El Romanticismo
El Romanticismo
El Romanticismo
Del Clasicismo al
Romanticismo. Barcelona: Hyspamérica, 1982
Toda esa hojarasca lírica y mesiánica no nos puede hacer olvidar que el Segundo
romanticismo es consciente ya de la dimensión laboral del poeta: el poeta es un
trabajador cuyo esfuerzo se ejerce sobre una materia muy peculiar —el lenguaje común
— con un objetivo más peculiar aún: hacerle decir a este lenguaje aquello que nunca ha
dicho y que, necesariamente, va a decir mal. La poesía como trabajo sobre el lenguaje es
vivida por Vigny a lo largo de toda su obra, como atestigua su Diario de un poeta, y por
el mismísimo genio de la improvisación, Lamartine.
El romanticismo sigue ligado aún al espectro de la inspiración, si bien el concepto de
poema ha recorrido un largo caminar desde el «suspiro» del primer Lamartine a la
«hogaza de pan» que, en metáfora modernísima, nos describe el laborioso Vigny,
pasando por el «fruto» que el poeta produce de manera espontánea, según Hugo, o el
«sollozo» que la Musa arranca del corazón del poeta, según Musset: «Golpéate el
corazón: ahí está el genio».
No podemos olvidar la dimensión satírica de la poesía romántica, cuyo objetivo es
siempre la lucha política. Se esconde en poemas de Lamartine— Las Revoluciones,
Respuesta a Némesis — en poemas de Vigny —La salvaje (La sauvage), La casa del
pastor—, mas estalla luminosa en Hugo: Los castigos (Les chátiments), libro en el que
el poeta arremete con el enjambre de sus millares de versos, El manto imperial (Le
manteau imperial), contra la figura de Napoleón III y el triunfo de la represión política e
ideológica que encarna. Con esta dimensión, política, pero de signo negativo, el
Segundo romanticismo enlaza a su vez con el Primero, que también luchó contra la
realidad histórica de Napoleón Bonaparte —realidad ahora mitificada—, y con el
realismo-naturalismo, al iniciar una nueva lucha política que asume los fracasos de la
revolución de 1848. En medio quedan las ilusiones de un romanticismo que fue el
portavoz de la modernidad, en la fe y en la ilusión.
Javier del Prado
Profesor Agregado de Literatura Francesa de la
Universidad Complutense de Madrid
Tres son los signos visibles de la «revolución del lenguaje poético» que sufre la
literatura francesa a lo largo del siglo XIX. En primer lugar, el paso de la visión exterior
a la visión interior, con el nacimiento del poeta visionario (Rimbaud, Lautréamont); en
segundo lugar, la subversión sintáctica, generadora de la subversión semántica, con el
nacimiento del poeta lingüístico (Mallarmé); y, finalmente, la vuelta a una perfección
formal, que la poesía francesa recupera a partir de la experiencia del Parnaso, y que
tiene como mejor exponente la dimensión musical del simbolismo (Verlaine, el padre
francés del modernismo, Laforgue).
Se afirma, tradicionalmente, que la poesía moderna nace, al menos en Francia, y
posiblemente en todo Occidente, en la experiencia poética de Baudelaire, en cuya obra
se hallan presentes los tres gérmenes creadores que acabamos de enumerar, si bien, el
segundo en escasa medida. Ahora bien, el romanticismo ya los contenía, aunque
diluidos en medio de una producción que está dominada por la confesión sentimental y,
sobre todo, por la reflexión política y religiosa.
Debemos considerar, pues, a Víctor Hugo —antes que a Baudelaire y Nerval—
como al «padre» de la poesía escrita desde la perspectiva de la modernidad.
La publicación de Las contemplaciones marca una ruptura en la concepción y en la
realización poéticas de Hugo, estableciendo un antes y un ahora que, si bien tiene un
referente anecdótico —la muerte de su hija— tiene, también, un referente poético:
existe un antes de la poesía, en el que ésta cubría una función ornamental (algunos la
llamarían estética), y existe un ahora de la poesía, en la que ésta se carga de una función
simbólica (algunos la llamarían moral y ontológica), prospectora de la «auténtica
realidad». La poesía francesa visionaria nace en Hugo — así lo reconocería Rimbaud—
en la última parte de Las contemplaciones, y en sus últimos libros: Dios y El fin de
Satanás, con sus grandes y subversivas metáforas.
Las contemplaciones se sitúan así, ante nosotros, como la síntesis de la evolución
que lleva a Hugo de una poesía romántica, en gran parte grandilocuente y superficial, a
una poesía que nace, en profundidad, desde los misterios del Cosmos y de la palabra;
evolución que no es sino ejemplo de aquella que sufre toda la poesía occidental, a través
de la experiencia romántica, al pasar de una función ornamental —que, con carácter casi
general, se da en casi toda la tradición de Occidente— a una función semántica, que
dice y crea aquellas realidades que no han sido dichas, es decir, creadas, por el lenguaje
común.
La Elvire de Lamartine
El discurso amoroso es siempre idealista; no así el discurso relativo al sexo. Ahora
bien, el idealismo del discurso romántico sobre el amor no nos puede hacer caer en la
trampa, ingenua y bastante generalizada, de considerar a los poetas románticos como
seres que en materia amorosa y sexual vagan —como en tantos otros aspectos— por
espacios inmateriales, ajenos al mundo y a la realidad de la naturaleza humana. La
escritura es otra cosa.
El idealismo literario del amor romántico cubre dos funciones específicas. La
primera, como catalizador temático de la tensión anímica conocida con el nombre de «le
vague des passions» (la pasión sin objeto), al elegir —mejor sería decir, al crear—
amores imposibles que tienden hacia mujeres de imposible acceso, que lo mismo
pueden ser actrices subidas en su pedestal, que fantasmas de la imaginación, o mujeres
arrancadas de la realidad por su consagración a Dios o por la muerte. La segunda, en
cuanto catalizador temático de la experiencia negativa de la temporalidad, sufrida en el
paso de la Historia y de la vida personal, frente a la perennidad de otro elemento básico
de la temática romántica, el de la naturaleza silvestre.
Tres grandes poemas románticos sintetizan estos aspectos, tres poemas en los cuales
la conciencia popular quiere resumir, a veces, toda la lírica romántica de carácter
amoroso: El lago de Lamartine, La tristeza de Olimpio, de Hugo y El recuerdo de
Musset. Los tres nacen como síntesis idealizada de varias experiencias amorosas, más o
menos reales de los autores; los tres, en cuanto textos, poco o nada tienen que ver con la
realidad anecdótica que les sirvió de matriz.
De los tres poemas, el caso más llamativo, respecto del problema que nos ocupa, lo
constituye el texto de Lamartine, al haberse convertido éste en la síntesis errónea de un
romanticismo lírico que, ajeno al mundo de los cuerpos, ha creado la segunda gran
sílfide del romanticismo francés, Elvire, después de la Atala de Chateaubriand.
La pregunta insidiosa y poco inteligente surgió desde el primer momento: ¿cómo
fueron los amores de Lamartine con la mujer de carne y hueso, Madame Julie Charles,
que luego sería inmortalizada con el nombre de Elvire? ¿Fueron amores puros o amores
totales? La experiencia trascendida por el poema de Lamartine, ¿contempla un único
amor o esconde, acaso, una pluralidad de prácticas amorosas que incluye los amores del
poeta con Julie, pero también con Graciela, Madame d’Agout e, incluso, la propia
Madame Lamartine? Elvire, como la plural Marie de Ronsard, es, sin lugar a dudas, la
mujer, la mujer como tema literario, imposible, pero necesaria para hacernos sentir
mejor la inutilidad de la tensión romántica entre la imposible trascendencia y la
frustrada inmanencia.
La famosa disputa entre los crítico Séché —partidario del amor puro e inmaterial de
Lamartine— y Doumic —partidario de un amor completo, es decir, físico y espiritual—,
disputa que rebaja a un nivel digno de la prensa del corazón el tema literario que
tratamos, queda resuelta por E. Faguet desde dos perspectivas diferentes: primero,
aquella que nos ofrece la lectura de las cartas de Julie a Lamartine, y, en segundo lugar,
aquella que se deduce de las diferentes versiones de los poemas de Lamartirie que
hablan de su amor por Elvire.
De Madame Julie Charles se conservan, al parecer, pocas cartas; y, sin embargo,
hubo varios cientos que Lamartine, por prudencia, destruyó. ¿Prudencia necesaria o
innecesaria?
Existen, por otro lado, versiones más amplias que aquellas conocidas por el gran
público de poemas que, como El lago, El templo, La inmortalidad, nos hablan del
supuesto amor de Lamartine por Elvire-Julie. Dichos poemas han sufrido un proceso de
depuración que no es sino un proceso de idealización de una experiencia real;
idealización que cubre dos frentes: la necesaria censura social, y la necesaria
transposición literaria a la tópica temática del romanticismo: «. . .al salir de aquel
recogimiento (...) escribí esta meditación. Era mucho más larga. Suprimí la mitad ya
impresa. La piedad amorosa tiene dos pudores: el del amor y el de la religión. No osé
profanarlos» (comentario de El templo). Dos pudores a los que podríamos añadir un
tercero: el escándalo social, el miedo a transgredir las normas convencionales.
Proceso de depuración a través de la escritura, en el que se esconde el paso de la
experiencia real — más o menos generosa o egoísta, más o menos digna o vulgar— a la
realidad literaria: símbolo de un ideal imaginario e ideológico en el que se condensa una
de las esencias del romanticismo: la tensión entre la trascendencia imposible y la
inmanencia frustrada. La inmortalidad no deja de ser un poema de amor. Y todas las
Meditaciones poéticas no dejan de ser un poemario de amor (frustrado) en el que el
tema más constante, casi único, es Dios.
Bibliografía en español
J.VICENS VIVES. Historia general moderna, Vol. II, caps. XI, XII y XIII. Barcelona,
Montaner y Simón, 1952
J.L´HOMME, La gran burguesía en el poder, Lorenzana, 1965.
J.P.RICHARD, El romanticismo en Francia, Barral, 1975.
E. FAGUET, Los amores de los literatos célebres: .. .Lamartine, Sainte-Beuve, Jorge
Sand y Musset; La España Moderna, Madrid.
JAVIER DEL PRADO, «Realidad y verdad: hacia la escritura como estructuración
significante de la Historia. Notas a Réflexions sur la Vérité dans l’Art de A. de
Vigny», en Filología Moderna; n.° 67, 1979.
P. GABAUDAN, El Romanticismo en Francia. Salamanca, Universidad, 1979.
Esta bibliografía incluye las obras más asequibles para el lector de lengua española.
Sólo se mencionan textos en otros idiomas en los casos en que dichos textos se
consideren imprescindibles.