El Trompo

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EL TROMPO

Uno de los niños trajo un


trompo y lo hizo bailar. El
trompo bailando dio una vuelta y
se quedó fijo, como si estuviera
dormido.
Nos tumbamos en el suelo
para ver mejor lo quieto que
estaba y acercábamos la oreja
para oír su fino zumbido.
Nos acercamos tanto que lo
movimos, y el trompo, como un
loco, saltó arañándonos a todos
la cara. Nos fuimos a curar con
desinfectante rojo.
Algunos niños quedaron
pintados como payasos. ¿Qué
os ha pasado?, nos dijeron
cuando salimos. ¡Nada de
particular! que el trompo se ha
vuelto loco.
EL ZORRO Y LA CIGÜEÑA

Un día, el zorro invitó a la


cigüeña a comer un rico
almuerzo. El zorrito tramposo
sirvió la sopa en unos platos
chatos, chatísimos, y de unos
pocos lengüetazos terminó su
comida.
A la cigüeña se le hacía agua el
pico, pero como el plato era
chato, chatísimo, y su pico era
largo, larguísimo , no consiguió
tomar ni un traguito.
- ¿No le ha gustado el
almuerzo, señora
cigüeña? -le preguntó el zorro
relamiéndose.
- Todo estuvo muy rico -dijo ella-
. Ahora quiero invitarlo yo.
Mañana lo espero a comer en mi
casa.
Al día siguiente, la cigüeña
sirvió la comida en unos
botellones altos, de cuello muy
estrecho. Tan estrecho que el
zorro no pudo meter dentro ni la
puntita del hocico.
La cigüeña, en cambio, metió en
el botellón su pico largo,
larguísimo, y comió hasta el
último bocado. Después,
mirando al zorro, que estaba
muerto de hambre, le dijo
riendo:
- Por lo visto, señor zorro, le ha
gustado mi comida tanto como a
mí me gustó la suya.
El zorro se fue sin chistar, con la
cola entre las piernas. El
tramposo no puede protestar
cuando le devuelven su
trampita.
Jean de La Fontaine (Fábula)
PLATERO
Venía, a veces, flaco
y enfermo, a la casa
del huerto. El pobre
andaba siempre
huyendo,
acostumbrado a los gritos y a
las piedras. Los mismos perros
le enseñaban los dientes. Y se
iba otra vez, con el sol del
mediodía, lento y triste, monte
abajo.
Aquella tarde, llegó detrás de
Diana. Cuando yo salía, el
guarda, que en un arranque de
mal corazón había sacado la
escopeta, disparó contra él. No
tuve tiempo de evitarlo. El pobre,
con el tiro en la barriga, se
volvió rápidamente un momento,
dio un aullido, y cayó muerto
bajo un árbol.
Platero miraba el perro
fijamente, levantando la cabeza.
Diana, temblando, andaba
escondiéndose de uno en otro.
El guarda, arrepentido quizás,
daba largas razones no sabía a
quién. Un velo parecía poner de
luto el sol; un velo grande, como
el velo pequeñito que nubló el
ojo sano del perro muerto.
(Juan Ramón Jiménez)
CANCIONCILLA SEVILLANA

Amanecía
en el naranjel.
Abejitas de oro
buscaban la miel.
¿Dónde estará
la miel?
Está en la flor azul,
Isabel.
En la flor,
del romero aquel.
(Sillita de oro
para el moro.
Silla de oropel
para su mujer).
Amanecía en el naranjel.

Federico García Lorca


EL MANTÍCORA

La gente que vive


en el desierto
habla de un
animal llamado
mantícora.
El mantícora es un animal que
tiene tres filas de dientes que
se entrelazan entre sí como los
de un peine; la cara y las orejas
son como las de un hombre;
los ojos son azules, el cuerpo
es parecido a un león y la cola
termina en un aguijón, como la
de los alacranes. Es muy
aficionado a cazar hombres.
Corre con mucha rapidez,
apoyándose en unas uñas muy
retorcidas. Cuando sopla por
sus narices se oye el ruido
desde muy lejos. Si es atacado,
mueve con fuerza su cola y
dispara unas púas, como
flechas envenenadas, que son
capaces de matar a un hombre.
Vive en el desierto, y cuando
los ejércitos quieren cruzarlo,
ataca a los soldados que
pueden ser comidos por el
mantícora.
EL PAÍS DONDE SE PERDÍAN
LAS PALABRAS

Érase una vez un país remoto


donde la gente perdía las
palabras.
Inesperadamente, los
hombres y las mujeres de
aquella tierra –jóvenes y viejos-
habían empezado a perder las
palabras.
Una detrás de otra,
como quien pierde los
cabellos.
Nadie sabía determinar las
causas por las cuales aquella
gente había empezado a ignorar
los nombres de las cosas, y
muchos no sabían de qué
manera podían designar a los
pájaros, a los árboles, a las
montañas y a el mar.
Las palabras perdidas
permanecían con frecuencia en
el suelo, por las calles y las
plazas.
No era difícil ver aquel
suceso. De pronto, una palabra
surgía de un bolsillo, colgaba de
un sombrero, caía del interior de
un capazo... Se precipitaba al
suelo y rodaba sobre el
pavimento como si fuera una
bola.
EL RACIMO DE UVAS

Al ciego le habían regalado


un hermoso racimo de
uvas y quiso compartirlo
conmigo. Como pensaba
que yo iba a engañarle y comer
más de la cuenta, dijo:
- Lázaro, tienes que prometer
que cogerás sólo una uva
cada vez. Yo haré lo mismo y
así los dos comeremos la
misma cantidad.
Yo así lo prometí. Pero, al
poco rato, vi que el astuto ciego
comenzó a coger las uvas de
dos en dos; y yo, para no ser
menos, empecé a tomarlas de
tres en tres. Cuando terminamos
el racimo, dijo el ciego:
- Lázaro, me has engañado.
Has estado cogiendo las uvas
de tres en tres.
Como yo se lo negara,
añadió:
- ¿Sabes en qué lo he
notado? En que yo
las tomaba de dos en
dos y tú callabas.
LAS MAÑANICAS

En las mañanicas
del mes de mayo
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.

En las mañanicas,
como son frescas,
cubren ruiseñores
las alamedas.

Ríense las fuentes


tirando perlas
a las florecillas
que están más cerca.

Vístense las plantas


de varias sedas
que sacar colores
poco les cuesta.

Los campos alegran


tapetes varios,
cantan los ruiseñores
retumba el campo.
SE EQUIVOCÓ LA PALOMA

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur.


Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;


que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas, rocío;


que la calor, la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;


que tu corazón su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.


Tú, en la cumbre de una rama.)

Rafael Alberti
SILENCIO

“Odiaba el
viento frío. Se
metía por la ropa, congelaba
su cuerpo y le hacía tiritar.
Confiaba en que el viento no
soplara mañana en el
bosque, pues entonces
haría ruido.
Al niño le gustaba el bosque
cuando estaba silencioso. Él
entendía el silencio . Podía
oír cosas cuando todo
estaba
quedo. Pero el silencio era
más llevadero en el bosque
que
en la cabaña. En el silencio
de la cabaña no oía cosas.
Los
Silencios de la cabaña eran
largos y tristes,”
EL COLECCIONISTA DE
SONRISAS

“Hay reyes a quienes les

gusta que sus súbditos les


tiren pétalos de rosa; a mí, en
cambio, lo que más me gusta
son esas sonrisas espontáneas.
Aquí están todas. ¿No las veis
como flotan en el aire? Esa tan
luminosa es de Buu. La tengo
desde aquel día que le di un
pisotón muy grande, y, en vez de
echarse a llorar, sonrió y dijo.
“No me ha dolido”. Esa sonrisa
no desaparecerá
nunca, y yo la
guardaré siempre.”
DE CÓMO ACABAR CON EL
HAMBRE EN EL MUNDO

Oíd qué rápida solución halló


Poro, rey de los persas.
"Donde un pobre muera de
hambre dentro de nuestros
muros, tomaré por cada pobre
un rico. Y en la prisión
también él morirá de hambre".
Nadie murió de hambre en aquel
país. Y los ricos no
tuvieron que pasar hambre con
los pobres, sino repartir algo de
su abundancia.

Federico Rückert
“El lobo y la grulla”

A un lobo que comía


un hueso, se le
atragantó el hueso en
la garganta, y corría por todas
partes en busca de auxilio.
Encontró en su correr a una
grulla y le pidió que le
salvara de aquella
situación, y que enseguida le
pagaría por ello. Aceptó la grulla
e introdujo su cabeza en la boca
del lobo, sacando de la garganta
el hueso atravesado. Pidió
entonces la cancelación de la
paga convenida. «Oye, amiga –
dijo el lobo-, ¿no crees que es
suficiente paga haber sacado tu
cabeza sana y salva de mi
boca?»
Moraleja: Nunca hagas favores
a malvados, traficantes o
corruptos, pues mucha paga
tendrías si te dejaran sano y
salvo.
LO QUE ESTÁ ESCRITO
Un ciego mendigaba en
el camino a la Meca,
cuando se le acercó un
piadoso musulmán y le preguntó
si la gente le daba limosna
generosamente, como manda el
Corán. El hombre le enseñó el
recipiente, casi vacío. Dijo
entonces el visitante:

- Déjame que escriba en el


letrero que cuelga de tu cuello.
Horas más tarde, volvió el
visitante. El mendigo estaba
sorprendido, pues había recibido
una cantidad enorme de dinero.
- ¿Qué es lo que escribió en el
letrero? –preguntó.
- Tan sólo escribí: “Hoy es un
hermoso día de primavera, el
Sol brilla y yo soy ciego”.
-
El chimpancé

El chimpancé es un animal
que sabe fabricarse sus propias
herramientas. Arranca una rama
de un árbol y se hace una vara.
Luego la mete en los
hormigueros, la retira con
cuidado y lame los insectos que
se han quedado pegados.

Si tiene sed utiliza un puñado


de hojas como si fuera una
esponja, recogiendo el agua de
lluvia que se ha quedado en los
agujeros de los árboles. Es muy
astuto, ¿no?
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