, alejándose del abrazo.
—Más bien estaba pensando en salir a comer, estar aquí encerrada me aburre,
ya comienzo a extrañar los días en la universidad —mencionó con pesar—.
Voy por mi abrigo, almorzaremos en el Soho. ¿Qué te parece el Quo Vadis?
Me encanta su pastel de faisán —pronunció con entusiasmo y se marchó antes
de esperar la aprobación de Brigitte.
Recordó también que ella había hecho algo similar, había drenado parte del
dolor y el goce que le producían las poderosas y profundas invasiones de él,
dándole una fuerte mordida en uno de los hombros.
El deseo la había cegado a tal punto, que no midió lo que hacía, y esa mañana,
cuando vio la marca de sus dientes en la piel de él, quiso morir de vergüenza,
pero a su novio; por el contrario, le pareció algo muy excitante.
—¿Estás segura? ¿No me veo gorda? —cuestionó, dándose la vuelta para que
la viera bien.
—Te ves… —Brigitte se aclaró la garganta, pues su voz salió como un
chiflido—. Genial, deja de pensar que estás gorda, tu cuerpo es hermoso
Margaret.
—Por eso tienes a tantos locos por ti, a ellos les gustan las curvas —
pronunció, mostrando una sonrisa.
Hablaba con seguridad, pues Timothy siempre alababa su trasero, decía que
era hermoso, redondo y provocativo. Ella sabía que le gustaba, ya que se lo
demostraba cada vez que lo acariciaban cuando tenían intimidad.
—Bien, llevaré este… Voy por unos pendientes y regreso enseguida, aunque
todavía es temprano. —
—Estoy casi lista, ¿me prestas tu labial? Gasté el mío la otra noche con Paul
—mencionó Margaret, entrando al salón de nuevo, viendo que ella acababa de
usarlo.
—Claro…, no sabía que Paul usaba labial —dijo entre sorprendida y llena de
curiosidad.
había dado, debía hacerlo con los labios pintados para dejar la marca. Él me
dijo que me lo repondría, pero no ha venido hoy… Muero porque me cuente la
cara que seguramente pondrá la vendedora cuando le pida un labial rojo
sangre.
—Esos juegos de ustedes dos son tan… —Brigitte se quedó sin palabras.
—¡Estás loca Maggie! Yo no…, no… —expresó sonrojándose, aunque fue más
por el deseo de hacerlo que por la vergüenza de imaginarlo—. Será mejor que
salgamos ya, quiero pasar por las floristerías del Soho. Me encanta la
variedad de flores que siempre tienen.
Brigitte escapó del tema como siempre hacía, para ella su intimidad con
Timothy era algo casi sagrado, de lo cual solo debían tener conocimiento los
dos. Únicamente se lo contó a Margaret porque era imposible ocultárselo, ya
que las dos vivían juntas y lo descubriría; también porque necesitó de sus
consejos en un principio, para poder cuidarse de un embarazo.
Aun así, le costaba mucho hablar de las cosas que hacía con su prometido en
la intimidad, se sonrojaba nada más de pensarlo, y le temblaba el cuerpo.
Capítulo 13
Tenía cerca de tres años planeando todo hasta el último detalle, ya hasta se
había hecho amigo de los dueños de algunas galerías reconocidas, para el
momento que los necesitase acudir a ellos. Aprovecharía el dinero que ganó
dando clases en la Escuela de Artes de Oxford, para poder sobrevivir y así
dedicarse por completo a su verdadera pasión: pintar.
Estaba por cruzar la calle para dirigirse a uno de los restaurantes del barrio
chino, cuando su mirada captó a la mujer más bella que sus ojos hubieran visto
jamás. Ella se encontraba en un puesto ambulante de flores, disfrutando del
aroma de las mismas, con los ojos cerrados y una leve sonrisa en los labios,
ofreciéndole la imagen más hermosa que pudiera haber tenido ese día.
—Irradias tanta luz, que solo me bastó mirarte para que todas las nubes grises
que cubrían este cielo de otoño se esfumasen como por arte de magia —
susurró esas palabras, sin tener el valor para llegar hasta ella y decírselas de
frente.
—Señorita Brown, el agrado es todo mío… Usted luce más hermosa cada día.
—No pudo evitar que
Ella bajó el rostro para escapar de la intensa mirada de ese par de ojos azules,
que la hicieron sentir intimidada; debía confesarse al menos para ella, que
Donatien Rimbaud era un hombre muy atractivo, culto, interesante y
apasionado por el arte. Esas cualidades a ella le atraían; sin duda alguna, él le
causaba admiración.
—Donatien por favor, puedes llamarme Donatien. —Le recordó con una
sonrisa amable.
—Será un placer… Brigitte —esbozó con una sonrisa que le iluminó la mirada
y cobró mayor intensidad.
Esa actitud no pasó desapercibida para la pelirroja, quien observó con mayor
interés al hombre que acompañaba a su prima, reconociéndolo de inmediato, y
le sonrió con efusividad.
Ella no tenía problemas para dejarle ver a él que le atraía. Era el profesor más
apuesto de la universidad.
—¿Está de paseo por el Soho? —preguntó mirándolo, para deleitarse con él.
Aunque sus sentimientos por Paul comenzaban a ser más fuertes, y cada vez se
sentía más compenetrada con él, no se negaría al placer de ver a un hombre
atractivo.
—Solo estaba…, atendiendo unos asuntos. Me dirigía hacia otro lugar cuando
vi a Brigitte y quise saludarla.
—Muchas gracias, pero no es justo que tutees a Brigitte y a mí no; por favor,
dejemos de lado el formalismo y llámame solo Margaret —pidió, con una
linda sonrisa.
—¡Claro que no! Solo estamos entablando una conversación normal, como dos
personas, ¿no es cierto Donatien? —Miró al hombre a los ojos, esperando que
le diera la razón.
—No me incomoda para nada Brigitte. —Le encantó escuchar su nombre salir
de esos labios—. Y
de que me pregunten si estoy casado o tengo hijos, les respondo que no, a las
dos interrogantes. Estuve en una relación durante cinco años, pero el destino
tenía planes distintos para cada uno y no separamos. Ella dejó París y ahora
vive en Ámsterdam —pronunció de manera casual.
Brigitte lo miró con pesar, sintiéndose identificada, porque hasta hacía nada,
ella estuvo a punto de hacer lo mismo; dejar a Timothy en libertad y buscar su
propio camino, renunciar a su felicidad junto al hombre que siempre había
amado.
Sin embargo, después de ese fin de semana juntos, sus esperanzas se habían
renovado, ya no dejaría que las dudas la asaltaran de nuevo; si debía luchar un
poco más por alcanzar el corazón de Timothy lo haría, porque era consciente
de que solo a su lado sería feliz.
—No es sencillo, pero a veces la vida nos pone a escoger entre el bienestar de
otros o el nuestro; yo escogí el mío, y me alegra saber que fue una buena
decisión, porque ahora ambos somos felices y hemos superado esa etapa
oscura.
—Supongo que eso fue hace mucho, pero… ¿Existe alguien especial en la vida
de Donatien Rimbaud
Imaginó lo que sería tomar ese rostro entre sus manos, ahogarse en esos ojos
grises y decirle sin miedo a ser rechazado que estaba profundamente
enamorado de ella. Que casi la amó desde el mismo instante en que llegó al
salón de clases, y ella se ofreció a ayudarlo con el material que llevaba en sus
manos, el mismo que estuvo a punto de caer en cuanto la vio.
Margaret sintió cómo sus labios formaban una amplia sonrisa, como esas que
solo se consiguen cuando se acaba de ganar un premio, justo así se sentía.
Miró a Brigitte primero, después al elegante profesor Donatien, y no tuvo que
hacer más conjeturas.
—No lo sé, eso tendrían que decirlo ustedes —contestó, llevándose la copa de
vino tinto a los labios, mirando a Brigitte, pues ella había sido su alumna.
Las manos comenzaron a temblarles, al igual que sus rodillas, y las escondió,
llevándolas debajo de la mesa; buscó la mirada de su prima, pidiéndole ayuda.
—Fue un gran profesor, disfrutaba mucho de sus clases, porque siempre nos
hacía participar, nos invitaba a expresarnos con libertad; justo como acaba de
hacer ahora. —Brigitte cada vez se sentía más en confianza, lo miraba a los
ojos mientras le hablaba—. Puedo decir con total certeza que fue uno de los
profesores que más me enseñó; su manera de expresarse es tan convincente y
desbordada tanta pasión, que resulta… Admirable.
Esas últimas palabras salieron de entre sus labios como un torrente, por lo que
soltó un suspiro en cuanto acabó, y una vez más bajaba su mirada, rehuyendo
de la intensidad en los ojos azules de Donatien Rimbaud, que hizo que todo el
cuerpo le temblase como una hoja.
—Me ha dejado sin palabras Brigitte —mencionó Donatien con una sonrisa
efusiva.
—No dije todo esto por adularlo profesor… Solo soy sincera —comentó con
rapidez, animándose a
—Pues déjeme decirle que eso me hace sentir mucho más halagado, y sé que
usted es una chica que se caracteriza por su sinceridad; fui su profesor durante
tres semestres. —Le recordó, entregándole una mirada cálida.
Donatien soltó una carcajada sin poder evitarlo, de inmediato las dos jóvenes
se sintieron cautivadas ante el atrayente y varonil sonido. Lo buscaron con la
mirada, y él las veía con una fascinación que en el caso de Brigitte la hizo
sonrojarse; bajó la mirada, sintiéndose apenada.
Él notó la actitud de ella y no quiso que tomara su gesto como una burla, pues
en ningún caso lo había hecho con esa intención; por el contrario, el
sentimiento que despertaba en él no era otro que el de admiración, aunado por
supuesto al profundo amor que sentía por ella.
Brigitte también se sintió cautivada por ese gesto del profesor Rimbaud; sin
embargo, después de unos segundos, el toque de los labios del hombre le hizo
sentir algo contradictorio, que llegó incluso a perturbarla.
Por una parte, quería que no acabase, pues le resultaba agradable y cálido,
pero por otra, ser consciente de que no podía permitirle ese tipo de libertades
a otro hombre que no fuese su prometido, la llevó a retirar su mano con
sutileza, pero con decisión al mismo tiempo.
El camarero llegó con los postres y las tazas de cafés que habían pedido,
salvándolos de tener que enfocarse en lo que acababa de ocurrir.
—Te decía que tu café se pondrá frío si no bebes pronto. Y Donatien nos
hablaba de sus planes de volver a París, para dedicarse por completo a la
pintura —acotó con un tono de reproche, pues era evidente que no les había
estado prestando atención.
Ellos aún seguían parados en la acera, al otro lado de la calle, Emma parecía
buscar algo en su bolso, mientras Timothy sostenía al niño en brazos; suponía
que debía ser Louis, el hijo de ella y Edward. Al fin la baronesa dio con lo
que necesitaba, era una tarjeta; se la entregó a Timothy al tiempo que le
sonreía mirándolo a los ojos.
Brigitte los vio retomar su camino y dirigirse hacia donde ella estaba, por lo
que con rapidez se movió hasta uno de los puestos de flores, y trato de
ocultarse allí. Necesitaba escuchar de lo que hablaban, aunque el miedo de
descubrir algo que quizás le dolería la torturaba y hacía que sus latidos fueran
lentos, pesados.
—En serio, no tengo cómo agradecerte todo esto Tim. Has sido mi salvador.
Brigitte escuchó la voz con ese marcado acento británico de Emma, cuando
pasaron junto a ella, sin fijarse siquiera en su figura. Era evidente que él
estaba completamente concentrado en la mujer de su mejor amigo; de lo
contrario, se hubiera percatado de su presencia en el lugar.
—No tienes nada que agradecer, sabes que haría lo que fuese por ti… —
Timothy no pudo evitar que esas palabras escaparan de sus labios, pero quiso
reparar de algún modo lo que había dicho—. Y
Ella no era ciega ni tonta, sabía muy bien que el mejor amigo de su esposo, en
sus años de adolescencia había sentido una especie de ilusión romántica por
ella; sin embargo, suponía que a esas alturas ya la había superado; aunque
comentarios como ese, hacían que lo pusiera en duda.
—Yo creo que tiene mucho de ti también —acotó, mirando mejor al niño,
buscando ese parecido.
—¡Ah, por favor! No tienes que mentir. Mi hijo es la fiel estampa de Edward
Bradbury… —expresó
—Bueno, si es una niña, espero por la gracia divina que herede tu belleza, que
se parezca a ti y no a Edward; de lo contrario, pobre pequeñita.
consciente de que era feliz y de que tenía una vida plena, en todos los
aspectos, junto a otro hombre, seguía afectándolo, aunque ese hombre fuese su
antiguo mejor amigo.
De pronto recapacitó y pensó que era tonto sentirse de esa manera, se suponía
que él también era feliz teniendo a su lado a Brigitte. Dentro de poco se
casarían y tendría su propia familia, que adoraría a los hijos que Dios le
enviase y amaría profundamente a su mujer, por lo que no había motivos para
que sintiese envidia de la vida que llevaba en ese momento Edward Bradbury.
—Bueno, será mejor que me dé prisa, o llegaré tarde a mi cita con la modista.
—Le extendió los brazos para pedirle al niño, ya lo había ocupado demasiado.
—No te preocupes, yo puedo llevarlo… Recuerda que no debes cargar mucho
peso por tu embarazo, y este campeón tiene unos cuantos kilos —mencionó
con sinceridad, pues el niño de cuatro años estaba algo pesado.
—La verdad es que no es necesario, Louis puede caminar, solo son unos pocos
metros, y ya te he molestado mucho, seguramente tienes otros asuntos que
atender.
—En realidad no tengo nada importante por lo que resta de la tarde, mejor los
acompaño y así me aseguro de que lleguen sanos y salvos a su casa. Sé que
Edward me agradecerá que cuide de ustedes, después de todo, seguimos
siendo amigos, ¿no es así? —preguntó, elevando una ceja y mirándola
fijamente.
—Nunca lo haces Emma… Será un placer compartir esta tarde contigo y con
el pequeño Louis. —Le
entregó una sonrisa radiante, después le hizo un ademán con su mano libre,
para que avanzara junto a él.
Brigitte soltó al fin los sollozos que la estaban ahogando, y aunque apretó sus
párpados con fuerza, para no dejar escapar las lágrimas, estas lograron
rebasarla y bajaron pesadas, humedeciendo sus mejillas.
—¡Has sido tan estúpida todo este tiempo Brigitte! Todo el mundo se da
cuenta de que él no te ama, todos menos tú. —Se reprochó en voz alta, furiosa
con ella misma.
—Disculpe señorita… ¿Se encuentra bien? —Le preguntó la mujer que atendía
el puesto de flores.
Tras decir esas palabras caminó con rapidez y entró de nuevo al restaurante,
pero no se digirió a su mesa, no podía hacerlo en ese estado, por lo que buscó
refugiarse en el tocador de damas, solo allí podría llorar con libertad.
Capítulo 15
a los ojos, respiró hondo para reforzar la barrera de sus lágrimas y abrió el
grifo, un poco de agua le vendría bien—. No debiste salir Brigitte…, no
debiste hacerlo… ¿Qué ganas con haber escuchado esa conversación? Solo
llenarte de dudas de nuevo, torturarte… Definitivamente, eres masoquista.
Él pudo notar que ella se veía distinta, y eso de las chicas no lo creía del todo,
pues en los años que le dio clases a las tres, nunca vio que fueran grandes
amigas; por el contrario, siempre mostraron cierta rivalidad.
Algo había sucedido y la había perturbado, pero aunque se moría por saber lo
que había sido, no tenía el derecho ni la confianza para preguntarle. Debía
tener en claro que compartir un almuerzo con ella no le otorgaba el privilegio
de ser una parte importante de su vida.
Era realmente desolador imaginar que esa sería quizás la última vez que la
vería, pues él se marcharía dentro de pocos días a París, y seguramente, ella
también regresaría a su país después del acto de grado.
—El placer ha sido todo nuestro Donatien —mencionó Margaret, mirando
esos bellos ojos azules que
él tenía.
—Digo lo mismo, gracias por darse el tiempo para compartir este almuerzo
con nosotras —intervino Brigitte, quien intentó mostrarse en verdad
agradecida.
Seguía sintiéndose apenada por haber desaparecido de esa manera, había sido
grosero de su parte.
El camarero llegó con la cuenta y se las entregó. Ellas pidieron pagar por lo
que habían consumido, pero él se negó rotundamente. Acababa de ganar buen
dinero; además, un caballero de verdad, jamás permitiría que una dama
gastase un centavo siendo su acompañante.
—Muchas gracias por esa admiración que me profesa, y de la cual siento que
no soy digno Brigitte. —
Ella le entregó las suyas, no sin sentir que los nervios la invadían ante esa
petición por parte de su profesor. Él le dedicó una sonrisa radiante, hermosa,
de esas que podían cautivar a una mujer con solo mirarla; se llevó ambas
manos a los labios y dejó caer un suave beso en cada una.
—Le deseo lo mejor del mundo Brigitte, que tenga todo lo que desee en la
vida, que su felicidad sea completa y muy duradera —pronunció con algo de
nostalgia, pues lamentaba no ser él quien le brindara todo eso.
—Donatien… —Ella se quedó sin voz, abrumada.
Sin embargo, en cuanto él liberó sus manos, ella lo envolvió entre sus brazos,
en un gesto que nació de manera espontánea, sin malicia, sin culpas.
Simplemente lo abrazó con fuerza, pegándose a él, sintiendo su calor, su
aroma, y antes de que pudiera recriminarse por ello, apoyó sus labios en la
mejilla de Donatien y le dio un beso suave, lento y cargado de ternura, de
agradecimiento.
Gimió sin poder evitarlo, al sentir cómo las fuertes manos masculinas
abarcaban su espalda en una caricia posesiva y entregada, al mismo tiempo,
una como no había sentido antes. Podía percibir tantas emociones solo en ese
abrazo, que terminó por sentirse abrumada.
—Te voy a extrañar Brigitte —pronunció él, sin poder seguir callando lo que
sentía, y luego apretó los labios para retener un sollozo que pujaba por
delatarlo aún más.
En medio del ruido de los autos que circulaban por la calle, de los transeúntes
que pasaban a su lado, o de la mujer que ofrecía sus flores en el puesto cerca
de ellos; casi podían jurar que escuchaban las palpitaciones enloquecidas de
sus corazones, solo que tristemente, los dos latían por motivos distintos.
Margaret silenció sus palabras. Salir del restaurante y encontrarse con esa
escena la sorprendió, nunca
—Lo mismo digo Margaret. —Él se acercó a ella para abrazarla también,
aunque ese gesto no podía compararse con el que le entregó a Brigitte—. Pero
si viajan a París en algún momento, estaría encantado de verlas.
Era uno más de los que pasaba a la lista de los ignorados por Brigitte, ya que
ella no tenía ojos para nadie más que no fuese el tonto de Rumsfeld.
Los tres se quedaron mirando cerca de un minuto, y supieron que las palabras
sobraran, así que después de dedicarse una sonrisa, asentir y esbozar un
escueto adiós, él las acompañó a tomar un taxi y se quedó parado en la acera,
mientras veía al auto alejarse, sintiendo que el corazón se le encogía de dolor
dentro del pecho, y que, a pesar de ser un hombre poco expresivo, no pudo
evitar que los ojos se le colmaran de lágrimas, pero luchó por no liberarlas, al
menos no en ese instante.
Sin embargo, lo que más asombro le causaba, era esa actitud de Brigitte, la
manera en cómo la encontró aferrada a Donatien, como si ella también sintiera
algo por él.
Eso era algo que no terminaba de creerse, ella nunca le mencionó que se
sintiese atraída por otro hombre, pero su comportamiento de esa tarde, los
nervios, su silencio, todo era muy desconcertante.
—¡Ah, vamos! No te hagas la tonta, sabes muy bien de lo que hablo. Cuando
salí los encontré abrazados.
—No tienes que ponerte de esa manera, no te estoy acusando de nada, solo
comento lo que me pareció cuando salí y los vi abrazados de esa manera.
—¿Sabes qué? Dejemos las cosas así, nunca vas a cambiar. Voy a mi
habitación, estoy agotada —dijo, rehuyéndole al tema, porque en el fondo,
tampoco sabía qué era lo que realmente le molestaba.
Suponía que todo era un cúmulo de emociones, por lo que vivió al ver a
Timothy junto a Emma, llevando al hijo de ella en brazos, y verlo tan dispuesto
a complacerla. O el desenfado con el cual Margaret había tratado al profesor
Rimbaud; quizás fue ese abrazo que él le había dado, y que la perturbaba
incluso al recordarlo en ese momento.
Brigitte se había puesto celosa, y una mujer solo cela aquello que quiere,
aunque probablemente ni siquiera ella lo supiera, o se negara a recocerlo.
Pero casi podía asegurar que Donatien Rimbaud era más que un grandioso
exprofesor para su prima, que no le era tan indiferente como afirmaba.
Capítulo 16
Seguía sintiéndose atraído por su belleza, era innegable, pero más allá de eso,
sus sonrisas, sus gestos y sus miradas no lograban acelerar sus latidos con la
misma emoción de antes.
Sin embargo, después de pasar horas junto a ella, y no estar desesperado por
abrazarla y besarla, lo hacía sentir que había avanzado. Quizás la próxima vez
que se encontrase con Emma y esta estuviera acompañada por Edward, no
sentiría celos ni desearía estar en su lugar.
Quizás esa era su prueba de fuego, la definitiva, la que necesitaba. Estar bajo
el mismo techo que los esposos Bradbury, y si conseguía superar esos días,
era hasta probable que terminara aclarando sus sentimientos con relación a su
prometida.
—Si te liberas del fantasma de ese viejo amor, ya nada te impedirá dejar que
Brigitte entre a tu corazón, podrás entregarte a ella por completo, como tantas
veces te lo ha pedido. Será parte de tus planes, de tu mundo…, de tu vida.
Esas palabras reafirmaron su convicción, se miró una vez más al espejo, para
que sus ojos reforzaran sus pensamientos; después, dejó el cepillo sobre la
mesa y salió rumbo al departamento de Brigitte, necesitaba verla.
Margaret se encontraba en su hermosa habitación, sentada sobre las piernas de
Paul, quien descansaba en la poltrona junto a la ventana que daba a la calle.
Mientras ella lo miraba a los ojos y le acariciaba el rostro con ternura;
intentaba convencerlo de lo pésimo que era lo que le estaba proponiendo.
Ella se sentía de maravilla con la relación que tenía junto a su amante de turno;
le gustaba el sexo que compartía con él, sus regalos, su manera galante de
tratarla; y que jamás le había exigido nada, más allá de lo que tenían, hasta ese
momento. En el fondo, porque era consciente de que ella no estaba dispuesta a
dar más.
Era una mujer que no creía en aquello del amor eterno, porque había
comprobado en sus muchas relaciones, que este no existía; no más allá de los
primeros meses, cuando se está descubriendo a la otra persona. Después de
ese tiempo, la magia se esfumaba y la rutina ahogaba cualquier sentimiento
romántico que pudiera haber existido.
Tampoco deseaba ser parte del rebaño, y tener que aceptar los compromisos
que la sociedad siempre imponía. Le gustaba su libertad, disfrutaba de esta; no
quería dejarla de lado, mucho menos abandonar su sueño de ser una gran
diseñadora, solo para dedicarse a un hombre.
—Por favor Paul… No tienes por qué ponerte de esta manera —dijo en un
tono conciliatorio.
—¡Ah no? ¿Y cómo esperas que me ponga? Es la tercera vez que te pregunto
si deseas casarte conmigo y me dices que es una locura, hasta te ríes en mi
cara… Seguramente debo parecerte muy estúpido.
—¡Llevamos casi un año juntos! Pensé que las cosas podían…, no sé…
Haberse afianzado entre los
—El tiempo no define nada, lo hace cómo nos sintamos; y yo, justo ahora, me
siento feliz contigo. —
—Eres el primer hombre que veo tan desesperado por casarse Paul —
mencionó arqueando una ceja, y comenzó a estudiarlo con la mirada.
Todos los demás a la primera negativa que les daba desistían, y los que no,
desaparecían de inmediato, ante su rechazo; con el tiempo terminaban
alejándose, resentidos con ella; suponía que ese sería también el caso de Paul.
La verdad era que la entristecía, pero primero estaba ella, y sus prioridades en
la vida no eran ser un ama de casa.
—¿Acaso existe algo más detrás de esta propuesta que no me has dicho? —
cuestionó, mirándolo fijamente.
—¡Oh, vamos Paul! No seas tan intransigente, podemos hablar las cosas… —
decía, caminando tras él.
—¿Hablar qué? Ya nada de esto tiene sentido, no pienso seguir en una relación
que no me lleva a ninguna parte; ya estoy cansado… Quédate con tu vida tal
cual como la deseas Margaret, que yo haré la mía —mencionó, tomando su
gabardina del perchero y se aproximó a la puerta.
—Buenas tardes… Paul, ¿cómo estás? —Lo saludó, intentando parecer casual,
pero era evidente que había llegado en mal momento.
una charla.
—Paul Johnson, no puedes irte y dejarme así… —Ella le apoyó una mano en
la espalda para detenerlo.
Timothy se sentía sumamente incómodo ante esa escena, no sabía qué decir o
cómo actuar; era obvio que estaba en el lugar y el momento equivocado. Pensó
en regresar hasta su departamento y visitar a Brigitte más tarde. Estaba por
marcharse, cuando vio que Paul se alejaba con paso derrotado por el pasillo.
—No creo que sea un buen momento, regresaré más tarde —dijo, sin posar su
mirada en ella.
—Si lo dices por lo que acaba de pasar, no tiene la más mínima importancia,
ya estaba cansada de él.
No soy del tipo de mujeres que creen en el amor para siempre, eso se lo dejo a
la ilusa de mi prima.
No esperó una palabra más por parte de Timothy, solo le bastó ver cómo su
mirada se oscurecía, para saber que su comentario lo había molestado; a decir
verdad, poco le importaba, que se jodiera, que se jodiera él y todos los
estúpidos hombres sobre la tierra.
depender de un hombre, no los necesitaba en su vida más que para darles unos
momentos de placer, solo para eso. Y si Paul había decidido marcharse y
terminar su relación, pues al demonio, ella seguiría con su vida, el mundo no
se detenía.
Capítulo 17
Ella gimió, rozando su curvilínea figura con la fuerte y cálida de Timothy; aún
en medio del sueño, sabía que era él, pues nunca otro hombre la había
abrazado de esa manera, con tanta intimidad. De pronto abrió los ojos,
sintiéndose algo perturbada, al recordar el abrazo que había recibido esa tarde
de Donatien Rimbaud, y se estremeció.
Necesitaba confirmar que era su novio quien la abrazaba, y que ella no estaba
soñando, pues se había quedado dormida pensando en otro hombre que no era
él, y eso la hacía sentir culpable.
—Sí…, soy yo… ¿Quién más podría ser? —cuestionó, un tanto desconcertado
y divertido por esa pregunta.
Buscó sus labios para besarlo, quería hacerlo y alejar de ella esa extraña
sensación que le recorría el cuerpo al recordar a su profesor.
—Sí, por supuesto mi amor… Es solo que me sorprende un poco que estés
aquí —respondió, acariciándole el pecho.
—Llegué hace poco, encontré a Margaret discutiendo con su… —No sabía
qué denominación darle a
—Sí, bueno, esa fue la impresión que me dio. —Soltó un suspiro y continuó
—: Pensé en marcharme y volver más tarde, sintiéndome algo apenado por
haber sido un testigo casual de esa discusión; pero tu prima me dijo que no
había problema, que para ella no tenía importancia lo que había sucedido y
entró a su habitación.
—Así es Margaret, nunca deja ver cuando algo le afecta, pero seguramente
estará destrozada… Ella estaba muy ilusionada con su relación con Paul.
Brigitte se quedó pasmada ante las palabras de Timothy, sabía que él tenía
razón, pero no era la manera de abordar ese tema; los caballeros nunca debían
hablar mal de una dama. Eso la hizo sentir indignada, y se movió, alejándose
de él, dejándole ver que se había molestado.
—¿Que qué sucede? Timothy, acabas de criticar a Margaret por lo que hace,
pero pretendes que yo tenga su mismo comportamiento —mencionó, mirándolo
a los ojos—. Mira, lo que haga ella no me concierne, si a mi prima no le
importa exponer su intimidad frente a otras personas es su problema, pero yo
no lo haré… No tendré relaciones contigo en este lugar mientras ella esté a
pocos pasos y pueda escucharnos —sentenció, mirándolo a los ojos, resentida
con él por la mera insinuación.
—Lo siento Brit…, es solo que… Estábamos allí y me dejé llevar. Lamento
haberte puesto en esta situación, no volverá a pasar, te lo prometo. ¿Me
perdonas? —preguntó extendiéndole la mano, para pedirle que se acercara.
—Está bien…
Ella caminó, entrelazando sus dedos con los de él, sintiendo esa maravillosa
sensación de calidez que le colmaba el pecho cuando sus manos se unían de
esa manera; no se negó cuando vio que Timothy la movía para sentarla en sus
piernas, y sonrió al sentir los dulces besos que él comenzó a dejar caer en su
mejilla.
Ella sonrió al ver esa mirada que Timothy le dedicaba, era como la que usaban
los niños cuando querían algo, pero no se atrevían a decirlo, por temor a que
les fuese negado. Le acarició el cabello con
ternura y rozó sus labios con los de él, procurando hacerlo despacio, para
evitar que el deseo se apoderara de ellos una vez más.
—Será mejor que salgamos de aquí… Ahora —sugirió Brigitte, con la voz
entrecortada por las sensaciones que comenzaban a recorrer su cuerpo.
Timothy ni siquiera supo por qué le había mentido a Brigitte, quizás porque no
quería sumar tensiones a ese momento. Su relación iba de maravilla, habían
disfrutado de unos días grandiosos desde su reconciliación, y pensó que no
existían motivos para perder los avances que habían hecho, hablándole de su
encuentro con Emma.
Era consciente de que Brigitte seguía sintiendo ciertos celos por la rubia. La
manera en la que se comportó aquella noche cuando cenaron juntos, se lo dejó
bastante claro. Si llegaba a aceptar la invitación de Emma, le inventaría
cualquier excusa, pero mientras pudiera mantenerla ignorante de lo sucedido
esa tarde, lo haría, para no hacerla vivir un mal momento o que se llenase de
dudas.
Brigitte sintió que el corazón se le quebraba al escuchar esa mentira, tuvo que
hacer acopio de toda su fortaleza para no romper en llanto en ese instante;
desvió la mirada hacia la ventana y soltó un suspiro, ayudándose a soportar el
dolor que le estaba causando el engaño de Timothy.
—Y… tú, ¿qué hiciste? —preguntó él, ante ese extraño silencio de parte de
ella, que lo llenó de miedo.
Dejó sus palabras a la mitad, tampoco le comentó que el profesor Rimbaud les
había hecho compañía,
Brigitte.
—Pensé que habías dicho que estuviste toda la tarde junto al profesor. —Ella
ni siquiera se esforzó en esconder su desconfianza, quería que él supiera que
no era ninguna tonta.
—Sí…, sí, eso fue después que abandoné el despacho del profesor —aclaró
con algo de nerviosismo, mientras la miraba a los ojos; había sido un idiota al
contradecirse.
Brigitte creyó por un instante que él le diría la verdad, pero se equivocó y eso
la hirió profundamente, se puso de pie sin decir una sola palabra y caminó
hasta el baño.
Capítulo 18
Brigitte salió del baño minutos después, cuando se sintió más calmada y
estuvo segura de que su rostro no evidenciaría la profunda tristeza que llevaba
por dentro. Se sentía perdida, ya no sabía qué esperar de Timothy.
Había puesto tanto de ella en esa relación, pero cuando creía que todo estaba
bien, sucedía algo como eso, y lanzaba todas sus ilusiones por un precipicio.
Timothy, ignorante del calvario que sufría su novia, le sugirió que salieran a
cenar esa noche. Quería tener un gesto especial con ella, tal vez para acallar a
su consciencia, que le reclamaba por haberle mentido.
Esa actitud lo puso tenso, pues era como si hubiera hecho algo malo y ella
estuviera al tanto; sentía que estaba castigándolo de alguna manera con su
indiferencia.
Así que no quería dejarla marchar sin descubrir lo que estaba pasando, si es
que lo conocía tan bien, que había descubierto al instante su mentira sobre su
salida de la tarde.
Era pésima para mentir, y en ese momento le costaba mucho más, pero ya no le
importaba si él le creía o no; estaba cansada de seguir haciéndolo. Haló la
hoja de madera y se disponía a salir, cuando sintió que una vez más él la
sujetaba por la cintura, pegándola a su cuerpo.
—No, ocurre algo y me lo vas a decir en este preciso instante. —La volvió,
poniéndola de espalda contra la pared, para que pudiera verlo a los ojos
mientras hablaba.
—Lo que ocurre, simplemente eso —indicó, con su mirada anclada en la gris
de ella, forzándola a serle sincera.
Intentó recordar todo lo que había pasado desde que llegó a su departamento
para verla, y no encontró nada; al menos nada que él pudiera considerar malo.
—No, no saldrás de aquí hasta que me digas qué es eso tan grave que hice…
—repitió, sin soltarla.
—¡Me mentiste Timothy! Eso hiciste. —Le gritó, sin poder contenerse más, y
las lágrimas colmaron sus ojos.
Debió sospecharlo en cuanto ella le dijo que había estado en Soho junto a
Margaret esa tarde. Había sido un verdadero idiota, se meció el cabello con la
mano y elevó la mirada, buscando de inmediato la manera de reparar el daño.
—Sí, es verdad…
—¡Por idiota! Porque no pensé que algo así pudiera ser importante, no tenía
caso hablar de ello. Solo fue un encuentro casual —respondió, intentando
defenderse, pero podía ver en la mirada de Brigitte la desconfianza ya
sembrada, no sería fácil que le creyese.
—Y si solo fue eso, ¿por qué no me lo dijiste desde el principio? ¿Por qué
ocultármelo? —Lo acribilló a preguntas una vez más, no se iría de allí sin
respuestas.
—Porque no quería que te pusieras justo como estás ahora, que te mostraras
tan… Tan insegura.
—¿Y es que acaso no tengo motivos para ello? Dímelo Timothy, ¿no tengo
motivos para estar insegura? —Ella sentía que los rodeos de él la lastimaban
cada vez más.
—¡Por supuesto que no! —Intentó acercarse, pero su novia se alejó—. ¡Por el
amor de Dios Brigitte!
—No comprendo cómo puedes estar tan ciega. Llevamos diez años juntos… Y
en todo este tiempo siempre he estado contigo, poniéndote en primer lugar, nos
comprometimos; más que mi novia eres mi mujer, y aún dudas de cuánto me
importas, de mi entrega… Definitivamente, ya no sé qué más hacer Brigitte…
¡Por Dios bendito, olvida el pasado! —exclamó, desesperado.
Tras decir esas palabras, se limpió las lágrimas y salió del departamento,
aprovechando que él se había quedado perplejo ante su comentario; ya estaba
cansada de seguir callando lo que pensaba y sentía.
Se incorporó hasta quedar sentada, con verdadero asombro, pues nunca había
visto a Brigitte beber de esa manera; en realidad, no recordaba haberla visto
probar el whisky nunca, solo licores suaves.
—Eso no es novedad querida prima, todos los hombres son unos imbéciles —
acotó Margaret, recibiendo el vaso de cristal que Brigitte le extendía de
vuelta.
—¡Vamos, no seas tonta! Si en verdad vas a tomar una decisión como esa, solo
el licor puede darte el valor para seguir adelante… Te lo digo por
experiencia.
—Pensé que esta vez las cosas serían distintas, tú te veías muy ilusionada con
su relación —indicó Brigitte, mirándola con detenimiento, para descubrir si le
mentía.
—La pasaba bien con él, no voy a negarlo, pero igual puedo hacerlo con otros;
lo que sobra en esta tierra son hombres dispuestos a complacer a una mujer.
Ya verás que dentro de poco tendré a alguien más haciéndome feliz y
cumpliendo todos mis caprichos. —Margaret se escudó tras esa imagen de la
chica vanidosa y superficial, no le gustaba dar lástima.
—Pues se acabó, ya no hay vuelta atrás. Sabes que soy una mujer del presente
y del futuro, odio todo lo que tengan que ver con el pasado, así que Paul
Johnson, desde hoy dejó de existir para mí —sentenció, bebiéndose el whisky
de un trago, y para no dar la imagen de una mujer despechada, se enfocó de
nuevo en Brigitte—. Pero no respondiste a mi pregunta, ¿qué te hizo esta vez tu
flamante prometido, para que estés así?
Brigitte bajó la mirada, y una vez más, dejó que sus instintos la guiaran; tomó
la elegante botella de
—Si quieres que te dé un consejo en este momento tal vez no te guste, pero
aquí va… ¡Por el amor de Dios Brigitte, dale una patada en el trasero a ese
hombre! —expresó, mostrándose harta de la pasividad de su prima.
—Ojalá tuviera tu fortaleza para hacer algo así —susurró, sintiéndose apenada
por ser tan débil de carácter.
—¡Por supuesto que la tienes! No vengas con eso ahora, debes poner en una
balanza todo lo que tú has dado en esa relación y lo que Timothy a puesto de
su parte, te aseguro que en cuanto lo hagas, encontrarás más de un motivo para
alejarte de él, para empezar a vivir para ti y no para alguien que
evidentemente no te merece —dijo con convicción.
—Yo…, no sé si eso sea posible, no sé si pueda afrontar una vida sin Timothy.
Él ha sido el único hombre al que he amado. Toda mi vida solo he soñado con
casarme con él y tener una familia juntos… —
—¡Vamos Brigitte Brown, ponte de pie! Olvidemos esta noche a los hombres
ingratos y sus falsos amores. Vamos a bailar, porque la vida es muy corta para
pasarla llorando y sufriendo —mencionó, al tiempo que sonreía.
La voz de Edith una vez más removía sentimientos dentro de Brigitte, cerró los
ojos y luchó por sonreír, moviéndose al compás de Non, Je Ne Regrette Rien.
Queriendo liberarse de ese amor que más que felicidad, siempre le había
traído tristeza y sufrimiento.
Por su parte, Margaret también dejaba que la canción la limpiara por dentro,
mientras apretaba con fuerza los párpados, para no dejar escapar las lágrimas.
Luchaba contra el temblor en su barbilla, recordándose que no sería igual a su
madre, que ella jamás lloraría por un hombre.
Capítulo 19
—Entonces habla más bajo, siento que la cabeza va a explotarme. Creo que
voy a enfermarme —dijo, caminando hasta la nevera con pasos lentos.
—¿Cómo sabes todo eso? ¿Y cómo puedes lucir tan radiante después de beber
tanto anoche? Yo me
esbozó con algo de burla y se sentó frente a ella, notando lo pálida que lucía
—. Pero eso formará parte de tu pasado, después de lo que decidiste anoche…
—¿Estás hablando en serio? ¡Santo cielo Brigitte Brown! El tiempo en que una
mujer quedaba arruinada por no llegar virgen al matrimonio es pasado…
Estamos casi en mil novecientos sesenta, siglo XX, ¿recuerdas? Esta es una
nueva era, ahora las mujeres somos más libres. —Margaret dejaba en libertad
ese espíritu feminista, que tan arraigado llevaba.
Brigitte suspiró, cansada; cerró los ojos para escapar de esa situación y del
dolor de cabeza que la torturaba; se frotaba con suavidad las sienes para
aliviarlo. De pronto se sintió extraviada, no sabía qué hacer, o mejor dicho, sí
lo sabía, solo que no hallaba la manera. Nada de lo que decidiera le aseguraba
que sería lo correcto.
Brigitte la vio alejarse, sintiendo que esas palabras habían puesto un peso
sobre su espalda; le molestaba mucho que desconfiara de ella o que la creyese
tal débil de voluntad, aunque sabía que tenía motivos para ello, pues ya otras
veces había dicho lo mismo.
Margaret no comprendía que solo intentaba hacer las cosas bien, esta vez
estaba decidida; terminaría su relación con Timothy.
Luego de diez años de noviazgo, no era eso lo que deseaba; ella era una mujer
adulta y debía comportarse como tal, tenía la madurez suficiente; incluso, para
quedar siendo amiga de su exprometido.
Después de todo, sus familias tenían una gran amistad, negocios en común,
eran socios en varios proyectos, y eso no debía cambiar porque Timothy y ella
decidieran separarse.
Fue sacada de sus cavilaciones por el enérgico sonido del teléfono que la hizo
sobresaltarse, se llevó una mano a la cabeza para calmar la fuerte punzada,
provocada por el insistente ruido.
—Buenos días… —Se detuvo para aclararse la garganta, su voz sonaba muy
ronca.
Brigitte se sintió extrañada al escucharlo tan adusto, se suponía que era ella
quien estaba molesta; además, le parecía una cruel jugarreta del destino, que
precisamente estuviese pensando en él, y la llamara en ese momento.
—Brit…, sé que estás incómoda conmigo y tienes todo el derecho, pero por
favor… dame la oportunidad de hablar contigo, de contarte todo y aclarar este
malentendido; es estúpido que nos peleemos por algo sin importancia, además,
nuestros padres están por llegar en pocos días… —dijo, apelando al sentido
común de su novia.
Brigitte se quedó en silencio, debatiéndose entre decirle que sí, para tener un
escenario neutral donde pudieran hablar tranquilamente, o pedirle que la fuese
a ver en ese lugar. Estar en su departamento la haría sentir más a salvo, al
menos, eso esperaba.
No obstante, recordó que Margaret haría de todo para hacer sentir mal a
Timothy si lo llevaba allí; incluso, la haría sentir presionada y la pondría
nerviosa. No, definitivamente allí no podrían reunirse, debía buscar otro lugar.
Se mordió el labio mientras evaluaba lo del restaurante, tal vez no sería buena
idea terminar con él en un sitio público, no sabía la reacción que podía tener.
—¿En mi casa? Pensé que te gustaría algo más… especial, pero si deseas que
hablemos en mi departamento, por mí está bien… Perfecto —pronunció,
sintiéndose esperanzado, al parecer, ella no estaba tan molesta.
—Claro, claro… Como desees. Paso por ti a las siete, ¿te parece bien? —
preguntó, entusiasmado.
—No es necesario, iré sola. Así te ahorras otro encuentro con Margaret. —Era
mejor mantenerlos alejados.
—Haré lo que sea para complacerte Brit, si deseas que nos veamos en mi
casa, así será —confirmó,
—Bien, nos vemos esta noche —dijo ella con rapidez, y sin esperar una
palabra más, colgó.
Nunca le había hablado de esa manera, y pensó que quizás empezaba a sacarlo
de su corazón, que el momento de dejarlo ir y liberarse de esa relación sin
sentido había llegado.
Capítulo 20
Timothy pasó todo el día atendiendo los asuntos que tenía pendiente, entre
ellos: organizar que todo estuviese en orden para recibir a sus padres, en la
mansión que tenía la familia Rumsfeld a las afueras de Londres. También
deseaba comprarle un hermoso detalle a Brigitte, sabía que debía reparar el
error que había cometido.
La noche anterior había estado leyendo aquel viejo diario, que había sido su
único confidente por años, donde escribió todo eso que no se atrevió a decir
en voz alta, en especial, sus sentimientos por Emma. Pero también los que le
profesaba a Brigitte, y en más de una ocasión, se sintió avergonzado, al ver el
trato que le había dado a su novia, el comportamiento frío y apático que le
ofreció siempre.
Así que pensó en obsequiarle un anillo, pero ya le había entregado uno cuando
se comprometieron; por lo que optó por algo más, mejor sería un collar o unos
pendientes, podían ser perlas, sabía que a su novia le encantaban las perlas.
Timothy salió de la joyería y caminó hasta la dama que se cubría con un viejo
abrigo del inclemente frío que hacía en las calles de Londres a finales de
octubre. No supo por cuáles decidirse; por lo que las compró todas. Había
blancas, rojas, amarillas y rosadas.
—Por supuesto, me las llevo todas —respondió él, dedicándole una gran
sonrisa.
La mujer se mostró entusiasmada por la venta, así que las acomodó para que
lucieran como un lindo arreglo. No podía creer que hubiera vendido todo de
una sola vez.
Ya se había hecho a la idea de que le esperaría una noche larga y fría. No era
fácil vender tantas rosas, eran unas cincuenta; la chica que las recibiera,
seguramente se pondría muy feliz.
Él las recibió, manteniéndolas con cuidado dentro del papel, con el cual las
había envuelto la mujer, para llevárselas a su novia; después, regresó a la
joyería. Salió a la calle de nuevo y subió a su auto, llevando las rosas y el
delicado juego de perlas que había escogido, el mismo que le recordó a
Brigitte en cuanto lo vio; era elegante y sutil, como su novia.
Brigitte había pasado un par de horas rebuscando entre su ropa la que usaría
esa noche; nada de lo que se ponía la hacía sentir a gusto. Algunas prendas le
parecían muy sobrias, otras muy coquetas, y no lograba decidirse por ninguna.
Al final, terminó escogiendo un sencillo pero hermoso vestido rojo con puntos
negros, con un escote discreto, una falda amplia que terminaba bajo sus
rodillas y unas elegantes zapatillas negras.
Suponía que con eso estaría presentable, pero al mismo tiempo, le enviaría a
Timothy el mensaje de que no se había esmerado en su arreglo para lucir
hermosa para él. Mientras se peinaba, pensaba en lo que diría para iniciar el
tema; no tenía ni idea de las palabras que usaría.
—Sí… sí, tu ingenioso plan para terminar con él. Solo espero que dé resultado
y no termine convenciéndote una vez más de darle otra oportunidad. —La miró
con severidad, al ver que le rehuía la mirada—. Aunque por cómo vas vestida,
creo que ya conozco el final que tendrá todo esto, el mismo de siempre.
—¿Y qué esperas que te diga Brit? —cuestionó, llevándose las manos a la
cintura y mirándola con molestia.
—¡Pues no sé! Que… que todo irá bien, que terminar mi relación de diez años
con él no será el fin del mundo, que confías en que yo sea capaz de hacerlo y
mantener mi decisión… Que por una vez en la vida, no me veas como la niña
tonta que solo respira y vive para el prometido que después de todo este
tiempo, no ha llegado a amarla.
La voz de Brigitte temblaba cada vez más, y no pudo contener la lágrima que
corrió por su mejilla. La limpió con rapidez, para evitar darle más motivos a
su prima, de que la considerara una blandengue.
—Mierda… Brit, lo que sucede es que me molesta mucho que hayamos estado
tantas veces en esta situación y siempre volvamos al mismo punto, que no
termines de avanzar —expresó, mirándola a los ojos con angustia.
Quizás eso era lo que le pasaba a la pobre, que había estado tanto tiempo
mendigando un poco de amor del infeliz de su novio, que no se creía lo
suficientemente hermosa y deseable, como para despertar admiración en otros.
El timbre sonó en ese instante y Brigitte se sobresaltó, esa era una mala señal,
pero le fue imposible controlar los nervios que se apoderaron de su cuerpo.
—Respira…, hazlo profundo, cálmate. Y cada vez que sientas dudas, recuerda
esto: «Yo merezco
mucho más que las migajas de cariño que me da Timothy Rumsfeld». ¿De
acuerdo? ¿Me lo prometes? —
—Hola Timothy, muchas gracias. —Le esquivó la mirada y caminó para tomar
su abrigo del perchero.
—Le pedí a Nora que preparase uno de tus platillos favoritos, también pasé
por la chocolatería y compré tus bombones preferidos… Además de otros
presentes que espero te gusten —expresó emocionado, mientras iba en busca
del arreglo de rosas.
—No tendrías que haberte molestado —murmuró ella, sintiendo que las cosas
comenzaban a complicarse.
—Sí… ¿No te gustan? —inquirió, igual de extrañado que ella. Esperaba que
se pusiera feliz.
—No…; es decir, sí, me encantan… Solo que nunca me habías regalado rosas,
siempre eran lirios —
—Los lirios me recuerdan a ti… Son tan hermosos y delicados, tan blancos
como tu piel. No sé por qué hoy opté por rosas… Bueno, sí lo sé. La verdad
fue que vi a una pobre anciana en la calle, vendiéndolas, y pensé en
comprarlas todas para mi hermosa novia —respondió, ante las dudas y el
silencio de Brigitte.
Ella se estremeció ante ese roce de labios que él le entregó, era imposible
mostrarse indiferente y esconder las emociones que recorrían su cuerpo, cada
vez que los labios de Timothy rozaban su piel.
—Pero ya sé que tus favoritos son los lirios, así que solo te compraré esos,
cientos de ellos, todos los días —susurró, aspirando su dulce perfume.
Brigitte luchó contra las lágrimas que se agolpaban en sus ojos, respiró
profundamente para no derramarlas, no podía hacerlo, no quería arruinarlo
todo. Se volvió con una sonrisa y se alejó llevando consigo el jarrón, para
ponerlo en la mesa que se hallaba en un rincón.
evitar que pusiera nuevamente esa fría distancia entre los dos.
debes estar cansado. —Se liberó del agarre, intentando ser discreta. Su toque
la ponía nerviosa—. Yo me encargaré de todo. —Le pidió, separándose de él
y caminando hacia la cocina.
Se dijo que quizás ella también quería arreglar las cosas, a lo mejor se había
dado cuenta de que su reacción por lo de Emma había sido exagerada; sí, eso
debía ser. Tenía que dejar de lado la paranoia, disfrutar de la velada y
dedicarse a reconquistar a su novia.
Poco a poco, sentía que Timothy debilitaba sus bases, que ponía a prueba su
determinación; y no podía darse ese lujo, no podía volver a caer en lo mismo.
Debía tener en cuenta que todo eso, no era más que su manera de asegurarse de
que ella se mantuviese a su lado. Porque ya se había convertido en una
costumbre para él, y en el caso de Timothy, al parecer, la costumbre era más
fuerte que cualquier cosa, incluso que el amor.
Aunque era cierto que ella se mostraba un tanto distante con él, pero al menos
le sonreía, y eso lo llenaba de esperanza; le aliviaba saber que no seguía
enojada por lo de Emma. Esperaba que continuaran así por el resto de la
noche y poder reconciliarse de manera definitiva.
Cerró los ojos para recordar que no podía caer una vez más en sus trucos; se
lo había prometido a Margaret y a ella misma, esta vez debía mantener su
decisión.
—Por supuesto, solo lo que haga feliz a mi bella mujer, porque no mereces
nada menos. —Se puso de cuclillas para mirarla a los ojos, agarró una mano
de ella entre las suyas y se la llevó a los labios, para besarla—. Gracias por
aceptar hablar conmigo Brigitte —susurró, mirándola a los ojos, con el
agradecimiento colmando también su mirada.
No podía evitar mirarlo con amor ni sentirse feliz al escucharlo llamarla «su
mujer»; pero de pronto sintió que todo se le escapaba de las manos, así que
optó una vez más por poner distancia.
Con lentitud, se puso de pie, sentía que las piernas le temblaban, y era porque
sabía que había llegado el momento de hablar. Lo llevó de la mano hasta el
sofá que estaba en el centro del salón.
Antes de tomar asiento, él se soltó del agarre, le entregó una sonrisa, al ver
que lo miraba desconcertada, pero no le dio una explicación, simplemente, le
hizo un guiño y después se encaminó hasta el tocadiscos.
—Timothy…, yo… no creo que esto sea… —Ella se sentía cada vez más
nerviosa, pero se obligó a
recordar que no podía darle ventajas—. Se supone que vine hasta aquí para
que habláramos, eso fue lo que acordamos…
—Por favor, solo será una canción, te prometo que después hablaremos de
todo lo que desees —
Miró la mano extendida de Timothy y después esa sonrisa que hacía temblar
sus piernas, que ponía a su corazón a latir desesperado; al final, dejó escapar
un suspiro.
Pensó que quizás esa era una prueba que debía superar, empezar a resistirse a
sus encantos, hacerse inmune a su presencia.
Timothy era consciente de que no estaba jugando limpio, pero bien decían, que
en la guerra y en el amor, todo se valía. Así que comenzó a desplegar sus artes
de seducción, para reconquistarla.
Necesitaba hacerlo esa noche, sentirla suya por completo; y sin esperar más,
se dio la libertad de acariciarla, de pegarla a su cuerpo.
Le estaba costando un mundo, pues todo lo que deseaba era refugiarse en él,
apoyar la cabeza en su hombro, embriagarse de su perfume, escuchar el latido
de su corazón, sentir la calidez de su piel. Solo ser consciente de él y de nada
más, que el mundo fuera de allí dejara de girar, que el tiempo se detuviera,
solo eso.
Y cada una de las palabras que se evocaban en esa melodía, hacían que su
corazón latiera más rápido.
Brigitte extendió la mano para tomar uno, pero Timothy fue más rápido y retiró
la caja, mostrando media sonrisa ante la sorpresa de ella.
Ella lo miró por varios segundos, no era tan ingenua para no saber a lo que él
estaba jugando, pensó en negarse y acabar con ese juego de seducción que él
estaba creando, pero una vez más, sintió que lo mejor era demostrarse que
podía resistirse; incluso, si él pretendía someterla de esa manera a su
voluntad.
Terminó separando sus labios, sin poder evitar sentirse un tanto dudosa de eso,
de la reacción que tendría su cuerpo.
Luchó por mantenerle la mirada, para que viera que no la intimidaba, aunque
ciertamente, no esperaba nada de lo que estaba haciendo Timothy; entre sus
planes no estaba que él la tratase de esa manera, que la tentase así.
Brigitte dejó ver una sonrisa ante la picardía de Timothy, tomó uno del mismo
tipo de la caja y lo comió con rapidez, sin juegos; dejando libre un gemido de
placer, cuando la jalea de fresa se derramó en el interior su boca y se mezcló
con el chocolate.
Brigitte intentó pasar la lengua con rapidez para atraparlo, pero Timothy al
notarlo fue más resuelto que ella y llevó sus labios hasta la pequeña cantidad,
para robarla él.
Llevó una mano hasta la nuca de ella, acariciándola para atraerla y hacer el
beso más profundo.
a los labios llenos, dulces y cálidos—. ¿Quieres otro? —inquirió, con la voz
ronca y mirándola a los
ojos.
Ella movió su cabeza para afirmar, sintiendo que algo muy profundo en su
interior se estremecía, mientras se ahogaba en los ojos marrones.
Sabía que era muy peligroso seguir con ese juego, pero no podía contener el
deseo que se despertaba en ella cuando él se mostraba así.
Timothy escogió con rapidez otro bombón y lo llevó con lentitud hasta ella.
Brigitte entreabrió sus labios, a la espera de recibir ese placer, que no solo
deleitaría a su paladar.
Cuando no dejó ningún rastro en esa pequeña y sensual boca, se llevó los
dedos a la suya, para lamer lo que había quedado.
Sintió su cuerpo despertar, haciéndolo consciente de que esa noche tenía que
hacerle el amor a Brigitte; de lo contrario, se volvería loco de la
desesperación.
—No…, no digas nada Timothy…, solo bésame. —Se permitió sentirlo una
vez más, aunque fuese la
última.
Esa declaración de Brigitte le dio la libertad para dar riendas sueltas a sus
ansias. Deslizó su mano libre por el cuello terso de ella, sintiendo cómo la
piel se erizaba ante el roce de sus dedos, y con decisión, la atrajo hacia él.
Con un movimiento rápido y demandante estampó sus labios contra los de ella
y comenzó a besarla, ya no podía controlar el deseo desenfrenado que corría
por sus venas. La necesitaba, no podía pensar en otra cosa que no fuese tenerla
desnuda entre sus brazos, unida a su cuerpo.
Sintió cómo los labios de Timothy abandonaban los suyos y se deslizaban por
su mejilla, llegando hasta su oreja, y después bajaban a su cuello; haciendo
estragos en su piel, haciendo que la sangre en sus venas se calentara.
—Tu piel es tan suave, tan blanca y perfecta amor… Podría pasarme toda la
noche besándote…
Besaría cada espacio de tu cuerpo, hasta que mis labios sean parte de ti, hasta
conseguir que cada roce te pertenezca. —Timothy expresó en voz alta aquello
que pensaba, sin siquiera notarlo.
A esas alturas, tampoco conseguía pensar con claridad, solo sentía que
flotaba, gemía, jadeaba,
Capítulo 22
Por fin se había armado de valor, y resulta que una vez más, él echaba por
tierra sus planes; una vez más, él, con sus juegos de seducción, la llevaba a un
lugar del cual no podía salir. No si no era liberándose a través de él y
dejándole ganar, como siempre hacía.
Solo que esta vez todo parecía ser distinto, o eso quería creer; lo anhelaba con
todas sus fuerzas, deseaba pensar que ella también podía tocar el corazón del
hombre al que amaba; y por una noche, al menos por una noche, creer que ese
sueño era una realidad, que no habría dolor ni vacío, y que no era la única que
amaba y entregaba. Quería sentirlo a él y sentirlo suyo, complemente suyo.
Sentía que una vez más su voluntad se hacía añicos y no era justo, no lo era
que solo ella lo amase. Su cuerpo se tensó al ser invadida por esa mezcla de
emociones, donde el dolor y la frustración luchaban contra el deseo y el
placer, que cada beso o caricia de él le provocaban.
Se cerró a las dudas y los miedos que lo azotaban, quería por una vez
entregarse sin pensar en nada más que no fuese su prometida.
Quizás esa era la señal que esperaba, para dar el paso definitivo a una
relación mucho más estable y armoniosa con su novia; a lo mejor, era la llave
a la puerta que le abriría ese futuro que ella tanto anhelaba, y que hasta ahora,
parecía lejano.
—Sí —susurró ella y se armó de valor para mirarlo a los ojos, deseando
encontrar en ellos algo más que preocupación o remordimiento, que fuese
amor lo que reflejaran.
Suponía que ese lapso de sosiego le daría la oportunidad para hablar, para
poder escapar del embrujo de seducción que él creaba sobre ella. Pero la
resolución solo le duró unos instantes, al ver la sonrisa que él le entregaba.
El alivio de Timothy fue inmenso al ver que su novia solo mostraba el mismo
placer y el mismo deseo que también lo embargaba a él. Pegó su frente a la de
ella y dejó libre un suspiro, que se estrelló en los labios sonrojados y
ligeramente hinchados por los besos.
Terminó por rendirse a lo que anhelaba, solo le bastó mirarlo a los ojos para
perderse en ese tono miel que adoraba; las dudas se esfumaron, dándole paso
a la certeza de entregarse a él esa noche.
Tragó en seco, para pasar el nudo que se había formado en su garganta; por
instinto, y siendo consciente de que ese gesto de ella era una invitación,
deslizó sus manos por las piernas de Brigitte, subiendo con el toque la suave
tela del vestido que llevaba.
—Bésame. —Su voz no fue una petición, sino una orden, quería ser quien se
impusiera esa noche.
No sabía qué la estaba llevando a actuar de esa manera, pero dentro de ella, se
desataba una imperiosa necesidad por dejar salir ese lado que ni siquiera ella
misma sabía que poseía, ese sensual que no se cohibía de mostrar lo que
deseaba.
Ella solo estaba dejando aflorar sus deseos, sus ganas de entregarse por
completo a él, sin pensar; solo quería sentirlo a plenitud. Quizás era ese deseo
oculto que llevó por muchos años en su interior, ese de ser una mujer tan
alegre, desinhibida y sensual como lo era Emma, quien podía conquistar a
cualquier hombre, solo con sonreírle.
—Con todo mi ser… —contestó él, irguiéndose un poco, mientras sus manos
subían a las caderas de ella, invitándola a acercarse.
Ella deslizó sus manos por la espalda de Timothy, llevándolas hasta los fuertes
hombros, para acercarlo. Movió sus caderas hacia delante, sintiendo la tensión
que le anunciaba que el deseo había despertado el cuerpo de su novio.
Ya antes lo había besado con pasión, pero nunca con una tan intensa como esa;
sentía que un huracán se desataba en su interior y arrastraba todos sus miedos
y dudas, y solo le dejaba las ganas de consumirlo con locura.
Brigitte jadeó ante el contacto íntimo, separó sus labios y los llevó al oído,
besándolo suavemente, antes de hablar.
—¡Sí! —esbozó él, se dejó llevar por la emoción y la besó con intensidad, una
vez más.
—Te… estoy… amando… Solo te estoy amando Tim —susurró, con la voz
transformada por la pasión.
Ella tampoco podía seguir esperando, lo miró con intensidad y dejó caer un
beso lento y suave en los labios de él, manteniendo sus ojos fijos en los
marrones
»Quiero que me hagas el amor…, quiero sentirte, ser tuya… Quiero que esta
noche sea eterna…, que se quede en mi mente para siempre… Ámame Tim…,
ámame como no lo has hecho antes… Entrégate a
mí por completo. —Le suplicó, con la voz temblando. En realidad, toda ella
temblaba.
Esa nueva sensación, que no sabía cómo explicar, solo le repetía la misma
palabra una y otra vez: «es tuya, es tuya, es tuya».
Tomó a Brigitte entre sus brazos, aferrándola a su cuerpo; se puso de pie, con
un movimiento ágil, sonriendo ante la exclamación de sorpresa de ella. La
instó a envolverlo entre sus piernas, y con paso seguro, se encaminó hasta su
habitación.
Capítulo 23
Ella no deseaba que esa noche acabara, quería que fuese eterna, que no
existiera la cruel realidad, que sabía le esperaba cuando el sol saliese.
Incluso, comenzaba a dudar de la decisión que había tomado; cada beso y cada
caricia de Timothy, la llevaba a hacerlo. Lo que sentía por él era más fuerte
que su propia voluntad.
Se aferraba a él con tanta fuerza, que le dejaba los dedos marcados en la piel;
hasta había llegado a morderlo en un par de ocasiones, y le había rogado que
se quedara en su interior, que no se separase de ella un solo instante; luchando
con los sollozos que se atoraban en su garganta.
Sentía que su vida dependía del aliento que Timothy le ofrecía, el fuego voraz
de la pasión la quemaba como nunca antes; la sangre en sus venas corría tan de
prisa, que sentía la haría estallar de un momento a otro; que su corazón saldría
disparado de su pecho y entonces su vida acabaría, en los brazos del hombre
que amaba.
para siempre… —Le decía entre jadeos, al tiempo que sus caderas le
demostraban la verdad de sus palabras.
Apretó los párpados con fuerza, al tiempo que su cuerpo transpiraba el fuego
que ardía en su interior, y se estremecía íntegra. Sintió con fuerza el estruendo
de un rayo en su cabeza y la explosión de un orgasmo en su vientre.
Sí, esta vez le estaba haciendo el amor. No era solo sexo y mero placer carnal,
no era como las otras veces cuando la había tomado; esta vez todo era
diferente, incluso, la entrega que ella le mostraba era distinta, desinhibida, tan
suave y sensual; la manera de aferrarse a él, cómo lo enloquecía con sus
gemidos y sus jadeos, cómo se movía, buscándolo.
Ambos sentían quemarse y cómo sus cuerpos seguían temblando, sus pieles
cubiertas de sudor se acoplaban perfectamente, y sus respiraciones eran
irregulares. Se podía decir que no había una pizca de fuerza en ellos, pero el
intenso deseo que retumbaba dentro de sus pechos, les anunciaba que eso no
había terminado, que necesitaban más, que deseaban más.
Sin embargo, sus cuerpos estaban agotados, aunque sus almas estuviesen
dejando libre todo el amor en un poderoso torrente, sus fuerzas eran casi
nulas. Seguía delirando entre besos, entre caricias, querían fundirse en uno
solo, ser una sola piel y amarse una y otra vez. Era como si quisieran
recuperar el tiempo en que no lo hicieron.
Buscó sus ojos, que lo hechizaron de inmediato, la besó con pasión, y una vez
más, la agarró por la cintura, poniéndola sobre su cuerpo.
Hundió sus dedos en la espesa y sedosa cabellera oscura, fundiendo sus labios
sobre los de ella, en un beso apasionado, ardoroso, necesitado; gimiendo en
esa boca que era su perdición.
Era como si quisiese marcarlo para toda la vida, que él supiese que sin
importar lo que ocurriese después de esa noche, siempre sería suyo, siempre
le pertenecería; incluso, si no estaba a su lado.
—¡Oh Brit! El tuyo… también es mío mi amor… Eres mía… Ven aquí y dime
que eres mía. —Le pidió con urgencia, temblando bajo sus labios.
—Soy tuya…, solo tuya… Lo seré siempre Timothy… —Le susurró, llegando
hasta él y mirándolo a
Timothy la besó con pasión y una vez más le entregó las riendas. Nunca la
había sentido tan entregada como esa noche. Brigitte le estaba haciendo cosas,
a las que en contadas ocasiones había accedido, y siempre había sido por
petición suya; pero esta vez, todas nacían por iniciativa propia.
Vio cómo esa confesión hacía destellar de orgullo la mirada de Brigitte, lo que
lo hizo sentir muy feliz. Sin embargo, quería que experimentara lo mismo, por
lo que con rapidez invirtió sus posiciones.
No pudo esperar, no quiso hacerlo y la llevó al cielo una vez más esa noche.
Timothy la admiró como nunca lo había hecho, erguida como una diosa sobre
su cuerpo, brindándole tanto placer, como nunca creyó ser capaz de sentir.
Ni aun en sus más locos sueños de adolescente, imaginó a la mujer que amó o
creyó amar, entregarle lo que Brigitte le estaba dando.
Lo tenía completamente rendido a sus pies, loco, delirando; y solo quería que
eso le durase toda la vida. Si antes había dudado de que deseara tener un
futuro junto a ella, justo en ese momento, sencillamente no podía imaginarse
uno con otra.
¿Por qué le costaba tanto decir eso que revoloteaba en su cabeza y dentro de
su pecho? Era sencillo, era tan sencillo, pero él se había pasado años
negándoselo. Y ahora su liberación se había convertido en su cárcel y lo
castigaba. Justo cuando más necesitaba expresar lo que sentía, no podía.
Así que dejó ver una hermosa sonrisa y llevó sus manos hasta las de Timothy,
entrelazándolas y elevándolas ante sus ojos, mientras dejaba que sus caderas
los llevaran una vez más al cielo, solo quería alcanzar la gloria y sentirlo.
Timothy entendió que no era el momento, que la bruma del placer podía darles
un sentido contrario a sus palabras, que ella podía pensar que lo decía por
decir.
No deseaba que eso sucediese, así que esperaría; quería estar lúcido cuando
le dijese lo que sentía por ella. Y lo haría, para eso tendrían mucho tiempo,
toda una vida juntos.
Esa noche solo deseaba que hubiese amor, pasión, ternura y deseo; solo quería
ser su luz, «su cielo», como lo llamaba cuando se acercaba al orgasmo y se
aferraba a él; solo deseaba sentirla y saber que un nuevo horizonte se abría
para ambos, un futuro colmado de felicidad.
Capítulo 24
Ella soñaba que él la amaba y él creía que ella había entendido el lenguaje de
sus besos y sus caricias, que al fin le había demostrado a Brigitte eso que
apenas descubría.
—Te amo… —susurró, fue apenas un hilo de voz, pero pudo sentir cómo
Brigitte se estremecía al escucharlo, haciéndole notar que lo había oído.
Ella levantó la mirada y la clavó en los ojos de él, con cientos de preguntas en
los suyos. Timothy veía dudas, esperanzas, miedo; y todo eso lo hizo sentir
como un verdadero idiota, por no habérselo dicho antes.
»Brit… —intentó decir algo más, al notar el pesado silencio de ella, pero lo
sorprendió, callándolo con un beso.
Por ello lo besó de esa manera, para atrapar en un instante perfecto, lo que
había escuchado, para sentir a través de sus labios, que era real.
Brigitte asintió en silencio, cerrando los ojos con fuerza para contener las
lágrimas; hundió su rostro en el pecho de Timothy y se abrazó con fuerza a él,
quien la rodeó con sus brazos, para reconfortarla.
Sabía que había esperado mucho por eso, era lógico que estuviese demasiado
abrumada por el momento; él también lo estaba.
Brigitte notó que se había quedado dormido, pero ella no quería hacerlo, no
quería que al despertar, lo que había sucedido entre ambos ya no fuese una
realidad.
Se llevó las manos a la boca para intentar contener su júbilo, y dejó correr un
par de lágrimas por sus mejillas; sin poder creer aún, que lo que tanto había
soñado, al fin era una realidad. Sin embargo, no pudo evitar pensar en
Margaret y en los reproches que le haría.
—Nada de eso importa ahora, Timothy te ama…, solo eso debe importarte
Brigitte, solo eso. —Se aseguró, mirándose a los ojos a través del espejo.
El lugar estaba impregnado del aroma de Timothy y eso la hizo sonreír; miró
los cajones que contenían las prendas más pequeñas, las prendas de vestir
colgadas y organizadas por colores, los zapatos también ordenados. Todo
siguiendo la elegancia y sobriedad que caracterizaba a su prometido; iba
tomando detalle, para cuando estuvieran casados, guardar sus cosas de la
misma manera.
—Cuando estemos casados… Ahora más que nunca, siento que estamos muy
cerca de ello mi amor;
Caminó para salir, pero antes de hacerlo, algo atrajo su atención; era el viejo
diario de Timothy, ese que él usaba cuando estaban en la preparatoria.
Lo reconoció de inmediato, pues muchas veces lo había visto escribiendo en
este. Nunca tuvo la oportunidad de conocer lo que contenía, aunque siempre
había muerto de curiosidad por saberlo.
Entendía que era algo privado y que no tenía derecho de mirarlo, pero no pudo
evitar tocarlo.
No podía imaginar pasar más tiempo sin saber nada de Emma, sin verla;
desde que tuve que viajar a América, no pasó un día en que no le pidiera a
Dios por ella, para que la cuidara… La amo tanto.
Brigitte sintió una dolorosa punzada en el pecho ante esa declaración, aunque
no estaba ignorante de los sentimientos que Timothy le profesaba a Emma en
aquel entonces, eso no la libraba de sentir celos y tristeza.
Pensó que lo mejor era dejar ese diario de lado, debía alejar los fantasmas de
su cabeza, ya no tenía sentido que siguiese atormentándose con eso o dudando
de su novio.
Mi amor por Emma crece y se hace más intenso con cada día que pasa, pero
mis esperanzas de tener algo con ella también se desvanecen cada vez más.
Se nota que está muy enamorada de Edward; qué ironías tiene la vida, yo la
amé durante años en silencio, y ella se enamoró de mi mejor amigo. Fui un
estúpido por no decirle lo que sentía. Debí hablarle de mis sentimientos
antes de que la guerra nos separara.
Ni siquiera sé por qué lo hice, estoy consciente de que no siento nada por
ella, y tampoco creo que esa tímida y frágil chica, pueda ser capaz de sacar
a Emma de mi corazón; ninguna otra mujer podrá hacerlo, porque nadie es
como ella, tan hermosa, especial y llena de vida.
A todas estas, tampoco sé por qué Brigitte aceptó. Ella sabe que estoy
enamorado de Emma, creo que todo el mundo lo sabe; menos la dueña de mi
corazón.
A momentos siento que no voy a poder seguir callando lo que llevo dentro,
que algún día le gritaré a la cara que yo también amo a esa mujer, que ella
debía ser mía, que él no es más que un miserable ladrón, un traidor, un mal
amigo. Sin embargo, me contengo, porque…
¿Qué ganaría si hago algo como eso? Solo perdería a mi mejor amigo, me
volvería la burla de todo el colegio y también la perdería a ella, porque sé
que lo escogería a él, que se quedaría con Edward y no conmigo.
Brigitte se llevó una mano a los labios, para acallar el sollozo que le rompió
la garganta, cuando terminó de leer ese pasaje del diario. Para ella, ese había
sido el día más maravilloso de su vida, pero él apenas la había nombrado, y
solo lo hizo para decir que había sido una estupidez proponerle que fuese su
novia.
Se obligó a dejar el diario de lado. Habían pasado años desde que Timothy
escribiese todo aquello, y las cosas habían cambiado, sus sentimientos eran
otros.
Cada recuerdo que llegaba hasta ella le abría los ojos, poco a poco y de
manera dolorosa, pero necesitaba más que eso para poder sacarlo de su
corazón, necesitaba leer ese diario y saber a ciencia cierta lo que significaba
para él.
Capítulo 25
Él sabía que ella lo amaba desde que era una niña, y se aprovechó de eso; la
usó para intentar sacarse a Emma del corazón y la cabeza. Nunca la vio con
amor en aquel entonces; incluso, llegó a escribir que sus primeros besos, no
despertaban ninguna emoción en él, que simplemente le causaban hastío, y que
solo la besaba para ver si ese gesto le provocaba celos a Emma.
Había tomado una decisión, mucho más radical que la anterior; no solo se
separaría de él, también debía marcharse muy lejos, necesitaba alejarse. De lo
contrario, volvería a caer en sus encantos, como sucedió la noche anterior,
terminaría sucumbiendo a lo que sentía.
—Ojalá ese «te amo» que me dijiste antes de quedarte dormido, tuviese el
sentido que yo deseé por tantos años, pero estaba vacío Timothy —pronunció,
con la voz cargada de dolor, e incluso, de rabia.
Solo habían pasado un par de horas desde la última vez que sus ojos se
toparon con su imagen en el espejo; y lo que veía en ese momento era tan
diferente de lo que vio antes, que el dolor remontó en ella y terminó llenándola
de valentía; ya no podía seguir engañándose.
Sabía que era inevitable que él, en algún momento la hiriese de nuevo; por lo
que marcharse era lo mejor, aunque le doliese en el alma, era lo mejor para
los dos.
Optó por tomar una hoja de papel y una pluma para escribirle una carta; eso
sería lo conveniente, pues
sabía que no tendría el valor para hablar con él, y hacerle entender que su
relación debía terminar.
Timothy…
Fui una tonta al creer que yo lograría sacar de tu corazón a Emma; hoy,
después de diez años, puedo comprender que nunca tuve una oportunidad
para hacerlo, que para ti ninguna otra mujer puede compararse con ella, y
es doloroso tener que aceptarlo, pero lo he hecho.
A estas alturas, no sé si la culpa fue tuya o mía, pero sí sé que los dos
fallamos. Tú en no serme sincero, en fingir que me querías cuando no era
verdad, en dejar que me ilusionara; y yo en cegarme ante una verdad tan
grande, como lo fue el hecho de que nunca me amaste.
Este amor no da para más, y te juro que quise hacerte feliz, quise darte todo
de mí, que lo nuestro fuese maravilloso; pero seguir como estamos no tiene
sentido, no está bien. Por eso me voy y te dejo libre…
Aunque me esté dejando el corazón en esta carta, quiero darte gracias por
todo lo que me diste, por cada sonrisa y mirada, por los besos…, por cada
momento.
¡Oh Tim! La verdad es que no sé lo que haré ahora lejos de ti… No sé cómo
será mi vida sin tenerte a mi lado. Tú eras mi norte, mi futuro, mi todo… Sin
ti no sé lo que me depare el destino, y eso me aterra…
No me busques por favor, nadie sabe a dónde iré… Ni siquiera mis padres o
Margaret.
Perdóname por no tener la fuerza de decirte esto a la cara, por irme sin
nada más que esta carta, pero es lo mejor…, créeme.
Una vez más, no olvides que fuiste lo que más he querido, y lo serás…
siempre…
Brigitte.
Sin embargo, a medida que dejaba fluir sus sentimientos, el profundo amor que
sentía por él, prevaleció sobre el odio que pudo haberle causado el engaño.
Fue consciente en ese momento de que no solo él había fallado, que ella
también lo había hecho, al cegarse frente a su realidad.
Cerró los ojos, al tiempo que más lágrimas corrían cuesta abajo en sus
mejillas, comprendiendo que la hora de marcharse había llegado.
Dejó libre un suspiro trémulo y depositó la carta sobre la mesa de noche. Con
cuidado, se acercó a él y le dio un beso en los labios, solo un toque que
esperaba guardar para toda su vida, sintiendo que el corazón se le rompía en
ese instante; luego se alejó.
—Eres lo que más he querido… —susurró, con la voz tan ronca, que apenas
pudo entenderse.
Se detuvo un instante, mirando por última vez el lugar, donde había vivido
tantas emociones maravillosas, pero también muchas dolorosas. Se obligó a
apartar su mirada del sofá, donde tantas veces se entregó a Timothy.
El recuerdo fue agridulce, así que prefirió dejarlo atrás y quedarse únicamente
con lo ocurrido la noche anterior; aunque fuese una quimera, era lo mejor que
había vivido en ese lugar. Suspiró y terminó por salir de allí.
Capítulo 26
Se encaminó con pasos lentos, pesados y trémulos por el pasillo, sintiendo que
con cada pisada que daba, el alma y el corazón se le quebraban. Cuando llegó
a su departamento, no pudo seguir soportando tanto dolor, entró a su habitación
y se dio la libertad de llorar.
—¡Dios, esto duele demasiado! —expresó sollozando.
Después de ver que era más de medianoche y que ella no volvía, asumió que
una vez más, Brigitte había caído en los encantos de aquel miserable.
—¡Por favor prima, háblame! Dime qué pasó… Me estás poniendo nerviosa
—rogó, tomando su rostro entre las manos, para mirarla a los ojos.
—¿Cómo que tienes que irte? ¿Por qué? ¿Acaso te hizo algo? ¿Te lastimó? —
cuestionó de nuevo, mirándola fijamente para que no le mintiera.
Tampoco tenía en ese momento las palabras para hacerlo con Brigitte, lo único
que podía hacer era dejarla llorar y desahogarse.
—Si no lo hace él, terminaré haciéndolo yo; por eso tengo que irme de aquí,
irme lejos, porque si me quedo, nunca saldré de esta relación, no podré
Maggie…, no podré —confesó, mirándola con desesperación.
Se puso de pie y caminó hasta el armario. Primero sacó sus maletas y las puso
sobre la cama, luego comenzó a recoger sus prendas de vestir; sin siquiera
fijarse en cómo iban quedando dentro del equipaje.
Debía marcharse de ese lugar, tenía que hacerlo antes de que Timothy
despertase y se lo impidiese; tenía que escapar.
Terminó exasperándose ante esa actitud, la tomó por los hombros y la obligó a
detenerse; debía hacerla reaccionar, pues ella no había hecho nada malo para
salir huyendo, mucho menos por el miserable de Timothy.
—Yo te ayudaré con las malditas maletas si tengo que hacerlo, pero por favor,
no me dejes ignorante de todo. ¿Acaso has pensado en que seré yo quien deba
darles una explicación a tus padres? Se supone que tú vives conmigo, y soy
responsable de lo que te suceda.
—No eres responsable de nada, soy adulta y puedo tomar mis propias
decisiones… —decía, cuando
¿Y qué había de sus padres? ¿Qué dirían ellos? ¿Acaso debían pagar por sus
errores y los de Timothy?
—¿Por qué deseas irte? ¿Qué sucedió anoche? ¿Lograste hablarle, terminaste
con él? —La interrogó, necesitaba saberlo todo para poder ayudarla.
Brigitte negó con la cabeza, dejando que el llanto se apoderara de ella una vez
más, pero al segundo siguiente, se obligó a respirar profundo e intentar
calmarse, no podía seguir llorando toda la vida.
Llegó a la parte del diario, y algo avergonzada, le contó que lo había leído. La
reacción de Margaret la sorprendió, su prima no le reprochó que lo hubiera
tomado, ni siquiera le importó que fuese un objeto personal de Timothy.
»A veces las mujeres necesitamos más que palabras para creer en un hombre,
necesitamos entrar en sus cabezas y saber lo que en verdad piensan. Ese diario
es como la mente de Timothy, y tú tenías derecho a saber lo que realmente
significabas para él. No debes sentirte mal por haberlo leído; por el contrario,
da gracias a que lo hiciste y por fin abriste los ojos —pronunció, con toda la
calma del mundo, encogiéndose de hombros.
—Creo que eso ya quedó claro, con lo que sucedió anoche; derrumbó todos
mis planes, como si fueran un castillo de naipes —dijo, sin atreverse a
mirarla.
—No lo sé, pero espero que me ayude a poner en orden mis ideas, a aclarar
mis sentimientos…
¿Cómo haría para manejarse sola en el lugar a donde iba? Además, ¿a dónde
iría? Había dicho que lejos, pero ¿dónde? Ni siquiera tenía un destino. Según
le contó, tomaría el primer tren que saliese esa mañana.
—Brigitte, ¿estás segura de esto que vas a hacer? —preguntó una vez más,
mirándola a los ojos.
—Sí. —Fue la respuesta de ella, llana y sin ningún tipo de emoción. Sentía
que el llanto la había dejado vacía.
—Aún puedes… Puedes hallar otra solución; tal vez sería mejor pensarlo bien
o esperar a mis tíos, hablar con ellos.
—Sabes muy bien la decisión que tomarán mis padres, además, no quiero
lidiar con la decepción que sentirán, al darse cuenta de todo lo que ha pasado,
de lo estúpida que fui —mencionó, con la mirada anclada en la calle, rogando
para que el auto se diera prisa y la sacara de allí.
—Supongo que algo de culpa tuve, no nos ceguemos Margaret. Yo sabía que
Timothy estaba enamorado de Emma; aun así, acepté ser su novia, entré a ese
juego por voluntad propia y siendo consciente del papel que jugaría, de que
solo sería su premio de consolación, nada más.
El dolor que había sentido antes comenzaba a ser reemplazado por una intensa
amargura, que se apoderaba de ella a medida que el tiempo transcurría. Quería
recordar todo lo malo, pues eso la haría olvidarse más pronto de Timothy;
aunque había dicho que no lo haría, justo en ese momento era lo que más
deseaba; olvidarse de él y de todo lo vivido en esos diez años.
Tal vez su actitud se debía a que habían pasado más de dos horas desde que
salió del departamento de Timothy, y él no aparecía por ningún lado. Eso la
hacía llenarse de dudas, pensaba que quizás despertó y vio la nota, pero ni
siquiera le dio importancia, o a lo mejor seguía dormido. No saberlo con
certeza la torturaba.
El auto que la llevaría a la estación de trenes por fin llegó. El chofer subió las
dos maletas que Brigitte llevaba, era poco para todo lo que tenía, pero lo
material no era lo más difícil de dejar en ese lugar. Lo que realmente
extrañaría serían las personas; incluso a Timothy, a quien desde que salió de
su departamento extrañaba.
Brigitte subió al auto con rapidez, antes de que el deseo de quedarse fuese
demasiado fuerte para vencerlo y terminara arrepintiéndose.
Dejó libre un suspiro y las lágrimas una vez más se hicieron presentes. En ese
instante se dio la libertad para llorar de nuevo; después de todo, ya no tenía
que seguir pareciendo fuerte delante de nadie.
Capítulo 27
El aire frío de esa mañana de otoño se colaba por los pasillos de la terminal,
metiéndose bajo la ropa, y estremeciendo a los pobres desafortunados, que no
contaban con un buen abrigo para cubrirse; por suerte, él tenía una larga
gabardina color café, bastante usada por el tiempo, pero en buen estado,
además, era su favorita.
Tenía esa manía por costumbre, buscaba entre los rostros, alguno que resaltase
y lo inspirase para crear sus próximas obras, pero solo para las que
complementaran a la principal, pues a esa ya la había encontrado.
Su musa era Brigitte Brown, en ella se inspiraría para crear su mayor obra de
arte. Trataría de evocar cada detalle que recordaba de su perfección, de su
belleza.
De pronto, y como si el destino estuviese jugando con él, ante sus ojos
apareció ella. Se encontraba sentada en una de las frías bancas de la estación.
Vestida con un grueso abrigo negro, el cabello suelto sobre sus hombros y la
cabeza gacha, como si mirara hacia sus manos, que se hallaban desprovistas
de guantes, a la intemperie, presas fáciles del inclemente frío.
—Brigitte. —La llamó, y su voz salió como el bramido del mar en una
tormenta, profunda e intensa.
Ella elevó el rostro y su hermosa mirada gris se clavó en él; pero lo que vio le
causó tanto dolor, fue como si lo golpearan en el centro del pecho, dejándolo
sin aire. Su bella musa se veía atormentada, llena de sufrimiento y perdida;
provocando en él la necesidad de consolarla.
—Profesor Rimbaud…
Brigitte se quedó en silencio, sin saber qué decir; después de unos segundos,
la intensidad de la mirada de Donatien, hizo que desviara la suya, y el
momento comenzó a resultarle incómodo. No sabía a ciencia cierta porqué,
solo que él la hacía sentir intimidada y la ponía nerviosa.
Ella se quedó en silencio una vez más, no sabía cómo responder a esa
pregunta; sentía que no existía entre ellos la confianza suficiente para hablarle
de lo ocurrido. La verdad era que no deseaba contarle de ello a nadie; sin
embargo, supo que era de mala educación quedarse callada, debía darle una
respuesta, aunque fuera esquiva.
el asunto, pero su curiosidad fue mucho más fuerte—. ¿Y lo harás cuando está
tan cerca el acto de grado y la llegada de tus padres? —cuestionó, buscando la
mirada de su musa.
—No es tan lejos… y solo será por un par de días —respondió con rapidez,
para salir del paso.
—No, Margaret tiene otros asuntos que atender… Lo haré yo sola, no creo que
sea un pecado que una mujer viaje sin compañía. —Brigitte comenzó a
sentirse acorralada y actuó de manera defensiva, siendo incluso cortante con
él.
—Brigitte…
—Está bien…, todo está bien. No tienes por qué disculparte, no has hecho
nada malo. —Buscó acercarse a ella de nuevo, pero al ver que deseaba poner
distancia entre los dos, respetó su espacio.
—Debo dejar de actuar como una tonta y estar llorando cada cinco minutos. —
Se llevó las manos al cabello y pasó algunos mechones desordenados detrás
de sus orejas.
—Yo no creo que seas una tonta, ¿por qué dices algo como eso? —cuestionó,
frunciendo el ceño.
—Por favor Donatien…, creo que es evidente; ni siquiera puedo decir una
mentira sin derrumbarme y ponerme a llorar, sé que no me creíste lo del viaje.
—Bueno, si lo dices por eso… no, no lo creí, pero tampoco te considero una
tonta.
—No, lo que dije fue que deberías ir en compañía de alguien, porque siempre
es bueno poder contar
con una persona conocida, que pueda ayudarte o simplemente que esté allí
para ti; y si no fuese porque tengo compromisos en París, te pediría que me
dejaras ser esa persona —expresó sin rodeos y mirándola directamente a los
ojos.
Brigitte parpadeó con nerviosismo y solo consiguió separar sus labios para
dar una respuesta que nunca llegó, puesto que su voz había sido secuestrada,
por la sorpresa que le causó la declaración de Donatien.
—Yo no… no… —Brigitte no lograba dar con las palabras para responder su
propuesta.
Negó con la cabeza, alejando de ella esa idea, y le dedicó una sonrisa,
agradeciéndole su preocupación.
Ella miró hacia el frente, viendo el trajinar de las personas que pasaban, sin
fijarse ni siquiera en ellos. Suspiró, sintiéndose cansada de guardar silencio;
su alma necesitaba liberarse y así lo hizo.
el rostro para mirarla a los ojos—. Es más animada y mucho más hermosa. No
lo digo porque haya nacido allí… Es la verdad.
—No pienso irme por mucho tiempo; la verdad, aún no lo decido, por eso
estoy sentada en esta banca.
Eso era cierto, había llegado a la estación, pero ni siquiera había contado con
la voluntad para ir hasta
Sin embargo, eso no había ocurrido hasta el momento; paseó su mirada por el
lugar, notando que todo seguía igual; su corazón se encogió de dolor y dejó
escapar un suspiro cargado de derrota. Miró de nuevo a Donatien, quien
esperaba por ella.
Separó sus labios para hablar, pero en ese instante la fuerte voz del hombre
que anunciaba la salida de los trenes, resonó en todo el lugar; comunicándoles
a los pasajeros que el que tenía por destino París estaba embarcando en ese
momento.
—Creo que ha llegado la hora de partir —mencionó él, poniéndose de pie, sin
dejar de mirarla.
Esas palabras fueron su tiro de gracia, supo de inmediato que no tenía nada
más que hacer allí, ella no iba a acompañarlo; y por si fuera poco lo que había
dicho, también se mantuvo sentada, para reforzar su postura.
—Muchas gracias… —Su voz salió ahogada por las emociones que lo
recorrían, se aclaró la garganta para despedirse con dignidad—. Deseo lo
mismo para ti Brigitte, que consigas la tranquilidad que estás buscando, sea en
Mánchester o al lado del hombre que amas.
Ella se tensó al escuchar esas últimas palabras, fue como si le echase sal a su
herida, y tuvo que hacer acopio de toda su fortaleza, para no ponerse a llorar
de nuevo.
—Seguro que sí, puedo hacerlo… Muchas gracias por… por la charla. —Se
puso de pie para darle un abrazo, lo hizo con rapidez, evitando prolongar ese
momento.
Se llevó una mano a los labios, para atajar los sollozos que subieron en un
torrente por su garganta, pero le fue imposible contenerlos, solo se dejó caer
en la banca, sintiéndose desolada, estúpida y completamente perdida.
Se cubrió el rostro con las manos, para esconder su vergüenza de las personas
que pasaban y se fijaban en ella; algunas se acercaron con intenciones de
ayudarla, pero solo conseguía negar y sollozar; así que se alejaban, dejándola
sola con su dolor.
Tomó sus dos valijas y se encaminó hacia la salida, pero antes de hacerlo, se
volvió a mirar hacia el camino por donde había desparecido Donatien, y
suspiró, al tiempo que negaba con la cabeza.
El frío que se colaba por debajo de las sábanas y le helaba los pies lo hizo
removerse, en busca del calor del cuerpo de Brigitte. Sin abrir los párpados,
sus labios se curvaron, formando una sonrisa, y extendió su mano para
acariciar a la mujer que había amado con todo su ser la noche anterior.
Sintiéndose por primera vez realmente feliz y pleno al despertar junto a ella.
Una vez más sus palabras se acallaban, al no tener a nadie que las escuchase;
paseó su mirada para comprobar que se encontraba solo, mientras una extraña
sensación de zozobra buscaba apoderarse de él.
Iba de regreso a la habitación, cuando al pasar por el salón, vio que la caja
con el juego de perlas había sido abierta, y junto a ella se encontraba una nota.
Sonrió lleno de alivio, pensando que quizás ella había salido a comprarle
algún presente, y agradecerle por el gesto.
—«Gracias, están hermosas». —Leyó la nota en voz alta; mantuvo la sonrisa
en sus labios, pero en su pecho la incertidumbre crecía. Suponía que obtendría
más que esas palabras en respuesta por su obsequio.
La dejó de lado y abrió la caja, notando que no había tomado ni siquiera los
pendientes para ponérselos; movió su cabeza en dirección a la mesa donde
ella había dejado las rosas, y todas estaban allí, intactas.
Se negó a dejar que ese inexplicable miedo que crecía dentro de él, se
apoderara por completo de su cuerpo; suspiró y encaminó sus pasos una vez
más a la alcoba.
—Todo está bien Tim. Lo de anoche lo solucionó todo; ella estaba feliz… Se
veía feliz. —Se aseguró, entrando al baño y notando que todo allí estaba en
orden.
Cuando salió minutos después, fue consciente de algo que no había visto antes;
sobre la mesa de noche estaba lo que parecía ser una carta, doblada a la mitad,
y en la parte posterior tenía escrito su nombre.
El primer párrafo, hizo que ese miedo que se negaba a aceptar, invadiera su
cuerpo con poderío. Tuvo que dejarse caer muy despacio al borde de la cama;
necesitaba algo sólido en lo que apoyarse, porque sus piernas temblaban, y
temía que en algún momento le fallasen.
Dejó ver una sonrisa nerviosa, pensando que quizás se estaba adelantando a
los hechos; esa carta podía significar cientos de cosas. Así que, tomando aire
de nuevo, para intentar relajarse, se dispuso a continuar con la lectura.
—Cómo quisiera tenerte aquí, mirándome a los ojos, para preguntarte qué es
para ti lo que queda de nosotros, porque para mí lo es todo… Nos queda todo
Brigitte…, nos queda por delante una vida juntos, una familia… —La voz se
le quebró al imaginar que quizás eso ya no sucedería.
Inhaló con fuerza, mientras negaba con la cabeza, sin poder evitar que una
lágrima solitaria se hiciera presente y rodara por su mejilla. Sintiendo que la
presión en su pecho se tornaba insoportable, a medida que avanzaba en esa
carta, que estaba cargada de sutiles reproches; la que le mostraba a una
Brigitte derrotada.
—Te volviste loca… ¿Que no tiene sentido? Dime qué es lo que no tiene
sentido, después de todo lo que vivimos anoche… Te vas, ¿a dónde demonios
te vas a ir? Eso no lo harás, yo no te lo voy a permitir… Estás muy equivocada
si crees que puedes dejarme y acabar con esta relación.
Se puso de pie, llevado por la rabia, pero no dejó de leer, necesitaba saber
todos y cada uno de los motivos que Brigitte exponía allí, saber por qué había
tomado esa decisión. La misma que por supuesto,
—¡Maldita sea Brigitte! No nos hagas esto…, no lo arruines. Tengo que hacer
algo…, tengo que impedir que te vayas —expresó con urgencia, lanzado la
hoja sobre la cama y caminó de prisa hasta el armario.
Así que lo mejor que podía hacer en ese momento, era llenarse de paciencia y
hacerle entender de cualquier forma que las cosas cambiarían, que él sería el
hombre que ella deseaba.
—Te voy a enamorar de nuevo, si es por ese motivo que deseas dejarme,
porque sientes que ya no me amas, que te has cansado de mí, de esperar…
Haré que las cosas sean distintas ahora, voy a enamorarte de nuevo, lo haré
Brigitte, juro por Dios que lo haré.
Capítulo 29
Llegó hasta la puerta del departamento que Brigitte compartía con su prima y
comenzó a tocar con insistencia, solo esperaba que no le abriese la antipática
de Margaret; y si era ella, que no pusiese a prueba su paciencia, pues ese día
no contaba con mucha.
—Necesito ver a Brigitte, dile que estoy aquí y que debemos hablar, ahora —
dijo, haciendo caso omiso a los reproches y la mirada rabiosa de la pelirroja.
Margaret dejó escapar un suspiro cansado, cerró los ojos por un instante.
Aunque suponía que eso sucedería y creyó que estaba preparada, lo cierto era
que todas sus separaciones no la habían enseñado a lidiar con algo como eso.
Debía ser quien le diera la estocada definitiva a Timothy, y aunque el exnovio
de su prima le desagradaba mucho, verlo tan desesperado la conmovió.
—No puedo hacer algo como eso. —Ella no lo dejó continuar, no tenía caso
dilatar más esa situación.
—¡Brigitte! ¡Brigitte Brown, has el favor de salir de donde sea que estés! He
venido a hablar contigo y no me iré de aquí hasta hacerlo; así que será mejor
que salgas ahora. —Él abrió la puerta de un tirón, y un vacío se abrió en su
estómago al ver la estancia sin un rastro de ella.
—¿Qué demonios? ¿Acaso se ha vuelto loca? ¿Por qué hizo algo como eso?
—Le lanzó un torrente de preguntas.
—Creo que tú mejor que nadie conoces las respuestas —contestó, arqueando
una ceja y mirándolo con desprecio—. Brigitte se marchó por tu culpa, porque
siempre te portaste como un desgraciado con ella; la engañaste, le hiciste
creer que la amabas cuando no era cierto. Aún sigues enamorado de Emma,
por eso no te decides a casarte con mi prima, por eso no la haces tu esposa ni
le das el valor que se merece…
Solo la usaste todos estos años para consolarte, para cogértela; seguramente
pensando en otra.
Margaret no pudo contenerse más, dejó escapar todos los reproches que se
habían acumulado dentro de ella durante años; los que eran alimentados por la
rabia que sentía cada vez que recordaba cómo sufría Brigitte por ese infeliz;
igual como lo hizo su madre cuando su padre la abandonó por una mujer más
joven.
Eso terminó matándola, y causó en ella ese rechazo que sentía por el
compromiso, por entregarse por completo a un solo hombre, de manera
incondicional, por depender de él. Así que arremetió con todo contra Timothy,
sintiendo que él era igual a todos, un mentiroso y un desgraciado.
—No sabes lo que dices, no sabes nada. Y que sea la última vez que
irrespetas a tu prima en mi presencia, porque puedo olvidar que soy un
caballero y…
—No, pero sí podría decirte la clase de mujer que eres y que nunca estarías a
la altura de Brigitte, que por eso la odias, por eso le tienes tanta envidia y
pretendes arruinar nuestra relación —mencionó Timothy con dureza.
—Ya deja de hablar sobre lo que no sabes. —La interrumpió, no había ido
hasta allí para recibir un sermón.
»Hace cinco años que Brigitte es tu mujer, y después de esos años usándola a
tu antojo, no te has dignado a poner una maldita fecha para la boda. Un hombre
de verdad lo habría hecho desde la noche que le quitó su virginidad. —Ella
descargaba toda su rabia, al tiempo que lo golpeaba con el dedo índice en el
pecho.
—¿Tu novia? Creo que algo no te ha quedado claro… Brigitte se fue, te dejó,
terminó su relación…
—¡Ya deja esa actitud, que solo empeora todo! —Le gritó sin poder
contenerse más—. Solo dime a
—Lo siento…, lo siento Margaret. Tienes que entender que… ¡Por Dios, no
puedo dejar que se marche! Yo la amo… En verdad estoy enamorado de
ella… Mi vida gira en torno a ella… Se suponía
—¿Y por qué demonios no lo hiciste? ¿Por qué esperaste tanto tiempo? —
cuestionó. Comenzaba a desconcertarla la actitud de Timothy.
—El sexo no siempre arregla las cosas. Todos los hombres piensan igual, pero
se equivocan. Brigitte no es del tipo de mujer a la que puedas convencer con
una noche de pasión o unos cuantos regalos… Ella está destrozada, ya no
confía en ti ni en tus palabras. Siendo sincera, creo que esto es lo mejor que
puede suceder.
—Creo que tu tiempo pasó, ella no quiere saber nada de ti, está muy
decepcionada Timothy. Quizás debas dejarla en paz. —Le aconsejó, mirándolo
a los ojos.
—Deja que sea yo quien decida eso, una vez que haya hablado con ella, no
antes… Por favor…, solo dime dónde puedo encontrarla, solo eso… Lo que
suceda después, será mi absoluta responsabilidad.
Dudaba mucho que Brigitte se hubiera ido lejos, sin decir nada. Ella jamás
expondría una zozobra así a sus padres.
Se quedó mirando el espacio vacío que había dejado Timothy, sintiendo una
extraña mezcla de sentimientos dentro de su pecho; sin saber si había hecho
bien o mal.
Alguien debía decirle sus verdades a ese idiota, a ver si así aprendía a valorar
a Brigitte; claro, en caso de que regresase con él. Recordó la imagen de su
prima cuando abandonó ese lugar, y pensó que Timothy Rumsfeld la tenía muy
difícil esta vez. Brigitte había abierto los ojos.
Capítulo 30
Apenas cruzó palabras con algunas de sus vecinas, quienes iban junto a él en
el aparato; su mente estaba enfocada en Brigitte.
Salió a la calle y el golpe del aire frío sobre su rostro, lo sacó de ese estado
de aturdimiento que atravesaba; miró a todos lados, sintiéndose un poco
extraviado, sin saber lo que hacía, pero el anuncio de taxi sobre el techo de un
auto, lo hizo reaccionar de nuevo.
Sabía que el hombre conocía bien su trabajo y que cualquier dato que él le
diese estaba de más; sin embargo, no podía quedarse callado.
—Dios, si haces esto, te prometo que esta vez haré las cosas bien; pondré todo
de mi parte para ser un mejor hombre para ella. Seré el hombre que Brigitte
desea, te lo prometo… Pero por favor, por favor, ayúdame —susurraba con
los ojos cerrados, y se pasaba las manos por sus rodillas, tratando de drenar la
ansiedad que sentía.
Ya había estado en una situación así antes, sabía que la emergencia del
muchacho era por asuntos del corazón, no por ninguna enfermedad, sino más
bien por amor; iba tras la mujer que amaba.
Timothy soltó una gran bocanada de aire, que fue reemplazada por un
sentimiento de esperanza renovada; incluso, llegó a sonreír mientras detallaba
la inmensa edificación, que resaltaba entre las demás, por su belleza
arquitectónica.
—Muchas gracias. —Sacó de su billetera el pago para el chofer—. Quédese
con el cambio —dijo mirándolo.
Entró con paso apresurado, pero dentro, se encontró con decenas de personas
que iban de un lado a otro; tantas, que le era difícil poder distinguir el rostro
de su novia entre todos ellos.
Se dijo.
Una vez más tomó aire y se encaminó hacia las taquillas de ventas de boletos;
quizás allí podría encontrar algún tipo de información. Al llegar, sacó de su
cartera una fotografía de Brigitte que siempre llevaba consigo; había sido idea
de ella, que cada uno llevara una imagen del otro, para no extrañarse tanto
cada vez que debían separarse.
—Buenos días caballero, ¿en qué puedo servirle? —preguntó la mujer al otro
lado de la ventanilla.
—Se nota, por la foto —respondió ella, dejando ver una sonrisa—. Ese tipo
de chicas no suelen comprar ellas mismas sus boletos, siempre tienen a un
acompañante que lo haga por ellas.
Repitió lo mismo que hiciera en la primera taquilla, y con cada una de las que
encontró; incluso, llegó a solicitar ayuda en el puesto de información.
—¡Dios, por favor, haz que la encuentre! —expresó sus pensamientos en voz
alta, mientras remecía su cabello con desesperación; miró de nuevo a su
alrededor, buscándola.
Brigitte no pudo haberse marchado de Londres, no sin que antes hablaran, sin
que le diera una oportunidad, sin que pudiera convencerla de que era la mujer
de su vida, con la única que deseaba estar; sobre todo, sin que supiera que la
amaba profunda y ardientemente, él la amaba.
Separó sus labios con la clara intención de hacerlo, comenzaría a gritar hasta
dar con ella; sin embargo, la presencia de dos policías cerca de él lo hicieron
desistir.
Era una locura hacer algo como eso, lo más seguro era que terminase en una
celda; y entonces sí perdería a Brigitte para siempre, debía pensar con calma.
Se dejó caer pesadamente en una de las bancas cerca de los andenes y apoyó
sus codos en las rodillas, mientras se sujetaba la cabeza con las manos.
De pronto pudo distinguir el sonido de unas pisadas, entre todas las que
llenaban ese lugar. Eran pasos delicados, de una mujer de su clase; lo sabía
por el sutil sonido que producía el tacón, al entrar en contacto con el piso de
adoquines.
Brigitte estuvo cerca de cinco minutos parada allí, en medio de todas esas
personas que eran unos completos extraños para ella; con los ojos cerrados y
la respiración pausada. Daba la imagen de ser una bella obra de arte, de esas
que formaba parte del decorado de la estación de trenes Victoria.
—Buenos días señorita. —La miró, notando que llevaba dos maletas—. Lo
siento, no puede subir, la bodega de equipaje ya cerró. Deberá esperar el
próximo tren…
—Todos los pasajeros ya entregaron sus equipajes, por eso están en esa fila;
usted llegó tarde, ya la bodega está cerrada. Lo siento, pero no puedo hacer
nada, tendrá que esperar al siguiente.
—Usted no lo entiende, tengo que subir a este tren, por favor…, se lo suplico.
—Brigitte miraba al hombre a los ojos, rogando que se condoliese de ella.
—Claro que puedo. —Se encaminaba hasta una esquina para dejarlas allí,
estaba decidida a subir a ese tren.
—Sé perfectamente lo que dicen las normas, pero le aseguro que mi abuelo
Georges, que en paz descanse, y quien en vida fuese el dueño de esta
compañía; jamás hubiese permitido que una dama viajase sin su equipaje —
mencionó en un tono calmado, sin dejar de mirar a la beldad castaña frente a
sus ojos, quien había captado su atención en cuanto la vio.
Le recordó, porque el joven podía ser muy heredero, pero él llevaba años
cumpliendo su trabajo, y nunca había fallado. Si quería alardear con la
señorita, quien en verdad era muy hermosa, lo comprendía; sin embargo, él no
se arriesgaría a ser amonestado.
tiempo que le sonreía con galantería—. Por favor Arnold, tome el equipaje de
la señorita y llévelo a su compartimento.
—Hombre, haga lo que le digo o este tren nunca llegará a su destino. —Lo
miró con severidad para que acatara su orden—. Y si alguien le pregunta por
quien haya dado esta orden, le dice que he sido yo.
—Como usted diga. —Arnold accedió y tomó las maletas, deteniéndose junto
a la puerta.
—No es nada, espero que disfrute de su viaje señorita Brown… Tal vez nos
volvamos a ver, espero que este inconveniente no la haga desistir de volver a
viajar con nosotros.
—En ese caso, que tenga un feliz viaje…, no la retraso más. Fue un placer
conocerla. —Le ofreció su mano.
—El placer ha sido todo mío —dijo y después se alejó con una sonrisa de
agradecimiento.
Capítulo 31
A través de la ventanilla del tren, Donatien miraba la densa bruma
blanquecina, que era provocada por los vapores del tren, y que ponía una
cortina ante sus ojos. Llevaba unos veinte minutos sentado allí, sin poder
liberarse de esa presión en el pecho, que apenas le permitía respirar; era muy
dolorosa y nunca antes había vivido algo igual; aunque ya había perdido
algunos amores, jamás uno como el que representó Brigitte Brown para él.
Sus ojos se abrieron de inmediato, tras escuchar y reconocer la voz que hacía
esa pregunta. Pensó que su mente le jugaba una mala pasada; sin embargo, no
podía creer que sus ojos también lo engañasen. Ella estaba allí, justo frente a
él, y le entregaba una hermosa sonrisa.
—Sí, me he dado cuenta… Por favor, tome asiento. —Él señaló el elegante
sillón de dos plazas, en terciopelo verde bosque. Le entregó una sonrisa que
apenas lograba disimular sus nervios y su emoción.
Sabía que debía decir algo, para justificar su presencia en ese tren, pero por
suerte, él habló primero, salvándola de iniciar la conversación.
—Sí…, tal vez sea una decisión muy apresurada… Bueno, en realidad todo
esto lo es. —Se interrumpió, al no hallar las palabras adecuadas para expresar
lo que deseaba; eso hizo que bajara la mirada y que terminara sintiéndose
estúpida.
—Jamás lo harías Brigitte; por el contrario, será un placer ser tu guía en esta
nueva experiencia. Por favor, permíteme serlo —pidió, tomando una mano de
ella entre las suyas, mientras la miraba a los ojos, con toda la intensidad del
sentimiento que le profesaba.
Las manos de Brigitte también se aferraron a las de él, necesitaba saber que no
pasaría por una experiencia igual a la que vivió con Timothy; aunque
obviamente, eran situaciones abismalmente distintas; ya que su relación con
Donatien nada tenía que ver con el amor.
—Por favor Donatien…, solo prométeme que me dirás la verdad siempre, sin
importar lo dura que sea o cuánto pueda lastimarme. Igual tengo que estar
segura de que lo harás, necesito que lo prometas.
La miró en silencio, sintiendo cómo el corazón cada vez le latía más rápido,
mientras pensaba en la promesa que estaba a punto de hacerle. Ser sincero
para él era complicado en ese momento, pues implicaría decirle que estaba
profundamente enamorado de ella, que la deseaba con todas las fuerzas que
poseía.
«¡Oh Brigitte Brown! Para decirte la verdad tendría que confesar que me
muero por besar tus labios, por descubrir cuán cálidos y sedosos son. Que
me volvería loco si tú llegases a responder a mis besos con el mismo
entusiasmo, con la misma pasión».
debían esconder esos labios; con placer se perdería en cada rincón, en cada
curva, en cada espacio de piel, en toda ella, para siempre.
Sin embargo, se recordó que no podía hacer nada de eso, ni confesarle lo que
sentía, no podía porque seguramente terminaría espantándola, y todo antes de
que pudiera al menos darle un suave roce de labios.
Ella bajaría de ese tren y él perdería la mejor oportunidad que tenía para ser
feliz junto a la mujer que amaba.
—No la que yo tenga que decirte —dijo y le entregó una sonrisa radiante, con
la que buscaba ganarse su confianza.
—De hoy en adelante tu vida será verdaderamente tuya Brigitte, podrás hacer
lo que desees, porque ya no estarás atada a nada ni a nadie.
Después de todo, le había pedido que le fuera sincero, porque ella también lo
sería con él, así que podía aceptar o negarse, ya que desde ese instante toda su
vida estaba en sus manos, y solo ella decidiría qué hacer.
Capítulo 32
Cuando Timothy elevó el rostro para descubrir a la mujer que caminaba hacia
él, su emoción fue reemplazada por una desilusión que lo aplastó. No era a
ella a quien esperaba ver, pero debió reconocer que encontrarla en ese lugar
renovó en parte sus esperanzas; se puso de pie rápidamente para acortar la
distancia entre los dos.
—¿Qué haces aquí? ¿Brigitte te llamó para decirte dónde estaba? ¿Te pidió
ayuda? —inquirió, mirándola con verdadero desespero.
—¡Por supuesto que es una locura! Marcharse de esta manera, sin darme la
oportunidad de hablar con ella, sin dejar más que una carta…
—¿Solo piensas en ti? —preguntó y lo miró con rabia, no podía creer que
incluso en ese momento lo hiciera—. Esto es el colmo, deberías dejar de lado
tu maldito ego y pensar en ella, o al menos, en lo que sentirán sus padres
cuando se enteren de lo que sucedió.
—Si viniste hasta aquí para seguir atormentándome con tus reproches, te
puedes ir por donde llegaste, no necesito más preocupaciones de las que ya
tengo —dijo de manera tajante, iba a terminar exasperándolo.
—Es que todo esto es tu culpa… —Margaret estuvo a punto de decirle lo del
diario, pero le había prometido a Brigitte nunca hacerlo, así que suspiró y
buscó otra excusa para justificar su rabia—, y yo me veré afectada por todo
esto. Ya imagino lo que dirán sus padres…, puede que hasta la tía sufra un
desmayo o el tío tenga un ataque.
—Te escuchas muy seguro, pero por lo que veo, la cosa no va nada bien —
expuso lo que era evidente.
—Ya la he buscado en cada maldito rincón de este lugar, pregunté en todas las
taquillas por ella, hasta mostré una fotografía suya, que siempre llevo
conmigo, pero todo ha sido en vano —mencionó y no ocultó su actitud de
derrota—. Lo único que me faltó fue subir a los cinco trenes que se hallaban
en los andenes.
Justo en ese momento, vio cómo se alejaba uno, y alzaba por el cielo la
columna de humo. Sufrió un aguijonazo en el pecho, presintiendo que lo mejor
hubiera sido empezar por allí, pero ya era muy tarde.
—Ya no tiene caso que siga aquí… Volveré al departamento, con suerte ella se
arrepintió y está allá.
reflexionado sobre lo que pensaba hacer y desistiese; si no lo hacía por él, que
al menos lo hiciese por sus padres y su hermano, pues ellos no merecían que
se comportase de esa manera, que huyera como si fuese una delincuente.
Al salir a la calle, una vez más fue golpeado por la brisa helada que recorría
cada esquina de Londres; caminó hasta donde estacionaban los autos de
servicio público, y no pudo evitar que su mirada buscara a Brigitte, entre las
personas que lo rodeaban.
Caminó hasta uno de los autos, abrió la portezuela, mirando hacia atrás, y por
mera cortesía esperó a Margaret antes de subir al taxi. Al parecer, ella
también había decidido regresar al edificio, en vista de que allí solo perdían
su tiempo, pues Brigitte no se hallaba en ese lugar. Debían continuar con su
búsqueda en otro lado.
Incluso Margaret, pues para ella había sido una verdadera sorpresa que
Brigitte cumpliera su plan de abandonar de manera definitiva a Timothy.
—No me importa, si ella está allí tendrá que salir y darme una explicación…
—decía cuando la pelirroja lo interrumpió, mirándolo con desdén.
—Te aconsejo que dejes de insultarme, porque se me puede olvidar que eres
una dama —dijo con los dientes apretados y el semblante tenso—. Déjame
entrar, necesito comprobar con mis propios ojos que ella no está.
—Te lo advertí.
—Te dije que ella no estaba idiota. ¿Acaso crees que me preocuparía e iría a
buscarla a la estación de trenes por simple gusto? —pronunció Margaret,
sintiéndose furiosa por su atrevimiento—. Será mejor que salgas ahora mismo,
o soy capaz de llamar a la policía y acusarte de invasión a la propiedad
privada.
Timothy ignoró las amenazas de Margaret, caminó hasta el armario y abrió las
puertas de par en par; lo que descubrió lo dejó sin aire, fue como si hubiese
recibido un golpe en el centro del estómago. No le
llevó mucho deducir que lo que le había dicho la prima de su novia era
verdad. Brigitte se había marchado.
—¿Por qué hizo algo como esto? ¿Por qué? No lo entiendo… —cuestionó con
un nudo de lágrimas cerrándole la garganta.
Timothy no dijo nada, no tenía ganas de discutir, no tenía ganas de hacer nada;
hasta caminar le resultaba difícil, pero sabía que debía marcharse de allí,
porque no soportaría un reproche más.
Vio cómo el agua se derramaba, pero no le importó, pasó por encima de todo
ese desastre, pisoteando las flores, haciendo lo mismo que ella había hecho
con el amor que él le había entregado.
—Necesito una explicación, necesito que me des una maldita razón para
terminar conmigo de esta manera; esa estúpida carta no me basta, allí no hay
nada… Todo lo que dices es absurdo, yo te entregué diez años de mi vida…
¡Diez años! —expresó, bebiendo casi todo el licor de un trago; respiró
profundo para pasar la sensación caliente que le invadió el pecho—. Y tú eres
mía, eres mi mujer, no te puedes ir así sin más… Estás muy equivocada
Brigitte Brown, muy equivocada.
Apuró lo que le quedaba del trago y se sirvió otro, mientras le daba vueltas en
su cabeza a algún posible lugar a donde ella pudo haberse marchado.
—Tengo que encontrarte, tienes que darme la cara y decirme mirándome a los
ojos que esto se acabó, solo así podré creerlo, solo así —sentenció con el
ceño fruncido y la mandíbula tensa, reflejando así la rabia que sentía.
—¿Por dónde demonios puedo empezar? ¿Por dónde? —Se preguntó en voz
alta, mientras se quitaba la gabardina y la lanzaba sobre la cama.
Vio la carta que había dejado tirada allí y la tomó de nuevo, debía releerla y
buscar algo que le diese una pista; quizás ella hizo referencia a algún lugar y
él no lo notó por estar aturdido, o tal vez mencionó algo específico sobre sus
planes.
Se sentó al borde de la cama y comenzó a leer una vez más, con la esperanza
de dar con algo; necesitaba saber el paradero de Brigitte o se volvería loco.
—Sigo sin entenderlo, ¿por qué tomaste esta decisión, Brigitte? Si anoche todo
fue tan bonito, si… si nos amamos como lo hicimos, con tanta entrega, con
tanta pasión. ¡Dios, puedo jurar que ella estaba feliz!
¿Qué sucedido para que cambiara de parecer? Para que decidiera marcharse
sin siquiera darme la oportunidad para hablar.
Se puso de pie, para caminar hasta su armario; tomó una de las valijas y
comenzó a llenarla con algunas prendas al azar. Estaba en eso, cuando tropezó
con el diario que había dejado sobre una gaveta; este cayó al suelo, quedando
abierto.
—No puede ser… Ella no pudo haber leído. Brigitte nunca tomaría algo tan
personal, ella respeta mis cosas…
Intentó hacerse creer eso, pero su lado racional le gritaba que allí estaban las
pruebas. Lo había leído y había llorado al hacerlo.
Solo eso podía explicarlo todo, solo eso justificaba la decisión que había
tomado. Él le había dado decenas de razones para que lo abandonase, le había
destrozado el corazón.
Capítulo 33
Brigitte había intentado mantener una charla con Donatien, pero a las dos
horas de viaje, apenas podía disimular sus bostezos y sus párpados se
cerraban. Le apenaba mucho que él creyese que la aburría, por lo que incluso,
se excusó un momento para ir al baño y recurrir a un acto desesperado:
echarse agua en la cara.
—Por Dios Brigitte, debes aguantar… Cuando llegues a París podrás dormir
todo lo que desees. —Se dijo para animarse, y suspiró, permitiéndose cerrar
los párpados un segundo—. Donatien será tu principal aliado desde este día,
así que le debes al menos un poco de consideración y gentileza.
Donatien Rimbaud era un hombre atractivo, y ella era consciente de esto desde
hacía mucho tiempo; incluso, muchas de sus compañeras en la universidad,
habían fantaseado con el profesor en más de una ocasión.
Ella nunca lo hizo, porque era una mujer enamorada y porque le parecía algo
irrespetuoso. No estaba bien que una señorita tuviera ese tipo de
pensamientos.
La verdad es que ni siquiera tendrías que estar mirándolo así en ese instante
Brigitte, estás invadiendo su espacio. Ver dormir a otra persona es algo hasta
cierto punto, muy íntimo.
—¡Ya basta! Prometiste que lo olvidarías, así que debes empezar desde este
instante… ¿Acaso no es evidente que no le importas? Ni siquiera fue a la
estación a buscarte; seguramente se siente feliz de haberse librado de ti. No
seas tonta Brigitte, abre los ojos.
Hizo audible esos reproches, aunque en voz muy baja; pero necesitaba
escucharlos, porque parecía que con solo pensarlo no bastaba.
Caviló, sintiéndose algo temerosa, porque sabía que la desesperación era muy
peligrosa, y la podía llevar a hacer cosas de las cuales, con el tiempo, se
podía arrepentir.
Cerró los ojos, apretando con fuerza los párpados, para obligarse a ignorar al
hombre a su lado, que le provocaba una extraña sensación, esa que se negaba a
reconocer.
Lo mejor que puede suceder en este momento es que el sueño termine por
vencerte. Así dejas de pensar en tantas tonterías y evitas cometer los errores
del pasado. Nadie más que tú misma puede ayudarte a superar el pasado,
Donatien no será tu tabla de salvación, sino tu amigo, recuerda eso muy
bien.
Así que, para hacerle las cosas más fáciles, decidió ser él quien le hiciera
creer que deseaba descansar, y así darle la libertad a ella para hacerlo
también.
Aún con los ojos cerrados, fue consciente del momento en que ella entró de
nuevo, al percibir el dulce aroma a gardenias de su perfume; al escuchar sus
pasos, que eran amortiguados por la alfombra, y al sentir la magia de su
presencia.
Después la sintió tomar asiento y posar su mirada en él, era algo casi absurdo
asegurar eso, ya que él no podía verla, pero sabía que ella lo estaba
observando, podía llamarse intuición o algo por el estilo.
¿Será eso verdad o será solo producto del despecho? Pequeña, si supieras lo
que esas palabras provocan en mí.
Se dijo internamente, sintiéndose esperanzado, pues sabía lo que eso
significaba. Él podía tener una oportunidad con Brigitte, podía conquistarla,
sanar sus heridas y hacer que creyese de nuevo en el amor; él le demostraría lo
que era amar de verdad.
Se deleitó con cada detalle de ese perfecto rostro, que parecía hecho de
mármol de Carrara y esculpido por las mismísimas manos de Miguel Ángel.
Cuánto desearía poder acariciarlo con sus dedos, con sus labios; la sola
imagen le aceleró los latidos y pintó una sonrisa en sus labios, oscureciendo
además el iris verdoso de sus ojos.
Donatien pensó que despertaría, pero no fue así, se mantuvo dormida, así que,
en un acto de osadía, se acercó a ella; y con mucho cuidado, la atrajo a su
cuerpo, haciendo que Brigitte apoyara la cabeza en su hombro.
—Prometo que llegará el día en que seas mía, voy a conquistarte Brigitte
Brown, voy a conseguir que te enamores de mí; y cuando eso ocurra, te haré la
mujer más feliz sobre la tierra, te lo prometo mi hermosa musa.
Su voz fue apenas una suave vibración, que colmó ese espacio; lo hizo así,
para no despertarla, pero lo suficiente para que esa promesa fuese audible y
pudiera decretarla.
Se dejó llevar por sus deseos, y con suavidad apoyó sus labios en la cabellera
sedosa y castaña de Brigitte, para darle un beso, que calmase un poco el deseo
que se desataba en su interior.
Desde ese día se prometía hacer todo lo que estuviese en sus manos para
ganarse su amor, para hacer que se olvidara de aquel idiota que no la valoró, y
de cada una de las penas que le causó.
Tres horas después, el poderoso sonido del silbato del tren los sacó del sueño
y les anunciaba la llegaba al poblado británico de Dover, donde los pasajeros
descenderían para tomar el ferry que los llevaría hasta la bella localidad de
Calais, y desde allí, deberían abordar otro tren, hasta París.
—¡Por Dios Brigitte! —Se reprochó, con las mejillas encendidas, mientras se
acomodaba el cabello.
Esperaba que algún día pudiera tenerla también entre sus brazos, desnuda,
extasiada y feliz, después de haberse entregado a él en cuerpo y alma.
Capítulo 34
—¿Por qué tan callada? —preguntó Donatien, con su mirada anclada en ella,
tratando de descubrir lo que pasaba por su cabeza en ese instante.
—Te pregunté que por qué estabas tan callada. Desde que bajamos del tren no
has dicho una sola palabra.
—Yo… lo siento, es solo que… —No pudo dar con las palabras para
explicarse, tal vez era que al
Donatien no formuló una pregunta, sino que hizo una afirmación, porque era
evidente que eso era lo que sucedía con ella; podía ver las dudas en su mirada,
y eso lo llenó de miedo a él, porque sus esperanzas de que entre los dos
hubiese algo, se desvanecerían si Brigitte decidía quedase en Dover y no
continuar.
Ella separó los labios e intentó decir algo, pero su voz había desaparecido,
solo conseguía mirarlo a los ojos, mientras las personas comenzaron a
esquivarlos, para poder continuar con su camino, pues ellos se quedaron
parados en medio del muelle.
Tal vez lo que hacía que todo fuera tan doloroso en ese instante, era que él se
había llenado de ilusiones, había actuado como un estúpido ingenuo.
de un momento a otro. Inspiró, llenando sus pulmones del aire salado y frío
que se respiraba en el puerto; cerró los párpados para contener su llanto y se
volvió.
dijo ella con voz trémula y dio el par de pasos que la separaban de él—.
Quiero ir a París, deseo continuar este viaje, contigo.
Tampoco supo qué poderosa cadena mantuvo atados sus deseos de besarla, de
devorar esa boca con
todas las ansias que se habían acumulado en él, durante años de amarla en
silencio.
—Donatien… yo… —Brigitte intentó decir algo más ante el silencio de él,
que estaba destrozando sus nervios.
Después ancló la mirada en ese par de ojos grises, que en ese instante tenían el
mismo tono del cielo que los cubría, y se veían igual de tormentosos; llenos de
incertidumbre, de miedo y desesperación.
—Te prometo que todo irá bien, mientras estés conmigo, no tendrás que temer
por nada Brigitte. Yo estaré a tu lado siempre, cada vez que me necesites. —
Todo eso se lo dijo mirándola a los ojos, para que confiara.
Una vez más, Brigitte volvía a ser presa de aquella sensación, que compartió
junto a Donatien el día que se despidieron frente al restaurante en el Soho.
Esa entrega tan poderosa, que la hacía sentir parte de alguien de una manera
absoluta, que le brindaba seguridad y paz; la misma que siempre buscó, pero
nunca halló en Timothy.
Pero no era precisamente el paisaje lo que la tenía tan absorta, sino saber que,
en ese país, dejaba al hombre que había sido su razón de ser durante diez
años.
Sin embargo, no podía dejar de lado esa sensación de vacío que llevaba
dentro del pecho, al saber que Timothy no estaría nunca más en su vida.
Cerró los ojos mientras movía su cabeza con lentitud, para alejar esos
pensamientos, que no hacían más que causarle daño y atormentarla.
Los pasajeros fueron bajando de manera rápida, pues todos estaban deseosos
de tomar el siguiente tren, que los llevaría a París.
reunidos con los empleados—. ¿Qué ocurre? —preguntó a uno de los que
estaba cerca y no lucía tan molesto.
Su mente quedó en blanco durante unos segundos, pero después fue consciente
de que posiblemente, les tocase alojarse en algún hotel, aunque obviamente, en
habitaciones separadas. Después de todo, debía recordar que era un caballero
y su musa una dama decente.
—Hay un contratiempo…
—Sí, eso veo… Todo el mundo parece estar molesto. ¿Qué sucedió? —Lo
interrogó, sin disimular su ansiedad.
—El tren no saldrá hoy. Al parecer, por el mal tiempo, las vías no están aptas,
así que tendremos que pernoctar en Calais, y mañana temprano saldremos
hacia París.
—Podemos viajar en auto, pero el trayecto nos llevaría unas seis horas, tal vez
un poco más, dependiendo cómo esté la carretera… Podría ser peligroso si
graniza de nuevo —respondió mirándola a los ojos, para que supiera que le
era sincero.
—Esto no puede ser… Esperaba llegar a París hoy y poner toda la distancia
que pudiera de Londres
Ella guardó silencio, pues algunas veces, explicar de más algo, para tratar de
ocultar la verdad, solía dejar expuestos los motivos reales, así que no
continuó.
Dejó escapar un suspiro y caminó junto a Donatien, quien iba a reunirse con
alguien del personal, para preguntar por su equipaje y también por el de ella,
que había entregado al bajar del tren en Dover.
—Han contado con suerte, justo me queda una habitación en el tercer piso, con
una preciosa vista a la playa —informó la mujer, con una sonrisa que casi le
dividía el rostro a la mitad.
—¿Y si no consigues? Con esta es la tercera posada que visitamos, todas las
otras ya estaban llenas
Él también se había puesto inquieto, ante la sola idea de dormir bajo el mismo
techo que ella; no es que no lo hubiera deseado, llevaba años haciéndolo, pero
sabía que no era el momento, no deseaba ni podía apresurar las cosas. No
quería ser un consuelo para Brigitte, quería que cuando ella se entregase a él,
lo hiciera completamente convencida y que compartieran el mismo
sentimiento, que lo deseara con la misma intensidad.
—No tienes nada que agradecer, ahora vamos por esa habitación con hermosa
vista a la playa, antes de que alguien más se la lleve —comentó en tono de
broma, para aligerar la tensión que se apoderó de ella minutos atrás.
Lo hizo, sobre todo, porque eso sería una verdadera tortura para él, tenerla tan
cerca y no poder
tocarla como deseaba; sería insoportable. Negó con la cabeza y le tomó una
mano, menguando de ese modo el deseo que tenía de decirle que sí, abrazarla
y besarla.
—Bueno señores, espero que se hayan decidido, porque esta parece ser la
única habitación disponible en todo Calais —comentó la mujer, mirando a la
pareja.
Capítulo 35
Brigitte, por su parte, no tenía siquiera el valor de mirarlo a los ojos; se sentía
muy avergonzada, imaginando que él podía estar pensando muy mal de ella,
pues una dama no actuaba de la manera en la cual lo había hecho.
Quitó los seguros y giró las manijas para abrirla, dejando que la suave y fría
brisa entrase, refrescando todo el lugar.
—La dueña de la posada estaba en lo cierto, tiene una hermosa vista a la playa
—comentó en un tono casual, mientras mostraba una sonrisa—. ¿Te gustaría
verla? —inquirió, extendiéndole la mano.
—¿Te gusta? —preguntó él, al notar que ella solo miraba embelesada y seguía
en silencio.
—Sí, es posible…, pero también me gusta, incluso así, con este aspecto gris,
melancólico —expresó, volviendo el rostro para mirarlo, dedicándole una
sonrisa.
—Lo ves con ojos de artista —acotó Donatien, quien la veía a ella como una
obra de arte.
—Creo que difiero de ello profesor, la mentira es algo que nos rodea siempre,
y le puedo asegurar que no tiene belleza alguna, ni tampoco es perfecta… En
algún momento termina cayendo y nos muestra su
Donatien podía intuir que ella hablaba de su exnovio, resultaba evidente que él
le había mentido, quizás le había sido infiel, y por eso ella estaba así, por eso
había escapado de él y le había pedido antes que le fuera siempre sincero.
Quién sabe cuántas mentiras debió soportar.
—¿Y… qué se puede hacer en ese caso, para recuperar lo que alguna vez
fuimos? —Brigitte sentía
que él podía darle las respuestas que tanto necesitaba en ese momento, que
podía ayudarla a salir de ese pozo.
confiar de nuevo, solo así lograrás ser feliz y ver belleza en todo Brigitte.
Las palabras de él habían abierto un poco más esa herida que recibiera en su
pecho la noche antes, cuando descubrió que había pasado diez años de su vida
siendo engañada por el hombre que creyó perfecto.
Indicó con un tono de voz y una actitud que reflejaban que no se dejaría
presionar por nadie; esta vez las cosas serían distintas, solo ella podía decidir
qué hacer, cuándo y con quién.
A cada momento que pasaba iba descubriendo cosas en ella que más lo
enamoraban. Era como ver a
la mujer de verdad, a la que estaba debajo de esa fachada que siempre la vio
llevar, cuando se encontraba en compañía del idiota de Timothy Rumsfeld.
Después de lavarse el rostro un par de veces con agua helada, que bajara la
hinchazón de sus ojos por haber estado llorando, y sintiéndose más calmada,
decidió salir.
—Tranquila, no tienes por qué darme explicaciones. Solo quiero que sepas,
que cuando desees hablar, yo estaré allí para escucharte —dijo, mostrando una
sonrisa.
Ella pensó en decirle que lamentaba que tuviera que dormir en ese lugar, pero
no lo hizo, pues no sabía cómo tomaría él sus palabras. Suponía que ya
bastante mal debía estar pensando de ella, por hacer que se quedaran en la
misma habitación. Sin embargo, creyó que debía decir algo, al menos por
cortesía.
—Si deseas más cobijas, puedes tomar las mías; yo dormiré vestida, y no me
molesta el frío.
—De ninguna manera, no permitiré que te resfríes por mi culpa; por lo que
vimos hace unos minutos, esta noche habrá una fuerte tormenta, así que será
mejor que estés abrigada… Encenderé la chimenea —
así que decidió dejarla tranquila, para que pudiera pensar, llorar si debía
hacerlo y sanar sus heridas.
Donatien intentó actuar de manera casual, para que ella no notase que su
rechazo lo había afectado.
Era consciente de que no podía obtener todo de una vez, ni borrar la relación
que ella acababa de terminar y que había durado años.
Incluso, había estado comprometida con ese hombre por un largo tiempo, y
esas eran cosas que no podían borrarse de la noche a la mañana. Debía darle
tiempo.
Capítulo 36
Brigitte agradeció que Donatien saliera y la dejara sola, solo entonces pudo
desahogarse con libertad, llorar a sus anchas y lamentarse, sin tener que
hacerlo en silencio. Ahogaba sus sollozos entre la almohada, mientras se
cubría con una gruesa cobija, intentando mantener el frío lejos de ella, pero
todo parecía imposible.
Y entre más se esforzaba por luchar contra los recuerdos de Timothy, más
parecían estos aferrarse a su mente, haciéndola sentir frustrada e incapaz de
escapar de ese amor que seguía sintiendo por él.
—Quiero tanto tenerte aquí…, necesito que estés a mi lado, que me abraces y
me digas que todo va a estar bien; pero sé que es imposible, porque nada junto
a ti está bien, porque me engañaste… ¡Por Dios Timothy! ¿Por qué lo hiciste?
¿Por qué dejaste que me ilusionara? Que me entregara a ti, si no me querías…
Si ni siquiera me deseabas. ¿Por qué me hiciste depender de ti de esta forma?
¿Acaso no veías el daño que me hacías? —esbozaba todas aquellas preguntas
que seguían torturándola, y aunque sabía que no tendría una respuesta,
necesitaba hacerlo.
Le avergonzaba haberse hecho la ciega durante tantos años, imaginar que cada
vez que Timothy se acostaba con ella, lo hacía pensando en Emma. Eso había
hecho añicos su orgullo.
—¡Tú nada! ¡Ay por Dios! Estuve a punto de ir a una comisaría a reportarte
como desaparecida. Me estaba volviendo loca sin saber de ti… Y para colmo,
tu exnovio también me tenía harta. Desde que leyó tu nota, se la ha pasado
corriendo de un lugar a otro.
—No quiero saber nada de él… Solo te llamaba para que supieras que estoy
bien. —Su voz cambió
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo que no estás aquí? Brigitte, ¿a dónde te has
marchado? —inquirió angustiada.
—Es mejor que no lo sepas…, por ahora. Solo debes saber que estoy bien y
que no tienes por qué preocuparte. En cuanto llegue a mi destino te llamo de
nuevo.
—Es que aún no he llegado. —Brigitte buscó hacer tiempo con esa respuesta.
—Si pudiera hacerlo, créeme que no lo pensaría dos veces, pero para tu
tranquilidad, sigo en Europa, aunque no en Inglaterra. Es todo lo que te diré.
—¿Tanto dolor te causó ese miserable, que también le harás pagar a tu familia,
alejándola de ti? —
—Está bien…, no voy a presionarte, pero por favor, recuerda que tienes una
familia que te apoya en cualquier decisión que tomes, o por lo menos, una
prima que estará contigo siempre que la necesites. Lo sabes, ¿verdad?
—Brit, por favor…, prométeme que vas a cuidarte mucho, que buscarás un
lugar seguro donde quedarte, que serás muy precavida —pidió, dejando
evidenciar en su tono de voz, la preocupación que sentía al saberla sola.
—Prometo que lo haré, y tú también cuídate mucho, por favor; ocúpate de lo
de la graduación y no te distraigas por mí, yo estaré bien.
—Recuerda llamarme mañana, ¿sí? Y no estés triste ni llores por ese hombre,
que mereces algo mejor.
Agradeció que la ducha tuviera calentador de agua, porque lo que más deseaba
en ese momento, era alejar de ella ese intenso frío que sentía y que a
momentos la hacía temblar. Tomó el jabón de tocador que habían dispuesto
para los huéspedes y comenzó a pasarlo por su cuerpo; de repente, fue
consciente de unas leves marcas rosáceas en su piel, que no había notado
antes.
Solo le llevó segundos reconocer lo que eran y cómo habían quedado grabadas
allí. Podía ver claramente que fueron provocadas por los dedos de Timothy.
Apretó los párpados con fuerza, para bloquear las imágenes de lo vivido la
noche anterior, y se llevó
una mano a los labios, para ahogar el jadeo que intentó escapar de ellos,
mientras se negaba a dejar que el deseo hiciera nido en su vientre, y que esos
recuerdos la excitaran.
—¡Basta Brigitte! ¡Ya basta! No puedes dejarte llevar por tus emociones,
recuerda que todo eso era mentira, él no se entregaba a ti…, sino a ella. —Se
reprochó en voz alta, obligándose a llenarse de rencor contra ese hombre.
Debía hacerlo si quería olvidarlo.
Ella puso su mayor esfuerzo, pero había pasiones que eran más poderosas que
algunas voluntades, y ese era el caso de Brigitte. Era demasiado pronto para
luchar contra lo que sentía por Timothy, contra lo que el recuerdo de sus besos
y sus caricias provocaban en su cuerpo.
Acabó deseándolo con tanta fuerza, que el tener que contenerse la llevó a
terminar llorando y sintiéndose frustrada de nuevo, atada de manos y sin salida
ante tanto amor.
—¿Por qué tengo que amarte así? ¿Por qué tengo que necesitarte tanto? ¡No es
justo! No es justo y te odio por eso. Te odio Timothy Rumsfeld —expresó, en
medio de un llanto amargo, cargado de dolor.
Regresó a la habitación que aún seguía en penumbras, casi una hora después,
cuando pudo calmarse, luego de llorar hasta sentir que se quedaba sin
lágrimas. Caminó hasta la cama y se tumbó de nuevo en esta, cerrando los ojos
y esforzándose por conseguir dormir, pero el sueño le rehuía, dejándola a
merced de los recuerdos.
Sin embargo, después de todo lo que había pasado, no era fácil creer de
nuevo, además, no quería hacerlo, ya había sufrido demasiado en su corta
vida, como para seguir haciéndolo; mucho menos por un hombre que la usó
para consolarse por haber perdido a otra mujer.
Afuera de la alcoba, los relámpagos que surcaban y rompían durante segundos
el cielo oscuro, eran la mayor prueba del poder que tenía la tormenta que se
desataba en altamar.
Esas luces brillantes la iluminaban como los flashes de una cámara, que
incluso, a través de sus párpados cerrados, la cegaban.
Así como la botella de whisky que se había bebido, mientras releía su viejo
diario y se torturaba pensando en lo que habría sentido Brigitte al enterarse de
todo lo que allí estaba escrito. Estaba seguro de que cada palabra que leyó le
había destrozado el alma.
Había sido un miserable con ella. Durante años la ignoró, fue un egoísta que
solo veía cuánto sufría por haber perdido a Emma, pero no se fijó en la mujer
a su lado, aquella que estaba dispuesta a todo por hacerlo feliz, por sanar sus
heridas. Él nunca le permitió ir más allá.
Una idea estalló dentro de su cabeza, bajó del taburete donde se encontraba
sentado, y con algo de
Apretó los párpados con fuerza, dejando que las lágrimas rodaran por sus
mejillas, y se llevó una mano a los labios, para ahogar los sollozos que
luchaban por salir y parecían desgarrarle la garganta.
»¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te fuiste Brit? ¿Por qué me dejaste? ¿Acaso ya
no me amas? ¿Es eso Brigitte? ¿Ya no me amas? ¡Por favor, háblame! Dime
algo…, lo que sea. Dime lo que sea, que he sido un miserable…, yo lo sé
princesa, lo sé… —expresó en medio de un llanto amargo y se dejó caer
sentado en el piso.
Brigitte sentía que estaba poniendo a prueba su cordura, pero el solo hecho de
pensar en cortar esa llamada e imaginar lo que sentiría al dejar de escuchar su
voz, la destrozaba; así que, prefería seguir torturándose, mientras se tragaba
todos sus sollozos.
¿Cómo puedes pensar que te he dejado de amar? ¿Cómo puedes creer algo así
Timothy? Si eras una de las razones de mi existir…, si eras mi futuro.
—Yo también me estoy muriendo… —pronunció con la voz ahogada por las
lágrimas, y después colgó.
Se llevó las manos al rostro, para ahogar los sollozos que brotaban de sus
labios, y así esconder la vergüenza de sentirse tan débil. Se dejó caer sobre la
cama y comenzó a golpear con su puño cerrado la almohada, descargando la
impotencia que sentía al no poder luchar contra ese amor.
Mientras la brisa que entraba por la puerta abierta del balcón traía consigo el
rumor de la tormenta, del mar y la voz de Édith Piaf, quien cantaba The
Autumn Leaves; su versión en inglés de la famosa Les Feuilles Mortes.
Ese sentimiento la hizo consciente de que debía tomar una decisión de una vez
por todas; ya no podía seguir alimentando esa esperanza inútil, de tener una
vida al lado de Timothy, ya no más, porque su tranquilidad, su felicidad, su
futuro y su vida dependía de ello.
Capítulo 37
Era muy difícil lidiar con el dolor, por lo que caminó de regreso a la cocina y
se sirvió otro vaso de whisky; se lo llevó a los labios, bebiéndolo todo de un
solo trago. Era consciente de que la mejor manera para hacerle frente a lo que
sentía, era dejar de hacerlo, y eso únicamente lo conseguiría bebiendo hasta
quedar inconsciente, para no saber nada de Brigitte ni de él.
Sin embargo, el destino parecía empeñado en jugar con sus esperanzas, por
ello, cuando escuchó el timbre de la puerta retumbar en cada rincón del
departamento, sintió que el corazón se le desbocaba en latidos una vez más y
su pecho se iluminaba como noche de Navidad.
—¿La perdiste? ¡Espera hombre! ¿Qué dices? ¿Cómo que perdiste a Brigitte?
¿Qué le pasó? —
Una vez más Timothy rompía a llorar, sin poder creer que Brigitte ya no estaba
junto a él, a pesar de saber que había leído el diario y que tenía muchos
motivos para marcharse, no terminaba de asimilar que lo hiciera.
Apenas podía con el peso de su amigo, y sentía que se le escurría de entre los
brazos. En los cinco
años que llevaban conociéndose, nunca había visto a Timothy tan borracho.
Solo una vez, hacía ya un tiempo, lo vio tomar casi una botella de whisky él
solo; y cuando le preguntó la razón, solo le esquivó la mirada, quedándose en
silencio; pero incluso, en aquella ocasión, no llegó a ponerse de esa manera.
—No, no quiero café… Lo único que deseo es seguir bebiendo, hacerlo hasta
que no pueda sentir nada, hasta que se me olvide la clase de mierda que soy…
Eso es lo que quiero. —Intentó ponerse de pie de nuevo, para ir en busca de la
botella que había dejado sobre la encimera.
—¡Maldita sea Peter, dame eso y déjame en paz! —gritó, extendiendo su mano
para alcanzarla.
—No lo haré, puede que hoy me odies, pero mañana me lo vas agradecer, sé
lo que te digo.
Timothy intentó forcejear con Peter para obtener la botella, pero estando tan
ebrio, le costaba mucho luchar contra la agilidad de su amigo.
Se había hecho una abertura en la ceja derecha, que no parecía ser muy grande,
pero que sangraba con intensidad.
Se quedó en silencio, viendo cómo Peter sacaba algunos trozos de hielo y los
envolvía en otro paño.
Peter lo miró sin saber si creerle o no. Era evidente que el golpe lo había
afectado; tal vez el dolor lo estaba haciendo reaccionar. Decidió darle un voto
de confianza y lo ayudó a ponerse de pie con cuidado; y no se marchó hasta
que lo vio dormido en su cama.
No se marchó por voluntad propia, sino para darle su espacio y que pudiera
desahogarse con libertad; sabía que en casos de desamor, no había nada mejor
que la soledad.
Mientras caminaba, recordaba lo que había hecho horas antes. En cuanto salió,
la dueña de la posada le preguntó por su «esposa». Tuvo que mentirle y
decirle que ella no se sentía muy bien, que había pedido descansar.
—No vas a poder dormir teniéndola tan cerca… ¡Dios, esto es una locura!
Algo muy malo tuve que
haber hecho en la vida para merecer esto. —Se dijo, regresando de sus
recuerdos y enfocándose de nuevo en el presente.
Caminó con paso lento y saludó al joven que había quedado en la recepción,
en lugar de la dueña.
Brigitte no pudo decir nada, solo dejó que las lágrimas corrieran en silencio
por sus mejillas, y buscó refugio en él. Hundió su rostro en el pecho de
Donatien, mientras aferraba sus manos a las solapas del grueso abrigo que
vestía.
—dijo acunándole el rostro entre las manos, para hacer que lo mirara a los
ojos—. Tú vales demasiado para estar sufriendo por un perdedor como él.
—No tienes que disculparte por nada, no eres la primera mujer que llora por
un desamor, y jamás me darás pena Brigitte… ¿Es que acaso no lo ves? ¿No
ves la mujer tan extraordinaria que eres? —preguntó con su mirada anclada en
la de ella, quería que viera que era sincero.
Brigitte lo miró por encima del hombro y pensó en rechazarlo, pero la efusiva
sonrisa que Donatien le dedicaba y esa mirada llena de ternura, le impidieron
hacerlo. Se acercó hasta él, intentando emular su mismo gesto, pero por más
que se esforzó, sus labios no pudieron entregárselo; solo le extendió la mano.
Ella deseaba preguntarle por qué hacía todo eso, pero le temía a la respuesta
que pudiera darle; porque, aunque sospechase el tipo de sentimiento que él le
profesaba, no deseaba hacerse ideas erróneas.
Ya suficiente había tenido con creer que Timothy la amaba, cuando no era así;
no pasaría lo mismo con su exprofesor.
Ella ya se había vestido con su ropa de dormir más discreta, y encima llevaba
el abrigo más largo, de los que había encontrado en su equipaje. Lo vio salir a
los pocos minutos, tomar un libro que había dejado sobre la mesa y acostarse
en el sillón.
Debes tener el alma y el corazón en paz, por eso duermes así… Ojalá yo
también pudiera hacerlo.
Pensó, al ver la respiración acompasada de él y cómo parecía estar
profundamente dormido. Cerró los ojos y se dispuso a seguir su ejemplo,
debía descansar o le costaría mucho levantarse temprano, para tomar el tren a
París.
Brigitte estaba ajena al calvario que estaba viviendo Donatien en ese instante.
Él no dormía, por el contrario, era absolutamente consciente de ella, y su
deseo crecía a cada segundo.
Estaba luchando contra sus ansias y su instinto de hombre, que clamaba por
estar en esa cama junto a ella, por amarla hasta quedarse sin aliento.
Capítulo 38
Sabía que de una u otra forma, terminaría pagando por las decisiones de
terceros; pues tanto su prima Brigitte, quien se había dado a la fuga; como el
condenado de Timothy Rumsfeld, quien se negó a abrirle la puerta de su
departamento, cuando lo fue a buscar esa mañana, para que la acompañara al
puerto. La habían dejado con la tarea de ser quien recibiera a sus familias.
Vio a los pasajeros de primera clase, quienes comenzaban a bajar, entre ellos
los padres de Timothy, también su tía Karla, su tío Benedic y su primo Allan.
Verlos a todos tan felices e ignorantes del desastre que había sucedido, hizo
que el temblor en sus piernas aumentara.
—¡Qué alegría tenerlos aquí una vez más! —expresó, mientras se acercaba a
abrazarlos, e intentaba mantener una sonrisa en sus labios.
Las dos se fundieron en un abrazo, pues se sentían como madre e hija, ya que
Karla prácticamente la había criado, después de que esta quedara huérfana de
madre, a los quince años, y sola en el mundo; pues nunca más se supo de su
padre, desde que las abandonó.
—Y los años no pasan por usted tía… Luce espléndida —respondió Margaret,
mostrando una gran sonrisa; imaginando que su madre, de estar viva,
seguramente luciría igual de hermosa que su tía.
—Muchas gracias querida, no tienes ni idea de cuánto bien le hace a una mujer
escuchar esas palabras, después de cierta edad —dijo, en un tono confidente.
—Tío, qué emoción verlo —expresó ella, entregándole una hermosa sonrisa,
mientras se dejaba admirar.
—Lo mismo digo hija…; aunque viéndote tan rebosante de juventud, me haces
sentir viejo.
—No diga esas cosas, usted y mi tía aún son muy jóvenes —señaló con
convicción.
—Eres una mujer muy malvada —pronunció con seriedad, pero luego le
entregó una sonrisa cómplice y un guiño. Se detuvo antes de comenzar a
caminar, sintiéndose extrañado de la ausencia de su hermana y su cuñado—.
Espera un momento, aquí faltan dos personas. ¿Dónde están Brigitte y
Timothy? ¿Acaso están tan enamorados que se les olvidó que llegábamos hoy?
—preguntó Allan, queriendo hacer una
—Es cierto, ¿dónde está nuestro hijo? ¿Por qué no ha venido contigo
Margaret? —inquirió Violeta, la madre de Timothy, quien miraba a su
alrededor, buscándolo.
—Por favor, no nos alarmemos, miren cómo está de abarrotado este lugar,
seguramente no encontraron dónde estacionarse y están en el auto
esperándonos —pronunció Theodore, el padre de Timothy, quien siempre le
buscaba lógica a las cosas.
—Creo que lo mejor será salir de aquí, deben estar exhaustos por el viaje —
dijo y caminó para guiarlos.
Benedic sonrió, pensando que estaba en lo cierto, que su hija les había
preparado una sorpresa, y que su sobrina Margaret era la cómplice. Eso hizo
que sus deseos de abrazar a su pequeña Brigitte fuesen mucho más fuertes.
Les compartió su idea con disimulo a los demás; sobre todo, para no arruinar
los planes de las chicas.
Allan presentía que había algo más detrás de la ausencia de Brigitte y Timothy.
Su hermana nunca había faltado a la llegada de su familia; por el contrario,
siempre se mostraba ansiosa y los esperaba desde horas antes en el puerto.
Según ella, apenas podía dormir la noche antes.
—Será mejor que esperemos a llegar a la casa —dijo ella, sintiendo que el
estómago se le encogía por los nervios.
—¡Vamos Maggie! No seas aguafiestas, cuéntale a tu querido primo —pidió,
mostrando una sonrisa encantadora, su arma más eficaz para las mujeres.
—Sabes bien que no, la paciencia no es una de mis virtudes, así que habla —
ordenó, mirándola a los ojos.
—Si te digo algo en este momento, Brigitte me matará, así que tendrás que
esperar a que lleguemos.
Sabía lo que era estar enamorado y sentir deseos por una persona; él y su
difunda esposa Soraya, quien muriese trágicamente durante un bombardeo; se
habían entregado a los placeres del cuerpo, mucho antes de estar casados.
Así que no podía juzgar a su hermana, si ella había decidido hacer lo mismo
con su novio. No sería él quien se lo reprocharía. La adoraba demasiado y le
prometió que siempre la apoyaría en todo.
—Solo espero, primita, que la sorpresa que les tienen Brigitte y Timothy a
nuestros padres, no sea de esas que nacen llorando después de nueve meses.
Por el bien de ustedes. —Su tono de voz se había tornado serio.
—¡Oh por Dios! Deja de decir tonterías Allan, y ya déjame en paz, que no te
diré nada —reprochó ella, pensando que, en realidad, era algo mucho peor.
Una vez más, Margaret le rehuía la mirada; sentía que él podía leerle la mente
y adivinar lo que estaba sucediendo. Le rogaba a Dios que le diera mucha
serenidad y valor para poder comunicarles a todos, la decisión de Brigitte.
Capítulo 39
Los dos autos negros estacionaron frente a la bella y clásica fachada blanca
estuco, que seguía el mismo estilo elegante de las casas vecinas, ubicada en la
exclusiva zona de Walton Place, Knightsbridge.
Margaret ya no podía con más tensión, sentía que iba a quebrarse en ese
momento y se pondría a llorar como una niña. Miró esa sonrisa tan efusiva y
hermosa de su tío, haciendo que el dolor dentro de ella fuese más intenso.
—Por favor Betty…, lleve al estudio de mi tío vasos con agua de azúcar. —Le
susurró a la empleada.
—Como usted diga. —Betty salió enseguida hacia la cocina, temiendo por lo
que iba a ocurrir.
—¿Qué sucede hija? —preguntó Karla sin poder esconder el miedo que la
había invadido.
—Por favor, tomen asiento... Lo que tengo que decirles es muy complicado —
explicó mirándolos.
—Maggie, ya deja los rodeos y dinos de una buena vez lo que está pasando —
exigió Violeta, realmente angustiada.
—Tío, necesito que se calme —pidió con los ojos al borden del llanto, y le
acarició la mejilla.
—¡Oh por Dios! ¡Mi Brit, mi niña! —exclamó Karla presintiendo lo peor y
comenzó a llorar.
—Vamos a calmarnos y a dejar que Maggie nos explique todo. —Allan quiso
mostrarse racional, mientras suplicaba que no fuera nada de lo que
sospechaba.
—Sí, por favor… Ven Karla, siéntate querida. —Violeta le ayudó a tomar
asiento de nuevo, tomándole las manos.
—¿Qué quieres decir con eso? ¿Dónde están mi hermana y Tim? —Allan
comenzaba a desesperarse
—. ¿Ella está bien? ¿Brigitte está bien? —preguntó, tomándola por los
hombros para que le diese las respuestas que necesitaba.
—Está bien, pero necesito que se calmen y me escuchen, por favor. —Los
miró a los ojos y todos asintieron en silencio, ocupando los asientos dentro del
despacho. Ella dejó libre un suspiro y continuó
—Por favor, dejemos continuar a Maggie —pidió Allan con el ceño muy
fruncido, revelando su molestia.
Sin embargo, lo que reinó los primeros segundos dentro del estudio, fue el
silencio, después vinieron unos jadeos cargados de sorpresa. El golpe en la
puerta, indicó que Betty había llegado justo a tiempo con el pedido de
Margaret.
—Disculpen señores —dijo la empleada entrando al lugar con una bandeja
cargada de vasos con agua.
—¡Ay por Dios mujer, ven en otro momento! —ordenó Karla, quien no quería
que la servidumbre se
—Tranquila tía, yo le pedí que trajera esto… Por favor, beba un poco, le hará
bien —mencionó Margaret, acercándole un vaso, al verla tan pálida.
—¿Se marchó a dónde? —Allan se negó a recibir el vaso que Betty le ofrecía,
a él no lo calmarían con nada.
—Bien prima, somos todo oídos. ¿A dónde fue Brigitte? —dijo, una vez que
quedaron solos de nuevo.
—No lo sé, ella solo… hizo un par de maletas y se fue a la estación de trenes
—explicaba, cuando su primo la detuvo de nuevo, acercándose a ella.
—Bueno…, cuando él leyó la nota que Brigitte le dejó, se puso como loco y
fue hasta la estación a buscarla. Yo me quedé en la casa por si ella se
arrepentía y volvía, pero al ver que ya habían pasado un par de horas y
ninguno de los dos regresaba, también tomé un taxi y fui a buscarlos.
—Es solo un desmayo, pero será mejor que la llevemos a su habitación. Han
sido muchas emociones por hoy, necesita descansar —pronunció en tono
calmado.
—Por favor Allan, tráela; trae a mi niña…, tráenos a Brit de regreso —pidió,
con lágrimas en los ojos.
—Padre, quédese con ella y haga que descanse, yo intentaré averiguar todo lo
posible; le pediré a Margaret que me explique con detalle lo que sucedió ese
día.
Allan asintió, apretando los labios. Le dolía mucho ver a sus padres de esa
manera, tan angustiados por culpa de su hermana. En ese instante desconocía
por completo a Brigitte. Había sido una egoísta y una irresponsable.
Capítulo 40
Por el otro, estuvo toda la noche soñando con Brigitte, corriendo tras de ella y
gritándole, desesperado por atraer su atención; pero no conseguía que se
volviera a mirarlo, era como si fuese invisible para la mujer que amaba.
Pensó en caminar hasta el baño para curarse, pero quien tocaba, parecía tener
mucha prisa, así que fue a atender primero, antes de que terminaran tirando la
puerta.
—Sabía que estarías aquí, escondiéndote como una maldita rata —pronunció
con la voz tan ronca que parecía un trueno, y lo pegó de un empujón a la pared
—. ¿Dime qué demonios le hiciste a mi hermana?
—¡Maldita sea! No puedo creer esto… Brigitte perdida, quién sabe dónde y
expuesta a un montón de peligros, y tú aquí, emborrachándote como un
desquiciado. —Le reprochó, al sentir el aliento impregnado de alcohol de
Timothy.
—¡Que fueras tras ella…, que intentaras recuperarla! —dijo en el mismo tono,
sintiéndose furioso y desesperado.
—¿Y acaso crees que no lo hice? Salí de aquí como un estúpido hasta la
estación, le pregunté a todo el mundo por ella; mostraba su foto, confirmando
si alguien la había visto. Hice todo lo que estuvo a mi alcance, pero no sirvió
de nada. Desapareció sin dejar rastro.
Timothy se detuvo al borde del llanto, y empujó a Allan para liberarse; sentía
que no podía respirar; el
dolor de saber a Brigitte lejos de él, lo estaba torturando de nuevo, así como
el peso de sentirse culpable, porque en el fondo, sabía que solo él la había
defraudado.
—Imagino todo lo que te dijo, pero quiero que sepas que yo nunca quise
lastimar a tu hermana… La amo con toda mi alma. —Lo miró a los ojos para
que le creyese.
—Y si eso es así, ¿por qué te negaste a hacerla tu esposa? ¿Es que acaso
Brigitte no merecía serlo? —
Le reprochó.
Brigitte es todo para mí, ella era mi futuro…, ella sería mi esposa, la madre de
mis hijos…, mi mujer —
—¿Qué demonios pasó entonces? Porque uno no deja ir a la mujer que ama y
se hunde en el alcohol; en realidad, no le da motivos para que lo abandonen…
Suspiró, cansado, y se llevó las manos al cabello, cerrando los ojos para que
las ideas que bullían en su cabeza, no terminaran por volverlo loco.
—No… Brigitte no tiene culpa de nada, como dijiste antes, aquí el único
responsable soy yo… Porque no supe cuidar de ella ni valorarla como
merecía. Fui un imbécil —murmuró Timothy, aceptando su condena.
Esa había sido una de las promesas que le hiciera Donatien, y ella estaba feliz
ante la sola idea de que pudiera cumplirla.
—No es por hacer alarde, pero es mucho mejor que Dover —bromeó,
haciendo alusión al destino inicial de ella.
Brigitte sabía que estar allí junto a Donatien, era lo mejor que le pudo haber
pasado, pues de haber seguido sus planes de viajar hasta Dover, lo más
probable era que hubiese terminado internada en alguna posada triste, gris y
fría, mientras se torturaba con los recuerdos de aquel amor plagado de
mentiras.
Aunque entre sus planes y sus deseos estaba ser algo más para su bella musa,
sabía que eso no sería a corto plazo, que debía poner todo su empeño.
Primero debía hacer que dejara detrás todo ese dolor que le causó el
miserable de Timothy Rumsfeld; segundo, que volviera a confiar, que viera la
maravillosa mujer que era; y tercero, enamorarla y hacerla inmensamente feliz.
Nunca le había pasado con ningún otro hombre, y se sintió apenada, por lo que
le esquivó la mirada.
Él lamentó que ella alejara su mano, quería seguir disfrutando de ese contacto,
que solo duró segundos, pero que puso a su corazón a latir desbocado.
Sin embargo, una vez más, se recordó que debía darle tiempo. Le dedicó una
sonrisa, actuando de manera casual, como si ese gesto no hubiera significado
nada transcendental.
Caminó con ella para tomar un taxi y le pidió que lo llevara hasta un buen
hotel, donde Brigitte se hospedaría; no le ofreció que se quedara en el piso
que alquiló en el barrio de Montmartre, porque no estaba seguro de poder
soportar una noche más junto a ella en la misma habitación, sin dejarse llevar
por sus deseos, así que prefirió poner distancia entre los dos, al menos por un
tiempo.
Capítulo 41
Sabía que era su prima Brigitte quien llamaba, pues le había prometido
hacerlo en cuanto llegase, a cualquiera que fuese su destino. Al fin logró entrar
al departamento, lanzó su bolso al sofá y tomó el auricular.
—¡Por Dios Brit! Te dije que solo estoy agitada porque corrí del elevador al
departamento, no tengo porqué mentirte. Si tuviera a un hombre en mi
habitación, igual te lo diría. —Se expresó con la
—¿Qué quieres decir? ¿Cómo que mis padres y Allan están locos? ¿Cómo se
enteraron?
Después de eso, volvería a Londres y hablaría con sus padres; pero ese nuevo
evento lo cambiaba todo, aún no se sentía preparada para estar frente al
hombre que, por desgracia, seguía amando.
Ellos deseaban darnos una sorpresa adelantando su viaje, y por eso llegaron
antes. No tenía forma de comunicarme contigo para contarte —explicó,
mostrándose como una víctima más de todo eso, quizás la mayor.
—Necesito hablar con ellos —dijo, porque sabía que debía hacerlo, sus
padres merecían una explicación.
—En eso estamos de acuerdo, ellos están muy mal Brit… Tía Karla hasta se
desmayó, y tío Benedic, aunque intenta mostrarse fuerte, es evidente que
también está muy afectado. —No quería alarmar a su prima, pero necesitaba
decirle la verdad.
—Lo sé prima, aunque era algo inevitable, tu familia también saldría afectada
con todo esto. Pero no ganas nada con atormentarte, lo mejor será que hables
con ellos y los tranquilices.
—Sí, los acabo de dejar allí, tuve que esperar hasta que Allan llegase. Él vino
al edificio a hablar con Timothy, quería exigirle una explicación por lo
sucedido.
—Bien, yo solo vine a buscar algo de ropa. Me gustaría estar presente cuando
los llames, por si necesitan apoyo. Por favor, dame una hora para regresar y
acompañarlos.
—Por supuesto Maggie… ¡Dios mío! No te imaginas cuánto lamento todo esto,
yo… yo esperaba…
No lo sé, esperaba contar con el tiempo para regresar. Solo quería estar unos
días lejos de todo, poner en orden mis sentimientos y luego volver, pero la
llegada de mis padres lo precipitó todo.
—Cálmate, ahora no ganas nada con lamentarte, debes estar tranquila para
poder demostrarle a mis tíos que estás bien, eso es lo que más les preocupaba.
Pero si tienen la certeza de que estás a salvo, seguramente se apaciguarán.
—Está bien…, hablamos en una hora. Gracias por todo Maggie, te quiero y te
extraño mucho —
expresó reteniendo los sollozos, pero las lágrimas una vez más rodaban por
sus mejillas.
Al final, terminó siendo Karla, quien se apoderó del mismo y se lo llevó hasta
el oído. Necesitaba escuchar la voz de su niña y saber que estaba bien.
—¿Brit? ¿Eres tú hija? —preguntó con la voz temblorosa, por el llanto que
inundaba su garganta.
—Mi pequeña…, princesa; por favor, dime dónde te encuentras, dime que
estás bien —pidió sin poder contener sus lágrimas, aferrada al auricular.
—Estoy bien mamá, no se preocupen por mí… Estoy bien. —Le confirmó,
intentando controlar su llanto. No podía dejar ver que estaba muriendo de
tristeza.
—Está bien princesa, te creo… pero por favor, dime dónde te encuentras.
Brigitte, tienes que permitirnos verte; o de lo contrario, no estaremos
tranquilos —rogó, mirando a su esposa. Podía ver la misma súplica en los
ojos grises de Karla, que estaban colmados de lágrimas.
—Pero hija… ¿Qué sucedió? ¿Por qué hiciste todo esto? ¿Por qué te fuiste de
esta manera? —Aunque se había prometido no atormentarla, necesitaba
respuestas.
Solo quiero pedirte que confíes en mí… Papi, de verdad, voy a estar bien.
—Mi amor…, mi vida, por favor… —decía a punto del llanto—. Debes
prometérmelo cariño…
—Sí…, te lo prometo.
—No me calmo madre, alguien tiene que decirle a Brigitte lo que aquí estamos
sufriendo; todo porque a ella se le ocurrió la brillante idea de escapar de
Londres para castigar a su novio, sin pensar en el daño que le estaba haciendo
a su familia.
Todo eso lo dijo también a la bocina, para que Brigitte escuchase. Ella no
tenía ningún derecho de hacerlos sufrir de esa manera, todo porque Timothy
Rumsfeld le causó un desengaño. La escuchó sollozar y el sonido le encogió el
corazón, pero debía hacerla reaccionar; se suponía que para eso era su
hermano mayor, para cuidarla y evitar que hiciera estupideces.
—Lo siento madre —mencionó, sintiendo lo mucho que le dolía verla de esa
manera. Se arrodilló junto al sofá, donde Karla se dejó caer sentada.
—No debiste decirle todas esas cosas. —Le reprochó Benedic, tumbándose
también en el sillón.
—Brigitte estará bien… Ella sabe cuidarse, y sé que donde está, se encuentra
segura. No es una chica
Margaret suspiró antes de continuar, para liberar un poco la presión que sentía
en el pecho, a causa de la culpa que le provocaba ver a sus tíos y a Allan
sufriendo de esa manera; pues en parte, se sentía responsable.
Todo lo que hacía, su vida entera giraba en torno a él, al son que le tocara… Y
eso no es justo para nadie.
Capítulo 42
Timothy le daba vueltas entre sus dedos al vaso de fino cristal de Baccarat,
que contenía el exquisito y fuerte whisky Jack Daniels, que su padre había
traído desde los Estados Unidos.
En los últimos días, solo así lograba conciliar el sueño; bebiendo hasta
olvidarse de quién era y de la desgracia que tenía por vida.
Ya había pasado una semana desde que ella se marchara, pero para él, esos
días no parecían haber transcurrido. Siempre se despertaba en medio del
mismo dolor y la misma desesperación que sintió aquella mañana, cuando leyó
la carta que le dejó.
Ni siquiera contaba con la ayuda de los Brown; pues, desde que le contara a
Allan el motivo real por el que Brigitte se marchó, se lo ganó como enemigo.
Quien fuera un gran amigo para él durante años, desapareció en ese momento,
dejando solo a un hombre lleno de odio.
Theodore lo miró a los ojos, sabía que era muy probable que Timothy se
negase, pues estaba empeñado en dar con el paradero de Brigitte; y le había
dado su tiempo para buscarla, pero después de una semana sin resultados, era
hora de que la dejara de lado y continuara con su vida.
—¡Por el amor de Dios! Eso es una locura Timothy, solo estás perdiendo el
tiempo. Llevas una semana buscándola, y siempre regresas aquí derrotado y
sintiéndote miserable, como si todo esto solo fuese tu culpa. —No pudo seguir
conteniéndose, ya no iba a quedarse de brazos cruzados.
—¡Es mi culpa! —gritó Timothy, le parecía increíble que sus padres no vieran
eso.
—Por favor hijo, cálmate. —intercedió Violeta, sabiendo que no sería fácil
hacerle entender las cosas a Timothy.
Theodore fue despiadado y directo con su hijo, fue consciente, por el gesto en
el rostro de Timothy, que lo había lastimado, pero no podía seguir tratándolo
con guantes de seda. No ganaría nada alimentando sus ilusiones; por el
contrario, solo terminaría perjudicándolo más.
—Nuestro hijo solo está perdiendo el tiempo Violeta. Eso es lo que hace. —
La interrumpió, respirando profundo e intentando relajarse un poco—.
Comprendo que te sientas responsable y que desees ayudar a los Brown en la
búsqueda de Brigitte, pero eso no puede ser a costa de tu futuro; no puedes
dejar pasar lo que te espera en Harvard.
—¡Harvard! Fue precisamente eso lo que desató toda esta desgracia, porque
no le conté sobre la propuesta que me había hecho el doctor Montgomery,
porque la excluí de mis planes; y si hubiera sabido que todo esto pasaría,
jamás la hubiese aceptado —mencionó, recordando con dolor aquella
discusión.
—¡Oh por favor! Esas son tonterías. No tenías por qué estar consultando con
ella cada paso que dabas o las decisiones que tomabas. —No pudo evitar
mofarse de las palabras de su hijo.
—Por favor mujer, solo le estoy poniendo un ejemplo; después de todo, esa
joven no era su esposa; era solo su prometida —acotó, ante el comentario tan
exagerado de su esposa. Era absurdo que se molestase con él.
como mi esposa —dijo con seguridad, mirando a sus padres a los ojos.
gritó, furioso.
—Eso no es algo que esté en sus manos evitar. Le recuerdo que soy un hombre,
no un chico al que pueda decir qué hacer y qué no. —Lo desafió, plantándose
ante él.
—Por favor… Theodore, Tim… No tenemos por qué llegar a esta situación,
vamos a calmarnos.
Brigitte; sin tener la certeza de que está bien. Necesito eso al menos.
—¿Y cuánto tiempo te llevará eso Timothy? —cuestionó una vez más
Theodore.
—¿Y mientras tanto, qué harás? ¿Seguir bebiendo todas las noches hasta
quedar inconsciente? —Vio que su hijo se tensaba ante ese reproche, pero
continuó, porque necesitaba hacer que abriera los ojos—.
¿Qué? ¿Acaso crees que no nos hemos dado cuenta de que todas las noches te
encierras en tu habitación con una botella de whisky?
—¿Ah no? Pues creo que es justo el instante en que debemos hacerlo. Si no
paras ahora, dentro de unos meses serás un alcohólico; habrás arruinado tu
futuro, y Brigitte estará rehaciendo su vida lejos de
ti.
Se había excedido, y lo peor era que no sabía cómo reparar las cosas.
—Lo siento —dijo y salió de prisa del lugar, sin tener el valor de mirarlos a
los ojos.
Sin embargo, no pudo hacerlo a tiempo; él salió, dejándolos solos y con una
sensación de impotencia que los carcomía.
A este se lo quitó la guerra, y contra esa maldita no pudo hacer nada, pero
salvaría a Timothy de arruinar su vida por culpa de Brigitte Brown.
Capítulo 43
También deseaba animarla, ya que después de la llamada que les hiciera a sus
padres, ella había quedado muy deprimida. Se sentía culpable por haberse
marchado de Londres sin esperarlos.
—Aquí me parece perfecto, el clima hoy es agradable, no hace tanto frío; así
que debemos aprovechar el sol, tanto como nos sea posible —esbozó con
entusiasmo.
El camarero llegó hasta ellos para hacerle entrega de los menús, además de
sugerirles la especialidad de la casa y otros platillos dentro de la carta, que
les gustaban mucho a los turistas; pensando que la hermosa chica americana,
quizás prefería algo más propio de su país.
—Bien… Veamos…
Donatien, paseó su mirada por la carta, había notado en los pocos días que
llevaban juntos, que ella siempre le dejaba a él la toma de decisiones;
aceptando sin chistar cada una de sus sugerencias. Y no le llevó mucho
suponer que eso lo había aprendido junto a Timothy. Él muy miserable solo la
tenía como a un maniquí de aparador, para exhibirla, sin tomarla realmente en
cuenta.
—¿Ocurre algo? —preguntó Donatien, al ver que ella fruncía el ceño y posaba
su mirada en la mesa.
—No es nada… —Quiso esconder lo que sentía, pero al notar que Donatien
no le creía y que parecía tener el poder para leerle la mente, decidió decir la
verdad—. Es solo que todo el mundo se empeña en llamarme señora —
expresó con algo de desgano.
—Bueno, supongo que es por tu edad —acotó y sonrió, al ver que ella lo
miraba sorprendida—. No es que esté diciendo que seas una anciana ni nada
parecido, pero la mayoría de las mujeres a tu edad, ya están casadas Brigitte;
es lógico que las personas te pongan el título de «señora» —explicó.
—Sí, supongo que debe ser por eso. —Le dio un trago a su copa de agua y
volvió el rostro, para apreciar la impresionante vista que tenían de la torre
Eiffel.
Suspiró y pensó en decir algo para sacarlos de ese pesado silencio, no quería
hablarle aún del motivo de ese almuerzo, pero por lo visto, le tocaría hacerlo.
Se armó de valor, y cuando estaba por abrir la boca, llegó el camarero con la
botella de vino y los Gougères.
—Aquí tienen, les he traído uno de nuestros mejores merlots. Es del viñedo
Maison Castle —
—Sí, está delicioso… Aunque tendrás que beberte casi toda la botella solo,
yo no acostumbro a tomar mucho alcohol.
Buscó rápidamente una salida, pues tampoco deseaba hablar de ese tema con
Donatien, aunque sabía que debía hacerlo y dejarle algunas cosas en claro.
Miró la comida y se enfocó en ella, era justo lo que necesitaba para escapar.
—¿Tu familia sigue viviendo aquí? —De pronto Brigitte quiso saber más de
él, conocer sus raíces, su pasado.
—Bueno, mejor cambiamos de tema. Hoy tenemos muchos motivos para estar
contentos y celebrar. —
La animó, al ver que la sombra de la tristeza cubría una vez más sus bellos
ojos grises—. Tengo algo que decirte.
—¿Ah sí? Soy toda oídos —mencionó, queriendo actuar de manera casual,
pero su estómago se encogió y sus piernas comenzaron a temblar; por lo que
sorbió más vino.
—He encontrado un trabajo para ti —anunció y mostró una sonrisa que llegaba
hasta su mirada.
Brigitte palideció, eso era peor de lo que había sospechado. Suponía que él le
hablaría de conocer a algunos artistas; incluso, llegó a pensar que le hablaría
de esos sentimientos que apenas podía ocultar, pero lo que jamás le pasó por
la cabeza, era que le dijera que había conseguido un trabajo para ella.
Le esquivó la mirada, no podía verla a los ojos y permitir que ella notase que
estaba a punto de llorar.
La comida llegó en ese momento. Todo lucía exquisito, pero él había perdido
el apetito por completo; el peso en su estómago no le daría cabida a nada más,
y lo peor de todo eso era que no podía culpar a
Capítulo 44
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Brigitte ladeó su cabeza para poder ver a
Donatien a los ojos. Él fingía estar muy concentrado en su comida.
—Sí…, tengo un buen amigo allí. El otro día me encontré con él, tomamos un
café mientras nos poníamos al día sobre nuestras vidas y le hablé de ti —dijo
un poco más, al notar que la actitud de ella había cambiado.
—Pero como te digo, el trabajo no era algo muy prestigioso, así que lo mejor
será olvidarlo.
—De ningún modo, dime cuál es el puesto —exigió saber, manteniéndole la
mirada para evitar que escapara.
—Tenían una vacante para guías. Recibirías grupos de turistas y los llevarías
en un recorrido por el museo. Como te dije antes, no es algo muy elegante,
pero pensé que a lo mejor te gustaría —explicó con algo de timidez, pues
sabía que Brigitte venía de una familia con mucho dinero, y ese tipo de
trabajos no era para una chica como ella.
—¿Gustarme? ¡Me encantaría! Pasar todo el día rodeada de las mejores obras
de Da Vinci, Caravaggio, Tiziano, Rubens, Delacroix, Rembrandt… Creo que
voy a desmayarme —dijo, bebiendo todo el vino de su copa.
Donatien sonrió con efusividad cuando la vio tan entusiasmada, tan solo
minutos atrás pensaba que había actuado como un estúpido, y en parte así era,
porque debió consultarle primero.
—Donatien…, eso sería como aprender de ellos mismos mirando sus obras,
detallándolas, descubriendo cosas que no puedes ver con solo mirarlas un par
de veces.
—Creo que comienzo a ponerme celoso. Suponía que sería yo el maestro, pero
contra ellos, evidentemente, no puedo competir —expresó sonriendo y le tomó
una mano.
—Tú también podrás enseñarme muchas cosas —dijo, pero con disimulo
liberó su mano de la de él,
Brigitte decía la verdad, era algo que sabía que en ese momento la llenaría
mucho, que le ayudaría a distraerse, para no estar todo el día recordando o
pensando en Timothy.
Era justo lo que necesitaba; además, suponía que cumplía con el perfil que el
museo pedía, ya que había estudiado arte, conocía las obras, a cada artista; su
lengua materna era el inglés, pero hablaba perfectamente el francés, y se
defendía muy bien con el italiano.
—Necesito un lugar donde vivir… Dudo mucho que el salario de una guía de
museos, me alcance para seguir pagando una habitación en el Hotel des Saints
Pères —acotó, mostrando un gesto de congoja en sus labios, pero su mirada
sonreía.
Donatien se sintió encantado ante ese gesto; podía ver, por el brillo de su
mirada, que decía la verdad; ella estaba realmente feliz y eso lo liberó de
culpas. Recuperó su entusiasmo, le entregó una sonrisa amplia, sincera, que
pasó a ser una breve carcajada.
—Sí, bueno… Esto sí fue una casualidad… Hoy, mientras caminaba para
tomar un taxi, pasé por una parada de autobuses, y por allí vi un cartel, donde
ofrecían un departamento en alquiler. Es en un edificio cerca del mío, a unas
dos manzanas… Podrías llamar y concretar una cita, si te interesa.
Donatien escogió muy bien sus palabras, para no vivir un episodio como el
anterior. No deseaba que Brigitte se sintiera presionada.
—Tu barrio es hermoso, yo encantada viviría allí —respondió con una sonrisa
amable—. ¿Qué te parece si esperamos a hablar con tu amigo del Louvre, para
entonces ir a ver el departamento? —sugirió.
—Por supuesto, una cosa a la vez —concedió de inmediato. Vio que Brigitte
le extendía la mano por encima de la mesa, así que con rapidez le entregó la
suya.
—No tendrás que hacerlo, no espero recibir nada a cambio Brigitte; todo lo
hago de corazón, porque me nace y porque me alegra hacerte feliz.
Él también habló con la verdad. Se llevó la mano de ella a los labios y le dio
un beso lento, cargado de ternura, mientras la mirada a los ojos.
Miró la comida en su plato, la cual ya estaba muy fría para fingir que seguiría
comiendo, así que necesitaba algo más para escapar de ese momento.
—No aquí. Te llevaré a otro de mis lugares favoritos en París, sospecho que te
encantará —dijo, haciéndole una seña al camarero para pedir la cuenta.
A ella le resultó tan encantador, que respondió con el mismo gesto, curvando
sus labios, y pasó su brazo por el de Donatien.
Caminaron por un par de calles, las que a medida que se acercaban hasta los
jardines del Monte de Marte, se hacían más concurridas.
—He estado aquí un par de veces… y es como si lo hiciera por primera vez,
no deja de asombrarme el poder que tiene… Es… es intimidante, te hace
sentir pequeña y no hablo solo por su altura, es algo más… —decía Brigitte,
admirando el hermoso entretejido de hierro.
Él explicó su punto de vista, lo que lo hacía sentir esa estructura; por suerte,
no vivió la ocupación, pero los recuerdos de muchos de sus familiares, que se
quedaron en la ciudad, le helaban la sangre cada vez que le contaban. Lo que
sufrió París en aquel entonces fue espantoso.
—Vamos por nuestros postres —dijo, sonriéndole, cautivado ante ese gesto
que ella le entregó.
Caminaron hasta uno de los dos restaurantes que operaban en la torre, después
de que los cuatro originales fueran demolidos.
Donatien solía ir allí de niño. Cuando sus abuelos tenían días libres, llevaban
a todos sus nietos y les compraban helados, fueron días maravillosos.
Lucía igual que el niño de no más de diez años que estaba junto a ellos.
Brigitte lo vio alejarse sin entender sus planes, ni poder controlar tampoco esa
sonrisa que afloró en sus labios, o la emoción que sentía en ese momento. Era
algo contradictorio y la llenaba de miedos, de dudas. Sabía que no podía
ilusionarse ni ilusionar a Donatien, ella no estaba lista para una nueva
relación.
—He regresado. Toma, son para ti —dijo, mostrando una amplia sonrisa, con
el corazón latiéndole muy rápido.
Donatien, me siento como una niña que es llevada al parque —expresó y sus
mejillas se sonrojaron, al recibir el obsequio.
Al tiempo que contenía sus deseos de besarla, al ver ese par de ojos grises
anegarse en lágrimas, que expresaban el dolor que guardaba en su alma; y
fijarse en el temblor de esa pequeña boca rosa de labios carnosos, como el
reflejo de la luna sobre el agua, como las hojas secas que lo rodeaban y que
eran arrastradas por el viento.
Cerró los ojos, dejando escapar un suspiro, como si junto a este, también se
liberase de parte del dolor que sentía, de la presión en su pecho; y cuando
abrió de nuevo sus párpados, encontró delante de ella a un hombre tan
extraordinario, que la abrumó.
Desde algún rincón del Campo de Marte llegaba una bella melodía, que la
hizo estremecer aún más, en cuanto la letra de esa canción entró por sus oídos
y viajó dentro de ella, hasta tocarle el alma.
Et le ciel de Paris
A son secret pour lui
¿Por qué no te conocí antes? ¿Por qué no fuiste tú el hombre que escogiese
mi corazón? Si hubiera sido de esa manera, sé que hoy sería tan feliz. Pero
mi realidad es otra, es otra Donatien, y me duele tanto no poder liberarme
de ella.
Pensó, intentado ahogar sus sollozos, y una vez más, buscaba refugio en él; lo
abrazó con fuerza, quedándose allí por un largo rato, hasta que las luces de la
tarde fueron disipando su dolor y la nostalgia.
Deseando tener una silenciosa despedida de aquel hombre que le hizo tanto
daño y que se llevó con él, todas sus ganas de amar.
Capítulo 45
Estiró sus brazos cuan largos eran, para liberar a sus músculos del
entumecimiento que le habían dejado las horas de sueño, y después se puso de
pie, caminando hasta el baño.
—Cuánto quisiera que los recuerdos de nuestros días felices, fuesen los
únicos que llegaran hasta mi cabeza —esbozó, dejando que el agua tibia se
deslizara por su espalda, mientras apoyaba la frente sobre sus antebrazos que
descansaban en la pared—. Soraya…, amor mío… Pídele a alguien en el cielo
que pare con todo esto.
Esa pesadilla que era tan recurrente, se centraba en el día que su esposa
murió. Fue la vivencia más atroz que hubiese experimentado, incluso después
de haber estado en la Segunda Guerra Mundial.
Sus padres lo apoyaron, porque sabían que gracias a ella se mantuvo vivo,
durante los más de tres años en los que formó parte del conflicto. Fue el amor
de Soraya lo que lo había traído a casa.
—Nunca debimos ir a ese maldito lugar…, nunca debimos esperar tanto para
tener un bebé —susurró, dejando que el llanto una vez más brotara de él sin
ningún reparo, dejándose caer sentado en el piso.
Ya habían pasado doce años de eso, pero aún seguía recriminándose por ello.
Cada vez que algo lo alteraba o que soñaba con ese incidente, todos sus
sentimientos eran removidos.
Sus esperanzas fueron lanzadas por el suelo, cuando escuchó que insistían.
Esta vez sí deseó hablar y
Se limpió las lágrimas con las manos y dejó que el agua de la regadera,
aliviara un poco el enrojecimiento de sus ojos.
—Disculpe que lo moleste señor Allan, pero tiene visita —dijo la voz de una
de las empleadas, desde el otro lado.
Agarró una de las batas de felpa colgadas en el baño, se vistió con ella y
caminó hasta la puerta; abrió, mirando a la sorprendida empleada, que
comenzó a boquear como pez fuera del agua.
finalizó bajando la mirada, y notó que ese hombre tenía hasta los pies bonitos.
—¿Otra vez? ¡Pero qué demonios quiere! ¿Es que acaso no se cansa? ¿No
piensa darse por vencido?
—preguntó, más para él que para la chica. La miró, consciente de que ella
esperaba una respuesta.
Timothy llevaba varios días con una idea rondándole la cabeza. Quería
llevarla a cabo, y para eso, necesitaba cierta información; y esta solo podía
tenerla Allan Brown, así que por ello pensó en compartirle su idea.
Esperaba que quien tiempo atrás fuese un gran amigo para él, dejara de lado su
resentimiento y pensara en el bienestar de Brigitte.
—Bien Timothy Rumsfeld, aquí estoy, ahora di lo que tengas que decir y sal de
esta casa.
Fueron las palabras que dijo Allan en cuanto entró al despacho; caminó,
mirándolo con desdén, y ocupó uno de los sillones frente al ventanal; sin tener
siquiera la cortesía de invitarlo a él a tomar asiento, simplemente lo dejó de
pie, haciéndole entender que debía ser rápido.
Ese gesto le dejó muy claro a Timothy, que no conseguiría lo que deseaba de
manera fácil, sería una lucha reñida, pues conocía muy bien el carácter de su
cuñado. Sin embargo, eso tampoco lo haría rendirse, había ido a ese lugar con
un propósito y lo conseguiría.
—¿Podrías dejar esa maldita actitud para otro momento? Estamos hablando de
tu hermana, quien podría estar en peligro en este momento, completamente
sola, en un lugar desconocido para ella, sin nadie que la proteja.
Sabía que la merecía y por eso la aceptó sin levantarle la mano a Allan, pero
eso no volvería a pasar; esta vez respondería.
Elevó una mano para detener a Timothy, quien se disponía a protestar una vez
más.
»No sé dónde está, nadie en esta casa lo sabe… Ella se ha comunicado un par
de veces con nosotros por teléfono, pero no ha querido decirnos dónde se
encuentra. Supongo que teme que tú te enteres y vayas
a buscarla… Nos ha dejado claro que no quiere saber nada de ti, mucho menos
verte.
Era el precio que debía pagar, así era el amor; cuando se tenía era lo más
maravilloso del mundo, pero cuando faltaba, podía destrozar hasta al hombre
más fuerte.
Capítulo 46
Brigitte entró a su nuevo departamento, venía cargada con algunas cosas, por
lo que debió maniobrar para cerrar con una sola mano. Dejó caer el bolso que
llevaba en el hombro, sobre la cómoda de madera pulida y pizarra, que se
hallaba junto a la entrada.
Los dejó sobre la encimera mientras buscaba un jarrón para llenarlo de agua y
ponerlas dentro; retiró el papel que las envolvía y las acomodó al tiempo que
sonreía, embriagándose con el penetrante aroma que brotaba de ellas.
Tan solo llevaba quince días allí y más de tres semanas fuera de Londres, pero
ya tenía un techo donde dormir y un trabajo para mantenerse.
Había conseguido tantas cosas en tan poco tiempo, que a veces le daba la
impresión de que los días pasaban demasiado rápido.
Sin embargo, cuando caía la noche y se encontraba sin nadie con quien
conversar, entre esas frías paredes, era como si se detuviesen de nuevo.
Llamaba a sus padres para mitigar un poco ese sentimiento de soledad, que era
abrasador; escuchar sus voces la alentaba, pero saberlos tan lejos, también
provocaba en ella mucho dolor.
Las sombras que caían sobre la ciudad, también parecían hacerlo sobre ella;
trayendo consigo aquellos recuerdos tan dolorosos, que no la dejaban en paz,
que la torturaban y le hacían pasar varias horas llorando, antes de caer
rendida.
Así que teniendo eso como su mayor motivación para iniciar un nuevo día, se
maquillaba, se arreglaba el cabello y vestía el uniforme que le habían
entregado.
—Creo que me compraré una mascota, tal vez un ave… o un gato. Necesito
escuchar algo más que mi propia voz, al llegar a este lugar o terminaré
volviéndome loca —dijo, mientras se quitaba los zapatos y los ponía a un
lado.
Se masajeó un poco los dedos que estaban adoloridos, por tener que estar de
pie durante tanto tiempo.
Después, metió las manos bajo su falda y desabrochó los ligeros, para quitarse
las medias; cuando acabó, se puso de pie y se miró en el espejo, admirando el
sobrio uniforme.
El tono verde oscuro de las prendas, remarcaba esa idea de ser un diseño
marcial, como si el personal del museo se tratase de un equipo de guardianes.
Pensó que hubiese resultado mejor unos colores más alegres o suaves, algo
más relajado; un diseño que no les recordase a los visitantes la horrible época
de la guerra.
Sin embargo, al final terminó por acostumbrase a la falda estilo lápiz, que le
llegaba a las rodillas; a la blusa blanca y a la chaqueta recta con botones
dorados al frente.
—Tal vez si me permitieran hacerle un par de pinzas aquí… y aquí…, luciría
mucho más femenina —
Necesitaba con urgencia que sus pies estuviesen un rato en agua tibia; en
realidad, necesitaba que todo su cuerpo lo estuviese, se sentía agotada.
Sabía que ella estaría esperando la llamada, como cada noche, junto a su
padre, su hermano Allan y la alocada de Margaret. Imaginarlos a todos
reunidos, la llenaba de nostalgia; se esforzó por tragarse sus lágrimas.
—Estoy bien mamá, no debes preocuparte, siento llamarte tan tarde, pero
llegué muy cansada del trabajo y me quedé un rato en la tina. —Se excusó,
sentándose en su cama y apoyando la espalda en la cabecera.
—Amor…, hija… Creo que deberías olvidarte de ese asunto; es absurdo que
estés todo el día de pie o caminando, para ganar un miserable salario; cuando
sabes que no lo necesitas. Tu padre y yo podemos darte todo lo que quieras…,
lo que es tuyo por derecho.
—Sí, pero no es solo por el trabajo…; también salí a hacer algunas compras.
Pero ya dejemos de hablar de mí, mejor cuéntame cómo está papá… ¿Lo
tienes cerca? —inquirió, sabía que debía cambiar de tema o su madre no
dejaría de insistir en que abandonara su trabajo.
—Papá, estoy bien y me alegra mucho escucharte —expresó, sintiendo que esa
voz la llenaba de paz.
—Lo sé papi…, yo también quisiera estar con ustedes y poder abrazarlos. Los
extraño demasiado…
Hija, por favor, ponte por un minuto en nuestro lugar y dinos cómo te sentirías
tú.
Benedic comenzaba a cansarse de ser paciente con su hija. Brigitte no era una
niña, sino una mujer de veinticinco años.
—Papi…, sé que me he portado muy mal con ustedes, que nunca debí dejar
Londres sin verlos antes, pero en ese momento no podía pensar, lo único que
deseaba era escapar de ese lugar. —Dejó correr un par de lágrimas.
—Llevas un mes dándonos las mismas respuestas, pero sea lo que sea que
Timothy Rumsfeld te haya hecho, es injusto que tu familia pague por ello —
pronunció, dejando claro el reproche que le hacía. La adoraba, pero ya no
soportaba más ver sufrir a Karla.
—Pero es cierto…, no les estoy mintiendo padre, nunca lo haría; por favor,
créame.
Brigitte apenas podía contener sus sollozos, mientras se limpiaba las lágrimas
con el dorso de la mano.
—Si es así… ¿Por qué no dejas que vayamos a verte? Dinos dónde estás y
mañana mismo salimos para allá.
—Está bien, les diré, pero antes necesito que me hagan una promesa —pidió,
rindiéndose al fin; después de todo, ella también los extrañaba mucho, y
aunque le costara reconocerlo, los necesitaba.
—Por supuesto, haremos lo que sea que nos pidas —confirmó de inmediato
Benedic, sintiéndose feliz.
Brigitte sentía que solo pronunciar su nombre le dolía, pero sabía que llegaría
el día en que lo superase, que se libraría de ese amor que tanto dolor le
causaba.
Y para ello, necesitaba estar lejos de él, no saber nada de su vida; quería que
fuera como si Timothy Rumsfeld hubiese desaparecido de su vida, para
siempre.
Timothy se fue por sus propios medios a buscarla, con la esperanza ciega de
dar con ella.
Capítulo 47
Durante ese tiempo, su adicción al alcohol había empeorado, cada vez que
daba con una posible pista, ponía sus esperanzas en esta y al final terminaba
siendo falsa. La única manera de drenar su frustración era a través de una
botella de whisky.
Había perdido peso, su piel se mostraba tostada por haberse expuesto tanto al
sol, y la elegancia que siempre lo caracterizó, casi había desaparecido.
Dejando detrás de ella a un hombre completamente desaliñado, al que no le
importaba ponerse la misma camisa durante tres días seguidos o andar sin
afeitarse y despeinado.
Incluso, había llegado a enfermarse. Llevaba días con una molesta tos, que le
hacía difícil respirar; y cada vez que lo atacaba, terminaba sintiendo una fuerte
presión y un agudo dolor entre el pecho y la espalda.
No quería volver a casa de sus padres, por lo que ocupó su apartamento, pero
sabía que debía ir a ver a su madre; ella no merecía seguir angustiada por su
culpa. Aunque eso también implicaba ver a su padre y recibir sus reproches,
que estaba seguro no tardarían en llegar.
—Buenas tardes señor —mencionó Gustave, el mayordomo de la mansión.
—A usted también padre —dijo, recibiendo el abrazo que este le daba, uno
bastante estrecho; suponía que, a pesar de su última discusión, lo había
extrañado.
—Lo sé, por eso he venido en cuanto pude. Llegué apenas ayer en la noche,
pero estaba muy cansado
—¿Por qué no viniste directamente aquí? Sabes que esta también es tu casa. —
Le recordó, con un tono algo fuerte.
Abrió su boca para hacerlo, pero antes de que pudiera esbozar una palabra,
las pisadas sutiles y apresuradas de su madre atrajeron su atención.
—¡Tim! ¡Timothy, hijo! ¡Al fin estás en casa! —expresó emocionada y corrió
hasta él para abrazarlo.
—No tenía motivos, yo estaba bien y cada vez que podía me comunicaba con
usted.
—Eso no es suficiente para una madre Tim…, menos sabiendo que estabas con
los ánimos por los suelos, que no estabas bien —acotó, molesta porque
quisiera engañarla.
—Sí, vamos —dijo Timothy, mirando con ternura a su madre y la llevó tomada
de la mano.
—Está bien… está bien. Veamos… —Tomó aire para armarse de paciencia y
no claudicar ante sus deseos de apurar la respuesta que esperaba de su hijo—.
¿Qué sucedió con tu búsqueda? ¿Lograste dar con ella? ¿Te dieron alguna
ubicación de dónde podría estar? —inquirió, mirándolo fijamente para que no
le rehuyera.
—No, no conseguí nada —contestó llanamente, no tenía caso que dilatara más
esa respuesta.
—Pues tuve un hijo que creció con la idea de que luchar lo haría un gran
hombre, y se entregó de tal manera a ese ideal, que lo llevó a su muerte. No
permitiré que te pase lo mismo que a Roger… Si está en mis manos abrirte los
ojos y salvarte, puedes dar por sentado que lo haré… Aunque termine
ganándome tu odio, pero te prefiero odiándome y vivo, a tener que ir a ponerte
flores sobre una tumba.
—Solo intento dejarle claro a nuestro hijo, que esta vez no me quedaré de
brazos cruzados ni cometeré el mismo error; no voy a perderlo a él también,
ya te lo había dicho antes y lo ratifico en este momento —sentenció.
—Pues no tendrá que atormentarse con esa idea. Ya he tomado una decisión:
regreso con ustedes a América, en cuanto usted lo disponga —anunció con
serenidad, dejando a sus padres perplejos y sin palabras.
Theodore lo miró como si hubiera dejado de ser él, se volvió para ver a su
mujer, quien mostraba el
Quería escapar de esa mirada acusadora que Theodore tenía, la misma que le
gritaba a la cara que era un fracasado.
—Bueno, ahora puedes hablar con libertad… Dime cómo te sientes Tim —
dijo Violeta, acariciándole el brazo.
—Ya se lo he dicho madre, estoy bien… Aunque las cosas no salieron como
esperaba, debo afrontarlas y resignarme. De mi parte no queda nada más por
hacer —respondió, mirando el viejo rosal, desprovisto de flores y hojas.
—Me duele tanto escucharte decir eso. Todavía no entiendo cómo pudo
sucederles esto ¡Por Dios!
Brigitte y tú eran tan unidos, siempre pensé que estarían juntos, que nada
lograría separarlos, mucho menos que sería ella quien te abandonara —
expresó, mostrándose acongojada.
—La defraudé madre…, la hice sufrir tanto; jamás valoré todo lo que me
entregó y di por sentado que ella se quedaría junto a mí para siempre… —
Dejó ver una sonrisa cargada de tristeza—. Ni siquiera noté cuándo comenzó a
alejarse; tal vez porque nunca dejé que fuese parte de mi mundo. Me encerraba
en mis propios problemas, en mis asuntos… y nunca le consultaba nada.
Aunque sabía que estaba allí, dispuesta a ayudarme, no se lo permitía, era
como si no perteneciera a este… y no la veía.
—Timothy…, mi amor. —Violeta sufría viéndolo así, cargando con tanta culpa
y tanto dolor.
»Ya mi cielo… por favor…, no sigas llorando de esta manera Tim. —Le pidió
levantándole el rostro,
para mirarlo a los ojos, mientras que los de ella se desbordaban en llanto.
—La perdí mamá… Perdí a Brigitte, justo cuando descubrí que es el amor de
mi vida.
—Ya es demasiado tarde… Lo intenté y fue inútil, todo fue inútil madre… ¿Es
que acaso no lo ve? —
—Lo que veo es que sigues dando las cosas por sentado, sigues pensando que,
si Brigitte se marchó, es porque ya no te quiere… —Se detuvo, al ver que él
se ponía de pie.
Esta vez la rabia y el dolor pujaban con la misma intensidad dentro de él. Se
estaba desahogando, expresando en voz alta por primera vez, su peor y más
certero temor.
Ese que le gritaba que Brigitte había dejado de amarlo, que por eso ella no
quería saber nada de él, que le daba igual cuánto estuviese sufriendo. A ella le
daba lo mismo, porque ya no le importaba.
Esa chica adoraba a su hijo, vivía por y para Timothy; así que dudaba mucho
que un amor como ese, se esfumase de la noche a la mañana. Creía que los dos
se estaban ahogando en un vaso de agua.
—No, quiero saber nada más. Haré lo mismo que hizo ella, me iré y me
olvidaré de todo. Si no pude recuperarla, entonces la dejaré ir. No quiero
volver a hablar de Brigitte Brown nunca más en mi vida, y espero que respete
eso.
Después le dio la espalda, caminando de prisa para salir de ese lugar, huyendo
como si pudiera hacerlo también de sus sentimientos.
Capítulo 48
Intentó abrirse espacio entre las demás personas que esperaban a algún
pasajero o estaban allí, listas para subir a los trenes que partirían dentro de
poco.
Apenas era consciente de la presencia del hombre tras ella, que había ido para
hacerle compañía al ver lo ansiosa que se encontraba desde hacía un par de
días.
sudan y las piernas me tiemblan… ¡Por Dios! ¿Cuánto le falta al tren para
llegar? —preguntó, poniéndose de puntillas para mirar mejor por sobre los
sombreros de los caballeros y las damas frente a ella, que obstaculizaban su
visión.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —La miró directamente a los ojos, para que no
le rehuyera de nuevo.
Ella se quedó en silencio, llenándose aún más de nervios, porque hasta ese
momento, no le había contado la verdad a Donatien de por qué se había
marchado de Londres; mucho menos, la manera en la cual lo había hecho.
El sonido del silbato que anunciaba el arribo del tren la salvó de responder, se
volvió de inmediato para mirar tras ella y sintió que su corazón se desbocaba,
cuando ante sus ojos se presentó la imponente locomotora.
Donatien la siguió muy de cerca, pero cuando vio que el tren se detenía y que
ella estaba en una zona segura, se quedó detrás, permitiéndole que tuviera su
espacio.
—¡Mamá, papá! —exclamaba ella con lágrimas en los ojos, y casi corrió
hasta ellos, para refugiarse
en ese abrazo que ambos le brindaron—. Los extrañé mucho… Me moría por
verlos —expresó en medio de sollozos.
—Mi niña, gracias a Dios estás bien. —Karla le besaba la mejilla con ternura,
llorando al igual que su hija.
Había pasado por tanta angustia en el último mes, que estar allí en ese
momento, teniendo a su hija junto a él, era como haber despertado de una
pesadilla.
—¿Y no hay un abrazo para tu hermano? —inquirió Allan con la voz más
grave de lo habitual, producto de las lágrimas que le habían llenado de golpe
la garganta.
—Sé que he sido una tonta Allan… No debí marcharme así, no debí portarme
de esta manera con ustedes —susurró, con el rostro oculto en el pecho de su
hermano.
—Bueno, ya tendremos tiempo para hablar de ello y para que nos expliques
bien todo lo que pasó.
Ahora quiero que dejes de llorar, ¿está bien? —preguntó con la mirada fija en
sus ojos. La vio asentir y le dedicó una sonrisa.
—Pues más te vale que haya sido así; de lo contrario, me molestaría mucho
contigo —dijo acariciándole una mejilla, viéndola más delgada y pálida.
Poco a poco los andenes comenzaban a quedar vacíos, pero ellos seguían allí,
sin moverse.
Ellos tenían muchas cosas de las que hablar, y la presencia de un extraño, los
incomodaría. Así que decidió retirarse, pero antes debía despedirse de ella.
—¿Cómo estás Margaret? —La saludó, mostrando una sonrisa que apenas
escondía sus nervios.
Siendo más dueña del momento, salió en auxilio de Brigitte y del pobre de
Donatien; después sometería a su prima a un exhaustivo interrogatorio.
—No tiene nada que agradecer, lo haría todas las veces que fuesen necesarias
—expresó con sinceridad.
Había esperado ser el último en presentarse, para así poder estudiar todas las
reacciones y las palabras de ese hombre; que de inmediato, le revelaron el
evidente interés que sentía por su hermana Brigitte.
Capítulo 49
—Tal vez… lo que estoy a punto de decir sea una locura, pero necesito que me
aclares algo… o terminaré perdiendo la cabeza —pronunció Allan, atrapando
la atención de su prima, pero sin atreverse a mirarla.
—Sé lo que estás pensando, pero no es lo que parece. —Margaret no tenía que
ser adivina para saber exactamente lo que pasaba por la cabeza de su primo.
—¿Cómo puedes saberlo? Es más… ¿Cómo puedes estar tan segura de que no
sea cierto? —inquirió
»Escúchame bien Allan, vamos a poner en claro ciertas cosas… Puede que tú
ya seas un hombre adulto y experimentado, pero déjame darte un consejo… —
Lo vio fruncir el ceño, pero poco le importó si se molestaba por lo que iba a
decirle; simplemente, no se podía quedar callada. No se perdonaría hacerlo
—: ¡Pon los pies sobre la tierra! Brigitte era la mujer de Timothy desde hacía
tres años, y me asombra que no te hayas dado cuenta de eso antes. ¿Dónde
estaba tu intuición en ese entonces? Ahora, que lo haya hecho, no te da el
derecho de juzgarla, porque tu hermana ya era adulta y podía tomar sus
propias decisiones. Hizo lo que quiso y nadie la obligó, ¿está claro?
—Sí, claro que podía hacerlo, pero siempre que esas decisiones no afectasen
a su familia —
pronunció con los dientes apretados. Cada revelación lo ponía más furioso.
—¿Y en qué te afecta a ti que tu hermana tenga sexo con su novio? —preguntó,
mostrándose desconcertada.
—Pero… ¿acaso no lo ves? Ese hombre es mayor que Brigitte, tiene más
experiencia, puede aprovecharse de ella. —Su preocupación de hermano, no
lo dejaba confiarse.
—Te recuerdo que Brigitte no es una niña, tampoco es una chica ingenua.
Sabrá defenderse si alguna vez llega a necesitarlo; además, se supone que
estamos aquí para llevarla a América, ¿cuál es tu temor?
—Porque ella me dijo que no se iría, que no le dijera nada a mis padres para
no causarles dolor antes de tiempo, pero que no regresaría, que se quedaría
aquí para hacer su vida en este lugar —esbozó aquello que había estado
torturándolo desde hacía un par de días.
—¡¿Qué dices?! ¡¿Brigitte…! ¡¿Ella dijo eso?! —Margaret palideció ante esa
revelación.
No quería ver sufrir a sus padres, pero tampoco quería que ella estuviese mal,
ni que se viera en la humillante situación de mirar a Timothy Rumsfeld a la
cara, después de haber descubierto todo lo que decía ese diario.
—Eso está mal, está muy mal. Brigitte no puede hacerles eso a mis tíos… Tía
Karla no lo va a aceptar
—¡Maldita sea con ese hombre! Brit nunca debió fijarse en él, solo le destrozó
la vida.
Sentía que Timothy era del mismo tipo de hombres que Breton Milton, que
solo pensaban en ellos mismos; que buscaban su propia satisfacción, sin
importarles a quiénes se llevaban por delante o destruían, en su afán por
conseguir lo que deseaban.
—Ya no tiene caso amargarnos por eso. Lo único que espero es que haya
aprendido la lección y que no vuelva a cometer el mismo error… al dejar que
el tal Donatien Rimbaud, también venga a aprovecharse de ella —acotó, sin
poder dejar de lado el tema.
Quería abonar el terreno para el pintor. El hombre le caía bien y lo creía capaz
de hacer feliz a Brigitte; si esa tonta ciega lo permitía.
Ver la sonrisa en el rostro de los tres, hizo que él también esbozara una y se
olvidase, al menos por el momento, de la molestia y la preocupación que
sintió minutos atrás.
Después de tres horas junto a ellos, Brigitte pensó que lo mejor era dejarlos
descansar, pero ninguno deseaba dejarla ir; incluso, le sugirieron que se
quedara en el hotel también, para tenerla más cerca.
Era lógico que sus padres se sintieran de esa manera, después de haber pasado
un mes con la zozobra y el miedo latente, de no saber si la verían de nuevo.
—Regresaré esta noche, para que cenemos juntos. —Le dijo a su madre, quien
seguía aferrada a su mano.
—Brigitte, hija… Quizás este no sea el momento, pero antes de ver al señor
Rimbaud de nuevo, me gustaría saber qué trato debemos darle —comentó
Karla, intentando averiguar de manera sutil, más sobre ese amigo.
Margaret sentía que toda esa situación comenzaba a salirse de control; por no
decir que era realmente un sin sentido, así que tomó las riendas del asunto y
confrontó a Brigitte, para que ella aclarase todo.
—¡Claro que no! —exclamó Brigitte asombrada, aunque intuía que esa era la
sospecha que pendía sobre ella, no esperaban que en verdad su familia
creyese algo así—. Sabes bien que eso no es verdad Margaret… Conoces a
Donatien y sabes que solo somos amigos.
—Perfecto, espero que les haya quedado claro, porque estos tres no han
dejado de pensarlo, desde que se los presentaste en la estación de trenes.
—Pero eso no implica que seamos algo más que amigos —dijo, mostrándose
ofendida—. Acabo de
—Se detuvo antes de confesar aquello que tanto le avergonzaba. Con rapidez,
se limpió el par de lágrimas que brotaron de sus ojos.
Ninguno de ellos había llegado hasta allí para juzgarla, esa fue una promesa
que se hicieron antes de salir de Londres, y Karla no quería escuchar lo que
Brigitte estuvo a punto de confirmarles. Ella siempre había soñado con ver a
su única hija llegar al altar siendo pura y vestida de blanco, como lo añoraba
toda madre.
Si las cosas no sucedieron de esa manera, ya no había más que hacer, solo
agradecer a Dios que aquello no hubiera dejado consecuencias. Y en todo
caso, prefería no enterarse de qué tanto le había entregado su hija a aquel
desgraciado de Timothy Rumsfeld, quien se aprovechó de su inocencia y de la
confianza que ellos depositaron en él.
El viaje en verdad los había dejado agotados. Brigitte les prometió que estaría
de regreso esa misma noche, para cenar junto a ellos, y que al día siguiente,
los llevaría hasta su apartamento, para que conocieran el lugar donde vivía.
Capítulo 50
Donatien se sentía extrañamente nervioso esa noche, era como si una vez más,
fuese aquel chico que es invitado a cenar junto a los padres de su novia;
aunque estaba completamente claro que ese no era el caso.
—Estás muy taciturna, ¿sucede algo? —preguntó, sin poder contener más su
curiosidad.
Al fin consiguió poner en palabras, aquello que la aquejaba desde hacía varios
días, desde el mismo momento en que le expresó a su hermano Allan sus
deseos, y este lo único que le dijo fue que pensara bien en lo que haría, pues
algo como eso le podía destrozar el corazón a sus padres.
—Las decisiones más difíciles que debemos afrontar en la vida, son las que
nos ayudan a crecer como personas, a madurar… Y la mayoría de las veces,
debemos tomarlas solos. Yo te podría decir muchas cosas, pero al final será tu
decisión —pronunció Donatien, con ese tono calmado que lo caracterizaba,
luchando con esa sensación de alegría y temor que sentía, ante lo que ella
pudiera elegir.
—Si fuera una lucha entre la razón y el corazón, ¿a cuál seguirías tú? —indagó
ella, para tener al menos una guía.
La vio sonrojarse y bajar la mirada, así que, en un acto de osadía, llevó un par
de dedos a la barbilla de Brigitte y le subió el rostro, para ver ese par de ojos
grises que lo hechizaban, apenas conteniendo sus deseos de besarla.
Sentía que debía escapar de la mirada de Donatien, que era tan intensa, que la
intimidaba. Se alejó, liberando su barbilla. Debía empezar a hacerlo, porque
ella no podía entregarle lo que él estaba esperando.
—Puede que esta vez sea distinto. —Su voz era una súplica y su mirada
también, le estaba rogando que no le cerrase su corazón—. Arriésgate Brigitte,
solo una vez más.
Sería perdonarlo, olvidarse de todas las palabras que leyó y que le causaron
tanto daño; arriesgarse significaba poner una vez más su vida en las manos del
hombre que siempre la vio como una segunda
opción.
El auto se estacionó frente a la hermosa fachada del Plaza Athénée, con sus
distintivos balcones floreados y toldos rojos, que resplandecían gracias a la
luz de la luna menguante, que iluminaba todo París.
Luego se apoderaría de esa dulce boca, bebería todo cuanto pudiera, hasta
calmar sus ansias y entregarle la vida en ese beso.
Él bajó con agilidad del auto de alquiler y caminó de prisa para alcanzarla,
mientras sonreía por haber actuado como un tonto; aunque poco le importaba,
porque estaba demasiado feliz para hacerse algún reproche.
La charla fue amena y se enfocó, como ya intuía, en saber más sobre su vida,
sobre todo por parte de los hombres, quienes parecían muy interesados en
conocer más de él.
La hora de terminar esa velada llegó, y desde hacía minutos, Allan no dejaba
de insistir en acompañar a Brigitte a su departamento. Necesitaba hablar con
ella, y de ser posible, con Donatien Rimbaud también.
—¿Puedo pedir un auto y llevarlos? Así doy una vuelta por la ciudad, esto de
venir a París para quedarse en el hotel es un sacrilegio —comentó,
escondiendo tras una sonrisa sus verdaderas intenciones.
—Mi primo tiene toda la razón, ¿por qué no salimos a bailar? —inquirió
Margaret, ayudando a la causa.
Ella también estaba loca por hablar a solas con Brigitte, quería preguntarle
cómo había llegado hasta París; sobre todo, en compañía de Donatien. Quería
saber qué esperaban los dos de esa relación que tenían, y que al parecer, se
había vuelto muy estrecha.
así que no se limiten por este par de viejos; aprovechen y diviértanse un rato.
—¿Viejos? Querido, será mejor que solo estés hablando por ti. —Le reprochó
Karla a su marido.
—En eso coincidimos, es demasiado blando para ser un ogro. —Se mofó
Margaret, acercándose para
—En eso tienes razón, es una verdadera bruja. —Él se cobró las burlas de su
prima.
—Bueno, ya tengo que irme… Recuerden que los quiero mucho —habló para
despedirse.
—No vas a desaparecer de nuevo, ¿verdad? —inquirió Allan, sin poder alejar
del todo esa sensación de temor.
—No. Ya sabrás dónde encontrarme, ve al Louvre mañana con todos los
demás, a las dos de la tarde, para que estén en mi último recorrido del día y
así podamos ir después a mi apartamento.
Luego salió del vestíbulo en compañía del francés, quien le ofreció su brazo
de manera galante, y le entregó una sonrisa para alejar la tristeza que sintió, al
tener que alejarse de nuevo de sus padres.
La noche estaba especialmente fría, algo que era lógico, puesto que estaban en
vísperas de Navidad.
Aunque en los reportes del tiempo no anunciaban nevadas, por las noches las
temperaturas bajaban drásticamente.
Eso lo pudieron sentir Brigitte y Donatien cuando bajaron del auto en el barrio
de Montmartre, frente al edificio de apartamentos donde ella vivía.
—¡Hace mucho frío! Debiste pedirle al señor del auto que te llevara hasta tu
edificio —mencionó ella, frotándose las manos, pues el aire helado traspasaba
sus guantes.
—No te preocupes, estaré bien; además, le prometí a tus padres que me
aseguraría de que llegaras bien.
—Eso pueden tenerlo por seguro. Siempre estaré para ti Brigitte. —Le agarró
la mano y le dio un beso
—. Siempre.
Ella lo miró con infinito agradecimiento, pensando una vez más que la vida era
muy injusta con algunas personas; por ejemplo, con ella. ¿Por qué se había
empeñado en hacer que amase tanto a un hombre como Timothy, cuando en el
mundo existían otros tan maravillosos como Donatien? Pensó con tristeza y
liberó un suspiro.
Él le entregó una sonrisa tan cálida, hermosa y encantadora, que sintió cómo la
llenaba de calma.
—Bueno, es hora de que vayas a dormir, mañana tienes un día muy ocupado e
importante —indicó, mientras le soltaba la mano, pues no se confiaba de
poder seguir conteniendo sus deseos, si se mantenía unido a ella.
Brigitte sí le entregó ese gesto, el beso que le dio en la mejilla fue tan fugaz,
que él dudó que hubiese ocurrido; sin embargo, los latidos aceleraros de su
corazón le confirmaban que existió, y eso alimentaba sus esperanzas.
Capítulo 51
Timothy no estaba de ánimos para hablar con nadie; incluso, había descolgado
su teléfono, ante las insistentes llamadas de sus padres, que no lo dejaban en
paz. Ya les había dicho que estaba bien, que no se preocupasen por él, que
estaría en el puerto cuando el barco hacia América zaparse, tal y como les
había prometido.
Solo les pidió que respetaran su espacio y le permitieran estar solo; era lo
único que deseaba, estar solo unos días, pero ellos parecían no escucharlo y
seguían presionándolo, por eso hizo lo del teléfono.
Así que no sabía lo que había ido a buscar Peter allí. Suponía que había sido
enviado por sus padres, para saber si aún seguía con vida. Por suerte o por
mala fortuna, así era, seguía respirando y sufriendo.
Este se puso de pie y caminó hacia la entrada, resignándose a tener que verlo.
Sus pasos eran lentos, como si llevase un gran peso sobre su espalda; giró la
llave que había dejado puesta en la cerradura y abrió.
—¡Hasta que permites que alguien te vea la cara! Ya estaba a punto de tirar la
puerta y llamar a la policía —comentó, intentando sonar divertido; se había
propuesto llegar hasta allí para animarlo.
—¡Vamos hombre! No hables así… Tampoco es que sea el fin del mundo —
dijo, palmeándole la espalda.
—¡Por supuesto que tengo razón! Es por eso que he venido a invitarte para que
esta noche vayamos a un lugar que seguramente te hará sentir mejor. Te llevaré
donde esas viejas amigas nuestras, esas que son muy complacientes y capaces
de hacer feliz hasta al más desgraciado de los hombres —pronunció,
mostrando una sonrisa ancha, que desbordaba entusiasmo y picardía.
inquirió sorprendido.
—No tengo ganas de ver a nadie Peter…, mucho menos de mostrarme efusivo
en público. Gracias por la oferta, pero me quedaré aquí.
—¡Vamos Tim! Tienes que salir —dijo mirándolo a los ojos. Esa actitud
comenzaba a exasperarlo—.
—Está bien, iré… Pero te advierto, no esperes que esté tan animado como un
cuatro de julio.
—Mejor deja de torturarla y ven con los chicos y conmigo esta noche, la
vamos a pasar bien.
—¡Ya te dije que iré!… ¡Por todos los cielos! Insistes más que una mujer,
cuando desea algo. —Se quejó, ya quería que se fuera y así poder estar solo.
—Algo tenemos que aprender del bando contrario. Ahora me voy, nos vemos
esta noche. —Dio un par de pasos, pero al ver la emoción en la mirada de
Timothy, supo que estaba esperando que se marchara por un motivo en
especial, así que regresó—. Y me llevaré esto, ya podrás beber lo que desees
en el club
—Nos vemos esta noche, ¡Ah! También aféitate y date un baño. Pareces un
vagabundo.
Bajó hasta el vestíbulo, donde los guías buscaban a las personas que darían el
recorrido por el museo; sonrió, al ver a su familia reunida junto a otro grupo
de turistas. Ellos miraban a todos lados como buscándola, y cuando la vieron,
le sonrieron.
—Te ves hermosa hija —mencionó Karla. Aunque no le gustaba mucho la ropa
que Brigitte llevaba,
—Lo siento prima, pero yo no puedo mentir. Esa cosa es horrible y opaca tu
belleza; necesitas cambiar de uniforme enseguida —pronunció Margaret, casi
con urgencia.
—Más les vale, porque eso solo espanta a los turistas. Yo te diseñaré uno,
para que se lo presentes a la persona encargada de la vestimenta —esbozó
entusiasmada.
—No creo que en el Louvre permitan que el personal lleve escotes primita. —
Se burló Allan.
Él contaba con el dinero suficiente para que ella tuviera una vida de lujos y
comodidades, sin tener que dedicarse a cumplir un horario, llevar un uniforme
o estar bajo las órdenes de alguien.
Sin embargo, los padres no eran dioses para planear cada detalle de la vida de
sus hijos, podía intentar guiarlos y ofrecerles todo su apoyo, su amor, una
estabilidad; pero había pruebas que ellos debían superar por sí solos.
Ese había sido el caso de su hijo Allan, quien debió sobreponerse a la muerte
de su mujer; y también parecía ser el de Brigitte, quien ahora debía empezar
una nueva vida, lejos de todo aquello que había planeado durante años.
—Muchas gracias papá… Bueno, después hablaremos de eso. Voy por unos
folletos y regreso enseguida, para iniciemos el recorrido —mencionó, antes de
marcharse al centro de información, obligándose a mostrarse segura.
Sentía que las piernas le temblaban, era intimidante tener a su familia allí
reunida; las veces anteriores no había tenido problema con su desempeño.
El primer día le costó un poco, pues eso de hablar en público no era uno de
sus fuertes, pero a medida que el tiempo pasaba, se sentía más capacitada para
el trabajo; hasta ese momento.
—Sí, solo estoy… algo nerviosa. Mi familia está aquí —dijo esforzándose
porque su voz no temblara.
pidió mirándola a los ojos. En las semanas que llevaba allí, Melanie era con
quien mayor empatía había tenido.
Brigitte se detuvo frente al concurrido grupo que esperaba por ella, sintiendo
que los nervios se triplicaban en su interior, pero las sonrisas cálidas que les
entregaron sus familiares, consiguieron que se relajara; respiró profundo y les
brindó una efusiva sonrisa.
La primera pintura que se presentó ante sus ojos fue La balsa de la Medusa,
realizada por Théodore Géricault en el siglo XIX. Brigitte habló sobre el
realismo de la obra, algunos aspectos de la vida del pintor y de cómo había
llegado a formar parte de la colección del Louvre.
De esa manera fue presentado las pinturas que componían su recorrido, todas
grandes obras maestras, de las que hablaba desbordando esa pasión que sentía
por el arte; la misma que había alimentado Donatien, durante el tiempo que fue
su profesor.
Brigitte se detuvo frente al cuadro, que en comparación con los otros que
habían visto hasta el momento, era relativamente pequeño, pero que de
inmediato atrajo la atención de todos; ella siguió con la explicación.
—La segunda fue durante el robo, ¿verdad señorita? —preguntó una mujer de
más de sesenta años.
—Creo que tanto la directiva del Louvre como los visitantes, eran conscientes
de que ninguna otra pintura podría ocupar el espacio que dejó la obra de Da
Vinci; la que se mantuvo en manos de Vincenzo
Peruggia por más de dos años —comentó Brigitte, quien se había empapado
más de esa información, desde que era empleada del Louvre, pues los turistas
siempre se interesaban—. Y la última vez que La Gioconda dejó el museo, fue
para ser protegida durante la Segunda Guerra Mundial… —decía, cuando un
francés la interrumpió.
—O tal vez la hubiese llevado al Museo del Führer, el que planeaba crear en
la ciudad de Linz, donde pretendía exponer todo el arte robado por los nazis
—intervino Allan, quien al haber estado en la guerra, como agente de
espionaje, poseía mayor conocimiento sobre eso.
Ellos esperaron en uno de los cafés que quedaba cerca, hasta que ella
entregara su turno. La idea de conocer el lugar donde vivía, fue una petición
que hicieron Allan y Margaret. Brigitte suponía que lo hacían para comprobar
que estaría en un lugar seguro, si finalmente decidía quedarse en París.
Durante el trayecto, les contó a sus padres lo mucho que le gustaba su trabajo y
todo lo que podía aprender. Hasta ese momento se sentía relajada; sin
embargo, cuando el auto se detuvo frente a la fachada de su edificio, su cuerpo
volvía a ser preso de los nervios, aunque les dedicó una sonrisa y bajó del
auto.
—Hemos llegado, aquí es donde vivo —anunció con una gran sonrisa,
mientras veía a su familia.
El rostro de cada uno reflejó diferentes matices, pero lo que más resaltaba, era
la sorpresa; al tiempo que sus miradas se paseaban por los balcones con
armazones de hierro forjado, que resguardaban los amplios ventanales, y
sobresalían en las paredes pintadas de blanco del edificio.
Brigitte se sintió nerviosa ante el silencio de todos, así que decidió que lo
mejor era actuar. Abrió la puerta de la entrada principal y los invitó a pasar al
interior, rogando para que no salieran de allí espantados.
Capítulo 52
Los invitó con un ademán de su mano, sintiendo que las mejillas le dolían de
tanto sonreír y luchar contra sus ganas de llorar, al ver que ellos veían todo
con desagrado.
—¿Estás segura de que eso podrá con todos nosotros? —preguntó Karla,
mirando con desconfianza el aparato.
—¡Por supuesto que sí mamá! —respondió con diversión—. En el tercer piso
hay una señora bastante robusta y siempre baja con sus tres hijos para
llevarlos a la escuela, además de su marido y su perro. —
—¿En qué piso está tu apartamento Brit? Padre y yo podemos subir por las
escaleras y ustedes lo hacen por el elevador —sugirió Allan, mirando a su
hermana.
—¡Ay, por favor! Dejemos el drama… Estos aparatos son muy fuertes, en
nuestro edificio de Londres podían subir hasta ocho personas —mencionó
Margaret, quien parecía ser la única consciente de que esa actitud, solo estaba
lastimando a Brigitte—. Vamos, suban… suban.
Comenzó a llevarlos hasta hacer que todos entrasen al hermoso pero antiguo
aparato, que traqueó cuando se puso en marcha; haciendo que de inmediato,
Karla empezara a rezarles a todos sus santos, y que cuando el ascensor se
detuvo en el último piso, exhalara con un gesto bastante dramático, que
provocó las risas nerviosas de todos.
El apartamento era un estudio, lo que quería decir que no era muy grande, pero
tenía una privilegiada vista del Distrito XVIII de París. Solo por eso ella lo
adoraba, pero no sabía lo que dirían sus padres cuando lo vieran, aunque
había puesto todo su esfuerzo en dejarlo hermoso.
Con la ayuda de Donatien y de una mujer que contrató, pintaron las paredes, lo
limpiaron y hasta había comprado algunos muebles. Un refrigerador, una
estufa; y las hermosas pinturas que colgaban de las paredes, habían sido un
obsequio de su amigo artista, quien la sorprendió entregándoselos dos días
atrás.
—La verdad… es que sí, es muy chico; todo está muy cerca… ¿Cuántas
habitaciones y baños tiene?
Daba la impresión de que ella vivía sola allí, aunque los dos cuadros que
colgaban de la pared, tenían la firma de Donatien Rimbaud.
—Solo vi este y no dudé en tomarlo, está en una buena zona, tengo restaurantes
cerca, una tienda de abarrotes, las personas son amables… y Donatien viven a
dos manzanas de aquí. Si llego a tener alguna emergencia, él puede venir
rápidamente y ayudarme… —decía, cuando sus padres la hicieron callar con
solo una mirada.
—¡Oh, Dios mío! Esto no puede ser…, no puede ser… —balbuceaba Karla,
quien de pronto comenzó
a sentirse mal.
—Por favor mujer, cálmate. —Benedic la tomó del brazo, al ver que
comenzaba a palidecer.
con azúcar.
—Pero… yo no sé dónde están esas cosas aquí —dijo, mirándolo a los ojos y
mostrándose nerviosa.
—Es mi culpa que se pusiera mal —expresó en medio de un sollozo, pero con
rapidez, sorbió sus lágrimas.
—No, no es tu culpa Brit, mírame. —Le tomó la barbilla con un par de dedos
—. Nuestra madre a veces exagera las cosas, quizás no lo hace de forma
consciente, pero créeme, no se va a morir. Si no lo hizo cuando me tocó
enlistarme en la guerra, no lo hará porque tú decidas quedarte en París, eso te
lo aseguro —dijo mirándola a los ojos.
—Mi niña… ¡Por Dios!... ¿Qué te está pasando? ¿Qué hicimos mal tu padre y
yo? ¿En qué fallamos
—Madre, por favor… No diga esas cosas —pronunció ella, dejando correr
sus lágrimas también.
qué de la noche a la mañana has cambiado tanto… Tú no eras así, eras una
chica obediente, responsable, considerada… Eras la mejor hija del mundo… y
ahora… ¡Ahora lo único que buscas es darnos angustias!
—expresó, liberando todos esos reproches que se había prometido callar, pero
ya no aguantaba más, estaba desesperada.
—¿Y cómo quieres que lo haga? ¿Cómo me pides que lo haga? ¿Acaso no la
escuchas? Nuestra hija
nos está diciendo que se quedará a vivir en este lugar…, lejos de nosotros, de
sus padres… ¡Ya no sé qué más hacer! —dijo mostrándose derrotada y se echó
a llorar.
—¡Mamá nada! Tú lo que deseas es causarnos la muerte. —Se soltó con rabia
del agarre, estaba muy dolida.
Brigitte se llevó una mano a los labios, para ahogar sus sollozos, y se puso de
pie. Corrió hasta la cocina para poder llorar con libertad, le dolía que su
madre no la entendiera, que su padre y su hermano también la juzgaran, que no
comprendieran que deseaba empezar una vida nueva, vivir por y para ella, sin
tener que depender de nadie.
—No, no lo estás… Ninguno aquí lo está. Brit, debes hablar con ellos,
decirles la verdad, contarles porqué dejaste a Timothy y por qué no quieres
verlo nunca más. Diles por qué no quieres regresar a América…, y solo así
conseguirán comprender tus razones. —Le aconsejó, sin dejar de acariciarle la
espalda y mirarla.
—¡Por Dios Brigitte! Si lo que te preocupa es que tus padres se enteren de que
fuiste la mujer de Timothy, déjame decirte que ya lo saben. Tu flamante
exnovio se encargó de decírselos a sus padres y a los tuyos también.
—Timothy no pudo hacer algo como eso —expresó aterrorizada.
—Pues lo hizo, dijo que tú eras su mujer y que por eso necesitaba recuperarte,
que tu deber era estar a su lado, casarte con él… ¡Uf! Es que lo recuerdo y me
provoca tenerlo en frente para patearle las pelotas, por imbécil.
—¡Santo cielo! Todo esto es un desastre. —Se dejó caer contra la puerta del
refrigerador, sintiendo que sus piernas no daban para seguir soportándola.
—Nos vamos, haz con tu vida lo que desees —anunció Karla, mirándola con
resentimiento.
—Mamá…, papá, por favor esperen… Yo… les contaré todo, les diré todo lo
que ocurrió, por favor, no se vayan.
Allan miró a sus padres, pidiéndoles que le dieran una oportunidad a Brigitte.
Su hermana merecía que la escucharan, si se lo habían permitido al falso de
Timothy, por qué no dejar que ella también les contara su versión de la
historia.
Caminó de nuevo hasta el sofá de dos puestos, llevando a su madre con él, y la
ayudó a sentarse, dejando que su padre lo hiciera junto a ella, mientras él se
mantuvo de pie, a la espera de todo lo que Brigitte tenía que decirles.
Ella respiró profundo para llenarse de valor, agarró la mano que su prima le
ofrecía y le dio un suave apretón; luego tomó asiento en el sillón donde estuvo
su madre antes, mientras Margaret lo hacía en el reposabrazos del mismo,
quedándose a su lado, para apoyarla.
Brigitte inició su historia, respondiendo a todas las preguntas que ellos le
hacían con la verdad; solamente mintió en una, porque no quería que Margaret
se viera afectada por sus problemas con Timothy.
Cuando Allan le preguntó que de dónde había sacado el dinero para mudarse a
París, comprar todo eso y alquilar ese estudio; le dijo que habían sido unos
ahorros que había ganado, dando asesorías a otras alumnas, de materias en las
que a ella le iba mejor.
Eso no era del todo mentira, sí brindaba ese tipo de ayuda, solo que no
cobraba por ello.
Sin embargo, no podía decirles, que el dinero que usó para gastar en todo eso,
era lo que ellos enviaban para pagar a la dama de compañía, y que Margaret
compartía con ella, pues esa mujer nunca estuvo junto a ellas.
—Lo único que deseo es que me den otra oportunidad, que confíen en mí…
Les prometo que no los
voy a defraudar, no lo haré… Perdónenme por haber sido tan estúpida, por
haberme enamorado de alguien que no merecía toda la devoción que le
entregué… Les juro que aprendí la lección y no volveré a cometer el mismo
error; ya no volveré a confiar nunca más mi corazón a ningún hombre —
pronunció, en medio de lágrimas.
Se quedaría en París y ellos lo harían con ella, hasta que pasaran las fiestas de
año nuevo; además, Margaret se ofreció a quedarse de manera definitiva y
acompañarla
Eso dejaba mucho más tranquilos a Benedic y Karla; incluso a Allan. Solo que
este les hizo una seria advertencia, no iba a permitir que jugaran a las mujeres
liberales de nuevo, y les dejó claro que iba a estarlas vigilando.
Así que más les convenía que se portaran bien o él mismo regresaría hasta allí
y se las llevaría a las dos a América, aunque tuviera que amarrarlas.
Capítulo 53
Peter había pasado justo a las ocho de la noche por Timothy, para llevarlo al
club, donde ya los esperaban su hermano gemelo y los otros compañeros de la
Escuela de Derecho.
No podía pasarse la vida dando lástima, por una mujer que lo había dejado sin
importarle lo mucho que lo heriría con ausencia.
Peter se sobó las manos, al tiempo que mostraba una amplia sonrisa que casi
le dividía en dos el rostro; esa velada sería como una especie de despedida de
soltero para él, pues se casaría en una semana.
Y aunque no temía dejar su soltería, porque su novia Raquel era una mujer
muy compresiva y siempre le daba su espacio, al igual que él lo hacía con
ella; sabía que después de que comenzaran una vida juntos, algunas cosas
cambiarían.
Así que, si tenía un motivo para celebrar, lo haría; después de todo, esa noche
se despediría de manera definitiva de sus complacientes y hermosas amigas.
Eso se lo había prometido a sí mismo, desde el día que hizo a Raquel suya.
Sería su manera de respetarla y valorarla; además, teniendo a una mujer
hermosa y sensual como ella, dispuesta a complacerlo en su casa y en su cama,
ya no habría motivos para que fuera por allí, buscando placer en otras.
—No, ¿acaso estás loco? Ella cree que fui con ustedes al Club Travellers. Si
se entera que voy a un burdel, me corta las pelotas… Pero hombre…, casi es
mi última noche siendo soltero, así que voy a gozarla, me la merezco —
respondió, subiendo a su auto, y después de que su amigo lo hizo, se puso en
marcha.
Tan solo tienes veintiocho años y ya dos mujeres te han roto el corazón
Timothy… Definitivamente,
Pensó, y sin poder evitarlo, la amargura se apoderó de su pecho una vez más;
haciéndolo consciente de ese dolor que deseaba olvidar. Respiró profundo y
se enfocó en alejar de su mente cualquier pensamiento relacionado con
Brigitte. Esa noche tendría sexo con otra mujer y no pensaría en ella, no lo
haría ni un solo segundo.
—Estás muy efusivo esta noche hermanito…, pero… ¿qué hay de ti Timo?
¿Dónde has estado hombre?
—Tuve que salir de Londres, para atender unos asuntos importantes que no
podían esperar —
—acotó Charlie, otro de los presentes, mientras lo veía con suspicacia y bebía
de su trago de whisky.
—Digamos que… fue gratificante, era algo que merecía; claro, al no estar tú
presente. —Dejó ver una sonrisa arrogante, aunque estudiaron juntos, también
eran rivales, compitiendo por ser los mejores, y secretamente por Brigitte, ya
que Charlie estaba enamorado de ella.
No por nada había sido el mejor alumno de su clase. Un abogado jamás debía
caer ante las provocaciones de sus contrarios. Esa había sido una de las
lecciones que mejor aprendió en su carrera.
Peter intentó alejar esa tensión que se creó entre sus amigos.
—Bien, señores creo que es hora de llamar a las chicas, tengo suficiente
dinero aquí para ellas…
—¿Qué quieres que te diga? Soy abogado…, no me formé para sufrir derrotas,
sino para triunfar.
Timothy dijo esas palabras que, en una parte muy profunda dentro de él,
dolieron, pues hasta el momento, había sido derrotado en el amor dos veces. Y
eso lo convertía en un perdedor, al menos en asuntos del corazón.
—Bueno… bueno, doctor Rumsfeld, para que vea que soy generoso, escoge a
la chica que quieras, yo la pago —dijo, abanicando los billetes en su mano.
—Timo siempre escogía a una rubia, imagino que para variar un poco lo que
ya tenías —pronunció
Los gemelos Luwdon, Arthur y Thomas, sintieron que las sonrisas en sus
rostros se esfumaron y que casi se tensaron hasta el punto de terminar
convertidos en estatuas.
—Mejor pídela tú… y así te consuelas por nunca haber tenido a Brigitte;
después de todo, eso fue lo que siempre quisiste, ¿no es verdad Charlie?
Lástima que seas un pobre marica, que nunca consiguió que se fijara en él,
mientras estuvo conmigo —esbozó, con un tono de voz calmado, pero tan frío
e intimidador, que dejó clavado al otro en su asiento; después de eso, miró a
su amigo—. Que sigas disfrutando de tu fiesta Peter, nos vemos después.
Timothy se alejaba con paso decidido, y salió del reservado donde compartía
con sus amigos; al hacerlo, vio que un grupo de chicas se acercaban, pero ni
siquiera las detalló, ni respondió a las sonrisas que le entregaron.
Lo único que deseaba en ese momento era salir de allí, antes de que sus
deseos de regresar a aquel salón le ganasen y lo llevasen a cometer una locura.
Apenas podía contener la furia que corría como fuego por sus venas; sabía que
sus palabras le habían causado un profundo daño a Charlie, pues no había
nada que le doliese más a un hombre, que le gritasen a la cara que la mujer a
la que amaba era un imposible; eso él lo sabía muy bien.
—¿Para qué carajos me invitaste a este lugar Peter? ¿Para ser el hazmerreír de
todos? ¿Cómo demonios se enteró Charlie de lo de Brigitte? —Le preguntó,
mirándolo con verdadera ira, mientras lo presionaba contra la pared.
—Las personas han comenzado a hablar… —esbozó al fin Peter, negaba con
la cabeza, pues no quería decir nada.
Aunque sabía que Timothy necesitaba una respuesta, así que pensó que lo
mejor era decirle lo que estaba pasando, dio un par de pasos, pero
manteniendo cierta distancia.
—Bueno, dicen lo que piensan que sucedió, pero sabes que nunca tendrán una
versión correcta. No tienen una verdad absoluta, solo especulan.
—Dicen que me abandonó. —Timothy no preguntó, solo confirmó lo que su
amigo no se atrevía a decirle.
—Lo siento mucho…, no debí decirle al imbécil de Charlie que viniese. —Se
disculpó.
—No te preocupes, fui yo quien no debió venir. Regresa al salón, las chicas te
esperan.
—Por supuesto…, estaré preparado para ese día. No dejaré que nadie me
saque de mis cabales, te lo prometo —respondió, sonriendo para convencerlo
—. Diviértete.
—Bien, llévate el auto, yo me iré con Patrick —dijo entregándole las llaves
—. Descansa hermano. —
Capítulo 54
Brigitte Brown, también esperaba que lo fuera, aunque ella había planificado
que ese año sería complemente distinto; estaba dispuesta a afrontar los nuevos
retos que la vida ponía en su camino.
Lo haría con la mejor de las actitudes, estaba luchando día a día por salir
adelante, por rehacer su vida; y estaba segura de que podría lograrlo; sería una
nueva mujer, una mejor versión de ella misma.
—Por Dios, cuánta gente… Parece que todo el mundo decidió tomar un barco
hacia América hoy —
—Sí, esto es bastante inusual, este puerto siempre es menos concurrido que el
de Southampton —
Brigitte también miró a través de la ventanilla a su lado, era extraño ver tantas
personas en ese lugar; de inmediato la tensión se apoderó de todos.
Benedic dejó entrar a su hijo al auto, no quería que estuviera fuera, por si algo
llegaba a suceder;
Lo que llevó a las autoridades a cerrar el puerto, para hacer las reparaciones y
dar indicaciones de desviar a los transatlánticos que iban hacia allá para otros
puertos, incluido este —explicó, mirándolos y mostrándole a su padre el
diario que tenía en sus manos, para que lo viera por él mismo.
—Aquí dice que el Queen Elizabeth llegó la semana pasada, y que los
pasajeros que tenían previsto salir desde el puerto de Southampton, debieron
trasladarse hasta Le Havre para abordar el trasatlántico… Ya veo porqué está
este lugar colmado de personas —concluyó Benedic, dejando de lado el
periódico.
Le dedicó una sonrisa a su hija y la abrazó, pues eso le daba más tiempo para
pasarlo con ella; aún no se hacía a la idea de dejarla en ese lugar.
Pensó que después de cinco años lejos de su hogar, al fin la tendría de nuevo,
pero bien reza el refrán, que los hijos son un hermoso préstamo que Dios
otorga por un tiempo.
El auto donde viajaba junto a su familia, llevaba varios minutos sin avanzar en
la larga fila de autos, a la entrada del puerto de Le Havre. Él miraba a través
de la ventanilla, pero su mente no estaba en ese lugar, ni siquiera estaba en ese
país. Se había quedado al otro lado del canal, donde suponía que había dejado
a la mujer, que a pesar de todo el dolor y las humillaciones que le había
provocado, seguía amando profundamente.
—Voy a bajar… Necesito estirar las piernas. —Les informó a sus padres,
justo antes de abrir la portezuela y salir del auto, sin esperar una respuesta de
su parte.
El fuerte sol de esa mañana de enero lo cegó, por lo que tuvo que entrecerrar
los ojos, ni siquiera llevaba unos anteojos con él. Los últimos días en Londres
habían sido muy nublados y no esperaba que Francia estuviera gozando de
días tan soleados en pleno invierno.
Suspiró, dejando que el aire frío y salado, que provenía del Canal de la
Mancha le acariciara el rostro, y después respiró profundo, para llenar sus
pulmones, mientras cerraba los ojos y traía a sus pensamientos una vez más a
Brigitte.
La última noticia que había tenido de los Brown, fue que habían dejado su
mansión de Londres poco antes de que él regresara a la ciudad, después de
haber estado en el norte, buscando a Brigitte.
Lo que lo llevaba a pensar, que quizás habían logrado dar con el paradero de
ella, y se marcharon a buscarla, pero no regresaron.
—¿Qué harás Timothy? ¿La seguirás buscando en América? ¿Irás hasta su casa
para obligarla a escucharte?
Todas esas preguntas lo habían estado torturando, durante los últimos días;
aunque no le había comentado nada a sus padres. No quería que ellos
comenzaran a preocuparse de nuevo, o que estuvieran llenándolo de sermones
a diario; ya no era un chiquillo que necesitaba escuchar lo que debía hacer y lo
que no.
—Sí, estoy consciente de todo lo que te dije, pero también de que nada de lo
que hice funcionó; le entregué diez años de mi vida y fueron en vano.
—¿Y quién te asegura eso? ¿Quién te asegura que fue en vano todo lo que le
diste a Timothy? —
cuestionó con su mirada fija en la de ella, que fue invadida por las dudas.
Vio que Brigitte no se detenía, así que siguió caminando tras ella, no dejaría el
tema de lado; porque tal vez le ayudaba a su hermana a evitar un error que iba
a lamentar más adelante.
Él más que nadie sabía que olvidar un amor no era una tarea sencilla, y que si
aún existía la posibilidad de salvarlo, por qué no hacerlo, por qué no luchar.
»Lo digo por lo desesperado que lucía cada vez que iba a la casa a preguntar
si sabíamos algo de ti, o cuando lo encontré completamente desecho en su
apartamento, dos días después de que te fuiste.
—¡¿Ah no?! ¿Y entonces por qué crees que estaba así? —Buscó una vez más
la mirada de su hermana.
—O… tal vez porque teme perder a la mujer que ama. ¿No te has puesto a
pensar en eso Brit? En que a lo mejor Timothy se enamoró de ti —cuestionó,
una vez más.
—Allan, ya basta, deja de torturarme con esto… No puedo creer que me pidas
que le dé una oportunidad, a un hombre que me engañó como a una tonta… No
tienes ni idea de lo que me pides. —
Caminó alejándose de él, pero enseguida se volvió para hablarle claro, a ver
si así terminaba con ese tema—. Supongamos que perdono a Timothy y que
obtengo lo que siempre he soñado, que me caso con él e iniciamos una vida
juntos… ¿Cómo piensas que me sentiría, compartiendo la intimidad con
alguien que piensa en otra mujer mientras está conmigo? —preguntó aquello
que más le había dolido descubrir.
—¿Acaso él te hizo sentir eso o lo leíste en su diario?
Timothy nunca mencionó a Emma estando con ella, y tampoco leyó en su diario
que alguna vez hubiera pensado en ella cuando tenían intimidad. Sin embargo,
él estaba enamorado de la mujer de su mejor amigo, y si la amaba, también la
deseaba.
Su corazón le gritó que se diera la vuelta, pero la razón le advirtió que mirara
al frente, que ya no tenía nada que buscar en el pasado; y decidió seguir la voz
de esta última.
—Ya no quiero tener una vida llena de fantasmas junto a él… No quiero vivir
sospechando y preguntándome todo el tiempo si el hombre que está a mi lado
es sincero o no. Me propuse olvidar a Timothy Rumsfeld y te aseguro que lo
haré —sentenció, mirando a su hermano a los ojos.
—Entonces será mejor darnos prisa, los autos comienzan a avanzar. —Le
rodeó los hombros con su
Vio que el hombre al borde del camino ya no se encontraba allí, supuso que
debió subir al auto donde viajaba, así que no tenía caso pensar en él.
nuevo con Brigitte, así pasaría lo quisiera ella o no, pero él no iba a interferir
de ninguna manera.
Capítulo 55
—No tengo ninguna prisa de subir a ese barco y pasar veinte días encerrados
allí, rodeados de agua.
Sonrió con entusiasmo, pues ya había viajado dentro de Los Estados Unidos en
esos aparatos, y deseaba hacerlo a Europa también. Disfrutar de la sensación
de volar, en un viaje más largo, además, se ahorraría mucho tiempo.
—Pues yo sigo temiéndole a esas cosas, no sé… Creo que no son del todo
seguras, menos en viajes que crucen el océano —acotó Karla, arruinado la
emoción de su esposo.
Después miró a su esposa con una amplia y coqueta sonrisa, para intentar
convencerla; en el fondo sabía que lo conseguiría.
—Bueno, ¿qué les parece si ordenamos? Ya que estamos aquí —dijo Allan,
quien también podía ver
Todos asintieron y se dispusieron a mirar los menús que tenían sobre la mesa,
que en su mayoría ofrecían frutos del mar. Brigitte desechó enseguida
cualquiera que tuviera a las ostras entre sus
Para algo tenía suficiente dinero y podía pagar para que le hicieran todo lo
complicado, sin tener que ser él, quien se encargarse de ello.
—Theo… ¿Estás seguro de dejar nuestras cosas con ese hombre? —preguntó
Violeta sin dejar de mirar al inglés que viajaba con su familia.
—Claro mujer, no hay problema… Le estoy pagando al hombre diez dólares
—respondió con suficiencia.
—Puede estar tranquila madre, es bien sabido que mi padre siempre consigue
empleados que se pongan a su disposición donde le plazca —acotó Timothy,
mirándola.
—No tengo apetito, y ese lugar está muy lleno; mejor me quedó aquí —
comentó Timothy, sacando otro cigarrillo de la cajetilla, para fumarlo.
—Por favor hijo… No has comido nada desde el café que tomaste en el
desayuno. Y deja de fumar,
Timothy no quería que se enfrascaran en una discusión por su culpa, así que
apagó el cigarrillo que acababa de encender, y cedió ante el deseo de su
madre, para que almorzara con ellos.
Caminó hasta el restaurante, que tenía un estilo de fachada más elegante, con
paredes oscuras, revestidas de caoba, y que su padre escogió porque resaltaba
entre los tres que se encontraban en el lugar.
A veces pensaban que no había nacido en Boston como le dijeron sus padres,
sino en Sandringham, cuna de su antigua majestad, el rey Jorge VI de
Inglaterra.
—Todo parece delicioso, pero pediré las ostras; deseo algo fresco antes de
subir al barco —comentó Violeta.
Wiltons junto a Brigitte llegó hasta él. Acompañado también de lo que ocurrió
una vez que llegaron a su apartamento e hicieron el amor, con tanto desenfreno
y entrega, casi hasta que el sol los sorprendió al entrar por su ventana.
—Yo quiero… —Su voz salió como un silbido, por las emociones que causó
en él ese recuerdo. Negó con la cabeza y se aclaró la garganta, antes de
continuar—: La lubina con salsa mascarpone, por favor —
Cerró los ojos y se obligó a permanecer en su lugar, aunque sus deseos fueron
ponerse de pie para ir tras el sonido, decidió quedarse justo donde estaba,
pensando que seguramente, era una jugarreta de su imaginación, y que iba a
terminar loco si seguía por ese camino. Debía dejar de aferrarse a cada
recuerdo de ella.
Los Brown salieron del restaurante junto a su nuevo amigo francés, Donatien
Rimbaud, quien junto a Allan, intentaron mantener los ánimos arriba, pues
sabían que venía lo peor de ese día: la despedida que tanto habían temido,
tanto los que se iban como los que se quedaban.
—Yo también, todos los días, a cada segundo —dijo, acariciándole la espalda
y dándole besos en el cabello.
Karla se unió a ese abrazo, no tenía voz para hablar, las lágrimas inundaban su
garganta; no quería hacer más difícil esa despedida, pero tampoco podía
esconder su dolor; había pensado que después de ese año, ya no tendría que
hacerlo más, que no estaría lejos de Brigitte.
—Te lo prometo tío, esta vez no la dejaré escapar a ningún lado, así me toque
amarrarla a la cama.
Vio que su hijo estaba hablando con Donatien Rimbaud, y dejó que fuese
Allan, quien se encargara de hacerle un par de advertencias, que nunca estaban
de más; sobre todo, después de la experiencia con Timothy Rumsfeld.
—Te doy mi palabra de que nunca haré algo que lastime o perjudique a tu
hermana. No habrá engaños entre nosotros; tenemos la edad de poder hablar
con la verdad y… no voy a negarte que la amo, que lo hago profundamente y
desde hace mucho; pero en todo este tiempo la he respetado; ciertamente,
deseo ganarme su afecto, pero sin presiones. No voy a exigirle nunca nada, de
eso puedes estar completamente seguro —mencionó, mirándolo directamente a
los ojos, para que viera que le decía la verdad, que nunca le haría daño a su
musa.
—No lo harás —aseguró este, extendiéndole la mano, para sellar ese pacto.
La miró a los ojos y le sonrió, recibiendo ese estrecho abrazo que Brigitte le
entregó; él la apretó con fuerza y la mantuvo junto a su cuerpo, quedándose en
silencio, porque a veces las palabras no alcanzaban para expresar las
emociones.
—Solo quiero que me prometas que esta vez pensarás primero en ti…, que no
te entregarás por completo a alguien, sin estar segura de que él también estará
dispuesto a brindarte lo mismo que tú le darás —pidió, con su mirada celeste
anclada en los ojos grises de ella.
—Te lo prometo. —La voz de Brigitte fue apenas un susurro, pero iba cargada
de convicción.
—Te adoro Brit —pronunció, limpiando las lágrimas que bajaban por sus
mejillas.
—Más te vale que no dejes que ningún hombre me quite un poquito de ese
amor. —Le advirtió sonriéndole.
dejar de llorar.
—Tú también, te quiero mucho Brit —dijo apretándola con fuerza. Después de
eso tuvo que soltarla.
Caminó con sus padres hasta la rampa de primera clase del Queen Elizabeth,
mirando de vez en cuando a Brigitte, Margaret y Donatien, quienes se
mantenían en la plataforma.
Buscaron un lugar desde donde pudieran verlos, ellos seguían allí de pie y les
hicieron señas, para que al menos mantuvieran el contacto visual, mientras el
barco soltaba las amarras y comenzaba a ser remolcado hacia el océano.
—Ella estará bien… —Les dijo a sus padres, para aliviar un poco el dolor
que podía apreciar en los dos.
Karla solo consiguió sollozar, mientras asentía con la cabeza, recibiendo con
emoción el beso que le dio su hijo en el cabello y el abrazo que la rodeó; ese
que junto al que mantenía su esposo en torno a ella, la llenaban de fortaleza,
para poder despedir a su hija una vez más.
—Estoy de acuerdo con las dos, quedaron encantados con París, y creo que
regresarán muy pronto —
acotó el hombre.
Timothy se encontraba en cubierta, aunque les había dicho a sus padres que
iría hacia su camarote, pues él no tenía a nadie de quien despedirse. Pero algo
más poderoso lo hizo salir de ese lugar y subir hasta la plataforma, donde
muchos despedían a sus seres queridos.
Buscó entre las personas en el puerto, intentando dar con alguien conocido,
pero las lágrimas que colmaban sus ojos, y la distancia desde esa altura, le
impedían ver esos rostros con claridad.
Además, él sabía que no hallaría allí el que tanto anhelaba ver; ella no estaba
en ese lugar. Suspiró, cerrando los ojos, dejando que las lágrimas que había
estado conteniendo los últimos días, al fin lo desbordasen sin ningún reparo.
Se sujetó con fuerza a la baranda del barco, buscando en esta el apoyo que
comenzaba a faltarle a sus piernas; mientras sentía que su corazón se
desgarraba y que una parte se iba con él a América, pero la otra se quedaba en
algún rincón de Europa, con la mujer que amaba.
No dejes de leer el final de
Llegaron hasta el modesto edificio que ella había hecho su hogar, él le pagó al
chofer y bajó del auto, para después extenderle la mano. Tuvo que ayudarla,
pues ella había bebido bastante y sus piernas temblaron, en cuando se apoyó
en el suelo de adoquines.
Despidió al chofer con un ademán de su mano, luego entró al edificio tras ella;
necesitaba comprobar por sí mismo que estaría segura.
—¿Por qué estás molesta? —inquirió, al ver cómo luchaba por abrir la reja
del ascensor.
—No estoy molesta —respondió ella con los dientes apretados por el esfuerzo
que hacía—. ¡Estúpida puerta! Ya no la soporto —expresó, golpeándola con
las palmas de sus manos, queriendo darle también un puntapié.
Ella pasó por su lado con rapidez y entró al aparato, dispuesta a ganarle a la
puerta del elevador; llevó sus manos para cerrarla, pero una vez más,
Donatien la detenía; no para hacerlo él, sino para entrar al mismo y desde
adentro cerrarla, luego lo vio marcar su piso.
Ella se tensó de inmediato al ver lo que hacía, no entendía por qué había
decidido subir con ella; en los meses que llevaba viviendo allí, él nunca había
pasado de la recepción, cuando regresaban de cenar o de alguna exposición.
—Me gustaría acompañarte hasta la puerta de tu apartamento, y así asegurarme
de que estarás bien —
—Bien, llegamos. Muchas gracias por la velada Donatien, fue muy agradable;
y gracias por acompañarme casi hasta la puerta de mi apartamento. Buenas
noches, que descanses. —Brigitte dijo todo eso con rapidez y lo esquivó para
salir del elevador, cuando él le abrió la puerta.
ella.
—La que te hice hace unos minutos. Debí preguntarte por qué estás tan molesta
conmigo. Porque es
Pensó en negar lo que él afirmaba, pero de pronto recordó que los dos habían
prometido ser sinceros; así que lo sería.
—Cuando me subí al tren en Londres, tú me dijiste algo que no he olvidado:
«De hoy en adelante, tu vida será verdaderamente tuya Brigitte, podrás
hacer lo que desees». —Ella citó sus palabras.
—¡Pues ya no soy una niña para que lo hagas! —exclamó con voz trémula, y
con las lágrimas a un pestañeo de ser derramadas—. Se supone que soy una
mujer adulta e independiente, que puedo ir a donde me plazca y tomar mis
propias decisiones, sin tener que rendirle cuentas a nadie.
Se sintió tan dolida, furiosa y ofendida, que sin darse cuenta, un par de
lágrimas corrieron por sus mejillas.
—¡Espera un momento! —gritó para detenerlo.
—Intentar entablar una amistad con alguien, no tiene nada de malo, y no vas a
hacer que me sienta mal por ello. Tengo derecho a ser feliz…, y solo estoy
buscando la manera de rehacer mi vida. Quiero encontrar a un hombre que me
valore y que me ame…, que me haga sentir especial por primera vez en mi
vida —pronunció, dándole la libertad a las lágrimas que le inundaba la
garganta, para que desbordasen sus ojos.
—Has tenido a ese hombre durante años frente a ti, pero tu amor por el infeliz
de Timothy Rumsfeld te tiene tan ciega, que eres incapaz de verlo. Adiós
Brigitte, que descanses —mencionó, mirándola a los ojos; cerró la reja y puso
en marcha el ascensor.
ahogando, salieron como una dolorosa explosión por sus labios; se abrazó a sí
misma y caminó hacia su apartamento, sintiendo que una vez más, Timothy
Rumsfeld la estaba condenando a ser infeliz.
Playlist
Contacta a la autora