Manual Elemental de Derecho Civil Ecuatoriano Tomo 4
Manual Elemental de Derecho Civil Ecuatoriano Tomo 4
Manual Elemental de Derecho Civil Ecuatoriano Tomo 4
MANUAL ELEMENTAL DE
DERECHO CIVIL DEL
ECUADOR
VOLUMEN IV
LOS CONTRATOS
Edición: Primera
Tiraje: 700 ejemplares
Impresión
Corporación de Estudios y Publicaciones
ÍNDICE
VOLUMEN IV
CAPÍTULO I LA COMPRAVENTA 1
1. Noción y definición 1
2. Diferencia de otros contratos 5
3. Clases de compraventa 9
4. Características generales del contrato de
compraventa 11
5. La promesa de compraventa 13
CAPÍTULO IV EL PRECIO 55
1. Cualidades del precio en la compraventa 55
2. Casos especiales 58
BIBLIOGRAFÍA 703
CAPÍTULO I
LA COMPRAVENTA
1. Noción y definición
El concepto muy simple de la compraventa, dar una cosa por una suma de dinero, pre-
senta, sin embargo, algunas variaciones que originan varias firmas de compraventa y
también derivan en otros contratos, símiles pero diferentes.
Las corrientes del derecho germano se fueron mezclando con los principios romanos y
este mismo derecho evolucionó hacia una admisión cada vez más amplia de modos
menos formales y más espiritualizados de transferir el dominio, dando progresiva vali-
dez a la voluntad de los contratantes para producir ese efecto.
Los dos conceptos no son incompatibles, pues resulta admisible que en ciertos casos la
compraventa produzca de inmediato el efecto transmisor de la propiedad, y en otros
casos, por disposición de la ley o por voluntad de las partes, se postergue la transferen-
cia del dominio, sea hasta el cumplimiento de un plazo o condición, sea porque se deba
cumplir alguna solemnidad, como la inscripción de la escritura pública, en el caso de
los inmuebles.
El artículo 2248 del Código Civil Mexicano define la compraventa como “contrato por
el cual uno de los contratantes, llamado vendedor, se obliga a transferir el dominio de
una cosa o de un derecho a otro, llamado comprador, quien a su vez se obliga a pagar un
precio cierto y en dinero”. Treviño agrega: “El objetivo principal que se persigue en el
contrato es el de transmitir el dominio de las cosas o derechos, bien sea que dicha
transmisión se opere por el mero contrato, si se trata de cosas ciertas y determinadas,
bien que se efectúe con posterioridad tal como sucede con las cosas determinadas solo
en especie”. A diferencia de esta norma mexicana, nuestro Código, no menciona la
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transferencia del dominio en la definición del artículo 1732, sino que se refiere única-
mente a “dar una cosa” y esta entrega bien puede entenderse en propiedad o como
simple posesión.
Castán critica la definición del Código Civil español que se refiere a “entregar una cosa”
porque no se sabe si es en propiedad o en simple posesión o tenencia. El Código Civil
ecuatoriano dice: “dar una cosa”, y el Diccionario de la Academia en la primera acep-
ción señala como sinónimo de “dar” “donar”, y en la segunda acepción, que sería la
aplicable al caso, “entregar”; de modo que la crítica de Castán resulta aplicable a nues-
tro artículo 1732.
Ennecerus define así: el contrato bilateral por el cual una de las partes se obliga a la
prestación de una cosa o un derecho y la otra, a la contraprestación en dinero. Tampoco
así se resuelve el contenido último del contrato, ya que la prestación, es una entrega, o
un dar, que admite la transferencia del dominio, pero no la exige necesariamente. En
parecida línea se sitúan otros autores, como Josserand, quien afirma: “un contrato por el
cual el vendedor se compromete a entregar al comprador y a garantizar una cosa o un
derecho preexistente, mediante el pago de un precio en dinero”.
Podría definirse en el Ecuador la compraventa como el contrato por el cual una parte
transfiere o se obliga a transferir el dominio de una cosa material o inmaterial, y la
otra parte paga o se obliga a pagar el precio convenido.
Finalmente, parece también oportuno indicar que la transferencia del dominio puede
coincidir con el mismo momento del contrato o bien producirse más adelante; es decir,
que la obligación del vendedor o se cumple instantáneamente, o se realiza posterior-
mente, lo cual da cabida al plazo, la condición o la determinación ulterior del cuerpo
cierto que se transfiere (y que puede inicialmente señalarse por su especie y número,
peso o medida).
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Permite perfilar mejor el concepto del contrato de compraventa, el compararlo con otras
figuras jurídicas análogas que, precisamente por su parecido, no deben confundirse.
2.1. En la dación en pago, existe, como en la compraventa, el cambio de una cosa por
un precio, pero se podría decir que en lugar de confundirse ambas figuras, más bien
representan su antítesis. Efectivamente, en la compraventa se contrae unas obligaciones,
del vendedor y del comprador, mientras que la dación en pago sirve para extinguir una
obligación preexistente: la cosa que se entrega hace las veces del precio, con ella se
paga lo que se debía. En ambos casos hay una transferencia del dominio y ha de haber
una correlación entre la cosa y el precio, pero en la dación en pago la cosa se convierte
en precio, es el precio con el que se paga y se extingue una obligación anterior.
Nuestro Código no menciona siquiera la dación en pago entre los contratos, y conforme
a él debe entenderse como “medio de extinguir las obligaciones”. En el Título XIV del
Libro IV, que trata de esta materia se indica que el pago puede hacerse transfiriendo la
propiedad de la cosa que se debe (artículo 1591), para lo cual, quien paga ha de ser
dueño de la cosa y ha de tener la facultad de enajenar. De este modo, queda en claro que
en dación en pago hay verdadera transferencia del dominio. Cuando lo que se debía era
dinero y se cumple la obligación entregando la propiedad de un cuerpo cierto, se requie-
re un convenio entre deudor y acreedor y surge entonces la dación como contrato, en
cuanto depende de lo acordado por las dos voluntades.
2.2. El Código Civil, en los artículos 1657 a 1667 trata de la cesión de bienes, en la que
hay también una dación para extinguir obligaciones, pero no como fruto de un contrato,
o convenio entre las partes sino como consecuencia de la situación de insolvencia del
deudor y con la intervención judicial para satisfacer ordenadamente los derechos de los
acreedores.
con la venta. Efectivamente, se asigna un determinado bien al heredero que ofrece más,
con imputación a su cuota, es decir que paga un precio y recibe la propiedad, como
sucede en la compraventa. Pero la diferencia es inmensa: en la licitación no se recibe
una cosa ajena, sino algo que no es totalmente propio, ya que se tiene derecho a una
parte o alícuota. Nadie puede comprar lo que es suyo y en la licitación para la partición,
se atribuye, se asigna un bien determinado para pagar con él la cuota a que tiene derecho
en la universalidad o totalidad de bienes que se reparten. Esta asignación “concreta” el
derecho de propiedad de quien ya era dueño, de otra manera -de una cuota- y por esta
razón, la asignación que se le hace, tiene carácter declarativo y sus efectos se retrotraen
al momento de la formación de la comunidad: se le considera dueño desde un momento
anterior a la licitación, todo lo cual se aleja mucho del concepto de compraventa.
Cuando en la licitación el copartícipe del bien subastado o licitado ofrece y paga una
suma superior a la cuota que le corresponde en la cosa que se le asigna, se produce una
figura jurídica mixta, porque el exceso de valor que paga el asignatario (llamado nor-
malmente “refundición”), tiene el carácter de precio propiamente dicho; pero aún en
este caso, el asignatario no está comprando a los copartícipes (frecuentemente “cohere-
deros”, sino que recibe directamente la cosa del causante (“de cuius”) y evidentemente
no se compra a un muerto. La refundición, aunque sea un precio, no produce una com-
praventa, sino que sirve para hacer efectiva la partición, para dividir la cosa común
restableciendo la equidad que resultaría afectada si uno de los partícipes recibiera más
de lo que le corresponde por su cuota.
2.5. El artículo 1837 del Código Civil se refiere a la permuta, y establece que “cuando
el precio consiste parte en dinero y parte en otra cosa, se entenderá permuta si la cosa
vale más que el dinero, y venta en el caso contrario”. Claro está que la analogía entre las
dos instituciones llega al máximo grado, porque la una deriva históricamente de la otra,
y la diferencia radica en que en la compraventa se emplea dinero, mediante cualquiera
de sus representaciones: monedas, billetes, cheques, cartas de crédito, fichas, vales,
medios electrónicos, etc. pero siempre dinero. Si desaparece el dinero y es reemplazado
“por otra cosa”, ya no hay compraventa sino permuta; y en los casos mixtos, de entrega
en pago una parte en dinero y parte con “otra cosa”, es razonable que se considere el
contrato como compraventa si es mayor el precio, y como permuta cuando la cosa vale
más que el dinero.
2.6. Mediante la subrogación, de carácter objetivo o real, se sustituye un bien por otro
en un determinado patrimonio. Por ejemplo, el artículo 166 del Código Civil se refiere a
la subrogación de un inmueble de la sociedad conyugal, por otro o por dinero. Cuando
se sustituye un inmueble por dinero, con ánimo de subrogarlo adquiriendo posterior-
mente con ese dinero otro inmueble, hay una especie de compraventa provisional por-
que se da el intercambio entre una cosa y su precio, pero el carácter provisional no per-
mite identificar esta figura como una verdadera compraventa. Produciéndose la venta de
un bien, generalmente un inmueble, y la adquisición de otro que ha de subrogar al pri-
mero, puede haber un saldo porque el precio de las dos cosas no sea igual y entonces se
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sigue una regla análoga a la dada para distinguir la permuta de la venta: “no se entende-
rá haber subrogación, cuando el saldo a favor o en contra de la sociedad excediere la
mitad del precio de la finca que se recibe, la cual pertenecerá entonces al haber social,
quedando la sociedad obligada al cónyuge por el precio de la finca enajenada, o por los
valores invertidos y conservando éste el derecho de llevar a efecto la subrogación, com-
prando otra finca”. Se produce una situación similar a la y indicada de la partición: el
saldo no es un precio, no hay compraventa entre la sociedad y uno de los miembros de
la sociedad, sino una forma equitativa de evitar el perjuicio, o de restablecer lo justo
usando el dinero para esa compensación.
Sin embargo, como anota Planiol, hay formas de arrendamiento que se acercan al con-
trato de compraventa o se combinan con él. Se hacen ventas a plazos que dejarían al
vendedor en la inseguridad de cobrar todo el precio si entrega la cosa al comprador;
entonces, se procede a un arrendamiento, que permite al vendedor conservar la propie-
dad hasta el pago total del precio: los pagos parciales son algo más que un canon de
arrendamiento, constituyen pagos de una venta que se efectuará cuando se haya cance-
8 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
lado todo el valor de la cosa: ha aquí una combinación de venta o promesa de venta con
el arrendamiento.
También hay ciertos bienes que se arriendan por un largo tiempo, como las sepulturas
por quince o treinta años y que se aproximan a una verdadera venta. A su vez la venta
de energía eléctrica, puede más bien considerarse como un arrendamiento. En estos
casos habrá que tener en cuenta primariamente la voluntad de los contratantes y muchas
veces las precisas cláusulas que determinen el uso de las cosas y las responsabilidades y
obligaciones que se asumen, servirá para calificar de un u otra manera estos contratos.
los que se remiten cosas par ser vendidas, por ejemplo relojes o joyas, en un almacén
que los recibe a consignación, para exhibirlos y venderlos, fijándoles un precio el pro-
ductor, pero dejando en libertad al minorista para que los venda a su conveniencia. Se
plantea entonces la cuestión de si durante el tiempo en que el minorista conserva las
joyas en su poder es depositario o comprador. El mencionado autor indica que los tri-
bunales franceses han resuelto esta cuestión en el sentido de que hay una compraventa,
pues el depósito exige necesariamente la restitución de la misma cosa; por esto, la alter-
nativa de restituir la cosa o venderla, convierte la operación en una compraventa condi-
cional.
2.13. En los últimos años han surgido una variedad de contratos, sobre todo de índole
comercial aunque también aplicable en materia civil, que combinan la compraventa con
el mandato, con el arrendamiento, con el mutuo, pero estos contratos mixtos o innomi-
nados pueden reducirse a verdaderas ventas con alguno de los pactos adicionales que el
mismo Código Civil reconoce ampliamente como una facultad de las partes contratan-
tes. Volveremos sobre esto al tratar sobre dichos pactos accesorios de la compraventa.
3. Clases de compraventa
3.1. Se pueden establecer diversas clases de compraventa, ateniéndose a los sujetos que
intervienen, a los objetos y a ciertas modalidades, pero no hay motivo suficiente para
tales clasificaciones; así, nos hallamos ante verdadera compraventa sea que intervengan
personas plenamente capaces o menores, interdictos u otros sujetos por medio de sus
representantes legales; hay igualmente compraventa cuando se quiere transmitir el do-
minio de cosas singulares o universales, de muebles o inmuebles y cuando se hace el
contrato por espontánea determinación de las partes, lo mismo que cuando debe inter-
venir una autoridad. Tampoco sería razón suficiente para crear figuras jurídicas especia-
les de compraventa, la existencia o no existencia de cláusulas que modifican en alguna
medida las obligaciones de vendedor y comprador, como las que confieren plazos o
someten a condición, o bien aumentan o disminuyen la responsabilidad de uno u otro.
Nuestro Código Civil admite alguna diferencia entre la compraventa llamada civil y la
conocida como mercantil. El artículo 2422 establece que “prescriben en dos años: la
acción de mercaderes, proveedores y artesanos, por el precio de los artículos que despa-
chan a menudeo”. Y según el artículo 2423, “las prescripciones mencionadas...corren
contra toda clase de personas, y no admiten suspensión alguna”. He aquí como la ley
civil señala una diferencia notable entre dos situaciones diversas, sin necesidad de cons-
tituir dos “clases” diferentes de compraventa, y sin necesidad de que una ley especial u
otro código regule de diverso modo, cual se tratare de categorías distintas. Las acciones
civiles, según el artículo 2415, prescriben en cinco años, si son ejecutivas, y en diez, si
10 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
se trata de ordinarias, mientras que para el caso de las ventas de un mercader al menu-
deo, la acción dura sólo dos años. Cabe preguntarse si la venta al por menor de quien no
sea mercader, también ha de prescribir en dos años: vender al menudeo ¿significa nece-
sariamente ser comerciante?.
De todos modos, existiendo las dos leyes -civil y mercantil-, se requiere establecer
cuando se ha de aplicar cada una. En principio los actos o contratos de los comerciantes
son comerciales y los de las demás personas deben regirse por el Código Civil, éste es la
ley general y la especial solamente se aplica con toda seguridad cuando existen relacio-
nes entre comerciantes.
En los países en que hay una jurisdicción especial para los asuntos de comercio, distinta
de los jueces y tribunales competentes para lo civil, el problema que estamos exponien-
do resulta más grave, sobre todo en los casos que se califican como “mixtos”, es decir,
cuando la una parte es civil y la otra, mercantil. Se han presentado como posibles solu-
ciones las siguientes: 1. Aplicar el derecho civil, como norma común; 2. Dar preferencia
al comercial, por considerar que la cuestión interesa al orden público; 3. Aplicar la ley
del demandado (es el sistema belga y el italiano antiguo); 4. Distinguir, si el demanda-
do es la parte civil se sigue necesariamente la competencia civil, si es comercial, el
demandante puede escoger entre las dos posibilidades (jurisprudencia francesa). Pienso
que en el Ecuador, habría que aplicar la ley comercial, en virtud del principio de la es-
pecialidad, frente a la norma civil que tiene carácter general. Pero, estableciendo las
excepciones que el mismo Código de Comercio admite y que ya quedan dichas: cuando
compra un comerciante para su propio uso o el de su familia, etc. (artículo 3 del Código
de Comercio).
Tampoco deja de ser bilateral el contrato cuando alguien compra para un tercero; en este
caso se complica la relación jurídica con una representación legal (como cuando un
padre compra para el hijo de familia a quien representa), o con un mandato o agencia de
negocios. En el último supuesto, se requiere la confirmación del beneficiario de la com-
pra, ya que el agente oficioso carecía de poder para actuar en su nombre. En último
término, las partes son siempre dos y no más de dos: vendedor y comprador. Desde
luego la pluralidad de vendedores o de compradores no altera en nada esta característi-
ca, pero sí da lugar a complicadas cuestiones en torno a la responsabilidad y a las accio-
nes judiciales que en algunos casos son divisibles y en otros no.
4.2. La necesidad de que exista un precio por el cual se compra la cosa, hace de este
contrato de carácter oneroso, y precisamente lo diferencia por ello de la donación.
Cuando el precio no se paga en dinero sino íntegramente con otra cosa, o por lo menos
en su mayor parte con otra u otras cosas, deriva en permuta; pero tanto la compraventa
12 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
como la permuta son títulos onerosos. Esta características tiene mucha importancia para
la regulación de lo relativo a los vicios redhibitorios y a la lesión enorme así como para
la asignación misma de las cosas a uno u otro patrimonio, en el caso de las personas
casadas, ya que a la sociedad conyugal ingresan las cosas adquiridas a título oneroso
durante la vigencia de la sociedad. Finalmente, tiene trascendencia en materia tributaria.
En un caso de exportación de atún a Puerto Rico por parte de una compañía, que embar-
có el pescado y lo aseguró, se trabó la litis sobre el pago de una multa por falta de per-
miso de exportación; para resolver el caso, la sentencia de la Corte Suprema, parte de la
calificación de este contrato como verdear compraventa, porque se trata de un convenio
sobre cosa determinada y precio establecido por las partes.
En algunos casos de venta de inmuebles, las partes se ponen de acuerdo para declarar en
la escritura pública un precio inferior al realmente convenido y pagado, esta simulación
puede llegar incluso a tener características de defraudación al Fisco con sus consecuen-
cias penales, pero por sí misma no anula ni desvirtúa el contrato de compraventa, como
lo ha reconocido la jurisprudencia. Otra consecuencia grave de estas simulaciones puede
afectar a las relaciones entre las mismas partes, ya resulta fácil demostrar la lesión
enorme a base del dato falso del precio rebajado (sobre todo si se disminuye exagera-
damente), mientras que la demostración de la falsedad de la declaración del precio se
presentará normalmente mucha dificultad.
5. La promesa de compraventa
5.1. Se puede prometer vender del mismo modo que solamente se puede prometer com-
prar, pero frecuentemente se celebran contratos de promesa de compraventa, es decir,
que intervienen dos personas y cada una asume la obligación de llegar a celebrar la
compraventa, en las respectivas calidades de vendedor y comprador.
Este género de contratos adquiere especial importancia y también son más frecuentes
con relación a inmuebles. En nuestro derecho se dispone expresamente que siempre que
afectan a bienes raíces, deben hacerse por escritura pública.
cuya validez se necesita tal solemnidad, conforme a las disposiciones de este Código;
2a. -Que el contrato prometido no sea de los que las leyes declaran ineficaces; 3a. Que
la promesa contenga un plazo o condición que fije la época de la celebración del contra-
to; y, 4a. Que en ella se especifique de tal manera el contrato prometido, que sólo falten,
para que sea perfecto, la tradición de la cosa, o las solemnidades que las leyes prescri-
ban.- Concurriendo estas circunstancias habrá lugar a lo prevenido en el artículo prece-
dente”. Y el artículo precedente se refiere a las obligaciones de hacer, reconociendo el
derecho del acreedor para hacer ejecutar la obligación de hacer y pedir indemnización
de perjuicios por la infracción del contrato.
Resulta evidente que en el caso de los inmuebles, se cumplirá con facilidad las condi-
ciones previstas en los numerales del artículo 1570, pero que, la primera, esto es, la
celebración del contrato por escritura pública es indispensable, y sin el cumplimiento de
ella, no habrá compraventa válida por lo establecido en el inciso segundo del artículo
1740: “La venta de bienes raíces, servidumbres y la sucesión hereditaria no se reputan
perfectas ante la ley, mientras no se ha otorgado escritura pública, o conste, en los casos
de subasta, del auto de adjudicación debidamente protocolizado e inscrito”.
El documento privado, aunque sean reconocidas las firmas ante notario o juez, no es
apto para celebrar los mencionados contratos de venta o de promesa de compraventa de
inmuebles. Tales documentos constituirán prueba -incluso plena, si hay dos testigos-, de
la voluntad de las partes, y de las declaraciones que hicieron, de donde puede deducirse
que una de las partes entró en posesión del bien raíz, si así lo reconoce el dueño que le
entregó, y por tanto, con el transcurso del tiempo puede llegar a adquirir por prescrip-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 15
ción extraordinaria (no por la ordinaria, porque no es un justo título esta promesa inso-
lemne).
La Dra. Katia Murrieta explica que tampoco puede sustituir a la forma solemne consis-
tente en la celebración de escritura pública, el simple reconocimiento de la firma ante
notario o la protocolización de un documento privado.
5.3. Los casos que se han presentado ante los jueces y tribunales son innumerables y la
jurisprudencia ha confirmado invariablemente estos puntos: el contrato privado no es
válido; mucho menos, no es apto para transferir el dominio; no da lugar a las acciones
para exigir el cumplimiento de lo convenido; no origina obligaciones de saneamiento;
únicamente puede servir de prueba de los hechos y originar el derecho a la restitución
de cuanto esté en poder ajeno (el precio en manos del vendedor, o la cosa en poder del
comprador). Quien pretenda adquirir la cosa, no puede hacerlo por transferencia por
parte del promitente comprador, ya que no es dueño y no puede transferir lo que no es
suyo. El promitente vendedor, en cambio, bien puede enajenar la cosa libremente, sin
deber por ello ninguna indemnización al promitente comprador.
5.4. Como observa Planiol, si el vendedor no cumple la promesa, caben dos soluciones.
Se indemniza al comprador que sí cumple; o se produce la venta aún contra la voluntad
del vendedor que la prometió. En Francia se optó por el segundo sistema “bastará con
que hagan constar que el contrato de venta, por estar perfecto en todos sus elementos,
tiene que ser cumplido y ordenar que se ponga en posesión de él al comprador”. Pero
este sistema corresponde al derecho francés en el que la compraventa es siempre con-
sensual, bastando el acuerdo de las partes para que ya surjan las correspondientes obli-
gaciones, aunque se trate de bienes raíces. Por esto propiamente no se da diferencia
entre la promesa y el contrato de compraventa: no tendría razón de ser una promesa, si
ya surge la obligación por el mero consentimiento; muy distinta es la situación en nues-
tro derecho, como hemos dicho.
En los sistemas que identifican la promesa con la compraventa y le hacen producir nor-
malmente el efecto de transmitir el dominio, cuando se desea evitar que la cosa pase a
propiedad del comprador, se requiere un expreso pacto de reserva de dominio; tal suce-
de en México; y si el vendedor se resiste a entregar la cosa se faculta a juez para dar la
forma legal al contrato ya perfeccionado por el consentimiento de las partes, firmando
en nombre del vendedor la escritura, cundo sea necesaria. Se consideran como “ventas a
plazos”, aquellas promesas en las que se establece el pago por dividendos, y se deja para
el momento del último pago, la entrega de la cosa al comprador.
En el Código Civil ecuatoriano esta grave discusión queda resuelta por la clara disposi-
ción del artículo 1570 que declara que cumplidas las condiciones allí señaladas, se apli-
cará el artículo anterior (1569), el cual se refiere a “la obligación de hacer”; en la pro-
mesa de compraventa, tenemos, pues, en el Ecuador, una obligación de hacer y si el
deudor se resiste a cumplirla el acreedor (el comprador en este caso), puede escoger
entre pedir que se le autorice para que la ejecute un tercero a expensas del deudor, o que
el deudor le indemnice por el incumplimiento.
Para que se pueda exigir el cumplimiento de la promesa, debe, desde luego haberla
cumplido el reclamante o estar dispuesto a cumplir de inmediato su propia obligación.
Esto deriva del carácter sinalagmático de estos contratos.
5.6. Se complica este problema cuando existe plazo o condición, ya que una vez cum-
plido el plazo o verificada la condición, debe procederse al cumplimiento de la obliga-
ción, incurriendo en mora el deudor que no cumple dentro del plazo. La cuestión ha
dado origen a numerosos juicios y la jurisprudencia ha aclarado algunos aspectos, como
los siguientes: La promesa de compraventa reglada por el artículo 1570, es un contrato
sinalagmático que, a la vez presupone la necesidad y simultánea intervención de las
partes obligadas a la celebración de la escritura, tiene la característica especial de que
los contratantes no pueden cumplir su deber aisladamente, sino en unidad de acto, y, en
el caso, ante el Notario. Es por ello que la jurisprudencia se ha pronunciado porque el
estado legal de mora no puede definirse por las formas de excepción que consultan los
numerales primero y segundo del artículo 1567, sino por requerimiento o reconvención
judicial de acuerdo con la regla general contenida en el número 3.
5.7. La promesa a la que hasta aquí nos hemos referido es la compraventa, pero cabe
también la unilateral; sólo de vender o sólo de comprar. Estos contratos son más raros.
Sin embargo, se suelen practicar sobre todo en los casos de actividades comerciales
18 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El contrato de promesa se puede ceder, como apunta Planiol, salvo que se haya pactado
lo contrario.
CAPÍTULO II
CAPACIDAD Y CONSENTIMIENTO PARA LA COMPRAVENTA
1.1. La regla más amplia sobre la libertad civil se encuentra en el artículo 8 del Código
Civil; se concreta respecto de la capacidad para contraer obligaciones en el artículo
1462: “Toda persona es legalmente capaz, excepto las que la ley declara incapaces”.
Nótese que aquí el Código emplea la palabra “habilidad”, y ésta se refiere a la capacidad
aplicada a una concreta actividad: el contrato de venta. La habilidad, comprende la
capacidad jurídica propiamente dicha, capacidad de goce y también la posibilidad real
de manifestar el consentimiento. Se requieren la capacidad y el consentimiento legal-
mente manifestados, para conseguir los efectos normales del contrato, esto es habilidad.
1.2. El parágrafo al que me refiero señala en los siguientes artículos (1735 a 1739),
varias excepciones a la capacidad para celebrar este contrato. Aunque se refiere direc-
tamente a la venta, debe entenderse en todo caso a la compraventa, ya que no hay venta
sin comprador; ciertamente que la ley señala las incapacidades excepcionales con refe-
rencia al vendedor, a quien se quiere proteger especialmente, pero hay una serie de
relaciones (como entre cónyuges o entre padres e hijos de familia), rigurosamente recí-
procas y que implican igual incapacidad para vender como para comprar.
1.3. Las limitaciones, se dan en algunos casos de manera más radical, como prohibicio-
nes absolutas, cuya trasgresión originaría nulidad también absoluta. En otros casos, se
exige completar la incapacidad relativa (del pupilo, del hijo de familia, etc.) con el
consentimiento de otras personas a cuyo cuidado se hallan o con la intervención del
juez; se exige también en ciertos casos la intervención conjunta de varias personas (co-
20 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
mo los dos cónyuges para enajenar inmuebles de la sociedad conyugal, o los varios
tutores del mismo pupilo); finalmente, otro expediente protector consiste en la obliga-
ción de realizar la venta a través de una subasta pública, con lo que entramos al campo
de las solemnidades especiales, de las que se tratará más adelante.
No se han dado en este lugar del Código, normas directas sobre el efecto de la violación
de las limitaciones excepcionales de la capacidad. Habrá que aplicar las reglas genera-
les, que se pueden sintetizar en lo siguiente: si interviene una persona absolutamente
incapaz, la nulidad será absoluta; si quien ha actuado ha sido un relativamente incapaz,
la nulidad será también relativa y admite saneamiento por ratificación, o por prescrip-
ción o caducidad de la acción de nulidad. Cuando se ha prescindido de solemnidades
ordenadas por la ley para la validez de ciertos actos, la nulidad será también absoluta, y
este es el caso de la omisión de la subasta pública, cuando se orden por disposición de la
ley. Quedan algunos casos que presentan cierta duda, como cuando se requiere el con-
sentimiento de otra persona para vender algo propio: puede considerarse que se trata de
un requisito formal indispensable, cuya omisión origina nulidad absoluta, o de una
simple protección especial al relativamente incapaz, que solamente producirá nulidad
relativa, en caso de omitirse; estos puntos serán dilucidados en su respectivo lugar, más
adelante.
El artículo 366 del Código Penal sanciona con penas de prisión de tres meses a dos años
(y hasta cinco años para los jefes o promotores), a “los que por medio de tumultos o con
violencias o amenazas, hubieren perturbado el orden público en los mercados, con el
propósito de provocar el saqueo, o solamente con el de obligar a los vendedores a des-
hacerse de sus mercancías por un precio inferior al que resulta de la libre concurrencia.
La libertad de contratación, asegura también la libre fijación del precio, por acuerdo
entre las partes, y por esto, el artículo 363 del Código Penal dispone: “Serán reprimidos
con prisión de dos meses a dos años y multa de doscientos a ochocientos sucres: 1. Los
que hicieren alzar o bajar el precio de las mercaderías, de los papeles, efectos o valores,
por cualesquiera medios fraudulentos o por reunión o coalición entre los principales
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 21
2.1. La prohibición del contrato de compraventa entre cónyuges figura en la mayor parte
de los códigos civiles, sin embargo, se ha suprimido en otros, como sucede en Italia.
1
Decreto Supremo publicado en Registro Oficial 480 del 25 de enero de 1974.
2
LARREA HOLGUIN, Juan, La Mujer en el Derecho Civil Actua”, Guayaquil, 1999, p. 79.
22 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
2.3. Para lo futuro (con relación a la fecha de la reforma de 1989), tiene importancia el
debate sobre qué clase de nulidad se produce por la infracción de la prohibición. Aun-
que la Ley 43 no sea clara y tal vez, ni siquiera se percató el legislador, que estaba cam-
biando sustancialmente el sistema, por el hecho de no haberse reformado el artículo
1735, debemos concluir que la nulidad que se produce es la absoluta, por tratarse de
una prohibición terminante y categórica, a la que se aplica lo dispuesto en el artículo 9
del Código Civil: “Los actos que la ley prohíbe son nulos y de ningún valor”.
2.4. Un problema totalmente diferente del que se acaba de exponer, consiste en las ven-
tas de bienes de uno de los cónyuges o de la sociedad conyugal, a favor de terceras
personas; aquí no existe ninguna prohibición, sino la exigencia de ciertos requisitos
formales, que se consideran más adelante, al hablar de las solemnidades. Baste anticipar
aquí, que los bienes de cada cónyuge, solamente pueden ser vendidos por el respectivo
titular de la propiedad, salvo que uno hubiere dado mandato al otro para venderlos; sin
dicho mandato, la venta que uno haga de los bienes del otro, es simplemente venta de
cosa ajena, y no surte otros efectos que los previstos en la ley para dicha venta de cosa
ajena. En cambio, la venta de bienes de la sociedad conyugal puede ser realizada por
cualquiera de los cónyuges como administrador de la sociedad, salvo que se trate de
inmuebles, automotores y acciones y participaciones mercantiles, que requieren la inter-
vención de ambos cónyuges, directamente, o bien obrando uno de ellos con el mandato
o consentimiento del otro (que puede ser reemplazado por autorización judicial).
2.5. Por parecidas razones, se prohíbe la compraventa entre padres e hijos de familia.
El mismo artículo 1735 prohíbe la compraventa “entre padres e hijos, mientras éstos
sean incapaces”. La prohibición es absoluta, y su violación produciría nulidad igualmen-
te absoluta. Nótese que con exactitud la ley dice “mientras sean incapaces”, y no mien-
tras sean “menores” o “hijos de familia”, ya que, un menor puede estar emancipado,
pero sigue siendo incapaz, y un hijo que ha cumplido ya los dieciocho años, es mayor
edad, pero puede seguir siendo incapaz (por demencia u otras causas análogas) y mien-
tras esté bajo la guarda de su padre o madre no puede celebrar estos contratos con quie-
nes le representan legalmente. La imposibilidad legal se refiere tanto a la compra como
a la venta, es decir, cualquiera que sea la posición jurídica de las dos partes. Y en ningún
caso puede subsanarse este impedimento por la intervención o autorización judicial.
2.6. También respecto de los hijos de familia, se presenta una situación similar a la de
los cónyuges con relación a la compraventa: los bienes de los menores, sujetos a patria
potestad, no pueden ser libremente enajenados por el padre o madre que los representan:
para disponer de los inmueble, requieren de autorización judicial con conocimiento de
causa de necesidad o utilidad para el incapaz. Tampoco puede el mismo menor proceder
a la libre venta de cualquiera clase de bienes, y solamente realiza actos válidos con la
autorización del padre o madre (artículo 295), y tratándose de bienes raíces, que perte-
nezcan a su peculio profesional o industrial, para la venta necesita autorización del juez
con conocimiento de causa. (artículo 297).
3.1. Separadamente, se refieren los artículos 1736 y 1737 a las ventas y a las compras de
bienes públicos. En el primero de los mencionados se indica a “los administradores de
establecimientos públicos”, y en el segundo, a los “empleados”, agregando después, los
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 23
Los que administran bienes públicos, solamente pueden venderlos, cumpliendo las
prescripciones de índole administrativo, que pertenecen al Derecho Público, y constan
en la Constitución y las leyes específicas de esta materia, principalmente las leyes orgá-
nicas de las Funciones Legislativa, Ejecutiva y Judicial, del Régimen Provincial y Mu-
nicipal, la Ley de Modernización del Estado, de Descentralización y desconcentración,
de Administración Financiera y Control y las relativas a servicios públicos tales como
los de las Fuerzas Armadas y Policía, telecomunicaciones, puertos, electricidad, o las de
innumerables entidades públicas autónomas, como las universidades, institutos politéc-
nicos y superiores, colegios y escuelas, etc. Las facultades de disposición de los bienes
públicos por parte de los administradores se limita a lo que le conceden las respectivas
leyes los actos o contratos que se realicen excediéndose de dichas atribuciones, son
nulos.
3.2. No hay un expresa prohibición de comprar, sino la de vender, pero debemos enten-
der que tampoco, un funcionario o empleado puede comprar para la entidad que repre-
senta, sino aquellas cosas y en la forma y con los requisitos de las leyes administrativas.
Lo que sí prohíbe el Código Civil, es que el representante legal de una entidad pública
compre para si, para su patrimonio personal, alguna cosa de las que le corresponde
administrar. No es una prohibición relativa a todo bien público, y que ello significaría
dejar en una situación de inferioridad notable a los funcionarios públicos, sino de la
prohibición de comprar los bienes de la misma entidad a la que pertenecen. El motivo
es obvio: hay un contraposición de intereses entre el comprador y el vendedor, y se debe
evitar que se perjudique el bien común o que se manche la honra de quien administra.
La primera parte del artículo 1737 establece esta prohibición: “Al empleado público se
prohíbe comprar los bienes públicos o particulares que se vendan por su ministerio”. Por
tanto, también entran en lo vedado, aquellos bienes que pertenecen a particulares pero
que los vende la administración pública como los decomisados, los objetos perdidos,
etc.
3.3. La segunda parte del artículo 1737, e refiere a los que intervienen en los juicios, y
aquí la prohibición está un tanto más limitada, porque se refiere específicamente a los
bienes que hayan sido objeto del litigio en el que intervienen. No hay inconveniente,
en que los jueces, secretarios o abogados y procuradores, compren bienes, incluso en el
mismo juzgado en que intervienen, pero que se relacionen con un juicio distinto de
24 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4.1. La contraposición de intereses, que impide a los padres de hijos incapaces comprar
o vender, se produce igualmente entre los tutores o curadores y sus pupilos. El Códi-
go, sin embargo trata esta cuestión separadamente y con algunas diferencias.
El artículo 1738 dice: “No es lícito a los tutores o curadores comprar parte alguna de los
bienes de sus pupilos; sino con arreglo a lo prevenido en el Título de la administración
de los tutores y curadores”. Esta norma es pues, simplemente una remisión a otro lugar
del Código, pero a estar rigurosamente a su texto, no implicaría nulidad de los actos
contra la prohibición que contiene, ya que solamente lo califica de “ilícitos”, y bien
podrían ser válidos. Por otra parte, se refiere a toda clase de bienes, y en el Título XVIII
del Libro I se distingue el caso de los bienes muebles y el de los inmuebles; según el
artículo 435, si el pupilo fuere deudor de alguna especie, raíz o mueble, a cualquier
título (podría ser por compraventa), será preciso que la posesión de ella se dé al tutor o
curador por los otros tutores o curadores generales, o por el juez, en su falta, allí se
permite, por consiguiente una compraventa, cumpliendo un requisito especial.
4.2. El artículo 437 extiende la prohibición a todo acto o contrato en que directa o indi-
rectamente tenga interés el tutor o curador, pero permite que se celebren con la inter-
vención de los otros guardadores o del juez; de modo que la prohibición no es absoluta
y más bien se establece un requisito especial para que se pueda verificar el acto o con-
trato. Además, este artículo incluye en la prescripción al cónyuge, a los ascendientes y
descendientes y otros parientes del tutor o curador hasta el cuarto grado de consanguini-
dad o afinidad y a los socios de comercio del mismo guardador: es pues un conjunto de
personas muy amplio, mucho más extenso que lo previsto en el artículo 1738.
El segundo inciso del artículo 437 contiene la prohibición más severa: ni aún de este
modo con el consentimiento de los otros guardadores (o del juez) podrá el tutor o cura-
dor comprar bienes raíces del pupilo, o tomarlos en arriendo; y se extiende esta
prohibición a su cónyuge y a sus ascendientes o descendientes”. De suerte que sí es
posible que el guardador, su cónyuge o sus parientes compren bienes muebles del pupi-
lo, puesto que la prohibición radical se refiere a los inmuebles.
4.3. La venta de los bienes de los pupilos a terceras personas, no incluidas en las prohi-
biciones que se acaban de exponer, es posible y muchas veces conveniente, pero se trata
de actos de administración extraordinaria, siempre que comprendan inmuebles. El
guardador requiere par enajenar o gravar los bienes raíces del pupilo, autorización judi-
cial por causa de utilidad o necesidad manifiestas. Si los pupilos son relativamente inca-
paces, es posible que el guardador les autorice para estos actos que de todas formas
deben realizarse en pública subasta y con autorización judicial, como prescriben los
artículos 418 y 419. En cambio si se trata de pupilos absolutamente incapaces, como es
el caso de los dementes puestos en interdicción, de ninguna manera pueden ser autori-
zados para vender y su actuación, aún en intervalos lúcidos, sería nula; así lo ha confir-
mado también la jurisprudencia.
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Se sigue una dirección contraria, en cuanto a los bienes sujetos a curaduría de bienes:
éstos pasados cuatro años desde el fallecimiento de la persona cuyos bienes están suje-
tos a estas guardas, se pueden vender con autorización judicial; se procura liquidar tales
patrimonios que no convendría que pertenecieran indefinidamente confiados a los guar-
dadores; así se establece en el artículo 505.
Los bienes de personas en quiebra o insolvencia que hayan dado lugar al concurso de
acreedores, deben igualmente ser vendidos, en pública subasta y con la intervención del
juez y eventualmente de un curador, como veremos más adelante.
5.1. Además de los casos de contratos realizados por los representantes legales (padre o
madre que ejercen la patria potestad, administrador de la sociedad conyugal, guardado-
res, representantes de personas jurídicas), se compra o vende por medio de un mandata-
rio o apoderado, o bien actúa un agente oficioso sin mandato y sujeto a ulterior ratifica-
ción por parte de aquél a cuyo nombre actúa. En estas y otras circunstancias similares,
no hay una expresión directa, sino indirecta, del consentimiento, sea del vendedor o del
comprador o de uno y otro. Se suman a los mandatarios y agentes oficiosos, los síndicos
y los albaceas, quienes, en condiciones un tanto diferentes, obran también en nombre de
otros.
Todas estas personas deben actuar en resguardo de los derechos e intereses de sus repre-
sentados y, lógicamente, habrá una contraposición de intereses con los suyos propios,
si es que pretenden adquirir algo de los bienes que les corresponde administrar; de aquí
que el artículo 1739 prohíbe a los mandatarios, los síndicos de los concursos y los alba-
ceas, la compra de “las cosas que hayan de pasar por sus manos en virtud de estos en-
cargos”. La prohibición, no se refiere a toda cosa de sus representados o del patrimonio
que administran, sino a aquellas cosas que ellos mismos administran: “que pasan por sus
manos”.
5.2. El artículo 2048 dispone que “No podrá el mandatario, ni por sí ni por interpuesta
persona, comprar las cosas que el mandante le ha ordenado vender, ni vender de lo
suyo al mandante lo que éste le ha ordenado comprar; si no fuere con aprobación expre-
sa del mandante”. Las últimas palabras impiden que la prohibición sea demasiado abso-
luta, y dejan abierta la posibilidad del contrato de compraventa entre mandante y man-
datario: esto debe verificarse con un expreso consentimiento del mandante, es decir, que
lo que se prohíbe es que sin que él lo desee, y tal vez sin que ni siquiera lo conozca, el
mandatario pueda realizar tales transacciones.
Al tratar del mandato, el Código señala las facultades “naturales” que confiere, y cuanto
exceda de esas facultades, requiere de especial delegación o mandato expreso. Así el
artículo 2036 indica que el mandato contiene naturalmente, es decir como cláusula
normal, ordinaria, el poder de “comprar los materiales necesarios para el cultivo y bene-
ficio de las tierras, minas, fábricas u otros objetos industriales que se hayan encomenda-
do”. Estas atribuciones no se amplían por analogía, y el artículo 2046 expresamente
establece que el poder para vender comprende la facultad de recibir el precio; pero el
siguiente artículo, declara que “la facultad de hipotecar no comprende la de vender, ni
viceversa”. Por consiguiente, el mandatario que no hubiere recibido especial encargo de
26 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.3. El albacea tiene el encargo de ejecutar la voluntad del causante de la sucesión, pero
no es propiamente un representante, ni del de cuius, que ya no es persona viva, ni de lo
herederos o menos aún del patrimonio considerado como persona -que no lo es-. La
Ley, le autoriza, sin embargo, para que “con anuencia de los herederos presentes, proce-
da a la venta de los muebles, y subsidiariamente de los inmuebles, si no hubiere dinero
suficiente para el pago de las deudas o de los legados; y podrán los herederos oponerse a
la venta, entregando al albacea el dinero que necesita para el efecto”. Así lo dispone el
artículo 1314.
5.4. Conforme dispone el artículo 1465, “cualquiera puede estipular a favor de una
tercera persona, aunque no tenga derecho de representarla; pero sólo esta tercera perso-
na podrá demandar lo estipulado; y mientras no intervenga su aceptación expresa o
tácita, es revocable el contrato por la sola voluntad de las partes que concurrieron a él”.
Este es el caso del agente oficioso. Un interesante caso fue resuelto por la Corte Supre-
ma: una persona vendió a favor de sus cinco hijos mayores de edad un inmueble, pero
también se incluyó entre los compradores una hija menor de edad en cuyo nombre actuó
uno de los compradores, hermano suyo, declarando que adquiría la cuota para su her-
mana incapaz de intervenir por sí misma y sujetando el contrato a la ratificación de ella
cuando fuera mayor; la sentencia reconoció que el contrato era válido por cuanto el
padre no contrató con la hija ni la representó en la compraventa, sino que el hermano lo
hizo en virtud de lo dispuesto en el artículo 1465: no hay relación jurídica alguna entre
el padre vendedor y su hija menor, sino con lo hermanos mayores de edad. Parecida
situación se dio en otra venta de inmueble, en que el comprador menor de edad fue
representado por quien no tenía su representación legal: el beneficiario de la compra, al
llegar a la mayoría de edad ratificó por escritura pública lo actuado por el agente oficio-
so; y la Corte Suprema reconoció la validez del contrato a partir de la primera escritura,
en la que ya se expresa el consentimiento de las partes en cuanto a la cosa y el precio.
5.5. En ciertas circunstancias se requiere, además del consentimiento del vendedor y del
comprador, la intervención de una autoridad o de otra persona; estos requisitos adi-
cionales se fundan en principios de orden público, para la protección de los intereses
generales de la sociedad, o en la tutela del derecho de terceros.
Así, los dueños de las riberas soportan una servidumbre legal a favor de los que utilicen
el río o lago para la navegación o flote, y deben permitir que “vendan o compren los
efectos que quieran”; pero “sin permiso de los respectivos ribereños y de la autoridad
pública local, no podrán establecer ventas públicas”. (artículo 876). Esta doble autori-
zación, para ventas públicas, a diferencia del acto privado de vender que no requiere
ninguna autorización, se explica por las molestias y limitaciones de la propiedad que
traerían consigo tales ventas.
5.6. Cuando la propiedad está de algún modo fraccionada, como sucede en el usufructo,
se requiere la intervención conjunta de ambos titulares: el artículo 791 establece que el
propietario de un cosa dada en usufructo a otro, puede “de acuerdo con el usufructuario,
comprar o vender las cosas fungibles”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 27
5.9. La eficacia de todas estas ventas en las que interviene un tercero sin mandato o
representación expresa del comprador depende de la ratificación por parte de tal bene-
ficiario. La ratificación puede ser expresa -manifestando que hace suya la compra- o
bien tácita, cuando efectúa actos propios de quien ha comprado, como pagar el precio o
pedir y recibir la posesión de la cosa.
5.10. Se producen a veces situaciones ambiguas que originan pleitos, como el resuelto
en una sentencia de la Corte Suprema: “Los actos de la demandante coetáneos y poste-
riores al contrato de compraventa, actos que se refieren al pago del precio del automóvil
por ella adquirido, pago que se halla confirmado por los asientos contables de la firma
vendedora, demuestran que el único contrato que corresponde a la realidad es aquel
según el cual la actora compró el automóvil materia de la reivindicación; y no aquel otro
contrato, exhibido por el demandado, según el cual él aparece como comprador del
mismo vehículo, siendo así que la verdadera calidad de este último era la de chofer al
servicio de la demandante y de comisionista en el contrato de compraventa del automó-
vil”.
5.11. Los efectos de una compra realizada conjuntamente por varias personas están
muy claramente expresados en esta sentencia: “Cuando dos o más compran en común
una cosa singular determinada, surge entre los compradores un indivisión que se rige
por el pacto celebrado entre los adquirentes, y a falta de acuerdo, por las reglas relativas
a la comunidad (Parágrafo 3, del Título XXIII del Libro IV del CC) y que termina por
las causas determinadas en el artículo 2239 (actual 2212) del Código Civil, entre otras,
por la división del haber común que se sujeta a las reglas de la partición de herencia
según el artículo 2240 (actual 2213) CC., salvo que se hubiere convenido indivisión, y
cuyo derecho a solicitarla es de orden público, absoluto, por el que el indivisario no
tiene que explicar el motivo para solicitarla, irrenunciable e imprescriptible, pudiendo
pedirse en cualquier momento”. Se puede pactar la indivisión, pero no por más de cinco
años. El hecho de haber comprado el inmueble para destinarlo al funcionamiento del
28 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.12. Hay algunas formas de ventas en las que se finge o presume el consentimiento del
vendedor, porque es persona indeterminada, o desaparecida o carece de representante.
Tal sucede con las cosas perdidas y consignadas a la custodia de las autoridades compe-
tentes y que, de conformidad al artículo 646, deben venderse en subasta pública si trans-
currido un año no aparece el dueño. La mitad del precio, deducidas las expensas, se
entregará al que encontró la cosa y la otra mitad se destina para una institución designa-
da por la ley.
Pero las compraventas de bienes muebles pueden realizarse por escritura privada y aún
verbalmente, utilizando el teléfono, el telégrafo, el fax, el correo electrónico u otros
medios semejantes, estando el vendedor en un lugar y el comprador en otro, tal vez
distante. La comunicación de la oferta y la aceptación de ella, forman el contrato, pero
el tiempo que pasa entre la expedición de la oferta y su llegada a conocimiento de la otra
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 29
6.3. Además, los instrumentos privados no constituyen prueba plena, salvo que sean
reconocidos judicialmente, o que se extiendan en presencia y con la firma de dos testi-
gos. Si reúnen los requisitos para probar, o no es impugnada su autenticidad por el deu-
dor, estos documentos servirán para saber la fecha en que se suscribieron, pero queda de
todas formas la cuestión de saber en qué momento se perfeccionó la compraventa, que,
siendo contrato bilateral, requiere el consentimiento del vendedor y del comprador.
6.4. Mientras no esté perfeccionado el contrato, será válido y lícito que una de las par-
tes, o ambas, retire su consentimiento, y no se llegará a concluir una compraventa. Para
resolver esta cuestión se han formulado varias teorías, que Borda las resume así:
A veces se dan otros nombres a estas teorías, o presentan alguna pequeña variante.
7.1. Como todo acto o contrato, la compraventa, requiere que las partes realmente hayan
consentido: si no ha existido consentimiento, no hay contrato -puede haber una aparien-
cia de tal-, y si el consentimiento existió pero adoleció de un vicio- error, fuerza o dolo-,
30 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Si se trata de otros bienes, es decir, de muebles, las mismas partes, si lo desean, pueden
comprometerse a revestir su consentimiento con la solemnidad de escritura privada o
pública, y entonces, el consentimiento inicial no basta para formar el contrato, sino que
precisamente se ha de expresar en la forma convenida. Esto equivale a un contrato pre-
paratorio o a la intención de celebrar una compraventa. La consecuencia de este pacto,
como lo declara el artículo 1741, consiste en que antes de cumplir el requisito voluntario
de poner por escrito o de celebrar escritura pública, cualquiera de las partes puede re-
tractarse, salvo que se haya comenzado a realizar la entrega de la cosa. Por consiguiente,
en el supuesto previsto en el artículo 1741, el consentimiento se perfecciona cuando se
cumple la formalidad libremente pactada por las partes, o cuando las mismas partes han
comenzado a cumplir el contrato mediante la entrega de la cosa vendida.
Este último punto presenta alguna dificultad: ¿Qué se ha de entender como “principio
de la entrega de la cosa vendida”. La doctrina ha llegado a muchas sutilezas al respecto,
distinguiendo actos preparatorios y actos de verdadera ejecución del contrato; entrega
material o simbólica de la cosa; entrega parcial y total de cosas que consisten en plurali-
dad de objetos (por ejemplo mercancías a granel, determinada cantidad de trigo, de
madera, de petróleo, etc., que puede haberse entregado sólo en parte). Pero todas estas
diversas circunstancias deben ser apreciadas con sentido común y procurando llegar a
la verdadera voluntad de las partes, que es la que hace el contrato. Si el asunto no se
resuelve de mutuo acuerdo y es llevado ante los jueces, éstos tendrán que resolver equi-
tativamente, procurando acercarse lo más posible a lo verdaderamente querido por las
partes. Puede iluminar la cuestión, la consideración de las costumbres -si las hay-, sobre
la compraventa de tal o cual género de objetos.
7.3. Desde luego, no hay contrato si uno pretende vender y otro arrendar, como observa
Rezzonico.
Surge también una dificultad de interpretación, cuando las partes no han precisado des-
de el primer momento la cosa y el precio, o bien lo han realizado de manera defectuosa,
incompleta o sujeta a ulteriores precisiones. Aquí también se deberá interpretar la volun-
tad de las partes, según parezca lo más razonable y lo que habitualmente se estile.
juez ha de apreciar si las partes tuvieron esos elementos como cuestión esencial o no los
consideraron así; esta sentencia parece la más equitativa y la que más se acomoda al
espíritu y la letra de nuestras leyes.
7.5. Como es evidente, para que una compraventa sea nula por vicios del consenti-
miento, se requiere probar debidamente la existencia de error, fuerza o dolo, que hayan
influido de manera determinante en la celebración del contrato. Errores en cuestiones
mínimas, de poca importancia no anulan la venta; lo mismo, cierta influencia anómala
que infunda temor o lleve al engaño, pero que no signifiquen en quien la sufre una ver-
dadera pérdida de su libertad de contratar, no afectan a la validez del consentimiento. La
prueba de la existencia de estos vicios y de su real influjo y gravedad, suele ser difícil, y
la jurisprudencia demuestra que se intentan bastantes juicios por esta razón, pero son
pocos los que alcanzan una sentencia favorable al demandante de nulidad.
7.7. Realizado el contrato, sea directamente o por medio de representante legal o volun-
tario, la entrega de la cosa vendida se realiza directamente o por medio del representan-
te. El artículo 687 indica que la tradición se realiza en esta forma: directamente o por
medio de mandatarios o representantes legales. Dicha representación adquiere modali-
32 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
dades especiales en ciertos casos en que interviene un juez, y están previstos en el mis-
mo artículo: “En las ventas forzadas que se hacen por decreto judicial, a petición de un
acreedor, en pública subasta, la persona cuyo dominio se transfiere es el tradente, y el
juez su representante legal”.
7.8. Los acreedores, efectivamente, pueden pedir la venta judicial de los bienes del
deudor, hasta el valor de sus créditos, como se dispone en el artículo 2371. En casos
más específicos, como en el del acreedor prendario, se reitera esta disposición, y se
precisa que la venta judicial forzada, se realiza mediante pública subasta (artículo 2229
del Código Civil).
Las leyes especiales prevén otros casos de venta forzada, como el de remate de prenda
industrial, según el artículo 573 del Código de Comercio.
7.9. El remate judicial o en pública subasta se origina también en la libre voluntad del
propietario o de los propietarios. El remate voluntario, escogido como forma de reali-
zar la venta, es perfectamente lícito y válido; en él se expresa más directamente la vo-
luntad del vendedor, que en las ventas forzadas, pero se sigue un procedimiento análo-
go: avalúo, fijación de fecha, realización de la subasta, calificación de las posturas,
adjudicación y, si se trata de inmuebles, inscripción en el Registro del Auto de adjudica-
ción. También en estos remates voluntarios interviene el juez en representación del
propietario, pero la voluntad del vendedor es más evidente que en las ventas forzadas.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 33
El que se cree dueño de una cosa que se va a rematar puede oponerse a la venta, a pesar
de que el artículo 573 del Código de Comercio en el inciso 12 dice: “no se admitirá
oposición alguna a la venta de la prenda cuyo plazo haya vencido”. Debe entenderse
que la oposición prohibida es la del deudor prendario, sin obstar a que el tercero, dueño,
tenga derecho de oponerse y defender así su propiedad; un Decreto Ley del 22 de octu-
bre de 1909 lo reconoció así, y lo ha confirmado la jurisprudencia.
7.10. En las particiones de bienes comunes, sean o no hereditarios, se prevé como uno
de los procedimientos para distribuirlos entre los copartícipes, el remate o licitación.
Esta venta puede ser pedida por cualquiera de los comuneros y la subasta puede ser
solamente interna, es decir, entre los partícipes o bien, abierta a personas extrañas. (Art.
1353 del Código Civil). Si se adjudica a uno de los condóminos no hay compraventa
sino acto de partición, aunque el que reciba la cosa deba pagar algún saldo por superar
el precio de la cos al monto de su parte en la indivisión. El heredero que es preferido en
la subasta y al que se le asigna la cosa, no adquiere de sus coherederos, sino que sucede
al causante directamente. En cambio, si en la subasta se adjudica la cosa un extraño,
éste realmente compra al conjunto de los herederos o condóminos.
7.11. En estos diversos supuestos de ventas forzadas, algunos autores consideran que
no hay venta. Otros opinan que sí hay consentimiento, aunque no sea actual, libre y
espontáneo; hay un consentimiento implícito antecedente, al contratar cualquier obliga-
ción, y si se llega al embargo y remate, se está ejecutando la razonable sumisión a la ley,
como explica Rezzonico. Los términos precisos empleados por nuestro legislador, en
varios artículos que acabamos de citar, llevan a la conclusión que en nuestro sistema
jurídico las indicadas ventas forzadas, en las que el juez interviene, son verdaderos
contratos de compraventa y el magistrado asume una especial representación del vende-
dor.
Cuando las ventas son propiamente forzadas, es decir, realizadas por el juez, normal-
mente en un juicio ejecutivo, el pago de la cosa se hace al mismo juez, se de contado o a
plazos; es un pago válido porque él está autorizado para recibir la consignación del
precio y así lo ha reconocido la jurisprudencia.
8. La expropiación
8.1. En el campo del derecho público hay varias figuras jurídicas parecidas a la compra-
venta, y a las que, en parte, se aplican las normas del contrato civil de que venimos
hablando. La confiscación, la incautación, el decomiso, la requisición y, la más conoci-
da y frecuente: la expropiación. Todas ellas implican el ejercicio del poder soberano
del Estado, de uno de sus órganos o entidades oficiales, que se apropian de una cosa que
se considera necesaria o conveniente para el cumplimiento de los fines del Estado, para
el servicio del bien común, mediante el pago de una indemnización.
8.2. La declaración de utilidad pública solamente puede ser hecha por el Estado y las
instituciones del sector público. Una vez realizado el acto administrativo irreformable o
de más alto nivel, la persona expropiada solamente puede discutir el monto de la in-
demnización que tiene derecho de recibir. El artículo 790 del Código de Procedimiento
Civil señala los criterios para “fijar el precio que debe pagarse por concepto de indemni-
zación”. Habría sido más exacto decir “el monto de la indemnización que debe pagar-
se”, entendido que esa cantidad abarca el valor de la cosas y los perjuicios que sufre el
que es despojado de ella. No es propiamente un precio, ya que no se da el acuerdo de
voluntades, la libre contratación propia del contrato de compraventa, sino el ejercicio de
la potestad soberana del Estado, y la compensación que paga, no como “precio”, sino
por el valor de la cosa y los perjuicios producidos al expropiar.
Planiol y Ripert consideran que no hay compraventa en las llamadas “ventas forzadas”,
que compren de tanto los remates como la expropiación. Pero en nuestro sistema jurídi-
co, las ventas forzadas judiciales -subasta o embargo- constituyen verdaderas ventas,
mientras que la expropiación (y otras figuras análogas como el decomiso, la requisición
etc.) no son formas de compraventa.
1. Forma esencial
No exige el derecho ninguna solemnidad especial para esta manifestación, pero es evi-
dente que debe expresarse de una manera inteligible e incluso, de modo inequívoco. No
hay contrato si se mantiene el consentimiento de una o de ambas partes en el interior de
ellas, como un pensamiento, un deseo o la voluntad de comprar o vender, pero sin tras-
cender al exterior de alguna manera.
La expresión puede ser expresa o tácita, con palabras pronunciadas o escritas, y aún
por meros signos o gestos. Ahora se ofrecen en venta algunos artículos en escaparates,
máquinas automáticas, u otras formas semejantes, y el comprador, por el hecho de to-
mar los objetos o de depositar su precio en alcancías, las mismas máquinas, o pagándolo
a cajeros, etc., puede realizarse la compraventa, sin decir una palabra. Pero en todos
estos casos, existe la forma esencial del contrato: una manifestación inequívoca de la
voluntad de vender y de comprar, un acuerdo sobre las cosas que se dan y el precio que
se recibe.
1.2. Cuando el contrato ha de contener cláusulas especiales que modifican o hacen más
compleja la relación jurídica, normalmente se acude a la forma escrita, en la que con
mayor precisión, claridad y seguridad constan esas disposiciones peculiares.
Las partes pueden convenir previamente, de palabra, los términos del contrato, y luego
los reducen a una redacción escrita. Pueden también, una vez que están conformes en
las cláusulas contractuales, comprometerse a ponerlas por escrito, e incluso, obligándose
a hacerlo por medio de escritura pública. En estas circunstancias se produce más bien un
contrato preparatorio u obligación de contratar, y la compraventa propiamente surge
el momento en que se cumple con la especial solemnidad que las partes, voluntariamen-
te, han resuelto emplear.
Es frecuente que las partes resuelvan poner por escrito las cláusulas contractuales y lo
hagan con la presencia y firma de dos testigos; entonces el documento privado adquiere
el valor de prueba plena y se equipara a una escritura pública. Tampoco es raro que se
suscriba un documento privado y que se proceda al reconocimiento judicial de las
firmas, con lo que se consigue el mismo objetivo de constituir anticipadamente una
prueba plena del contrato. Una tercera forma de obtener una prueba plena, consiste en
protocolizar el contrato privado en un notaría, con intervención de ambas partes, ya que
38 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Las partes, tienen, pues, la libertad de dar una especial solemnidad al contrato, pero no
por ello deja de ser un contrato consensual, que se forma por la voluntad de las partes.
Las formas contractualmente escogidas por los contratantes, se dirigen más bien a dar
seguridad para la prueba, a dejar establecidas con precisión ciertas modalidades del
contrato, y evitar así futuros conflictos. Si se dan plazos, sea para la entrega de las cosas
o para el pago del precio, ese tiempo ha de quedar debidamente precisado cuando co-
mienza a correr y cundo se vence; si hay alguna condición en cuanto al momento y
lugar de la entrega o del pago, igualmente, conviene que tales estipulaciones consten
claramente, y la mejor manera de conseguirlo es mediante un escrito; mejor si ese escri-
to adquiere valor de prueba plena.
Todo lo dicho tiene importancia práctica, no sólo teórica, porque redunda en las
obligaciones de las partes, en la responsabilidad en cuanto a la conservación de la cosa,
en las acciones que se pueden intentar para el cumplimiento del contrato y en los
derechos de terceros respecto a la cosa vendida.
1.4. No se olvide que para los efectos probatorios, nuestro sistema exige al menos un
principio de prueba por escrito, cuando se trata de obligaciones que pasan de una deter-
minada cuantía: ahora de veinte mil sucres, pero que, tendrá que modificarse dada la
desvalorización de la moneda. No se pide escritura pública, ni siquiera una escritura
privada, sino “un principio de prueba por escrito”, y ésta puede ser una factura, un
recibo, u otra constancia que propiamente no contiene el contrato, la voluntad expresa
de las partes, sino que hace constar de alguna manera que esa convención existió.
2.1. Las reglas generales que se acaban de exponer y que no hacen otra cosa que reflejar
el carácter meramente consensual de la compraventa, admiten algunas excepciones.
En primer lugar el mismo artículo 1740 señala la más importante y frecuente excepción:
la relativa a la compraventa de los inmuebles, las servidumbres y la sucesión heredi-
taria. Para éstas se requiere que consten en escritura pública o, en los casos de subasta,
de auto de adjudicación debidamente protocolizado e inscrito.
Nótese que lo que exige la ley, para la compraventa de bienes raíces, servidumbres o
derecho de herencia es la escritura pública, sin la cual no existiría contrato válido; no
se pide que la escritura pública sea inscrita. La inscripción en el Registro de la Propie-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 39
2.2. La disposición del artículo 1740 que exige escritura pública para la compraventa de
bienes raíces, de servidumbres prediales y del derecho de herencia, tiene evidente utili-
dad, ya que se trata de importantes asuntos, sobre los cuales se ha de evitar, en lo posi-
ble, que surjan dudas, inseguridad. Se confirma esta opinión, cuando se compara con los
sistemas de otros países, que no requieren de escritura pública para las indicadas cues-
tiones.
Estas graves dificultades resulta casi imposible que se presenten con el sistema de escri-
tura pública, y su inscripción. Aún en el caso de destrucción de un archivo, queda siem-
pre la posibilidad de probar la existencia de la escritura, por las copias autorizadas y aún
por la constancia de su inscripción. Hay que advertir que todas las copias autorizadas
tienen igual valor probatorio, contrariamente a lo que se suele pensar, considerando
equivocadamente que la primera copia tiene algún especial valor. Distinto es el caso de
la compulsa, o copia de la copia, que no presenta la misma fuerza probatoria.
2.3. Se debe realizar la compraventa por medio de escritura pública, de toda propiedad
raíz, bien se trate de la propiedad plena o de la nuda propiedad. Si se ha desmembrado
por el establecimiento de un usufructo, no por eso la propiedad deja de serlo, y la trans-
ferencia del dominio de la nuda propiedad exige la celebración de escritura pública, tal
como lo ha reconocido la jurisprudencia.
2.4. Desde luego la regla se aplica a las cosas que realmente son inmuebles, y hay que
considerar las diversas normas del Código respecto de los inmuebles por adhesión (co-
mo las losas de un pavimento) y los muebles por destinación. Varias sentencias de la
Corte Suprema han aclarado que no hay nulidad en la venta por contrato privado (verbal
o escrito) de sementeras, árboles o bosques, que están destinados a cosecharse, cortarse
o explotarse, separándolos del suelo y dejando de ser parte del inmueble. En tales casos
no se requiere de escritura pública.
Una sentencia muy antigua se refiere a un documento privado por el que el colonizador
de un isla perteneciente al patrimonio territorial, vende animales destinados a la cría que
posee en dicha isla; y reconoce que el contrato es válido, pues la venta de cosas muebles
se reputa perfecta desde que las partes convienen en la cosa y el precio. Los animales no
se consideran inmuebles, porque se constituyen derechos a favor de otra persona, ade-
más el dueño de la isla no es quien los ha destinado al cultivo de ella; en consecuencia,
no se requiere de escritura pública.
40 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El agua que corre por una acequia, para el uso y cultivo del predio, es un bien raíz que
forma parte del predio, y que no es posible poner las aguas entre los objetos determina-
dos en el artículo 589 del Código Civil. Por lo mismo, para que haya transferencia del
dominio de tales aguas, se requiere escritura pública y su inscripción en el Registro.
2.5. En cuanto a los vehículos, por su valor e importancia, han sido especialmente con-
siderados por el Derecho, y así, la Ley 88 de 1989 dispone que para la venta, cuando
pertenecen a la sociedad conyugal se requiere del consentimiento de ambos cónyuges.
También hay regulaciones de índole administrativo, que imponen la realización del
contrato por escrito y su inscripción en la Dirección de Tránsito; pero tales normas no
alteran la naturaleza consensual del contrato, y no afectan a la validez de las obligacio-
nes adquiridas por el mero consentimiento de las partes.
2.6. Algo parecido sucede cuando se ha pactado una prenda industrial o agrícola, con
motivo de la compraventa de una máquina u otros objetos muebles. La compraventa se
realiza perfectamente mediante el consentimiento de las partes, y no hay nulidad por la
falta de documento y de su inscripción. Estas formalidades se exigen para el contrato de
prenda industrial o agrícola, que son accesorios del contrato principal, pero lo accesorio
no impone su forma a lo principal; la falta de tales solemnidades producirá la nulidad de
la prenda, pero no de la compraventa, y ésta puede probarse por los recibos y otras
pruebas que se corroboran con testigos.
2.7. Por el contrario, la nulidad del contrato principal, normalmente acarrea igual
invalidez de los pactos u obligaciones accesorias. Esto no quiere decir, sin embargo, que
no se derive ninguna consecuencia jurídica de una compraventa de bienes raíces reali-
zada de manera insolemne: habrá lugar a la restitución de lo que se haya entregado sin
causa (la cosa o el precio) y a las indemnizaciones correspondientes, sobre todo si existe
dolo o culpa grave. Un caso notable en esta línea se produjo por la venta mediante do-
cumento privado de unos locales comerciales, y luego adicionada por la venta simple-
mente verbal de otras parte de un centro comercial; la nulidad absoluta fue declarada
por la Corte, pero se reconoció a favor del comprador el derecho al reembolso del precio
pagado y a la indemnización por los perjuicios que derivaron de los ingentes gastos de
adaptación de los locales (instalación de frigoríficos, etc.), para el objetivo a que se
destinaban. Se reconoció en cambio, a favor del vendedor, una compensación corres-
pondiente al uso que el comprador hizo de los locales, como si hubieran estado arrenda-
dos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 41
Lógicamente, la escritura ha de reunir los requisitos para ser válida y su nulidad, redun-
da en nulidad del contrato que contiene, si bien hay que distinguir una y otra figuras
jurídicas.
2.9. La nulidad que se produce, en las ventas de que estamos tratando, por falta de
escritura pública ha sido calificada como nulidad absoluta, por tanto puede ser declara-
da de oficio, por el juez, y no está sujeta a saneamiento por ratificación o por prescrip-
ción. Las partes que hubieren hecho el contrato de otro modo, no tienen otro remedio
que volver a celebrarlo en la forma solemne que exige la ley. No basta que ambas partes
estén de acuerdo en reconocer la validez del contrato y la Corte ha declarado la nulidad
de oficio, ordenando volver las cosas a su primitivo estado, sin que pueda una de las
partes reclamar indemnizaciones o el pago de la multa estipulada.
Habrá nulidad, si falta la firma del notario o la de las partes, salvo que se haya dejado
constancia de no poder hacerlo, y haya firmado a ruego otra persona.
Otros elementos del contrato pueden ser defectuosos y no producir nulidad, como im-
precisiones en los linderos del inmueble, siempre que se determinable o apreciaciones
erróneas sobre cualidades no esenciales. Tampoco ocasionan nulidad el incumplimiento
de disposiciones meramente administrativas, como ciertos permisos municipales, o que
la minuta haya sido elaborada por un abogado.
2.11. En los casos en que la ley ordena que la compraventa se haga en subasta
pública -como hemos considerado ya, en los casos de pupilos y otros-, el remate debe
cumplir los requisitos procesales para su validez, y debe constar en el instrumento pú-
blico, que en este caso es la sentencia o auto de adjudicación, que se ha procedido le-
galmente. Se ha declarado en una sentencia, la nulidad de la venta en remate, por cons-
tar de la misma acta de remate, que éste se verificó en día distinto del señalado para tal
evento.
42 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Otra sentencia declara la nulidad absoluta del contrato de compraventa de inmueble, por
escritura privada y dice: “La excepción de falta de derecho en el sentido de que no pue-
de alegar la nulidad quien ha celebrado el contrato sabiendo o debiendo saber el vicio
que lo invalidaba”, no se refiere a la norma según la cual la ley se entiende conocida por
todos, sino a un conocimiento material, real, efectivo del vicio, lo cual no puede espe-
rarse de una persona analfabeta, como la actora, según señala la doctrina.
Ante la negativa de inscribir, el comprador no tiene una acción posesoria para exigir
este requisito, porque las acciones posesorias protegen al poseedor, y precisamente el
comprador no lo es por el mero hecho de haber celebrado el contrato. Tampoco cabe
que los actuales poseedores del predio vendido pretendan oponerse a la inscripción,
porque ésta no supone un ataque material a su posesión; pero no se confunde con ella; y
los poseedores no son acreedores del propietario vendedor, ni del comprador, para que
puedan pedir la prohibición de enajenar e impedir la inscripción.
Ateniéndonos al tenor literal, la inscripción que pide el artículo trascrito, se refiere úni-
camente al auto de adjudicación protocolizado, que reemplaza a la escritura pública en
las ventas mediante subasta judicial. No es correcto atribuir la inscripción como necesa-
ria para consumar la compraventa de los bienes raíces y de las servidumbres.
Se produjo la duda y hubo cierta fluctuación en la jurisprudencia del siglo pasado. Hay
un importante alegato del Dr. Agustín Cueva en el que demuestra esta tesis, que se
ajusta al sentido literal del Código. Varias sentencias han confirmado estos importantes
puntos jurídicos.
2.16. Además de las ventas para las cuales se exige escritura pública en el artículo 1740
del Código Civil, hay que tener en cuenta las que requieren de esta formalidad, por
disposición de otras leyes, como es el caso del Código de Comercio. Allí, en el artículo
183, se establece que la venta de la totalidad de las mercancías o efectos de un comer-
ciante, debe hacerse por escritura pública, además, debe publicarse por seis meses e
inscribirse. Por consiguiente, esta compraventa ya no es meramente consensual sino
necesariamente formal o solemne y sin estos especiales requisitos, carece de valor legal
la venta de la totalidad de las mercancías, como cuando se lo ha hecho por instrumento
privado o, aunque se haya celebrado la escritura pública, no se ha realizado la publica-
ción y la inscripción precisamente ordenadas.
3.1. Distintas tradiciones o costumbres se entrecruzan en esta materia. Las arras se han
usado en diversos pueblos y culturas, bien como parte de pago, como señal de la volun-
tad irrevocable de realizar la compraventa, o precisamente como lo contrario, como una
facultad de arrepentirse y dejar sin valor el contrato iniciado y no consumado aún. Esto
44 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.2. Siempre hay un sentido de garantía: las arras son una nuestra de que existen unas
obligaciones que, o bien serán respetadas y cumplidas, o bien darán lugar a una com-
pensación que se verifica de manera rápida y sencilla por la apropiación de las arras por
parte de quien las tiene en su poder, o por la obligación de devolverlas “dobladas”, es
decir todo lo recibido más otro tanto igual.
Como se trata de una figura jurídica surgida de las costumbres, éstas son el mejor intér-
prete de las leyes que más tarde las han regulado. Prevalecerá, en todo caso, lo que
expresamente hayan convenido las partes y, a falta de pacto expreso, habrá que interpre-
tar según aparezca la voluntad de los contratantes, siquiera de modo implícito.
3.3. Nuestro derecho, en primer lugar define cuando hay arras: “Si se vende, dando una
cosa en prenda de la celebración o ejecución del contrato” dice el artículo 1742. Por
tanto se prevén dos casos: las arras como seguridad de que se celebrará un contrato, o
bien como prenda del cumplimiento del que ya se ha celebrado.
3.4. La norma general está contenida en el artículo 1742: cada uno de los contratantes
con arras “podrá retractarse”. En principio, pues, sirven para dejar en libertad de
concretar el contrato, de obligarse definitivamente o de no hacerlo, y aún en el caso de
haberse ya contratado, cumplir la obligación directamente establecida en el contrato o
reemplazarla con la entrega de las arras.
Igualmente, el comprador puede ser quien haya entregado las arras al vendedor, y el
efecto del incumplimiento funciona de manera análoga al caso anterior.
3.5. Pero, nuestro derecho deja a salvo, que las partes pueden establecer otra cosa. Por
tanto, pueden dar mayor o menor valor a las arras como medio de hacer cumplir la obli-
gación.
Cabe que las partes pacten que además de devolver las arras (simples o dobladas), se
tenga que indemnizar perjuicios.
Puede también establecerse que, por el contrario, las arras sean ya una parte del precio o
de la entrega de la cosa vendida, en cuyo caso, si hay incumplimiento, podrá exigirse la
ejecución total del contrato.
Puestos en el caso más general, el previsto por el artículo 1742, esto es, que las arras den
derecho de retractarse, esta posibilidad se ha de ejercitar dentro del plazo que hubieren
establecido las partes; transcurrido el plazo ya no queda en pie esta facultad de echarse
atrás. Si no hubieren pactado plazo, el artículo 1743 permite la retractación dentro de los
dos meses contados desde que se realizó el contrato. Pero tampoco cabe retractación en
dos casos: si se ha celebrado escritura pública de compraventa o bien, si se ha “princi-
piado la entrega”.
Hay que observar que la escritura pública de promesa de venta no impide el retracto de
la voluntad de contratar, en caso de existir arras, sino que se permite este cambio de
determinación, ya que lo que se impide en el artículo 1743 es el arrepentimiento cuando
se ha celebrado escritura pública de compraventa, no de simple promesa de compraven-
ta.
3.6. En cuanto al principio de entrega, que también hace imposible el renunciar volun-
tariamente al contrato, debe entenderse como una eficaz transferencia de la cosa, por
ejemplo, poniendo a disposición del comprador una parte de las mercancías o dejándole
ocupar materialmente una parte de la finca vendida. No sería un “principio de entrega”,
el mero hecho de preparar la escritura pública, pagar los impuestos para su celebración u
otros actos que no implican propiamente dejar a la disposición del comprador la cosa
vendida; y en el caso del comprador, igualmente se debe entender que hay un principio
de entrega desde que paga otras cantidades, distintas de las arras.
En una interesante resolución judicial, se afirman varios principios que han quedado
antes expuestos: que predomina la voluntad de las partes; que las arras en principio
permiten la retractación; que no es posible la retractación si se ha comenzado a entregar
la cosa; que la entrega de la cosa supone la materialidad de ponerla a la disposición del
comprador; que las arras son cosa distinta de la cláusula penal, aunque pueden las partes
pactarla con ese carácter; que una vez que termina la posibilidad de hacer valer las arras
para desistir del contrato, quedan las partes obligadas a cumplirlo y que deben cumplirlo
en los términos que convinieron, interpretados de buena fe.
3.7. El Código prevé en el artículo 1744 otra de las posibles maneras de contratar con
arras: considerándolas simplemente como parte del pago del precio. Dice el artículo
mencionado: “Si expresamente se dieren arras como parte del precio, o como señal de
46 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
quedar convenidos los contratantes, quedará perfecta la venta; sin perjuicio de lo preve-
nido en el artículo 1740, inciso segundo”, es decir, que si se requiere de escritura públi-
ca, por tratarse de inmuebles o de derechos de servidumbre o de herencia, no se perfec-
ciona la venta aunque se entreguen las arras.
Depende de lo que hayan convenido las partes, cuando la entrega de las arras ha de
considerarse como parte del pago del precio; y si no dice nada el contrato, en caso de
ser escrito, habrá que remitirse a la costumbre. Hay ventas, por ejemplo de productos
agrícolas, que habitualmente se hacen de esta manera, entregando un anticipo del precio,
una “seña” o señal, con la intención de cerrar así el contrato; tales pactos son válidos y
perfectamente lícitos; generalmente se cumplen con honradez y puntualidad, pero en
caso de que una de las partes se arrepintiera, podría hacerlo, perdiendo las arras, salvo
que hayan hecho constar lo contrario por escrito.
El artículo 1744 da por supuesto que la entrega de arras como parte del precio ha de
constar en contrato escrito y si no consta por escrito “se presumirá de derecho que los
contratantes se reservan la facultad de retractarse”. Se refuerza, por tanto, el principio de
que en general las arras permiten la retractación, lo excepcional consiste en que funcio-
nen más bien como medio para exigir el cumplimiento del contrato, ya que se pide pacto
expreso y éste ha de constar por escrito.
4. Plazo y condición
4.1. Según el artículo 1746: “La venta puede ser pura y simple, o bajo condición sus-
pensiva o resolutoria. Puede hacerse a plazo para la entrega de la cosa o del precio.-
Puede tener por objeto dos o más cosas alternativas. Bajo todos estos respectos se rige
por las reglas generales de los contratos, en los que no fueren modificadas por las de
este Título”.
No vamos a repetir aquí esas disposiciones generales, que se estudian en otro lugar, pero
es preciso hacer algunas observaciones específicas sobre la compraventa a plazo o con
condición.
4.2. El plazo se emplea más frecuentemente para el pago del precio. Muchas veces se
descompone en varios pagos, escalonados en períodos regulares. La postergación del
pago total para un momento futuro, origina, como es lógico el problema de la seguridad
del cumplimiento, que se puede solucionar mediante diversas formas de garantías sea
personales o reales.
Una primera fórmula suele ser la de no entregar la cosa vendida hasta que se haya can-
celado todo su precio. La compraventa, está perfeccionada, pero el plazo dado al com-
prador se compensa con la seguridad concedida al vendedor de continuar en posesión de
la cosa. En estas circunstancias, como el vendedor sigue siendo dueño y poseedor, el
riesgo de la cosa le incumbe totalmente y a su vez tendrá que garantizar de alguna ma-
nera al comprador por las cantidades de dinero que vaya recibiendo. Si la cosa perece
totalmente, el contrato se convierte en imposible de cumplir, el vendedor tendrá que
devolver la parte de precio que haya recibido, y el comprador no puede exigir la entrega
de cosa que ya no existe. La fuerza mayor o caso fortuito libertan de responsabilidad,
pero si se comprueba culpa, habrá lugar a la indemnización correspondiente.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 47
Otra forma de actuar consiste en entregar la cosa al comprador, aunque todavía no esté
pagado el precio, lo cual debe realizar durante el plazo convenido. En este caso, el ven-
dedor está menos protegido: si la entrega es a título de dueño, es decir, si hay propia-
mente tradición, el comprador adquiere la propiedad y corre con el riesgo de la cosa que
ya es suya; pero el vendedor, despojado de la propiedad y de la posesión, tiene menos
defensa. Si el comprador no paga todo el precio, el vendedor no podrá perseguir la cosa,
que ya no es suya, y tendrá que recurrir a otras formas de hacer efectivo el pago que le
debe el comprador. Por esto, en tales contratos, se suele establecer alguna garantía,
como la de hipotecar o constituir una prenda a favor del vendedor.
La entrega de la cosa se puede hacer sin tradición, es decir, solamente a título de tenen-
cia o de mera posesión en nombre del vendedor; en este caso el vendedor sigue siendo
propietario, conserva el riesgo sobre la cosa pero también puede reivindicarla en caso de
que el propietario, conserva el riesgo sobre la cosa pero también puede reivindicarla en
caso de que el comprador pretendiera apropiársela sin el pago del precio. De modo más
expreso se logra este resultado en la venta con reserva de dominio, de la que se tratará
más adelante.
4.3. En cualquiera de los dos casos (entrega de la cosa al comprador con tradición, o
entrega de sólo la posesión o la tenencia), se produce también un problema si el com-
prador enajena la cosa comprada y pasa ésta a manos de un tercero. Si se trata de in-
muebles, el vendedor que conserva la propiedad podrá reivindicar la cosa ilegalmente
transmitida a un tercero; pero si el comprador ha enajenado un mueble, se presume que
la posesión vale como título y no podría el vendedor originario perseguir el mueble en
manos del tercero; podría en cambio embargar el precio que haya recibido o deba recibir
el comprador que vendió al tercero.
4.4. Menos frecuente el caso contrario: que se pacte plazo a favor del vendedor, para la
entrega de la cosa; esto se hace sobre todo cuando se compra una cosa que debe ser
elaborada, por ejemplo por una fábrica o por un artesano; también, se utiliza en la venta
de cosas y otras obras que se deben ejecutar. Lo normal, suele ser que se garantice al
comprador dándole también a él plazos para el pago, a medida que se ejecuta la obra o
se van entregando las cosas. En definitiva, casi siempre el plazo es correlativo para
ambas partes, lo cual origina dificultades de establecer cuando incurre realmente en
mora, una de ellas, porque no siempre es fácil establecer con toda claridad la entrega de
las cosas, el grado de ejecución de las obras, edificaciones, etc.
4.5. Siempre que se subordinan los efectos de la compraventa a un evento futuro e in-
cierto, hay condición y ésta será suspensiva o resolutoria. Hay condición suspensiva, si
los efectos no se producen hasta que se cumpla la condición: están en suspenso hasta
tanto. En cambio, la condición resolutoria deja sin valor el contrato cuyos efectos ya se
produjeron: vuelve las cosas a su estado anterior con una eficacia retroactiva: se devuel-
ve el precio recibido por el vendedor y el comprador entrega nuevamente el objeto de la
compraventa al vendedor.
Para que exista una de estas condiciones, se requiere que las partes así lo hayan pactado.
En la duda sobre el carácter de la condición, se interpretará preferentemente como con-
dición suspensiva: es evidente que el carácter resolutorio supone una alteración mayor,
unos efectos más fuertes y excepcionales, que deben constar con mayor certeza; de aquí
48 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
que, es lógico suponer que normalmente la condición será solamente suspensiva; tam-
bién la frecuencia de este uso confirma la validez de tal interpretación.
En estos casos, y siempre que hay condición suspensiva, al producirse la quiebra del
vendedor, el comprador conserva el derecho de adquirir la cosa pagando el precio, es
decir ejecutando el contrato y evitará que el objeto entre en la masa de bienes a disposi-
ción de los acreedores y administrada por el síndico. Con todo, como afirma Rezzonico,
la venta “al gusto” solamente se considera como una promesa unilateral de venta, que
no impide a los acreedores del vendedor la ejecución de la cosa. En todo caso en estas
condiciones suspensiva, se requiere que exista un plazo dentro del cual se haya de cum-
plir la condición, ya que de otra manera se caería en una total incertidumbre; cumplido
el plazo, o bien se habrá realizado la condición y se perfeccionó la compraventa, o bien,
no se cumplió la condición y consecuentemente no hay contrato.
Tanto el plazo como la condición suspensiva, de que venimos hablando, se refieren a las
obligaciones que surgen del contrato: la de pagar el precio y de entregar la cosa; pero
ambas miran a la transferencia del dominio, que es la finalidad que se propone la com-
praventa, mediante la tradición, modo de adquirir para el comprador, y modo de enaje-
nar desde el punto de vista del vendedor. Pues bien, también la traslación misma de la
propiedad, puede sujetarse a plazo o condición, tal como lo establece el artículo 696 del
Código Civil: “La tradición puede transferir el dominio bajo condición suspensiva o
resolutoria, con tal que se exprese.- Verificada la entrega por el vendedor, se transfiere
el dominio de la cosa vendida, aunque no se haya pagado el precio, a menos que el
vendedor se haya reservado el dominio hasta el cumplimiento de una condición”. Aquí
se trata, por tanto, de algo muy diferente aunque análogo, el plazo y condición de la
compraventa: plazo o condición para la enajenación, mediante la tradición. Hay que
tenerlo presente para no confundir dos asuntos tan diversos. De la reserva de dominio,
se tratará más adelante.
4.7. Como muchas veces coincide la compraventa con la enajenación, es decir, se pro-
duce de inmediato el efecto de transferencia del dominio a título de venta y por el modo
de la tradición, hay que distinguir las diversas posibilidades que, sin embargo existen y
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 49
4.8. Para evitar estas dificultades se suele recurrir a una cláusula de prohibición de
enajenar. Esta es lícita y válida, siempre que se mantenga dentro de los límites permiti-
dos por el derecho: no se puede establecer bienes perpetuamente inalienables, como se
ha prescrito en muchas de nuestras varias Cartas Constitucionales (aunque no se recoge
en la actual). Por tanto, mientras pende la condición, no podrá enajenar el comprador, si
así se ha pactado, y, en caso contravenir esta disposición, sería nula la venta por existir
objeto ilícito. Sin embargo, la prohibición convencional de enajenar admite algunas
variantes: puede prohibirse bajo pena de multa -cláusula penal, sin subordinar a un
efecto anulador la posible contravención de lo pactado: entonces sí realmente el com-
prador enajena lo que se obligó a no enajenar, no hace un acto nulo, sino que deberá
pagar la multa establecida. Puede también condicionarse la prohibición a una indemni-
zación de todo perjuicio, lo cual resultará más complicado y difícil de ejecutar en la
práctica, pero también es legal y no produciría nulidad de la venta hecha por el compra-
dor. Si, en cambio, la prohibición pactada es absoluta, la venta por el comprador será
nula, el vendedor original puede reivindicar la cosa -al menos tratándose de inmuebles-,
de manos del comprador, es decir del tercero que adquirió ilegalmente. Respecto de
muebles, como ya se ha dicho, no cabe normalmente esta reivindicación, salvo que se
probara mala fe en el tercero adquirente, lo cual será difícil de probar.
5. La simulación en la compraventa
5.1. En principio se admite un acto simulado siempre que no cause perjuicio a persona
distinta de quien lo simula: ni a la contraparte, si se trata de contrato bilateral, ni a un
tercero, en cualquier caso. Debe entenderse que hay perjuicio de tercero, no solamente
cuando se especifica o concreta en un daño a la persona o bienes de otro individuo, sino
también cuado se afecta al orden social. Por esta última razón, los actos simulados se
50 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
prohíben de modo expreso cuando pueden afectar a los derechos hereditarios en materia
de asignaciones forzosas, o a los propósitos de las leyes de reforma agraria o a de los de
índole fiscal (aunque en este aspecto hay que establecer algunas distinciones) o en trá-
mites judiciales.
Así, el Código Penal sanciona con reclusión de seis a nueve años a la persona que
hubiere cometido falsedad en instrumentos públicos, en escrituras de comercio o de
banco, en contratos de prenda agrícola o industrial o de prenda especial de comercio, en
escritos o en cualquier otra actuación judicial.
5.2. En materia civil, se admite las llamadas “contraescrituras”, dentro de ciertos lími-
tes. Mediante estos contratos adicionales o declaraciones privadas de voluntad, se puede
modificar, circunscribir y transformar, aun en importantes asuntos, el valor de la primi-
tiva declaración de voluntad o alterar lo que figure incluso en una escritura pública.
Efectivamente, se ha producido una notable evolución desde el Derecho Romano clási-
co en el que las formas solemnes tenían un valor absoluto e insustituible (la mancipatio,
in iure cesio) hasta el derecho moderno que atiende más a la verdadera voluntad de las
partes, pasando por el período intermedio del derecho de Justiniano, que ya se abrió de
alguna manera al valor de las declaraciones no solemnes de voluntad con efectos jurídi-
cos semejantes o iguales a las declaraciones con fórmulas sacramentales.
La simulación llega a algunos casos, como en los dos ejemplos anteriores, a desvirtuar
la naturaleza del acto jurídico: un contrato encubre otro contrato distinto; entonces se
suele llamar “absoluta”. Puede también referirse sólo a ciertas estipulaciones o cláusulas
de un contrato, sin cambiarlo en otro diferente.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 51
5.4. El artículo 1724 del Código Civil declara terminantemente que: “Las escrituras
privadas hechas por los contratantes, para alterar lo pactado en escritura pública, no
surtirán efecto contra terceros”. Esta es la regla básica que limita la posible simulación y
al mismo tiempo da una posibilidad de ella: siempre que no perjudique a terceros. Si
se produjera o se pretendiera producir tal perjuicio, no tendría valor alguno lo pactado
privadamente, habría que atenerse a lo que consta en la escritura pública. Las declara-
ciones de las partes en las escrituras públicas, hacen fe “contra ellas”, contra quien las
ha hecho, pero no contra otra persona.
Cabe, por tanto, modificar los términos de una compraventa realizada por escritura
pública, siempre que esto se haga igualmente en otra escritura pública y ésta se anota al
margen de la primera, de tal suerte que las personas puedan conocer perfectamente cual
es la real situación: a quien pertenecen las cosas, cual es su precio, los gravámenes
existentes, etc. otra forma de alterar el sentido de una escritura pública que procediendo
como se acaba de indicar (nueva escritura pública anotada en la primera), en cambio,
entre las partes, sí se puede producir una alteración del sentido patente en la escritura
pública, incluso mediante una escritura privada o una simple manifestación de voluntad
verbal o de hecho. Esta alteración constituye una simulación que puede producir efecto
entre las partes: tendrá valor contra la parte que haya hecho esta simulación o recípro-
camente contra ambas partes si ambas han consentido en alterar el sentido de la escritu-
ra pública; la contraescritura no tendrá valor frente a terceros.
Además, hay que advertir, que tal simulación será válida entre las partes, siempre que
no sea contra disposiciones del derecho o que lleve a configurar un acto o contrato con
objeto o causa ilícito o contrario al orden público. En estos últimos supuestos, no puede
tener valor ni entre las partes aunque supuestamente no cause daño a terceros, y gene-
ralmente producirá nulidad absoluta, además de acarrear responsabilidades civiles y
eventualmente penales.
5.5. Si se desvirtúa un contrato por las disposiciones ficticias, el nuevo acto o contrato
debe reunir las condiciones de licitud y validez que el derecho prescribe. Por ejemplo,
quien simula una venta para encubrir una donación, no puede eludir de esta manera la
obligación de pedir la insinuación judicial, necesaria si los bienes tienen una cuantía de
más de veinte mil sucres, según el artículo 1417, de suerte que, al faltar la insinuación
52 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
judicial, la enajenación del inmueble será nula. En cambio si se trata de una donación de
menor cuantía que no entre en la referida exigencia de autorización del juez.
La primera, se puede admitir, siempre que no perjudique a terceros, que en este caso
pueden ser los acreedores del donante encubierto o sus legitimarios. En cuanto a los
acreedores, pueden ejercer la acción Pauliana, al igual que si se hubiere realizado la
transferencia del dominio mediante una donación con las formas propias de este contra-
to: el hecho de disimularse bajo la forma de una falsa venta, no permite evitar al deudor
responder con sus bienes. Tampoco se escabullirá el deudor que debía entregar la cosa
misma, y ésta puede ser reivindicada de manos de los terceros adquirentes (salvo que se
trate de bien mueble comprado en almacén, mercado, etc., que se presume legítimamen-
te adquirido).
Los herederos presuntivos de una persona que aún vive, en realidad no tienen ningún
derecho, sino meras expectativas, pero si el propietario de unos bienes se desprende de
ellos haciéndolos pasar a otra persona mediante una donación encubierta bajo la simula-
ción de compraventa, llegado el momento de la apertura de la sucesión, los legitimarios
podrán pedir la revocatoria de esas donaciones, aunque tengan la forma de compraventa,
o demostrar la nulidad por su objeto ilícito, si el que el causante se excedió en la dispo-
sición de sus bienes respecto de la parte de los cuales podía disponer.
Por otra parte, la ficción de un precio diferente del realmente pactado perjudica al Fisco
y se hace, además con la intención dolosa de perjudicarlo, aunque se trate de justificar
esta maniobra fraudulenta con el pretexto de que los impuestos son excesivos. Por lo
menos, frente al Estado o las entidades públicas que cobran los tributos, tales simulacio-
nes no pueden lograr su objetivo y los que hubieren cometido estos actos ilícitos quedan
sujetos al pago con multas y recargos y a las sanciones penales.
He aquí como resolvió este asunto la Corte Suprema en una sentencia. Se había pactado
privadamente el precio de quince millones para el predio vendido, pero en la escritura
figura solamente el precio de ocho millones (uno de contado y siete a plazo). Hay ade-
más un pagaré presentado al juicio, por otros siete millones y en confesión el vendedor
reconoce que ha recibido el total de catorce millones y que el comprador le debe los
intereses pactados, del veintitrés por ciento. Es evidente la simulación, pero: “ha existi-
do un contrato secreto en cuanto el precio de venta del inmueble y a su forma de pago -
dice la Sala-, contrato que es válido y produce los efectos jurídicos de todo acto o decla-
ración de voluntad, si con él no se violan las normas del orden público y las buenas
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 53
costumbres, criterio que tiene su apoyo en el artículo 1724 del Código Civil en cuanto
prescribe que las escrituras privadas hechas por las contratantes para alterar lo pactado
en escrituras públicas, no surtirán efectos contra terceros, pero sí entre las partes”.
Naturalmente la sentencia no trata, ni tenía que resolver, sobre los derechos del Estado,
al cobro de los impuestos, que no era materia del juicio y quedaban a salvo en todo caso.
5.7. La Ley Notarial en el artículo 20 declara nulas las escrituras públicas simuladas. Me
adhiero a la opinión del Dr. César Coronel, quien considera que la disposición del artí-
culo 1724 del Código Civil es especial frente a la norma general de la Ley Notarial, y
por tanto, prevalece la primera, que admite la validez en cuanto a las relaciones entre las
partes, siempre que no exista objeto o causa ilegítimos ni se perjudique a terceros o al
orden público. El problema se presenta más bien entre las partes contratantes y respecto
de otras terceras personas. Resulta dudoso si el vendedor podrá exigir el sobreprecio, la
diferencia entre lo dicho en la escritura pública y lo convenido privadamente: si consta
en pagarés, letras de cambio, u otros documentos que hacen prueba, por ejemplo por la
firma de dos testigos, puede admitirse el cobro de esa diferencia del precio, lo mismo
que si el deudor lo reconoce voluntariamente o en confesión judicial. Mucho más difícil
será que un tercero pueda hacer valer sus derechos, como será el caso de un acreedor
que tenía derecho a que se le entregue el precio de la compraventa para levantar un
gravamen hipotecario existente sobre el inmueble vendido. Le queda el recurso de no
levantar el gravamen, pero también tendrá que esperar el pago de su crédito; en una
palabra, este procedimiento fraudulento puede dañar injustamente a terceros.
CAPÍTULO IV
EL PRECIO
1.1. Ya que la compraventa se hace por el acuerdo de las partes en cuanto a la cosa y al
precio, se desprende de esto que las cualidades del precio adquieren especial relieve.
Este debe ser determinado o determinable, cierto, pagable en dinero y proporcionado al
valor de la cosa que se vende. Hay otras cualidades o modalidades del precio, que pue-
den variar, y originan figuras especiales de compraventa.
1.2. Por definición, el precio es una cantidad de dinero, aunque éste admite muchas
formas de representación, desde las monedas o billetes, hasta los títulos de crédito, las
modernas tarjetas de crédito o las órdenes de transferencias bancarias. La moneda en
que se pacte el precio, puede ser la nacional o bien la de otro país, divisas extranjeras.
1.3. La Ley Orgánica del Régimen Monetario y Banco del Estado, en el artículo , dispo-
ne dice: “Si por el acto mediante el cual se ha constituido una obligación se hubiere esti-
pulado dar moneda extranjera en el país, la obligación debe considerarse como de dar
sumas de dinero y se pagará entregando la suma determinada de la moneda en que se
hubiere pactado. Sin embargo, dicha obligación, con el consentimiento o a pedido del
acreedor, podrá ser pagada en moneda de curso legal.”
1.4. En cambio, no se admite como verdadero precio, y por tanto no hay compraventa,
cuando por una cosa que se adquiere se pagan otras especies no monetarias o converti-
bles en dinero, pues entonces, se configura la permuta. Ciertamente que la permuta se
asemeja bastante a la compraventa y se aplican a ella muchas de las reglas de la com-
praventa, pero es realmente otro contrato diverso.
1.5. Cuando se constituye una renta vitalicia a favor de cierta persona, ésta debe recibir
una pensión periódica, normalmente en dinero; esto ha originado la duda si se produce
una verdadera venta en el contrato de constitución de renta vitalicia; pero hay dos razo-
nes para excluir esta posibilidad: las pensiones no son un precio, sino el servicio que se
presta al beneficiario; y estas pensiones no son propiamente una cosa, sino un servicio
que se produce periódicamente y cuyo valor no se puede calcular de antemano, ya que
nadie sabe la extensión de la vida; hay en esta relación un contrato propiamente aleato-
rio y no cabe aplicar las reglas de la compraventa, que exige determinación de la cosa y
el precio. Así lo ha considerado la Corte Suprema en alguna sentencia.
1.6. El precio, como queda dicho, debe ser determinado y normalmente se fija por la
voluntad actual de las partes contratantes. Pueden, sin embargo, señalar unas bases para
determinar el precio posteriormente conforme a ellas, siempre que los datos en los cua-
les coinciden sean suficientes para proceder mediante una simple operación matemática
56 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
o la cuenta, peso o medida de las cosas vendidas, porque esto equivale a una determina-
ción actual del precio.
1.7. Cabe también, y así lo reconoce el artículo 1747, remitirse al “precio corriente de
plaza”, y entonces se entenderá que es el del día de la entrega, salvo que expresen otra
cosa. Esto es posible cuando se trata de cosas fungibles, según el mismo artículo; y
naturalmente, se refiere a cosas de uso o consumo común, que realmente tienen un pre-
cio normal y conocido, pues de otro modo, se cae en la indeterminación. Pequeñas va-
riaciones que suelen darse de uno a otro almacén no impiden esta remisión al precio de
plaza, puesto que habrá de establecerse un término medio entre esos diversos precios. El
artículo 185 del Código de Comercio prevé el caso de que las partes no hubieren conve-
nido en el precio, pero si la cosa fuere entregada, presume que las partes han aceptado el
precio corriente que tenga en el día y lugar en que se hubiere celebrado el contrato.
1.8. Finalmente, la determinación del precio, puede dejarse para que la haga un tercero,
según el artículo 1748. Nada impide que sean varias personas las comisionadas para esta
determinación, por ejemplo, una designada por el vendedor y otra por el comprador,
para que, en caso de no llegar a un acuerdo decida otra, designada de antemano por las
mismas partes contratantes o que pueda ser elegida por los encargados por las partes.
Razonablemente considera Borda que si el precio fijado por un tercero, fuere manifies-
tamente desproporcionado, cabría acudir al juez. No sería lógico, permitir la rescisión
por lesión enorme cuando las partes han fijado el precio desproporcionado, y negar toda
acción cuando el precio es fijado por un tercero.
1.10. La jurisprudencia ha precisado que una vez determinado el precio por las partes,
no cabe impugnarlo sino por la acción rescisoria por lesión enorme; de lo cual se trata-
rá más adelante. Parece evidente que, si nuestra ley permite rescindir el contrato válido
y ya ejecutado, mediante la acción rescisoria, con la misma razón se podrá impugnar el
contrato aún no cumplido, para reajustar el precio a la realidad.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADO 57
Aún en países como la Argentina, en los que no se admite la acción por la lesión enor-
me, sin embargo se exige que el precio guarde cierta relación con el valor de la cosa,
que no sea irrisorio o totalmente desproporcionado, como si se fija el precio de una casa
en un dólar. En otras palabras, se pide que el precio sea “serio”, aunque se deje un am-
plio campo para la libre contratación, sin llegar hasta ese extremo de permitir un precio
irrisorio.
1.11. El concepto de “justo precio”, que juega un gran papel en la moral y que se ha
empleado abundantemente en el derecho antiguo, presenta en la actualidad grandes
dificultades, porque la complejidad de los negocios hace casi imposible una determina-
ción de tal “justo precio”.
Nuestras leyes se refieren, sin embargo al precio justo. Por ejemplo, del artículo 684 del
Código Civil ordena pagar el justo precio al dueño de los materiales que se han incorpo-
rado por accesión a un inmueble cuyo dueño ha construido con ellos; según el artículo
1134, el testador puede ordenar que se adquiera una cosa ajena para darla a un asignata-
rio, pero si esto es imposible, se debe solamente el justo precio de la especie que debía
adquirirse.
Ahora bien, aunque el concepto de justo precio exista en nuestro Código, no es suficien-
temente determinado como para que exista compraventa si las partes se remiten genéri-
camente al justo precio de la cosa. Se requiere, al menos, que pongan las bases ciertas
para establecer cual ese el justo precio, o que lo dejen al arbitrio de un tercero o del juez,
de otro modo, no habría compraventa.
1.12. A veces el precio de ciertas cosas es fijado por leyes o decretos, por motivos de
orden público, de protección al consumidor o por imperativos de justicia social. Estas
fijaciones de precios suelen ser en forma de precios máximos, aunque también se han
producido precios oficiales mínimos; los primeros protegen al consumidor, y los segun-
dos pretenden amparar al productor. En uno u otro caso, se trata de límites dentro de los
cuales actúa la libre voluntad de las partes: pueden convenir un precio menor al fijado
como máximo, o mayor al mínimo. Habrá suficiente determinación si los contratantes se
remiten a estos precios fijados por la ley; pero no habría compraventa si, hubieran con-
venido genéricamente un precio menor del máximo legal, sin determinar en qué medida
ha de ser menor o cómo ha de calcularse esa rebaja; igualmente no habría necesaria
determinación, si acuerdan que se pagará “más del mínimo legal”, pero sin precisar
cuánto más, ni establecer cómo se ha de calcular esto.
1.13. En las ventas por subasta el precio queda absolutamente determinado en que el
Juez califica las posturas u ofertas y asigna la cosa rematada a quien ha hecho la mejor
propuesta. Hasta ese momento puede haber incertidumbre, porque no es necesariamente
mejor precio el más alto, sino que se han de tomar en cuenta las condiciones, sobre todo
58 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
de tiempo: si es al contado o a plazos, por cuotas, etc. Cuando el Juez califica las postu-
ras, desaparece la incertidumbre y el precio queda debidamente determinado.
A veces interviene el Estado para regular el reajuste de precios, como sucedió con el
Decreto 663 del 7 de mayo de 1971, que da preferencia a lo que hayan establecido las
mismas partes contratantes, pero, de manera supletoria dispone a falta de esa previsión.
2. Casos especiales
2.2. Según el artículo 159 del Código Civil, también importa la propiedad del dinero
con el que se paga el precio. Efectivamente, si con el dinero de un cónyuge destinado
por capitulaciones matrimoniales o por donación condicional, se compra una cosa, ésta
no entra al haber de la sociedad conyugal, sino al del respectivo cónyuge.
Antes de la reforma introducida por la Ley 43, que suprimió el artículo 141 del Código
Civil, se presumirá la autorización para las compras al contado y al fiado, en diversos
casos, y se distinguían los objetos de consumo ordinario, así como los calificados de
“muebles preciosos”, para dar origen a varias presunciones legales. El sistema ha sido
profundamente modificado por esa reforma legal de 1988 y 1989, pero hay que tener en
cuenta las disposiciones del antiguo derecho, aplicables a las relaciones jurídicas surgi-
das en tiempo de la vigencia de la ley anterior, y también para apreciar el actual sistema,
a base de esos antecedentes históricos. La compraventa de las cosas de uso ordinario
difería -y aun difiere hoy-, muy notablemente de los inmuebles, no sólo en cuanto a la
consumación del contrato por mero consentimiento o en forma solemne, sino en cuanto
al pago del precio y sus efectos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADO 59
2.3. Según el artículo 1384, si se vende la cosa materia de un usufructo, para pagar una
deuda hipotecaria o prenda constituida en ella por el causante de la herencia, el usufruc-
tuario se subroga en la acción del acreedor contra los herederos. Por consiguiente, puede
embargarse el precio.
1.1. La regla general consiste en la libertad, como se declara en el artículo 1749: “Pue-
den venderse todas las cosas corporales o incorporales, cuya enajenación no esté prohi-
bida por la ley”. Con decir “todas las cosas”, ya se significaba este amplio campo de
libertad, pero el legislador ha querido eliminar cualquier duda, refiriéndose expresamen-
te a las dos clases de cosas: las corporales y las incorporales, que abarcan a cuantas
existen.
El objeto propio de la compraventa son las cosas, entendiéndose por tales, los bienes de
los que trata el Libro II del Código Civil, principalmente en los artículos 583, 584 y 594.
Todo cuanto cae bajo la regulación del Derecho Civil y es objeto del derecho de propie-
dad, puede ser vendido. Por esto, no entran en la categoría de objeto del contrato de
compraventa los seres o entes que según el sentido común no se consideran cosas, aun-
que desde un punto de vista metafísico o filosófico lo sean.
1.3. Diversas razones de orden público llevan, sin embargo, a establecer algunas excep-
ciones respecto de la regla general de la libertad de compraventa, prohibiéndola respec-
to de algunos objetos, por motivos de moralidad, de seguridad, de salud, de respeto al
derecho de otras personas o de intereses financieros del Estado. Estas prohibiciones
deben ser expresas para producir su efecto, ya que constituyen límites de la libertad y
ésta se debe tutelar en la mayor medida posible. Las leyes especiales de salud, de régi-
men monetario, de patrimonio artístico, de desarrollo agropecuario, de derechos de
autor y otras similares, contienen especiales prohibiciones. Me referiré a continuación a
algunos casos de singular interés.
62 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.4. Los bienes inmateriales o derechos pueden ser vendidos, siempre que sean ciertos,
aunque su cuantía sea indeterminada. Por ejemplo, un comunero de una propiedad pue-
de vender su crédito por el valor de la cosa que va a ser vendida en subasta pública; el
precio aún no está determinado, pero lo que se vende es algo cierto. En todas las ventas
de cosas futuras, surge algún factor aleatorio o de indeterminación del valor, aunque sea
transitorio.
Una sentencia declara que aun antes de la partición de la herencia, se puede rematar la
acción que el ejecutado tiene en la especie poseída en común por los coherederos, ya
que las cosas incorporales pueden también venderse.
1.5. Por excepción, algunos derechos no se pueden vender, porque se consideran rigu-
rosamente personales: los derechos de uso, habitación y usufructo del padre o madre
de familia respecto de los bienes de sus hijos, o de cada cónyuge con relación a los
bienes de la sociedad conyugal. Tampoco el patrimonio familiar puede venderse, sino
solamente las cosas sobre las que está constituido, y esto, con permiso judicial, normal-
mente para subrogar el patrimonio en otras cosas semejantes.
No se admite la venta del derecho de pedir alimentos, por expresa prohibición del artí-
culo 362 del Código Civil. Por el contrario, sí se puede ceder o vender las pensiones
alimenticias atrasadas.
1.6. El derecho de preferencia que tienen los vecinos o los condóminos para adquirir un
terreno, como prescriben las leyes de reforma agraria con fines de integración de unida-
des productivas, no se puede ceder o vender a extraños: es una preferencia concedida
por el indicado objetivo de integrar la propiedad y no se cumpliría dicha finalidad si
pasara la preferencia a un tercero.
También cabe, como señala Puig Peña, la redención convencional de una servidumbre:
extinguir el derecho del propietario del predio dominante, mediante el pago de un pre-
cio. Los derechos litigiosos pueden venderse, pero no a ciertas personas: a quienes
intervienen en el juicio como oficiales, depositarios, etc. Esta prohibición se refiere más
a las personas que a la cosa, y de ella se trató en el capítulo segundo.
1.8. Según el artículo 1853 del Código Civil, es indiferente que la cesión de un derecho
litigioso se haga “a título de venta o de permuta”, es decir que estos derechos, conside-
rados como cosa inmaterial, bien pueden ser objeto de compraventa.
1.9. En cuanto a los derechos de autor, la ley distingue el derecho personal a la autoría,
que es intransferible: quien es autor no puede dejar de serlo ni puede transferir a otro
esta “paternidad intelectual o artística”; en cambio las regalías o derechos económicos
se pueden ceder o vender a otros.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 63
1.10. Respecto de las cosas materiales hay que tener presente que, por disposición del
artículo 1482 del Código Civil, “Hay objeto ilícito, (...) en la venta de libros cuya circu-
lación está prohibida por la autoridad competente, de láminas, pinturas y estatuas obs-
cenas, y de impresos condenados como abusivos de la libertad de...” prensa.... El Códi-
go Penal sancionaba como delito e impone penas por la venta de estos objetos inmora-
les, pero la reforma introducida por la Ley 109 del año 1998, ha limitado la prohibición
penal solamente cuando se refiera a compradores menores de catorce años y siempre
que puedan afectar gravemente el pudor o excitar o pervertir “su instinto sexual”.
Sucede a veces que, para cobrar un crédito mediante remate, se embarga un inmueble,
pero resulta que no pertenece al deudor. Para evitar la venta judicial en subasta, el pro-
pietario debe presentar entonces una tercería excluyente de dominio, antes de que se
consume la venta judicial. Una vez producido el remate el dueño no puede reclamar,
según ha declarado la Corte Suprema en sentencia, aunque con dos votos salvados, que
aducen que el juez no tiene mandato para vender cosa ajena.
1.12. Los inmuebles que no tienen otro dueño pertenecen al Estado y la ley de tierras
baldías los declara imprescriptibles; su enajenación solamente puede realizarse por
concesiones del Estado con determinadas obligaciones para los asignatarios de ellas.
Estos bienes raíces no pueden venderse por quien no es dueño, aplicando la disposición
general del Código Civil sobre la venta de cosa ajena. Así lo ha declarado la jurispru-
dencia.
1.13. Según el artículo 780 del Código Civil, el derecho de usufructo se puede consti-
tuir: 1. Por la ley; 2. Por testamento; 3. Por donación, venta u otro acto entre vivos; y, 4.
Por prescripción. El dueño de una propiedad está autorizado para desmembrar su domi-
nio, vendiendo el derecho de usufructo. Otro tanto dígase de los derechos de uso o de
habitación, que, igualmente son objeto lícito de compraventa. En cambio, estos mismos
derechos no se pueden transferir a otra persona por compraventa, ya que se trata de
derechos de índole personal.
1.14. Fuera de los casos expresamente previstos por la ley, la propiedad no puede consi-
derarse inalienable ni aún por cierto tiempo, porque ello pugnaría con la idea misma del
dominio, conforme a la definición legal. Claro Solar cita los siguientes conceptos de
Laurent, que se recogen también en una sentencia de nuestra Corte: “El derecho de
propiedad en el Código Civil, es de orden público en el sentido estricto de la palabra. La
propiedad no puede ser declarada inalienable cuando las leyes no autorizan esta deroga-
ción de un principio que, siendo de interés general, cae por lo mismo bajo la aplicación
del principio de que no puede derogarse por convenciones particulares a las leyes que
interesan al orden público; hay que decir otro tanto de los actos de última voluntad”.
Tampoco se permite que el testador impida la enajenación de los bienes que deja a un
heredero, porque como dice una sentencia, “es de la esencia del dominio la libre dispo-
sición de la cosa sobre la que versa, facultad que no puede prohibirse ni limitarse sino
por la ley, mas no por contratos o por actos de última voluntad, ya que contrarían al
orden público”.
1.15. Desde luego, si hay providencia judicial que prohíbe la venta, ésta no puede
realizarse válidamente, por carecer de objeto lícito. Las prohibiciones de enajenar judi-
ciales se suelen pedir en los juicios ejecutivos, incluso como medidas precautorias, para
asegurar el cobro de un crédito debidamente justificado por un título ejecutivo.
1.16. La existencia de una hipoteca que grava un bien raíz, no impide su venta, ya que,
como ordena el artículo 1626, el que compra un inmueble hipotecado se subroga en la
obligación hipotecaria y queda obligado a pagar a los acreedores a quienes el inmueble
está hipotecado. En otras palabras: la cosa vendida pasa con su carga a poder del com-
prador.
1.18. La transferencia de ciertos títulos se sujeta a leyes especiales, como sucede con las
acciones nominativas, cuya cesión está prevista en el artículo 204 del Código de Co-
mercio; no basta, por tanto una venta del título y su entrega material, ya que prevalece la
disposición especial que exige solemnidad para este traslado del dominio.
2.1. La compraventa exige que su objeto sea debidamente determinado, sea en el mo-
mento mismo de celebrar el contrato, o al menos en un tiempo posterior empleando los
medios ya previstos para esa determinación. Pero esto no supone necesariamente que la
cosa haya de ser singular o un conjunto numerable o sujeto a medidas de peso o exten-
sión; también se puede comprar y vender un bien universal, una universalidad.
2.2. No se admite que una persona viva venda la totalidad de sus bienes, sin limitación,
es decir, como verdadera universalidad, ya que este despojo absoluto significaría redu-
cirse a la indigencia y constituirse en una carga para la sociedad. La venta con tales
características de universalidad supondría la total irresponsabilidad de un sujeto, que
puede tener obligaciones o por lo menos en lo futuro tendrá que contraer obligaciones y
éstas quedarían sin ningún respaldo. El artículo 1750 lo prohíbe, pero permite algo muy
próximo en sus efectos: la enajenación de todos los bienes que sean debidamente enu-
merados: “Es nula la venta de todos los bienes presentes o futuros, o de unos y otros, ya
66 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
se venda el total o una cuota; pero sí será válida la venta de todas las especies, géneros y
cantidades que se designen por escritura pública, aunque se extienda a cuanto el vende-
dor posea o espere adquirir, con tal que no comprenda objetos ilícitos.- Las cosas no
comprendidas en esta designación, se entenderá que no lo son en la venta; toda estipula-
ción contraria es nula”.
Al exigirse no sólo la precisa enumeración de los bienes que se venden, sino que ésta
conste por escritura pública, pone al resguardo los intereses de terceras personas quienes
podrán fácilmente percatarse de la verdadera situación económica de aquel con quien
contraten. También se trata de evitar que bajo la apariencia de compraventa se haga una
donación simulada, que podría perjudicar a otras personas. En la compraventa el vende-
dor recibe un precio y con ese dinero puede subsistir y hacer frente a sus obligaciones,
en cambio en la donación no hay precio y el donante se empobrece, y si esto se lleva al
extremo, deja a todo acreedor al descubierto.
En el último inciso del artículo transcrito, se cierra la puerta a una forma indirecta de
hacer venta universal de los bienes presentes y futuros, que sería la cláusula agregada
después de la enumeración de la mayor parte de ellos, en el sentido de que “todos los
demás no enumerados”, o “cualquier otro bien que faltare en esta enumeración” u otra
parecida, que deriva en una venta universal inadmisible: tales cláusulas se declaran
expresamente nulas.
2.3. La prohibición de la venta de una cuota del propio patrimonio total de una perso-
na viva, es decir una parte proporcional de sus bienes presentes o futuros o de unos y
otros, se explica de diversa manera. Aquí no hay mayor peligro de indigencia e irres-
ponsabilidad -salvo que la cuota vendida se aproxime a la totalidad, como un 99%-, sino
por la indeterminación del objeto de la compraventa, que resultaría por lo menos muy
difícil de concretar.
2.4. Se permite, en cambio, la venta de una cuota de la cosa que se tiene en común con
otro u otros, ya que en este caso se podrá con relativa facilidad proceder a la partición y
quedará precisada la cosa vendida. Si se tiene acciones de una sociedad, éstas represen-
tan una cuota del patrimonio social y pueden venderse, en la forma prevista para cada
clase de acciones. Y si la cosa común no pertenece a una sociedad sino a copartícipes o
comuneros, no unidos por contrato de sociedad, la cosa en su conjunto será bien deter-
minada y la cuota que se enajena también, de modo que no hay oposición a la exigencia
de objeto determinado para la compraventa. El artículo 1751 dice así: “Si la cosa es
común dos o más personas pro indiviso, entre las cuales no intervenga contrato de
sociedad, cada una de ellas podrá vender su cuota, aun sin consentimiento de las otras”.
Cuando hay contrato de sociedad, en ciertos casos se requiere el consentimiento de los
otros socios para vender la cuota de uno de ellos, tal como sucede en las sociedades en
nombre común, en comandita y de responsabilidad limitada; no en las sociedades anó-
nimas.
2.6. Las mayores dificultades prácticas se suelen presentar por el desconocimiento del
derecho que lleva frecuentemente a realizar ventas no solemnes cuando deben estar
revestidas de especiales formalidades; y en las ventas de bienes o cuerpos ciertos y
determinados, por quienes solamente tienen una cuota. El caso de los bienes de la socie-
dad conyugal, que corresponden en común a los cónyuges mientras viven y a los here-
deros, cuando han fallecido ambos o bien al cónyuge sobreviviente y a los herederos del
fallecido, si solamente uno ha muerto, ha dado origen a diversas interpretaciones de la
doctrina y la jurisprudencia.
Una serie de sentencias, desde 1882 hasta los últimos años, coinciden en reconocer el
derecho de cada heredero para vender su cuota, también pueden vender un cuerpo cier-
to, pero, en ese caso, el efecto de transmitir la propiedad no se realizará sino en el even-
to de que el vendedor obtenga en la partición que se le asigne el bien que vendió.
2.9. En cuanto a la venta de bienes que pertenecieron a la sociedad conyugal, una vez
que ha muerto uno de los cónyuges, se debe tener en cuenta que lo primero será la sepa-
ración de los patrimonios, para establecer lo que perteneció a la sociedad y a cada cón-
yuge, para saber qué corresponde a los herederos, generalmente hijos, pero también
pueden ser otras personas, incluido el cónyuge sobreviviente. Sucede con alguna fre-
cuencia que se mantiene la situación de comunidad entre el cónyuge que sobrevive y los
herederos, y en esa situación, se realizan ventas de cosas singulares por parte de uno o
de otros, siendo así que se requeriría la concurrencia de todos. Si entre los herederos hay
alguno incapaz, se requiere además, la correspondiente autorización judicial. Como dice
un sentencia, si vende el cónyuge, sin contar con los herederos, esa venta está sujeta a
caducidad, en el caso de que en la división de patrimonios y partición de la herencia no
le corresponda el bien que vendió.
Si un coasignatario vende o cede su cuota a un extraño, tendrá éste igual derecho que el
vendedor o cedente, para pedir la partición e intervenir en ella, dice el artículo 1341.
Realizada la partición, se concreta la propiedad en determinados bienes y no tiene sen-
tido la venta de cuota, sino que se procede a enajenar dichos objetos concretos.
2.10. Mientras perdura la sociedad conyugal, la venta de los bienes sociales se sujeta a
especiales disposiciones, que en nuestro derecho han variado notablemente a lo largo de
la historia. Inicialmente sólo el marido tenía la administración de la sociedad y podía
incluso disponer libremente de los bienes; posteriormente se limitaron esos poderes
omnímodos, dando a la mujer el derecho de intervenir y haciendo necesario su consen-
timiento para la enajenación de inmuebles, en el estado actual, se requiere la interven-
ción de ambos cónyuges para la enajenación de bienes raíces, de automotores y de ac-
ciones de sociedades que pertenezcan a la sociedad conyugal. Antes de la Ley 256 del 4
de junio de 1970, se discutía sobre el efecto de la venta de bienes sociales, cuando se
había prescindido del consentimiento de la mujer, pero desde esta reforma quedó en
firme que se produce nulidad relativa; esto se mantiene en las Leyes 43 del año 1988
y 88 del año 1989. -Consiguientemente las sentencias han fluctuado entre la nulidad
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 69
3.1. Las cosas que absolutamente no pueden existir, es evidente que no pueden ser
objeto de ningún contrato, y por tanto, de la compraventa. Lo que ha dejado de existir,
obviamente ya no podrá existir jamás; puede llegar a existir otra cosa semejante o igual,
pero no la misma. Por esto la primera regla muy clara consiste en que lo que pereció
definitivamente, ya no puede ser objeto de compraventa. Hay otras cosas que no pueden
existir, por entrañar una imposibilidad intrínseca, metafísica o natural, como lo que
implica contradicción, que lógicamente es imposible admitir. A esto se aproxima cuan-
do por experiencia se demuestra como imposible, como un caballo que vuele.
3.2. Hay cosas que no existen, pero pueden existir y éstas sí pueden venderse y com-
prarse. El Código distingue a este propósito diversos géneros de contratos: la compra-
venta normal, en la que cada parte asume sus respectivas obligaciones de entregar la
cosa y de pagarla; la venta “de la suerte” o “venta de la esperanza” como suele decirse
que implica un factor aleatorio, según realmente llegue a existir la cosa o no se produz-
ca. También distingue el Código el caso de que lo vendido llegue a existir en su totali-
dad o solamente en parte.
El artículo 1752 declara: “La venta de cosas que no existen, pero que no espera que
existan, se entenderá hecha bajo la condición de existir, salvo que se exprese lo contra-
rio, o que por la naturaleza del contrato aparezca que se compró la suerte”.
Por consiguiente, se admiten tanto la venta de cosa futura con el riesgo a cargo del ven-
dedor, como a cargo del comprador.
3.3. La primera hipótesis que admite el Código consiste en que la compraventa se haga
bajo la condición de que la cosa llegue a existir; si no se produce la cosa, no hay com-
praventa. Parece que la condición se ha de entender como suspensiva mientras no llega
a la existencia el objeto vendido, la compraventa está en suspenso, no produce efecto; y
cuando llega a la existencia la cosa, entonces adquiere firmeza la compraventa. Por
ejemplo, se compra un invento consistente en un artefacto o un procedimiento para
producir que va a ser objeto de investigación, de ensayos para procurar lograr tal objeto
nuevo: no se sabe si realmente se llegará a feliz término o no, y se compra bajo la con-
dición de que realmente se consiga el objeto deseado.
3.4. Lo más frecuente, sin embargo, es que, fundándose en lo que generalmente acaece,
se venda una cosa y quede firme el contrato, suceda o no la existencia futura de la cosa;
por ejemplo, se vende una sementera o los frutos que seguramente producirán unos
árboles, los peces que recogerá una nave de pesca en determinado tiempo y lugar, etc.
En todos estos casos, el comprador corre con el riesgo de que realmente se produzca o
no la cosa, aunque hay una gran probabilidad de que sí suceda lo positivo. Estos son
ejemplos de contratos de compraventa de la suerte o la esperanza. El comprador corre
con el riesgo de que realmente produzcan su fruto la sementera, los árboles o las redes
del pescador, y si no hay tales frutos, de todos modos la compraventa quedó firme y el
precio que pagó fue legítimamente adquirido por el vendedor, o si no lo pagó todavía,
70 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
debe pagarlo el comprador aunque haya quedado frustrado su propósito de adquirir tales
frutos o bienes futuros y que no llegaron a ser. Esta es una venta peculiar, con carácter
aleatorio y algunos autores, como Longo, no admiten que sea propiamente una compra-
venta sino un contrato innominado.
Esta venta de la suerte o de la esperanza puede producirse porque las partes han mani-
festado expresamente su voluntad en tal sentido, o porque “por la naturaleza del contra-
to aparezca que se compró la suerte”, como dice el artículo 1752. Entonces habrá que
remitirse los usos y costumbres comerciales, puesto que la “naturaleza del contrato”
depende propiamente de lo que determinen las partes, y si no han determinado expresa-
mente, se entiende que se remiten a la costumbre concreta sobre este género de transac-
ciones.
El error en cuanto a la existencia de la cosa está previsto en el artículo 1753: “La venta
de una cosa que al tiempo de perfeccionarse el contrato se supone existente y no existe,
no surte efecto alguno.- Si faltaba una parte considerable en ella al tiempo de perfeccio-
narse el contrato, podrá el comprador, a su arbitrio, desistir del contrato, o darlo por
subsistente, abonando el precio a justa tasación.- El que vendió a sabiendas lo que en
todo o en parte considerable no existía, resarcirá los perjuicios al comprador de buena
fe”.
De este modo, se plantean tres hipótesis diversas: ambos contratantes estaban en el error
en cuanto la existencia del objeto, y obraron de buena fe, el vendedor estaba equivoca-
do pero ambos actuaron de buena fe, el vendedor actuó a sabiendas de que no existía la
cosa o una parte considerable de ella, mientras que el comprador estuvo de buena fe.
Si ambas partes creían que existía una cosa y realmente no existe, no hay contrato de
compraventa. Por ejemplo, se vende una mercancía que se cree que está en viaje a bordo
de un barco, y posteriormente se descubre que el barco se había hundido antes: compra-
dor y vendedor incurrieron en un error inculpable y el contrato resulta imposible, por lo
cual ninguno está obligado a nada.
3.6. Además de la falta total del objeto, se prevé en el artículo 1753, la inexistencia de
“una parte considerable de ella al tiempo de perfeccionarse el contrato”, y entonces,
“podrá el comprador a su arbitrio, desistir del contrato, o darlo por subsistente, abonan-
do el precio a justa tasación”. Hemos de suponer que esta hipótesis implica igualmente
la buena fe de ambas partes, ya que sería inicuo que el comprador que hubiera obrado “a
sabiendas” tuviera este derecho de opción que no se reconoce al vendedor: dejar en
vigencia el contrato o desconocerlo.
Una sentencia ha declarado que no cabe acción resolutoria si hubo contrato válido; y no
es válida la venta de cosa inexistente o ficticia; por eso, en el contrato simulado no cabe
resolución. En este caso se supone que las partes fingieron la existencia de algo y no se
reconoce el derecho del comprador de beneficiarse, a su arbitrio, del contrato.
3.7. El Código de Comercio, al igual que el Civil, declara que la compraventa de cosa
inexistente no vale (artículo 182), pero agrega: “si tal compra fuere hecha tomando en
cuenta los riesgos que corre el objeto vendido, el contrato se reputará puro, si al cele-
brarlo ignoraba el vendedor la pérdida del objeto”. Es decir, que se exige, lo mismo que
en el contrato civil, la buena fe del vendedor y se admite el carácter aleatorio, excluyén-
dose la condición suspensiva, cuando se ha previsto los riesgos de pérdida del objeto:
las partes conocían tales riesgos y resolvieron obligarse, luego, hay que reconocer la
validez de tal contrato y las obligaciones que de él nacen. Esto se produce frecuente-
mente en las compras de mercancías en tránsito, ya embarcadas y sujetas al riesgo de un
naufragio, aunque normalmente se contrata un seguro que cubre los riesgos de pérdida
total o parcial.
4.1. La finalidad que normalmente se proponen las partes que contratan una compraven-
ta consiste en hacer que el comprador llegue a ser propietario de una cosa, por la que
paga un precio. Este natural destino de la compraventa hace que, asimismo de manera
normal, natural, el vendedor sea dueño de la cosa que se vende, porque, en principio,
nadie da lo que no tiene.
lo vendido. La venta de cosa ajena, asume así características diferentes, según se consi-
dere uno u otro momento para apreciar el dominio del vendedor.
El Código Civil alemán, elaborado durante más de medio siglo y que entró en vigencia
el 1 de enero de 1900, optó por el sistema radicalmente opuesto al francés: la transferen-
cia del dominio es rigurosamente formal y abstracta, independiente de un contrato pre-
vio.
En algunos países, como España, en los que se han conservado el sistema clásico que
distingue el título y el modo, se ha notado también la influencia de los sistemas francés
o alemán, y las interpretaciones de la ley han llegado a distorsionar el texto del propio
Código, hasta llegar a dudarse de si se mantiene o no la distinción del título y el modo.
4.3. Analizando brevemente estos tres sistemas, se llega a la conclusión de que el clási-
co y seguido por nuestro Código Civil de 1862, no sólo resulta el más equilibrado sino
también el más conforme a las tendencias contemporáneas de la doctrina civilista. Esto
no significa, que sea perfecto ni que se excluyan dudas e inconvenientes, que han pro-
ducido algunas variaciones y hasta contradicciones en la jurisprudencia nacional.
74 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El artículo 1754 del Código Civil dice: “La venta de cosa ajena vale, sin perjuicio de los
derechos del dueño de la cosa vendida, mientras no se extingan por el transcurso del
tiempo”. El mero análisis literal de este artículo lleva a algunas conclusiones importan-
tes: que se sigue el “sistema del título y del modo”; que la compraventa solamente ori-
gina, como contrato que es, obligaciones; que el contrato obliga a las partes pero no a
terceros, y principalmente, no afecta al verdadero dueño (supuesto que no lo es el ven-
dedor); sin embargo, el efecto puede afectar al mismo verdadero dueño por “el transcur-
so del tiempo”, es decir, por la usucapión o prescripción.
O sea que se acepta la validez de la venta de cosa ajena porque se concibe la compra-
venta como un contrato que produce obligaciones: la de transmitir la propiedad, en
primer lugar, y la de pagar el precio. Esto aparece expresamente dicho en el artículo 169
del Código de Comercio, pero también se desprende de toda la estructura del Código
Civil en lo que atañe a la compraventa.
4.5. En estos países en los que no se admite la validez de la cosa ajena, se tiene que
recurrir a ciertas excepciones o ciertos procedimientos indirectos para lograr el conve-
niente servicio a los intereses del mercado. Así, cuando se conoce que la cosa es ajena
pero se da la orden de comprarla; si entrega de buena fe el poseedor de la cosa mueble;
en el caso del heredero aparente.
4.6. En cuanto al verdadero dueño de la cosa, los efectos del contrato no le pueden
perjudicar: no son oponibles contra él; no está obligado a entregar la cosa al comprador
y puede reivindicarla si de hecho está en manos del vendedor o del comprador. Pero hay
excepciones a favor del adquirente de buena fe: el que compra muebles no robados ni
perdidos, puede rechazar la acción reivindicatoria; el poseedor de buena fe hace suyos
los frutos y puede adquirir la cosa por prescripción. La venta nula por razón de no ser
propietario el vendedor, puede convalidarse por ratificación del propietario, o bien por-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 75
que el vendedor adquiera (por sucesión, compra, etc.) con posterioridad. Una vez conva-
lidada, el comprador no puede pedir la nulidad.
4.7. El derecho francés declara nula la compraventa de cosa ajena, porque en su sistema
la transferencia del dominio se produce inmediatamente, por el simple acuerdo de las
partes, por el contrato. Sin embargo de la prohibición, se producen algunos efectos
interesantes: 1. Da derecho al comprador a pedir la nulidad de la venta, antes de la ame-
naza de evicción; 2. Se establecen los daños y perjuicios que se deberán indemnizar; 3.
Da derecho a los frutos de la cosa vendida; 4. El comprador puede llegar a adquirir por
prescripción; y, 5. Si el vendedor adquiere posteriormente la cosa, se perfecciona el
derecho del comprador con efecto retroactivo.
4.8. También el sistema italiano prohíbe la venta de cosa ajena (aunque lo permitía el ya
derogado Código de Comercio). Pero se entiende que lo que se prohíbe es pretender
transmitir lo que no se tiene, en cambio no hay inconveniente de comprometerse a ad-
quirir y entonces transferir la propiedad. Una notable excepción es la del artículo 534,
según el cual es válida la adquisición a título oneroso con buena fe, de un cosa del here-
dero aparente aunque éste lo fuese de mala fe.
4.10. Tienen mucha razón quienes observan que las excepciones admitidas por los sis-
temas que declaran nula la venta de cosa ajena, son tan amplias que realmente desvirtú-
an la prohibición y podría hablarse de que la regla general es más bien la validez y no la
nulidad. El nervio del problema consiste en que el derecho no puede impedir que los
contratantes dispongan de común acuerdo postergar la transferencia del dominio para un
momento posterior al del contrato, aunque los sistemas derivados del francés declaran
que esa transferencia se produce normalmente por el sólo contrato.
4.11. Para obviar la dificultad, admiten varios procedimientos: la venta bajo condición
suspensiva, la promesa de venta; la venta con reserva de dominio, etc. En los sistemas
clásicos como el seguido por Andrés Bello y que sigue en vigencia en Chile, Colombia,
76 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Declarar, como declara el artículo 1754 de nuestro Código Civil que la compraventa de
cosa ajena vale, no significa que la enajenación de cosa ajena vale, porque una cosa es
vender y otra, enajenar.
El artículo 698 del mismo Código dice: “Si el tradente no es verdadero dueño de la cosa
que se entrega por él o a su nombre, no se adquieren por medio de la tradición otros
derechos que los transmisibles del mismo tradente sobre la cosa entregada. Pero si el
tradente adquiere después el dominio, se entenderá haberse éste transferido desde el
momento de la tradición”. Por consiguiente, la compraventa, que es título para adquirir
la propiedad, permite que realmente se adquiera, siempre que se produzca legalmente el
modo, que generalmente será la tradición. La tradición será posible si el vendedor es
propietario o si llega a ser propietario; si lo es desde el primer momento, ya entonces
puede transferir la propiedad; si adquiere después la propiedad, solamente entonces
podrá transferirla, pero el comprador la adquiere con efecto retroactivo al momento de
su título, al momento de la compraventa.
El artículo 699 agrega que: “La tradición da al adquirente, en el caso y del modo que las
leyes señalan, el derecho de ganar por prescripción el dominio de que el tradente
carecía, aunque el tradente no haya tenido ese derecho. Por ejemplo, el tradente estará
imposibilitado de adquirir por prescripción, si es condómino con otros, porque al poseer,
posee en su nombre y en nombre de los condóminos; en cambio, el que ha recibido de
buena fe la cosa, puede poseerla en su integridad y exclusivamente, llegando a adquirir-
la por prescripción.
4.14. Desde luego, se excluyen en absoluto las situaciones que constituyen delito: los
fraudes, engaños, convenios colusorios, contratos dolosos, con la intención de perjudi-
car sea al otro contratante o a terceros y fundamentalmente al verdadero dueño de la
cosa.
Una sentencia de la Corte Suprema declara que “a los delitos contra la propiedad, no
cabe aplicar la doctrina civil de que vale la venta de cosa ajena; de aplicarse se produci-
ría el absurdo jurídico y social de que los delincuentes, por el sólo hecho de vender las
cosas robadas, estafadas o hurtadas, quedarían exentos de responsabilidad y sin ninguna
represión de los hechos punibles cometidos”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 77
4.15. El artículo 1502 del Código Civil señala los efectos de la revocatoria, la resolución
o rescisión de una donación, frente a terceros que pueden haber adquirido del donatario.
La revocatoria de la donación no afecta a dichos terceros, es decir que aunque hayan
adquirido de quien no era dueño, continuarán en posesión de sus cosas, salvo en tres
casos: 1. Cuando en la escritura de donación, debidamente inscrita, se ha prohibido
enajenar la cosa; 2. Cuando antes de la enajenación se ha notificado a los terceros, la
intención de revocar la donación; 3. Cuando se ha procedido a enajenar, después de
intentada la acción de revocación. En los tres casos, los terceros pueden estar debi-
damente advertidos y por esto no adquieren de buena fe, por lo cual el verdadero
dueño puede reivindicar la cosa que fue enajenada por el donatario, por ejemplo, me-
diante venta. Esta venta de cosa ajena, tiene especiales efectos cuando la cosa vendida
procedía de una donación al vendedor, donación que fue revocada, resuelta o rescindida.
Por tanto, este artículo, como muchos otros, pone a salvo la exigencia de la buena fe
para que se produzca el efecto normal de la venta.
4.16. La misma buena fe se pide en los casos de venta de una cosa que se consideró
debida, sin serlo. El artículo 2202 dice: “El que de buena fe ha vendido una especie que
se dio como debida, sin serlo, está sólo obligado a restituir el precio y a ceder las accio-
nes que tenga contra el comprador que no le haya pagado íntegramente. Si se hallaba de
mala fe cuando hizo la venta, estará obligado como todo poseedor que ha dejado de
poseer”. Parte el Código de la suposición de que quien recibió algo que no se le debía,
tiene justa causa de error y debe presumirse su buena fe; protege al tercero adquirente
mediante la restitución del precio que hay pagado, pero no impide la reivindicación de
la cosa por parte del verdadero dueño. En cambio, si el vendedor actuó de mala fe, su
responsabilidad se acrecienta, como es justo.
El artículo 2203 establece: “El que pagó lo que no debía, no puede perseguir la especie
poseída por un tercero de buena fe, a título oneroso; pero tiene derecho para el tercero
que la tiene por cualquier título lucrativo, se la restituya, si la especie es reivindicable y
existe en su poder. Las obligaciones del donatario que restituye son las mismas que las
de su causante, según el artículo 2201”. Queda claro que el dueño puede reivindicar
cuando la cosa ha pasado a un tercero por donación u otro título “lucrativo”; no puede
reivindicar, si la cosa pasó al tercero de buena fe por título “oneroso”, como es la com-
praventa. La venta permite que el tercero de buena fe adquiera la cosa, y el dueño sola-
mente tendrá que ser indemnizado por parte de quien le perjudicó.
4.17. Parecidas son las hipótesis planteadas en los casos de depósito, comodato, pren-
da y otros derechos análogos.
El artículo 2136 parte de la hipótesis de que los herederos de una persona hayan vendi-
do una cosa pensando en que perteneció al difunto, siendo así que se trataba de un bien
ajeno del cual solamente era depositario: “Si los herederos, no teniendo noticia del de-
pósito, han vendido la cosa depositada, el depositante, no pudiendo o no queriendo
hacer uso de la acción reivindicatoria, o siendo ésta ineficaz, podrá exigirles que restitu-
yan lo que hayan recibido por dicha cosa, o que le cedan las acciones que en virtud de la
enajenación les competan”. En este artículo se aprecia cómo el derecho protege la buena
fe: los herederos que han actuado creyendo razonablemente que vendían algo de su
propiedad, no están obligados más que a la restitución del precio, o a ceder las acciones
para que el verdadero dueño recaude su cosa. Por otra parte, el propietario no pierde su
78 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
derecho: puede intentar la acción reivindicatoria, aunque en algunos casos no será posi-
ble, como cuando se trate de bienes muebles no identificables o que realmente hayan
pasado a propiedad del comprador, por su buena fe, o que hayan sido ya adquiridos por
otro en virtud de la usucapión. Nótese que el artículo transcrito, se refiere no sólo a la
venta, sino a la “enajenación”. Nótese que el artículo transcrito, se refiere no sólo a la
venta, sino a la “enajenación”, que es consecuencia de la venta y admite el efecto alie-
nante de la venta hecha por los herederos, venta de cosa ajena. El dueño, el depositante,
puede optar por intentar la reivindicación o reclamar el precio a los herederos vendedo-
res, esto se le concede “si no puede o no quiere” reivindicar, es decir siempre: es una
opción incondicional.
4.19. Ese derecho del propietario es limitado, ante todo, en el tiempo: el poseedor de
buena fe puede adquirir por prescripción ordinaria y aún si falta la posesión regular,
transcurridos quince años de posesión tranquila y no interrumpida, el comprador adqui-
rirá por prescripción extraordinaria. Si la cosa ha sido sucesivamente vendida a otras
personas, el tiempo de la posesión puede sumarse, pero las simples nuevas ventas no
hacen desaparecer el derecho del propietario hasta que se cumpla el tiempo total de la
prescripción.
4.20. La venta de cosa ajena se produce no solamente en los contratos que libremente
realizan las partes, sino que puede suceder también en la venta forzada, por orden
judicial, como cuando el juez ordena vender todos los bienes de una persona desapare-
cida, pasado cierto tiempo; o los bienes de una herencia yacente, entre los cuales pueden
estar confundidas cosas que pertenecen a otra persona distinta del causante.
Otros casos presentan especial dificultad en esta materia, como el de las ventas sucesi-
vas. Una compañía importadora vendió un auto con reserva de dominio; el comprador
A, lo vendió a B, y B a C. Ni A ni B eran dueños y no podían enajenar lo que no habían
adquirido. La compañía obtuvo la aprehensión del vehículo. C tiene derecho de que B le
restituya lo que pagó y B puede reclamar a A. No hubo en este caso una acción de sa-
neamiento porque se consideró que C nunca fue propietario, ni se le demandó para que
pudiera llamar a su vendedor a saneamiento.
4.21. Las frecuentes ventas irregulares hechas por uno solo de los cónyuges, de bienes
de la sociedad conyugal, sin la intervención ni la autorización del otro cónyuge, han
sido interpretadas de diversas maneras: como contratos nulos por falta de consentimien-
to; como nulos por falta de requisito de forma consistente en la intervención de ambos
cónyuges; como venta de cosa ajena, porque los bienes de la sociedad conyugal forman
como un patrimonio especial que debe ser administrado por uno de los cónyuges y
enajenado con la participación de ambos. La consecuencia de interpretar de una u otra
manera es que se podrá o no presentar la acción de nulidad (si es absoluta, por cualquier
persona, y si relativa, solamente por aquel en cuyo beneficio se estableció la prohibi-
ción), o se considerará el acto no oponible contra la sociedad, o, finalmente, del todo
válido. En la situación actual de nuestro derecho, la solución correcta es la de asumir
estas ventas como viciadas de nulidad relativa, ya que esta es la norma que se prefirió en
las últimas reformas legales.
4.22. La venta de cosa ajena adquiere especial relieve en los casos de doble venta por
parte de un mismo vendedor. Estos eventos se producen con alguna frecuencia y, natu-
ralmente, si el vendedor dejó de ser propietario después de la primera venta, y en la
segunda está disponiendo de cosa ajena. La cuestión se reduce a saber si realmente se
pierde la propiedad por la compraventa y cuando se la pierde. Ya hemos dicho que el
contrato simplemente produce obligaciones: la de transferir la propiedad es la principal
obligación del vendedor, y normalmente se cumple con la entrega o tradición de la cosa,
que puede incluso coincidir con el momento de la celebración del contrato; esto es lo
que habitualmente sucede con los muebles, que una vez concertado su precio se entre-
gan al comprador; y en el caso de los inmuebles, la tradición se efectúa por la inscrip-
ción de la escritura de venta en el Registro de la Propiedad, sin que sea necesaria la
entrega material, física, del inmueble, que puede hacerse después o puede haberse veri-
ficado antes.
Si alguien vende una cosa a una persona, queda obligado a transferirle a ésta el dominio,
y no parece razonable que después de contraer esta obligación se vincule nuevamente
con un tercero a quien vende nuevamente la misma cosa; pues esto supone o bien com-
prometerse a dejar sin valor el primer contrato o bien, a readquirir del primer comprador
la cosa vendida. Ciertamente que estos supuestos son posibles, pero de difícil realiza-
ción. Lo más frecuente será que quien vendió por primera vez la cosa, al hacer la segun-
da venta está desconociendo la obligación anteriormente adquirida, está procediendo de
mala fe y procurando perjudicar al que ya adquirió el derecho de llegar a ser propietario.
Se agrava esta situación, si realmente el primer comprador ya es propietario por haber
recibido la cosa mediante la entrega o tradición.
Aquí, como en las hipótesis anteriormente analizadas, lo primero que hay que descartar
es la validez de un contrato de mala fe. Si el vendedor obra dolosamente no puede de
80 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Cabe admitir que en ciertos casos habrá buena fe de ambas partes, por un error excusa-
ble en cuanto a la propiedad de la cosa, o por el legítimo interés de obligarse a que la
cosa ajena sea adquirida por el vendedor y transferida legalmente al comprador, sin
perjuicio de nadie. Entonces lo que interesa es determinar exactamente, cuando deja de
ser propietario el vendedor.
La dificultad práctica puede surgir respecto a la prueba de cual de estos actos fue ante-
rior o sobre la validez de alguno de ellos.
A este propósito, el artículo 1757 dispone: “Si alguno vende separadamente una misma
cosa a dos personas, el comprador que haya entrado en posesión será preferido al otro.
Si ha hecho la entrega a los dos, aquél a quien se haya hecho primero será preferido. Si
no se ha entregado a ninguno, prevalecerá el título más antiguo”.
Por consiguiente, esta disposición se encuadra dentro de todo el sistema civil ecuatoria-
no, por el cual el mero contrato no transfiere el dominio. Hay que averiguar cual de los
dos compradores adquirió el dominio, ya que éste excluirá al segundo, quien habrá
comprado cosa ajena.
Si se trata de muebles, hay que demostrar cual de los dos compradores la recibió antes.
Supongamos que un agricultor entrega las llaves del granero en el que se guarda la
cosecha de maíz que ha vendido a un comprador A, y posteriormente hace trasladar ese
mismo maíz a la finca de un segundo comprador B. Indudablemente, si se prueba que
precedió la entrega al comprador A, mediante la entrega de las llaves, la segunda venta
será nula, además de constituir un fraude y merecer la correspondiente sanción penal.
Pero si, en una feria o en un almacén, se conviene la venta de una maquinaria a favor de
A, y el mismo día, en circunstancias iguales se la da en venta a B, y ambos compradores
se les ha entregado un juego de llaves y de documentos de propiedad, sin que ninguno
de los dos haya retirado materialmente la máquina del local comercial, el asunto resulta
muy confuso: ¿cómo probar que uno de ellos adquirió y excluye al segundo?. El fraude
del vendedor es evidente y merece la sanción penal, pero no será fácil demostrar que
uno u otro comprador haya realmente adquirido.
4.23. Respecto de inmuebles parece más difícil que se produzca una doble tradición, una
doble inscripción de escrituras en el Registro de la Propiedad, puesto que el Registrador
se negará normalmente a realizar una segunda inscripción de venta de un bien raíz del
cual ya no es propietario un individuo, por haberlo vendido anteriormente y haberse
inscrito esa venta. Sin embargo, por error, por oscuridad de la descripción del fundo y
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 81
sus linderos, o por una actuación colusoria se puede llegar hasta estos extremos. La
duda puede surgir también por acaecer circunstancias que modifiquen el derecho de
propiedad entre el momento de la venta y el de la inscripción, como la partición de
bienes.
“La venta de cosa ajena si vale para el efecto de crear obligaciones personales entre el
vendedor y el comprador, no transfiere el derecho real de dominio, conforme a los artí-
culos 652 y 1783, sino la mera expectativa de adquirirlo, en caso de realizarse las cir-
cunstancias contempladas en esos artículos, de que el vendedor tradente adquiera des-
pués el dominio. Si bien los artículos citados dan a la venta y tradición de la cosa un
efecto retroactivo, en cuanto a la transmisión del dominio, para el caso de que el vende-
dor tradente lo adquiriese después; tal efecto retroactivo sólo tiene lugar cuando el mis-
mo vendedor tradente el que adquiere el dominio o lo adquiere el sucesor hereditario
por un título dimanante del causante, mas no cuando el sucesor lo adquiere por un título
distinto, porque no se trata de un derecho u obligación transmisible al heredero, sino de
una condición legal que ha de cumplirse en vida del vendedor y que caduca con su
muerte. La venta de cosa ajena no impone al vendedor la obligación de entregar la cosa,
porque esta obligación sería imposible de cumplirse legalmente, puesto que la esencia
de la tradición radica en la entrega que el dueño de la cosa hace a otro, habiendo facul-
tad de transferir el dominio. De esto se deduce que si el vendedor no estuvo obligado a
la entrega, tampoco transmite la obligación al heredero en representación d aquel y por
causa que dimane del mismo, tampoco surten los efectos señalados en los artículos 652
y 1783 en orden a la transmisión retroactivo del dominio”. Voto salvado del Dr. Manuel
Ramón Valarezo: “En ninguna ley se puede fundar la conclusión de que en la venta de
cosa ajena, el vendedor no contrae la obligación de entregar la cosa vendida; conclusión
abiertamente contraria a la definición esencial de la compraventa que se contiene en el
artículo 1756. Si al tiempo en que el comprador exige al vendedor el cumplimiento de
aquella obligación, alega el segundo la imposibilidad proveniente de ser ajena la cosa
vendida, esta alegación producirá los efectos que fueren de derecho, según los casos;
pero estos mismos efectos presuponen la existencia de la referida obligación de entregar
la cosa vendida. Tampoco hay ley ni principio de derecho en que fundar la conclusión
de que este deber del vendedor no sea transmisible a sus herederos universales que
acepten la herencia; pues no se trata de una obligación que requiera esencialmente la
existencia personal del obligado”. Si bien la sentencia de la mayoría está en lo justo al
distinguir el efecto meramente de obligaciones de la compraventa, más acertado es el
82 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
criterio del voto salvado en cuanto afirma que la obligación -inherente a la compraven-
ta- de entregar la cosa, pasa a los herederos y que, si resulta imposible de cumplir, ten-
drá el vendedor o tendrán sus herederos que indemnizar debidamente al comprador.
En otro juicio se resolvió: “2. Ante el juez Sexto de lo Civil de Manta, comparece el
Abogado Zambrano, en su condición de apoderado de Rhea y manifiesta que su poder-
dante es legítimo propietario de un solar ubicado en Manta, cuya linderación especifica.
Que este inmueble adquirió por compraventa a los señores Rhea Toapanta y Toapanta
Carrera. Que cuando viajó a la ciudad de Manta el 23 de abril de 1986, encontró que su
solar estaba ocupado por el Sr. Álava, quien ha destruido las cercas de caña y madera y
ha construido una cerca de ladrillo con columnas de hormigón. Que por lo expuesto,
basado en el artículo 953 del Código Civil, demanda en juicio reivindicatorio al Sr.
Álava la restitución del inmueble de su propiedad. 3. Citado el demandado, propone las
excepciones siguientes: a) Negativa de los fundamentos de hecho y de derecho de la
demanda; b) Que el predio que pretende reivindicar no es el mismo adquirido por él, al
Sr. Abad, ya que existen claras diferencias en las medidas y los linderos, por lo cual la
demanda es improcedente; c) Que su derecho está respaldado mediante título de domi-
nio regular y anterior al pretendido título que alega la parte actora; d) Que examinado el
título que respalda el derecho del actor se encuentran omisiones en las que incurrieron
tanto el notario como el registrador de la propiedad de Manta, por lo cual no se ha pro-
ducido transferencia alguna de dominio; e) Que por poseer título de buena fe entró en
posesión material del predio en el cual ha construido algunas obras por un costo no
menor a cuatro millones de sucres; f) Que está amparado por el artículo 1784 del Códi-
go Civil por el hecho de haber entrado en posesión inmediata del terreno después de
haber inscrito el título. 4. El Sr. Abad en su escrito, entre otras cosas, manifiesta: “bajo
ninguna circunstancia ha existido de mi parte un acto de mala fe al tratar de vender el
mismo predio a dos personas. Seguramente por ser dueño de un sinnúmero de lotizacio-
nes, el personal que tiene a su cargo la venta de terrenos, procedió en forma equivocada
a vender a dos personas el lote que es materia del presente juicio. 5. La escritura de
compraventa del terreno materia de la litis que adjunta el actor tiene fecha 5 de mayo de
1986, en tanto que la escritura que presenta el demandado está fechada 29 de junio de
1984, es decir que el título que presenta el accionado es anterior con dos años de dife-
rencia al que presenta el actor. 6. El artículo 1784 declara al respecto: “si alguno vende
separadamente una misma cosa a dos personas, el comprador que haya entrado en pose-
sión será preferido al otro”. 7. De la lectura del proceso se desprende que el demandado
mandó levantar un cerramiento con ladrillos y cemento en el terreno que adquirió al
Señor Abad. Por lo expuesto se confirma la sentencia venida en grado”. Observamos
que la Corte da importancia decisiva a la posesión material y debió hacer hincapié en
que el demandado inscribió antes su título y como consecuencia de esa tradición proce-
dió a efectuar actos de posesión efectiva. Parece ser que la Corte admitió la buena fe del
vendedor que incurrió -por la intervención de empleados subalternos- en un error excu-
sable en cuanto a la determinación del lote vendido por segunda vez; no se menciona
expresamente esto, pero se da por admitido.
Los casos de doble venta se producen con relativa frecuencia en el caso de bienes indi-
visos, por la incertidumbre respecto de quien resultará propietario de un determinado
cuerpo cierto. Se ilustra este problema en esta sentencia: “Uno de los propietarios de
una cantera vendió como cuerpo cierto, dentro de límites determinados una parte de la
cantera primeramente a otro condueño y después a una tercera persona, es aplicable al
caso la regla por la que prevalece el título anterior aunque ambas enajenaciones sean de
cuerpo cierto a título singular, bajo condición resolutoria, con el evento de la caducidad
si el comunero vendedor no se le asignare en la partición el mismo objeto enajenado por
él. Si la referida tercera persona que compró el lote de la cantera, vende posteriormente
“acciones y derechos” en ella, no se puede considerar al comprador copropietario de la
misma, pues existe sustancial diferencia, atendida la finalidad y el objeto específico de
los aludidos contratos, entre la doble venta de un cuerpo cierto que hizo el condómino y
la de “acciones y derechos” que verificó el comprador, cambiando arbitriamente, por su
sola voluntad, la causa y materia de su posesión”.
Afianzada la venta de una propiedad por la inscripción legal del título de compraventa,
no se admite una segunda inscripción, que despojaría al primer comprador, si se produ-
ce por error o de mala fe, una segunda inscripción, esta no es válida, como consta en
esta sentencia: “Álvarez ha vendido mediante escrituras públicas válidas, la misma casa
a Fuentes y a Haro. Inscrita la venta a Fuentes, y el Registrador no debió inscribir la
segunda venta, a Haro, pero lo hizo. Haro ha entrado en posesión pero esta es arbitraria,
interrumpida y viciosa, por lo cual está obligado a restituir la casa a Fuentes. Aplicando
el artículo 1784 del Código Civil, la segunda escritura adolece de nulidad”.
4.24. Podemos resumir los diversos aspectos antes considerados, en base a la ley, la
doctrina y la jurisprudencia, en los siguientes puntos que parecen más firmemente fun-
dados:
1. La venta de cosa ajena vale, como afirma el artículo 1758 del Código Civil (y el 169
del Mercantil), es decir, de suyo no es nula y produce el efecto normal que un contrato
produce: obligaciones entre las partes contratantes.
2. La venta de cosa ajena no valdría ni entre las partes, si fuera fruto del dolo, del enga-
ño, de la mala fe. Los posibles efectos serían de índole penal y de reparación de daños y
perjuicios a la parte engañada, si ella a su vez no procedió de mala fe.
6. El comprador que entró en posesión de la cosa ajena podrá llegar a ser dueño por
prescripción. Si su título es legítimo y actuó de buena fe, la posesión regular le permitirá
adquirir por prescripción ordinaria, muebles en tres años e inmuebles en cinco; si carece
de justo título o de posesión regular, aún puede alcanzar la prescripción adquisitiva con
quince años de posesión pacífica no clandestina ni interrumpida.
7. Cuando el que carece del dominio ha vendido la cosa a dos personas en actos diferen-
tes, el comprador que haya entrado en posesión será preferido al otro. Si la entrega se ha
hecho a los dos, será preferido quien primero haya recibido la cosa. Si no se ha entrega-
do a ninguno se preferirá al que tenga título más antiguo. (artículo 1757). Esta entrega,
en el caso de inmuebles, se entiende que ha de ser a través de la inscripción de la escri-
tura de compraventa en el Registro de la Propiedad, y no la mera entrega material. La
simple entrega material, vale para los muebles.
9. Si el que compró una cosa ajena, a su vez la vende a otro y no llega a consolidar su
propiedad por haberla adquirido posteriormente el primer vendedor, se siguen las mis-
mas reglas anteriormente expresadas: el vendedor sigue obligado a transferir el dominio
y si no lo hace queda responsabilizado por los perjuicios, pero nadie da lo que no tiene y
el primer comprador (que no adquirió la propiedad), tampoco la transmite al segundo
comprador. Uno y otro pueden llegar a adquirir por ratificación por parte del verdadero
dueño, o porque el primer vendedor adquiera la propiedad, o porque alcancen a adqui-
rirla por prescripción. Podrá el segundo comprador sumar a la suya la posesión de su
antecesor, para efectos de prescripción.
10. Si alguien compra una cosa a quien se consideraba dueño de ella y tenía un derecho
aparente (como el heredero putativo, el asignatario de una partición, etc.) y posterior-
mente se anula el título de propiedad de quien vendió, se produce un efecto retroactivo
en perjuicio del comprador, que habrá comprado cosa ajena. El comprador solamente
podrá sanear su propiedad sea por ratificación del verdadero dueño, por adquisición por
parte de quien le transfirió el dominio o por prescripción. (Estos casos son frecuentes,
cuando un heredero vende algún objeto de la sucesión y luego no le es asignado en la
partición, o cuando se anula una partición aparentemente válida).
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 85
13. Lo dicho en el número anterior tiene aplicación plena respecto de los inmuebles,
pero en cuanto a los muebles admite alguna excepción. Concretamente, si objetos no
robados ni perdidos, se han vendido en un almacén, tienda o feria, esta venta si com-
prende especies que eran de propiedad del vendedor (del almacén, etc.), no podrán ser
reivindicados por el verdadero dueño, porque la posesión vale como título y se ampara
la buen fe del que adquiere en establecimientos comerciales que dan garantía de que
venden lo que realmente les pertenece; si por error, confusión u otra circunstancia que
no implique mala fe, se ha vendido algo ajeno, el comprador realmente adquiere la
propiedad, y el primitivo dueño solamente podría recuperar la cosa pagando al actual
poseedor el precio que se dio por ella y lo gastado en repararla y mejorarla (artículo
934). Parece equitativo que a su vez el dueño, exija al almacén que le restituya lo que ha
debido para recuperar su propiedad.
Muchos otros puntos relativos a la compraventa de cosa ajena son menos seguros y
claros que los anteriormente presentados y están sujetos a discusión doctrinaria y en el
plano de la interpretación jurisprudencial. Esto sucede en el Ecuador y también en paí-
ses de mayor tradición jurídica y de notable desarrollo científico y de la jurisprudencia.
5.1. Si la venta de cosa ajena vale, conforme al artículo 1754, y hemos expuesto dentro
de qué límites produce efecto entre las partes o frente a terceros, en cambio la compra
de cosa propia, se declara en el artículo 1755 que “no vale”. Agrega el referido artículo
que “el comprador tendrá derecho a que se le restituya lo que hubiere dado por ella”, es
decir, que se parte del supuesto de que ha pagado el precio, y por consiguiente, al ser
nula la operación, el comprador dueño tiene derecho a quedarse con la cosa ya que se le
devuelva lo que pagó sin verdadera causa.
5.2. No se admite la validez de la compra de cosa propia, por ser imposible jurídica-
mente, ya que el contenido esencial de la compraventa consiste en obligarse a transferir
86 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
el dominio y no se puede dar el dominio a quien ya lo tiene. Se suma a esta razón fun-
damental, la carencia de causa: no tendría causa jurídica el pago de un precio por nada,
ya que nada recibe el que ya tiene la propiedad.
5.3. Sin embargo, en algunas circunstancias un tanto extremas o raras, puede ser que la
compra de cosa propia sea más bien una simulación inocua y que llegue a producirse
efectos positivos. Tal sucede cuando una persona que realmente adquirió un cosa carece
de documentación sobre su título, por ejemplo por pérdida de archivos del Registrador
de la Propiedad y los notarios, como ha pasado en algunos pueblos y ciudades en los
incendios que ha sufrido. Tales personas, convencidas de su derecho y en posesión de
sus inmuebles, acuden a veces a la ficción de una compra a un supuesto vendedor, sien-
do ellos mismos, los dueños, solamente para tener constancia documental de su derecho.
Borda señala que la compra de cosa propia puede ser una transacción oculta, para mejo-
rar el título o para evitar un juicio, como cuando resulta difícil probar que se ha adquiri-
do por prescripción o ante una reivindicación peligrosa que termina por transacción.
6.1. El parágrafo 4o. del Título de la compraventa, trata sobre la cosa vendida y termina
con el artículo 1756 relativo a los frutos: “Los frutos naturales, pendientes al tiempo de
la venta, y todos los frutos tanto naturales como civiles que después produzca la cosa,
pertenecerán al comprador, a menos que se haya estipulado entregar la cosa al cabo de
cierto tiempo o en el evento de cierta condición. En estos casos no pertenecerán los
frutos al comprador, sino vencido el plazo, o cumplida la condición.- Todo lo dicho en
este artículo puede ser modificado por estipulaciones expresas de los contratantes”.
6.2. A falta de cláusulas sobre los frutos, la ley señala, de modo supletorio, la regla de
que corresponden al comprador desde el momento en que se perfecciona el contrato: “el
tiempo de la venta”, dice, de manera un tanto imprecisa el artículo transcrito.
Esta norma supletoria tiene, sin embargo una distinción en cuanto a la calidad de los
frutos -naturales o civiles- y dos excepciones.
6.3. Respecto de los frutos naturales se precisa que “los pendientes” al momento de la
venta, pertenecen al comprador. Esto implica que si hay frutos ya producidos y que
están situados simplemente dentro de la cosa vendida (por ejemplo, una cosecha ya
levantada y que permanece en los graneros de una finca), no siendo frutos “pendientes”,
pertenecen al vendedor, salvo que hayan sido considerados como parte de la venta.
Los frutos “pendientes” a los que se refiere el Código son únicamente los “naturales”;
por consiguiente, ha de entenderse que los frutos civiles que estén pendientes, no serán
del comprador. La equidad aconsejará repartir entre vendedor y comprador, tales frutos
en proporción al tiempo anterior y posterior a la venta; por ejemplo si una casa ha esta-
do arrendada y se paga el canon por mensualidades y la venta se hace a medio mes, será
razonable asignar este fruto civil pendiente, por mitades a uno y otro.
Los frutos percibidos con posterioridad a la venta (es decir no pendientes en dicho
momento), pertenecen al comprador, sean naturales o civiles, salvo convención en con-
trario o los casos de excepción.
6.4. Las excepciones consisten en que se haya estipulado plazo o condición para la
entrega de la cosa; en tales circunstancias se entenderá que los frutos se reservan para el
vendedor (siempre, salvo estipulación en contrario).
6.5. Los principios expuestos, que se contienen en el referido artículo 1756, son univer-
salmente admitidos por la doctrina y la jurisprudencia. Solamente se producen algunas
variantes en derechos extranjeros por motivo de la distinción entre los efectos de la
venta y los de la enajenación de la cosa vendida. Si se requiere de la entrega o tradición
para transferir la cosa, resulta admisible considerar que los frutos solamente se asignen
al comprador desde dicha entrega.
6.6. Una sentencia de nuestra Corte Suprema afirma que al comprador le pertenecen los
frutos de la cosa comprada desde el momento de perfeccionarse la venta, sin que sea del
caso averiguar la buena o mala fe del vendedor.
7.1. El parágrafo 5o. del Título que estamos estudiando, se encabeza “De los efectos
inmediatos del contrato de compraventa”, y en realidad solamente se refiere a algunos
de ellos y no a los dos principales efectos, que se tratan más adelante (la entrega de la
cosa y el pago del precio). De algunos de estos otros efectos “inmediatos”, hemos ex-
puesto ya en números anteriores, concretamente, sobre la venta separada a dos personas
(artículo 1757), la venta de cosa ajena (artículos 1758 y 1759). Quedan por considerarse
aquí, los asuntos de: la pérdida o deterioro de la cosa vendida (artículo 1760), la deter-
minación de la cosa por su peso, cuenta o medida (artículos 1761 y 1762) y la venta a
prueba (artículo 1763). También nos vamos a referir a otros efectos del contrato de
compraventa, señalados en diversos sitios del Código Civil y en otras leyes dejando de
lado lo atinente a las dos grandes obligaciones que surgen de la compraventa: la entrega
de la cosa y pago del precio.
7.2. El aforismo de que “las cosas nacen, crecen y perecen para su dueño”, se aplica a la
compraventa puntualmente: los riesgos de la cosa pertenecen al vendedor hasta el mo-
mento en que pasan al vendedor con la propiedad de la cosa. Si la cosa perece en poder
del vendedor, es él, como dueño, quien la pierde; si ya se ha transferido el dominio al
comprador, le corresponde a éste sufrir la pérdida. No se altera esta disposición por el
hecho de no haberse verificado la entrega; lo que determina la responsabilidad es la
propiedad.
Sin embargo, la arregla de que el dueño corre con el riesgo, se modifica si la venta se ha
hecho con condición suspensiva, pues mientras pende la condición continúa siendo
responsable de la existencia de la cosa el vendedor, y solamente las mejoras o los des-
perfectos se atribuyen al comprador hasta que se cumpla el plazo o condición. Una vez
que desaparece la condición suspensiva, el comprador asume todas las responsabilida-
des y riesgos de la cosa.
7.3. El artículo 1760 dice: “La pérdida, deterioro o mejora de la especie o cuerpo
cierto que se vende, pertenece al comprador, desde el momento de perfeccionarse el
contrato, aunque no se haya entregado la cosa; salvo que se venda bajo condición sus-
pensiva, y que se cumpla la condición; pues entonces, pereciendo totalmente la especie
mientras pende la condición, la pérdida será del vendedor, y la mejora o deterioro perte-
necerá al comprador”. Piénsese por ejemplo en la venta de un animal, sujeta condición
suspensiva: si muere mientras pende la condición, lo pierde el vendedor, que tendrá que
reponer la cosa al comprador; pero si enferma o, por el contrario, crece, se hace más
fuerte, etc., estas desventajas o mejoras corresponden al comprador.
El supuesto en que se basa el artículo 1760, consiste en que la venta sea de “una especie
o cuerpo cierto”. Por consiguiente, si se ha vendido una cosa que debe todavía deter-
minarse, no se aplica la indicada regla. Por ejemplo, un comerciante vende un automó-
vil de cierta marca y modelo, pero el comprador aun no ha escogido la unidad concreta
que desea adquirir; si se destruye uno de los vehículos del vendedor, no por eso deja de
estar obligado a entregar un automóvil de la marca y modelo convenidos; solamente el
momento en que el comprador haya especificado qué especie concreta es la que compra,
desde el momento corre con el riesgo.
7.4. En las ventas de cosas fungibles y en general de cualesquiera que se vendan por la
cantidad, número o medida (como cien litros de alcohol, veinte quintales de trigo, cinco
vacas, etc.), se requiere la determinación precisa de las especies vendidas, para que pase
el riesgo del vendedor al comprador. Así lo establece el artículo 1761: “Si se vende una
cosa de las que suelen venderse a peso, cuenta o medida, pero señalada, de modo que no
pueda confundirse con otra porción de la misma cosa, como todo el trigo contenido en
cierto granero, la pérdida, deterioro o mejora pertenecerá al comprador, aunque dicha
cosa no se haya pesado, contado ni medido, con tal que se haya ajustado al precio. Si de
las cosas que suelen venderse a peso, cuenta o medida, sólo se vende una parte indeter-
minada, como diez, cien kilos de arroz del contenido de cierto silo, la pérdida, deterioro
o mejora no pertenecerá al comprador, sino después de ajustado el precio y de haberse
pesado, contado o medido dicha parte”.
7.5. La regla del Código de Comercio, coincide con la civil, también en este aspecto,
pues dice el artículo 176: “Si las mercaderías vendidas no se han determinado como un
cuerpo cierto, sino sólo por su especie, cantidad y calidad, el vendedor está obligado
aunque perezcan las que tenía al momento de la venta”. Es decir, que solamente cuando
se determina la cosa que precisamente se vende, el riesgo es del deudor.
7.6. Al tratar el Código Civil de la construcción de una obra material, aborda el pro-
blema de diferenciar la compraventa, del arrendamiento de obra, con las consiguientes
consecuencias en cuanto al peligro de la cosa. Dice el artículo 1930: “Si el artífice su-
ministra la materia para la confección de una obra material, el contrato es de venta, pero
no se perfecciona sino por la aprobación del que ordenó la obra.- Por consiguiente, el
peligro de la cosa no pertenece al que ordenó la obra sino desde su aprobación, salvo
que se haya constituido en mora de declarar si la aprueba o no.- Si la materia es
suministrada por la persona que encargó la obra, el contrato es de arrendamiento.- Si la
materia principal es suministrada por el que ordenó la obra, poniendo el artífice lo
demás, el contrato es de arrendamiento. En el caso contrario, de venta”. Cuando
estamos ante una compraventa, según lo aquí dispuesto, solamente se perfecciona el
90 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Las partes pueden modificar estas reglas, como en general se flexibilizan todos los con-
tratos, pero si no han dispuesto de otro modo y se han comprometido a realizar la de-
terminación de la cosa en un momento dado, el que no cumpliere con su obligación
debe asumir los daños y perjuicios, en tanto que al cumplidor se le da la opción de exi-
gir la ejecución del contrato o desistir de él.
Dice el artículo 1762: “Si avenidos vendedor y comprador en el precio, señalaren día
para el peso, cuenta o medida, y uno de ellos no compareciere en él, estará obligado a
resarcir al otro los perjuicios que de su negligencia resultaren. Además, el contratante
que no faltó a la cita, si le conviniere, desistir del contrato”.
7.7. El vendedor debe, por consiguiente, conservar la cosa para poder entregarla al
comprador en el tiempo debido, que generalmente será el establecido en el mismo con-
trato, y en caso de no haberse estipulado nada, de inmediato o en cuanto sea posible.
7.9. Así como la determinación de la cosa dependerá de lo que hayan convenido los
contratantes, también ellos fijarán el lugar en que deba entregarse la cosa; si no lo
hubieran previsto, parece que se debe distinguir la venta de cosas ciertas y determinadas
y la de cosas que se han de precisar por su cuenta, peso o medida. En la primera hipóte-
sis, lo razonable será entregar la cosa donde se encontraba el momento de celebrar el
contrato y si son cosas fungibles o aún no determinadas, el lugar en que deban contarse,
pesarse o medirse, y si, ni esto ha sido previsto, se entenderá que ha de serlo en el domi-
cilio de vendedor, que es el deudor, ya que según la regla general de las obligaciones en
el domicilio del deudor se cumplen.
Pero esta terminación del arrendamiento en caso de venta, exige que se proceda al de-
sahucio que, como ha precisado la jurisprudencia, no es propiamente una acción judicial
o juicio, sino la mera notificación por vía judicial al arrendatario.
7.11. La venta de ciertas cosas, por su especial situación, puede originar que surjan otros
derechos, como los de servidumbre. El artículo 887 del Código Civil establece que si
se vende una parte de un predio y esta parte queda separada de todo camino, “se enten-
derá concedida a favor de ella una servidumbre de tránsito, sin indemnización alguna”.
Se trata de algo accesorio, aunque de mucha importancia, de la cosa vendida.
7.12. También se extinguen algunos derechos, por confusión, cuando por venta o por
otro medio, las obligaciones y derechos del deudor y del acreedor se concentran en la
misma persona. Así se extingue la servidumbre por confusión, cuando el dueño de un
predio compra el otro, y agrega el artículo 929 que “si por una nueva venta se separan,
no revive, salvo el caso del artículo 925” (de servicio continuo y aparente).
Aunque es posible la venta de cosa ajena, lo normal consiste en disponer por medio de
ella de cosas que se tienen en dominio, por lo cual la compraventa de un objeto se pre-
sume que es un ejercicio de este derecho y como consecuencia, el asignatario de una
herencia o legado que vende el derecho o el objeto que se le ha deferido, se entenderá
que acepta tácitamente la herencia, conforme a lo dispuesto en el artículo 1253 del
Código Civil.
CAPÍTULO VI
OBLIGACIONES DEL VENDEDOR
1.2. Dentro de la uniformidad universal de estos conceptos, sin embargo, hay matices,
muy importantes, de variedad. Así en el Derecho Romano clásico se puso el énfasis en
el aspecto de traslación de la posesión: lo que se obligaba el vendedor era a que el com-
prador entrara en posesión pacífica de la cosa; la transferencia del dominio era otra
cuestión diversa, reservada a las formas solemnes de la mancipatio, in iure cessio o
traditio. En el Código de Napoleón se pretendió unificar absolutamente la compraventa
con la transferencia del dominio; en el Código Alemán, se produce la transferencia de la
propiedad por una forma abstracta, aunque no preceda el contrato de compraventa u
otro. Nuestro sistema se entronca con el clásico romano aunque modernizado adecua-
damente, y distinguimos el título, del modo; el título puede ser la compraventa y el
modo de transferir el dominio, suele ser la tradición.
1.3. La entrega de la cosa, supone que hasta el momento en que se realiza, el vendedor
deberá conservarla y este es otro deber, aunque derivado o dependiente del primero.
También se producen gastos ocasionados por transferencia misma de la cosa, que im-
plican otra obligación que normalmente recae sobre el vendedor, salvo estipulación en
contrario. Verificada la entrega, le queda al vendedor la doble obligación de garantizar
al comprador (o a sus sucesores en el dominio) contra la posible evicción, y por vicios
ocultos que pudieren descubrirse en la cosa.
Así quedan enumeradas las obligaciones del vendedor. Trataremos en este capítulo
exclusivamente de la primera: la obligación de entregar la cosa vendida. Se considerarán
sucesivamente estos puntos: quien debe entregar y a quién; qué cosa se entrega; cómo se
realiza dicha entrega; cuándo debe efectuarse; los efectos del cumplimiento de esta
obligación, tanto entre las partes como frente a terceros; los efectos del incumplimiento,
94 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
entre las partes o frente a terceros y, finalmente, la caducidad de la acción judicial refe-
rente la cabida de inmuebles vendidos.
2.1. Quien deba entregar y a quien está obligado a entregar, se resuelve en saber quien
vende y quien compra, es decir, quienes se han obligado a esto, que es el contenido
esencial de la compraventa: debe entregar el vendedor al comprador.
2.2. Nada impide que se valga uno de ellos, o ambos, de un intermediario o de varias
personas intermediarias. Es frecuente en el comercio de exportación, ordenar la entrega
de la cosa vendida a un agente o entregar la cosa a través de una compañía de transpor-
tes, o encargar a un mandatario que adquiera la cosa y la ponga a disposición del com-
prador.
2.4. En todo caso, tanto quien entrega como quien recibe han de tener capacidad para
realizar actos jurídicos, o tendrán a su vez que estar representados por otro que actúe por
ellos. Se exceptúa la simple materialidad de transportar una cosa, que puede ser realiza-
da por el que carezca de capacidad jurídica: un niño lleva materialmente una joya u otro
objeto vendido y lo deposita en manos del comprador, pero no es el incapaz quien reali-
za la entrega, sino quien se valió de él como simple instrumento material para transpor-
tar la cosa. La entrega realizada a un incapaz se rige por las normas generales respecto
del pago o solución de las deudas, de modo que no liberaría de su obligación, al vende-
dor, el hecho de entregar a persona sin capacidad para recibir.
2.5. El artículo 1764 del Código Civil emplea -como varios otros de esta ley- los térmi-
nos “entrega” y “tradición” como sinónimos, aunque se ha de establecer cierta distin-
ción. En principio, se consideran ambas cosas como un sola: entregar es realizar la tra-
dición, que transfiere el dominio que traslada la propiedad del vendedor al comprador.
Por tanto, “la entrega o tradición”, como dice el Código, se sujeta a las reglas del Título
VI del Libro II (artículos 686 a 714). La entrega debe reunir las condiciones, según estas
normas legales, para constituir tradición, para ser modo de transferencia del dominio.
ción o por venta y entrega a otra persona, la cosa que anteriormente ya vendió a un
primer comprador. En estas circunstancias, será condenado judicialmente para que el
comprador adquiera de un tercero una cosa similar, por cuenta del vendedor, si se trata
de cosas genéricas o fungibles, y queda a cargo del vendedor la diferencia de precio que
haya tenido que pagar el comprador.
Algunos autores señalan, con razón, que la entrega de la cosa debe completarse con la
de los títulos de propiedad (si los hay materialmente, como facturas, escrituras, inscrip-
ciones, etc.) y también la cancelación de los gastos que son de cargo del vendedor.
2.6. Nuestro artículo 1765 dice: “Al vendedor tocan naturalmente los costos que se
hicieren para poner la cosa en disposición de entregarla, y al comprador los que se hicie-
ren para transportarla después de la entrega”. Esto es lo “natural”, es decir, lo que perte-
nece a la naturaleza del contrato y, si no se establece otra cosa, se dará por supuesto. Las
partes libremente se alejarán de esta norma cuantas veces así lo dispongan, por ejemplo
cargando todos los gastos de transporte al vendedor y añadiendo el seguro (Cláusula
“CIF”, cost, insurance, fleet).
La equidad impone que se reembolsen al vendedor los gastos realizados para que la cosa
vendida pueda seguir produciendo, como si se trata de una hacienda, la arada de los
campos, su riego, abono o recolección de frutos que se perderían al no ser cosechados,
etc., todo lo cual va a beneficiar al comprador y que no podría hacerse efectivo sin di-
chos gastos anticipados por el vendedor, pero con cargo al comprador. Degni observa
que estos gastos son reembolsables incluso cuando la cosa perece por caso fortuito, ya
que el comprador ya es dueño, y ha de cargar con las ventajas y las desventajas del
dominio.
2.7. El artículo 195 de nuestro Código de Comercio aclara que “mientras el comprador
no traslade las mercancías, el vendedor es responsable de culpa lata o dolo en la custo-
dia y conservación de aquellas”. De tal manera que no responde de la culpa leve o leví-
sima, salvo que las mismas partes hayan establecido otra cosa. Si el vendedor incurriera
en mora, su responsabilidad se agrava, hasta tener que indemnizar por toda especie de
culpa.
2.8. El sistema comercial de modo más directo que el civil, permite la retención o no
entrega de la cosa: el vendedor, según el artículo 196 del Código de Comercio puede
retener las cosas vendidas hasta el pago íntegro del precio y los intereses, salvo que
existiere plazo u otra estipulación en contrario. En la venta civil, también se prevé este
derecho, aunque no se mencione directamente la retención o no entrega de la cosa hasta
el pago total del precio y otras obligaciones del comprador, en el artículo 1766 al tratar
del tiempo de la entrega; pero, el artículo 697 del Código Civil, establece que se puede
pedir la tradición de todo aquello que se deba, desde que no hay plazo pendiente para su
pago; y según el artículo 696, se produce la transferencia del dominio “verificada la
entrega por el vendedor, aunque no se haya pagado el precio”, salvo que se haya reser-
vado el dominio o se haya establecido una condición. Las partes están en libertad de
escoger cualquiera de los dos sistemas, ya que según lo deseen, establecerán o no, di-
chas reservas de dominio, condiciones o plazos, o no estipularán ninguna, sujetándose al
régimen normal sea civil o comercial.
96 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.1. Evidentemente, el vendedor debe entregar la misma cosa que vendió y no otra;
pero esta elemental y obvia obligación presenta algunas dificultades porque las cosas
cambian -crecen, disminuyen, se deterioran o mejoran, se unen o confunden con otras,
perecen- y los varios eventos que acaecen modifica en alguna medida las obligaciones
contraídas.
3.2. Una sentencia de la Corte Suprema dice: “La calidad de comprador confiere a quien
la tiene el derecho de ejercitar las acciones que le competan, sea contra el vendedor, sea
contra terceros, para conseguir la entrega de todo aquello que se compró”. Parece dema-
siado obvio que lo entregado debe coincidir exactamente con lo vendido; pero pueden
surgir innumerables problemas de identidad de la cosa. La última determinación de la
cosa puede quedar postergada para un momento ulterior, como cuando se ha contratado
para transferir el dominio de objetos que deban ser pesados, contados o medidos, entre-
sacados de una masa o conjunto más amplio; en estos casos, solamente verificadas esas
operaciones se concreta el objeto de la venta, el mismo que debe ser entregado. Tam-
bién hay situaciones en que se deja opción de escoger entre varios cuerpos ciertos, sea al
vendedor o al comprador.
3.4. Dado el supuesto de que se hayan vendido en un mismo acto o contrato varios in-
muebles, advierte Borda que la mayor superficie de unos se compensa con la menor de
otros. Pero esta compensación se basa no en las cantidades de superficie (por ejemplo,
diez hectáreas en una ciudad o veinte en un páramo), sino por sus valores.
3.5. En las ventas, tan generalizadas ahora, mediante pagos parciales periódicos, a
veces también se hacen entregas proporcionales de partes del conjunto vendido. La
mora en el pago de uno o varios dividendos, suele pactarse que produzca la resolución
de todo el contrato, quedando a favor del vendedor el precio concebido, en compensa-
ción del uso que puede haber hecho el comprador de las cosas recibidas. Lo mismo
sucede si se ha entregado toda una finca y se llega a la resolución del contrato, por falta
de pago total (que debía hacerse por plazos); se suele considerar entonces que el com-
prador fue arrendatario y que lo pagado cubre el canon por el tiempo que habitó la casa,
debiendo devolverla. Si la entrega ha sido parcial y el comprador así mismo ha pagado
sólo una parte, no se le puede obligar a la cancelación del total, si no se le entrega todo o
se le garantiza que recibirá todo lo comprado.
3.6. En las ventas de grandes fábricas o de industrias complejas, incluyendo las mercan-
cías en curso de elaboración, el problema de la entrega total o parcial del conjunto se
complica con la entrega de los frutos. Los frutos naturales corresponden al comprador
desde el momento de la compraventa, pero los civiles se deben a pro rata temoris, en
proporción al tiempo y el estado de elaboración, debiendo calcularse día a día, salvo que
las partes hayan establecido otra cosa. Ahora bien, el valor de los productos elaborados
a veces significa una cantidad económicamente muy apreciable, tal vez semejante al
valor de la misma fábrica. Esta proporción entre las partes debe tenerse en cuenta para
considerar si está o no satisfactoriamente cumplida la obligación de entregar.
3.7. El artículo 1775 del Código Civil aplica las reglas dadas para la venta de inmuebles
por su cabida, “a cualquier todo o conjunto de efectos o mercaderías”. Enseguida exa-
minaremos esas normas para los inmuebles y su aplicación extensiva para estos otros
conjuntos de cosas; pero primero hay que decir algo sobre la diferente situación de los
muebles y los inmuebles en cuanto a la entrega de ellos en general.
3.8. La diferencia entre las cosas muebles e inmuebles adquiere especial relieve en
materia de compraventa, ya que los muebles se venden sin otra formalidad que la expre-
sión del consentimiento de ambas partes, mientras que los inmuebles venden manifes-
tando ese consentimiento en escritura pública, que deberá ser inscrita para producir el
efecto traslativo del dominio. Los muebles, normalmente se entregan de inmediato,
materialmente, y esa entrega es ya la tradición que transfiere la propiedad. En ambos
casos, cabe, sin embargo, que las partes pacten plazo o condición sea para la entrega
material, sea para la tradición jurídica.
sola de ellas. Esto sucede porque en materia de muebles la presunción de que el posee-
dor es propietario tiene un valor mucho mayor que en el caso de los inmuebles, respecto
de los cuales el dominio se prueba por justos títulos que si son traslaticios del de la
propiedad han de figurar inscritos en el correspondiente Registro.
También aparece la distinción entre los dos géneros de compraventa (de muebles o de
inmuebles), cuando los bienes raíces están sujetos a especiales cargas, servidumbres o
derechos que pasan al nuevo propietario, todo lo cual ha de constar en la escritura y en
la inscripción. Una sentencia dice: “Si de la escritura de venta consta que un fundo fue
vendido con un camino de entrada directa, el vendedor está obligado a entregar dicho
camino o entrada directa, con arreglo estricto al título de adquisición conferido por el
comprador. No obsta a esto, que el comprador haya adquirido otros terrenos contiguos
al camino, por los cuales puede llegar al antedicho fundo”.
3.9. Respecto de la integridad de la cosa que se entrega, para los inmuebles tenemos
varias disposiciones que aclaran lo que comprende un bien raíz (artículo 586 y siguien-
tes) y solamente una expresa disposición de los contratantes puede incluir o excluir de la
venta determinados objetos; de modo contrario, se entenderán incluidos todos aquellos
que se presumen legalmente integrantes de una finca.
3.11. Pero, sobre todo, merece especial estudio la venta de bienes inmuebles, en cuanto
las modalidades por la cabida o como cuerpos ciertos. En el primer supuesto, se obliga
el vendedor a entregar una determinada extensión, que se calcula en metros cuadrados,
hectáreas, kilómetros cuadrados, etc. La venta como cuerpo cierto, se hace con inde-
pendencia de la real dimensión del inmueble.
El artículo 1771 expresa: “Un predio rústico puede venderse con relación a la cabida, o
como especie o cuerpo cierto.- Se vende con relación a su cabida siempre que ésta se
exprese de cualquier modo en el contrato; salvo que las partes declaren que no entien-
den hacer diferencia en el precio, aunque la cabida real resulte mayor o menor que la
expresada en el contrato.- Es indiferente que se fije directamente un precio total, o que
éste se deduzca de la cabida o número de medidas que se expresan, y del precio de cada
medida. Es así mismo indiferente que se exprese una cabida total o las cabidas de las
varias porciones de diferentes calidades y precios que contenga el predio, con tal que de
estos datos resulten el precio total y la cabida total.- Lo mismo se aplica a la enajenación
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 99
de dos o más predios por una sola venta.- En los demás casos se entenderá venderse el
predio o predios como un cuerpo cierto”.
3.13. Algunos autores, como Planiol, analizan diversas formas de contratar: 1. Inmueble
en que la cabida ha sido tomada en consideración por las partes con tal evidencia que, si
bien la venta se refiere a tal o cual inmueble, el contrato fija el precio “a razón de tanto
por medida”; 2. Se menciona la cabida, sin que el contrato establezca una relación entre
esa cabida y el precio; 3. Se prescinde totalmente de mención de la superficie del predio.
Estas tres posibilidades, con algunas variantes, están previstas en nuestro artículo 1771.
3.14. Para los efectos jurídicos, la distinción fundamental es, pues, entre la venta como
cuerpo cierto, o según su superficie. Nuestro derecho considera como regla general la
de la venta como cuerpo cierto, y si las partes establecen claramente que se remiten al
área o cabida, se ha de tener en cuenta esta modalidad. El artículo 1771 aplica estos
principios y considera varios ejemplos concretos: si las partes han mencionado “de
cualquier modo” la cabida, se entenderá que su voluntad ha sido la de ejecutar la com-
praventa de una cierta superficie de terreno, salvo que aparezca que no pretenden “hacer
diferencia en el precio, aunque la cabida sea mayor o menor”. Pienso que no solamente
100 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.15. Cuando la venta es por área o cabida, la fijación del precio se puede realizar de
diversas maneras: un precio total, considerando dicha superficie, que se ha de entregar
íntegra; o bien, determinando un precio por unidad (tanto por hectárea, o por metro
cuadrado); o distinguiendo diversas zonas o calidades de terreno y dando un precio
unitario a cada una de ellas. Estas múltiples posibilidades se aplican, por expresa dispo-
sición del artículo 1771 también al caso de venta de varios predios en una sola venta;
por ejemplo, se estipula que el predio A, de quinientas hectáreas, se vende en mil millo-
nes, el predio B, en una zona muy buena, a razón de tres millones por hectárea, y otra
zona menos buena al precio de un millón por hectárea; se deberá medir estas zonas y
calcular su precio total; en este ejemplo se combinan varios modos de vender, pero en
todos ellos aparece la voluntad de los contratantes de sujetarse a las reglas de la venta
“por cabida”. “En todos los demás casos -dice el último inciso del artículo 1771-, se
entenderá venderse el predio o predios como un cuerpo cierto”; estos otros casos son: si
no se menciona ninguna cabida; si se la menciona pero solo de modo referencial, no
para identificar el predio o para establecer su precio; si expresamente las partes exclu-
yen la consideración de la superficie, si renuncian a toda reclamación por razón de la
mayor o menor extensión que pueda tener el predio.
3.16. Asumamos ahora el problema que se presenta en la venta por la cabida, cuando no
coincide lo dicho en la compraventa y la real extensión del predio vendido.
El artículo 1772 dice: “Si se vende el predio con relación a la cabida, y la cabida real
fuere mayor que la cabida declarada, deberá el comprador aumentar proporcionalmente
el precio; salvo que el precio de la cabida que sobre, alcance a más de una décima parte
del precio de la cabida real. En este caso podrá el comprador, a su arbitrio, aumentar
proporcionalmente el precio, o desistir del contrato; y si desiste, se le resarcirán los
perjuicios según las reglas generales.
Se distinguen, pues, los dos casos posibles cuando no coincide la superficie de lo vendi-
do con la realidad: es mayor o es menor la cabida real, con relación a lo pactado.
ciento del precio que corresponde a la verdadera área del inmueble), entonces el com-
prador no estará obligado a completar el precio, puesto que puede exceder a sus posibi-
lidades , sino que se le da la opción de completarlo o de desistir del contrato. La solu-
ción es perfectamente justa y equitativa. Cuando se haya vendido unas zonas por un
precio unitario y otras por otro diverso, habrá diferencia entre la décima parte de la
superficie y la décima parte del precio y lo que se toma en consideración es el precio.
3.18. Todas estas normas existen fundamentalmente para los predios rústicos, pero
pueden y deben aplicarse por analogía en ciertos casos que lo exige la equidad, a los
urbanos, además, de que las partes pueden expresamente pactar lo que más les convenga
a este respecto. Borda hace notar que en las ventas urbanas, si bien generalmente no se
considera la cabida, pueden darse casos en los que se impone el tomarla en cuenta,
porque si la exigüidad del terreno lo hace inservible para cualquier clase de construc-
ción, habrá que reconocer al comprador el derecho de pedir la resolución. Esto se pro-
duce con frecuencia por la expedición de ordenanzas municipales que ordenan la am-
pliación de calles o plazas, recortando notablemente los solares adyacentes. En el otro
extremo se sitúa la hipótesis que plantea Planiol, de que la parte de terreno perdida, se
mínima, y entonces no habría lugar ninguna reclamación y mucho menos, a pedir la
resolución del contrato.
prador puede exigírselo; si no lo hace o resulta imposible que el vendedor entregue todo
lo que se comprometió a dar, se produce un efecto similar al de la venta por cabida: el
comprador tiene derecho a una rebaja proporcional, y si el valor de la parte faltante
excede a la décima parte de lo realmente entregado, el comprador puede exigir la reso-
lución del contrato.
El artículo 1773 resuelve estos dos asuntos: el efecto de vender como cuerpo cierto, y el
de vender un cuerpo cierto con señalamiento de linderos; para el segundo, se remite a
las normas de la venta por cabida: “Si el predio se vende como cuerpo cierto, no habrá
derecho por parte del comprador ni del vendedor para pedir rebaja o aumento del precio,
sea cual fuere la cabida del predio.- Sin embargo, si se vende con señalamiento de linde-
ros, estará obligado el vendedor a entregarle todo lo comprendido en ellos, y si no pu-
diere o no se le exigiere, se observará lo prevenido en el inciso segundo del artículo
precedente”. Nótese que este artículo 1773 no hace distinción de predios rústicos o
urbanos, y es aplicable a ambos.
3.20. La jurisprudencia nacional sobre venta de bienes raíces es muy abundante, aun-
que no aclara en mayor medida lo que ya está consignado en la ley, salvo en cuestiones
de detalle o de aplicación práctica; también hay numerosos asuntos de índole procesal.
A modo de ejemplo se citan a continuación algunas resoluciones de la Corte Suprema.
“La acción intentada es singular. No se deducen las acciones comprendidas en los artí-
culos 1772 y 1773 del Código Civil. Lo que se pide es una declaración judicial en vista
de la escritura. El artículo 1771 dice que un predio rústico puede venderse con relación a
la cabida o como especie o cuerpo cierto. En definitiva, lo que pide la demanda es que
se diga que la compraventa fue de cabida determinada y no de cuerpo cierto. La ley es
clara al respecto: “Se vende con relación a su cabida, siempre que ésta se exprese de
cualquier modo en el contrato...”. En la compraventa, dicen los vendedores: “que dan en
venta a favor de Manuel, un retazo de terreno, de la superficie de medio solar, más o
menos, ubicado en este cantón, que adquirió la esposa vendedora por herencia de sus
abuelos. Más adelante, la misma escritura expresa así: “los linderos del predio vendido
son: terrenos, etc....” De tal manera que no consta que la venta se haya realizado con
relación a la cabida. Lo que se vende es el retazo de terreno, de medio solar más o me-
nos. Con relación a la escritura se hizo la entrega, lo que significa que el vendedor en-
tendió bien lo que vendía y esa entrega fue de lo vendido en relación con sus linderos.
El cambio que pretende incorporar en la confesión que tanto el demandante como su
mujer rinden, no altera lo que consta en la escritura”.
“Se ha establecido con la copia auténtica de la escritura pública, que la venta se hizo con
relación a la cabida y, por tanto, el vendedor estaba obligado a entregar lo que se expre-
sa en el contrato. El demandado estaba obligado a demostrar sus excepciones y funda-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 103
4. Modalidades de la entrega
4.2. En nuestro sistema no basta, con poner al comprador en aptitud de tener la cosa
prácticamente, sino que se trata de hacerle propietario; y como consecuencia del
dominio, también se adquiere normalmente la posesión.
4.3. Tratándose de bienes muebles, suele coincidir el acto material de la entrega con la
transferencia del dominio; el vendedor, el momento mismo de la venta entrega el mue-
ble y el comprador se hace propietario y poseedor. Pueden las partes retardar la entrega,
por un plazo o condición, pero lo normal es lo primeramente indicado, de modo que la
compraventa, que es título de transferencia del dominio, surte su efecto inmediato me-
diante la entrega que también es inmediata en la mayoría de los casos.
La tradición de una cosa corporal mueble, supone ponerla a disposición del comprador,
a la vez que el vendedor se desprende de ella. El artículo 700 indica que esto se puede
realizar por uno de los seis medios siguientes: “1. Permitiéndole la aprehensión material
104 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
de una cosa presente; 2. Mostrándosela; 3. Entregándole las llaves del granero, almacén,
cofre o lugar cualquiera en que esté guardada la cosa; 4. Encargándose el uno de poner
la cosa a disposición del otro, en el lugar convenido; 5. Por la venta, donación u otro
título de enajenación conferido al que tiene la cosa mueble como usufructuario, arrenda-
tario, comodatario, depositario o a cualquier otro título no traslativo de dominio, y recí-
procamente por el mero contrato en que el dueño se constituye usufructuario, comodata-
rio, arrendatario, etc.”. Estos modos de efectuar la tradición tienen un antigua historia,
que arranca del derecho Romano.
4.4. El artículo 194 del Código de Comercio agrega, que “la entrega de la cosa se hará
por uno de los medios prescritos en el Código Civil, y además: 1. Por el envió que de
ella haga el vendedor al comprador, a su domicilio o a otro lugar convenido en el
contrato; a menos que la remita a un agente suyo con la orden de no entregarla hasta que
el comprador pague el precio; 2. Por la transmisión del conocimiento, carta de porte o
factura, en los casos de venta de mercancías que están en tránsito; y, 3. Por el hecho de
poner marca el comprador, con el consentimiento del vendedor, a las cosas compradas”.
Se añade, por la reforma del 27 de marzo de 1968: “4. Por la transmisión del certificado
de depósito de la mercancía en Almacenes Generales de Depósito”.
Los modos de entrega previstos por el Código de Comercio corresponden a las prácticas
usuales en la compraventa de cosas que deben ser desplazadas de un lugar a otro, mu-
chas veces por el comercio de exportación e importación, o al menos, de una plaza a
otra dentro de la República. Pero en todos estos modos, se coincide con las actitudes
previstas en el Código Civil que consisten en definitiva en dejar en manos del compra-
dor, la cosa misma o lo que la representa, sus títulos materiales (“cartularios” o que
constan en una carta o documento).
El mismo Código de Comercio regula con mayor detalle otros casos específicos de
compraventa, en los que no nos detenemos, como el de mercaderías que se encuentran
en viaje. El artículo 177 indica que hecha la designación de la nave que las transporta o
debe transportarlas, la compraventa queda subordinada a la condición de que llegue la
nave. No se perfecciona el contrato mientras no se determina la nave; a través de esta
determinación se especifica la cosa vendida, y, en principio se la entrega al comprador
cuando llega la nave a su destino.
4.5. Muy diferente es la norma legal sobre los inmuebles. Ya sabemos que en el Ecua-
dor, la tradición se verifica por la inscripción de la escritura en el Registro de la Pro-
piedad. El documento notarial, o la providencia judicial en el caso de las ventas forzosas
hechas por orden del juez, contiene el contrato, la compraventa, pero el efecto transmi-
sor del dominio se realiza por la tradición consistente en la inscripción de dichos docu-
mentos. La compraventa está perfeccionada por la escritura pública o la providencia
judicial, pero origina solamente obligaciones: la fundamental obligación de transferir el
dominio y la posesión al comprador.
4.6. En una sentencia se aclaran importantes aspectos: “Son dos las obligaciones del
vendedor: la entrega o tradición y el saneamiento; cuando por hecho o culpa suya se ha
retardado la entrega, puede el comprador perseverar en el contrato o desistir de él, con
derecho en ambos casos, a ser indemnizado; mas, como el legislador no determina un
período dentro del cual pueda pedirse el cumplimiento de un contrato bilateral, en rela-
ción a la entrega de la cosa, rigen las normas comunes, y en particular el artículo 2415
del Código Civil que señala diez años para el ejercicio de la acción ordinaria, tiempo
que al no haber transcurrido desde que la obligación se hizo exigible, hace inaceptable
la prescripción opuesta a la entrega demandada. En la controversia, si el actor, por haber
así convenido, inscribió la compra en el Registro de la Propiedad, es evidente que el
vendedor, como lo dispone el artículo 702 del Código Civil, hizo la entrega de la cosa
raíz y, si en los lotes comprados, ejecutó actos que demuestran que entró en posesión
real y efectiva, es innegable que obtuvo también la entrega material que reclama, pues
“el hecho de vender con relación a la cabida no obliga por si sólo al vendedor a medir el
predio antes de entregarlo, salvo, naturalmente, que así se estipule, ya que ninguna dis-
posición legal le impone tal obligación”, y no aparece que los contratantes así hayan
convenido.
5.1. Respecto de cuándo se debe hacer la entrega, hay que distinguir la situación normal
y corriente, y ciertos casos de excepción.
La regla general dice que la tradición ha de ser “de inmediato”, tan pronto como sea
posible, un vez perfeccionado el contrato. La excepción más común consiste en que las
partes establezcan otra cosa, y pueden hacerlo a través de un plazo o condición suspen-
siva.
5.3. Suele pactarse que la entrega no se hará sino un vez cancelado todo el precio, o
una parte considerable de él. Esto se autoriza en el artículo 696, para cualquier género
de obligaciones, y más directamente para la compraventa, en el artículo 1747. Pero, si
no hay esta u otra condición, ni se ha concedido plazo, la entrega debe ser inmediata,
como ordena el artículo 1766. Este dice así: “El vendedor estará obligado a entregar la
cosa vendida inmediatamente después del contrato, o a la época prefijada en él.- Si el
vendedor, por hecho o culpa suya, ha retardado la entrega, podrá el comprador, a su
arbitrio, perseverar en el contrato o desistir de él; y en ambos casos, con derecho para
ser indemnizado por los perjuicios, según las reglas generales.- Todo lo cual se entiende
si el comprador ha pagado o está pronto a pagar el precio íntegro, o si se ha estipulado
pagar a plazo.- Pero si después del contrato hubiere menguado considerablemente la
fortuna del comprador, de modo que el vendedor se halle en peligro de perder el precio,
no se podrá exigir la entrega, aunque se haya estipulado plazo para el pago del precio,
sino pagando o asegurando el pago”.
Ciertamente si el comprador no ha pagado el precio que debía pagar -sea por no existir
plazo o por hallarse vencido-, no puede reclamar la entrega de la cosa. Cumpla su obli-
gación o garantice de modo satisfactorio al vendedor, y entonces reclame la entrega.
5.4. Más difícil resultará la situación del vendedor, cuando no hay una negativa injusti-
ficada de pago por parte del comprador, o éste goza de un plazo que está aún pendiente,
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 107
5.7. Según el claro texto del artículo 1766, la indemnización de perjuicios a que tiene
derecho el comprador, es consecuencia de haber vencido al vendedor en cualquiera de
las dos acciones concedidas por el propio artículo, esto es, o bien en la de perseverar en
el contrato, bien en la resolutoria; y por lo mismo, tal indemnización sólo procede cuan-
do, justificados los perjuicios, la sentencia admite una de las expresadas acciones. Por la
misma razón, no cabe que el comprador demande ejecutivamente de modo directo, sino
que previamente ha de seguir juicio ordinario para establecer la obligación del vendedor
de entregarle la cosa, y probar los perjuicios que reclama. Con base de sentencia favora-
ble si procede el juicio ejecutivo para hacer efectiva la entrega y para cobrar la indemni-
zación.
Nótese que la mora de recibir, es tratada por el Código con menor severidad que la mora
en el pago, ya que ésta puede originar la resolución del contrato a petición del vendedor,
mientras que la resistencia y retardo en recibir lo vendido no da este derecho al vende-
108 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.9. El Código de Comercio contiene disposiciones similares a las del Civil: según el
artículo 199: “No entregando el vendedor, dentro del plazo estipulado, el comprador
podrá solicitar el cumplimiento o la resolución del contrato, y en uno y otro caso la
reparación de los perjuicios que hubiere sufrido”, el siguiente dice: “El comprador que
contratare en conjunto una determinada cantidad de mercancías, no está obligado a
recibir una porción de ellas bajo promesa de que se le entregará posteriormente las res-
tantes.- Pero si el comprador aceptare las entregas parciales, la venta se tendrá por con-
sumada en cuanto a las porciones recibida, aun cuando el vendedor no le entregue las
restantes.- En este caso, el comprador podrá compeler al vendedor a que cumpla ínte-
gramente el contrato, o a que le indemnice los perjuicios que le cause el incumplimien-
to”. Finalmente, tiene especial interés el artículo 193: “Si en el tiempo que medie entre
la fecha del contrato y el momento de la entrega, hubieren disminuido las facultades del
comprador, el vendedor no estará obligado a entregar la cosa vendida, aun cuando haya
dado el pago del precio, si no se rindiere fianza que le da la seguridad satisfactoria”. Los
textos de ambos códigos son coincidentes en el fondo, aunque varían las palabras, y
sirven recíprocamente para su mejor interpretación.
6.1. Verificada la entrega de la cosa, la compraventa produce su efecto natural que con-
siste en que el comprador llegue a ser dueño y poseedor de lo comprado: la compra-
venta es título traslativo de dominio, que justifica la tradición, el modo a través del cual
se transfiere la propiedad, y como consecuencia de ser dueño, el comprador también
será normalmente poseedor.
Este funcionamiento natural del sistema jurídico puede alterarse, modificarse, por espe-
ciales pactos entre las partes, como cuando establecen la reserva de dominio a favor del
vendedor.
También hay que tener presente que la tradición únicamente transfiere los derechos que
el tradente tiene sobre la cosa, y por consiguiente, si carece del dominio, no puede ad-
quirirlo el comprador por el sólo hecho de la entrega de la cosa. Sin embargo, aún en el
caso de no ser dueño el vendedor, el comprador puede llegar a serlo si adquiere por
prescripción, o por posterior ratificación de la enajenación, hecha esta ratificación por el
verdadero dueño.
Entre las partes, la falta de entrega, significa que una y otra tienen el derecho de exigir el
cumplimiento del contrato: el comprador puede ejercitar la acción judicial “ex adimpleti
contractu”, para que se cumpla la obligación fundamental del vendedor. Si se niega a
realizar por sí mismo la tradición, el juez puede reemplazar la voluntad del rebelde, y
ordenar la inscripción de la escritura pública -tratándose de inmuebles- o decretando la
aprehensión material de la cosa para su entrega al comprador. Todo esto, desde luego,
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 109
siempre que el derecho del comprador haya sido probado debidamente en juicio y no
exista, plazo, condición u otro impedimento legal para la entrega, y siempre que sea
también posible, porque nadie está obligado a lo imposible (por ejemplo, hay imposibi-
lidad si la cosa se ha destruido totalmente o ha salido de la disponibilidad del vendedor).
6.5. Tanto si el comprador opta por exigir el cumplimiento del contrato, como si obtiene
la resolución del contrato, tiene derecho a que el vendedor le indemnice por los perjui-
cios que le haya causado el incumplimiento, siempre que pruebe dicho perjuicio, que
puede consistir en lucro cesante o en daño emergente o en ambos a la vez. La jurispru-
dencia ha matizado varios detalles de esta indemnización, aceptando demandas de ella
en algunos casos y rechazándola en otros, por falta de prueba o porque se haya demos-
trado que los perjuicios se habrían producido en todo caso, aunque se hubiera cumplido
con la entrega oportuna.
plazo puede dar lugar a que las cosas perezcan en ese tiempo suplementario y se aplica-
rá entonces las normas generales sobre la responsabilidad o sobre la liberación de res-
ponsabilidad por caso fortuito.
6.7. La acción del comprador, para que se le entregue la finca comprada, es inmueble,
como lo declara el artículo 597 del Código Civil. Por tanto, esta acción no podrá cederse
o venderse sino por escritura pública y deberá a su vez inscribirse.
Una sentencia ha reconocido que la acción del comprador para pedir la resolución del
contrato de compraventa de un inmueble, puede presentarse como subsidiaria de la otra
acción por la cual el comprador demanda la rebaja del precio por cabida insuficiente.
La prueba de la mala situación económica del comprador que debe pagar el precio, es
indispensable para que el vendedor pueda lícitamente negar la entrega de la cosa; sin esa
prueba, la acción intentada para prohibir al comprador que a su vez enajene la cosa que
ha comprado, será rechazada.
6.8. La jurisprudencia ha declarado que no solamente la venta de cosa ajena vale, sino
que también la tradición de la cosa ajena que se ha vendido, produce algunos efectos.
Nadie puede transmitir lo que no tiene el que no es dueño no puede hacer una tradición
válida de un dominio que no le pertenece, pero el que recibe puede ganar por prescrip-
ción el dominio del que el tradente carecía, aunque el mismo tradente no haya tenido ese
derecho de ganar por prescripción, conforme ordena el artículo 699 y lo ha reconocido
la jurisprudencia.
6.9. El Código de Comercio, en los artículo 187 y 188 señala los efectos en cuanto a la
responsabilidad por modificaciones de la cosa vendida, que se resuelven en la entrega
de algo en cierto modo distinto de lo que se debía entregar. “La pérdida, deterioro o
mejora de la cosa venida, después de perfeccionado el contrato, es de cuenta del com-
prador, salvo el caso de estipulación en contrario, o que la pérdida o deterioro se hay
producido por fraude o culpa del vendedor o por vicio interno de la cosa vendida”. La
regla general es que el riesgo corresponde al dueño o al deudor en mora; en este caso el
comprador asume el riesgo, aunque no haya recibido la cosa, pero la actuación del ven-
dedor de mala fe o culpablemente, pasa la responsabilidad a éste.
6.10. También el artículo 1520 del Código Civil distingue los casos de culpa o fortui-
tos, y en las obligaciones alternativas, si el derecho de escoger corresponde al deudor o
al acreedor, considerando además su buena o mala fe: “Si perecen todas las cosas com-
prendidas en las obligaciones alternativas sin culpa del deudor, se extingue la obliga-
ción.- Si con culpa del deudor, estará éste obligado a pagar el precio de cualquiera de las
cosas que elija, cuando la elección le corresponde; o a pagar el precio de cualquiera de
las cosas que el acreedor elija, cuando la elección corresponde al acreedor”. Todo esto
es aplicable a la compraventa, cuando no se ha entregado la cosa vendida.
El artículo 1502 señala las reglas generales sobre responsabilidad en las obligaciones
condicionales del que debe una cosa: “Si antes del cumplimiento de la condición la cosa
prometida perece sin culpa del deudor, se extingue la obligación; y, si por culpa del
deudor, éste se halla obligado a pagar el precio, y la indemnización de perjuicios.- Si la
cosa existe al tiempo de cumplirse la condición, se debe en el estado en que se encuen-
tre, aprovechándose el acreedor de los aumentos o mejoras que haya recibido la cosa,
sin estar obligados a dar más por ella, y sufriendo el deterioro o disminución sin derecho
alguno a que se le rebaje el precio; salvo que el deterioro o disminución proceda de
culpa del deudor. En ese caso, el acreedor podrá pedir, o que se rescinda el contrato, o
que se le entregue la cosa; y, además de lo uno o de lo otro, tendrá derecho a la indem-
nización de perjuicios.- Todo lo que destruye la aptitud de la cosa para el objeto a que
según su naturaleza o según la convención se destina, se entiende destruir la cosa”.
usó ya su acción alternativa y pidió el precio, porque en ese momento renunció a recibir
la cosa misma.
6.11. Hay también una protección penal al comprador, por cuanto el Código Penal
castiga al vendedor que actúa dolosamente, engañando al comprador “acerca de la iden-
tidad de la cosa vendida, entregando fraudulentamente una cosa distinta del objeto de-
terminado sobre el cual ha versado el contrato; y, acerca de la naturaleza u origen de la
cosa vendida, entregando una cosa semejante en apariencia a que se ha comprado o
querido comprar”. (artículo 564 del Código Penal).
6.12. El artículo 1774 dice: “Las acciones dadas en los dos artículos precedentes expiran
al cabo de un año desde la entrega”. Estas acciones son las que acabamos de explicar: 1.
Para obtener la entrega de la cosa vendida; 2. Para resolver el contrato, por falta de la
entrega debida; y, 3. La de indemnización de perjuicios en uno y otro de los dos casos
anteriores.
Encuentro una sentencia en la que se rechaza la acción intentada para completar la cabi-
da de un inmueble, por no haberse entregado completa la finca vendida, pues “se intentó
la acción extemporáneamente”, pasado el plazo de un año. En cambio, un caso un tanto
diverso, se presentó por haber demandado el comprador que se verifique “la medición
del terreno” a la que se habían obligado ambas partes por escritura pública; no habién-
dose cumplido este requisito, el comprador tenía derecho de pedir la medición, aun
después de cumplido un año de la celebración del contrato y de haber entrado en pose-
sión del inmueble, porque esta especial obligación no entraría, según la sentencia, en la
caducidad de las acciones previstas en el artículo 1774 del Código Civil.
6.14. Termina el parágrafo 6o. que estamos exponiendo, con un artículo que sorprende
un tanto: “1776.- Además de las acciones dadas en dichos artículos compete a los con-
tratantes la de lesión enorme, en su caso”. Digo que sorprende, porque todo el parágrafo
6o. se refiere “a las obligaciones del vendedor y primeramente a la de entregar”, mien-
tras que la acción de lesión enorme, corresponde tanto al vendedor como al comprador,
y no se refiere directamente a la obligación de entregar, sino al precio de la cosa; pero,
hay, indudablemente una relación entre las diversas acciones que protegen a las partes
de la compraventa. Solamente cabe observar que, además de la acción de lesión enorme,
hay otras acciones, como las que provienen de vicios redhibitorios, la de saneamiento
por evicción, la de resolución por cumplimiento de condición resolutoria, etc. No pare-
ce, pues, necesario, ni muy acertado el artículo 1776.
CAPÍTULO VII
DEL SANEAMIENTO POR EVICCIÓN
1. Obligación de garantizar
1.1. El vendedor no solamente debe entregar la cosa vendida, sino que debe, por regla
general garantizar al comprador que podrá disfrutar de la cosa. No podría el comprador
beneficiarse como le corresponde, si es despojado de la cosa o si ésta resulta inservible;
de aquí que la garantía del vendedor opera en dos formas: contra la evicción y contra los
vicios ocultos del objeto vendido.
Se parte del supuesto de que el comprador puede ser “evicto”, es decir, vencido jurídi-
camente, y privado de la propiedad o de la posesión del objeto de la compraventa. No
está obligado el vendedor a garantizar contra posibles medidas de hecho, injurídicas, por
las cuales el comprador pueda sufrir desmedro; el vendedor no es ni policía ni autoridad
para evitar esos abusos de terceros; lo que ha de garantizar el vendedor es que, ni él
mismo, ni otro, privarán por vía legal al comprador de la propiedad o la posesión de la
cosa. Todavía hay que añadir, que la garantía de evicción se refiere a causas anteriores a
la venta, o por las cuales sea responsable el vendedor. De ninguna manera el vendedor
tendrá que responder por actos, comisiones, imprudencias, errores del comprador, o por
hechos legales de terceros que no dependen de ninguna manera de su voluntad.
El vendedor debe también garantizar al comprador por un grave gravamen que desco-
nocía al momento de adquirir la propiedad, por ejemplo, una hipoteca o una servidum-
bre pasiva. Estos constituyen una disminución del valor útil de la propiedad, y en cir-
cunstancias extremas, pueden privar de toda utilidad, por lo cual ha de responder el
vendedor.
1.2. El vendedor deberá garantizar contra la evicción, y para esto puede actuar de dos
maneras: defendiendo, como parte en el juicio reivindicatorio (u otro similar), para
impedir que el comprador sea despojado judicialmente de la cosa; o bien, indemnizan-
do al comprador que realmente ha sido privado de la propiedad o posesión de la cosa.
El artículo 1777 del Código Civil, menciona la dos clases de garantía que debe el ven-
dedor: la de evicción y la de vicios redhibitorios: “La obligación de saneamiento com-
prende dos objetos: amparar al comprador en el dominio y posesión pacífica de la cosa
114 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.3. Muchos autores señalan lo que casi parece inútil por demasiado evidente: que en
primer término el vendedor garantiza al comprador que él mismo, no privará a su con-
traparte de la cosa cuyo dominio y posesión ha transmitido. El primero que debe respe-
tar la propiedad y posesión del comprador es quien le vendió.
Un caso, un tanto rebuscado, pero posible, sería el siguiente: una persona vende, por
ejemplo una finca, considerándose dueño de ella por haberla comprado a un presunto
heredero de la misma; posteriormente el que compró y luego vendió la finca, descubre
que él era el verdadero dueño por haber heredado por testamento (que antes descono-
cía), a la misma persona que creía que había dejado esa finca en herencia intestada a
aquel a quien se la compró. Enterado de este nuevo título (ya no a título de comprador,
sino de dueño por sucesión testamentaria), trata de reivindicación la finca contra su
comprador. Este opondrá, sin duda victoriosamente, la excepción, de que el vendedor le
debe garantizar contra la evicción, y no puede ser el propio vendedor quien pretenda
arrebatarle lo que le vendió. Sería inicuo que, alegando este nuevo título de heredero, el
vendedor llegará a despojar a su comprador de lo que legalmente le vendió.
1.4. Lo que se produce con mayor frecuencia es que sea un tercero el que reclame
judicialmente la propiedad de la cosa vendida, y si es por un título anterior a la compra-
venta, el vendedor tendrá que garantizar contra esta evicción. Sin embargo, la doctrina
extiende los casos de evicción no solamente a las sentencias que priven al comprador de
la posesión o la propiedad, sino a cualquier acto jurídico que produzca el mismo efecto.
Se engloba así también los actos administrativos legítimos y definitivos, que producen
un efecto similar al de una sentencia judicial, por ejemplo, la revocatoria de una conce-
sión minera, la expropiación de tierras, etc. En todos estos casos, y otros similares, sin
haber sentencia, hay acto jurídico definitivo, que priva al comprador de la posesión o de
la propiedad (o de ambas).
1.5. El vendedor responde de las causas “anteriores” a la venta, no de las que surgen
después. Sin embargo, ciertas acciones u omisiones del vendedor pueden redundar en
que el comprador sea despojado legalmente de la cosa y el vendedor tendría que garan-
tizar contra la evicción. Así, el vendedor que vuelve a vender la misma cosa, al hacer
este acto ilegítimo, puede originar que el primer comprador sea despojado judicialmen-
te, ya que el segundo comprador puede lograr antes que el primero la inscripción en el
Registro de la Propiedad y podrá reivindicar la cosa. El primer comprador puede re-
clamar y obtener que el vendedor le indemnice, porque ha perdido la propiedad por un
acto del vendedor, quien precisamente debía garantizarle en la posesión y propiedad de
la cosa.
1.6. Una situación dudosa se presenta en el caso de que el tercero que logra reivindicar,
h obtenido este reconocimiento judicial de la propiedad por haberla adquirido por pres-
cripción y ésta comenzó por la posesión cuando era dueño el vendedor, pero se consu-
ma la usucapión ya durante la propiedad del comprador. En rigor, el comprador habría
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 115
1.8. Para evitar que se llegue a tal pérdida “por sentencia judicial”, el comprador debe
defenderse, contestar a la demanda, o pedir inmediatamente la intervención del vende-
dor para que sea él quien defienda el derecho amenazado. Si el comprador, descuidare
usar de los medios normales de defensa, no podría luego reclamar al vendedor; si no
contesta la demanda, si no opone ninguna excepción ni notifica al vendedor para que lo
haga, se hace culpable de la pérdida de la cosa. Señala, sin embargo la doctrina, el caso
extremo de que sea tan evidente el derecho del reclamante, que el comprador se allane
de inmediato, o deje correr el juicio sin ninguna actividad, convencido de la absoluta
ineficacia de cualquier defensa frente a un derecho evidente del reivindicador; en esta
extrema circunstancia el comprador no perdería el derecho de que el vendedor le in-
demnice.
Si el comprador demandado por un tercero que aduce derecho sobre la cosa que adqui-
rió, en lugar de seguir el juicio o pedir la intervención del vendedor, llega a una tran-
sacción con el reclamante, ya no podrá pretender que el vendedor le indemnice, puesto
que, sin darle oportunidad de defenderse él ha llegado a este arreglo con el reivindica-
dor.
Tampoco se admite que el comprador pueda reclamar al vendedor por la evicción sufri-
da como consecuencia de haber comprometido en árbitros el litigio con el tercero
reclamante, pues este procedimiento al margen de la justicia ordinaria, también sin
contar con el vendedor, le priva a éste de la posibilidad de una defensa eficiente.
116 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.9. Si el comprador sigue el juicio contra el tercero, por su propia cuenta y sin contar
con el vendedor, pueden suceder dos cosas: o gana el juicio, y en este caso nada tendrá
que reclamar al vendedor, ya que incluso las costas del juicio no son imputables quien
nada ha podido hacer en esta controversia; o bien pierde el juicio y es evicto de la cosa,
pero como no cumplió con el deber de notificar al vendedor, tampoco podrá pedirle
indemnización, salvo que demuestre, que tampoco el vendedor habría podido hacer
nada para salvar la propiedad o posesión.
2.1. Hasta este momento hemos hablado solamente del vendedor, como la persona que
está obligada a garantizar contra la evicción, y normalmente esto es así, pero se produ-
cen casos en que esta responsabilidad incumbe a otros.
Desde luego, forman como un sola y misma persona con el vendedor, sus herederos,
en caso de muerte, ya que ellos asumen el activo y el pasivo del causante, con todas sus
obligaciones; aunque sean físicamente otras personas, representan la misma situación
jurídica que su causante. Alguno autores aclaran que los herederos del vendedor no
podrían reivindicar para sí la cosa que su antecesor vendió, porque ellos han de garanti-
zar al comprador contra la evicción y no podrían ser ellos mismos quienes despojen al
comprador. Borda señal, sin embargo, que si los herederos han aceptado con beneficio
de inventario y se produce así una separación de los patrimonios propios de los herede-
ros y el del causante de la herencia, en ese caso sí estarían los herederos en aptitud de
reclamar la cosa que fue suya y que su causante vendió; en este caso el comprador so-
lamente podría hacer valer sus derechos en cuanto el patrimonio del causante sea sufi-
ciente para indemnizarle por la evicción sufrida, pero no puede pedir a los herederos que
litiguen contra sí mismos, por ser absurdo.
2.2. También pueden ser llamados a garantizar por la evicción los antecesores en el
dominio del vendedor, sea a título universal o singular. Es decir, que si el vendedor a su
vez adquirió la cosa por compraventa, el actual comprador despojado puede dirigirse no
solamente a su inmediato causante sino a sus antecesores en el dominio, al vendedor de
su vendedor. Este supuesto es un importante y práctico, porque si el defecto jurídico que
origina la pérdida del dominio por parte del ulterior comprador, se produjo en tiempo de
un vendedor mediato (vendedor del vendedor), realmente en éste el que por equidad
debe responder, y desde el punto de vista práctico también puede ser decisivo para la
eficacia de la reclamación del comprador al dirigirse contra una persona solvente.
Nótese que la posibilidad de pedir la garantía de evicción a este tercero, antecesor remo-
to en el dominio, se concede solamente si el vendedor inmediato habría podido dirigirse
contra él, es decir si el vendedor a su vez habría tenido la acción de garantía contra este
tercero. No se da este supuesto si el vendedor obtuvo la cosa por donación u otro título
gratuito que no implica obligación de garantizar contra la evicción.
2.4. Así como la doctrina, con fundamento en la ley, amplía el grupo de personas que
deben responder por la evicción, por otra parte, también, se anota que no siempre podrá
reclamar el comprador, sino solamente cuando ha procedido de buena fe. El compra-
dor que hubiere adquirido de mala fe, sabiendo que el vendedor no podía transferirle la
propiedad, y tal vez, en connivencia colusoria, para perjudicar el verdadero dueño, ad-
mite la compra de una cosa ajena al vendedor, no puede luego reclamar por haber sido
privado judicialmente de lo que compró, porque nadie puede beneficiarse de su propio
dolo en perjuicio de otro.
2.5. Cabe advertir, como lo hace Rezzonico, que el simple temor de ser eviccionado no
es evicción ni turbación que permita al comprador accionar en garantía contra el vende-
dor: sólo hay turbación cuando un tercero manifiesta su pretensión sea por una toma de
posesión, sea por un acción judicial.
2.6. Si se produce el despojo de hecho, el comprador puede defenderse con una acción
posesoria y si en esta controversia judicial, el demandado opusiere excepciones funda-
das en un derecho a poseer o en el derecho de propiedad sobre la cosa, el comprador
tendría la misma garantía: pedir al vendedor que asuma el juicio, y si lo pierde, que le
indemnice por haberse consumado el despojo judicial de lo que compró. En la hipótesis
que se acaba de plantear, el comprador no es inicialmente el que se defiende judicial-
mente, sino el actor, pero, por las excepciones del demandado pasa a una situación en la
que ha de salvar su cosa y tiene derecho a que le defienda el vendedor, o le indemnice,
si la defensa resulta frustrada por una sentencia contraria a su interés.
2.9. No distingue la ley la calidad del garante por evicción, es decir, que por igual res-
ponden un particular o un entidad pública o el mismo Estado. Si se sigue la acción
contra entes públicos, conforme a las normas generales, la sentencia debe ser consultada
al superior, pero, en lo demás, en nada se diferencia a un juicio contra un particular.
2.10. Desde luego, para intentar la acción de garantía, se requiere que haya existido
verdadera venta válida, por tanto, si se trata de inmuebles, debe haberse realizado por
escritura pública inscrita, y nada podrá reclamar por esta vía quien solamente haya reci-
bido la cosa vendida, de manera informal, aunque sea con promesa o juramento de
elevar a escritura pública el contrato que por sí mismo no tiene valor.
3.1. Si se vende una cosa en subasta pública voluntaria, como por ejemplo, cuando así lo
han convenido los comuneros de un bien que se divide, en nada se alteran las normas de
la evicción, ya que el procedimiento judicial voluntariamente escogido por las partes
interesadas no significa ningún cambio en la naturaleza del contrato ni en sus efectos.
3.2. No sería equitativo, que quien adquiere en una subasta pública, quedara sin protec-
ción en el evento de que un tercero logre reivindicar la cosa. No cabe que pierda la cosa
y el precio que haya pagado por ella. Ciertamente la intervención de la autoridad judi-
cial y la publicidad que necesariamente se da a estas enajenaciones, harán que no sea
frecuente la posibilidad de que se venda una cosa ajena que luego sea reivindicada por
su dueño, pero no se excluye tal eventualidad y, de producirse, de alguna manera se
deberá indemnizar al comprador.
3.3. Quien debe garantizar contra la evicción es el vendedor. En el caso de ventas forza-
das en subasta judicial, se discute si el vendedor el antiguo dueño de la cosa, de la cual
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 119
Sin embargo, hay que considerar que, muchas veces este deudor será insolvente (por
esto se ha llegado al extremo del embargo y remate), y por otra parte, los acreedores que
hayan recibido el precio, quedan satisfechos respecto de sus créditos, mientras que el
deudor ha perdido la cosa y el precio, y si tiene éste que indemnizar al comprador, se
halla en una situación de extrema desventaja. Por esto, muchos autores sostienen que los
acreedores tendrán que asumir, al menos subsidiariamente, a falta de aptitud del deudor,
la indemnización al comprador, por lo menos si los acreedores sabían que la cosa rema-
tada no pertenecía realmente al deudor ejecutado. Esta solución parece equitativa, aun-
que no encuentro en nuestro derecho positivo un fundamento suficiente para sostenerla.
Sólo por equidad podría exigirse la indemnización al acreedor que recibió un pago que
perjudica al comprador, y supuesto que dicho acreedor haya actuado conociendo o de-
biendo conocer que la cosa rematada no pertenecía realmente al deudor embargado.
4.1. La garantía que debe el vendedor al comprador consiste en evitar, en cuanto esté de
su parte, la evicción de la cosa, o indemnizar al comprador, si efectivamente fuere
evicto.
La evicción puede significar la pérdida total o parcial de la cosa que ha recibido el com-
prador, como consecuencia de un disposición de autoridad.
dumbre activa que le corresponda como predio dominante, en cualquiera de estas cir-
cunstancias, se ha de seguir el juicio.
Por tanto, hay una primera fase en el funcionamiento de la garantía, que consiste en el
auxilio que debe dar el vendedor al comprador para la defensa judicial de la cosa.
4.2. Para que sea posible esta defensa por parte del vendedor, el comprador debe notifi-
car al vendedor sobre la acción judicial que se ha iniciado. El artículo 1783 dice: “El
comprador a quien se demanda la cosa vendida, por causa anterior a la venta, deberá
citar al vendedor para que comparezca a defenderla”.
Hemos de entender que esta citación la ha de ordenar el juez, a petición del comprador.
Por lo menos, siguiendo este trámite normal de actuación procesal, el comprador tendrá
la constancia de que se ha hecho la citación y cuando se ha hecho, para el establecimien-
to de las correspondientes responsabilidades.
4.5. El vendedor que asume el juicio en defensa de la cosa y logra vencer, habrá cum-
plido su obligación de saneamiento. Las costas del juicio son de cargo del vendedor, y
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 121
eventualmente, si ha ganado, con costas, las pagará el tercero que pretendía injustamen-
te apoderarse de la cosa vendida.
4.6. En cambio, “si el vendedor no opone medio alguno de defensa, y se allana al sa-
neamiento “deja en libertad al comprador para que sea él quien siga el juicio, pero en
caso de perder el juicio, no tiene derecho el comprador a que el vendedor pague las
costas, ni tampoco puede percibir los frutos. En esta hipótesis, el tercero, que gana el
juicio estaba en su derecho al demandar y el comprador ha asumido el riesgo de los
gastos del juicio, por esto, no puede descargarlos en el vendedor. Éste tendrá solamente
que devolver al comprador el precio que hubiere recibido, ya que no sería justo que
perdiera la cosa y el precio que pagó por ella (Cfr. artículo 1785).
Responde el artículo 1787: “El saneamiento de evicción, a que está obligado el vende-
dor, comprende: 1. La restitución del precio, aunque la cosa, al tiempo de la evicción
valga menos; 2. La de las costas legales del contrato de venta que hubieren sido satisfe-
chas por el comprador; 3. La del valor de los frutos, que el comprador hubiere sido
obligado a restituir al dueño; sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 1785; 4. Las
costas que el comprador hubiere sufrido a consecuencia y por efecto de la demanda; sin
perjuicio de lo dispuesto en el mismo artículo; y, 5. El aumento de valor que la cosa
evicta haya tomado en poder del comprador, aún por causas naturales o por el mero
transcurso del tiempo”.
4.8. Estas reglas del artículo 1787 son equitativas, pero todavía se matizan con algunas
limitaciones o excepciones que se enumeran en los artículo siguientes; es preciso, en
efecto, distinguir los casos de buena y mala fe, y tomar en consideración que el tercero
que ha vencido en el juicio puede asumir algunas obligaciones o tener especiales dere-
chos; finalmente, se prevé el caso de la evicción de la cosa vendida forzosamente, en
remate judicial u otra situación análoga.
Sobre las costas ya hemos dicho que el artículo 1785, las atribuye en principio al vende-
dor, pero pueden pasar a ser una carga del comprador, cuando él no ha cumplido su
obligación o se ha empeñado inútilmente en defender lo que el vendedor consideraba
indefendible (por eso se allana o no opone excepciones). El artículo 1787, agrega que
las costas de la misma venta, que haya cubierto el comprador, deben ser reembolsadas
por el vendedor. Las costas del juicio serán de cargo del vendedor, salvo lo previsto en
el artículo 1795: si la sentencia negare la evicción, el vendedor no estará obligado a la
indemnización de perjuicios que la demanda hubiere causado al comprador, sino cuando
fuere imputable a hecho o culpa del vendedor”. Entre esos perjuicios los más evidentes
serán las costas del juicio, aunque también puede haber otros, como los derivados de la
privación momentánea de la propiedad, la paralización de actividades industriales en
una fábrica, la pérdida de frutos, de clientela, de confianza, etc., por el juicio. Pues bien,
estos riesgos ya corren a cargo del comprador, salvo que el vendedor haya sido el cau-
sante del juicio, por ejemplo, por no haber exhibido oportunamente títulos u otras prue-
bas que habrían disuadido de la acción al demandante.
122 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4.10. “El aumento de valor debido a causas naturales -dice el artículo 1790-, debido a
causas naturales o al tiempo, no se abonará en lo que excediere a la cuarta parte del
precio de la venta; a menos de probarse mala fe en el vendedor; en cuyo caso estará
obligado a pagar todo el aumento de valor, de cualesquiera causas que provenga”. Aquí
se comprueba una vez más, la voluntad del legislador de sancionar duramente la mala
fe, cargando una responsabilidad total en quien proceda así. En cambio la limitación de
la responsabilidad solamente hasta la cuarta parte del precio de venta, se debe a una
consideración de equidad: los aumentos naturales pueden tener una causa remota en el
buen manejo de la cosa por parte del vendedor, que la hizo y la entregó apta para produ-
cir o aumentar de valor.
4.11. Ya hemos expuesto las dificultades que presenta el saneamiento por evicción
cuando la cosa fue vendida por orden judicial, en subasta pública. El artículo 1791,
siguiendo un criterio de equidad, establece que la indemnización que se deberá al com-
prador en estos casos, se limitará a sólo el precio que pagó por la cosa.
4.12. Hemos hablado de las mejoras o del aumento de valor de la cosa evicta, pero tam-
bién puede suceder lo contrario: que esté desmejorada al momento en que el vendedor
tenga que indemnizar al comprador despojado. Esta hipótesis está resuelta por el artícu-
lo 1788: “Si el menor valor de la cosa proviniere de deterioros de que el comprador ha
sacado provecho, se hará el debido descuento en la restitución del precio”, por ejemplo,
el comprador ha talado y vendido un bosque, o ha vendido mercancías que estaban en
proceso de producción al momento de recibir la industria que compró, etc. Es equitativo
que el vendedor descuente esos valores, ya que de otro modo el comprador recibiría dos
veces la ganancia.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 123
Es obvio, por tanto, que si la cosa ha disminuido de valor al momento de la evicción, sin
que el comprador se haya beneficiado de esas disminuciones, el vendedor tendrá que
indemnizarle por el valor total, es decir por el precio que recibió. Por ejemplo, si se ha
vendido ganado y éste, por el transcurso del tiempo y su natural envejecimiento ha
perdido valor, el vendedor de todas maneras tendrá que restituir el precio íntegro que
recibió del comprador evicto.
4.13. Las normas legales sobre saneamiento de evicción pueden ser modificadas por
convenio entre las partes, al momento de celebrar la compraventa, sea aumentando el
rigor de la responsabilidad del vendedor, sea atenuándolo o incluso, exonerando al ven-
dedor de esta obligación. Sin embargo la total eliminación de la responsabilidad por
evicción, no puede ser absoluta, ya que implicaría exonerar de las responsabilidades
incluso si hubo mala fe, o actuó el vendedor con dolo, y esto sería contrario al orden
público: no se puede exonerar totalmente al vendedor, quien por lo menos tendrá que
responder por el precio recibido.
Al respecto, Borda enseña que puede aumentarse la responsabilidad del vendedor, pero
es difícil, porque ya la ley protege suficientemente al comprador; el supuesto se resolve-
ría en una cláusula penal. Por el contrario, es usual limitar la responsabilidad del vende-
dor, pero no se puede excluirla por los actos propios de él, ya que esto equivaldría a
condonación del dolo futuro, lo que resulta inadmisible. En la duda, las cláusulas que
modifiquen estas responsabilidades deben interpretarse restrictivamente, así, Rezzonico
y Degni se refieren a que las cláusulas genéricas y de estilo, no suelen surtir ningún
efecto, y es necesario que la voluntad de los contratantes se manifieste de modo expreso
y concreto. También Planiol excluye la posibilidad de que por estos pactos entre com-
prador y vendedor, se llegue a extremos contrarios al orden público, como sería el caso
de que se permitiera al vendedor volver a vender la cosa a otro. Este autor admite que
pueda exonerarse de la obligación de intervenir en el juicio de evicción, pero no de
devolver al comprador el precio y de indemnizarle los perjuicios; considero, sin embar-
go, que en nuestro derecho no habría inconveniente en exonerar de la indemnización de
perjuicios, siempre que no fueran causados por actuación dolosa del vendedor, ya que la
renuncia de derechos se permite mientras no perjudique a terceros o vaya contra el or-
den público.
4.13. El artículo 1782 de nuestro Código Civil declara que “Es nulo todo pacto en el que
se exima al vendedor del saneamiento de evicción, siempre que en ese pacto haya habi-
do mala fe de parte suya”. Se deduce a contrario sensu, que cuando no hay mala fe, el
pacto es lícito. Incluso de modo tácito, el comprador puede exonerar al vendedor de tal
obligación, como cuando el comprador demandado por un reivindicador se abstiene de
hacer conocer esta circunstancia al vendedor, o por su sola decisión se allana o resuelve
el comprador comprometer el litigio en árbitros, o llega a una transacción con el deman-
dante, sin intervención del vendedor (artículo 1786). También el inciso tercero del artí-
culo 1792 prevé que el vendedor no deberá restituir el precio, si el que compró lo hizo a
sabiendas de ser ajena la cosa, o si “expresamente tomó para sí el peligro de la evicción,
especificándolo”. Aparece, pues, claramente que si es posible el pacto que excluye la
garantía, pero se ha de hacer expresamente, “especificando”, el riesgo que corre el com-
prador, y en ningún caso admitiendo el dolo o la mala fe del vendedor.
124 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Degni agrega a lo dicho, que también tiene derecho el comprador que haya llegado a ser
dueño por otro título que el de venta; por ejemplo, porque hereda del verdadero dueño.
Por razón natural y por los antecedentes del derecho romano, el comprador puede re-
clamar la garantía de evicción. Estos casos, que a primera vista pueden parecer muy
raros, se producen con relativa frecuencia en las ventas y en las particiones.
4.15. Un asunto poco tratado por los autores y que merecería mayor atención en la
actualidad, consiste en la evicción producida por actos soberanos de la autoridad, por
ejemplo, por ordenanzas municipales. La lógica y la equidad conducen a pensar que si
el vendedor conocía del peligro de expropiación municipal (por ejemplo para una am-
pliación de calle), o que se hallaba en trámite una ordenanza que prohíbe la construcción
o la limita o exige ciertas características onerosas, etc., y no puso en conocimiento del
comprador estas circunstancias, no sería justo que el comprador sufra las consecuencias
de tales actos de autoridad que tal vez inutilizan la propiedad para el objeto que se pro-
ponía, y ha de ser el vendedor de mala fe quien deba indemnizarle, si no recibe ya una
suficiente indemnización de la entidad pública.
5.1. Además de lo ya dicho, hay que mencionar que la acción de garantía se considera
indivisible en sí misma, aunque sea divisible el pago de las indemnizaciones a que
diere lugar.
Lo mismo sucede si han sido varios los vendedores por un solo acto de venta de una
cosa, que luego resulta evicta. El comprador podrá pedir a cualquiera de ellos, que salga
a su defensa. Ahora bien, la equidad, obliga a que todo tengan conocimiento del juicio,
y puedan defender sus intereses: no sería justo que el juicio conocido y seguido sola-
mente por uno de los herederos o de los vendedores, pudiera traer luego consecuencias
perjudiciales a quienes no tuvieron la oportunidad de defenderse.
Si se ha citado a todos los herederos del vendedor o a todos los vendedores, y solamente
uno o algunos intervienen en el juicio, la sentencia obligará a todos, tiene efectos de
cosa juzgada para todos porque pudieron defenderse y algunos no lo hicieron. Pero, si
alguno no es citado, naturalmente no se le puede extender a él el efecto de la cosa juz-
gada.
Las reglas que hemos considerado a propósito de la evicción parcial de una cosa, son
igualmente aplicables al caso de que se hayan vendido en único acto varios objetos. Si
el comprador llega a ser despojado jurídicamente de uno de tales objetos, tiene derecho
de exigir al vendedor que le defienda en el juicio y si la sentencia es desfavorable, a que
le indemnice por tal especie, que ha perdido por causa imputable al vendedor. Ahora
bien, si las varias cosas que se vendieron conjuntamente forman un todo indivisible, por
lo menos funcionalmente hablando, en cuanto a la utilidad que deben prestar al compra-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 125
dor, éste podrá devolver las cosas que no perdió en el juicio y pedir la devolución del
precio total y la indemnización proporcional a la parte evicta.
1.1. Así como el vendedor debe garantizar en el plano jurídico que el comprador tendrá
la propiedad y la pacífica posesión de la cosa, en cuanto depende de aquél, también está
obligado a garantizar que la cosa vendida carece de vicios redhibitorios.
Se entiende por vicios redhibitorios los defectos de la cosa vendida, que la hacen im-
propia para su objeto; agregando la doctrina que estos vicios deben ser graves y ocul-
tos.
Con precisión señala el artículo 1798 que: “Son vicios redhibitorios los que reúnen las
cualidades siguientes: 1. Haber existido al tiempo de la venta; 2. Ser tales que por ellos
la cosa venida no sirva para su uso natural, o sólo sirva imperfectamente, de manera que
sea de presumir que, conociéndolos el comprador, no la hubiera comprado, o la hubiera
comprado a mucho menos precio; y, 3. No haberlos manifestado el vendedor, y ser tales
que el comprador haya podido ignorarlos, sin negligencia grave de su parte, o tales que
el comprador no haya podido fácilmente conocerlos en razón de su profesión u oficio”.
La omisión por parte del vendedor de manifestar los vicios de la cosa al comprador,
constituye mala fe y le responsabiliza como a todo el que actúa de mala fe. Esta actitud,
puede llegar al extremo de engañar expresamente, de ocultar, disimular o mentir sobre
las condiciones de la cosa, con la intención de perjudicar al comprador, y entonces se
configura la actitud dolosa, que acarrea la máxima responsabilidad.
1.4. La existencia del vicio “al momento de la venta”, debe entenderse como una pre-
sencia al menos causal o potencial. La enfermedad de un animal puede no manifestarse
el momento de la venta y presentar sus síntomas inmediatamente después, llevándolo a
la inutilidad para su servicio natural, o la muerte. La dificultad estará en la prueba, pero
normalmente se establecen estas circunstancias por medio de la intervención de peritos,
de inspección judicial y de razonables deducciones o precisiones. Las leyes especiales
de sanidad, de medicinas, de alimentos, en muchos países, e incipientemente también en
el nuestro, procuran precisar estas circunstancias que permiten calificar los vicios ocul-
tos de estas cosas y de otras similares.
1.5. Pero las leyes, por meticulosas que sean, no pueden enumerar los múltiples defectos
que pueden tener los diversos objetos de la compraventa; en esto ha de primar el sentido
común, las costumbres honradas y la jurisprudencia que puede precisar muchos detalles
imprevisibles.
Planiol señala que el vendedor debe entregar la cosa, tal como la conoció el comprador,
y a su vez, el vendedor, en principio, si tiene que devolver lo comprado, ha de devolver-
lo en el estado en que lo recibió. Si entre el momento en que se llegó al acuerdo de
voluntades y el de la entrega de la cosa, ésta se ha deteriorado o se han descubierto
vicios, el vendedor debe repararla, reemplazarla, o advertir al comprador, para llegar a
un convenio definitivo que satisfaga a ambas partes.
1.7. El desconocimiento de una cosa no se puede probar de modo directo; este hecho
negativo e interior, propio del pensamiento humano, no admite prueba directa. Pero se
admiten ciertas presunciones: el que ejerce una profesión u oficio, no ignora las cuali-
dades normales de los objetos que continuamente se emplean en su respectivo trabajo.
1.8. En una sentencia se dice que en estos juicios se ha de tener en cuenta los dictáme-
nes de peritos, ya que, si los vicios son ocultos, no pueden ser apreciados por las perso-
nas profanas ni son suficientes las declaraciones de testigos.
1.9. La gravedad del vicio es otra cualidad que tanto la doctrina como las leyes exigen.
Pero esta gravedad es relativa: se considera tal, la que impide el uso normal, o lo dismi-
nuye considerablemente. Un punto de referencia es el de considerar que la cosa no
habría sido comprada o que el comprador no habría pagado el precio que pagó, en caso
de conocer el vicio. Seguimos en el plano de los hechos interiores, espirituales, del
pensamiento y la voluntad, que no se conocen de modo directo, sino a través de signos o
de presunciones. En la apreciación de la gravedad, difieren las opiniones de los autores.
Rezzonico considera acertadamente, que Cicerón y Pothier exageraban al decir que el
vendedor debía manifestar “todos” los defectos de la cosa, mientras que Tromlong y
muchos autores modernos, se atienen a la apreciación normal de lo que no se compraría
si se conocieran tales vicios.
Aunque la buena o la mala fe se toman en consideración para los efectos de las indem-
nizaciones, propiamente no forman parte de la noción misma de vicio redhibitorio: no
importa que el vendedor haya o no conocido el defecto, en cualquier caso debe respon-
der, pues se trata de una responsabilidad objetiva propia de este contrato, aunque no
haya culpa por parte del vendedor.
1.11. En nuestro Código de Comercio hay algunas normas que precisan lo relativo a los
vicios redhibitorios para los contratos mercantiles, o amplían en algún aspecto el con-
cepto, como sucede con el artículo 181 que trata de las averías sufridas por las mercade-
rías en viaje: si las deterioran de tal modo que no sirvan para el uso a que son destina-
das, se resuelve el contrato. Si no son tan graves, el comprador debe recibirlas mediante
una justa disminución del precio.
130 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
2.2. En principio, corresponde al comprador optar por la una o la otra acción, aunque la
ley, solamente concede la acción de rebaja del pecio, cundo los vicios no son de mucha
consideración. También el juez podría moderar la pretensión del comprador y conceder-
le solamente la rebaja, cuando no considere que la cosa es totalmente inútil o gravemen-
te inadecuada para su objeto o finalidad natural.
2.3. Ambas acciones se han de tramitar en juicio ordinario, por lo cual no podrían
oponerse como excepción en un juicio ejecutivo.
2.4. El artículo 1797 dice: “Se llama acción redhibitoria la que tiene el comprador para
que se rescinda la venta o se rebaje proporcionalmente el precio, por los vicios ocultos
de la cosa vendida, raíz o mueble, llamados vicios redhibitorios”.
Y en el artículo 1808 leemos: “Si los vicios ocultos no son de la importancia que se
expresa en el numeral 2o. del artículo 1798, no tendrá derecho el comprador para la
rescisión de la venta, sino sólo para la rebaja del precio”.
Por tanto, para la acción rescisoria por vicios ocultos, se requiere que éstos sen realmen-
te graves, tales que inutilicen la cosa par su uso natural, o lo disminuyan hasta el punto
que el comprador, no lo habría comprado si los hubiera conocido, o por lo menos, la
hubiera comprado sólo a un precio mucho menor. Si los vicios reúnen estas cualidades,
dan la opción al comprador, de escoger entre la rescisión o la rebaja; si no son tan gra-
ves, solamente puede demandar el comprador la rebaja proporcional del precio.
Con cierta insistencia no necesaria, el artículo 1800 afirma: “Los vicios redhibitorios
dan derecho al comprador para exigir o la rescisión de la venta o la rebaja del precio,
según mejor le pareciere”. Pero debemos entender esto dentro del contexto legal, es
decir, solamente si se trata de vicios realmente graves, ya que para las leyes, según el
artículo 1808, no tiene otra salida que la acción estimatoria o quanti minoris, de rebaja
del precio.
2.6. Sucede a veces que la cosa viciada es revendida a otro, y el nuevo comprador que
descubre el vicio, puede demandar tanto a su inmediato vendedor, como al remoto.
El vendedor inmediato, puede citar a comparecer en el juicio y defenderle, a quien le
vendió la cosa y debe cumplir su garantía. Esto es similar a lo que sucede con la garan-
tía de evicción. Desde luego, el segundo comprador que ya optó por la acción estimato-
ria, no podría intentar después la otra, la rescisoria: se trata de una opción que debe
tomar una vez y estar a las consecuencias. Pero no veo inconveniente para que, por vía
de transacción, si se ha demandado la rescisión, se admita que continúe en vigencia el
contrato contentándose con la rebaja y la indemnización de perjuicios, que podría con-
venirse en la misma audiencia de conciliación o en otro estado del juicio, antes de sen-
tencia ejecutoriada. Planiol señala que también puede el último comprador dirigir su
acción contra el inmediato vendedor y que éste a su vez, después de satisfacer al com-
prador, puede repetir la acción contra su antecesor en el derecho, contra su propio ven-
dedor. Téngase en cuenta que esta posibilidad de acciones sucesivas o de dirigirse a un
predecesor en el derecho, se refiere solamente a la serie de personas que han recibido la
cosa por compraventa o por otro título oneroso (permuta, dación en pago, etc.), ya que
no hay lugar a la acción de garantía contra el donante. Pero, si en la serie de personas
que fueron dueños de la cosa, se interpone una donación, no obsta para que el último
comprador pueda dirigirse a los antecesores en el dominio tanto anteriores a la donación
como posteriores a ella; el único que no está sujeto a la garantía es el donante, pero los
demás deben responder.
2.7. La indemnización de perjuicios supone culpa o dolo por parte del vendedor. El
artículo 1791 así lo declara: “Si el vendedor conocía los vicios no los declaró, o si los
vicios eran tales que el vendedor haya debido conocerlos por razón de su profesión u
oficio, estará obligado no sólo a la restitución o rebaja del precio, sino a la indemniza-
ción de perjuicios. Pero si el vendedor no conocía los vicios, ni eran tales que por su
profesión u oficio debiera conocerlos, sólo estará obligado a la restitución o rebaja del
precio”. Es decir que, la culpa o el dolo originan la indemnización de perjuicios, y a
falta de ellos, solamente hay la responsabilidad objetiva que obliga a la rescisión (con
devolución de precio y de la cosa), o la rebaja del precio.
2.8. Otro caso en que no cabe la acción rescisoria, se produce si la cosa ha perecido
después de perfeccionado el contrato de venta, tal como lo prevé el artículo 1803: “no
por esto perderá el comprador el derecho que hubiera tenido a la rebaja del precio, aun-
que la cosa haya perecido en su poder y por su culpa”. Es decir, que la responsabilidad
contractual objetiva del vendedor, no desaparece con la extinción de la cosa, aunque,
como es obvio no podrá restituirse lo que ya no existe, de suerte que solamente queda,
en tal caso, la acción de rebaja del precio. Y en cuanto a la indemnización de perjuicios
si ha perecido la cosa, el artículo 1802 en el inciso final se remite a lo dispuesto en el
artículo 1801, con lo cual, entra en consideración la culpa del vendedor: si ocultó el
vicio, o debió conocerlo, tendrá que indemnizar, pero si no tuvo culpa, solamente deberá
admitir la rebaja del precio.
2.9. Hay que considerar los efectos de la acción rescisoria frente a terceros que hayan
adquirido algún derecho del comprador. Si el comprador ha vendido una parte de la
132 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
2.10. Se plantean algunos, si el comprador puede exigir otras cosas distintas de las que
hemos mencionado, concretamente: que el vendedor repare los daños o defectos de la
cosa o que la reemplace por otra. Estas hipótesis entrarían más bien en las posibles
transacciones a las que pueden llegar las parte voluntariamente. El derecho positivo no
permite al comprador exigir estas formas de reparación y la concesión tanto de la ac-
ción rescisoria como la quanti minoris, juntamente con la reparación en dinero de los
perjuicios culpablemente producidos, excluyen que el comprador exija otras cosas dis-
tintas, como las mencionadas. Sin embargo, Borda y otros autores mencionan que, tra-
tándose de cosas fungibles, el comprador que ha recibido algunas defectuosas, podría
exigir que el vendedor se las cambie por otras que posea en buenas condiciones.
2.11. Nuestro Código de Comercio, además de algunos detalles propios de los contra-
tos mercantiles, señala una norma importante y aplicable a toda compraventa: la regla
de derecho internacional privado por la cual, los vicios ocultos se han de probar apli-
cando la ley del lugar al que han sido destinadas las mercancías vendidas (artículo 191).
CAPÍTULO IX
OBLIGACIONES DEL COMPRADOR
1. Consideraciones generales
Respecto del precio, hemos considerado ya, cómo se determina y las cualidades que
debe tener, llegando así a estudiar lo relativo al precio injusto, desproporcionado, que da
origen a la acción de lesión enorme. En el presente capítulo, expondremos lo relativo al
pago del precio: primero el pago normal, en cumplimiento del contrato, y luego, a la
exigencia de dicho pago por vía judicial, y los efectos de la falta de pago.
Los puntos que se desarrollarán son los siguientes: 1 Pago normal del precio; 2. Lugar y
tiempo; 3. Depósito; 4. Retención; 5. Cláusula de no transferir el dominio;6. Resolución
efectos entre las partes; 7. Resolución: efectos para terceros; 8. Pacto comisorio simple;
9. Pacto comisorio calificado; y, 10. Prescripción del pacto comisorio.
1.2. Esta materia ha evolucionado notablemente desde sus orígenes en el Derecho Ro-
mano, por lo que será necesario partir de una breve consideración histórica, para luego
examinar las diversas doctrinas y lo que impone la equidad, y, finalmente, exponer el
derecho positivo con las precisiones que va aportando la jurisprudencia de nuestros
tribunales.
1.3. Hay, pues, una correspondencia entre las obligaciones del uno y del otro, como
conviene un contrato que es precisamente sinalagmático: las obligaciones de una par-
te, tienen como causa las de las otras partes; los dos derechos se equilibran y exigen
recíprocamente su cumplimiento.
134 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Todo lo dicho manifiesta cómo las partes contratantes están en aptitud de modificar
ampliamente las normas generales de los contratos, y concretamente, del de compraven-
ta: el derecho positivo tiene un carácter supletorio y se aplica a falta de especiales
cláusulas establecidas libremente por los contratantes.
El pago en dinero se realiza de diversas maneras, como es bien sabido, y los modernos
inventos de la técnica financiera multiplican los medios de pago: títulos de crédito,
letras, pagarés a la orden o simples, cheques, tarjetas de crédito, transferencias electró-
nicas de fondos, órdenes especiales a bancos, transferencias de divisas, etc.
El problema que puede surgir con varios de estos medios modernos de pago, consiste en
la apreciación de sí realmente está pagado el precio cuando se acepta una de estas mane-
ras de pagar o se entienden subordinadas a su conversión efectiva en dinero. En princi-
pio afirmamos que basta que las partes hayan ofrecido y aceptado cualquiera de estos
modos de solución del precio para que sea válido y lícito el pago en esa forma. Sola-
mente existen, a veces algunas limitaciones por motivos de interés público general, que
llevan a los gobiernos a impedir o condicionar ciertos modos de pago, sobre todo cuan-
do se refieren a monedas extranjeras.
2.2. Decía que “en general” el pago está realizado válida y lícitamente, al entregar cual-
quiera de los medios legalmente admitidos y que las partes hayan resuelto aplicar a su
relación contractual. Esto permite, igualmente, que las partes puedan establecer la con-
dición de que tales medios de pago se hagan efectivos en dinero y que solamente cuan-
do se liquiden y conviertan en dinero, se considerará cumplida la obligación de pagar.
Por ejemplo, un cheque, es un medio muy corriente de pago y se da por hecho el pago al
momento en que el vendedor recibe el cheque, pero bien puede establecerse que sólo
cuando sea cobrado en efectivo o acreditado en la cuenta que el vendedor ordene al
banco, sólo entonces se considere hecho el pago. La cuestión tiene suma importancia,
porque en el primer supuesto, si el pago y está hecho al entregar el cheque, no cabe que
el vendedor alegue incumplimiento del comprador, y solamente podrá ejercitar las ac-
ciones para el cobro del cheque, incluso ejecutivamente y llegando si es preciso al em-
bargo de bienes del comprador, entre los cuales puede estar la misma cosa vendida.
“La circunstancia de haberse dado un documento como precio de una cosa, no implica
falta de pago, ya que éste puede hacerse en dinero, valores o especies, según hubieren
convenido los contratantes”, dice un sentencia de la Corte Suprema.
2.3. El pago puede consistir en substituirse en un deuda del vendedor, como se aprecia
en este caso: “Cualquiera que sea la forma de pago estipulada en la escritura de venta, el
precio no puede considerarse pagado sino cuando es completo; y, si por parte del precio
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 135
se han obligado, según contrato, a satisfacer los compradores a un mortuoria por lo que
el vendedor había tomado de aquella con anterioridad, tal pago constituye para los obli-
gados parte del precio y su reintegro está sujeto al impuesto con que la ley grava las
sucesiones”.
2.4. En otra controversia, se resolvió que “el pago del precio del objeto comprado me-
diante la entrega de un cheque, es condicional, para el caso de que éste sea pagado, y
por consiguiente no significa la voluntad de los contratantes de sustituir la nueva deuda
a la anterior, y que para ello es necesario que así lo declaren o por lo menos que aparez-
ca indudablemente la intención de novar. No basta la circunstancia negativa de haber el
portador recibido el cheque sin reserva especial de los derechos que le daba el primitivo
contrato”.
En un caso se llega a la absoluta certeza de que el precio ha sido pagado, por constar
tanto en la escritura pública, como por la coincidente confesión del vendedor, cuanto
por la exhibición de otros documentos probatorios. No siempre se logra una prueba tan
plena, y a veces, precisamente se produce la oposición entre lo declarado en la escritura
y otras pruebas.
una compraventa. En una sentencia así se declara aceptando la prueba plena constante
en la misma escritura pública.
En las ventas forzadas, es ante el juez del juicio ejecutivo ante quien debe hacerse el
pago o consignación del precio, sea de contado o a plazos. De esto se sienta acta y este
instrumento público constituye plena prueba del pago.
2.10. El pago del precio debe ser completo y en caso contrario, el comprador no habrá
cumplido su obligación. Puede el vendedor admitir pagos parciales, pero no está obliga-
do a recibirlos.
3.1. “El precio deberá pagarse en el lugar y el tiempo estipulados, o en el lugar y tiempo
de la entrega, no habiendo estipulación en contrario”, dice el artículo 1812. Luego,
prevalece lo que dispongan las partes, y a falta de determinación, se entenderá que el
pago debe realizarse en el lugar y tiempo de la entrega de la cosa. Esto no significa que
el contrato se perfeccione ese momento, sino que se cumple en tal lugar y tiempo, lo que
ya obligaba a las partes por el mutuo consentimiento que perfeccionó el contrato.
3.2. Si se han estipulado plazos para sucesivos pagos, el comprador que haya cumplido
con los primeros pagos y se atrasa en los subsiguientes, incurre igualmente en mora, con
todas sus consecuencias.
3.3. Si las partes han estipulado intereses para el caso de mora, no significa que se auto-
rice al comprador demorar los pagos, y las consecuencias de la mora substancialmente
serán las mismas que en los casos ordinarios, con la sola diferencia de que tendrá que
satisfacer los intereses pactados; éstos podrán imputarse al pago del perjuicio si esa ha
sido la intención de las partes, y en caso contrario, se acumularán, además de la indem-
nización de los perjuicios que se probaren.
3.4. Si no hay plazo o condición, el pago debe ser inmediato, y al faltar, incurre el deu-
dor en mora. Pero, para hacer efectivas las consecuencias de la mora, el reclamante debe
haber cumplido su propia obligación: si también él ha incurrido en mora, se compensan
las dos conductas ilegales y ninguno puede exigir al otro, salvo que proceda a cumplir o
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 137
3.6. El comprador no sólo está obligado a pagar en el lugar y tiempo establecidos o que
se presumen, sino que también tiene el derecho de realizar el pago, que consolida su
derecho sobre la cosa; por esto, si el vendedor se negara a recibir el precio en la forma
establecida, el comprador puede consignarlo en un juzgado y la consignación, una vez
aceptada, produce el efecto de solución de la obligación. El juez deberá calificar, en
caso de oposición a recibir el precio, si existe la obligación y si se está cumpliendo en
debida forma. No se admite el pago por consignación de una simple promesa de venta
de inmueble, no efectuada por escritura pública, y que no ha surgido ninguna obligación
y no puede constreñirse al dueño a que venda lo que realmente no ha prometido en
debida forma.
No se autoriza el depósito judicial del precio alegando que falta la entrega total o parcial
de la cosa. El incumplimiento de la entrega de la cosa por parte del vendedor da derecho
a las acciones alternativas para exigir esa entrega o para la resolución del contrato, en
ambos casos con indemnización de perjuicios, pero no está prevista la consignación
judicial del precio para tales circunstancias.
3.7. Esta obligación fundamental del comprador, de pagar el precio en el tiempo y lugar
debidos, admite dos excepciones, previstas en el mismo artículo 1812: “Con todo, si el
comprador fuere turbado en la posesión de la cosa, o probare que existe contra ella una
acción real de que el vendedor no le haya dado noticia antes de perfeccionarse el contra-
to, podrá depositar el precio con autorización del juez, y durará el depósito hasta que el
vendedor haga cesar la turbación o afiance las resultas del juicio”.
3.8. Ya hemos estudiado lo relativo al saneamiento por evicción: la obligación del ven-
dedor de dejar indemne al comprador que haya sido privado judicialmente de la cosa
comprada por alguna causa anterior al contrato. Aquí se aplica el mismo principio, a los
casos en que se haya privado de la posesión de la cosa al comprador, o de que exista un
fundado motivo de temer que la perderá, por una acción judicial de carácter real. Nóte-
se, que el derecho del comprador a realizar el depósito del precio, con permiso del juez,
se produce solamente si el vendedor le ha ocultado estas posibles acciones de terceros;
pero en el caso de la hipoteca el hecho es evidente, ya que este gravamen ha de estar
inscrito en el Registro de la Propiedad, con lo cual no se necesita de especial advertencia
del vendedor para saber que existe. Habría, más bien, que demostrar que de alguna
manera fraudulenta el vendedor impidió al comprador que conociera de la existencia del
gravamen hipotecario.
138 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.11. El comprador puede también incurrir en mora de recibir la cosa, con lo cual
fácilmente causará perjuicios al vendedor que deberá cuidar de la cosa, ocupar sus bo-
degas, etc. En el caso de mercancías que se descomponen o pierden su valor en breve
tiempo, como sucede con muchos alimentos, el vendedor podrá disponer de estas cosas
o venderlas a otro, en caso de mora del primer comprador.
3.12. Las normas generales sobre el cumplimiento de las obligaciones y más concreta-
mente sobre el pago, se aplican a la compraventa, con muy sutiles especificaciones. El
pago que haga el comprador a los acreedores hipotecarios del vendedor, le libera de
tener que volver a pagar al mismo vendedor, como observa Borda.
3.13. Es frecuente la cláusula de que “no se admitirá ninguna reclamación ante del pago
del precio”; pero se discute el valor de estas palabras. Parece evidente que el comprador
puede renunciar al derecho de retención del precio, y la cláusula tendría por objeto
concretar esa renuncia; pero sea ha de entender, como enseña Degni, dentro de la buena
fe, supuesto que el contrato se válido y el vendedor no actúe de mala fe, y que la mala fe
no merece ninguna protección.
3.14. La retención del precio, que autoriza nuestro Código en las circunstancias indica-
das en el artículo 1812, sólo es posible antes de realizado el pago total; una vez efectua-
do, ya no cabe retención sino repetición. Si el pago se ha estipulado por dividendos o en
plazos sucesivos, se admite la retención de los que estén aún pendientes, aunque se
hayan satisfecho los anteriores. El pago inicial, puede deberse a desconocimiento de la
acción real que pesa sobre la cosa, o la privación de la posesión puede sobrevenir más
tarde, y por tanto, el comprador no pierde el derecho de retención por haber comenzado
a pagar.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 139
3.16. El comprador puede renunciar al derecho de retener el precio en los casos de pér-
dida de la posesión o de acción real que amenace su derecho, pero no se presume esta
renuncia por el mero hecho de que haya conocido la existencia de tales peligros: se
requiere que el vendedor los haya ocultado: que “no haya dado noticia antes del contra-
to”, dice el artículo 1812, es decir, que se supone mala fe por parte del vendedor, si por
el contrario, habiendo procedido correctamente el vendedor, la otra parte procede a
comprar, no podrá ejercitar el derecho de retención, pero sí podrá hacerlo si el vendedor
actuó de mala fe, aunque, por otros medios haya tenido noticia el comprador de las
pretensiones de terceros sobre la cosa vendida.
3.17. En los casos de depósito del precio, solamente tiene valor de solución de la obli-
gación del comprador, cuando el juez acepte la consignación. Mientras haya oposición
de recibir por parte del vendedor y esté discutiéndose el derecho, no existe aún pago, y
el comprador podría desistir y retirar lo consignado. No se libra de la posibilidad de
caer en mora, mientras no se obtenga sentencia que reconozca la validez de la consigna-
ción.
Es norma general que cualquier contratante puede pedir el cumplimiento del contrato;
en este primer punto, la norma transcrita nada tiene de nuevo. Más aún, el principio
“pacta sunt servanda”, se recibe en todo sistema jurídico y en el derecho romano, prin-
cipal fuente del nuestro, tenía absoluta aplicación.
4.2. Don Andrés Bello en el primer proyecto del Código Civil, se inclinó por la solución
que facilitaba más la resolución del contrato, como si en todo caso existiere pacto comi-
sorio.
Ya veremos que el pacto comisorio facilita la resolución del contrato. Los romanos no
admitían el pacto comisorio sino cuando expresamente lo hubieran establecido las par-
tes, y el pensamiento moderno favorece la aplicación del pacto, incluso tácito. Final-
140 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
mente, el texto del Código Civil de Bello aprobado por el Ecuador, Chile y otros países,
deja las dos posibilidades: pedir el precio, o la resolución del contrato.
En el Título de las obligaciones condicionales (Título IV del Libro IV), se establece que
“En los contratos bilaterales va envuelta la condición resolutoria de no cumplirse por
uno de los contratantes lo pactado”, y agrega: “Pero, en tal caso, podrá el otro contratan-
te pedir, a su arbitrio, o la resolución o el cumplimiento del contrato, con indemnización
de perjuicios” (artículo 1505). Estas disposiciones coinciden con lo previsto para la
compraventa en el artículo 1840, con la diferencia de que este último, se refiere exclusi-
vamente al incumplimiento del comprador en cuanto al pago del precio, mientras que el
artículo 1505 se refiere genéricamente a toda obligación y de una y otra partes.
4.3. También es importante relacionar estos dos artículos, porque ambos señalan el
derecho a la indemnización de perjuicios y la equidad impone esta reparación de per-
juicios tanto en el caso de mora y de pago del precio mediante la acción para exigirlo,
como en el caso de resolución del contrato. El texto de uno y otro artículos han dado
origen a discutir si la indemnización se refiere solamente al caso de resolución, pero
gramaticalmente, y por el sentido de equidad, la última frase, separada por una coma, se
refiere a las dos acciones para pedir el precio o para resolver el contrato, en ambos ca-
sos, si hay perjuicios, el causante de ellos debe indemnizar.
El artículo 1813 no es una mera repetición del 1505, por lo ya señalado; ni tampoco se
puede calificar de una aplicación concreta al caso de la compraventa, porque en realidad
contiene una excepción o moderación del rigor de la norma dada en general para las
obligaciones condicionales. Esta limitación se contiene en el inciso segundo del artículo
1812: “Si exigiere la devolución, el demandado podrá consignar el precio completo, que
comprende el capital y los intereses adeudados, hasta que se reciba la causa a prueba”.
Según el artículo 1505, una vez que la parte que sí ha cumplido ha demandado la reso-
lución del contrato al que está en mora, tiene derecho a obtener esta resolución declara-
da por sentencia, sin que se pueda trabar o impedir el ejercicio de su derecho con un
pago extemporáneo. Pero, para la compraventa, el artículo 1813, admitió desde su ori-
gen, la posibilidad de que el comprador paralice la acción resolutoria, satisfaciendo al
vendedor mediante el pago total del precio y los intereses. Se confiere de esta manera un
cierta flexibilidad, favorable al cumplimiento del contrato.
4.4. Desde el principio de la aplicación del Código Civil surgió la duda de hasta qué
momento habría sido posible que el comprador paralice la acción resolutoria, me-
diante el pago, aunque sea extemporáneo, del precio.
Desde la primer edición del Código Civil Ecuatoriano, hasta la de 1950, el actual artícu-
lo 1813 solamente constaba del primer inciso: “Si el comprador estuviere constituido en
mora de pagar el precio en el lugar y tiempo dichos, el vendedor tendrá derecho para
exigir el precio o la resolución de la venta, con resarcimiento de perjuicios”. (artículo
1933 de la edición de 1950). Así redactado este artículo, prácticamente no añadía nada a
lo dispuesto en general para las obligaciones con condición resolutoria, y dio origen a
una discusión doctrinal y a sentencias contradictorias: unos sostenían que, al optar el
vendedor por la resolución, el comprador ya no podría pagar el precio e impedir que
prosperara la acción resolutoria, mientras que otros consideraban que el comprador
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 141
podía pagar el precio hasta que hubiera sentencia ejecutoriada que declarara la resolu-
ción.
4.5. En vista de las sentencias contradictorias, la Corte Suprema en pleno dictó una
resolución obligatoria, que se publicó en el Registro Oficial del 4 de agosto de 1957, y
en la edición oficial del Código Civil, del año 1961, se incorporó al artículo 1930 y que
ahora es artículo 1813. El segundo inciso dice así: “Si exigiere (se entiende, el vende-
dor) la resolución, el demandado podrá consignar el precio completo, que comprende el
capital y los intereses adeudados, al dar contestación a la demanda y hasta que se reciba
la causa a prueba”.
4.6. La resolución de la Corte Suprema que incorporó el inciso segundo al que ahora es
artículo 1813, fue muy debatida y finalmente se aprobó solamente por un voto de dife-
rencia entre la opinión de mayoría y la de minoría de los ministros de la Corte.
La cuestión ha sido debatida también en otros países, y la doctrina local refleja las
discusiones tenidas en otras naciones, con textos legales parecidos al nuestro, pero no
idénticos. Esto explica por qué se dieron sentencias contradictorias y también la casi
paridad de opiniones a favor y en contra de la resolución de la Corte Suprema.
Actualmente, pues, cada una de las partes puede exigir a la otra el cumplimiento del
contrato y en caso de mora de la parte contraria, demandar la resolución del contrato.
4.7. El vendedor debe entregar la cosa, y si no cumple con ese deber, el comprador se lo
exigirá judicialmente, o bien optará por pedir la resolución del contrato. En ambos casos
142 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
La otra opción, en caso de mora, consiste en que la parte que sí ha cumplido, demande
la resolución del contrato y si obtiene sentencia favorable, tendrá derecho a que se re-
pongan las cosas en su estado anterior, en la medida de lo posible, también con la repa-
ración de los perjuicios producidos y probados.
4.9. Para que la resolución tenga éxito, lo primero que se requiere es que la cosa vendida
subsista y que no se encuentre substancialmente cambiada, ya que en tales supuestos la
restitución resultará imposible: si se trataba de alimentos u otros objetos consumibles y
realmente se han consumido, o de una casa que ha sido derrocada, un ganado desposta-
do, etc., ya no pueden volver a propiedad de quien los vendió. Pero la simple enajena-
ción o el gravamen impuesto por el comprador, no impide la resolución.
4.11. Si el comprador está constituido en mora, el vendedor tiene la opción entre las dos
acciones: o pedir el cumplimiento o pedir la resolución, pero no puede intentar ambas
acciones a la vez, porque son incompatibles y si presenta las dos, serán rechazadas am-
bas por improcedentes.
4.12. Tampoco se admite que el vendedor demande la nulidad del contrato y al mismo
tiempo la resolución por incumplimiento, ya que la resolución supone la existencia de
un contrato válido; no puede ser a la vez válido y nulo.
4.13. No es admisible el cambiar la acción, una vez trabada la litis. En un caso se de-
mandó la rescisión por falta de pago del precio, y la Corte resolvió que la acción que
correspondía era la de resolución; existiendo una diferencia radical entre ambas accio-
nes, no se consideró posible enmendar el error del demandante, ni aplicar la norma por
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 143
la cual el juez debe suplir las omisiones de derechos, y que esta confusión entre resci-
sión y resolución no es una simple “omisión”.
4.14. La falta de pago puede ser total o parcial, principalmente si se ha estipulado los
pagos parciales o escalonados. Cabe demandar la resolución siempre que existe mora,
aunque sea parcial, pero si también la entrega de la cosa admite división, se ha realizado
por remesas parciales, lo que ha sido entregado y pagado no tiene por que alterarse y
solamente se obtendrá la resolución con respecto a la parte que falta de pagar, siempre
con la correspondiente indemnización, si hay motivo para ella.
Se requiere que exista determinación de lugar y tiempo para el pago y que no se haya
cumplido debidamente; si, por el contrario, el vendedor ha admitido pagos parciales y
no hay la suficiente determinación de la obligación del comprador, no podría conseguir-
se la resolución.
4.15. Para constituir en mora, por regla general se debe requerir judicialmente el pago
(artículo 1567 número 3), pero hay dos excepciones, señaladas en los números 1 y 2 del
mismo : 1. La existencia de plazo y que esté vencido; 2. Que la cosa no haya podido ser
dada o ejecutada sino dentro de cierto tiempo. Si se prueba una de estas circunstancias,
se obtendrá la resolución por existir mora, aunque no haya precedido reclamación judi-
cial para el cumplimiento.
4.17. La acción para pedir la resolución del contrato es indivisible por su misma natura-
leza, ya que un contrato no puede ser válido para uno y nulo para otro; si hay pluralidad
de partes, todas tienen que obrar de consuno. Cuestión diferente es la de los pagos (par-
tes del precio) o indemnizaciones, que, una vez ordenados por el juez se podrán pagar
parcialmente por los diversos deudores o cobrar en la proporción que a cada acreedor
corresponda.1
1
Una detallada y bien fundada sentencia en Gaceta Judicial, Serie VII, No. 6, p. 545, 20 de octubre de
1947.
144 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.1. La sentencia que resuelve el contrato de compraventa, por mora del comprador en
el pago del precio, produce efectos entre las mismas parte contratantes y, eventualmen-
te, respecto de terceros.
5.2. Pero, como la cosa generalmente habrá sido entregada al comprador y éste habrá
tenido su uso y goce, la resolución también implica la devolución material de la cosa y
la compensación al vendedor por el provecho que obtuvo el comprador teniendo la
cosa. Normalmente se establece el pago de intereses del capital debido por el compra-
dor, para cubrir estos beneficios por él recibidos. También puede existir una estipula-
ción específica de arras o una cláusula penal, para cubrir estas obligaciones.
5.3. Hay que considerar también, para las relaciones entre las partes, las mejoras que
puede haber introducido el comprador o que pueden haberse producido, incluso natu-
ralmente o por el transcurso del tiempo, y los deterioros o desmejoras que haya experi-
mentado la cosa. Esto origina prestaciones recíprocas, entre las partes.
5.4. Para resolver este conjunto de cuestiones entre las partes, el Código considera al
comprador moroso, como poseedor de mala fe, y se le aplican las reglas generales
para el que se halla en esa situación jurídica, salvo que en descargo suyo pueda probar
que no pagó por circunstancias de fuerza mayor: “que pruebe haber sufrido en su fortu-
na, sin culpa de su parte, menoscabos tan grandes que le hayan hecho imposible cumplir
lo pactado”.
Esto, que configura claramente la fuerza mayor, no significa que el comprador no tenga
ninguna responsabilidad o que pueda impedir la resolución del contrato, sino que se le
ha de considerar como poseedor de buena fe, con la consiguiente disminución de su
responsabilidad.
5.5. Respecto de las arras, en el artículo 1815 se insiste en que, caso de haberse estipu-
lado, el vendedor podrá retener las arras, o exigirlas dobladas (cuando las tenga el com-
prador).
5.7. Además de la restitución de la cosa, los frutos y las otras obligaciones que se aca-
ban de señalar, el vendedor tendrá derecho a ser indemnizado por el lucro cesante y el
daño emergente que le haya producido la resolución del contrato, siempre que pruebe
estos daños. La jurisprudencia ha precisado bastantes detalles a este respecto:
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 145
“Si bien no se han justificado en el curso del proceso los perjuicios cuya indemnización
reclama el actor, esta circunstancia no exime al demandado de la obligación de pagar los
intereses sobre la suma de dinero por él recibida y que se le obliga a devolver, en razón
de declararse resuelto el contrato en cuya virtud la recibió”.
“Declarada la resolución del contrato de venta, es legal ordenar las mutuas prestaciones,
por ser éstas unas de las consecuencias inmediatas de la resolución. Por lo mismo, para
hacer efectivas esas prestaciones, no es de ley la necesidad de un nuevo juicio. Para el
abono de frutos, es base la señalada por la ley, sin consideración a lo estipulado por las
partes acerca de intereses sobre el precio de la cosa materia del contrato”. No es
indispensable que el actor señale desde el primer momento cuáles son las prestaciones
que se le deben, ya que es la ley la que las ordena.
Constando que el comprador ha pagado una parte del precio, debe restituir al vendedor,
solamente la parte de los frutos que corresponda en proporción a la parte adeudada por
precio. Es legal que los frutos se compensen con los intereses del precio recibido por el
vendedor, y por consiguiente, este debe devolver sin interés las cantidades que le fueron
pagadas en exceso por el comprador.
Si se han estipulado intereses para el caso de mora, no se excluye por esto que también
se pueda cobrar indemnización por perjuicios, siempre que se prueben y que el contrato
no haya previsto que los intereses cubrirán un eventual perjuicio por mora.
Una sentencia sostiene que la reparación por daños causados por incumplimiento de
contrato, no pueden demandarse en forma independiente sino conjuntamente con las
acciones atinentes al contrato, ya que para que éste quede sin efecto, ya para exigir su
cumplimiento.
6.1. Por una parte, el comprador tiene obligación de respetar los derechos adquiridos
por los acreedores del vendedor antes de la compraventa, como lo reconoce una senten-
cia de la Corte Suprema y resulta de la lógica aplicación del principio de respeto a los
derechos adquiridos. Así, por ejemplo, un gravamen hipotecario no podrá ser descono-
cido por el comprador.
6.2. Por otra parte, el comprador que ha recibido la cosa por la tradición, es dueño y
puede disponer de lo que es suyo, sea gravando con derechos reales de uso, usufructo,
habitación, servidumbre o enajenando lo que le pertenece. Al resolverse el contrato por
146 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
el cual adquirió el bien, los terceros que su vez recibieron derechos del comprador
verían comprometidos esos derechos, pero la ley les protege: el artículo 1816 dice: “La
resolución por no haberse pagado el precio no da derecho al vendedor contra terceros
poseedores, sino de conformidad a los artículos 1506 y 1507”, los cuales se refieren
respectivamente al caso de los muebles y al de los inmuebles”.
6.3. Para los muebles, el artículo 1506 establece que “no habrá derecho de reivindicar la
cosa contra terceros poseedores de buen fe”. Por sentido contrario se deduce que sola-
mente se podrá reivindicar la cosa frente al tercero que la adquirió de mala fe. Esto
deriva del hecho de que se presume que el poseedor es propietario y así se facilita el
comercio de los bienes muebles, que resultaría casi imposible si estuviera sujeto a la
incertidumbre de si realmente se adquiere lo que se compra. El vendedor que obtiene la
resolución del contrato, podrá embargar el precio que recibió o debe recibir su compra-
dor por la venta al tercero aplicando el artículo 9472, o podrá ejecutar su derecho en
otros bienes del comprador, pero no puede privar al tercero que de buena fe adquirió de
su comprador.
6.4. Si se trata de inmuebles, el artículo 1507 dispone que: “Si el que debe un inmueble
bajo condición lo enajena, o lo grava con hipoteca o servidumbre, no podrá resolverse la
enajenación o gravamen, sino cuando la condición constaba en el título respectivo,
inscrito u otorgado por escritura pública”. Aplicado esto a la compraventa, se entenderá,
que si se produce la resolución por falta de pago del precio, el vendedor podrá reivindi-
car el bien raíz siempre que haya estado inscrito en el Registro de la Propiedad, si el
vendedor primero no tenía inscrito de propietario, no podrá reivindicar. Esta solución se
ajusta al sistema jurídico del título y el modo, y respeta las normas de la equidad, y que
el vendedor no puede transferir lo que no tiene, ni reclamar a terceros más de lo que él
vendió; a su vez, los ulteriores compradores (los que compran al primer comprador) si
adquirieron algo sabiendo que su comprador directo podía perderlo por el cumplimiento
de una condición, corren conscientemente el riesgo y han de soportar las consecuencias
de la reivindicación; siendo la condición, en el caso de la compraventa, el pago del
precio.
En el inciso final del artículo 1816 leemos: “Si en la escritura de venta se expresa haber-
se pagado el precio, no se admitirá contra terceros poseedores otra prueba que la de
nulidad o falsificación de la escritura”, lo cual corrobora lo que acabamos de decir
respecto del artículo 1507: si en la escritura pública consta que el comprador no ha
pagado el precio, el que a su vez adquiera de éste (por compra o permuta u otro contra-
to), debe saber que el primer vendedor podrá reivindicar la cosa una vez resuelta la
venta por falta de pago; pero cabe la hipótesis de que en la escritura conste como paga-
do el precio, y el nuevo comprador se atiene a esta constancia como es natural; si resulta
que se resuelve el primer contrato, podrá llegar el segundo comprador que la primera
2
El artículo 947 dice: “La acción reivindicatoria se extiende al embargo, en manos de tercero, de lo
que por éste se deba como precio o permuta al poseedor que enajenó la cosa”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 147
escritura fue nula o falsificada, y por tanto resultó engañado sin culpa alguna de su
parte, pudiendo defenderse así contra la pretensión de reivindicación del primer vende-
dor. No se concibe que el primer vendedor haya obrado de buena fe, si en la escritura
hizo constar que había recibido el precio y posteriormente demanda y obtiene la resolu-
ción del contrato por falta de pago del precio; esto implica falsedad o falsificación de la
escritura, y nadie puede beneficiarse de su propia actuación ilegal; por esto el tercero
engañado por la escritura falsa, puede oponer esta excepción contra la acción reivindica-
toria.
6.6. Una antigua sentencia admite que en el mismo libelo pueda deducirse la acción para
la resolución del contrato contra el comprador, y la restitución del mismo fundo contra
un tercero que lo hubiese adquirido del comprador y lo estuviese poseyendo actualmen-
te.
En otra resolución se declara: “La aplicación del artículo 1481 (hoy 1507) supone: 1.
Que el comprador enajenante sea deudor condicional de la cosa que compró, y a su vez
vendió a un tercero; 2. Que la acción se dirija contra la venta que hubiese hecho dicho
comprador. Siendo un sola la acción y uno sólo el contrato es in jurídico relevar al com-
prador de las obligaciones que le impone la resolución -restituir la cosa o el precio- por
el solo hecho de haber enajenado un parte de los bienes comprendidos en la demanda”.
Evidentemente, no puede quedar al arbitrio del comprador el burlar al vendedor, con el
ardid de vender una parte de la cosa y no pagar el precio que debe; si hubiere vendido,
el precio que debe recibir, puede ser embargado por su vendedor, conforme al artículo
947 del Código Civil, si el comprador hubiere enajenado toda la cosa, tendrá que respe-
tarse el derecho del tercero de buena fe que le compró, pero el primer comprador tendrá
que pagar todo el precio a su vendedor. En cambio, si el segundo comprador actuó de
mala fe, no podrá oponerse a la reivindicación de la cosa por parte del primer vendedor,
en el supuesto de que haya obtenido éste la resolución del contrato; y debe entenderse
que hay mala fe, si la segunda venta se hace después de iniciada la demanda de resolu-
ción.
6.7. Otra sentencia aclara que: “Si la resolución retrotrae las cosas al estado anterior al
contrato, ello tiene lugar sin perjuicio de los derechos de los terceros. El acreedor hipo-
tecario es tercero respecto de cuanto concierne al contrato entre comprador y vendedor
acerca de la cosa hipotecada. Por lo tanto, el derecho del acreedor no puede extinguirse
por una sentencia dictada en un juicio al cual no ha sido llamado; menos aún cuando la
condición resolutoria no aparece expresada en la escritura, sin que tal cosa aparezca por
el solo hecho de constar que el precio ha de pagarse dentro de un plazo. Si no debieran
aplicarse así las leyes, sería fácil burlar el derecho de los acreedores, sin más que obte-
ner la resolución de un contrato, sea por acuerdo privado, sea por medio de una senten-
cia que puede proceder de una colusión entre el comprador y el vendedor, tendiente a
establecer una preferencia respecto del crédito del vendedor con relación a los créditos
de los demás acreedores”.
6.8. En la siguiente sentencia, se aplica la norma respecto del poseedor de mala fe, y se
presume esta mala fe por determinadas circunstancias que han sido probadas: “El ven-
dedor demanda la resolución del contrato celebrado, por falta de pago del precio por el
comprador, y la rescisión de la venta hecha por éste a un tercero, por otorgada con mala
fe y en perjuicio de los derechos del primer vendedor; las acciones entabladas de resolu-
148 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
ción y rescisión se hallan autorizadas por la parte final del artículo 76 del Código de
Procedimiento Civil, acciones que se han tramitado por la vía ordinaria. Habiéndose
estipulado que la mora en el pago de un dividendo del precio, le daría al vendedor el
derecho para exigir el cumplimiento íntegro de la obligación, es procedente la acción
resolutoria, de acuerdo con el artículo 1864 (hoy 1813), ya que se ha dejado vencer los
plazos estipulados. Si bien la acción resolutoria es personal, alcanza en sus efectos jurí-
dicos a terceros poseedores de mala fe, en fuerza de lo prescrito en el artículo 1867 (hoy
1816). Aunque no exista prueba en el proceso de la simulación del contrato de compra-
venta efectuado con un tercero, sí la hay de la mala fe con que ambos procedieron en su
otorgamiento, por haber estado el vendedor constituido en mora de pagar el precio, sin
otros bienes ni medios para ganar la vida, siendo por estas circunstancias que las cono-
ció el tercer comprador, manifiesto el perjuicio que ha sufrido el primer vendedor, quien
no obtuvo con aquella enajenación de mala fe el pago efectivo de su crédito; caso de
rescisión a favor del acreedor que se halla previsto en el No. 1 del artículo 2450 (hoy
2370). Por tales consideraciones, se declara la resolución del primer contrato y la resci-
sión del segundo”.
6.9. Del mismo modo que el vendedor no puede resultar perjudicado por la mala fe con
la cual el comprador, sin pagarle el precio, vende la cosa a un tercero; tampoco puede el
vendedor desconocer los actos legítimamente efectuados por el comprador, de buena fe
y con terceros de buena fe, en ejercicio del derecho de propiedad que ha adquirido el
comprador: esos actos o contratos tienen que respetarse aún en el caso de que el primer
vendedor haya obtenido la resolución del contrato.
7. Pacto comisorio
7.1. En el concepto más amplio, se llama pacto comisorio a la cláusula que permite,
en los contratos bilaterales, a la parte que haya cumplido el contrato que pueda
pedir la resolución del mismo. Para la compraventa, se confiere este derecho al com-
prador, cuando el vendedor no ha entregado la cosa en el tiempo y lugar convenidos, y
se reconoce igual derecho al vendedor, para pedir la resolución, cuando el comprador no
ha pagado el precio en el tiempo y lugar convenidos. Este derecho de resolución a falta
de pago, que se ha expuesto en el número anterior, es y un pacto comisorio tácito: se
entiende incorporado en todo contrato de compraventa, por esto, llama la atención que
nuestro Código dedique un párrafo especial al pacto comisorio, y a primera vista no se
descubre qué agregue este pacto a lo ya establecido anteriormente en general para todo
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 149
7.2. El antecedente histórico que es preciso tener en cuenta consiste en que en el Dere-
cho Romano clásico, la compraventa, y en general los contratos bilaterales, no daban
lugar a una acción de resolución por incumplimiento de una de las partes, sino que se
confería solamente la acción ex contractu para exigir el cumplimiento. Por esto, el ven-
dedor que no hubiere obtenido el pago del precio por parte del comprador, solamente
podía demandarle para que pagara el precio completo. Sin embargo, podían las partes
pactar expresamente el pacto comisorio, por el cual, en caso de incumplimiento de una
de ellas, la otra tenía el derecho de exigir la resolución del contrato. Este pacto se gene-
ralizó poco a poco y el Derecho Canónico lo consideró natural, parte integrante de
toda compraventa, por un sentido elevado de equidad. El desarrollo del comercio en la
época moderna ha confirmado la conveniencia práctica y el valor equitativo de la reso-
lución a falta de pago.
7.3. Don Andrés Bello tuvo la intención de incluir el pacto comisorio como la regla
general de toda compraventa, y no consiguió que la Comisión Revisora de sus primeros
proyectos de Código aceptara en su integridad esta innovación, de donde resultó la
redacción actual de nuestra ley, un tanto ambigua.
7.5. El agregado que se introdujo en el artículo 1813 por resolución de carácter gene-
ralmente obligatorio de la Corte Suprema y que figura en el Código desde la edición de
1961, establece que el comprador puede paralizar la acción resolutoria, pagando el pre-
cio (“capital e intereses adeudados”), hasta que se reciba la causa a prueba. La doctrina
admite que esta norma se aplica también al llamado “pacto comisorio simple”, que se
distingue del “pacto comisorio calificado”. El primero consistiría en la cláusula por la
que expresamente se reconoce el derecho que ya confiere de modo tácito el artículo
1813, es decir, que no cambiaría en nada la relación entre las partes, y por eso, el com-
prador, podría, hasta que se abre la causa a prueba, paralizar la acción resolutoria, pa-
gando el precio.
150 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
7.6. El “pacto resolutorio calificado”, sería el más específico, el que establezca expre-
samente que “ipso facto” se resolverá el contrato por el hecho de no pagar el comprador
el precio. Este pacto especialmente severo, se prevé en el artículo 1819 que dice: “Si se
estipula que por no pagarse el precio al tiempo convenido, se resuelve ipso facto el
contrato de compraventa, el comprador podrá, sin embargo, hacerlo subsistir, pagando
el precio, lo más tarde, en las veinticuatro horas subsiguientes a la notificación judicial
de la demanda”.
7.7. Aquí aparece la diferencia que hay por una parte, entre el pacto comisorio táci-
to y el expreso simple, y por otra el pacto comisorio calificado: Los dos primeros
supuestos producen igual efecto, y el segundo caso produce un efecto ligeramente di-
verso. Si no se pactó expresamente (sólo tácitamente) o si se pactó el comisorio simple,
el comprador tiene la posibilidad de impedir la resolución del contrato pagando el precio
hasta el momento en que se abre la causa a prueba, en el juicio iniciado por el ven-
dedor para la resolución del contrato. En cambio, con el pacto comisorio calificado, el
convenido para que produzca efecto “ipso facto”, el plazo de gracia dentro del que
todavía puede pagar el comprador para impedir que se resuelva el contrato, es más bre-
ve: solamente veinticuatro horas a partir de la citación de la demanda. La diferencia
no resulta, pues, muy notable.
7.8 Considero que, aunque el texto legal adolece de cierta imprecisión, debida a los
motivos históricos indicados, hay que entender que en cualquier caso de compraventa,
el vendedor que no ha sido debidamente pagado: 1. Puede siempre escoger entre las dos
acciones ya mencionadas (para el pago, para la resolución); 2. Si escoge la una o la otra,
debe demandar al comprador, para obtener sentencia que reconozca su derecho. El
comprador, en cambio; una vez que recibe la citación de la acción resolutoria, puede
paralizar el efecto de esta acción pagando hasta el momento de la apertura de la causa a
prueba, en los casos generales (pacto comisorio tácito o expreso simple); 3. Solamente
tiene 24 horas, si pactó comisorio calificado; pero aún en este caso, se requiere que el
vendedor le conmine con la demanda judicial.
7.9. Una amplia sentencia de la Corte Suprema, analiza estas situaciones: “Si bien es
cierto que la oferta de pago por consignación se la hizo después de constituido el com-
prador en mora de pagar el precio total del inmueble, esto es, cumplida ya la condición
resolutoria tácita, también lo es que ésta no produce, por el mero hecho de verificarse, la
resolución ipso facto del contrato: pues faculta solamente a la parte que ha cumplido
con las estipulaciones del contrato, para que pueda pedir su arbitrio la resolución o el
cumplimiento, con indemnización de perjuicios: se sigue que, mientras por fallo judicial
no se declare resuelto el contrato, este subsiste con todos sus derechos y obligaciones
cuyo cumplimiento ha servido de base para la demanda, durante el curso del juicio,
hasta la sentencia definitiva. Lo dicho aparece con más claridad, si se examinan los
diversos efectos jurídicos de la condición resolutoria tácita y de la expresa, o sea el
pacto comisorio. Por este pacto se estipula expresamente que no pagando el precio al
tiempo convenido, se resolverá el contrato de venta, en el cual se entiende siempre esta
estipulación, y cuando se expresa, toma el nombre de pacto comisorio, que no priva al
vendedor de la elección de acciones, para exigir el precio o pedir la resolución de la
venta, con indemnización de perjuicios a menos que se hubiese estipulado que de no
pagarse el precio, en el plazo convenido, se resuelve ipso facto el contrato, en cuyo
evento podrá aún el comprador hacerlo subsistir consignando el precio dentro de las
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 151
7.10. Encuentro que la diferencia entre los tres casos planteados, se acentúa cuando se
mira las relaciones con terceros. Efectivamente, quienes hayan adquirido a título one-
roso, del comprador, no pueden sufrir en sus derechos legítimamente adquiridos, siem-
pre que hayan procedido de buena fe, tal como ya hemos expuesto anteriormente; pero,
si estos terceros han actuado de mala fe, el vendedor primero, puede reivindicar la cosa
que ha regresado a su dominio por la resolución del contrato. Ahora bien, si la primera
venta se hizo simple y llanamente, es decir con sólo el pacto resolutorio tácito, no está
una persona obligada a hacer mayores averiguaciones sobre si el comprador (que ahora
es quien le vende) ha pagado el precio; se supone que quien está en posesión de una
3
Gaceta Judicial, Serie VII, No. 1, p. 34, 19 de septiembre de 1945.
152 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
cosa es su dueño y puede libremente disponer de ella; si no hay indicios claros de insol-
vencia y de deuda del precio, el tercero que compra al comprador, se ha de considerar
como adquirente de buena fe, y el primer vendedor no podrá despojarle por medio de la
reivindicación, una vez pronunciada la resolución. En cambio, si consta en el primer
contrato el pacto comisorio, y este primer contrato fue conocido, o debió ser conocido
(por tratarse de escritura pública inscrita), por el tercero que a su vez compra, se puede
presumir su mala fe, sobre todo si, por otra parte sabe o debe saber que el precio no ha
sido pagado por el primer comprador, que ahora vende, con la consecuencia de que esto
permitirá al primer vendedor, reivindicar.
La conclusión de que es posible presumir la mala fe, en los casos de pacto comisorio
conocido o que debió conocerse, no es absoluta, y que la mera posibilidad de que se
produzca la resolución del primer contrato, no implica necesariamente que ésta realmen-
te se realice, ya que hemos visto que el comprador puede impedirla, pagando, y pagando
hasta el momento en que se abre la causa a prueba (en los casos comunes o de pacto
simple), o por lo menos en veinticuatro horas (si el pacto fue “ipso facto”).
7.12. Todo este complejo mecanismo jurídico, como se puede apreciar, tiende a respal-
dar el cumplimiento de los contratos, al mismo tiempo que restablecer la equidad, si es
violada por el incumplimiento de una parte. Por este motivo es razonable que se admita
el ius variandi, el cambio de la pretensión del vendedor, cuando ha demandado el
pago del precio y no lo consigue, ni mediante la orden judicial, se le abre la puerta para
demandar la resolución. Viceversa, una vez presentada por el vendedor la acción de
resolución, el comprador tiene a su alcance la posibilidad de pagar el precio e impedir
que el contrato quede sin valor, con lo cual el vendedor habrá obtenido el pago, aunque
demandó resolución.
7.13. En los contratos de tracto sucesivo, el pacto comisorio sólo puede producir efecto
ex nunc y no ex tunc (efecto retroactivo), porque lo ya cumplido permanece. Por ejem-
plo, en un contrato de provisión periódica de mercancías, en cierta cantidad y precio
determinados, que debe cumplirse mensualmente, durante dos o más años, y se han
cumplido por un tiempo, cayendo después en mora el comprador; el pacto comisorio
afectaría exclusivamente a los plazos posteriores a la mora, no a los anteriores, que se
respetarán como contratos autónomos.
7.14. Pero si la compraventa tiene una unidad, cualquier falta de cumplimiento de los
pagos del único precio, dan derecho al vendedor pedir la resolución. Esto, debe mode-
rarse, por sentido de equidad, sin llegar al extremo de que el incumplimiento de una
parte mínima, lleve al desconocimiento de todo valor al cumplimiento casi total o de la
mayor parte. Así en materia de construcciones, el resolver el contrato por un insignifi-
cante falta de pago, ocasionaría mayores perjuicios ( y tal vez, a ambas partes), de suerte
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 153
que el juez deberá moderar la aplicación del derecho, para que no sea summium ius,
summa iniuria.
7.15. La aplicación del pacto comisorio no priva a las partes de su derecho a la indem-
nización de daños y perjuicios ocasionados por el incumplimiento de la otra parte. Si
ambas han incumplido, se compensarán estos perjuicios, salvo que se prueba un mani-
fiesto desequilibrio en daño de una de ellas, la que deberá ser indemnizada.
7.16. Si son varios los acreedores y unos desean exigir el cumplimiento, mientras que
otros prefieren la resolución, en igualdad de condicione debe preferirse el cumplimiento,
para aplicar el principio pacta sunt servanda, que inspira, nuestra legislación.
7.18. El artículo 1820 del Código Civil establece que: “El pacto comisorio prescribe en
el plazo prefijado por las partes, si no pasare de cuatro años, contados desde la fecha del
contrato.- Transcurridos estos cuatro años, prescribe necesariamente, sea que se haya
estipulado un plazo más largo o ninguno”.
Habría sido preferible que el legislador dijera que las partes pueden establecer un plazo
de vigencia del pacto comisorio, que no exceda de cuatro años. Esto es lo que pretende
la ley conceder a las partes, pero ha preferido llamar “prescripción” a este plazo que
voluntariamente pueden señalar las partes, siendo así que las normas de la prescripción
propiamente dichas no pueden ser alteradas por convención privada. La libertad de
contratar y establecer un plazo, esta sí se limita de modo imperativo por la ley: no puede
exceder de cuatro años, por lo que la acción comisoria o resolutoria, prescribe en ese
término de cuatro años.
7.19. La prescripción del pacto o de la acción para hacerlo efectivo, no obsta a que per-
duren las acciones para cobrar el precio o para exigir la indemnización de perjui-
cios, que se someten a su vez a las normas generales de prescripción de las acciones.
154 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
8.1. El pacto de venta con reserva de dominio supera a las diversas garantías de que
dispone el vendedor, ya que mediante esta cláusula, el vendedor conserva la propiedad
de la cosa vendida hasta que sea totalmente pagado el precio.
8.2. Esta figura jurídica tiene antecedentes en el Derecho Romano y, como indica
Rezzonico, dio origen a abusos usurarios: se atribuye a ella la fortuna legendaria de
Marcus Crasus; pero también puede ser útil para favorecer la adquisición de cosas por
parte de personas que no disponen de capital suficiente y desean obtener plazos para
pagos por dividendos. Esto es lo que ha hecho que en el mundo moderno haya vuelto a
tener gran favor el pacto de reserva de dominio.
8.3. Con precisión describe así esta figura, Degni: “El vendedor permanece propietario
de la cosa, con la sola limitación de conceder, entretanto, el uso y goce al comprador, y
con la sola obligación personal de no transferir a otros la propiedad. El comprador es un
precarista, no puede prescribir la cosa, y si dispone de ella responde de apropiación
indebida. El vendedor continua siendo propietario; a cargo de él queda el periculum rei;
pero precisamente porque el uso y goce es dado al comprador, la responsabilidad por los
daños que la cosa ha podido ocasionar a los terceros corresponde al comprador”. Todas
estas características de la venta con reserva de dominio, tienen perfecta aplicación en
nuestro sistema jurídico civil.
8.5. Analizando los dos aspectos de la compraventa, como contrato que origina
obligaciones y como título de transferencia del dominio; se concluye que en el Ecuador,
la venta con reserva de dominio implica un condición suspensiva respecto de la
transferencia del dominio y una condición resolutoria respecto del contrato mismo.
El dominio no se transfiere entre nosotros por la simple vista, sino por la tradición; por
tanto, el que vende y se reserva el realizar la tradición una vez que el comprador haya
pagado el precio, está imponiendo una condición suspensiva, cumplirá su obligación de
hacer la tradición y traspasar el dominio, cuando se cumpla la condición, cuando el
comprador pague el precio.
Pero, por otra parte, el contrato de compraventa con reserva de dominio, se perfecciona
por el acuerdo entre las partes sobre la cosa y el precio, y normalmente se comenzará a
cumplir mediante la entrega material de la cosa al comprador para que tenga ya el dis-
frute de ella.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 155
Así, supuesto que el vendedor incurra en insolvencia o quiebra, sus acreedores pueden
exigir la entrega de la cosa que haya vendido con reserva de dominio, para que integre
la masa de los bienes que responderán por sus obligaciones. Viceversa, si es el compra-
dor quien ha caído en insolvencia, sus acreedores no pueden ejecutar sus créditos sobre
la cosa que está en tenencia del comprador, pero que sigue siendo de propiedad del
vendedor. Si el comprador hubiere enajenado la cosa, habría dispuesto de cosa ajena,
con pleno conocimiento de no poder realizar dicha transmisión de un dominio que no le
pertenece, y por tanto, si la cosa está en poder de un tercero que así la adquirió, nada
impide para que el vendedor pueda reivindicar lo que realmente nunca salió de su pro-
piedad.
8.8. Nuestro Código Civil se refiere a la venta con reserva de dominio por lo menos en
tres artículos: el 696, 203, 1746 y el 1814. Conviene tener en cuenta su contenido.
El primero de los indicados se sitúa en el Título sobre la Tradición (Título VI del Libro
II), y dice: “La tradición puede transferir el dominio bajo condición suspensiva o resolu-
toria, con tal que se exprese.- Verificada la entrega por el vendedor, se transfiere el
dominio de la cosa vendida, aunque no se haya pagado el precio, a menos que el vende-
dor se haya reservado el dominio hasta el pago, o hasta el cumplimiento de una condi-
ción”.
Esta norma se refiere, pues, directamente a la tradición, admite que sea condicional;
por lo tanto, los efectos de este modo de transferir el dominio y otros derechos reales,
puede quedar en suspenso hasta que se cumpla una condición o, bien una vez efectuada
la tradición, puede quedar sin efecto por la resolución producido por el cumplimiento o
incumplimiento de una condición (condición positiva o negativa). Esto se aplica a cual-
quier título que sirva de antecedente para emplear el “modo-tradición” para transferir
la propiedad, pero el artículo 696, refiere la norma de manera directa a la compraventa,
que indudablemente es el título más frecuentemente empleado. En el caso de la compra-
venta, la normal es que, al haberse perfeccionado el contrato por el consentimiento de
las partes, se produzca la transferencia del dominio en el instante mismo en que se veri-
fique la tradición, la excepción consiste en la “reserva de dominio”, es decir, en la con-
dición. Lo de “otra condición”, prácticamente no se usa y se reducen todas las situacio-
nes a la condición de no transferirse la propiedad hasta que se pague el precio o se
cumpla otra condición suspensiva hasta el cumplimiento pleno de la obligación de pagar
el precio. La condición debe ser expresa, como señala el artículo 696.
156 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Esta disposición del Código deja claramente de relieve que una cosa es la entrega mate-
rial de la cosa y otra, la tradición, aunque muchas veces la tradición se efectúe precisa-
mente mediante la entrega material o coincidiendo con ella. En el supuesto de la com-
praventa de inmuebles, dicha diferencia, desde luego, se presenta radical, puesto que la
entrega material se verifica poniendo el bien raíz a disposición del comprador, mientras
que la tradición solamente se puede verificar por la inscripción de la escritura en el
Registro de la Propiedad. También el artículo 696 permite hacer esta distinción entre
entrega material y tradición, ya que admite la plena vigencia y efecto del contrato de
compraventa, aunque no se haya pagado el precio, pero el efecto de transmitir el domi-
nio puede suspenderse por la condición de reserva de dominio: la cosa puede entregarse
al comprador, pero esa entrega no constituye tradición si expresamente se ha pactado la
reserva de dominio.
El artículo 1814 aplica las dos anteriores normas y dice así: “La cláusula de no transferir
el dominio sino en virtud de la paga del precio, no surtirá otro efecto que el de la de-
manda alternativa enunciada en el artículo precedente; y pagando el comprador el pre-
cio, subsistirán en todo caso las enajenaciones que hubiere hecho de la cosa o los dere-
chos que hubiere constituido sobre ella en el tiempo intermedio”.
El artículo precedente, menciona las dos acciones que tiene el vendedor, para exigir el
cumplimiento del contrato, es decir, el pago del precio, o para pedir la resolución del
contrato. Estas dos acciones alternativas permanecen en el caso de la venta con reserva
de dominio: el vendedor, en caso de mora del comprador, puede demandarle el pago, o
la devolución de la cosa que le entregó, sin tradición, sin transferirle el dominio al com-
prador.
8.10. El artículo 1814 pone a salvo los derechos adquiridos por terceros que hubieren
adquirido del comprador, si el comprador paga el precio. Es decir, que permite la conva-
lidación de actos que pueden haber sido nulos, y en esto demuestra la ley la voluntad de
dar solidez al contrato de compraventa, de crear seguridad en los negocios. El compra-
dor no podía constituir derechos a favor de terceros, no siendo propietario sino mero
tenedor, pero si lo ha hecho, el pago del precio al vendedor original, convalida esos
actos y se deberán respetar los derechos de los terceros.
¿Hasta cuándo podrá verificarse ese pago, para que surta este efecto de convalidación?.
No lo dice expresamente la ley, pero, como el artículo 1814 se remite al anterior para
aseverar la vigencia de las dos acciones alternativas que competen al vendedor, debe
deducirse que el pago se podrá verificar hasta que la causa se abra a prueba, tal como se
prevé en el artículo 1813 para los casos normales de compraventa y que también debe
aplicarse a la compraventa con reserva de dominio. No habiendo norma específica, lo
lógico parece aplicar la regla general y no pensar que en cualquier tiempo pueda verifi-
carse tal pago. Además de la razón de interpretación por analogía, piénsese que se trata
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 157
8.11. Para mayor seguridad resulta recomendable que se incluya en el contrato la expre-
sa prohibición al comprador de enajenar o gravar la cosa vendida. De este modo, la
posibilidad de venta de cosa ajena queda descartada y se evita el riesgo de perjuicios a
terceros.
En materia comercial, por la ley especial de venta con reserva de dominio, la prohibi-
ción de vender o gravar la cosa es absoluta, pero esa norma no rige para los contratos
meramente civiles, salvo que por expresa cláusula se establezca así.
8.12. Otro pacto accesorio que frecuentemente se usa consiste en declarar que si el
comprador deja de pagar uno de los dividendos del precio, se entenderá que ha incurrido
en mora de pagar todo el saldo deudor y podrá de inmediato el vendedor recuperar la
cosa. Se ha discutido si esta cláusula es legal, pero no encuentro inconveniente jurídico,
aunque en ciertos casos podría prestarse a abusos del derecho (exigir la resolución
cuando falta de pagar una mínima cantidad); pero el posible abuso no justifica negar un
derecho.
8.13. Conviene tener presente que en el Ecuador, si bien el Código Civil, desde su ori-
gen, permite la venta con reserva de dominio, no así el Código de Comercio, que no
contenía una norma que expresamente autorizara la compraventa con reserva de domi-
nio, al menos en la forma propia de los contratos civiles. Más bien, el artículo 172 del
Código de Comercio admite la condición suspensiva, pero a favor del comprador que
compra con la cláusula de gustar o probar la cosa y eventualmente devolverla si no es de
su agrado; esta condición suspensiva de la eficacia del contrato de compra es a favor del
comprador, mientras que la reserva de dominio se establece a favor del vendedor y para
asegurarle el cobro del precio. Aplicando las normas generales de libertad contractual,
podía pactarse algo similar a la reserva de dominio propia del Código Civil, hasta que,
mediante el Decreto Supremo 548-Ch, publicado en el Registro Oficial 68 del 30 de
septiembre de 1963, se introdujo en el Código de Comercio una amplia Sección 4a. en
el Título II del Libro II en la que, con bastante minuciosidad se regula la venta con
reserva de dominio para los comerciantes o actos de comercio.4
8.14. Ciertamente que la mayor parte de los contratos de venta con reserva de dominio
serán de naturaleza mercantil y se someterán a la ley especial de la materia, pero si se
trata de contratos civiles, habrá que aplicar por analogía las reglas comerciales. Así, el
artículo 8 de la ley prohíbe bajo pena de nulidad, los contratos de venta, permuta, arren-
damiento o prenda sobre la cosa comprada con reserva de dominio, lo cual deberá apli-
carse también en los contratos civiles. En cambio, hay disposiciones más específicas de
los contratos mercantiles, que no cabría aplicar en los civiles, como la del artículo 10 de
4
Un buen comentario de esta Ley, señalando sus aciertos y sus numerosos defectos, se encuentra en
el Libro del Doctor Miguel Vernaza Quevedo: “El Contrato de Compraventa con reserva de dominio
en el Derecho Ecuatoriano”, Quito, Corporación de Estudios y Publicaciones, 1986. 320 pp.
158 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
la ley, que permite al vendedor retener el pago recibido, en caso de resolución, como
indemnización de perjuicios, pero sólo hasta la tercera parte del precio total. No hay en
el Código Civil una regla o un principio que permita justificar esa limitación de los
perjuicios hasta la tercera parte del precio, y no parece que este criterio (muy discutible),
deba trasladarse de una ley a otra.
8.15. En una sentencia de la Corte Suprema se dispone que si no se pactó que los divi-
dendos del precio que estuvieren pagados queden a favor del vendedor en compensa-
ción de los posibles perjuicios, no puede ordenar el juez que se proceda así, ya que
habría para el vendedor un enriquecimiento sin causa; debe devolver cuanto recibió y
recuperar la cosa venida.
8.16. La ley especial de compraventa con reserva de dominio se aplica solamente a las
cosas muebles y por excepción, a las naves, aunque esto último resulta dudoso. Por
esto, para las ventas de barcos o de aviones, se suele recurrir más bien al arrendamiento
mercantil con opción de compra, que surte efectos parecidos a los de la compraventa
con reserva de dominio: el vendedor sigue siendo propietario y el comprador va pagan-
do por dividendos el precio, hasta que lo cubre totalmente y entonces se le transfiere el
dominio. La jurisprudencia de nuestros tribunales se centra casi exclusivamente en
casos de ventas mercantiles, pero de todas formas puede ilustrar, por analogía, para los
casos civiles.
1. La retroventa
1.2. Define el artículo 1821: “Por el pacto de retroventa el vendedor se reserva la facul-
tad de recobrar la cosa vendida, entregando al comprador la cantidad determinada que
se estipulare, o en defecto de esta estipulación, lo que le haya costado la compra”.
Mientras que en la venta con reserva de dominio se prevé la posibilidad de que la te-
nencia de la cosa vendida regrese a manos del vendedor, en el pacto de retroventa es el
dominio mismo de la cosa el que vuelve a su original titular.
1.3. La venta con reserva de dominio tiene una finalidad de garantía a favor del ven-
dedor, para asegurarle el cobro del precio: en la retroventa, el contrato está consumado
y cumplido, ha producido por la tradición la transmisión del dominio, y esta propiedad
del comprador (que en principio sería permanente e incondicional) queda sujeta a cadu-
cidad: la pierde el comprador si el vendedor usa de la facultad que se le confirió en el
contrato de compraventa y devuelve al comprador una cantidad determinada de dinero,
para recuperar la cosa.
Este extraño mecanismo jurídico que contradice la perpetuidad normal del dominio,
se explica por un función económica muy distinta de la también normal de la compra-
venta: la retroventa se dirige a garantizar al que actúa como comprador la devolu-
ción de un dinero que ha entregado, a título de precio de la cosa, al vendedor. Éste ha
recibido un capital en préstamo y como garantía de que devolverá el dinero, enajena una
cosa a favor del comprador quien le presta el capital. Se produce una relación semejan-
te a la del contrato de prenda, pero más radical y enérgica en la protección del acreedor-
comprador, puesto que éste adquiere una cosa y la tiene en su dominio, posesión y te-
nencia, mientras que en la prenda solamente hay una tenencia por parte del acreedor, y
la cosa servirá de garantía que se hace eficaz por la venta en subasta.
1.4. Hay que tener en cuenta esta función económica del pacto de retroventa para
comprender mejor su naturaleza jurídica y su funcionamiento. En efecto, el vendedor,
que se ha despojado de algo que le pertenecía y ha recibido un dinero como precio de
compraventa, conserva la facultad de recuperar la cosa que vendió, pagando una
cantidad preestablecida en el mismo contrato, o, falta de esta estipulación, devolviendo
160 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
el precio recibido y cubriendo otros gastos que hubiere hecho el comprador. El deudor
(vendedor) puede, por consiguiente, pagar y recuperar la cosa.
1.5. Entendidas así las relaciones entre vendedor y comprador, se resuelve el problema
de la naturaleza jurídica del pacto de retroventa, que ha sido y es objeto de múltiples
doctrinas contradictorias.
Por su parte Planiol señala que el pacto “a rémere” se concibe por unos como una nue-
va venta, por otros, como un retracto convencional. En efecto, el vendedor ejerce el
pacto “rémere” y recobra la cosa como si nunca hubiese perdido la propiedad de ella; el
comprador se reputa no haber sido nunca propietario de ella y los terceros sólo habrán
adquirido sobre la cosa un derecho válido si son causahabientes del vendedor; el Fisco
no percibirá derechos sobre la operación por la cual vuelve la cosa a poder del vende-
dor. Esta concepción del pacto de retroventa parece más próxima a las disposiciones de
nuestro Código, en cuanto que, para nosotros, si el vendedor usa de la facultad que le
confiere el pacto, se produce un efecto muy semejante a la resolución común.
1.6. Para que el pacto de retroventa tenga eficacia plena, se requiere o bien que se pro-
híba en absoluto al comprador que pueda enajenar o gravar la cosa; o bien, que si
se produce esta enajenación o gravamen, sea con la precisa condición de que los adqui-
rentes o beneficiarios del gravamen, respeten el derecho del primer vendedor, quien
quede facultado para recuperar la cosa en el estado jurídico que tenía cuando él la ven-
dió con pacto de retroventa.
Efectivamente, nuestro derecho trata de configurar así el derecho del vendedor, como
una facultad de recuperar la cosa en su estado primitivo. Por esto, el artículo
1822declara que los efectos contra terceros se sujetan a lo dispuesto en los artículos
1506 y 1507, es decir, se reconocen esos derechos solamente a quienes de buena fe los
hayan adquirido, y no se admite que hayan adquirido tales derechos, si constaba en
escritura pública, el pacto por el cual el vendedor podría recuperar la cosa. Se aplica,
pues, la misma norma que se prevé para el pacto comisorio: la resolución no respeta los
derechos adquiridos por los terceros, salvo que los hayan adquirido de buena fe. Si
consta en escritura pública inscrita el pacto de retroventa y con posterioridad el compra-
dor enajena la cosa, o la grava con una servidumbre o hipoteca, tales derechos de pro-
piedad, servidumbre o hipoteca no serán respetados en el caso de readquisición de la
cosa por parte del primer vendedor. Quien pretenda hacer valer esos derechos, deberá
demostrar que obró de buena fe, con ignorancia justificable de la existencia del pacto, lo
cual no se admite en el caso de constar en escritura pública.
1.7. En algunos derechos extranjeros el pacto se puede transferir a favor de otra perso-
na: el vendedor puede cederlo. A diferencia de esto, nuestro Código prohíbe la cesión:
“El derecho que nace del pacto de retroventa no puede cederse”, dice el artículo 1824, y
sí lo ha confirmado la jurisprudencia nacional.
1.8. Una consecuencia del efecto retroactivo del pacto de retroventa, consiste en que la
cosa regresa al patrimonio concreto del que salió, por consiguiente, si vendió una
mujer un bien personal y después de haber contraído matrimonio, usa la facultad de
recuperar la propiedad vendida, la cosa no ingresa al patrimonio de la sociedad conyu-
gal sino al patrimonio personal de la mujer casada.
1.12. El inciso segundo del artículo 1825 dice: “Pero en todo caso tendrá derecho el
comprador para que se le dé noticia anticipada, que no bajará de seis meses para los
bienes raíces, ni de quince días para las cosas muebles. Y si la cosa fuere fructífera, y no
diere fruto sino de tiempo en tiempo y a consecuencia de trabajos e inversiones prepara-
torias, no podrá exigirse la restitución demandada sino después de la próxima percep-
ción de frutos”. El caso más típico es el de una hacienda agrícola, cuyos campos requie-
ren de varios trabajos para producir cosechas, y la equidad y con ella la ley exigen que
se beneficie de esas labores el comprador; de allí la regla general de anticipar con seis
meses el anuncio de la petición de resolución, y más específicamente, la necesidad de
esperar hasta la percepción de los frutos pendientes.
1.13. La devolución de la cosa debe hacerse en el estado en que fue objeto del contra-
to, y si ese estado se ha alterado por causa del comprador, éste debe compensar al ven-
dedor si se trata de desperfectos o daños, mientras que si ha mejorado la cosa a su costa,
tendrá derecho a indemnización equivalente. Se aplican, pues, las mismas normas que
en el caso del pacto comisorio. El artículo 1823 se refiere también a las accesiones natu-
rales, que se reconocen a favor del vendedor. Estas disposiciones sobre el estado de la
cosa, configuran la venta con pacto de retroventa como una situación provisional, sujeta
a resolución, pero, como ya he manifestado, una resolución que no depende de condi-
ción sino del ejercicio facultativo de un derecho del vendedor. Este derecho puede a su
vez modificarse por especiales cláusulas que agraven o disminuyan la responsabilidad
del comprador por el mantenimiento de la cosa en su estado primitivo.
1.14. Desde luego, si la cosa ha perecido, por cualquier causa que fuere, no cabe exigir
la devolución. Pero si ha sido por culpa o dolo del comprador que se ha destruido o
perdido la cosa, tendría que indemnizar al vendedor si éste prueba que le causa perjui-
cios la falta de devolución. No basta para exigir esta indemnización el hecho de ser
imposible la resolución, ya que mediante ella tanto el comprador como el vendedor
regresan a la situación en que antes del contrato se hallaban y se supone que la compra-
venta equilibra los derechos de uno y otro: el precio por la cosa.
1.15. Como se puede estipular que el vendedor deba pagar al comprador una suma
igual, mayor o menor, al precio que recibió, es esta cláusula la que se presta para abu-
sos de carácter usurario, estableciendo que el vendedor deba pagar cantidades muy
superiores a la recibida como precio. Le queda al vendedor el recurso de no pedir la
devolución de la cosa y quedarse simplemente con el precio recibido. Algunos autores
consideran que sería conveniente que las leyes no permitieran pactar una devolución
mayor o considerablemente mayor al precio, para eliminar la posibilidad de negocios
usurarios.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 163
Para evitar esa clase de abusos, se dictó el 6 de mayo de 1936 un Decreto Supremo que
prohibía a las casas de empeño o contadurías y en general las de préstamos de dinero,
hacer otros contratos que los simplemente prendarios, de suerte que, en caso de mora
del deudor prendario se procediera a rematar al martillo las cosas empeñadas. Este De-
creto, sin embargo, no ha sido recogido en las posteriores codificaciones de la ley civil,
y debe entenderse derogado.
1.16. Como hemos dicho, el pacto confiere “al vendedor” el derecho de pedir la devolu-
ción de la cosa vendida; pero aplicando las normas generales del derecho, ese derecho
se extiende quienes le suceden por herencia, no a posibles cesionarios, porque lo
prohíbe el artículo 1824. Se plantea, si podrán pedir la resolución del contrato los acree-
dores del vendedor o del comprador quebrados; también aquí hay que remitirse a las
normas generales, ya que no existe regla específica, y concluiremos que si el pacto se ha
hecho colusoriamente, en perjuicio de dichos acreedores, éstos pueden solicitar que
vuelvan las cosas a su primitivo estado.
2. Pacto de reventa
2.2. Este pacto es de rara aplicación y no ha sido tomado en cuenta de modo directo
por nuestra ley. Es lícito, conforme a la norma amplia contenida en el artículo 1827, y
siempre que no se perjudique a nadie.
2.5. Nada impide que los pactos de retroventa y de reventa se acumulen en el mismo
contrato: que se confiera ambas partes del derecho de exigir a la otra la devolución de
lo dado, entregando lo recibido. Más bien podríamos decir, que la simultaneidad de
ambos pactos resulta más equitativa que el establecer solamente uno de ellos, y evitará
los posibles abusos de carácter usurario.
3.1. El artículo 1826 dice: “Si se pacta que presentándose dentro de cierto tiempo (que
no podrá pasar de un año) persona que mejore la compra, se resuelva el contrato, se
cumplirá lo pactado: a menos que el comprador o la persona a quien éste hubiere enaje-
nado la cosa, se allane a mejorar en los mismos términos la compra.- La disposición del
artículo 1822 se aplica al presente contrato.- Resuelto el contrato, tendrán lugar las
prestaciones mutuas, como en el caso del pacto de retroventa”.
Nos hallamos, pues, ante un pacto accesorio, similar al de retroventa, al cual se remite
para los efectos entre las partes y frente a terceros.
3.2. Este pacto se establece en beneficio del vendedor, ya que a él corresponde el con-
siderar que la nueva oferta de compra “mejora” la anteriormente hecha. Esta mejor
condición puede consistir en un mayor precio, o, si se han dado plazos, en pago al con-
tado o en menor tiempo, o en otras cláusulas secundarias. En cualquier caso, correspon-
de al vendedor manifestar que tiene mejores propuestas, y si el primer comprador no las
iguala, le queda al vendedor la facultad de pedir la resolución del contrato.
3.3. Como este pacto ocasión una situación de incertidumbre, provisional, la ley limita
su vigencia a un año.
3.4. El comprador puede dar estabilidad a su derecho, igualando la nueva oferta hecha
al vendedor y, en igualdad de circunstancias, tiene derecho de preferencia y conservará
la cosa comprada.
3.5. Como dice claramente el Código, los efectos entre las partes y frente a terceros, así
como las prestaciones mutuas, son iguales a lo previsto para la retroventa.
3.6. Algunos códigos, como el de México establecen que si el comprador vende la cosa,
sin respetar la preferencia, la venta es válida, pero debe resarcir daños y perjuicios.
Cuando se procede a la nueva venta a favor del vendedor que goza de preferencia, en
principio el precio ha de ser el mismo de la primera venta, salvo que se haya establecido
otra cosa entre las partes, y, desde luego, hay que tomar en cuenta las mejoras que haya
introducido el comprador. Según De Diego, se le deben también intereses por el dinero
invertido en tales mejoras; pero hemos de observar que si la cosa fructífera, deben com-
pensarse los intereses con los frutos.
3.7. En el mismo plano de compraventas modificadas por pactos accesorios que crean
una situación inestable, se encuentra lo previsto en el artículo 186 del Código de Co-
mercio: “Si la venta se hubiere contratado por el precio que otro ofreciere, el compra-
dor, en el acto de ser requerido por el vendedor, podrá, o llevarla a efecto, o desistir de
la compra; pero si pasaren tres días desde el contrato sin que el vendedor haga el reque-
rimiento, el contrato quedará sin efecto, a menos que el comprador hubiere recibido los
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 165
efectos vendidos; pues en tal caso deberá pagar el precio que tuvieren al día en que los
recibió”. No corresponde comentar aquí este típico contrato mercantil, pero sí conviene
señalar que se ha configurado a favor del comprador, a diferencia del civil de preferen-
cia que es a favor del vendedor; el plazo para consolidar el contrato o dejarlo sin efecto
es brevísimo: tres días; y la determinación del precio, a falta de acuerdo entre las partes,
es típicamente comercial: el precio del día en la plaza correspondiente.
3.8. Este pacto de “mejor comprador” se configura claramente como una condición
suspensiva y, podría cederse (a diferencia del derecho de preferencia, que es intransmi-
sible); solamente se puede aplicar a inmuebles y según el derecho argentino, no puede
durar más de tres meses. También el Código Español, contiene regulación expresa de
este pacto, en su artículo 1369.
4. Prohibiciones de enajenar
4.1. En varias de las Constituciones Políticas que han regido en la República se contenía
expresamente la disposición prohibitiva de constituir bienes perpetuamente inaliena-
bles. Nada dice al respecto la actual Ley Suprema, pero debe entenderse que el princi-
pio, que se considera como de derecho consuetudinario constitucional, permanece, ya
que el espíritu y la letra de la Carta garantizan la libertad de contratación y el respeto a
la propiedad privada. Por consiguiente, hay que excluir la posibilidad de que, mediante
una cláusula contractual se prohíba al comprador la enajenación del objeto del contrato,
de manera absoluta.
4.2. Resulta admisible una prohibición respecto de determinada persona y por tiempo
limitado: esto se justifica por conveniencias del comercio, tales como asegurar una
clientela o evitar un competencia inconveniente, y parecen ser medidas compatibles con
el respeto a la libertad y justo ejercicio de la libertad de contratación.
166 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4.4. También guarda cierta analogía con las anteriores, la disposición contractual por la
que el comprador se obliga a no revender la cosa por un precio fuera de ciertos límites.
También esta cláusula es admisible, con la debida moderación, como un instrumento
para evitar la competencia desleal.
4.5. En el plano comercial, otro pacto común es el de “venta en exclusiva”, por la cual
un productor o proveedor, asegura durante un tiempo y con límite geográfico, que sola-
mente venderá cierto producto a otra persona natural o jurídica, que adquiera así “la
exclusiva”. Este pacto es más bien una promesa de venta o promesa de sucesivas ventas.
Si bien otros la consideran como un contrato innominado, ya que no solamente hay la
obligación de vender a cierta persona, sino la prohibición de hacerlo a otras.
4.6. En los negocios de inmuebles se suelen establecer ciertas condiciones sobre edifi-
car o no edificar en tal o cual área, o que las edificaciones reúnan ciertos requisitos de
calidad, altura, etc., dentro de las más amplias regulaciones edilicias. Estas cláusulas son
lícitas y obligan a quienes las contraen, bajo pena de indemnizar perjuicios; eventual-
mente pueden contener cláusulas penales sea para reemplazar la difícil tasación de los
perjuicios.
4.7. En cuanto a otras limitaciones del dominio de la cosa que se vende, de carácter real,
se ha tratado en otros lugares de esta obra, al hablar de la propiedad horizontal, o de las
cargas reales que impone el Poder público, por exigencias del bien común, tales como
las que regulan precios de medicinas, alimentos u otros objetos de primera necesidad,
las que limitan la compraventa de bienes raíces en zonas estratégicas, o las que tienden
a proteger el ambiente o resolver problemas sociales mediante la reforma agraria, etc.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 167
6.1. La libertad contractual da origen a una variedad de contratos en los que la entrega
de la cosa o la del precio, se desdobla o multiplica en varios actos sucesivos. Esto impli-
ca una concesión de plazo o plazos para cumplir tales obligaciones y ocasiona los co-
nocidos problemas del incumplimiento parcial: después de haberse entregado una parte
de la cosa, se deja de entregar el resto, o después de haberse pagado una parte del pre-
cio, incurre el comprador en mora de otros dividendos.
6.2. Nuestro Código de Comercio establece en el artículo 200: “El comprador que
contratare en conjunto una determinada cantidad de mercaderías, no está obligado a
recibir una porción de ellas bajo promesa de que se le entregará posteriormente las res-
tantes.- Pero si el comprador aceptare las entregas parciales, la venta se tendrá por con-
sumada en cuanto a las porciones recibidas, aun cuando el vendedor no le entregue las
restantes.- En este caso, el comprador podrá compeler al vendedor a que cumpla inte-
168 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
6.3. Una especie de venta bastante usual es la que obliga a prestaciones sucesivas o
entregas periódicas. Incluso los grandes servicios de electricidad, agua potable, etc., se
inscriben en esta forma contractual, y los usuarios o compradores de la energía, del
agua, etc., se obligan a pagar periódicamente, en proporción a lo recibido o en cuotas
fijas e iguales. Se califican a veces como contratos de suministro, pero sustancialmente
son ventas escalonadas o con períodos de realización.
6.4. La más típica forma contractual que ha alcanzado gran difusión en los últimos años,
es la “venta-locación”, o arrendamiento con promesa de venta (leasing). Algunos con-
sideran que se trata más bien de una compraventa con reserva de dominio, disimulada
tras la apariencia de arrendamiento: el comprador ocupa la casa y paga mensualmente
una cuota que sobrepasa el normal canon de arrendamiento con relación al valor del
inmueble, de suerte que se considera que va depositando en manos del dueño el precio
de la futura venta; cuando se ha cubierto este precio o se está cerca de alcanzarlo, se
procede propiamente a la enajenación. Este contrato se utiliza también para las ventas
de vehículos, maquinarias, equipos industriales, etc. La figura resulta ambigua y real-
mente dependerá de la voluntad de las partes el acercarla a la compraventa con reserva
de dominio o a la locación con promesa de venta; así, si al final de los plazos hay que
pagar una suma notablemente superior las pensiones periódicas, se debe concluir que el
contrato fue de promesa de venta. Tratándose de inmuebles, naturalmente, debe constar
en escritura pública, pero si es de muebles, puede realizarse por documento privado.
CAPÍTULO XI
LA PERMUTA
1. Definición
1.1. “La permuta o cambio es un contrato en que las partes se obligan mutuamente a dar
una especie o cuerpo cierto por otro”, dice nuestro artículo 1837.
Planiol define la permuta como “cambio de una cosa por otra”, entendiéndose por “co-
sas” los bienes materiales y los derechos.
1.5. La permuta se llama también “cambio” o “trueque”. Nuestro Código Civil emplea
la palabra “cambio” para referirse a este contrato, en los artículos 1251 y 1864 a 1867;
la palabra “permuta”, aparece trece veces: artículos 165, 166, 691, 718, 886, 947, 1733,
1837 a 1840, 1853 y 2384. No usa el Código en ningún lugar la palabra “trueque”, pero
es corriente en el lenguaje de los negocios, incluso del comercio internacional.
1.6. La estrecha relación con la compraventa, deriva del origen de ambos contratos.
Coinciden los autores en afirmar que primitivamente el hombre debió utilizar el cambio
directo de unas cosas por otras, y que de allí derivó la compraventa, al inventarse el
dinero como signo representativo de la riqueza, o medida abstracta del valor de las co-
sas. Por esto, la regulación jurídica de la permuta guarda una gran analogía con la de la
compraventa y muchas veces los códigos se remiten escuetamente al régimen de la
compraventa, como sucede con el Código Alemán, que contiene un único artículo (615)
declarando aplicables a la permuta las reglas de la compraventa.
1.7. Guarda también un gran semejanza con la dación en pago, pero esta figura jurídica
tiene por objeto extinguir una obligación, mientras que la permuta origina recíprocas
obligaciones entre las partes: de transferirse el dominio.
2. Naturaleza jurídica
2.3. El criterio generalizado consiste en que si la parte que se paga en dinero supera
al valor de la cosa, se produce una compraventa, mientras que si el valor de las cosas
no es tan diferente y la compensación monetaria es inferior, entonces sólo se considera
como permuta. Así se dispone en el artículo 1733, perteneciente al Título sobre la com-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 171
praventa: “Cuando el precio consiste parte en dinero y parte en otra cosa, se entenderá
permuta si la cosa vale más que el dinero, y venta en el caso contrario”.
2.4. No resulta muy clara la disposición legal, ya que el punto de comparación podría
entender que sea la cosa de mayor valor o la de menor valor. Parece preferible entender
lo segundo, ya que la cosa de menos valor es la que hace el papel o cumple la función
de precio, juntamente con un cantidad de dinero, que se paga por la más costosa. Ade-
más, no cabe que se pague una cantidad superior al valor de la cosa de mayor precio y
además se entregue por ella otro objeto. Pero habría sido preferible que la ley lo dijera
expresamente: si lo que se paga en dinero supera el valor de la cosa de menor valor, es
compraventa, y si la cosa que se entrega tiene mayor valor que lo que se paga en dinero,
hay permuta.
3.1. Según la doctrina y las disposiciones de muchos códigos, la permuta sigue en casi
todo el régimen de la compraventa, tanto que con frecuencia las leyes simplemente se
remiten a las disposiciones de este último contrato.
3.2. La jurisprudencia francesa, como atestigua Planiol, extiende también las normas de
la promesa de venta a la promesa de permuta.
3.4. En cuanto a la forma del contrato, no cabe duda de que vale cualquier manera de
expresar el consentimiento de una y otra partes; pero, si una o ambas cosas que se cam-
bian es un inmueble o derechos de sucesión hereditaria, para la perfección del contrato
se requiere escritura pública, como lo ordena expresamente el artículo 1838. No olvi-
demos, además, que para que realice el efecto de la permuta, esto es la transferencia del
dominio, se deberá inscribir la escritura pública, ya que esta inscripción en el Registro
de la Propiedad constituye la tradición, el modo, para trasladar el dominio, a base del
título que en este caso es la permuta.
3.5. Una sentencia de la Corte afirmó que “la promesa de permutar semovientes por
bienes raíces, debía constar por escritura pública. Por lo mismo, no constando la prome-
sa en tal forma, las partes tenían derecho a ser restituidas de todo lo que entregaron en
concepto del contrato. Para estas restituciones no son necesarias ni la previa demanda ni
la resolución de nulidad del contrato, que no ha existido según la ley. Si el documento
privado de la promesa de la referida permuta es ineficaz para la perfección del contrato,
es válido para exigir el cumplimiento de las obligaciones que las partes se hubiesen
impuesto para el evento de no celebrarse la respectiva escritura pública. Si una de tales
obligaciones es la de pagar las mejoras realizadas en el predio, debe condenarse al pago
de ellas”. En voto salvado, el Dr. Adolfo Páez sostiene, sin embargo, que la nulidad
absoluta impide que se pueda dar ese efecto al contrato y se ordene el pago de mejoras;
y parece más acertada esta opinión, si bien la Corte podía más bien por equidad ordenar
el pago de las mejoras, dejando así satisfecho el debido respeto a la voluntad de las
partes y a la necesidad de evitar el enriquecimiento injusto.
3.6. En otra sentencia antigua se aclara que la falta de escritura pública en la permuta de
inmuebles, no puede ser suplida por la promesa de celebrar escritura pública; y debe
mirarse como no celebrado el contrato aunque en él se prometa reducirlo a instrumento
público dentro de cierto plazo. Se declara la nulidad absoluta, de oficio, y se ordena que
las cosas se restituyan al estado anterior al contrato.
1. Las partes están obligadas a conservar las cosas permutadas, hasta su entrega
y, en consecuencia, responden por culpa, según las reglas generales de las
obligaciones de dar;
2. Deben entregar cada uno lo que ofreció, y en el tiempo, lugar y condiciones
establecidas;
3. Ambos responden del saneamiento de evicción y de vicios ocultos; y,
4. Deben pagar a medias los gastos del contrato, salvo que dispongan otra cosa.
Hay otros efectos, que podríamos calificar de accidentales o eventuales, al igual que
sucede con la compraventa, como el previsto en el artículo 906: si alguna parte del pre-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 173
4.3. El artículo 1839 declara: “No pueden cambiarse las cosas que no pueden venderse”,
de donde se deduce que se acepta la posibilidad de que una de las cosas permutadas
sea ajena a quien se compromete a entregarla, ya que nuestro sistema admite la venta
de cosa ajena. El comprometerse a entregar, a título de venta o de permuta, algo ajeno,
implica la obligación de adquirir legalmente la cosa, para cumplir el contrato y que
realmente produzca sus efectos normales el trueque.
Pero, varios derechos extranjeros prohíben la venta de cosa ajena y consideran nulo el
contrato que se hiciera en contravención de tal disposición. Sin embargo, en el caso de
la permuta, esos mismos códigos adoptan una solución distinta: si una de las partes
descubre que el otro contratante no era dueño de la cosa que le entregó, podrá negarse a
dar la que él a su vez debía entregar en cambio, y resolver así de pleno derecho el con-
trato, exigiendo además indemnización si hubiere perjuicios. Así lo resuelven los dere-
chos de países como España, México o Argentina, con ligeras variantes. En España se
reconoce expresamente el derecho de retener la cosa que se debe entregar, en caso de
descubrirse que la que debe la otra parte no le pertenece. Esta solución jurídica no ha
sido incorporada a nuestro sistema, por lo cual, se ha de seguir la normativa propia de la
compraventa de cosa ajena, que ya hemos expuesto.
4.4. En cuanto a la evicción, si ésta es total, el que ha perdido por orden judicial, la cosa
recibida, tiene derecho a pedir la devolución de la cosa que entregó a cambio, como en
el caso de la compraventa, el comprador tiene derecho a que se le devuelva el precio que
pagó, o bien se le entregue legalmente la cosa misma. En la permuta, como explica
Borda, se dan tres posibilidades: reclamar la cosa que se dio; pedir su valor; o reclamar
el valor de la que el evicto entregó. En cualquiera de las tres opciones, hay lugar a la
indemnización de perjuicios. La diferencia entre la segunda y la tercera, normalmente
será de poca consideración económica, puesto que se supone la equivalencia de valores
de lo dado y lo recibido.
4.7. Si se anula el contrato, las cosas deben volver a su antiguo estado, deben devol-
verse a su dueño, pero esto no será posible si uno o ambos contratantes han enajenado lo
recibido. Planiol observa que, en tal supuesto, el que ha enajenado la cosa recibida, no
puede demandar la rescisión del contrato, porque estará en imposibilidad de restituir;
pero, si ha perdido la cosa recibida, sin su voluntad, tendrá que restituir solamente su
precio.
4.8. Otra original disposición ajena a nuestro sistema, fue introducida en Francia por
una ley de 1918, se establece el traslado de los derechos reales de un inmueble a otro, en
el caso de permuta, debiéndose notificar al acreedor y si este no consiente en el traslado,
queda a juicio del juez el admitirlo o no. Por ejemplo en una finca gravada por hipoteca;
este derecho real accesorio, se puede trasladar a la otra finca que se da en cambio sin
gravamen.
CAPÍTULO XII
LA CESIÓN DE DERECHOS
1.2. Sin embargo, la generalización de la cesión de derechos se puede decir que es obra
de los sistemas jurídicos contemporáneos, y todavía en algunos Códigos civiles se
prescinde de esta figura jurídica. En el nuestro, figura desde sus orígenes, en el Título
que ahora lleva el número XXIV del Libro IV. En algunas leyes extranjeras se mencio-
na al tratar de las obligaciones en general y la doctrina generalmente admite que en
virtud de esas normas generales, es legítima de cesión de derechos, tal sucede, por
ejemplo, en España.
1.3. Muy cercana a la disposición del Código Argentino está la de nuestro artículo 1841:
“La cesión de un crédito, a cualquier título que se haga, no tendrá efecto entre el cedente
y el cesionario sino en virtud de la entrega del título”. También nuestro Código Civil
hace referencia directa a los “créditos”, sin embargo, en varios otros artículos se men-
ciona la posibilidad o la imposibilidad de ceder ciertos derechos reales.
El artículo transcrito está situado, como hemos dicho, en el Título XXIV, que lleva el
epígrafe “De la cesión de Derechos”, y comprende tres párrafos, el primero se concreta
a “los créditos personales”, el segundo trata del “derecho de herencia”, que es un dere-
cho real; y el tercero, versa sobre “los derechos litigiosos”. Por tanto, la ley permite la
cesión de una variedad de derechos.
176 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.5. Hay que observar que el artículo transcrito emplea dos veces la palabra “título”, y
lo hace en dos sentidos diferentes: primero como causa remota para la transferencia, en
el mismo sentido en que se dice que la compraventa es “título” para transmitir el domi-
nio. La segunda vez, el artículo 1841 habla de la “entrega del título”, y aquí se refiere,
sin lugar a duda alguna, al documento en que se certifica la existencia del crédito.
Esta mención del título, en el primer sentido indicado, es decir, como causa para la
transferencia, se refiere seguramente a que la cesión puede ser “a título oneroso” o “o “a
título gratuito”, mediante un forma de contratación que implica contraprestación (onero-
sa), o que supone mera liberalidad (gratuita, como la donación). La cesión, efectivamen-
te admite esta doble modalidad: onerosa o gratuita.
1.6. Pero dicha mención del “título” en cuanto causa remota, origina el problema de si
se debe considerar la cesión como un “modo” de transferir la propiedad, otros derechos
reales y créditos personales. Esto podría pensarse, siguiendo el paralelismo que existe
en el caso de otros contratos, por ejemplo el de compraventa: allí la compraventa es el
“título” o causa remota de la transmisión del dominio y ésta se realiza mediante el “mo-
do”, consistente en la entrega o tradición de la cosa vendida De modo análogo, podría
pensarse que la cesión es un modo, como lo es la tradición, mediante el cual se realiza la
transferencia del derecho. Pero, por otra parte, la cesión de derechos está ubicada en el
Código entre los contratos, y más bien habría fundamento para decir que, siendo un
contrato más, constituye un “título” que origina la obligación de transferir y que ésta
transmisión de los derechos ha de verificarse mediante algún “modo”.
1.7. No es fácil resolver este problema que queda planteado, ya que nuestra legislación
parece un tanto fluctuante entre las dos soluciones: si se ha de considerar la cesión de
derechos como un título o como un modo. Así, por ejemplo, el artículo 833 del Código
Civil declara que los derechos de uso y habitación “no pueden cederse a ningún título”,
y de esta forma aparece la cesión como una manera de transmitir derechos, un “modo”,
como lo es la tradición, que no puede emplearse en el caso del uso y la habitación,
aunque haya un “título”, tal como la venta o la donación de tales derechos. En forma
parecida funciona la cesión en el artículo 817, en que aparece como modo de transferir
el usufructo, que puede ser impugnado por los acreedores perjudicados. Se admite la
cesión del usufructo en el artículo 808, sin calificar a la cesión de título o de modo, sino
simplemente indicando que a través de ella se produce este efecto traslativo. En el artí-
culo 807, en cambio, se parece contraponer la cesión al “título oneroso o gratuito” de
donde se deduciría que realmente la cesión es un “modo”. Por otro lado, el artículo 362,
hablando del derecho de pedir alimentos, dice que “no puede transmitirse por causa de
muerte, ni venderse o cederse de modo alguno”, de lo que podría deducirse que la ce-
sión se equipara a la compraventa, y por tanto es un título, como aparece también del
hecho de tratar el Código, de la cesión, en una de las partes del Libro IV, entre los de-
más contratos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 177
Ciertamente que nuestro sistema no excluye la posibilidad de que se unan título y modo,
como efectivamente acaece en la sucesión por causa de muerte. Por tanto, podría tam-
bién admitirse esta interpretación: la cesión de derechos es título y modo.
Pero, examinando más propiamente la forma y los efectos de la cesión de derechos, tal
como los regula el Título XXIV del Código Civil, aparece que realmente la cesión se
realiza como la tradición, mediante una entrega de la cosa (en el caso de la cesión, me-
diante la entrega del “título” documental) y el efecto consiste en producir no un obliga-
ción (como en los contratos, en la compraventa por ejemplo), sino la transferencia del
derecho, por lo cual se debe equiparar a los modos de transferir la propiedad. Se
podría decir que es una modalidad de la misma tradición. La tradición se aplica propia-
mente a las cosas materiales y los derechos constituidos sobre ellas, principalmente el
de dominio, mientras que la cesión es una forma de tradición, un modo de entregar y
transferir cosas inmateriales, derechos.
2.1. No se dice nada en el Título XXIV sobre la capacidad para ceder, de suerte que
simplemente se han de aplicar las normas generales: toda persona es capaz, mientras
no le afecte una causa de incapacidad que debe estar señalada expresamente por la ley,
por tanto, se presume la capacidad y se tiene que probar, si alguien no lo es.
2.4. Los derechos que la doctrina califica de “personalísimos”, no admiten cesión, tales
son las relaciones de familia, como entre padres e hijos o entre marido y mujer, en cuan-
to constituyen el orden mismo del hogar: la patria potestad, el derecho de usufructo a
favor de los mismos menores o del hogar común, etc., no pueden ser transferidos a otra
persona porque significaría desvirtuar la estructura fundamental de la familia. No es
necesario que la ley prohíba expresamente su cesión, ella se desprende de la naturaleza
de dichas relaciones familiares.
En segundo lugar, los individuos pueden dar carácter intransferible a ciertos dere-
chos que constituyen o conceden a otros. El principio de libertad contractual permite
178 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
que las partes interesadas asignen el carácter de intransferibles a los derechos o créditos
en general. Esto tiene claras aplicaciones en el ámbito comercial, por ejemplo en el caso
de los giros y endosos no transferibles de cheques, letras de cambio, pagarés y otros
títulos de crédito, que ordinariamente se pueden ceder, pero que por voluntad de las
partes se convierten en no cedibles. Se suele señalar como ejemplo de estos créditos
convertidos en intransferibles por voluntad privada, el de los billetes o pasajes de avio-
nes, trenes y otros medios de transporte; muy frecuentemente, cuando son de ida y vuel-
ta, la segunda parte no puede ser empleada sino por el mismo pasajero.
Además hay ciertas prohibiciones expresas consignadas en la ley, para impedir la cesión
de algunos derechos. A continuación se señalan las prohibiciones contenidas en el Có-
digo Civil.
2.5. El artículo 362 dice: “El derecho de pedir alimentos no puede transmitirse por
causa de muerte, ni venderse o cederse de modo alguno, ni renunciarse”. No se prohíbe,
en cambio ceder las pensiones alimenticias atrasadas, como expresamente lo dispone el
artículo 364.
Según el artículo 807, “el usufructo puede dar en arriendo el usufructo, y cederlo a
quienquiera a título oneroso o gratuito. Cedido el usufructo a un tercero, el cedente
permanece siempre directamente responsable al propietario. Pero no podrá el usufruc-
tuario arrendar ni ceder el usufructo, si se lo hubiere prohibido el constituyente, a
menos que el propietario le releve de la prohibición”. De suerte que, aunque rige la regla
general de la libertad de ceder, se limitan sus efectos, puesto que el cedente continua
siendo responsable ante el propietario; además, el cedente puede imponer la prohibición
de un nueva cesión (aunque el propietario puede liberar de esta prohibición). La cesión
del usufructo presenta otra peculiaridad, que se señala en el artículo 808: “Aún cuando
el usufructuario tenga la facultad de dar el usufructo en arriendo, o cederlo a cualquier
título, todos los contratos que haya celebrado al efecto, se resolverán al fin del usufruc-
to”. Se trata, pues de un derecho limitado en el tiempo, y la cesión lleva consigo la
misma limitación, de manera que termina el derecho del cesionario cuando llega a su fin
el usufructo, por ejemplo, por muerte del primer usufructuario cedente.
La prohibición de enajenar los bienes que forman el patrimonio familiar, en los que se
ha constituido este derecho, hace que tampoco puedan cederse, aunque esta prohibición
admite excepciones y cumplidos ciertos requisitos legales se levanta el gravamen y se
deja en libertad de transferir esos bienes (artículo 839).
El derecho que nace del pacto de retroventa no puede cederse, declara el artículo 1824.
Desde luego, las prohibiciones generales de todo contrato que implique transferencia,
afectan a la cesión, como es el caso de la sucesión futura, que no puede ser objeto de
ninguna convención, o cualquier disposición favor de quien es incapaz de recibir la
herencia (artículo 1008).
Además de estas expresas disposiciones del Código Civil, hay otros derechos que no
pueden cederse porque ello afectaría al orden público, como es el caso de los privile-
gios en la prelación de créditos.
2.7. Fuera del ámbito civil, hay numerosas leyes especiales, sobre todo de orden
administrativo, que establecen derechos que no se pueden ceder, tales como la mayor
parte de las concesiones administrativas, aunque también hay patentes, privilegios,
concesiones administrativas sujetos a cesión. No es este el lugar para detallar estas
peculiaridades propias de otras ramas del Derecho.
2.8. Naturalmente, nos estamos refiriendo al contenido del Título XXIV, es decir, a la
cesión de derechos, que supone el cambio de acreedor, el desplazamiento del titular
activo de la relación jurídica. Cosa muy diversa (en cierto modo, la contraria) es la ce-
sión de deudas, el cambio de un sujeto obligado por otro, esto constituye diferente
figura jurídica. A ella no se refiere el Título que estamos comentando, y si bien se ad-
mite por la doctrina, fundándose en el principio de libertad contractual, esto tiene mayo-
res limitaciones, y suele haber una general desconfianza hacia tal género de cesiones.
Planiol indica que en Francia, como aquí, el principio general consiste en que puede
cederse cualquier derecho cierto, aunque su cuantía sea indeterminada, tal como sucede
con un comunero que cede el crédito que posea en la cosa indivisa, o el precio que haya
de obtenerse en un licitación del objeto común. Se pueden ceder derechos futuros y
eventuales.
tación en el tiempo etc. Finalmente, entre las cosas que no admiten cesión, fuera de las
señaladas más arriba, indica: las libretas de ahorro, los diplomas, medallas y condecora-
ciones.
Refiriéndose al Derecho argentino, Borda señala que no pueden cederse: 1. Los dere-
chos inherentes a la persona; 2. Los de uso y habitación; 3. La esperanza de una suce-
sión; 4. Las jubilaciones y montepíos; 5. Los derechos futuros de alimentos; 6. El dere-
cho de adquirir por pacto de preferencia en la compraventa; 7. Las indemnizaciones de
accidentes de trabajo; 8. Los subsidios de maternidad: 9. El patrimonio familiar; 10. Los
préstamos a empleados, con obligación de descuentos de los sueldos; 11. Los derechos
bilaterales, sin consentimiento de la otra parte. Puede apreciarse que en cuanto a los
derechos civiles, hay una coincidencia con nuestro sistema, y el autor citado, añade
otros derechos de índole laboral, social, administrativo, etc.
En una de estas sentencias leemos: “La anticresis no es un derecho real sino un contrato
real, fuente de obligaciones personales; y, como tal contrato, no es susceptible de ce-
sión, no pudiendo por tanto, la otra persona ser colocada, total o parcialmente, en el
lugar del que, por su crédito, recibió un inmueble para pagarse con sus frutos, sino me-
diante una novación en que intervenga el deudor anticrético. Habiéndose prohibido al
deudor anticrético, aún subarrendar un departamento de la casa en anticresis, aunque
pudiera argüirse que, donde no hay arriendo no cabe subarriendo, tal prohibición corro-
bora la conclusión sentada (...) por lo expuesto se declara la nulidad de la cesión del
derecho anticrético”.
3.1. Ya hemos indicado cómo el mandato fue la figura que originariamente se usó en
Roma para superar el inconveniente de no poder transferir los derechos personales.
Actualmente se puede seguir adoptando esta medida de conferir mandato a otra persona,
pero, indudablemente el mandatario no hace suyo el derecho, sino que obstará en nom-
bre de aquel que le confirió el poder; además, éste termina con la muerte y también
puede ser revocado. La situación precaria del mandato contrasta con la posición defini-
tiva que se alcanza mediante la cesión de derechos.
Sobre el mandato y más concretamente sobre el endoso “al cobro”, existe abundante
jurisprudencia en el sentido de cuanto se expresa en las líneas anteriores. Otra interesan-
te observación de la jurisprudencia consiste en que, producido el mandato, el cesionario
no puede ceder a su vez el crédito, sino con la misma calidad de mandatario, y la cesión
hecha con otro alcance, es nula.
3.2. La novación es una figura jurídica por la cual una relación contractual o un derecho
se extingue y surge en su reemplazo otro. La extinción de la primera relación jurídica,
implica igualmente la terminación de lo que es accesorio, entre lo cual tienen mayor
importancia las garantías: éstas no se trasladan a la nueva obligación, salvo que expre-
samente se vuelvan a establecer. En la cesión de derechos, por el contrario, lo que se ha
cedido pasa al cesionario con todos sus accesorios, porque no se ha extinguido sino que
se ha transferido el crédito o derecho.
3.3. En la simple delegación para el cobro no hay novación sino solamente mandato, o
cesión si expresamente se ha querido producir este efecto y se observa la forma debida.
Por esto el artículo 1652 del Código Civil establece: “Si el delegado es sustituido contra
su voluntad al delegante, no hay novación sino solamente cesión de acciones del dele-
gante a su acreedor; y los efectos de este acto se sujetan a las reglas de la cesión de
acciones”.
3.4. La subrogación es otra figura jurídica que guarda analogía con la cesión. No
consideramos aquí las subrogaciones reales: una cosa que ocupa el lugar jurídico de
otra, como se regula en el caso del patrimonio de la sociedad conyugal o de uno de los
cónyuges, en los cuales un objeto puede ser reemplazado por otro, mediante
subrogación real. Nos referimos a la subrogación personal, que implica que una persona
ocupa el lugar jurídico de otra, es decir, recibe los derechos y obligaciones propios del
sujeto al que reemplaza. La similitud con la cesión es evidente, pero también hay
diferencias notables.
El artículo 1679 del Código Civil dice: “Se subroga un tercero en los derechos del
acreedor, o en virtud de la ley, o en virtud de convención con el acreedor”. Esta conven-
ción consistirá precisamente en la cesión del derecho, de suerte que en esta disposición
legal se califica a la cesión de derechos como una convención que produce el efecto de
subrogar la persona del acreedor.
Una sentencia de la Corte Suprema trata de esta analogía de las dos figuras y recoge la
doctrina generalmente admitida, en estos términos: “La cesión de créditos o derechos
personales de acuerdo con la doctrina, es un acto jurídico por el cual el acreedor, que
toma el nombre de cedente, transfiere voluntariamente por acto entre vivos, a título
gratuito u oneroso, a un tercero que acepta voluntariamente y toma el nombre de cesio-
nario, el crédito o derecho personal que tiene contra el deudor (Barros Errázuriz); y la
subrogación es una ficción de cesión del crédito y de todos sus accesorios, hecha por el
acreedor al tercero que le paga y permite a éste hacer valer la acción principal y las
accesorias fin de reembolsarse de los desembolsos que ha hecho para el pago o que
efectúa la ley (Claro Solar).
He aquí como describe Borda la diferencia entre ambas figuras: “1. El pago con subro-
gación es un acto desinteresado, que no produce utilidad al que lo hace: sólo puede
182 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.5. La “cesión de bienes” de que tratan los artículos 509 a 511 implica el dejar a dis-
posición de los acreedores todo el patrimonio (salvo ciertas reservas) del deudor, quien
a su vez entre sus bienes puede poseer créditos, los cuales quedan cedidos a los acreedo-
res. Pero esta cesión de derechos se rige por las normas contenidas en el Código de
Procedimiento y tiende a una liquidación del patrimonio del deudor, para satisfacer a los
acreedores de manera ordenada, respetando la prelación de sus créditos y deja también a
favor del deudor la posibilidad de disponer de ciertos bienes indispensables para su
mantenimiento. Se trata, pues, de un figura jurídica que en parte coincide o puede coin-
cidir (cuando el deudor tenga créditos que se comprenden en la cesión general de sus
bienes) con la cesión de derechos. Por el carácter universal de la cesión de bienes y la
finalidad que se propone, produce efectos secundarios de mucha importancia, como es
la incapacidad parcial del que la hace; por esto, el artículo 1602 del Código Civil men-
ciona entre los que no pueden recibir válidamente un pago a los dementes, interdictos y
a quienes han hecho cesión de bienes. El que ha hecho cesión de bienes ya no puede
recibir el pago de sus créditos, como no puede recibir ese pago el cedente, respecto del
crédito cedido. El artículo 2369 del Código Civil declara que “son nulos todos los actos
ejecutados por el deudor relativamente a los bienes de que ha hecho cesión, o de que se
ha abierto concurso de acreedores.
3.6. La cesión de una deuda, como ya hemos indicado más arriba, constituye la figura
inversa a la cesión de derechos. La cesión de deuda implica el cambio de la persona
obligada y esto solamente puede realizarse con el consentimiento del acreedor. No está
expresamente considerada en nuestra legislación y en general en los códigos antiguos;
se admitió en el Código alemán de 1900 al igual que la cesión de derechos, y también se
regula en el Código suizo de 1912; en muchos países se admite, dentro de la aplicación
de las reglas generales de las obligaciones y como expresión de la libertad contractual.
4.1. Como todo contrato, la cesión de derechos, surge de la conjunción de las dos
voluntades, en este caso del cedente que desea transferir un derecho, y del cesionario,
que pasa a ocupar el lugar jurídico del primero. Este acuerdo de voluntades debe
expresarse concretamente por escrito, que ha de sentarse en el documento
representativo del derecho (“título” o “título cartulario”), y, en nuestro sistema, este
documento debe entregarse al cesionario.
4.2. En otros sistemas jurídicos, para la cesión basta el acuerdo de voluntades: se con-
sidera como un contrato simplemente consensual; pero en el Ecuador, por expresa dis-
posición del artículo 1841, se configura como un contrato real, que no se perfecciona
sino con la entrega de una cosa, en este caso, del documento que representa el derecho
cedido: “La cesión de un crédito personal, a cualquier título que se haga, no tendrá efec-
to entre el cedente y el cesionario sino en virtud de la entrega del título”.
4.3. La forma o solemnidad propia de la cesión, consiste, por tanto en la entrega del
título o sea del documento en que consta el derecho cedido y la voluntad de cederlo.
Realizado esto, ya surte efectos el contrato entre las dos partes, cedente y cesionario.
4.4. Para que la cesión produzca también efecto con relación al deudor o a terceros se
agregan otros dos requisitos indispensables: la cesión se ha de notificar al deudor o ha
de ser aceptada por éste. Así lo dispone el artículo 1842: “La cesión no surte efecto
contra el deudor ni contra terceros mientras no ha sido notificada por el cesionario al
deudor, o aceptada por éste”.
Las últimas palabras del artículo transcrito; “o aceptada por éste”, permite deducir que si
el deudor se ha informado de la cesión sin que se le haya citado, pero de todos modos la
acepta, surte plenos efectos para él y para terceros. En definitiva lo importante es que el
deudor esté en aptitud de poder aceptar o poner sus reservas a la cesión; la notificación
se dirige a que sea debidamente informado, para que pueda aceptar o presentar objecio-
nes o reservas, que dejarán a salvo sus derechos, por ejemplo, el de oponer ciertas ex-
cepciones para el pago o cumplimiento de su obligación.
ley, son los derechos del deudor: la cesión no puede hacer más gravosa su obligación,
cambiando el tiempo, el lugar o la modalidad de su cumplimiento. Tampoco puede
despojarse al deudor de las legítimas defensas frente al acreedor, y por esto, lo que se le
permite es hacer reservas, por ejemplo, para poder oponer ciertas excepciones en caso
de juicio.
En una sentencia de la Corte Suprema se expresa con mucha claridad este sistema:
“Conforme a nuestra legislación, a diferencia de la francesa, el dominio de los derechos
personales no se transmite por el sólo efecto de los contratos, sino por la tradición del
título que acredita esos derechos. Así lo establece expresamente el artículo 687 (actual
714) del Código Civil, y, con más especialidad, el 1892 (actual 1841), que dice: “La
cesión de un crédito personal a cualquier título que se haga, no tendrá efecto entre el
cedente y el cesionario sino en virtud de la entrega del título”, esto es, la tradición del
título o documento que comprueba el crédito cedido y no la entrega del contrato cele-
brado entre el cedente y el cesionario; siendo por esto que el artículo 1894 (actual 1844)
del mismo código prescribe que la notificación al deudor debe hacerse con la exhibición
del título que llevará anotado el traspaso del derecho con la designación del cesionario y
a firma del cedente.
4.8. En cambio, en los títulos al portador, no se exige ninguna nota de cesión, sino
que, precisamente, basta la entrega material del título al cesionario. Pero, en todo caso,
lo esencial es esta entrega, tanto en los derechos personales, en los reales sobre inmue-
bles y en los documentos al portador. Varía la manera de entregar: con nota de cesión,
con escritura inscrita, o con mera entrega material, pero siempre pasa a manos del ce-
sionario el título representativo del derecho.
4.9. No es parte de la entrega la notificación al deudor, sino que esta notificación ex-
tiende al mismo deudor y a terceros, los efectos de la cesión, que ya se producen en su
integridad entre cedente y cesionario, antes de tal notificación y aunque nunca se llegue
a notificar al deudor.
4.10. La entrega del título o tradición, es, pues, de importancia capital: sin ella no hay
cesión de derechos. Producida la entrega, en la forma indicada, se presume que realmen-
te se presume que realmente se transmite el derecho contenido en el documento, pero
cabe la impugnación de la cesión por carencia de causa, o por falta de consentimiento o
vicios del consentimiento, en una palabra, según las reglas generales de impugnación de
un negocio jurídico.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 185
El caso más saliente será el de carencia de título que justifique este modo de transferir el
dominio u otros derechos. En una sentencia se aborda este problema: “La cesión de un
crédito personal queda perfeccionada y, por consiguiente, el dominio de él pertenece al
cesionario, una vez cumplidos lo requisitos determinados en los artículos 1892 (actual
1841) y 1894 (actual 1843) CC, esto es, cuando el título con la respectiva nota de tras-
paso ha sido entregado al cesionario. Si es verdad que el cedente o sus representantes
pueden impugnar la cesión del mismo modo que cualquier contrato, deben justificar
legalmente la causa de la impugnación, para que pueda ser admitida”. En voto salvado
se afirma que para la transferencia del derecho se requiere un título legal, como la venta,
la permuta o la donación y sin ese título traslativo, la cesión no produce efecto legal
alguno.1 Evidentemente, no basta la cesión, pero se presume que al producirse es porque
existe tal título (que incluso consta en el documento o “título cartulario”), de suerte que,
se ha de presumir la validez de la cesión, y la carga de la prueba recae en quien pretenda
demostrar la invalidez de la cesión.
5. Notificación de la aceptación
5.1. Ha sido preciso referirse ya a la notificación y a la aceptación por parte del deudor,
para explicar lo relativo a la forma esencial de la cesión, pero ahora volvemos a ese
particular con mayor detenimiento.
El artículo 1843 dice: “La notificación debe hacerse con exhibición del título, que lleva-
rá anotado el traspaso del derecho, con la designación del cesionario y bajo la firma del
cedente”.
5.2. De lo dicho se deduce que no siempre será necesaria una notificación formal, con
la intervención del juez: si la cesión produce su efecto frente al deudor cuando éste
conoce el cambio de acreedor y lo acepta, por ejemplo comenzando a cumplir la obliga-
ción, resulta claro que no se ha de exigir de manera absoluta que la citación sea judicial.
1
Gaceta Judicial, Serie I, No. 100, p. 799, 21 de abril de 1904.
186 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.3. La forma normal de notificación, está señalada en el artículo 1844: “En toda
notificación de traspaso de un crédito, la cual se hará en la forma que dispone el Código
de Procedimiento Civil, se entregará al deudor una boleta en la que conste la nota de
traspaso y se determinen el origen, la cantidad y la fecha del crédito. Si el título fuere
una escritura pública, se indicará, además, el protocolo en que se haya otorgado, y se
anotará el traspaso al margen de la matriz, para que éste sea válido.- La cesión de un
crédito hipotecario no surtirá efecto alguno, si no se tomare razón de ella en la Oficina
de Registro e Inscripciones, al margen de la inscripción hipotecaria.- Se cumplirá la
exhibición prescrita en el artículo anterior, dejando, por veinticuatro horas, el documen-
to cedido en el despacho del funcionario que hiciere la notificación, para que pueda
examinarlo el deudor, si lo quisiere. Del cumplimiento de este requisito se dejará cons-
tancia en autos”.
Los términos de la ley son claros y tienden a la perfecta identificación del crédito que se
traspasa y a que el deudor pueda apreciar las características del documento que lo con-
tiene, por esto se pide la exhibición del mismo. Así el deudor podría, por ejemplo, apre-
ciar cuál de varios documentos ha sido cedido, su fecha y demás características y, even-
tualmente, si el título ha sido alterado o anulado de cualquier manera.
5.4. Como señala con acierto una sentencia de casación de Colombia, la notificación
marca una nueva etapa, ya que la primera etapa consiste en la entrega del título con la
nota de cesión y establece las relaciones entre cedente y cesionario, mientras que la
notificación da origen a las relaciones con el deudor y con terceros: desde este momento
ya no será válido el pago hecho al cedente y será válido el cumplimiento de la obliga-
ción realizado a favor del cesionario.
Observa Borda que el deudor que conoce la cesión, aunque no se le haya notificado, no
puede pagar de buena fe al cedente y si lo hace, no se libera de su deuda.
5.6. Una reforma de 1998 afecta tanto al artículo 1844 del Código Civil, como al 95 del
de Procedimiento -que hemos visto que coinciden-, y dice así: “Cuando se deba ceder o
traspasar derechos o créditos para efectos de desarrollar procesos de titularización reali-
zados al amparo de la Ley de Mercado de Valores, cualquier sea la naturaleza de aque-
llos, no se requerirá notificación alguna al deudor y obligado de tales derechos o
créditos. Por el traspaso de derechos o créditos en proceso de titularización, se transfiere
de pleno derecho y sin requisito o formalidad adicional, tanto el derecho o crédito como
las garantías sobre tales créditos. En caso de ser necesaria la ejecución de la garantía, el
traspaso del crédito y de la garantía, ésta deberá ser previamente inscrita en el registro
correspondiente”.
Se introduce, por tanto, una notable excepción al régimen normal, puesto que no se
exige la notificación para que produzca efectos la cesión incluso frente al deudor; sin
embargo, cuando se trata de hipotecas u otras cargas reales sobre inmuebles, se sigue la
regla general de la inscripción, la cual aún en el caso de “procesos de titularización”, se
ha de verificar para poder ejercitar la acción judicial para exigir el cumplimiento de la
obligación o de la garantía.
5.8. Tampoco hay plazo dentro del cual deba verificarse la notificación, por lo que
puede pasar cualquier tiempo, mientras no prescriba la obligación o se extinga de cual-
quier manera. Una sentencia antigua se refiere a que ni el Código Civil ni el de Proce-
dimiento exigen que la notificación se haga antes de la demanda del crédito, es decir,
que puede hacerse simultáneamente a tal demanda. Desde luego, si la notificación al
deudor se hace después de que éste ha pagado al primitivo acreedor, tal notificación no
afectará el valor liberatorio del primer pago y no podrá ser obligado a repetirlo a favor
del cesionario. Sobre esto hay varias sentencias coincidentes.
5.9. La notificación debe ser completa, esto es, referirse al título y a la nota de traspaso
que ha de constar en el mismo documento. Así lo confirma la jurisprudencia.
188 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.10. Si hay dos codeudores y se ha notificado la cesión solamente a uno de ellos, bien
puede demandarse al que fue notificado y no se desvirtúa la naturaleza del título ejecuti-
vo.
5.11. Por lo menos en dos sentencias, se admite que el hecho de contestar la demanda
oponiendo excepciones y sin objetar la falta de notificación al deudor, implica una acep-
tación tácita que no permite desconocer el valor de la cesión por falta de notificación.
5.12. Una Resolución de 1999 del Consejo Nacional de la Judicatura establece en Quito
y Guayaquil, y prevé el establecimiento futuro en otros lugares, de juzgados de lo civil
exclusivamente destinados a tramitar asuntos de jurisdicción voluntaria, entre los cuales
se comprende estas notificaciones de cesiones de derechos.
5.14. El último acto formal de la cesión consiste en la aceptación por parte del deu-
dor, y ésta puede ser expresa o tácita; a la segunda se refiere el artículo 1845, que decla-
ra: “La aceptación consistirá en un hecho que la suponga, como la litis contestación con
el cesionario, un principio de pago al cesionario, etc.”. Queda, pues, absolutamente
fuera de duda que no se exige constancia escrita, y mucho menos (como han planteado
algunos equivocadamente), instrumento público para probar la aceptación que, además,
no afecta a la validez de la cesión en ningún caso.
6.1. La relación entre cedente y cesionario varía notablemente según el título oneroso o
gratuito que haya originado la cesión. Si ésta implica una contraprestación o precio, si
es onerosa, se asimila a la compraventa y las relaciones entre las partes son las mismas
que las que se producen entre vendedor y comprador. Por el contrario, en la cesión
gratuita, hay una donación, y se aplican las reglas de este contrato.
6.2. Este traslado o transferencia de una cosa inmaterial, como son los créditos o dere-
chos, debe cumplirse en su plenitud, es decir, sin reservas, disminución ni alteración del
objeto del contrato. En consecuencia, la primera obligación del cedente consiste en no
obstar de ninguna manera a que el cesionario entre en posesión del derecho y disponga
realmente de la cosa o cosas que dependen de él, removiendo cuanto pudiera impedir el
ejercicio del derecho por parte del cesionario.
6.6. Borda explica que si por error o mala fe se cede un mismo derecho íntegramente a
varios cesionarios, se preferirá al que primero haya notificado al deudor, y si lo hacen
en el mismo día todos tendrán derecho por partes iguales. Muy distinta es la solución, si
se ha transmitido un derecho parcialmente a varios, porque, entonces cada uno tendrá
derecho a prorrata de la cuota que se le cedió.
Prevalece, por consiguiente la voluntad de las partes, que pueden modificar las respon-
sabilidades normales previstas por la ley. Lo corriente es que solamente se garantice la
existencia de la obligación o derecho, lo que implica que el deudor, en el momento de la
cesión sea realmente deudor y no esté en insolvencia; lo que sucede más adelante, no es
objeto de obligación legal, pero puede serlo por expresa cláusula. Así lo ha reconocido
alguna sentencia de la Corte Suprema: “El cedente puede asumir la obligación de pagar
la deuda si no lo hace el deudor, en este caso, además de contrato de cesión, se establece
una garantía”.
6.9. Tampoco se alteran las relaciones entre cedente y cesionario por el hecho de que
hayan actuado con simulación, haciendo aparecer que hubo precio cuando no lo hubo, o
viceversa; esto se refiere exclusivamente a sus propios intereses y no podría ser alegado
por terceros, para destruir o desconocer la cesión; pero, ni la simulación afecta al dere-
cho de terceros, o contraviene disposiciones de orden público, producirá la nulidad. En
este sentido resolvió la Corte: “Si de las pruebas constantes en el proceso aparece que la
cesión fue a título gratuito, siendo un simulación lo expresado en ella respecto a que el
traspaso tenía por causa un título oneroso, dicha simulación produce la ineficacia de la
cesión como efectuada a título oneroso, pues, demuestra que el acto jurídico es el de una
donación. Según lo prescrito en el inciso segundo del artículo 1391 (1417), la donación
es nula en lo que exceda de ochocientos dólares de los Estados Unidos de América si
no consta la autorización del juez; nulidad absoluta por la que se deben restituir las
cosas al estado anterior al momento de la cesión. En el caso en cuestión, el hecho jurídi-
co de la donación se ha verificado desde el momento en que se hizo la cesión y se entre-
gó el título al cesionario”.
6.10. La intervención de un tercero, como agente oficioso, para cobrar y recibir el pago
del crédito cedido, tampoco altera la relación fundamental entre cedente y cesionario:
“El acreedor conserva expedita su acción contra el deudor, al verificarse el pago a quien
no está legítimamente diputado para recibirlo. No tiene validez la cesión de un docu-
mento de crédito hecha por un mero agente oficioso. Si en virtud de tal cesión, ha reci-
bido el cesionario el valor del documento, el dueño del crédito no tiene ninguna acción
contra él, pero si el agente oficioso o el deudor obligado a pagar por segunda vez, la
primera al cesionario y la segunda al dueño del crédito”.
6.11. El problema del pago hecho a quien realmente no tenía derecho de recibirlo,
pero que aparece como poseedor del crédito ha resuelto de diversas maneras tanto por la
doctrina como por la jurisprudencia. El principio general es claro: sólo el pago hecho a
quien tiene derecho de recibir, libera de la obligación; pero se dan situaciones en que ese
derecho de recibir se presenta con menor nitidez, o que la apariencia del derecho no
coincide con la realidad.
está obrando conforme a derecho y no puede ser obligado a duplicar el pago. Si se con-
sideran las formalidades exigentes de nuestra ley, entrega del título con la nota de ce-
sión, notificación (eventual inscripción) y aceptación del deudor, todo ello, hace difícil
que se produzca el engaño, y si se produjera, parece que realmente no puede cargarse la
pérdida al deudor que haya hecho un pago formalmente válido.
6.13. Las relaciones entre las dos partes contratantes pueden sufrir alteración por haber
procedido dolosamente una de ellas, en cuyo caso la parte engañada tiene derecho a
plena indemnización. Nuestro Código señala esta regulación de justicia, aún para el caso
de que uno de los contratantes haya sido incapaz: el artículo 1701 dice expresamente:
“Si de parte del incapaz ha habido dolo para inducir al acto o contrato, ni éste ni sus
herederos o cesionarios podrán alegar nulidad relativa”, de donde se sigue, evidente-
mente, que la otra parte sí tiene ese derecho que impone la equidad. Más directamente,
el artículo 1700 declara que el cesionario de un derecho puede alegar la nulidad relativa.
6.14. La cesión transfiere, juntamente con el derecho cedido, las garantías y todo lo
que lleva anexo, salvo lo rigurosamente personal. El artículo 1847 dice: “La cesión de
un crédito comprende sus fianzas, privilegios e hipotecas; pero no traspasa las excep-
ciones personales del cedente”. Y en concordancia con esto, el artículo 2372 declara:
“Las causas de preferencia son solamente el privilegio y la hipoteca. Estas causas de
preferencia son inherentes a los créditos para cuya seguridad se han establecido, y pasan
con ellos a todas las personas que los adquieran por cesión, subrogación o de otra mane-
ra”.
6.15. Borda enseña que “el cedente tiene beneficio de excusión: el cesionario debe
cobrar primero al deudor y embargar sus bienes y aprovechar de las garantías; si esto no
basta, cobrará al cedente, salvo quiebra del deudor”. Tendríamos que añadir, conforme a
nuestro sistema, que el cedente queda liberado de esa responsabilidad subsidiaria si ha
transferido realmente un deuda existente y de un deudor que era solvente al momento de
la transferencia, ya que solamente a esto le obliga nuestro Código. Además, el cedente
no puede ser obligado a indemnizar a un cesionario que por su propia culpa, por no
cobrar oportunamente o no valerse de las medidas cautelares que tenía a su alcance,
haya perdido su crédito.
6.16. Entre los accesorios de un crédito pueden contarse los intereses. Las partes tienen
libertad de disponer respecto de este asunto, y si no lo hacen, se ha de entender que los
intereses futuros pertenecen al cesionario, pero los ya vencidos al momento de la cesión,
si no se dispone otra cosa, pertenecen al cedente.
7.1. Queda dicho que las relaciones entre cedente y cesionario se producen desde que
existe la cesión, o sea desde que se entrega el documento con la nota de cesión. En cam-
192 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
bio las relaciones entre el cesionario y el deudor o terceras personas solamente surgen
desde el momento en que se realiza la notificación La notificación completa, pues, la
cesión no en cuanto a su misma existencia y validez como contrato, sino en cuanto a los
efectos respecto de estas otras personas.
7.3. Pero si paga el deudor a otra persona antes de la notificación y esa persona real-
mente era cesionario, el pago surte igual efecto que si se hubiera hecho la notificación.
Efectivamente, ya existía el traspaso del derecho a favor del cesionario; ya perdió su
derecho de cobrar el cedente; y puesto que el deudor paga, es porque de algún modo ha
conocido el traspaso del derecho y a nadie perjudica pagando, sino que cumple su obli-
gación y queda liberado.
7.4. El artículo 1842 dice: “La cesión no surte efecto contra el deudor ni contra terceros,
mientras no ha sido notificada por el cesionario al deudor, o aceptada por éste”. La
notificación que debe hacer el cesionario consiste en la exhibición del título con la nota
de cesión conforme precisa el artículo 1843, pero si el deudor fuera, por ejemplo, notifi-
cado por el cedente o de otra manera conociera de la cesión, nada impide que cumpla su
obligación y por esto, el artículo 1842 equipara a la notificación, la “aceptación” del
deudor; ésta no es un nuevo requisito necesario, que se agregue a la notificación, sino
que puede reemplazar a la notificación.
El artículo 1845 se refiere a esta aceptación y dice que “consistirá en un hecho que la
suponga, como la litis contestación con el cesionario, un principio de pago al cesionario,
etc.”, es decir que la ley se refiere sólo a la aceptación tácita, pero nada impide, desde
luego, que dicha aceptación sea expresa.
7.6. Las posible reservas del deudor están previstas en el artículo 1675: “El deudor que
acepta sin reserva alguna la cesión que el acreedor haya hecho de sus derechos a un
tercero, no podrá oponer en compensación, al cesionario, los créditos que antes de la
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 193
7.7. Además de las relaciones entre el cesionario y el deudor, que hacen por la notifica-
ción o aceptación, éstas producen también efectos respecto de terceros, a los cuales
alude el artículo 1846: “Al no haber la notificación o aceptación sobredichas, podrá el
deudor pagar al cedente, o (podrá) embargarse el crédito por acreedores del cedente; y
en general, se considerará existir el crédito en manos del cedente, respecto del deudor y
terceros”.
Por tanto, se desprende naturalmente que una vez hecha la notificación o aceptada la
cesión por el deudor (de modo expreso o tácito), se presume que el crédito existe en
manos del cesionario, y puede éste demandar al deudor. Igualmente se deduce que,
desde la notificación o aceptación, los terceros acreedores del cesionario podrán embar-
gar el crédito. Antes de la cesión este embargo pueden solicitarlo los acreedores del
cedente; y después de la notificación o aceptación del deudor, son los acreedores del
cesionario los que tienen ese derecho de embargar el crédito. Pasó, pues de unos terce-
ros a terceros el derecho, en virtud de la notificación al deudor.
7.8. Juntamente con los derechos cedidos, se transfieren las acciones para defenderlos,
pero en algunos casos se produce alguna notificación cuando las acciones tienen un
carácter más personal. Tal sucede en la compraventa, en que se da al vendedor la opción
entre exigir el pago o que se resuelva el contrato a falta de cumplimiento por el compra-
dor; entonces, si el vendedor cede su derecho, el cesionario podrá exigir al deudor
(comprador) el cumplimiento de su obligación, pero como el cedente tenía el derecho de
optar entre las dos acciones, estas dos pasarán al cedente, sólo si expresamente así se ha
convenido y siempre que no haya ejercitado ya su opción el vendedor, puesto que si ya
demandó la resolución, no podrá el cesionario ir por la otra vía, la de demandar el pago
del precio, y viceversa, si ya se demandó pago del precio. Una sentencia de la Corte
Suprema así lo ha resuelto: “Para que un cesionario del vendedor pueda ejercer la ac-
ción resolutoria contra el comprador, es indispensable que el vendedor se la haya trans-
mitido, determinadamente, verificando él mismo la elección y renunciando al cobro del
precio, o que haya transferido legítimamente ambos derechos, el de exigir el precio o la
resolución de la venta, a fin de que el cesionario elija, de las dos acciones incompatibles,
la que tuviere a bien. No teniendo, pues, el cesionario la facultad de liberar al comprador
de la obligación de pagar el precio, en virtud de sólo una escritura en que se expresa en
términos generales, que el vendedor cede sus derechos y acciones de tal, tampoco se
puede deducir la acción resolutoria, que presupone el ejercicio de la sobredicha facul-
tad”.
debiendo considerarse en este caso al cesionario como recaudador del asentista y sin
derecho de intentar sus reclamaciones contra el Municipio, lo que le corresponde úni-
camente al asentista, que conserva la calidad de tal, no obstante el traspaso indebido de
sus derechos. Además, equiparado el asentimiento al arrendamiento, para que la cesión
de derechos del asentista surta efectos legales, se requiere que el Municipio haya conce-
dido al asentista la facultad de ceder el contrato”.
7.9. La eficacia de las reservas que puede hacer el deudor frente a la notificación, se
reconoce en ésta, entre otras sentencias: “El no haberse citado el traspaso del crédito con
anterioridad al auto de pago, sólo habilita al deudor para pagar al cedente; y el hecho de
haber presentado observaciones inmediatamente de notificada la cesión, le permitiría
oponer, en compensación, al cesionario, los créditos que antes de la aceptación hubiera
podido oponer al cedente”.
7.10. Al trasladarse junto con el derecho cedido, las acciones correspondientes, el ce-
dente queda realmente al margen de la relación jurídica, ya es un tercero frente al cesio-
nario y el deudor; por esto, si surge un juicio entre los dos nuevos sujetos, el cedente es
ajeno a dicho juicio. Pero la jurisprudencia y la misma ley han evolucionado en este
punto, porque antiguamente se sacaba la conclusión de que el cedente no podía ser
llamado a confesar, sobre las anteriores relaciones con el deudor, mientras que, poste-
riormente se ha abierto campo la nueva disciplina por la que el cedente sí puede ser
llamado a juicio y su declaración tiene valor de confesión en cuanto a la existencia de
hechos o situaciones que permitan al deudor oponer contra el cesionario las excepciones
que habría opuesto contra el primer acreedor.
Así es como tenemos varias sentencias del siglo pasado en las que se sigue la primera
teoría, y otras más modernas que siguen la segunda, a la que corresponde una reforma
de la ley procesal. Leemos en una de las primeras: “En el juicio entre el cesionario y el
deudor, el cedente no puede ser considerado como parte. Por lo mismo, no hace fe,
como confesión, lo declarado por el cedente”. Correlativamente, el cesionario, que no
tiene más derechos que los que tuvo el cedente, no puede reputarse como tercero para
efectos probatorios de un documento.
7.11. Los efectos de la cesión están naturalmente llamados a ser perennes, pero, acci-
dentalmente pueden cesar y aún se puede retrotraer toda la relación a su primitivo esta-
do. Esto sucederá si la cesión es declarada nula o si se resuelve por el incumplimiento
de una de las partes. Así lo reconoce también la jurisprudencia nacional, por ejemplo, en
esta sentencia: “Cedido el crédito, precio de un inmueble, el cedente no puede deman-
dar, por falta de pago del precio, la resolución del contrato de compraventa. Resuelto el
contrato de cesión, las cosas vuelven al estado de derecho en que se encontraban antes
de la cesión. Por lo mismo, a no alegarse y probarse el haberse alterado, durante la ce-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 195
sión, el estado jurídico del crédito, el vendedor cedente, resuelta la cesión, puede ejercer
todos los derechos provenientes de la naturaleza del contrato de compraventa”.
7.12. Ni el crédito ni las acciones judiciales que lo resguardan se alteran por la cesión,
salvo en los aspectos puramente personales e intransferibles del cedente. Un crédito
personal cualquiera, por el mero hecho de cederse a una institución que goza de juris-
dicción coactiva, no somete a dicha jurisdicción al deudor; la referida jurisdicción nace
de la constitución del crédito y no puede surgir simplemente por la cesión; ni sería justo
que el deudor quede sometido a un jurisdicción distinta de la normal por un hecho del
acreedor y sin haber podido prever esta consecuencia en el momento de contraer la
obligación.
7.13. El artículo 2256 del Código Civil establece la diferencia entre las excepciones
reales y personales y las explica con ejemplos, añadiendo en el inciso segundo “son
excepciones reales las inherentes a la obligación principal”, lo que significa que todo
hecho que se refiera a ésta, es materia de excepción real. De suponerse lo contrario, se
llegaría a la conclusión de que a una letra de cambio endosada, pagada total o parcial-
mente al endosante, no se podría oponer la excepción de pago y que el deudor tiene que
abonarla dos veces, no obstante presentar prueba plena de la extinción de la deuda o
pago parcial, lo que evidentemente repugna al sentido de justicia. Precisamente para
evitar que por medio del endoso se perjudique a los deudores, se dictó la reforma del
artículo 147 del Código de Procedimiento Civil, por la cual se obliga a confesar al ce-
dente de un crédito “respecto de los hechos ocurridos en el tiempo en que fue acreedor o
tenedor del título de crédito”, confesión que hace plena prueba para toda clase de obli-
gaciones.
7.15. Cuando se ha cedido solamente una parte del crédito, no podrá el cesionario
valerse de las preferencias que corresponden a la totalidad y la responsabilidad del ce-
dente se limita a lo previsto en la regla general (la existencia del crédito y la solvencia
del deudor al momento del contrato), salvo que las partes hayan extendido a más la
responsabilidad del primer acreedor.
7.16. Si se han producido varias cesiones sucesivas pero la primera de ellas no produjo
efectos frente al deudor por carencia de notificación, tampoco las subsiguientes pueden
obligarle ante los nuevos cesionarios.
8.2. Nada impide, sin embargo, que las normas civiles se consideren y se apliquen como
supletorias en los puntos en que las leyes especiales no dispongan algo. Tampoco se
excluye -como veremos en un ejemplo-, que en ciertos casos se tengan que aplicar las
reglas civiles en una parte de una relación jurídica y en otra, las específicas de una mate-
ria concreta.
Varias sentencias de la Corte Suprema han aplicado el principio indicado, por ejemplo a
las concesiones administrativas que, según ley anterior, permitían ceder a particulares la
recaudación de impuestos.
8.3. En cuanto a los pagarés y letras de cambio, la diferencia más notoria, consiste en
que la cesión, regulada por el Código de Comercio, no exige la notificación al deudor
para que produzca efectos respecto de él. Sobre esto hay numerosas sentencias antiguas
y más modernas.
8.4. Un caso en el que considero que debían haberse aplicado las normas civiles y las
comerciales, fue resuelto por la Corte Suprema de la siguiente manera, aunque con un
importante voto salvado: “Siendo la acción el medio de hacer valer un derecho, es nece-
sario establecer si éste ampara al reclamante y, en el presente caso, como el actor se
basa en un contrato de compraventa de acciones, fundamento ilegal, ya que tratándose
de acciones nominativas la propiedad se transmite por cesión. En consecuencia, el de-
mandante no tiene derecho a invocar una acción derivada de un contrato legalmente
inexistente, más aún, si se considera lo previsto en los artículos 181 y 182 de la Ley de
Compañías. Pero, como en sus exigencias agrega que se obliga al demandado “a la
transferencia por cesión de esas acciones vendidas”, lo hace como secuela de la petición
primera. Sin embargo, se puede enmendar el error de derecho de calificar de compra-
venta esta negociación y suponer que se trata de cesión, lo que conduce a examinar si el
demandado está o no en la obligación de ceder las acciones nominativas. De acuerdo
con el artículo 204 del Código de Comercio, la cesión no es meramente consensual
como la compraventa, sino estrictamente formal y aún en el campo civil no se perfec-
ciona sino en virtud de la entrega del título (artículo 1841 del Código Civil). Si no hay
contrato perfeccionado de cesión por lo dispuesto en el artículo 1570 del Código Civil,
la promesa de celebrarlo no produce obligación alguna, salvo la concurrencia de deter-
minadas circunstancias que hagan posible la aplicación del artículo 1568 del Código
Civil, y no habiéndose pagado el valor de las acciones en la forma estipulada, mal puede
exigirse la cesión de la misma, y no habiendo contrato perfeccionado ni promesa de su
celebración que cumpla las exigencias de la ley, tampoco puede prosperar la acción
judicial en la forma propuesta: “Hay un voto salvado del Dr. Moreno Loor. Por mi par-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 197
9.1. El segundo párrafo del Título XXIV, dice “Del derecho de herencia”, y comprende
los artículos 1850 y 1851. En realidad se pueden aplicar estas normas a la cesión tanto
de los derechos que tenga el heredero como el legatario, por lo que resulta más exacto
hablar de cesión de derechos sucesorios.
9.2. Habría sido deseable que el Código dispusiera aquí expresamente la forma en que
debe realizarse la cesión de estos derechos, pero no hay ninguna regla al respecto en los
dos mencionados artículos. Todo este parágrafo segundo trata de los peculiares efectos
de esta cesión, pero no de la forma o solemnidades. Esto origina un problema: ¿Se de-
ben aplicar los artículos referentes a la forma de la cesión de derecho en general, o para
el caso de la cesión de derechos sucesorios se tendrá en cuenta lo ordenado por el pará-
grafo 3o, del Título VI del Libro II De la Tradición?
9.3. El artículo 702, contenido en el Título De la Tradición, dispone que la tradición del
dominio de bienes raíces y de los derechos de usufructo, uso, habitación, servidumbre e
hipoteca, se debe hacer mediante la inscripción del título en el libro correspondiente del
Registrador de la Propiedad. No se menciona aquí al derecho de herencia, que por con-
siguiente, no entra en esta disposición específica para la tradición.
9.4. Por consiguiente, la cesión de un derecho sucesorio tendría que seguir la regla
general de la cesión, y solamente la tradición de inmuebles contenidos en la herencia o
legado cedidos, debería inscribirse en el Registro de la Propiedad. La cesión tiene natu-
raleza de contrato, y se efectuó por el consentimiento de las partes expresado en la for-
ma legal que consiste en la entrega del título (documento), y la eficacia de esta cesión
proviene de la tradición del derecho: si se trata del dominio de muebles, mediante la
entrega material; si el objeto de la cesión es el dominio u otro de los derechos reales
mencionados en el artículo 702 de la cesión es el dominio u otro de los derechos reales
mencionados en el artículo 702 (usufructo, uso, habitación, servidumbre o hipoteca, por
medio de la inscripción en el Registro, y en el caso de la herencia hay que distinguir si
la cesión es a título de venta o a título gratuito. Si el título es oneroso -venta o permuta-,
el artículo 1764 establece que “la tradición se sujetará a las reglas dadas en el Título VI
del Libro II; en cuanto a la donación (título gratuito mediante el cual se puede ceder un
derecho de herencia), según el artículo 1416: “No valdrá la donación entre vivos de
198 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
9.5. De las normas transcritas se deduce que la cesión de una herencia (que no es “una
especie de bienes raíces”, sino un derecho universal), no tiene necesariamente que
inscribirse. Se debe inscribir el testamento, conforme lo ordena el artículo 704 y tam-
bién, según este mismo artículo, “los derechos reales mencionados en el artículo 702”,
entre los cuales no se incluye el derecho de herencia.
9.6. Varias sentencias de la Corte Suprema han abordado este difícil asunto, resolvién-
dolo de diversa manera o con votos salvados que acentúan la duda sobre qué normas
prevalecen al respecto.
Así, una sentencia antigua dice: Los artículos del párrafo 2o. del Título 25 (hoy 24) del
Libro IV del Código Civil, no tienen por objeto determinar la forma de ceder los dere-
chos hereditarios, sino que sólo exponen los efectos de esta cesión. El inciso 2o. del
artículo 1791 (actual 1740) y el artículo 1889 (actual 1862) ordenan que la venta y el
cambio de una sucesión hereditaria se perfeccionen por escritura pública. En el caso
cuestionado, la cesión se ha hecho a título oneroso e importa propiamente una dación en
pago, que es verdadera venta”.
Código Civil, para que el deudor pague con la universalidad de sus bienes a los acreedo-
res, y de modo similar, la cesión de la herencia no tiene necesariamente que ser inscrita
en el Registro, produciéndose la tradición por el hecho de otorgar la escritura pública de
venta o cesión por venta. Además, si fuera necesaria la inscripción, tendría que realizar-
se en los Registros de todos los cantones donde existan inmuebles de la sucesión, o en
ninguno, si no hubiera tales bienes raíces; pero, lo que se cede, no son bienes concretos
(que se puede incluso desconocer cuales y cuántos sean al momento del contrato), sino
el derecho mismo de recibirlos por herencia, por ese modo y título (a la vez) que es la
herencia. En este mismo sentido hay también otra sentencia.
9.8. La cesión de la herencia lleva consigo el traspaso de los accesorios del derecho
cedido y de las acciones para hacer efectivos tanto la herencia misma como esos frutos y
accesiones. El artículo 1851 dice: “Si el heredero se hubiere aprovechado de los frutos,
o percibido créditos, o vendido efectos hereditarios, estará obligado a rembolsar su valor
al cesionario.- El cesionario, por su parte, estará obligado a indemnizar al cedente los
costos necesarios o prudenciales que éste haya hecho en razón de la herencia.- Cedién-
dose una cuota hereditaria, se entiende cederse al mismo tiempo las cuotas hereditarias
que por el derecho de acrecer sobrevengan ella, salvo que se haya estipulado otra cosa”.
La cesión de las acciones judiciales aparece también clara en otra sentencia: “El com-
prador de los derechos y acciones de una sucesión, se pone en lugar del vendedor. Si el
vendedor no ha hecho objeción alguna a la partición y se ha pronunciado sentencia no
puede el comprador presentar ninguna objeción después de expedido dicho fallo”. O sea
que el cesionario continúa la personalidad jurídica del cedente y no puede, en el ámbito
judicial, cuanto pudo el cedente y no más.
cedente o bien éste se encargará totalmente de esa demostración, sin que baste el mero
hecho de haber cedido su derecho.
9.11. La doctrina, siguiendo los dictados de la equidad, afirma que en caso de que el que
se creía de buena fe heredero, resulte no serlo, solamente estará obligado a devolver lo
que recibió por la cesión de su derecho, pero sí actuó de mala fe, esto es, a sabiendas de
no tener derecho sucesorio, entonces tendrá que indemnizar plenamente al cesionario
perjudicado.
10.1. El parágrafo 3o. del Título que estamos comentando presenta parecidas dificulta-
des de interpretación a las indicadas a propósito de la cesión del derecho sucesorio.
Tampoco aquí se señala en qué forma se debe realizar la cesión y se concreta el Título
(artículos. 1852 a 1855), a los efectos de la cesión.
El objeto de esta peculiar cesión son los “derechos litigiosos”, es decir, aquellos que
están actualmente sometidos a disputa judicial, no, los simplemente controvertidos o
dudosos o sobre los que exista una amenaza de acción judicial.
10.2. El artículo 1852 define con precisión: “Se cede un derecho litigioso cuando el
objeto directo de la cesión es el evento incierto de la litis, del cual no se hace responsa-
ble el cedente”. Es evidente que debe existir la litis y que quien ceda “el evento incier-
to”, debe ser parte del juicio, sea como actor o como demandado. Por analogía con lo
dispuesto en el parágrafo segundo, podemos decir que el cedente únicamente se respon-
sabiliza de que realmente existe la litis y él es parte; nadie puede garantizar que ganará
el juicio y no puede cederse lo que no se tiene, de allí, que se transmita solamente un
“evento incierto”.
10.3. El artículo 1853, contiene una expresión que considero equivocada: “Es indiferen-
te que la cesión haya sido a título de venta o de permuta, y que sea el cedente o el ce-
sionario el que persigue el derecho”. Encuentro errado decir “que el cedente o el cesio-
nario” puedan perseguir el derecho: indudablemente el cedente es quien debe estar per-
siguiendo el derecho, pues de otro modo nada podría ceder. Él debe ser parte del juicio
y en cambio no tiene nada que ver el cesionario. El cesionario llega a ser parte, precisa-
mente por la cesión porque el cedente le transmite su derecho litigioso y por esto el
cesionario le reemplaza en el juicio y entra a ser parte. Tal vez ha querido decir el Códi-
go que es “indiferente que la cesión se haga en calidad de actor o de demandado”, pero
esto es muy distinto. Otra interpretación posible de esta oscura expresión sería que “es
indiferente que el cesionario y sea parte del juicio por otro título”; por ejemplo, en un
juicio en que hay varios actores o varios demandados, uno de ellos puede ceder sus
derechos a los otros copartícipes en la litis, entonces puede incluso concretarse en un
solo actor o un solo demandado, por haber adquirido éste por cesión, los derechos de sus
colegas de juicio. Una tercera posible interpretación sería: tanto el cedente como el
cesionario podrán perseguir el derecho de la misma manera, con las mismas oportuni-
dades que les brinda el proceso (pruebas, apelaciones, recusación del juez, etc.), pero
esta interpretación no se atiene al tenor literal, ya que debería decirse “es lo mismo que
el cedente o el cesionario persiga el derecho”, y no “persigue el derecho”, y dada la
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 201
calidad académica de Don Andrés Bello, no se puede pensar en que se trate de un error
gramatical.
10.4. Señala también la ley, desde qué momento hay “derecho litigioso”. Dice el se-
gundo inciso del artículo 1852: “Se entiende litigioso un derecho, para los efectos de los
siguientes artículos, desde que se cita judicialmente la demanda”.
Planiol y Ripert, con referencia al derecho francés, dicen que para que haya derecho
litigioso se requiere: 1. Que el juicio esté entablado y no se haya terminado. No hay
litigio en los juicios de jurisdicción voluntaria o en los arbitrajes; 2. No basta que se
hayan iniciado medidas precautorias, o reconvención previa; 3. El litigio puede ser
sobre el fondo del derecho o sobre pago liberatorio, pero no cuando sólo se objeta com-
petencia u otras excepciones dilatorias formales. Pienso que estas precisiones se podrían
aplicar a nuestro sistema jurídico.
10.5. Una sentencia de la Corte Suprema ha precisado que: “Hay derecho litigioso,
desde que se cita judicialmente la demanda, pero si el juicio es anulado, la cesión que
se haya hecho no puede valer para un nuevo juicio; ha de ser el demandante originario
quien reinicie el pleito”.
10.6. El Código de Procedimiento Civil dispone, en el artículo 1031, que las demandas
que versen sobre la posesión o dominio y algunos otros derechos reales sobre inmue-
bles, se inscriban en el Registro de la Propiedad, así como las demandas sobre derechos
en vehículos, deben inscribirse en la jefatura de tránsito; pero estas inscripciones no
impiden la cesión de los derechos litigiosos y el mismo artículo establece que: “el fallo
que en el litigio recayere tendrá fuerza de cosa juzgada contra el adquirente, aunque éste
no haya comparecido en el juicio”. Se reconoce, pues, la eficacia de la cesión del dere-
cho litigioso.
Pero el mismo artículo 1031, también sobreentiende que la cesión del derecho litigioso
debe ser notificada a la otra parte en el juicio, ya que dice: “Si el vendedor (de la cosa
sobre la que se litiga, se debe entender), citado con la demanda, no diere aviso al com-
prador del litigio sobre la cosa que se vende, será culpable de fraude, demás de los da-
ños y perjuicios causados por el comprador. Se presumirá la falta de dicho aviso si no
hay constancia de ella en el instrumento de compraventa”. Ya que la venta material de
la cosa sobre la que se litiga debe ser notificada, con igual razón se requiere dar aviso de
la cesión del derecho litigioso, que en último término producirá un efecto similar de
traspaso del dominio u otro derecho sobre la cosa disputada en juicio.
10.7. El artículo 1032 del Código adjetivo Civil dice: “En el caso del artículo anterior, si
se presenta el adquirente, la parte contraria podrá exigir que también se siga contando
con el antecesor.- En este último caso, el antecesor y los sucesores en el derecho debe-
rán constituir un solo procurador en el juicio, y serán solidariamente responsables del
cumplimiento del fallo y de las costas en que fueren condenados”. Me parece menos
claro que en el caso del artículo anterior, que esto pueda aplicarse también a la cesión de
derechos litigiosos, porque la finalidad de esta institución es precisamente reemplazar a
una de las partes del juicio, y el derecho que se confiere aquí, es el de agregar otra per-
sona responsable, no sustituir.
202 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
10.8. La cesión de derechos litigiosos puede tener como fundamento un título “de
venta o permuta”, según el artículo 1853 del Código Civil; pero además de estos dos
títulos onerosos, no se ve inconveniente que pueda producirse por otro título oneroso
como es la dación en pago: ni se excluye la cesión a título gratuito: el mismo Código
habla en el artículo 1854 del caso de “las cesiones enteramente gratuitas”. Debemos
concluir que la cesión de derechos litigiosos cabe a cualquier título.
Esta incertidumbre se presta a la especulación: comprar una litis en precio vil y luego
recibir derechos cuantiosos; no sería equitativo, se prestaría para la explotación del que
se halle necesitado de recursos, y por esto el derecho sale al paso de este posible abuso y
limita los derechos que adquiere el cesionario, de modo que no pueden superar el monto
de lo que él haya pagado más los intereses desde que se haya notificado la cesión al
deudor.
Así lo establece el artículo 1854 en su primer inciso: “El deudor no estará obligado a
pagar al cesionario sino el valor de lo que éste haya dado por el derecho cedido, con los
intereses desde la fecha en que se haya notificado la cesión al deudor”. Nótese que aquí
aparece la necesidad de la notificación al deudor, para que la cesión produzca efectos
frente a él, como es norma general en toda cesión de derechos. El cesionario no puede,
por esta justa norma, enriquecerse sin causa y solamente puede adquirir un derecho
pagando su justo precio: sólo hasta el monto de ese precio recibirá el derecho, con el
añadido de los intereses a los que justamente tiene también derecho.
10.10. Pero hay una serie de excepciones a la regla contenida en el primer inciso del
artículo 1854. En primer término, no es aplicable la norma al caso de la cesiones gratui-
tas “enteramente gratuitas” dice el inciso segundo -y esto es obvio, ya que si se aplicara
a ellas, en realidad nada podría recibir el cesionario, puesto que nada ha dado en com-
pensación. La segunda excepción, consiste en “las cesiones que se hagan por el ministe-
rio de la justicia”, como serán las subrogaciones que decrete el juez con fundamento
legal. En tercer lugar: “las que van comprendidas en la enajenación de una cosa de que
el derecho litigioso forma una parte o accesión”, como sería el caso de un derecho hipo-
tecario, que es anexo o accesorio a un derecho principal de dominio, o bien, las
servidumbres prediales de un bien raíz cuyo usufructo o dominio se discute, etc.
10.11. Además de estas tres salvedades, el mismo artículo 1854, señala otras tres ex-
cepciones a la limitación del derecho del cesionario, es decir, casos en los que el cesio-
nario puede obtener un derecho más amplio o valioso que lo que ha dado para adquirir-
lo. Es el caso de las cesiones hechas: “1. A un coheredero o copropietario por un cohe-
redero o copropietario de un derecho que es común a los dos”. Aquí se manifiesta la ley
favorable a la integración de la titularidad de los derechos en manos de una sola perso-
na; y se considera que se debe facilitar las transacciones entre coherederos o copropieta-
rios, quienes se tendrán también especial consideración. 2. “A un acreedor, en pago de
lo que le debe el cedente”. También en este caso se favorece la simplificación de las
relaciones jurídicas, el pago de las obligaciones o su extinción por confusión y se facili-
ta la negociación de cesión de derechos litigiosos con miras a que el acreedor quede
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 203
pagado y el deudor pueda obtener alguna rebaja de su obligación. 3o. “Al que goza de
un inmueble, como poseedor de buena fe, usufructuario o arrendatario, cuando el dere-
cho cedido es necesario para el goce tranquilo y seguro del inmueble”. Como en las
excepciones anteriores, esta norma se inspira en un sentido práctico de favorecer el
legítimo disfrute del derecho y de recompensar de alguna manera al que facilita esta
solución: puede pagar algo menos de lo que vale el derecho y obtener una ganancia. No
se indican límites a esta moderada especulación y ha de ser apreciada equitativamente
por el juez en caso necesario.
10.12. El límite impuesto al derecho del cesionario frente al deudor (con las excepcio-
nes ya explicadas), supone un barrera artificial a la libre negociación, la misma que en
general es muy respetada por el Código, por esto, ese límite es precario, caduca en un
plazo brevísimo de sólo nueve días desde la notificación del decreto en que se manda
ejecutar la sentencia. Solamente en este corto tiempo, el deudor puede alegar este bene-
ficio que limita el derecho del cesionario al monto de lo dado por él (más los intereses),
y si no hace su reclamación el deudor, dentro del plazo de nueve días, caduca su benefi-
cio y el cesionario podrá exigirle todo el derecho o todo el pago, aunque supere la cuan-
tía de lo gastado por el cesionario para adquirir ese derecho.
10.13. Esta institución que consiste en limitar el derecho del cesionario y que nuestro
Código califica de “beneficio” para el deudor, en realidad tiene cierta analogía con el
beneficio de competencia. En otros sistemas jurídicos, como en Francia, se califica de
“derecho de retracto”; he aquí como lo describe Planiol: “Cuando un derecho litigioso
ha sido vendido, el tercero contra quien existe ese derecho (poseedor del inmueble o
mueble, deudor del crédito, etc.), puede substituirse al comprador reembolsándole el
precio de compra y ciertos gastos accesorios: esta sustitución tendrá como resultado
que, conforme al artículo 1699 (CC Francés), el tercero, contra quien el derecho litigio-
so exista, quedará “liberado” (quite) respecto al comprador. Como señala con claridad y
acierto una sentencia de la casación colombiana, en los casos del llamado “retracto
litigioso”, el cesionario llega a ser actor y demandado, acreedor y deudor, por lo que la
obligación se extingue por confusión.
CAPÍTULO XIII
LA DONACIÓN ENTRE VIVOS
1.1. En esta obra se ha tratado ya de las donaciones, con especial referencia a las dona-
ciones por causa de muerte y a las donaciones por causa de matrimonio. Sobre estas
segundas, para indicar que son donaciones entre vivos, pero que se rigen en cuanto a la
forma, por las normas de las donaciones entre vivos y en cuanto a los efectos, a las
reglas de las sucesiones por causa de muerte, con ciertas excepciones. Ahora fijaremos
la atención en las donaciones irrevocables o sea, entre vivos.
1.2. Efectivamente, hay que recordar la gran distinción existente entre donaciones
revocables e irrevocables. Entre estas dos categorías, se sitúa una tercera, que participa
de las características de una y otra: la donación entre cónyuges. Y también constituye
una cuarta categoría de donaciones, muy peculiar, la donación por causa de
matrimonio.
1.3. Estas cuatro clases de donaciones tienen en común el ser figuras jurídicas que sir-
ven para transferir gratuitamente el dominio u otros derechos de una persona a otra.
1.4. Esta gratuidad caracteriza a toda donación, si bien, en algunos casos, la figura se
desvirtúa un tanto, por la existencia de alguna carga que hace de lo naturalmente gratui-
to, algo con mezcla de oneroso. Si la carga, obligación o prestación recíproca que debe
el donatario al donante llega a igualar o superar el valor de la cosa aparentemente dona-
da, en realidad ya no hay donación, sino otro negocio jurídico, oneroso y no gratuito, y,
por tanto, ya no es donación.
Este es el motivo por el cual las diversas legislaciones tratan de las donaciones en diver-
sos lugares: entre los contratos o entre las sucesiones por causa de muerte, como modos
de transferir el dominio o como títulos para la tradición, etc. Toda opción legislativa
queda, por lo mismo, sujeta a crítica, ya que si se atiende más a la forma o solemnida-
des, se adoptará una sistematización, mientras que si se mira más a los efectos, se debe
seguir otra organización. En definitiva, esto no presenta mayor interés práctico.
1.7. Nuestro Código Civil ha seguido un criterio mixto: trata de las donaciones revoca-
bles en el Libro III, de la sucesión por causa de muerte, ya que las disposiciones mortis
causae son siempre revocables; al fin de ese libro, está el Título XIII “De las donacio-
nes entre vivos”. Por otra parte, de las donaciones por causa de matrimonio se habla en
el Libro I, a propósito de la dote y de las donaciones entre cónyuges.
1.8. El artículo 1402 define la donación entre vivos: “es un acto por el cual una perso-
na transfiere gratuita e irrevocablemente una parte de sus bienes a otra persona, que la
acepta”. Esta definición, idéntica a la de los códigos de Chile, de Colombia, Paraguay y
los demás que derivan del elaborado por Bello, coincide también con las de las leyes de
Francia, España, Italia y Alemania y casi todos los demás países que a su vez se inspiran
en la legislación de esos cuatro países europeos.
1.10. Dice, pues, nuestro Código, y otras leyes, que la donación es un “acto”, lo que
implica la voluntad fundamental de una persona: el donante, sin la cual no hay dona-
ción. Pero agregan las leyes, que ese acto, esa disposición de voluntad no es unilateral
sino que ha de ser “aceptado” por la otra parte, por el donatario, el que recibe la dona-
ción. Igualmente hay que observar que si no se da esta aceptación, no se perfecciona la
donación. Luego, hay necesidad de dos voluntades concordes, y esto corresponde a la
naturaleza de los contratos, aunque no todo contrato sea bilateral ni suponga obligacio-
nes recíprocas (sinalagma).
1.11. Las donaciones entre vivos, en nuestro sistema pertenecen, pues, al género de los
contratos. Se realizan mediante un acto inicial por el cual el donante resuelve, determi-
na, desprenderse a algo que desea transferir a otra persona; y se perfecciona, por la
aceptación del donatario. Los dos hacen la donación: la voluntad expresada por el do-
nante (sujeto activo) y la voluntad expresada por el donatario (sujeto pasivo).
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 207
1.12. La definición contiene las dos características esenciales: se trata de una transferen-
cia “gratuita e irrevocable”.
1.13. Pero tanto el concepto de transferencia, como las calidades esenciales de gratuidad
(no onerosa), e irrevocabilidad, necesitan esclarecimientos que se harán más adelante,
advirtiendo desde ahora que se admiten ciertas excepciones parciales, que no llegan a
desvirtuar totalmente dichas características, pero sí las mitigan.
En las donaciones por causa de muerte sucede algo diverso: la sucesión mortis causae
es a la vez título y modo de transferir el dominio.
1.15. El carácter irrevocable de las donaciones entre vivos, es el que con mayor relieve
las distingue de las donaciones por causa de muerte. La disposición de los bienes para
después de los días de la vida está sujeta a modificación, hasta el último momento, pre-
cisamente porque se trata de establecer la “última voluntad”. En cambio, cuando alguien
se desprende de una cosa o un derecho por acto entre vivos, este acto está llamado a
tener permanencia; concretamente, en la donación entre vivos, por la aceptación del
donatario, se perfecciona una relación contractual y, como todo contrato, debe ser cum-
plido sin que quede al arbitrio de una de las partes el dejar sin efecto lo prometido. Así
lo dice claramente la ley y así lo ha entendido siempre la doctrina y la jurisprudencia
nacional y extranjera.
En ambas categorías de donaciones, se comienza por un acto del donante, pero la dona-
ción entre vivos se convierte en contrato el instante en que se perfecciona, que es cuan-
do el donatario acepta. En cambio el acto dispositivo de los bienes para después de los
días, se perfecciona solamente con la muerte del causante, y la aceptación posterior del
heredero o legatario hará eficaz la disposición, o bien el repudio, incapacidad o deshere-
damiento del heredero frustrará la ejecución de la disposición, aunque la disposición en
208 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
sí misma fuera válida y estuviera ya perfeccionada por haberse abierto la sucesión con
la muerte del de cuius.
Todo contrato propiamente es irrevocable, y como las donaciones entre vivos son con-
tratos, asumen esa cualidad de permanencia: se sustraen al arbitrio de la parte donante.
Nuestro Código Civil dice claramente: “donación entre vivos es lo mismo que donación
irrevocable”. (artículo 1163 del Código Civil).
1.16. Sin embargo, la irrevocabilidad de las donaciones entre vivos admite algunas
excepciones.
1.17. En primer lugar, están las donaciones entre cónyuges que tienen una naturaleza
mixta, compleja, ya que aunque son actos entre vivos, son siempre revocables. Se expli-
ca esta notable excepción, como una manera de permitir la corrección de posibles actos
de liberalidad inconsiderados o producidos por excesivo influjo de uno de los cónyuges
sobre el otro; también se aduce, para justificar esta anomalía en un acto entre vivos y sin
embargo revocable, la conveniencia de proteger a los acreedores mediante una repara-
ción privada, sin intervención judicial. Los artículos 1038 y 1165 del Código Civil
declaran esta revocabilidad de las donaciones entre cónyuges.
1.18. Las donaciones por causa de matrimonio, por su misma finalidad, llevan la con-
dición de celebrarse o haberse celebrado las nupcias, si esto llegare a ser imposible, o
los esposos desistieren de celebrarlas, tales donaciones aunque entre vivos, se revocan.
Igualmente, pueden revocarse, si se declara la nulidad del matrimonio (artículo 212 del
Código Civil) y en caso de divorcio.
1.19. En general, cabe en los contratos subordinar una obligación a tal o cual condición,
sea suspensiva o resolutoria, y dichas condiciones impiden el nacimiento de la obliga-
ción (suspensiva), o dan término a la obligación que ya surgió (resolutoria). Nada impi-
de que una donación entre vivos, quede sujeta a tales condiciones y que, como efecto
del incumplimiento o del cumplimiento (según la condición sea positiva o negativa),
termine la donación que estaba destinada a ser perpetua. La condición origina la resolu-
ción del contrato o donación, y esta figura guarda estrecha relación con la revocatoria.
1.21. En varios artículos se indica que tanto las donaciones revocables como las irrevo-
cables, accidentalmente producen la revocación, cuando por ellas se perjudicaría a los
legitimarios en su porción de legítimas o mejoras (artículos 1208, 1221, 1223 del Códi-
go Civil).
ha sido desheredado indebidamente, tendrá derecho para recibir las donaciones entre
vivos, según ordena el artículo 1240.
1.23. La regla general es, pues, la irrevocabilidad de las donaciones entre vivos, a pesar
de que las excepciones a este principio son importantes y numerosas. La jurisprudencia
ha precisado algunos aspectos.
1.25. En cuanto a la naturaleza de las donaciones entre vivos, ya queda dicho que el
acto inicial del donante, se perfecciona como contrato por la aceptación del donatario.
Este contrato es por su naturaleza unilateral, ya que el donatario no se obliga a nada. El
carácter de liberalidad, precisamente consiste en que el donante no persigue un fin de
lucro y no adquiere ningún derecho. Por esto se afirma que la causa jurídica de la dona-
ción es la mera liberalidad. Si hay condiciones o cargas que implican el cumplimiento
de obligaciones del donatario, éstas han de ser moderadas y de cuantía que no absorba
toda la donación, porque dejaría de ser tal.
1.27. Para que este título traslativo sea eficaz, se requiere que las dos parte estén con-
cordes respecto de él. Si la una supone un título no traslativo, como el de comodato, y
la otra tiene la intención de intervenir en una donación, no hay acuerdo de voluntades y
consiguientemente no hay contrato, no hay donación, como dispone el artículo 693 del
Código Civil. Tampoco hay contrato si ambas partes quieren hacer un título traslativo
210 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
pero la una tiene una intención distinta de la otra, como si una parte quiere dar a mutuo
(título oneroso) y la otra en donación (título gratuito).
2.1. Hay otros actos y contratos inspirados en la liberalidad y que producen alguna
ventaja a otra persona, pero que no constituyen donación, por faltar uno u otro de los
requisitos anteriormente señalados. Estas figuras jurídicas afines a la donación, se enu-
meran en los artículos 1409 a 1415 del Código Civil, pero aparecen otras, a lo largo de
esta ley, y la labor jurisprudencial ha precisado también algunas relaciones jurídicas que
no se deben considerar propiamente como donaciones.
Por otra parte, dentro del género de las donaciones en estricto sentido, hay ciertas espe-
cies en las que uno u otro de los caracteres propios se desdibuja: no dejan de ser dona-
ciones, pero tienen un carácter excepcional en tal o cual aspecto. Nos ocuparemos a
continuación de unas y de otras en su orden.
2.2. En primer término, tenemos la regla general del artículo 1409, que cierra la puerta
a un interpretación extensiva: “La donación entre vivos no se presume sino en los casos
que expresamente han previsto las leyes”. Hay, por consiguiente que interpretar en
sentido restrictivo: solamente cabe la presunción legal, pero no la judicial o la doctrina-
ria, en esta materia.
Como ejemplos de estas donaciones, en las que podría presentarse alguna duda, pero
que la ley presume como tales, podemos señalar:
2.2.1. El artículo 173 que menciona las “donaciones de poca monta, atendida la cuantía
del haber social, o que se hagan para un objeto de piedad o beneficencia y sin causar
grave menoscabo a dicho haber”. Algunos autores consideran que no son donaciones
éstas, en cuanto más que a un ánimo liberal responden a costumbres, usos sociales y
obligaciones de cortesía o caridad, pero nuestro Código claramente las califica de dona-
ciones y señala el régimen excepcional que les corresponde dentro de la administración
de la sociedad conyugal.
En estas donaciones, por cuantía mínima y por corresponder a modos de actuar que
sigue toda persona normalmente, quedan exentas de las exigencias de forma, insinua-
ción judicial y no dan derecho a revocatoria ni a reducción para cubrir las legítimas
hereditarias. Ciertamente estas excepciones del régimen normal de las donaciones, son
tan notables, que se comprende por qué buena parte de la doctrina prefiere no conside-
rarlas propiamente donaciones.
2.2.2. Según el artículo 211, “Las donaciones por causa de matrimonio, sea que se
califiquen de dote, arras o con cualquiera otra denominación, admiten plazos, condicio-
nes y cualesquiera otras estipulaciones lícitas y están sujetas a las reglas generales de las
donaciones, en todo lo que no se oponga a las disposiciones especiales de este título”.
Estas donaciones tienen peculiaridades tales como la necesidad de que se otorguen por
escritura pública o se prueben por confesión de terceros (si no son hechas por uno de los
esposos), aunque versen sobre bienes muebles; son siempre condicionales al hecho de
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 211
2.2.3. Las donaciones entre cónyuges, son verdaderas donaciones entre vivos, de natu-
raleza contractual, pero tienen la originalidad de que a la vez son siempre revocables,
como ya hemos dicho.
2.2.4. “La remisión que procede de mera liberalidad, está en todo sujeta a las reglas
de la donación entre vivos; y necesita de insinuación en los casos en que la donación
entre vivos la necesita”, dice el artículo 1669, con lo cual esta plena asimilación hace
que el perdón gratuito de una deuda, sea verdadera donación. El artículo 428 se refiere a
cualquier derecho que se remita gratuitamente, para asimilar este acto a la donación. El
artículo 1413 establece que es donación la remisión de una deuda. Se entiende que si no
existe “mera liberalidad”, sino que la remisión se hace a cambio de alguna ventaja o
precio, ya no hay donación.
2.2.5. El que paga una deuda ajena sin ánimo de reembolsarse cobrando al deudor y
realmente no le cobra, efectúa una verdadera donación. Es lo mismo sumar unos bienes
positivos, que verse liberado de un deuda sin ningún cargo; el deudor recibe este enri-
quecimiento y el que pagó, se empobreció conscientemente, por ánimo liberal, de modo
que se cumplen los requisitos para que haya verdadera donación. Sin embargo, como
observa Diez-Picazo, en estas circunstancias no se observan las normas sobre solemni-
dades, pero sí se acatan las reglas sobre reducción de las donaciones inoficiosas en daño
de los legitimarios: efectivamente, si el que paga un deuda ajena perjudica con esta
liberalidad a sus legitimarios, al formarse el acervo imaginario de sus bienes sucesorios,
habrá que colacionar la cantidad que donó, bajo esta figura de pago de deuda ajena.
2.2.6. Si el testador manda pagar lo que cree deber pero no debe, la disposición se
tendrá por no escrita; y si ordena pagar una cantidad mayor de la que realmente debe,
también ese exceso no tendrá valor, pero, si aparece claramente la intención de donar
ese exceso de lo debido, entonces sí hay donación, según ordena el artículo 1159.
2.2.7. Hay donación cuando se libera a un fiador, o se remite una hipoteca o prenda
siendo insolvente el deudor, puesto que equivale a perder ese dinero o derechos garanti-
zados con empobrecimiento del que así procede y enriquecimiento del deudor o del
fiador que habría debido pagar. Si el deudor no fuere insolvente, en realidad, no se be-
nefician los garantes, porque quien tendrá que cumplir será el directamente obligado.
2.2.8. Hay donación igualmente, en la remisión o cesión del derecho de percibir los
réditos de un capital colocado a interés. Así se ordena en el inciso tercero del artículo
1411.
2.3. Pasemos ahora a las figuras que no constituyen verdadera donación, sino que son
otra suerte de liberalidades:
212 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
2.3.1. El artículo 1410 dice en su primer inciso: “No dona el que repudia una herencia,
legado o donación, o deja de cumplir la condición a que está subordinado un dere-
cho eventual, aunque lo haga para beneficiar a un tercero”. Las dos hipótesis aquí con-
templadas suponen una ventaja para otra persona, un enriquecimiento como consecuen-
cia de uno de estos actos, y hay voluntad liberal por parte de quien los realiza, pero no
se desprende de algo que esté en su patrimonio, sino de una mera expectativa o even-
tualidad. El que renuncia a la herencia, legado o donación, no los ha recibido aún y no
los recibirá nunca, por lo cual los bienes correspondientes pasarán a otras personas, pero
no se transfieren del patrimonio del que renuncia, sino que directamente pasarán del de
cuius al tercero que se beneficia por el repudio. Cosa similar sucede al no cumplir vo-
luntariamente una condición de la que depende la adquisición de un derecho: éste pasará
directamente a otra persona o permanecerá en poder del constituyente, sin que el que
deja de cumplir la condición haya sido nunca dueño ni se haya empobrecido por el
incumplimiento de la condición.
En el inciso segundo del mencionado artículo, se da derecho a los acreedores para pedir
al juez que les autorice a sustituirse al deudor (que haya repudiado o dejado de cumplir
la condición), para cobrar sus créditos, y si queda algún sobrante, le aprovechará al
tercero. En este caso, hay una subrogación por parte de los acreedores, autorizados por
el juez, y ellos aceptan la donación, herencia o legado o bien cumplen la condición para
que se haga efectivo el derecho de su deudor, y con los bienes así recibidos se pagan sus
acreencias; “si queda un sobrante aprovecha al tercero”: es decir, que se produce en
último término una especie de donación indirecta, ya que se beneficia este tercero con
unos bienes que, si bien no entraron directamente al patrimonio del heredero, legatario o
donatario, han salido ya del patrimonio del causante y se han adjudicado a los acreedo-
res para que cobren lo suyo; luego, el acto de liberalidad se cumple con ese resto de
bienes y en esa medida parcial pueda hablarse de donación.
2.3.2. “No hay donación en el comodato de una cosa cualquiera, aunque su uso o goce
acostumbre darse en arriendo” dice el primer inciso del artículo 1411. El comodato de
una casa, sobre todo a largo plazo o por tiempo indefinido, presenta una semejanza
grande con la donación, pero no se asimila a ella, porque el propietario conserva el
derecho de disposición y puede hacer terminar el comodato.
2.3.3. “Tampoco hay donación en el mutuo sin interés”, dice el segundo inciso del
artículo 1411. El mutuo por su naturaleza es contrato oneroso y origina el pago de inte-
rés, pero si se contrata en forma gratuita, se hace una liberalidad al deudor, que queda
descargado de pagar esos réditos, pero el acreedor no saca de su patrimonio nada, no se
empobrece sino que sufre únicamente al no percibir un lucro que habría sido posible,
sacrifica un expectativa legítima pero no un bien ya adquirido.
2.3.4. “Los servicios personales gratuitos no constituyen donación, aunque sean de los
que ordinariamente se pagan”, dice el artículo 1412. Indudablemente la donación se
refiere siempre a cosas o derechos y no a servicios. Desde luego, mucho menos se han
de considerar donaciones, los servicios que no suelen remunerarse como los de una
madre a sus hijos, o de éstos a sus padres, los que impone la cortesía, la gratuidad, etc.
Cuando por excepción estos servicios se quieren remunerar entonces la remuneración
puede ser una donación, no el servicio. Ya trataremos de las donaciones remuneratorias
que tienen normas especiales.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 213
2.3.5. “No hace donación a un tercero el que a favor de éste se constituye fiador, o
constituye una prenda o hipoteca”, comienza diciendo el artículo 1413. En realidad el
dar una fianza no significa desprenderse de bienes propios, aunque si se corre el riesgo
de perderlos y se está haciendo un favor al deudor. Si el fiador llega a pagar la deuda
ajena le queda la acción para repetir, es decir, para cobrar lo que pagó por el deudor; lo
mismo el que sufre la ejecución mediante el embargo y el remate del bien que hipotecó,
podrá reclamar al deudor que le reembolse; ciertamente si el deudor es insolvente, sufri-
rá desmedro el garante, pero este suceso accidental no autoriza para considerar como
donación al acto de constituir fianza, prenda o hipoteca.
2.3.6. No hace donación “el que exonera de sus obligaciones al fiador, o remite una
prenda o hipoteca, mientras está solvente el deudor”, dispone el mismo artículo 1413,
y podrían hacerse consideraciones semejantes a las del número anterior: no hay empo-
brecimiento del que actúa así. Nótese que se ha de tener en cuenta para apreciar la sol-
vencia del deudor, el momento en que se remite la obligación del fiador o se cancelan la
prenda o hipoteca; lo que sucede posteriormente no cambia la naturaleza del acto.
2.3.7. “No hay donación, si habiendo por una parte disminución de patrimonio, no hay
por otra aumento; como cuando se da para un objeto que consume el importe de la cosa
donada, y de que el donatario no reporta ninguna ventaja apreciable en dinero” dice el
artículo 1414, y en perfecta concordancia con él, leemos en el artículo 1211: “No se
tendrá por donación sino lo que quede, reducido el gravamen pecuniario a que la asig-
nación estuviere afecta”. Según estas reglas, los actos sujetos a condición o modalidad
que constituyan cargas cuyo cumplimiento absorba el total de los bienes, no son dona-
ción; solamente si queda un remanente, éste sí enriquece al que lo recibe y respecto de
él hay donación.
Las donaciones con gravamen pueden adoptar diversas formas, a veces la de condicio-
nes (suspensiva o resolutoria), o bien, de modales, pero en cualquier caso, se debe des-
contar el gasto pecuniario que imponen y solamente si queda un saldo se entenderá que
hay donación, cumplidos los demás requisitos, por tanto también la intención de donar
que se desprenderá de los términos del contrato y demás circunstancias.
2.3.8. No se presume que dona el que da lo que no debe, “a menos de probarse que tuvo
perfecto conocimiento de lo que hacía, tanto en el hecho como en el derecho” dice el
artículo 2199. Por tanto, el que obra equivocadamente, o comete un error, sea en cuanto
a la obligación o en cuanto a la cosa que entrega, no dona; pero, si exento de todo error,
entrega algo no debido, entonces sí hay donación.
2.3.10. Dice el artículo 1961: “Si se formare una sociedad que no puede subsistir legal-
mente, ni como sociedad, ni como donación, ni como contrato alguno, cada socio tendrá
la facultad de pedir que se liquiden las operaciones anteriores y de sacar sus aportes”; en
estas situaciones de hecho, en que se reúnen bienes sin una clara determinación de la
214 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
norma que se quiere aplicar, puede presentarse un cierta semejanza con la donación,
pero, como dice el artículo citado, si no es posible “subsistir legalmente” esta situación,
tiene que liquidarse, y no habrá donación.
2.3.11. Algunos autores plantean el caso del cumplimiento de una simple obligación
natural, que no cuenta con acción para ser exigida. El que paga una de estas obligacio-
nes no está propiamente haciendo un donación, sino cumpliendo un imperativo de una
conciencia bien formada; no se empobrece, sino que se restituye o entrega lo que debía
dar a otro, aunque éste no habría podido exigirle judicialmente. Es el caso, por ejemplo
de las deudas prescritas, o del cumplimiento de obligaciones contraídas sin las debidas
solemnidades pero con pleno consentimiento y justa causa.
2.3.13. Los casos más variados y que pueden presentar reales dudas sobre la naturaleza,
son los de actos o contratos ficticios, simulados o que bajo una forma aparente encu-
bren una realidad distinta. Muy frecuentemente, para eludir pagos fiscales, se acude a
contratos de compraventa en los que no hay precio verdadero, o se reduce a una canti-
dad ínfima. De la simulación hemos tratado ya a propósito de la compraventa. Baste
decir, que si no hay perjuicio de terceros ni se ha violado el orden público, el contrato
simulado puede producir efectos, pero no se aceptarán las consecuencias de una dona-
ción disfrazada, con la finalidad de perjudicar a terceros; también las legítimas y mejo-
ras de los legitimarios se ponen a salvo por la reducción o la anulación de estos actos de
disposición.
2.3.14. Desde luego, las donaciones revocables son incompatibles con las donaciones
entre vivos, precisamente por el carácter irrevocable de éstas. Son herencias y legados
las donaciones hechas en vida, pero con carácter de revocables y sujetas a la condición
de morir el que dispone de sus bienes, según los artículos 1168 y 116991. Estas tienen la
apariencia de donaciones y pueden ser así llamadas por quien las hace, pero no se suje-
tan a las normas de las donaciones entre vivos; el único caso, ya señalado de donaciones
revocables entre vivos es la de donaciones entre cónyuges, cuya naturaleza resulta pre-
cisamente mixta.
3.1. Como la donación es un acto que trae consigo un empobrecimiento de quien la hace
y esto puede redundar negativamente en su misma vida, en su familia, en sus acreedo-
res, la ley ha manifestado siempre una especial reserva y procura asegurar que se realice
con la mayor conciencia y cierta previsión; esto se logra por medios de los requisitos
exigidos al donante, por medio de ciertas prohibiciones relativas a las relaciones entre
donante y donatario y por las solemnidades de la donación.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 215
3.2. En principio, podría donar cualquier persona que tenga capacidad de ejercicio y,
desde luego se excluye a todo incapaz. Pero quienes tienen capacidad natural (de goce)
y no poseen la de ejercicio, necesitan de representante legal para cualquier negocio
jurídico y para la donación, dichos representantes están dotados de facultades más res-
tringidas que para otros actos o contratos.
3.3. El artículo 1403 formula la regla general: “Es hábil para donar entre vivos toda
persona que la ley no ha declarado inhábil”, lo cual es una aplicación evidente del prin-
cipio de la capacidad general, contenido en el artículo 1462: “Toda persona es legal-
mente capaz, excepto las que la ley declara incapaces”.
El artículo 1404, agrega: “Son inhábiles para donar los que no tienen la libre adminis-
tración de sus bienes; salvo en los casos y con los requisitos que las leyes prescriben”.
Deducimos que la “habilidad” mencionada en estos dos artículos, equivale a la capaci-
dad de ejercicio; ya que toda persona tiene capacidad de goce, pero no todas pueden
disponer por sí mismas de sus bienes y derechos, y quienes carecen de esa “habilidad” o
capacidad de ejercicio, necesitan el ministerio de otra persona que les represente o auto-
rice.
3.5. La incapacidad de los menores, alcanza por igual al no emancipado, que depende
de sus padres, y al emancipado, que sigue siendo incapaz y necesita de un tutor. El
menor emancipado, sin embargo, tiene capacidad para administrar el peculio profesional
o industrial, pero en esta administración no se incluye la posibilidad de donar inmuebles
o muebles de considerable valor, de suerte que también tendrá que solicitar autorización
judicial por causa grave. El Código confiere una especial capacidad al menor, para los
actos testamentarios, y a través de ello puede hacer liberalidades equivalentes a la dona-
ción, pero éstas son siempre revocables, mientras que las donaciones entre vivos son
irrevocables, razón por la cual, esa capacidad especial no se reconoce a los mismos
menores.
3.6. Los otros incapaces, mayores de edad (dementes, ebrios consuetudinarios o toxi-
cómanos, sordomudos que no pueden darse a entender por escrito, disipadores, o priva-
dos de la capacidad por condenas penales), igualmente, requieren de representante legal,
y éste tendría que obtener el permiso judicial, si hubiera causa grave para donar inmue-
bles de sus respectivos pupilos.
216 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.7. Cuando los incapaces no están sometidos a guarda sino a la patria potestad de su
padre o de su madre, éstos tienen las mismas limitaciones que los tutores o curadores,
según dispone el artículo 298. Sorprende que el Código aplique a los padres, con igual
rigor esas prohibiciones dadas para los guardadores; generalmente procede la ley a la
inversa: las reglas se dan de modo directo con referencia a los padres y luego se extien-
den a quienes reemplazan a los padres; en cambio, para la prohibición de las donaciones
se sigue el camino contrario, tal vez para acentuar la repugnancia del legislador hacia
estas liberalidades con bienes de los menores.
3.8. Se ha planteado la duda sobre las personas jurídicas, que se consideran relativa-
mente incapaces y necesitan de un representante legal para cualquier acto jurídico. Con-
sidero que es algo muy diverso: habrá simplemente que atenerse a sus respectivos esta-
tutos, y si nada está previsto en ellos, a la naturaleza y finalidad de la persona jurídica.
En efecto, hay muchas de ellas, como las corporaciones y fundaciones, que no tienen fin
de lucro y se establecen precisamente para realizar obras de caridad, educación, benefi-
cencia, etc., y por consiguiente su vida institucional consiste en hacer donaciones; otras,
como las sociedades civiles o comerciales, con fin de lucro, que también pueden hacer
donaciones, incluso dentro del cumplimiento de su fin propio, y que hay gastos de
representación, de promoción o de justa correspondencia a favor de clientes, que justifi-
can donaciones de estas entidades.
3.9. En cuanto a la capacidad para donar por parte de uno de los cónyuges dependerá
fundamentalmente del régimen de bienes a que estén sometidos. Durante mucho tiempo
en el normal régimen de sociedad conyugal, la mujer fue considerada como relativa-
mente incapaz; ahora se reconoce igual capacidad a ambos cónyuges, pero siguen sub-
sistiendo ciertas limitaciones para los actos de disposición, y con mayor razón para los
gratuitos, en los cuales normalmente se exige la intervención de ambos cónyuges, salvo
en cosas de ínfimo valor o de consumo diario.
3.10. Así como se rodea de formalidades y requisitos la donación a extraños, las que se
hacen los cónyuges entre sí, se facilitan en mayor medida: pueden realizar tanto por
acto entre vivos como mediante disposición por causa de muerte, no requieren insinua-
ción y son siempre revocables. Dadas estas facilidades, hemos de entender que la capa-
cidad que se requiere en los cónyuges para estas excepcionales liberalidades debe ser la
misma que para cualquier otro acto o contrato; además, nada especial exige la ley.
3.11. Siendo el donante plenamente capaz, puede aún encontrar alguna restricción legal
para desprenderse de sus bienes, a favor de ciertas personas. Esta especie de incapaci-
dad relativa, se da en el caso de ex pupilo, quien aunque ya haya alcanzado la mayoría
de edad o la rehabilitación, no puede donar sus bienes a favor de quien fue su tutor o
curador, mientras no estén aprobadas las cuentas de la administración de la guarda.
3.12. En muchos sistemas jurídicos se considera que los concubinos son incapaces para
hacerse donaciones, por considerar que tales liberalidades carecerían de causa lícita,
siendo “pretium stupri”. Otros distinguen, y admiten estas donaciones si se trata de una
compensación por el perjuicio causado, mientras niegan validez a la que se haga con el
fin de instaurar esa relación ilícita. En nuestro actual sistema jurídico en el Ecuador, que
desgraciadamente ha llevado muy lejos la protección a esas uniones ilegales, no cabe
plantear una especial incapacidad, que no está consignada en la ley.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 217
3.13. Las personas plenamente capaces pueden hacer las donaciones directamente, por
sí mismas, o mediante un mandatario. La cuestión discutida consiste en saber si bastará
un poder general o si se requiere uno especial. Dada la trascendencia del acto, general-
mente se pide un poder especial y aún en la interpretación del alcance de éste surge la
discusión, ya que hay quienes consideran que siempre se hacen las donaciones “intuitu
personae” y por ello, debe figurar el nombre del beneficiario, mientras que otros apre-
cian que si alguien está dispuesto a desprenderse de tales o cuales bienes, no importa
mucho a favor de quien se haga tal liberalidad.
También los mandatarios, como los guardadores, pueden realizar “ligeras gratificacio-
nes que se acostumbra hacer a las personas de servicio”, se entiende, con los bienes del
mandante, como expresamente lo permite el artículo 2043.
3.14. La capacidad del donante debe existir, indudablemente, el momento en que reali-
za la donación, o sea cuando manifiesta su voluntad en la forma prevista por la ley. Del
mismo modo, el donatario tendrá que ser capaz de recibir, el momento en que acepta la
donación. Si ambos momentos coinciden, como sucede en las donaciones manuales, no
hay problema alguno: ambas partes deben tener su respectiva capacidad. Pero se plantea
el problema de si será preciso que perdure la capacidad del donante y del donatario,
hasta que el primero llegue a conocer la aceptación. Algunos siguiendo a Aubry y Rau,
consideran que basta que cada parte realice su respectivo acto con la debida capacidad,
y, si incurre posteriormente en incapacidad, en nada se afecta lo ya realizado; otros, ven
en esa solución la dificultad de que, si la donación es un contrato, no se perfecciona
hasta el momento en que la aceptación es conocida por el donante y hasta ese instante se
requiere que perdure la capacidad de ambas partes.
3.15. En cuanto al sujeto pasivo, el donatario, la ley facilita que pueda recibir la dona-
ción considerando que es totalmente en su favor. Solamente, si hay cargas se impone la
obligación de aceptarla con beneficio de inventario, precisamente porque en la medida
en que existen esas cargas, la donación deja de ser totalmente gratuita, y podría llegarse
al extremo de resultar gravosa e inconveniente.
3.16. Lo que exige es que el donatario exista, que sea persona. El artículo 1405 dice:
“Es capaz de recibir una donación entre vivos toda persona que la ley no haya declarado
incapaz”. Debemos entender que se refiere a “incapacidad de recibir donaciones”, y no
simplemente incapaz, porque quienes son incapaces pueden recibir donaciones a través
de su representante legal.
3.17. Se completa el sentido del anterior artículo con el 1406: “No puede hacerse dona-
ción entre vivos a persona que no existe en el momento de la donación.- Si se dona bajo
condición suspensiva, será también necesario que exista al momento de cumplirse la
condición; salvo las excepciones indicadas en los incisos tercero y cuarto del artículo
1005”.
3.18. Las excepciones a que se refiere son las siguientes: si la persona no existiere, pero
se espera que llegue a existir, vale la asignación si esto sucede antes de quince años
subsiguientes a la apertura de la sucesión -o a la donación, en nuestro caso-, y las asig-
naciones ofrecidas en premio a los que presten un servicio importante, aunque el que lo
218 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
“Es nula así mismo la donación hecha al curador del donante, antes de que el curador
haya presentado las cuentas de la curaduría, y pagado el saldo, si lo hubiere en su co-
ntra” (artículo 1408). Ya hemos señalado que esta es una incapacidad relativa, que afec-
ta a la relación concreta entre dos personas, y, desde luego, temporal, removible, me-
diante la aprobación de las cuentas y el pago del saldo, si lo hubiere.
3.20. La ley trata de evitar que, con el pretexto de una donación a un incapaz se altere
la marcha ordenada de la familia, y por esto, los artículos 285, 289 y 290, limitan el
efecto de la condición impuesta por el donante, de que el padre no administre o no tenga
el usufructo de los bienes donados al hijo. Esos bienes originan el llamado peculio ad-
venticio extraordinario, y su usufructo corresponde a la sociedad conyugal de los padres
del donatario menor de edad; si se priva del usufructo no se entenderá que se ha quitado
la facultad de administrar esos bienes por parte del padre o la madre; viceversa, si la
condición fue de que no tengan la administración los padres, no por esto pierden el
usufructo legal; solamente si la condición es doble, o se refiere expresamente al usufruc-
to y a la administración, se acumulan ambos efectos. La donación bajo la condición de
emancipar al hijo, se entenderá cumplida, si se da un curador para que administre los
bienes donados.
3.21. La aceptación de la donación se facilita, pero también se asegura por parte del
legislador, que el pupilo o hijo de familia, no sea arbitrariamente privado de una dona-
ción que se le ofrece: “El tutor o curador no podrá repudiar ninguna herencia deferida al
pupilo, sin permiso del juez, con conocimiento de causa, ni aceptarla sin beneficio de
inventario”, dice el artículo 422, y se aplica también al caso de las donaciones hechas a
favor de un incapaz.
3.23. Si un menor u otro incapaz aceptara por sí mismo una donación, sin la interven-
ción ni autorización de su representante legal, el acto sería nulo, con nulidad relativa
que puede ser alegada y probada por el mismo incapaz (cuando llegue a ser capaz, o por
medio de su representante legal), o bien por sus herederos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 219
4.2. En cuanto a los posibles vicios del consentimiento, no hay ninguna especial norma
respecto de la donación. El artículo 1469 pone como un ejemplo de error de hecho, que
vicia el consentimiento, cuando recae sobre la especie de acto o contrato que se ejecuta
o celebra, como si una parte entendiese empréstito, y la otra, donación.
La doctrina enseña que el error esencial produce la nulidad, sea que se produzca acci-
dentalmente, sin culpa, o bien derive de una actitud dolosa, que induzca precisamente al
error.
El artículo 1832 establece que “si se estipulare que no podrá intentarse la acción resciso-
ria por lesión enorme (en la compraventa), no valdrá la estipulación; y si por parte del
vendedor se expresare la intención de donar el exceso, se tendrá esta cláusula por no
escrita”. Tenemos aquí un caso en que el legislador prohíbe absolutamente una dona-
ción, porque su finalidad sería la de burlar la ley: no habría causa justa. Otro tanto po-
dría aplicarse a las donaciones realizadas con el objeto de presionar a un cónyuge a
firmar una demanda de divorcio por “mutuo consentimiento”.
220 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4.4. Tiene relación con la causa, el problema de las donaciones recíprocas. Si esta
reciprocidad es plenamente probada, desaparece la donación, porque no existe
liberalidad: la causa de cada acto sería más bien el acto recíproco y nos hallaríamos
frente a una permuta, no un acto gratuito.
5. El objeto, en la donación
5.1. Algo se anticipó sobre el objeto, al distinguir ciertas figuras jurídicas; aquí nos
ocupamos directamente de las cosas que pueden ser donadas.
El principio general es amplio: se puede donar todo cuanto puede ser objeto de un
contrato, lo que está en el comercio, aquello que la ley no prohíbe. Esto abarca tanto las
cosas materiales como las inmateriales; puede ser una especie singular, un número de-
terminado de cierto género, una cuota o una universalidad, aunque esto último tiene
ciertas restricciones.
5.2. Lo que no puede ser donado son los servicios, ya que no corresponden la esencia
de la donación que implica un desprenderse de algo que está en el patrimonio del
donante y los servicios gratuitos, si bien constituyen una liberalidad, no empobrecen al
donante, aunque signifiquen un ventaja para el que lo recibe.
5.3. Se plantea este propósito si se podrá donar bienes ajenos y bienes futuros. En los
sistemas jurídicos que dan al contrato la fuerza traslativa del dominio u otros derechos,
resulta evidente que no pueden donarse bienes ajenos o futuros, por no encontrarse
actualmente en el patrimonio del que pretende disponer de ellos: nadie da lo que no
tiene. En cambio en nuestro sistema, la solución es precisamente la contraria, puesto que
la donación origina la obligación de transferir, y se puede ofrecer una cosa ajena con la
intención y la posibilidad de adquirirla.
5.4. Distinto asunto es el de la tradición o entrega de la cosa ajena que fue donada.
Nadie puede dar lo que no tiene, no cabe tradición de cosa ajena. Si de hecho el donante
hubiere entregado al donatario algo que no le pertenecía al primero, el verdadero dueño
puede reivindicar su cosa, probando su dominio y no se requiere que demuestre la nuli-
dad de la donación (que, como contrato puede ser válido). En cambio, si no se ha verifi-
cado la entrega, no podría reivindicar la cosa el donatario, puesto que no ha entrado aún
en su patrimonio; tampoco podría reivindicarla el donante, aunque ambos contratantes
podrían pedir la nulidad del contrato si resulta imposible la adquisición del objeto por
parte del que lo donó. Si la supuesta donación comprende el patrimonio o parte del
patrimonio del donante, tal como se halle al momento de fallecer, se trata de una cosa
futura, impredecible, y que por su misma naturaleza debe sujetarse a las disposiciones
propias de la sucesión por causa de muerte. Se desvirtúa la básica cualidad de las dispo-
siciones mortis causae, que son siempre revocables, al encubrir bajo la forma de una
donación de futuro, irrevocable y de bienes indeterminados. El artículo 1425, prohíbe
esta clase de liberalidades.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 221
5.5. Acabamos de indicar que el objeto debe también ser determinado, o al menos
determinable con precisión. No cabe la indeterminación total del objeto, tanto más
cuanto que el legislador procura resguardar los intereses del mismo donante, de su fami-
lia y de sus acreedores, y en muchos casos, exige la insinuación o permiso judicial, que
nunca podría darse respecto de algo indeterminado.
5.8. El objeto de la donación disminuye y hasta desaparece por efecto de ciertas cargas,
condiciones o modos; entonces la donación no tiene valor, por falta de objeto.
5.10. El artículo 1414 se refiere a las donaciones con una carga que absorba todo el
valor del objeto, en cuya hipótesis, no habrá donación, porque, dice el artículo cuando al
donatario “no reporta ninguna ventaja apreciable en dinero”. Por tanto, las cargas no
pueden ser tales que dejen sin valor al objeto donado.
Hay ciertas cargas que no se podrían calcular rigurosamente en dinero, pero que cierta-
mente suponen gastos y disminuyen el valor de lo donado. Tal es el caso previsto en el
artículo 1420, que califica de donaciones con causa onerosa”, las que se hacen a una
persona para que abrace un carrera o estado, o a título de dote o por razón de matrimo-
nio. Este artículo ordena que tales donaciones se hagan por escritura pública, y a falta de
este requisito, “se considerarán como donaciones gratuitas”, lo que equivale a privar de
valor a dichas condiciones o modos, se considerarán como no impuestos, y si se hizo
por escritura privada, se tendrán como no escritos; la donación será válida, pero la carga
no lo será.
En todo lo relativo a las condiciones o los modos que se impongan a una donación, hay
que seguir las mismas reglas que se han dado para las disposiciones condicionales o
modales, por causa de muerte.
5.11. La donación de todos los bienes del donante no está prohibid de manera absoluta,
y más bien hay varios artículos del Código que se refieren a ella; pero exige el cumpli-
miento de especiales requisitos, de forma (artículo 1423), y de fondo (artículo 1424),
puesto que el donante “deberá reservarse lo necesario para su congrua subsistencia”.
Estas donaciones a título universal “no se extenderán a los bienes futuros del donante,
aunque éste disponga lo contrario”. (artículo 1425). Si el donante no se hubiere reserva-
do lo que le ordena la ley, el acto sería nulo, pero, como anota Borda, él podría pedir al
juez la anulación parcial, para que se le integre esa reserva necesaria de bienes para
subsistir; lo necesario se toma en cuenta según sea el momento de la donación y las
variaciones posteriores no alteran, si el donante cayera después en pobreza, solamente
tendría derecho a pedir alimentos.
5.12. Entre las condiciones que pueden afectar a una donación, suele producirse la de
disponer que si muere el donatario antes que el donante, se revierta el objeto donado
al primero. Frecuentemente se matiza ésta condición, en el sentido de que vuelva la cosa
al donante, si muere el donatario sin sucesión o más precisamente, sin hijos. Es válida y
lícita esta condición resolutoria.
5.13. En cambio, no sería válida la condición que pretendiera dejar supeditada la per-
manencia de la donación a la sola voluntad del donante: no cabe una condición me-
ramente potestativa, porque contrariaría el carácter irrevocable de las donaciones entre
vivos.
Cuando estos donativos provienen de los padres, no deben considerarse como donación,
puesto que ellos están obligados a la crianza y educación de los hijos, como dispone el
artículo 268; solamente podrían entrar en el concepto de donación, gastos extraordina-
rios de dicha educación, que se salgan de lo normal para la condición y circunstancias
de una familia concreta. Otro tanto puede decirse sobre los gastos de “establecimiento”,
que proporcionan al hijo la posibilidad de ganarse la vida con su trabajo.
5.16. Las donaciones llamadas “universales”, por abarcar un conjunto de bienes del
donante, no se admiten, sin embargo, en un sentido absoluto, sino relativo. Quien pre-
tenda desprenderse de todos sus bienes, de cualquier manera debe reservarse, como
ordena el artículo 1424, “lo necesario para su congrua subsistencia”. Esto puede concre-
tarse en la conservación de ciertos bienes productivos, o en reservarse el usufructo, uso
o habitación de los mismos bienes donados, o bien contratar una pensión vitalicia u otra
forma de asegurar el mantenimiento.
Para que se cumpla esta previsión, la ley ordena que se haga inventario pormenorizado
de los bienes que se va a donar; de suerte que ya no se tratará propiamente de la univer-
salidad, de todos, sino de aquellos que consten en el inventario y no sean objeto de
reserva. Expresamente señala el artículo 1425, que los bienes futuros no entran en la
donación universal, aunque disponga lo contrario el donante.
5.18. La estimación del valor de los bienes donados y del monto de la carga, tiene,
como es evidente, mucha importancia, porque de ello dependerá en algunos casos la
validez misma de la donación, su permanencia o su posible reducción o revocatoria. No
precisa, sin embargo la ley, el momento que se ha de tomar en cuenta para ese cálculo, y
se divide la doctrina, pues unos señalan que debe considerarse el momento de la dona-
ción, otros el de la muerte del donante. Pienso que no hay una norma uniforme, preci-
samente porque si se trata de unos aspectos, como la necesidad de insinuación, debe
calcularse el precio al momento de la donación, y para otros efectos, como el cumpli-
miento de cargas o la eventual reducción, tendrá que ser el momento en que se pretenda
hacer valer tales derechos.
5.20. Hay algunos derechos cuya donación está específicamente prevista en el Código,
como los de alimentos voluntarios, que, de acuerdo con el artículo 365, se pueden
establecer por donación, cumpliendo todos los requisitos y sometiéndose a la eventual
224 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.22. El derecho del acreedor que fallece en el intervalo entre el contrato condicional
y el cumplimiento de la condición, se trasmite a sus herederos; y lo mismo sucede con
la obligación del deudor, según el artículo 1508, pero esta regla no se aplica a las asig-
naciones testamentarias, ni a las donaciones entre vivos, las mismas que no se transmi-
ten.
5.24. Las cargas pueden terminar de varias maneras: si han sido establecidas para un
determinado plazo o bajo condición, cuando se cumplan uno u otra; si se vuelve impo-
sible su cumplimiento, dando origen a eventuales reparaciones si hay culpa en la impo-
sibilidad sobreviniente; por consentimiento de ambas partes o por renuncia de la perso-
na a favor de quien se impuso la carga.
6.10. Las solemnidades de las donaciones por causa de muerte son diferentes, pero es
preciso tener esas disposiciones al tratar de las donaciones entre vivos, porque hay pun-
tos de contacto. Por otra parte, sabemos que las donaciones entre cónyuges, siendo entre
vivos, tiene esas características que hacen de ellas una figura mixta: son siempre revo-
cables, y pueden verificarse siguiendo las formas o solemnidades sea de las donaciones
entre vivos o las de las sucesiones hereditarias. Aquí nos ocuparemos exclusivamente de
las donaciones revocables, entre vivos, aunque con las necesarias referencias a las otras
categorías.
En primer lugar hay que afirmar que las donaciones entre vivos constituyen un contrato
solemne, cuya validez depende de la observancia de las formas establecidas por la ley.
Precisamente por esto, los pequeños dones, regalos, propinas (que incluso el Código
llama a veces “gastos”), no se consideran propiamente donaciones, aunque en muchos
aspectos coinciden con ellas.
6.2. Los requisitos formales de las donaciones entre vivos son complejos, comprenden
la insinuación judicial, escritura pública, su inscripción, aceptación del donatario y noti-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 225
6.3. Este conjunto de actos solemne da origen a clasificaciones o divisiones de las do-
naciones, como también se pueden clasificar a partir de otros criterios, como los de su
causa, contenido o circunstancias que modifican los efectos (por ejemplo, totalmente
gratuitas u onerosas, condicionales, fideicomisarias, etc.). Examinemos los diversos
tipos de donaciones, con relación a su forma.
6.3.1. Se dan algunas que por su escaso valor no requieren de insinuación judicial. De
la insinuación trataremos en el punto siguiente.
Tampoco se exige un documento privado, pero, para efectos de prueba y para poder
exigir el cumplimiento, en caso de no ser simultáneo al acto de donación, resulta pru-
dente consignarlas por escrito. No se admite la prueba de testigos para obligaciones que
pasan de una cuantía que ha llegado a ser mínima por la devaluación de la moneda, de
modo que se puede decir, que en la práctica, no hay prueba de testigos para una obliga-
ción de la que no exista siquiera principio de prueba por escrito.
Si existen determinados muebles que están regulados por leyes especiales y que para
toda transferencia de dominio, deben registrarse en especiales registros, como los naví-
os, las aeronaves, los vehículos, y aún en ciertas épocas, los títulos de crédito. Originan
la duda de si esa inscripción se refiere exclusivamente a la tradición, al traspaso de los
derechos, o forma parte del acto mismo de la donación, es decir, si es solemnidad de
ella, lo cual tiene enorme importancia, porque al faltar, originaría nulidad. Posiblemente
se trata de una forma constitutiva de la donación misma: no hay donación de un barco,
por ejemplo, si no se inscribe el instrumento.
En el tercer inciso del artículo 1164 se hace referencia a estas donaciones que pueden
realizarse “sin instrumento alguno”. Este artículo trata de las donaciones revocables, por
causa de muerte, para las cuales se requiere necesariamente forma instrumental, y por
vía de excepción señala: “Las donaciones de que no se otorgue instrumento alguno,
valdrán como donaciones entre vivos, en lo que fuere de derecho; menos las que se
226 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
hicieren entre cónyuges, que podrán siempre revocarse”. Por consiguiente, hay dona-
ciones entre vivos, irrevocables, que se perfeccionan sin necesidad de escritura ni públi-
ca ni privada: estos bienes muebles deben ser aquellos de escaso valor, para los que no
se exige insinuación judicial, ya que no tendría sentido acudir al juez para obtener una
sentencia de autorización y luego concretar verbalmente el contrato. La salvedad de las
donaciones entre cónyuges, no significa que no puedan hacerse entre ellos donaciones
verbales, sino que éstas son siempre revocables.
Quien deseare hacer donación de derechos de autor, aunque se trate de un bien mueble,
deberá realizarlo mediante la inscripción en el correspondiente registro, por disposición
de la ley especial.
6.3.3. Donación de inmuebles. El artículo 1406 dice: “No valdrá la donación entre
vivos de cualquier especie de bienes raíces, si no es otorgada por escritura pública e
inscrita en el correspondiente registro.- Tampoco valdrá sin este requisito la remisión de
un deuda de la misma especie de bienes”. Por tanto, al igual las cosas corporales inmue-
bles, o las incorporales, deben donarse mediante escritura pública inscrita en el Registro
de la Propiedad. La remisión de una deuda mobiliaria no se sujeta a este requisito, pero
las referentes a deudas inmobiliarias sí.
El segundo inciso dice “este requisito”, lo cual crea cierta dificultad de interpretación,
puesto que la celebración de escritura pública es un requisito y su inscripción en el
Registro, es otro. Podría pensarse que se refiere sólo a uno de los dos pasos, pero dado
todo el sistema de organización de la propiedad inmobiliaria resulta preferible pensar
que se ha querido expresar ambas acciones: la celebración de escritura y su inscripción.
Desde luego, la escritura pública debe reunir todos los requisitos para su validez, capa-
cidad de las partes, expresión válida del consentimiento, libre de vicios, objeto y causa
lícita y cumplimiento de los aspectos formales, como la firma de las partes, testigos y
Notario. Si la escritura fuera nula por algún defecto, acarrearía la nulidad de la donación
en ella contenida, pero si al inverso, la donación es nula por otros conceptos, no quiere
decir que la escritura que la contiene sea también nula; la necesaria distinción de ambas
situaciones es indispensable.
No se puede reemplazar la escritura pública por otro documento auténtico o que llegue a
tener valor de prueba plena de su contenido.
Una parte de la doctrina considera que la falta de escritura pública no produce nulidad,
sino inexistencia de la donación, porque hay falta absoluta de la forma esencial. Si se
acepta esta opinión, se sigue la consecuencia de que no podría de ninguna manera ratifi-
carse o confirmarse lo que no existe; tampoco se tendría un título válido para alegar la
adquisición por prescripción ordinaria.
6.3.4. Hay algunas excepciones a este requisito de la escritura pública inscrita. En pri-
mer lugar, la inscripción del acta de remate equivale a la de la escritura pública; hay
una sentencia en que se aplica tal criterio, para una donación raramente a través del acta
de remate de bienes raíces.
El artículo 1038 dice: “Toda donación o promesa que no se haga perfecta e irrevocable
sino por la muerte del donante o promisor, es testamento y debe sujetarse a las mismas
solemnidades que el testamento. Exceptúanse las donaciones y promesas entre marido y
mujer, las cuales, aunque revocables, podrán hacerse bajo la forma de los contratos
entre vivos”. Dejando de lado el caso de los cónyuges, aparece de esta norma que, se
puede lograr a través de la forma testamentaria, un donación que se convierte en irrevo-
cable a la muerte del donante o promisor; ahora bien, el testamento, puede hacerse ante
cinco testigos, y en otras formas privilegiadas (ante el capitán del barco, el capellán del
ejército en guerra, etc.) y si contienen donaciones que “llegan a ser irrevocables”, esta-
ríamos ante otra excepción a la regla de que necesariamente han de constar en escritura
pública.
6.3.5. Hay otras donaciones que también se someten necesariamente a la forma de escri-
tura pública inscrita. Según el artículo 1419: “La donación a plazo o bajo condición
no surtirá efecto alguno, si no constare por escritura privada o pública en que se exprese
la condición o plazo; y serán necesarias en ella la escritura pública y la insinuación e
inscripción en los mismos términos que para las donaciones de presente”. Dejando de
lado la poco clara redacción de este artículo, parece evidente que la escritura pública se
ha de exigir en todo caso que la donación o su condición se refieran a un bien raíz, de
otro modo no se entendería con qué criterio distinguir entre la Escritura privada o públi-
ca, que pide este artículo. ¿Cuándo basta que sea escritura privada?.- Si no se implica
ningún inmueble. Por ejemplo: se dona una cantidad de dinero con la condición de
emplearla en adquirir una casa; aunque el objeto de la donación es mueble, pienso que
debería constar en escritura pública, en vista de la condición.
6.3.6 También deben hacerse por escritura pública “las donaciones con causa onerosa,
como para que una persona abrace una carrera o estado, o a título de dote o por razón de
matrimonio, expresando la causa”, según dice el artículo 1420. Ahora bien, si no se da
esta forma solemne, la donación misma no es nula, sino que no surtirá efecto la carga:
228 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Alguna sentencia declara que si se enumeran todos los bienes que se donan, la donación
es a título particular y no universal, por lo que no se requiere inventario solemne; y el
donatario que aceptó, no puede alegar la nulidad porque supo o debió saber que la cuan-
tía era superior a veinte mil sucres y debía pedirse la insinuación judicial que no se
pidió.
El inciso 2o. del artículo 1417 define: “Insinuación es la autorización del juez compe-
tente, solicitada por el donante o el donatario”. No emplea nuestro Código el término
“insinuación” sino exclusivamente para las donaciones. ¿Por qué no se ha dicho direc-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 229
7.2. La finalidad de esta intervención del juez es precisamente ésta: evitar que se obre
ilegal o injustamente. Habría ilegalidad si el donante no puede disponer de sus bienes o
está obligándose a un disposición contraria a derecho, si obra sin libre albedrío, si pro-
cede por una causa ilícita, o pretende donar a quienes no puede hacerlo (por ejemplo al
guardador que aún no ha rendido cuentas). En otras circunstancias, el acto que se pre-
tende realizar puede ser legítimo, pero, manifiestamente inconsulto, inconveniente para
el propio donante, su familia o sus acreedores: si el benefactor va a quedar en la indi-
gencia, convirtiéndose en una carga para otros, o a través de la donación dejará a sus
futuros herederos en situación de no recibir su parte legitimaria en la herencia, o los
acreedores no podrán ser pagados por la insolvencia del donante, es evidente que el juez
no debe conceder la autorización.
7.3. Queda claro que la insinuación puede ser solicitada tanto por el que desea donar,
como por aquel a quien se ha ofrecido o pretende beneficiar. Uno u otro, o ambos
conjuntamente, deben dirigirse al “juez competente”, que se ha de entender
normalmente, el del domicilio, aunque tendría que considerarse también el lugar en que
se hallan los inmuebles; esto tiene especial importancia en materia de Derecho
Internacional Privado. Como nos hallamos ante una intervención del juez en un trámite
no contencioso, normalmente no surge dificultad con relación a la competencia, pero no
se puede extremar el principio de autonomía de la voluntad privada hasta el extremo de
acudir a un juez que carezca de todo vínculo o relación con la donación que se va a
realizar, se requiere que exista algún nexo de conexión que confiera competencia al
magistrado; de otra manera, tampoco podría examinar la legalidad y la legitimidad de la
proyectada liberalidad.
7.4. Como el juez debe apreciar que no se contraviene al derecho ni se causa daño a
terceros, el solicitante deberá demostrar estos extremos. Las pruebas suelen ser de testi-
gos que se refieren a la situación económica del donante: que tiene otros bienes para su
subsistencia, que no es insolvente o no corre peligro de caer en insolvencia. No se pue-
de, en cambio, prever de manera cierta si el donante perjudicará a posibles asignatarios
forzosos forzosos, porque nadie puede saber ni cuando morirá una persona, ni cuáles
serán entonces sus bienes y quienes tendrán al momento de la muerte el derecho de
recibir una parte de ellos; sin embargo, por aproximación, si una persona no puede dis-
poner más que de la mitad o de la cuarta parte de sus bienes (según los casos), para
dejarlos en testamento a personas extrañas, parece que tampoco se debe autorizar un
donación a extraños, que supere esa porción del actual patrimonio del donante, porque
se supone razonablemente que la proporción se guardará, más o menos, hasta la muerte.
Tampoco cabría autorizar la donación a un legitimario, en una cuantía tal que evidente-
mente amenace dejar sin su legítima a otros legitimarios actualmente existentes; más
allá no pueden ir las previsiones: no cabe calcular los posibles futuros legitimarios ni la
cuantía de los bienes en una sucesión que aún no se ha abierto.
7.5. La insinuación, se confiere, pues, en base a pruebas, pero de valor un tanto relati-
vo. Por esto, los derechos de terceros, no se afectan por haberse concedido una insinua-
230 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
ción judicial, con buen fundamento o sin él. Así, el legitimario que se vería privado de
su legítima o de una parte de ella, puede solicitar, una vez producida la muerte del cau-
sante, la revocación de la donación autorizada a favor de otro, o la reducción de la mis-
ma, para que se cubra legalmente su derecho. También los acreedores perjudicados por
la insolvencia en la que incurre el donante, podrán igualmente conseguir que se deje sin
efecto la donación, aunque haya sido concedida la insinuación judicial.
7.6. La insinuación se exige en nuestro Código, para toda donación cuya cuantía sobre-
pase los veinte mil sucres. Esta suma se ajustaba a la reforma de 1969, pues antes
hablaba el Código de mil seiscientos sucres, proviniendo esta cifra a su vez, de la anti-
gua determinación de dos mil pesos, que desde 1888 equivalían a mil seiscientos sucres
La progresiva desvalorización de la moneda ha hecho que estos límites queden desac-
tualizados: el siglo pasado con dos mil pesos se compraba una hacienda o una magnífica
casa en la capital de la República; en 1970, con veinte mil sucres se podía aún adquirir
un vehículo usado o un pequeño terreno rural. Ahora, se ha cambiado la moneda Sucre
por el dólar.
Cuando se dona el derecho de recibir una pensión periódica, será necesaria la insinua-
ción, siempre que la suma de las cantidades que han de percibirse en un quinquenio,
excediere de ochocientos dólares de los Estados Unidos de América., dice el artículo
1418.
7.7. La cuantía se debe calcular, como ordena el artículo 1421, descontando el grava-
men, si lo tuvieren. Por ejemplo, quien donó cien mil dólares, pero con la obligación
impuesta al donatario, de pagar deudas del donante por valor de noventa mil dólares,
solamente se benefició con los diez mil restantes. Para calcular el valor de una dona-
ción, se ha de atender al valor total de la cosa donada y no la cuota de cada uno de los
beneficiarios. Los únicos gravámenes que se descuentan, son los apreciables en una
cantidad determinada de dinero.
7.8. Otras circunstancias en que es obligatoria la insinuación son las señaladas en los
artículos 1420, 1423 y 1426. Según el primero de los citados, si hay plazo o condición,
se debe expresar por escrito y habrá que demandar la insinuación según las mismas
reglas que para las donaciones sin plazo ni condición, es decir, si son cuantiosos.
Las donaciones universales están sujetas necesaria insinuación, como lo orden el artícu-
lo 1423. Nótese que éstas pueden abarcar la casi totalidad de los bienes, o alcanzar so-
lamente un cuota mínima, cuya cuantía puede ser igualmente insignificante; sin embar-
go se pide la insinuación, dado el carácter universal. Como en éstas se requiere también
el formar inventario de los bienes, esto facilitará al juez el considerar la justicia y con-
veniencia de la donación.
No se requiere insinuación para las donaciones entre marido y mujer, por ser siempre
revocables y estar sometidas a distintas normas. El artículo 1422 declara expresamente
que no están sujetas a insinuación judicial, “cualquiera que sea el valor de las cosas
donadas”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 231
Quien conoció la causa de nulidad, o debió conocerla, no puede alegar dicha nulidad,
pero si lo hace, el juez que conoce de la causa puede declarar la nulidad de oficio.
8. Aceptación de la donación
8.1. En todo contrato debe constar la voluntad de ambas partes, y siendo la donación un
contrato, parece inútil insistir en este punto; sin embargo, presenta alguna peculiaridad,
primero porque solamente el donante contrae obligaciones, mientras que las del donata-
rio son accidentales, eventuales; por otra parte, la donación puede efectuarse en un
tiempo prolongado, interponiéndose algún espacio entre la acción del donante y la acep-
tación del donatario. Finalmente, no basta que las dos partes hayan dado su consenti-
miento, sino que se exige que la aceptación del donatario se notifique al donante y éste
llegue efectivamente a conocerla, solamente en este punto final, la donación se hace
irrevocable.
Puig Brutau, como algunos otros autores modernos, considera que la donación no es un
contrato , y la aceptación del donatario no convertiría en contrato la oferta del donante,
sino que simplemente se haría en aplicación del principio de libertad, por el cual no se
puede imponer un beneficio a ninguna persona.
8.2. Quien puede aceptar. El donatario, para aceptar válidamente, debe tener capacidad
jurídica de ejercicio. El artículo 1427, en su último inciso dice: “Las reglas para la vali-
dez de las aceptaciones y repudiaciones de herencias y legados se extienden a las dona-
ciones”.
La aceptación puede realizarse directamente, por sí mismo, o bien por medio de manda-
tario con poder especial, o por medio de representante legal, si lo tiene el donatario.
8.4. Todos los que actúan en nombre de otro, deben, desde luego, respetar las normas de
la aceptación, como en el caso de las herencias y legados, haciéndolo, por tanto, con
beneficio de inventario, siempre que se trate de donatarios incapaces.
232 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
8.5. Si la donación se ha hecho a favor de varios individuos, cada uno está facultado
para aceptar lo que le corresponde; por lo demás, hay que aplicar la remisión a las reglas
para la aceptación o repudio de las herencias o legados, también en cuanto se refiere al
posible acrecimiento entre los varios beneficiados.
8.6. El poder especial que se refiere el artículo 1427, se ha de entender, “para recibir o
aceptar donaciones”, no necesariamente una determinada liberalidad de tal persona y tal
cosa, ya que esto sería restrictivo y la ley es favorable a la aceptación.
8.7. En las donaciones que se hacen por escritura privada verbalmente, el acto de reci-
bir lo donado se debe interpretar como aceptación; lo mismo, si el donatario estaba en
posesión de la cosa, se le hace saber que es beneficiario de donación y a continuación la
enajena a título personal; en este y en otras actitudes similares hay una aceptación tácita,
que será suficiente, cuando no se exige escritura pública.
8.8. El requisito de poder especial, parece excluir la posibilidad de que un agente ofi-
cioso intervenga, sin embargo, nuestra jurisprudencia ha admitido esta manera de acep-
tar, sujeta a la ratificación del donatario capaz.
8.9. Así como el donante puede desistir de su acto generoso, mientras no sea aceptado
por el donatario, éste su vez, también tiene la facultad de arrepentirse de la aceptación,
hasta tanto que no sea notificad a la otra parte.
8.12. Las donaciones con cargo de restituir a un tercero, es decir donaciones fideicomi-
sarias, se hacen irrevocables en virtud de la aceptación del fiduciario. El fideicomisario
no tiene más que una mera expectativa de llegar a adquirir, por esto, no puede aceptar si
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 233
a partir del momento de la restitución; con anterioridad solamente podrá repudiar, pero
no aceptar, como ordena el artículo 1429.
Así como en las donaciones corrientes, mientras no hay la aceptación del donatario, el
donante puede retractarse o modificar la donación, en el caso de las donaciones fidei-
comisarias se modifica esta regla, ya que el fiduciario que ha aceptado, no es el destina-
tario definitivo de los bienes, pero como éste no ha aceptado, ni puede aceptar hasta el
momento de la restitución, se produce una situación especial que requiere la interven-
ción conjunta del donante y del fiduciario par cualquier cambio. De tal manera se orde-
na en el artículo 1430: “Aceptada la donación por el fiduciario, y notificada la acepta-
ción al donante, podrán los dos, de común acuerdo, hacer en el fideicomiso, las altera-
ciones que quieran, sustituir un fideicomisario por otro, y aún revocar el fideicomiso
enteramente, sin que pueda oponerse a ello el fideicomiso”. La forma de esos cambios
debe ser la misma que requiere el género de donación: “Se procederá para alterar en
estos términos la donación, como si se tratase de un acto enteramente nuevo”, dice el
inciso final del mencionado artículo.
9. Efectos de la donación
9.1. La original naturaleza jurídica de la donación entre vivos, irrevocable y que sin
embargo en ciertas circunstancias sólo se afianza definitivamente con la muerte, hace
que se apliquen a ella, disposiciones propias de la sucesión hereditaria y de los contra-
tos. El artículo 1432, introduciendo otras reglas sobre los efectos de la donación, dice lo
siguiente: “Las reglas concernientes a la interpretación de las asignaciones testamenta-
rias, al derecho de acrecer, y a las sustituciones, plazos, condiciones y modos relativos a
ellas, se extienden a las donaciones entre vivos.- En lo demás que no se oponga a las
disposiciones de este Título, se seguirán las reglas generales de los contratos”.
Por tanto, hay que afirmar en primer lugar, que -como sucede en los testamentos y en
los contratos-, debe prevalecer la voluntad del que hace la donación, quien dispone de
una amplia libertad para establecer modalidades, condiciones, cargas, que deberán in-
terpretarse y cumplirse ajustándose en todo lo posible a dicha voluntad.
9.2. Los efectos naturales de la donación se reducen a la obligación del donante de en-
tregar y transferir lo donado y la obligación del donatario de guardar una conducta
que exprese gratitud hacia el donante.
9.3. En caso de que el donante no entregara lo que donó, el donatario tiene acción
judicial para exigírselo (ex adimpletii contractus), y si probare mala fe en el benefactor,
le podría obligar a la indemnización de perjuicios.
9.4. Pero esta acción, no tiene el mismo alcance que si se tratara de un contrato oneroso,
como la compraventa. Muy razonable limitación es la establecida por el artículo 1433:
“El donante de donación gratuita goza de beneficio de competencia en las acciones que
contra él intente el donatario, sea para obligarle a cumplir la promesa o donación de
futuro, sea demandando la entrega de las cosas que se le ha donado de presente”.Por
consiguiente, no se exigirá al donante más de lo que puede entregar, sin caer en indigen-
cia. Ya que no podía donar, sin la reserva de lo necesario para una congrua subsistencia
como ordena el artículo 1424, tampoco se le privará de lo indispensable para su susten-
tación. Puede suceder que el momento de la donación haya dispuesto de más bienes y
que, impensadamente se vea privado de ellos, antes de hacer efectiva la entrega; pues
bien, no estará obligado a entregar sino dentro de esos límites razonables.
9.5. Puede plantearse el raro caso de que el donante se haya puesto por sus propios actos
en situación de no poder cumplir la entrega de lo donado, por ejemplo, porque ha
realizado otras donaciones o negocios desventurados que hayan disminuido considera-
blemente el patrimonio. Si hay varias donaciones sin cumplir, parece que equitativa-
mente deben disminuirse todas de modo que los beneficiarios reciban una parte propor-
cional; aunque otra solución sería la de preferir a la más antigua y reducir o no hacer
efectivas las que con posterioridad se hubieren hecho. La primera solución parece más
equitativa, ya que no se trata de obligaciones onerosas, sino gratuitas: el donante, en
rigor no estaba obligado a dar sus bienes, y si los ha prometido o donado a varios, se ha
de procurar beneficiar a todos, en la medida de lo posible.
9.7. La obligación de entregar, lleva consigo la de dar los accesorios, títulos y demás
cosas que generalmente se comprenden en la tradición de una cosa principal. Igualmen-
te el donante debe los frutos producidos desde el momento en que se perfeccionó la
donación; si los hubiere consumido o enajenado, deberá indemnizar al donatario, puesto
que realmente ya eran suyos.
Hay una diferencia grande entre la donación por causa de muerte y la entre vivos, en
cuanto a los frutos, porque en la primera, los frutos no se atribuyen al donatario sino
desde la muerte del donante (salvo expresa determinación en contrario), mientras que en
la donaciones irrevocables, entre vivos, los frutos pertenecen al donatario desde que se
perfecciona el contrato, salvo que se disponga otra cosa; es relativamente frecuente que
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 235
La equidad impone que el donatario reconozca a favor del donante, los gastos que haya
realizado para la producción de los frutos o para la conservación y entrega de la cosa, ya
que él se beneficia de lo principal y de las accesiones.
9.8. Normalmente será el mismo donante quien verifique la tradición de las cosas, pero
si, una vez perfeccionado el contrato muriere o se incapacitare, serán los herederos o el
representante legal, quienes deban efectuar la entrega. Naturalmente, se supone que no
exista un plazo o condición pendientes.
En el juicio seguido por el donatario para obtener la entrega de la cosa donada, no puede
alegar el donante que la donación es nula, esto debe probarlo previamente y mientras no
lo haga, se presume la validez de una donación hecha por escritura pública y debida-
mente inscrita.
9.9. Mientras la cosa esté en poder del donante, una vez perfeccionado el contrato, debe-
rá conservarla con mediana diligencia, y respondería de la pérdida o daños causados por
su culpa. Solamente si incurre en mora, respondería también del caso fortuito producido
durante tal mora.
9.10. Por regla general, no está obligado el donante a garantizar ni contra la evicción ni
por vicios ocultos, sin embargo, por excepción si caben las acciones correspondientes.
Desde luego, el donante no puede él mismo realizar actos que privarían judicialmente al
donatario de la cosa que le ha entregado o debe entregarle; el proceder así significaría
no cumplir la fundamental obligación de transmitir el dominio. La exoneración de la
garantía de evicción se refiere a terceros, pero no, como es evidente, a sus propios ac-
tos.
9.11. Si de cualquier manera, el donante ha realizado actos o contratos por los cuales un
tercero ha llegado a ser dueño de la cosa donada y no puede entregarla por tanto al
donatario, tendrá que indemnizarle por el valor de lo que tenía ya derecho de recibir.
Borda señala con acierto, otra circunstancia en que se debe garantía de evicción: si el
donatario llega a perder la cosa por la falta de cumplimiento del donante de una obliga-
ción que él asumió, por ejemplo, pagar un crédito garantizado con hipoteca de la cosa
donada. Muchos autores señalan que surge la obligación de garantizar contra la evicción
236 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
en las donaciones onerosas, como se considera la hecha por causa de matrimonio (con la
carga de sobrellevar los gastos del hogar), y en todos los casos en que voluntariamente
se haya estipulado tal garantía.
9.12. Fuera de estos casos de excepción, el donatario no tiene acción de garantía contra
el donante para reclamar contra la evicción que sufra; pero, si la causa de la evicción es
imputable al antecesor en el dominio del donante, el donatario podrá dirigir la ac-
ción contra aquel antecesor; por ejemplo, el donante compró una finca y la donó y resul-
tó no ser del donante ni de su vendedor sino de un tercero que la reivindicó: el donatario
no podrá reclamar al donante, pero si al vendedor del donante, ya que se subroga en las
acciones de éste contra el vendedor.
9.13. En cuanto a los vicios ocultos, aunque haya podido o debido conocerlos el donan-
te no le obligan a indemnizar al donatario, pero si causan un perjuicio al beneficiario, sí
tendrá que indemnizarle, como en todo caso en que se causa un perjuicio. Por ejemplo,
una persona dona un animal enfermo, que contagia su enfermedad y produce la muere
de otros animales del donatario, es obvio que en estas circunstancias hay que reparar el
daño producido.
9.14. En cuanto a la obligación del donatario, de observar una conducta grata hacia el
donante, se concreta en dos obligaciones, una negativa y otra positiva pero eventual. La
negativa consiste en no ofender al donante en forma análoga a como se incurre en in-
dignidad para heredar, y la obligación positiva eventual, es la de darle alimentos si cae
en indigencia. Naturalmente, se pueden agregar otras obligaciones voluntariamente,
como la de cumplir ciertas cargas, pasar una parte de los bienes a otro (fideicomiso), o
cancelar deudas del donante.
1424), y si no hubiere tenido esta previsión, los acreedores pueden ejercitar la acción
Pauliana, para rescindir la donación o reducirla en términos que permitan al donante
cumplir la obligación frente a ellos.
9.19. Si los acreedores, en lugar de cobrar al donante, han preferido ejecutar al donatario
a título singular, y éste ha pagado una obligación de su benefactor, sin haberse obligado
previamente a ello, tendrá derecho de repetir frente al donante, ya que ha pagado una
obligación que no le incumbía a él sino al donante, salvo que expresamente hubieren
pactado lo contrario. El donatario que recobra lo pagado en nombre del donante, debe
también recibir intereses sobre el dinero pagado, salvo que se compensen estos intereses
con los frutos que haya percibido de la cosa donada, según lo ordenado por el inciso
segundo del artículo 1439.
9.20. Las deudas futuras, como claramente expresan los artículos 1434 y 1436, sola-
mente se pueden imponer hasta una cantidad determinada; si no fuera así, la donación se
convertiría en un contrato aleatorio, en el cual podría resultar beneficiado el donante por
quedar descargado de deudas en una cantidad superior al monto de los bienes de los que
se desprendió, y esto pugna contra el sentido de la donación que es liberalidad favor del
donatario. La falta de determinación previa de la cantidad máxima de deudas que esté
obligado a pagar el donatario, produciría en la práctica el efecto de que la donación no
sería irrevocable, ya que al endeudarse el donante podría dejar sin ninguna ventaja al
aparentemente favorecido.
Qué deba entenderse por “donación cuantiosa”, es cuestión debatida. Algunos opinan
que comprende a todas aquellas para las que se exige insinuación; este criterio podía
aceptarse en los orígenes del Código pero no posteriormente, cuando el límite de las
donaciones sin insinuación ha quedado en una cantidad ridícula. Ahora, no cabe otra
solución que dejar al criterio del juez el apreciar como “cuantiosa” la donación que
comprenda una parte importante de los bienes del donante.
Nótese que el artículo 354 señala que los alimentos deben pedirse en primer lugar al
cónyuge y al que hizo una donación cuantiosa; por consiguiente, los ascendientes, des-
cendientes y los hermanos del donante, podrían excepcionarse, señalando al donatario
como más obligado que ellos; solamente a falta (que incluye la posible insolvencia) de
una persona obligada, se pasa a las siguientes en el orden de prestación de alimentos.
Según dispone el artículo 1634 numeral 10, “No son embargables: Los bienes raíces
donados con la expresión de no embargables, siempre que se haya hecho constar su
valor al tiempo de la entrega por tasación aprobada judicialmente. Pero podrán embar-
garse por el valor adicional que después adquieran”. A través de la cláusula de “de no
embargable”, se viene a constituir una especie de patrimonio familiar; esto no se puede
admitir de un manera irrestricta, sino dentro de los razonables límites, de suerte que no
se perjudique a los acreedores, quienes no perderían el derecho de ejercitar la acción
Pauliana, si se ha hecho una donación en perjuicio de sus créditos.
Los padres que hayan sido privados de la patria potestad o de la guarda de sus hijos, no
pueden nombrarles tutor o curador testamentario, como dispone el artículo 385, pero, si
hacen a favor de tales incapaces una donación de parte de sus bienes que no se incluya
en la legítima o que supere dicha porción hereditaria, entonces si pueden nombrar guar-
dador testamentario especial, para la administración de dichos bienes, por disposición
del artículo 386.
Los otros casos que vamos considerar a continuación, suponen la plena celebración de
la donación, y constituyen excepciones al carácter permanente de este título gratuito.
10.4. La condición resolutoria, según nuestro Código, debe ser expresa, no se presume.
Únicamente las donaciones por causa de matrimonio llevan implícita la condición de
celebrar o haberse celebrado el matrimonio, según dice el artículo 211. Es decir, que si
se trata de donaciones de un esposo a otro, o de un tercero a uno de los esposos, en
consideración del matrimonio, la donación se resolverá si el matrimonio no se celebra o
no se ha celebrado, por ejemplo porque uno de los esposos ha muerto o se ha casado con
distinta persona de aquella a la que prometió matrimonio, o si habiéndose celebrado el
matrimonio se declara nulo.
Como nuestro Código deriva también del francés a través del proyecto de Bello, se
juzgó oportuno descartar expresamente esas condiciones tácitas. Así, el artículo 2132
dice que “en las donaciones entre vivos o asignaciones testamentarias por causa de
matrimonio no se entenderá la condición resolutoria de faltar el donatario o asignatario
sin dejar sucesión, ni otra alguna que no exprese en el respectivo instrumento, o que la
Ley prescriba”. No era indispensable esta norma, ya que, debe constar la condición
expresa, pero resulta más claro este punto por la mencionada disposición, aunque adole-
ce de cierta imprecisión al hablar “dejar sucesión”, puesto que toda persona deja siem-
pre algún sucesor, aunque no se más que el Estado, llamado en último lugar a sucederle;
lo que se quiere expresar es “sin dejar descendientes”.
Inspirada en esa misma razón, dice el artículo 1440: “La donación entre vivos no es
resoluble porque después de ella le hayan nacido al donante uno o más hijos; a menos
que esta condición resolutoria se haya expresado en la escritura pública de la donación”.
Este artículo añade al contenido del 213, que la condición debe ser la misma escritura
pública, mientras que en el 213 se pedía solamente que lo fuera en “el instrumento res-
pectivo”.
10.6. Casos de resolución previstos por la ley, son los contenidos en los artículos 1223
y 1224, que se aplican tanto a las donaciones revocables como a las irrevocables, entre
vivos. El primer caso consiste en que si se hace una donación “a título de legítima” a
una persona que no fuere entonces legitimaria del donante, y el donatario no adquiere
después la calidad de legitimario, se resolverá la donación. Aquí la condición no es
totalmente de un hecho futuro, sino de una calidad actual, que se puede adquirir en lo
futuro: la de legitimario.
El segundo caso está contemplado en el artículo 1224: “Si se hiciere una donación revo-
cable o irrevocable, a título de mejora, a una persona que se creía una de las designadas
en el artículo 10264, y no lo era, se resolverá la donación.- Lo mismo sucederá si dicho
donatario ha llegado a faltar por incapacidad, indignidad, desheredamiento o repudia-
ción”. Es decir, que en toda donación se incluye la condición de que el beneficiario
tenga la calidad legal en consideración a la cual se le hace el don. Si falta esa calidad de
legitimario o de sucesor con derecho a mejora, no se cumple la condición y la donación
“se resolverá”. Aquí entramos en un punto de contacto con la
240 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
10.9. Como las cosas se retrotraen al estado inicial, al momento en que se perfeccionó
la donación que luego se resuelve, se crean problemas muy serios si el donatario ha
enajenado la cosa, o lo ha gravado. El donante tendrá derecho a no sufrir perjuicio por
estos actos del donatario, pero no podrá reclamar a terceros que hayan adquirido legal-
mente la cosa, sino la correspondiente indemnización al donatario.
11. Rescisión
11.1. Se aplica a las donaciones en los varios casos de nulidad, sea por falta de capaci-
dad, de consentimiento, de objeto o causa lícita o de solemnidad exigida por la ley;
todas estas causas pueden originar la nulidad, y, debidamente probadas, será declarada
por el juez la rescisión de la donación.
11.1.1. Uno de los casos más notables consiste en la rescisión producida por la acción
de “inoficiosa donación”, es decir, cuando el donante ha dispuesto en exceso de bienes
que no podía donar, perjudicando así a sus legitimarios. Estos pueden impugnar la do-
nación, una vez abierta la sucesión, y si logran probar su derecho y que la donación ha
sido excesiva, alcanzarán la reducción de ésta, o su rescisión total.
A veces se emplea el término rescisión, en lugar de decir con mayor precisión “resolu-
ción”: si ha existido una condición resolutoria que no se ha cumplido, lo que compete es
pedir la resolución, no la rescisión. En una donación hecha por el Municipio de Manta,
con la condición de que en el plazo de tres años se edifique en el terreno donado, proce-
dió el Municipio a “rescindir”, por su propia autoridad, el contrato incumplido, pero la
sentencia de la Corte Suprema rechazó esta actuación y afirmó la necesidad de deman-
dar la resolución del contrato, además de que solamente el momento en que se inscriba
la sentencia favorable, el Registro de la Propiedad, volvería la propiedad al primitivo
propietario.
12.1. Según el artículo 1163, “donación entre vivos es lo mismo que donación irrevoca-
ble”, salvo el caso especial de las donaciones entre cónyuges, que pueden siempre
revocarse. Hemos expuesto que la irrevocabilidad es una de las características funda-
mentales de la donación entre vivos y esto corresponde a su carácter contractual, ya que
los contratos son ley entre las partes, y como tales no pueden alterarse por la sola volun-
tad arbitraria de una persona. Sin embargo, el carácter de acto de liberalidad o benefi-
cencia, que compromete la gratitud del beneficiario, hace que el legislador admita la
posibilidad de revocar las donaciones entre vivos en casos excepcionales. Precisamente
por ser casos excepcionales, se han de interpretar restrictivamente: sólo en los su-
puestos previstos por la ley, y sin que se pueda extender analógicamente a otro.
12.3. No se concede la facultad de revocar por ingratitud del donatario, a los acreedo-
res del donante, ni a los beneficiarios del cargo que hubiere impuesto a la donación, y
hay mucha razón para no conceder a estas personas la legitimación para la acción revo-
catoria, porque ésta no se funda en el incumplimiento de las cargas o el no pago de las
deudas, sino en la ofensa hecha al donante, que tiene carácter personal.
12.4. Si el donante no hace uso de la facultad de revocar hasta la muerte, sus herederos
no podrían iniciar la acción. Se admite, en cambio, que iniciada la acción por el donan-
te, si fallece, pueden continuarla los herederos.
242 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
La persona que desea hacer una liberalidad puede optar por varias figuras jurídicas,
entre ellas las dos más importantes son las donaciones revocables (por causa de muerte),
o las irrevocables. El carácter revocable o irrevocable depende de lo que decida el do-
nante, de su voluntad; aunque, naturalmente, tendrá que cumplir lo respectivos requisi-
tos para una otra donación. En ciertos casos puede no aparecer con claridad la verdadera
voluntad del donante, pero se deducirá de la forma o solemnidades: si hizo testamento,
será necesariamente revocable; si pidió insinuación judicial, es signo de querer hacer
una donación irrevocable; y si en la escritura pública consta la aceptación y notificación
de ella, aparece con mayor fuerza la determinación de hacer una donación irrevocable.
Por el contrario, la donación por causa de muerte no produce efecto sino a partir del
fallecimiento del causante, salvo que hubiere hecho entrega de lo donado, en vida, pues
entonces otorga por la tradición al beneficiario, los derechos de usufructuario.
Aunque el margen que da la ley al donante es muy amplio, no puede sobrepasar ciertos
límites, impuestos para tutelar sus propios intereses, los de la familia, de eventuales
legitimarios, y de los acreedores, por esto, se exige la insinuación judicial, y una vez
concedida esta autorización del juez, el donante que procede a perfeccionar la donación,
solamente podrá revocarla por graves causas que denotan ingratitud del donatario.
12.6. Muy distinta de la revocatoria de que estamos tratando, es la que se produce des-
pués de muerto el donante, por disposición judicial también, para completar las legíti-
mas o mejoras que no pudieren cubrirse con los bienes dejados por el causante. En va-
rios artículos del Código se habla de estas últimas, como cuando se ordena la formación
del acervo imaginario (artículo 1208) o se establece qué donaciones se imputan a las
legítimas (artículo 1221) o a las mejoras (artículo 1223). Todo este procedimiento de
reducción o de revocación de donaciones hechas en vida, no suponen una causa de
ingratitud, sino simplemente una protección de la familia.
El mero silencio del testador no implica revocación de las donaciones que podía revo-
car, y mucho menos, de las irrevocables (artículo 1241).
mandarse, porque se trata de una ofensa personal, que no pasa a los herederos; en cam-
bio si ya estuvo incoada la litis, puede continuar después de la muerte del demandado.
12.9. Las causas por las cuales el donante puede revocar la donación irrevocable ya
perfeccionada, son las señaladas en el artículo 1444, además de otras causas legales,
para especiales donaciones, que veremos más adelante.
El artículo 1444 dice: “La donación entre vivos puede revocarse por ingratitud.- Se
tiene por acto de ingratitud cualquier hecho ofensivo del donatario, que le hiciere indig-
no de heredar al donante”.
La causa general consiste, pues, en la ingratitud del donatario, y ésta se manifiesta por
hechos ofensivos del donatario, que le hicieren indigno de heredar al donante. Los artí-
culos 1010 a 1014 y 1321, señalan las causas de indignidad, que consisten, todas ellas,
en graves injurias contra la persona o bienes del causante, de su cónyuge, ascendientes o
descendientes.
12.10. El desheredamiento se produce por causas casi todas coincidentes con las de
indignidad, y priva a un legitimario de lo que habría debido recibir como asignación
forzosa o como su parte en la herencia intestada. Tanto la indignidad como el deshere-
damiento deben ser declarados por sentencia judicial. “El legitimario que ha sido inde-
bidamente desheredado, tendrá derecho para que subsistan las donaciones entre vivos
comprendidas en la desheredación”, dice el artículo 1240, de donde se deduce que si el
desheredamiento fuere legal, pierde el heredero también las donaciones entre vivos que
le hubiere hecho el mismo causante.
Las causas que justifican la revocación de las donaciones se equiparan a las del des-
heredamiento, también en el artículo 329, ya que unas y otras sirven también para revo-
car una adopción; en una palabra, se trata de hechos muy graves que autorizan a quitar
sus efectos normales a instituciones tan sólidas como las herencias, las adopciones o las
donaciones irrevocables.
12.11. La donaciones entre cónyuges, aunque hechas entre vivos, por excepción pue-
den siempre revocarse, y no se requiere causa alguna, ni trámite judicial: basta la volun-
tad del donante, porque se trata de liberalidades provisionales por su misma esencia.
cables, y que para las normales donaciones entre cónyuges no se necesita alegar ninguna
causa.
12.13. Lo mismo sucede con el artículo 212: “Declarada la nulidad del matrimonio
podrán revocarse las donaciones que, por causa del matrimonio mismo se hayan hecho
al que lo contrajo de mala fe, con tal que de la donación y su causa haya constancia por
escritura pública”. Se presume la causa de matrimonio en la escritura celebrada por
esposos. Pero no puede revocar el esposo que contrajo de mala fe como dispone el
artículo 94. Y, finalmente, en el artículo 214 se prevé la disolución del matrimonio antes
de consumarse, que permite al cónyuge de buena fe revocar las donaciones, como en el
caso del artículo 212; esta disolución del matrimonio no consumado, no está regulada en
ninguna parte del derecho civil y constituye una remisión al derecho canónico, en el que
existe esta figura jurídica.
12.14. Entre las causas de indignidad y de desheredamiento, hay una que tiene especial
relevancia como causa también de revocatoria de donaciones irrevocables, me refiero al
numeral 3 del artículo 1010 y al numeral 2o. del artículo 1231; en ambos se trata del
consanguíneo dentro del cuarto grado inclusive, que no socorrió al que se hallaba en
estado de demencia o desvalimiento. El que hizo una donación cuantiosa tiene derecho a
alimentos, a ser atendido en esas circunstancias de indigencia, y el incumplimiento de
este deber justifica la revocatoria de la donación irrevocable.
Tampoco se puede demandar la nulidad de una donación por no haber sido aceptada por
el donatario. La falta de este requisito significa que la donación no estuvo perfecciona-
da, y pudo ser libremente revocada por el donante, como lo han reconocido sentencias
antiguas y modernas.
12.16. El donante puede tener varias posibles acciones, como en el caso de que el do-
natario no haya cumplido una carga que se le impuso y aceptó. Le podrá demandar el
cumplimiento o la resolución del contrato. Pero si muere el donante, se discute si pasa a
los herederos esta opción; Planiol opina, al parecer con razón, que no hay inconveniente
en que después de haberse intentado inútilmente que el donatario cumpla su obligación,
se le pueda demandar con la acción resolutoria o la revocatoria (en caso de ingratitud),
es decir, que no hay inconveniente en intentar sucesivamente más de una acción.
Si pasa la acción a los herederos, se puede intentar contra uno de ellos, en la parte que le
corresponde, pues la propiedad es divisible y la acción para recuperar la propiedad tam-
bién debe serlo.
12.18. “La acción revocatoria termina en cuatro años, contados desde que el donante
tuvo conocimiento del hecho ofensivo, y se extingue por su muerte; a menos que haya
sido intentada judicialmente durante su vida, o que el hecho ofensivo haya producido la
muerte del donante, o ejecutándose después de ella. En estos casos la acción revocatoria
se transmite los herederos”, dice el artículo 1446.
Nuestro derecho sigue el criterio de no dar efecto retroactivo ninguna de las tres figuras
jurídicas, cuando los terceros adquirieron derechos de buena fe, sin conocer el peligro
de terminación de los derechos del donatario; y se da este efecto retroactivo, descono-
ciendo los derechos adquiridos por terceros cuando éstos conocieron o debieron conocer
que la donación podía terminar por rescisión, resolución o revocatoria.
13.2. El artículo 1448 dice: “La resolución, rescisión y revocatoria de que hablan los
artículos anteriores, no dan acción contra terceros poseedores, ni para la extinción de
las hipotecas, servidumbres y otros derechos constituidos sobre las cosas donadas, sino
en los siguientes casos:
El donante que no hiciere uso de dicha acción contra terceros, podrá exigir al donatario
el precio de las cosas enajenadas, según el valor que hayan tenido a la fecha de la
enajenación”.
13.3. Puede apreciarse que el espíritu de la ley se inclina hacia la conservación de los
derechos adquiridos por terceros, los mismos que sólo por vía de excepción pueden ser
desconocidos cuando se produce la terminación de la donación por uno de los tres me-
dios indicados; y aún en el caso de que el donante pudiera perseguir la cosa donada en
manos de esos terceros a que la adquirieron por un acto o contrato del donatario, puede
el benefactor contentarse con cobrar al donatario lo que valían las cosas el momento de
la enajenación; si se trataba de la imposición de una hipoteca, puede respetar el grava-
men y cobrar al donatario el valor que esta carga disminuye a la propiedad recuperada.
13.4. El efecto eventualmente retroactivo, está previsto en otros lugares del Código,
por ejemplo, el artículo 167 número 3. Establece que los bienes que vuelven a uno de
los cónyuges por nulidad o resolución de un contrato o por haberse revocado una dona-
ción, no entran a formar parte del haber de la sociedad conyugal; es decir que el título de
adquisición es el originario, aquel por el que se transmitió la propiedad inicialmente y
por el cual el cónyuge pudo hacer la donación; si después se revoca la donación, “vuel-
ve” al respectivo cónyuge el bien que salió de su patrimonio, pero no lo adquiere duran-
te el matrimonio, ya que la revocatoria no es el título por el cual tiene la propiedad.
14.1. Define el artículo 1449: “Se entenderán por donaciones remuneratorias las que
expresamente se hicieren en remuneración de servicios específicos, siempre que éstos
sen de los que suelen pagarse”.
Hay aquí una remisión a la costumbre, como está previsto en el artículo 2 del Código
Civil, que puede hacerlo la ley. Los usos y costumbres no consideran remunerables los
servicios que se hacen los miembros de una familia, en el hogar: cuidados de una madre
a sus hijos, de un marido a su mujer, o de otros parientes que conviven en el mismo
hogar; tampoco otros servicios que se hacen por motivos de caridad o altruismo, como
visitas a los enfermos, encarcelados, etc.
14.2. Tal vez habría sido preferible o más técnico, que el Código siguiera la doctrina
que distingue los servicios que dan derecho a una acción judicial para cobrar la remu-
neración, y aquellos otros que no dan acción. Esto sería más preciso y seguro, pero
también, menos humano y flexible; el criterio seguido, en cuanto respeta las costumbres,
es digno de aprobación.
El criterio de la acción judicial, se aplica en el artículo 169, para distinguir las donacio-
nes remuneratorias hechas a uno de los cónyuges o a ambos: si se producen por servi-
cios que daban acción par cobrarlos, aumentan el haber social, pero si no son de aque-
llos servicios que dan derecho a cobrarlos mediante acción judicial no se consideran
donación remuneratoria.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 247
14.3. Lo servicios que se quiere remunerar han de ser lícitos, ya que si no lo fueren,
carecería la donación de causa lícita y sería nula; por ejemplo, una dádiva al que comete
un crimen.
14.5. Un servicio que, conforme a las costumbres suele ser remunerado, pero que no ha
sido pagado oportunamente y por el transcurso del tiempo da lugar a la prescripción de
la acción para cobrarlo, ya no sería de aquellos que dan carácter remuneratorio a una
donación. Prescrita la acción para cobrar el servicio, lo que se dé al servidor sería una
remuneración pura, no remuneratoria.
14.6. También hay donaciones que se hacen a personas que prestan servicios general-
mente remunerados, pero que no privan al que las recibe de la facultad de demandar su
pago. Tampoco estas donaciones entran en la categoría de remuneratorias. Por ejemplo,
es frecuente hacer regalos a médicos u otros profesionales que han prestado servicios
eminentes, sin perjuicio de pagar sus respectivos honorarios.
14.7. Las propinas, pequeñas gratificaciones adicionales a personas que hacen servicios
domésticos o en restaurantes, hoteles, bares, teatros y otros lugares semejantes, tampoco
se deben considerar como donaciones, sino como parte de la remuneración, según las
costumbres.
14.10. Efectos. Las donaciones través de las cuales se pretende pagar los servicios que
generalmente se pagan, no son propiamente gratuitas, sino onerosas, ya que se hacen en
compensación de tales servicios apreciables en dinero.
14.10.1. Hay casos en que la donación excede notablemente el valor de los servicios
prestados o que se prestarán, entonces, solamente se ha de considerar como donación
remuneratoria la parte que cubre o compensa el valor del servicio, mientras que el
exceso, solamente sería una donación propiamente dicha, una donación gratuita. La
parte que sirve para pagar el servicio se regirá por las normas generales de los contratos
onerosos, y la parte que exceda a la normal remuneración debida por los servicios cons-
248 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
tituirá una verdadera donación gratuita. Esta solución de la ley es equitativa, pero com-
plicada y de difícil aplicación.
14.10.3. Otro efecto peculiar de las donaciones remuneratorias consiste en que dan lugar
a la acción de saneamiento por evicción, lo cual corresponde al carácter de contrato
oneroso. Es equitativo que el profesional o el trabajador que recibe en recompensa de
sus servicios una cosa donada, puede exigir a su donante que le defienda en el juicio
seguido por un tercero para despojarle de la cosa, y si la pierde por disposición judicial,
el donante debe indemnizar al servidor donatario, pues de otro modo quedaría sin la
debida compensación por su trabajo.
14.10.4. Sin embargo, la regla que se acaba de mencionar tiene un límite: que el donata-
rio no se haya compensado con los frutos de la cosa evicta: si dichos frutos percibidos
cubren el valor de los servicios que se quisieron recompensar con la donación, eviden-
temente no puede exigir más el donatario. Así se establece en el artículo 1451.
14.10.5. Otro efecto peculiar de las donaciones remuneratorias consiste en que no pue-
den ser reducidas o revocadas para cubrir las legítimas o mejoras que debiere la suce-
sión del de cuius. Esa reducción o total devolución de donaciones se aplica solamente a
las gratuitas, pero en las onerosas, hay que descontar el valor de la carga, y en las re-
muneratorias la carga consiste en el pago de los servicios prestados o por prestarse, y no
son propiamente donaciones en cuanto simple remuneración o pago de servicios, por
esto no entran en la colación y disminución o devolución al liquidarse la herencia del
donante.
CAPÍTULO XIV
EL ARRENDAMIENTO
1. Definición
1.1. Después del contrato de compraventa, probablemente no hay ningún otro tan fre-
cuente como el de arrendamiento, lo cual origina el conocimiento muy extendido de esta
figura jurídica; pero, al mismo tiempo, la variedad de aplicaciones y las múltiples moda-
lidades que han surgido en la historia y en los últimos tiempos, produce cierta dificultad
de precisar en qué consiste el arrendamiento.
1.2. El artículo 1856 del Código Civil lo define así: “Arrendamiento es un contrato en
que las dos partes se obligan recíprocamente, la una a conceder el goce de una cosa, o a
ejecutar una obra o prestar un servicio, y la otra a pagar por este goce, obra o servicio un
precio determinado, salvo lo que disponen las leyes del trabajo y otras especiales”.
El artículo transcrito hace clara referencia a esta situación nueva, al mencionar las leyes
del trabajo y otras especiales; efectivamente la legislación laboral, hoy recogida princi-
palmente en el Código del Trabajo, sustituye al antiguo concepto de arrendamiento de
servicios o de obra, aunque subsisten estas modalidades de arrendamiento.
En cuanto a las otras leyes especiales, éstas son principalmente las de carácter adminis-
trativo, destinadas a proteger con mayor esmero a ciertos sectores vulnerables de la
población, o para estimular la construcción de viviendas, el mejoramiento de la produc-
ción agraria o para regular los contratos de la Administración Pública. Todas ellas, no
desvirtúan el arrendamiento clásico, pero sí lo matizan con ciertas disposiciones que
responden a objetivos de política económica, social y aún demográfica.
1.4. La definición de nuestro Código engloba, pues, las tres figuras principales de arren-
damiento: el de cosas, el de servicios y el de obras. La primer es la fundamental, la que
ha dado origen a las demás, pero también la de menor nobleza, ya que mucho más que
cualquier cosa, valen los actos humanos: servicios u obras realizadas por el ser
inteligente y libre. El Título XXV del Libro IV, que trata del contrato de arrendamiento,
dedica siete parágrafos (artículos 1857 a 1940) al arrendamiento de cosas, el parágrafo
8o. (artículos 1941 a 1947) al arrendamiento de servicios inmateriales y el parágrafo 9o.
(artículos 1948 a 1956) a un servicio concreto, que es el de transporte, el cual además es
regulado específicamente por el Código de Comercio, y leyes de navegación aérea,
marítima o transporte terrestre. El Código del Trabajo es aplicable sobre todo a los ser-
vicios materiales, aunque, es difícil delimitar en ciertos casos su órbita de vigencia. La
250 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.5. En la definición del Código Civil se destacan las características esenciales del
arrendamiento: es un contrato bilateral, conmutativo o sinalagmático, simplemente
consensual, no solemne y oneroso.
1.6. Cada parte tiene sus obligaciones, que representan la causa jurídica para las
obligaciones de la otra. El arrendador concede el goce de una cosa o se obliga a prestar
un servicio o ejecutar una obra; el arrendatario, a su vez, debe pagar un precio que
normalmente se llama canon, pensión de arrendamiento o alquiler.
1.7. En términos muy generales se puede decir que el arrendamiento se caracteriza por
la temporalidad y onerosamente. Estas dos cualidades sirven esencialmente para dis-
tinguirlo de otras figuras jurídicas; así, el censo tenía carácter perpetuo, y varios contra-
tos parecidos al arrendamiento, son gratuitos, como sucede con el depósito o el comoda-
to,
1.9. Algunos códigos, como el Alemán y el Suizo de las Obligaciones (de 1912) distin-
guen claramente el arrendamiento de cosas del contrato de servicios o de trabajo y el
contrato de obra (contrat d’entreprise) y en otros países, como en el nuestro, el desarro-
llo del contrato de trabajo llega hasta el punto de configurar un código especial: el Có-
digo del Trabajo. No obstante, la vinculación de estas diversas formas contractuales
permanece en muchos aspectos y no es raro encontrar situaciones en las que difícilmen-
te se señala una frontera precisa entre unos y otros convenios. La jurisprudencia juega
un papel muy importante en este aspecto, sobre todo en cuanto a caracterizar los contra-
tos de trabajo.
1.10. La noción del arrendamiento de cosas resulta más nítida que las otras y por ello
no ha sido necesario que el Código Civil la definiera específicamente. Encontramos, en
cambio en la jurisprudencia, entre otras, ésta: “El arrendamiento de cosas consiste en la
obligación del arrendador de conceder al arrendatario el goce de la cosa arrendada, y en
la del segundo de pagar al primero el precio estipulado por ese goce. En consecuencia,
tal arrendamiento continúa o termina siempre que continúen o terminen aquellas obliga-
ciones de las partes”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 251
2. Naturaleza jurídica
2.1. De la misma definición del artículo 1856 se deriva la conclusión, confirmada por
todo el tratamiento legal de esta materia, que el arrendamiento es un contrato y solamen-
te produce obligaciones entre las partes. Esta ha sido también la doctrina clásica al
respecto y sólo modernamente se ha planteado la concepción del arrendamiento como
un derecho real, sin que tal teoría haya alcanzado una común aceptación.
2.2. Guillermo Borda señala los argumentos ya esgrimidos por Troplong para sostener
que nos hallamos ante un derecho real: 1) el arrendamiento debe ser respetado por el
adquirente de la propiedad arrendada; 2) en el caso de recuperarse la propiedad, hay que
respetar el arrendamiento hecho por quien estaba en posesión de la cosa; 3) el arrendata-
rio tiene una acción directa para defender la cosa.
2.3. Algunos autores, entre ellos Castán, Sánchez Román, De Diego y Díaz Moreno
consideran que el arrendamiento llega a ser un derecho real cuando se produce inscrip-
ción en el Registro de la Propiedad. Puig Peña objeta al respecto, que no es posible que
cambie la naturaleza de un acto por la inscripción.
2.4. Planiol y Ripert, Puig Brutau y otros consideran que se debe calificar como una
categoría intermedia entre los derechos reales y las simples obligaciones personales,
por los peculiares efectos que se produce entre el arrendador y el arrendatario y aún
frente a terceros.
2.5. Puig Peña señala que aunque el arrendador concede únicamente un derecho de
goce, como consecuencia de ello se crea una propiedad: la de los frutos o productos
que pertenecerán al arrendatario; esto origina la imprecisión de los límites entre arren-
damiento y venta; para resolver la dificultad, antiguos autores acudían a la forma del
pago (si era de una sola vez, se trataba de venta y si en varias veces, sería arrendamien-
to), posteriormente se acudió a considerar la extensión de los derechos concedidos
(doctrina francesa de Colin y Capitant, etc), si sólo se concede parte de la cosa hay
arriendo; modernamente algunos, como de Diego, atienden al criterio subjetivo, al pro-
pósito de las partes. Todo lo cual demuestra la dificultad de señalar fronteras absolutas
entre la mera obligación y el derecho real.
2.6. Nuestra ley sigue la doctrina clásica y considera el arrendamiento como un contra-
to y nada más. La abundante jurisprudencia nacional confirma esta concepción oficial
de la naturaleza del arrendamiento.
2.8. Este contrato es consensual, bilateral y oneroso; tales características, además del
objeto sobre el que recaiga y la intención de las partes, lo distinguen de otros similares.
Examinemos las principales analogías.
252 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El artículo 1411 señala indirectamente que el uso y goce de una cosa no constituye
arrendamiento sino comodato, si no hay precio, ya que declara “no haber donación en el
comodato de una cosa, aunque el uso y goce acostumbre a darse en arriendo”. La dife-
rencia entre el comodato y el arrendamiento está precisamente en que el primero es
gratuito y el segundo, oneroso.
2.86. Hay ciertas modalidades de arrendamientos agrícolas, por las cuales se concede
más limitadamente el goce de la cosa, reservándose el propietario o poseedor otra parte
del disfrute; tal es el caso del contrato de potreraje, muy frecuente en la Sierra ecuato-
riana y por el cual, una persona introduce sus cabezas de ganado en el campo en el que
también pastan los animales del dueño.
2.8.8. Igualmente, hay arrendamientos -en general de muy breve duración, incluso so-
lamente por horas o minutos-, destinados a la permanencia momentánea de automotores
(parking), en los que difícilmente se distingue el arriendo del depósito, y se suman
ciertos servicios auxiliares, como los de limpieza de los vehículos.
cuando parte de la materia es proporcionada por el uno y otra parte por el otro, ya que
hay que definir según la mayor importancia de estos aportes.
Tratando de la tradición, el artículo 700 admite las dos clásicas maneras de efectuarla,
que arrancan del Derecho Romano: la brevi manu y el constituto posssesorio; en el
primer caso, el que es arrendatario se convierte en poseedor desde el momento en que se
le confiere un título traslativo de dominio como la compraventa: pasa de ser mero
tenedor a poseer con ánimo de señor y dueño de cuanto le pertenece; en el segundo, el
que es dueño de una cosa transfiere su dominio y queda en calidad de arrendatario,
teniendo la cosa en nombre del nuevo dueño. El cambio del título en uno y otro casos,
no se hacen por arbitraria disposición del beneficiado sino por determinación de quien
realmente puede disponer de la cosa.
“Los frutos naturales de una finca pertenecen al dueño de ella; sin perjuicio de los
derechos constituidos por las leyes, o por un hecho del hombre, a favor del poseedor de
buena fe, del usufructuario, del arrendatario” dice el artículo 662, y así describe que
mediante el contrato -hecho del hombre-, cabe ceder a otro esos frutos y productos
naturales.
Por otra parte, las pensiones devengadas son frutos civiles, y si la cosa arrendada está
hipotecada, los acreedores pueden embargar juntamente con el fundo, esos frutos civiles
y desde ese momento, el pago no debe hacerse al arrendador.
3.2. Desde otro punto de vista, la aplicación de leyes especiales, origina una nueva
clasificación, que se refiere principalmente al objeto material del contrato o pretende
proteger a ciertas categorías de personas más vulnerables y necesitadas del amparo de la
ley. Varios autores distinguen fundamentalmente los contratos civiles, comerciales y
administrativos.
256 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.4. Entre las leyes especiales que hay que tener en cuenta, destaca el Código de Co-
mercio, que configura de modo peculiar el contrato de transporte mercantil además de
regular específicamente el transporte marítimo, mientras que las disposiciones del Códi-
go Civil, en el parágrafo 9o. del Título XXV del Libro IV, conservan el carácter de
normas supletorias, de derecho común (artículo 1948 a 1956).
3.5. Los locales arrendados para habitación o para habitación y lugar de trabajo, en las
zonas urbanas, se someten a la Ley de Inquilinato y subsidiariamente a las disposicio-
nes del parágrafo 5o. del Título XXV del Código Civil. Estos contratos configuran una
clase peculiar de arrendamiento en cuanto a exigencias de estabilidad, desahucio, y a
ciertos detalles sobre conservación y reparaciones del inmueble, además están sujetos a
registro obligatorio.
4.3. El sujeto, si es capaz y puede disponer de sus bienes, procederá a celebrar el contra-
to por sí mismo, o por medio de un mandatario u otra persona que voluntariamente le
represente. Por el contrario, si el sujeto es incapaz, necesita de representante legal: es el
caso de los menores y de quienes están bajo tutela o curaduría.
El artículo 1910 establece: “Los arrendamientos hechos por tutores o curadores, o por el
padre o la madre como administradores de los bienes del hijo, se sujetarán (relativamen-
te a su duración después de terminada la tutela o la curaduría o la administración pater-
nal), a lo dispuesto en el artículo 432”. Esta última norma limita los arrendamientos,
pero solamente de inmuebles: si son urbanos a un máximo de cinco años, y si son rura-
les, hasta por ocho años; en uno y otro caso, el plazo no puede exceder del tiempo que
falte para que el pupilo cumpla 18 años de edad. Es decir, que la ley pretende no dejar
maniatado al mejor, sino que al cumplir su mayoría de edad, pueda disponer inmedia-
tamente de sus propiedades raíces.
El artículo 2985, con la modificación introducida por la Ley 43 del año 1988, prohíbe al
padre y a la madre, el donar los bienes del hijo, o “darlos en arrendamiento por largo
plazo” (...), “sino en la forma y con las limitaciones impuestas a los tutores o curado-
res”.
4.5. Sin embargo de que no es indispensable ser propietario para poder arrendar, el
arrendamiento no perdura si el arrendador deja de tener derecho sobre la cosa. “Extin-
guiéndose el derecho del arrendador sobre la cosa arrendada, por una causa indepen-
diente de su voluntad, expirará el arrendamiento”, dice el artículo 1899; y el artículo
1891 en el No. 3, igualmente señala como causa de terminación del contrato, “la extin-
ción del derecho del arrendador”.
4.6. Si quien ha comprado una cosa con pacto de retroventa, la arrienda, cuando el
vendedor la recobra como consecuencia de dicho pacto, tendrá que respetar el arriendo
celebrado sin fraude; por tanto se mantiene vigente el contrato después de cumplida la
258 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4.7. El propietario de una cosa cuyo usufructo pertenece a otro, puede sin embargo,
arrendarla, siempre que se de acuerdo con el usufructuario. También puede el propie-
tario “tomar en arriendo la cosa, si el usufructuario no rinde la caución debida, dentro
del plazo equitativo, señalado por el juez”, como dispone el artículo 791. Aquí se permi-
ten dos arrendamientos: uno a favor de tercera persona y otro, a favor del mismo propie-
tario; en este segundo caso, el propietario toma la cosa para disfrutar de ella, a pesar del
derecho del usufructuario, quien tiene precisamente el derecho de disfrute, para poner a
saldo el derecho de dominio, cuando no es suficientemente garantizado por el usufruc-
tuario.
4.9. Para arrendar un cosa que pertenece a varios de modo indiviso, se requiere que
todos los partícipes intervengan, por sí mismos o por medio de representante, han de
tener la debida capacidad todos ellos y consentir igualmente todos. Borda señala una
excepción a esta norma: si la cosa no admite un uso común, entonces cabe resolver por
mayoría de votos lo que se ha de hacer de ella, y eventualmente arrendarla.
Siguiendo las reglas generales de los bienes indivisos, en caso de haberlo dado en
arriendo uno de los condueños solamente, si en el acto de la partición le corresponde a
él la cosa arrendada, se ratifica el contrato, pero en caso contrario no podría subsistir,
salvo el renovado consentimiento de quien resulte tener derecho exclusivo.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 259
4.10. Además de poder disponer de la cosa que se arrienda, el sujeto activo de este con-
trato, debe expresar su consentimiento, según las reglas generales, ya que no existen
disposiciones expresas al efecto que sean específicas de la locación. Según dichos prin-
cipios, corroborados por la doctrina universal, se requiere que el consentimiento verse
sobre la materia del contrato, la cosa concreta que se alquila, el precio, el tiempo de
duración y el uso al que se ha de destinar.
Los vicios del consentimiento actúan, como en cualquier otro acto o contrato. En cuanto
al error relativo a la persona con quien se contrata, es evidente que no tiene trascenden-
cia respecto del arrendador, en cambio, sí puede ser determinante la persona del
arrendatario, ya que recibe una cosa ajena y debe ser digno de confianza, especialmente
si el objeto concreto del arrendamiento implica riesgos especiales o exige conocimientos
específicos.
4.11. El contrato debe tener objeto y causa lícitos. Cada uno de los contratantes ha de
asumir sus obligaciones en virtud de la correlativa ventaja que dimana de las obligacio-
nes de la otra parte, y ambas no pueden pretender un objeto ilícito, como sería destinar
la cosa par una finalidad criminal, ilegal o inmoral.
La causa objetiva del contrato, para el arrendador, es el precio o pensión que le pagará el
arrendatario; éste, a su vez se obliga pagar, como compensación de la obligación del
arrendador de darle el disfrute de la cosa arrendada.
No es lícito destinar la cosa a un objeto ilícito. Irían contra esta norma ambas partes si
están de común acuerdo en esa destinación contraria a la ley o las buenas costumbres.
Puede ser que solamente una de las partes, concretamente el arrendatario sea quien tiene
esa intención desviada de lo moral y justo. Como nadie puede beneficiarse de su propia
culpa o dolo, ninguna de las partes que ha consentido en el uso ilícito puede reclamar
nada fundándose en el contrato. Así, no podrá demandarse la nulidad, si ambos consin-
tieron en el uso ilícito, y si solamente fue el arrendatario el culpable, sólo el arrendador
puede pedir la nulidad. Demandado el arrendatario para que devuelva la cosa, no puede
tampoco oponer una excepción fundada en el arrendamiento que por su parte ha desti-
nado a un objeto ilícito, por ejemplo, la elaboración de estupefacientes, la prostitución,
juegos de azar prohibidos por la ley, etc.
5.1. La finalidad específica de este contrato consiste en permitir que una persona disfru-
te de una cosa que no le pertenece, si no producir transferencia de dominio de la cosa y
ni siquiera alterar la situación posesoria: el arrendatario será mero tenedor con derecho
de usar y gozar de una cosa. En este punto nos centramos en describir qué cosas pueden
ser arrendadas, advirtiendo que el objeto del contrato propiamente es ese uso y disfrute
260 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
y por lo tanto, hay que analizar que cosas admiten que se pueda conferir tal disposición
a persona distinta del dueño y poseedor.
5.2. El artículo 1857 dice que: “Son susceptibles de arrendamiento todas las cosas cor-
porales o incorporales que puedan usarse sin consumirse; excepto aquéllas ha la ley
prohíbe arrendar, y los derechos estrictamente personales, como los de habitación y
uso.- Puede arrendarse aun la cosa ajena, y el arrendatario de buena fe tendrá acción de
saneamiento contra el arrendador, en caso de evicción”. Se desprende de esto, que lo
indispensable es que se deje en poder del arrendatario el uso o disfrute de la cosa, de allí
que ni siquiera se entra a determinar la propiedad de la cosa y, en cambio, el arrendador
debe asegurar a la otra parte, que podrá usar la cosa, teniendo que indemnizarle en caso
de evicción.
5.3. Lo más corriente es el arrendamiento de cosas materiales, pero aun las inmateriales
pueden ser objeto de este contrato. El autor de un libro puede arrendar sus derechos de
autor, permitiendo así que uno o varios editores exploten ese derecho, cosa inmaterial,
sin desprenderse del derecho mismo que sigue perteneciendo al autor. El arrendamiento
del usufructo, que es un derecho y por tanto cosa inmaterial, está expresamente previsto
por la ley (artículo 807 del Código Civil).
5.4. Las cosas que se consumen con su primer uso, como los alimentos materiales, no
pueden ser objeto de arrendamiento propiamente dicho, porque el que permita a otro el
uso de una de estas cosas, hace que se extinga y pierde todo derecho. Pero la ley facilita
aun el arrendamiento de cosas consumibles, cuando forman parte o son accesorias de
otra que no se consume, como sucede con los animales o ganados de una hacienda que
una vez destinados a su uso consistente en ser sacrificados y consumidos, pueden ser
arrendados con la modalidad de que el arrendatario restituya otros tantos de la misma
edad y calidad. Lo propio de las cosas fungibles es el ser reemplazadas por otras canti-
dad y calidad, y las cosas consumibles se asimilan a éstas para los efectos de esta espe-
cie de arrendamiento. En cambio, la cosa fungible por excelencia, que es el dinero, no es
objeto del contrato de arrendamiento, sino de otros contratos que guardan cierta analo-
gía, pero tienen sus propias normas, principalmente el de mutuo o préstamo de consu-
mo.
5.5. Las cosas inexistentes, porque ya han perecido o porque nunca pudieron existir, no
pueden ser materia de ningún contrato. En cambio, cabe el arrendamiento de algo que
aún no existe pero que se espera que llegue a ser, e incluso es frecuente este contrato
tratándose de edificios en construcción: cuando se termina la edificación y se entrega el
inmueble comienza a surtir sus efectos el arrendamiento hecho anteriormente.
5.6. Las cosas que se arriendan han de estar en el comercio. Como observa Puig Peña,
la doctrina es unánime en aceptar que si el uso y goce de un objeto no está en el comer-
cio, no puede arrendarse la cosa. Por esta razón no cabe arriendo de las cosas de uso
universal como la alta mar, ni de los bienes de dominio público destinados al uso gene-
ral, como las calles y plazas. Por excepción, alguna parte pequeña y bien circunscrita de
estos bienes, se retira del uso común, y puede darse en arrendamiento, aunque estos
contratos con la administración pública, se configuran más bien como una concesión, en
la que los derechos del concesionario se parecen en extremo a los del arrendatario, sin
ser idénticos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 261
5.7. Las minas y la explotación de otros productos del subsuelo como el gas o el petró-
leo, se rigen también por leyes especiales, que hablan a veces de “usufructo”, otras, de
arrendamiento” o de “concesión”. Nos hallamos ante un contrato sui generis, análogo al
arriendo, pero con características que corresponden al uso de estas cosas que, aunque
existentes en cantidades grandes, son consumibles, perecederas, y su propiedad y utili-
zación interesan al bien común.
5.9. El patrimonio familiar tiene también ese carácter personalísimo, pero excepcional-
mente se permite el arrendamiento del inmueble sobre el que recae este derecho. Dice el
artículo 840: “En casos de necesidad o conveniencia, calificados por el juez, previo
reconocimiento de la causa y oído el ministerio público, podrá el instituyente dar en
arriendo o en aparcería los inmuebles que formen parte del patrimonio familiar”. Se
trata de un arrendamiento excepcional, puesto que la constitución del patrimonio fami-
liar tiende a reservar un inmueble para el uso y habitación de la familia; pero razona-
blemente permite la ley, por causas de necesidad o utilidad debidamente calificadas por
el juez, para no perjudicar la misma familia.
5.10. Así como no se pueden arrendar los derechos vinculados estrictamente a la perso-
na, tampoco cabe el arriendo de los derechos que van unidos a una cosa, salvo que se
arriende también ella. Esto sucede con las servidumbres prediales. No se puede arren-
dar separadamente del inmueble en cuyo beneficio existen y al cual están unidas como
algo accesorio. Si se arrienda la finca, con ella se arriendan las servidumbre que le co-
rresponden.
262 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.11. La cosa que pertenece pro indiviso a varios, no puede arrendarse sino con el con-
sentimiento de todos, pero si uno de los comuneros arbitrariamente celebra este contrato
y después obtiene la ratificación de los demás, lo mismo que si se le adjudica al arren-
dador la totalidad de la cosa se convalida el contrato retroactivamente, a partir del mo-
mento de la celebración. Llama la atención esta solución, porque el arrendamiento de
cosa ajena vale, pero se entiende que el legislador quiere proteger a los condóminos
contra las arbitrariedades de uno de ellos.
El hecho de comprometer una cosa que no es propia, sin autorización del dueño y no
simplemente con la condición suspensiva de adquirirla para ponerla a disposición del
arrendatario, implica responsabilidades, que varían según la buena o mala fe de una o de
ambas partes. Borda hace el siguiente acertado análisis: 1. Si hay buena fe en ambos, el
contrato vale y debe cumplirse mientras el dueño no desposea. Descubierto que la cosa
es ajena, el arrendador puede pedir la nulidad hasta el momento en que entrega la cosa;
y el arrendatario puede solicitar la nulidad en cualquier momento: 2. Si ambos sabían
que la cosa era ajena, el contrato vale, pero ninguna de ellas puede exigir el
cumplimiento ni demandar indemnizaciones, porque nadie puede fundarse en su propia
culpa. 3. Si el arrendador estaba en buena fe y el arrendatario no, el contrato es válido,
pero si el arrendador llega a saber que la cosa es ajena puede negarse a entregarla; y el
arrendatario no puede demandar indemnización. 4. En el caso de arrendador de mala fe
y arrendatario de mala fe, se aplica al arrendador lo dicho en el número 2 y al
arrendatario lo del número 1. Con respecto al dueño en ninguno de los casos el arriendo
surte efecto alguno; pero está en su facultad el poder ratificar el contrato y hacerlo suyo.
5.14. Como el contrato requiere causa lícita y objeto lícito, no puede ser materia de
arrendamiento un uso o disfrute ilícito de algo, sea porque implique el ejercicio de
actos o conductas contrarias a la moral o la ley, o porque ésta prohíba expresamente la
utilización de ciertos objetos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 263
5.15. Puede arrendarse una cosa material, a la vez que el que la da se comprometa a
ciertos servicios o prestaciones. Esto suele ser frecuente en el alquiler de maquinarias y
equipos, incluso sistemas electrónicos. En una sentencia de la Corte Suprema se aborda
el caso de un arriendo de tractor, cuyo dueño se comprometió a proporcionar combusti-
ble y lubricante, además de pagar salario al operador de esa máquina y proporcionarle
alimentación; se trata de un contrato complejo, pero no desvirtúa el arriendo del mueble.
En el arrendamiento de una computadora, se suele incluir la obligación del que la pro-
porciona de dar mantenimiento técnico. En el arrendamiento de un buque, se toma en
cuenta los días en que efectivamente pudo navegar, ya que ese era el objeto para el cual
se arrendó.
5.18. La Ley de Inquilinato establece en el artículo 3 las condiciones que han de tener
los inmuebles que se destinen a arrendamiento: a) Disponer de servicios higiénicos
completos y permanentes; b) Tener aireación y luz suficiente; c) Disponer de los servi-
cios de luz eléctrica y agua potable en los sectores urbanos donde existen estos servi-
cios; d) No ofrecer peligro de ruina; e) Estar desinfectados, lo que se acreditará con el
correspondiente certificado de Sanidad.
La misma ley dispone en el artículo 8, que los locales dados en arrendamiento deben
inscribirse en un Registro que estará a cargo de las Municipalidades. Este Registro per-
mite la vigilancia y exigencia de las condiciones antedichas y sirve también para la
prueba de los contratos y las obligaciones que generan, así como para la regulación del
canon o precio.
6.1. El artículo 1858 del Código Civil dice: “El precio puede consistir ya en dinero, ya
en frutos naturales de la cosa arrendada; y en este segundo caso puede fijarse una
264 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
cantidad determinada o cuota de los frutos de cada cosecha.- Llámase renta cuando se
paga periódicamente”.
6.3. La renta debe ser determinada o al menos determinable. Las partes pueden conve-
nir en que se fije de cualquiera de los modos previstos para el contrato de compraventa,
según se expresa el artículo 1859. En el artículo 1931 se remite a “lo que ordinariamente
se paga”, cuando se trata de arrendamiento de obra, y a falta de determinación de este
precio, se debe estimar equitativamente por peritos; nada impide que se extienda esta
norma para atrás clases de arrendamiento. Más aún, el artículo 1884, refiriéndose espe-
cíficamente al arrendamiento de cosas, dice que si hubiere disputa sobre el precio o
renta y por una o por otra parte no se produjere prueba legal de lo estipulado al respecto,
se estará al justiprecio de peritos.
6.4. El canon puede ser fijado de común acuerdo entre las partes, en cualquier cantidad,
sin que necesariamente guarde proporción con el valor de la cosa arrendada o del servi-
cio que prestará al arrendatario: en las normas civiles no hay límite en esta materia;
aunque es obvio que se debe guardar cierta proporción de equidad, ya que el derecho no
favorece el enriquecimiento injusto que se produciría con un precio insignificante o con
otro que exceda notablemente lo razonable. No hay, sin embargo, una acción por lesión
enorme, como en el contrato de compraventa; solamente cabría aducir dolo, engaño
perjudicial, que vicia el consentimiento y hace anulable el contrato, en esos casos ex-
tremos.
La doctrina suele señalar que el precio debe ser “serio”, no ridículamente insignificante,
porque esto delataría ficción o simulación de un comodato.
El simple hecho de que el canon sea menor del habitual, o que no guarde proporción
con el valor de la cosa, no autoriza a los acreedores del arrendador para ejercitar la ac-
ción Pauliana, será necesario que ellos prueben que ha habido dolo: intención de perju-
dicarles.
6.5. La Ley de Inquilinato modifica estas normas civiles que dan amplia libertad de
contratación, y establece ciertos límites para proteger al arrendatario y evitar cobros
excesivos. Según el artículo 17 de dicha ley, “La pensión mensual de arrendamiento de
un inmueble no podrá exceder de la doceava parte del diez por ciento del avalúo comer-
cial con que dicho inmueble conste en el Catastro Municipal”. Cuando se arrienda una
parte del inmueble, la pensión se fijará proporcionalmente a esa parte. También se ha de
considerar el estado del inmueble con relación a las condiciones exigidas por el artículo
3, es decir, que la autoridad podrá imponer un límite incluso menor del diez por ciento
anual.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 265
La misma ley prohíbe dos formas muy usadas en los contratos para asegurar mayores
rendimientos al arrendador: la fijación del canon en moneda extranjera y el reajuste o
aumento automático. Estas dos disposiciones se introdujeron por la reforma ordenada
por la Ley 54-PCL, promulgada en el Registro Oficial 319 del 21 de noviembre de
1989. Esta clase de regulaciones son frecuentes en el mundo moderno, pero no dejan de
traer consecuencias desfavorables: se quita el estímulo para la construcción de viviendas
destinadas a habitación, agravándose así el problema de la escasez de viviendas; tal vez,
por esta razón, la jurisprudencia tiende a interpretar de modo laxo las indicadas prohibi-
ciones.
6.6. La renta de los edificios urbanos, cuyo arrendamiento se rige por la Ley de Inquili-
nato, puede ser provisional, cuando se establece respecto de una edificación aún no
terminada; se admite la reclamación del arrendatario, para que se rebaje, en caso de
deterioro del local, y también el arrendador puede solicitar un aumento, en los casos de
haber verificado mejoras o arreglos que justifiquen ese aumento.
6.7. El precio puede consistir no solamente en dinero, sino que se puede pactar en espe-
cies y, de ser así, se admite que una parte o cuota de lo que produzca la cosa arrendada
sea el precio. Esto se usa sobre todo en las fincas rurales, de producción agrícola y me-
nos frecuentemente, en las ganaderas. El contrato de aparcería o colonato presenta
singulares características, que lo hacen una especie de contrato mixto, entre la sociedad
y el arriendo, un contrato innominado.
6.8. Como hemos dicho, el canon se fija de común acuerdo entre las partes, aunque
deban respetar las limitaciones establecidas en la Ley de Inquilinato; no cabe, que se fije
unilateralmente, es decir, que una de las partes imponga a la otra su criterio o que
unilateralmente se altere lo ya establecido. No es admisible que la administración públi-
ca no respete esta norma.
6.10. Vencido un período de arrendamiento, no hay inconveniente para exigir, por vía
ejecutiva, el pago de la totalidad o una parte de la pensión devengada, siempre que se
proceda con título ejecutivo.
La falta del pago debido, permite demandar la terminación del contrato. Según la juris-
prudencia, es el demandado quien debe justificar que ha realizado los pagos, mediante la
presentación de los correspondientes recibos o finiquitos.
6.11. El pago de la renta se extiende a todo el tiempo que dura el arrendamiento, pero si
termina y el inquilino continúa en el local, debe ser pagando el canon, ya como precio
266 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
del arrendamiento (desde que terminó), sino como indemnización, ya que, de otro
modo, habría un enriquecimiento sin causa y debe compensarse la utilidad que reporta
al arrendatario el seguir usando la cosa; por otra parte, sería difícil calcular el monto de
la indemnización que debería pagar al arrendador.
7. Forma o solemnidad
El Código Civil no exige escritura para la validez del contrato, pero, como la prueba de
obligaciones que pasen de ochenta dólares de los Estados Unidos de América se requie-
re constancia escrita, (artículo 1727) y prácticamente ya no hay contrato por una cuantía
menor a esta cantidad, por lo que, resulta que se impone la necesidad del documento.
7.2. El artículo 1862 prevé que las partes hayan convenido celebrar el contrato por
escrito, y en tal caso, cualquiera de ellas puede arrepentirse hasta el momento de cum-
plirse tal solemnidad “o hasta que se haya procedido a la entrega”. Esto significa que
realizada la entrega ya no cabe arrepentimiento, y en caso de retraerse una de las partes,
estaría obligada a indemnizar al otro contratante; pero no quiere decir que la entrega
sustituya a la escritura la obligación de hacerla permanece y puede exigirse.
7.3. El mismo artículo remite a las reglas de la compraventa para lo relativo a las arras,
si se han dado o convenido. Se deberá resolver, igual que en el caso de la compraventa,
si el pago anticipado de una o más pensiones se ha de considerar como facultad conce-
dida para desistir del contrato, o por contrario, como principio de ejecución del contrato
y voluntad de exigir su cumplimiento. Dependerá de la decisión de las partes y en caso
de duda se debe preferir la interpretación que salve la validez y vigencia del contrato.
Según el artículo 1861, “La entrega de la cosa que se da en arriendo podrá hacerse bajo
cualquiera de las formas de tradición reconocidas por la ley”. Pero hay que advertir que
no se verifica una “tradición”: en esta entrega solamente se cede la tenencia de la cosa,
y quien hace la entrega no afecta a su propiedad y posesión de la cosa, o a la propiedad
y posesión que puedan pertenecer a otra persona. Estamos únicamente ante unas formas
análogas a las de la tradición.
7.6. La Ley de Inquilinato declara que el contrato de arrendamiento podrá ser verbal o
escrito (artículo 25), pero la reforma del 13 de noviembre de 1978 determinó que los
contratos de valor de más de dos mil sucres deberían celebrarse por escrito y la Ley 96
promulgada el 17 de julio de 1988 exige esta celebración por escrito para los contratos
de más de diez mil sucres. Estas cuantías evidentemente tendrán que ser actualizadas.
7.7. Si las partes desean dar mayor solidez y estabilidad al contrato, pueden celebrarlo
por escritura pública y proceder a su inscripción en el Registro de la Propiedad; si
actúan así, el arrendamiento deberá respetarse incluso si se enajena la finca.
7.8. Las mismas observaciones que hicimos al tratar de la compraventa, hay que repetir
en materia de simulación del contrato de arrendamiento. En principio hay que aceptar
los términos del documento en que conste, y con mayor razón si es instrumento público
o escritura pública; se acepta, sin embargo la posibilidad de probar la simulación, con
todo el rigor que una prueba semejante exige.
8.2. Es evidente que el cumplimiento del contrato comienza con la entrega que debe
hacer el arrendador a favor del arrendatario de lo que se comprometió a darle. Esto
plantea en primer término el problema de la identidad de la cosa, como en el caso de la
compraventa: no se puede entregar cosa distinta, aunque se piense que es mejor la que
se da que la que se ofreció. Y además de una entrega material de un objeto, mueble o
inmueble, se entiende que debe estar en las condiciones aptas para cumplir la finalidad
que se propone el arrendatario y que el arrendador ha convenido en ceder; así, no es lo
mismo entregar una casa para instalar una industria, un comercio, un espectáculo públi-
co, un local de diversión o una vivienda de familia: las condiciones en que se ha de
encontrar el inmueble en uno u otro de estos casos, será indudablemente diferente; ma-
yor variedad de cualidades y disposiciones se producirán en los arrendamientos de mue-
bles. Según el artículo 4 de la Ley de Inquilinato, “El arrendador está obligado a efec-
tuar las reparaciones y obras necesarias a fin de que lo locales reúnan las condiciones
268 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
exigidas en el artículo precedente”, es decir, las que permiten el uso adecuado para la
habilitación. Y agrega, que el juez puede imponer que se hagan éstas en cierto plazo
fijado por él, de donde se deduce que el arrendatario puede dirigirse a la justicia pidien-
do que se ordenen esas obras.
8.3. Si se verifica la entrega de cosa distinta de la que fue objeto del contrato, el arren-
datario, éste tiene derecho a que se la cambien, aunque puede conformarse y quedará así
reformado el contrato inicial por este consentimiento sucesivo de ambas partes. La
equivocación puede haber sido fortuita, inculpable, y entonces nada habrá que reclamar;
pero si ha habido mala fe por parte del arrendador, tendrá que responder de todo perjui-
cio. Cabe preguntarse qué sucederá si por error del arrendador entrega una cosa mejor al
arrendatario. Por equidad hay que resolver este raro caso de la misma manera que el
anterior: el que dio la cosa puede reclamar su devolución o canje por la verdadera arren-
dada, o tendrán que ajustarse las partes para compensar con una pensión adecuada la
mayor ventaja que va a percibir el arrendatario.
8.4. Otra dificultad que puede presentarse consiste en que el arrendador no entregue la
cosa (o que se niegue a cambiarla).
Puig Peña indica que el arrendatario puede defender su derecho no pagando la pensión y
pedir la resolución del contrato por incumplimiento, con reparación de perjuicios. Pero
surge la duda de si podrá exigir judicialmente la entrega de la cosa. El mismo autor
responde que no cabe esto si el incumplimiento se debe a fuerza mayor; pero, si se debe
a mero incumplimiento del arrendador, opina, siguiendo a Manresa, que sí es posible la
acción judicial para exigir la entrega; en apoyo de esta opinión hay sentencias de los
altos tribunales de España. También nuestra Corte Suprema ha admitido esta acción
contra el arrendador, pero no contra terceros que se hayan apoderado de la cosa.
8.5. El arrendador debe también entregar los frutos pendientes, como señala Borda.
Rezzonico, a su vez, distingue entre estos frutos y considera que no se deben los “extra-
ordinarios”, es decir, los que resultan extraños a la naturaleza de la cosa dada en loca-
ción, por ejemplo, si en una calera aparece un veta de oro. Dependerá, pues, del destino
de la cosa: si se arrienda para pastoreo un campo, no cabe explotar un bosque.
8.6. La entrega debe hacerse en el tiempo que hayan determinado las partes, y, si no
hubo ningún acuerdo sobre este punto, ni se puede establecer posteriormente por mutuo
consentimiento, no hay contrato. Según Planiol, puede acudirse, a este respecto, a pre-
sunciones ciertas, pero no a meros indicios o suposiciones arbitrarias, como sería decir:
“cuando quede libre el local” u otras igualmente vagas, indeterminadas.
8.7. La mora en entregar la cosa arrendada, da derecho a la otra parte pedir la resolu-
ción del contrato. Así lo reafirma la jurisprudencia nacional: “El tenor literal del artículo
1518 no permite la más leve duda acerca de su legal aplicación al contrato de arrenda-
miento rústico. Según esto, es evidente que la manera de conciliar la aplicación de esa
ley con la realidad de los hechos es la de aceptar, como efecto de la acción fundada en el
cumplimiento de la condición resolutoria prevista en el artículo 1518, relativamente al
tiempo en el cual ya ha sido ejecutado el contrato sucesivo de arrendamiento de un
predio, el de la terminación de ese contrato a virtud de la demanda. Lo expuesto ante-
riormente armoniza con el espíritu del sistema establecido en el Código Civil en orden a
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 269
El artículo 1866 se refiere al “arrendador que por hecho o culpa suya o de sus agentes o
dependientes, se ha puesto en la imposibilidad de entregar la cosa”, en cuyo caso, el
arrendatario “tendrá derecho de desistir del contrato, con indemnización de perjuicios”.
Los términos absolutos del Código hacen pensar que no se requiere seguir una acción
judicial para la resolución del contrato, y que bastaría con que el arrendatario por su
parte se negara a pagar pensiones, quedando resuelto de pleno derecho el contrato.
El segundo inciso del mismo artículo, sin embargo, siembra alguna duda, porque dispo-
ne que: “Habrá lugar a esta indemnización aun cuando el arrendador haya creído erró-
neamente y de buena fe que podía arrendar la cosa; salvo que la imposibilidad haya sido
conocida del arrendatario, o provenga de fuerza mayor o caso fortuito”. Efectivamente,
si la anulación del contrato bien podría producirse por la abstención de ambas partes de
darle cumplimiento, en cambio, la indemnización a que tendría derecho el arrendatario,
depende de la buena o mala fe de uno y otro contratantes, y no hay lugar a indemniza-
ción si ambos fueron culpables: el arrendador por su error y el arrendatario porque co-
nocía la imposibilidad de recibir la cosa y estas circunstancias relativas al conocimiento
no pueden darse por supuestas ni dejarse a la apreciación subjetiva de las partes, sino
que tendrían que ser apreciadas por el juez. Solamente la fuerza mayor o el caso fortuito
liberan absolutamente al arrendador de esta responsabilidad.
8.8. Se debe entregar la cosa con sus accesorios. La Ley de Inquilinato hace expresa
referencia a los servicios de luz y agua (artículo 3). Además de los accesorios materia-
les, como las llave, maquinarias de una industria, etc. también pueden estar comprendi-
dos en el arriendo, algunos derechos, tales como las servidumbres activas, concesiones
administrativas para ciertas actividades de comercio, industria, etc.
Se han presentado dudas sobre el nombre comercial o las marcas de los productos. Si no
están expresamente expresados estos puntos en el contrato, habrá que recurrir a la inten-
ción implícita, a los usos y costumbres o finalmente a la equidad.
las condiciones del contrato, de suerte que o la cosa se ha deteriorado, o el uso para el
cual se arrendaba resulta extemporáneo. El locatario perjudicado por la demora puede
siempre reclamar y obtener la reparación del perjuicio que se le haya causado, pero no
siempre puede resolverse el contrato; para esto último se requiere que las consecuencias
nocivas de la mora sean realmente graves. Así lo dice el artículo 1867: “Si el arrenda-
dor, por hecho o culpa suya o de sus agentes o dependientes, se ha constituido en mora
de entregar, tendrá derecho el arrendatario a indemnización de perjuicios.- Si por el
retardo se disminuyere notablemente para el arrendatario la utilidad del contrato, sea por
haberse deteriorado la cosa o por haber cesado las circunstancias que lo motivaron,
podrá el arrendatario desistir del contrato, quedándole a salvo la indemnización de per-
juicios, siempre que el retardo no provenga de fuerza mayor o caso fortuito”.
9.2. Los desperfectos de la cosa arrendada pueden provenir de múltiples causas, que
conviene distinguir: 1. Acciones del mismo arrendador; 2. Acciones de terceros, como
por ejemplo, vecinos o copropietarios de un edificio de propiedad horizontal; 3. Casos
fortuitos; 4. Defectos de la misma cosa que se deteriora o destruye con el tiempo (por
ejemplo el ganado que envejece y muere; 5. Deterioros provenientes del uso normal,
incluso del esmerado aprovechamiento: desgaste normal, de una máquina, de pisos, de
suelos, paredes, etc; y, 6. Hechos culpables del arrendatario.
Entre los hechos del arrendador que pueden desmejorar la cosa arrendada, merece espe-
cial mención el de destinar otra parte de la propiedad (sea por trabajo propio o arren-
dándola a otros) para una industria o destinación que cause grave molestia o impida el
uso de la parte arrendada, por el ruido, los olores, humo, o la presencia de personas de
mala conducta. Estos hechos aunque no alteran la entidad material de la cosa arrendada,
la desmejoran profundamente y en casos extremos darán lugar a pedir la resolución del
contrato. Puig Peña, siguiendo a Castán, considera que el propietario no puede ejercitar
una industria igual o que haga una competencia desleal al locatario, utilizando para ello
otra parte de la propiedad.
cambios que realice el propietario en su casa vecina, siempre que no prive al arrendata-
rio de luz o aire, o le produzca molestias o inconvenientes para desarrollar su propia
actividad.
9.4. La doctrina tampoco encuentra dificultad en los casos fortuitos o de fuerza mayor,
que deben recaer sobre el arrendador, quien generalmente es propietario y como tal
sufre esos acontecimientos imprevisibles e irresistibles; salvo que se probara que en el
origen del caso fortuito se halla una culpa del arrendatario o de un tercero, ya que en-
tonces se desplaza a ellos la responsabilidad. También responde del caso fortuito o
fuerza mayor el arrendatario que estuviere en mora de devolver la cosa, si se produce el
siniestro durante ese tiempo de mora y resulta previsible que no se habría destruido o
desmejorado la cosa, si hubiera sido restituida al propietario.
9.5. Muy cercanos a los casos fortuitos, deben considerarse los desperfectos o limitacio-
nes del disfrute de la cosa arrendada, producidos por acción de terceras personas.
Estos, escapan también a la posibilidad de evitarlos por parte del arrendatario, y deben
correr a cargo del arrendador. Además, éste se ha obligado proporcionar el uso normal
de la cosa al arrendatario, pero si surgen estos inconvenientes, se disminuye o desmejora
ese disfrute razonable y resulta responsable el arrendador.
Finalmente, pueden ser actos de terceros que se deban calificar de casos fortuitos o de
fuerza mayor, y entonces se aplicará lo ya dicho en el punto anterior. Este sería el caso,
de una expropiación parcial de la finca arrendada, que disminuya su extensión o llegue
incluso a impedir el uso para el que fue destinada; entonces habrá lugar a un rebaja
proporcional de la renta o en el supuesto extremo, a la terminación del contrato.
9.6. La mayor dificultad teórica se presenta al momento de distinguir las causas que
hemos numerado como 4a. y 5a.: el deterioro por causas intrínsecas o defectos propios
de la cosa, y el que se produce por el uso normal, aunque sea esmerado.
En teoría, cuanto derive de defectos ocultos de la cosa, deberá ser de responsabilidad del
arrendador que tiene la obligación de asegurar al arrendatario el disfrute de la cosa. Los
daños normales, cuando se ha usado la cosa con el cuidado de un prudente padre de
familia o propietario de ella, también corresponde al arrendador, ya que el arrendamien-
to se da precisamente para usar así la cosa, con la natural precisión de su desgaste, y por
esto se cobra una pensión. Como en uno y otro caso, la responsabilidad recae sobre el
arrendador, no vaciló en llamar a ésta, una dificultad teórica.
Esta distinción, por otra parte, será la que más interese en la vida ordinaria y solamente
se puede prever mediante minuciosas cláusulas contractuales, o recurriendo a los usos
y costumbres y a la apreciación de los daños por parte de peritos.
9.9. El artículo 1868 dice así: “La obligación de mantener la cosa arrendada en buen
estado, consiste en hacer durante el arriendo todas las reparaciones necesarias, a excep-
ción de las locativas, las cuales corresponden generalmente al arrendatario.- Pero estará
obligado el arrendador aun a las reparaciones locativas, si los deterioros que las han
hecho necesarias provinieren de fuerza mayor o caso fortuito, o de la mala calidad de la
cosa arrendada.- Las estipulaciones de los contratantes podrán modificar estas obliga-
ciones”. Con diferentes palabras, la Ley de Inquilinato viene a decir lo mismo: “El
arrendador está obligado a efectuar las reparaciones y obras necesarias a fin de que los
locales reúnan las condiciones exigidas en el artículo precedente”, y en el artículo 3, se
mencionan las condiciones que fijen las ordenanzas municipales y además, el tener
servicios higiénicos, agua, aireación, luz suficiente y servicio de electricidad, no ofrecer
peligro de ruina y estar desinfectados. En una palabra, podríamos decir: tener las condi-
ciones para un uso adecuado y normal. Estas corresponden al arrendador.
9.10. El artículo 1876 dice: “El arrendador está obligado a pagar al arrendatario el costo
de las reparaciones indispensables no locativas que el arrendatario hiciere en la cosa
arrendada, siempre que éste no las haya hecho necesarias por su culpa, y que haya dado
noticia al arrendador lo más pronto, para que las hiciese por su cuenta. Si la noticia no
pudo darse a tiempo, o si el arrendador no trató de hacer oportunamente las reparacio-
nes, se abonará al arrendatario el costo razonable, probada la necesidad”. Aquí se califi-
can las “reparaciones necesarias”, como “reparaciones indispensables”, y se oponen a
las locativas, como en el artículo anteriormente citado. En ambas normas, se responsabi-
liza al arrendador quien debe realizarlas, pero en este artículo, se complementa la res-
ponsabilidad con la obligación del arrendatario de dar noticia, en cuanto le fuere posi-
ble, y también debe realizar las reparaciones indispensables, si el arrendador, debida-
mente avisado, no las realiza: en todo hay perfecta lógica y equidad.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 273
La Ley de Inquilinato, dispone que el arrendatario pueda acudir al juez, en caso de que
el arrendador no realice esas reparaciones necesarias, y si, no las ejecuta dentro del
plazo señalado por el juez, se sancionará al arrendador con una multa equivalente a un
pensión mensual y en caso de reincidencia, con tres pensiones mensuales. Cuando el
arrendatario se hubiere visto obligado a desocupar el local, tendrá derecho a un indem-
nización equivalente a tres pensiones mensuales, sin perjuicio de la multa señalada.
(artículo 6). En cambio, no ha previsto esta ley especial, el derecho del arrendatario a ser
reembolsado de los gastos realizados por no haber procedido el arrendador a efectuar
esas obras necesarias; pero se aplicaría la disposición y ya transcrita del artículo 1876.
(Aquí se aprecia el inconveniente de desarticular el Código, con legislaciones paralelas,
que en parte coinciden y en otra parte no).
En nuestra ley no se fija un tiempo preciso para dichas reparaciones, pero se reconoce al
arrendatario el derecho a la rebaja de la pensión en proporción al perjuicio sufrido y,
cuando la cosa no sirve para el objeto para el cual se arrendó, el locatario puede desistir
del contrato. Se entiende que, en caso de oposición del arrendador, deberá decidir el
juez. Así se establece en el artículo 1923: “El arrendador, en virtud de la obligación de
librar al arrendatario de toda turbación o embarazo, no podrá sin el consentimiento del
arrendatario, mudar la forma de la cosa arrendada, ni hacer en ella obras o trabajos que
puedan turbarle o embarazarle el goce de ella.- Con todo, si se trata de reparaciones que
no puedan sin grave inconveniente diferirse, estará el arrendatario obligado a sufrirlas,
aun cuando le priven del goce de una parte de la cosa arrendada, pero tendrá derecho a
que se le rebaje, entre tanto, el precio o renta, a proporción de dicha parte.- Y si esas
reparaciones recaen sobre tan gran parte de la cosa, que el resto no aparezca suficiente
para el objeto que se tomó en arriendo, podrá el arrendatario dar por terminado el arren-
damiento.- El arrendatario tendrá además, derecho para que se le abonen los perjuicios,
si las reparaciones procedieren de causa que existía ya a tiempo del contrato, y no era
entonces conocida por el arrendatario, pero lo era por el arrendador, o ser tal que el
arrendador tuviese antecedentes para temerla, o debiese por su profesión conocerla.- Lo
mismo será cuando las reparaciones hayan de embarazar el goce de la cosa demasiado
274 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
tiempo, de manera que no puede subsistir el arrendamiento sin grave molestia o perjui-
cio del arrendatario”.
Los términos de nuestro Código son flexibles y dejan a la apreciación por el buen senti-
do, por la equidad, sobre la gravedad del inconveniente que originen las reparaciones.
Esto no depende tanto de la duración o de la extensión material, sino de un conjunto de
circunstancias en las que prevalece la consideración del objeto al que se destina la cosa
arrendada; por ejemplo, no cabe que se mantenga una sala de conciertos en uso, mien-
tras se realizan labores de albañilería ruidosas, una clínica no puede funcionar en el
ambiente malsano de una casa con cañerías abiertas, una familia no puede albergarse
cuando la seguridad de las paredes es ínfima, etc.
Análogamente, los impuestos que gravan al capital, son de cuenta del propietario, y los
que afectan a la producción corresponden al arrendatario, como lo ha reconocido la
jurisprudencia. El artículo 61 de la Ley de Inquilinato concede un exoneración por cinco
años, del impuesto predial urbano, a los edificios o casas que se construyan, a partir del
año en que termine la edificación; de esta manera se estimula la producción de habita-
ciones que puedan destinarse a la vivienda.
10.1. Así como el arrendador debe evitar toda turbación o embarazo materiales para el
disfrute de la cosa por parte del arrendatario, en cuanto esté a su alcance, igualmente
debe garantizarle ese uso razonable de la cosa, frente a posibles acciones de terceros
fundadas en derechos o pretendidos derechos sobre el objeto del contrato. Este sa-
neamiento por evicción guarda paralelismo o analogía con el debido por el vendedor a
favor del comprador.
ejercitar las acciones de despojo violento, que protegen al poseedor, o recurrirá a las
autoridades de policía y presentará las denuncias y demandas para instaurar la acción
penal que corresponda. También puede el arrendatario perseguir la indemnización de
perjuicios ocasionados por un daño material proveniente de cuasidelito; por ejemplo,
contra un vecino por descuido ha dejado caer objetos que destruyen un tejado, o ha
dejado inundar el piso superior al arrendado, produciendo daños en tumbados e instala-
ciones, etc. Esto se prevé en el primer inciso del artículo 1871: “Si el arrendatario es
turbado en su goce por vías de hecho de terceros que no pretenden derecho a la cosa
arrendada, el arrendatario, a su propio nombre, perseguirá la reparación del daño”.
Por consiguiente, para que se reclame la garantía de evicción, se requiere una perturba-
ción de orden jurídico, no meramente material ni sólo de hecho, que prive al arrendata-
rio, total o parcialmente, del uso y goce de la cosa.
10.4. Desde luego, con mayor razón que proteger frente a posibles derechos de terceros,
el arrendador no puede hacer valer su condición de propietario o de otros derechos que
tenga sobre la cosa, para privar al arrendatario del disfrute que él mismo le ha concedi-
do.
Sin embargo, no se puede impedir al arrendador que ejerza ciertos actos inherentes al
propietario, como son los necesarios para conservar la cosa en buen estado: así, podrá
inspeccionar el inmueble para poder efectuar las reparaciones oportunas y también
puede -conforme es costumbre- hacer conocer la casa a los posibles arrendatarios futu-
ros. Claro está que todo esto debe realizarse con la debida discreción y normalmente,
con un aviso previo al arrendatario,
10.5. La perturbación causada por el tercero que tenga o pretenda tener un derecho,
anterior al arrendamiento, puede afectar al disfrute del arrendatario de manera parcial o
total. En el primer supuesto, el arrendatario solamente puede exigir una rebaja propor-
cional de la pensión, con relación al monto del beneficio de que se ve privado. En el
segundo caso, puede pedir “que cese el arrendamiento”, según dispone el artículo 1871.
Esta terminación de las obligaciones contractuales, se produce también siempre que la
evicción es tal que el arrendatario “se hallare privado de tanta parte de la cosa arrenda-
276 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
da, que sea de presumir que sin esta parte no habría contratado”.: esto equivale a perder
el disfrute de toda la cosa.
10.7. La circunstancia de que el arrendador debía conocer el derecho del tercero, le hace
igualmente responsable de indemnizar de todo perjuicio al arrendatario, de igual modo a
si hubiera realmente conocido. El que debe conocer, responde lo mismo quien efectiva-
mente conoce.
10.11. Siempre que se habla de perjuicios causados por el mismo arrendador, se com-
prende también a las personas de su familia que viven con él, a sus empleados y sir-
vientes, es decir al conjunto de individuos que dependen de él y por cuyas acciones le
corresponde responsabilizarse. Igualmente, cuando se trata de terceros, vecinos o no
vecinos, se entiende a ese grupo de personas por las cuales responde el tercero.
10.12. Los terceros que pretenden ejercitar un derecho sobre la cosa arrendada, deben
dirigir su acción contra el arrendador, tal como lo ordena el artículo 1872 y lo ha
confirmado la jurisprudencia. Pero si se ha dirigido la acción contra el arrendatario, éste
puede defenderse oponiendo las excepciones que sean del caso, entre ellas, precisamen-
te, que la persona legitimada para responder es el arrendador. En todo caso el arrendata-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 277
rio está obligado a poner el asunto en conocimiento del arrendador cuanto antes; si no lo
hace o no avisa oportunamente, abonará los perjuicios que de esto se sigan para el
arrendador. Nada impide que el arrendatario continúe actuando como parte en el juicio a
pesar de la oportuna intervención del principal obligado a hacerlo que es su locador. El
juicio seguido sin intervención del arrendatario, como es lógico, no puede perjudicarle,
por el principio de la especialidad de las sentencias.
10.13. La evicción producida por una acción de otro inquilino, se produce cierta duda
sobre la responsabilidad del arrendador, ya que si proviene de un simple hecho, no está
obligado a garantizar al arrendatario perjudicado, quien debe defenderse por sí solo;
pero, los otros inquilinos que han causado directamente el inconveniente para el uso y
disfrute adecuado de la cosa, han recibido su derecho del mismo arrendador, de suerte
que la responsabilidad de éste se desprende de la obligación que tiene de permitir el uso
adecuado de la cosa. En la medida en que la controversia se plantee fundándola en un
derecho, el arrendador tendrá que responder y sanear; pero si es un mero abuso del
inquilino, se sitúa en una cuestión de hecho, y corresponde al otro arrendatario perjudi-
cado el asumir su propia defensa.
10.14. Cuando se trata de perturbaciones producidas por vecinos, igualmente hay que
distinguir si se trata de cuestiones de hecho, provenientes de la misma vecindad, tales
como ruidos, humo, olores, actividades molestas o inmorales, contra las cuales ha de
defenderse el arrendatario; mientras que si el vecino aduce ser propietario, poseedor,
usufructuario, o tener derecho de habitación, uso o servidumbre en el local arrendado,
estas son cuestiones de derecho, que obligan al saneamiento por parte del arrendador.
10.15. El arrendatario puede también sufrir limitaciones o pérdida total del disfrute de la
cosa, por acciones de fuerza mayor de autoridades competentes, quienes en el ejercicio
de sus funciones pueden proceder desde meras inspecciones, hasta requisiciones, impo-
sición de servidumbres de servicios públicos -como el paso de cables de electricidad,
tuberías etc.- o expropiación. En todos estos hechos no tiene ninguna parte ni responsa-
bilidad el arrendador, pero como él ha asumido la obligación de conceder al locatario el
uso y goce de la cosa, deberá también indemnizarle cuando no pueda cumplir dicha
obligación, salvo que el peligro de que se produjera la fuerza mayor hubiera sido cono-
cido o hubiera debido ser conocido por el arrendatario; finalmente, tampoco tendrá
responsabilidad alguna, si es que el hecho se ha producido como consecuencia de una
culpa del arrendatario.
10.16. Hay que considerar también el caso inverso al planteado hasta aquí: que sea el
arrendatario el que realiza algún acto nocivo para un vecino o para otro arrendatario del
mismo inmueble y como consecuencia de ello, se entable un juicio y se llegue a senten-
cia en que se disminuyan de alguna manera los derechos del propietario del inmueble,
que será generalmente el arrendador. Los daños y perjuicios que sufra el arrendador,
278 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
deberán ser pagados por el arrendatario que los ocasionó. Si el vecino perjudicado diri-
gió la acción contra el arrendador y obtuvo que fuera condenado a indemnizar, el venci-
do en el juicio podrá repetir contra el arrendatario.
11.1. Así como en la compraventa los vicios ocultos dan origen a la acción redhibitoria
o la destinada a reducir el precio, también en el arrendamiento, el que entrega la cosa
debe garantizar que carece de defectos que impedirían su normal uso y disfrute, o lo
disminuirían, o que podrían incluso significar un peligro para la persona que recibe.
Sin embargo, hay un diferencia notable entre los dos contratos, ya que en el primero, el
vendedor solamente garantiza el estado de la cosa al momento de la entrega, porque
desde ese momento deja de ser suya y pasa al comprador con el consiguiente “pericu-
lum”, mientras que en el segundo, el arrendador tiene que garantizar durante todo el
tiempo del contrato, que la cosa esté libre de vicios, dada la naturaleza de este contrato
que es de tracto sucesivo.
La garantía de vicios, se refiere, desde luego, a los que existían desde antes de celebrar
el contrato, al menos en cuanto a su causa, o se producen más adelante por defectuosa
naturaleza de la cosa. No responde el arrendador, por los defectos que surjan por mal
uso de la cosa, hecho por el arrendador, sus familiares o sirvientes.
11.2. La obligación del arrendador de sanear los vicios de la cosa, existe siempre en
alguna medida, pero varía la gravedad de esta obligación y consecuentemente, sus
efectos, según la buena o mala fe, el conocimiento o no conocimiento de dichos vicios,
tanto por parte del arrendador como del arrendatario.
Cabe también modificar esta graduación de la gravedad y los efectos de los vicios,
pues el artículo 1875 dispone que el arrendatario puede renunciar expresamente a la
acción de saneamiento de un vicio, pero debe hacerlo designando expresamente de qué
vicio se trata.
11.3. Si el vicio es de tal magnitud que impide totalmente el uso de la cosa, el arrenda-
tario “tiene derecho a la terminación y aún a la rescisión del contrato”, dice el artículo
1873. Entendemos que pedirá la terminación, si es que ya ha comenzado a ejecutarse y
aparece con posterioridad el vicio, en tal caso, el contrato no podrá obligar para lo futu-
ro, pero el tiempo ya transcurrido y el uso ya hecho no se pueden dejar sin efecto; la
rescisión supone, en cambio, que no tenga efecto el contrato desde su misma celebra-
ción y esto será posible cuando todavía no ha entrado el arrendatario en uso de la cosa.
En esta circunstancia extrema de ser inservible la cosa para el objeto para el que arren-
dó, es indiferente que el arrendador haya o no conocido el vicio, o que el defecto se
manifieste desde el primer momento o aparezca con posterioridad, siempre que proven-
ga de esa causa anterior al contrato. Se atiende al hecho objetivo de que la cosa no
permite la utilización para la cual se hizo el contrato, y esto basta para la terminación o
rescisión.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 279
Siempre que el vicio haya tenido una causa anterior al contrato, el arrendatario tiene
derecho a la indemnización del daño emergente, aunque no haya habido conocimiento
ni mala fe del arrendador. Es justo que el perjuicio positivo causado por la cosa defec-
tuosa se repare por parte del dueño de ella, y así lo dispone el artículo 1874 en el primer
inciso.
La indemnización por lucro cesante, exige una mayor culpabilidad del arrendador: se
requiere que el vicio haya sido conocido por él, al tiempo del contrato, o que sea tal que
“debiera por los antecedentes preverlo, o por su profesión conocerlo”, según dispone el
inciso segundo del mismo artículo 1874. Por ejemplo, un propietario de hacienda cono-
ce que los árboles frutales o el ganado sufren periódicamente, en ciertas épocas, enfer-
medades o plagas, y arrienda esta finca; tal conocimiento le obliga a compensar al
arrendatario la disminución de frutos de dichos árboles o ganado, que habrían sido ma-
yores si no hubieran padecido esos daños, previstos o previsibles.
12.1. Estrecha relación con las obligaciones de garantizar el uso normal de la cosa al
arrendatario y de indemnizar por los perjuicios que puedan ocasionar los vicios de la
cosa, guarda la obligación del arrendador de repararla. Se trata precisamente de permi-
tir el buen disfrute del objeto y de evitar que se produzcan perjuicios.
280 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
12.2. Hay diversas clases de reparaciones, según responden a necesidad mayor o menor
de restablecer o alcanzar el buen estado de algo. Estas reparaciones se llaman necesa-
rias cuando sin ellas la cosa se destruiría o permanecería en el estado que la hace inser-
vible para su finalidad natural, o para el objeto para el cual se ha arrendado.
Otras reparaciones se consideran útiles, sin llegar al grado de exigencia de las anterio-
res, proporcionan una mejor utilización del objeto.
Similares a las reparaciones son las mejoras que una u otra partes introducen en la cosa;
éstas pueden ser necesarias, si solamente mediante ellas se logra disponer el objeto en
condiciones de ser aprovechado para una determinada finalidad; serán útiles, si sola-
mente aumentan el aprovechamiento que se pueda hacer de la cosa; y se califican de
suntuarias, superfluas, voluntarias o voluptuarias, cuando solamente satisfacen el
gusto, capricho o refinamiento artístico o de comodidad, sin aumentar el valor venal de
la cosa ni hacerla más aprovechable en un sentido económico.
La distinción entre las unas y las otras no es tan fácil y se remite a las costumbres,
aunque las partes pueden también precisar con detalle en el contrato, lo que correspon-
de a cada una de ellas.
12.3. El arrendador está obligado a realizar las reparaciones que sean necesarias para el
uso adecuado de la cosa arrendada. A veces será preciso realizar estas obras antes de
entregar la cosa, como está previsto en la Ley de Inquilinato; otras veces, surgirá este
imperativo durante el plazo del contrato. Ya conocerá directamente que la cosa debe ser
restaurada, o bien, debe hacérselo conocer el arrendatario: éste tiene la obligación de
comunicar el estado del objeto, con el fin de que el arrendador ponga remedio a sus
deficiencias, al deterioro o peligro de ruina. Si por su negligencia el locatario no cum-
pliere esta exigencia y por ello se produjeren daños mayores, sería responsable de tal
culpa y en cualquier caso, no podría reclamar indemnización por cuanto haya sufrido en
sus bienes o persona, ya que es imputable a él esa consecuencia, salvo que, por otros
medios haya conocido el arrendador de las deficiencias que debían corregirse.
Es obvio que también puede proceder a las reparaciones el arrendatario siempre que
haya sido autorizado por el arrendador, sea en el contrato, o posteriormente. Con ma-
yor razón, deberá hacerlo, si no sólo fue autorizado, sino que se comprometió a hacerlo.
12.5. Hechas las reparaciones por el arrendatario, cuando tenía el derecho de hacerlas y
más aún si estaba obligado a realizarlas, el arrendador debe pagarle lo gastado.
12.6 No se aplica la regla anterior, y por tanto, el arrendador no está obligado a com-
pensar al arrendatario en los siguientes casos: 1. Si el arrendatario conocía los
desperfectos o peligro de ruina de la cosa al momento del contrato y sin embargo no se
estableció en el contrato la obligación del arrendador de reparar; 2. Si el vicio era tal que
no pudo sin grave negligencia ignorarlo; 3. Si renunció expresamente a reclamar el
costo de la reparación. Estas reglas se aplican por analogía de lo dicho respecto de los
vicios redhibitorios, a las consecuencias de tales vicios, que originan las reparaciones
necesarias. Tampoco debe el arrendador pagar al arrendatario por las reparaciones
locativas, ya que estas corresponden al arrendatario, salvo que se haya establecido otra
cosa en el contrato. Finalmente, si el arrendatario ha hecho reparaciones no necesarias,
éstas constituirán más bien mejoras, y si son simplemente útiles o voluntarias, tampoco
son de cargo del arrendador por regla general.
Las mejoras necesarias que legítimamente haya realizado el arrendatario, deben ser
cubiertas por el arrendador. En cambio, éste no debe: las no autorizadas, si no fueron
necesarias. Las simplemente útiles o voluptuarias, se entiende que benefician al arrenda-
tario y son su costa. Al final del arrendamiento, si el arrendador no desea reconocer un
compensación al arrendatario, éste pude llevarse los materiales empleados, siempre que
no produzca nuevo daño o desperfecto en la cosa: debe, efectivamente, devolverla en
buen estado, como la recibió y no deteriorada. Así se le autoriza en el artículo 1877.
De aquí se deduce que si la terminación del arrendamiento se debe a culpa o acto volun-
tario del arrendador, él tendrá que pagar todas las mejoras, excepto las que haya realiza-
do ilegítimamente el arrendatario.
La misma ley sanciona al arrendador que no hubiere realizado las reparaciones, una vez
ordenadas por el juez, a pagar una multa equivalente a una pensión locativa (artículo 6,
reformado). Y si el arrendatario se hubiere visto obligado a desocupar el local, el arren-
dador le indemnizará con una suma equivalente a la pensión de tres meses, sin perjuicio
de pagar la multa. De manera paralela se sanciona, en el artículo 7, al arrendatario que
no cumpliere aquello a que está obligado en materia de reparaciones.
13.1. Enumeración.- Las obligaciones que por la naturaleza del contrato corresponden
al arrendatario son: 1. Pagar el precio o pensión; 2. Usar la cosa arrendada; 3. Conser-
varla en buen estado; 4. Avisar al arrendador sobre cualquier usurpación o atentado
contra sus derechos de propiedad; 5. Restituir la cosa al final del arrendamiento. Estas
obligaciones se desprenden del hecho de que el arrendatario recibe el objeto como tene-
dor, y debe comportarse como quien tiene una cosa ajena que debe devolver.
Otras obligaciones pueden estipularse por las partes, sea en el momento inicial o con
posterioridad, y en algunos casos esas otras obligaciones convierten el arrendamiento en
un contrato mixto o llegan incluso a desvirtuarlo, derivando en un contrato de depósito,
de sociedad, de renta vitalicia, etc. La amplitud de la autonomía contractual permite
introducir esas variantes; a continuación se explicarán únicamente las obligaciones
ordinarias o naturales.
13.3. La periodicidad se pacta libremente, como más convenga a las partes, por horas,
días, semanas, meses, años, etc. Si nada se ha establecido al respecto, hay que seguir las
costumbres; así, se alquilan por horas las bicicletas, caballos, ciertas maquinarias, etc.,
por días, las habitaciones de fondas, posadas u hoteles; por años, meses, las casas o
departamentos de habitación; por semestres o anualidades, las haciendas. Desde luego,
prevalece la voluntad de las partes, si se prueba debidamente, aunque no haya sido ex-
presamente consignada en el contrato. Así, se demostrará la intención de recibir los
pagos por mensualidades, si consta en la documentación de la negociación a la celebra-
ción del contrato, o se dio instrucciones sobre un depósito bancario con tal periodicidad.
Dice el artículo 1885: “El pago del precio renta se hará en los períodos estipulados, o a
falta de estipulación, conforme a la costumbre del país, y no habiendo estipulación ni
costumbre fija, según las reglas que siguen: La renta de predios urbanos se pagará por
meses, la de predios rústicos por años. Si una cosa mueble o semoviente se arrienda por
cierto número de años, meses o días, cada una de las pensiones periódicas se deberá
inmediatamente después de la expiración del respectivo año, mes o día.- Si se arrienda
por una sola cantidad, se deberá ésta luego de que termine el arrendamiento”.
13.4. Generalmente se paga por períodos vencidos, pero nada impide que se pacte pagos
adelantados, y entonces habrá que estar a lo convenido.
13.5. El artículo 1886 establece que: “Cuando por culpa del arrendatario se pone térmi-
no al arrendamiento, estará el arrendatario obligado a la indemnización de perjuicios, y
especialmente obligado al pago de la renta por el tiempo que falta hasta el día en que,
desahuciando, hubiera podido hacer cesar el arrendamiento, o en que el arriendo hubie-
ra terminado sin desahucio.- Podrá, con todo, eximirse de este pago, proponiendo, bajo
su responsabilidad, persona idónea que le sustituya por el tiempo que falte, y prestando
al efecto fianza u otra seguridad suficiente”.
13.5. El artículo 1886 establece que: “Cuando por culpa del arrendatario se pone térmi-
no al arrendamiento, estará el arrendatario obligado a la indemnización de perjuicios, y
especialmente obligado al pago de la renta por el tiempo que falta hasta el día en que,
desahuciado, hubiera podido hacer cesar el arrendamiento, o en que el arriendo hubiera
terminado sin desahucio.- Podrá, con todo, eximirse de este pago, proponiendo, bajo su
responsabilidad, persona idónea que le sustituya por el tiempo que falte, y prestando al
efecto fianza u otra seguridad suficiente”.
Respecto de terceros, resulta más difícil el problema, sobre todo en el caso de acreedo-
res del arrendatario, que podrían ver burlados sus privilegios de cobro, por un pago
anticipado de pensiones. En una sentencia de la Corte Suprema se resuelve el caso de
embargo de pensiones de arrendamiento, lo cual está autorizado por la ley, y se refiere
tanto a las rentas devengadas como las que están por devengarse; la acción se permite
284 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
13.6. El monto del canon, se pacta entre las partes, pero la libertad absoluta ha sido
limitada por la Ley de Inquilinato, en el afán de evitar abusos sobre todo en perjuicios
de los inquilinos de habitaciones.
La Ley prevé la revisión de las pensiones fijadas, sea para aumentarlas o para rebajarlas,
según hayan cambiado las circunstancias, principalmente el valor adquisitivo de la mo-
neda o el deterioro o mejoramiento de la cosa arrendada (artículos 20-23 de la Ley de
Inquilinato).
13.7. El pago debe hacer el arrendatario o, en nombre suyo, cualquier persona diputada
para el pago. Cabe el pago por intervención de un agente oficioso, bajo la condición de
que el deudor apruebe el pago; si no lo ratificara, no tendría consecuencias imputables al
deudor. Si intervino en el contrato un garante del arrendatario, es evidente que se puede
cobrar a éste.
Si fallece el arrendador, el pago deberá realizarse todos los herederos, que pueden estar
representados por un albacea, o por un procurador común, o simplemente por uno de
ellos, especialmente comisionado para recibir los arrendamientos. Pero no podría el
arrendatario, por su solo arbitrio, decidir solventar su obligación entregando el canon a
uno de los herederos. Si se produjera esta anomalía, podría remediarse por la ratifica-
ción o reconocimiento del pago, por parte de los demás herederos, quienes también
podrían oponerse y no reconocer el pago ilegítimo. También se sana el irregular pago, si
los condueños adjudican la cosa al que recibió las pensiones. Si el arrendador perdió la
propiedad o se desprendió de ella, es el sucesor a título singular quien deberá recibir las
rentas, pero solamente desde el momento en que se notifique el cambio al arrendatario.
Si no se le ha dado a conocer la transferencia del dominio, no es culpable el arrendatario
que continúa pagando a la persona con quien contrató.
13.9. El pago de la renta comprende frecuentemente algunos anexos, como suelen ser
las contribuciones de administración en los edificios de propiedad horizontal, o ciertos
impuestos y tasas que se hay convenido que deban pagarse por el arrendatario, o el
sueldo de un guardián, o técnico (en el alquiler de máquinas o sistemas electrónicos).
13.10. El lugar del pago, igualmente será determinado libremente por las partes, o habrá
que seguir las normas generales: en el domicilio del deudor, salvo que aparezca clara-
mente la voluntad de las partes de seguir costumbres locales diferentes.
13.11. La duración de la obligación de pagar las pensiones, coincide con la del contrato,
pero si éste termina antes del plazo estipulado hay que establecer ciertas distinciones.
Si el contrato termina por culpa o causa del arrendador o por caso fortuito o fuerza ma-
yor, el arrendatario no deberá pagar las pensiones por el resto del tiempo que habría
durado el contrato sin esas causas: no tiene culpa el arrendatario y no disfruta de la cosa,
luego, nada debe. Si termina el contrato y el arrendatario permanece en el uso y disfrute
de la cosa, evidentemente, debe seguir pagando pensiones hasta que devuelva la cosa. Si
termina el contrato por culpa del arrendatario aunque haya desocupado la cosa, pero
ésta no se encuentre en aptitud para ser nuevamente arrendada o usada por el dueño, el
arrendatario tendrá que indemnizarle a éste, y dicha indemnización se presume que es
igual a las pensiones de arriendo que estaba pagando, durante el tiempo necesario para
poner la cosa en estado de ser nuevamente aprovechada. Ya que el arrendatario la ha
286 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
inutilizado, por su mal uso, imprudencia u otras causas, es equitativo que deba cubrir el
daño que interfiere al propietario.
El artículo 1886 considera este caso de terminación por culpa del arrendatario, y ordena
que la indemnización consista en seguir pagando la pensión, en calidad de indemniza-
ción, hasta el tiempo en que debía terminar naturalmente el contrato, o terminar por
desahucio. Esta disposición no excluye que el arrendador pueda probar que el monto del
perjuicio causado por el arrendatario sea superior a estas pensiones.
“Podrá, con todo, eximirse de este pago (el arrendatario), proponiendo bajo su respon-
sabilidad, persona idónea que le sustituya por el tiempo que falte, y prestando al efecto
fianza u otra seguridad suficiente”, agrega el inciso segundo del mencionado artículo.
De suerte que se deduce que el daño considerado en el primer inciso consiste en la no
ocupación del local, en que deje de producir renta al dueño, pero siendo posible utilizar-
lo. Sin embargo, parece evidente que, cuando la culpa del arrendatario ha inutilizado la
cosa, el efecto jurídico debe ser por lo menos el mismo: seguir pagando hasta que con
las pensiones se pueda reponer la cosa en estado de ser usada.
13.13. El inciso segundo del artículo 1883 dice: “Podrá el arrendador, para la seguridad
del pago de las indemnizaciones a que tenga derecho, retener todos los frutos existentes
de la cosa arrendada, y todos los objetos con que el arrendatario la haya amoblado,
guarnecido o provisto, y que le pertenecieren; y se entenderá que le pertenecen, a menos
de prueba en contrario”.
Nuestra Ley de Inquilinato hace una referencia a la retención de pensiones, en los casos
en que lo ordenare el juez y dispone que, dichas rentas deben entonces “depositarse en
el Juzgado de Inquilinato”, agregando que “la falta de depósito por más de dos meses
será causa de la terminación del contrato”. Estas disposiciones no se refieren claramente
a la circunstancia de que el arrendador no hay cumplido sus obligaciones, y bien se
entiende que la orden judicial puede provenir del reclamo de un tercero, por ejemplo por
pago de alimentos que deba el arrendador a ese tercero. En todo caso, el arrendatario
cumplirá lo ordenado por el juez y la consignación de las pensiones en el juzgado le
libera de su obligación de pagar al arrendador, tanto que, si no hace esos depósitos du-
rante dos meses, incurre en mora y da lugar a la terminación del contrato.
13.15. Si falta el pago debido, por culpa del arrendatario, es decir, salvo que se justifi-
que esa omisión, éste incurre en mora, y como consecuencia, debe indemnizar al arren-
dador. Dicha indemnización, en principio, consiste en seguir debiendo las sucesivas
pensiones hasta la terminación del contrato, como está ordenado por el artículo 1886.
El pleno efecto de la mora, sin embargo, no se produce sino desde el momento en que el
arrendador exige judicialmente el pago de las pensiones debidas. En ese momento, si el
arrendatario no se allana, paga o garantiza satisfactoriamente el pago, se convierte en
“injusto detentador”, como lo ha declarado en varias sentencias nuestra Corte.
Las partes pueden convenir en el contrato que baste el hecho de no pagar una o más
pensiones, para que el arrendatario se considere constituido en mora, dando derecho al
cobro judicial, a la indemnización de perjuicios y aún a la terminación del arrendamien-
to. Desde luego, que dicha cláusula supone que el arrendador no esté a su vez en mora,
ya que en contratos sinalagmáticos, la obligación de cada parte depende del cumpli-
miento de la del otro. Por consiguiente, si el arrendatario alega que el arrendador no ha
cumplido sus obligaciones, éste tendrá que recurrir al juez para que defina si realmente
la otra parte ha incurrido en mora.
288 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Otra sentencia precisa que: “Aunque en la demanda el actor usó la palabra “rescisión”,
lo que ha demandado verdaderamente es la resolución del arrendamiento, fundándose
en que el arrendatario no ha pagado la pensión conductiva en el tiempo señalado. Pero
el demandante confiesa que cobró al arrendatario la renta que debía pagar hasta la con-
clusión del arrendamiento. Con este hecho el actor renunció manifiestamente la acción
resolutoria, visto que no puede pedirse al mismo tiempo ésta y el cumplimiento del
contrato”. En otras palabras: no puede presentar ambas pretensiones a la vez, por ser
contradictorias. En cambio, sí puede el arrendador demandar en ambos casos, la in-
demnización de perjuicios, y a título de indemnización se condenará al arrendatario a
cubrir las pensiones hasta la devolución de la cosa.
13.17. También sucede que el arrendador se niega a recibir las pensiones, y entonces el
arrendatario acudirá a consignarlas en el juzgado. Tal consignación impide que se le
considere en mora del pago de tales pensiones. Esta consignación no puede realizarse
después de que se haya citado al arrendatario con la demanda de terminación del contra-
to por falta de pago, ya que esa demanda significa el ejercicio de derecho del arrendador
de optar por la resolución del contrato, y no puede impedirse el ejercicio de tal derecho
con la consignación. Por esto, el juez ha de calificar la consignación, y si la acepta como
legal, el arrendatario no puede considerarse en mora.
En este sentido una sentencia se expresa así: “La negativa de la actora a recibir las pen-
siones de arrendamiento que le debía el demandado por la ocupación de un local, no
ocasionó la mora de éste en pagar dichas pensiones (mora debitoria), sino la de aquella
en recibirlas (mora crediticia), no estando autorizada la demandante a exigir la devolu-
ción de la cosa arrendada. Al estipularse en un contrato de arrendamiento que el pago de
las pensiones se hará por mensualidades anticipadas, el arrendador puede demandar ese
pago en la iniciación de cada período, pero no la desocupación del local, porque para
ello exige la letra a) del artículo 30 de la Ley de Inquilinato, la mora de dos meses, o
sea, que éstos hayan transcurrido completos sin que el arrendatario hubiese pagado la
renta, concepto éste que es diferente de la exigibilidad de la obligación”.
13.18. También hay ciertos límites al cobro de las pensiones, que pueden provenir de
especiales cláusulas contractuales. En este sentido dice una sentencia: “Concedida al
arrendatario una máquina de coser con la opción de compra, pagando la diferencia de
las cuotas ya satisfechas y el precio de la máquina, el arrendador no puede exigir pen-
siones posteriores a la terminación del contrato, cuyo monto sobrepasaría el precio fija-
do al mueble, ni aún alegándose para ello la mora del deudor en el pago de las pensiones
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 289
14.1. En el arrendamiento se entrega una cosa para que sea usada adecuadamente por el
arrendatario; éste es un tenedor del objeto y como tal, es titular de un derecho de disfru-
te, al mismo tiempo que tiene la obligación de usar de ese derecho razonablemente,
conservando la cosa, que deberá restituir al término del contrato.
14.2. Estas atribuciones que se confieren al arrendatario, implican que, por una parte, no
puede realizar un uso distinto del convenido; por otra, ese uso no puede ser abusivo,
excesivo y destructor; y finalmente, tampoco puede abstenerse de usar, en la medida en
que esa omisión causaría perjuicios.
14.3. El uso y disfrute legítimo, es el que se haya precisado en el contrato. Como resulta
evidente, esto no puede alterarse sino por una nueva convención -expresa o tácita-, entre
las partes. Por ejemplo se ha alquilado un automóvil para uso personal o doméstico, y
no puede dedicarse a un negocio de taxista; un solar urbano se destina en el contrato
para estacionamiento de vehículos, y no puede el locatario construir en él un hotel, etc.
14.5. Además del uso inadecuado, está el uso desmedido, el exceso, que puede deterio-
rar o agotar las cosas incluso las que parecen más perdurables. Por ejemplo, un suelo
agrícola se deteriora por falta del necesario descanso en la producción; una maquinaria
puede destruirse si se recalienta por una utilización desmedida; un caballo se muere por
agotamiento, etc.
14.6. El no usar tampoco es bueno y en ciertos casos causa perjuicios positivos al dueño
de la cosa. Por ejemplo, la pérdida de la clientela de un almacén, si permanece cerrado;
el deterioro de una habitación en la que no vive nadie y se acumula el polvo, los insec-
tos o ratones; en un vehículo que permanece parado mucho tiempo se dañan las llantas,
la batería, las cañerías de frenos, conexiones eléctricas, etc. Por esto, el arrendador tiene
derecho de exigir que el arrendatario use la cosa. Planiol anota que la falta de uso puede
ocasionar incluso que el propietario pierda la cosa por prescripción adquisitiva de otra
persona que se aprovecha.
290 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El artículo 2228 responsabiliza al inquilino por los cuasidelitos que se produzcan por la
imprudencia respecto de cosas que caen y causan daños a otros. La responsabilidad se
atribuye a “los que habitan” en una parte de un edificio, y esta habitación puede ser a
título de propietario, o de simple detentador, como lo es el arrendatario.
14.7. El arrendatario responde de los perjuicios causados por el mal uso, el uso excesivo
o la falta de uso de la cosa, sea que estos daños se produzcan en el mismo objeto arren-
dado, o que afecten a terceros, por ejemplo, a los vecinos. También se causan perjuicios,
a veces graves, a terceros, por actividades inmorales, indecentes o simplemente mal
vistas por la sociedad, desde los extremos de dedicar un departamento a juegos prohibi-
dos, prostitución o consumo de estupefacientes, hasta el empleo en oficios inadecuados
para un determinado sector urbano, como el desposte de ganado en un barrio residen-
cial.
14.8. Producidos los daños, cabe preguntarse, cuándo podrá el arrendador exigir la in-
demnización: de inmediato o solamente al terminar el arriendo.
Esta cuestión no está directamente prevista por el Código, y parece que habría que hacer
algunas distinciones. Si se trata de daños graves e irreparables, el arrendador tendrá
derecho a pedir de inmediato la indemnización y, eventualmente, la terminación del
contrato. Igualmente, si es previsible que se agraven progresivamente y el arrendatario
no pone remedio o impide la reparación que podría hacer el dueño; por ejemplo, una
ruptura de cañerías por mal uso y que produce humedad y destrucción de pisos, paredes
y techos. Planiol indica que el arrendador recurrirá al juez y que éste, oído el parecer de
peritos decidirá lo que sea justo.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 291
14.9. Para el uso de la cosa arrendada, son a veces necesarias ciertas adecuaciones o
cambios, que puede realizar el arrendatario, pero estos cambios han de ser igualmente
moderados: que no cambien substancialmente la cosa, o la debiliten o la pongan en
peligro de destrucción.
Naturalmente, las partes pueden libremente pactar cambios de mayor importancia, por
ejemplo, toda una edificación, o derrocar lo que está edificando; adaptar una casa de
habitación para el funcionamiento de una clínica o de una escuela, etc.
15.1. Hemos indicado anteriormente que el arrendador debe reparar la cosa arrendada,
como consecuencia de su obligación de ponerla a disposición del arrendatario en condi-
ciones de uso adecuado; pero, por otra parte, el Código y la Ley de Inquilinato imponen
también al arrendatario la obligación de efectuar reparaciones. Indudablemente se trata
de distintas obras, ya que no admitimos que la ley se contradiga imponiendo la misma
obligación a las dos partes contrarias.
Las reparaciones que incumben al arrendador son, como ya se dijo, las que exige el uso
normal de la cosa, que generalmente afectan a la solidez o buen funcionamiento de la
cosa: se califican normalmente de reparaciones mayores. Si no las hace el arrendador, el
arrendatario puede dirigirse al juez para que señale un plazo para realizarlas, y si no se
efectúan en ese plazo, el arrendatario puede hacerlas y cobrar después al arrendador, con
un recargo del 10% de su costo (artículo 5 de la Ley de Inquilinato).
15.2. Los daños de que responde el arrendatario, implican pues, alguna culpa de su
parte, o de quienes forman su familia, sirvientes, empleados, huéspedes y visitantes.
Respecto de estos últimos, no solamente se responsabiliza a los que viven o trabajan con
mayor o menor estabilidad en el lugar arrendado, sino también a los meros visitantes.
El arrendador tiene acción para cobrar los perjuicios, contra el arrendatario y éste podrá,
eventualmente repetir contra el directo causante del daño. Pero también puede demandar
el arrendador directamente al que produjo el perjuicio, siguiendo las reglas generales de
la responsabilidad y de los cuasidelitos.
Si son varios los arrendatarios y el daño no resulta imputable a uno de ellos en concreto,
se tiene que distribuir entre todos la reparación, según enseña Pothier, aunque otros
autores consideran que en tal circunstancia sería de cargo del arrendador, ya que no se
puede probar culpa de ninguno de los tenedores.
15.3. Con acierto ha resuelto la Corte Suprema que el derecho de retención del arrenda-
tario se extiende al caso de la indemnización por daños y perjuicios, pero no al pago de
mejoras. Habrá, por consiguiente que distinguir si las obras realizadas por el arrendata-
rio y que debía hacer y pagar el arrendador, corresponden a verdaderas reparaciones, o a
mejoras.
15.4. Una sentencia afirma: “No da derecho a pedir el secuestro del predio dado en
arrendamiento, el mero hecho de que el arrendador hubiese demandado la resolución del
contrato. Para ello, sería menester que se justifique el deterioro del predio, o, por lo
menos, el justo motivo para temerlo”.
15.6. Acabamos de comprobar cómo hay una afinidad grande entre las reparaciones y
las mejoras; la distinción teórica consiste en que la reparación restablece la cosa a su
estado anterior, mientras que la mejora supone un perfeccionamiento nuevo. Pero prác-
ticamente las reglas para ambas -reparaciones o mejoras- son iguales. Las partes pueden
precisar en el contrato lo que a bien tengan, y si no lo han hecho, se seguirán las presun-
ciones a base de las costumbres y de las exigencias naturales de la cosa para el objeto
del arrendamiento.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 293
15.7. Las mejoras urgentes, pueden ser hechas por el arrendatario a cargo del arrenda-
dor; y las habrá, si en caso de no realizarlas, precisamente se producirá el efecto contra-
rio: un deterioro de la cosa, que incluso puede ser ya irreparable.
15.8. Las mejoras útiles, pero no necesarias, no habiendo dispuesto otra cosa los contra-
tantes, serán de cargo del arrendatario. Sin embargo, si el arrendador no quiere recono-
cer una compensación por ellas, el arrendatario está en el derecho de deshacerlas y lle-
varse los materiales empleados, siempre que esto no cause daño a la cosa. El arrendador
puede impedir esta acción, pagando el valor que tendrían los materiales separados, con
lo cual nada perderá el arrendatario.
15.9. Para reclamar el pago de las mejoras, debe haberse perfeccionado el contrato y
realizado la entrega de la cosa, pues, si el arrendatario no ha recibido, no surgen aún las
mutuas obligaciones respecto de reparaciones y mejoras. Así se resuelve en una senten-
cia que rechaza la demanda de pago de mejoras, por cuanto se ha probado que no hubo
entrega de la cosa, lo cual ni siquiera permite saber el estado en que se hallaba.
16.1. El tenedor ejerce los poderes propios del poseedor, pero en nombre de otro, preci-
samente por esto no es poseedor; y en cumplimiento de esas funciones, debe defender la
cosa que se le ha confiado, tanto de agresiones de mero hecho, como de acciones que
pretenden fundarse en el derecho. A veces podrá el arrendatario rechazar por sí sólo,
con el auxilio de las autoridades o con acciones judiciales, esos atentados contra el dere-
cho de la persona de quien procede su tenencia; pero tanto en esos casos, como cuando
no le es posible salvar el objeto amenazado, le corresponde acudir al arrendador para
que ponga remedio.
El arrendatario debe, por consiguiente, dar aviso, de cualquier circunstancia que atente
contra los derechos del propietario, que será generalmente quien haya arrendado la cosa.
No es necesario que esta notificación se haga en forma judicial, bastando que llegue la
noticia al arrendador, de cualquier manera, incluso telefónicamente, por carta, o hablan-
do directamente o por medio de un mensajero. Ahora bien, para los efectos de establecer
responsabilidades por el cumplimiento o por el incumplimiento de este deber, interesa al
arrendatario dejar constancia, para que sirva de prueba.
El artículo 1872 dice: “La acción de terceros que pretendan derecho a la cosa arrendada,
se seguirá contra el arrendador.- El arrendatario estará obligado a noticiarle la turbación
o molestia que reciba de dichos terceros, por consecuencia de los derechos que alegan;
si lo omitiere o dilatare culpablemente, abonará los perjuicios que ello se sigan al arren-
dador”.
El aviso que debe dar, según este artículo, se refiere a cualquier turbación que pretenda
fundarse en derechos de terceros, es decir, que no se refiere a los atentados contra la
294 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
propiedad que se produjeren de modo totalmente arbitrario, tales como asaltos o robos:
estas situaciones de hecho, incumben a la defensa directa del arrendatario, quien deberá
denunciarlas, pedir la ayuda policial, o iniciar acciones civiles o penales.
16.2. No estará obligado el arrendatario a dar este aviso: 1. Si le consta que el arrenda-
dor ya conoce por otros medios el asunto; incluso cabe pensar en que primero lo sepa el
arrendador y por él llegue a conocimiento del arrendatario, cuando se trata de una ac-
ción judicial o un trámite administrativo por el cual se le quita la propiedad o se estable-
ce una servidumbre, etc. 2. Si es evidente que no tiene defensa el arrendador, como sería
el caso de darse una sentencia ejecutoriada de reivindicación de la cosa por parte de un
tercero.
17.1. Puesto que el contenido esencial del contrato de arrendamiento consiste en conce-
der a una de las partes el disfrute temporal de algo, resulta evidente la obligación del
arrendatario de restituir la cosa al arrendador, al fin del arrendamiento. Esto se señala
expresamente en el primer inciso del artículo 1888.
17.2. Agrega el mismo artículo que: “deberá restituirla en el estado en que le fue entre-
gada, tomándose en consideración el deterioro ocasionado por el uso y goce legítimos.-
Si no se constatare el estado en que le fue entregada, se entenderá haberla recibido en
regular estado de servicio, a menos de que se pruebe lo contrario”. Lo “contrario” a lo
“regular”, sería, lo irregular, lo distinto a lo normal, y esto admite dos extremos: el mal
estado, o un estado excelente, inusualmente bueno; uno y otro extremo se tendrían que
probar por el respectivo interesado.
17.3. El tercer inciso del mismo artículo dice: “En cuanto a los daños y pérdidas sobre-
venidos durante el goce, deberá probar que no sobrevinieron por su culpa, ni por culpa
de sus huéspedes, dependientes o subarrendatarios, y a falta de esta prueba será respon-
sable”. Se sigue aquí las reglas generales de la carga de la prueba: el tenedor de la cosa
se presume responsable, mientras no pruebe lo contrario; y ya se ha indicado que el
arrendatario, como tenedor, se responsabiliza también de los hechos de un conjunto de
personas que de él dependen y utilizan de algún modo el objeto arrendado; en este artí-
culo no se menciona entre dichas personas a la familia, pero se ha de entender, desde
luego, que, al igual que los huéspedes, hacen recaer sobre el arrendatario los resultados
de su descuido o mal uso de la cosa.
el estado de cada objeto. Si no se hubiere procedido así, ni haya un acta de entrega con
tales especificaciones, ambas partes tienen derecho de pedir que se realice una inspec-
ción judicial, o que peritos determinen el estado de la cosa; naturalmente estas acciones
se referirán a la situación actual y no a la existente en el momento de la entrega y mien-
tras más tiempo transcurra entre ambos acontecimientos, menor valor probatorio se
adscribirá a las constataciones de tiempo posterior.
El artículo 52 de la Ley de Inquilinato dice: “En ningún caso en que el arrendador deba
al arrendatario una suma de dinero, ya sea como indemnización o como devolución de
lo pagado indebidamente, podrá éste ser desalojado del local arrendado, sin que previa-
mente se le pague.- Para el ejercicio del derecho concedido en el inciso anterior, el
arrendatario deberá acompañar providencia ejecutoriada recaída en el procedimiento
previsto en el artículo 19, o prueba que establezca los valores determinados en dicho
artículo como debidos por el arrendador”. Aunque esta norma se refiere directamente
sólo a inmuebles, no se ve inconveniente de aplicarla, por analogía al caso de arrenda-
miento de muebles: si existe sentencia que reconozca los derechos del arrendatario, o
éste pueda presentar una prueba plena de esos derechos. Nótese los términos absolutos
que emplea el legislador: “en ningún caso”, y se refiere a cualquier deuda del arrendador
hacia el arrendatario (se entiende que, con motivo del contrato).
17.6. Se preguntan algunos autores, ¿qué sucederá si, al final del contrato, el arrendata-
rio no devuelve voluntariamente la finca? Puig Peña responde: “Si la no devolución se
produce como exteriorización de una conducta dolosa del arrendatario, la sanción puede
tener en algunos casos el rigor de una figura delictiva. Si se produce por mera culpa, el
Código Alemán autoriza al arrendador para exigir en concepto de indemnización, el
alquiler que hubiere devengado por el tiempo de retardo. El Código Español nada dice,
siendo por tanto de aplicar los principios en orden a la indemnización por
incumplimiento”.
Nuestro sistema es un poco complicado, porque, para que el arrendador pueda ejercer la
acción de desalojo, se requiere que el arrendatario esté constituido en mora mediante el
procedimiento judicial de desahucio. No basta, pues, que el contrato haya llegado a su
término por el transcurso del plazo previsto o por incumplimiento de alguna obligación
esencial. Además, el desahucio da únicamente derecho al desalojo y a cobrar las pen-
siones hasta el momento de la entrega efectiva de la cosa al arrendador; pero el cobro de
todas las indemnizaciones a que tuviere derecho éste, solamente se produce si el arren-
datario está en la situación de injusto detentador, lo cual requiere nuevo requerimiento
judicial.
El artículo 1890 contiene estas dos exigencias de intervención judicial: “Para que el
arrendatario sea constituido en mora de restituir la cosa arrendada, será necesario reque-
rimiento del arrendador, aun cuando haya precedido desahucio; y si requerido no resti-
tuyere, será condenado al pleno resarcimiento de perjuicios de la mora, y a lo demás que
contra él competa, como injusto detentador”.
296 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
17.7. El arrendador tiene dos acciones para exigir la devolución de la cosa arrendada: la
ex contractu y la reivindicatoria. Pero no puede hacerse justicia por mano propia y em-
plear medios violentos.
17.8. La jurisprudencia nacional reconoce que el arrendador puede valerse del trámite
ejecutivo, tanto si existe escritura pública (título ejecutivo), como si hay mandato judi-
cial como consecuencia del desahucio o requerimiento de entrega de la cosa.
17.9. Cabe legalmente que a una acción personal se oponga la excepción de dominio por
parte del arrendatario, como se ha admitido en una sentencia de la Corte Suprema; efec-
tivamente, ninguna ley prohíbe tal defensa y más bien es muy conforme a la razón y al
derecho.
17.12. Las partes pueden acordar libremente el tiempo, las modalidades y condiciones
de la entrega, y si esto consta claramente, la sentencia no puede alejarse de lo convenido
entre los contratantes, salvo que hayan dispuesto algo contrario al derecho, como sería
cargar las costas judiciales a una de las partes, aunque no haya litigado de mala fe o
temerariamente. Así se resuelve en una sentencia de la Corte.
17.13. Eventualmente, las partes pactan intereses sobre las pensiones en mora y por la
falta de entrega oportuna de la cosa, lo cual es lícito; en cambio, no cabe reclamar inte-
reses, si no se han convenido de mutuo acuerdo.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 297
Una sentencia ha resuelto que: “No habiendo pagado las pensiones conductivas el
arrendatario, convinieron él y el arrendador en dar por terminado el arrendamiento,
debiendo pagar el deudor lo que debía. Esto no implica novación, ni rescisión, sino
cumplimiento de la condición resolutoria que lleva consigo todo contrato bilateral. Por
tanto, subsisten las garantías a favor del arrendador. El arriendo como contrato sucesivo,
se puede resolver por incumplimiento de una de las partes, para lo relativo a lo futuro,
quedando firme la obligación de cumplir lo estipulado hasta ese momento. Los garantes
no sufren perjuicio, por más que queda limitada su responsabilidad a las obligaciones
anteriores y quedan libres de las que podrían surgir en lo futuro.
17.15. Otro punto debatido es el relativo a si el arrendatario debe seguir pagando pen-
siones cuando retiene la cosa para lograr que el arrendador le indemnice por lo que
tenga derecho. Teniendo, como tiene el arrendatario, el derecho de retener la cosa
arrendada hasta que se le satisfagan sus haberes, es lógico que se compense, en la medi-
da posible, lo que le debe el arrendador, con lo que él tiene por equidad que seguir pa-
gando mientras ocupa la cosa, hasta que se cubran totalmente sus derechos. Esto supon-
drá normalmente el realizar una liquidación en la que se precisen los derechos de una y
otra parte, y se reconozca la compensación que corresponda.
17.16. Así como el arrendador puede ejercitar acciones judiciales para obligar al arren-
datario a entregarle la cosa, es obvio que igualmente podrá demandar a otras personas
que por razones accesorias al arrendamiento tienen toda o parte de la cosa; por ejemplo,
un guardián o portero que ocupa una pieza de habitación, o quien por amistad o caridad
sea huésped de la casa. La resistencia de salir, por parte de estas personas, constituiría
delito de usurpación o un cuasidelito.
Sobre el asunto concreto del ganado nuestro Código contiene una disposición original,
que estudiaremos a propósito de las reglas especiales del arrendamiento de predios
rurales, y también hay que anticipar que, es frecuente el que las partes prevean cláusulas
especiales sobre tan importante asunto.
Los artículos 1906, 1909 y 2368 se refieren a esta subrogación de los acreedores en los
derechos del arrendador o del arrendatario insolventes o deudores simplemente. El
arriendo no termina, sino que continúa con los acreedores quienes se subrogan en los
respectivos derechos. El artículo 2368 dice que “podrán subrogarse”, lo que implica una
facultad, que también podrían rechazar; el artículo 1906 se refiere a la ejecución o em-
bargo de la cosa arrendada, en cuyo caso subsiste el arrendamiento sustituyendo el
acreedor al arrendador; en cambio si es el arrendatario quien cae en insolvencia, sola-
mente hay la posibilidad de que los acreedores le subroguen, siempre que “rindan fianza
a satisfacción del arrendador”, y no siendo así, tendrá el arrendador derecho de dar por
concluido el arrendamiento. Por tanto, en el caso de que el deudor ejecutado sea el
arrendador, de modo imperativo se dispone la sustitución de derechos, mientras que los
acreedores del arrendatario tienen la facultad de sustituirse y bien pueden no hacer uso
de esa facultad.
18.2. Baste recordar que el cedente traspasa sus derechos y obligaciones a otra persona
y ésta contrae esas obligaciones y adquiere esos derechos con relación a la otra parte y
con relación a terceros, en ciertos términos y desde determinado momento. El cesiona-
rio, viene a ocupar el lugar jurídico del cedente, como sucede en la subrogación, pero el
primer fenómeno jurídico depende de la voluntad de quien hace la cesión y, en cierta
medida, de la aceptación de la otra parte de la relación jurídica cedida.
En el caso concreto del arriendo, el arrendatario al ceder su derecho, coloca a otra per-
sona en calidad de arrendatario de la misma cosa. La cesión supone traspaso de todos
los derechos y obligaciones que le corresponden como arrendatario. El cesionario conti-
núa en la relación jurídica con el arrendador, como si fuera la misma persona de quien le
cedió el arriendo: éste no cambia en nada.
18.3. Más frecuente que la cesión del arrendamiento, suele ser el subarriendo. Este es
un nuevo contrato, en el que el arrendatario se convierte en arrendador de la cosa recibi-
da, que pasa a manos de un tercero: el subarrendatario.
Con el subarriendo se crean complejas relaciones jurídicas, porque subsisten tres partes:
el primitivo arrendador (que no puede perder ninguno de sus derechos), y el primitivo
arrendatario y el subarrendador.
18.5. El Derecho Romano permitía la cesión y el subarriendo y esta disciplina han se-
guido los derechos de muchos países modernos, como Francia, Italia, España, Brasil,
Argentina, Venezuela, Perú y Paraguay. En todos ellos, solamente se impiden el sub-
arriendo y la cesión, si las partes han prohibido expresamente; en Uruguay se permite
por la ley la sublocación, pero no la cesión.
Don Andrés Bello se anticipó a la actual tendencia de la doctrina jurídica que va preci-
samente por el sentido contrario: prohibir como regla general la cesión o el subarrien-
do y permitirlos únicamente cuando las partes han convenido así expresamente. Los
Códigos de Chile, Colombia y Ecuador siguen esta doctrina.
18.6. Nuestro Código Civil, en el artículo 1887 dice: “El arrendatario no tiene la facul-
tad de ceder el arriendo, ni de subarrendar, a menos que se le haya expresamente conce-
dido; pero en este caso, no podrá el cesionario o subarrendatario usar o gozar de la cosa
en otros términos que los estipulados con el arrendatario directo”.
La segunda frase resulta gravemente ambigua, ya que por sí misma no expresa cuáles
son los derechos del cesionario o subarrendatario, porque “lo estipulado con el arrenda-
tario directo”, puede entenderse de dos maneras: l. Lo estipulado por el subarrendatario
o cesionario con el arrendatario directo; 2. Lo estipulado por el arrendatario directo con
el primer arrendador. Ambas cosas permite entender la defectuosa redacción. Si el legis-
lador quiso decir lo primero, debió expresarse así: No podrá el cesionario o subarrenda-
tario usar o gozar de la cosa en otros términos que los estipulados por él con el arrenda-
tario directo. Posiblemente ésta es la intención del legislador, pero no se puede aceptar
que el segundo contrato conceda al nuevo arrendatario más derechos que los conferidos
por el primer contrato: nadie da lo que no tiene, y el arrendatario no puede conceder más
de lo que él obtuvo del primer arrendador, por ejemplo, conceder un plazo más largo.
La Ley sigue, pues, la segunda interpretación posible del artículo 1887, la más lógica, la
que resguarda los derechos adquiridos y no permite que un contrato con un tercero,
modifique la situación jurídica existente entre el primer arrendador y el primer arrenda-
tario.
La misma ley, en el siguiente inciso del artículo 36, prohíbe de modo absoluto sucesivos
subarriendos. El subarrendatario no puede a su vez entregar a otro la cosa y crear nuevas
relaciones de arrendamiento. Tampoco se pueden ceder ulteriormente los derechos del
subarrendatario o del cesionario.
18.9. La norma por la cual el subarrendatario no puede tener mayores derechos que el
arrendatario, se confirma en el artículo 39 de la Ley, en cuanto al desalojo: “El desalojo
del arrendatario incluirá el de los subarrendatarios o cesionarios, a quienes se hubiere
arrendado o cedido el arrendamiento sin autorización”. Pero, por un sentido de humani-
dad, agrega que “No obstante, el subarrendatario o cesionario tendrá derecho a perma-
necer en el local arrendado por treinta días, a partir de la fecha en que fuere notificado
por el Juzgado de Inquilinato con la terminación del contrato de arrendamiento, median-
te el pago al arrendador de la respectiva pensión de arrendamiento”. Así se permite
prolongar el contrato por un mes más de lo previsto, pero al mismo tiempo se reconoce
el derecho del arrendador de percibir la pensión correspondiente a ese tiempo.
18.11. Se corrobora lo dicho, en el artículo 58, que confiere acción directa a favor del
arrendador contra el subarrendatario para exigirle la reparación de los deterioros que
éste hubiere causado en el local arrendado, sin perjuicio de la acción que le asiste contra
el arrendatario. Se permite ejercer simultáneamente ambas acciones: contra el arrendata-
rio y contra el subarrendatario y “El inquilino que resultare condenado podrá repetir
contra el causante de los daños”. Por tanto, el arrendador simplemente reclama por los
daños, sin tener la carga de probar si el causante fue uno u otro, y solamente entre ellos
(arrendatario y subarrendatario) discutirán sobre quien tuvo la culpa.
18.12. Pero el rigor lógico de lo dicho anteriormente se mitiga, a favor del sentido prác-
tico, cuando el subarriendo ha sido autorizado, cuando es legal, y el arrendatario deja de
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 301
Por consiguiente, supuesto que el subarriendo fue autorizado por el arrendador, éste
puede prescindir del arrendatario incumplido y seguirse entendiendo con los
subarrendatarios. El derecho del arrendador es doble: puede exigir el cumplimiento del
contrato a su primer arrendatario, pero también puede trasladar las obligaciones a los
subarrendatarios que él admitió.
18.16. La cláusula que prohíbe subarrendar también impide prestar, salvo momentá-
neamente. Bajo la ficción de un comodato podría ocultarse un verdadero subarriendo.
Borda indica que, si hay varias familias que viven en un inmueble, se ha de presumir
que hay subarriendo, lo mismo si se trata de otras personas que no tienen vínculo fami-
liar.
en los casos que anteriormente hemos indicado, como una suplencia equitativa, cuando
el arrendatario no cumple o cuando el arrendador falta a sus obligaciones. El subarren-
dador goza del mismo privilegio que el arrendador, respecto de las cosas introducidas en
el lugar arrendado; no puede establecer condiciones que contraríen el contrato principal
y queda obligado frente al arrendador principal por los desperfectos que pueda producir
el subarrendatario; tanto arrendatario como subarrendatario están obligados a la devolu-
ción de la cosa al término de los contratos respectivos.
18.18. Como observa Diez Picazo, en la extinción del subarriendo se aprecia la co-
nexión entre este contrato y el que le sirve de base, pues, la extinción del arriendo pro-
voca siempre la del subarriendo.
18.19. Hay una diferencia sustancial entre el subarriendo y la cesión del arriendo, aun-
que en el lenguaje ordinario se suelen confundir ambas figuras. Para la interpretación de
los contratos habrá que considerar este hecho y atenerse a lo que realmente hayan que-
rido obligarse las partes.
Ahora bien, si consta que los contratantes lo que pretendieron fue realizar una cesión del
arrendamiento, se producen algunos efectos muy distintos de lo antes señalados, respec-
to del subarriendo. El cedente carece del privilegio sobre las cosas introducidas por el
subarrendatario (o más exactamente, cesionario); el cesionario está obligado a recibir la
cosa en el estado en que se encuentre, y no en el estado original, salvo pacto expreso; el
arrendatario sigue obligado ante el arrendador, salvo que éste le libere; se crea una rela-
ción directa entre el arrendador y el cesionario, sin perjuicio de que el arrendador con-
serve la acción contra su arrendatario.
En la cesión, con mayor razón que en el subarriendo, pesa la voluntad del arrendador,
puesto que si no consiente, el contrato no surte ningún efecto para él. La cesión implica
una sucesión en la titularidad del derecho y una vez que la acepta el arrendador, el
arrendatario queda desligado de su posición de parte del contrato y entra en su lugar el
cesionario.
19.1. Las causas de terminación de este contrato se hallan dispersas en numerosos artí-
culos del Código Civil y de la Ley de Inquilinato. En algunos casos se señala directa-
mente que el arrendamiento termina, en otros, se reconoce el derecho de una o ambas
partes para dar por terminado, o para pedir la terminación; también hay normas legales
que declaran que en ciertas circunstancias no termina el arrendamiento, de lo cual se
deduce que en situaciones contrarias, sí se produce el efecto de acabar. Finalmente,
además de lo establecido en el Título correspondiente del Código y en la Ley, ambos se
remiten a las formas de terminación de los contratos en general.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 303
19.2. Por esta simple revisión de las dos leyes, se puede apreciar la complejidad de la
materia, en la que dominan dos principios fundamentales: por una parte la equidad que
ordena respaldar la ejecución de los contratos de buena fe; por otra, el sentido social, de
proteger a las personas y las familias, facilitándoles el mantener su habitación. El se-
gundo principio, lleva a mitigar ciertas consecuencias demasiado rígidas sobre la estric-
ta ejecución de los contratos.
También conviene anotar que nunca resulta adecuado dividir una materia que debe ser
legislada, en dos cuerpos diferentes, como sucede en este caso: el Código Civil y la Ley
de Inquilinato. Se producen necesariamente dificultades de interpretación y hasta con-
tradicciones. Habría sido preferible el reformar tal o cual artículo de Código o incluir
algunas nuevas normas, en lugar de dictar una ley distinta.
19.3. Una primera clasificación de las causas de terminación del arriendo depende de la
fuente positiva inmediata y de la forma del precepto. Siguiendo este criterio tenemos:
19.5. Algunas de esas causas genéricas de extinción de las obligaciones, sí figuran ex-
presamente en el Título XXV del Código Civil y en la Ley de Inquilinato.
Por ejemplo, la convención entre las partes ( numeral 1º. del artículo 1583 ), se aplica a
la terminación del arrendamiento en varios artículos, como el 1862 que permite “arre-
pentirse” antes de la entrega de la cosa arrendada, cuando se ha pactado que el contrato
debía elevarse a escritura pública; en el inciso 2º. del artículo 1886 se permite al arren-
datario eximirse del pago que debe al arrendador, proponiéndole una persona idónea
que le sustituya por el tiempo que falte, y prestando al efecto fianza u otra seguridad
suficiente”, lo cual al ser aceptado por el arrendador equivale a una convención por la
que termina la primera relación contractual.
Ahora bien, es evidente que, además de los casos mencionados, en cualquier momento
durante la vigencia del arrendamiento, las partes pueden resolver de común acuerdo el
darlo por terminado: es la forma más natural y que se encuadra en la ya citada disposi-
ción del artículo 1583.
La jurisprudencia ha precisado que los contratos celebrados por escritura pública, re-
quieren igualmente de otra escritura pública para terminarse por convenio entre las
partes. Planiol dice que todo contrato escrito debe terminar igualmente por escrito.
19.9. Resulta evidente que el arrendamiento se extingue por confusión, cuando por
cualquier modo y por cualquier título, el arrendatario llegue a ser propietario de la cosa
arrendada: no cabe ser arrendador y arrendatario a la vez. Solamente, téngase en cuenta
que, si el inquilino llega a heredar al arrendador, no toda la cosa, sino una parte de ella,
continuará siendo arrendatario, ya que al arrendador reemplazan todos sus herederos y
él solamente tiene una cuota. No se menciona la confusión ni en el Título XXV del
Código, ni en la Ley de Inquilinato.
19.10. La “pérdida de la cosa que se debe” se aplica como causa de terminación del
arrendamiento, siempre que se refiera a la cosa arrendada, objeto de la principal obliga-
ción contractual. No se extingue el arrendamiento por la pérdida del dinero con el que el
arrendatario ha pagado o va a pagar su pensión, ni por la pérdida de otras cosas secunda-
rias, que no impiden el cumplimiento de la obligación fundamental de permitir el uso y
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 305
disfrute de la cosa por parte del arrendatario. El Código hace expresa referencia a esta
causa de extinción, que abarca varias modalidades, puesto que la “pérdida”, puede ser
material, por destrucción o total transformación, como también de índole jurídico: el
arrendador no puede disponer de la cosa.
La pérdida puede ser por causa o culpa de una de las partes o por fuerza mayor o caso
fortuito, lo cual modifica la responsabilidad y el derecho a las indemnizaciones, pero en
cualquier caso, si la cosa arrendada deja de existir, es obvio que cesa el arriendo.
El artículo 1866 contempla el caso del arrendador que “por hecho o culpa suya o de sus
agentes o dependientes, se ha puesto en imposibilidad de entregar la cosa”, lo que da
derecho al arrendatario a desistir del contrato, con indemnización de perjuicios. El caso
fortuito liberará de la indemnización, pero no impide la terminación del contrato que se
ha vuelto imposible de cumplir en lo esencial.
También la turbación por parte de terceros que prueban derechos que excluyen el del
arrendador para arrendar, origina la terminación del contrato, conforme a lo previsto en
el artículo 1871. Ya hemos explicado lo relativo a las indemnizaciones a que da lugar
esta evicción, pero, en todo caso, el arrendatario puede pedir que cese el arrendamiento,
si la turbación implica “tanta parte de la cosa arrendada, que sea de presumir que sin ella
no habría contratado”.
Más directa y absolutamente dice el artículo 1891 que “el arrendamiento de cosas expi-
ra: 1. Por destrucción total de la cosa arrendada”.
19.11. La “declaración de nulidad o por rescisión”, así como “el evento de condición
resolutoria” son tres formas de terminar los contratos, que se aplican ampliamente al
arrendamiento.
En segundo lugar, está la acción resolutoria, por incumplimiento de una condición reso-
lutoria pactada entre las partes; por ejemplo, en los arrendamientos de casas a miembros
del servicio diplomático se suele incluir la cláusula de terminación del contrato en el
evento de que el diplomático sea trasladado a otro país.
19.12. La prescripción extinguirá, como a cualquier obligación, las del arrendador o del
arrendatario, que no se hayan cumplido y siempre que transcurra el tiempo exigido por
la ley, sin interrupción natural ni jurídica. Las pensiones y las indemnizaciones que se
deben por una u otra parte, están sujetas a tal prescripción extintiva. En cambio, el
arrendamiento como tal, propiamente no termina por esta causa.
Podría pensarse en el raro caso contrario: que arrendada la cosa, no sea entregada por el
arrendador y que transcurra el tiempo (diez años) dentro del cual el arrendatario podía
ejercer la acción para exigir la entrega y no lo haya hecho. Extinguida dicha acción, el
arrendamiento habría terminado, antes de comenzar a surtir ningún efecto. Más que un
caso de terminación del contrato, sería uno de ineficacia, puesto que, extinguida la ac-
ción para pedir la entrega de la cosa, tampoco cabría exigir alguna indemnización de
una a otra parte.
19.13. Examinemos ahora las causas de terminación que se expresan de manera indire-
cta: la ley señala algunos casos que, dadas ciertas circunstancias no producen la termi-
nación; luego, en las circunstancias contrarias o en otros casos, sí se extingue el contrato
(Ver 19. 3, No. 2 ).
Por sentido contrario, los arrendamientos no efectuados por escritura pública, termi-
nan por la enajenación de la cosa. Los arrendamientos de bienes muebles, que gene-
ralmente se hacen de manera verbal o por instrumento privado, terminan tanto si el
arrendador los vende, permuta, aporta a sociedad o los dona o deja en testamento a sus
herederos o legatarios, en cualquier caso, y por cualquier título la enajenación produce
en estas circunstancias, la terminación del arrendamiento.
La difusión del sistema del registro de la propiedad ha permitido matizar mejor esta
situación y lo generalmente aceptado ahora es lo previsto en nuestro Código: cuando el
contrato de arrendamiento consta por escritura pública inscrita adquiere la mayor firme-
za; también la tiene (salvo frente a los acreedores hipotecarios) cuando se otorgó escri-
tura pero no se inscribió (o sólo se inscribió después del contrato hipotecario); mientras
que no se reconoce esta firmeza al arrendamiento por documento privado o simplemen-
te verbal, los cuales terminan al enajenarse la cosa.
Hemos considerado que los acreedores cuyo derecho se inscribió antes del arrendamien-
to, pueden hacerlo terminar, al recibir la adjudicación de la cosa en la ejecución contra
el arrendador. Un caso, en cierto modo inverso, pero en el que se aplica el mismo prin-
cipio de la primacía del derecho antes inscrito, fue resuelto en sentencia de la Corte
Suprema, declarando que no terminó el arrendamiento por haber concedido el arrenda-
dor un plazo al arrendatario para purgar una hipoteca anterior que pesaba sobre los
inmuebles hipotecados para responder por los resultados del arrendamiento; ni tiene el
arrendador derecho para pedir la resolución del arrendamiento antes de vencido dicho
plazo. El hecho de que el arrendador dé en arrendamiento anticrético uno de los fundos
hipotecados para responder por sus obligaciones, no afecta a la caución hipotecaria si la
anticresis es posterior a la constitución de la hipoteca a favor del arrendador.
19.15. La expropiación no es más que una enajenación forzada y no varían los efectos
en cuanto al arrendamiento de la cosa expropiada. La entidad pública que adquiere el
bien, deberá respetar los derechos que consten por escritura inscrita con anterioridad a la
declaración de utilidad pública. Si el bien debe ser destinado a la finalidad pública antes
de que termine naturalmente el arrendamiento, por cumplimiento del plazo u otra causa,
dicha entidad tendrá que indemnizar al arrendatario de todo perjuicio que le cause el ser
privado de su legítimo uso y disfrute de la cosa. Obviamente, una vez declarada la
utilidad pública, no podrá arrendarse la cosa ni podrá inscribirse el arriendo ya celebra-
do, porque estos actos carecerían de objeto lícito.
El artículo 1901 dispone: “En caso de expropiación por causa de utilidad pública se
observarán las reglas siguientes: 1ª. Se dará al arrendatario el tiempo preciso para utili-
zar las labores principiadas y coger los frutos pendientes; 2ª. Si la causa de la expropia-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 309
El Código Civil se refiere al mismo caso en términos más absolutos, sin referencia sólo
a inmuebles: “Art. 1906: Si por el acreedor o acreedores del arrendador se trabare ejecu-
ción y embargo en la cosa arrendada, subsistirá el arriendo, y se sustituirán el acreedor o
acreedores en los derechos y obligaciones del arrendador.- Si se adjudica la cosa al
acreedor o acreedores, tendrá lugar lo dispuesto en el artículo 1903”, es decir, que debe-
rán respetar el arrendamiento que haya sido otorgado por escritura pública inscrita, pero
no están obligados a seguir con otro arrendamiento.
Aunque el depositario judicial cobrará los arriendos, esto no significa que las relaciones
entre el arrendador y el arrendatario se alteren en lo demás, por el embargo. Una senten-
cia ha aclarado que no pueden confundirse las relaciones provenientes del contrato y las
que surgen con el depositario, quien obra por mandato legal.
El artículo 445 del Código de Procedimiento Civil dispone: “Para proceder al embargo
de bienes raíces, el juez se cerciorará, por medio del respectivo certificado del Registro
de la Propiedad, de que los bienes pertenecen al ejecutado y no están embargados, ni en
poder de tercer poseedor o tenedor inscrito, como arrendatario, acreedor anticrético,
etc”. Por tanto, prevalecen estos derechos inscritos con anterioridad al embargo. Y agre-
ga ese artículo: “Si los bienes estuvieren en poder del arrendatario, tenedor anticrético,
etc., el embargo se verificará respetando los derechos de éstos; y, rematados los bienes
se respetará al arriendo o anticresis, según el Código Civil.- Exceptúase el caso de que
la constitución de esos derechos fuere posterior a la inscripción de la correspondiente
escritura de hipoteca, o al decreto de embargo, secuestro o prohibición de enajenar, pues
entonces el embargo pedido por el acreedor ejecutante, se verificará no obstante tales
contratos, en la forma común. (...)El depositario, si hubiere arrendamiento, percibirá la
renta, salvo el caso del inciso anterior, caso en el que se entregará la cosa embargada de
acuerdo con lo prescrito en los artículos 450 y 450” del Código de Procedimiento Civil.
310 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Otra situación que tiene que ver con lo que estamos exponiendo es la del embargo de
pensiones, que con mayor razón, no da origen a la terminación del arrendamiento.
19.17. La muerte, sea del arrendador o del arrendatario, no produce de suyo la termina-
ción del contrato, a diferencia de lo que sucede con el arrendamiento de obra material
(artículo ) o de servicios inmateriales. Tampoco termina el contrato de transporte (artí-
culo ).
La jurisprudencia francesa admite que, si bien no termina el contrato por la muerte del
arrendador, sí debe terminar por la del arrendatario, sobre todo, cuando es evidente que
se ha contratado “intuitu personae”, como cuando se arrienda un local a un laboratorista
u otro profesional especializado, sin herederos que puedan continuar ese trabajo.
El Código Civil no menciona este caso, pero sí, la Ley de Inquilinato: “Art. 32.- En caso
de fallecimiento del inquilino el contrato subsistirá respecto de los miembros de su
familia y de las personas legalmente a su cargo que hubieren vivido con él, siempre que
éstos así lo desearen, y constituyeren mandatario dentro del plazo de treinta días”. Se
deduce que, solamente se da un derecho potestativo a los miembros de la familia y otros
dependientes del arrendatario: pueden, si quieren, continuar con el arrendamiento, pero
entonces deben constituir un mandatario, dentro del plazo de un mes; al no hacerlo,
termina el contrato.
Menor importancia que la muerte del arrendatario, tiene el fallecimiento del arrenda-
dor, en cuanto al contrato de arrendamiento: éste continúa sin ningún cambio con los
sucesores. Si ellos enajenan todos sus derechos y acciones o la cosa misma, entonces
terminará el arriendo, pero no por la muerte, sino por la venta.
El heredero del arrendatario difunto tiene derecho a que se le entregue lo que tenía el
causante en calidad de arrendatario, conforme a lo previsto en el artículo 1287: “El que
probare su derecho a una herencia ocupada por otra persona en calidad de heredero,
tendrá acción para que se le adjudique la herencia y se le restituyan las cosas heredita-
rias...aun aquellas de que el difunto era mero tenedor, como...arrendatario”. Este artículo
confirma que el arrendamiento continúa después de la muerte del arrendatario, aunque
dé origen a discusión, eventualmente, entre los herederos, sobre quien sea el de mejor
derecho.
socios, del mismo modo que continúan las sociedades para el laboreo de minas o las
anónimas.
El efecto que produce la insolvencia consiste en una opción que se confiere al acreedor
o acreedores del arrendatario, de sustituirse en el contrato y a su vez al arrendador se le
da la atribución de aceptar o no la fianza de dichos acreedores.
Las cuatro causas del artículo 1891 del Código Civil son: 1º. Destrucción total de la
cosa arrendada; 2º. Expiración del tiempo estipulado para la duración del arriendo; 3º.
Extinción del derecho del arrendador; 4º. Decisión judicial, en los casos que la ley ha
previsto.
19.21. La expiración por transcurso del tiempo estipulado es la causa más natural,
puesto que el arrendamiento implica esencialmente un uso temporal, limitado, de la
cosa.
312 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
En principio, no es necesario desahucio: basta que exista plazo y que éste haya transcu-
rrido: ipso iure, termina el arrendamiento. Pero es muy frecuente, prever prórrogas o
renovación del contrato y por este motivo, se suele estipular que el arrendador ha de
notificar con cierta anticipación al vencimiento del contrato, que no tiene intención de
renovarlo, entonces, se procede al desahucio para que justamente coincida el vencimien-
to del plazo y la terminación del contrato. Pero, repito, de suyo no se necesita desahucio,
salvo que se haya pactado hacerlo. El artículo 1895 dispone que no es necesario desahu-
cio en tres circunstancias: l. Si el contrato tiene plazo determinado; 2, si se ha arrendado
para el tiempo que dure un servicio especial; 3. Cuando exista una costumbre que no
haga necesario el desahucio. Este sería el caso de los arrendamientos de casas a diplo-
máticos extranjeros, que se da por entendido que termina al finalizar su misión.
Por el transcurso del plazo se termina el contrato y el arrendador, puede pedir en cual-
quier momento la devolución de la cosa y hasta ese momento el arrendatario debe pagar
pensiones; esto no exige ningún desahucio; en cambio, si el arrendador desea constituir
al arrendatario en injusto detentador y exigir el pago de daños y perjuicios, entonces sí
tendrá que requerirle judicialmente, como prevé el artículo 1890. Así lo ha confirmado
la jurisprudencia.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 313
En el contrato se puede variar lo dispuesto en la ley sobre este punto, sea estableciendo
la necesidad de desahucio, sea fijando un tiempo de anticipación para el mismo o bien,
que se produzca la reconducción si no hay previa advertencia de la voluntad de termi-
nar. Las tres modalidades son frecuentes en las cláusulas contractuales, y los jueces no
tienen sino que hacerlas cumplir, según la intención de las partes.
Terminado el contrato, no por esto dejan de tener derecho las partes para exigir lo que
les corresponda por razón de indemnizaciones, entre las que se comprende, la pensión
del tiempo transcurrido entre la finalización del arriendo y la entrega efectiva de la cosa.
19.22. Terminado el plazo, las partes pueden renovar el contrato expresamente, en los
términos que tengan a bien. Esto rige siempre, no solamente cuando en el contrato pri-
mitivo se ha dicho, como es usual, que “las partes podrán renovar el contrato”; esta
cláusula es absolutamente innecesaria, pues resulta obvio que siempre es posible tal
cosa.
Sí hay relocación tácita, si la cosa fuere raíz y el arrendatario, con el beneplácito del
arrendador, hubiere pagado la renta de cualquier tiempo subsiguiente a la terminación,
o si ambas partes hubieren manifestado, por cualquier otro hecho igualmente inequívo-
co, su intención de perseverar en el arriendo”, según dispone el inciso tercero del artícu-
lo 1897.
Esta renovación tácita, tiene vigencia limitada: por tres meses en los predios rústicos,
más el tiempo necesario para la recolección de los frutos pendientes; “sin perjuicio de
que a la expiración de este tiempo vuelva a renovarse el arriendo de la misma manera”.
Para los predios urbanos se aplica la Ley de Inquilinato, que en el artículo 33, establece
que “el arrendador comunicará al arrendatario su resolución de terminar el contrato con
noventa días de anticipación, por lo menos, a la expiración del mismo. Si no lo hicie-
re, el contrato se entenderá renovado por un período de un año y por una sola vez.
Transcurrido este plazo, cualquiera de las partes podrá darlo por terminado mediante el
desahucio respectivo”.
Se puede apreciar que no existe una armonía perfecta entre las disposiciones del Código
Civil y las de la Ley de Inquilinato. El primero se aplica sólo a los predios rústicos y
constituye una excepción al principio de que no hay reconducción tácita y permite reno-
vaciones sucesivas respecto de dichos inmuebles; la ley se aplica a los inmuebles urba-
nos y establece precisamente la norma contraria: se presume la relocación, siempre que
no ha habido previa comunicación de la resolución de terminar el contrato, con noventa
días de anticipación.
distinción; podría ser, por enajenación de la cosa, por vencimiento del plazo o por otra
causa legal. El artículo 1897 del Código se aplica a la “terminación del arriendo por
desahucio o de cualquier otro modo”; y aunque el desahucio no es una causa de termi-
nación, sino un requisito o trámite, debemos entender que el artículo se refiere a cual-
quier causa de terminación, al igual que lo hace la Ley de Inquilinato.
En una sentencia leemos: “Para mandar pagar pensiones de arrendamiento se debe ave-
riguar si subsiste o no el contrato. Este termina por plazo, pero puede continuar por
acuerdo expreso o tácito de las partes. Si no hay este acuerdo el arrendador puede cons-
tituir en mora al arrendatario mediante el respectivo requerimiento judicial y entonces el
arrendatario pierde el derecho de retener la cosa, se convierte en injusto detentador y
debe, no sólo las pensiones, sino indemnización. Si el arrendador no hace requerimiento
judicial, continúa el arriendo a voluntad del arrendador y el arrendatario debe pensiones
ya que el arriendo es un contrato bilateral oneroso y no puede retener la cosa gratuita-
mente”. Esto parece lo más equitativo.
19.25. La extinción del derecho del arrendador, es la tercera de las causas señaladas en
el artículo 1891 para la terminación del arrendamiento. Pero allí mismo se precisa que
este efecto se produce “según las reglas que más adelante se expresan; efectivamente,
no siempre la extinción del derecho del arrendador hace terminar el arriendo.
Incluso, considerando que no es preciso ser propietario para poder arrendar, la conclu-
sión podría ser la de que por regla general, si el arrendador deja de ser propietario, no
por esto termina ipso iure la locación.
Pero la justicia impone distinguir varias circunstancias por las cuales el arrendador
pierde su derecho. Es muy distinto el caso de que el arrendador por un hecho o acto
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 315
Lo que sucede con mayor frecuencia es que después de haber arrendado una casa o una
hacienda, el propietario la vende. La regla general consiste en que el comprador no está
obligado “a respetar el arriendo”, es decir, que puede exigir la desocupación del local: si
ha comprado es para disfrutar plenamente de lo adquirido, sin la carga del arrendamien-
to.
Pero, en el derecho actual, la indicada norma sufre varias excepciones. En primer lugar,
si el arrendamiento fue celebrado por escritura pública y se inscribió en el Registro de
la Propiedad, el que compra la cosa queda obligado a respetar el arriendo: debe esperar
a que termine, sea por el cumplimiento del plazo establecido o por otra causa legal.
Estas reglas del Código Civil se aplican a toda clase de locaciones de cosas, pero en la
Ley de Inquilinato se dan normas especiales para los arrendamientos de inmuebles
urbanos. Por ser normas especiales, prevalecen sobre las generales, del Código Civil.
19.26. Para los inmuebles urbanos, el artículo 31 de la Ley citada, establece la misma
distinción que el Código Civil en cuanto a la forma de celebración y su eficacia para que
en caso de enajenación deba respetarse el arrendamiento: si éste se ha celebrado por
escritura pública inscrita, el arrendamiento subsiste; en los demás casos, “la transfe-
rencia de dominio del local arrendado termina el contrato de arrendamiento”. Pero la
diferencia con lo dispuesto genéricamente en el Código Civil, consiste en que la Ley de
Inquilinato concede al arrendatario un plazo de tres meses para desocupar el inmue-
ble, para lo cual debe ser desahuciado. “Si el arrendatario no fuere desahuciado en el
plazo de un mes contado desde la fecha de la transferencia del dominio, subsistirá el
contrato”. Este no es un caso de relocación, sino de continuación del contrato en vigen-
cia, cuando podría terminar a petición del propietario. El nuevo dueño tiene un mes para
desahuciar al inquilino, y si no aprovecha de ese plazo, el arrendatario podrá seguir
hasta la terminación natural de su contrato.
19.27. No solamente la pérdida de la propiedad por parte del arrendador, sino también la
pérdida o terminación de otro derecho, en virtud del cual arrendó, origina la termina-
ción del arriendo. Así, el que en calidad de usufructuario dio en arriendo una cosa y
luego pierde o termina su derecho de usufructuario, hace terminar también el arrenda-
316 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
miento. El artículo 808 ordena expresamente que todo contrato de arrendamiento confe-
rido por el usufructuario se resuelve al final del usufructo; por tanto, aquí no se distin-
gue si el contrato se ha celebrado por escritura pública o no, ni tiene trascendencia el
que se halle inscrita.
19.28. El Código distingue tres situaciones en las cuales el arrendador pierde su dere-
cho, y que producen diverso efecto respecto del arriendo: sin dependencia de la volun-
tad del arrendador; cuando arrienda como propietario absoluto sin serlo; y cuando se
extingue el derecho por hecho o culpa del arrendador.
19.29. El artículo 1899 se refiere a la extinción del derecho del arrendador por causa
independiente de la voluntad del arrendador. También el artículo 1901 contempla un
caso de estos, pero especial: el de expropiación, y concede especiales garantías al arren-
datario. De cualquier manera, extinguido el derecho del arrendador, termina el arrenda-
miento. Este artículo menciona, como ejemplos, los de terminación del derecho del
propietario fiduciario o el usufructuario.
19.30. El artículo 1900 trata del segundo de los supuestos antes mencionados: el arren-
dador actúa como propietario absoluto, a pesar de tener alguna limitación en su derecho;
si se sigue la terminación del arrendamiento, tendrá que indemnizar al arrendatario.
Dice así el referido artículo: “Cuando el arrendador ha contratado en una calidad parti-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 317
cular que hace incierta la duración de su derecho, como la del usufructuario, o la del
propietario fiduciario, y en todos los casos en que su derecho esté sujeto a una condición
resolutoria, no habrá lugar a indemnización de perjuicios por la cesación del arriendo en
virtud de la resolución del derecho. Pero si teniendo una calidad de esa especie, hubiere
arrendado como propietario absoluto, estará obligado a indemnizar al arrendatario,
salvo que éste haya contratado a sabiendas de que el arrendador no era propietario abso-
luto”.
19.31. El tercer caso, implica un hecho o culpa del arrendador que da origen a que el
arrendatario pierda también su derecho y deba, por tanto, ser indemnizado. Dice así el
artículo 1902: “Extinguiéndose el derecho del arrendador por hecho o culpa suyos,
como cuando vende la cosa arrendada de que es dueño, o siendo usufructuario de ella
hace cesión del usufructo al propietario, o pierde la propiedad por no haber pagado el
precio de la venta, estará obligado a indemnizar al arrendatario en todos los casos en que
la persona que le sucede en el derecho no esté obligada a respetar el arriendo”. Ya
hemos indicado que, conforme al artículo 1903, esos terceros solamente están obligados
a respetar el arriendo si éste ha sido celebrado por escritura pública; y, si tales adquiren-
tes de la cosa fueron acreedores hipotecarios, no estarán obligados a respetar el arren-
damiento si no se cumple, además de la escritura pública, con el requisito de que esté
inscrita en el Registro de la Propiedad.
19.32. La Ley de Inquilinato prevé, para casos especiales de venta de un inmueble dedi-
cado a vivienda o taller y vivienda, el derecho de opción preferente de compra: “El
inquilino que ocupa ininterrumpidamente por quince años o más un inmueble destinado
exclusivamente a vivienda, vivienda taller o negocio-vivienda, tendrá la primera opción
de compra del mismo en igualdad de condiciones de otros oferentes.- Este derecho sólo
podrá ejercerse cuando el propietario del inmueble decida venderlo por su propia
voluntad”. No es aplicable al caso de expropiación o de “reversión” conforme a la
antigua Ley de Reforma Agraria, sino, como dice expresamente el artículo 37 de la Ley
de Inquilinato , cuando la venta es voluntaria.
19.33. Terminación del arriendo por falta de pago. Siendo el arrendamiento un contrato
bilateral, lleva envuelta la condición resolutoria de no cumplirse por parte de uno de los
contratantes con lo pactado, como asevera el artículo 1505; y, como es una obligación
importante del arrendatario la de pagar el canon, si no lo hace da origen a la terminación
del contrato.
Si en el contrato nada se ha dicho, rigen las normas del Código Civil y de la Ley de
Inquilinato. Estas presentan alguna oscuridad y aparente contradicción, por lo cual la
jurisprudencia ha sido un tanto fluctuante, además de que las leyes de inquilinato han
variado a lo largo del tiempo.
Se debe tener en cuenta que, para ejercitar la acción resolutoria, la parte que reclama
debe haber cumplido su obligación y tiene que demostrar que la parte demandada no ha
cumplido. En cualquier caso, el primer presupuesto que debe demostrarse es la existen-
cia del contrato de arrendamiento. A su vez, el demandado suele excepcionarse, sea
negando la existencia del contrato, o de la precisa obligación que se le demanda. Cada
parte debe probar lo que afirma y no ha sido aceptado por la otra.
Las sentencias más antiguas solían distinguir la resolución del contrato por incumpli-
miento, de la terminación del arrendamiento. En estricto sentido, no se produce una
resolución sino una terminación, porque la resolución propiamente dicha tiene efecto
retroactivo, y este no es posible en su integridad en el arrendamiento, ya que el arrenda-
tario no puede volver las cosas a su primitivo estado ni devolver el uso y goce que ya
hizo de la cosa; solamente se producen efectos para lo futuro: termina la relación con-
tractual.
La Ley de Inquilinato dice actualmente en el artículo 30: “El arrendador podrá dar por
terminado el contrato de arrendamiento y, por consiguiente, exigir la desocupación y la
entrega del local arrendado antes de vencido el plazo legal o convencional, por : a) Falta
de pago de la pensión locativa de dos meses”.
Queda pues, muy claro que para los locales urbanos, que están sujetos a la ley especial,
(artículo 30 de la Ley de Inquilinato) se requiere la falta de pago de dos meses, mien-
tras que para los demás bienes, a los que se refiere la ley general, el Código Civil en el
artículo 1918, basta “la mora de un período entero en el pago de pensiones”. Este
período puede ser un año, como suele pactarse en los arriendos de haciendas, o de un
mes o una semana, como puede suceder en los arriendos de locales de habitación fuera
del perímetro urbano. Hay también la diferencia de que en la regla general se exige dos
notificaciones (“reconvenciones”), mientras que la Ley de Inquilinato no contiene esa
exigencia.
La Corte Suprema de Justicia dictó una interpretación de carácter obligatorio por la cual
la causa de terminación del arriendo por falta de dos pensiones locativas, se ha de en-
tender siempre que el no pago se mantenga hasta el momento de la citación de la
demanda; en otras palabras: el arrendatario puede paralizar la acción de terminación
pagando, siempre que lo haga antes de que se le cite con la demanda.
Para los efectos de la competencia de los jueces de inquilinato, basta demostrar que el
inmueble sobre el que se litiga, está en el perímetro urbano, conforme a las respectivas
ordenanzas municipales que lo circunscriben. Sin embargo, si el inmueble se destina a
un objeto totalmente distinto, deja de tener competencia el Juez de Inquilinato, como lo
ha resuelto la Corte, por ejemplo, respecto de un terreno para lavadora de vehículos.
Otros detalles importantes que ha precisado la jurisprudencia son: que se debe probar la
existencia del arrendamiento, pero no es necesaria escritura pública, bastando un docu-
mento privado que, si no es redargüido de falso tiene igual fuerza probatoria que uno
público, o mediante confesión o declaraciones testimoniales e inspección judicial. Co-
rresponde al arrendatario la demostración de que ha pagado las pensiones, y si no lo
hace, se le considera deudor.
19.34. Las otras causas de terminación del arrendamiento que contiene el artículo 30 de
la Ley de Inquilinato de alguna manera se incluyen en las consideradas anteriormente,
pero conviene volverlas a enunciar brevemente.
“b) Peligro de destrucción o ruina del edificio en la parte que comprende el local arren-
dado y que haga necesaria la reparación”.
“c) Algazaras o reyertas ocasionadas por el inquilino”. Esta causa aunque es típica de
locales urbanos para la vivienda, se inscribe en la obligación de usar la cosa debidamen-
te, sin perjuicios físicos ni morales para el propietario, ni para los vecinos. La aprecia-
ción de la gravedad de estos hechos corresponde al juez, para conceder la terminación
únicamente si esas molestias, ocasionadas sea por el inquilino, o por sus familiares o
dependientes, tiene una importancia decisiva.
“d) Destino del local arrendado a un objeto ilícito o distinto del convenido”.
“f) Subarriendo o traspaso de sus derechos, realizados por el inquilino, sin tener autori-
zación escrita para ello”.
“h) Resolución del arrendador de demoler el local para nueva edificación. En este caso,
deberá citarse legalmente al inquilino con las solicitud de desahucio, con tres meses de
anticipación por lo menos, a la fecha fijada para la demolición, la que sólo podrá ser
tramitada cuando se acompañen los planes aprobados y el permiso de la Municipalidad
respectiva para iniciar la obra.- El arrendador deberá comenzar la demolición en la
fecha fijada. Si no lo hiciere, pagará la indemnización contemplada en el inciso segundo
del artículo 6”. Esta indemnización tiene el monto de la pensión locativa de tres meses.
“i) Decisión del propietario de ocupar el inmueble arrendado, siempre y cuando justifi-
que legalmente la necesidad de hacerlo, porque es arrendatario y no tiene otro inmueble
que ocupar”. Es equitativo que en igualdad de circunstancias, se prefiera al propietario
para ocupar un determinado local; pero de todos modos, no puede privar al arrendatario
de la cosa arrendada, de manera intempestiva, por lo que deberá desahuciar con la anti-
cipación adecuada, aunque la reforma a la ley no hace mención de tan importante requi-
sito.
La falta de entrega del objeto arrendado, según los artículos 1866 y 1867 da derecho al
arrendatario para desistir o terminar el contrato.
20. El desahucio
20.1. En qué consiste. Varios artículos del Código Civil y de la Ley de Inquilinato men-
cionan el desahucio, como un procedimiento relacionado con la terminación del contra-
to de arrendamiento.
En el mencionado artículo del Código adjetivo se trata del desahucio y del “requeri-
miento de que trata el Código Civil en el título del contrato de arrendamiento”; este
requerimiento es el requisito exigido para obtener la desocupación de un local arrenda-
do. En ambos casos -desahucio o requerimiento-, se trata de una notificación de una a la
otra parte, con intervención judicial si se refiere a inmueble y de cualquier otra manera
en los demás casos.
322 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
20.4. Varias sentencias de nuestra Corte Suprema han reafirmado que el desahucio no es
una causa de terminación y que tampoco es propiamente un juicio; calificándolo más
bien de “diligencia”.
20.7. Para la eficacia del desahucio no basta que se haya solicitado al juez, sino que es
preciso que efectivamente se haya notificado a la parte contraria, y esto dentro del
tiempo legal.
20.9. Cuando hay lugar al desahucio. El Código Civil y la Ley de Inquilinato se refieren
al desahucio en ocho casos diferentes a los que, después de enumerados, me referiré
brevemente: 1. Cuando el contrato no contenía plazo fijo; 2. Si hubo plazo fijo u otras
circunstancias análogas; 3. Cuando se enajenó el inmueble; 4, En caso de expropiación;
5. Cuando se va a derrocar; 6. Para ocupar la vivienda el propietario de ella; 7. Si el
arrendatario decide terminar el contrato; 8. En el supuesto de que existan subarrendata-
rios.
El artículo 1892 se refiere a esta situación de indeterminación del tiempo, lo cual sucede
cuando no existe ninguna de estas tres circunstancias: plazo fijo, arriendo para un servi-
cio especial, o existencia de una costumbre que determine el plazo. No basta, pues, que
no exista plazo, sino que no pueda determinarse por ninguna de las tres maneras indica-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 323
das; así, en el caso de las casas que se arriendan a embajadores, cónsules, etc., existe la
costumbre que coincide con la terminación por la finalización del servicio especial que
cumplen, y por esto, cuando son trasladados a otro país, termina el arriendo, sin necesi-
dad de desahucio. El artículo 1892 no se aplica a los inmuebles, en cuanto existan otras
normas especiales, pero en lo relativo a que termina el contrato por la finalización del
servicio, hay coincidencia entre las diversas normas.
La anticipación con la cual se debe dar el desahucio, es decir, el tiempo que debe ante-
ceder la notificación a la terminación del contrato, es igual al período o medida del
tiempo que regula los pagos: “Si se arrienda a tanto por día, semana, mes, el desahucio
será respectivamente de un día, de una semana, de un mes”, dice el inciso segundo del
mismo artículo. Es usual que los vehículos de transporte se arrienden por días, y se debe
desahuciar con un día de anticipación; otros objetos se arriendan con pago de pensiones
semanales y su desahucio debe ser de una semana, etc.
Se suscitó una discusión sobre si ese período completo debe correr desde el momento de
la notificación o desde que comienza un nuevo período. Así por ejemplo, en un arriendo
de una embarcación, cuyas pensiones se deben pagar en los primeros cinco días de cada
mes, se procede a desahuciar el día 15 del mes de febrero; cabe interpretar de dos mane-
ras el mes entero de desahucio: desde el 15 de febrero hasta el 15 de marzo, o bien des-
de el primer día del mes siguiente, marzo, hasta el final de ese mes, el 31 de marzo. Pero
una aclaración en el actual inciso tercero del artículo 1892 resuelve este asunto: “El
desahucio comenzará a correr al mismo tiempo que el próximo período”.
El plazo fijo puede obligar una sola de las partes: se ha estipulado en el contrato que una
de ellas podrá terminar la relación por su voluntad, en cualquier momento, mientras que
la otra se obliga a mantener el arriendo cierto tiempo. En tales circunstancias, el que
usando de su arbitrio da fin al contrato, está obligado a desahuciar. Así ordena el artícu-
lo 1894: “Si se ha fijado tiempo forzoso para una de las partes y voluntario para la otra,
se observará lo estipulado; y la parte que puede hacer cesar el arriendo a su voluntad,
estará, sin embargo, sujeta a dar la noticia anticipada”.
20.11. Si el contrato de arriendo tiene plazo fijo, obligatorio para ambas partes, no cabe
terminarlo por desahucio arbitrario. Esto se desprende de la misma naturaleza de la
obligación contraída, cuanto, por sentido contrario a lo establecido para cuando no hay
plazo fijo.
La Ley de Inquilinato, que se aplica como ley especial a los locales urbanos, en el artí-
culo 31 dice categóricamente: “La transferencia de dominio del local arrendado termina
el contrato de arrendamiento. En este caso, el dueño dará al arrendatario un plazo de tres
meses para la desocupación.- Si el arrendatario no fuere desahuciado en el plazo de un
mes contado desde la fecha de transferencia de dominio, subsistirá el contrato.- Se res-
petarán los contratos celebrados por escritura pública inscrita en el Registro de la Pro-
piedad del respectivo cantón”. Aunque no coincide exactamente con lo dispuesto en el
Código Civil (se prevé, en todo caso la inscripción en el Registro de la Propiedad), el
fondo de la cuestión es resuelto de igual manera: para que cese el arrendamiento, cuan-
do ha de cesar, se exige el desahucio, y la Ley de Inquilinato fija el plazo para el caso de
los locales urbanos, en un mes.
El desahucio, en la situación a la que nos referimos, debe ser dado por el arrendador,
no por el nuevo propietario; así lo ha precisado la jurisprudencia.
Más acertada encuentro una sentencia posterior que dice: “El artículo 29 (actual 31) de
la Ley de Inquilinato establece como un modo especial de terminarse el contrato de
arrendamiento la transferencia del dominio de la cosa arrendada. Este es un derecho que
la ley otorga al adquirente, o sea, al nuevo dueño para que pueda entrar en la tenencia
material y pleno goce del inmueble que ha adquirido, y de esta manera integrar en su
patrimonio los atributos del dominio que se resumen en el artículo 618 (actual 599) del
Código Civil. El ejercicio de este derecho debe encuadrarse en las limitaciones del artí-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 325
culo 29 (actual 31) de la Ley de Inquilinato: a) dar al arrendador el plazo de tres meses
para la desocupación; b) Que se cite la solicitud de desahucio al inquilino en el plazo de
un mes contado desde la fecha de inscripción del instrumento en el Registro de la Pro-
piedad, conforme a la resolución de la Corte Suprema de Justicia publicada en el RO
458 de 14 de junio de 1990, y c) Que el contrato de arrendamiento no se hubiere cele-
brado por escritura pública debidamente inscrita. De lo dicho se concluye: que la ley no
exige que el arrendatario tenga el local exclusivamente por contrato con el propietario;
el actual ocupante puede haber celebrado el arriendo con un usufructuario o un posee-
dor, pues, inclusive, el arriendo de cosa ajena es válido según el artículo 1844 (actual
1857) del Código Civil. En segundo lugar, el inquilino no ha fundado su oposición en
ninguno de los extremos puntualizados en el artículo 46 (actual 48) inciso 2º., lo que
equivale a no haber oposición o guardar silencio”.
20.14. El Código Civil no trata del derrocamiento como causa de terminación del
arriendo, pero sí se refiere a las reparaciones de la cosa que “en todo o en parte impidan
su goce”, señalando esta circunstancia como causa para que el arrendatario pueda pedir
la terminación del contrato. En cambio la Ley de Inquilinato dice expresamente en el
literal h) del artículo 30, que enumera las causas de terminación: “La resolución del
arrendador de demoler el local para nueva edificación. En este caso deberá citarse le-
galmente al inquilino con la solicitud de desahucio, con tres meses de anticipación al
menos, a la fecha fijada para la demolición, la que sólo podrá ser tramitada cuando se
acompañen los planos aprobados y el permiso de la Municipalidad respectiva para ini-
ciar la obra.- El arrendador deberá comenzar la demolición en la fecha fijada. Si no lo
hiciere, pagará la indemnización contemplada en el inciso segundo del artículo 6”.
20.15. En cuanto al caso del propietario que desea ocupar para sí la cosa arrendada,
ya he señalado la oposición entre la regla general, contenida en el artículo 1908 del
Código Civil, que no permite terminar el contrato por este motivo, y la del literal i) del
artículo 30 de la Ley de Inquilinato. Esta ley especial, que prevalece respecto de los
locales urbanos, permite la terminación del arrendamiento por “decisión del propietario
de ocupar el inmueble arrendado, siempre y cuando justifique legalmente la necesidad
de hacerlo, porque es arrendatario y no tiene otro inmueble que ocupar”.
Aunque haya contrato escrito, no se requiere ese previo aviso en los tres casos excep-
tuados de la duración legal mínima de dos años, como se ordena en el artículo 28, para
los siguientes arrendamientos: a) De habitaciones de hoteles, casas de pensión o posa-
das; b) locales arrendados a quienes están transitoriamente en el lugar y tienen su resi-
dencia habitual en otra parte; c) locales para exhibiciones, espectáculos y otros fines que
por su naturaleza son de corta duración. En todos estos, no se exige desahucio.
En este caso el desahucio es más breve, sólo quince días, porque es de suponer que los
subarrendatarios conocen desde tres meses antes que su arrendador ha sido ya desahu-
ciado. Sin embargo, todavía puede suceder que los subarrendatarios no desocupen el
local y no se les puede desalojar sino un mes después de que el juzgado les haya notifi-
cado la terminación del contrato de arrendamiento. Durante este tiempo deben seguir
pagando la respectiva pensión, como ordena el artículo 39 de la Ley.
Una sentencia aclara que: “Si en el contrato se prohíbe el subarriendo, salvo a los fami-
liares, y el arrendatario ha subarrendado a varias personas extrañas, es evidente que
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 327
el arrendador tiene derecho a dar por terminado el contrato y pedir el desalojo del arren-
datario y los subarrendatarios”.
20.18. En los números anteriores se puede apreciar que la notificación previa o desahu-
cio, debe realizarse en determinado tiempo y que éste varía según los casos. Resumien-
do, tenemos los siguientes:
Para desahuciar cuando termina del contrato por vencimiento del plazo, hay que distin-
guir el caso de los muebles y el de los inmuebles: Para los muebles según el artículo
1892, la anticipación ha de ser de un día, una semana o un mes, según sea el respectivo
período de pago de la pensión. Respecto de los inmuebles, el artículo 1917 establece el
desahucio con la anticipación de “un período entero de los designados por la conven-
ción o la ley para el pago de la renta” (puede ser incluso de un año). Pero la Ley de
Inquilinato, que prevalece como ley especial para los locales urbanos, señala este tiem-
po en 90 días (artículo 33).
Los subarrendatarios de locales urbanos deben ser notificados con quince días de antici-
pación, y tienen otros treinta, contados a partir de la terminación del contrato, antes de
ser desalojados.
Para los arriendos de inmuebles rurales, se dispone en el artículo 1927, el desahucio con
un año de anticipación, siempre que el contrato no señale tiempo fijo de duración.
Noventa días establece también la Ley de Inquilinato para el caso del desahucio por
transferencia del dominio que ponga fin al arriendo (artículo 31).
Como el desahucio es la notificación a la otra parte sobre la voluntad de hacer valer una
causa de terminación del contrato, una vez producido legalmente, no puede revocarse.
La parte notificada cuenta con cierto tiempo para devolver la cosa y solamente contando
con la voluntad de ella podría prolongarse el contrato, después del desahucio. Práctica-
mente sería un nuevo contrato que se forma por el doble consentimiento: el que desahu-
ció y se arrepiente, y la otra parte que acepta continuar. El artículo 1893 del Código
Civil dice: “El que ha dado noticia para la cesación del arriendo, no podrá después revo-
carla, sin el consentimiento de la otra parte”.
El desalojo obligado del arrendatario implica dos condiciones, además del desahucio:
que se le haya pagado todo lo que le deba el arrendador (por indemnizaciones o pensio-
nes anticipadas) y que se le requiera la entrega de la cosa. Lo primero está expresamente
dispuesto en el artículo 52 de la ley; lo segundo se desprende de varios artículos del
Código Civil, como el 1897 que permite una tolerancia por parte del arrendador, sin que
implique reconducción, y pudiendo en cualquier momento exigir al arrendatario la des-
ocupación. El arrendatario está obligado a pagar la pensión correspondiente a todo ese
período de tolerancia, hasta que entregue totalmente la cosa.
Es, sobre todo el artículo 1890 el que impone, además del desahucio, el requerimiento
de entrega, y sin éste, no se constituye en mora el arrendatario en cuanto a dicha entre-
ga. Una vez requerido, queda obligado al resarcimiento de todo perjuicio, pues se le
considera “injusto detentador”, tenedor de mala fe.
“Cuando el arrendamiento debe cesar -dice el artículo 1896-, en virtud del desahucio de
cualquiera de las dos partes, o por haberse fijado su duración en el contrato, el arrenda-
tario estará obligado a pagar la renta de todos los días que falten para que cese, aunque
voluntariamente restituya la cosa antes del último día”. Efectivamente, el arrendador
tiene un derecho adquirido por el contrato, de recibir la pensión hasta la finalización del
mismo, salvo que por culpa suya terminare antes; si es sin culpa, o por culpa del arren-
datario, éste debe pagar la pensión completa.
21.1. El Parágrafo 5º. Del Título XXV del Libro IV del Código Civil se refiere a “casas,
almacenes y otros edificios”, y las normas allí contenidas tienen carácter especial, frente
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 329
a las más generales del mismo Código en otras partes de este Título sobre el arrenda-
miento.
Ahora bien, toda la Ley de Inquilinato, constituye una ley especial sobre el arriendo de
“locales urbanos” y en el artículo 2, se señala como leyes supletorias las del Código
Civil y de Procedimiento Civil. Por tanto, la intención del legislador es la de considerar
prevalecientes a las normas de la Ley de Inquilinato, como más especiales. También el
artículo 1919 del Código Civil remite a la Ley de Inquilinato en cuanto a los “locales
comprendidos en el perímetro urbano”.
Las casas, almacenes y otros edificios a los que se refiere el Código Civil, pueden estar
ubicados en la ciudad o en zonas rurales; los “locales” sobre los que legisla la Ley de
Inquilinato, son únicamente los “comprendidos en los perímetros urbanos, los que se
delimitan por ordenanzas municipales.
damiento relativo a un local que fuere deficiente respecto de ellas: “La circunstancia de
que no reúna tales condiciones no varía la naturaleza del local urbano sometido a las
regulaciones de la propia ley. Lo único que acontece es que, sometido al arrendamiento
debe ponerle en esas condiciones motu proprio o a requerimiento y dentro del plazo que
el juez de inquilinato señale”.
No están obligados a inscribir los que dan en arrendamiento predios urbanos destinados
exclusivamente al comercio, la industria y no a la vivienda.
21.3. Las reglas del Código Civil sobre arriendo de casas y otros locales urbanos, en
realidad, más que excepciones, constituyen determinaciones o precisiones un tanto
reglamentarias. Muchas de ellas han sido ya estudiadas al tratar de los diversos aspec-
tos del contrato de arrendamiento y ahora simplemente conviene tener la visión de con-
junto. Se refieren a las siguientes materias:
21.5. Muy relacionado con las reparaciones locativas, está el aseo: la limpieza es parte
de la conservación adecuada de una cosa. El artículo 1913 dispone: “El inquilino está,
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 331
además, obligado a mantener las paredes, pavimentos y demás partes interiores del
edificio medianamente aseadas; a mantener limpios los pozos, acequias y cañerías y a
deshollinar las chimeneas.- La negligencia grave en el cumplimiento de cualquiera de
estas obligaciones dará derecho al arrendador para indemnización de perjuicios y aun
para hacer cesar inmediatamente el arriendo, en casos graves”.
En cambio, la Ley de Inquilinato dedica todo el Título V (artículos 24 a 26) con detalles
sobre estos arrendamientos: Forma y contenido de los contratos (artículo 24); monto de
la renta correspondiente a los muebles (artículo 25); entrega de los muebles (artículo
26).
“El contrato debe constar por escrito e incluir el inventario y avalúo de los muebles y
la determinación de su valor de uso. De no constar, se estimará que el valor de uso de
los muebles corresponde al 25% de la pensión de arrendamiento estipulada”. (artículo
24).
“Si el arrendador no entregare los muebles arrendados, o una parte de ellos, según in-
ventario, el arrendatario podrá exigir, mientras subsista el contrato, la entrega de los
muebles o la rebaja proporcional de la pensión de arrendamiento, y el reintegro de las
cantidades indebidamente pagadas.- Si la parte del mobiliario no entregada fuere de tal
importancia que, dadas las condiciones del local, se presuma que, conociéndolas el
arrendatario, no la hubiere tomado en arrendamiento, tendrá derecho a dar por termina-
do el contrato”. (artículo 26).
21.8. El artículo 1916 del Código prevé el caso de pérdida de objetos introducidos en el
lugar arrendado; pueden ser el mismo arrendatario, su familia o dependientes, o bien de
otras personas, en cualquier caso, “el arrendador no es responsable de la pérdida de las
mercaderías que allí se introduzcan, sino en cuanto la pérdida fuere por su culpa.- Será
especialmente responsable del mal estado del edificio, salvo que haya sido manifiesto, o
conocido del arrendatario”. Caso típico de responsabilidad del arrendador es el de las
pérdidas o daños sufridos en las cosas del arrendatario por mal estado de las instalacio-
nes eléctricas o de agua, que originen incendios o inundaciones.
21.10. La mora en el pago de la pensión, está regulada de modo especial para los in-
muebles rurales, en el artículo 1918 del Código: “La mora de un período entero en el
pago de pensiones de arrendamiento de locales no comprendidos en el perímetro urba-
no, dará derecho al arrendador, después de dos reconvenciones, entre las cuales medien
a lo menos cuatro días, para hacer cesar inmediatamente el arriendo, si no presta segu-
ridad suficiente de que se verificará el pago en un plazo razonable, que no bajará de
treinta días”. Esta disposición no está fuera de lugar, porque el Parágrafo 5º. en que se
encuentra, trata de los arrendamientos de “casas, almacenes u otros edificios”, los que
pueden estar en el perímetro urbano (y se rigen entonces por la Ley de Inquilinato) o
fuera de los límites urbanos, y es para éstos que el Código exige la doble reconvención
requisitos y sin que se obtenga el pago, el arrendador puede hacer cesar el arrendamien-
to.
Respecto de los edificios urbanos, la Ley en el artículo 30, considera como causa para la
terminación del arrendamiento, la “falta de pago de la pensión locativa de dos meses”.
No contiene disposición sobre las pensiones de las habitaciones rurales, porque no es
ese el objeto de la le ley.
21.11. El último artículo del parágrafo 5º. del Código es una simple remisión a la Ley de
Inquilinato: “Art. 1919.- Las disposiciones de este parágrafo se entenderán sin perjuicio
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 333
22.1. El parágrafo 6º. Del Título XXV contiene “Reglas relativas al arrendamiento de
predios rústicos”, y plantea problemas análogos a los que se acaban de exponer respecto
de los predios urbanos, porque además de estas normas especiales, hemos tenido y te-
nemos una legislación específica sobre inmuebles agrarios.
La prohibición de arrendar se estableció para impedir que las tierras agrícolas queden
en propiedad de entidades o de personas que no se dedican a la agricultura; se desea que
la tierra pertenezca a quien la cultive y que no conserve el dominio quien no cultiva
directamente la tierra.
Con severidad prohibió la ley de Reforma Agraria esas diversas formas de “trabajo
precario” o arrendamientos irregulares pero muy arraigados en las costumbres. Se fijó
una primera fecha para la total liquidación de los huasipungos y demás ocupaciones
precarias de las tierras rurales, que debía vencer el 7 de septiembre de 1967. Dada la
amplia difusión de estos contratos, se produjeron varias prórrogas para que se llegue a la
total eliminación de esos contratos. Finalmente, derogada la Ley de Reforma Agraria
por la Ley de Desarrollo Agrario, en ésta se conserva la prohibición de los contratos
precarios, pero se mantiene la vigencia de las normas civiles en cuanto a arrendamien-
tos.
Dice así la actual Ley de Desarrollo Agrario : “Art. 24.- Garantía de la propiedad.-
El Estado garantiza la propiedad de la tierra conforme a lo establecido en los artículos
267 y 269 de la Constitución Política de la República.- El aprovechamiento y trabajo
de la tierra puede hacerse en forma individual, familiar, cooperativa, asociativa, co-
munal, autogestionaria o societaria, mientras cumpla su función social”.
1
Decreto Supremo 1350 promulgado en el Registro Oficial 297 de 23 de julio de 1964. La Ley de
Reforma Agraria sufrió muy numerosas reformas, fue varias veces codificada y constituyen especia-
les hitos en la evolución de esta legislación, las codificaciones de 1972 y 1978. Finalmente se derogó
por la Ley de Desarrollo Agrario, promulgada en el RO 55 del 30 de abril de 1997.
334 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
La actual ley reitera la prohibición de las formas tradicionales de trabajo precario, pero
definiéndolo y dejando a salvo el arrendamiento normal. El artículo 27 dice: “Prohíbese
toda forma de trabajo precario en el cultivo de la tierra, tales como arrimazgos, finquerí-
as o formas que impliquen el pago por el uso de la tierra por quienes la trabajan por
mano propia, a través de productos o servicios no remunerados”. No se menciona el
huasipungo clásico, porque se considera que ya ha desaparecido totalmente por acción y
aplicación de la Ley de Reforma Agraria, pero los “arrimazgos” y “finquerías” constitu-
yen formas muy similares al antiguo huasipungo y que han sobrevivido en ciertas zonas
de la Sierra o de la Costa respectivamente.
22.3. El artículo 1921 da el criterio básico para juzgar sobre las obligaciones del
arrendatario en cuanto a la conservación de la cosa y las reparaciones que requiera:
debe utilizarla “como un buen padre de familia”, como una persona plenamente respon-
sable. Esta regla es aplicable a cualquier cosa que se arriende, pero el Código ha querido
destacarla como de principal importancia en los arrendamientos de bienes inmuebles
rurales, tanto por su considerable valor, como porque pueden sufrir mayores deterioros
si no hay la debida diligencia en su cuidado. Todo lo dicho respecto de las obligaciones
del arrendatario en cuanto a reparaciones y a uso de la cosa en el objeto para el cual fue
arrendada, son, pues, aplicables a los inmuebles rústicos, si se quiere, con mayor rigor.
Dice el artículo 1921: “El colono o arrendatario rústico está obligado a gozar del fundo
como buen padre de familia; y si así no lo hiciere, tendrá derecho el arrendador para
atajar el mal uso o deterioro del fundo, exigiendo al efecto fianza u otra seguridad com-
petente, y aun para hacer cesar inmediatamente el arriendo, en casos graves”. Me remito
a lo dicho en el punto sobre la terminación del arrendamiento de cosas. Cabe destacar en
la redacción del artículo transcrito, la expresión “hacer cesar inmediatamente”, que
denota la urgencia de poner remedio a estas situaciones y el auxilio que da el derecho al
propietario para salvar sus bienes. Esa cesación inmediata, no significa, sin embargo,
336 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
atropellar al arrendatario, quien tendrá el tiempo razonable para recoger sus frutos y
para entregar la cosa, debiendo pagar pensiones hasta el momento de la restitución.
22.4. Dentro de la protección debida del predio arrendado, el Código ha querido desta-
car el cuidado que ha de tener el arrendatario para mantener el género normal del cul-
tivo de la finca, sin variarlo sustancialmente, y de modo especial, no derribar árboles o
talar bosques. Los artículos 1922 y 1923 disponen:
“El colono está particularmente obligado a la conservación de los árboles y los bosques,
limitando el goce de ellos a los términos estipulados.- No habiendo estipulación, se
limitará el colono a usar del bosque en los objetos que conciernan al cultivo y beneficio
del mismo fundo; pero no podrá cortarlo para la venta de madera, leña o carbón”. (artí-
culo 1922 ).
“La facultad que tenga el colono para sembrar o plantar no incluye la de derribar los
árboles para aprovecharse del lugar ocupado por ellos; salvo que así se haya expresado
en el contrato”. (artículo 1924)
Los árboles y los bosques se consideran objetos de especial valor, tanto para el predio
como para el equilibrio ecológico de una zona, de allí que no se permita fácilmente su
explotación. La Ley de Forestación y de conservación de áreas naturales y vida silves-
tre, impone la obligación de inscribirse en un registro especial para efectuar labores de
aprovechamiento, comercialización y transformación de bosques (artículo 102). Los
bosques naturales, que la ley declara propiedad del Estado, no pueden ser enajenados y
no se adquieren por prescripción (artículos 1 y 2). También pueden ser de propiedad
privada algunos de estos bosques naturales y, desde luego, los artificiales (artículo 9 ) y
gozan de especiales garantías y protección estatal (artículos 10, 12, 13, 53 a 59). El
artículo 13 de la ley prohíbe utilizar en otro objeto, las tierras de “aptitud forestal”, las
mismas que deben ser sembradas con árboles. El Ministerio de Agricultura puede hacer
concesiones de áreas de bosques para ser explotadas, pero con la condición de refores-
tarlas (artículo 11).
22.6. La pérdida de los frutos sea total o parcial, da origen en algunos derechos extran-
jeros a rebaja o exoneración de la pensión que debe pagar el arrendatario. En Francia se
concede esa rebaja, salvo que la pérdida de los frutos sea posterior a la cosecha, o que se
deba a causa conocida de antemano (se considera que ya hubo rebaja al fijar la pensión),
o cuando el arrendatario asume expresamente los riesgos. Ahora bien, esta tercera con-
dición es tan frecuente, que algunos consideran que debe constituirse en la regla general
y no en mera excepción.
Nuestro derecho, sigue una orientación más rígida, de no conceder rebaja por pérdida de
cosechas. El artículo 1925 dice en el primer inciso: “El colono no tendrá derecho para
pedir la rebaja del precio o renta, alegando casos fortuitos extraordinarios que han dete-
riorado o destruido la cosecha”. Nótese que se habla de casos fortuitos “extraordina-
rios”, categoría jurídica que no aparece en otros lugares del Código, ya que todo caso
fortuito tiene algo de extraordinario; pero se entiende que el legislador quiere excluir
absolutamente esta clase de rebajas, salvo, naturalmente, que se hayan convenido entre
las partes.
El segundo inciso del artículo 1925, señala algo evidente: que si el pago se ha de hacer
con parte proporcional de la cosecha, se rebaja automáticamente el precio en caso de
disminuir notablemente los frutos, así como también se reajusta sin más la pensión, si la
cosecha resulta extraordinariamente buena: “Exceptúase el colono aparcero; pues, en
virtud de la especie de sociedad que media entre el arrendador y él, toca al primero la
parte proporcional de la pérdida que por caso fortuito sobrevenga al segundo, antes o
338 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
después de percibirse los frutos; salvo que el accidente acaezca durante la mora del
colono aparcero en contribuir con su cuota de frutos”.
22.7. El arrendamiento de fincas con ganado está previsto en el artículo 1926, de mane-
ra ingeniosa y equitativa: “Siempre que se arriende un predio con ganados y no hubiere
acerca de ellos estipulación especial contraria, pertenecerán al arrendatario todas las
utilidades de dichos ganados, y los ganados mismos, con la obligación de dejar en el
predio, al fin del arriendo, igual número de cabezas de las mismas edades y calidades.-
Si al fin del arriendo no hubiere en el predio suficientes animales de las clases y calida-
des dichas para efectuar la restitución, pagará la diferencia en dinero, según el valor que
entonces tuvieren.- El arrendador no estará obligado a recibir animales que no estén
aquerenciados al predio”.
Dice el artículo 1927: “No habiendo tiempo fijo para la duración del arriendo, deberá
darse el desahucio con anticipación de un año, para hacerlo cesar.- El año se entenderá
del modo siguiente: El día en que principió la entrega del fundo al colono, se mirará
como el día inicial de todos los años sucesivos; y el año de anticipación se contará desde
este día inicial, aunque el desahucio se haya dado algún tiempo antes.- Las partes po-
drán acordar otra regla, si lo juzgaren conveniente”.
Desde luego, este desahucio se aplica únicamente para el caso de “no haber tiempo
fijo para la duración del arriendo”, como dice el artículo 1927. Pero, pienso que se po-
dría aplicar por analogía a los casos en que se desahucia para evitar al reconducción, al
término del plazo estipulado, si bien el artículo 1897, concede al arrendatario rústico “el
tiempo necesario para utilizar las labores principiadas y coger los frutos pendientes”.
Este tiempo a veces será un año, o puede ser un período menor; por lo que resulta acon-
sejable establecer en el contrato la precisa duración del desahucio, por ejemplo, de un
año.
22.9. Los contratos de arrendamiento de predios rurales suelen incluir algunas cláusulas
especiales que corresponden a costumbres arraigadas y se basan en verdaderas necesi-
dades o conveniencia para el buen cultivo de los fundos. Entre ellas, cabe destacar las
que se indican a continuación.
El pacto comisorio respecto del pago del canon de arrendamiento, resulta muy práctico,
porque permite terminar prontamente el contrato en caso de incumplimiento.
Puede establecerse un derecho de tanteo, por el cual el arrendatario debe ser notificado
en caso de que el propietario desee vender y permite que el arrendatario ofrezca otro
tanto y en iguales circunstancias será preferido a otras aspirantes para adquirir el inmue-
ble.
El pacto de reconducción, permite continuar por largo tiempo las relaciones de arren-
damiento y esto tiene especial interés en el caso de inmuebles en los que se suelen hacer
inversiones importantes para mejorar la producción, lo cual se estimula si se asegura un
largo período de tenencia.
No habiendo en nuestro derecho, como tampoco hay en otros sistemas extranjeros, una
clara definición de la naturaleza jurídica de la aparcería, en caso de duda habría que
aplicar las normas más análogas a cada elemento del contrato; considero que para la
forma se deben aplicar las propias del arrendamiento, lo mismo que para las causas y
modos de terminar el contrato, pero respecto del reparto de las utilidades, parece más
similar con la sociedad. En todo caso estos contratos se rigen fuertemente por costum-
bres locales y también es aconsejable que las partes procuren prever desde el principio
los posibles asuntos conflictivos y los resuelvan o pongan las bases para resolverlos.
La “redención” de los cultivos consiste en el pago por parte del propietario de la tierra al
que realizó la siembra o plantación; éste puede ser a la vez arrendatario, es decir, tene-
dor de la finca y beneficiario de sus frutos mientras dura el contrato; al término del
contrato, se realiza la liquidación o “redención”, compensando al arrendador en la forma
que se haya estipulado.
Otra figura típica del derecho agrario consuetudinario del Ecuador es el potreraje, que
consiste en un arrendamiento parcial de terrenos en los que pasta el ganado; lo original
está en que el propietario conserva la tenencia de la tierra y normalmente apacienta sus
propios ganados, pero admite otras cabezas que comparten los mismos pastos; se suele
contratar por períodos cortos y a veces el pago es por días. Naturalmente, las facultades
del arrendatario y también sus obligaciones, son muy restringidas. La jurisprudencia
reconoce el valor de las costumbres locales respecto de este contrato.
23.1. Buena parte de los contratos, en la vida contemporánea, versan sobre servicios
prestados por unas personas naturales o jurídicas, a otras. Hay una variedad enorme de
relaciones y algunas de ellas se circunscriben en lo estrictamente civil, otras son de
índole comercial, administrativo o laboral. La naturaleza de tales relaciones determina la
ley aplicable: el Código Civil, el de Comercio, el del Trabajo, o las leyes constituciona-
les y administrativas, que son muchas, incluso las de varias entidades autónomas.
Además de la ley nacional aplicable, el género de relación puede hacer variar las normas
de Derecho Internacional Privado que les sean aplicables, en el caso de tratarse de rela-
ciones en las que hay más de un vínculo de conexión con las leyes de varios países. El
espíritu y las normas de interpretación, son diferentes según se trate de relaciones inscri-
tas en el derecho público o en el privado, y aún dentro de éste, según sus varias ramas.
Finalmente, la competencia de los jueces es diversa, pues hay jueces especiales de traba-
jo y, en algunos casos, las relaciones administrativas son juzgadas por órganos de la
misma Función.
23.2. Los contratos civiles de ejecución de obra material, se regulan someramente por el
Código, que deja amplia libertad para que las partes libremente determinen el alcance
y los detalles de las obligaciones que desean contraer.
23.3. Según el artículo 8 del Código del Trabajo, hay relación laboral cuando se presta
un servicio lícito, bajo una relación de dependencia y por un sueldo, salario u otra forma
de remuneración, fijada por convenio, contrato colectivo, la ley o la costumbre. Si falta
uno de estos elementos, no hay relación laboral, y puede haber otro contrato, civil, co-
mercial, administrativo, etc.
23.5. No se desvirtúa la relación laboral por el hecho de que el patrono haya transferido
ilegalmente la empresa a otra persona, como en el caso del arriendo ilegal de una ra-
diodifusora, sin contar con el permiso necesario del Instituto de Telecomunicaciones.
23.6. Hay prestaciones de servicios que se realizan por ideales superiores, no de índole
económico, sino religioso, caritativo, benéfico, y se forma parte de asociaciones de
diversa índole ( congregaciones religiosas, Cruz Roja, etc. ) a las cuales se sirve, pero
como cosa propia y no como quien se somete a un patrono; en estos casos, tampoco se
admite la existencia de relación laboral, como lo prueban numerosas sentencias.
Un maestro de capilla o músico que no recibe sueldo ni salario, pero participa de las
limosnas de los fieles, no tiene una relación de dependencia respecto del Párroco, sino
que sus servicios son retribuidos por variadas personas, en cada caso, por lo que tampo-
co se le considera trabajador en el concepto del Código del Trabajo. Pero si recibe
342 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
salario, se sujeta a un horario (aunque sea parcial, de horas), sí tiene relación laboral y
debe estar afiliado al Seguro Social, para lo cual existe especial normativa.
23.7. Tampoco se considera relación laboral la que existe entre padres e hijos, u otros
parientes cercanos, así como entre una persona que ha “prohijado” (adopción de hecho)
a alguien que presta servicios domésticos. Los trabajos que se hacen en el hogar, se
inspiran en la relación familiar, distinta de la laboral. Son frecuentes los casos de me-
nores adoptados de hecho, que hacen los pequeños servicios habituales, propios de los
hijos de familia y que, al cabo de muchos años, pretenden haber sido trabajadores sin
salario; sistemáticamente se rechazan estas demandas.
23.8. Los miembros de una cooperativa viven una especial solidaridad, forman parte de
un cuerpo y si prestan servicios dentro de ese sentido de ayuda recíproca, no están so-
metidos a la disciplina del Código del Trabajo. Parecido es el caso de una mutualista.
23.9. Los empleados públicos sirven al Estado u otra entidad de derecho público, con
una disciplina que depende de leyes constitucionales o administrativas, en todo caso, de
derecho público, y su relación, aunque muy similar a la del trabajador ordinario, se
diferencia y regula de diversa manera.
23.10. Especiales leyes rigen la disciplina del personal de las Fuerzas Armadas y la
Policía, cuyos miembros, incluidos los músicos de una banda de guerra, no tienen rela-
ción laboral, sino de derecho público.
23.11. Los profesionales universitarios, que han realizado largos estudios y reciben un
diploma que les habilita para una “profesión liberal”, en su ejercicio libre, trabajan para
uno o muchos clientes, con los cuales no se traba una relación laboral, porque actúan
por propia iniciativa, libremente, y no sometidos a la dependencia propia de la relación
laboral.
23.12. Algo parecido sucede con los artesanos, quienes pueden contratar sus servicios
sometiéndose a una dependencia laboral y conforme a las normas del Código del Traba-
jo, pero habitualmente actúan como libres trabajadores con una multitud de clientes a
los que sirven, contratando cada obra o servicio con un contrato de índole civil. Así
labora un mecánico, que se compromete a la obra cierta de una instalación o de una
reparación.
23.16. Los gerentes, si tienen poder general y por tanto actúan con entera libertad, no
son trabajadores sino mandatarios sujetos a las reglas civiles; pero si las atribuciones
del gerente se limitan al orden interno de la empresa y responden ante un Directorio,
Presidente u otro organismo, entonces sí tienen relación laboral de dependencia y se
sujetan al Código del Trabajo.
23.18. La sociedad crea un vínculo entre los socios, distinto del laboral, aunque en
algunos casos la diferencia resulte extremadamente sutil. La sociedad en la que una
parte aporta capital y la otra trabajo, puede ser un contrato de trabajo, ya que el Código
del Trabajo autoriza la remuneración en forma de participación en utilidades y si el
servicio se realiza en situación de dependencia, es realmente un vínculo laboral.
Con frecuencia la línea de división entre lo laboral y lo civil, etc., resulta muy sutil, por
la variedad y la complejidad de las circunstancias, y habrá que tener en cuenta los pre-
cedentes de jurisprudencia sentados por la Corte Suprema. Se puede apreciar en esas
sentencias una cierta evolución hacia abarcar cada vez más en la órbita de lo laboral las
relaciones de servicios, pero nunca se desconoce la realidad de que también hay contra-
tos puramente civiles o comerciales.
344 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
24.1. Ubicación. Dentro del Título XXV, del arrendamiento, el parágrafo 7º., trata “De
los contratos para la construcción de una obra material”, abarcando los artículos 1930 a
1940.
Los artículos 1930 a 1940 del Código Civil, se refieren a la naturaleza, efectos y termi-
nación del contrato de ejecución de una obra material. He aquí la síntesis de dichos
artículos:
El artículo 1930 establece que este contrato puede encuadrarse en una compraventa o en
un arrendamiento. En ambos casos, una de las partes se obliga a pagar un precio, pero
en la venta, la otra parte deberá transferir la posesión y propiedad de una cosa, mientras
que en el arrendamiento se recibe el precio para prestar un servicio que culmina en la
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 345
ejecución de una obra. En ambos casos, el que paga debe recibir una cosa material, pero
mientras en la venta ya adquiere el derecho a la cosa desde el momento en que aprueba
la obra realizada, en el caso del arriendo, solamente se perfecciona la transferencia
cuando el adquirente recibe la cosa.
De esta manera, nuestro derecho, siguiendo la doctrina universal, admite diversas for-
mas de regular las responsabilidades sobre la conservación de la materia empleada, y
sobre la ejecución misma de la obra, como se verá más adelante.
Si para que exista compraventa se requiere acuerdo entre las partes sobre la cosa y el
precio, resulta evidente que el comprador de una cosa que debe ejecutarse (elaborarse, o
construirse), ha de estar conforme con la obra realizada; ese momento, cuando mani-
fiesta su aprobación, surge propiamente el consentimiento apto para efectuar una com-
praventa.
24.4. “Por consiguiente, el peligro de la cosa no pertenece al que ordenó la obra sino
desde su aprobación, salvo que se haya constituido en mora de declarar si la aprueba o
no”. Agrega el inciso segundo del referido artículo, y esta es una conclusión lógica del
principio de que las cosas nacen, crecen y perecen para su dueño: el peligro corresponde
al dueño, y solamente se hace dueño de la cosa el que la ordenó y la acepta. La acepta-
ción consuma, perfecciona, el consentimiento para adquirir la cosa ejecutada, fabricada
o construida, siempre que este contrato se configura como una compraventa. Por ejem-
plo, quien ha ordenado la fabricación de una máquina de imprenta por un determinado
precio y especificando las características y calidad, tiene el derecho de recibir la máqui-
na o de rechazarla, según cumpla o no dichas especificaciones.
Ahora bien, no queda al arbitrio del comitente el recibir o no recibir la obra en cualquier
tiempo, sino que debe hacerlo oportunamente. Con normalidad se señala el plazo para
la ejecución y ese mismo plazo, o algo más, constituye el tiempo en que el comitente
debe dar su aprobación o rechazar la obra. Si no aprueba ni rechaza en el tiempo debido,
incurre en mora de dicha aceptación, y se traslada el peligro de la cosa, del artífice al
comprador; es lógico que el comprador que no cumple su obligación de aceptar la cosa,
deba correr con el riesgo de la cosa ya hecha por el artífice; éste se libera de la respon-
sabilidad desde el momento en que el comprador la acepta, o bien desde el momento en
que debiendo aceptarla no lo hace e incurre el comprador en mora.
346 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
24.5. “Si la materia es suministrada por la persona que encargó la obra, el contrato es
de arrendamiento”, dice el inciso tercero del artículo 1930. En este caso, el contrato de
ejecución de obra, tiene, pues una naturaleza jurídica muy diferente al primer supuesto.
La relación contractual no se centra en el resultado de la actividad sino en la actividad
misma. El que compra, compra una cosa, el que contrata la ejecución de una obra, pue-
de exigir la realización de una actividad creativa: contrata un servicio tendiente a la
ejecución de una obra material. Esta es la razón por la cual se asimila este contrato al
arrendamiento y sigue las normas del mismo.
Sea que se considere como venta de la cosa que se ejecuta o como arrendamiento de los
servicios que la producen, nos hallamos ante un contrato bilateral, sinalagmático, onero-
so, consensual, de tracto sucesivo.
En efecto, siempre se requieren dos partes, cuyas obligaciones son recíprocamente cau-
sa de las del otro; es, pues, bilateral y conmutativo.
Porque es oneroso, hay lugar al precio, sea por compra o por arriendo, y esta contra-
prestación debe guardar los requisitos de equidad, que prescriben los respectivos contra-
tos de compraventa o de arrendamiento.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 347
24.8. El precio.
Tres formas de ajustar el precio aprueba el Código Civil, para estos contratos: la con-
vención entre las partes, la remisión a la costumbre y la búsqueda de la equidad, me-
diante la intervención de peritos.
Lo más corriente suele ser que las partes convengan la cuantía del precio. Esto se hace
generalmente antes de contratar, y es la parte decisiva del contrato: fijar el precio, dadas
las características de la obra que se va a realizar. Cabe también ponerse de acuerdo
durante la ejecución de la obra ya comenzada, o una vez terminada, precisamente, te-
niendo en cuenta el grado de perfección, el costo de los materiales, el tiempo empleado
etc.
Si no han procedido así las partes, se entenderá normalmente que se remiten a la cos-
tumbre: el precio que ordinariamente se paga por la concreta especie de obra de que se
trate. Esta costumbre, ha de ser la del lugar en que se cumple el contrato, según las
normas generales. Se supone que existe tal costumbre, y no puede aplicarse este criterio
para fijar el precio, si se trata de obras que no suelen hacerse en un determinado lugar,
como sucede con ciertas maquinarias, tejidos, etc.
Naturalmente que también se puede acudir a una solución arbitral, si así se ha pactado y
no se ve inconveniente para que las partes acudan a la justicia ordinaria recabando la
fijación equitativa del precio, sin embargo, como la ley habla de intervención de peritos,
pienso que se requeriría que ambas partes estén conformes en dejar el asunto en manos
del juez, quien, probablemente tendrá que asesorarse con peritos.
Hay lugar a la fijación del precio por peritos, tanto si no se ha fijado en el contrato,
como cuando surge disputa respecto del precio estipulado por otra causa, por ejemplo,
sobre el número de metros cuadrados, habiéndose fijado el precio según esa medida.
24.9. Precio fijado por tercero. Una cuarta manera de establecer el valor de la obra,
consiste en dejar a que un tercero lo fije. Este tiene entonces calidad de árbitro.
348 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Puede suceder que la persona designada para determinar el precio fallezca. Se distin-
guen dos situaciones: si la muerte se produce antes de procederse a la ejecución de la
obra, o con posterioridad a este comienzo de realización de lo ordenado.
Si fallece el árbitro del precio antes de que se haya comenzado a realizar la obra, “será
nulo el contrato”, dice el artículo 1932. Más propiamente, ni siquiera se habrá perfec-
cionado el contrato, ya que falta un elemento esencial y se hace imposible fijarlo en la
forma que se habían propuesto las partes: muerto el tercero que debía señalar el precio y
sin que se haya comenzado a hacer la obra, no hay contrato.
Una vez que el Código ha definido como venta o como arrendamiento al contrato para
la ejecución de una obra material, podía, dejar lo relativo a los efectos totalmente sujeto
a la regulación propia de esos contratos; pero, ha preferido considerar la singular situa-
ción de las partes en estos contratos que suelen tener una larga duración y ejecutarse
poco a poco. Por esto, distingue el artículo 1933, dos clases de incumplimiento: el total
y el parcial. El retardo en la ejecución, normalmente significará una ejecución parcial y
plantea el problema de si debe o no remunerarse lo ya realizado.
Si una de las partes no ha ejecutado aquello a que se obligó, da derecho a la otra parte a
reclamar indemnización de perjuicios. Esta primera regla, se aplica por igual a una y
otra parte: sea que no se haya ejecutado la obra, o que el comitente no haya pagado.
Cabe pensar que también debe indemnizar el comitente que por su conducta o su omi-
sión ha hecho imposible el cumplimiento de la otra parte, por ejemplo, si no entregó los
materiales que debía dar, o no proporcionó los datos indispensables, o no permitió el
acceso del artífice al lugar en el que debía trabajar, etc.
El que encargó la obra, dice el Código, “aún en el caso de haberse estipulado un precio
único y total por ella, podrá hacerla cesar, pagando al artífice todos los costos, y dándole
lo que valga el trabajo hecho, y lo que hubiere podido ganar en la obra”. Queda, por
consiguiente, al arbitrio del comitente el hacer cesar o el exigir el cumplimiento total
de la obra, parcialmente ejecutada.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 349
El artículo 1933 se refiere “aún al caso de haberse estipulado un precio único”, de donde
se deduce que, desde luego, si se ha estipulado precios parciales por partes o etapas de la
ejecución de la obra, esta facultad del comitente se aplica con mayor razón.
El pago que debe hacer el comitente comprende tres factores: los costos, el valor del
trabajo y la ganancia legítima.
En cuanto a los costos, es decir, a lo realmente gastado por el artífice, no hay problema
teórico, aunque en la práctica, puede resultar necesaria su estimación por parte de peri-
tos.
Mayor dificultad plantea la última parte: “lo que hubiere podido ganar en la obra”;
esto puede entenderse de dos maneras diferentes: la ganancia correspondiente a la parte
realizada, o en la obra toda, supuesta su total terminación. La primera interpretación
satisface en cualquier caso la equidad, pero la segunda solamente resulta equitativa si el
incumplimiento del artífice no se debe a su propia culpa: no sería razonable reconocerle
la utilidad total que habría tenido en caso de cumplir, aún cuando no ha cumplido sino
parcialmente. La equidad exige, pues, distinguir si el incumplimiento en la ejecución de
la obra se debe o no se debe a hecho imputable al artífice.
En principio las cosas perecen para su dueño, por esto, si se destruye la materia con la
que se debía ejecutar una obra, el dueño de dicha materia la perderá, salvo que se de-
muestre culpa de otra persona.
Si el artífice recibió dicha materia, es responsable de la pérdida, tanto por culpa pro-
pia, como por culpa de “las personas que le sirven”. No necesariamente han de ser per-
sonas que intervienen en la ejecución de la obra, sino simplemente quienes dependen
del artífice.
mora del comitente libera de responsabilidad al artífice); 3º. Si la cosa perece por vicio
de la materia suministrada por el que encargó la obra; salvo que el vicio sea de aquellos
que el artífice, por su oficio, haya debido conocer, o que conociéndolo no haya dado
aviso oportuno.
El cumplimiento del contrato por parte del artífice consiste en la ejecución de la obra, en
la forma y circunstancias que se hayan pactado, y la entrega de lo realizado al comiten-
te.
Así como se contrata por simple acuerdo de voluntades, ese mismo acuerdo basta para
dar por terminado el contrato. La entrega y recepción no se requiere que conste por
escrito, pero suele ser muy recomendable que se deje constancia, incluso con testigos o
en acto más solemne (escritura pública) para tener prueba suficiente, extremadamente
útil en caso de surgir posteriores reclamaciones.
Si, en lugar de estar conformes las partes, el comitente encuentra que no se ha cumplido
por el ejecutor de la obra lo que debía hacer o en la forma en que se había establecido, el
artículo 1936 ordena que se nombren por las dos partes peritos que decidan. Como la
ley da carácter decisorio a lo que resuelvan dichos peritos, nos encontramos ante un
verdadero arbitraje y éste es obligatorio. Las partes, si no se acuerdan espontáneamente,
tienen que someterse a este arbitraje de peritos y acatar lo que ellos resuelvan. Parece,
sin embargo, que la equidad autoriza a que se recurra al juez, si la resolución de los
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 351
peritos es injusta, quien alegue tal injusticia deberá probarla y el juez rechazará la acción
cuando no se haya demostrado la injusticia de lo resuelto por los peritos.
Los peritos pueden llegar a la conclusión de que la obra ha sido realizada correcta-
mente, y en ese caso, el comitente tendrá que recibirla y pagarla conforme al contrato.
Parece evidente que el reclamante que no tuvo razón deberá pagar también las costas del
peritaje.
La indemnización que puede exigir el comitente, abarcará tanto la restitución del pre-
cio, total o parcialmente ya pagado, la restitución de los materiales que haya aportado el
mismo comitente, y, eventualmente el perjuicio que le haya causado el incumplimiento
del ejecutor de la obra. En cuanto a la restitución de los materiales, precisa el artículo
1936, que podrá hacerse por otros de igual calidad o en dinero.
Sin duda por la difusión e importancia de estos contratos, el Código dispone unas nor-
mas específicas, entendiéndose que se aplicarán las generales en todo lo demás. Concre-
tamente, los artículos 1936 y 1937 se refieren a este asunto.
reserva algunas de esas atribuciones o bien las delega a otra persona distinta del cons-
tructor, las responsabilidades de éste, naturalmente, se restringen. Lo más frecuente
suele ser que se contrata la ejecución de los planos con un arquitecto, los cálculos es-
tructurales con un ingeniero, otros planos de instalaciones eléctricas, de agua u otros
accesorios como sistemas de sonido, aire acondicionado, etc., con los respectivos técni-
cos aprobados estos planos por el propietario, confía éste la ejecución a un empresario
que puede ser un ingeniero y designa al mismo arquitecto para vigilar el cumplimiento
fiel de las especificaciones técnicas. Naturalmente, todo esto admite mil variantes.
Nuestro Código se limita a dar unas reglas para el contrato de construcción de edificios
“con un empresario que se encarga de toda la obra por un precio único” en el artículo
1937; y en el artículo siguiente se extienden algunas de estas reglas “a los que se encar-
gan de la construcción en calidad de arquitectos”. Así se establece una especie de
clasificación imperfecta y bastante vaga, ya que el primer término es preciso –toda la
obra y precio fijo-, mientras que el segundo resulta muy indeterminado en calidad de
arquitecto. Para interpretar estos dos artículos se requiere, pues, apoyarse en la costum-
bre.
Por otra parte, si el artículo 1937 se refiere al contrato de toda la obra “por un precio
único prefijado”, y en el siguiente artículo se aplican las mismas reglas, o algunas de
ellas a los arquitectos, debe pensarse que el artículo 1938 rige para aquellos “otros”
contratos, los que no son a precio fijo, es decir, los que siguen el procedimiento llamado
de “administración”. En éstos, el comitente paga al constructor a medida que realiza la
obra y presenta las facturas de gastos hechos en mano de obra y materiales, añadiendo
su propia ganancia, que suele ser un porcentaje (entre el 5 y el 15 %) del gasto total.
Esto es lo más frecuente en los contratos con constructores, sean o no arquitectos mu-
chas veces son ingenieros o simples empresarios que a su vez contratan los servicios
técnicos de otros profesionales.
Para los contratos con precio fijo por toda la construcción, se dan cinco reglas en el
artículo 1937, pero se pueden aplicar también a otros contratos, además de la expresa
remisión a los contratos por administración, contenida en el artículo 1938. Las partes
que convienen en cláusulas peculiares, reservando unas u otras atribuciones al propieta-
rio o a otros profesionales (por ejemplo, fiscalización de la obra) , bien pueden aplicar
también estas reglas a dichos contratos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 353
Concretamente, se dispone sobre el mantenimiento del precio fijo, sobre los casos de
destrucción, sobre el recibo de la obra y sobre las relaciones con los artífices o emplea-
dos u obreros.
Con gran realismo resuelve el Código un problema que se presenta con bastante fre-
cuencia: cambios de circunstancias que encarecen la construcción. Los salarios y los
materiales aumentan de precio, los gastos pueden multiplicarse por obras adicionales,
mayores seguridades o mejoramiento de las calidades previstas, así como vicios del
suelo o de algún material empleado pueden exigir gastos suplementarios para dar la
debida solidez al edificio. ¿Quién deberá cubrir ese gasto suplementario?
Sí admite el Código el reajuste del precio cuando se han hecho agregaciones o modifi-
caciones al plan primitivo de la construcción y se ajustó entre las partes un precio parti-
cular por dichas agregaciones. Entonces no hay más que cumplir el contrato: no se está
perjudicando a ninguna de las partes, ya que el propietario recibe una obra de mayor
valor y el constructor ve reconocido su trabajo y gasto, tal como previeron las mismas
partes.
a costa del propietario; y si éste rehúsa, podrá ocurrir al juez para que decida si ha debi-
do o no preverse el recargo de la obra, y fije el aumento de precio que por esta razón
corresponda”. El criterio que debe seguir el juez está claramente indicado: si pudo pre-
verse el vicio, el empresario nada puede reclamar, en tanto que, si era imprevisible, no
debe resultar perjudicado por este hecho que no depende de él ni pudo evitarlo.
Ahora bien, el empresario quedará libre de esa responsabilidad si el vicio del suelo o
de la misma construcción no le son imputables. Si él no conoció ni pudo conocer el
vicio del suelo, es evidente que no tendrá que responder de la ruina del edificio. Si, por
ejemplo, se trata de una falla geológica profunda, que no se podía descubrir con los
estudios del suelo que habitualmente se hacen, el constructor quedará exonerado de
responsabilidad; en cambio, tendrá que indemnizar si la destrucción se produce por
defectos del suelo que podía y debía conocer, o incluso por aquellas fallas profundas, si
igualmente eran conocidas o podían descubrirse.
Más difícil será que el constructor no tenga culpa ni deba indemnizar por defectos en la
construcción misma. Esto será así si ha recibido los materiales proporcionados por el
propietario, salvo que el constructor haya conocido o debido conocer el defecto de
dichos materiales y no objetó su empleo. Cuando, según el contrato, el empresario deba
recibir los materiales que el propietario le dé, la responsabilidad se desplaza al propieta-
rio, aunque, de todos modos, el constructor debe observar si los materiales son defec-
tuosos o entrañan peligro de ruina; en este caso, debe hacerlo conocer al propietario y
debe resistirse a emplearlos; solamente si se ve obligado a obedecer, queda libre de
responsabilidad.
El numeral 4º. Dice: “El recibo otorgado por el dueño después de concluida la obra,
sólo significa que el dueño la aprueba como exteriormente ajustada al plan y a las reglas
del arte, y no exime al empresario de la responsabilidad que por el inciso precedente se
le impone.” Es decir, que durante diez años, el propietario podrá reclamar al empresario,
si la obra se destruye o se inutiliza por vicios ocultos. Naturalmente, si la ruina proviene
de otros agentes externos, como rayo, inundaciones, terremoto, incendio, uso inadecua-
do de la obra (por ejemplo se instala una maquinaria pesada en una casa construida para
habitación), nada deberá el constructor.
El recibo o acta de recepción tiene, por consiguiente, una doble finalidad por una parte,
descarga al empresario de la responsabilidad por el cumplimiento global o genérico de
la obra, en cuanto puede ser apreciado esto exteriormente; por otra parte, señala la fecha
desde la que se ha de contar el plazo de diez años durante los cuales perdura la respon-
sabilidad del constructor por vicios ocultos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 355
Sin embargo, aunque sea el constructor quien contrate los artífices, el propietario con-
serva una responsabilidad que el Código Civil considera solamente “subsidiaria y
hasta la concurrencia de lo que éste deba al empresario”. En otras palabras, el empleado
u obrero debe cobrar sus sueldos o salarios al que le contrató directamente, al construc-
tor y solamente podrá dirigir su acción contra el propietario en la medida en que no
hayan sido satisfechos sus derechos por el constructor y solamente en cuanto el propie-
tario no haya pagado al constructor lo que debía pagarle. Esto, como es obvio, restringe
mucho el derecho del trabajador y conduciría a situaciones de evidente injusticia, por-
que si el propietario ha cumplido sus obligaciones frente al empresario y éste logra
soslayar el pago a los trabajadores, ellos quedarían impagos. Tal situación se remedia en
el caso de que sea aplicable el Código del Trabajo –lo cual será lo más frecuente-, pues-
to que según la ley laboral, el beneficiario del trabajo realizado por empleados u obre-
ros, está obligado a cubrir sus derechos laborales, aunque se trate de trabajadores contra-
tados a través de un intermediario, como sería en este caso el constructor.
El artículo 1938 extiende la aplicación de las normas antes explicadas, sobre el caso de
ruina, la recepción y la responsabilidad frente a los artífices, también al caso de la cons-
trucción de un edificio por un empresario “en calidad de arquitecto”. Ya he manifestado
mi opinión sobre esta vaga expresión: pienso que se refiere a los contratos que no son
por precio fijo, sino “por administración”: así se explica que el legislador no considere
incluidos tales casos en lo dicho en el artículo 1937 y por eso hace la expresa remisión
en el artículo 1938.
356 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Es evidente, por otra parte, que cualquiera que sea la relación civil para la edificación de
un edificio y el modo de pago al artífice, éste debe cumplir la obligación principal de
hacer la obra con las características estipuladas y de una calidad que asegure el buen uso
y la subsistencia de la casa por lo menos durante diez años; así mismo, en las varias
modalidades de contratos, la recepción de la obra marca el momento importante desde
el que se han de contar los diez años de garantía; y, en cuanto a los pagos a los trabaja-
dores, la norma que la prevalecerá es la de la Constitución de la República, quedando la
responsabilidad subsidiaria del propietario solamente para los casos de personas que han
prestado servicios sin relación de dependencia laboral, como en el caso de ciertos sub-
contratos de índole técnico.
Las partes, evidentemente, pueden de común acuerdo dar por terminadas sus relacio-
nes, como en cualquier otro contrato de larga duración.
Son aplicables las normas generales sobre la terminación de los contratos bilaterales o
sinalagmáticos, y habrá, por consiguiente derecho de pedir la terminación por parte del
que sí ha cumplido su obligación cuando la otra parte ha faltado en parte importante. No
sería razonable admitir la demanda de resolución por un leve atraso en la obra, que
frecuentemente se debe a causas excusables. Pero un abandono, una paralización injusti-
ficada de los trabajos denotarán la voluntad del constructor de no cumplir y autorizan al
propietario para pedir la terminación del contrato y el pago de indemnizaciones.
fieste el comitente; habría en ese caso una renovación o prorrogación del contrato ante-
rior.
Cuando termina el contrato por muerte, “si hay trabajos o materiales preparados, que
puedan ser útiles a la obra de que se trata, el que la encargó estará obligado a recibirlos y
a pagar su valor.” Es una solución de equidad que contempla el artículo 1939.
Así mismo, se dispone que “Lo que corresponda en razón de los trabajos hechos se
calculará proporcionalmente, tomando en consideración el precio estipulado por toda la
obra”. Este cálculo naturalmente dará derecho a los herederos del constructor difunto
para cobrar el saldo a que tuvieren derecho, o bien tendrán que devolver al comitente, la
parte que corresponda, si el causante había ya recibido una cantidad mayor a la del valor
de los trabajos realizados, incluida su ganancia proporcional.
25.1. Los contratos civiles para la prestación de servicios o para la ejecución de una
obra material se han distanciado cada vez más del esquema del “arrendamiento”, y se
han configurado como contratos sui generis. Muchos autores modernos se resisten a
considerarlos incluidos en el género de los contratos de arrendamiento.
25.2. La legislación ha dado atención a estos servicios inmateriales, sobre todo los de
profesionales que se preparan con largos estudios, como es el caso de abogados, arqui-
tectos, agrimensores, contadores, economistas, farmacéuticos, enfermeros, ingenieros,
literatos, secretarios, médicos, veterinarios, etc. En el Ecuador tenemos numerosas leyes
de “defensa profesional”, que señalan requisitos para el ejercicio de estos servicios,
obligan en ciertos casos a contratar a los respectivos profesionales, determinan sus dere-
chos, incluso económicos y las principales obligaciones así como algunas indicaciones
de carácter ético o deontológico.
En todas las leyes de defensa profesional se establecen los requisitos para el ejercicio
de las respectivas actividades, consistentes normalmente en haber obtenido un título de
Licenciados o Doctores, estar inscritos en un Colegio Profesional y no hallarse suspen-
didos por faltas calificadas por los tribunales de honor. Se reconocen los títulos conferi-
dos en el exterior, conforme a los tratados internacionales vigentes, o, a falta de ellos,
mediante un procedimiento de convalidación a cargo de las universidades.
Los profesionales pueden trabajar libremente, haciendo los respectivos contratos con
sus clientes, o bien en situación de dependencia, como empleados de entidades públi-
cas o privadas. En el segundo caso, se establecen normas respecto de remuneraciones
mínimas, y se prohíbe el pluriempleo.
358 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
En todo caso, las disposiciones legales y reglamentarias, dejan a salvo el carácter espe-
cial de los servicios profesionales y, de conformidad con toda la tradición histórica que
arranca del Derecho Romano, se considera que estas prestaciones son de carácter pre-
dominantemente intelectual -aunque también impliquen un trabajo material en algún
aspecto- y como consecuencia de ello, no se equiparan a un simple arrendamiento o
venta de obra. La obra inmaterial no se sujeta a las mismas reglas que hemos expuesto,
existentes para la construcción de un edificio o la ejecución de otro trabajo, como el de
arar un campo o fabricar ladrillos o un motor.
Pero también se señala otro criterio para identificar y regular estos contratos. El artículo
1946 establece que las normas de los artículos precedentes, se aplican a los servicios
que, según el artículo 2022, se sujetan a las reglas del mandato. Efectivamente, una
doctrina jurídica ha sostenido que los servicios de abogados, médicos, etc., se deben
considerar como el ejercicio de un mandato; siguen esta tendencia, entre otros, Planiol y
Ripert, pero muchos prefieren ahora considerar estos contratos como específicos, inno-
minados, diferentes de los demás.
25.3. Sin embargo, no puede negarse cierta analogía con los contratos de servicios mate-
riales, y precisamente por esto, el Código incluye en el Título del Arrendamiento, el
párrafo 8º. que contiene unas pocas normas específicas para los contratos civiles de esta
naturaleza, advirtiendo que en ciertas circunstancias se han de aplicar el Código del
Trabajo o las leyes especiales de la respectiva profesión.
25.4. El artículo 1941 delimita los contratos a los que se refiere el párrafo: los que se
hacen para “las obras inmateriales, o en que predomina la inteligencia sobre la mano de
obra, como una composición literaria”. El criterio de distinción, es pues, el del predomi-
nio de la inteligencia sobre el trabajo material. Por ejemplo, un escritor realiza también
un esfuerzo físico, pero lo predominante es el ejercicio del intelecto.
El artículo 2022 dispone: “Los servicios de las profesiones y carreras que suponen lar-
gos estudios, o a que está unida la facultad de representar y obligar a otra persona res-
pecto de terceros, se sujetan a las reglas del mandato”. Nótese que aquí se mencionan
dos criterios alternativos: la exigencia de largos estudios o la facultad de representar.
Este sistema ecléctico elimina las objeciones que se han hecho a la aplicación de las
reglas del mandato. Es evidente que un médico no representa al enfermo, pero un abo-
gado sí lo hace muchas veces, y ambos requieren un título que se obtiene después de
largos estudios universitarios. De este modo el Código zanja la discusión sobre si estos
servicios profesiones se han de considerar como un mandato: se aplicarán a ellos las
reglas del mandato, si hay lugar a una representación y también cuando se han necesita-
do largos estudios, como es el caso de los médicos, contadores, etc.
25.5. No reporta mucha utilidad la remisión al título del mandato, puesto que se dan
normas específicas para la fijación del “precio”, es decir, el honorario debido por estos
servicios, y para la terminación por desahucio.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 359
Sería aplicable el artículo 2027 que no requiere ninguna formalidad especial para el
mandato, como evidentemente también los contratos profesionales se contratan por
simple consentimiento, que incluso puede ser tácito (cfr. artículo 2028).
También parece aplicable el artículo 2033, que responsabiliza al mandatario hasta por
culpa leve, y esta responsabilidad es más estricta cuando el mandato es remunerado, de
la misma manera que en los servicios profesionales que generalmente tienen ese carác-
ter oneroso. Como observa Diez-Picazo, al acreedor le corresponde demostrar la negli-
gencia y el perjuicio que de ella se ha seguido.
25.6. Como ya hemos dicho, el parágrafo 8º. aplica a los contratos de servicios inmate-
riales, lo ya estatuido para los de obra material, en cuanto a la remuneración del artífi-
ce. Es decir, que se rige este pago, por lo que hayan convenido las partes, o por la cos-
tumbre y si no existe ni disposición expresa ni costumbre aplicable, se ha de determinar
equitativamente por peritos. Muchas veces se podrán aplicar las tarifas previstas en las
leyes profesionales específicas.
También es aplicable a los servicios inmateriales, el artículo 1933, que establece que
habrá lugar a la reclamación de daños y perjuicios siempre que la una parte haya cum-
plido su obligación y la otra no haya ejecutado o se haya retardado en la ejecución de la
suya.
El mismo artículo establece que “el que encargó la obra, aún en el caso de haberse fija-
do un precio único por ella, podrá hacerla cesar, pagando al artífice todos los costos, y
dándole lo que valga el trabajo hecho, y lo que hubiere podido pagar en la obra.” Tra-
tándose de servicios inmateriales, que suponen una confianza en la ciencia y pericia del
profesional, es evidente que el cliente no está obligado a continuar en la relación jurídi-
ca indefinidamente; normalmente no se establecen plazos de duración, sino que se con-
trata hasta conseguir el objetivo –recuperar la salud con los cuidados médicos, terminar
un juicio con el patrocinio de un abogado, etc-, pero el cliente ha de tener la libertad de
abandonar al profesional, siempre que le indemnice proporcionalmente al trabajo reali-
zado. Una sentencia aclara que no hay obligación de pagar salarios correspondientes a
un período posterior al de la terminación del contrato.
25.7. El artículo 1942 se refiere a los servicios que producen obras parciales. Por
ejemplo, un artista se ha obligado a hacer varios retratos de los miembros de una fami-
lia, o un abogado contrata sus servicios estableciendo un honorario por cada una de las
instancias que pueda tener el juicio, un veterinario se obliga a vacunar cierto número de
animales, etc. En todo caso, se puede dar fin a tales contratos, remunerando la parte
ejecutada.
Esa posibilidad de terminar el contrato en cualquier momento, puede haber sido prevista
por las partes, y en ese caso, pueden determinar un plazo de anticipación o desahucio.
360 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Pero no es frecuente esta previsión, y el artículo 1943 señala que, a falta de plazo esta-
blecido, se puede dar fin al contrato con un desahucio equivalente a medio período, es
decir, que si se pagaban los servicios por mensualidades, se deberá anunciar la termina-
ción con quince días de anticipación.
Aunque este derecho se confiere a ambas partes, hay que tener en cuenta que la cesación
de los servicios por parte de un profesional puede resultar gravosa para el cliente y oca-
sionarle daños, incluso cuantiosos, por lo cual, será prudente establecer en muchos con-
tratos que no podrá el profesional abandonar su trabajo sin manifestar su intención con
una anticipación mayor. Igualmente, en ciertas circunstancias, un profesional que deja
otros trabajos para asumir el servicio de un cliente, razonablemente debe recibir una
notificación de terminación con el tiempo necesario para rehacer su clientela u organizar
sus actividades sin sufrir perjuicio. Si no hay los “períodos” a los que se refiere el artícu-
lo 1943, porque se ha contratado por una sola remuneración total y la obra intelectual no
es partible, tendrá que indemnizarse por todo el perjuicio que se siga para el profesional
o para el cliente.
25.9. El artículo 1945 prevé la cesación intempestiva de los servicios por parte del
profesional, y le sanciona con la pérdida del derecho a desahucio y aún no podrá cobrar
los gastos de viaje.
25.10. Termina el parágrafo que estamos exponiendo, con el artículo 1947, que dice:
“Los servicios inmateriales que consisten en una larga serie de actos, como los de escri-
tores asalariados para la prensa, secretarios de personas privadas, preceptores, ayos,
actores y cantores, se sujetan a las disposiciones del Código del Trabajo y a las leyes
especiales respectivas”. Prácticamente nada agrega esta disposición a lo que ya está
dispuesto por el mismo Código, ya que es evidente que prevalecen las disposiciones
especiales sobre las generales, tal como se declara en los artículos 4 y 12. El concepto
de “largo tiempo”, por otra parte, además de ser muy impreciso no es precisamente lo
que determina que estos servicios deban considerarse regulados por el Código del Tra-
bajo -que más bien exige una relación de dependencia- o por las leyes especiales, que
exigen otros requisitos, como el título profesional.
común con los de prestación de obra inmaterial, que predomina en ellos el aspecto inte-
lectual sobre el de mano de obra, en cambio, se diferencian en que no requieren una
preparación mediante largos estudios. Sobresalen en éstos algunos aspectos de índole
artístico o técnico que les dan también una figura peculiar. Todos presentan singular
relación con cuestiones de índole ético que no se destacan tanto en los contratos de
ejecución de obra.
26.2. El contrato de edición ha sido considerado por algunos como un contrato de eje-
cución de obra, por otros, como un mandato, una venta o cesión onerosa de derechos,
una sociedad, etc. En realidad, no reúne todos los requisitos para encasillarse en una de
esas categorías y debe considerarse como un contrato peculiar, como opina Borda.
El autor de una obra literaria, artística o científica confía a otra persona el ponerla a la
disposición del público, sea mediante la edición de un libro, folleto o publicación en la
prensa, o bien mediante otros medios de divulgación como las grabaciones electróni-
cas o transmisiones radiales, televisivas, cine, videocassettes u otros medios electróni-
cos de reproducción, etc.
El autor conserva los derechos de traducir, o permitir que otros traduzcan, transformar,
abreviar o ampliar su obra, y aún puede destruirla. Puede también autorizar a otras per-
sonas para introducir esas modificaciones. Puede mantener la obra inédita, así como
publicarla con su nombre o con un seudónimo; oponerse a toda deformación; puede
retirar la obra de poder del empresario después de haberle autorizado su uso, pero en tal
caso deberá indemnizarle y deberá respetar los términos del contrato.
La ley trae también detalles sobre los contratos de reproducción fotomecánica, transmi-
sión radial, cinematográfica u otras similares.
26.4. Las obras plásticas (pintura, escultura, grabado, etc.) tienen también peculiares
normas, como la del artículo 38 de la ley: “Si el original de una obra de arte plástico, o
el manuscrito original del escritor o compositor fuere revendido en pública subasta, o si
en dicha reventa interviniera directa o indirectamente un comerciante de tales obras en
calidad de comprador, vendedor o agente, el vendedor deberá pagar al autor o a sus
herederos, según corresponda, una participación equivalente al cinco por ciento del
precio de venta, salvo pacto en contrario. Este derecho es irrenunciable e inalienable.”.
Se trata de una regalía privada, bastante original y un tanto difícil de exigir en la prác-
tica.
26.5. La protección de la ley a los derechos económicos del autor dura cuanto la vida de
éste y después de su fallecimiento por setenta años. (artículo 80). Se dan normas espe-
ciales para el caso de varios autores, de obras colectivas, de obras póstumas y de obras
anónimas o bajo seudónimo.
26.6. También están regulados por esta ley, los derechos de los artistas, intérpretes y
ejecutantes (artículos 88 a 91, 95, 105, 324).
26.7. Nada se dice, en cambio, de los derechos del público, de la persona que adquiere
una entrada para uno o más espectáculos. Este contrato se suele llamar generalmente de
compra, pero más bien se trata de la cesión de un derecho parcial de uso y goce. A veces
adquiere claramente la figura de un arrendamiento momentáneo de un sitio (palco,
asiento en un estadio, etc.). Se trata de un contrato consensual que no exige ninguna
formalidad especial, aunque para efectos prácticos se suele emitir un boleto o billete, la
“entrada”, que permite al usuario hacer efectivo su derecho. Las costumbres regulan
algunos extremos de este contrato, como las exigencias de indumentaria, de conducta y
de derecho de manifestar la aprobación o disgusto por el espectáculo, dentro de ciertas
condiciones de moderación.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 363
26.9. Los contratos de un club o una persona natural o jurídica con deportistas, relati-
vos a la actividad de éstos, normalmente para ser presentada como espectáculo público
pagado, presentan alguna dificultad de calificación. Hay quienes simplemente los consi-
deran como un contrato de trabajo, pero la índole de la actividad deportiva no parece
adecuadamente encuadrada en el concepto de relación laboral; hay, sin duda, cierta
subordinación del deportista, pero no para la creación de un objeto sino para la presta-
ción de un servicio de recreación a terceras personas – el público anónimo -. Hay tam-
bién regulaciones, incluso internacionales, que configuran estos contratos como una
categoría especial, con cierta analogía con el contrato de trabajo.
26.10. Otra serie de contratos afines a los anteriores, son los de servicios de telecomu-
nicaciones, que se instauran entre entidades públicas o grandes empresas privadas con
un grupo indefinido de personas; prácticamente, quedan abiertos a la aceptación de
cualquier persona, aunque se pueden concretar más precisamente con determinados
abonados para el uso regular de la telefonía, la radiotelefonía, la transmisión por diver-
sos medios técnicos, como los que utilizan satélites artificiales, etc.
La Ley para la transformación económica del Ecuador,2 dispone que “Todo usuario
tiene derecho de recibir el servicio en las condiciones contractuales estipuladas con el
proveedor del servicio, y a que dichas condiciones no sean modificadas unilateralmente
sin su consentimiento, salvo fuerza mayor, y a ser indemnizados por incumplimiento de
dichos términos contractuales por parte del proveedor del servicio”. Indudablemente
estos contratos, que ahora son frecuentísimos y adquieren mucha importancia en la vida
económica de las personas y empresas, colocan al usuario en una situación de inferiori-
dad y difícilmente puede hacer valer sus derechos, aunque la ley los garantice. Se re-
quiere un perfeccionamiento de los procedimientos para la defensa del consumidor de
estos servicios.
2
Ley 2004-4, publicada en el Registro Oficial 548 del 31 de mayo de 2000.
364 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
La misma Ley, garantiza el secreto de estas comunicaciones, lo cual pone de relieve los
aspectos éticos que predominan en estos contratos. Igualmente los diversos contratos
con profesionales entrañan singulares obligaciones de carácter moral, como las del
secreto en los casos de médicos, abogados, contadores, etc. y en todos ellos, las que
provienen de la necesaria capacidad para atender competentemente a los clientes. Otros
deberes que cabe citar, que participan de lo jurídico y lo ético, se refieren al respeto de
la dignidad humana, los sentimientos y convicciones de las personas, y el decoro, la
fidelidad y lealtad de los profesionales con relación a sus clientes.
27.1. El Código Civil dedica al contrato de transporte el Parágrafo 9º. del Título XXV
que trata del arrendamiento, en el Libro IV; son los artículos 1948 a 1956. Se trata de
pocas normas, pero esenciales, que contrastan con la larga regulación de este contrato en
el Código de Comercio (artículos 205 a 261, además de los relativos al transporte marí-
timo, en los artículos 763 a 918). Además, tenemos normas sobre el contrato de trans-
porte, dispersas en las leyes de Tránsito y Transporte Terrestre y de Transporte Aéreo.
Este fenómeno se da también en otros países y lo anotan los comentaristas, por ejemplo,
de España. El motivo de esta desproporción se explica porque mientras el derecho civil
contiene las normas fundamentales, los contratos de índole mercantil descienden a nu-
merosos detalles de carácter más bien reglamentario y muchas veces administrativo.
27.2. Con acierto afirma una sentencia española, citada por Diez-Picazo, que aunque
este contrato se sitúa entre los diversos arrendamientos, se hace para la ejecución de
una obra: el porteador no se obliga solamente a desplegar una actividad, sino a conse-
guir un resultado, el traslado de las personas o mercancías de un lugar a otro.
Como señala Puig Peña, otra nota fundamental de este contrato consiste en la “custodia”
de las cosas o personas que se transportan. Esto aproxima este contrato al de depósito.
Según, Lacruz Verdejo, apoyado en la jurisprudencia, cuando se consignan objetos de
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 365
Los “contratos por adhesión”, se han generalizado en esta materia, sobre todo en el
ámbito comercial. Así suelen ser los boletos de viajes aéreos, marítimos o en ferrocarri-
les o autobuses de línea. El pasajero o cargador de mercancías, adquiere su boleto me-
diante el pago, y se somete a las cláusulas contractuales que figuran normalmente en
letra muy pequeña, como invitando a que no se lean. La relativa voluntariedad del
sometimiento a dichas condiciones hace que en muchos casos resulten impugnables esas
cláusulas que prácticamente no ha conocido el contratante.
La prueba de la existencia del contrato, según enseñan Aubry y Rau, puede realizarse
simplemente por testigos, cuando el transportador ejerce habitualmente ese oficio, pero
si se trata de persona que no lo hace como profesión, sino esporádicamente, entonces se
requeriría un principio de prueba por escrito, por ejemplo el boleto, aunque no exprese
detalladamente las condiciones del contrato.
27.5. En nada cambia la relación contractual el hecho de que el destinatario del transpor-
te sea el mismo consignante o una tercera persona. Tampoco modifica las relaciones
contractuales de transporte la circunstancia de que el cargador sea o no dueño de las
mercancías, o bien que la propiedad de ellas se transfiera, precisamente al momento de
la consignación o al momento de la entrega.
Nuestro Código, como en general la doctrina, asimilan el acarreador -que adopta diver-
sos nombres según el medio utilizado, como carretero, naviero, etc.- y el empresario de
transportes. Sin embargo, en las grandes empresas de transportes, uno es el empresario
y otro puede ser el transportador efectivo, que obra por encargo y bajo la dependencia
del empresario, como formando una sola parte con él.
Esta responsabilidad implica culpa del transportador, y, con mayor razón, si hubiera
actuado dolosamente.
El Código distingue los daños causados a las personas y los que pueden sufrir las cosas
transportadas.
Los daños concretamente imputables al acarreador, por perjuicios causados a las perso-
nas, son, según el inciso primero del artículo 1950, los que “sobrevengan por la mala
calidad del carruaje, barco o navío en que se verifica el transporte”. Pero habría que
añadir otras causas que igualmente le responsabilizan: la impericia de quien conduce, la
falta de cumplimiento de los reglamentos de tránsito, la imprevisión para evitar casos
fortuitos que podrían impedirse con la debida prudencia.
Respecto de las cosas, el segundo inciso del mismo artículo dice: “Es –el transportador-
así mismo responsable de la destrucción y deterioro de la carga, a menos que se haya
estipulado lo contrario, o que se pruebe vicio de la carga, fuerza mayor o caso fortuito”.
27.7. A su vez el cargador o consignante de la carga responde de los daños que pueda
ocasionar al vehículo o a otras mercancías transportadas, por defectos o vicios de sus
cosas. Por ejemplo, vegetales afectados por una plaga que se transmite, o animales no
debidamente sujetos que causan destrozos, líquidos inflamables contenidos en recipien-
tes inseguros, etc.
Las obligaciones del que contrata el transporte son: 1º. Consignar la mercancía o
acudir la persona al lugar y en el tiempo convenidos para iniciar el transporte; 2º. Pagar
el flete o precio del transporte; 3º.Cumplir lo que a él atañe de los reglamentos de tránsi-
to; 4º. Indemnizar los daños causados por su culpa, como ya se ha dicho.
En cuanto al pago del precio, el Código señala el raro caso de la mujer que da a luz
durante el viaje, y dispone que no habrá aumento de pasaje o flete, por este aconteci-
miento (artículo 1952).
El incumplimiento del pago del precio confiere al transportador un privilegio sobre las
mercancías del cargador, para cobrar. Podrá pedir su embargo y remate y el crédito del
transportador se pagará de preferencia a otros créditos comunes. Así se dispone en el
artículo 2373 numeral 2º.
27.8. Las obligaciones del acarreador o transportista son: 1º. Recibir las personas o
cosas que reúnan los requisitos reglamentarios para el transporte; 2º. Efectuar el trans-
porte hasta el lugar y en el tiempo convenidos; 3º. Indemnizar de los daños producidos
por su culpa o dolo.
27.9. No se dan normas especiales sobre la terminación de este contrato, y por lo mis-
mo, se aplican las reglas generales. Solamente se considera el caso de la muerte del
acarreador o del pasajero, que no da fin al contrato; y las obligaciones se transmiten a
los respectivos herederos, “sin perjuicio de lo dispuesto sobre fuerza mayor o caso for-
tuito”.
Esta última expresión resulta un tanto enigmática. Pienso que se refiere a la muerte del
pasajero antes de tomar el medio de transporte: este caso fortuito, no daría lugar a que el
transportador deba llevar el cadáver. En los viajes marítimos, tampoco resulta posible
trasladar el cadáver del que fallece a bordo y se lo sepulta en el mar, salvo que falte muy
poco tiempo para poder desembarcar.
CAPÍTULO XV
LA SOCIEDAD
1. Reglas generales
También nuestro Código Civil presentaba algunos rasgos de aquella deformada e injus-
tificable oposición a las diversas formas asociativas: existían trabas para su constitución,
para su vida social y sobre todo para la adquisición y el traspaso de bienes, principal-
mente inmuebles; esto se ha corregido por varias reformas al texto del Código y, ade-
más, han surgido nuevos cuerpos legales que acogen y desarrollan favorablemente el
fenómeno social: el Código de Comercio, las diversas leyes de Compañías, las leyes de
Cooperativas, de Mutualistas, las que regulan las asociaciones campesinas, las de índole
laboral (sindicatos, comités de empresa), etc.
Puede afirmarse que la vida jurídica moderna gira en torno a las sociedades más que a
los simples derechos individuales. Además, el movimiento societario ha adquirido di-
mensiones internacionales: los mismos Estados se asocian en organizaciones de índole
mundial (Sociedad de las Naciones y Organización de las Naciones Unidas, o sus diver-
370 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Por todo esto, las disposiciones del Código Civil revisten una especial importancia, ya
que contienen los principios básicos de las sociedades, que han servido de patrón para
los ulteriores desenvolvimientos de la doctrina jurídica y para la diversificación en los
varios cuerpos legales.
El Código Civil trata del tema asociativo en dos lugares: en el Libro I, el título XXX
De las Personas Jurídicas, y en el Libro IV, el Título XXVI De la Sociedad.
El Título XXVI del Libro IV se refiere, pues, al contrato de sociedad, y se aplica a las
que el mismo Código califica de “sociedades industriales”, es decir, a las que tienen
una finalidad lucrativa y suponen el desempeño de actividades “industriales” en sentido
amplio, o sea, cualquier clase de trabajos, servicios, funciones, empleos, profesiones,
artesanías u otras labores dirigidas a conseguir una utilidad apreciable en dinero.
Las asociaciones presentan una gran analogía con las sociedades, pero se diferencian
precisamente en que las primeras no persiguen una finalidad lucrativa, mientras que esto
es propio de la sociedad. Las asociaciones pueden proponerse ideales culturales, políti-
cos, religiosos, deportivos, de beneficencia, arte, etc. y, aunque impliquen un ejercicio
económico, no se proponen una utilidad crematística divisible entre los asociados.
Hay una verdadera unanimidad en las definiciones de muchos autores y en los textos
legales, que coinciden con la clara expresión de nuestro Código Civil en el artículo
1957: “Sociedad o compañía es un contrato en que dos o más personas estipulan poner
algo en común, con el fin de dividir entre sí los beneficios que de ello provengan.- La
sociedad forma una persona jurídica, distinta de los socios individualmente considera-
dos”.
Lo esencial es evidente: se trata de una unión de personas para conseguir una finalidad
común: esta unión se verifica mediante aportaciones, sea de dinero, otros bienes mate-
riales, derechos o servicios.
Nada impide, por el contrario, que los socios valoren ciertos servicios o situaciones
especiales de algunos de ellos (por ejemplo su situación económica, su estado civil de
viudez, su salud o invalidez, etc.) o cualidades singularmente importantes para la buena
marcha del negocio, para que los socios resuelvan dividirse las ganancias de un modo
desigual. Esto significa, simplemente, que, además de las aportaciones monetarias,
372 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
caben otras, y también que, ciertas consideraciones humanas pueden mejorar la condi-
ción de alguno o algunos socios, siempre que esto no llegue a desfigurar el concepto de
sociedad como contrato de índole lucrativo. En una palabra, no se puede admitir la
ficción o simulación de sociedad para encubrir donaciones.
Aunque la sociedad puede pactarse entre dos personas, generalmente son más e incluso
pueden ser numerosas. Los socios ocupan una situación jurídica fundamentalmente
igual, aunque caben algunas excepciones.
Esa contribución de los diversos socios que persiguen una finalidad común, hace que
surja la persona jurídica, cuyo concepto el artículo 1957 incluye en la definición de la
sociedad. Esto se ha de tener muy en cuenta para determinar la naturaleza jurídica, pues-
to que estamos ante un contrato de carácter “organizativo”, que origina un nuevo sujeto
de derechos y obligaciones.
La sociedad es un contrato oneroso, ya que todo socio debe necesariamente aportar algo
económicamente apreciable en dinero, sean bienes materiales o inmateriales (como
conocimientos o trabajos). El carácter oneroso, implica que no puede concederse una
ganancia a quien no contribuya con un aporte. La exclusión de las ganancias, o el reser-
var las ganancias a uno solo (que supondría excluir a los demás), no está permitido:
sería una sociedad leonina. Lacruz Berdejo destaca el hecho de que el socio que aporta
un bien que resulta reivindicado por un tercero, queda obligado a sanear la evicción e
indemnizar a la sociedad, como consecuencia del carácter oneroso del contrato.
Este es un contrato de tracto sucesivo, que no se agota o cumple en un solo acto, sino
que implica una vida jurídica prolongada. Generalmente la duración de la sociedad es
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 373
indefinida, para toda la vida de los socios o para un período largo. Puede, sin embargo,
contratarse sociedad para un solo negocio, por ejemplo, la construcción y venta de una
casa.
La sociedad se contrae entre personas que se brindan una mutua confianza, de modo
que el vínculo jurídico se fundamenta en consideraciones personales: es un contrato
intuitu personae. Esta característica, tiene consecuencias sobre la vida de la sociedad y
sobre la terminación.
Sobre qué clase de contrato sea la sociedad, afirma Lacruz Berdejo: “Se ha dicho que la
sociedad es un contrato preparatorio, y lo mismo se podría decir del matrimonio, con
igual desacierto. El pacto entre los socios no prepara otros contratos, si bien predispone
una nueva individualidad destinada casi siempre al tráfico, en el cual actuará mediante
contratos. Tampoco es un contrato marco, es decir, trazando las líneas de ulteriores
convenciones. Lo que singulariza a la sociedad frente a los demás contratos es ese status
que nace como resultado perseguido por las partes; status o individualidad jurídica en
cuyo marco los socios van a desarrollar, en cumplimiento del fin social, múltiples con-
374 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Hoy día nadie niega que la sociedad se constituya mediante un contrato; así mismo, se
ha afianzado el concepto de que este contrato, por sus características, da origen a una
“institución” o conjunto de vínculos jurídicos muy complejos, que le sitúan frente a la
sociedad general como un sujeto de derechos y obligaciones. Se puede calificar, pues,
de contrato institucional, estructural u organizador.
Los antiguos autores negaban la personalidad jurídica a las sociedades civiles; así
Aubry y Rau consideran que la sociedad no es persona jurídica. El razonamiento de
estos autores se vinculaba con el hecho de que las sociedades civiles se pueden formar
por simple consentimiento, mientras que las comerciales requieren de formas solemnes,
y las primeras, si quieren ejercitar habitualmente actos de comercio se ven obligadas a
cumplir esas formas solemnes, aunque pueden realizar actos aislados de carácter mer-
cantil.
Nuestro derecho positivo es preciso en esta materia: tanto la definición del Código
Civil, como el artículo 2 de la Ley de Compañías, afirman que las sociedades o compa-
ñías son personas jurídicas. La Ley citada, expresamente se refiere a las cinco clases
de compañías a las cuales se reconoce la personalidad (en nombre colectivo, en coman-
dita, de responsabilidad limitada, anónimas y de economía mixta), mientras que no tiene
personalidad jurídica la “compañía accidental o cuentas en participación”.
Puig Peña señala las siguientes consecuencias de la personalidad jurídica de las socie-
dades: 1. Tienen domicilio propio; 2. Son capaces de adquirir, enajenar y contraer obli-
gaciones; 3. Su patrimonio está separado del de los socios y garantiza a los acreedores
de la sociedad; 4. No pueden compensarse créditos de la sociedad con los de un socio;
5. Los socios, durante la sociedad, tienen un crédito contra la sociedad.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 375
Planiol y Ripert, a su vez, indica las siguientes consecuencias, que en parte coinciden
con lo del autor citado, pero agrega algo más: 1. Son distintos los derechos de los acree-
dores sobre los bienes de la sociedad y sobre los bienes de los socios; 2. La quiebra de la
sociedad y la quiebra de los socios producen efectos diversos; 3. No se compensan los
créditos ni las deudas de terceros frente a la sociedad o un socio; 4. La sociedad es re-
presentada en juicio; 5. Tiene domicilio y nacionalidad.
Sobre el nombre, el artículo 1966 dice: “Se prohíbe a los socios comanditarios incluir
sus nombres en la razón social”, con lo cual, por sentido contrario, se permite a los
socios colectivos el incluir sus nombres, y esta es la costumbre tan generalizada que,
quizá por ser el uso universal, ni siquiera se ha mencionado de modo directo en el Códi-
go. El artículo 36 de la Ley de Compañías sí ordena expresamente que en las sociedades
colectivas figure el nombre de todos los socios o algunos de ellos. La “razón social”,
puede agregar a dichos nombres otra especificación, como por ejemplo la que indique el
ramo principal de los negocios (compañía exportadora, de bienes raíces, productora, de
transportes, etc.). En las compañías comerciales en comandita, la inclusión de un nom-
bre en la razón social, implica que tal persona asuma las obligaciones de los socios
colectivos (artículo 74). Las comerciales de responsabilidad limitada y las anónimas, se
identifican por una razón social “objetiva”, que ha de indicar el objeto o finalidad prin-
cipal (Industrial, agrícola, constructora, etc.) debiendo distinguirse de otras que tengan
la misma finalidad, por algún otro medio (por ejemplo señalando el origen o domicilio o
con un nombre abstracto, como “del Pichincha”, “Filantrópica”, etc.)
A propósito del nombre, Borda señala que las sociedades civiles pueden tener un nom-
bre, pero que no es obligatorio. En las colectivas se incluye el nombre de uno o más
socios y no se puede usar el de quien no sea socio. El incluir el nombre de un extraño
induciría a error a terceras personas, y se podrían seguir daños y perjuicios sujetos a
indemnización. El extraño cuyo nombre se ha incluido, sólo podría reclamar indemniza-
ción si no consintió, y los terceros se responsabilizarán por perjuicios solamente si hubo
mala fe.
Una sentencia de casación de Colombia dice con mucha precisión: “El nombre o firma
social, que por la naturaleza y fines del contrato es requerido en la organización de las
376 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
En cuanto al domicilio, las sociedades tanto civiles como las mercantiles, debe señalar-
se en el mismo contrato social y nada impide para que posteriormente adquieran nuevos
domicilios, sobre todo en el caso de establecer agencias o subsidiarias (artículo 4 de la
Ley de Compañías). Toda compañía que se constituya en el Ecuador tendrá su domicilio
principal dentro del territorio nacional (artículo 5). Nada impide que tenga domicilios
especiales y secundarios en el extranjero, para actividades concretas que allí se desarro-
llen.
Los elementos esenciales aparecen en la definición y en los puntos que preceden, pero
se sintetizan en este lugar. Se debe considerar que no hay sociedad si faltan uno o más
requisitos esenciales. Según las disposiciones legales, la doctrina y la jurisprudencia,
esos elementos son los siguientes:
1. Reunión de dos o más personas que se proponen un fin común de manera estable.
El artículo 1959 dice: “No hay sociedad si cada uno de los socios no pone alguna cosa
en común, ya consista en dinero o efectos, ya en una industria, servicio o trabajo apre-
ciables en dinero.
Las aportaciones deben ser reales, no simuladas o simplemente imaginarias, puesto que
en ese caso, también la sociedad sería fantástica. Así, la aportación de industria supone
capacidad legal de desempeñar actualmente o en un próximo futuro la correspondiente
actividad profesional, artesanal o del oficio; hay labores, como las de los médicos, abo-
gados y otros profesionales que no se realizan legalmente sin tener el debido título; otras
actividades, requieren permiso o concesión, como sucede con explotaciones mineras,
transportes, etc. La carencia e imposibilidad de conseguir estas facultades de actuación
legal, harían nulo el aporte y la misma sociedad si depende totalmente de él.
Los bienes constituidos en patrimonio familiar, según dispone el artículo 840, “no
podrán ser objeto de división, comodato, sociedad, renta vitalicia ni anticresis, sino de
acuerdo con este Título” (que es el XI del Libro II). No se trata, pues, de una prohibi-
ción absoluta de enajenar, sino que se requiere la intervención del juez para dar el per-
miso correspondiente, probada la conveniencia del acto. Podría, eventualmente, conce-
derse tal permiso para que se aporte el patrimonio familiar para constituir una sociedad,
siempre que se reemplacen los bienes aportados, por otros, para que se conserve íntegro
el patrimonio familiar, según el artículo 851 numeral 4º. En cambio, la constitución de
sociedad, con aporte de bienes del patrimonio familiar, sin subrogarlos, solamente pare-
ce posible en la aparcería, aplicando el artículo 841. Este permite contratar aparcería,
con autorización judicial, por causas de necesidad o conveniencia calificadas con au-
diencia del ministerio público.
Hay que considerar también lo relativo a las cláusulas que limitan las ganancias o ex-
cluyen de la responsabilidad por pérdidas; lo esencial es solamente que debe haber
participación en las utilidades y en las pérdidas. Borda señala que es lícita la cláusula
que priva a uno de los socios de su derecho a la participación en las ganancias, cuando
los gastos, por culpa suya, han excedido cierta proporción. Igualmente, es posible des-
378 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
cargar a uno de los socios de cierta parte de la responsabilidad por las pérdidas; esto es
frecuente en el caso del socio industrial.
Algunos consideran como elemento esencial, que la sociedad cuente con órganos, ya
que sin cierta estructuración, resultaría imposible la vida jurídica de la sociedad y sería
más bien un aglomerado informe de personas. Pero, no se requiere que el contrato social
necesariamente precise cuáles han de ser esos órganos, y el derecho prevé la forma de la
administración de las sociedades que no hayan previsto expresamente este punto, como
se verá al tratar de la administración.
Tampoco considero que se pueda incluir entre los elementos esenciales la “affentio
societatis”, como piensan ciertos autores y se ha recogido, por ejemplo en una sentencia
de la casación colombiana. Efectivamente, esta voluntad de formar la sociedad, es más
bien el contenido esencial del consentimiento que han de dar los socios, y éste se com-
prende, dentro de los requisitos esenciales de cualquier negocio jurídico, aunque tenga
algún matiz especial en el caso de la sociedad.
Los requisitos de validez del contrato de sociedad son los generales de todos los contra-
tos; se requiere: capacidad de las partes, consentimiento sin vicios, objeto y causa lícitos
y forma adecuada. Sin embargo, hay algunas peculiaridades que observar en el caso
concreto de este contrato.
Como la sociedad implica un aporte de cada socio, éstos han de tener capacidad de
disponer de sus bienes, de enajenarlos o gravarlos; aún el que solamente contribuirá
con su industria, aporta bienes que de otro modo le pertenecerían: el producto de su
trabajo.
Quienes están bajo tutela, curaduría o patria potestad, solamente pueden actuar válida-
mente con la autorización de su representante legal, o por medio de él. Pero los guarda-
dores no tienen facultad de enajenar o gravar libremente los bienes del pupilo, si son
inmuebles o preciosos (artículo 418), sino que deben obtener licencia judicial. Por otra
parte, tampoco pueden libremente los representantes legales, realizar negocios en los
que ellos mismos tengan interés o lo tengan “sus socios de comercio”, según dispone el
artículo 437; necesitan autorización de los otros guardadores, si los hay, o del juez. Esta
disposición transparenta la analogía existente entre lo vínculos familiares y los que crea
la sociedad, ya que de la misma manera que se prohíben los actos en que tenga interés el
cónyuge o los parientes del guardador, se prohíben también respecto de su socio. Se
alega que en el caso de la sociedad no hay contraposición de intereses entre los socios,
sino más bien la voluntad conjunta que tiende a un propósito participado por ellos, pero
esto no quita que el aporte de cada uno suponga un desprenderse de algo, y por lo mis-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 379
En el derecho español, como enseña Diez-Picazo se prohíben las sociedades entre per-
sonas que no pueden hacerse donaciones, para evitar que estas donaciones se realicen en
forma simulada, bajo la apariencia de sociedad. En España se prohibían las donaciones
entre cónyuges hasta una reforma del año 1981, por tanto, en ese país ya no hay dificul-
tad de que se forme una sociedad en la que intervengan los cónyuges. Otros autores
españoles, como Puig Peña opinaban que no podían celebrarse contratos de sociedad
entre los cónyuges, por el peligro de que desvirtuaran el régimen matrimonial de bienes
o alteraran las capitulaciones matrimoniales; Castán, sin embargo era favorable a la
celebración de estos contratos y De Buen consideraba que eran posibles en el régimen
de separación.
Con acierto señala Borda que, en caso de simulación, los consocios si conocen la con-
dición del falso socio, no pueden reconocerle ningún derecho; si la ignoraban, pueden
demandarle a él o al verdadero socio. Los terceros tienen frente a él todos los derechos y
obligaciones como si realmente fuera socio, porque la simulación no tiene por qué per-
judicarles.
El objeto del contrato de sociedad consiste en el lucro que se ha de repartir entre los
socios. Pero esta utilidad se debe obtener mediante acciones o negocios, los cuales se
consideran como el objeto más específico y estos medios deben ser determinados y
lícitos.
Esa actividad determinada a la que se dedicará la sociedad, naturalmente, tiene que ser
lícita. La asociación para el delito, está tipificada como un delito en el 369 del Código
Penal, además de que se definen otras figuras delictivas que suponen cierta asociación
de personas en varios otros artículos, principalmente: 118, 131, 221, 222, 363, 364y
404.
Sin llegar a constituir delitos, se dan determinadas actividades que no están protegi-
das por el derecho y que, por atentar de alguna manera contra el bien común, tampoco
pueden ser objeto del contrato de sociedad, tal sería el caso de una casa de tolerancia o
de asociación para conseguir un monopolio (sin llegar al extremo previsto en los artícu-
los. 363 y 364 del Código Penal), o para realizar contrabando en otro país (en el Ecua-
dor sí sería delito), etc.
Finalmente, hay ciertas prohibiciones de índole civil, que harían igualmente ilícito el
contrato de sociedad. En este orden estaría la aportación de una herencia o legado futu-
ros, que no son susceptibles de convención. A diferencia de otros sistemas jurídicos, el
ecuatoriano prohíbe las sociedades universales, excepto entre cónyuges.
Dice así el artículo 1960: “Se prohíbe toda sociedad a título universal, sea de bienes
presentes y venideros, o de unos u otros.- Se prohíbe así mismo toda sociedad de ganan-
cias, a título universal, excepto entre cónyuges.- Podrán, con todo, ponerse en sociedad
cuantos bienes se quiera, especificándolos”.
Habría objeto ilícito en la sociedad a título universal, en los términos del artículo trascri-
to. Esta prohibición tiende a velar por la libertad de las personas, ya que una sociedad
de ese tipo, supondría una privación de la libertad concreta de disponer de todo bien;
solamente en la unión matrimonial se permite esta unión tan amplia de bienes, y aún en
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 381
En sistemas, como el español, que permiten la sociedad universal, los bienes aportados
entran a la sociedad por el título de aportación, y según algunos autores, también el
modo de la transferencia del dominio sería la constitución de sociedad y así pasarían
los bienes por una sucesión que no es hereditaria. En el Ecuador, el título, indudable-
mente es el de aportación a la constitución de sociedad, el contrato, pero el modo de
transmisión del dominio tendría que ser necesariamente la tradición, que en el caso de
inmuebles se realiza por la inscripción en el Registro de la Propiedad. Esta es otra razón
para no admitir entre nosotros otra sociedad universal fuera de la conyugal: los bienes
deben entregarse individualmente considerados y si son inmuebles, mediante la inscrip-
ción de cada uno en el respectivo Registro, el del cantón en que estén situados.
Las sociedades civiles anónimas se rigen necesariamente por las reglas del Derecho
mercantil, y tendrán que cumplir todos los requisitos de forma establecidos en la Ley de
Compañías, las demás, bastará que se hagan por escrito y se inscriban cuando hay in-
382 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
muebles, pero bien pueden los socios escoger mayores solemnidades y acogerse para
ello a las exigencias comerciales.
Una sentencia de casación de Colombia afirma que siempre que se trate de una sociedad
anónima, sea civil o comercial, la ley requiere instrumento público, o copia del extracto
de ese instrumento y de los estatutos, para comprobación de su existencia.
Hay obligación de celebrar escritura pública para la unión de dos o más sociedades. Una
sentencia ha declarado sin embargo que la falta de esta solemnidad no impide el conve-
nio privado entre los socios, que surtirá pleno efecto jurídico entre ellos y debe cumplir-
se de buena fe, sin que la prescindencia de la escritura pueda ser alegada por alguno de
los mismos socios en provecho suyo.
Acabamos de mencionar que la falta de la forma exigida en ciertos casos por la ley,
produce el efecto de la nulidad del contrato de sociedad propiamente dicha, pero admite
la sociedad de hecho con ciertos efectos.
A veces se llama sociedad de hecho a la que no consta por escrito; pero propiamente,
no es así, si no se requería tal constancia escrita, simplemente es una sociedad en la que
el elemento consensual ha bastado para su constitución, aunque presente dificultades
probatorias. Así, una sentencia declara: “Dos personas convinieron en poner juntos una
bomba de gasolina y repartirse las ganancias, esta es una sociedad y se formó de hecho:
la prueba consta en varias comunicaciones y gestiones administrativas para conseguir el
permiso de funcionamiento; estos documentos privados, no impugnados, prueban la
existencia de la sociedad y se deben aceptar como prueba idónea y fehaciente de la
sociedad”.
anómala y poco definida, en la que será muy difícil la prueba de los diversos elementos:
cuando comenzó y terminó, qué bienes se aportaron, qué obligaciones incumben a am-
bos socios, qué deberes recíprocos y frente a terceros tienen, etc. La jurisprudencia no
ha logrado aún líneas claras sobre el complicado sistema introducido en el Ecuador con
poca meditación previa del Legislador.
El artículo 1961 dispone: “Si se formare de hecho una sociedad que no pueda subsistir
legalmente, ni como sociedad, ni como donación, ni como contrato alguno, cada socio
tendrá la facultad de pedir que se liquiden las operaciones anteriores y de sacar sus
aportes.- Esta disposición no se aplicará a las sociedades que son nulas por lo ilícito de
la causa u objeto, respecto de las cuales se estará a lo dispuesto por el Código Penal”.
Por consiguiente, la sociedad de hecho no puede producirse sino por defecto de otros
elementos necesarios para la validez, y éstos son la capacidad, el consentimiento sin
vicios y la forma. Lo más frecuente será que exista un defecto de forma.
Ahora bien, si la figura jurídica se presenta con caracteres tales que no puede encuadrar-
se ni en el esquema propio de la sociedad, ni en el de la donación u otro contrato, es
evidente que debe terminar. El Código reconoce a los falsos socios el derecho de “pe-
dir que se liquiden las operaciones anteriores y de sacar sus aportes”. Este punto ha sido
discutido por la doctrina, puesto que, por una parte, nadie puede sacar ventaja o benefi-
ciarse de su propia acción ilegal, por otra, se observa, que si no se liquidan los negocios
realizados, la injusticia puede resultar mayor, ya que todo quedará en manos del que
arbitrariamente se haya apoderado de las cosas. La solución de nuestro Código, sigue
esta segunda tendencia, que parece más equitativa que la primera.
No se dice, en cambio, nada sobre la relación con terceras personas. Si no hay socie-
dad, no se puede concebir que se reclamen derechos frente a terceros, pero éstos resulta-
rían perjudicados, si no pudieran hacer valer de alguna manera sus créditos. La solución
consiste en considerar a los falsos socios como obligados solidariamente frente a terce-
ros, siempre que éstos no hayan obrado dolosamente; se protege así la buena fe de terce-
ras personas que contratan con una sociedad aparente y no real. Pero no se confiere a los
terceros el poder de solicitar la liquidación de la sociedad de hecho, esta facultad se
reserva a los socios.
Una sentencia de la Corte Suprema dice: “Constando que una sociedad colectiva ha
existido de hecho, todos los socios y cada uno de ellos, están sujetos solidariamente a
cumplir las obligaciones que de dicho acto provienen”.
dada, que solamente fue por un año. Mas las sociedad en predios rústicos que se forma-
ron amparadas en el art. 94 de la Ley de Reforma Agraria No. 1430 del 11 de julio de
1964, se disolvieron de pleno derecho, por la disposición transitoria 5ª. de la nueva ley
vigente desde 1974, precepto que consta en la codificación de la Ley de Compañías, en
la disposición transitoria 3ª. Por consiguiente, atenta esta disposición legal, no cabía que
se constituyan sociedades de esta especie, ni aún en la forma que permitía la primera
mencionada ley, mucho menos en el caso que nos ocupa, a lo que se añade, analizada la
prueba del mismo actor, que la sociedad que constituyeron los litigantes, no era ni si-
quiera una sociedad agrícola, sino simulada ya que en el fondo lo que existió fue un
contrato de aparcería como lo evidencian los aportes realizados, pues la demandada
proporcionó la hacienda y el actor el trabajo, para dividirse la producción. La verdad es
que de una u otra manera, contravinieron los preceptos de la Ley de Reforma Agraria,
produciendo la nulidad del convenio según mandato del artículo 115 del referido cuerpo
de leyes y que, por lo mismo, no puede, ni pudo generar derechos para ninguna de las
partes”.
Encuentro también muy interesantes las siguientes dos sentencias de la casación Co-
lombiana: “Es un error considerar que primero debe declararse la nulidad para proceder
a la liquidación, puesto que la sociedad de hecho es reconocida por la ley, sin el cum-
plimiento de formalidades, no puede declararse nula, sino que cada aportante puede en
cualquier momento hacer terminar la situación de hecho y pedir la liquidación”. “De la
actividad en común no puede deducirse la existencia de una sociedad de hecho, si no se
reúnen las siguientes condiciones: 1º. Que se trate de una serie coordinada de hechos de
explotación común; 2º. Que ejerza una acción paralela y simultánea entre los presuntos
asociados, tendiente a la consecución de beneficios. 3º. Que la colaboración entre ellos
se desarrolle en un pie de igualdad, es decir, que no haya estado uno de ellos con respec-
to a los otro, en contrato de arrendamiento de servicios, de mandato o cualquiera otra
convención por razón de la cual uno de los colaboradores reciba sueldo o salario, y esté
excluido de una participación activa en la dirección, en el control, y en la supervigilan-
cia de la empresa; 4º. Que no se trate de un estado de simple indivisión, de tenencia,
guarda, conservación o vigilancia de bienes comunes, sino de verdaderas actividades,
encaminadas a obtener beneficios”. Esta segunda sentencia resume muy bien los
requisitos para que una sociedad se considere de mero hecho, y nos introduce al examen
de las figuras análogas a la sociedad.
El artículo 1961 insinúa la existencia de estas otras relaciones jurídicas que podrían
confundirse con la sociedad o en las que puede derivar la sociedad que no cumple algún
requisito. En este artículo se menciona expresamente la donación y los otros contratos.
Efectivamente, si algún socio no estuviera obligado a alguna aportación, o se establecie-
re que tiene derecho a una parte mayor en las utilidades que la que corresponde a su
aportación, o si se le exonerara de toda participación en las pérdidas o se le impusiera
una obligación proporcionalmente menor a la que le corresponde, en todos estos casos,
se le está haciendo una donación más o menos encubierta.
Hay que distinguir dos situaciones con relación a lo que se acaba de decir. Si se exonera
totalmente de la aportación, se reserva totalmente las ganancias a un socio o se le libera
de toda responsabilidad por pérdidas, no hay sociedad, porque se desvirtúa su carácter
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 385
Otra serie de contratos muy semejantes a la sociedad, son los de asociación. Innumera-
bles iniciativas, generalmente muy valiosas para el bien común, se plasman en asocia-
ciones con fines religiosos, benéficos, educativos, culturales, deportivos, artísticos,
científicos, literarios, técnicos, profesionales, laborales etc. Las personas que se asocian
no persiguen fines lucrativos, pero pueden desarrollar en común una ingente actividad
civil y comercial, con todo género de operaciones y actos o contratos.
Las asociaciones pueden tener utilidades, pero no las reparten entre los asociados, sino
que las destinan a sus finalidades específicas de carácter altruista. Esto no impide que
los mismos asociados reciban algún beneficio indirecto, por ejemplo, su elevación cultu-
ral, social, etc., pero no son nunca partícipes de utilidades: no tienen derecho a las ga-
nancias de la asociación.
En caso de liquidarse la asociación los bienes, tanto de capital, fruto de las aportaciones
de los socios, como las ganancias, se deben destinar a los fines de la respectiva asocia-
ción, disponiendo de ellos la misma asociación o interviniendo la autoridad para asig-
narlos a otra institución similar.
Algunas asociaciones tienen carácter internacional, como por ejemplo, la Cruz Roja,
pero adquieren personalidad jurídica organizándose en el país y sometiéndose al dere-
cho interno, sin perjuicio de lo que les es aplicable del Derecho Internacional.
386 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
La situación de indivisión, presenta notable analogía con la sociedad, pero, como ob-
servaba Pothier, la diferencia radica en el origen contractual de la sociedad, mientras
que la indivisión nace de simples hechos o de actos ajenos a la voluntad de los implica-
dos, por ejemplo, los herederos reciben los bienes del causante a la muerte de éste, y son
titulares en común de todos ellos. Sin embargo, la indivisión puede resultar también de
un acto contractual, como sucede si varias personas compran conjuntamente una misma
propiedad. Planiol define la indivisión como un estado inorgánico, por el que “se pasa”,
con miras a dividirse los bienes, mientras que la sociedad es un “estado buscado” y
organizado, para lucrar gracias a la unión.
El artículo 2205 dispone que “El derecho de cada uno de los comuneros sobre la cosa
común es el mismo que el de los socios sobre el haber social”. Esta equiparación parece
absoluta y determinaría una asimilación de la comunidad a la sociedad; pero, hay que
tomarla con la debida limitación, puesto que el parágrafo 3º. del Título XXXII establece
las normas propias del cuasicontrato de comunidad, y allí se regula lo relativo al pago
de deudas, a los intereses de sumas retiradas por los comuneros, a la contribución para
obras y reparaciones, a los frutos y a las prestaciones a que están obligados los comune-
ros, así como las causas de terminación de la comunidad y la división de los bienes y en
mucho se siguen las reglas para la división de los bienes hereditarios; por todo esto, y
por otras disposiciones como la mencionada en el párrafo anterior, la analogía entre
comunidad y sociedad no es tan amplia como insinúa el artículo 2205. Estamos en el
caso de una remisión por la cual se han de aplicar a la comunidad, ciertas normas pro-
pias de la sociedad; así se ha entendido en algunas sentencias.
Es preciso distinguir las causas de nulidad del contrato de sociedad para apreciar sus
efectos frente a terceros. Si la nulidad proviene de objeto o causa ilícitos, es evidente la
violación de la ley y no puede nacer de ella ningún derecho, en cambio, otras causas de
nulidad pueden ser desconocidas, inculpablemente, por parte de terceros, y entonces
merecen protección por su buena fe.
Explica Lacruz que la sociedad que llama “irregular”, tiene eficacia plena en cuanto a
las relaciones internas, esto es, en cuanto a las deliberaciones y gobierno de la sociedad
ad intra, así como las obligaciones de aportar y la distribución de los beneficios. En el
aspecto externo, frente a terceros, los socios no pueden hacer valer la existencia de la
sociedad, pero sí a la inversa.
Borda opina que los socios que forman una sociedad ilícita no tienen acción entre ellos
para pedir la división de las ganancias o pérdidas de capitales o cosas que aportaron.
Pero otros autores piensan que es más injusto dejar en manos de alguno, que repartir
equitativamente la ganancia. El argumento de Borda consiste en que el que contrata
ilícitamente no merece la protección del Estado. El caso de los terceros de buena fe es
distinto: ellos no han intervenido en el contrato ilícito y por esto son protegidos. Ahora
bien, si los terceros han obrado a sabiendas de la asociación ilícita, ya no estarían de
buena fe ni merecerían la protección jurídica.
388 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Los socios no pueden alegar la existencia de la sociedad irregular, frente a terceros; pero
los terceros de buena fe sí pueden alegar contra los socios dicha existencia de una socie-
dad y los socios no podrían oponer la excepción de nulidad, porque nadie puede fundar-
se en su propia falta para alegar un derecho. El tercero de mala fe no tiene ni acción ni
excepción. La solución dada por nuestro Código, sigue estas líneas de la doctrina y por
esto, responsabiliza a los socios, como si fueran deudores solidarios, de modo que los
terceros de buena fe pueden perseguir sus créditos, sea demandando a uno o varios
socios, o bien demandando a la falsa sociedad.
2.1. En atención al contenido de las aportaciones: si los socios aportan todos los bienes
sería la sociedad universal; si se aportan determinadas especies, dinero o servicios
limitados, la sociedad es particular. Queda dicho que en el Ecuador solamente se admi-
te la sociedad universal entre cónyuges. Los herederos, antes de la partición, están en un
estado similar, análogo al de la sociedad, pero que más bien se califica de comunidad o
indivisión.
2.2. Siguiendo el análisis del objeto social, se suelen subdividir las sociedades particula-
res en tres categorías: 1. Unius rei, de una sola cosa que se pone en común para explo-
tarla y dividirse las utilidades, por ejemplo una casa que se construye con este objeto
mediante la aportación de capitales de varias personas, o un artefacto elaborado por el
trabajo de varios y que se destina a la explotación en común. 2. Negotiationis alicuius,
para cierta empresa como realizar una urbanización, exportar los frutos de una hacienda,
etc. 3. Para el ejercicio de un arte o profesión, poniendo en común talentos o servicios,
por ejemplo los de un conjunto de abogados que trabajan en el mismo bufete y se repar-
ten los honorarios percibidos, o la compañía teatral en la que se conjugan las actuacio-
nes de diversos actores. Esta subclasificación no presenta mayor utilidad práctica, y
solamente permite considerar la variedad de ámbitos de aplicación del derecho societa-
rio.
Tanto el Código Civil, como la Ley de Compañías – que reemplaza casi íntegramente al
antiguo título del Código de Comercio sobre las compañías1 –, siguen el criterio del
1
El Código de Comercio se expidió en 1978 y rigió las compañías de comercio hasta la expedición de
la Ley de Compañías, que dejó vigentes en el Código solamente dos artículos sobre las compañías
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objeto u objetivo concreto de las sociedades, para distinguir las civiles de las comercia-
les. El artículo 1963 del Código Civil así lo declara y el siguiente artículo incluso, per-
mite que se contrate una sociedad civil, conforme a las normas de las comerciales; a su
vez, la Ley de Compañías, califica como mercantiles a las que se forman “para empren-
der en operaciones mercantiles”, y esto se dice en la definición misma de las compañías
de comercio, en el primer artículo de la ley, de modo que no queda lugar para duda
alguna.
Dice el artículo 1963: “La sociedad puede ser civil o comercial.- Son sociedades comer-
ciales las que se forman para negocios que la ley califica de actos de comercio. Las otras
son sociedades civiles”. Y el artículo 1 de la Ley de Compañías afirma: “Contrato de
compañía es aquel por el cual dos o más personas unen sus capitales o industrias, para
emprender en operaciones mercantiles y participar de sus utilidades. Este contrato se
rige por las disposiciones de esta ley, por el Código de Comercio, por los convenios de
las partes y por las disposiciones del Código Civil” . Por tanto, los dos textos legales
coinciden en que la intención de las partes, determina la categoría civil o mercantil, ya
que han de establecer en el pacto social a qué se van a dedicar.
El artículo 1964 agrega que: “Podrá estipularse que la sociedad que se contrate, aunque
no comercial por su naturaleza, se sujete a las reglas de la sociedad comercial”. Se apli-
can aquí los dos principios mencionados: la preferencia de la ley adecuada a la naturale-
za de cada sociedad, y la libertad de contratar lo que las partes consideren más ade-
cuado.
Si se adopta una forma de sociedad anónima, ésta se regirá necesariamente por el Có-
digo de Comercio o la Ley de Compañías, ya que esta forma se reserva a las compañías
mercantiles. Es una sociedad más bien “de capitales” y no “de personas”, como corres-
ponde a la naturaleza de las sociedades civiles. El artículo 1968 dispone: “Las socieda-
des civiles anónimas están sujetas a las mismas reglas que las sociedades comerciales
anónimas”. Debemos entender que no dejan de ser civiles, pero la sujeción primaria a
las normas comerciales les asimila a éstas, y en cambio, no se les aplicaría las normas
del Código Civil, sino excepcionalmente, en cuanto no se opongan a las comerciales,
sino más bien como derecho supletorio.
de comercio. La primera Ley de Compañías se expidió por Decreto Supremo 64, promulgado en el
Registro Oficial de 15 de febrero de 1964; siguieron numerosas reformas, y se codificó por primera
vez en RO del 19 de julio de 1968; la 2a. Codificación se encuentra en RO del 6 de abril de 1971; la
tercera, en RO de 28 de julio de 1977. Actualmente tenemos una codificación privada, de la Corpo-
ración de Estudios y Publicaciones, de 1999.
390 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Las compañías en comandita por acciones, tienen un carácter mixto: los socios solida-
riamente responsables se rigen por las normas de las compañías colectivas, mientras que
los socios comanditarios tienen las responsabilidades de los accionistas de una compa-
ñía anónima.
Por consiguiente, las sociedades civiles a las que se aplica primera y principalmente el
texto del Título XXVI del Libro IV del Código Civil, son las colectivas y las en co-
mandita. Estas dos formas de sociedad existen igualmente en el plano mercantil y las
regula para esos efectos la Ley de Compañías, pero las civiles, se rigen en primer lugar
por el Código Civil, pudiendo aplicarse las normas mercantiles como supletorias.
2.4. El artículo 1965 reconoce solamente tres formas de sociedad civil: la colectiva, la
en comandita y la anónima. Como se acaba de decir, esta última se regula por el derecho
mercantil, de suerte que quedan únicamente las dos primeras.
El mismo artículo define la sociedad colectiva como “aquella en que todos los socios
administran por sí o por mandatario elegido de común acuerdo”. La forma de adminis-
tración es, indudablemente importante, pero más aún lo es la responsabilidad que asu-
men todos los socios, no solamente hasta el monto de sus aportaciones, sino con todo su
patrimonio personal: esto debía decirse en la definición.
La sociedad en comandita es aquella en que uno o más de los socios se obliga solamen-
te hasta el valor de sus aportes”, dice el siguiente inciso del mismo artículo 1965. Nóte-
se que aquí sí se sigue el criterio de la responsabilidad para caracterizar o definir a este
tipo de sociedad.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 391
Con mayor claridad todavía, la definición del artículo 59 de la Ley de Compañías dice
que: “La compañía en comandita simple existe bajo una razón social y se contrae entre
uno o más socios solidaria e ilimitadamente responsables y otro u otros, simples sumi-
nistradores de fondos, llamados socios comanditarios cuya responsabilidad se limita al
monto de sus aportes”. Aparece nítidamente que la razón social implica responsabilidad
ilimitada; esto se aplica a los socios solidarios, mientras que los que solamente suminis-
tran capital se encuentran en una situación igual que la de los socios de una compañía
anónima: solamente responden hasta el monto de sus acciones.
2.5. Las diferencias entre las sociedades civiles y las comerciales, han quedado esbo-
zadas y se resume en los siguientes aspectos: 1. La finalidad, sean negocios de comercio
u otras actividades no calificadas como comerciales; 2. El régimen, depende del Código
Civil o de las leyes de comercio; 3. Varían las responsabilidades de los socios, como se
verá con más detalle en punto siguiente; 4. Las comerciales requieren formas solemnes,
que no se exigen a las civiles, aunque éstas pueden libremente adoptarlas; y, 5. Las
civiles terminan por muerte de un socio, mientras que las comerciales continúan.
El artículo 1966 establece: “Se prohíbe a los socios comanditarios incluir sus nombres
en la razón social, y tomar parte en la administración.- La contravención a la una o a la
otra de estas disposiciones les acarrea la misma responsabilidad que a los miembros de
una sociedad colectiva”.. En perfecta concordancia con esto, el artículo 59 de la Ley de
Compañías califica a los socios comanditarios como “simples suministradores de capi-
tal”, mientras que los otros socios son “solidaria e ilimitadamente responsables”, como
sucede en la compañía colectiva. No se puede desvirtuar esta estructura básica, intro-
duciendo los nombres de los socios capitalistas en la razón social, ni pueden ellos inter-
venir en la administración; si lo hicieren, la sociedad se asimila a la colectiva, y les
392 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
acarrea la responsabilidad solidaria, propia de los socios colectivos. Las normas civiles
y comerciales coinciden absolutamente en éste, como en muchos otros aspectos.
Por tanto, no se desvirtúa la sociedad colectiva por el hecho de recibir estos capitales
que se aportan por otros. La responsabilidad de los socios colectivos sigue siendo la
misma, y los terceros resultan beneficiados por el incremento del capital de la sociedad
con la que hacen sus negocios. La prohibición implícita en el artículo 1967 es la de
incorporar a los simples aportantes de capital; tal incorporación sólo se hace mediante
acuerdo unánime de los socios y cumpliendo las formalidades que se dirán más adelan-
te.
Finalmente, el artículo 1968 dispone que: “Las sociedades civiles anónimas están suje-
tas a las mismas reglas que las sociedades comerciales anónimas”. La finalidad civil, es
esencialmente “no mercantil”, por lo que se trata de una remisión a las normas comer-
ciales para todo lo relativo a la forma, las aportaciones, la organización, el reparto de
utilidades, la terminación y partición de la sociedad, pero conservando siempre la finali-
dad civil, no mercantil. Por ejemplo, un grupo de artistas forman una sociedad para
representar obras de teatro, o varios arquitectos trabajan en un estudio común y aportan
capitales y trabajos estimados en forma de acciones: se constituye una sociedad civil ya
que la finalidad lo es, pero, dada la modalidad de sociedad anónima, se regirá por las
normas de la Ley de Compañías, propias de las compañías de comercio.
El artículo 143 de la Ley de Compañías no hace otra cosa que reiterar lo dicho ya en el
Código Civil, respecto de las sociedades anónimas: éstas “se sujetan a todas las reglas
de las sociedades o compañías mercantiles anónimas”. En el mismo artículo se señala
que la responsabilidad de los socios se limita al monto de sus acciones.
2.7. Otro tipo de sociedad tuvo vigencia en nuestro sistema jurídico, por un tiempo
reducido: la sociedad en predios rústicos. Ésta, por su origen era una sociedad civil;
quizás, la más antigua de las que ha conocido la humanidad y la que originó los primiti-
vos desarrollos del derecho societario en el Derecho Romano. Se reguló en el Ecuador
por la Ley de Reforma Agraria de 1964, pero en la nueva ley que la sustituyó en 1971,
se suprimió esta forma de sociedad. En realidad podía haberse conservado y desarrolla-
do para dar un modelo de colaboración del capital y el trabajo en la explotación de la
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tierra, pero se produjeron algunas dificultades por el deseo del Legislador de eliminar
las formas de “trabajo precario”, y la jurisprudencia encontró dificultades al momento
de aplicar la norma legal, razones por las cuales probablemente se suprimió. Se agrega a
lo dicho, que tal vez, se puede lograr igual finalidad siguiendo los esquemas más cono-
cidos de las compañías colectivas, en comandita o por acciones anónimas.
3.1. El parágrafo 3º. del Título XXVI del Libro IV del Código Civil anuncia en su
acápite que tratará “De las principales cláusulas del contrato de sociedad”. Más exacta-
mente se señalan algunas normas generales a toda clase de sociedades, que, precisamen-
te por ser muy generales, se sitúan antes de tratar específicamente de las relaciones entre
los socios o de éstos con terceros; así se explica por qué algunos asuntos se vuelven a
abordar más adelante. Estos artículos tratan de lo siguiente:
3.3. Las partes pueden establecer en el contrato social con precisión los momentos del
principio y del fin de sus relaciones. Esas normas convencionales prevalecerán, sin
perjuicio de otras causas extrañas que puedan sobrevenir y alterar tales previsiones.
Se puede contratar por tiempo indefinido, a perpetuidad; o bien, señalar plazos fijos de
comienzo y terminación, sea por fecha cierta y determinada, o sea por remisión a un
acontecimiento previsible. Caben perfectamente, el plazo y la condición, tanto suspensi-
va (para el inicio de las operaciones), como resolutiva, para dar fin a la sociedad.
“No expresándose plazo o condición para que tenga principio la sociedad, se entenderá
que principia a la fecha del mismo contrato, y no expresándose plazo o condición para
que tenga fin, se entenderá contraída por toda la vida de los asociados, salvo el derecho
de renuncia”. Así dispone el artículo 1969 una presunción de perennidad relativa de las
sociedades: a falta de norma contractual, para toda la vida.
3.4. Se agrega otra presunción, para el caso de sociedades establecidas para un negocio
determinado de duración limitada: “Pero si el objeto de la sociedad es un negocio de
duración limitada, se entenderá contraída por todo el tiempo que dure el negocio”.
aun cuando no se hayan cumplido los requisitos de forma. En cambio, en relación con
terceros, el contrato no produce efecto sino a partir de la fecha en que se cumplen las
exigencias de escritura pública e inventario, cuando éstos proceden”.
Se suele convenir entre los que desean formar una sociedad las solemnidades que han
de adoptar, si no están obligados ya a ello por la ley, como cuando se aportan inmue-
bles. Para la simple aportación de dinero, de muebles o de trabajo de los socios, no se
requiere escritura pública, ni siquiera escritura privada, pero resulta muy recomendable
tener esos medios probatorios y harán bien en disponer que se cumplan tales formalida-
des. Entonces, la sociedad comenzará propiamente al cumplirse tales requisitos, estable-
cidos en acto preparatorio. Nada impide que se señale como comienzo de la sociedad el
momento en que se haga efectivo el aporte de todos los socios o de una parte de ellos y
el incumplimiento de esta obligación previa, haría que no surja la sociedad.
3.6. El citado artículo 1969 afirma que la sociedad se entenderá generalmente contraída
para toda la vida de los socios “salvo el derecho de renuncia”, pero es preciso señalar
que, dado el carácter personalísimo del contrato de sociedad, normalmente termina al
separarse un socio, por muerte, renuncia u otra causa. Siendo de carácter personalísimo
la condición de socio, es intransmisible, tanto inter vivos como mortis causa, salvo que
otra cosa se haya previsto en el contrato. Planiol afirma que la parte social puede ceder-
se a terceros válidamente. Pero frente a los consocios sólo valdrá desde la notificación y
aceptación. Puede, además, establecerse en el pacto social el derecho de preferencia o
de retracto.
3.8. El otro gran tema que atañe a las sociedades en general, consiste en la distribución
de las utilidades y de las pérdidas. También aquí la norma fundamental es la del respe-
to a la voluntad libre de las partes, que pueden establecer las modalidades que más les
convenga, dentro de unos límites muy amplios marcados por la ley. Si falta la determi-
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nación en el pacto, la ley acude con carácter supletorio para establecer la medida de tal
partición.
Dice el artículo 1970: “Los contratantes pueden fijar las reglas que tuvieren por conve-
niente para la división de las ganancias y pérdidas”.
Aunque se formula en términos absolutos, esta libertad contractual tiene unos límites.
En primer término, no puede llegar el ejercicio de este arbitrio hasta el extremo de su-
primir toda participación en las ganancias o en las pérdidas a favor o en contra de uno o
más socios. La participación en los beneficios pertenece a la esencia de la sociedad, y
por eso leemos en el inciso segundo del artículo 1959: “Tampoco hay sociedad sin par-
ticipación de beneficios”, y en el inciso anterior, se ha dicho: “No hay sociedad si cada
uno de los socios no pone en común alguna cosa”, lo cual funda la relación de los socios
para hacer frente a las pérdidas.
En segundo lugar, lo que establezcan las partes tampoco alcanza a desvirtuar la sociedad
destruyendo la compensación que existe entre las diversas operaciones. Cuáles serán
las utilidades o las pérdidas solamente se calculará al liquidarse la sociedad, mientras
tanto, unas operaciones dejarán utilidad y otras, pérdidas; los socios pueden disponer
que a título de ganancias se les hagan anticipos o liquidaciones parciales, pero no ex-
cluir esta compensación de unos y otros negocios. Así se dispone en el artículo 1974:
“La distribución de beneficios y pérdidas no se entenderá ni respecto de la gestión de
cada socio, ni respecto de cada negocio en particular.- Los negocios en que la sociedad
sufre pérdida deberán compensarse con aquellos en que reporta beneficio, y las cuotas
estipuladas recaerán sobre el resultado definitivo de las operaciones sociales.- Sin em-
bargo, los socios comanditarios o anónimos no están obligados a colacionar los divi-
dendos que hayan recibido de buena fe”.
Los socios, con frecuencia, establecen liquidaciones parciales, por ejemplo cada año.
También pueden hacerlo al terminar un determinado negocio; pero esta partición tiene
un carácter provisional, ya que, si el resultado final no justifica los dividendos reparti-
dos, tendrán que devolver la parte proporcional; es lo que se llama “colacionar”. De esta
acumulación ideal de las ganancias repartidas, para establecer la situación definitiva de
la sociedad al liquidarse, quedan exonerados los socios comanditarios y los de socieda-
des anónimas, siempre que unos y otros hayan recibido de buena fe esos adelantos de
utilidades. La disposición legal guarda perfecta armonía con el carácter de las aporta-
ciones: los socios comanditarios o de acciones anónimas no asumieron más responsabi-
lidad que por su capital aportado, no intervienen en la administración y, consecuente-
mente, no deben sufrir pérdidas imputables a los dividendos recibidos de buena fe. No
habría buena fe, si se recibieran dividendos cuando los balances de la compañía de-
muestren que lejos de haber ganancias, se han producido pérdidas, y tal situación fuere
conocida o estuviere al alcance del conocimiento de los socios.
Dentro de los pactos lícitos respecto de las distribuciones de utilidades, figuran los que
establezcan pagos en días ciertos, por ejemplo en períodos mensuales, anuales, etc.; los
que permitan el pago en dinero o en especies o servicios apreciables en dinero. Pero no
se puede “descapitalizar” la compañía, repartiendo entre los socios prematuramente el
capital que aportaron. Con frecuencia se establece más bien lo contrario, crear reservas
para aumentar el capital con las ganancias o una parte de ellas.
396 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Los pactos sobre distribución de ganancias en principio son permanentes, pero cabría
que los socios los modificaran durante la vida de la sociedad, siempre que lo hagan por
unanimidad, porque esto afecta a la esencia del contrato y no se admite que uno o unos
pocos impongan su voluntad a los demás, contra lo establecido en el pacto inicial. Nada
impide para que se renuncie a las utilidades ya obtenidas y percibidas.
3.9. Los contratantes pueden establecer directamente las normas para la partición, o
dejar esto a la determinación por uno o más árbitros. Lógicamente, no cabe que uno de
los socios asuma la facultad de árbitro, porque equivaldría a ser juez y parte a la vez:
cualquier otra persona capaz puede recibir el encargo de fijar los derechos de los socios
a las ganancias. Una vez que los socios hayan dejado en manos de un árbitro el fijar la
participación que a cada uno corresponde, sea de las utilidades futuras o de las que ya se
hayan producido, contraen la obligación de estar a lo que resuelva al árbitro: es un ver-
dadero compromiso y no pueden rechazar lo resuelto salvo que “fuere manifiestamen-
te injusto”, como dice el artículo 1971. En este último supuesto, el que se creyere perju-
dicado podrá recurrir al juez. La injusticia “manifiesta”, quiere decir la que no guarda la
debida proporción entre lo aportado y los beneficios en una cuantía notoria; resulta
tolerable algún pequeño desequilibrio, por consideraciones secundarias o por dificultad
de precisar el valor de ciertos aportes, sobre todo cuando se debe apreciar especies o
trabajo y no dinero.
La acción del socio para impugnar ante los jueces la resolución arbitral, caduca en tres
meses y tampoco se puede presentar, si ha empezado a ejecutarse, es decir, si el incon-
forme ha recibido alguna parte de las utilidades determinadas por el árbitro.
Si fallece el árbitro antes de cumplir el encargo, “o deja de cumplirlo por otra causa,
cualquier socio puede dar fin a la sociedad; y la distribución de beneficios y pérdidas se
arreglará a los dos artículos siguientes”, dice el último inciso del artículo 1971. En los
dos artículos siguientes se establece la regla de la proporcionalidad entre las aportacio-
nes y las ganancias o pérdidas, y la forma de retribuir la aportación de sólo trabajo,
sobre lo que se dirá algo más adelante.
3.10. Si los socios ni han convenido cómo partir las utilidades ni han nombrado árbitro
para hacerlo, el artículo 1972 ordena que se repartan “a prorrata de los valores que
cada socio ha puesto en el fondo social, y la división de las pérdidas a prorrata de la
división de los beneficios”. Nada más equitativo que esta partición de ganancias y bene-
ficios.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 397
El artículo 1973 da la norma para esta hipótesis de que no hayan determinado los socios
la valoración del trabajo del socio industrial: el juez debe fijar la cuota que le corres-
ponde por su aportación de trabajo. Esto es lo razonable. El juez apreciará el trabajo
aportado por el socio, según lo que sea normal o usual, es decir, según lo que suelan
cobrar por trabajos similares.
En cuanto a las pérdidas, el artículo 1972 establece que se han de atribuir a los socios
en igual proporción a las ganancias, pero en el caso del socio que contribuye solamente
con su industria, se hace una excepción en el artículo 1973, disponiendo que si no se
hubiere estipulado la cuota que le corresponde en las pérdidas, se entenderá que no le
cabe otra que la de dicha industria, trabajo o servicio.
Si la compañía deja saldo negativo al final de sus operaciones, los socios capitalistas
habrán perdido sus aportaciones e igualmente el socio industrial perderá la remunera-
ción de su trabajo. Hasta aquí hay perfecta igualdad; ahora bien, si quedan deudas por
pagar, los socios capitalistas están obligados a cubrirlas con su propio patrimonio, y de
esto es de lo que se exonera al socio que solamente haya aportado su trabajo, servicios o
industria: él pierde solamente ese aporte suyo y no se le puede imputar una parte de las
deudas. La solución dada por nuestro derecho es más favorable al trabajador que la que
se contiene en otros sistemas, por ejemplo en Francia o España, se atribuye al socio
industrial una parte en las ganancias igual a la del socio capitalista que menos haya
aportado y, como compensación se le exonera de las deudas, en tanto que nuestro Códi-
go le libra de pagar deudas con su propio patrimonio, pero participa en las utilidades en
la medida que realmente valga su trabajo.
3.12. El reparto de las utilidades y las pérdidas se debe verificar de modo definitivo al
final de los negocios. El artículo 1974 aclara que en esa partición no se tomará en cuenta
“la gestión de cada socio, ni cada negocio en particular”, sino que se han de compensar
las pérdidas con los beneficios y se establecerá así el saldo final. Esto es lo propio del
contrato de sociedad: se trata de una unión de esfuerzos y de riesgos hasta la liquidación
de la sociedad. Pero nada impide que los socios hagan parciales distribuciones previas
de las utilidades que se vayan consiguiendo, siempre que sean reales, es decir que no
impliquen disminuir el capital, o aumentar deudas que quedarían sin respaldo; esta
última manera de proceder constituiría una conducta fraudulenta, y tendrían los socios
que devolver lo injustamente recibido. Aunque no haya habido dolo, sino simple equi-
vocación, deficiente gestión o mala suerte en los negocios, si al final de ellos, el patri-
398 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
monio de la sociedad no alcanza para cubrir las deudas, los socios tendrán que devolver
los anticipos que hayan recibido, y eventualmente, pagar con otros bienes. Esto no se
dice expresamente en el artículo 1974, pero se deduce del último inciso, que exonera de
esta obligación a los socios comanditarios o anónimos, de suerte que se entiende que los
socios colectivos sí tienen tal obligación: “los socios comanditarios o anónimos no están
obligados a colacionar los dividendos que hayan recibido de buena fe”. De aquí se de-
duce también que si estos socios privilegiados puede quedarse con lo recibido de buena
fe, en cambio, tendrán que devolver lo que hubieren recibido de mala fe, es decir, sa-
biendo que la sociedad repartía utilidades ficticias, en perjuicio de los acreedores.
3.13. Una situación parecida, pero no igual, a la del socio industrial, se da cuando en el
pacto social se ha asegurado a una persona una cantidad fija por su industria, debiéndose
pagarle aunque la sociedad esté en pérdida. Esta hipótesis está prevista en el artículo
1990, según el cual esa persona “no será considerado como socio”. Efectivamente,
entonces lo que existe es un contrato de trabajo, y el trabajador tiene derecho preferen-
te a que se le pague su sueldo o salario.
La analogía con el contrato de sociedad aumenta si al que presta sus servicios “se le
asigna una cuota del beneficio eventual”: esto parece una participación en las utilida-
des, al modo de los socios. Se pueden presentar dos situaciones diversas: si se le ha
garantizado un pago por su trabajo, en cualquier eventualidad, entonces es propiamente
un trabajador y no un socio; pero si solamente va a recibir retribución si existe una ga-
nancia y queda impago en caso de pérdida, no sería más que un socio industrial. Indu-
dablemente estas dos situaciones pueden confundirse y dar lugar a litigios, por lo que se
ha de ser muy cuidadosos en establecer en el pacto social el verdadero contenido de las
obligaciones y derechos que se contraen.
4. Administración de la sociedad
4.1. El parágrafo 4º. del Título XXVI del Libro IV del Código Civil lleva el epígrafe
“De la administración de la sociedad colectiva”. De las otras especies de sociedad nada
se dice en cuanto a la administración, de donde hay que deducir que se les ha de aplicar
las normas contenidas en la Ley de Compañías y, supletoriamente las del Código Civil
en cuanto presenten mayor analogía con el caso de las sociedades colectivas. Concreta-
mente, las sociedades en comandita, seguirán prácticamente las mismas reglas que se
dan en este Título, solamente que se restringen a los socios fiduciarios y se excluye a los
comanditarios.
4.4. Se puede establecer un plazo o duración del cargo, y entonces no hay lugar a la
terminación de la sociedad por el hecho de cumplirse el lapso, sino que se procederá a
nuevo nombramiento.
Nada impide que los socios establezcan un turno para asumir temporalmente cada uno
la administración, o bien, un orden en el que se han de reemplazar en ella en determina-
das circunstancias, como ausencia, enfermedad, etc.
4.5. Prevé el Código diversas modalidades de administración: 1. Por todos los socios
conjuntamente; 2. Por todos los socios quienes pueden obrar aisladamente; 3. Por varios
administradores socios, pero no todos; 4. Por varios administradores no socios; 5. Por
un solo administrador no socio.
4.6. En cualquiera de estas diversas situaciones, el pacto social puede determinar más
o menos las facultades del administrador o administradores, restringiéndolas para ciertos
casos, prohibiendo tales o cuales acciones o dando los más amplios poderes. Si son
disposiciones contenidas en el pacto social, no pueden modificarse posteriormente, sino
con anuencia de todos los socios y dando oportuna noticia a quienes negocian con la
sociedad. No se admite oposición de los socios a reclamaciones de terceros, fundándose
en restricciones de los poderes del administrador que no consten en el pacto social o que
hayan sido adoptadas por unanimidad y notificadas a dichos terceros; esta norma es de
evidente equidad y asegura los negocios, ya que, de otra manera, sería muy complicado,
si no imposible, saber si se está contratando con quien tiene facultades suficientes.
de esos poderes para un acto posterior, pero esto debe aparecer claramente en el pacto
social. Cuando la designación no se hace en el mismo pacto constitutivo, se requiere
unanimidad para la designación del administrador, según dispone el inciso primero del
artículo trascrito. Pero esto no impide a que en el pacto social dispongan los socios otra
cosa, por ejemplo, la posibilidad de nombrar gerente por una mayoría calificada o sim-
ple. Igualmente, el pacto social puede establecer que las facultades del administrador
sean posteriormente limitadas y en tal caso valdrá la limitación en cuanto a las rela-
ciones entre los socios y de éstos con el administrador, pero frente a terceras personas
únicamente si se les ha notificado eficientemente de la existencia de tales limitaciones.
Por lo dicho, no se puede remover sin causa, ni vale la renuncia que no sea aceptada
unánimemente. Pero estas exigencias valen solamente para los administradores que sean
socios y hayan sido nombrados en el pacto social, por tanto, habrá mayor flexibilidad
para la remoción del administrador que no sea socio, o cuando es simple gerente o man-
datario designado fuera del pacto social.
Los estatutos constitutivos suelen precisar los casos en los que se removerá al adminis-
trador, y entonces esa resolución se adoptará en la forma prevista, sea por unanimidad o
por mayoría; pero si no se ha previsto nada, se necesitará actuar por unanimidad.
El artículo 1976 dispone que el administrador “no podrá ser removido sino en los casos
previstos, o por causa grave; y se tendrá por tal la que le haga indigno de confianza o
incapaz de administrar útilmente. Cualquiera de los socios podrá exigir la remoción,
justificando la causa”.
Del mismo modo que se exige una causa para la remoción, el administrador deberá
alegar una causa para la renuncia, y no se le autoriza hacerlo libremente. Estas causas
conviene que se determinen en el estatuto, y a falta de esa disposición, la renuncia será
aceptada únicamente con la aceptación unánime de los socios.
El tercer inciso del artículo 1976 no resulta suficientemente claro y unívoco: “Faltando
alguna de las causas antedichas, la renuncia o remoción dan fin a la sociedad”. Más que
dar fin a la sociedad, parece que lo lógico es que cualquier socio pueda pedir que se
termine la sociedad y que efectivamente se ponga fin si los socios unánimemente lo
acuerdan, o, en caso de no existir unanimidad, si el juez así lo resuelve. El texto legal
hace pensar en una terminación ipso facto, pero admitir esto, dejaría en muchas incerti-
dumbres y atentaría contra la conveniente estabilidad de los negocios.
4.9. Cuando la remoción o la renuncia no han sido “justas”, la sociedad termina, o puede
terminar, pero si la remoción o la renuncia se ajustan a lo previsto en el pacto social o se
justifican por existir causa legal suficiente, la sociedad puede continuar.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 401
Dice el artículo 1977: “En el caso de justa renuncia o justa remoción del socio adminis-
trador designado en el acto constitutivo, podrá continuar la sociedad, siempre que todos
los socios convengan en ello y en la designación de un nuevo administrador o en que la
administración pertenezca en común a todos los socios.- Habiendo varios socios admi-
nistradores designados en el acto constitutivo, podrá también continuar la sociedad,
acordándose unánimemente que ejerzan la administración los que queden”.
El espíritu de la ley consiste en exigir plena concordia entre los socios en cuanto a este
asunto tan importante como es el de la administración: han de resolver por unanimidad.
Si falta esta total conformidad de pareceres, cualquiera de los socios podría pedir la
terminación de la sociedad.
4.10. Hasta aquí hemos considerado lo dispuesto en los artículos 1975 a 1977, que se
aplica exclusivamente a los administradores que reúnan estas dos condiciones: ser so-
cios y haber sido designados para administrar en el mismo pacto social. En cambio, los
artículos 1978 y 1979 se refieren a la separación de la administración del socio que no
ha sido nombrado en el contrato inicial, sino designado administrador con posterioridad.
Similar a esta situación será también del administrador que no es socio. En estos casos,
se siguen las normas propias del mandato.
Dice el artículo 1978: “La administración conferida por acto posterior al contrato de
sociedad, puede renunciarse por el socio administrador, o revocarse por la mayoría de
los consocios, según las reglas del mandato”. Nótese que solamente se pide aprobación
por mayoría y no por unanimidad, como en los casos anteriores.
La apreciación de las causas para aceptar la renuncia o para revocar el mandato, quedan
a la apreciación de los socios, aquí ya no se pide que sean “causas justas”, legales o
contractuales: puede ser simplemente una apreciación de la mayoría sobre la convenien-
cia para la buena marcha de la sociedad. Ahora bien, esto no puede interpretarse como
arbitrariedad, porque equivaldría a injusticia: tanto la sociedad como el administrador
merecen el respeto de sus derechos y dignidad, por lo que se ha de excluir la renuncia
intempestiva, que causaría daño a la sociedad, o el retiro del poder sin motivo, que per-
judicaría al mandatario.
aplicable por analogía a las sociedades civiles. Las anónimas y las de responsabilidad
limitada se rigen, por la ley comercial.
El pacto social puede precisar más todavía, las causas de remoción y, eventualmente,
las que justifican la renuncia. La doctrina ha distinguido, desde hace mucho tiempo, las
situaciones del administrador nombrado en el pacto social o con mandato conferido
posteriormente. Cuando se trata de la primera hipótesis, no se puede separar libremente
al administrador, sino por las causas legales o conforme a lo que se haya establecido por
los mismos socios, en cambio en el segundo supuesto, se puede remover con mayor
libertad, así como también puede el administrador renunciar con mayor libertad, porque
se trata de un mandato; pero ninguna de las partes ha de perjudicar a la otra, de modo
que la revocatoria o la renuncia que causen un daño, obligan a la reparación del mismo.
El principio más general está señalado en el artículo 1981: “El socio administrador
debe ceñirse a los términos de su mandato; y en lo que éste callare, se entenderá que no
le es permitido contraer, a nombre de la sociedad, otras obligaciones, ni hacer otras
adquisiciones o enajenaciones, que las comprendidas en el giro ordinario de ella”. Es,
pues, la voluntad de los socios la que determina la amplitud de las facultades del admi-
nistrador, tal como la hayan expresado en el pacto constitutivo o en el nombramiento
concreto hecho posteriormente. Pero no se admite una limitación de facultades hecha
con posterioridad, por lo menos en cuanto a las relaciones con terceros, a quienes se
debe notificar cualquier cambio en las atribuciones del administrador, sin lo cual no
sería oponible.
les de varios médicos y repartirse los beneficios, no cabe que se dedique a labores agrí-
colas o comerciales, etc. Dentro del fin específico de cada sociedad, el administrador
obrará con amplias facultades y se presumirá que las tiene en cuanto se refiere a esa
finalidad: ese es el giro ordinario de los negocios.
4.14. Aquellas amplias facultades, pueden ser restringidas por disposición de los so-
cios. El artículo 1979 se refiere al administrador que sea socio, y tanto si fue encargado
de la administración en el pacto social, como si lo fue con posterioridad; en ambas hipó-
tesis tiene que obrar conforme a las normas restrictivas que le hayan impuesto el pacto
social o las leyes: puede obrar incluso “contra el parecer de los socios”, pero sin trans-
gredir la ley o las condiciones del pacto o del poder que se le confirió.
Los socios tienen derecho de oponerse a cuanto signifique ir contra la ley, o extralimi-
tarse de los facultades por ellos conferidas. Aunque el artículo se refiere al socio admi-
nistrador, esto es aplicable a cualquier administrador, con mayor razón si no es socio.
También admite el mismo artículo la oposición de “la mayoría de los consocios a todo
acto que no haya surtido efectos legales”. En este segundo caso, se requiere, pues, una
mayoría, mientras que en el primero la oposición corresponde a cualquier socio, incluso
frente a la mayoría; la razón es evidente: todos tienen que respetar las leyes y su propio
pacto, en cambio la simple inconveniencia de un acto o negocio, debe ser resuelta por la
mayoría. En el caso de simples consideraciones de conveniencia o de oportunidad,
solamente se admite la oposición mayoritaria, si el acto “no ha surtido efectos legales”.
Si éstos ya se han producido, sería injusta la oposición, y podría perjudicar a terceros.
respeto de la ley, y cabe la oposición de los otros, debiéndose resolver por mayoría
aquello en que no llegaren a un consenso.
En las sociedades de hecho, la intervención de cualquiera de los socios, dentro del giro
ordinario de los negocios, obliga a la sociedad, como lo ha reconocido la jurisprudencia.
4.21. El artículo 1981 dispone: “El socio administrador debe ceñirse a los términos de
su mandato; y en lo que éste callare, se entenderá que no le es permitido contraer en
nombre de la sociedad, otras obligaciones, ni hacer otras adquisiciones o enajenaciones,
que las comprendidas en el giro ordinario de ella”. No se hace mención -y habría sido
bueno hacerlo- a los actos judiciales, tales como presentar demandas o contestar a ellas,
apelar de sentencias, desistir de recursos, etc. El artículo se refiere más bien a los actos
propiamente administrativos, como son las adquisiciones o enajenaciones. Pero ante el
silencio de la ley en lo que respecta a los actos judiciales, pienso que hay que aplicar en
primer término las disposiciones civiles respecto del mandato, y supletoriamente, lo
dispuesto en la Ley de Compañías.
que estas acciones especialmente comprometedoras puedan ser iniciadas por el adminis-
trador de la sociedad si no se le ha conferido ese encargo en el pacto social o por acto
posterior de la sociedad. Además de esto, hay actos judiciales para cuya ejecución ex-
presamente se requiere poder especial, como los de transigir, comprometer en árbitros,
desistir del juicio, absolver posiciones o recibir la cosa disputada o tomar posesión de
ella según se dispone el artículo 44 del Código de Procedimiento Civil.
Para mayor seguridad del comercio, la Ley de Compañías exige que se inscriba en el
Registro Mercantil el nombramiento del administrador (artículo 13). No puede éste
oponer la falta de inscripción ante terceros. El retraso para la inscripción -que debe
hacerse en treinta días- es sancionado con multa.
4.22. Las sociedades civiles que hayan adoptado la forma y características de limitadas
o de anónimas, se someten a la legislación mercantil, la que en materia de administra-
ción es bastante más compleja. La Ley de Compañías establece diversos órganos de
estas entidades: las asambleas de socios, consejos administrativos, de vigilancia, geren-
tes o administradores generales o parciales, etc. Además, se admite una gran variedad de
modificaciones por los propios estatutos. El artículo 252 señala que la Superintendencia
no aprobará la constitución de compañías anónimas si del contrato social no aparece
claramente quien o quienes tienen su representación judicial. Esta representación podrá
ser confiada a directores, gerentes, administradores u otros agentes. Si la representación
recayere sobre un organismo social, éste actuará por medio de un presidente.
406 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
En cuanto a la autorización de los socios, ha de entenderse que debe tomarse por mayo-
ría. Solamente una modificación del capital que desvirtuara la finalidad del contrato
social, no podría aprobarse sino por unanimidad. Por ejemplo, si se ha formado una
compañía con la finalidad de edificar en un terreno una casa de apartamentos, no puede
una simple mayoría decidir que se venda el único terreno para invertir el dinero en otro
negocio; se requeriría una resolución unánime. Mucho menos, un administrador podrá
proceder en esa forma sin contar con la aprobación unánime de los socios.
Nótese que la ley civil menciona como actos extraordinarios, que exigen la intervención
de los socios, los de gravamen prendario o hipotecario, pero no se mencionan los de
enajenación, a diferencia de la ley comercial que sí admite expresamente las enajena-
ciones. Parece evidente que en el mundo actual no se puede prescindir de manera abso-
luta de las enajenaciones y que no se han de considerar como absolutamente prohibidas,
sino que se deben autorizar por la mayoría de los socios, o por todos ellos, si se afecta a
lo dispuesto en el pacto social.
Así como en el pacto social caben especiales limitaciones, por ejemplo la prohibición
total de enajenar o hipotecar inmuebles o determinados muebles, etc., también se puede
establecer que el o los administradores procedan a estos actos con mayor libertad, inclu-
so sin necesidad de especial autorización de los demás socios. Respecto de las compañí-
as colectivas, así se establece en los artículos. 45 (en cuanto a la limitación de las facul-
tades) y 46 (respecto de las facultades de gravar o enajenar). Estas normas parece que se
deben aplicar igualmente a las compañías civiles colectivas o en comandita.
4.24. Efecto de los actos del administrador. Con toda claridad señala el artículo 1983
el distinto efecto de los actos del administrador, según haya o no obrado dentro de los
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 407
límites del poder: en el primer caso los actos obligan a la sociedad, pero si se ha extra-
limitado esos actos no obligan a la sociedad sino a él.
Dice así el artículo 1983: “En todo lo que obre dentro de los límites legales o con poder
especial de sus consocios, obligará a la sociedad. Obrando de otra manera, él sólo será
responsable”. Sin embargo, ya hemos visto que en los casos urgentes, el administrador
puede actuar como agente oficioso, procediendo sin consultar a los socios. Estos, si
ratifican lo obrado por el administrador hacen propios de la sociedad los efectos de lo
actuado sin su consentimiento previo.
La ratificación de los actos del agente oficioso puede ser expresa o tácita. Esto último si
la sociedad de hecho se aprovecha de los bienes, frutos o derechos adquiridos o bien
actúa en nuevos contratos o actos jurídicos que presuponen la validez de lo primeramen-
te realizado. La Ley de Compañías es más puntual al disponer en el artículo 54, que los
actos por cuenta propia del administrador dan derecho a la sociedad sea a tomarlos por
suyos, o a impugnarlos y pedir indemnización si han causado daño. Este derecho caduca
en tres meses.
El artículo 1984 establece expresamente esta obligación, que debe cumplirse dentro de
los períodos establecidos en el pacto social o en el acto por el que recibió la administra-
ción. Si no existen estas determinaciones se presume que la obligación debe cumplirse
anualmente. “El socio administrador está obligado a dar cuenta de su gestión en los
períodos designados al efecto por el acto que le ha conferido la administración; y a falta
de esta designación, anualmente”. Aquí, observamos que la regla es aplicable, con ma-
yor razón, al administrador que no sea socio.
Sorprende que la Ley de Compañías, que generalmente es más minuciosa que el Código
Civil, no se refiere, al menos directamente, a la obligación de rendir cuentas, en la parte
general, disponiendo únicamente que los socios tienen derecho a examinar los libros y
documentos (artículo 15). Al hablar específicamente de la compañía colectiva, ordena
que se rindan cuentas semestrales “si no hubiere pacto en contrario, y además en cual-
quier tiempo por resolución de los socios” (artículo 53). Lo de “pacto en contrario” no
significa que pueda liberarse de toda rendición de cuentas, sino que la periodicidad
puede ser otra que semestral.
En el pacto social se pueden reservar la administración todos los socios, pero también
pueden asumir esta administración cuando se hubiere designado un administrador que
llega a faltar, por renuncia o remoción, según lo previsto en el artículo 1976, y en caso
de morir el administrador. La sociedad que debería terminar en esas circunstancias,
408 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
puede continuar, “siempre que todos los socios convengan en ello”, sea que designen
nuevo administrador o que ellos asuman en común la administración.
“No habiéndose conferido la administración -dice el artículo 1985- a uno o más de los
consocios, se entenderá que cada uno de ellos ha recibido de los otros el poder de admi-
nistrar con las facultades expresadas en los artículos precedentes, y sin perjuicio de las
regla que siguen:
El supuesto del artículo trascrito consiste, pues, en que no se haya conferido la adminis-
tración a uno o más de los socios, es decir, que no se haya excluido expresamente a los
demás. Esto sucede también en el caso en que lícitamente se haya confiado la adminis-
tración a un extraño a la sociedad, lo cual no está prohibido y por tanto está permitido.
Pero en esta última hipótesis, como el mandato puede ser revocado, al revocarse efecti-
vamente, los socios asumirán de esta manera expresa la administración común. Ya
hemos apuntado que también pueden establecerla en el mismo pacto social o por acto
legítimo posterior.
4.27. Esta administración común se organiza de varias maneras posibles: una es la que
exige intervención conjunta de todos los socios; otra, la que permite que uno ejecute lo
resuelto por la mayoría; y la prevista en el Código Civil, que permite la intervención
indistinta de cualquier socio, admitiendo solamente que los demás puedan oponerse.
Nada obsta para que los socios adopten esas otras dos formas de administración común,
si así lo establecen legalmente en el pacto social o cuando posteriormente tienen facul-
tad de asumir la administración común.
La Ley de Compañías difiere del Código Civil en este punto, ya que en el artículo 50
dispone: “En las compañías en nombre colectivo las resoluciones se tomarán por mayo-
ría de votos, a menos que en el contrato social se hubiere adoptado el sistema de unani-
midad. Mas si un solo socio representare el mayor aporte, se requerirá el voto adicional
de otro. El socio o socios que estuvieren en minoría tendrán derecho a recurrir a la Corte
Superior del distrito apelando de la resolución. La Corte resolverá la controversia de
conformidad con los dictados de la justicia y con criterio judicial, tramitándola verbal y
sumariamente, con citación del administrador o gerente”. Nos encontramos, pues, con
dos sistemas diferentes: uno para las sociedades civiles y otro para las mercantiles. No
creo que sea mejor el uno o el otro, y cualquiera de ellos está al alcance de los socios,
basta que escojan y así lo establezcan en el contrato.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 409
También es propio de la sociedad civil la facultad, concedida por el inciso 2º., de “ser-
virse, para su uso personal, las cosas del haber social, con tal que las emplee según su
destino ordinario, y sin perjuicio de la sociedad y del justo uso de los otros”. Esta facul-
tad, no aparece claramente como “administrativa”, sino más bien, como una ventaja
adicional de la unión de personas, por esto ha sido criticada la norma desde el antiguo
derecho francés de la que proviene, y en los derechos modernos en que se conserva. Sin
embargo, pienso que es realmente una norma administrativa, si se considera que ese uso
personal está delimitado por el “destino ordinario” y se pone a salvo el interés de la
sociedad: el interés común puede imponer ciertos usos personales. Por ejemplo, en una
sociedad de abogados u otros profesionales que trabajan juntos y se parten las ganan-
cias, naturalmente cada uno utilizará como propios el local, las instalaciones, los servi-
cios de luz, teléfono, agua, computación, los del personal subordinado, etc. y al hacerlo
están sirviendo al beneficio común.
Estos usos personales, desde luego, deben ser moderados, adecuados a la finalidad de la
sociedad y no impedir el uso de los demás.
4.29. El derecho de obligar a los demás a contribuir para las expensas necesarias para
la conservación de las cosas sociales, deriva de la obligación primaria de todo adminis-
trador de conservar lo que administra. Se trata, desde luego, de verdaderas expensas
“necesarias”, no de las meramente convenientes o de sólo lujo - “suntuarias”-.
4.30. “Ninguno de los socios podrá hacer innovaciones que dependan de la sociedad,
sin el consentimiento de los otros”, dice el inciso 4º. Lo primero que llama la atención
es que se refiere únicamente a los inmuebles, y en el mundo moderno hay muebles de
410 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
mayor valor de los otros, y sobre todo, si se han de emplear en los fines de la sociedad,
las innovaciones en unos y otros, deberían ser necesariamente autorizadas por la mayo-
ría.
5.1. Los socios son dueños de la sociedad y por tanto tienen derechos, a los que corres-
ponden obligaciones: estamos ante una relación jurídica compleja, plurilateral y regida
fundamentalmente por el principio de igualdad, aunque en ciertos casos se sustituye por
el de proporcionalidad.
Para conformar la sociedad, lo primero consiste en los aportes, y el primer deber de los
socios es el de aportar: de allí nace también el derecho de cada uno.
En segundo lugar, todos los unidos por el vínculo de la compañía, han de conservar el
haber común. Deben, enseguida, hacer producir los bienes aportados para ese objeto, y
de esto deriva el correspondiente derecho a participar en las utilidades.
5.2. Estas relaciones entre los socios están reguladas principalmente por el parágrafo 5º.
del Título XXVI del Libro I del Código Civil, en los artículos 1986 a 1997, que tratan
respectivamente de lo siguiente:
Además de estas normas, hay que tener en cuenta otros artículos de Código Civil, prin-
cipalmente sobre las obligaciones en general, algunas disposiciones de la Ley de Com-
pañías y los principios generalmente aceptados por la jurisprudencia y la doctrina. Natu-
ralmente, muchas de estas relaciones pueden ser modificadas por voluntad de los socios,
expresada en el pacto social o por legítima resolución posterior.
Aubry y Rau señalan las siguientes obligaciones de los socios: 1. Entregar el aporte en
el lugar y tiempo establecidos. 2º. Garantizar por evicción de lo aportado. 3º. Garantizar
la cabida del inmueble, y completarla o rebajar el monto del aporte en caso de deficien-
cia. 4º. Reparar cualquier daño ocasionado, sin compensarlo con utilidades alcanzadas
en otro negocio. 5º. Cuidar los intereses de la sociedad como propios (aquí se trata de la
imputación de pagos hechos por terceros). 6º. Contribuir a cubrir las pérdidas en pro-
porción a las ganancias, salvo pacto que establezca otra proporción.
Los mismos autores tratan de los siguientes derechos de los socios entre sí: 1º. Participar
en los beneficios. 2º. Recibir el reembolso de lo gastado por cuenta de la sociedad. 3º.
Derecho de asociarse con un tercero para explotar su parte social, pero sin introducir al
tercero en la sociedad.
Borda se refiere a los siguientes derechos de los socios: 1º. Reembolsos. 2º. Beneficio
de competencia. 3º. Excluir a un consocio por justa causa. 4º. Asociar a un tercero en su
propia parte. 5º. Renunciar, con justa causa, si no hay plazo determinado. 6º. Participar
en los beneficios. 7º. Usar de las cosas de la sociedad, sin perjuicio de la actividad de la
sociedad y de los derechos iguales de los otros socios. 8º. Representar, administrar y
controlar la sociedad.
Treviño enumera estos derechos de los socios: 1º. Votar en las deliberaciones. 2º. Sepa-
rarse, previo aviso. 3º. No ser excluido, salvo causa legal o estatutaria. 4º. Vigilancia. 5º.
Ceder su parte, con el consentimiento unánime de los otros socios. 6º. Participar en las
utilidades. 7º. Participar en la administración. 8º. Exigir la rendición de cuentas. 9º.
Pedir la liquidación de la sociedad.
Como se puede apreciar, hay bastante coincidencia, entre autores que se refieren a los
sistemas de países diversos: Francia, Argentina, México. También están muy cerca de lo
que dispone nuestro texto legal, teniendo en cuenta que el Código Civil Ecuatoriano,
412 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.4. Los derechos y obligaciones de los socios pueden modificarse por el estatuto fun-
dacional. Las normas legales tienen más bien carácter supletorio: rigen a falta de dispo-
siciones adoptadas por quienes libremente han determinado unir sus capitales o trabajos;
solamente hay unas pocas normas que son de orden público y que resguardan el mante-
nimiento de la estructura de la sociedad como tal o que salvaguardan los derechos de
terceras personas. Los socios pueden modificar sus relaciones internas por acto posterior
al contrato social, pero estas modificaciones han de aprobarse por unanimidad. Como
señala Planiol, puede, sin embargo, consentir el mismo pacto social, que sus modifica-
ciones ulteriores se hagan, no sólo por unanimidad, sino también por mayoría. Así lo ha
admitido también nuestra jurisprudencia.
5.6. La aportación debe cumplirse en los términos del pacto social, tanto en cuanto a la
calidad de las cosas, como al tiempo y condiciones de su entrega. Si se ha ofrecido
dinero, no se puede imponer a los consocios que reciban especies, o viceversa, el que se
comprometió a entregar un cuerpo cierto no tiene derecho a exigir que le reciban el
precio de esa cosa: los socios, pueden condescender en un cambio por algo equivalente,
y aún en esta hipótesis, han de tener en cuenta que terceras personas no deben resultar
perjudicadas por un cambio de esta suerte.
Con precisión dice el artículo 54 de la Ley de Compañías que el socio está obligado a
“pagar el aporte que hubiere suscrito, en el tiempo y en la forma convenidos”. Esto
corresponde al mismo espíritu que inspira la norma civil del artículo 1986, y conforme a
ese espíritu debe interpretarse.
Si en el pacto no se ha precisado el monto de los aportes, resulta lógico pensar que los
socios deben hacerlo por igual; así lo establece el Código Civil Alemán, a diferencia de
otros códigos, como el de España o el nuestro, que no contienen esa presunción de
igualdad.
Otra cuestión que, a falta de cláusula específica en el contrato social, debe presumirse,
es que el aporte se da en propiedad o solamente en usufructo; el primer sistema es el que
sigue el Código Argentino, mientras que la ley española presume el aporte en usufructo.
Nuestro Código Civil no contiene disposición al respecto, y solamente señala que las
dos formas de aportación son posibles; habrá, por tanto que interpretar la voluntad de
los socios ateniéndose a otras circunstancias tales como el valor de las cosas aportadas o
declaraciones previas al contrato.
5.8. Los aportes, que normalmente se fijan con precisión en el contrato social, se hacen
efectivos en el mismo momento de celebrarlo, o bien se obligan los socios a hacerlos
efectivos con posterioridad. En este último caso, hay que señalar plazos o condiciones
bien claros, para que se puedan exigir.
El artículo 43 de la Ley de Compañías, con acierto, hace referencia a los aportes que “el
socio entrega o promete entregar”. Efectivamente, no es preciso que la entrega sea in-
mediata y puede quedar la obligación de cumplirla. Se exige, para la aprobación y fun-
cionamiento, que se cubra al menos una parte: el cincuenta por ciento del capital suscri-
to. Para el caso de las compañías anónimas, se establece en el artículo 161 que no se
pueden aportar inmuebles que no correspondan al género de comercio de la compañía, y
el artículo 162, aclara que estas aportaciones se hacen en la misma escritura de constitu-
ción, de suerte que la inscripción producirá la tradición.
5.9. Obviamente, el aporte de trabajo o servicios, solamente puede ser prometido: será
muy excepcional que tal aporte se cumpla instantáneamente o en corto tiempo al mo-
mento mismo de comenzar la sociedad; por consiguiente, el cumplimiento de esta obli-
gación se prolongará a lo largo de la vida de la sociedad y podrá exigirse a medida que
se requieran y sean posibles tales servicios.
Estas aportaciones consisten en cualquier trabajo o industria, pero no cabe aportar “in-
fluencias” o simple renombre o prestigio, aunque sirvan éstos para conseguir una conce-
sión, la adjudicación de una obra u otras ventajas económicamente apreciables en dine-
ro. Esto es lo que se ha llamado “tráfico de influencias”, incompatible con un proceder
honrado.
Castán establece dos supuestos: a) Que esté determinada la clase de industria o explota-
ción a que se dedicará la sociedad. Entonces el socio industrial debe las ganancias obte-
414 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
nidas en este ramo de industria, pudiendo ejercer por su cuenta y en su provecho cual-
quier otra actividad. b) Que no esté determinada la clase de industria que deba ser objeto
de la sociedad. En este caso, el socio industrial deberá aportar todas las ganancias que
obtenga por cualquier clase de trabajo.
La remuneración del que aporta sus servicios a una sociedad, conviene establecer con
certeza en el contrato inicial y se evitarán controversias, a veces de difícil solución. Hay
que distinguir claramente si se trata de un socio que, como los demás, que participará de
las ganancias y de las pérdidas; la otra situación jurídica consiste en una relación de
servicios, por la que ha de recibir un sueldo o salario, aunque éste eventualmente pueda
guardar proporción con las ganancias de la sociedad.
El artículo 1990 dice: “Si por el acto constitutivo de la sociedad se asegura a una perso-
na que ofrece su industria una cantidad fija que deba pagársele íntegramente aun cuando
la sociedad se halle en pérdida, se mirará esta cantidad como el precio de su industria, y
el que la ejerce no será considerado como socio.- Si se le asigna una cuota del beneficio
eventual, no tendrá derecho, en cuanto a ella, a cosa alguna, cuando la sociedad se halle
en pérdida, aunque se le haya asignado esa cuota como precio de su industria”. De este
texto legal aparece indudable que la relación jurídica no depende del nombre que le
hayan dado las partes, sino de su verdadero contenido. Estar a las ganancias y a las
pérdidas es propio de un socio, y en cambio, recibir una cantidad fija por el trabajo,
independientemente de que la sociedad tenga o no ganancias, es propio de un contrato
de servicios, que podrán ser propiamente laborales o de otra índole, por ejemplo, profe-
sionales de un artista o profesional libre.
Caben también situaciones mixtas: que a un socio se le contrate para prestar específicos
servicios como obrero o empleado de la sociedad con su respectivo salario o sueldo o
bien como profesional libre que se responsabiliza de alguna tarea, como defender como
abogado de la sociedad en un juicio o administrar algún negocio o un ramo de ellos. En
este sentido, encuentro esclarecedora una sentencia de la casación de Colombia: “No
viola el artículo 2117 CC la sentencia que reconoce el derecho a un sueldo, por remune-
ración de su trabajo, al socio que ha sido administrador de la empresa. El sueldo de un
mandatario de la sociedad, con funciones permanentes, aunque sea socio, no constituye
una mayor participación en las utilidades de la empresa por razón de que sus gestiones
hayan sido más lucrativas, que es lo que prohíbe aquel artículo”.
5.10. Hecho el aporte, el artículo 1986 declara que “los frutos pertenecen a la sociedad
desde el momento del aporte”. Habría que aclarar que la sociedad tendrá derecho a los
frutos desde la fecha en que debió hacerse el aporte y si el socio está en mora de entre-
gar la cosa, deberá pagar los frutos correspondientes.
Hay que distinguir el caso del aporte en propiedad y el de solamente usufructo, para los
efectos de la liquidación de la sociedad. El que aporta solamente usufructo conserva la
propiedad y tiene derecho a que se le restituya la cosa en especie. El que aporta la pro-
piedad, deja de ser dueño y recibirá al final la parte que le corresponda en la división del
capital, más sus ganancias como socio.
5.11. Incumplimiento del aporte. Siempre que se haya fijado plazo o condición, una
vez cumplidos, el socio incurre en mora y debe resarcir a la sociedad los perjuicios que
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 415
haya ocasionado su demora, así lo dispone el artículo 1987, aclarando que esta respon-
sabilidad surge aún de la culpa leve, es decir, que solamente se exonera por el caso
fortuito o fuerza mayor.
Añade el referido artículo que “Comprende esta disposición al socio que retarda el ser-
vicio industrial en que consiste su aporte”.
Nada impediría para que se intente la acción judicial para exigir el cumplimiento del
aporte, e incluso podría ser una acción ejecutiva, si la obligación consta en escritura
pública y es determinada, simple, líquida y de plazo cumplido. En tales casos, si se trata
de dinero o especies ciertas, daría lugar al embargo de bienes para pagar con ellos la
deuda a la sociedad, y si consistiera en una obra cierta, podría hacerse ejecutar por una
tercera persona, a cargo del socio incumplido.
Borda considera que, al menos en el sistema argentino, cabe la solución de que los so-
cios cumplidos excluyan al que incurre en mora de consignar su aporte y continúen con
la sociedad, resolviendo esto por unanimidad. Pienso que esta solución equitativa, es
perfectamente compatible con nuestras disposiciones legales, ya que el artículo 2005
confiere a “los otros”, solamente una facultad, y no les obliga a dar fin a la sociedad. A
esta solución parece inclinarse la jurisprudencia nacional.
Estos efectos del incumplimiento del aporte se producen con relación a cualquier clase
de aportes, sean los de dinero, especies o industria, con la variante relativa a que en el
último caso, se trata de una obligación de hacer, y si no se realiza, dará lugar a la in-
demnización y a la eventual terminación de la sociedad.
sociedad, parece que sería excesivo el pretender la terminación del contrato y más bien
debería insistirse en exigir el cumplimiento y en cobrar la indemnización del daño cau-
sado. Parecidas consideraciones habría que hacer si el socio industrial no ha cumplido
con algún aporte en dinero que debía, además de su industria: habrá que apreciar el
valor de esos dos aportes y proceder con un sentido de proporción según la gravedad de
la falta. Diez-Picazo menciona sentencias españolas que consideran que aún en las so-
ciedades en que aparentemente sólo se debe aporte de servicios, hay necesidad de un
mínimo capital para integrar el patrimonio común. Parece evidente que si el aporte de
capital es totalmente secundario, mínimo, no sería razonable dar fin a la sociedad por
ese incumplimiento, si en cambio sí se han hecho los trabajos a que se obligaron los
socios.
Para las compañías de responsabilidad limitada y anónimas, (artículos 111, 115 y 219)
se admite expresamente las acciones sea para exigir el cumplimiento del aporte prome-
tido, sea para excluir al socio incumplido (sólo en la de responsabilidad limitada) o
proceder ejecutivamente a cobrar sobre los bienes del socio incumplido, o enajenar en
subasta pública las acciones del socio moroso, por su cuenta y riesgo (en las anónimas ).
En cambio, no se contempla, ni para las limitadas ni para las anónimas, la terminación
del contrato; esto corresponde a su carácter de sociedades de capitales.
Como titular, la sociedad percibe los frutos, puede disponer de la cosa o derecho y res-
ponderá al final ante el socio, por el aporte recibido.
Aparece claramente la intención del legislador de hacer prevalecer lo que hayan dis-
puesto los socios en el pacto inicial: bien establezcan la obligación de restituir en espe-
cie las cosas aportadas, bien solamente su precio. Si nada se ha establecido, se procederá
de acuerdo con la naturaleza de las cosas: evidentemente, si son fungibles, si se deterio-
ran por el uso o están destinadas a la venta, solamente se deberá al aportante el precio, y
la ley establece la norma precisa para determinar ese precio, sea por tasación aceptada
por los socios o por un avalúo hecho posteriormente, pero con referencia al momento de
la aportación.
5.14. La sociedad, como dueña, defenderá las cosas aportadas y ejercitará las corres-
pondientes acciones legales para ello. Si fuere vencida, si fuere evicta, tendrá derecho a
que el socio que aportó sanee la evicción, es decir, reponga a la sociedad en el pleno
derecho y disfrute de lo que ha perdido. Esto puede cumplirse entregando otra cosa
idéntica o indemnizando plenamente en dinero. La indemnización en dinero, sólo es
posible si la cosa evicta no era indispensable, en especie, para los fines de la sociedad;
por ejemplo, si por sentencia judicial se pierde el terreno en que se iba a edificar o que
se debía parcelar para cumplir así el único fin de la sociedad, es evidente que no será
suficiente una compensación monetaria.
No menciona el Código -ni la Ley de Compañías- los vicios redhibitorios que pudiera
tener la cosa aportada. Borda opina que si el socio aportó una cosa cierta, es responsable
de los vicios redhibitorios, aunque los socios carecen de acción quanti minoris, que es
propia de la compraventa y sólo podrán hacer valer la acción redhibitoria. Podrían ex-
cluir al socio que puso la cosa viciada, o disolver la sociedad.
5.15. Aumento de aportaciones. Así como no permite que un socio no aporte lo ofre-
cido, lo aporte en menor cantidad o de peor calidad, tampoco se le exigirá que aporte
más de lo pactado.
El artículo 1991 considera el caso extremo de que “por una mutación de circunstancias
no pudiere obtenerse el objeto de la sociedad sin aumentar los aportes”, ante tal situa-
ción, se trata de salvar la existencia de ella. Si un socio se niega a aumentar su aporte,
puede retirarse de la sociedad y ésta continuará con los demás socios que sí estén
conformes con aumentar el capital. Pero como esto constituye sólo una facultad, el socio
que no quiere o no puede contribuir en mayor medida, puede optar por quedarse en la
sociedad, solución que en ciertos casos será inconveniente para los otros socios, quienes
pueden exigirle que se retire. Así se combina el respeto a la determinación de cada uno
y la protección a la sociedad para que continúe con sus actividades.
Este asunto tiene relación con el principio de que la sociedad es un contrato que se fun-
da en la consideración de las personas -intuitu personae- y con el respeto a lo estableci-
do en el pacto inicial. Un cambio sustancial, lleva a la terminación de la sociedad, pero
si de alguna manera se alcanza un acuerdo entre un grupo menor de socios para seguir
adelante, la ley favorece esta solución.
Planiol indica que es cuestión discutida si es válida la cláusula para excluir a un socio o
si se requiere pedir al juez que declare la exclusión. La misma duda plantea nuestro
texto legal que dice simplemente: “deberá retirarse si sus consocios lo exigen”: se en-
tiende que si no se retira voluntariamente, habrá que obligarle judicialmente a que lo
haga.
5.16. El hecho de que se regule los casos precisos en que se puede retirar un socio, im-
plica que no puede hacerlo libremente, si existe un plazo o condición, hay que respetar-
los y la renuncia sería intempestiva.
La doctrina admite razones que justifican la renuncia. Borda indica que no es justa
causa el haber asumido otras obligaciones, pero sí en el caso de labores públicas de
importancia, que deben cumplirse por un deber de ciudadanos. Nosotros tenemos fun-
ciones de aceptación obligatoria, como los cargos de consejero provincial, concejal
municipal, diputado, etc., y además, algunas de éstas funciones son incompatibles con
otras actividades privadas, con lo que se redondea la motivación para una renuncia
justificable.
Aunque exista una razón suficiente para la renuncia, ésta debe ser oportuna, no extem-
poránea, como lo sería la presentada cuando está pendiente un negocio que necesita del
respaldo de todos los socios o de la debida estabilidad de la sociedad. El socio que se
separa intempestivamente tendrá que indemnizar a la sociedad por el perjuicio que le
cause.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 419
La renuncia, no basta que se presente, sino que ha de ser aceptada por los consocios. Al
surgir controversia, habría que recurrir al juez.
“Art. 1992.- Ningún socio, aún ejerciendo las más amplias facultades administrativas,
puede incorporar a un tercero en la sociedad, sin consentimiento de sus consocios; pero
puede, sin este consentimiento, asociarle a sí mismo; y se formará entonces, entre él y el
tercero, una sociedad particular, que sólo será relativa a la parte del socio antiguo en la
primera sociedad”.
Estas disposiciones son propias de las sociedades colectivas, mas no de las anónimas,
en las que la regla general es la libre negociación de las acciones, de suerte que cual-
quiera puede incorporarse o salir de la sociedad. Las sociedades de responsabilidad
limitada se encuentran en un intermedio entre las sociedades de personas y las de capi-
tales, y para ellas, el artículo 113 de la Ley de Compañías ordena que la transferencia de
la participación de un socio a favor de un extraño solamente se admite con el consenti-
miento unánime.
Distinto es el caso de la sociedad en que una de las partes sea compleja: integrada por
varios que a su vez forman sociedad. Todos éstos son uno, dentro de la sociedad mayor,
y aisladamente uno de ellos no puede, por ejemplo, pedir la liquidación social.
420 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Puede ser que el socio haya facilitado a la compañía recursos útiles que no estaba obli-
gado a versar y lógicamente tiene derecho al reembolso más la indemnización del per-
juicio que haya sufrido.
En el mundo actual la rapidez e intensidad de los negocios es tal que casi nunca basta el
propio capital y se cuenta en mayor medida con el crédito, de instituciones financieras o
de otras personas. Dada la estrecha solidaridad que caracteriza a una sociedad, resulta
fácil que uno de los socios adelante dinero u otros medios para obtener buen éxito en
lo que la compañía se propone. Estos préstamos de un socio a la entidad están protegi-
dos y dan derecho al reembolso siempre que se cumplan estas condiciones: 1. Que se
hayan verificado con conocimiento de los socios, es decir, no contra su voluntad ni en
forma clandestina, tal que no hayan podido oponerse; ha de existir más bien una situa-
ción que haga presumir la autorización de los consocios. 2. El préstamo se ha de em-
plear en “negocios sociales, contraídos legítimamente y de buena fe”: no cabe que un
socio pretenda devolución de un dinero gastado en asuntos ajenos al fin social, o en
negocios ilegítimos o dolosos de los cuales nunca se deriva un derecho para el que los
ha hecho.
Cumplidas esas condiciones, cada uno de los socios debe contribuir para el resarci-
miento de los gastos hechos por el consocio más los perjuicios que haya tenido que
soportar. Esta contribución se hará a prorrata del interés social o cuota de cada socio.
“La parte de los insolventes se dividirá de la misma manera entre todos”, agrega el
artículo 1993. Económicamente equivale a un aumento de capital en proporción a la
parte de cada uno.
El supuesto de los adelantos de dinero a la sociedad no distingue entre dinero propio del
socio que haya hecho el gasto, o dinero ajeno, tomado en préstamo. El artículo parece
referirse sobre todo al caso del préstamo de un extraño, ante quien se ha obligado perso-
nalmente un socio. Sin embargo, pienso que se aplica a las dos hipótesis, pues es equita-
tivo equipararlas.
Uno de los supuestos para esta compensación, es que haya habido buena fe. Si no la
hubiere, como enseña Borda, el socio únicamente tendría derecho al reembolso del
enriquecimiento efectivo de la sociedad.
Dice así el artículo 1994: “Si un socio hubiere recibido su cuota de un crédito social, y
sus consocios no pudieren después obtener sus respectivas cuotas del mismo crédito,
por insolvencia del deudor o por otro motivo, deberá el primero comunicar con los
segundos lo que haya recibido, aunque no exceda a su cuota y aunque en la carta de
pago la haya imputado a ella”
Supongamos este ejemplo. La sociedad ha vendido a crédito una casa que construyó y el
comprador paga uno de los dividendos de su deuda a uno de los socios: éste tiene dere-
cho a su respectiva cuota de ese pago, pero no a todo el pago; si en los dividendos si-
guientes el comprador va abonando a los otros socios su respectiva cuota, hasta cancelar
toda la deuda, no habrá problema alguno, ya que todos habrán recibido lo que les co-
rrespondía; pero si el comprador deja de pagar -por cualquier motivo-, no es justo que el
socio que primeramente recibió su cuota se quede con todo el dinero y los demás pier-
dan toda su parte; por esto, ordena el Código “comunicar”, es decir, poner en común,
repartir a los consocios la suma recaudada.
Esto guarda relación estrecha con los dos artículos anteriores: todos ellos hacen efectiva
la obligación de fidelidad y solidaridad entre los socios, quienes tendrán que repartirse
al final de la vigencia del contrato, las utilidades que queden o las eventuales pérdidas,
computando en todo caso los anticipos recibidos.
Valga el siguiente ejemplo: una sociedad civil para la explotación agrícola, en la que
varios socios aportan sus respectivas haciendas, tasadas de común acuerdo; si cada socio
realiza el cultivo de su respectivo inmueble y obtienen diversas ganancias, quedan suje-
tos a un reparto equitativo, sea por partes iguales si las cuotas eran iguales, o proporcio-
nal a la cuota de cada uno; de suerte que el que produjo y recaudó más, deberá comuni-
car un tanto las utilidades conseguidas, y el que produjo menos, será compensado con lo
ganado por los otros, todo en proporción a sus aportaciones (salvo que en el pacto social
hubieren determinado otra manera de repartirse las utilidades).
422 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El artículo 1996 plantea el caso de una persona con dos deudas: una a la sociedad y otra
por crédito personal del socio administrador. Si se verifica un pago que no cubre ambas
deudas, ¿a cuál se debe imputar el pago?
Primeramente hay que distinguir si se trata de dos deudas vencidas o si solamente una
de ellas lo es. Si solamente una deuda está vencida y se verifica el pago, es lógico que se
imputará a esa deuda que ya se puede exigir, no a la que está aún pendiente de plazo o
condición no cumplidos. El supuesto del artículo 1996, se refiere, pues, a dos deudas
ambas vencidas.
Dice así el mencionado artículo: “Si un socio que administra es acreedor de una persona
que es al mismo tiempo deudora de la sociedad, y si ambas deudas fueren exigibles, las
cantidades que reciba en pago se imputarán a los dos créditos, a prorrata, sin embargo
de cualquier otra imputación que haya hecho en la carta de pago, perjudicando a la
sociedad.- Y si en la carta de pago la imputación no fuere en perjuicio de la sociedad,
sino del socio acreedor, se estará a la carta de pago.- Las reglas anteriores se entenderán
sin perjuicio del derecho que tiene el deudor para hacer la imputación”.
El reparto proporcional de la suma pagada, cuando no cubre las dos deudas totalmen-
te, se entiende, en proporción al capital adeudado a cada uno -a la sociedad y al socio-.
Por ejemplo, si una persona debe 100 a la sociedad y 50 al administrador y hace un
abono de 30, se ha de imputar como abono a la sociedad 20 y abono al administrador
10. Si éste ha dado carta de pago en que ha imputado los 30 pagados a favor de la socie-
dad, vale tal imputación que no significa otra cosa que el administrador ha renunciado a
cobrar ese momento la parte de su deuda que podía cobrar. Si al contrario, el adminis-
trador ha dado carta de pago imputando todo lo recibido a su crédito personal, tendrá
que compensar a la sociedad atribuyéndole la parte que le corresponde, o sea 20, y rete-
niendo solamente los 10 que son suyos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 423
5.23. El deudor (a diferencia del acreedor) sí tiene derecho de hacer la imputación que
más le convenga. Así, teniendo las dos deudas, una a la sociedad y otra al administrador,
podrá el deudor escoger entre pagar cualquiera de ellas, si ambas están vencidas; y cier-
tamente, escogerá pagar la que le resulte más gravosa, porque está cargada de mayores
intereses o porque compromete algún bien dado en prenda o hipoteca.
Planiol anota que esta imputación por parte del deudor debiera descartarse cuando la
imputación sea legal, salvo que hubiera habido un concierto fraudulento entre el deu-
dor y el socio. Este supuesto será muy difícil de probar. En cambio, hay casos en que la
imputación debe hacerse por expresa disposición legal, aplicando las normas de la pre-
lación de créditos, que dan preferencia a algunos de ellos sobre otros.
Puig Peña señala que la norma de imputación del pago, no se aplica sino al socio admi-
nistrador y no, cuando el pago se ha hecho a otro socio que no sea administrador. Indu-
dablemente esta interpretación se ajusta al tenor literal del Código Civil Español, que es
idéntico en esto al nuestro. Pienso que no hay razón suficientemente fuerte para aplicar
una norma distinta en el caso del pago hecho al socio que no administra: cierto que hay
menos peligro de abuso que en el caso del administrador, pero la solidaridad y lealtad
que se deben los socios parece imperar que también el simple socio que recibe una
suma de dinero, la impute proporcionalmente al pago de su propio crédito y del de la
sociedad, si ambos son igualmente exigibles al momento del pago.
El Código extiende esta responsabilidad hasta las situaciones en las que ha habido
culpa leve; así ordena el artículo 1997: “Todo socio es responsable de los perjuicios que
aún por culpa leve haya causado a la sociedad: y no podrá oponer en compensación los
emolumentos que su industria haya procurado a la sociedad en otros negocios, sino
cuando esta industria no perteneciere al fondo social”.
sociedad, la equidad obliga a compensar en mayor medida al socio que emprendió en tal
actividad y con sus propios medios. En este caso, la utilidad obtenida, “no pertenece al
fondo social”, como dice el artículo 1997, y aunque esté confundida en el emolumento
de la sociedad, debe separarse para el socio que arriesgó su capital y su trabajo.
6.1. La sociedad como sujeto de derechos, como persona, contrae obligaciones y ejercita
derechos, de lo cual deriva su responsabilidad frente a terceros; pero esas responsabili-
dades sociales recaen de alguna manera en los socios, sobre todo al momento de liqui-
darse de la compañía: si quedan deudas y no ganancias, los socios, en alguna medida,
responderán. Esto depende de la clase de sociedad, de las modificaciones que se hayan
establecido en el pacto social y de la forma en que se hayan contraído las obligaciones.
Los socios por su parte, además de contraer obligaciones recíprocas, que se han explica-
do en el punto anterior (5), se responsabilizan ante terceros por sus actuaciones en nom-
bre de la sociedad, si se exceden de los poderes recibidos, si obran o negocian en asun-
tos ajenos a la sociedad o si de cualquier forma intervienen en la administración de la
sociedad obteniendo ventajas personales.
Los socios comanditarios, que solamente aportan capital, y que intervienen, contra lo
que es normal en estas sociedades, en la administración, se hacen responsables del mis-
mo modo que los socios colectivos, es decir, ilimitadamente.
6.4. La responsabilidad frente a terceros, se refiere a toda persona con la que la socie-
dad tiene relaciones jurídicas, contractuales o no contractuales; entre esas personas, se
incluyen también los mismos socios, quienes pueden, por ejemplo vender o comprar a la
sociedad.
Los actos privados de los socios, cuando actúan por nombre propio, en su propio inte-
rés, no afectan a la sociedad ni la obligan, por lo cual la sociedad no responde de las
deudas particulares de los socios, en cambio, los socios sí responden de las deudas so-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 425
6.5. Por consiguiente, importa mucho determinar qué deudas son sociales y cuáles no
lo son. En principio los actos de una persona son a título individual, y tendrá que constar
de alguna manera que actúa en nombre de otro, o de la sociedad: esto debe probarse
siempre que el sujeto niegue haber obrado en interés de la sociedad.
El artículo 1998 declara: “El socio que contrata a su propio nombre y no al de la socie-
dad, no la obliga respecto de terceros, ni aún en razón del beneficio que ella reporte del
contrato. El acreedor sólo podrá intentar contra la sociedad las acciones del socio deu-
dor.- No se entenderá que el socio contrata a nombre de la sociedad, sino cuando lo
exprese en el contrato, o las circunstancias lo manifiesten de un modo inequívoco. En
caso de duda se entenderá que contrata a su nombre privado.- Si el socio contrata a
nombre de la sociedad, pero sin poder suficiente, no la obliga respecto de terceros sino
subsidiariamente y hasta el valor del beneficio que ella hubiere reportado del negocio.-
Las disposiciones de este artículo comprenden aun al socio exclusivamente encargado
de la administración”.
Este sistema se altera si los socios han establecido responsabilidad solidaria, o respon-
sabilidad en otra proporción distinta de su participación social. Tal mutación del sistema
solamente se admite con la aceptación de todos los socios y siempre que figure en el
título de la obligación; esa aceptación de todos los socios puede ser directa, intervinien-
do todos ellos, o bien mediante poder especial conferido por todos ellos. Por ejemplo, si
el administrador acepta una letra de cambio en la que se dice que responderán solida-
riamente sus socios y herederos, no se produce tal solidaridad de los socios, salvo que
hayan consentido todos ellos en asumir esa responsabilidad.
El artículo 1999 dice así: “Si la sociedad colectiva está obligada respecto de terceros, la
totalidad de la deuda se dividirá entre los socios, a prorrata de su interés social, y la
cuota del socio insolvente gravará a los otros.- No se entenderá que los socios están
obligados solidariamente o de otra manera que a prorrata de su interés social, sino cuan-
do así se exprese en el título de la obligación, y éste se haya contraído por todos los
socios, o con poder especial de ellos”.
6.7. La regla del artículo que se acaba de transcribir se aplica, por disposición del artícu-
lo 2001, también a los socios comanditados en la sociedad en comandita: ellos tienen
las mismas responsabilidades que los socios colectivos. Por el contrario, los comandita-
rios, que únicamente aportan capital y tienen prohibida la intervención en la administra-
ción de la sociedad, solamente tienen la responsabilidad limitada hasta el monto de su
aporte, son socios capitalistas, como los de la sociedad de responsabilidad limitada o los
de la anónima: solamente responden hasta el monto del capital que han aportado. Así se
establece en el artículo 1965 y 1974. Los socios comanditarios que permiten la inclusión
de su nombre en la sociedad o se inmiscuyen en su administración, contraen la obliga-
ción propia de los socios colectivos, según el artículo 1966.
Finalmente, el artículo 2000 permite a los acreedores embargar las asignaciones que se
hagan a su deudor por cuenta de beneficios sociales. Supongamos una sociedad colecti-
va civil en la que varias costureras han puesto en común sus máquinas de coser, telas y
otros materiales, además de un aporte en dinero, estableciendo que recibirán una antici-
pación de utilidades, mensualmente, calculando los ingresos y egresos; una de las mo-
distas ha comprado su máquina a plazo y no puede pagarla: el vendedor no puede
embargar la máquina -que entró al patrimonio de la sociedad y ya no es de la deudora-,
pero sí puede embargar la cuota social, o la parte del emolumento que le corresponde, o
bien, la asignación que recibe la deudora mensualmente por cuenta de utilidades.
6.9. Como resumen de todo lo anterior, encuentro oportuno resumir cuanto explica
sobre esta importante materia el Dr. Emilio Cornejo Costas, refiriéndose al sistema
argentino, pero aplicable al nuestro, por ser similar:
Hay casos especiales de responsabilidad por objeto ilícito, por actividades ilícitas de una
sociedad con objeto lícito, por violación de expresas prohibiciones, en el caso de repre-
sentación de menores, y otros.
7. Terminación de la sociedad
7.1. Las causas de disolución de la sociedad son múltiples: algunas afectan a toda clase
de sociedades, otras son propias de algunas de ellas, como las civiles o las comerciales,
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 429
Se pueden clasificar según atañen a las personas, a las cosas, a la actividad de la socie-
dad. Las hay señaladas por las leyes y otras que dependen de lo establecido en el pacto
social. La clasificación de mayor trascendencia es la que distingue las causas que operan
de pleno derecho y las que requieren una acción, judicial o no, por parte de los socios.
En especial para las sociedades en nombre colectivo el artículo 362 contempla estas
causas de terminación: Inhabilidad de un socio para el ejercicio del comercio; uno o más
socios en concurso de acreedores; muerte de un socio, salvo excepciones. Estas causas
son aplicables también a las compañías en comandita por acciones, en cuanto afectan a
los socios que se obligan solidariamente.
7.4. Terminación por cumplimiento del plazo o condición. Esta es la forma más natu-
ral de terminación de toda sociedad: si se ha contratado para un cierto tiempo, y bajo
una condición, cuando ha transcurrido el plazo o se ha producido el hecho del que pen-
día la condición, lógicamente, termina la sociedad, ya que esa fue la voluntad de obli-
garse que manifestaron los socios, y debe cumplirse.
Esta causa obra de pleno derecho: produce, sin más trámite, la terminación de la so-
ciedad. Ahora bien, si surge controversia entre los socios, porque algunos consideran
cumplida la condición y otros no están de acuerdo, tendrá que ser resuelto el caso por el
juez, interpretando el contrato y recibiendo las pruebas sobre los hechos discutidos.
Terminada la sociedad, en este caso y en los demás que vamos a examinar, continúa, sin
embargo la persona jurídica para los efectos de pagar las deudas, responder a las re-
clamaciones de terceros y efectuar la liquidación de la compañía. Una sentencia de la
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 431
Corte Suprema dice al respecto: “Disuelta una sociedad continúa subsistiendo para los
efectos de la liquidación. Liquidada la sociedad, no se extingue el mandato constituido
con anterioridad a la liquidación; es por tanto, legítima la personería del mandatario”.
Si los socios de una sociedad que ha terminado se reparten voluntariamente los bie-
nes, firman un acta reconociéndose plenamente satisfechos en sus derechos y renun-
ciando a toda reclamación y piden y obtienen del juez la aprobación de esta transacción,
nada pueden reclamar después, ya que han actuado legalmente.
El inciso segundo del artículo 2002 del Código Civil dice: “Podrá, sin embargo, prorro-
garse por consentimiento unánime de los socios, y con las mismas formalidades de la
constitución primitiva”. En concordancia con esta norma, la Ley de Compañías dispone
en el artículo 368, que la voluntad debe ser manifestada por el máximo organismo de
gobierno de la compañía, elevada a escritura pública y presentada a consideración de la
Superintendencia, antes del vencimiento del plazo de duración.
Observa Puig Peña que si la decisión de prorrogar la vigencia del contrato de sociedad
se toma antes de llegada la fecha de terminación, continuará la misma compañía, en
tanto que si se resuelve esta continuación después de vencido el plazo o la condición,
entonces se formará una nueva sociedad. Este asunto no es meramente teórico, sino que
afecta a la permanencia de las cauciones, las obligaciones activas y pasivas y la pres-
cripción.
432 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Uno de estos aspectos, está previsto en el inciso tercero del artículo 2002: “Los codeu-
dores de la sociedad no serán responsables de los actos que inicie durante la prórroga, si
no hubieren accedido a ésta”. Quien garantizó un negocio de la sociedad, continúa
afianzándolo hasta que termina, pero, obviamente, no cauciona nuevos negocios o actos
de la sociedad, salvo que voluntariamente asuma estas nuevas obligaciones.
En primer lugar, es evidente que, si se presenta una causa legal de terminación, cual-
quiera de los socios podrá reclamar que se proceda a la liquidación, si la terminación es
de pleno derecho, o bien que se declare judicialmente la terminación y luego se liquide.
También el Superintendente de Compañías puede declarar esta terminación de oficio o a
petición de parte, como dispone el artículo 369 de la Ley de Compañías.
La terminación se solicitará por todos los socios o por uno sólo, en caso de existir causa
legal. Como observa Planiol, uno sólo podría lograr la terminación contra la voluntad
mayoritaria, puesto que se trata de aplicar la ley.
Pero, además de causas legales, se presentan causas que hacen imposible la continua-
ción de la sociedad o que la vuelven inconveniente. La doctrina admite que también en
estas circunstancias, que han de ser apreciadas por el juez, se dará por terminada la
sociedad. Por ejemplo, la enfermedad o la ausencia larga de un socio, o un estado de
ánimo permanente que rompe el sentido de solidaridad, la mutua sospecha de actuacio-
nes dolosas, el asumir algún socio funciones públicas que impiden la marcha normal de
la sociedad, etc.
Punto más difícil es el relativo a si un socio puede pedir la terminación por incumpli-
miento de las obligaciones de otro socio. En principio, en los contratos sinalagmáticos
se concede la acción resolutoria por incumplimiento; pero el contrato de compañía es
plurilateral y da origen a una organización con personalidad jurídica, lo cual afianza la
estabilidad de la sociedad. Existe alguna sentencia de nuestra Corte Suprema que indi-
rectamente acepta la terminación por incumplimiento. En otro caso, se considera que no
hay motivo suficiente: “La ocupación del dinero social, de parte de un socio, no da lugar
a la disolución de la sociedad, cuando no consta que esta ocupación procede de un acto
arbitrario, y cuando la suma ocupada y sus intereses se ha reintegrado a la caja social.
Tampoco da fundamento para disolver la sociedad, el haber entrado un socio en el des-
empeño de la gerencia, si este hecho, sobre no contravenir substancialmente a los
estipulado en el contrato social, es impuesto por la necesidad de atender al objeto y fines
de la compañía”.
Parece, pues, que hay que distinguir entre incumplimientos esenciales y ligeras faltas de
los socios: los primeros dan origen a que se termine la sociedad, pero no las segundas.
solamente falta alguna parte de menor cuantía, no sería razonable acabar con la compa-
ñía, sino más bien exigir el cumplimiento al socio en mora, o convenir en que su cuota
se reduzca proporcionalmente a la falta. Corresponde al juez apreciación de la impor-
tancia relativa del incumplimiento.
7.6. La falta del aporte ofrecido, está expresamente considerada como causa de termi-
nación de la sociedad, en el artículo 2005 del Código Civil, pero calificando dicha falta:
“si por su hecho o culpa”, algún socio no cumple su promesa, los otros podrán pedir la
terminación. De donde se deduce que, si no hay aporte por fuerza mayor o caso fortuito,
no podría pedirse la terminación; pero esta conclusión rigurosamente lógica, no resulta
equitativa, ya que la sociedad mal podrá funcionar si falta un aporte importante: habría
que distinguir esta mayor o menor trascendencia del aporte, más que exigir que sea por
culpa que no se haya hecho el aporte.
Se ha de entender, además, que el aporte tiene que ser oportuno, en el tiempo estableci-
do, o si no se ha determinado plazo, en un lapso razonable, y mientras pende el plazo –
o eventualmente una condición –, no cabría pedir la terminación.
El ya citado artículo 2005, con mucho acierto, se refiere tanto a la aportación de cosas,
como a la de servicios: “Si alguno de los socios falta por su hecho o culpa, a la promesa
de poner en común cosas o industrias que se ha obligado en el contrato, los otros ten-
drán derecho para dar por disuelta la sociedad”.
Como observa Lacruz, la falta definitiva de la aportación del socio industrial da fin a la
sociedad, aunque no sea culpable, por ejemplo, si el socio que debía contribuir con su
trabajo queda imposibilitado por una enfermedad, o pierde la habilitación legal para
ejercerlo.
“Art. 2012. La sociedad puede expirar también por renuncia de uno de los socios. Sin
embargo, cuando la sociedad se ha constituido por tiempo fijo, o para un negocio de
duración limitada, no tendrá efecto la renuncia, si por el contrato de sociedad no se
hubiere dado la facultad de hacerla, o si no hubiere grave motivo como la inejecución de
las obligaciones de otro socio, la pérdida de un administrador inteligente que no puede
reemplazarse entre los socios, enfermedad habitual del renunciante que le inhabilite para
434 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
las funciones sociales, mal estado de sus negocios por circunstancias imprevistas, u
otros de igual duración”.
Nótese que aquí se dan varios ejemplos de causas que justifican la renuncia y, entre
ellos, se menciona el incumplimiento de las obligaciones de un consocio; esto podría
originar también la acción judicial para pedir la terminación, si el incumplimiento es
grave, pero queda igualmente la posibilidad de evitar el juicio renunciando oportuna-
mente.
“Art. 2013.- La renuncia de un socio no surte efecto alguno sino en virtud de la notifica-
ción a todos los demás.
Deja alguna duda este artículo, ya que menciona la aceptación como un requisito para
la eficacia de la renuncia, pero refiriéndose solamente a los socios que inicialmente no
fueron notificados. La primera parte del artículo da la impresión de que con la sola
notificación, siempre que sea a todos los consocios (o a quien les representa), ya produ-
ce su efecto la renuncia. Sin embargo, parece más lógico que los socios deban calificar y
resolver si la renuncia es o no legal: ellos tendrán que aplicar el pacto o considerar la
gravedad de las motivaciones, y si no hay acuerdo entre ellos y el que renuncia, se debe-
rá acudir al juez. Se asegura la igualdad de derechos de los socios y se apremia al cum-
plimiento de la notificación a todos ellos, al dar a quienes no fueron notificados inicial-
mente, el derecho de escoger entre aceptar la renuncia y dar por terminada la sociedad
desde el momento de la primera notificación (a los otros consocios) o admitir el valor de
los actos realizados posteriormente a dicha notificación y hasta el momento en que ellos
conocen de la renuncia. Sería preferible que la ley se refiriera clara y directamente al
derecho de aceptar o rechazar la renuncia por parte de la mayoría de los socios, con
la facultad de apelar ante la justicia en caso de discordia.
“Art. 2015.- Renuncia de mala fe el socio que lo hace para apropiarse una ganancia que
debía a la sociedad. En este caso podrán los socios obligarle a partir con ellos las utili-
dades del negocio, o a soportar exclusivamente las pérdidas, si el negocio tuviere mal
éxito.
Podrán así mismo, excluirle de toda participación en los beneficios sociales, y obligarle
a soportar su cuota en las pérdidas”.
Aun cuando el socio tenga interés en retirarse, debe aguardar para ello un momento
oportuno.
Los efectos de la renuncia de mala fe indicados en el inciso final del artículo precedente,
se aplican a la renuncia intempestiva”.
La falta de oportunidad es, pues, tan grave como la mala fe, en cuanto a los efectos:
pérdida de las ganancias y participación en las pérdidas. La diferencia entre la mala fe y
la simple actuación intempestiva, por lo demás, resultará bastante sutil.
La poca claridad de una conducta, lleva a pensar que la separación de hecho no produci-
rá la disolución de la sociedad de pleno derecho, sino que ha de ser declarada, sea por la
aceptación unánime de los socios, o por resolución judicial.
El artículo 2017 trata de este raro caso, mediante una remisión: “Las disposiciones de
los artículos precedentes comprenden al socio que de hecho se retira de la sociedad, sin
renuncia”.
Es evidente que el socio que se retira ilegalmente, tendrá todas las responsabilidades y
deberá indemnizar por los perjuicios que cause. En principio tal actitud “de hecho”,
hace presumir la mala fe, pero los perjuicios efectivos sí tendrán que probarse. Cabe,
desde luego, que el socio justifique su actitud y demuestre que se debió a caso fortuito o
fuerza mayor, que le liberan de tales responsabilidades.
Semejante a esta causal es la disminución del patrimonio en términos que quiten sol-
vencia a la sociedad. Por esto la Ley de Compañías ordena la disolución de las anóni-
mas que hayan perdido el cincuenta por ciento de su capital o más (artículo 361).
sociedad, contando con el representante legal del socio incapacitado y teniendo en cuen-
ta la grave situación que se producirá al permitir que intervengan los acreedores en la
administración. La resolución de los socios debe ser unánime para poder continuar, y si
no están todos de acuerdo, ha de darse por terminada la sociedad, ya que el artículo
2011 exige la unanimidad para tan grave resolución. En estos casos, no se produce de
pleno derecho la terminación, sino que se requiere orden judicial. Así se reconoce en
una sentencia.
Este caso y el análogo de haber aportado un socio el usufructo de una cosa, que luego
se hace imposible de disfrutar, están previstos en el artículo 2006.
Aún en las compañías que deben terminar por muerte de un socio, este efecto no se
produce, si en el contrato se ha previsto la continuación, sea con los socios restantes o
bien con los herederos del fallecido. Y también podrían los socios resolver de modo
unánime continuar la sociedad entre los que quedan, una vez producida la muerte, pero
los herederos del difunto tienen derecho a que se liquide la parte social de su causante.
Los herederos o legatarios del fallecido no tienen derecho de continuar en el lugar del
de cuius, (salvo en las sociedades de capital), pero los socios restantes podrían aceptar
unánimemente su incorporación como nuevos socios, en lugar del muerto: esto equivale
a un nuevo contrato social.
Bien se puede estipular en el pacto social que al fallecer uno de los socios, continúe la
sociedad con los restantes, dejando a salvo la liquidación de la parte del difunto, que se
deberá a los herederos. También cabe prever para estas circunstancias, que se ha de dar
una cantidad fija a los herederos.
“Aun después de recibida por éstos la noticia, las operaciones iniciadas por el difunto,
que no supongan una aptitud peculiar en éste, deberán llevarse a cabo”, dice el inciso 3°
del artículo 2007. Pienso que, igualmente deben concluirse los negocios iniciados en
vida del socio y no acabados al momento de recibirse la noticia de su muerte, aunque él
no haya intervenido directamente en tales operaciones: el interés de la sociedad y de los
terceros que hayan contratado con ella así lo exige.
“Art. 2008.- La estipulación de continuar la sociedad con los herederos del difunto se
subentiende en las que se forman para el arrendamiento de un inmueble, o para el
laboreo de minas, y en las anónimas”. En estas, evidentemente, no importa mayormen-
te la subsistencia de un socio, porque implican más bien el empleo de un capital en esas
actividades.
7.12. Los sucesores del socio difunto se encontrarán, pues, en dos situaciones diversas:
o no entran a formar parte de la sociedad de su causante, o bien, ocupan el lugar de él y
la sociedad continúa. El artículo 2009 establece los efectos de una y otra hipótesis.
“Art. 2009.- Los herederos del socio difunto que no hayan de entrar en sociedad con los
sobrevivientes, no podrán reclamar sino lo que tocare a su causante, según el estado de
los negocios sociales al tiempo de saberse la muerte; y no participarán en los
emolumentos o pérdidas posteriores sino en cuanto fueren consecuencia de las
operaciones que al tiempo de saberse la muerte estaban ya iniciadas.
Si la sociedad ha de continuar con los herederos del difunto, tendrán derecho para entrar
en ella todos, exceptuados solamente los que, por su edad o sexo o por otra calidad,
hayan sido expresamente excluidos en la ley o en el contrato.
Fuera de este caso, los que no tengan la administración de sus bienes concurrirán a los
actos sociales por medio de sus representantes legales.”.
Es decir, que los herederos tienen el derecho, pero no están obligados a continuar con la
sociedad. Esto origina que puedan pedir la liquidación parcial: que se calcule y se les
entregue lo que habría correspondido al causante; y la sociedad continuará con los de-
más socios. En dicha liquidación se ha de considerar la restitución del capital aportado y
la participación en las ganancias obtenidas o las pérdidas que haya que cubrir, todo ello,
cortado a la fecha en que se recibió la noticia de la muerte. Solamente las “operaciones
iniciadas”, o pendientes, al momento indicado, se liquidarán una vez concluidas.
438 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El conjunto de los sucesores ocupará el lugar del difunto y entre ellos se dividirá la
participación conforme corresponda por cuota hereditaria.
7.13. Si en el contrato de sociedad se ha estipulado que ésta continuará con los suceso-
res de cualquiera de los socios que falleciere y efectivamente muere uno de ellos, se
produce una situación especial, que está regulada por el artículo 1277: en el inventario
de los bienes dejados por el difunto deben incluirse “los bienes sociales”, es decir, su
parte en la sociedad, sin perjuicio de que todos los asociados sigan administrándolos
hasta la expiración de la sociedad, y sin que por ello se les exija caución alguna. Es
realmente una situación peculiar, porque los bienes sociales siguen siendo bienes socia-
les y se siguen administrando regularmente, por lo cual no se puede exigir caución; por
otra parte, lo que correspondía al difunto debe ser inventariado, para que se puedan
realizar las operaciones de partición y para establecer los bienes que respaldan el pago
de las deudas que haya tenido el causante. Como la sociedad no está liquidada, resulta
imposible saber cuáles bienes en concreto corresponden al de cuius, y entiendo que sería
preciso enumerar todos los bienes sociales, para establecer así la cuantía de la parte que
le corresponda al difunto y que ha pasado a los herederos.
7.15. Termina la sociedad si el objeto de ella llega a ser ilícito. Por ejemplo, se ha esta-
blecido para realizar cambios de divisas, y una ley posterior prohíbe estos negocios; un
grupo de arqueólogos forman sociedad para una investigación científica en cierto lugar
del país, pero se prohíben después las excavaciones en ese lugar, etc. Esta causa está
señalada en el artículo 3 de la Ley de Compañías, que prohíbe no sólo la formación,
sino también “el funcionamiento” de compañías contrarias al orden público o a las le-
yes.
Caso distinto sería el de la sociedad que, teniendo un fin legal, sin embargo procede,
actúa sistemáticamente contra la Ley o realiza actos de tal gravedad, que justifiquen la
intervención de las autoridades para disolverla. La Ley de Compañías se refiere también
a estos casos en varios artículos.
Hay que distinguir los efectos con relación a los socios y con respecto a terceros. Para
los socios, el efecto fundamental consiste en cesar sus derechos y obligaciones hacia la
sociedad o hacia los consocios y poder reclamar la liquidación y partición. Estos efectos
se producen instantáneamente cuando la sociedad se disuelve de pleno derecho o cuan-
do se declara por sentencia ejecutoriada; en este segundo caso, algunos efectos tendrán
efecto retroactivo hasta la fecha de la causa de disolución, la que ha de servir para de-
terminar el monto del patrimonio en ese momento y los derechos de cada uno. Si la
terminación se produce por muerte o por otros hechos que deban probarse, no surte
efecto la terminación sino desde el momento en que se conoce la causa de la extinción.
En cuanto a los efectos para terceros, están precisamente indicados en el artículo 2018:
“La disolución de la sociedad no podrá alegarse contra terceros, sino en los casos si-
guientes: 1°. Cuando la sociedad ha expirado por la legada del día cierto prefijado para
su terminación en el contrato. 2°. Cuando se ha dado aviso de la disolución en un perió-
440 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
dico del cantón, o por carteles fijados en tres parajes de los más frecuentados del mis-
mo; y, 3°. Cuando se pruebe que el tercero ha tenido oportunamente noticia de ella por
cualesquiera medios.
Por su parte los acreedores de la sociedad disuelta pueden hacer valer sus derechos
sobre los bienes de la sociedad tales como se encontraban al momento de la termina-
ción, sin que se les pueda perjudicar por los actos que posteriormente realicen los socios
en orden a la liquidación o partición; si ilegalmente hubieren pasado algunos de esos
bienes a poder de un socio, igualmente podría embargarse dentro del juicio seguido
contra la sociedad. Durante el proceso de liquidación y partición, los acreedores pueden
intervenir como terceros interesados, para vigilar que todo se haga conforme a la ley y
se comience, precisamente, por cubrir las obligaciones pendientes de la sociedad. Una
vez hecha la liquidación y partición, ya no cabe sino intentar las acciones contra los
socios, ya que la sociedad ha dejado totalmente de existir.
Los actos jurídicos que implica este proceso son los siguientes: formación del inventa-
rio actualizado; pago de las deudas o asignación de bienes o dinero para cancelar tales
obligaciones; determinación de lo que corresponde a cada socio por cuenta de sus apor-
taciones; determinación de lo que corresponde a cada socio en calidad de ganancias, si
las hay o de pérdidas que deba responder personalmente cada uno; asignación concreta
de sumas de dinero, especies u otros bienes, con los que se satisface lo que corresponde
a cada socio por capital y beneficios.
Sin embargo, hay que tener en cuenta algunas disposiciones especiales relativas a las
compañías, que prevalecerán sobre las reglas de la partición hereditaria.
1.1.Esta figura jurídica es una de las que más ha evolucionado desde orígenes en el
Derecho Romano hasta los códigos contemporáneos, de aquí y por la notable analogía
con otros institutos jurídicos, resulta difícil su definición.
1.2.En todo mandato hay un encargo de una persona a otra, de ejecutar en su nombre
alguna cosa, pero esta clase de misiones se ejecutan también a través de contratos de
servicios materiales o inmateriales.
Lo que distinguió originariamente al mandato fue su gratuidad, pero hoy día casi todo
mandato es remunerado. Se ha planteado como criterio diferencial el que en todo man-
dato hay representación, pero ahora se admite el mandato con representación o sin ella.
Lo específico del mandato radica más bien en que lo encargado a otro ha de tener un
carácter jurídico, no de mera obra material o intelectual sin directa categoría jurídica.
Si yo encargo a otro que cultive mi finca, que vigile la entrada de mi casa o que me
pinte un retrato, habré hecho contratos de prestación de servicios, mientras que si encar-
go vender o comprar, arrendar, seguir un juicio, hacer una transacción judicial etc.,
estoy dando un verdadero mandato.
1.4. El mandato guarda estrecha relación con la representación. Cuando ésta se esta-
blece por la ley, a favor de las personas que no pueden administrar su bienes por sí
mismas, es decir, a favor de los incapaces, entonces la representación es legal, mientras
que se establece la representación voluntaria entre personas capaces, mediante el
contrato de mandato. Aunque cabe mandato sin representación jurídica, el contrato mira
a producir efectos jurídicos a favor de otra persona por quien se actúa. Esto determina
que muchas normas jurídicas dadas para la representación, sean aplicables al mandato.
1.5. En nuestras leyes se usan como sinónimos “mandato” o “poder”, aunque estric-
tamente, el mandato confiere un poder; el poder nace del mandato, cuando es un poder
dado convencionalmente. Hay también poderes originados en la ley, como los que co-
rresponden a las “potestades”, paterna o marital.
444 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Sobre la distinción entre mandato y poder, dice el Dr. Carlos Manuel Larrea: “El man-
dato es un contrato perfecto en tanto que el otorgar poder es un mero acto unilateral,
que puede no tener consecuencias si no se acepta el poder, si no llega a nacer el contrato
de mandato”.
1.6. Desde luego, no hay que confundir el mandato civil con el mandato público, que
consiste en el conjunto de atribuciones y de responsabilidades que corresponden a quien
ejerce una función oficial de gobierno o administración del Estado o de sus diversos
organismos: el mandato presidencial, el de un diputado, alcalde o juez, etc. Sin embar-
go, quienes ejercen un mandato público, se asimilan en muchos aspectos a mandatario
civil.
Las atribuciones de quienes ejercen un cargo público son las señaladas por la ley y no
provienen de un acto arbitrario de voluntad, como sucede en el mandato civil. De esta
diferencia fundamental derivan muchas consecuencias sobre los límites del poder, sobre
la responsabilidad de quien lo ejerce y sobre los efectos de para terceros, de los actos
realizados en el ejercicio de tales funciones.
1.7. Algunos códigos extranjeros definen el mandato siguiendo la línea del primitivo
contrato del Derecho Romano, así el Código de Francia (artículo 1984), el de España
(artículo1709), el de Suiza (1684), Alemania (artículo 622), Perú (1627), Venezuela
(1684). En estos se pone atención a la gratuidad del contrato, lo cual no coincide con la
corriente contemporánea que permite el mandato remunerado.
1.8. Nuestro Código define así en el artículo 2020: “Mandato es un contrato en que una
persona confía la gestión de uno o más negocios a otra, que se hace cargo de ellos por
cuenta y riesgo de la primera.- La persona que confiere el encargo se llama comitente o
mandante, y la que lo acepta apoderado, procurador, y en general, mandatario”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 445
La “gestión de uno o más negocios”, se entiende, por todo el contexto, que se refiere a
negocios jurídicos y no de otra índole. Habría sido, preferible usar la precisa expresión
de los Códigos Mexicano y Argentino: “negocios jurídicos”. En el caso específico del
mandato para el juicio, se da al mandato un nombre también especial: procuración judi-
cial; en este caso, el carácter jurídico del encargo llega al máximo grado. Nótese que en
la misma definición del artículo trascrito, se menciona al “procurador”, como un manda-
tario. El término “mandatario”, abarca todos los casos, es genérico, mientras que el de
“procurador se refiere específicamente a la actuación en juicio”.
De la definición aparece, en todo caso, que el mandato tiene carácter contractual, que es
un contrato bilateral y que el encargo que se hace, origina una obligación principal
del que lo recibe: la de ejecutar la gestión que se le ha confiado. Nada se dice, y con
acierto se calla, en cuanto a remuneración, para estar con la corriente moderna que se
aparta en esto de la tradición romana.
1.9. Ilustra mejor la noción del mandato el recuerdo de su historia, de sus orígenes. En el
Derecho Romano, aparece como un encargo de confianza, como un acto de amistad,
mediante el cual interviene una persona a favor de otra, pero sin que exista todavía el
concepto de la representación voluntaria. El amigo que actúa, lo hace a su propio nom-
bre y asume las responsabilidades y derechos que derivan de sus actos; después, por
medio de otro negocio jurídico, hará pasar los efectos a otra persona. A veces se procede
así, para que triunfe la equidad sobre el rigorismo del derecho quiritario, favoreciendo la
adquisición de derechos por parte de quienes no son ciudadanos. El concepto de repre-
sentación aparece tardíamente, en la Edad Media, con Bartolo de Sassoferrato y triunfa
definitivamente en el derecho moderno a partir del Código de Napoleón.
Otro aspecto del mandato que varía sustancialmente desde el Derecho Romano hasta la
actualidad es la gratuidad, que ha cedido el paso a la remuneración. El carácter gratuito
dependía precisamente del concepto de encargo de confianza, de relación fraternal o de
amistad, mientras que en el mundo contemporáneo predomina el sentido de relación
profesional y por lo mismo, remunerada.
A medida que desaparecieron esas notas características del Derecho Romano, se hizo
más difícil distinguir el mandato de otros contratos y así surgió la doctrina de que el
punto diferencial radicaba en que los contratos de prestación de servicios implicaban
una subordinación, la que no se da en el mandato. Pero este punto de vista debe mati-
zarse debidamente, como observa Castán, la subordinación es más bien propia del con-
trato de servicios laborales, pero no de los de carácter profesional, aunque es también
verdad que el mandato va unido a los servicios profesionales de ciertas personas, princi-
palmente de los abogados. Puig Peña considera con acierto que es propio del mandato el
hacerse cargo de “negocios susceptibles de llevar aparejada una función de representa-
ción, aunque puedan realizarse obrando o no en nombre del comitente”.
446 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.10. Las características del mandato son las siguientes: es un contrato consensual;
que puede ser tanto gratuito como remunerado; cuando es gratuito, se considera unila-
teral, mientras que si hay remuneración, resulta bilateral.
Lacruz caracteriza el mandato como “un mecanismo de cooperación”, por lo que guarda
analogía con la representación de incapaces y con la agencia oficiosa. También conside-
ra que es nota distintiva la “ajenidad”, es decir, que sirve para cuidar de los negocios de
otro. Finalmente, el carácter de contrato de confianza hace que predomine la considera-
ción “intuitu personae”.
Diez-Picazo resume así los caracteres propios del mandato: es un contrato consensual,
productor de obligaciones principales, recíprocas o sólo para el mandatario –según
medie o no, retribución- y de marcado carácter personal: la confianza del mandante en
el mandatario es su trasfondo”.
“Las obligaciones del agente oficioso son las mismas que las del mandatario” dice el
artículo 2187, pero esto ha de entenderse únicamente en cuanto a la relación con la
persona para quien ejercita su actividad, puesto que, frente a terceros, el agente oficioso
será el único responsable, si sus actos no son ratificados por el beneficiario. Aún en la
relación con el principal hay alguna diferencia, puesto que el agente se responsabiliza
plenamente y sólo se exime de tal responsabilidad cuando se hace cargo de los intereses
ajenos para salvarlos de un peligro inminente, en cuyo caso responde sólo por dolo.
(artículo 2391).
1.13. Hay formas de mandato que se simulan bajo la apariencia de otros contratos que
efectivamente se celebran y surten efectos, pero provisionalmente, para luego hacer
pasar los beneficios y las responsabilidades al verdadero interesado, al mandante oculto.
Se suelen llamar, negocios mediante testaferro o “presta nombre”.
1.14. El artículo 420 del Código Civil emplea la expresión “mandato judicial”, pero
esta no significa un instituto distinto del mandato, sino que quiere decir simplemente
“orden judicial”, la que se da mediante un decreto judicial. Se refiere a la potestad del
tutor o curador para constituir una hipoteca o servidumbre sobre los bienes raíces del
pupilo; la representación legal, se limita mediante la intervención del juez, para proteger
mejor los intereses del incapaz, y la autorización judicial completa la aptitud para repre-
sentar al incapaz.
Civil). Existen también especiales inhabilidades para el ejercicio de este mandato, que
se prohíbe a muchos altos funcionarios, a los empleados que intervienen en el juicio y
también a los ministros de cualquier culto (artículo 41). La procuración judicial está
sujeta a reglas especiales, como la del artículo 42: “La incapacidad del procurador no le
inhabilita para sustituir el poder” e implica responsabilidades también sui generis, como
la obligación de legitimar la personería con la debida oportunidad (artículo 43).
Para ser procurador judicial se requiere -por regla general- ser abogado, pero no todo
abogado que interviene en juicio, lo hace en calidad de procurador. La función propia
del abogado es la de aconsejar, dirigir jurídicamente al cliente, pero es éste quien toma
decisiones trascendentales como las de apelar o no de una sentencia, desistir del juicio o
de la instancia o transar, para estos actos de singular importancia, el abogado necesita
tener mandato de su cliente o por lo menos que éste ratifique lo actuado en su nombre,
de otro modo no obligarían a quien es parte en la litis.
1.16. Los servicios prestados por personas que han debido prepararse con largos estu-
dios, generalmente universitario, se sujetan a las reglas del mandato, como ordena el
artículo 2022, siempre que su actividad “esté unida a la facultad de representar y obligar
a otra persona respecto de terceros”. No se refiere, pues, esta norma a toda profesión
académica o liberal, sino a aquellas que implican representación, lo cual es típico de la
abogacía. En otras carreras universitarias no suele darse la representación, y no origi-
nan mandato. No basta, por tanto, que se trate de servicios inmateriales, como son los
del médico, el arquitecto, el ingeniero, el auditor, etc., sino que estas actividades profe-
sionales solamente implicarían mandato, si llevan consigo la facultad de representar.
1.17. En el derecho comercial hay figuras especiales de mandato o afines a él, que no
corresponde estudiar en esta sede, pero que al menos se deben nombrar. El corretaje se
distingue, según explica Fueyo, en que el corredor no actúa en nombre del comitente,
sino en nombre propio. El corredor es más bien un “mediador” que acerca a dos posi-
bles partes para que negocien entre sí. La naturaleza jurídica de este intermediario se ha
discutido; la doctrina alemana y algunos comentaristas españoles como Castán, Pérez
González y Alguer, definen este contrato como aquel en que una de las partes (corredor)
se compromete a indicar a otra (comitente) la oportunidad de concluir un negocio jurídi-
co o a servirle de intermediario en esa conclusión, a cambio de una retribución, llamada
comisión o premio. Visto así, el corretaje no es propiamente un mandato y se acerca
más al contrato de servicios profesionales, pero se remunera el resultado, solamente si
hay éxito; algunos lo consideran simplemente un contrato innominado, un “facio ut
des”.
El Código de Comercio define los corredores como “agentes reconocidos por la Ley
para dispensar su mediación a los comerciantes y facilitarles la conclusión de sus
contratos” (artículo 74). Tienen un carácter semipúblico, que los asemeja a los notarios
pues deben optar por oposición para ser nombrados por el Presidente de la República,
previo rendimiento de caución ( artículos 75 a 77).
También los martilladores ocupan una situación pública, en ejercicio de la cual repre-
sentan a otro; el artículo 104 del Código de Comercio los define como “oficiales públi-
cos encargados de vender públicamente, al mejor postor”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 449
1.18. El Factor, según dispone el artículo 117 del Código de Comercio, “es el gerente
de una empresa o establecimiento mercantil o fabril, o de un ramo de ellos, que adminis-
tra por cuenta del dueño”. Más adelante, se indica que los factores pueden tener “poder
especial otorgado por el dueño del establecimiento cuya administración se les enco-
miende” (artículo 120), de donde aparece claramente que hay dos clases de factores:
unos que son mandatarios y otros que son simplemente empleados que prestan servi-
cios. La calidad de trabajadores, sometidos a las leyes laborales, no siempre resulta fácil
de establecer: los linderos entre el contrato de servicios y el de mandato no son tan
precisos y es la jurisprudencia la que ha ido matizando la diferencia.
1.19. Los dependientes de comercio, según los casos, pueden ser o no ser mandatarios.
En principio, son empleados subalternos de un comerciante (artículo 123 del Código de
Comercio), pero pueden recibir expresamente la facultad de ejecutar en nombre del
principal determinadas operaciones concernientes a su giro (artículo 125), en estas cir-
cunstancias ya ejercen un mandato. En el artículo 126 se señalan ciertas acciones que
un dependiente solamente puede realizar si se le ha autorizado mediante escritura anota-
da y publicada: firmar la correspondencia, girar, aceptar o endosar letras de cambio, o
libramientos, suscribir obligaciones y otras acciones propias del agente viajero.
Tanto los factores como los dependientes, si actúan como mandatarios, deben dejar
constancia al firmar, que obran por poder y en tal caso obligan a sus principales al cum-
plimiento de los contratos que celebren, sin quedar ellos personalmente obligados, salvo
por las responsabilidades laborales si ellos a su vez tienen obreros o empleados a sus
órdenes. ( artículos 129 y 130 del Código de Comercio).
1.20. El contrato de comisión se define en el artículo 374 como “el que ejerce actos de
comercio, en su propio nombre, por cuenta de un comitente”. Queda claro que el comi-
sionista no es por ello mandatario; y se reafirma esto, en el artículo 377 que dice: “Si el
negocio encomendado se hiciere bajo el nombre del comitente, los derechos y la obliga-
ción que produce se determinarán por las disposiciones del Código Civil sobre el contra-
to de mandato”. De modo que la comisión comercial se desvirtúa en el momento en que
hay verdadera representación, y entonces comienza regirse por las normas civiles.
1.22. Quienes administran una sociedad por disposición de su estatuto, son órgano
representativo de la misma, y el Código los llama varias veces “mandatarios”, en el
sentido de que tienen los mismos poderes que ellos; para los efectos de la renuncia o de
450 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
la revocatoria de sus poderes, el artículo 1978 se remite expresamente a las reglas del
mandato.
Hay verdadero mandato en los casos previstos en el artículo 1979 y siguiente, por los
cuales, en la sociedad colectiva, uno de los socios asume la representación por resolu-
ción de los socios: los otros confieren un mandato al que ha de administrar en su nom-
bre y en nombre de la sociedad.
Puede sin embargo, tratarse de gestiones de índole jurídico, pero que no llegan a ser
objeto de un verdadero mandato, sino de mera recomendación, por no existir una rela-
ción causal, que obligue realmente a una parte a obrar en nombre de la otra; este fue el
caso resuelto en otra sentencia que no admitió la existencia de mandato, en un encargo
de hacer las gestiones para vender una casa; esta relación fue más bien la de un corredor
y no de un mandatario.
En la vida diaria, los recomendados para recibir pagos periódicos, de cuotas, arrenda-
mientos, etc., presentan esta situación ambigua, que origina dificultades de calificación
de la naturaleza de la relación jurídica, como puede comprobarse en algunos casos judi-
ciales.
1.24. Mucho más lejos del mandato se halla el mero consejo. El artículo 2023 dice: “El
negocio que interesa al mandatario solo, es mero consejo, que no produce obligación
alguna.- Pero si este consejo se da maliciosamente, obliga a la indemnización de per-
juicios”.
Para que exista mandato se requiere que haya un encargo de algún asunto (con trascen-
dencia jurídica), y quien encarga debe tener interés, sea personalmente o porque
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 451
Por consiguiente, el mandato puede ser en interés: 1. Sólo del mandante; 2. Del
mandante y del mandatario; 3. Del mandante y de un tercero; 4. Del mandante, el
mandatario y un tercero; 5. Del mandatario y un tercero; 6. Sólo de un tercero. Lo único
que desvirtúa el mandato, bajo este aspecto, es la total carencia de interés del mandante:
se trataría de un negocio ajeno, en el que no tendría por qué intervenir y no se
justificaría que confiera poder a otro para ello.
2. Clases de mandato
2.1. De la exposición anterior, aparecen varias clases de mandato, según los puntos de
vista, criterios de clasificación o aspectos que se consideren.
2.2. La distinción del mandato público del privado, se refiere al ámbito de aplicación y
atribuciones así como las leyes que rigen a uno y otro. El primero corresponde a las
autoridades del Estado y se rige por la Constitución y las leyes de Derecho Público. De
una u otra manera, todo funcionario público representa, ejerce un mandato, dentro del
desempeño de sus funciones y sus atribuciones están precisamente marcadas por las
leyes. En cambio, el mandato privado surge de la voluntad autónoma de las personas,
se establece mediante contrato y tiene la extensión y alcance que las partes le quieran
dar, dentro de un marco muy genérico señalado por la ley.
2.3. El mandato privado puede ser civil o mercantil, según se destine a conferir poderes
para actos de una u otra especie, y ello determina que las formas, las relaciones y res-
ponsabilidades que derivan, se rijan por las normas civiles o las mercantiles. Cabe que
un mandato habilite para ambas clases de negocios jurídicos, en cuyo caso se han de
observar las reglas de ambos cuerpos legales.
Las disposiciones de ciertas leyes especiales, matizan el mandato con alguna caracterís-
tica peculiar. Tal sucede con el mandato que ejercen en nombre de los empleadores sus
subordinados, en cuanto a las relaciones laborales con los empleados u obreros que
están bajo su dependencia; se trata de un mandato civil, pero con algunas características
sui generis.
El artículo 2055 reconoce dos maneras de actuar del mandatario: a nombre del man-
dante o a su propio nombre; “si contrata a su propio nombre no obliga al mandante,
respecto de terceros”.
452 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
2.5. Se distingue el mandato oneroso del gratuito, según tenga o no tenga remunera-
ción el mandatario, por su acción. Cuando el mandato es oneroso, asume plenamente las
características de un contrato bilateral, ya que cada parte se obliga hacia la otra, y aún
se debe considerar conmutativo, porque las obligaciones de cada uno dependen del
cumplimiento de la otra parte. En cambio, en el mandato gratuito prevalece la voluntad
del mandante y directamente sólo origina obligaciones del mandatario, aunque ambas
partes tendrán lógicamente deberes, se considera más bien un contrato unilateral.
2.6. La clasificación que presenta mayores dificultades, pero al mismo tiempo tiene
enorme trascendencia práctica, es la del mandato general y especial. Indudablemente,
la amplitud de facultades concedidas al encargado pueden varias indefinidamente, y en
una cuestión de grados, resulta arbitrario poner el límite en un punto determinado; caben
mandatos más o menos amplios, y se habla de poderes generales y “generalísimos”,
todo lo cual es bastante relativo.
2.7. También se estudiará a propósito de los deberes y derechos de las partes, los casos
de mandato simple o plural. El artículo 2030 establece que puede haber uno o más
mandantes y uno o más mandatarios, y la administración de éstos será conjunta o sepa-
rada, variando los casos en que la división de atribuciones haya sido establecida en el
contrato o posteriormente por convenio entre los diversos encargados.
2.8. Hay el mandato directo, que es el más frecuente, pero también se da el derivado o
indirecto, cuando el mandatario ha nombrado a su vez otra persona que le represente en
el ejercicio de sus funciones. Se suele decir “delegación del mandato”, pero también se
produce una subrogación, con efectos bastante distintos.
2.9. La forma del contrato origina otras clasificaciones: mandato oral o escrito; expre-
so o tácito. De esto se dirá algo a propósito de la forma o solemnidades.
3.1.Hay que distinguir la capacidad que se requiere para celebrar el contrato de man-
dato, tanto activa como pasivamente, y por otra parte, la capacidad del apoderado para
realizar diversos actos jurídicos; este segundo aspecto, sigue las reglas generales.
Los relativamente incapaces, podrán conferir mandato para aquellos negocios que ellos
mismos podrían realizar. Así el menor adulto que esté emancipado, administra su pecu-
lio y da mandato válido a otra persona para que lo administre; pero este mismo incapaz
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 453
relativo no dispone libremente de los bienes, no puede por ejemplo donar inmuebles u
otros bienes de gran valor, y para esto no puede conferir mandato válido, sin completar
su parcial incapacidad con la correspondiente autorización judicial.
En el régimen vigente antes de la reforma del 4 de junio de 1970, la mujer casada era
relativamente incapaz, pero, por excepción, podía conferir mandato válido a su marido.
Hoy el matrimonio no altera la capacidad de los cónyuges. El mandato del uno al otro es
perfectamente posible y válido, conforme al artículo 218 del Código Civil y como lo era
incluso antes, pero ya no es una excepción, sino que tienen la misma capacidad que si
fueran solteros.
Son hábiles para nombrar procuradores judiciales los que pueden comparecer en juicio
por sí mismos, según dispone el artículo 38 del Código de Procedimiento Civil.
Pero lo que se acaba de decir, no se aplica a la realización de actos que exigen especia-
les solemnidades o que se reservan exclusivamente a los plenamente capaces. Este es el
caso de la intervención en juicio: si se ha conferido poder a una persona relativamente
incapaz, el proceso en que ésta ha intervenido no se anulará por tal circunstancia; pero,
probado el hecho de la incapacidad, dejará de contarse con el procurador y continuará el
juicio con el poderdante.
El artículo 2032 del Código Civil dice: “Si se constituye mandatario a un menor, los
actos ejecutados por el mandatario serán válidos respecto de terceros, en cuanto obli-
guen a éstos y al mandante; pero las obligaciones del mandatario para con el mandante
y terceros no podrán surtir efecto sino según las reglas relativas a los menores”. De esta
manera la ley combina la protección debida a los incapaces y garantiza la eficacia de un
negocio que en realidad interesa a una persona capaz, como debe serlo el mandante.
Este artículo se aplica únicamente a los menores adultos, ya que los impúberes son
absolutamente incapaces.
Si una persona capaz confiere poder a un incapaz, éste puede aceptar o no aceptar el
nombramiento; en el caso positivo, debe desempeñar sus funciones, pero no se le priva
de la acción para que se declare nulo el mandato por su incapacidad. No es admisible,
sin embargo, esa acción de nulidad para liberarse de responsabilidades provenientes de
dolo, ni es equitativo que el mandatario se enriquezca sin causa, por lo que el mandante
en todo caso podrá exigir que se le transfieran los bienes o créditos que le corresponden
y que estén en manos del incapaz.
Además de la capacidad general, hay que considerar la específica para ciertos actos,
que consiste en legitimación o poder de disposición. Las normas legales que imponen
requisitos de esta índole, se refieren al titular de los derechos, es decir, al comitente y no
al mandatario. Por ejemplo, se prohíbe el ejercicio del comercio al Presidente de la
República y a otros altos funcionarios, lo cual implica que ni ellos directamente, ni a
través de mandatario pueden hacer esos negocios. Se recurre a veces a la intervención
de un mandatario, pero si se obra en fraude de la ley, los actos tendrán la misma nulidad
que si hubieran sido directamente ejecutados por aquellas personas.
4. Objeto
4.1. El objeto del contrato de mandato consiste en la ejecución de algún negocio jurídi-
co o de un conjunto de ellos. Las precisiones respecto del contenido del encargo, su
modo de realizarse y la responsabilidad que trae consigo, se tratan a propósito de los
deberes y derechos de las partes, pero aquí es conveniente señalar las características
principales de dicho objeto, considerado abstractamente.
El artículo 2036 dice: “El mandato no confiere naturalmente al mandatario más que el
poder de efectuar los actos de administración; como son pagar las deudas y cobrar los
créditos del mandante, perteneciendo los unos y los otros al giro administrativo ordina-
rio; perseguir en juicio a los deudores; intentar acciones posesorias e interrumpir las
prescripciones, en lo tocante a dicho giro; contratar las reparaciones de las cosas que
administra; y comprar materiales necesarios para el cultivo o beneficio de las tierras,
minas, fábricas, u otros objetos de industria que se hayan encomendado.- Para todos los
actos que salgan de estos límites, necesitará de poder especial”.
El mandante puede, ampliar o restringir las facultades naturales del mandatario, y éste
debe acatar la voluntad del primero. El artículo 2035 ordena: “El mandatario se ceñirá
rigurosamente a los términos del mandato, fuera de los casos en que las leyes le autori-
cen para obrar de otro modo”. Lo jurídicamente natural, es pues, mantenerse en el “giro
administrativo ordinario”, lo que equivale a decir, lo que es normal, lo usual en el
asunto que se ha encargado.
4.3. Puig Peña opina que el objeto del mandato “ha de proyectarse sobre actos o servi-
cios de gestión, posibles, lícitos y determinados y, sobre todo, que no tengan matiz
personalísimo”. Encuentro plenamente aplicable a nuestro derecho estas cualidades
abstractas que ha de tener el objeto del mandato.
4.4. El objeto del contrato puede ser algo que interese en común al mandante y el man-
datario, o a los dos y un tercero, pero no cabe mandato en interés exclusivo del manda-
tario; esto equivaldría a una mera recomendación sin trascendencia. El artículo 2023
toma en consideración este caso, para excluir el mandato y para determinar la responsa-
bilidad que habría si el consejo se da maliciosamente y produce algún perjuicio. El acto
que bajo la apariencia de un mandato, indujera a error o a una actuación dañina, acarrea
a quien lo hace, la obligación de reparar el perjuicio.
5. Forma o solemnidad
5.1. Desde su origen y hasta ahora el mandato es contrato simplemente consensual, que
por sí mismo no exige una forma especial; las solemnidades se hacen necesarias por la
índole de las gestiones encargadas, tanto para la prueba como para contar con un docu-
mento habilitante necesario para la validez de ciertos actos.
5.2. El consentimiento se expresa por escrito, oralmente, o incluso de modo tácito, con
el mero silencio. Como es un contrato bilateral, los dos consentimientos deben coincidir
y se han de expresar de alguna de esas maneras; cabe, por tanto, que la actitud de una
parte sea expresa y la de la otra tácita, o ambas igualmente expresas o tácitas.
El artículo 2027 dice: “El encargo que es objeto del mandato puede hacerse por escritu-
ra pública o privada, por cartas, verbalmente o de cualquier otro modo inteligible y aun
por la aquiescencia tácita de una persona a la gestión de sus negocios por otra; pero no
se admitirá en juicio la prueba testimonial sino en conformidad a las reglas generales, ni
la escritura privada cuando las leyes requieran un instrumento auténtico”.
La oferta, orden o encargo activo, más difícilmente se hará de modo tácito; casi siempre
será expresado de palabra o por escrito.
5.3. Más fácil resulta interpretar el silencio del mandatario como aceptación, siempre
que vaya unido a, por lo menos, un principio de cumplimiento del encargo. Esta acepta-
ción del encargo sella el contrato, lo perfecciona, ya que antes solamente existe la
voluntad unilateral del que desea confiar sus negocios. Tal aceptación puede ser
igualmente expresa o tácita y manifestada por escrito o de simple palabra oral.
El artículo 2028 desarrolla este punto: “El contrato de mandato se reputa perfecto por la
aceptación del mandatario. La aceptación puede ser expresa o tácita.- Aceptación tácita
es todo acto en ejecución del mandato.- Aceptado el mandato, podrá el mandatario
retractarse, mientras el mandante se halla todavía en aptitud de ejecutar el negocio por sí
mismo, o de cometerlo a diversa persona. De otra manera, se hará responsable en los
términos del artículo 2071”. En otras palabras, no se admite la renuncia intempestiva del
que ya aceptó, y se entiende que tiene tal carácter, cuando por las circunstancias, el
comitente no está en aptitud de atender al negocio ni de nombrar otro mandatario; cier-
tamente será bastante difícil la prueba de esta situación, salvo algunos casos evidentes,
como los de grave enfermedad o larga ausencia del lugar.
Tanto la doctrina como la práctica bancaria consideran como un mandato las órdenes de
transferencias de fondos dadas por un cliente a su banco. Si tales órdenes no se cum-
plen, ocasionan graves perjuicios.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 457
5.4. De todas formas, para probar las obligaciones, cuando su cuantía pasa de dos mil
sucres (cantidad que tendrá que actualizarse), se requiere que exista un principio de
prueba por escrito, como lo exige el artículo 1727, por lo cual los mandatos conviene
que consten por escrito, para hacer posible su prueba. Varias sentencias han admitido la
sola prueba de testigos para probar el mandato en cuestiones laborales para las que no se
requiere constancia escrita sino pasada así mismo cierta cuantía.
5.5. Si el objeto del mandato consiste en modificar derechos o cargas reales relativos
a inmuebles, se requiere que tales actos se hagan mediante escritura pública y en conse-
cuencia, también el mandato debe hacerse con tal solemnidad.
5.6. La procuración para juicio debe conferirse por escritura pública o por escrito reco-
nocido ante el juez de la causa.
5.7. Hay casos en los que se presume el mandato por expresa disposición de la ley,
como sucede en las sociedades colectivas, en las que conforme al artículo 1985, “no
habiéndose conferido la administración a uno o más de los consocios, se entenderá que
cada uno de ellos ha recibido de los otros el poder de administrar con las facultades
expresadas en los artículos precedentes”.
6.1. El Código Civil, en el Parágrafo 2° del Título XXVII, trata de las atribuciones y
responsabilidades del mandatario. Los deberes y derechos de éste, son correlativos de
los derechos y obligaciones del comitente; sin embargo, el Código reserva para otro
Parágrafo, el 3° el centrar la atención en las obligaciones del mandante.
6.3. “El mandatario se ceñirá rigurosamente a los términos del mandato, fuera de los
casos en que las leyes le autoricen para obrar de otro modo”, dice el artículo 2035, de
suerte que es la voluntad del comitente, expresada en el contrato, la que ha de prevale-
cer, salvo alguna extensión que se contemple expresamente en las leyes.
458 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Puig Peña resume así algunos detalles que la jurisprudencia de España ha precisado en
orden a los límites del mandato, o los poderes ordinarios: a) Hay que estar a los térmi-
nos literales, pero entendidos conforme a la intención con que se han empleado; b) En la
duda, se aplica el refrán de que quien puede lo más, puede lo menos; c) Se consideran
excesos: 1. Comprar en mayor precio o vender en menor precio del indicado; 2. No
observar el requisito de aprobación por el mandante, cuando éste se ha reservado tal
potestad; 3. Celebrar el negocio sin esperar instrucciones anunciadas; 4. Operaciones
ajenas al objeto; 5. No contar con la cooperación de personas o entidades señaladas para
el efecto; 6. Enajenar, cuando sólo se debía administrar.
Nuestros tribunales igualmente han resuelto algunos casos que contribuyen a demarcar
los límites de las facultades ordinarias del mandatario, algunas de esas sentencias se
relatan a continuación.
Habiéndose conferido mandato, por escritura pública, para que un abogado represente
como procurador judicial en el juicio de divorcio, este mandatario podía intervenir, sin
necesidad de que se precise la causal por la que se intentaría la acción de divorcio. Dis-
tinto sería el caso de que se tratara de divorcio por mutuo consentimiento, para el que
requeriría un mandato expreso para proceder de dicha forma.
Si se ha confiado cobrar varias deudas, esto no implica que el mandatario pueda pagar a
los acreedores del mandante, con el dinero recaudado; esta segunda facultad debía cons-
tar debidamente documentada, por tratarse de asunto de mayor cuantía.
Bien puede el mandatario a quien se le confiere poder general, aceptarlo para uno o más
litigios y rehusarlo para otros. En esta resolución se aprecia cómo la voluntad del man-
datario completa y modifica la determinación del poder, conferido más ampliamente por
el comitente.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 459
Habiéndose conferido poder a una persona para que represente al interesado en un juicio
de inventario, no ha de entenderse que tal poder es también para el correspondiente
juicio de partición.
El artículo 1674 establece que: “El mandatario puede oponer al acreedor del mandante,
no sólo los créditos de éste, sino sus propios créditos contra el mismo acreedor, prestan-
do caución de que el mandante dará por firme la compensación. Pero no puede compen-
sar con lo que el mismo mandatario debe a un tercero lo que éste debe al mandante, sino
con voluntad del mandante”. En el primer supuesto, la compensación beneficia al man-
dante, ya que lo adeudado por su mandatario le sirve para extinguir la obligación que
tiene hacia una tercera persona: el mandatario paga por el comitente con su propio
crédito, por tanto, aparentemente nada pueden sufrir ni el poderdante ni el acreedor, sin
embargo, se pide que el mandatario preste garantía de que el mandante dará por firme la
compensación.
Según dispone el artículo 687 del Código Civil, “pueden entregar y recibir a nombre del
dueño sus mandatarios o sus representantes legales”, y en el inciso 4° se agrega: “La
tradición hecha por o a un mandatario debidamente autorizado, se entiende hecha por o
al respectivo mandante”. Tanto el representante legal como el mandatario han de actuar
dentro de los límites de sus poderes, y uno y otro pueden realizar el hecho material de
dar o recibir, siempre que se inscriba en las facultades que les corresponden: todo de-
penderá del título por el que se ejecutan esos actos y si se encuadra o no la acción jurídi-
ca en los términos del poder.
460 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El artículo 690 insiste en esta obligación de mantenerse dentro de los límites del manda-
to en lo referente a la tradición: “Para que sea válida la tradición en que intervienen
mandatarios o representantes legales, se requiere, además, que éstos obren dentro de los
límites de su mandato o de su representación legal”; así, pues, tanto los representantes
legales como los mandatarios, que son representantes voluntarios, no tienen otras atri-
buciones que las que han recibido sea por disposición legal o por la voluntad del comi-
tente. Tan es así, que el error del mandatario invalida la tradición (artículo 694), el que
no es mandatario (o representante) no puede conferir justo título en nombre de aquél a
quien no representa (artículo 719).
El mandatario puede tomar posesión en nombre del mandante. El artículo 735 prevé
esto: “La posesión puede tomarse, no sólo por el que trata de adquirirla para sí, sino por
su mandatario o por sus representantes legales”. Nótese, además, que el comitente toma
posesión aún sin su conocimiento, siempre que haya dado mandato; a falta de éste, se
trataría de una agencia oficiosa y surtiría solamente efecto a favor de quien ratificara lo
actuado en su nombre (artículo 736).
Art. 2037.- Cuando se da al mandatario la facultad de obrar del modo que más conve-
niente parezca, no por eso se entenderá autorizado para alterar la sustancia del mandato,
ni para los actos que exigen poderes o cláusulas especiales.- Por la cláusula de libre
administración se entenderá solamente que el mandatario tiene la facultad de ejecutar
aquellos actos que las leyes designan como autorizados por dicha cláusula.
Art. 2038.- La recta ejecución del mandato comprende no sólo la sustancia del negocio
encomendado, sino los medios por los cuales el mandante ha querido que se lleve a
cabo. Se podrán, sin embargo, emplear medios equivalentes, si la necesidad obligara a
ello y se obtuviere completamente de ese modo el objeto del mandato”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 461
El segundo inciso del artículo 2037 resulta un tanto tautológico, ya que ordena interpre-
tar la “cláusula de libre administración”, como dispongan las leyes que se deba interpre-
tar. Equivale a una remisión general a la legislación, en todo lo que se diga sobre la libre
administración, pero realmente no se encuentra en la legislación otras disposiciones que
las de los mismos artículos que se acaban de citar. Más acertado sería remitirse a las
precisiones que la jurisprudencia haya establecido o establezca.
6.6. En el Título sobre el Mandato, se señalan algunos actos que requieren cláusula
especial o una expresa autorización del comitente; unos, se indican directamente y otros
de modo indirecto. En el primer grupo están los siguientes: 1. Transigir; 2. Comprome-
ter en árbitros; 3. Deferir el juramento; 4. Vender; 5. Recibir el precio de lo vendido; 6.
Hipotecar; 7. Prestar dinero al comitente; 8. Tomar prestado dinero del mandante; 9.
Colocar el dinero en préstamo. Indirectamente entran en esta categoría; 10. Cobrar deu-
das del poderdante, que no entren en el giro ordinario; 11. Pagar sus deudas, si así mis-
mo, exceden del giro ordinario (artículo 2036); 12. Intentar acciones judiciales distintas
de las posesorias o las destinadas a interrumpir la prescripción; 13. Comprar cosas que
no sean necesarias para la conservación, cultivo o producción de lo que se ha encargado
al mandatario. Hay otros negocios jurídicos que también requieren poder especial, pero
que no se mencionan en este Título, sino en otros lugares del Código Civil, como son
los siguientes: 14. Novar; 15. Constituir una sociedad; 16. Proceder a división de bienes;
17. Aceptar una donación; 18. Constituir al mandante en fiador; 19. Aceptar herencias.
Además, la doctrina y el mismo Código, de manera indirecta, exige poder especial para
los actos de índole personal, principalmente: 20. Contraer matrimonio; 21 aceptar el
reconocimiento como hijo; 22. Reconocer a un hijo; 23. Impugnar el reconocimiento;
24. Repudiar una herencia. A todos estos actos habría que añadir los de carácter proce-
sal, que no se permiten al Procurador judicial, sin intervención del cliente, y los de or-
den comercial o sometidos a leyes especiales, por ejemplo, los de minería (para denun-
ciar una mina), de propiedad intelectual etc. Examinemos a continuación estos casos.
6.7. “La transacción es un contrato por el que las partes terminan extrajudicialmente un
litigio pendiente, o precaven un litigio eventual”, define el artículo 2348. Y en el artícu-
lo 2350 se declara: “Todo mandatario necesita poder especial para transigir.- En este
poder se especificarán los bienes, derechos y acciones sobre que se quiera transigir”. Por
consiguiente, la facultad debe ser dada con la mayor precisión, respecto del acto mismo,
que implica normalmente ceder o renunciar en alguna medida los propios derechos, y en
cuanto a los objetos sobre los que recaerá la transacción.
Se explica la razón de esta exigencia legal, en una sentencia: “Por la transacción se hace
el abandono de una pretensión o de un derecho que se cree tener, y ello importa, por
462 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
esto, una disposición o una enajenación de este derecho, por esto se requiere poder
especial”.
6.9. “El mandatario no podrá deferir al juramento decisorio sino a falta de otra prue-
ba”, dice el segundo inciso del 2045. El artículo 44 del Código de Procedimiento Civil,
que enumera el juramento decisorio entre los actos para los que el procurador requiere
de poder especial.
6.10. El artículo 2046 menciona el “poder especial para vender”, y precisa que tal cláu-
sula “no comprende la facultad de recibir el precio”. Se trata, pues, de dos negocios
jurídicos que no entran en las facultades ordinarias del apoderado, y el poder especial
para lo uno, no implica el otro. También aquí, el que desee conferir estas dos facultades,
las ha de enumerar expresamente en el contrato.
La venta que requiere de poder especial, se entiende que es la que tiene por objeto ena-
jenar bienes del mandante que no estén naturalmente destinados a la venta; es decir,
que el “giro ordinario” que da facultades al apoderado en el artículo 2036, puede consis-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 463
El mandatario que está autorizado para enajenar la totalidad de unos bienes válidamente
puede vender una parte de ellos, como lo ha reconocido la jurisprudencia.
6.11. Por otra parte, el artículo 1598 declara que: “El poder conferido por el acreedor a
una persona para demandar en juicio al deudor, no le faculta por sí sólo para recibir el
pago de la deuda”. Hay un paralelismo entre las dos restricciones: recibir el precio de
la venta y recibir el pago de una deuda. Incluso, en ciertos casos, la deuda puede prove-
nir de la compraventa: el precio adeudado.
El artículo 2383 afirma que “no se puede empeñar una cosa, sino por persona que tenga
facultad de enajenarla”, lo cual establece la evidente analogía entre la hipoteca y la
prenda: para ambos actos, que implican disposición o gravamen, se requiere plena
capacidad, y también para ambos, si se realizan por medio de otra persona, suponen
poder especial.
Dice el artículo 2048: “No podrá el mandatario, ni por sí ni por interpuesta persona,
comprar las cosas que el mandante le ha ordenado vender, ni vender de lo suyo al
mandante lo que éste le ha ordenado comprar; si no fuere con aprobación expresa del
mandante”. Para que haya compraventa se requiere estar de acuerdo las partes en cuanto
a la cosa y el precio, pero en el caso de unirse en una misma persona la doble calidad de
comprador y vendedor, por actuar a nombre de otro, se suma al requisito del acuerdo en
cuanto a la cosa y el precio, el de la expresa aceptación de la persona del contratante: el
comisionado no puede ni comprar ni vender a su poderdante, si él no le autoriza explíci-
464 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
tamente. La fijación por parte del comitente, del precio y demás condiciones, dejando en
total libertad al mandatario para escoger la persona, implicaría una autorización para
que sea el mismo encargado quien compre o venda, siempre que se ajuste rigurosamente
a las condiciones de precio, calidad de la cosa y otras especificaciones dadas por el
primero.
6.14. El artículo 2049 establece: “Si se le encargare tomar dinero prestado, podrá pres-
tarlo él mismo al interés designado por el mandante, o a falta de esta designación, al
interés corriente. Pero facultado para colocar dinero a interés, no podrá tomarlo prestado
para sí sin aprobación del mandante”.
La razón del diferente régimen de los préstamos a favor del comitente y los que le obli-
gan a él, consiste en que al dar dinero a mutuo, lo más importante es la solvencia del
deudor y no podría ser el mandatario juez de su propia solvencia, como nadie puede ser
juez y parte a la vez. Por esto, si el mandante confía en el apoderado, bien podrá éste
recibir el dinero a mutuo, pero no puede tomarlo sin expresa autorización del dueño del
dinero. En cambio, si se trata de conseguir un préstamo a favor del poderdante, el apo-
derado puede prestarle su propio dinero, siempre que sea en las condiciones de interés
establecidas en el contrato o, a falta de esta especificación, al interés corriente: a quien
recibe el préstamo no le importa quien sea el prestamista, sino solamente que el interés
que deba pagar sea aprobado por él.
6.16. El mandatario debe cobrar los créditos a favor de quien le ha encargado de sus
negocios, pero estas deudas han de ser “del giro ordinario”, según se expresa el artículo
2036. Para este efecto, puede incluso seguir juicios a los deudores. Pero de la concesión
de estas facultades se desprende indirectamente, que el apoderado no está facultado para
cobrar otras deudas o para iniciar otras acciones judiciales, que no entren en ese “giro
ordinario”.
6.17. Entre las facultades ordinarias se incluyen las de “intentar las acciones posesorias
e interrumpir las prescripciones, en lo tocante de dicho giro (ordinario)”, de aquí se
deduce que las acciones judiciales permitidas, son aquellas que se dirigen a conservar
los bienes o impedir su pérdida; esa es la finalidad de las acciones posesorias y de las
que se inician para interrumpir una prescripción que obre en contra de los intereses del
actor. En cambio, para otras acciones que no tengan esa finalidad o que no estén cir-
cunscritas en el “giro ordinario”, el procurador necesita poder especial.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 465
6.18. Si la venta de cosas del comitente está sujeta a especiales limitaciones, que aca-
bamos de exponer, también la compra en su nombre, no es indiscriminada o extensiva a
cualquier cosa. El mandatario puede comprar “los materiales necesarios para el cultivo o
beneficio de las tierras, minas, fábricas u otros objetos de industria que se le haya enco-
mendado” (artículo 2036). Aquí los términos son bastante amplios, pero de todos mo-
dos, excluyen cuanto no tenga relación con el objeto del mandato: Lo que se le haya
encomendado.
6.19. La novación es la sustitución de una nueva obligación a otra anterior, la cual que-
da, por lo tanto, extinguida, según define el artículo 1644. Para este delicado negocio
jurídico se exige especial poder, tal como ordena el artículo 1645: “El procurador o
mandatario no puede novar, si no tiene especial facultad para ello, o no tiene la libre
administración de los negocios del comitente, o del negocio al que pertenece la deuda”.
6.20. Como es de la esencia del contrato de sociedad el que los socios pongan alguna
cosa en común (artículo 1959), hay en la constitución de ella un acto de enajenación por
parte de cada uno, y si no se considera facultad ordinaria del mandatario el vender (sal-
vo lo destinado a la venta), con mayor razón se ha de excluir de sus atribuciones ordina-
rias la de formar una sociedad. Este contrato implica una serie de responsabilidades
frente a los otros asociados y frente a terceros, que exceden del límite del giro ordinario
de los negocios de una persona, por esto, se debe considerar como un acto de adminis-
tración extraordinaria.
466 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
6.22. Para aceptar una donación, se requiere “poder especial o poder general para
administrar sus bienes”, dice el artículo 1427, en forma un tanto ambigua. Pienso que
debe entenderse en el sentido de que si el poder no es especial, ha de ser un poder gene-
ral con libre administración, sin restricción alguna, que permita presumir la facultad de
aceptar donaciones. Es verdad, que hay mucho menor riesgo en recibir una donación
que en hacerla o proceder a otros actos de disposición de los bienes, pero de todas for-
mas, la aceptación de liberalidades puede entrañar la asunción de obligaciones, a veces
cuantiosas y graves y que pueden superar el valor de lo que se recibe, por lo cual se ha
de considerar como un acto de administración extraordinaria.
6.23. Si el mandatario no está autorizado para contraer deudas, fuera del giro ordinario,
mucho menos puede tener la facultad de obligar a su comitente como fiador. La fianza
implica obligarse y, muchas veces, pagar por otro; tan es así, que el artículo 1413 decla-
ra que la fianza no constituye donación “si el deudor es solvente”, de lo que se deduce
que sí equivale a una donación en el caso del deudor insolvente; ahora bien, la califica-
ción de la solvencia del principal obligado no suele ser fácil y el riesgo que corre el
fiador es evidente. Por estas razones concluimos que para tales actos se requiere poder
especial.
6.24. La aceptación o repudio de herencia tiene por lo menos la misma grave signifi-
cación que la referente a una donación, Las herencias, si están sobrecargadas de deudas,
suponen un empobrecimiento para quien las recibe sin beneficio de inventario, y, por el
contrario si se trata de una herencia saneada, el repudiarla sería perder unos bienes y
derechos, tal vez cuantiosos. Son, pues indudablemente actos extraordinarios que re-
quieren de poder especial para que actúe el apoderado.
6.25. Los actos de índole personal o, requieren de mandato especial para que puedan
realizarse por medio de representante y en esta categoría entran los que se refieren al
estado civil: contraer matrimonio, impugnar o defender la validez del matrimonio judi-
cialmente, disolverlo por divorcio, reconocer hijos o ser reconocido, así como el repudio
y la impugnación de tales reconocimientos. Para estos actos se requiere poder especial,
y si se trata de actos “personalísimos”, ya no se pueden realizar por interpuesta persona
y se excluyen totalmente de las facultades de cualquier mandatario. Para contraer ma-
trimonio, el artículo 101 exige la comparecencia de los contrayentes “sea personalmente
o por medio de apoderado con poder especial”; igual requisito pide el artículo 107 para
el divorcio por mutuo consentimiento; no hay disposición específica para el divorcio por
causales de ley, pero tratándose de un juicio y de extraordinaria importancia, que produ-
ce el mismo efecto que el divorcio por mutuo consentimiento, es obvio que la razón
legal obliga de igual manera: se requiere poder especial. Para el reconocimiento, el
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 467
6.26. En cuanto a las facultades que requieren cláusula especial para la actuación de los
procuradores en juicio, el artículo 44 del Código de Procedimiento Civil enumera las
siguientes: 1. Transigir; 2. Comprometer el pleito en árbitros; 3. Desistir del pleito; 4.
Absolver posiciones y deferir al juramento decisorio; y, 5. Recibir la cosa sobre la cual
verse el litigio o tomar posesión de ella. Pero es evidente que existen muchos otros actos
para los cuales no tiene facultades ordinarias el procurador judicial, sino que solamente
podrá ejercitarlas en virtud de poder especial, como son los relacionados con las rela-
ciones de familia en cuanto se tramiten en juicio, como la disolución de la sociedad
conyugal, y en general toda acción o defensa judicial que no entre en el “giro ordinario”
de los negocios del mandante.
7.1. Además de cuanto es ilegal o ilícito para cualquier persona, existen determinados
actos que la ley no le permite. Algunos de ellos, dependen de la naturaleza misma del
acto y otros de la relación existente entre el mandante y el apoderado. Sin embargo, no
siempre se trata de prohibiciones insalvables, sino superables, cumpliendo requisitos
especiales, pero que, de todos modos significan obstáculos legales superiores a los exis-
tentes en el caso de la administración extraordinaria, lo que justifica que se llamen actos
prohibidos.
7.2. El artículo 2043 parte del supuesto de que el apoderado no está facultado para do-
nar bienes del mandante, y como excepción, señala que no se comprende en esta prohi-
bición las “ligeras gratificaciones que se acostumbra hacer a las personas de servicio”.
Estas propiamente no son donaciones, sino una forma de retribución de servicios even-
tuales, pero hace bien el Código en indicar que no hay obstáculo legal para estos gastos.
En cuanto a las donaciones propiamente dichas, solamente podrían realizarse en caso de
que el mandante expresamente las hubiera autorizado; tal vez el único motivo de un
mandato será, en ciertos casos, el de hacer una donación y entonces, lógicamente, no
hay inconveniente y el cumplimiento del contrato exige que se done lo que haya dis-
puesto el dueño.
7.3. Ya hemos dicho que el mandatario no puede comprar o vender al mandatario, salvo
que éste haya fijado exactamente las condiciones para la venta o la compra, de suerte
que estos actos son de administración extraordinaria. Pero, si se suma a la natural oposi-
ción de intereses entre comprador y vendedor, el hecho de que el comisionado haya
intervenido en un litigio, representando a una de las partes; en tal caso, quien ha actuado
como procurador judicial, de ninguna manera puede adquirir los bienes litigiosos.
Tal prohibición se contiene en el artículo 1737: “Al empleado público se prohíbe com-
prar los bienes públicos o particulares que se vendan por su ministerio; y a los jueces,
abogados, procuradores, o secretarios, los bienes en cuyo litigio han intervenido, y que
se vendan a consecuencia del litigio; aunque la venta se haga en subasta pública”.
468 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Tal situación puede darse cuando el mandatario tenga que escoger entre realizar un acto
a favor personal o a favor del mandante, no siendo posible satisfacer ambos intereses.
Establece al artículo 2051: “En general, podrá el mandatario aprovecharse de las cir-
cunstancias para realizar el encargo con mayor beneficio o menor gravamen que el
designado por el mandante, con tal de que bajo otros aspectos no se aparte de los térmi-
nos del mandato. Se le prohíbe apropiarse lo que exceda al beneficio o minore el gra-
vamen designado en el mandato.- Por el contrario, si negociare con menor beneficio o
más gravamen que el designado en el mandato, le será imputable la diferencia”.
7.7. Si está vedado al mandatario excederse de los límites del poder, también se le pro-
híbe cumplir rigurosamente el mismo, cuando ese cumplimiento produciría un evidente
perjuicio. Se presume que se encarga un negocio para obtener ventaja y no para causar-
se a sí mismo un perjuicio; por tanto, si por imprevisión, por cambio de circunstancias o
por cualquier otro motivo, el cumplimiento del mandato resultaría dañino para el man-
dante, el apoderado debe abstenerse de realizar el negocio ordenado.
8. Situaciones especiales
8.2. “Puede haber uno o más mandantes, y uno o más mandatarios”, según dice el artí-
culo 2030. Generalmente se contrata solamente entre un comitente y un apoderado, pero
la pluralidad de personas, cabe en ambas posiciones contractuales.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 469
Hay, pues, dos posibilidades fundamentalmente: que los varios comisionados hayan
recibido gestiones separadas o divididas por el comitente, en cuyo caso se trata de varios
mandatos independientes; o bien que todos hayan sido encargados de realizar el mismo
negocio, y entonces, se admite que ellos se dividan la gestión, de común acuerdo; pero
el comitente puede prohibir esta división y tal veda implica la nulidad de lo actuado en
contravención de su voluntad.
Se consideran tres hipótesis diversas: la. Que el mandante haya prohibido delegar el
mandato; 2ª. Que no haya prohibido ni permitido expresamente; 3ª. Que expresamente
haya permitido la sustitución; en este último caso se consideran todavía dos posibilida-
des que producen diversos efectos: a) Que el mandante haya designado la persona a
quien se podrá sustituir o delegar el mandato b) Que la designación de la persona se
haya dejado a la voluntad del mandatario.
No dice la ley cual sea la relación entre el mandante y su mandatario en este caso de
desobediencia formal contra su prohibición de delegar, pero se ha de considerar como
un abuso o extralimitación del poder que ocasionará la máxima responsabilidad del que
ha incumplido el contrato y le privará del derecho a remuneración. No se plantea la
resolución del contrato, puesto que basta que el mandante lo revoque, sin necesidad de
recurrir a juicio, salvo que se trate de mandato irrevocable, lo cual es una excepción.
Se deduce del texto del artículo 2039, que en este caso de expresa autorización para
delegar, el primer mandatario queda desligado de sus obligaciones, ya que se establece
esta nueva relación con el segundo mandatario, o sea con el delegado debidamente
autorizado. Así lo ha entendido la jurisprudencia.
Pero esta norma sufre una modificación cuando la delegación, si bien autorizada por el
comitente, recae en persona que él no ha escogido y ésta resulta “notoriamente incapaz
o insolvente”. Es decir, que el mandatario que entrega sus facultades a la persona que
designó el mandante, se libera de toda responsabilidad; pero si es el apoderado el que
designa a la persona que le sustituye, solamente se libera si ha escogido bien, pero si ha
nombrado al que no reúne los requisitos de capacidad y de solvencia, responderá de los
actos del sustituto, como si fueran actos suyos (del mandatario primero).
“El mandante podrá en todo caso ejercer contra el delegado las acciones del mandatario
que le ha conferido el encargo”, dice el artículo 2042. De manera que, el comitente
queda siempre debidamente resguardado: puede ejercer acciones directas contra quien
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 471
designó mandatario y también contra el sustituto. Los terceros que contratan, igualmente
están protegidos por la ley porque pueden demandar al delegado con el que contrataron,
o al mandatario que delegó, o al dueño del negocio. La situación más débil es la del
mandatario que delega, ya que éste solamente tiene acciones en caso de haber procedido
con la debida autorización y, en último término, se defenderá con la acción de enrique-
cimiento sin causa, que supone probar una verdadera ganancia que se haya producido a
su costa.
El artículo 2054 dice: “El mandatario que se halle en imposibilidad de obrar con arreglo
a sus instrucciones, no está obligado a constituirse en agente oficioso; le basta tomar las
providencias conservativas que las circunstancias exijan.- Pero si no fuere posible dejar
de obrar sin comprometer gravemente al mandante, el mandatario tomará el partido que
más se acerque a sus instrucciones y que más convenga al negocio.- Compete al manda-
tario probar la fuerza mayor o caso fortuito que le imposibilite llevar a ejecución las
órdenes del mandante”.
Aparece claro que la primera obligación del apoderado consiste en resguardar los intere-
ses del mandante, de modo que no sufran perjuicio; por esto, aunque no ejecute el nego-
cio encomendado, debe tomar las providencias conservativas oportunas. En segundo
lugar, ha de procurar la mayor ventaja posible para su comitente y, dentro del cumpli-
miento del poder recibido, ha de optar por la actitud más conveniente: sea la de abste-
nerse, o la de realizar algo análogo a lo indicado.
472 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Para que se considere irrevocable, se requiere que el mandato no sea en exclusivo inte-
rés del mandante. Solamente el interés del mandatario o de un tercero justifica que se
confiera el poder con carácter irrevocable. El caso extremo de interés de terceros y de
necesidad de dar irrevocabilidad al mandato, se produce en materia comercial, sobre
todo en el fideicomiso comercial.
También se requiere una limitación en el tiempo, por plazo expreso o tácito, o bien que
dependa de la naturaleza temporal del asunto. Una delegación irrevocable, sin límite de
tiempo impondría una especie de servidumbre personal, incompatible con el respeto de
la libertad. Se plantea qué sucederá si quien ha otorgado mandato calificándolo de irre-
vocable, sin embargo lo revoca. La equidad responde que, ya que ha existido un interés
del mandatario o de terceros, debe ser respetado y si la revocatoria les causa algún per-
juicio, tanto el apoderado como los terceros tendrán derecho a indemnización.
9.1. Las responsabilidades derivan del cumplimiento o del incumplimiento del contra-
to; en el primer lugar, su contenido normal consiste en la realización de lo que se ha
obligado cada parte a hacer; así, en el mandato, el comitente debe proporcionar los
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 473
9.3. En el contrato de mandato, hay que considerar, además, las responsabilidades fren-
te a terceros, ya que la esencia de esta convención está en realizar actos o contratos con
terceros y éstos adquirirán derechos sea con relación al mandatario, con su mandante o
con ambos.
El artículo 2033 prescribe esta responsabilidad hasta por culpa leve, permitiendo una
apreciación más o menos severa según la voluntariedad con la que el mandatario haya
aceptado el encargo: “El mandatario responde hasta de la culpa leve en el cumplimiento
de su encargo.- Esta responsabilidad recae más estrictamente sobre el mandatario remu-
nerado.- Por el contrario, si el mandatario ha manifestado repugnancia al encargo, y se
ha visto en cierto modo forzado a aceptarlo, cediendo a las instancias del mandante, será
menos estricta la responsabilidad que sobre él recaiga”.
El mandatario debe en todo caso obrar con la mediana diligencia que un buen padre de
familia pone en sus propios asuntos, y con ese cuidado normal, ha de cumplir las ins-
trucciones recibidas, sin extralimitarse; precisamente la responsabilidad surge por in-
cumplimiento del poder, o por exceso en la realización del encargo, no ejecutándolo
como se le pidió que lo haga.
9.6. La gravedad de la responsabilidad puede modificarse por convenio entre las partes,
dentro de ciertos límites, y también se altera en ciertas circunstancias especiales.
No pueden los contratantes exonerar del dolo futuro, ya que esto significaría pactar la
impunidad de actos que la ley condena; pero sí podría el mandatario extremar su res-
ponsabilidad obligándose voluntariamente hasta por culpa levísima y aún parece razo-
nable en apoderamientos de especial delicadeza, como los que atañen al estado civil o a
juicios penales en los que se pone en riesgo la honra o la libertad.
9.8. No produciéndose la ratificación, el apoderado que obró fuera del mandato respon-
derá también ante los terceros a quienes haya perjudicado su actuación, salvo que ellos
hayan conocido o debido conocer que actuaba sin facultades. En este último supuesto,
no podrían alegar los terceros contra el mandante ni contra el mandatario, sino única-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 475
mente en lo que realmente les haya beneficiado el acto realizado, es decir, mediante la
acción de enriquecimiento sin causa.
En esta materia hay que tener en cuenta tanto los términos del contrato como las ins-
trucciones que, eventualmente, haya dado el comitente, puesto que se han de entender
como parte del contrato o elemento esencial para su interpretación. El mandatario no se
debe apartar de las instrucciones recibidas, y debe solicitarlas siempre que encuentre
duda sobre cómo ejecutar la voluntad del comitente. Se apartará de las instrucciones
únicamente si se produce la situación prevista en el artículo 2053, esto es, si sería “ma-
nifiestamente pernicioso al mandante”.
Pero esta agravada responsabilidad tiene dos excepciones: 1°. Si se han entregado las
monedas en “cajas o sacos cerrados y sellados sobre los cuales recaiga el accidente o
fuerza mayor”. Tal sería la situación del dinero depositado en una caja de seguridad de
un banco, que se destruya por incendio o sufra fractura y robo; entonces se seguirá la
regla de que las cosas nacen, crecen y perecen para su dueño, y no tendrá responsabili-
dad el mandatario por esos casos fortuitos. 2°. Si “por otros medios inequívocos pueda
probarse incontestablemente la identidad” de lo que se ha perdido sin culpa del apode-
rado. Esta segunda excepción podría aplicarse a los títulos representativos de la moneda
que tengan carácter nominal o por su numeración u otras marcas se puedan distinguir.
9.14. Muchas veces el poder se da para colocar dinero a mutuo o invertirlo en empre-
sas; la responsabilidad del procurador dependerá de la mayor o menor precisión de las
condiciones que haya señalado el comitente. Si el comisionado recibe el encargo de dar
el capital a una persona concreta o invertirlo en un negocio preciso, evidentemente el
mandatario no tendrá otra responsabilidad que la que derive de no haberse sujetado
estrictamente a las instrucciones recibidas; pero si las cumple rigurosamente, nada se le
puede reclamar a él. En cambio, si se deja a voluntad del mandatario el escoger el nego-
cio o la persona que recibirá el dinero, ha de extremar la precaución en escoger bien, ya
que si entrega los bienes a personas o empresas insolventes, tendrá que responder en la
medida en que pudo enterarse del mal estado de sus negocios o su falta de solvencia.
Del mismo modo, en el artículo 2071 se dispone que, aunque renuncie el mandatario
“no dará fin a sus obligaciones, sino después de transcurrido el tiempo razonable para
que el mandante pueda proveer a los negocios encomendados”. Y hasta en el caso de
muerte, se procura evitar el perjuicio de la súbita interrupción del negocio, como se
prevé en el artículo 2074.
10.3. Debe tener oportunamente informado al mandante. La doctrina precisa las cir-
cunstancias en que se hace efectiva la obligación de informar: l. Siempre que lo pida el
comitente, sea en el contrato inicial o después; 2. Cuando surja cualquier novedad que
aconseje pedir nuevas instrucciones; 3. Una vez cumplido el encargo; 4. Cuando se hace
imposible de realizar el negocio encomendado.
Aunque el mandatario debe entregar los libros de contabilidad, con sus recibos y demás
documentos, esto no impide a que conserve copias o certificaciones que le sean indis-
pensables para defender sus propios intereses.
En cuanto a los intereses, es claro el texto del artículo 2060: “Debe al mandante los
intereses corrientes de los dineros de éste que haya empleado en utilidad propia.- Debe
así mismo los intereses del saldo que de las cuentas resulte en contra suya, desde que
haya sido constituido en mora”.
del mandante y las responsabilidades que asume, ha quedado expuesto lo relativo a las
obligaciones frente a terceros. Aquí simplemente conviene resumir lo más esencial.
11.2. El mandatario que contrata con terceras personas, si se ha excedido en los poderes
recibidos, se obliga personalmente ante esos terceros. Ellos podrán reclamar también al
mandante, en cuanto realmente éste se haya beneficiado y hasta el monto del beneficio.
12.1. El artículo 2062 enumera las principales obligaciones del mandante: “El mandan-
te está obligado: 1°. A proveer al mandatario de lo necesario para la ejecución del man-
dato; 2°. A satisfacer los gastos razonables causados por la ejecución del mandato; 3°. A
pagarle la retribución estipulada o usual; 4°. A pagarle las anticipaciones de dinero, con
los intereses corrientes; y 5°. A indemnizarle por las pérdidas en que haya incurrido sin
culpa, y por causa del mandato.- No podrá el mandante exonerarse de cumplir estas
obligaciones, alegando que el negocio encomendado al mandatario no ha tenido buen
éxito, o que pudo desempeñarse a menor costo; salvo que le pruebe culpa”.
12.2. Quien desea el fin, ha de poner los medios adecuados, de allí que la primera
obligación del mandante consiste en proveer al mandatario de esos medios; el no pro-
porcionarlos implicaría una contradicción con la voluntad expresada en el contrato y un
incumplimiento del mismo, que autorizaría al apoderado a desistir del encargo. El artí-
culo 2063 considera esta y otras situaciones: siempre que no cumple el mandante sus
obligaciones, la otra parte, puede desistir; no se trata de una resolución, sino, simple-
mente de dar fin al contrato porque el incumplimiento del comitente así lo permite. Hay
una correlación entre la facultad del mandante de revocar el mandato y la de renunciar,
por parte del mandatario; pero esto no puede renunciar intempestivamente, mientras que
sí está facultado para retirarse si el mandante no cumple.
El numeral 4°, se refiere a “las anticipaciones de dinero, con los intereses corrientes”.
Parece esto una repetición de lo dicho en el numeral 2°, salvo que se entienda en el
480 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Este pago debe realizarse también en la forma convenida, por ejemplo periódicamente,
o al principio o al final del negocio. A falta de estipulación en el contrato, se podrá
cobrar al finalizar el encargo y previa aprobación de las cuentas, como ya se ha indicado
más arriba.
12.5. El mandante debe indemnizar al mandatario “de las pérdidas que haya incurrido
sin su culpa”, dice el numeral 5° del mencionado artículo. Se establece así una perfecta
igualdad entre las partes: una y otra se deben recíprocamente indemnización en caso de
perjuicios, salvo que éstos se produzcan por culpa del que pretende ser compensado.
Ya hemos dicho que esas obligaciones recaen sobre el mandante en cuatro casos: 1.
Cuando el mandatario ha obrado dentro de los límites del mandato, en nombre del comi-
tente; 2. Cuando el apoderado se ha excedido, pero el mandante ha ratificado lo actuado;
3. Cuando el negocio, se ha hecho a nombre del mandatario, pero en interés del
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 481
El artículo 2062 presta atención a los casos señalados en el párrafo anterior con los
números 1 y 2 y no hace referencia directa a los otros dos, pero se comprenden inclui-
dos, ya que el mandatario no puede obrar sino de dos maneras: o con el debido poder, o
fuera de él, y en el segundo supuesto, si el mandante se beneficia, de alguna manera está
ratificando lo actuado y debe asumir la obligación correspondiente. Supongamos que el
apoderado ha pagado una deuda del mandante: éste deberá entregar al deudor que can-
celó, el documento en que constaba la obligación o descargarlo de otra manera; no pue-
de dejar de cumplir esas obligaciones y pretender cobrar nuevamente, pues sería una
iniquidad. También el artículo 132 del Código de Comercio lo dispone así.
12.7. La situación del procurador que ha actuado fuera del poder recibido, se regula en
el artículo 2065, pero solamente con referencia a una situación especial: si ha ejecutado
parcialmente lo ordenado siendo así que “no debió ejecutarse parcialmente”. Se produ-
ce una extralimitación de poderes, no solamente por hacer más de lo previsto, sino tam-
bién por esta parcial ejecución, cuando se requería realizar la obra completa, para que
sea útil. Por ejemplo, el mandante ha encomendado realizar una transacción dando po-
der especial a un procurador; éste ha llegado a arreglar la controversia en algunos aspec-
tos, pero no en todos, con lo cual los intereses del mandante no quedan en buena posi-
ción, ya que al ceder en sus pretensiones ha perdido un instrumento de negociación para
arreglar la totalidad de la controversia.
El artículo 2065 dice: “Cuando por los términos del mandato o por la naturaleza del
negocio apareciere que no debió ejecutarse parcialmente, la ejecución parcial no obliga-
rá al mandante sino en cuanto le aprovechare.- El mandatario responderá de la inejecu-
ción del resto, en conformidad con el artículo 2071”. De esta forma, los terceros no
quedarán defraudados en sus intereses. La equidad lleva, sin embargo, a descargar al
apoderado que haya obrado de buena fe, creyendo ejecutar el mandato y en beneficio
del comitente, en aquellos casos en que no esté tan claro que solamente la realización
total del negocio sería beneficiosa; si se demuestra estos extremos y que los terceros que
contrataron estuvieron debidamente advertidos de los términos del mandato, parece que
quien debe responder, será el mandante, sobre todo si el mandato es gratuito, o el man-
datario “ha manifestado repugnancia al encargo”, como dice el artículo 2033.
Se puede apreciar, por todo lo expuesto, que las responsabilidades del mandatario son
graves y se encuentra en cierta situación de desventaja, con mayores riesgos que venta-
jas, lo cual se compensa de algún modo con lo que dispone el artículo 2066, que por lo
menos le asegura el cobro de lo que le corresponda por el buen ejercicio de su encargo.
Dice el referido artículo: “Podrá el mandatario retener los efectos que se le hayan entre-
gado por cuenta del mandante, para la seguridad de las prestaciones a que éste fuere
obligado por su parte”.
482 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Lo que puede retener el apoderado son “los efectos que se le hayan entregado por cuen-
ta del mandante”, es decir, así mismo, cualquier cosa que haya recibido, y esto puede ser
por entregas hechas por el mismo comitente, o “por cuenta” de él, o sea en su nombre, o
también, para él, como por ejemplo, las pensiones de arrendamiento de una casa del
mandante que haya cobrado el mandatario.
13.1. El artículo 2067 enumera las causas de terminación del mandato. Algunas de ellas
son comunes a la generalidad de los contratos, aunque contienen algunas modalidades
propias y solamente la revocatoria y la renuncia son características de este contrato. En
los siguientes artículos se desarrolla lo referente a la revocatoria, la renuncia y la muerte
y se señalan los efectos de la terminación.
Dice el mencionado artículo: “El mandato termina: 1°. Por el desempeño del negocio
para que fue constituido; 2°. Por la expiración del término o por el cumplimiento de la
condición prefijada para la terminación del mandato; 3° Por la revocación del mandante;
4° Por la renuncia del mandatario; 5°. Por la muerte del mandante o del mandatario; 6°.
Por la quiebra o insolvencia del uno o del otro; 7°. Por la interdicción del uno o del otro;
y, 8°. Por la cesación de las funciones del mandante, si el mandato ha sido dado en
ejercicio de ellas”.
13.4. La tercera causal, esto es la revocación del mandato, es la causa más discutida,
puesto que presenta una originalidad, frente a los contratos bilaterales, que no admiten
que una sola de las partes pueda darles fin a su arbitrio.
Comencemos por aclarar que solamente revoca quien ha otorgado el poder, es decir, el
comitente. Esta facultad no se concede al mandatario, aunque, en compensación se le
reconoce el derecho de renunciar.
La explicación de esta anómala manera de terminar el contrato, varía según las opinio-
nes doctrinarias. Muchos piensan que la facultad unilateral concedida al mandante, se
explica por tratarse de un asunto de confianza, de suerte que al cesar esta disposición
espiritual, ya no puede mantenerse la vinculación contractual. Ciertamente que el con-
cepto de la confianza predominó en el Derecho Romano y en la antigüedad, pero en el
mundo contemporáneo estas apreciaciones han pasado a un segundo plano y el manda-
tario ejercita un trabajo intelectual, que merece la protección de toda labor humana, sin
quedar al arbitrio del empleador. Otra explicación de la revocabilidad del mandato se
centra en que es un contrato en exclusivo beneficio del comitente, de manera que él bien
puede renunciar su derecho; pero tampoco esta justificación satisface, sobre todo cuan-
do el mandato es remunerado, como efectivamente se acostumbra ahora. Probablemente
tenemos que quedarnos con que esta disposición que consta en todos los códigos mo-
dernos, se explica por los antecedentes históricos de la institución y en consideración a
los dos criterios anteriormente indicados, que no se oponen sino que se suman.
Puig Peña observa que no cabe la revocatoria cuando el mandato va unido a otras obli-
gaciones, que lo convierten en contrato sinalagmático, en cuyo caso, como enseña Man-
resa, sólo puede terminar por mutuo disenso o por el ejercicio de la acción resolutoria.
Señala también que la jurisprudencia francesa niega la facultad de revocar cuando el
mandato es en interés común del mandante y el mandatario o en interés de ambos y un
tercero.
484 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Desde luego, la revocatoria sólo tiene eficacia en cuanto a las relaciones entre comitente
y apoderado, desde el momento en que éste la conoce, y, en cuanto a los terceros,
tampoco pueden ser afectados por un acontecimiento y efecto jurídico que desconozcan.
Dice el artículo 2069: “El mandante puede revocar el mandato a su arbitrio, y la revoca-
ción, expresa o tácita, surte efecto desde el día en que el mandatario ha tenido conoci-
miento de ella; sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo 2076”. Este último artículo
supedita los efectos frente a terceros, a que éstos hayan podido conocer o realmente
hayan conocido la causa de la terminación, y salvaguarda la buena fe de quienes la
ignoraban.
Nótese que el artículo 2069 se refiere “al día” en que el mandatario conoce la revocato-
ria, y esto bastará generalmente, peor puede presentarse el caso de que el mismo día,
antes de conocer, haya celebrado contratos con terceros y no sería equitativo considerar
nulos estos contratos pactados de buena fe en la ignorancia inculpable de que el manda-
to había cesado; precisa entender que la anterioridad de la noticia ha de ser absoluta, no
solamente de un día, es decir, si unas horas antes, en la misma jornada, se procedió de
buena fe, debe respetarse los efectos de tales actos. La mera diputación para el pago es
un mandato especial y concreto, y si un vendedor ha dado este poder al comprador para
que entreguen el precio a un acreedor del primero, y después el mismo vendedor paga
directamente a su acreedor, ha revocado el mandato; el acreedor, no puede cobrar dos
veces: al comprador apoderado para ese pago y al deudor.
13.5. Dice el artículo 2071: “La renuncia del mandatario no dará fin a sus obligacio-
nes, sino después de transcurrido el tiempo razonable para que el mandante pueda pro-
veer a los negocios encomendados.- De otro modo se hará responsable de los perjuicios
que la renuncia cause al mandante; a menos que se halle en la imposibilidad de adminis-
trar, por enfermedad u otra causa, o sin grave perjuicio de sus intereses propios”.
En primer lugar hay que aclarar que estas renuncias no requieren aceptación del man-
dante. Se supone sí, que la renuncia debe haber llegado a conocimiento del comitente,
para que éste pueda proveer a sus asuntos, y se supedita el efecto liberador de responsa-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 485
bilidad, a que haya transcurrido “el tiempo razonable” para esa asunción de sus propios
asuntos por parte del comitente.
Borda considera que la facultad de renunciar no puede eliminarse por pacto expreso: no
se puede convertir un mandato en irrenunciable, porque en el mandato hay un interés
recíproco y no puede quedar perpetuamente subordinada una persona; se puede renun-
ciar, incluso si se ha pactado la irrenunciabilidad, pero en tal caso el que renuncia debe-
rá indemnizar los perjuicios, salvo que lo haga por justa causa.
13.6. La muerte del mandante o del mandatario da fin al contrato, conforme a lo dis-
puesto en el numeral 5° del artículo 2067. Esta terminación es instantánea, aunque los
efectos de ella se postergan bajo ciertos aspectos que luego examinaremos. El cesar la
existencia de una de las partes, no continúa la relación contractual con los herederos, por
tratarse de una relación de confianza, y se configura este contrato como una convención
intuitu personae.
Igual efecto que la muerte, debe producir la extinción de una persona jurídica que
haya dado poder o que lo haya recibido.
Como anota Puig Peña, la muerte del mandatario que ha dejado de serlo por haber dele-
gado lícitamente a otro, no termina el mandato. Sí se extingue al morir el sustituto.
El artículo 2072 señala una importante excepción al principio de que el mandato termi-
na con la muerte de una de las partes: “Sabida la muerte del mandante, cesará el manda-
tario en sus funciones; pero si de suspenderlas se sigue perjuicio para los herederos del
mandante, estará obligado a finalizar la gestión principiada”. Por tanto, aquí se señala
como momento en que terminan los efectos del mandato, por regla general, cuando
llega al apoderado la noticia de la muerte del mandante, sin que baste el mero hecho del
fallecimiento. En el caso inverso, si quien ha muerto es el mandatario, sus herederos
deben dar aviso, según prescribe el artículo 1974 y “harán lo que puedan y las circuns-
tancias exijan”, a favor del mandante, sobre todo en cuanto medidas de conservación.
La terminación de la gestión comenzada se impone, para evitar perjuicios, y si no se
cumpliera este deber, habría que indemnizar por los que se produzcan.
Otro caso es el del “mandato destinado a ejecutarse después de la muerte” del man-
dante. Este mandato no ha de alterar las reglas de la sucesión sino que solamente puede
referirse a la ejecución de obligaciones contraídas en vida del mandante; si se desea
hacer pasar bienes a determinadas personas después de la muerte, se requiere hacer acto
486 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
A esta ejecución de actos ya realizados en vida, se refiere el artículo 2073, que dice:
“No se extingue por la muerte del mandante el mandato destinado a ejecutarse después
de ella. Los herederos suceden, en este caso, en los derechos y obligaciones del mandan-
te.- Por la muerte del mandante no se extingue el mandato para pleito, si se ha empeza-
do a desempeñar; ni por la muerte del procurador, en el mismo caso, terminan las facul-
tades del sustituto o delegado”. La jurisprudencia ha aplicado correctamente esta norma,
por lo demás, muy clara.
Nótese que, además de la obvia obligación de dar noticia al mandante, para que provea
a sus asuntos, los herederos –y otras personas, como el albacea, etc.- deben cuidar los
intereses del poderdante, en la medida en que puedan “y las circunstancias lo exijan”;
esto normalmente consistirá en las medidas cautelares, y en la prosecución de gestiones
iniciadas que no deban interrumpirse, pero no comprende la iniciación de nuevos nego-
cios. En cuanto a la “habilidad”, se ha de entender como la capacidad jurídica adecuada
para el respectivo asunto, libre de impedimentos; no sería hábil, la persona capaz que no
puede ejercer el comercio, o realizar el concreto encargo del mandato, como quien no es
abogado no puede ser procurador en juicio (salvo excepciones).
13.7. Termina el mandato por la quiebra o insolvencia de una de las partes, conforme a
lo ordenado por el numeral 6 del artículo 2067. La quiebra y la insolvencia producen
una incapacidad, al menos parcial, de administrar los propios bienes: en el caso del
apoderado, si no es hábil para administrar lo propio no cabe que siga administrando la
ajeno, y en el caso de haber incurrido en quiebra o insolvencia el mandante, se explica la
terminación del mandato, porque estos procedimientos de liquidación del patrimonio
hacen intervenir a un síndico o liquidador, quienes asumen la representación del fallido.
Se puede admitir, sin embargo, que el mandato conferido para actos de índole no patri-
monial, como para contraer matrimonio, reconocer un hijo, etc.
13.8. Por la interdicción del uno o del otro, también termina el mandato (numeral 7).
Esta causa es más severa que la anterior, pues produce siempre incapacidad, absoluta o
relativa.
13.9. La última causal señalada en el artículo 2067 es: “la cesación de las funciones del
mandante, si el mandato ha sido dado en ejercicio de ellas”.
Resuelto el derecho de quien confirió el poder, es evidente que debe terminar el manda-
to. Esto es muy frecuente en las compañías y en general en personas jurídicas cuyos
personeros han conferido mandato: terminado el cargo del órgano que representa a estas
personas jurídicas, cesa el mandatario.
13.10. La doctrina señala otras formas de terminar el mandato, además de las enume-
radas, se aplican las de los contratos en general: imposibilidad de cumplir las obligacio-
nes asumidas y la resolución. Respecto de esta última, rara vez se empleará, puesto que
queda expedita más bien la revocatoria o la renuncia, pero, en estos casos el que deja sin
efecto el contrato por su voluntad unilateral no puede reclamar a la otra parte ningún
daño o perjuicio que derive de su propia acción.
En los asuntos comerciales hay otra causa de terminación: la enajenación en la que sirve
el factor o dependiente con mandato, como lo dispone el artículo 138 del Código de
Comercio.
13.11. Cuando varias personas han recibido un común mandato y una de ellas llega a
faltar, por cualquiera de las causas anteriormente vistas, también termina el mandato del
que queda o de los que quedan, porque se ha disuelto el grupo responsable, ha cambiado
sustancialmente la situación. Bien podrá el mandatario confirmar, por nuevo mandato a
los que permanecen, o reemplazarlos totalmente, o integrar el conjunto con un nuevo
elemento.
Si una persona ha nombrado varios apoderados para sus asuntos, pero no les ha impues-
to la obligación de actuar conjuntamente, pueden dividirse sus funciones y, entonces, lo
mismo que si el propio comitente les ha nombrado para asuntos diferentes, la falta de
uno o varios de ellos, no hace cesar a los demás, precisamente por esa independencia
con la que pueden actuar.
Las varias de las causas de terminación, requieren dar noticia al mandatario, para que
produzcan su efecto respecto de sus relaciones con el comitente. No se requiere esta
noticia, ni es posible, si la causa de terminación es la muerte del mandatario, pero en-
tonces se debe dar la noticia al mandante. En una palabra, la información sobre lo suce-
dido es indispensable para que cesen los poderes conferidos, y mientras no se tenga ese
conocimiento, las partes continuarán actuando de buena fe y sus actos se han de respe-
tar.
488 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Ahora bien, los terceros que contratan con un apoderado también deben ser informados,
si es que existe una causa de terminación del mandato, y si no están en aptitud de ente-
rarse, actúan de buena fe y el derecho la protege.
A este respecto, tenemos el texto del artículo 2076: “En general, siempre que el manda-
to expira por una causa ignorada por el mandatario, lo que éste haya hecho en ejecución
del mandato, será válido y dará derecho a terceros de buena fe, contra el mandante.-
Quedará así mismo obligado el mandante, como si subsistiera el mandato, a lo que el
mandatario hubiere pactado después de saber la causa que hizo expirar el mandato, si el
contrato hubiere sido celebrado con terceros de buena fe; pero el mandante tendrá dere-
cho a que le indemnice el mandatario.- Cuando el hecho que ha dado causa a la expira-
ción del mandato hubiere sido notificado al público por periódicos o carteles, y en todos
los casos en que no pareciere probable la ignorancia del tercero, podrá el juez, en su
prudencia, absolver al mandante.”.
Téngase en cuenta que la buena fe del mandatario no basta para justificar a los terceros
que hubieren actuado de mala fe, ni viceversa, la buena fe de éstos no justifica al
mandatario que conocía que su mandato ya había terminado.
“La venta de bienes raíces, hecha por medio de mandatario, es válida, a menos de pro-
barse legalmente, que antes del contrato, el comprador tuvo conocimiento de la revoca-
toria del mandato”, dice una sentencia de la Corte Suprema. En otra, se dice que “una
cualquiera de las circunstancias enumeradas en el artículo 2160 (hoy 2076) basta para
que el juez pueda absolver al mandante”.
1.1. Escribe Puig Peña: “En principio, el comodato no responde a un acabado designio
contractual. Parece como si las partes no quisiera celebrar un contrato, sino dar expre-
sión a un espíritu de amistad y ayuda; pero el Derecho precisa disciplinar las conse-
cuencias jurídicas que pueden derivarse, tanto del cumplimiento como del incumpli-
miento del mismo”.
1.3. Nuestro Código Civil no se aparta de estos conceptos y define en el artículo 2077:
“Comodato o préstamo de uso es un contrato en que una de las partes entrega a la otra
gratuitamente una especie, mueble o raíz, para que haga uso de ella, con cargo de resti-
tuir la misma especie después de terminado el uso.- Este contrato no se perfecciona sino
por la tradición de la cosa”.
1.4. En todas las definiciones se expresa lo esencial del contrato, que consiste en el
préstamo de algo que debe devolverse en su misma individualidad: la misma cosa. De
aquí se deriva la afirmación de quienes sostienen que el comodato es préstamo de cosas
no fungibles o no consumibles. En realidad, se trata de un préstamo de algo que debe
devolverse en su especie -la misma cosa-, y como se presta para que sea usada, debe ser
de aquellas que no extinguen por el uso, o que, por lo menos, se han de usar de forma
que no desaparezcan por el uso. A veces, se presta algo que de suyo es consumible, pero
para que el comodatario la utilice en una finalidad distinta de la normal, de suerte que
no se consumirá por tal uso; por ejemplo, el cemento es cosa esencialmente consumible,
490 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
se emplea para hacer hormigón o para unir piedras u otros materiales de construcción,
pero podrían darse en comodato unos sacos de cemento para servir de lastre de una nave
o para formar una defensa o pared provisional, con las sacas sin abrir, y luego devolver
las mismas que se recibieron en préstamo.
1.6. La definición del artículo 2077, incluye el carácter gratuito del comodato, y esto
corresponde a la naturaleza del contrato: es un préstamo inspirado en motivos altruistas.
Pero no se excluye que el comodante reciba alguna recompensa, pactada o no, como
expresión de la gratitud del que recibió el préstamo, sin que por ello deje de ser gratuito.
1.7. La entrega de la cosa, es necesaria para que surja el contrato: este se perfecciona
con la entrega. Es decir, que ha de haber la voluntad de las dos partes de efectuar el
comodato, pero no se perfecciona sino con la entrega de la cosa. Por esta razón, se cali-
fica al préstamo de uso como un contrato real.
1.8. Pasa la tenencia de la cosa, del comodante al comodatario, con la finalidad de que
éste pueda usarla. Se le confiere esta sola facultad, que libremente ejercerá o no, a
diferencia de lo que pasa en el arrendamiento, en el que se confiere el uso y el arrendata-
rio debe usar, no solamente puede hacerlo.
2.3. Conviene insistir en este punto, sobre que tipo de título es el comodato. No trans-
fiere ni la propiedad ni la posesión; luego no es título de transferencia del dominio, pero
sí da origen al paso de la tenencia de una a otra persona: el comodatario tendrá la cosa
en nombre del propietario, reconociéndole a él como señor y dueño, con la muy impor-
tante consecuencia de que este tenedor jamás podrá alegar prescripción adquisitiva de
dominio. Para adquirir por prescripción, se requiere poseer la cosa, no basta tenerla.
El comodato se menciona como ejemplo de un título para la tradición, pero como título
que no transfiere el dominio; por esto, dispone el artículo 693 que el error en el título
invalida la tradición, sea cuando una sola de las partes supone un título traslativo de
dominio, como cuando, por una parte, se tiene el ánimo de entregar en comodato, y por
otra se tiene el ánimo de recibir a título de donación. Así, pues, claramente aparece que
el comodato no es título traslativo del dominio, lo que traslada es únicamente la tenencia
de la cosa. Pero la tradición propiamente dicha es la que transfiere el dominio, como
indica el artículo 700: “La tradición de una cosa corporal muebles deberá hacerse signi-
ficando una de las partes a la otra que le transfiere el dominio, y verificando esta transfe-
rencia por uno de los medios siguientes..”. De manera expresa, el numeral 5° del mismo
artículo, incluye en la enumeración de los “títulos no translativos del dominio” al
comodato.
492 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Normalmente quien presta una cosa es el dueño de ella: ejercitando su derecho de do-
minio, entrega la tenencia de ella por cierto tiempo o para determinado uso. Pero tam-
bién se puede prestar una cosa ajena, cuando se dispone de un derecho de usufructo,
de administración, o se tiene la posesión de la cosa.
2.4. El artículo 2079 precisa que “El comodante conserva sobre la cosa todos los dere-
chos que antes tenía, pero no su ejercicio, en cuanto fuere incompatible con el uso con-
cedido al comodatario”. Cabe usar simultáneamente una cosa por parte de más de una
persona, sea por la extensión o cuantía del objeto, sea por la variedad de usos que son
compatibles en una misma cosa. Lo que conserva el comodante son “todos los derechos
que tenía”, salvo el uso que concede al comodatario. Por tanto, si el primero es propieta-
rio, sigue con los derechos de usar, gozar y disponer como dueño, y puede enajenar la
cosa prestada. Si es solamente poseedor, continúa poseyendo a través de la mera tenen-
cia del comodatario, y el comodante podrá así, llegar a adquirir la propiedad por pres-
cripción, ya que sigue siendo poseedor.
2.6. Otra característica del comodato consiste en que no requiere de ninguna solemni-
dad especial: es un contrato consensual y se perfecciona por el consentimiento de las
partes y la entrega de la cosa (por esto último, es real). No se requiere ni siquiera de
documento escrito.
2.11. Los bienes constituidos en patrimonio familiar “no podrán ser objeto de división,
comodato, sociedad, renta vitalicia ni anticresis, sino de acuerdo con este Título”, dice
el artículo 840. Ahora bien en el Título sobre el Patrimonio Familiar, nada se dice direc-
tamente sobre el comodato, y solamente se dan reglas para la enajenación o para dar en
arriendo o aparcería bienes inmuebles incluidos en el patrimonio familiar; hay que con-
siderar que la ley desea preservar de gravámenes que priven al grupo familiar del uso
normal de los bienes, y aplicando la analogía, habrá que concluir que para dar en como-
dato estos bienes, se requiere autorización judicial, demostrando “necesidad o conve-
niencia”.
2.12. “No hay donación en el comodato de una cosa cualquiera, aunque su uso y goce
acostumbre darse en arriendo”. Es decir que, si contra la costumbre de cobrar un canon
por el uso de la cosa se confiere ese mismo uso gratuitamente, no hay donación; hay sí
un contrato gratuito y una ventaja económica para el comodatario, pero esto es distinto
de la donación.
2.13. No pueden prestarse los derechos, sino solamente las cosas materiales. Los dere-
chos se ceden, y la cesión es otra figura jurídica que el comodato.
No puede ser objeto del comodato la persona humana, desde que no hay esclavitud; si
se presta un auto con chofer, se está cediendo las relaciones laborales y ha de contarse
siempre con el consentimiento de la persona que entra a servir a otro. Para éste, como
para todo contrato, ha de haber objeto lícito.
494 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
3.1. El derecho que se concede al comodatario es el de usar la cosa prestada, pero este
derecho entraña la correspondiente obligación de conservarla y de usarla únicamente
de la manera convenida: no se da un uso indiscriminado o absoluto, sino limitado.
Este uso adecuado, implica, como enseña Treviño, “no alterar la forma y sustancia de
la cosa”. En efecto, si el arrendatario, quien paga por el uso, no está facultado para reali-
zar cambios sustanciales en la cosa, con mayor razón el que la recibe gratuitamente,
como sucede en el comodato.
Este contrato tiene la característica de ser intuitu personae, por lo cual, el uso de la cosa
se confiere al comodatario y no a otros extraños. Según la misma naturaleza de la cosa,
se ha de entender esta utilización personal, como exclusiva o bien como participada con
el grupo familiar, doméstico, profesional, de amistad, etc. Las partes pueden precisar
expresamente esta extensión de la facultad de usar, pero si no lo hacen, también dicha
amplitud del derecho se regulará por lo que razonablemente convenga a la naturaleza de
la cosa y a las costumbres admitidas. Si se presta una casa, normalmente es para la utili-
zación por toda la familia del comodatario, con sus sirvientes y quizá, amigos íntimos;
en cambio un microscopio u otro instrumento de precisión apto para el trabajo profesio-
nal de una persona, se ha de considerar como únicamente utilizable por esa persona y
nadie más.
Por lo dicho, el préstamo de lo prestado, o la cesión del uso recibido, no se han de admi-
tir sino con el expreso consentimiento del comodatario.
El artículo 2080, señala el efecto del abuso del comodatario: “En el caso de contraven-
ción, podrá el comodante exigir la indemnización de todo perjuicio y la restitución
inmediata, aunque para la restitución se haya estipulado plazo”. El incumplimiento por
parte del comodatario da, pues, derecho al comodante, de exigir una indemnización
total, y de terminar el préstamo: el contrato es en beneficio del comodatario, y al no
cuidar debidamente la cosa, queda sometido a estas graves consecuencias, establecidas
con entera equidad.
Dice el artículo 2081: “El comodatario está obligado a emplear el mayor cuidado en la
conservación de la cosa, y responde hasta de la culpa levísima”. Esto corresponde a la
naturaleza del contrato que beneficia exclusivamente al comodatario, por lo cual su
responsabilidad es máxima.
Por otra parte, como hay circunstancias en las que el comodato accidentalmente trae
alguna ventaja al comodante, entonces, se reduce la responsabilidad del prestatario
solamente hasta la culpa leve. Así lo establece el artículo 2082: “Sin embargo de lo
dispuesto en el artículo precedente, si el comodato fuere en pro de ambas partes, no se
extenderá la responsabilidad del comodatario sino hasta la culpa leve; y si en pro del
comodante, sólo hasta la culpa lata”.
3.3. El segundo inciso del mismo artículo 2081, establece las consecuencias de lo orde-
nado en el primer inciso: “Es, por tanto, responsable (el comodatario) de todo deterioro
que no provenga de la naturaleza o del uso legítimo de la cosa; y si este deterioro es tal
que la cosa no sea ya susceptible de emplearse en el uso ordinario, podrá el comodante
exigir el precio anterior de la cosa, abandonando su propiedad al comodatario”.
3.5. La conservación de cualquier cosa implica realizar ciertos gastos y éstos corren a
cargo del comodatario cuando son los normales y ordinarios; mientras que, si la cosa
requiere refacciones, restauraciones o arreglos extraordinarios, no imputables a culpa
del tenedor, deben ser de cargo del comodante.
cargo del comodante. En una casa prestada, el comodatario pagará los gastos de luz,
agua, teléfono, y reparaciones locativas (por analogía a lo que sucede en el arriendo),
pero, corresponden al comodante las expensas requeridas por el mal estado de los ci-
mientos o la estructura de la casa. Las partes pueden precisar convencionalmente estas
obligaciones dándoles un alcance diferente.
3.6. Quien, como el comodatario, responde “hasta” por culpa levísima, está exonerado
de responsabilidad por los daños o pérdida de cosas que se produzcan por caso fortuito
o fuerza mayor. Sin embargo, en este contrato, el beneficiario, que es quien recibe la
cosa prestada, queda también obligado aún en los casos imprevistos e irresistibles, como
incendio, terremoto, inundación, actos de autoridad, etc. en cualquiera de las cuatro
circunstancias previstas al final del mismo artículo 2081, a saber:
3.8. Los derechos del comodatario se transmiten a sus herederos, salvo que se haya
dado el préstamo a título rigurosamente personal o para una finalidad que se acaba con
la muerte, por esto el artículo 1287 reconoce al heredero que reclama la herencia el
derecho de recibir todas las cosas ocupadas por otro, aunque no hayan sido de propiedad
del causante y solamente las haya tenido en calidad de comodatario, o por otro título de
mero tenedor.
Como observa Puig Peña, las responsabilidades del comodatario pasan, en caso de su
muerte, a los herederos y éstos quedan solidariamente obligados. La solidaridad, se
menciona expresamente en el artículo 2092, cuando la cosa ha sido prestada a muchos,
pero es evidente, que se produce también, conforme a las reglas generales de la heren-
cia, cuando los herederos son varias personas.
3.10. La restitución debe hacerse al comodante, por regla general, sea personalmente o
bien a quien le represente legítimamente para recibir el objeto, sea por ser su represen-
tante legal o por mandatario.
El artículo 2084 indica a quien debe hacerse la restitución: “La restitución deberá hacer-
se al comodante, o a la persona que tenga derecho para recibirla a su nombre, según las
reglas generales.- Si la cosa ha sido prestada por un incapaz que usaba de ella con per-
miso de su representante legal, será válida la restitución al incapaz”. De aquí se deduce
que no es lícita la restitución al incapaz que no tenía permiso para usar y para prestar la
cosa: en tal caso debe devolverse al representante legal.
3.11. Hay algunas excepciones a esta obligación de devolver al mismo que dio la cosa
en préstamo:
498 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1. “Si muere el comodatario, a menos que la cosa haya sido prestada para un servicio
particular que no pueda diferirse o suspenderse”. Por ejemplo, se ha prestado un equipo
para una operación quirúrgica, que debía ejecutar el comodatario quien muere, y debe
reemplazarle otro médico en ese servicio de salud a tercera persona; o se ha dado en
mutuo aparatos para levantar un plano topográfico, y muere el ingeniero que los usaba
antes de terminar una obra que debe cumplirse aún por sus herederos, etc.
4.1. El principal derecho del comodatario consiste en usar la cosa prestada, en los tér-
minos del contrato o según su propio destino y naturaleza.
4.2. Tiene también derecho de retener la cosa prestada, aunque haya llegado el momen-
to normal de restituirla, “mientras no se efectúe la indemnización” (artículo 2096) que le
deba el comodante, “salvo que éste caucione el pago de la cantidad en que se le conde-
nare”.
Dice el artículo 2086: “El comodatario no tendrá derecho para suspender la restitución,
alegando que la cosa prestada no pertenece al comodante; salvo que haya sido perdida,
hurtada o robada a su dueño, o que se embargue judicialmente en manos del comodata-
rio.- Si se ha prestado una cosa perdida, hurtada o robada, el comodatario que lo sabe y
no lo denuncia al dueño, dándole un plazo razonable para reclamarla, se hará responsa-
ble de los perjuicios que de la restitución se sigan al dueño.- Y si el dueño no la recla-
mare oportunamente, podrá hacerse la restitución al comodante.- El dueño, por su parte,
tampoco podrá exigir la restitución sin el consentimiento el comodante, o sin decisión
judicial”.
Por consiguiente, no basta que la cosa pertenezca a distinta persona que el comodante,
para que el comodatario pueda oponerse a restituírsela a él: solamente cabe la suspen-
sión de la devolución, si la cosa ha sido perdida, hurtada o robada. La prueba de estas
circunstancias corresponderá al tenedor de la cosa que se resiste a devolverla. Lo más
seguro para el comodatario será acudir al juez para que esclarezca a quien corresponde
recibir la cosa. El último inciso del artículo transcrito indica que tampoco el dueño de la
cosa puede exigir que se le entregue la cosa: debe probar su derecho y esto conducirá o
bien a que el comodante se allane o bien a que se pronuncie sentencia judicial.
4.4. Hay obligación de suspender la devolución, cuando existe fundado motivo para
temer que se hará un uso delictivo de la cosa; por ejemplo, si se han prestado armas y se
teme la comisión de un crimen, o se han prestado documentos para una investigación
histórica y se teme que puedan emplearse para extorsionar a una persona, etc.
Dice el artículo 2087: “El comodatario está obligado a suspender la restitución de toda
especie de armas ofensivas y de cualquiera otra cosa de que se sepa se trata de hacer un
uso delictuoso; pero deberá ponerlas a disposición del juez.- Lo mismo se observará
cuando el comodante ha perdido el juicio y carece de curador”.
4.5. “Cesa la obligación de restituir, dice el artículo 2088, desde que el comodatario
descubre que él es el verdadero dueño de la cosa prestada.- Con todo, si el comodante le
disputa el dominio, deberá restituir, a no ser que pueda probar breve y sumariamente
que la cosa prestada le pertenece”.
5.1. “El comodato no se extingue por la muerte del comodante”, afirma el artículo
2093; por consiguiente, el que recibió una cosa prestada, seguirá usándola, durante el
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 501
tiempo a que tenga derecho, y responderá, en su momento, ante los herederos del pres-
tamista.
Los herederos del comodante ejercitarán los mismos derechos que tenía su causante,
según las reglas de la sucesión por causa de muerte.
5.2. En cambio, la muerte del comodatario produce diverso efecto, puesto que el con-
trato es “intuitu personae”. Normalmente, terminará el contrato con la muerte del pres-
tatario, y solo por excepción puede continuar por el tiempo indispensable, para evitar
mayores males.
Dice el artículo 2089: “Las obligaciones y derechos que nacen del comodato, pasan a
los herederos de ambos contratantes; pero los del comodatario no tendrán derecho a
continuar en el uso de la cosa prestada, sino en el caso excepcional del artículo 2083,
numeral 1”. Dicho numeral se refiere a que “la cosa haya sido prestada para un servicio
particular que no pueda diferirse o suspenderse”. Hemos de entender que esta necesidad
de que continúe el uso de la cosa y la prestación del servicio correspondiente, interesa a
terceras personas o a los mismos herederos. Por ejemplo, si se ha prestado una imprenta
para que el autor de un libro lo edite, y en medio proceso de impresión fallece el como-
datario, interesa que se termine la impresión del libro.
5.3. Lo dicho anteriormente supone el conocimiento por parte de los herederos del co-
modatario de que éste tenía tal o cual objeto recibidos en préstamo; si, por el contrario,
ignoran inculpablemente esta circunstancia y proceden a enajenar la cosa dada en co-
modato a su causante, actúan de buena fe y son tratados como poseedores de buena fe.
5.4. “Si tuvieron conocimiento del préstamo, resarcirán todo perjuicio, y aun podrán
ser perseguidos penalmente, según las circunstancias del hecho”. El conocimiento de
que la cosa era prestada, hace que la enajenación por parte de los herederos sea de mala
fe, de allí el rigor de la ley.
hay, el culpable debe indemnizar: si el que presta la cosa lo hace a sabiendas de ser
ajena y no advierte esta circunstancia al comodatario, justamente tendrá que reparar el
daño que se siga de la terminación prematura del comodato, por la reclamación del
dueño.
Téngase en cuenta que no falta a la buena fe el que sin ser dueño, presta una cosa que
posee legítimamente, siempre que advierta al que la recibe, la posibilidad de que el
dueño se la reclame antes de terminar el plazo o servicio previstos.
Solamente podría excusarse de este reembolso del dueño que no hubiere autorizado
mejoras o gastos no necesarios realizados por el comodatario: éstos corren de cargo de
quien los hizo, y podrá, retirar los elementos agregados, siempre que no deteriore con
esto la cosa prestada; por ejemplo, el comodatario puede retirar cuadros, estatuas y otros
adornos puestos en la casa que se le prestó, siempre que el quitarlos no deje desmejora-
do el inmueble, con relación a su estado primitivo.
El comodatario que ha entregado una cosa ajena, sabiendo que lo era y sin advertir al
prestatario esta circunstancia, debe indemnizarle si, efectivamente, la reclama el propie-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 503
tario y debe devolverse la cosa antes del plazo o del uso convenido. El artículo 2091
señala indirectamente esta obligación, refiriéndose al caso en que no hay indemniza-
ción: si el que prestó no sabía que la cosa era ajena, o si sabiéndolo advirtió al comoda-
tario, entonces el beneficiario no tiene nada que reclamar. Pero si hay mala fe, si se
sabía y no se advirtió, es lógico que surge la obligación de indemnizar si el tenedor es
privado del uso antes de tiempo y por ello sufre algún daño.
6.4. Igualmente “el comodante está obligado a indemnizar al comodatario los perjui-
cios que le haya ocasionado la mala calidad o condición del objeto prestado, con tal de
que la mala calidad o condición reúna estas tres circunstancias: 1. Que haya sido de tal
naturaleza que probablemente había de ocasionar los perjuicios; 2. Que haya sido cono-
cida y no declarada por el comodante; y, 3. Que el comodatario no haya podido, con
mediano cuidado, conocerla o precaver los perjuicios”. Así dispone el artículo 2095.
El comodante que dio aviso oportuno del defecto o peligro de la cosa prestada, se des-
carga de responsabilidad, porque el comodatario bien podría no recibirla, o recibirla y
arreglarla antes de su uso. Igualmente no hay indemnización si el desperfecto o vicio era
desconocido por el dueño o prestamista, o, al contrario, el prestatario la conocía o debía
conocerla por su oficio o por las apariencia evidente. El comodante, debe, pues, comu-
nicar los defectos o vicios de la cosa que él conozca y que puedan causar algún daño.
7. El comodato precario
7.1. Dice el artículo 2097: “El comodato toma el título de precario si el comodante se
reserva la facultad de pedir la restitución de la cosa prestada, en cualquier tiempo”.
7.2. El plazo dentro del cual el comodatario puede estar seguro de usar la cosa, puede
fijarse expresamente en el contrato (incluso verbalmente), o bien se desprende de las
circunstancias: es tácito. El artículo 2098 precisa aún más lo dicho, en estos términos:
“Se entiende precario cuando no se presta la cosa para un servicio particular, ni se fija
tiempo para su restitución.- También lo constituye precario la tenencia de una cosa
ajena, sin previo contrato y por ignorancia o mera tolerancia del dueño”.
7.3. Los casos de mera tolerancia, o de tenencia de una cosa sin que lo sepa su due-
ño, son bastante frecuentes en los terrenos agrícolas; en las grandes haciendas, en las
zonas poco transitadas, como las selvas, los páramos o los lugares distantes de los po-
blados, fácilmente se asienta un campesino y cultiva un campo: el dueño, tiene derecho,
en cualquier momento, de recuperar su suelo; si se resistiera a devolverlo el ocupante,
cometería un acto de usurpación, sancionado por el Código Penal.
7.4. Ahora bien, los préstamos de tierras o la mera tolerancia, a ciencia y conciencia, de
que cultiva persona distinta del dueño y sin relación laboral o de otro género, también se
producen a menudo y corresponden incluso a costumbres arraigadas. Las leyes de
Reforma Agraria han tratado de suprimir esta clase de situaciones, por considerarlas que
504 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
encubren formas de explotación del trabajo ajeno y hasta de larvada servidumbre perso-
nal; sin embargo, se disimulan o simulan bajo otras apariencias para continuar actuando
como ha sido tradicional. Bastantes sentencias de nuestra Corte Suprema han esclareci-
do tales situaciones ambiguas e ilegales.
Téngase en cuenta que el comodato puede probarse simplemente por testigos, y que el
precario, hasta se presume o se establece tácitamente, como señala el artículo 2098,
mientras que una promesa de venta de un inmueble debe constar por escritura pública,
y un contrato de trabajo, muchas veces debe hacerse por escrito. Estas tres relaciones
jurídicas, tan distintas entre sí, se relacionan en la vida corriente y dan lugar a litigios, si
no se establecen claramente las obligaciones que contraen las partes.
8.1. No enumera expresamente el Código Civil las causas de extinción del comodato,
pero aparecen muchas de ellas a lo largo del Título XXVIII, y muchas han sido ya men-
cionadas en este comentario. Podemos ensayar una lista de estas circunstancias en las
que termina el contrato:
1. Definición
1.1. Así como el préstamo de uso o comodato se aplica a cosas que deben ser devueltas
en su misma identidad, porque solamente se entrega su tenencia y no se han de consu-
mir, por el contrario, el mutuo o préstamo de consumo, transfiere la propiedad para que
el prestatario pueda consumirla y deba devolver algo equivalente a lo recibido: cosas de
la misma especie, cantidad y calidad.
De lo dicho aparecen las fundamentales diferencias entre los dos contratos, que sin
embargo tienen en común ser de préstamo: el objeto, la finalidad, el efecto inmediato
(conferir sólo la tenencia o transferir la propiedad). De estos tres aspectos, dependen
varias otras consecuencias, como las acciones judiciales a que dan lugar y los derechos
de terceras personas.
El artículo 693 menciona expresamente el mutuo entre los títulos translativos de domi-
nio. Este contrato origina un derecho personal u obligación, como se dice en el artículo
596 y da lugar a una acción que necesariamente será mueble, conforme al artículo 616,
y ya que no hay bienes inmuebles que sean fungibles.
1.3. La tradición o entrega de la cosa puede realizarse en cualquiera de las formas que
admite la ley. El artículo 700 enumera los varios medios por los cuales se hace la entre-
506 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
ga de cosas corporales muebles, lo cual es aplicable, entre otros, al caso del mutuo.
Adquiere especial interés el supuesto de que el dueño de una cosa la vende y el compra-
dor se constituye en mutuario o deudor del precio que queda por pagar. Es evidente que
si esa es la voluntad de las partes, debe respetarse por ser legítima y no violar ninguna
disposición del derecho.
No se desvirtúa el mutuo por el hecho de que las partes hayan convenido en que la en-
trega de una parte o todo lo prestado se entregue más adelante, si realmente queda a la
disposición del mutuario. Esto es muy frecuente en los préstamos bancarios, en los que
se establece que se depositará en la cuenta corriente del deudor la cantidad que el banco
ha prestado: la operación puede tardar unos días, o incluso se establece la entrega por
dividendos, sobre todo en los préstamos muy cuantiosos, con la ventaja para el deudor
de no deber intereses sino desde las respectivas fechas en que se le provee de fondos.
Una sentencia declara que “la cantidad que se entregue a mutuo puede serlo en parte de
contado y parte a cierto plazo”.
“El contrato por el que una de las partes se compromete a restituir a la otra una suma de
dinero dentro del plazo de dos años, con el interés legal en caso de mora, aun cuando se
lo haya denominado de depósito, no tiene de tal sino el nombre, y es en el fondo un
verdadero contrato de mutuo, dados los términos y la clara intención de los contratan-
tes”.
1.4. Parte esencial del contrato es la obligación que asume el mutuario de devolver. Esta
devolución o pago debe hacerse en igual cantidad y calidad de las cosas recibidas, y
debe hacerse al mismo mutuante o a quien le represente o suceda.
1.5. Tiene importancia la identidad de la persona que recibe el préstamo, se puede decir
que respecto de ella es un contrato intuitu personae ya que la solvencia del deudor inter-
esa de modo decisivo, poco importa, en cambio, quien sea el que preste. Por esta razón,
el artículo 2049 dispone que la persona a quien se ha encargado tomar dinero prestado,
puede él mismo darlo a mutuo al interés designado por el mandante, o a falta de esta
designación, al interés corriente; pero, “facultado para tomar dinero a interés, no podrá
tomarlo prestado para sí, sin aprobación del mandante.” Es evidente que el dueño tiene
el derecho de escoger la persona a quien hace la confianza de prestar, y el encargado de
ello no puede calificarse a sí mismo como la persona adecuada para recibir el préstamo.
1.7. El plazo que se establezca en el contrato puede ser obligatorio para ambas partes o
solamente para una de ellas. Y, como cada uno puede renunciar a sus propios derechos,
el que tiene el plazo a su favor puede renunciar a él; pero si el plazo obliga a ambas
partes, no puede una de ellas renunciar y cobrar o pagar de inmediato, contra la voluntad
del otro contratante, estando todavía vigente el plazo.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 507
1.8. Observa Diez-Picazo que una de las características del mutuo es su temporalidad:
la restitución del prestatario ha de hacerse pasado algún tiempo.
1.10. Ciertamente que las partes tienden a asegurarse contra los riesgos de tales cam-
bios de valor: el mutuante procurando que no se le devuelvan cosas de la misma calidad
y cantidad pero devaluadas, y el mutuario tratando de no gravarse con la obligación de
devolver esa cantidad y calidad pero a un costo superior. Los intereses que suelen cobrar
los mutuantes tienden, entre otras cosas, a compensar esa posible desmejora del valor.
El mutuario a su vez, se defenderá, con cláusulas de compensación, sobre todo si las
variaciones de valor le llegarían a perjudicar en gran medida.
Esto se da también en los préstamos de moneda, que son los más frecuentes: también el
dinero a veces alcanza un mayor valor y muchas más, se devalúa. Las cláusulas de
compensación en los préstamos de dinero, se suelen establecer mediante la conversión
a otras divisas monetarias.
1.11. El mutuo puede ser gratuito u oneroso. Históricamente es posible que haya sur-
gido primero el mutuo gratuito y sólo posteriormente se inventaron los intereses. Contra
éstos, existió mucho tiempo un verdadero prejuicio: se solía decir que el dinero no pare
dinero, que es de por sí improductivo. Los abusos usurarios llevaron a establecer graves
penas canónicas y se llegó hasta la prohibición total de cobrar intereses; volveremos
sobre este asunto, con especial aplicación a nuestra Patria. Actualmente lo normal es
que el mutuo produzca intereses, y si no se han pactado, se presumen.
2. Naturaleza jurídica
En cambio, el derecho que origina este contrato para el acreedor, es un derecho perso-
nal, tal como aparece en el artículo 596 que define el derecho personal y pone como
ejemplo “el que tiene el prestamista contra su deudor, por el dinero prestado”.
También queda afirmado que el mutuo constituye un título translativo de dominio, por
el que el propietario prestamista se despoja de una cosa y adquiere simultáneamente un
derecho de crédito: puede cobrar otra cosa igual. En el artículo 693 se menciona el mu-
tuo como un título oneroso translativo de dominio, a diferencia de la donación que es
título gratuito que traslada el dominio.
2.2. En los últimos años, sin embargo, se ha puesto en duda el carácter real de este y de
otros contratos. Jordano Barea, citando las opiniones de varios autores, llega a la con-
508 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
clusión de que no es necesaria la figura del contrato real, y en el caso del mutuo, con
frecuencia no presentaría las características propias de tales convenciones. Sin embargo,
de acuerdo con nuestra legislación y la opinión de muchos otros, parece conveniente
conservar el concepto clásico: como afirma Lacruz, “Lo esencial para la existencia del
préstamo, según la sentencia del 7 de octubre de 1994, no es que la entrega de la cosa
sea simultánea a la firma del contrato, sino que el deudor reconozca o el acreedor prue-
be que dicha cosa o cantidad la tiene en efecto, recibida con la obligación de devolverla
en plazo determinado”.
Se ha dicho que para que exista acción de restitución no se requiere que el contrato sea
real, porque también el que entregó algo mediante un contrato puramente consensual,
también puede obtener la devolución y en el caso de los contratos reales, se requiere la
validez de la entrega para poder conseguir el pago. Sin embargo, la cuestión radica en
saber si el acto constitutivo de la obligación requiere o no la tradición y si ésta se ha
efectuado, con todas sus consecuencias respecto del peligro de la cosa, de su posible
destrucción o reivindicación por terceros, etc.
2.4. La calificación del mutuo como contrato civil o mercantil, se plantea en todos
aquellos países que distinguen las dos ramas del derecho privado, mientras que desapa-
rece el interés de esta clasificación cuando se unifican dichas normas, como sucede en
Italia, Argentina y otros países. La distinción de la calidad civil o comercial, adquiere
máxima importancia, si hay tribunales especializados, como en Francia, por ejemplo.
Los criterios para distinguir los contratos de préstamos mercantiles de los civiles, se
centran en la consideración de las personas que intervienen o de la finalidad de las ope-
raciones, o bien se combinan ambos.
El artículo 553 del Código de Comercio dice: “El préstamo se tiene por mercantil
cuando se contrae en el concepto y con expresión de que las cosas prestadas se destinan
a actos de comercio, aunque las partes no sean comerciantes”. Según el artículo 140 del
mismo Código, “el contrato es mercantil desde el momento que se celebre con un co-
merciante matriculado”; por tanto, si una o ambas partes tienen esta calidad, el mutuo
será comercial. Pero, además, puede ser comercial, aunque ninguna de las partes sea
comerciante, si su voluntad es la de someter el contrato a las normas de comercio y así
lo expresan directa o indirectamente; cuando se declara que la cosa prestada -
generalmente dinero-, se destinará a actos de comercio, existe esta voluntad indirecta o
tácita. Además, en el artículo 3, se enumeran expresamente algunos actos de comercio,
entre los que figuran “las operaciones de banco” y “todo lo concerniente a letras de
cambio o pagarés a la orden”, de suerte que en muchos casos serán aplicables las nor-
mas mercantiles, que presentan peculiaridades, por ejemplo, en cuanto a la capacidad
(artículos 6 a 20).
2.5. Los derechos del mutuante pueden cederse, transferirse, transmitirse o subro-
garse. La transferencia se realiza de diversas maneras, siendo la más frecuente el simple
endoso del documento de crédito, lo cual se emplea sobre todo en las obligaciones mer-
cantiles constantes en cheques, pagarés o letras de cambio. La transmisión se efectúa
por causa de muerte. La subrogación está prevista en el artículo 1626 del Código Civil,
y especialmente en el numeral 6°: “Del que ha prestado dinero al deudor para el pago,
constando así en la escritura pública de préstamo, y constando, además, en la escritura
pública del pago, haberse satisfecho la deuda con el mismo dinero.”
3.1.Tanto el comodato como el mutuo, son préstamos: el primero para el simple uso de
una cosa, cuya propiedad conserva el prestamista; y el segundo, préstamo de consumo,
que transfiere la propiedad. Ambos pertenecen al mismo género y son especies muy
distintas.
de las partes la que se determina por uno u otro contrato, según se establezca o no la
obligación de devolver la misma cosa u otra de su misma especie.
3.3. El aporte a sociedad es también una especie de préstamo, pero mucho más distante
del mutuo. El socio que aporta, no da a una persona extraña sino a ese sujeto jurídico del
cual él mismo forma parte, aunque sea realmente otro sujeto de derecho no es totalmen-
te extraño. Además, el aporte origina un derecho a participar de las utilidades y conlleva
el de participar en las pérdidas, lo cual difiere mucho del interés que produce el mutuo.
3.4. El pacto de retroventa puede encubrir un contrato de mutuo y a veces esta simula-
ción se hace con el propósito delictivo de cobrar intereses usurarios; pero también cabe
una retroventa normal, que presenta mucha similitud con el contrato de mutuo con
prenda; la diferencia está en que la prenda no pasa a propiedad del acreedor, mientras
que en el contrato de venta con pacto de “retro”, hay verdadera enajenación y la cosa
pasa al dominio del comprador-acreedor.
3.5. En el depósito, como en el mutuo, hay la entrega de una cosa, para ser devuelta,
pero la diferencia fundamental está en la motivación y finalidad: el depósito se realiza
en interés del depositante que obtiene la ventaja de que lo que le pertenece queda en
resguardo; por el contrario, el mutuo se hace en interés del mutuario, quien recibe la
cosa para servirse de ella consumiéndola, gastándola o haciéndola producir, no debe
conservarla, sino restituir otro tanto del mismo género, cantidad y calidad.
3.7. En otros casos, no se trata de contratos análogos, sino del mismo mutuo, que asume
algunas características especiales o presenta ciertas variantes, sin dejar de ser mutuo. Tal
sucede con los llamados empréstitos, que simplemente son mutuos a favor del Estado o
de una entidad pública, normalmente conferidos también por otro Estado, organismo
internacional u otra institución; en ellos, las condiciones para la suscripción del contrato
se someten a las reglas del Derecho Administrativo y aún del Derecho Constitucional,
en cuanto a los trámites, selección de las partes y otras condiciones; lo peculiar de estos
mutuos consiste generalmente en las garantías que pueden consistir incluso en formas
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 511
3.10. “Anticresis es un contrato por el que se entrega al acreedor una cosa raíz, para que
se pague con sus frutos”, dice el artículo 2337. Es, pues, un contrato de garantía y sola-
mente recae sobre inmuebles. El artículo 2344 establece que: “Si el crédito produjere
intereses, tendrá derecho el acreedor para que la imputación de los frutos se haga prime-
ramente a ellos”, y el siguiente dispone: “Las partes podrán estipular que los frutos se
compensen con los intereses, en su totalidad o en sus correspondientes valores. Pero si
el deudor demostrare que el valor de los frutos efectivamente percibidos por el acreedor,
supera el monto del máximo interés que legalmente podía cobrarse, tendrá derecho a
que dicho exceso se impute al capital u obligación principal.” De este modo la garantía
anticrética, asume unas características de contrato principal y puede identificarse con un
verdadero mutuo especial o calificado.
El artículo 2105 en el primer inciso establece: “Si hubiere prestado el que no tenía dere-
cho de enajenar, se podrá reivindicar las especies, mientras conste su identidad”, pero
hay que recordar que no es lo mismo “tener derecho de enajenar”, que “tener capaci-
dad” para hacerlo. El mencionado artículo se refiere al derecho, esto es, a la disponibili-
dad que tiene el dueño de enajenar lo que es suyo, y como el mutuo implica una transfe-
rencia de dominio, se requiere que quien presta sea propietario, o pueda disponer de la
propiedad, por ejemplo, por ser nudo propietario o por haber recibido poder del dueño
para realizar este negocio jurídico. En cambio, la capacidad es la aptitud subjetiva para
512 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
realizar actos o contratos y generalmente se aplica a todos ellos: una persona puede o no
puede actuar por sí misma según tenga o no capacidad.
4.2. Los incapaces pueden obrar válidamente por medio de su representante legal. La
ley trata de proteger especialmente a estas personas limitando algunas facultades de sus
representantes, y concretamente, el derecho muestra una cierta desconfianza respecto de
entregar dinero a mutuo, por el peligro de no obtener la devolución. Pero el guardador
no sólo puede sino que debe “prestar el dinero ocioso del pupilo con las mejores seguri-
dades, al interés corriente que se obtenga en la plaza”, como ordena el artículo 431.
4.3. El mandatario no puede tomar a mutuo el dinero que le haya confiado su mandan-
te, porque esto implicaría calificar su propia solvencia, lo cual prohíbe el artículo 2049,
mientras que en esta misma norma sí se permite que el apoderado dé dinero en mutuo a
favor de su comitente, si ha recibido el mandato de buscar tal crédito. No hay, sin em-
bargo, una verdadera incapacidad del mandatario para tomar dinero de su mandante a
mutuo, sino la necesidad de especial autorización.
A la inversa, el artículo 527 establece que “no pueden ser tutores o curadores de una
persona los acreedores o deudores de la misma”, de donde se ve que el mutuo ocasiona
una especial incapacidad; sin embargo, el artículo siguiente mitiga el rigor de la disposi-
ción, permitiendo que sean guardadores testamentarios aquellos cuya deuda o crédito
hayan sido conocidos por el testador. Y también el juez puede dispensar del impedimen-
to, “si los créditos o deudas fueren de poca importancia”.
5.1. Siendo el mutuo un contrato real, se perfecciona por la tradición, que transfiere el
dominio de las especies mutuadas al mutuario, según se asevera en el artículo 2100.
5.2. No se requiere otra solemnidad para que exista y sea válido este contrato, por sí
mismo. Otra cuestión es la de la prueba del mismo. Razonablemente se ha de dejar
constancia del préstamo, y generalmente se lo hace por medio de un escrito privado; si
se quiere preestablecer una prueba plena, se recurre a un documento público o bien a la
firma de dos testigos, con lo cual se obtiene el mismo efecto que el de un instrumento
público. También se puede recurrir a la firma de un pagaré a la orden o a la aceptación
de una letra de cambio, instrumentos éstos, propios de las relaciones de comercio pero
utilizables también en las civiles.
cobro mediante una acción ejecutiva. Se hace necesaria la escritura pública si se estable-
ce una hipoteca como garantía del préstamo; en este caso la escritura pública, además,
ha de inscribirse en el Registro de la Propiedad, porque se constituye un gravamen real
sobre un inmueble: no se cumplen estos requisitos por el contrato principal que es el de
mutuo, sino por el accesorio, de garantía, que consiste en la hipoteca.
5.3. Si no consta por escrito, de alguna manera, el mutuo, no podrá recurrirse a la prue-
ba de testigos, si la obligación tiene una cuantía de más de dos mil sucres, según ordena
el artículo 1727.
Varias sentencias han rechazado la acción ejecutiva para cobrar dinero dado a mutuo,
por no haberse celebrado escritura pública o por no haberse inscrito ésta, pero tales
acciones no han prosperado, no por falta de forma del mutuo, ni siquiera por falta de
prueba de él, sino porque la acción ejecutiva requiere título ejecutivo, y éste no se ha
presentado: podía consistir en documento privado reconocido ante el juez, o con firma
de dos testigos, o bien otro instrumento público o escritura pública inscrita, o un pagaré
a la orden o una letra de cambio, que también son títulos ejecutivos.
5.5. Según el artículo 1090, el crédito que sólo conste en el testamento, se considera
legado. Esto puede suceder en verdaderos préstamos que se hayan realizado sin una
forma escrita que permita probarlos.
5.6. Si la parte demandada propone excepciones de plus petición, pagos parciales, com-
pensación, prórroga del plazo o prescripción, está reconociendo implícitamente la
existencia del crédito y libera al actor de otra prueba al respecto.
6. Causa y motivación
6.1.Como afirma una sentencia, “la causa real de un mutuo es la entrega que hace el
mutuante al mutuario, de una cantidad de cosas fungibles, en el caso, una suma de dine-
ro, que el deudor ha recibido con anterioridad y en diversas partidas. Tal circunstancia
514 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
6.2. Distinta de la causa jurídica, es el motivo o intención por la cual se contrae esas
obligaciones. Esta motivación subjetiva tiene mucho menos relevancia jurídica, ya que
la falta de causa justa produce nulidad, pero los motivos para contratar rara vez tienen
algún efecto. En materia de prelación de créditos se da importancia a esta motivación,
ya que el artículo 1629 dice: “Si varias personas han prestado dinero al deudor para el
pago de una deuda, no habrá preferencia entre ellas, cualesquiera que hayan sido las
fechas de los diferentes préstamos o subrogaciones”. Normalmente la fecha del présta-
mo da origen a un orden de prelación, pero en el caso de varios préstamos realizados
con esa finalidad de que el deudor pague una deuda, se hace la excepción contenida en
el artículo citado: no se tomará en cuenta la antigüedad de tales préstamos, sino que su
finalidad los pone en plano de igualdad.
En algunas circunstancias los motivos determinantes de las partes llegan a tener tal
importancia subjetiva que producen efectos especiales. Así, puede darse un préstamo
con condición de que el prestatario invierta el dinero de tal o cual manera, porque esta
forma de gastarlo determinará la mayor o menor seguridad de poderlo cobrar después.
Dichas condiciones o cláusulas que modifican el contrato en su estructura elemental
pueden llegar a desvirtuarlo, pasando a ser un depósito, el precio de una venta, un géne-
ro de sociedad, un legado etc.
Considera Planiol que si hay causa ilícita se produce nulidad del contrato, y señala los
ejemplos del dinero dado para prostitución o para pagarse a sí mismo el prestamista lo
que ganó en juego (habría sólo un cambio de nombre para convertir la obligación natu-
ral en civil). Pero éstas son propiamente motivaciones y no la causa del mutuo, que
como se deja indicada será siempre objetiva (mientras exista propiamente un mutuo) y
no puede viciarse por los motivos subjetivos.
7. El objeto en el mutuo
7.1. Todo el título XXIX del Libro IV, al tratar del mutuo se refiere principalmente al
dinero como objeto eminente del mutuo, tal como corresponde a las costumbres en todo
el mundo moderno. Es también posible el mutuo de otras cosas fungibles, de modo que
se podría decir que este es el objeto secundario y menos usual.
7.2. El artículo 2101 dice: “Si se han restado cosas fungibles que no sean dinero, se
deberá restituir igual cantidad de cosas del mismo género y calidad, sea que el precio de
ellas haya bajado o subido en el intervalo. Y si esto no fuere posible o no lo exigiere el
acreedor, podrá el mutuario pagar lo que valgan en el tiempo y lugar en que ha debido
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 515
hacerse el pago.” Lo normal es, pues, pagar con cosas iguales a las recibidas, pero se
abre la posibilidad de pagar en dinero aún los préstamos de otras cosas, “cuando no
fuere posible o no lo exigiere el acreedor”. Tendrá que demostrar el deudor la “imposi-
bilidad”, porque, en principio siempre es posible, ya que “el género no perece”; y desde
luego no habrá dificultad si ambas partes están conformes en que el pago se haga en
dinero.
8.1. La entrega “con cargo de restituir” figura en la definición misma del mutuo, en el
artículo 2099. Es la principal obligación que nace de este contrato.
8.2. La obligación de restituir no se refiere a la misma cosa, sino una cantidad de cosas
del mismo género y calidad de la prestada. Normalmente se trata de dinero y no se han
de devolver los mismos billetes o monedas, sino igual cantidad de la misma moneda.
8.3. Son válidas las cláusulas contractuales que tratan de mantener la estabilidad del
capital prestado, sea mediante comparación de ciertos índices de precios (metales pre-
ciosos, o bien productos de primera necesidad como el trigo, etc.), o con los salarios
mínimos.
8.4. El mutuario está obligado a devolver, aunque las especies concretas que haya reci-
bido perezcan: como se trata de cosas fungibles, la extinción de unas cosas concretas
no libera de la obligación de restituir otro tanto de la misma especie, calidad y cantidad,
ya que se cumple el aforismo “el género no perece”. En el raro caso de que sea imposi-
ble la devolución en tales condiciones, la obligación se transforma en la de pagar el
precio, o sea, pagar en dinero “lo que valgan en el tiempo y lugar en que debió hacerse
el pago”, según expresa el artículo 2101. Este pago en dinero también es posible siem-
pre que lo admita el prestamista.
El precio, salvo que las partes hubieren dispuesto otra cosa, se calcula según el tiempo y
el lugar en que debió realizarse la entrega; si ésta se posterga, y varía el precio, tal va-
riación no afecta a la obligación, pero sí deberá compensarse al mutuante el perjuicio
siempre que exista mora del deudor. Tal compensación generalmente consiste en el
pago de intereses moratorios, pero podría demostrarse que se ha producido en perjuicio
mayor para exigir la plena indemnización.
516 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
8.5. El plazo para la devolución se establece como obligatorio para ambas partes o
solamente para una de ellas. Si obliga a ambas, no puede el mutuario devolver, salvo
que indemnice a la otra parte, ni puede el mutuante exigir el pago antes del plazo.
Sobre todo en los préstamos a largo plazo, se suele establecer los pagos por dividen-
dos. En estos préstamos se suele establecer que si el deudor deja de pagar una o más
cuotas de amortización en interés, el acreedor puede dar por terminado el plazo y cobrar
de inmediato toda la deuda.
8.7. El Código ha previsto el raro caso de que no se haya fijado plazo: “no habrá dere-
cho de exigir la devolución sino después de los diez días subsiguientes a la entrega”
(artículo 2103); es decir, que se da este término mínimo de diez días, a falta de determi-
nación contractual.
8.8. Parecido pero no igual a lo anterior, es lo previsto en el artículo 2104: “Si se hubie-
re pactado que el mutuario pague cuando le sea posible, podrá el juez, atendidas las
circunstancias, fijar un término.” Tampoco en este caso las partes han determinado un
tiempo preciso y más bien se trata de una condición: “cuando le sea posible”. Pero no se
ha de entender como un dejar a voluntad del mutuario hacer el pago en cualquier tiem-
po, a su libre voluntad, sino cuando haya desaparecido el obstáculo, cuando sea posible.
8.9. En cuanto al lugar en que deba hacerse la devolución, no hay reglas especiales para
el mutuo, y se ha de seguir lo dispuesto en general para el pago de las obligaciones: se
estará a lo convenido entre las partes, y a falta de esta cláusula, será en el domicilio del
deudor, en este caso, el mutuario.
8.10. Casi siempre la obligación principal, de devolver otro tanto, y la de pagar intere-
ses, se garantiza de alguna manera, con algún contrato adicional o cláusula de garantía,
sea mediante la fianza asumida por otra persona, la prenda, la hipoteca, etc. También se
asume, a veces, la obligación de dar una garantía, y si esta forma parte del contrato
mutuo y no se cumple, si no se presenta la garantía adecuada, hay incumplimiento del
contrato principal con el efecto de poder exigir la inmediata devolución de lo que se
haya dado en préstamo. Si se ha dado fianza y el fiador cayere en insolvencia, el artícu-
lo 2251 establece que el deudor estará obligado a prestar nueva fianza.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 517
8.11. De acuerdo con el artículo 1527, la solidaridad se puede establecer por conven-
ción: si varios reciben un préstamo de mutuo, bien pueden constituirse deudores solida-
rios; pero si no hay ese pacto, normalmente cada uno adquirirá sólo una deuda por la
alícuota que le corresponde y el acreedor tendrá que demandar a todos si quiere recupe-
rar judicialmente todo lo que prestó.
9.3. El artículo 1411 declara que “no hay donación en el mutuo sin interés”. Este con-
trato, en efecto, puede ser con interés o sin él y, aunque la costumbre sea la de cobrarlo,
el no hacerlo no convierte el mutuo en una donación. En cambio, la condonación de los
intereses pactados o de los que se produzcan por mora, sí se sujeta en todo a las normas
de la donación, es una verdadera donación.
9.4. Si existen intereses, éstos corren hasta la extinción de la deuda y se cubrirán con
la preferencia que corresponda a sus respectivos capitales, según ordena el artículo
2391.
9.5. “Se podrá estipular intereses en dinero o en cosas fungibles” dice el artículo 2108.
Entendemos que ambas suertes de rédito se pueden pactar tanto si lo prestado es dinero,
como si se trata de otras cosas fungibles, es decir, que aunque el capital sea dinero cabe
obligarse a pagar los intereses con cosas fungibles o, viceversa, habiéndose prestado
bienes fungibles, el interés se puede estipular en dinero.
9.6. El artículo 2109 dice: “El interés convencional, civil o mercantil, no podrá exceder
de los tipos máximos que se fijaren de acuerdo con la ley; y en lo que excediere, lo
reducirán los tribunales aun sin solicitud del deudor.- Llámase interés corriente el que se
cobra en la plaza, siempre que no exceda del máximo convencional determinado en este
artículo”.
9.7. La libertad de pactar intereses está limitada por unos máximos señalados por la ley,
tanto para el interés durante el plazo como para el moratorio. En esta materia se han
producido numerosas variaciones en la historia de nuestro derecho. Al establecerse en el
Ecuador la llamada “dolarización”, o sustitución del sucre por el dólar como moneda de
518 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
curso legal y poder liberatorio, se determinó unos intereses máximos para las operacio-
nes bancarias activas del 16,82% y pasivas del 9,35%, respetando lo que se hubiere
pactado con anterioridad, hasta el 11 de enero de 2000. Se autorizan “tasas de interés
reajustables”, cuyo monto máximo debe regularse por el Banco Central (artículo 8).
También las tasas activas de interés legal serán fijadas por el Banco Central, conforme
establece el artículo 10 de la Ley para la Transformación Económica del Ecuador (Trole
I). Se prohíbe a partir de la vigencia de dicha ley, pactar obligaciones que impliquen
indexación, actualización monetaria o cualquier otra forma de repotenciación de las
deudas. (artículo 13).
9.8. Por consiguiente, la regla general consiste en que, si no se pactan intereses, éstos
no existen durante el plazo del mutuo, pero sí se han de cobrar en caso de mora. Predo-
mina la voluntad de las partes, en cuanto a la tasa que convengan, pero con la limitación
de no exceder el máximo convencional fijado “conforme a la ley”, es decir, por el orga-
nismo autorizado para hacerlo. En ciertos casos, se prevé un cobro de carácter penal,
como sucede en lo previsto en el artículo 2105 que sanciona al mutuario que de mala fe
recibió lo que el mutuante no podía enajenar y ha de devolver de inmediato “con el
máximo de intereses que la ley permite estipular”, y esto es válido aún en el caso del
mutuo gratuito.
9.9. “Si se estipulan en general intereses, sin determinar la cuota, se entenderán los
intereses legales.- Interés legal es el que determine el organismo competente del Esta-
do.- Será el mismo interés o rédito por el precio que se haya dejado de pagar por los
fundos, o cuando, debiendo entregarse un fundo, se hubiere retenido indebidamente”.
El interés legal se aplica, a falta de determinación por las partes y hay derecho a cobrar-
lo en los casos de incumplimiento de obligaciones.
9.10. Se plantea, con este motivo, nuevamente la cuestión de la prueba: se han pactado
o no se han pactado intereses y cuál es su tasa. No se precisa que deba constar en el
mismo contrato escrito e incluso podrían establecerse verbalmente; en muchos casos
habrá que recurrir a presunciones o pruebas indirectas.
Si de hecho se han pagado intereses por un cierto tiempo, es lógico suponer que se lo ha
hecho por existir la obligación, y tendría que probar el que pagó, que incurrió en error y
pagó lo no debido. Se admite por nuestros tribunales la prueba de testigos, cuando existe
un principio de prueba por escrito.
9.11. Una forma indirecta de pactar intereses puede ser la de remitirse a la aplicación de
la ley de un determinado estado. Es legítimo que las partes escojan el derecho aplicable
a sus convenciones, pero dentro de ciertos límites. El Derecho Internacional Privado ha
exigido siempre, que para adoptar las leyes de un estado, se tenga algún vínculo de
relación con él, sea el de la nacionalidad de las partes, o su domicilio, o bien el lugar en
que se realiza el contrato o dónde deba cumplirse, pero si no existe ningún vínculo de
conexión, no cabe pretender la aplicación de las leyes de un país totalmente extraño a la
convención; así se ha mantenido en los tratados de Montevideo de 1889 y 1979, en la
Código Sánchez de Bustamante y así figura en la Convención Interamericana, suscrita
en México en 1994.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 519
9.12. Frente al fenómeno de los cambios legales sobre cobro de intereses, conviene
tener presente la regla de la irretroactividad de la ley, señalado en el artículo 7 del
Código Civil y reconocido por el derecho universal. Los intereses pactados bajo la vi-
gencia de una ley, no deben disminuirse o aumentarse sino para el tiempo posterior a la
vigencia de la reforma legal, y no hay que devolver o completar los intereses del tiempo
anterior.
La principal presunción civil de intereses usurarios, está indicada en el inciso final del
artículo 2115: “Se presumirá existir usura, cuando el acreedor otorga recibos o cartas de
pago de intereses, o hace anotaciones en el documento, relativas a la obligación, sin
determinar concretamente el monto del valor recibido”.
También se trata de impedir el cobro usurario, el artículo 2114: “En los préstamos en
que el deudor se compromete a pagar en especie el valor recibido, o a cubrir, en su de-
fecto, al acreedor otra cantidad fijada de antemano, la mora del deudor no determinará
más derecho en el acreedor que exigir la cantidad prestada con los intereses respectivos,
de cuya proporción no podrá exceder su acción, ni bajo el concepto de cláusula penal”.
9.15. El anatocismo consiste en pagar intereses sobre los intereses adeudados. Este
sistema se ha considerado usurario, aunque algunos autores piensan que no se puede
impedir la consolidación de los intereses con el capital.
El interés compuesto o anatocismo, se ha tolerado por las leyes bajo algunas condicio-
nes; por ejemplo, en Francia se permitía la capitalización de los intereses siempre que
hubiere pasado un año o más; si se permitiera esta capitalización en períodos breves,
indudablemente se llegaría a cobros desmedidos.
10.1. Como el mutuo transmite el dominio de los muebles que se prestan, se da por
supuesto que el mutuante debe ser dueño de ellos, ya que nadie da lo que no tiene ni se
transfieren más derechos que los que corresponden al que hace la tradición, conforme se
dispone en el artículo 698.
10.2. El artículo 2105 aplica el anterior principio: “Si hubiere prestado el que no tenía
derecho de enajenar, se podrán reivindicar las especies, mientras conste su identidad.-
Desapareciendo la identidad, el que las recibió de mala fe estará obligado al pago inme-
diato con el máximo de los intereses que la ley permite estipular. Pero el mutuario de
buena fe sólo estará obligado al pago de los intereses estipulados y después del término
concedido en el artículo 2103”, esto es, diez días después de la entrega.
En ambos casos hay lugar al pago de intereses, pero con otra distinción: el que ha reci-
bido de mala fe, debe pagarlos a la tasa máxima que permite la ley, mientras que el de
buena fe, solamente debe el interés que se hubiere pactado.
Una última diferencia se establece entre las dos hipótesis; el mutuario de mala fe debe
pagar los intereses por todo el tiempo que haya tenido la cosa, hasta la devolución,
mientras que al de buena fe, se le conceden diez días de gracia, contados a partir del
momento en que la recibió.
11.2. No se puede decir que sea obligación del mutuante, entregar la cosa prestada, ya
que, en nuestro sistema, esa entrega perfecciona el mutuo y sin ella no hay contrato. Se
puede concebir que exista una promesa de mutuo y entonces el cumplimiento de lo
ofrecido sería una obligación, pero anterior y distinta de la que nace del mutuo.
11.3. En cambio, resulta obvio que el prestamista debe respetar la propiedad, posesión y
tenencia de la cosa que ha transferido al mutuario. Es obligación del prestamista, por
tanto, la de no exigir la devolución antes del término establecido, salvo los casos que
ya hemos indicado, en los que la ley permite exigir la devolución anticipada.
11.4. El mutuante debe entregar cosas que no causen daño al mutuario; en forma pareci-
da a como el vendedor responde por los vicios de las cosas vendidas, el artículo 2106
dispone: “El mutuante es responsable de los perjuicios que experimente el mutuario por
la mala calidad o los vicios ocultos de la cosa prestada, bajo las condiciones expresa
das en el artículo 2098.” (Es una errata de la publicación oficial: el artículo al que se
refiere, sin duda es el 2088). Continúa el artículo, en el segundo inciso: “Si los vicios
ocultos eran tales que, conocidos, no se hubiera probablemente celebrado el contrato,
podrá el mutuario pedir que se rescinda”.
1.1. En un sentido lato hay depósito siempre que una persona guarda una cosa que no es
suya y la custodia para devolverla a quien se la confió. Jurídicamente se dan muchos
casos de tenencia de una cosa ajena con obligación de entregarla, pero tal situación
proviene de muy diversos títulos y comporta variadas obligaciones y responsabilidades;
así, el comodatario, el mandatario, el arrendatario y otros, tienen en su poder cosas que
no les pertenecen y que deberán devolver, pero no son depositarios y sus obligaciones y
responsabilidades son las específicas que derivan del correspondiente contrato. También
se dan relaciones similares, provenientes no de contratos, sino de cuasicontratos, delitos,
cuasidelitos y actos administrativos, como ciertas concesiones, o judiciales.
El artículo 2116 dice: “Llámase en general depósito, el contrato en que se confía una
cosa corporal a una persona que se encarga de guardarla y de restituirla en especie”.
Más adelante dirá que hay también depósito en ciertas situaciones en las que no existe
contrato, sino un cuasicontrato, por no haber la libre voluntad del depositante, como
sucede en el depósito necesario (artículo 2141), o se obedece simplemente a un decreto
judicial, como en el secuestro (artículo 2157), o se produce como fruto de una situación
compleja, cual es el caso del alojamiento en un hotel (artículo 2146).
1.3. El Título XXX “Del Depósito y del Secuestro”, tiene una suerte de introducción,
que comprende los artículos 2116 y después se divide en tres parágrafos: 1. Del depósito
propiamente dicho; 2. Del depósito necesario (parágrafo que contiene una subdivisión
sin otro acápite que los números romanos I y II); y, 3.. Del Secuestro. Sin embargo, el
artículo 2119, solamente menciona dos divisiones, pues dice así: “El depósito es de dos
maneras: depósito propiamente dicho, y secuestro.” Esto nos indica la dificultad que ha
hallado el legislador en organizar esta compleja materia.
Ciertamente las dos categorías más diferentes son las del depósito propiamente dicho
y el secuestro. Dentro de la primera, caben varias particiones: a) con relación al objeto,
el depósito normal y el irregular; b) según el origen, voluntario o necesario. La nece-
sidad puede provenir de accidentes como incendio, naufragio, etc., o de una situación
compleja como es la del viajero que contrata su alojamiento en un hotel; c) desde el
punto de vista de la legislación aplicable, se distingue el depósito civil y el mercantil.
Pero también el secuestro se divide en voluntario o judicial.
524 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.4. La finalidad propia o propósito dominante que inspira a las partes, consiste en la
guarda, conservación o custodia de alguna cosa. Esta motivación subjetiva, ha de trans-
parentarse en la expresión de la voluntad de las partes, o mueve la voluntad del juez que
ordena el depósito judicial.
La guarda y custodia de la cosa es esencial: sin esto no hay depósito. Por tal razón figu-
ra con acierto en la definición del artículo 2116 y se insiste en la definición del depósito
propiamente dicho, en artículo 2120.
1.5. La definición que propone Aubry, es aplicable tanto al depósito propiamente dicho
como al secuestro voluntario: “...es un contrato por el cual una cosa corporal se confía a
una persona, que se obliga a y restituirla en su individualidad”. Pero, en cambio, no
sería aplicable al secuestro judicial, y tampoco al depósito irregular, en el que no se
devuelve la misma cosa “en su individualidad”. Esta definición como la de nuestro
Código, destaca la obligación de guardar la cosa, en lo que radica la esencia del depósi-
to.
1.6. Los orígenes de esta institución se encuentran en el Derecho romano, con sus pre-
cedentes orientales y griegos, y tales raíces iluminan las características esenciales del
depósito: siempre fue considerado un negocio jurídico destinado a la guarda de una
cosa y se fundó en la confianza. Esto se traduce en el carácter sagrado que reviste el
contrato entre los antiguos, y la protección de índole penal que asume en la legislación
más moderna.
1.7. El desarrollo del Derecho comercial ha configurado una serie de maneras específi-
cas de efectuar el depósito voluntario, sobre todo en las instituciones bancarias y en los
negocios de exportación e importación. Se ha llegado hasta la figura de los “almacenes
generales de depósito”, que permiten transacciones sobre las mercancías depositadas
mediante endoso de los documentos que certifican tales depósitos.
No hay mayor diferencia entre la estructura fundamental del depósito civil y el co-
mercial. Éste es naturalmente remunerado, mientras que el civil en principio es gratuito,
aunque se ha generalizado su remuneración y se presume en algunos casos. El deposita-
rio comercial pierde el derecho a la remuneración, si hace uso de la cosa depositada, lo
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 525
cual no sucede con el civil: finalmente, el artículo 568 se remite a las reglas del contrato
de comisión, el cual sí presenta singulares características, como la responsabilidad penal
por suponer gastos o aumentar los que hubiere hecho (artículo 395), o la venta en públi-
ca almoneda (artículo 397).
1.8. La intención de las partes, indudablemente tiene mucha importancia: deben querer
esa guarda de confianza que es el depósito. Pero no basta que denominen “depósito” a
cualquier clase de relaciones que establezcan, como pueden ser las de préstamo, manda-
to, comisión, compraventa, etc. La jurisprudencia ha resuelto, contra la pretensión de las
partes que han denominado depósito a un convenio de otra índole.
1.9. Como característica natural del depósito, además de las indicadas, se señala la
gratuidad. De ésta deriva el carácter generalmente unilateral, aunque éste se desvirtúa
si se establece una remuneración para el depositario que no solamente cubra los gastos
de conservación sino que signifique un verdadero beneficio a su favor y que podría
exigir mediante una acción judicial; entonces adquiere la configuración de un contrato
sinalagmático.
El carácter gratuito se altera, pues, por el pacto entre las partes que establezca lo contra-
rio. No quita el carácter gratuito “una remuneración espontánea dada al depositario o la
concesión a éste del uso de la cosa.
1.10. Para que surjan las relaciones propias del depósito, se requiere la entrega de una
cosa material, a quien se obliga a conservarla. Los derechos no son objeto de depósito
ya que no se pueden sustraer o deteriorar, como las cosas materiales, en cambio sí se
pueden depositar los documentos que representan tales derechos, como las cédulas
hipotecarias, certificados de la deuda pública, pagarés, etc. en tales casos, no se deposi-
tan los correspondientes derechos sino la materialidad de los instrumentos que los certi-
fican. Por esto es básica en el depósito la entrega de la cosa, y a veces se la llama inclu-
so “tradición”, aunque este último término debe reservarse más bien para la entrega que
produce traslación del dominio, lo cual no sucede normalmente en el depósito.
1.11. El artículo 2117 dice: “El contrato se perfecciona por la entrega que el depositante
hace de la cosa depositada”, y el siguiente artículo aclara que: “Se podrá hacer la entre-
ga de cualquier modo que transfiera la tenencia de lo que se deposite.- Podrán convenir
las partes en que una de ellas retenga como depósito lo que estaba en su poder por otra
causa”. Así lo ha confirmado también la jurisprudencia. Es frecuente el realizar una
novación y transformar una deuda proveniente de diversas relaciones (por ejemplo
contratos de construcción, laborales, préstamos, etc.), constituyendo al deudor en depo-
sitario de la cantidad adeudada, para conseguir así una responsabilidad incluso penal en
caso de no cumplimiento de la obligación de restituir.
Esta característica, de no transferir más que la mera tenencia, presenta la dificultad del
depósito de cosas fungibles, y principalmente de dinero, que, como veremos, se califica
como “depósito irregular”, precisamente porque en este caso sí hay transferencia del
dominio.
2. Clasificaciones
2.1. Según la rama jurídica a que pertenecen y por cuyas normas de regulan, se distin-
guen los depósitos civiles y comerciales. También existen disposiciones de índole ad-
ministrativo que norman los depósitos de las entidades públicas del Estado, pero no
alteran sustancialmente las reglas civiles o mercantiles que se les deben aplicar.
2.3. Dos categorías distintas son las del depósito voluntario y el forzoso o necesario,
cuando alguna necesidad urge y no es posible escoger libremente quien será el deposita-
rio; tal sucede por ejemplo en casos de terremoto, incendio, naufragio, invasión y otras
situaciones bélicas.
2.6. Una categoría especial de depósito que trata específicamente el Código es la de los
objetos introducidos por el pasajero en un hotel o en otros establecimientos similares.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 527
3.1. Aparece claramente que no en todo caso nos encontramos ante la misma realidad
jurídica: es diversa la naturaleza jurídica del depósito propiamente dicho y la del secues-
tro, el primero es ciertamente un contrato y el segundo, un acto de autoridad jurisdiccio-
nal.
Debe afirmarse el carácter contractual de depósito propiamente dicho, pero esta natura-
leza jurídica no se extiende al depósito necesario, en el que más bien se da un cuasicon-
trato.
3.2. Dentro de los contratos, el depósito se califica de real, ya que sólo se perfecciona
con la entrega de la cosa depositada. Sin embargo, la realidad de este contrato ha sido
puesta en duda por algunos autores, aduciendo que bien pueden surgir las obligaciones
propias de esta relación jurídica por simple acuerdo de voluntades. No parece compati-
ble con nuestro sistema jurídico esta interpretación: reiteradamente el Código Civil hace
depender la existencia del depósito de la entrega de la cosa depositada; así se dice ex-
presamente en el artículo 2117 y se reafirma en el artículo 2120 y aún en el depósito
necesario se da por entendido que se recibe el objeto por parte del depositario, artículo
2143 y en el caso de los objetos que se introducen en un hotel, el artículo 2146 dice que
“se miran como depositados bajo la custodia...” es decir que se acude a la ficción de una
entrega, y en el depósito judicial se ha de poner en manos del depositario la cosa dispu-
tada.
3.4. Sobre la naturaleza jurídica del depósito irregular, hay que anticipar que es asunto
muy debatido y probablemente se ha de considerar el contrato por el cual se transfiere el
dominio de cosas fungibles, para ser devueltas, no como un depósito, sino como un
préstamo: comodato, si es gratuito, o mutuo en el caso de ser oneroso.
4.1. En algunos casos la misma ley se remite a las normas del depósito, equiparando así
a este contrato, otros que no son propiamente lo mismo, pero que presentan indudable
analogía. Así el artículo 2307 dispone que el acreedor prendario no puede servirse de
la prenda y “bajo este respecto sus obligaciones son las mismas que las del depositario.
4.3. La diferencia entre otros contratos que implican también la guarda y conservación
de una cosa y el depósito, según muchos autores consiste en que en éste la obligación
principal y que da sentido a toda la relación jurídica es la guarda de la cosa, mientras
que en ciertos casos de compraventa, de arrendamiento, de mandato, de préstamos etc.,
la guarda no es la finalidad del contrato ni lo principal.
Diez-Picazo refiere la solución dada en España a los casos en que por disposición de la
ley el dueño de una cosa debe asumir las obligaciones de depositario: “Es claro que el
Código Civil rechaza la posibilidad de que haya un depósito de cosa propia. Sin em-
bargo, el legislador en determinadas ocasiones acude al recurso de imponer a un propie-
tario las responsabilidades civiles y criminales del depositario sobre una cosa respecto
de la cual otra persona tiene derechos, con el fin de reforzar la garantía de los mismos,
pero sin que ello signifique que la situación creada sea la de un auténtico depósito.” Esta
situación se produce en nuestro país cuando se deja en poder del dueño una cosa embar-
gada, generalmente un inmueble, para ser custodiada con las responsabilidades propias
del depositario.
5.2. El artículo 2123 declara que: “Este contrato no puede tener efecto sino entre perso-
nas capaces de contratar”. Esto es obvio, y solamente sirve de introducción para los
incisos siguientes en los que se señalan las excepciones a esta regla universal. Agrega el
inciso segundo: “Si no lo fuere el depositante, el depositario contraerá, sin embargo,
todas las obligaciones de tal”.
5.3. El primer supuesto consiste, pues, en que el depositante no sea capaz mientras que
sí lo es el depositario. No se distingue la clase de incapacidad del deponente: puede ser
absoluta, como la del demente en interdicción o la del menor impúber, o bien solamente
relativa, como es el caso del menor adulto o del puesto en interdicción por disipación;
en una u otra hipótesis, el contrato no es nulo, o mejor dicho, el depositario capaz que
recibe de estas personas, queda igualmente obligado, como si quien le entregara la cosa
fuera un sujeto capaz.
Alguna duda puede presentarse sobre esta solución, ya que en el caso de intervenir un
absolutamente incapaz, la nulidad también tiene ese carácter de absoluta y puede ser
declarada aún de oficio, sin petición de parte, sin embargo, parece que el derecho quiere
proteger especialmente a todos los incapaces, responsabilizando al depositario que reci-
be de ellos un encargo de guardar y custodiar alguna cosa. Puede, tal vez, interpretarse
esta situación diciendo que no existe un contrato válido, pero sí una responsabilidad
objetiva, que nace de la ley en aplicación de la equidad. En el supuesto del depositante
relativamente incapaz, no se presenta dificultad, ya que la nulidad sería, en todo caso,
relativa, y solamente él (o sus representantes o sucesores capaces) podría reclamar co-
ntra la validez del contrato, y, evidentemente, no le interesa tal nulidad, sino más bien
que se ejecute el contrato y el depositario le devuelva su objeto.
5.4. Con acierto advierte Borda que no se requiere que el deponente sea dueño de la
cosa. Una cuestión es la de la capacidad y otra la de la titularidad del dominio, o la fa-
cultad de disponer; puede entregar una cosa el que la tiene en calidad de arrendatario, de
mandatario, de depositario, de usufructuario etc. y se le exigirá la misma capacidad que
si fuera propietario.
5.7. La restitución de la cosa depositada se asegura siempre que sea posible, es decir, si
se conserva en poder del depositario. Si ha salido de su poder, por cualquier causa,
solamente tendrá el depositante derecho a exigir que el incapaz le devuelva aquello que
le ha enriquecido, por ejemplo, el precio pagado por un comprador, descontados los
gastos de la transferencia. También puede el deponente perseguir la cosa en manos de
terceros, sobre todo si la han recibido de mala fe.
5.9. También hay que considerar la hipótesis de que el depositario inicialmente capaz,
cuando contrató y recibió la cosa, llegue después a incapacitarse. El contrato es válido,
pero daría lugar a que el deponente pida la devolución por haber cambiado sustancial-
mente la situación. El mismo depositario si cae en incapacidad relativa, podría devolver
la cosa, aún antes del plazo estipulado, y en caso de resistencia para recibirla, consignar-
la judicialmente.
5.10. Las leyes de bancos, facilitan los depósitos de menores de edad, y la jurispruden-
cia ha confirmado que éstos pueden ser retirados por los representantes legales respecti-
vos.
Supuesta la pluralidad de depositantes cuando uno sólo de ellos era dueño, esto no
significa que pierda el dominio exclusivo de la cosa, por haber intervenido varias perso-
nas en el contrato.
5.12. En cuanto al consentimiento, se aplican las normas generales, con la sola norma
específica contenida en el artículo 2121: “El error acerca de la identidad personal del
uno o del otro contratante, o acerca de la sustancia, calidad o cantidad de la cosa deposi-
tada, no invalida el contrato.- El depositario, sin embargo, habiendo padecido error
acerca de la persona del depositante, o descubriendo que la guarda de la cosa depositada
le acarrea peligro, podrá restituir inmediatamente el depósito.”
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 531
5.14. En cuanto al error sobre el peligro que implica la guarda ciertas cosas, tales
como explosivos, armas, substancias venenosas o inflamables, etc., es evidente que si el
depositario conoció su condición, nada puede reclamar, pero si se le ocultó y después
descubre ese especial riesgo, inmediatamente puede devolver lo recibido.
6. El objeto en depósito
6.1. La cosa depositada se llama también “depósito”. Este objeto, debe ser un bien ma-
terial, no inmaterial. Normalmente es un mueble, pero se admite también el depósito de
inmuebles, sobre todo en el caso del secuestro o depósito judicial.
6.2. El depósito debe ser determinado, no cabe entregar algo indefinido, no preciso:
“alguna cosa”; pero sí es admisible un cierto grado de incertidumbre, como cuando se
entrega el contenido de sacos, bultos, cajas u otros recipientes cerrados. Puede también
haber un margen razonable de imprecisión en cuanto a la cantidad de cosas, siempre que
se puedan identificar de alguna manera, como por ejemplo: todo el trigo contenido en
un granero. La cuestión de la determinación, tendrá importancia sobre todo para esta-
blecer la responsabilidad del depositario el momento de restituir, pero si no hay ninguna
forma de determinar el objeto, propiamente no hay depósito.
6.3. Como la obligación normal del depositario consiste en devolver la misma cosa que
recibió, se suele decir que no entran en el contrato las cosas fungibles. Más exactamen-
te, no hay depósito propiamente dicho de cosas que puedan ser reemplazadas por otras.
El artículo 2120 define así: “El depósito propiamente dicho es un contrato en que una de
las partes entrega a la otra una cosa corporal y mueble, para que la guarde, y la restituya
en especie a voluntad del depositante.” La restitución “en especie” caracteriza al depósi-
to propiamente dicho; en el llamado “depósito irregular” se admite la devolución de
otras cosas de la misma especie y en igual cantidad y calidad.
6.4. Explica Puig Peña que el depósito irregular, cosas fungibles cuya propiedad sí se
transmite, se difundió en la Edad Media, como fórmula para justificar el cobro de inte-
rés; en cambio ha desaparecido en algunos derechos modernos como en los códigos de
Alemania, Suiza y Argentina. Dice este autor que “en realidad, puesto que pasa la pro-
piedad al depositario y queda obligado a restituir “otro tanto”, no hay sustantiva distin-
ción con el préstamo. Sin embargo, los autores señalan algunas diferencias ateniéndose
a la finalidad (en interés del uno o del otro) y al plazo para pedir la restitución y al
plazo para pedir la restitución (pues el prestamista se halla ligado por el plazo, y en
cambio el deponente puede reclamar ad nutum) pero estas diferencias quedan paliadas,
532 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
como dice Castán, sobre todo en el depósito bancario –que es el típico depósito irregu-
lar-, los bancos fijan plazos para la devolución, a cambio de conceder un interés más
elevado”.
El depósito de dinero presenta esta dificultad: el que recibe unas especies monetarias
dispone de ellas como de cosa propia y solamente tiene que devolver igual cantidad.
Podría concluirse que entonces no hay depósito, porque el recipiendario se hace dueño
del dinero, lo cual desvirtúa el contrato de depósito. Esta dificultad ha dado lugar a
diversas explicaciones y generalmente se admite que respecto del dinero se produce un
depósito irregular, distinto del normal. Pienso que puede interpretarse de modo distinto
este fenómeno jurídico, si se tiene en cuenta la peculiar naturaleza del dinero: lo que
se deposita no son los billetes o monedas que entrega el depositante al depositario, sino
precisamente una suma de dinero; las especies concretas en esta situación no interesan,
como podrían interesar en un verdadero depósito de especies raras, de colección, anti-
guas, etc., en cuyo caso sí conserva el depositante la propiedad y la posesión y el depo-
sitario solamente las tiene, para devolver esas mismas especies. El dinero no se regala
ni se enajena a título oneroso a favor del depositario, sigue siendo dinero del depositan-
te, aunque su signo haya sido entregado al depositante (las monedas, billetes u otros
documentos representativos del dinero como un cheques o una orden de transferencia
bancaria); no hay, por consiguiente tradición, y el dueño del dinero, que lo tiene en
depósito no se ha empobrecido, como tampoco se enriquece el depositario que lo recibe,
ya que ni el uno se desprende de la propiedad, ni el otro la adquiere. Por consiguiente,
bien puede considerarse el depósito de dinero, como un depósito normal y no tiene
propiamente nada de irregular, como ha afirmado la doctrina generalmente. Sí se daría
esta situación excepcional, en el depósito de otras cosas fungibles, que no sean dinero,
por ejemplo trigo o cacao, que se entregan para ser guardados en grandes silos o lugares
de conservación, en los que se mezclan los granos con otros, de otros propietarios, y
naturalmente, deberá devolverse igual cantidad, no los mismos granos.
6.5. Hemos partido del supuesto de que el depositante de dinero es el dueño, pero hay
que advertir que no se requiere la propiedad, sino simplemente el poder disponer de
este objeto: puede ser prestado, encargado para que se coloque en una inversión produc-
tiva (mandato), administrado por cuenta de otro etc.
Lo único que no es admisible es entregar en depósito algo que sea del propio deposita-
rio. Si este, lo recibe por error como si fuera ajeno y descubre posteriormente que es
suyo, podrá oponerse a devolverlo.
6.6. El objeto más apropiado para el depósito consiste en cosas muebles, ya que pue-
den ser más fácilmente robadas, ocultadas o transformadas o destruidas. La custodia y
guardia a que se obliga el depositario tiene la finalidad de evitar tales eventos negativos.
En muchos países se admite solamente el depósito de muebles. Dice Puig Brutau, con
razón, lo que en definitiva interesa definir es si el cumplimiento de la obligación de
custodiar un inmueble queda mejor determinado con referencia a las reglas del depósito
o de otra figura jurídica...y el espíritu de las partes..., por ejemplo, un simple guardián
asalariado, no se considera depositario de una casa”.
7.1. Dada la naturaleza de contrato real, queda dicho que el depósito se perfecciona con
la entrega del objeto depositado. Sin embargo, el convenio se efectúa por el acuerdo de
las voluntades de ambas partes, que se concreta en la entrega para dar así comienzo a la
vigencia del contrato. Ese consentimiento además de expresarse mediante la entrega de
la cosa, se suele manifestar con palabras orales o escritas y así la significación del gesto
de entregar adquiere la mayor claridad.
7.2. No exige directamente nuestro derecho una forma especial para manifestar el con-
sentimiento, fuera de la entrega de la cosa en depósito, pues el artículo 2122 solamente
hace referencia a “las reglas generales según las cuales este contrato deba celebrarse por
escrito”. ¿Cuáles son esas reglas generales? Seguramente se refiere el legislador al artí-
culo 1726: “Deberán constar por escrito los actos o contratos que contienen la entrega o
promesa de una cosa que valga más de dos mil sucres” y el artículo 1727 excluye la
posibilidad de admitir la prueba de testigos cuando no se ha consignado por escrito lo
que debió hacerse así. Estas reglas evidentemente tienen que actualizarse.
534 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
7.3. También en otros países se han creado situaciones que hacen prácticamente inapli-
cable el precepto legal y constriñen a la jurisprudencia a encontrar excepciones al rigor
de la ley.
Ahora bien, en nuestro Código se admite “toda especie de prueba”, en el caso del depó-
sito necesario, según dispone el artículo 2142, y parece que en los demás casos de depó-
sito no se puede extremar el rigor de los artículos 1726 y 1727, que excluirían absolu-
tamente la prueba testimonial, si no hay escritura.
7.5. En la vida práctica hay numerosos depósitos, en los que no hay propiamente una
escritura entre las partes: en las guardarropías de los teatros, almacenes y otros lugares
públicos se dejan prendas de vestir, cartapacios, carteras, máquinas fotográficas o
computadoras, etc. sin más constancia que un recibo, o menos que un recibo, un simple
talón numerado o tiquete que servirá para reconocer el objeto el momento de
devolverlo. Sería absurdo desconocer que existe aquí un depósito válido, contrariando la
costumbre universal.
7.6. Se suele recurrir a la confesión judicial del depositario, para demostrar la existen-
cia del depósito, y esta prueba es innegablemente válida. Pero se ha de admitir con la
característica de la “integridad”, es decir que, si el que recibió la cosa afirma que ya la
devolvió, o que la comenzó a tener en un determinado estado de conservación, habrá
que estar a estas declaraciones que le liberan de responsabilidad o la limitan.
8.2. En las dos definiciones -del depósito en general y del depósito propiamente dicho-,
se señala como esencial obligación que surge del depósito, la de “guardar y restituir en
especie”. La restitución supone el previo cuidado de la cosa, para conservarla tal como
se recibió y poder así devolver el mismo objeto. El conjunto de cuidados para custo-
diar la cosa, se dirigen a evitar que pueda ser sustraída, robada o deteriorada por otras
personas, y también los detalles normales de mantenimiento del objeto para que no se
deteriore por agentes naturales que se pueden evitar. Es natural que tales cuidados varia-
rán mucho según las circunstancias, y principalmente según sea la sustancia del depósito
(desde alimentos hasta metales). Además de lo que impone el sentido común, se ha de
atender en esta materia a los usos y costumbres: lo que es normal en el mantenimiento
de las cosas.
8.3. No se trata solamente de mantener una cosa en determinado sitio, sino de protegerla
de los peligros, empleando los medios adecuados, lo cual implica a veces acciones posi-
tivas y gastos. Habitualmente el deponente suele adelantar lo necesario para esos gastos,
pero si no lo hiciere ni se hubiere dispuesto otra cosa, se entiende que el depositario
debe adelantar las expensas, con derecho de que se le reembolsen.
8.4. El cuidado de la cosa depositada recae sobre el depositario, quien no puede traspa-
sar esta obligación a otro, por cesión o de otra manera: es un contrato fundado en la
confianza personal y se faltaría a la lealtad al delegar a otro, sin el expreso consenti-
miento del depositante. Nada impide, en cambio, que el depositario se haga ayudar con
sus empleados o por otras personas.
8.5. La cosa se ha de mantener sin alteraciones, salvo casos de necesidad, incluso para
conservarla. Cualquier cambio importante debe ser comunicado cuanto antes al
depositante.
8.7. Otra obligación, muy relacionada con la primera, es la de no usar la cosa deposita-
da, salvo expresa autorización del depositante.
Para Puig Peña, si el depositante autoriza posteriormente el uso, se produce una nova-
ción, por la que el depósito se transforme en préstamo o comodato. Sin embargo, admite
que el uso, si no altera la finalidad principal de custodia, no cambia la naturaleza del
contrato; cierto uso, puede ser necesario para la misma conservación en buen estado.
8.8. Desde luego, esta obligación se hace más severa si el depositante expresamente ha
prohibido el uso. El contravenir tal disposición sería un abuso de confianza y podría
tener implicación penal. Si en el uso de la cosa, ésta perece, aun por caso fortuito, res-
pondería el depositario abusivo, salvo el que probare que igualmente habría fenecido sin
dicho uso.
El artículo 2125 admite estos principios, y confiere al juez amplia facultad para apreciar
los casos concretos.
8.9. “El depositario no debe violar el secreto de un depósito de confianza, ni podrá ser
obligado a revelarlo”, dice el artículo 2130, concretando así una obligación generalmen-
te acogida por la doctrina.
Se trata, desde luego, de verdaderos secretos, no de cualquier información que pueda ser
útil o necesaria, para la seguridad del mismo depositante o depositario, para la sociedad
en general o para la conservación de la cosa. El que recibe el encargo de custodiar, debe
saber qué es lo que se le encomienda, pues de otro modo no podría tomar las medidas
adecuadas de conservación: no es lo mismo conservar una joya, un explosivo, un ali-
mento que se deteriora en pocas horas, etc.
8.10. El depositario, por otra parte, no debe abrir, sin causa suficiente, los recipientes
que contengan el objeto recibido. Si el depositante ha empleado cerraduras o cualquier
otra seguridad, es obvio que el depositario debe respetar la voluntad del que consigna el
objeto. El artículo 2128 dice al respecto: “La obligación de guardar la cosa comprende
la de respetar los sellos y cerraduras del bulto que la contiene”, lo cual ha de entenderse
en sentido amplio, con relación a cualquier clase de seguridades, desde la de un sobre
cerrado, hasta la de una caja fuerte.
8.11. “Si se han roto los sellos o forzado las cerraduras por culpa del depositario, se
estará a la declaración del depositante, en cuanto al número y calidad de las especies
depositadas. Pero no habiendo culpa del depositario, será necesaria la prueba, en caso de
desacuerdo.- Se presume la culpa del depositario en todo caso de fractura o forzamien-
to”, dice el artículo 2129. Por consiguiente, la sanción para el incumplimiento de esta
obligación, consiste en que la carga de la prueba recae sobre el depositario, y se presu-
me su culpa; podrá, sin embargo, demostrar que no hubo tal motivo de inculpación.
8.12. Si existe orden judicial de abrir, incluso rompiendo las cerraduras, naturalmente,
tiene que cumplirse esa disposición de la autoridad competente, y no ha de recaer la
responsabilidad sobre el depositario.
8.15. Especial consideración merece el sigilo bancario, aplicable entre otras cosas a los
depósitos de los clientes, pero esto pertenece al Derecho Comercial. Se rige, sin embar-
go, por los mismos principios del Derecho Civil y comunes a toda la vida jurídica. La
jurisprudencia ha desarrollado algunos aspectos interesantes de este sigilo bancario.
8.18. En principio, se debe devolver lo que se ha recibido: la misma cosa. Pero hay una
serie de circunstancias que hacen variar la entidad de los objetos: el simple transcurso
del tiempo mejora a algunos (como el vino) y desmejora a otros (como los animales
pasada cierta edad); los debidos cuidados o la falta de ellos, influirán en el estado de
conservación y pueden sobrevenir agentes externos, incluso de fuerza mayor o caso
fortuito que modifiquen o destruyan total o parcialmente la cosa; finalmente, se dan a
veces actos arbitrarios de disposición por parte del depositario, pero que realmente cau-
san una situación que hace imposible la restitución de la “misma cosa”. La obligación
del depositario consiste en devolver la cosa en el estado en que se halle, si bien, le traerá
responsabilidad cuanto sea imputable a su culpa y haya deteriorado la cosa.
Que el depositario debe el valor de la cosa que haya enajenado, está confirmado por la
jurisprudencia. Pero se presenta la grave dificultad sobre qué se deba, si la enajenación
ha sido a título gratuito, una donación; algunos consideran que el donante de buena fe,
no debe nada; otros, como Borda, a cuya opinión me adhiero, consideran que es más
equitativo que el depositario restituya el valor de la cosa que ha donado, aunque pensara
que era suya, ya que no hay razón para que la pierda el depositante y si el que la recibió
estuvo dispuesto a desprenderse de ese objeto, debe realmente pagar su valor al dueño, y
538 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
no puede hacer una liberalidad a costa de otro que no ha tenido la intención de regalar.
La hipótesis, parecida a la anterior, que está expresamente regulada por la ley, es la de
los herederos del depositario que hubieren vendido la cosa depositada. El artículo
2136, confiere en ese supuesto al depositante el derecho de exigir que le restituyan “lo
que hayan recibido por dicha cosa, o que le cedan las acciones que en virtud de la ena-
jenación les competan”. Queda a salvo el derecho de reivindicar la cosa en manos de
terceros, pero esta acción no siempre será posible. Esto se dispone para los casos de
buena fe, y si no la hubiere, el depositante tendría además el derecho a la indemnización
de todo perjuicio.
Otra situación, no prevista por la ley pero que parece evidente y equitativo que el depo-
sitario debe devolver solamente el precio recibido, es la de la expropiación: la venta
forzosa por declaración de utilidad pública; se trata de una fuerza mayor a la que no
cabe resistir.
8.20. Para el depósito de dinero, se establece una distinción y se dan dos reglas adecua-
das para cada situación. El dinero puede entregarse como un cuerpo cierto: “en arca
cerrada cuya llave tiene el depositante”, o en otra forma similar que manifieste la inten-
ción de que se conserve tal cual, en su propia especificidad, en monedas, billetes, che-
ques o cualquier otro documento representativo del dinero, en tal caso, el depositario no
tiene sino que conservar el recipiente y devolverlo con su contenido, sin violarlo ni
alterarlo de ninguna manera. La otra hipótesis consiste en que se haya depositado una
“suma de dinero”, cualquiera que sea la forma de transferirla y sin atención a la indivi-
dualidad de esos elementos, sino teniendo en cuenta solamente la cantidad de dinero, en
cuyo caso, el depositario no tiene que devolver en la misma clase de documentos, sino
la misma cantidad de dinero. En este segundo caso, si el depósito ha producido algún
interés, en principio ese fruto civil pertenece al depositario -salvo que hayan convenido
otra cosa las partes- y cualquier variación del valor de la moneda afecta al depositante,
sea que haya adquirido mayor o menor valor.
Con acierto observa Planiol que cuando se debe restituir “los mismos títulos”, se entien-
de de todos modos, que han de ser aquellos que se conserven, puesto que algunos se
amortizan durante el depósito y es interés del depositante que se cobren y se le entregue
o el valor recibido o que se invierta en iguales títulos. Un caso frecuente es el de las
cédulas hipotecarias o los bonos de la deuda pública, que se sortean periódicamente y
los que resultan sorteados dejan de ganar interés y se paga de inmediato el capital: quien
los haya depositado, dará instrucciones al depositario o bien para que los cobre y guarde
el dinero, o lo reinvierta.
8.21. En cambio, los frutos y accesiones de la cosa, deben ser conservados y entregados
al depositante. El artículo 2134 dice: “La cosa depositada debe restituirse con todas sus
accesiones y frutos”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 539
Estos acrecimientos del depósito, implican una cierta variación del objeto depositado, y
llegarían incluso a cambiar substancialmente la relación jurídica, si su volumen o valor
es de tal magnitud que signifiquen una carga o peligro no previstos inicialmente, enton-
ces, el depositario tendría derecho a que el dueño reciba tales cosas, o bien a dar por
terminado el contrato y devolver todo.
8.22. Debe devolver el mismo depositario, puesto que no está entre sus facultades la de
delegar o pasar a otro el depósito, salvo que así se lo haya autorizado expresamente el
depositante. Pero, si de cualquier manera, ha pasado a distinta persona, quien actual-
mente tenga la cosa es el llamado a devolverla.
En los casos anómalos de haber salido la cosa de la tenencia del depositario, si el actual
tenedor devuelve el objeto al depositante, éste ya no puede volver a pedirlo al deposita-
rio, aunque sí tendrá derecho a reclamarle las indemnizaciones por posibles perjuicios
debidos a su culpa.
Caso muy especial y a la vez frecuente, es el de depósitos que constan únicamente por
recibos o “tickets”, los cuales se permite transferir de modo que la devolución se haga al
portador del comprobante; esto se usa en guardarropías, recepción de carteras o paque-
tes en bibliotecas públicas y almacenes, etc. y se supone que el depositante corre con el
riesgo de conservar el documento al portador, de suerte que si lo pierde o le sustraen,
perderá la cosa depositada, salvo que oportunamente demuestre que le pertenece y evita
que sea entregada a otro que no tiene derecho. Si alguien ha perdido o destruido el ti-
quete, es equitativo que se le permita fácilmente demostrar el derecho de recibir el de-
pósito, y deja a su vez un recibo que descargue al depositario de posibles reclamaciones.
8.25. Dónde devolver: normalmente en el mismo lugar en que se recibió, salvo que se
haya pactado otra cosa. Cuando se estipula la restitución en otro lugar, se configura un
contrato mixto, en el que además del depósito se agrega el de transporte, con sus respec-
tivas obligaciones. Los gastos del transporte pesan sobre el depositante, como expresa-
mente dispone el artículo 2137.
Si no hay plazo, cualquiera de las dos partes puede libremente pedir la devolución o
recepción de la cosa, pero siempre que no cause con ello un perjuicio al otro contratante.
8.27. El depositante conserva el derecho de pedir la devolución, sin que valga la alega-
ción de prescripción contra su derecho, puesto que él no está obligado a retirar su de-
pósito en determinado tiempo y no comenzaría a correr contra él la prescripción adquisi-
tiva, sino desde el momento en que, habiendo pedido la devolución, se negara el deposi-
tario a devolver. No se transforma la mera tenencia en posesión, por la sola voluntad del
tenedor, ni puede cambiar arbitrariamente el título de mera tenencia en otro que le per-
mita adquirir por prescripción; solamente cabría la prescripción extraordinaria, si prueba
que ha poseído sin violencia, clandestinidad ni interrupción, sin reclamación del propie-
tario ni reconocer el dominio ajeno, durante quince años (artículo 2409).
En cambio, la acción, fundada en el contrato prescribe en cinco años, a partir del mo-
mento en que el depositante tuvo derecho de retirar la cosa o la pidió sin obtenerla. Si
pretende ejercitar la acción ejecutiva, será dentro de los tres años, pues ese es su plazo
de prescripción extintiva (artículo 2415).
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 541
Si las partes han estipulado el pago de interés, éste se ha de considerar que cubre las
indemnizaciones que corrieran a cargo de quien paga el rédito; en este sentido se ha
manifestado la Corte Suprema.
8.30. El depositario que no hubiere cumplido las indicadas disposiciones, deberá in-
demnizar al depositante.
Este sistema es el adoptado por nuestro Código, de conformidad con una antigua tradi-
ción jurídica y que se armoniza con la equidad natural. Dice el artículo 2127: “Las
partes podrán estipular que el depositario responda de toda especie de culpa.- A falta de
estipulación, responderá solamente de la culpa grave.- Pero será responsable de la leve
en los casos siguientes: 1. Si se ha ofrecido espontáneamente, o ha pretendido que se le
prefiera a otra persona para depositario; y, 2. Si tiene algún interés en el depósito, sea
porque se le permite usar de él en ciertos casos, sea porque se le conceda remunera-
ción”.
Cabe, pues, convenir en que el depositario asuma una responsabilidad mayor: en estos
casos, responderá también de la culpa leve, levísima y aún del caso fortuito, salvo que
este último se hubiera producido igualmente estando la cosa en manos del dueño o si
éste hubiera incurrido a su vez en mora de recibirla.
Corrientes más modernas que las que inspiraron nuestro Código propugnan establecer, o
han establecido en otras legislaciones, la culpa in concreto, señalando como punto de
referencia la conducta que el dueño de la cosa tendría en el caso dado, para conservar su
propiedad.
del caso fortuito, salvo que provenga de acción del depositante o sea de tal naturaleza
que se hubiera producido de todas maneras.(artículo 2135). El artículo 2129, presume la
culpa del depositario en todo caso de fractura o forzamiento. Podrá, sin embargo, des-
cargarse de la culpa presunta el depositario que demuestre que obró con la debida dili-
gencia.
Lorenzetti explica que en primer lugar, deben apreciarse las circunstancias relativas a la
persona, y como el depósito es un contrato de confianza, deben tenerse en cuenta las
condiciones personales del agente y la expectativa creada por la confianza que esa per-
sona suscita en el depositante. Se ha sostenido que si el depositario es negligente, el
depositante incurriría en una culpa in eligendo y no podría quejarse si eligió mal (López
de Zavalía), lo cual no admite este autor, porque la relación de confianza produce una
modificación de la carga de la prueba: si se trata de persona física que obra a título gra-
tuito se le exige la diligencia que pondría en el cuidado de sus propias cosas; si de per-
sona jurídica dedicada profesionalmente al depósito, crea una expectativa de confianza
que modifica la carga de autoinformación, por lo que no se puede imputar al depositante
culpa en la elección, ni exigir al depositario una diligencia mínima.
8.32. La obligación de restituir el depósito, pasa a los herederos del depositario: las
mismas obligaciones del causante corresponden a los sucesores, deben, por tanto, entre-
gar la cosa cuando la pida el deponente o se haya cumplido el plazo, y han de entregarla
en especie, tal como se encuentre, con sus frutos y accesiones.
El artículo 2136, prevé el caso de que los herederos hayan “vendido” la cosa deposita-
da, y distingue si esto se ha realizado de buena fe o sin ella: “Si los herederos, no te-
niendo noticia del depósito, han vendido la cosa depositada, el depositante, no pudiendo
o no queriendo hacer uso de la acción reivindicatoria, o siendo ésta ineficaz, podrá exi-
girles que le restituyan lo que hayan recibido por dicha cosa, o que le cedan las acciones
que en virtud de la enajenación les competan.” Este artículo no se refiere a otras formas
de enajenación, por ejemplo, por donación. Se da la solución para el caso de la buena fe
544 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
de los herederos del depositario, pero no se indica directamente cual sea la disposición,
si han procedido de mala fe. Ha de entenderse que, si han procedido sin saber que se
trataba de una cosa depositada solamente responden del valor recibido por la venta,
mientras que, si obraron conociendo que se trataba de cosa ajena, tendrán que indemni-
zar de todo perjuicios. Sin embargo, hay que tener en cuenta que aún conociendo que la
cosa era depositada, habrá buena fe en ciertos casos: por ejemplo, los herederos la ven-
den para evitar que se pierda o deteriore, no pudiendo conservarla adecuadamente.
9.1. Hemos considerado ampliamente las obligaciones del depositario y, aunque este
contrato es unilateral, surgen derechos correlativos, que a veces son simple limitación
de las obligaciones contraídas, o compensación de gastos o perjuicios producidos por el
cumplimiento del contrato.
El artículo 2132 dice así: “La obligación de guardar la cosa dura hasta que el depositan-
te la pida; pero el depositario podrá exigir que el depositante disponga de ella, cuando se
cumpla el término estipulado para la duración del depósito, o cuando, aun sin cumplirse
el término, peligra el depósito en su poder, o le causa perjuicio.- Y si el depositante no
dispone de ella podrá consignarse a sus expensas, con formalidades legales.” El depo-
nente incurre en mora al no recibir la cosa cuando el depositario tiene derecho de devol-
verla, de donde se origina la reparación de daños y perjuicios.
Se distinguen las expensas urgentes, de las que no lo son. La primeras se han de reali-
zar, conforme lo exijan las circunstancias, de inmediato, para evitar la destrucción o
deterioro de la cosa. Si no son urgentes, el depositario deberá consultar al deponente, si
no tiene instrucciones precisas al respecto o no se estableció ya en el contrato la forma
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 545
Hay también que distinguir las expensas necesarias, las simplemente útiles y las sun-
tuarias. El depositario tiene derecho de reembolso de las expensas necesarias, salvo el
caso de que las haya asumido voluntariamente en el contrato: esto sucede en estableci-
mientos comerciales o que de forma estable se dedican a la conservación de objetos, y
se comprometen a todos los gastos necesarios, como parte del negocio, por el cual co-
bran, con lo que el contrato se aproxima a un arrendamiento de servicios o de local.
Sobre las expensas simplemente útiles, discuten los autores si originan un derecho de
compensación o no. Borda considera, muy equitativamente, que el deponente deberá
reconocer las mejoras útiles siempre que le hayan significado un enriquecimiento, pues
de otro modo, sería un enriquecimiento sin causa justa. Lorenzetti precisa que el reem-
bolso se debe siempre que el depósito sea gratuito y el depositario no haya tomado sobre
sí el realizar esos gastos por propia cuenta.
Las mejoras útiles, y con mayor razón las simplemente suntuarias, permiten al deposita-
rio que no sea compensado, que las retire, siempre que no cause con ello un desperfecto
o daño. Nuestro Código da una regla de responsabilidad concreta, para el reembolso
de gastos: “El depositante debe pagar al depositario las expensas que haya hecho para la
conservación de la cosa y que probablemente hubiera hecho él mismo, teniéndola en su
poder.” (artículo 2140).
9.5. El depositario tiene también derecho de ser indemnizado por los perjuicios que le
haya ocasionado el depósito. Naturalmente, este derecho supone que no se haya estable-
cido otra cosa en el contrato, como suele hacerse en los casos de negocios de depósito,
en los que el empresario asume el costo de los perjuicios normales que se puedan pro-
ducir.
El artículo 2140, en su parte final, precisa que el reembolso de los perjuicios al deposita-
rio, se debe solamente si no se han originado en una culpa de él mismo, lo cual es de
estricta justicia.
546 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
9.6. Expensas especiales se producen en el caso de tener que transportar la cosa a otro
lugar, para entregarla al depositante o para cumplir sus órdenes.
Aquí se aplican las normas anteriormente examinadas, sobre seguros y otros gastos que
el depositario consulte al deponente: si él las autoriza, debe responder de ellas, o, en
caso contrario, asumirá los daños y perjuicios.
9.7. El derecho de retención se reconoce a favor del depositario, para conseguir el re-
embolso de las expensas y el pago de las indemnizaciones a que tenga derecho. Aubry
advierte que el derecho de retención permite oponerse a las pretensiones de los acreedo-
res, aún en caso de quiebra.
10.1. El artículo 2141 define: “El depósito propiamente dicho se llama necesario, cuan-
do la elección del depositario no depende de la libre voluntad del depositante, como en
el caso de incendio, ruina, saqueo, u otra calamidad semejante”.
Esta definición comienza por incluir el depósito necesario en la categoría del “depósito
propiamente dicho”, aunque más adelante el mismo Código señalará las diferencias con
el depósito normal, e incluso admitirá que en ciertos casos el depósito necesario no es
un contrato, sino un cuasicontrato.
La diferencia consiste en que el deponente no está en aptitud para escoger con entera
libertad quien se ha de hacer cargo de la custodia de sus cosas, porque sufre los efectos
de un siniestro. Esa falta de libertad, excluye el contrato, y es preciso dar otra explica-
ción a esta relación jurídica: el Código acude para ello al cuasicontrato.
Los acontecimientos que dan origen a estos depósitos necesarios son variados, y el
artículo que comento, solamente señala algunos de ellos a modo de ejemplo.
10.2. El depósito necesario al que se refiere el Parágrafo 2° del Título del Depósito,
comprende dos casos muy diferentes entre sí: el que la doctrina ha llamado depósito
miserable, es decir el exigido por circunstancias calamitosas, de siniestros como incen-
dio, naufragio, etc., (artículo 2141 a 2145, integrantes de una parte distinguida con el
número romano I) y el totalmente distinto, tratado en la segunda parte, señalada con el
número romano II (artículo 2146 a 2153), que se refiere a los depósitos de equipaje de
viajeros en hoteles y otros establecimientos semejantes. Un tercer caso en que se dismi-
nuye la libertad de una o ambas partes, es el del secuestro, que se trata en el Parágrafo
3° (artículo 2154 a 2162).
10.3. Más adelante hablaremos del secuestro, pero conviene citar en este punto, otros
depósitos legales, es decir, dispuestos por la ley, y que realmente tienen la categoría de
depósitos necesarios, ya que en ellos, no escoge el dueño de las cosas la persona del
depositario.
En el depósito judicial hay que distinguir el que se realiza sí por orden del juez, pero a
petición de una de las partes y que por esto puede llamarse propiamente judicial, y otros
casos en que el juez cumple un mandato de la ley, y merece entonces el nombre de
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 547
Otro depósito judicial expresamente previsto en el Código es el del precio cuyo depósi-
to solicita el comprador de una cosa, cuando es turbado en la posesión de ella o probare
que existe una acción real y el vendedor no le haya dado noticia antes de perfeccionarse
el contrato (artículo 1812).
Habrá depósito obligatorio por disposición legal cuando: “El síndico depositará el últi-
mo día de cada semana todas las cantidades provenientes de cobranzas y ventas que se
hagan, previa deducción de la suma que el juez considere necesaria para los gastos de
administración, y no haciéndolo, podrá ser destituido.” (artículo 538 del Código de
Procedimiento Civil).
Estos eventos justifican que el depósito se modifique, en varios aspectos: podrá probar-
se con cualquier clase de pruebas, ya que sería absurdo pedir que se redacten documen-
tos en circunstancias de urgencia (artículo 2142); se admite que se haga cargo del depó-
sito un adulto que no tenga la libre disposición de sus bienes pero se halle en uso de su
razón, sin necesidad de autorización de su representante legal; en este caso se considera
que existe un cuasicontrato (artículo 2143); y, se agrava la responsabilidad del deposita-
rio, ya que se le imputará hasta la culpa leve (artículo 2144). En lo demás, el depósito
necesario está sujeto a las reglas del voluntario (artículo 2145).
11.1. Dentro del Parágrafo dedicado al depósito necesario, y formando una segunda
parte o sección, el Código Civil trata del especial caso de los objetos introducidos por
los huéspedes de hoteles u otros establecimientos semejantes (artículos 2146 a 2153).
En realidad, el contrato con estas casas de posada tiene una complejidad que merecería
un desarrollo mayor en la legislación, pero aquí se trata únicamente del aspecto del
depósito de los equipajes, enseres y otros objetos que lleve consigo el que se aloja en
tales establecimientos.
11.2. Estas reglas especiales, se aplican a “los hoteles u otro establecimiento semejante”
(artículo 2146) y se extiende a las “fondas, cafés, casas de billar o de baños”, según
dispone el artículo 2153. Pero se ha de entender que el depositante no es un mero visi-
tante u ocupante momentáneo de cualquiera de estos lugares, sino que propiamente se
aloja en ellos. Normalmente se entiende por pasajero de un hotel, motel, pensión, tam-
bo, refugio, etc. quien pasa una o más noches allí. Más difícil será, aplicar estas reglas,
según ordena el artículo 2153, a las fondas, cafés, baños u otros establecimientos que se
suelen frecuentar solamente por unos minutos u horas; seguramente se aplicarán cuando
se entregan valijas, equipajes, ropas, etc. a los administradores de esos sitios, o tienen
especiales locales para guardarlos.
Hay que advertir también, que las normas son aplicables a los huéspedes o pasajeros,
pero no a las personas que los visitan o que entran momentáneamente por otra razón,
por ejemplo un vendedor de boletos de lotería, o un empleado que averigua las condi-
ciones del alojamiento.
11.3. El depósito, con las condiciones indicadas en el número anterior, asume dos for-
mas o deriva en dos clases distintas: 1°. Si el pasajero hace formal entrega de objetos al
administrador o propietario del local; y, 2°-. Si conserva consigo sus cosas, por ejemplo
en la misma habitación que ocupa o en lugar especial puesto a su disposición pero bajo
su responsabilidad.
Cuando hay propiamente una entrega de objetos, se aplican las normas del depósito
necesario (artículo 2141), que se acaban de explicar.
recibir al huésped, y así, de modo tácito, se forma la relación jurídica por la cual el pro-
pietario o administrador, el representante del negocio hotelero, asume una especial res-
ponsabilidad.
11.4. También hay que establecer la diferencia entre las cosas que forman el ajuar o
equipaje normal de las personas corrientes, y cosas de extraordinario valor que even-
tualmente llevan consigo. Las normas que estamos exponiendo, se aplican al equipaje
habitual, de mediano valor, pero, cuando el pasajero lleva joyas, dinero en gran cantidad
u otros objetos preciosos, se modifican las reglas, porque tiene obligación de declarar-
los y puede entregarlos para especial custodia, si no lo hace, disminuye la responsabili-
dad del hotelero. Éste puede negarse a recibir el depósito de cosas de extraordinario
valor y es también posible convenir entre ambas partes una limitación de la responsabi-
lidad, pero no puede surtir este efecto un simple aviso o declaración unilateral.
11.5. Aubry distribuye las especiales normas en tres aspectos: presunción de depósito
de las cosas introducidas en el hotel; facilidad de la prueba en cuanto a la realidad, cali-
dad y valor de dichas cosas; y responsabilidad del hotelero por todos los actos de sus
dependientes y aún de terceras personas.
11.6. En cuanto a qué cosas se someten a estas regulaciones especiales, el artículo 2146
se refiere a las que directamente son entregadas al hotelero, mientras que el 2147 y
siguientes, establece la responsabilidad de éste, por todas las cosas ingresadas en el
hotel. Solamente se excluirían, aquellas que el pasajero debió declarar y no declaró.
También puede introducirse un límite por expresa convención, no admitiendo, por
ejemplo, que se guarden en el hotel objetos de extraordinario valor y fáciles de robar
como son ciertas joyas, obras de arte, documentos o dinero en grandes cantidades.
11.7. La admisión de toda prueba, incluida la de testigos, para probar la entidad de las
cosas perdidas o deterioradas en el hotel, está expresamente reconocida en el artículo
2179 pero debe ser apreciada libremente por el juez atendiendo a las circunstancias.
Para orientar, precisamente, en cuanto a la prueba de la existencia y el valor de las
cosas, el artículo 2150 dispone: “El viajero que trajere consigo efectos de gran valor, de
los que no entran ordinariamente en el equipaje de personas de su clase, deberá hacerlo
saber al propietario o administrador, y aún mostrárselos si lo exigiere, para que se em-
plee especial cuidado en su custodia. De no hacerlo así, podrá el juez desechar, en esta
parte, la demanda”.
o dolo, responderá aún de ese fortuito; tal culpa o dolo se entiende referido al mismo
hotelero o a sus dependientes, en ningún caso, al pasajero.
11.9. De esta manera, se puede establecer que la responsabilidad del hotelero, muy
amplia y que abarca aún los actos de terceros, sin embargo se limita en los siguientes
casos: 1 Si hubo culpa del propio viajero, por ejemplo, al dejar abierta la puerta o colo-
car maletas en pasillos u otros lugares públicos (artículo 2151); 2. Si se produjo un caso
fortuito sin culpa del personal del hotel, como el caso de un incendio que se propaga
desde una casa vecina (artículo 2147); 3. Si el pasajero no declaró que llevaba objetos
preciosos o no los depositó expresamente en manos del hotelero para ser especialmente
custodiados, habiendo sido requerido para ello (artículo 2150); 4. Si hubo convenio
expreso que liberó de responsabilidad al hotel (artículo 2152). Como explica Planiol, no
descargan de responsabilidad, los simples avisos puestos en la casa, que a lo más des-
plazarían la carga de la prueba al pasajero.
11.11. Estas relaciones entre el hotelero y el pasajero sobre los equipajes y demás perte-
nencias que se presumen depositadas, son de naturaleza civil, aunque el negocio de
hotelería sea propiamente comercial.
Sobre los aspectos administrativos, fiscales, de policía, higiene y otros semejantes, hay
numerosas disposiciones en la Ley de Turismo y en el Reglamento General de Aplica-
ción de la Ley de Turismo.
12. El Secuestro
Está definido por el artículo 2154: “Secuestro es el depósito de una cosa que se disputan
dos o más individuos, en manos de otro que debe restituirla al que obtenga decisión
judicial a su favor.- El depositario se llama secuestre.” Solamente habría que objetar
que, además de decisión judicial, se presenta también la arbitral, e incluso las partes en
controversia pueden llegar a un mutuo acuerdo por el cual se entregue la cosa a una de
ellas, por vía de transacción.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 551
Cuando se discute la propiedad misma de la cosa, no hay razón especial para que esté
en manos de uno u otro litigantes, y esto justifica por sí solo el secuestro, aunque ambas
partes sean solventes y haya razón para confiar en que cumplirán lo que ordene la sen-
tencia.
El caso más típico de secuestro judicial de esta índole es el señalado en el artículo 945
del Código Civil: “Si reivindicándose una cosa corporal mueble, hubiere motivo de
temer que se pierda o deteriore en manos del poseedor, podrá el actor pedir el secuestro;
y el poseedor estará obligado a consentir en él, o a dar seguridad suficiente de restitu-
ción, para el caso de ser condenado a restituir.” Aquí aparece con claridad que la orden
del juez se da en una controversia, a petición de parte, y aún se cuenta con que la otra
parte ha de consentir, ya que puede oponerse al secuestro dando garantía suficiente.
12.4. Como medida preventiva o cautelar, el secuestro puede ser ordenado por el juez,
siempre que lo pida una parte que va a litigar o está litigando y demuestre: 1. Que la
cosa, cuyo depósito pide, realmente pertenece a la otra parte en controversia; 2. Que
pruebe, con prueba instrumental, la existencia del crédito; y, 3, que pruebe que los bie-
nes del deudor se hallan en tan mal estado, que o puedan desaparecer u ocultarse, o que
el deudor trata de enajenarlos (artículo 899 del Código de Procedimiento Civil.).
12.5. Podría hablarse también de una especie de secuestro, legal, en el sentido de que el
juez debe decretarlo por disposición de la ley. Esto sucede en la demanda de separación
conyugal, en el que el juez toma, a petición de los cónyuges cualquier medida que esti-
me conducente a la seguridad de los bienes, mientras dure el juicio.1
12.7. Abundantes sentencias de la Corte Suprema han recaído sobre asuntos relativos
al secuestro judicial y precisan algunos extremos de la cuestión; se relatan a continua-
ción algunas de ellas.
El actor que pide secuestro preventivo, “debe probar que la cosa pertenece al demanda-
do”, pero esto evidentemente no se aplica si se discute precisamente esa propiedad. No
cabría que el actor, de entrada, le dé la razón al demandado.
El demandado el secuestro por una parte, se puede oponer la otra demostrando buen
estado de sus negocios. En el caso: el demandado tiene una cuenta corriente bancaria
con movimientos diarios de seis cifras y es propietario de una casa, por lo cual el tribu-
nal niega la petición de secuestro.
Para el secuestro definitivo se requiere probar: mal estado de los negocios y que el de-
mandado trata de vender, etc., sin estos dos requisitos, no cabe secuestro definitivo.
Para decretar el secuestro, se debe haber probado el mal estado de los negocios y que los
bienes pueden ocultarse, enajenarse o desaparecer: conjuntamente lo primero y lo se-
gundo; no basta la posibilidad de enajenar. Este razonamiento de la Corte se funda en el
texto del Código de Enjuiciamiento Civil de 1869 y su reforma de 1879. En igual senti-
do hay varias sentencias de épocas diversas.
1
La institución de la Separación Conyugal Judicialmente Autorizada, fue derogada por grave error e
injusta disposición de la Ley 43, promulgada en el Registro Oficial 256 del 18 de agosto de 1989, de-
jando a los cónyuges en la indefensión, en una situación mucho peor que la de quienes viven en
unión libre: si tienen que separarse los cónyuges, no pueden ahora recurrir a un procedimiento civili-
zado, judicial, sino que han de hacerlo “de hecho”, sin ninguna seguridad ni para sus personas ni pa-
ra sus hijos ni para sus bienes.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 553
Los deberes y obligaciones del secuestre son más amplios que los del depositario: en
principio asume las mismas responsabilidades que el común guardador de bienes ajenos,
pero está sometido a la vigilancia del juez, debe cumplir sus órdenes, y ha de perseverar
en el cargo hasta la terminación de la controversia, asumiendo especiales obligaciones
de administración de los bienes recibidos.
Una sentencia afirma: “El depósito judicial es la institución que por el Ministerio de la
Ley crea derechos y obligaciones, asimilándose en sus efectos al contrato estatuido en el
artículo 2120 del Código Civil y siguientes. Consiguientemente, el depositario debe
rendir cuentas y entregar la cosa en el estado en que le fue dada, demostrando que su
administración ha sido eficiente, respondiendo, al no especificar su causa sólo por culpa
grave”.
También existe disposición judicial sobre el uso de la cosa secuestrada, que no puede
significar un provecho para el secuestre, pero sí es razonable admitir como medida de
conservación, como sucede en el caso de un automóvil, moderadamente usado para que
no se deteriore.
Nada impide para que el propietario, o quien se considera tal, contrate guardianes o
tome otras medidas complementarias de seguridad para la cosa secuestrada, corriendo
con los gastos correspondientes, ya que es lícito que cada uno proteja sus intereses.
necesidad imperiosa, de que dará aviso a los depositantes, si el secuestro fuere conven-
cional, o al juez, si fuere judicial, para que dispongan de su relevo” (artículo 2161), de
donde se deduce que no puede abandonar la cosa, mientras no sea realmente reemplaza-
do: si lo hiciere, se haría responsable de cualquier perjuicio, aún sin culpa expresa.
1.2. La fianza es, efectivamente, una caución; aquella caución de índole personal (no
real, como la prenda o la hipoteca), y que se confiere en seguridad de una obligación
ajena (no propia).
1.3. El artículo 2238 define así la fianza: “Es una obligación accesoria en virtud de la
cual una o más personas responden de una obligación ajena, comprometiéndose para
con el acreedor a cumplirla en todo o en parte, si el deudor principal no la cumple”.
1.4. La definición de nuestro Código, dice todo lo que tenía que decir, con claridad y
precisión. Las definiciones del Código Napoleón, y de otros más modernos, coinciden
substancialmente con la nuestra.
1.5. También la doctrina, no aporta mayores precisiones a este respecto. Por ejemplo,
De Diego define así: “aquel contrato por el que una tercera persona, distinta del acree-
dor y del deudor, se obliga subsidiariamente al cumplimiento de una obligación princi-
pal”. En esta fórmula se agrega el concepto de “contrato”, que no figura en nuestro
artículo 2238, probablemente para dejar abierto el paso a la fianza legal y la judicial,
556 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
pero ya veremos que aún en éstas, no deja de existir un acuerdo de voluntades, una
convención o contrato. Rojina Villegas define la fianza como “Contrato accesorio, por
el cual una persona se compromete con el acreedor, a pagar por el deudor, la misma
prestación o una equivalente o inferior, en igual o distinta especie, si éste no lo hace”.
En esta fórmula se destaca con mayor vigor que la relación se establece entre el fiador y
el acreedor, como realmente es así, y se mencionan algunas características de la obliga-
ción que también son verídicas.
1.7. Los elementos que entran en la relación de fianza son: 1. El consentimiento de las
partes, que son el fiador y el acreedor (no es parte el deudor, quien puede ignorar y hasta
oponerse infructuosamente a la fianza) 2. Una deuda, para cuya seguridad se cauciona;
3. El compromiso personal de pagar la obligación de un tercero; y, 4. La limitación del
compromiso al caso de que el deudor no cumpla su obligación.
2. Caracteres de la fianza
2.2. La primera consecuencia de este carácter accesorio, consiste en que la fianza sigue
la suerte de lo principal: si la obligación principal es nula, también lo será la fianza; si
se rescinde, deja de existir la fianza; si se extingue de cualquier manera, también la
fianza termina (con alguna rara excepción).
Otra derivación del carácter accesorio, consiste en que el fiador no se obliga nunca a
más de lo contenido en la obligación principal, lo que genera otra característica: la limi-
tación de la fianza.
El poder conferido a una persona para administrar bienes, según ha dictaminado una
sentencia de la Corte Suprema, no abarca la facultad de constituir fianzas a favor de
terceros “porque tal contrato accesorio no es acto de administración de bienes del man-
dante, y por lo mismo, el mandatario necesita de cláusula especial; pues la fianza es
considerada por la ley como contrato de mayor gravedad que la enajenación de bienes”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 557
2.4. Por ser una obligación accesoria, abarca normalmente lo mismo que la principal: si
ésta comporta el pago de intereses, también se obligará a ellos el garante (salvo expresa
exclusión). Así lo ha reafirmado la jurisprudencia.
2.5. Si el acreedor cede su crédito, con él se traslada la fianza, por ser accesoria. Pero si
el deudor es sustituido por otro, cesa la fianza, salvo que expresamente consienta el
fiador en continuar afianzando al nuevo deudor.
2.8. Por regla general, la fianza es gratuita, y esto va unido al carácter unilateral, el
mismo que puede desvirtuarse y convertir la fianza en contrato bilateral, si se pacta un
precio, recompensa u otra ventaja material a favor del fiador. Cuando es el deudor prin-
cipal quien paga esta recompensa a quien le garantiza, no se desvirtúa la fianza, ya que
como hemos dicho solamente vincula de modo directo al fiador con el acreedor. En
cambio, si es el acreedor quien paga por la fianza, como observa Borda “en tal caso este
contrato se aproxima tan estrechamente al de seguro, que resulta difícil distinguirlos y
parece razonable aplicarle por analogía las reglas legales de éste último”.
El artículo 2244 establece que: “El fiador puede estipular con el deudor una remunera-
ción pecuniaria por el servicio que le presta”. En cambio, nada dice el Código sobre el
mismo pacto, con el acreedor: entendemos que esta convención es legítima, pero desvir-
tuaría la fianza, y la convertiría en un contrato de seguro, en un contrato aleatorio, sujeto
al azar de que el deudor principal cumpla o no cumpla su obligación.
2.9. La fianza tiene carácter subsidiario: la obligación del fiador solamente es exigible
a falta de cumplimiento de la obligación principal, de la del deudor. Hay dos obligacio-
nes, pero la del fiador se hace efectiva únicamente cuando el deudor principal no cum-
ple o se halla en situación en que será imposible que cumpla.
558 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El artículo 2245 impone esta limitación de la fianza: “El fiador no puede obligarse a
más de lo que debe el deudor principal, pero puede obligarse a menos”. Y en el artículo
2249 se insiste: “La fianza no se presume, ni debe extenderse a más que el tenor de lo
expreso; pero se supone comprender todos los accesorios de la deuda, como los intere-
ses, las costas judiciales del primer requerimiento hecho al principal deudor, las de la
intimación que en consecuencia se hiciere al fiador, y todas las posteriores a esta inti-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 559
La responsabilidad del fiador también es limitada, aunque muy amplia: “El fiador es
responsable hasta de la culpa leve en todas las prestaciones a que estuviere obligado”,
dice el artículo 2253. Es decir que se excluye la responsabilidad por culpa levísima.
Pero se extiende “a todas las prestaciones a que se hubiere obligado”.
2.12. Generalmente, la fianza es gratuita, por lo cual, cuando se estipula que el fiador
reciba una remuneración, bajo cualquier forma (una sola cantidad, asignaciones periódi-
cas fijas o proporcionales a los pagos, etc.), el contrato se convierte en bilateral y es
conmutativo, porque las ventajas que se procuran las partes no dependen del azar; aun-
que haya un elemento de incertidumbre: si no cumple el principal; pero esto origina más
bien una obligación condicional: si no cumple el principal, pagará el fiador.
2.13. Otra característica general de la fianza consiste en que es transmisible a los here-
deros del fiador, como lo establece expresamente el artículo 2254. A este carácter de
transmisible, puede sumarse el pacto que haga indivisible la obligación aún por parte de
los herederos, aunque éstos sean múltiples. Tal cláusula es frecuente en las obligaciones
cambiarias y en los avales.
3.2. Desde luego, guardan una relación notable con la fianza, las otras especies del
mismo género caución, esto es, la prenda, la hipoteca, la anticresis, las arras, etc. La
diferencia fundamental consiste en que la fianza es obligación personal, derecho perso-
nal, que no grava determinados bienes del sujeto, mientras que las otras, constituyen
obligaciones reales a las que se afectan o destinan ciertos bienes muebles (en la prenda,
arras, etc.) o inmuebles (en la hipoteca o la anticresis).
3.3. Borda señala tres figuras que, manteniendo cierta semejanza con la fianza, no se
identifican con ésta: 1. La obligación subsidiaria, la cual aunque frecuentemente fun-
ciona como garantía, es directa y principal respecto de los obligados. En ciertos contra-
tos de hacer, si no cumple uno, el acreedor se reserva el derecho de exigir la misma
prestación a otro, siendo ambos igualmente obligados. 2. La delegación imperfecta o
asunción de deuda: se da cuando una persona asume la deuda de otra, que no es libera-
da por el acreedor (ya que en este último supuesto habría cesión); la distinción con la
fianza es clara, porque el acreedor puede demandar el cumplimiento al que asumió la
deuda, sin necesidad de hacer excusión de los bienes del primer deudor. 3. Las cartas
560 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
“La obligación de pagar una cosa que no sea dinero, en lugar de otra cosa o de una
cantidad de dinero, no constituye fianza”, dice el inciso 4° del artículo 2245, y podría
calificarse de una obligación subsidiaria.
3.4. Lacruz, considera, entre otras, la figura del mandato de crédito, ya conocido en el
Derecho Romano; y, con distintos perfiles, el seguro de crédito; en el Derecho Mercan-
til, el afianzamiento mercantil y el aval cambiario.
3.6. Planiol, indica que no se deben confundir con la fianza, los siguientes contratos: 1.
El contrato de “porte fort”, por el cual una de las partes se obliga a traer al contrato la
ratificación de un tercero. Aquí sólo se promete una indemnización en caso de que el
otro se negare a adherirse al contrato. En la fianza hay una obligación accesoria, mien-
tras que en el “porte fort” se contrae una obligación para otro, si éste se adhiere. (Pienso
que sería más bien un caso de agencia oficiosa). 2. El seguro de crédito: en el que hay
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 561
Para estos mismos autores, sí tienen carácter de fianza las siguientes relaciones: 1. La
obligación del comisionista de transporte en cuanto a la garantía de las obligaciones del
porteador; 2. El “crédito confirmado” abierto por un banquero a favor de un vendedor
de mercancías a petición del comprador; 3. El aval de la letra de cambio; 4. Las obliga-
ciones de las Cajas del Seguro Social, en cuanto a los empleadores responsables de
accidentes de trabajo.
4. Clases de fianzas
Por otra parte, en el campo mercantil han surgido numerosas nuevas figuras de garantí-
as, algunas de ellas de carácter personal, como lo es la fianza, y ya se han enumerado en
el punto anterior. Entre ellas, cabe destacar el aval, que pertenece al Derecho cambiario
y estuvo inicialmente regulado por el Código de Comercio, hasta la promulgación de la
Ley de Títulos de Crédito, la misma que fue derogada un año más tarde, volviéndose al
texto. También el fideicomiso mercantil tuvo vigencia solamente por unos años (entre
1993 a 1998). Aquí nos concretamos únicamente a las clases de fianza civil.
4.3. Examinemos los casos en los que nuestro Código exige rendir fianza: Están obliga-
dos por ley, a prestar caución los poseedores provisionales de los bienes del desapare-
cido (artículo 75) y esta caución se cancela cuando regresa el desaparecido o bien si se
confiere la posesión definitiva de sus bienes (artículo 76).
El artículo 399 ordena que antes del discernimiento de la tutela o curaduría, el guarda-
dor rinda fianza o caución. Debería decir, “u otra caución”, ya que la fianza también es
una caución. Se exceptúa de esta obligación solamente al cónyuge, los ascendientes o
descendientes del pupilo, y a los curadores interinos o especiales para un negocio jurídi-
co sin administración de bienes; puede ser relevado de la obligación el guardador cuyo
pupilo tenga muy escasos bienes o el curador fuere persona “de conocida probidad y de
562 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
suficientes facultades para responder de ellos” (artículo 400). El juez puede aceptar, en
lugar de la fianza, hipoteca, prenda comercial, agrícola o industrial u otra caución sufi-
ciente. (artículo 401). No se admite la excusa del guardador con el pretexto de no hallar
fiadores, si es que tiene bienes; en este caso, está obligado a constituir hipoteca, o pren-
da comercial, industrial o agrícola u otra caución suficiente a juicio del juez (artículo
536).
El vecino del edificio que amenaza ruina, cuando el daño que se teme no fuere tan
grave como para pedir la inmediata demolición, puede contentarse con exigir la caución,
como ordena el artículo 976.
El asignatario de herencia o legado, bajo condición negativa (de no hacer algo que
depende de la voluntad del asignatario), debe rendir caución para recibir el objeto que le
corresponde. No hay esta misma obligación cuando se trata de asignación modal (artícu-
lo 1119), ni en el caso de donación revocable (en la que el donatario se equipara a un
usufructuario), salvo que lo exigiere el donante (artículo 1167).
Puede exigirse fianza a los herederos que tengan que retardar la entrega de un legado,
si se teme que se pierda o deteriore. (artículo 1313). También se puede exigir caución al
albacea con tenencia de bienes, en los casos de peligro de ellos (artículos 1317 y 1318).
El albacea fiduciario puede ser obligado a afianzar o dejar en depósito la cuarta parte de
los bienes que ha recibido, para responder eventualmente por deudas o por reforma del
testamento (artículo 1336).
Los legatarios, para recibir sus legados antes de que se hayan pagado las deudas heredi-
tarias, rendirán caución por la eventual contribución al pago de las deudas, que les co-
rresponda (artículo 1390).
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 563
Según el artículo 1886, el arrendatario por cuya culpa termina el arrendamiento, debe
indemnizar por las pensiones del tiempo que falta para la terminación normal del contra-
to, pero puede liberarse, presentando otra persona que pueda continuar en el arrenda-
miento, rindiendo fianza.
El arrendatario por cuya culpa termina el arrendamiento, debe indemnizar por las
pensiones del tiempo que falta para la terminación normal del contrato, pero puede
liberarse, presentando otra persona que pueda continuar en el arrendamiento, rindiendo
fianza (artículo 1886).
Muchas veces la misma exigencia legal tendrá que ser urgida por el interesado y el juez,
a petición de parte, expedirá el decreto ordenando prestar fianza. Corresponde al juez,
examinar si hay motivo para exigir la fianza y también, si la persona presentada para dar
tal garantía, reúne las condiciones legales de capacidad y de solvencia; cuando el magis-
trado aprueba la fianza, ya no se requiere que intervenga el acreedor para dar su consen-
564 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
timiento, pues en estas fianzas judiciales, dicho consentimiento en cierto modo es reem-
plazado por el decreto judicial. También puede darse el caso de que el juez ordene ren-
dir fianza, no por disposición de la ley, sino por existir un contrato u otro acto en el que
alguien se obligó a prestarla, o porque el deudor deba presentar quien reemplace al
fiador que haya caído en insolvencia, tal como ordena el artículo 2251 del Código Civil.
4.4. Además de los casos específicos, enumerados en el punto anterior (4.3), el artículo
2250, indica las circunstancias generales en que el acreedor puede exigir que le den
fianza. Esta obligación recae sobre el deudor, quien deberá presentar la persona o perso-
nas que puedan y quieran garantizarle, y dichos candidatos serán calificados por el juez,
si no los acepta directamente el acreedor.
Dice el artículo 2250: “Están obligados a dar fianza a petición del acreedor: 1. El deudor
que lo haya estipulado; 2. El deudor cuyas facultades disminuyan en términos de poner
en peligro manifiesto el cumplimiento de su obligación; 3. El deudor de quien haya
motivo de temer que se ausente del territorio del Estado con ánimo de establecerse en
otra parte, mientras no deje bienes suficientes para la seguridad de sus obligaciones; y,
4.El deudor que hubiere constituido válidamente patrimonio familiar sobre una parte de
sus bienes, en forma tal que no quedare debidamente respaldada la deuda”.
Se suma a estas cuatro causas, la del artículo 2251: “Siempre que el fiador dado por el
deudor cayere en insolvencia, estará obligado el deudor a prestar nueva fianza”.
Cuando el deudor está obligado a dar un fiador que garantice su obligación, sea porque
se comprometió a conseguirlo, o porque se halle en algunos de los casos previstos por la
ley, debe cumplir tal obligación, pero, evidentemente, se presenta la dificultad de que ha
de contar con la voluntad de otra persona, del fiador; sin esa voluntad y la aceptación
del acreedor -o del juez, en su caso-, no se establece el vínculo de la fianza. Ésta será,
por tanto, siempre voluntaria, aunque la voluntad esté sometida a la coacción legal y
judicial.
4.6. Se distinguen la fianza ordinaria, corriente, que implica exclusivamente una obliga-
ción personal, de la llamada fianza hipotecaria. Ésta se define en el artículo 2332: “La
fianza se llama hipotecaria cuando el fiador se obliga con hipoteca.- La fianza hipoteca-
ria está sujeta, en cuanto a la acción personal, a las reglas de la simple fianza”. Tenemos
aquí una situación que no cambia sustancialmente la relación del fiador con el acreedor,
pero confiere a éste la facilidad de cobrar su crédito por el gravamen impuesto sobre un
inmueble.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 565
La fianza comercial es siempre solidaria, mientras que la civil, sigue la regla general
contraria: en principio no es solidaria, sino simple.
5. Objeto de la fianza.
persona, se afianza, pues, una cosa, una obligación; por esto, no es parte del contrato el
deudor, aunque él se beneficia con la garantía.
5.2. Es posible garantizar con fianza tanto una obligación civil como una simplemente
natural. El artículo 2241 afirma: “La obligación a que accede la fianza puede ser civil
o natural”, y también el artículo 1488 dice: “Las fianzas, prendas, hipotecas y cláusulas
penales constituidas por terceros, para la seguridad de obligaciones naturales, valdrán”.
5.3. La obligación garantizada, debe ser válida, no habría fianza si fuera nula la obliga-
ción del deudor principal o directo. Si esta obligación fuere anulable, por existir un
motivo de nulidad relativa, igualmente la fianza perdería su valor al declararse tal nuli-
dad relativa, pero hasta ese momento se presumiría válida.
5.4. La obligación principal debe ser determinada, o por lo menos determinable. Cuan-
do se afianza una obligación futura, la fianza solamente se hace eficaz desde el mo-
mento en que dicha obligación llega a existir y siempre que sea determinada. Hasta ese
momento puede no ser determinada. La tendencia moderna consiste en proteger al fia-
dor de una exagerada confianza y es así como el Código de las Obligaciones de Suiza,
no reconoce validez a la fianza por obligaciones futuras, salvo que al menos se señale
un límite o cuantía máxima. El fiador puede revocar su fianza, antes de que haya surgi-
do la obligación principal, puesto que propiamente hasta ese momento todavía no hay
fianza.
Cuando se afianza una obligación de dar o de hacer, el fiador solamente garantiza una
indemnización equivalente a la obligación principal.
En las fianzas de entregar una cosa o realizar una obra, existirá perfecta determinación,
aunque el monto apreciable en dinero del valor de la cosa que se ha de dar o ejecutar no
sean líquidos.
5.5. “Puede afianzarse no sólo la obligación pura y simple, sino también la condicional
y a plazo”, dice el artículo 2242. Y añade, en el segundo inciso, el efecto de la fianza
por obligación futura, que sería aplicable también al caso de las condicionales o a plazo:
“Podrá también afianzarse una obligación futura, y en este caso, podrá el fiador retrac-
tarse mientras la obligación principal no existe; quedando, con todo, responsable para
con el acreedor y para con los terceros de buena fe, como el mandante en el caso del
artículo 2076”, o sea, como cuando termina el mandato por una causa ignorada por el
mandatario.
5.6. “La fianza puede otorgarse hasta o desde día cierto, o bajo condición suspensiva o
resolutoria”. (artículo 2243). Este supuesto es muy distinto de la calidad de la obligación
garantizada: ésta puede ser pura y simple y sin embargo, la fianza se someta a plazo o
condición.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 567
Pero no se admite que el plazo o la duración de la fianza sea mayor que el de la obliga-
ción asegurada, por el carácter accesorio propio de la garantía. Sí cabe que el fiador
limite su obligación a un tiempo menor que el del deudor principal.
5.7. “El fiador no puede obligarse a más de lo que debe el deudor principal, pero puede
obligarse a menos”. (artículo 2244). El carácter accesorio de la fianza trae esta conse-
cuencia: no alcanzará a más de lo contenido en la obligación principal. Se aplica el
principio a los variados aspectos de las relaciones jurídicas: la cuantía, las condiciones,
el plazo, los intereses, multas u otros accesorios de la deuda principal, etc.
Dice el artículo 2246: “El fiador no puede obligarse en términos más gravosos que el
principal deudor, no sólo con respecto a la cuantía sino al tiempo, al lugar, a la condi-
ción, al modo de pago o a la pena impuesta por la inejecución del contrato a que acceda
la fianza; pero puede obligarse en términos menos gravosos.- Podrá, sin embargo, obli-
garse de un modo eficaz, por ejemplo, con una hipoteca, aunque la obligación principal
no la tenga.- La fianza que excede bajo cualquiera de los respectos indicados en el inci-
so primero, debe reducirse a los términos de la obligación principal.- En el caso de duda
se adoptará la interpretación más favorable a la conformidad de las dos obligaciones
principal y accesoria”.
5.8. Esto se produce sobre todo en el caso de obligaciones de dar o hacer, así como en el
afianzamiento por obligaciones que surjan de un cuasidelito. Tales prestaciones necesa-
riamente se han de reducir al pago de una indemnización, cotizada en dinero, y no debe
exceder los límites razonables del monto de la obligación principal.
5.9. El tercer inciso del artículo 2245 concreta el valor de la fianza de una obligación de
hacer: “Afianzado un hecho ajeno se afianza sólo la indemnización en que, por su in-
ejecución, se resuelva el hecho”. Así lo afirma constantemente la doctrina.
5.10. “La obligación de pagar una cosa que no sea dinero, en lugar de otra cosa o de
una cantidad de dinero, no constituye fianza”, dice el inciso 4° del artículo 2245. Este
supuesto podría calificarse de obligación sustitutiva o alternativa, o de prenda, en ciertos
casos.
6. El sujeto de la fianza
6.1. Aunque en este contrato hay únicamente una parte que se obliga, esto es el fiador,
se debe considerar la capacidad y el consentimiento de ella y también del acreedor que
568 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
acepta la fianza, así como, indirectamente, interesa también la persona del deudor si
bien no es parte de este contrato.
6.2. Se puede afianzar a una persona aunque ella no lo sepa y aún en el caso de que se
oponga, puesto que, no siendo parte del contrato no tiene derecho de impedir que se
garantice a su acreedor; además, en ningún caso le puede resultar perjudicial la inter-
vención del fiador, ya que no le obliga a nada nuevo. Dice el artículo 2247: “Se puede
afianzar sin orden y aún sin noticia y contra la voluntad del principal deudor”. Se da por
supuesto, que el fiador en algunos casos, obrará cumpliendo un mandato del deudor, y
entonces sí existirá una relación entre fiador y deudor, pero esa relación será la que
provenga del mandato y de su cumplimiento. Puede no haber mandato, y actuar el fiador
como un agente oficioso, o simplemente como un benefactor, que quiere ayudar o facili-
tar el negocio del deudor, que tal vez no obtendría el crédito sin su fianza.
6.3. También se considera la condición jurídica del deudor en cuanto la fianza solamen-
te cabe respecto de obligaciones existentes y válidas: si la obligación principal es abso-
lutamente nula, no valdrá la fianza; y será absolutamente nula la obligación principal si
quien pretende contraerla es absolutamente incapaz. Así lo dispone el artículo 1463:
“Los actos de los absolutamente incapaces (impúberes, dementes interdictos y sordo-
mudos que no pueden darse a entender por escrito) no admiten caución, pues sus actos
son absolutamente nulos y no producen ni obligación natural”.
6.4. No hay inconveniente para afianzar a los relativamente incapaces, porque su defi-
ciencia jurídica se completa con la autorización o intervención de un representante legal
o del juez, con lo cual los actos son válidos y admiten garantía. Tal es el caso de las
personas jurídicas y el artículo 2248 se refiere expresamente a ellas, añadiendo también
el caso de la herencia yacente, aunque ésta no es persona jurídica, si bien actúa a través
de un representante: “Se puede afianzar a una persona jurídica y a la herencia yacente”.
6.5. En cuanto a la capacidad para dar la fianza, se rige por las reglas generales: se
requiere ser capaz de contraer obligaciones.
El incapaz puede obrar por medio de representante legal pero hay una especial protec-
ción de los incapaces, en cuanto el artículo 429 de nuestro Código Civil prohíbe que “el
pupilo pueda obligarse como fiador sin previa decisión judicial, la que sólo puede darse
cuando la fianza fuere a favor del cónyuge, o de un ascendiente o descendiente, y por
causa urgente y grave”.
6.6. Los representantes legales de los incapaces, tienen varias limitaciones de sus facul-
tades de disposición y administración, tales como la enajenación de inmuebles, pero no
se enumera en nuestro Código, la facultad de afianzar en nombre del hijo o pupilo.
Buena parte de la duda que se presenta, se despeja por la disposición del artículo 429,
que exige que el pupilo sea autorizado por el juez, y solamente para conferir fianza a las
personas más allegadas; ahora bien, no sería de ningún modo admisible que un padre o
un tutor establezcan en nombre del hijo o pupilo una caución a favor de ellos mismos.
6.7. Los mandatarios necesitan de poder o cláusula especial para obligar como fiadores
a sus mandantes.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 569
6.8. Un cónyuge puede afianzar la deuda del otro, puesto que la fianza no es contrato
entre el fiador y el deudor, sino con el acreedor, un tercero, y no alcanza a esta relación
la prohibición de contratos entre los cónyuges, que por lo demás, actualmente ha queda-
do en muy poco contenido.
6.11. Las circunstancias en que se produce esta obligación de conseguir un fiador están
enumeradas en los artículos 2250 y 2251. Dice el primero: “Están obligados a dar fianza
a petición del acreedor: 1. El deudor que lo haya estipulado; 2. El deudor cuyas faculta-
des disminuyan en términos de poner en peligro manifiesto el cumplimiento de su obli-
gación; 3. El deudor de quien haya motivo de temer que se ausente del territorio del
Estado con ánimo de establecerse en otra parte, mientras no deje bienes suficientes para
la seguridad de sus obligaciones; y, 4.El deudor que hubiere constituido válidamente
patrimonio familiar sobre una parte de sus bienes, en forma tal que no quedare debida-
mente respaldada la deuda”.
“Art. 2251.- Siempre que el fiador dado por el deudor cayere en insolvencia, estará
obligado el deudor a prestar nueva fianza”.
Se desprende de estos textos, que la ley confiere al acreedor el derecho de pedir una
fianza, siempre que corre peligro su crédito, y esto puede ser desde el momento en que
se constituye la relación con el deudor, o por una circunstancia sobreviniente, como son
los casos de insolvencia del fiador, o de temor de que el deudor se ausente al extranjero.
Esto último resulta bastante subjetivo y de difícil apreciación: corresponderá al juez
aquilatar la seriedad de tales temores.
6.12. El obligado a buscar y conseguir un fiador, debe presentar una persona apta y que
esté dispuesta a comprometerse. El artículo 2252 señala las cualidades que ha de tener
el presentado para rendir fianza: “El obligado a prestar fianza debe dar un fiador capaz
de obligarse como tal, que tenga bienes más que suficientes para hacerla efectiva, y que
esté domiciliado o elija domicilio dentro de la jurisdicción de la respectiva Corte Supe-
rior.- Para calificar la suficiencia de los bienes, sólo se tomarán en cuenta los inmuebles,
excepto en materia comercial o cuando la deuda afianzada es módica.- Pero no se toma-
rán en cuenta los inmuebles embargados o litigiosos, o que no existan en el territorio del
Estado, o que se hallen sujetos a hipotecas gravosas o a condiciones resolutorias.- Si el
fiador estuviere recargado de deudas que pongan en peligro aún los inmuebles no hipo-
tecados a ellas, tampoco se tomarán éstos en cuenta”.
570 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
En definitiva, se requiere que el fiador sea suficientemente solvente, con una fortuna
estable; por eso, se aprecia fundamentalmente la propiedad de inmuebles no gravados.
7. Forma y Prueba
7.1. “La fianza no se presume”, dice el artículo 2249, conforme con las disposiciones
similares de otros derechos y con la doctrina unánime.
7.2. No basta, sin embargo, que una persona haya prometido afianzar, o se haya obliga-
do por contrato a hacerlo, se requiere que su consentimiento sea expresado y puesto en
conocimiento del acreedor, quien al aceptarlo concluye el contrato. La aceptación del
acreedor puede ser tácita, y mientras no exista, el fiador puede retirar su oferta; si fallece
antes de la aceptación, el acreedor no podrá exigir a los herederos el cumplimiento de
un contrato que no llegó a perfeccionarse.
7.3. Que la fianza deba ser expresa, que no se presume, no equivale a decir que se re-
quiera emplear términos invariables (“sacramentales”), sino que claramente ha de
constar la voluntad de asumir las obligaciones propias de esta caución. En la duda, se
interpretan las responsabilidades en la forma menos gravosa para el fiador.
7.4. Aunque las leyes no imponen que la fianza conste por escritura pública o privada,
en la práctica se acude razonablemente al medio escrito, para facilitar la prueba. Si sólo
constara verbalmente, habría que recurrir a la prueba de testigos y ya sabemos que las
obligaciones que pasan de una mínima cuantía no admiten la prueba puramente testi-
monial. Desde luego, las fianzas ordenadas por el juez, constan siempre en instrumento
público: decretos, autos o sentencias judiciales.
Cuando el fiador renuncia a los beneficios de excusión y orden, algunos opinan que la
fianza debe otorgarse por escrito, porque dicha renuncia exige la forma escrita. Por lo
menos en nuestro derecho, no consta que tal renuncia ha de ser por escritura, sino que
solamente se pide que sea expresa (artículo 2260), lo que no equivale a escrita, aunque
será muy conveniente que conste de este modo.
7.5. La fianza comercial debe celebrarse siempre por escrito (artículo 603 del Código
de Comercio). Y desde luego, el aval de una letra o pagaré, siempre consta por escrito.
8.2. El fiador puede pagar la obligación aún antes de su vencimiento, pero si lo hace,
corre el riesgo de no poder reembolsarse con el pago del deudor, por no haber alegado
excepciones a que tenía derecho y de cuya aplicación se vio privado por el pago prema-
turo.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 571
8.3. El fiador que paga al acreedor, debe hacer saber esto al deudor, para evitar que se
repita el pago, y si efectivamente sucediere este doble pago por negligencia del fiador,
no tendría acción contra el deudor a quien no notificó el pago, aunque sí conserva el
derecho de repetir contra el acreedor, puesto que él no debe enriquecerse sin causa con
un doble cobro; el acreedor tendrá que devolver al fiador, lo pagado por éste, ya que
extinguida la obligación principal, termina la accesoria y ya no debía nada el fiador y si
el pago fue posterior al realizado por el deudor principal, igualmente la devolución debe
hacerse al fiador, quedando definitivamente cumplida la obligación por el principal
deudor.
Igualmente, si el compromiso del deudor era el que hacer algo, en último término la
obligación accesoria del garante se cumple mediante un pago en dinero.
8.6. También debe el fiador los gastos judiciales o extrajudiciales que haya ocasionado
el cobro de la deuda y que le sean imputables. Las costas judiciales de un juicio seguido
contra el deudor para hacer efectiva la obligación, no serán imputables al fiador que,
lejos de oponerse al pago, ha facilitado la ejecución o ha pagado él voluntariamente;
pero, si, el fiador opone excepciones con la única intención de retardar el cumplimiento,
él deberá sobrellevar la indemnización correspondiente. Según el artículo 2263, el fiador
debe anticipar los gastos de la excusión, si lo pide el acreedor, pero al final podrá resar-
cirse sea cobrando al deudor o al mismo acreedor si a éste se ha condenado en costas.
8.7. Cumplida la obligación del deudor por parte del fiador, éste se subroga en los dere-
chos del acreedor frente al deudor, es decir, puede repetir lo pagado legalmente cobran-
do al principal obligado, a su garantizado. Si el acreedor, por su culpa, hace imposible la
subrogación del fiador en sus derechos, éste podrá excepcionarse en la medida en que
pierda tal derecho y por consiguiente será el acreedor culpable quien deba soportar el
perjuicio económico (artículo 2257).
En estos puntos se sintetiza lo relativo al pago voluntario por parte del fiador; conside-
remos a continuación, la situación que se produce cuando no ha sucedido esto. Supone-
mos, pues, que el acreedor cobra al fiador y éste se resiste a pagar:
8.8. Hay que distinguir dos situaciones diversas: si se trata de una fianza ordinaria
(“simple”), o si el fiador ha asumido una obligación solidaria. En el segundo supuesto,
el acreedor puede cobrar indiferentemente su crédito sea al deudor principal o al fiador y
ejecutar su derecho en el patrimonio de uno u otro, en cualquier orden y también sea en
la totalidad o por partes, sin que ellos puedan oponer excepciones de orden, división o
excusión. Pero estas excepciones pueden ser presentadas por el fiador ordinario.
8.9. El acreedor puede cobrar al deudor principal o al fiador y nada impide que primero
se dirija contra el fiador, quien podrá cancelar la deuda y luego repetir contra el deudor;
pero también puede oponer excepciones. Lo razonable será que el acreedor cobre pri-
meramente al deudor principal, y llegue hasta la ejecución de los bienes de éste para
hacerse pago y solamente si no lo consigue, cobrará al fiador. Nada impide que dirija la
acción judicial contra los dos simultáneamente, en la misma demanda, pero aún en este
caso (en la fianza ordinaria), la ejecución se deberá realizar primero en bienes del deu-
dor y solamente de modo subsidiario en los del fiador: en esto consiste el beneficio de
excusión.
8.10. La primera excepción que puede oponer el fiador demandado será la de división,
siempre que existan varios fiadores y no sean solidarios entre sí. No puede, en efecto,
cobrar el acreedor toda la deuda a uno de los fiadores, si no existe obligación solidaria
entre los varios fiadores: solamente podrá cobrar a cada uno su parte, y si uno o más de
ellos han caído en insolvencia, perderá el acreedor, sin que la parte del insolvente se
acumule en gravamen de los otros fiadores no solidarios. Lo contrario sucede en caso de
existir solidaridad entre los fiadores: la insolvencia de uno grava a los demás, y cada
uno de ellos podrá ser demandado por la totalidad de la deuda, pudiendo solamente
repetir frente a los otros, pero descontada la parte del insolvente (cuya pérdida se reparte
entre todos).
8.11. El fiador puede oponer al acreedor que le cobra, las excepciones relacionadas con
la fianza en sí misma, o las relativas a la obligación principal. Las segundas, pueden a su
vez, ser “reales” o “personales”, y el fiador puede valerse de las reales en todo caso, y
de las personales que le afecten a él mismo, no puede oponer las excepciones personales
del deudor.
Las excepciones del fiador pueden presentarse sea en el juicio que el acreedor haya
iniciado contra él, o bien en el seguido contra el deudor; en este segundo caso, el
fiador tiene derecho de intervenir y defender sus propios intereses, por ello, debe ser
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 573
citado y a falta de esta noticia, conservará íntegras las excepciones que no tuvo oportu-
nidad de presentar.
8.13. Las excepciones del fiador no sufren desmedro si el deudor no las ha presentado
en el juicio seguido por el acreedor contra él. Se presenta la duda sobre este principio en
algunos casos: por ejemplo, la excepción de prescripción, pero la doctrina sostiene que
no se afecta al fiador ni siquiera por la renuncia que el deudor haga de esta excepción:
bien puede presentarla por su parte el fiador. Categóricamente afirma nuestro Código
que el fiador podrá oponer al acreedor la prescripción renunciada por el principal deudor
(artículo 2396).
8.14. Las excepciones reales, a las que se refiere el artículo 2256, son las que atañen a
la obligación principal en sí misma (no a la fianza directamente). “El fiador puede opo-
ner al acreedor cualesquiera excepciones reales, como las de dolo, violencia o cosa
juzgada; pero no las personales del deudor, como su incapacidad de obligarse, cesión de
bienes, o el derecho que tenga de no ser privado de lo necesario para subsistir”, dice el
artículo mencionado, y agrega en otro inciso: “Son excepciones reales las inherentes a la
obligación principal”. Así, pues, el fiador puede aceptar que ha accedido a la obligación
del deudor, pero se opone a pagar porque considera que dicha obligación no es exigi-
ble, sea por su nulidad o porque pende de término o condición no cumplidos, o porque
se ha extinguido. El fiador no puede oponer las excepciones personales del deudor, y
el artículo trascrito despeja toda duda sobre cuáles sean éstas, poniendo como ejemplo
las principales de ellas: Incapacidad de obligarse, cesión de bienes, o el privilegio de
competencia. No cabe discutir en nuestro derecho lo planteado por la doctrina en otros
países: si los vicios del consentimiento son excepciones reales o personales y consi-
guiente si pueden o no ser alegados por el fiador: el artículo 2256, clasifica el dolo y la
violencia entre las excepciones reales que sí se reconocen a favor del fiador. Y es lógico
que así sea, ya que implicaría una injusticia que el garante tuviera que pagar una deuda
que le consta que no es válida.
8.15. Algunas de estas excepciones reales requieren especial consideración y han sido
tratadas en otros lugares del Código. Así sucede con la novación: Si hay verdadera
novación, se extingue la obligación primitiva y por ello deja también de existir la fianza,
que es accesoria, pero hay casos en que es menos clara la novación, como el previsto en
el artículo 1663: “Si la nueva obligación se limita a imponer una pena para el caso de no
cumplirse la primera, y son exigibles juntamente la primera obligación y la pena, los
privilegios, fianzas, prendas e hipotecas subsistirán hasta el valor de la deuda principal,
sin la pena. Mas si en caso de infracción es solamente exigible la pena, se entenderá
novación desde que el acreedor exige sólo la pena y quedarán extinguidos los privile-
gios, prendas o hipotecas de la obligación primitiva, y exonerados los que solidaria o
subsidiariamente accedieron a la obligación primitiva, y no a la estipulación penal”.
Debe, pues, constar claramente la intención de novar, y si ello no aparece, subsisten las
dos obligaciones, y la primitiva conserva sus cauciones.
Son frecuentes las fianzas para garantizar las obligaciones de los arrendatarios, princi-
palmente el pago de la pensión conductiva; ahora bien, tales cauciones no pueden durar
sino el tiempo para el cual se hizo el alquiler.
574 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
“La mera ampliación del plazo de una deuda, dice el artículo 1663, no constituye no-
vación; pero pone fin a la responsabilidad de los fiadores y extingue las prendas e hipo-
tecas constituidas sobre otros bienes que los del deudor; salvo que los fiadores o los
dueños de las cosas empeñadas o hipotecadas accedan expresamente a la ampliación”.
No cabe, en efecto, que sin la voluntad del fiador, se agrave su obligación prolongando
su tiempo de vigencia y durante el cual deba responder subsidiariamente, por esto, se
exige su aceptación voluntaria de la ampliación del plazo: a veces dicha prolongación
del plazo puede ser ventajosa para el fiador, en cuanto facilitará al deudor el pago y
aleja así la perspectiva de tener que pagar por él.
8.16. Para producir el efecto extintivo, la compensación exige que las dos partes sean
recíprocamente deudoras, y como asevera el artículo 1673, “el deudor principal no pue-
de oponer a su acreedor, por vía de compensación, lo que el acreedor deba al fiador”, en
cambio, por sentido contrario, sí afirmamos que el fiador puede oponer al acreedor la
compensación entre lo adeudado por el principal obligado y lo que el acreedor deba al
fiador.
8.18. La excepción de pago puede ser opuesta por el fiador en idéntica manera que lo
sería por parte del deudor principal, bien sea el pago total o parcial; y se ha de asimilar
al pago, la disminución penal del capital en los casos de cobro de intereses usurarios.
Tanto vale que el pago haya sido efectuado por el deudor principal como por el mismo
fiador, en ambas circunstancias es válida la excepción propuesta por el garante.
Para que obre favorablemente la excepción del fiador, debe constar la culpa del acree-
dor y que el mismo fiador no haya incurrido igualmente en culpa.
Dice el artículo 2258: “Aunque el fiador no sea reconvenido, podrá requerir al acreedor,
desde que sea exigible la deuda, para que proceda contra el deudor principal; y si el
acreedor, después de este requerimiento, lo retardare, no será responsable el fiador por
la insolvencia del deudor principal, sobrevenida durante el retardo”. Aquí aparece el
beneficio de orden, aunque no se lo nombre expresamente: el fiador tiene derecho de
576 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
pedir que se cobre al deudor principal antes de que se le exija a él un pago que corres-
ponde principalmente al deudor y secundaria o subsidiariamente al fiador. Ahora bien,
esta es una facultad, no una obligación, concedida al fiador, y si no pide que se cobre
previamente al deudor, no podrá alegar a su favor el beneficio de orden. Muy parecido,
pero no igual es el beneficio de excusión.
9. Beneficio de excusión
9.1. La finalidad que se persigue con el beneficio de excusión consiste en hacer respe-
tar el carácter accesorio y subsidiario de la fianza: porque ella tiene estas característi-
cas, es natural que no se ejecute al fiador antes de haber “excutido”, es decir, ejecutado
los bienes del deudor principal, para satisfacer el crédito del acreedor.
9.2. No contiene el Código una definición del beneficio de excusión, pero se describe en
el artículo 2259, que se completa con el siguiente, sobre todo el numeral 6° del artículo
2260. Luego se precisa en el 2261 los bienes del deudor que se deben ejecutar antes de
embargar y rematar los del fiador. A continuación se señalan características del benefi-
cio: se puede renunciar (2262), implica costas que el acreedor puede exigir que adelante
el fiador (2263), sólo se puede oponer una vez (2265), vale aunque sea parcial (2266);
se contempla el caso de varios deudores (2264) y las consecuencias de que el acreedor
no ejecute al deudor (); finalmente se regula el caso del subfiador (2268 y 2270), mien-
tras que el artículo 2269 trata de la división de la fianza y de la limitación de la misma.
9.3. Dice el artículo 2259: “El fiador reconvenido goza del beneficio de excusión, en
virtud del cual podrá exigir que, antes de procederse contra él, se persiga la deuda en los
bienes del deudor principal y en las hipotecas o prendas constituidas por éste para la
seguridad de la misma deuda”. El inciso 6° del artículo siguiente indica que el fiador ha
de “señalar al acreedor los bienes del deudor principal”, y éstos deberán estar sujetos a
una posible ejecución eficaz, por lo que el artículo 2261 indica qué bienes no tomarán
en cuenta para la excusión.
Con estos elementos podemos definir el beneficio de excusión, como el derecho que
tiene el fiador ordinario para impedir que se ejecute la deuda principal en sus propios
bienes, siempre que señale bienes del deudor que puedan ser eficazmente ejecutados.
9.4. En tales términos, se deja en claro que es un derecho del fiador, del cual puede o no
hacer uso, pero si alega su beneficio, está obligado a ayudar al acreedor en la ejecución,
señalando los bienes del deudor principal que reúnan las condiciones para poder hacerse
el pago con ellos.
El artículo 2259 dice que “el fiador reconvenido” goza del beneficio de excusión. De-
bemos entender que esta “reconvención”, es más bien un “requerimiento”, una petición
o demanda de pago; quedando la duda de si tal petición de cumplir la obligación deba
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 577
Como observa Puig Peña, “el beneficio no envuelve una subsidiaridad absoluta en el
proceso, sino una subsidiaridad en la persecución de los bienes; así, el acreedor podrá
citar al fiador cuando demande al deudor principal, e incluso obtener sentencia contra
los dos. Ahora, lo que no puede es hacerse pago en los bienes del fiador sin haber
"excutido" ” antes los del principal obligado en la deuda (sentencia de 22 de septiembre
de 1932)”.
9.5. Puede plantearse la cuestión de si el fiador que señale bienes hipotecados o dados
en prenda por terceros para garantizar la misma deuda, quedaría también protegido por
el beneficio de excusión. Por una parte, si dichos bienes son suficientes para satisfacer la
deuda, parece que sí serían aptos para aplicar el beneficio de excusión; pero, por otra, el
artículo 2259 se refiere de “prendas o hipotecas constituidas por éste (el deudor princi-
pal) para seguridad de la misma deuda, lo que parecería excluir las hipotecas o prendas
constituidas por terceros. Prefiero la primera opinión, que satisface el objeto que se
propone la ley, consistente en asegurar el carácter accesorio de la fianza al mismo tiem-
po que se garantice suficientemente al acreedor: si hay hipotecas o prendas de bienes
cuantiosos en proporción con la deuda, no se ve por qué motivo no podría el fiador
liberarse del pago facilitando el cobro en esas cauciones reales que suelen ser muy segu-
ras.
9.6. No se debe confundir este beneficio de excusión con el de orden. El orden se refie-
re a las demandas del acreedor; no es frecuente, pero cabe establecer que haya de acudir
primero a demandar al deudor y que solamente con posterioridad pueda hacerlo al fia-
dor: he allí el beneficio de orden. Cuando ha sido demandado el fiador y no el deudor, el
primero debe hacer conocer al deudor principal (litis denuntiatio), para que éste pueda
oponer sus excepciones personales, las mismas que no puede presentar el fiador; si el
garante no cumpliere con esta notificación se haría responsable de la pérdida que podría
sufrir el deudor quien se viera impedido de defender sus intereses.
9.7. El beneficio de excusión debe ser alegado por el fiador al “primer requerimiento”,
según afirman varios autores. Nuestro Código no lo dice expresamente, pero el numeral
5° del artículo 2260 dice que el fiador debe oponer el beneficio “luego que sea requerido
el fiador” y el artículo 2265 lo deja entrever, al ordenar que sólo puede oponerse una
vez, y que si la excusión de los bienes designados por el fiador no surtiere efecto o no
bastare, no podrá señalar otros; salvo que hayan sido posteriormente adquiridos por el
deudor principal. Esto supone que el beneficio se ha de presentar como defensa del
fiador, oportunamente y el artículo 487 del Código de Procedimiento Civil dispone
que en el juicio ejecutivo contra el deudor se cite al fiador para que pueda intervenir;
intervenga o no el fiador, llegado el caso de señalamiento de bienes, será notificado,
para que cumpla lo señalado en el numeral 6° del artículo 2260 (señalar bienes del deu-
dor principal). Por tanto, se supone que el fiador puede intervenir desde el principio del
juicio ejecutivo, pero, con alguna flexibilidad, se admite que dentro de diez días a partir
de la notificación que ordene señalar o dimitir bienes, puede el fiador designar aquellos
bienes del deudor que podrían embargarse.
578 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
9.8. Las condiciones para que el fiador pueda gozar del beneficio de excusión están
enumeradas en el artículo 2260, y son éstas: 1ª. Que no se haya renunciado expresamen-
te; 2ª. Que el fiador no se haya obligado como codeudor solidario; 3ª. Que la obligación
principal produzca acción; 4ª. Que la fianza no haya sido ordenada por el juez; 5ª. Que
se oponga el beneficio luego que sea requerido el fiador: salvo que el deudor, al tiempo
del requerimiento, no tenga bienes y después los adquiera; y 6ª. Que se señalen al acree-
dor los bienes del deudor principal.
En cuanto al primer numeral del artículo 2260, es evidente que si el fiador ha renuncia-
do al beneficio de excusión, no podrá luego pretender que se aplique en su favor. Úni-
camente cabría plantearse la posibilidad de que la renuncia no sea válida, por ejemplo,
por haberse hecho sin libre consentimiento o engañado por el dolo: se requeriría obtener
la nulidad de la renuncia para alegar el beneficio. En segundo lugar, “el fiador que se
haya obligado como codeudor solidario” no alcanzará el beneficio. En esta situación,
existe ya una obligación principal, igual a la del otro deudor y propiamente deja de ser
un fiador quien así se ha obligado. La esencia de la solidaridad consiste precisamente en
que el acreedor puede indiferentemente cobrar a cualquiera de los deudores solidarios y
ejecutar en los bienes de ellos, sin orden o excusión. Pero no hay que confundir esta
asunción de la deuda solidaria, con la solidaridad entre varios fiadores, este es un caso
diverso, en el cual cada uno de ellos tiene el beneficio de excusión, pues todos siguen
siendo obligados solamente subsidiarios, a falta de capacidad del deudor principal; en
este sentido hay varias sentencias de la Corte. Lo supuesto en el numeral 3° del artículo
2260: “que la obligación principal produzca acción”, es asimismo evidente, ya que
dentro de la acción ha de presentar el fiador su pretensión de que primeramente se
ejecuten los bienes del deudor principal; si no hay acción, no tiene sentido el beneficio
de excusión. No hay acción a favor de las obligaciones simplemente naturales.
La cuarta condición es que la fianza “no haya sido ordenada por el juez”: esto se justifi-
ca por la mayor protección que el derecho quiere dar a los incapaces o a otras persona
que en circunstancias especiales se encuentran en situación de inferioridad.
9.9. Acertadamente distingue el Código las condiciones para gozar del beneficio de
excusión (artículo 2260), de las condiciones que han de tener los bienes que se presen-
ten para la excusión (artículo 2261), aunque ciertamente, afecten estas condiciones al
beneficio. Dice el artículo 2261: “No se tomarán en cuenta para la excusión: 1°. Los
bienes existentes fuera del Estado; 2°.Los bienes embargados o litigiosos, o créditos de
dudoso o difícil cobro; 3°. Los bienes cuyo dominio está sujeto a una condición resolu-
toria; 4°. Los hipotecados a favor de deudas preferentes, en la parte que pareciere nece-
saria para el pago completo de éstas; y, 5°. los inembargables”. Se procura, pues, actuar
con realismo: el fiador ha de señalar o han de existir con evidencia, bienes que podrán
responder por la deuda principal, sin mayores dificultades para la ejecución; no se trata
de excluir únicamente a los que sería imposible ejecutar; pero tampoco, cualquier difi-
cultad para el cobro en esos bienes, los convierte en no aptos para la excusión: es el
término medio del buen sentido el que domina esta regulación legal.
Los bienes existentes fuera del Ecuador podrían, con dificultades, ser objeto de medi-
das ejecutivas en el extranjero, sobre todo si se cuenta con sentencia ejecutoriada y se
hallan en un país que haya ratificado la Convención Interamericana sobre la eficacia
extraterritorial de las sentencias y laudos extranjeros u otro tratado internacional vigente
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 579
con el país en el que se encuentren los bienes. Sin embargo, el cobro de una deuda que
deba satisfacerse en nuestro país, resulta bastante difícil de conseguir a través del em-
bargo de bienes en el exterior.
Están sometidos a condición resolutoria aquellos bienes que se hayan adquirido me-
diante un contrato sujeto a dicha condición expresa; no cabe incluir entre éstos a todos
los adquiridos por compraventa normal (sin expreso pacto comisorio) o por otro contra-
to sinalagmático que lleva siempre la condición del cumplimiento por la otra parte; si se
entendiera que todos estos bienes no sirven para la excusión, prácticamente no quedaría
ninguno, por lo cual hay que entender que la condición resolutoria ha de ser expresa.
En cuanto a los bienes hipotecados, solamente no sirven para la excusión los que res-
ponden “por deudas preferentes”, como serían las de costas, impuestos, pago de obliga-
ciones laborales u otras semejantes, y siempre que su valor no fuere suficiente para
pagar ambas obligaciones. En esta situación resulta más asequible el cálculo, puesto que
figurará en escritura pública el valor del bien, y el monto de la deuda preferente también
constará en contrato, sentencia u otro documento auténtico, en la mayor parte de los
casos.
9.11. La renuncia del beneficio de excusión, no afecta más que al propio renunciante; si
éste tiene a su vez un fiador, “subfiador”, no le priva del beneficio la renuncia del pri-
mero, como es evidente, y así lo declara expresamente el artículo 2262.
9.12. El subfiador goza del beneficio con relación al fiador principal y al deudor prin-
cipal, es decir que esta persona que se compromete a una especie de garantía de segundo
grado, puede exigir que se ejecute antes al fiador principal y al deudor principal y sola-
mente a falta de bienes de estos dos, quedará sujeto el subfiador al embargo de sus pro-
pios bienes (artículo 2268).
580 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
9.13. La excusión ocasiona gastos: las costas judiciales del embargo y remate de los
bienes del deudor; tales expensas corresponderán en definitiva a uno de los tres (deudor,
fiador o acreedor), esto dependerá de la buena o mala fe con que procedan; así, el deu-
dor podrá librarse de dicho pago cumpliendo inmediatamente su obligación, pero el
Código facilita el trámite de la ejecución imponiendo al fiador la obligación de adelantar
los gastos, que en algunos casos podrá recuperar después. Se le permite al fiador ejerci-
tar él mismo la acción ejecutiva contra el deudor principal, del mismo modo que puede
intervenir en el juicio que instaure el acreedor.
Dice el artículo 2263: “El acreedor tendrá derecho para que el fiador le anticipe los
costos de la excusión.- El juez, en caso necesario, fijará la cuantía de la anticipación y
nombrará la persona en cuyo poder se consigne, la que podrá ser el acreedor mismo.- Si
el fiador prefiere hacer la excusión por sí mismo dentro de un plazo razonable, será
oído”.
9.14. En el caso de varios deudores solidarios, a uno de los cuales haya dado fianza
una persona, ésta puede resistirse a que se ejecuten sus bienes y pedir la excusión de los
bienes de cualquiera de los deudores solidarios. Esto no es más que una consecuencia
lógica de la solidaridad pasiva: todos los deudores solidarios están obligados a pagar, y
el acreedor puede exigir a cualquiera de ellos la totalidad; por tanto aunque el fiador
solamente haya garantizado a uno de los deudores, tiene la facultad de señalar los bienes
de cualquiera de ellos para que se ejecute el crédito, tal como ordena el artículo 2264:
“Cuando varios deudores principales se han obligado solidariamente y uno de ellos ha
dado fianza, el fiador reconvenido tendrá derecho para que se haga excusión, no sólo de
los bienes de este deudor, sino de los de sus codeudores”.
Nada impide que el fiador señale bienes de varios o de todos los deudores solidarios,
aunque el texto legal se refiere, en singular, a uno de ellos.
9.15. “El beneficio de excusión no puede oponerse sino una sola vez” dice el primer
inciso del artículo 2265. No sería razonable que el fiador postergara una y otra vez el
cumplimiento de la obligación, señalando bienes insuficientes; solamente se admite
nuevo señalamiento cuando ha adquirido posteriormente otros bienes.
9.16. “Si los bienes en que se ha hecho la excusión no produjeren más que el pago par-
cial de la deuda, estará, sin embargo, el acreedor obligado a aceptarlo y no podrá recon-
venir al fiador sino por la parte pagada”. (artículo 2266). Como regla general no se
obliga a un acreedor a recibir un pago parcial, pero en el supuesto de este artículo esta-
mos ante una ejecución judicial, y no cabría que rechazara el acreedor este pago; ade-
más, conserva el derecho de cobrar al fiador el saldo no cubierto de su crédito. La excu-
sión produce en estas circunstancias un efecto parcial: habrá liberado al deudor y al
fiador de una parte de la deuda.
9.17. El fiador que señala oportunamente bienes del deudor principal que reúnan las
condiciones para ser excutidos, queda liberado de la obligación de pagar al acreedor en
la medida en que valgan esos bienes: si cubren con su precio la totalidad de la deuda,
nada deberá el fiador, y si solo se paga una parte de la deuda, el fiador seguirá obligado
por el saldo. Ahora bien, si el fiador señaló esos bienes, pero el acreedor, por su negli-
gencia, no ejecutó su crédito, el fiador queda igualmente liberado en la porción en que
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 581
dichos bienes alcanzaban a pagar la deuda y si esta cantidad era igual o superior al total,
nada deberá el fiador, mientras que si los bienes que señaló no eran suficientes, quedará
el fiador obligado a pagar la diferencia entre el valor de los bienes y el monto total de la
deuda (artículo 2267).
10.1. Si hay dos o más fiadores de la misma deuda, normalmente se divide entre ellos la
responsabilidad subsidiaria, es decir, que si el deudor principal no paga, el acreedor
podrá exigir a cada uno de los fiadores solamente la parte que le corresponde.
10.2. En cuanto a la parte que corresponda a cada fiador, esto depende de lo que hayan
convenido, y si nada consta al respecto, se ha de presumir que se han obligado por
igual, de suerte que a cada uno se le podrá cobrar la alícuota que corresponda según el
número de fiadores: si son dos, a cada uno la mitad, si hay tres, un tercio a cada uno, etc.
10.3. Si uno de los fiadores cae en insolvencia, la cuota que le correspondía, gravará la
de los demás fiadores en la misma proporción antes indicada. Pero si el que incurre en
insolvencia tenía un subfiador, es éste quien asumirá la responsabilidad y no los demás
cofiadores.
10.4. Un caso concreto en que se suele precisar el monto máximo de la garantía que
asume un deudor, se suele dar en las llamadas fianzas hipotecarias, en las que se fija
con precisión la cantidad por la cual se establece ese gravamen real. La jurisprudencia
ha aclarado que existiendo esa obligación concreta y precisa no podría el fiador hacer
valer el beneficio de división para pagar menos de lo que se ha obligado y consta en la
escritura pública.
10.5. El artículo 2270 añade una aclaración casi obvia: “La división prevenida en el
artículo anterior tendrá lugar entre los fiadores de un mismo deudor y por una misma
deuda, aunque se hayan rendido separadamente las fianzas”.
10.6. Como explica Borda, la solidaridad implica la renuncia tanto del beneficio de
separación como del de excusión; pero si se renuncia solamente a uno de ellos, no se
renuncia al otro.
11.1. Hay que distinguir la situación existente antes del pago de la deuda, y la que se
produce una vez que el fiador o el deudor han pagado al acreedor.
11.2. Mientras está pendiente la obligación del deudor principal, el fiador solamente
tiene un vínculo con el acreedor; pero, como existe la posibilidad de que tenga que
pagar con sus propios bienes lo que debe el principal obligado, la equidad y la ley le
582 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
confieren un derecho de defender sus intereses. Para este efecto, vigilará la solvencia del
deudor, y en caso de presentar síntomas de debilitarse o peligro de desaparecer, el fiador
tiene derecho a que el deudor a su vez le asegure el cumplimiento, sea con una hipoteca,
prenda u otra garantía, o bien, señalando bienes con los cuales podrá cumplir, o, final-
mente, dando una fianza a favor del fiador.
El deudor no puede agravar la situación del fiador, por ejemplo, renunciando al plazo
que le favorece. Pero el fiador sí responde por los daños y perjuicios ocasionados por el
incumplimiento del principal. En cambio, el fiador se beneficia de los cambios favora-
bles al deudor, por ejemplo la rebaja de la deuda.
11.3. Dice el artículo 2271: “El fiador tendrá derecho para que el deudor principal le
obtenga el relevo o le caucione las resultas de la fianza, o consigne medios de pago, en
los siguientes casos:
Los derechos aquí concedidos al fiador no se extienden al que afianzó contra la voluntad
del deudor”.
11.4. Por lo dicho en el último inciso queda, pues, muy claro, que todo el artículo se
refiere al caso del fiador que se ha obligado con el conocimiento y consentimiento del
deudor principal; quizá, como sucede muchas veces, el fiador se ha obligado a petición
del deudor, a quien interesa tener un garante para conseguir el crédito o realizar un con-
trato con el acreedor. Si bien no hay contrato entre el deudor y el fiador, sí existen inte-
reses recíprocos, y por esto es equitativo que así como el fiador garantiza al deudor, éste
asegure a su garante que no tendrá que soportar el último término el peso de la deuda.
11.5. El artículo trascrito dice que en los seis casos que luego enumera, el deudor debe
“obtener el relevo (del fiador) o caucionarle…o consigne medios de pago”. Tres, son
por consiguiente las medidas para descargar al fiador de un daño injusto. Pero la
primera, el “relevo”, no depende del deudor, sino que tendría que conseguirlo del acree-
dor; en cuanto a dar caución a favor del fiador o depositar el dinero para el pago, son
obligaciones de hacer, y en caso de no realizarlas, cabe preguntarse ¿qué podrá hacer el
fiador?
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 583
11.6. No existiendo contrato con el deudor, no tiene el fiador una acción judicial para
exigirle ex contractu; ni tampoco se ha producido todavía un perjuicio injusto, para que
el fiador demande la reparación. Se trata más bien de una situación de peligro, frente a
la cual es razonable que defienda sus intereses; pero no se alcanza a ver claramente,
cómo podrá hacerlo de manera eficaz, si el deudor no satisface voluntariamente esta
obligación por uno de los tres medios indicados. De todas maneras, como la ley tiene
que cumplirse, el fiador que recurra al juez, ante la renuencia del deudor, alcanzará
alguna medida cautelar, como las previstas en el Código de Procedimiento Civil para
asegurar las obligaciones que corren peligro de no satisfacerse.
11.7. El primer supuesto: “el deudor que disipa o aventura temerariamente sus bienes”,
es el mismo que justifica el ponerlo en interdicción; así protege el derecho a terceros
que serían perjudicados por una conducta irresponsable de quien ha contraído deudas y
tiene otras obligaciones. Sería evidente esta situación, si se ha llegado a la interdicción
del deudor, o si se ha iniciado el procedimiento de declaración de insolvencia. En tales
circunstancias, el fiador tiene derecho a que se le asegure de alguna manera frente a la
mala situación culpable del deudor, pero no será fácil que haga efectivo ese derecho.
11.10. Demandado el fiador, tiene que notificar este hecho al deudor principal, salvo
que la demanda haya sido conjunta a ambos, para que tenga la posibilidad de defender-
se, presentando las excepciones que le favorezcan. Por ejemplo, si ya ha pagado la deu-
da, es lógico que no tendrá que pagarla nuevamente. El fiador tal vez desconoce razones
o causas que hacen inconveniente el pago, y por todo ello está en la obligación de co-
municar al deudor. El incumplimiento de este deber, acarrearía al fiador la pérdida del
derecho de reembolsarse de lo pagado.
11.11. La fianza se considera una ayuda, una garantía y también un peligro pendiente
sobre el que la da, por lo cual no es favorable el derecho a la prolongación indefinida de
ella, y se confiere al fiador el derecho de pedir el relevo al cabo de diez años, siempre
que la obligación no haya sido por un tiempo mayor o deba durar mientras perdura una
situación, como la del pupilo interdicto, o la del administrador de rentas públicas; en
estas situaciones, la fianza ha de durar cuanto dure la obligación principal (numeral 4°).
groso: se presta a interpretaciones antojadizas. Menos mal, que hay siquiera un límite:
no actúa esta suposición, si el deudor tiene bienes raíces suficientes para el pago de la
deuda. Él podrá evitar las exigencias del fiador, demostrando que tiene esos bienes
inmuebles, y tal demostración facilitaría la excusión en caso de no pagar la obligación
principal.
11.13. El numeral 6° se agregó al artículo que hoy lleva el número 2271, por disposición
de la Ley 256 de 1970, y contiene una norma justa, puesto que el deudor no debe agra-
var la situación de su fiador, y se haría más peligrosa la situación de éste, si el principal
obligado limita la disponibilidad de sus bienes y convierte en inembargables a algunos
de ellos, mediante la constitución de patrimonio familiar. Para establecer dicho patri-
monio, el deudor tendría que obtener el consentimiento del fiador; éste calculará si le
van a quedar bienes con los que responder de la deuda o si toda la carga se va a trasladar
en su perjuicio.
11.14. El fiador puede pagar la deuda que ha garantizado, sea que haya sido requerido
por el acreedor o sin tal requerimiento, bien haya sido citado con demanda judicial o sin
tal demanda. Más aún, puede pagar antes del vencimiento de la deuda.
Ahora bien, tal pago voluntario, ha de ser prudente: teniendo la seguridad de que existe
la deuda y de que es realmente exigible y en el monto real de ella. Si el fiador, por un
celo desmedido, por precipitación o por querer beneficiar al acreedor, se apresura a
cubrir una obligación y lo hace en condiciones inconvenientes o injustas para el deudor,
evidentemente tendrá que responder del perjuicio que le cause.
Por lo dicho, el fiador tiene la obligación de hacer saber al deudor que va a pagar o que
ha pagado, y si omitiere esta notificación, se hace responsable de los posibles perjuicios
y no podrá reembolsarse lo pagado. No hay formalidad establecida para tal notificación,
pero un fiador sensato dejará constancia de manera que disponga de prueba, en caso de
juicio.
11.16. Las relaciones entre fiador y deudor cambian radicalmente desde el momento en
que el fiador ha conseguido la extinción de la obligación principal del deudor, nor-
malmente por pago. En efecto, el fiador que paga se subroga en los derechos del
acreedor, es decir, que ocupa su lugar jurídico frente al deudor, y generalmente podrá
exigirle a éste el reembolso de lo pagado.
11.17. La doctrina ha distinguido dos acciones del fiador que ha pagado, contra el
deudor: la de reembolso, simple y llanamente fundada en la equidad, y la de subroga-
ción de los derechos del acreedor. Aunque en teoría se deban distinguir, en la práctica
no conduce a mayores diferencias, y nuestro Código se refiere sobriamente al derecho
del fiador de recuperar lo que ha pagado por otro.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 585
El artículo 2272 dice así: “El fiador tendrá acción contra el deudor principal para el
reembolso de lo que haya pagado por él, con intereses y gastos, aunque la fianza haya
sido ignorada por el deudor.- Tendrá también derecho a indemnización de perjuicios,
según las reglas generales.- Pero no podrá pedir el reembolso de gastos inconsiderados,
ni de los hechos antes de notificar al deudor principal la demanda intentada contra dicho
fiador”.
Serían gastos inmoderados, por ejemplo, el contratar la construcción de una casa, que
debía fabricar el deudor, con otro constructor que cobre mucho más de lo acostumbrado,
o reconocer al acreedor intereses que no estaban estipulados ni se debían por mora, etc.
11.18. La acción del fiador contra el deudor principal, tendrá la misma naturaleza que
correspondía a la acción del acreedor por la misma obligación. Si el acreedor tenía ac-
ción ejecutiva, por ejemplo por tratarse de un préstamo a mutuo constante en escritura
pública, el fiador que pagó, podrá seguir la misma vía ejecutiva contra el deudor.
11.19. La subrogación del fiador que paga, se efectúa por el ministerio de la ley, sin
necesidad de una manifestación de voluntad del acreedor ni el cumplimiento de ninguna
formalidad, basta que conste el pago legítimo hecho por el fiador, para que pueda diri-
girse contra el deudor, de la misma manera que podría haberlo hecho el acreedor.
11.20. El deudor demandado por el fiador que ha pagado la deuda del primero, puede
oponer excepciones contra el reembolso, sea fundadas en sus relaciones con el fiador,
o en la ilegitimidad del pago realizado.
Pertenecerían al primer grupo las excepciones que deriven de contrato expreso por el
cual el fiador se obligó al pago sin derecho de reembolso, lo cual propiamente desvirtúa
la fianza o bien porque dependa de otra obligación del fiador hacia el deudor, que sea
compensable.
Se puede oponer al reembolso, en virtud de no ser legítimo el pago hecho por el fiador,
si el deudor demuestra que no tenía esa obligación hacia el acreedor, o que se extinguió,
o bien que el fiador no cumplió el deber de darle a conocer que había sido demandado o
que iba a pagar.
11.22. Además del capital pagado, con los intereses igualmente adeudados por el prin-
cipal obligado y los gastos proporcionados y demostrados, el fiador también puede
cobrar intereses sobre el total de la suma desembolsada hasta su recuperación; se
explica esta obligación porque el deudor está realmente en mora al no cumplir él la
obligación de modo que el fiador se ve en la necesidad de cubrir la deuda. Naturalmen-
te, esto no se aplica al caso del fiador que paga anticipadamente, o del que no cumple el
deber de notificar al deudor.
11.23. Si el fiador consigue una rebaja de la deuda o llega a una transacción con el
acreedor, por la cual paga menos de lo que representaba la obligación primitiva, no
podrá el fiador cobrar al deudor más de lo que realmente desembolsó: sería un enrique-
cimiento sin causa. Pero si el acreedor le cede al fiador, por transacción, la totalidad de
la deuda, permitiéndole que la cobre al deudor, aunque sea dicha cesión gratuita o por
un pago menor al de la deuda inicial, entonces el fiador habrá recibido una verdadera
donación, aunque encubierta, del acreedor, y podrá ejercitar su derecho por la totalidad;
propiamente no cobra al deudor por subrogación sino por cesión de los derechos del
acreedor.
El artículo 2276 dice: “El fiador a quien el acreedor ha condonado la deuda en todo o en
parte, no podrá repetir contra el deudor por la cantidad condonada, a menos que el
acreedor le haya cedido su acción”.
11.24. Las relaciones del fiador con varios deudores principales solidarios, plantean
dos situaciones diversas: si una persona se comprometió como fiador de todos ellos, o si
solamente afianzó a uno de los deudores. Las dos hipótesis están resueltas por el artículo
2274: “Si hubiere muchos deudores principales y solidarios, el que ha afianzado a todos
podrá demandar a cada uno de ellos el total de la deuda en los términos del artículo
2272. Pero el fiador particular de uno de ellos sólo contra él podrá repetir por el todo; y
no tendrá contra los otros sino las acciones que le correspondan como subrogado en las
del deudor a quien ha afianzado”.
11.25. El artículo 2277 señala los casos en los cuales el fiador no tendrá las acciones
que venimos explicando: “Las acciones concedidas por el artículo 2272 no tendrán lugar
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 587
en los casos siguientes: 1°, Cuando la obligación del principal deudor es puramente
natural, y no se ha validado por ratificación o por el transcurso del tiempo; 2°. Cuando
el fiador se obligó contra la voluntad del deudor principal; salvo en cuanto se haya ex-
tinguido la deuda, y sin perjuicio del derecho del fiador para repetir contra quien hubiere
lugar, según las reglas generales; y, 3°. Cuando, por no haber sido válido el pago del
fiador, no ha quedado extinguida la deuda”.
Cuando la obligación principal era puramente natural, no daba acción y por lo mismo
no puede pasar esa acción al fiador que paga. Por ejemplo una deuda de juego de azar
origina solamente obligación natural, y si interviene un tercero como fiador y cancela
esa obligación natural, no podrá repetir contra el deudor, como no podía tampoco de-
mandarle el acreedor. En cuanto el tercer supuesto, de no haber sido válido el pago, es
evidente que no da derecho al fiador a reembolsarse, porque no ha liberado al deudor
con su intervención ineficaz.
El segundo caso, no resulta claro pero entendemos así: la regla general es que el fiador
puede obligarse, aún contra la voluntad del deudor; si paga la deuda y libera al deu-
dor, puede cobrar el reembolso. Esto es lo que parece más equitativo, aunque el texto
legal resulta oscuro.
“Art. 2278.- El deudor que pagó sin avisar al fiador, será responsable para con éste, de
lo que, ignorando la extinción de la deuda, pagare de nuevo; pero tendrá acción contra el
acreedor, por el pago indebido”.
“Art. 2279.- Si el fiador pagó sin haberlo avisado al deudor, podrá éste oponerle todas
las excepciones de que el mismo deudor hubiere podido servirse contra el acreedor al
tiempo del pago.- Si el deudor, ignorando por la falta de aviso la extinción de la deuda,
la pagare de nuevo, no tendrá el fiador recurso alguno contra él, pero podrá intentar
contra el acreedor la acción del deudor, por el pago indebido.
12.1. Si hay varios fiadores de una misma deuda y uno de ellos la paga, hay que distin-
guir diversas situaciones: si los fiadores se comprometieron de modo simple, en man-
común, o bien de forma solidaria.
12.2. Quien con su pago ha extinguido la deuda, se subroga en los derechos del acree-
dor, no sólo contra el deudor principal, sino contra los otros cofiadores, si es que ha
pagado más de lo que le correspondía. Concretamente, si pagó más de la parte viril ( el
total de la deuda dividida para el número de fiadores), puede exigir a los demás el aporte
que les corresponde. Si sólo pagó su cuota, naturalmente no podrá reclamar nada a los
cofiadores.
588 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
La diferencia consiste en que entre los fiadores solidarios se aplicarán las reglas de la
solidaridad, mientras, que si solamente se obligaron de manera simple, se dividirá entre
ellos la obligación y no podrán reclamar sino la cuota excesivamente pagada.
12.3. Cuando uno de los fiadores cae en insolvencia, el fiador que ha desembolsado
más de su propia cuota, pierde la parte que le habría correspondido pagar al insolvente o
quebrado, si se trata de cofiadores en mancomún simples, pero si se trata de solidarios,
la parte del insolvente se divide entre todos, incluso el que pagó, de suerte que la pérdi-
da será menor.
12.4. Al aplicarse las reglas de la solidaridad, se aplican éstas en todos sus extremos,
así, los fiadores solidarios se representan recíprocamente y la interrupción de la pres-
cripción o la cosa juzgada que afecta a uno, vale respecto de los demás. El acreedor
solidario que persigue contra otro pero solamente por una parte, conserva el derecho de
dirigirse contra los demás para reembolsarse del exceso que hubiere pagado. El fiador
solidario puede oponer a los otros la excepción de compensación (lo cual no cabe entre
deudores solidarios). Hay que tener en cuenta que el aval es un fiador solidario.
12.5. Todas estas posibles acciones de un fiador contra los otros, se subordinan al hecho
de que el demandante haya realmente liberado la deuda, la haya extinguido, y valen si
no ha hecho pagos inconsiderados, ilegales o extemporáneos. Además el pagador debe
haber notificado a los codeudores que el acreedor le exige el pago o que va a realizar
voluntariamente el pago por considerarlo conveniente: solamente así, los cofiadores
podrán oponerse y eventualmente hacer valer sus excepciones; al negárseles este dere-
cho, el fiador pierde el suyo de reembolsarse parcialmente demandando a los demás
fiadores.
12.6. Sin hacer de modo explícito las distinciones que preceden, el artículo 2280 dice:
“El fiador que paga más de lo que proporcionalmente le corresponde, es subrogado, por
el exceso, en los derechos del acreedor contra los cofiadores”. Pero, como queda dicho,
ese “exceso”, es diferente según se trata de cofiadores simples o solidarios, y además,
hay que tener en cuenta las obligaciones de avisar a los compañeros de fianza.
12.7. Los cofiadores demandados por el que ha pagado en exceso, pueden defenderse,
oponiendo varias excepciones: unas relativas a la falta de aviso o a la inconveniencia
del pago realizado; otras sobre el carácter no liberador del pago hecho; finalmente, sobre
su condición de cofiadores, sea mancomunados o solidarios, con la consecuencia ya
indicada de variar el monto de la responsabilidad, sobre todo si alguno cae en insolven-
cia. Entre las excepciones, cabe la de compensación: si el reclamante a su vez tiene una
deuda exigible hacia otro fiador.
El Código señala, más bien, cuáles son las excepciones que no pueden presentar los
cofiadores: “no podrán oponer al que ha pagado, las excepciones puramente personales
del deudor principal” (por ejemplo la incapacidad de que adolecía al momento de con-
traer la deuda). “Tampoco podrán oponer al cofiador que ha pagado, las excepciones
puramente personales que correspondían a éste contra el acreedor, y de que no quiso
valerse” (artículo 2281), como sería el caso de haber existido una promesa de condonar
o no cobrar al fiador, promesa no cumplida por el acreedor y no alegada por el fiador
que pagó.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 589
12.8. La situación del subfiador es muy diversa que la anteriormente considerada. “El
subfiador, en caso de insolvencia del fiador por quien se obligó, es responsable de las
obligaciones de éste para con los otros fiadores”.
El subfiador tiene dos veces el beneficio de excusión: señalará los bienes del deudor
principal y si no sirven o no bastan, los bienes del fiador al que garantiza. En cambio,
solamente tiene el beneficio de división respecto de otros subfiadores del mismo fiador,
pero no respecto de los otros fiadores principales. En caso de pagar, se subroga, ocu-
pando el mismo lugar jurídico que habría ocupado el fiador principal.
13.1. La fianza termina, sea por causas que atañen directamente a ella misma, o bien
por motivo de extinguirse la obligación principal que garantiza, ya que siendo una
relación accesoria sigue el destino de la principal.
13.2. Sin embargo, es evidente que, cuando la deuda principal se extingue por pago
verificado por el fiador y éste se subroga al acreedor, no se extingue el derecho del
fiador sino que precisamente entonces nace su derecho de exigir el reembolso al deudor
(y eventualmente a otros cofiadores).
13.4. La obligación principal termina por cualquiera de los modos de extinguirse las
obligaciones, que corresponda a la respectiva situación. En las que consiste en dar una
cosa o pagar un dinero, normalmente se extingue la obligación por la solución. El pago
puede ser total o parcial, y en esta segunda suposición, la fianza no se extingue sino que
se limita a la cantidad todavía debida.
13.5. Cuando la fianza no aseguraba la totalidad del crédito sino solamente hasta cierta
cantidad, y el deudor o un tercero hacen un pago parcial, éste se ha de imputar prime-
ramente a la parte no afianzada, es decir que se conserva la plenitud de esta garantía, y
solamente después, se imputará a la parte afianzada y en el monto en que quepa; si
totalmente se extingue la deuda, totalmente se extingue la fianza y si todavía queda un
saldo a pagar, permanece afianzado en esta parte.
13.6. El pago realizado mediante la entrega de una cosa distinta de la debida y que ha
aceptado el acreedor, por ejemplo un vehículo, extingue la deuda y la fianza termina
definitivamente, aunque con posterioridad se produzca la evicción de la cosa entregada,
así lo dispone expresamente el artículo 2284.
sucede cuando se rebaja el alquiler de una casa y el fiador quedará con esto menos ex-
puesto a pagar, o si el vendedor permite pagos parciales.
No puede imponer el acreedor que continúe la fianza al aceptar una novación, es necesa-
rio que el fiador consienta: en realidad será una nueva obligación accesoria libremente
asumida para garantizar una nueva obligación principal. La simple prórroga del plazo,
no extingue la fianza, sino que permanecerá durante todo el tiempo estipulado inicial-
mente: lo que no cabe es que se agrave la situación del fiador prolongando el lapso de su
responsabilidad.
13.9. En cuanto a las obligaciones de no hacer, quedará descargado el fiador una vez
que haya transcurrido el plazo o se haya cumplido la condición dentro de los cuales se
debía abstener el deudor sin que haya transgredido la prohibición. El incumplimiento –o
sea la ejecución de lo que se obligó a no hacer-, se traduce en la obligación de pagar una
indemnización, y esto será de lo que responda el fiador, como deudor subsidiario. Tam-
bién se cumple esta obligación y desaparece la fianza, cuando la acción prohibida se ha
hecho absolutamente imposible, como sucede generalmente en los casos de muerte sin
que sea ejecutable la acción por otra persona distinta del que murió.
13.12. Si se confunden las situaciones del deudor y el fiador, termina la fianza, pero
no la obligación frente al acreedor. Por ejemplo, el fiador ha heredado al deudor y como
heredero asume la deuda principal: no puede ser fiador de sí mismo, pero tiene que
pagar al acreedor ya no en calidad de obligado subsidiario sino de deudor principal. El
artículo 1682 dice: “Cuando concurren en una misma persona las calidades de acreedor
y deudor, se verifica de derecho una confusión que extingue la deuda y surte los mismos
efectos que el pago”. Y el artículo 1681: “La confusión que extingue la obligación prin-
cipal extingue la fianza; pero la confusión que extingue la fianza no extingue la obliga-
ción principal”. Esto deriva precisamente del carácter accesorio de la fianza; por ejem-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 591
plo, el acreedor transmite sus derechos al fiador, por acto entre vivos o por sucesión
hereditaria: el fiador no puede garantizarse a sí mismo ni exigir el pago al deudor en
doble calidad, sino simplemente como acreedor principal.
Si se confunden las obligaciones del deudor y el fiador, se extingue la fianza, pero si hay
un subfiador, continúa y ocupa el lugar del principal garante al cual reemplaza, según
dispone el artículo 2285. Subsiste parcialmente la fianza cuando existen varios fiadores
y la confusión de derechos solamente libera a uno de ellos. También quedan subsisten-
tes las otras cauciones y especialmente hipotecas que hubiere dado un fiador.
13.16. Producida reclamación judicial del acreedor contra el deudor y habiéndose llega-
do a sentencia, se plantea si ésta tendrá valor de cosa juzgada contra el fiador. Hay que
distinguir varias situaciones: si el fiador fue citado o notificado después de la citación al
demandado o intervino como tercero interesado, indudablemente la sentencia tendrá la
misma fuerza contra él que contra el deudor principal. Si fue citado o notificado, pero
no intervino en el juicio por su culpa, igualmente tendrá que estar a lo juzgado. Pero si
justifica que no recibió ni citación ni notificación, o que, habiéndolas recibido le fue
imposible intervenir en el juicio, no se le podría negar el derecho de defensa y de oponer
posteriormente excepciones que le liberen de la responsabilidad.
La prórroga del plazo otorgada por el acreedor al deudor, sin contar con el consenti-
miento del fiador, no extingue la obligación, pero la fianza no se extenderá más allá del
tiempo primitivamente fijado. No se considera prórroga, la tácita, debida al hecho de no
demandar a tiempo el cumplimiento de la obligación, esta es una mera tolerancia, y el
fiador podría liberarse exigiendo que se haga efectiva la responsabilidad del deudor a su
debido tiempo.
3.19. “El relevo de la fianza, en todo o en parte, concedido por el acreedor al fiador”
(artículo 2283 numeral 1), equivale a una condonación. Hemos expuesto los casos en
los que el fiador tiene derecho a pedir este relevo y la dificultad que se produce, ya que
el deudor deberá presentar otro fiador o dar otra caución; además, no siendo parte de la
fianza el deudor principal, el fiador no tendrá medios eficaces para exigirle el relevo.
3.20. En segundo lugar: cuando “el acreedor, por hecho o culpa suya, ha perdido las
acciones en que el fiador tenía el derecho de subrogarse” (artículo 2283 numeral 2). Por
ejemplo, el acreedor ha dejado pasar el tiempo de la prescripción extintiva de una acción
ejecutiva, sin interrumpirla: el fiador no podría reembolsarse si pagara, porque ya no
sería posible la subrogación en una acción extinguida. Igualmente, si había una hipoteca
que garantizaba suficientemente la deuda y el acreedor o no la inscribe o, una vez inscri-
ta la levanta, dejando desguarnecido al fiador.
Casi no es necesario decir que la fianza no se extingue por muerte del fiador, sino que se
transmite esta obligación a sus sucesores.
CAPÍTULO XXI
LA PRENDA
1. Descripción y definición
1.1. Quien contrae una obligación debe cumplirla, pero no siempre lo hace, sea porque
no le resulta posible, sea por resistencia de su voluntad, más o menos de mala fe. Cuan-
do esto sucede, la obligación normalmente se transforma en un pago en dinero, volun-
tario u obligado. El acreedor, por tanto, exigirá el cumplimiento material de la obliga-
ción, o a falta de éste, el pago de una cantidad que le compense.
De lo dicho se deriva que el acreedor buscará asegurarse que la obligación será cumpli-
da o al menos que percibirá una cantidad de dinero que le deje indemne. El deudor a su
vez, para lograr que se le haga confianza, procurará garantizar la realización de lo pro-
metido y esto puede verificarse de diversas maneras. La fianza, por la cual un tercero
garantiza la obligación o garantías reales, que consisten en destinar ciertas cosas para
asegurar con su precio el cumplimiento de las obligaciones. Actualmente estas garantías
reales, en nuestro derecho, son la prenda, la hipoteca y la anticresis.
1.2. Históricamente parece que la primera forma de garantía real consistió, en el Dere-
cho Romano, en la transferencia de la propiedad de una cosa, que hacía el deudor al
acreedor con lo cual, en caso de incumplimiento, el acreedor se quedaba con esa cosa a
cambio de lo prometido y no cumplido. Tal sistema aseguraba al máximo al acreedor,
pero dejaba al deudor muy poco protegido e incluso se prestaba a notables abusos, por
ejemplo, el cobro de intereses usurarios.
usa esta terminología de “mera tenencia”, sino de “posesión útil”, “posesión precaria” y
otras.
Otros elementos que precisan el actual contenido de la prenda, consisten en que puede
quedar en manos de un tercero y que, además de ser una garantía, es un derecho real.
1.4. Finalmente, en los años más recientes, han surgido varios tipos de prendas
especiales, en las que se altera profundamente la institución, puesto que no se requiere
la entrega de la cosa al acreedor, sino que permanece en poder del deudor, quien se
constituye en una especie de depositario de su propio objeto. Estas prendas especiales
han surgido en el ámbito del Derecho Mercantil, y en el Ecuador son: la prenda común
mercantil, la prenda especial de comercio, la prenda industrial y agrícola.
1.5. La definición del Código Civil se contiene en el artículo 2286: “Por el contrato de
empeño o prenda se entrega una cosa mueble a un acreedor, para seguridad de su crédi-
to.- La cosa entregada se llama prenda.- El acreedor que la tiene se llama acreedor pren-
dario”.
La palabra “prenda” designa tanto el contrato, como el derecho real que de él surge, y el
objeto de uno y otro, la cosa prendada.
El acreedor “tiene” la prenda, aunque en algún otro artículo se emplea la voz “posee” o
poseer, que, es menos exacta, ya que se trata de una mera tenencia.
Hedemann señala que la figura del pignus, de la que deriva la prenda, ha sido aplicada
en ocasiones aún en el ámbito del Derecho Público y en el Internacional; recuerda a este
propósito la historia de ciudades y países enteros retenidos, en época reciente, como
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 595
2.2. Orienta para la mejor comprensión de esta materia, la visión de conjunto de las
normas del Código Civil sobre la prenda; éstas son las de los siguientes artículos:
2.4. En primer lugar, hay que destacar que la prenda es un contrato. Por su naturaleza,
esta relación jurídica consiste en un acuerdo de voluntades del cual dimanan obligacio-
nes. Se han de aplicar, por tanto, las normas generales de los contratos en cuanto no
existan reglas especiales que prevalezcan.
El hecho de que ciertas personas estén obligadas a dar caución y que ésta pueda consis-
tir en prenda, no desvirtúa la naturaleza contractual. Tal es la situación de los tutores y
curadores, aunque no se les admite prenda común sino solamente la especial.
2.5. El contrato de prenda es de los que se perfeccionan con la entrega de una cosa, por
lo cual pertenece a la categoría de los contratos reales.
596 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Expresamente dice el artículo 2288: “Este contrato no se perfecciona sino con la entre-
ga de la prenda al acreedor”.
Nada tiene que ver esta característica de ser contrato real, con el hecho de que la prenda
sea también un derecho real; esta es otra y muy diversa característica.
2.6. La prenda es una garantía, una caución del cumplimiento de una obligación prin-
cipal, como consta en el artículo 31 del Código. Por esto mismo, la prenda tiene carácter
accesorio, lo cual influye decisivamente en los modos de extinguirse y en las posibles
modificaciones.
2.8. La forma mediante la cual la prenda obra como garantía consiste en la posibilidad
de que la cosa sea vendida para cubrir con su precio el monto de la obligación principal
(con sus intereses, costas y eventuales indemnizaciones). Se trata, por consiguiente de
una liquidación que permite compensar al acreedor por su crédito no satisfecho.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 597
2.9. “La prenda podrá otorgarse bajo cualquiera condición y desde o hasta cierto día”,
es decir, con plazo inicial o final (artículo 2287). Se deja un amplio campo para la
convención entre las partes, quienes pueden así modificar el derecho como mejor les
convenga. Únicamente no cabe que la obligación accesoria soporte una carga económi-
ca mayor que la principal, precisamente por su carácter de accesoria; pero bien puede
comprender la obligación principal y sus anexos, como son los gastos del mismo cobro,
intereses y eventuales indemnizaciones por perjuicios ocasionados por el incumplimien-
to del deudor.
2.10. Dentro de esta libertad de contratación, se admite que la prenda garantice toda
clase de obligaciones: primeramente las de naturaleza civil, pero también las puramente
naturales. Si una obligación civil se extingue por prescripción, suele perdurar una sim-
plemente natural y la anexa prenda llevará también este carácter. En cambio, si la pren-
da se constituye cuando ya ha surgido la obligación puramente natural, al establecerse la
prenda con conocimiento de esta circunstancia por parte de deudor y acreedor, la garan-
tía tendrá carácter civil y no puramente natural.
Son mercantiles las que garantizan obligaciones de esa índole, pero nada impide que
una prenda mercantil caucione una obligación civil. En cuanto a las prendas especiales
de comercio, industria o agricultura, tienen una finalidad más específica que circunscri-
be su eficacia a la garantía de operaciones de la respectiva categoría.
Somarriva considera que la prenda es onerosa, aunque sostiene que esta calificación es
meramente doctrinaria, porque no asume más importancia que la de indicar la clase de
culpa por la que responde el deudor y para la procedencia de la acción Pauliana; y am-
bos puntos han sido resueltos directamente por el Código estableciendo que la respon-
sabilidad se extiende hasta la culpa leve y concede la acción Pauliana, exigiendo para
que proceda, la mala fe de ambas partes.
El derecho real de prenda consiste en la facultad que tiene el acreedor de tener la cosa
bajo su poder, de perseguirla en manos de cualquier tercero que pudiera llegar a apode-
rarse (incluso el mismo dueño y deudor prendario), y de realizar el valor de la prenda
para pagarse con éste su crédito garantizado.
Como todo derecho real, se puede hacer valer ante cualquier persona -“erga omnes”- e
implica una cierta relación con el objeto del derecho, independientemente de la relación
con una determinada persona. En el caso de la prenda –y veremos que también en la
hipoteca y en la anticresis-, las facultades del titular no son tan amplias como las del
propietario (no tiene ni el uso, goce ni disposición directa e inmediata de la cosa), pero
el acreedor podrá retener la cosa, defenderla ( ius persequendi ), y, en caso de incum-
plimiento de la obligación del deudor, tiene la facultad de hacerla vender para pagarse
con su precio. Estas tres facultades se ejercitan directamente sobre la cosa y no depen-
den de una especial relación con otro sujeto, sino que valen y son eficaces frente a
cualquier tercero.
Algunos autores han pretendido dar explicaciones más sencillas o unitarias del carácter
de derecho real de la prenda, pero tales simplificaciones no convencen porque descui-
dan alguno de los tres elementos antes mencionados que completan el sentido del dere-
cho real de prenda. Además, la prenda confiere una preferencia, y tal prelación del
crédito prendario se ejecuta respecto de cualquier persona, como es propio del modo de
actuar de los derechos reales.
El artículo 595 define los derechos reales y los enumera; entre ellos, figuran la prenda y
la hipoteca. Advierte, además, que de los derechos reales nacen acciones reales.
En otros artículos se hace referencia a la prenda como un derecho real, por ejemplo en el
2392, a propósito de la prelación de créditos.
A su vez el artículo 1588 dice: “Puede pagar por el deudor cualquiera persona a nombre
del deudor; aun sin su conocimiento, o contra su voluntad, y aun a pesar del acreedor”.
Pero, evidentemente, no podrá retirar la prenda quien no tenga mandato o autorización
de quien la constituyó.
Hecha la cesión de bienes los acreedores pueden dejar al deudor la administración de los
bienes o hacer los convenios que resuelvan por mayoría, “pero los acreedores privile-
giados, prendarios o hipotecarios, no serán perjudicados por el acuerdo de la mayoría,
si se hubieren abstenido de votar” (artículo 1638). Por el contrario, si se colocan ellos
mismos en posición de igualdad con los demás coacreedores y participan de la votación,
equivale a una renuncia de su privilegio y tendrán que atenerse a lo resuelto por la ma-
yoría.
3. Analogías
3.1. Presentan notable similitud con la prenda que se establece por contrato, varias si-
tuaciones jurídicas en las que una persona retiene, autorizado por la ley, una cosa ajena
para seguridad de un crédito. Así sucede cuando se ha contratado la ejecución de una
cosa mueble, que el artesano retiene hasta que se le pague, o en la retención de los equi-
pajes del huésped de un hotel, etc. En todas estas circunstancias hay en común con la
prenda el derecho de retención, pero no existe un derecho real de persecución de la
cosa ni el ius distraendi, para pagarse con el precio de la cosa vendida; en una palabra,
no son prendas, sino derechos personales análogos a ella.
3.2. Tratando de la compraventa, el artículo 1742 explica lo que son las arras y sus
efectos: “Si se vende con arras, esto es, dando una cosa en prenda de la celebración o
ejecución del contrato, se entiende que cada uno de los contratantes podrá retirarse; el
que ha dado las arras, perdiéndolas; y el que las ha recibido, restituyéndolas dobladas”.
Aquí nos hallamos ante una relación compleja en la que se distingue una verdadera
prenda por parte de quien entrega las arras en garantía, pero con una obligación recípro-
ca de la otra parte, quien no constituye derecho real, sino solamente promete “devolver
dobladas” las cosas recibidas en prenda.
3.4. Las prendas especiales mercantil, de industria o agricultura, reguladas por el Códi-
go de Comercio, significan una evolución de la prenda civil, porque se prescinde de la
obligatoria entrega de la cosa al acreedor; son prendas “sin desplazamiento” de la cosa,
la cual permanece en manos del deudor o bien se entrega a un tercero. Estos contratos
especiales tienen ciertas peculiaridades entre las que hay que destacar: 1. Son contratos
solemnes, que necesariamente se han de realizar por escrito, y a veces, por instrumento
público; 2. Normalmente se exige una inscripción en registros públicos; 3. Los docu-
mentos que certifican estas prendas especiales suelen ser negociables, por endoso o por
cesión regular; 4. Se permite expresamente la constitución de más de una prenda sobre
las mismas mercancías.
3.5. Entre las prendas especiales, han adquirido mayor difusión los “warrants”, que
permiten al acreedor ejercitar el derecho de retención sobre el vale del depósito hecho
por el deudor en Almacenes Generales. La ley permite al tenedor del vale inspeccionar
y tomar medidas conservativas y responsabiliza a los Almacenes Generales hasta por la
culpa levísima, incluso de los empleados del mismo.
3.6. La hipoteca y la anticresis son prendas sobre inmuebles, con características bastante
diversas de la prenda que solamente se aplica muebles.
Conviene mencionar que el último artículo del Título de la Anticresis, dice así: “En
cuanto a la anticresis judicial o prenda pretoria, se estará a lo prevenido en la ley”.
Toda institución jurídica se somete a las leyes y no es preciso decirlo, salvo que por
comodidad se quiera señalar la precisa disposición que la regula; en este caso no se
indica cuál sea tal ley, y por simple lógica se deduce que ha de ser el Código de Proce-
dimiento Civil; ahora bien, en este cuerpo legal no existe ninguna sección o capítulo
dedicado a la prenda pretoria, y solamente se pueden encontrar referencias a ella, dis-
persas a lo largo de su texto.
4. Clases de Prenda
4.1. Dejamos de lado las prendas especiales, reguladas por el Código de Comercio. El
artículo 582 de este código se remite al Código Civil en cuanto no esté especialmente
regulado por el de Comercio.
La prenda común de comercio se distingue de la civil, según las normas generales rela-
tivas a los actos de comercio, mientras que para la prenda especial de comercio se orde-
na que “sólo podrá establecerse a favor de un comerciante matriculado y sobre los artí-
culos que vende para ser pagados mediante concesión de crédito al comprador”; en los
demás casos estaremos ante una prenda civil. La prenda agrícola o industrial se distin-
gue fácilmente por las exigencias de forma (Art. 581), los objetos precisos a que se
refiere (artículos 559 y 560) y el registro (artículos 562 y 563).
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 601
4.2. Concretándonos a la prenda civil, varios autores señalan tres clases: contractual,
legal y judicial.
4.3. Nuestro Código Civil se concentra en la prenda contractual y solamente hace una
referencia indirecta a las otras dos. Dice el artículo 2294: “No se podrá tomar al deudor
cosa alguna contra su voluntad, para que sirva de prenda, sino por el ministerio de la
justicia”.- No se podrá retener una cosa del deudor en seguridad de la deuda, sin su
consentimiento; excepto en los casos que las leyes expresamente designan”.
Se hace referencia al embargo judicial, por el cual el juez ordena tomar bienes del deu-
dor que se entregan a un depositario judicial para proceder a su venta en pública subasta
o remate. He aquí la prenda judicial.
La prenda legal, está insinuada en el segundo inciso. Caso de esta prenda establecida,
no por pacto expreso de las partes, sino por mandato de la ley, se encuentra en este
mismo Título, en el artículo 2303, que estudiaremos más adelante.
No se trata de una prenda legal, la permitida a los guardadores, en lugar de prestar fian-
za; ésta es una prenda especial voluntaria, de índole contractual, aunque intervenga el
juez para aprobarla. Los tutores y curadores deben otorgar fianza antes del discerni-
miento de la guarda, y conforme al artículo 401, pueden dar hipoteca, prenda comercial,
agrícola o industrial, u otra caución suficiente, aceptada por el juez. No cabe la simple
prenda, porque sería el pupilo quien debería tenerla y él es incapaz; las prendas especia-
les quedan en manos del que las constituye. Esta posibilidad de constituir prenda espe-
cial, se corrobora en el artículo 536.
4.4. No parece que sean diversas clases de prendas las que se contratan bajo condición o
con un plazo inicial o terminal, como autoriza el artículo 2287. Éstas son simples
modalidades admitidas en el contrato normal de prenda civil.
5.1. Resulta evidente que, por tratarse de un contrato accesorio, las partes del contrato
principal son las que necesariamente han de intervenir en el secundario: el deudor y el
acreedor. El artículo 2294 pone a resguardo al deudor al prohibir terminantemente que
se prescinda de su voluntad o que se retenga contra su querer una prenda.
5.2. Pero, además de las dos indicadas personas, un tercero interviene cuando la cosa
prendada pertenece a éste. Tal posibilidad está prevista en el artículo 2290: “La prenda
puede constituirse no sólo por el deudor sino por un tercero cualquiera, que hace este
servicio al deudor”. En estos supuestos, el tercero o los terceros intervienen de manera
parecida a cómo puede hacerse en el caso de la fianza, con la diferencia de que los terce-
ros no comprometen su patrimonio sino exclusivamente la cosa dada en prenda o su
valor.
5.3. Nada impide que la prenda garantice obligaciones de un deudor plural o de varios
deudores: de una sociedad, comunidad o grupo de personas.
602 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.4. En cambio, la cuestión de si una misma prenda puede garantizar a favor de varios
acreedores es más difícil. Como la prenda se entrega y solamente entonces se perfec-
ciona, esa tenencia debe corresponder necesariamente a uno sólo, de aquí que la prenda
civil no se conciba con pluralidad de acreedores.
5.5. En cuanto a la capacidad del deudor o del tercero que entrega la prenda, se rige por
las reglas generales: en la prenda civil, como únicamente se da la tenencia al acreedor,
no hay enajenación, y basta con la capacidad de obligarse; tratándose de las prendas
especiales, en las cuales sí se transfiere la propiedad o la posesión (reteniendo el deudor
la mera tenencia), se requiere capacidad de enajenar.
5.6. Distinta cuestión plantea la facultad de enajenar, que se precisa en el que empeña.
El artículo 2289 dice: “No se puede empeñar una cosa, sino por persona que tenga
facultad de empeñarla”, esto supone o bien ser propietario del objeto, o tener otro
derecho que permita darlo en prenda (como el de usufructo) o, finalmente, tener poder,
encargo o facultad de disponer de los bienes de otro por contrato o por disposición de la
ley. En esta última situación se hallan los mandatarios, los comisionados, los gerentes o
administradores con facultades para esto.
5.7. Como indica Planiol, la carencia de facultad para empeñar no origina nulidad del
contrato si el acreedor ha entrado en posesión (mejor dicho, tenencia) de buena fe. El
defecto de capacidad o de facultad de disponer, permite demandar la declaración de la
nulidad relativa y después reclamar la devolución de la cosa.
5.9. No entra en las facultades administrativas ordinarias del socio, el empeñar o hipote-
car los bienes de la compañía, salvo urgente necesidad; en los demás momentos deberá
consultar con sus consocios y tener su aprobación (artículo 1982).
5.10. Los guardadores administran los bienes de sus pupilos con ciertas restricciones,
entre las que está la prevista en el artículo 418, según el cual requieren de autorización
judicial para “empeñar los muebles preciosos”, esto es, los de gran valor y el juez no
autorizará sino por causa de necesidad o utilidad manifiestas.
5.11. El representante del ausente, es legítimo administrador de sus bienes y tiene las
mismas obligaciones facultades y obligaciones que los curadores; dentro de esas facul-
tades no está la de dar los bienes del ausente en prenda, pues entraña un acto de dominio
y no de mera administración. La misma consideración debe hacerse respecto de los
herederos que entren en posesión provisional de los bienes del ausente, una vez hecha la
declaración de ausencia. Con la posesión definitiva sí podrán dar en prenda; pero si el
ausente se presentare o se probare su existencia, recobrará sus bienes en el estado en que
se hallen.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 603
6. Objeto en prenda
6.1. En la definición de la prenda, se indica el objeto que sirve para este contrato: una
cosa mueble, sin restricción alguna. Naturalmente ha de reunir los requisitos generales
del derecho, para ser objeto de un contrato, principalmente el ser “objeto lícito”, con-
forme al artículo 1478.
El bien dado en prenda debe estar en el comercio; no habría objeto lícito en la entrega
de una cosa embargada, o si se ha hecho cesión de bienes y aún antes de la cesión, si se
ha constituido la prenda de mala fe, esto es, sabiendo ambas partes el mal estado de los
negocios del deudor (artículo 2370, numeral 1).
6.2. Como la prenda se constituye mediante su entrega, el objeto ha de poder ser en-
tregado, y esto no sería posible respecto de un mueble secuestrado o embargado.
6.4. Las cosas que no existen pero que se espera que lleguen a ser, no sirven propiamen-
te para el contrato de prenda, por la imposibilidad de entregarlas, solamente cabría una
promesa de prenda.
Esta tercera hipótesis, de la entrega de cosa ajena sin la anuencia del dueño, todavía
permite la existencia y validez del contrato, si ha habido buena fe y subsiste mientras no
la reclame el dueño. Si la cosa ha sido perdida, robada o hurtada, la ley se remite a la
regla dada para el comodatario de cosas que estén en tales circunstancias: No puede
retenerlas, sino excepcionalmente, hasta recibir la indemnización por costas o por daños
ocasionados.
Estas reglas se formulan en el artículo 2292: “Si la prenda no pertenece al que la consti-
tuye, sino a un tercero que no ha consentido en el empeño, subsiste sin embargo el con-
trato, mientras no la reclama su dueño; a menos que el acreedor sepa haber sido hurtada,
o tomada por fuerza, o perdida, en cuyo caso se aplicará a la prenda lo prevenido en el
artículo 2085”. No puede el acreedor negarse a entregar la cosa robada pretextando que
no se le ha cancelado su crédito, pero sí puede retenerla hasta que se le paguen las costas
o la indemnización por los daños producidos por la tenencia de la cosa robada.
604 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
6.6. En los casos en que el acreedor tiene que devolver la prenda o entregarla a un terce-
ro, por haber demostrado ser el propietario sin cuyo consentimiento se constituyó la
prenda, el acreedor podrá exigir que se le reemplace la caución, sea con otra prenda
satisfactoria o con otra garantía, como la fianza o la hipoteca. Así lo establece el artículo
2393.
Corrobora la regla de que quien entrega la prenda debe ser dueño de ella, o tener la
autorización del dueño, lo dispuesto en el artículo 1633. El deudor que empeña bienes
ajenos como si fueran suyos, no actúa de buena fe y no le protege la ley, por lo cual el
referido artículo excluye de la cesión de bienes el caso del deudor que ha procedido en
esa forma ilegítima.
6.7. Valencia Zea indica de manera sintética las varias clases de objetos que sirven de
prenda: sólo serán cosas muebles, presentes (las futuras únicamente se prometen dar en
prenda); simples o compuestas, singulares o universales. El propietario puede constituir
prenda sobre una cuota o parte de una cosa mueble que posea (pero el acreedor ha de
recibir la cosa misma).
6.8. Especial referencia hace nuestro Código a la prenda de un crédito, es decir, de una
cosa inmaterial. Ésta se verifica entregando el título que representa ese derecho personal
(crédito), y, además, notificando al deudor que no debe pagar a distinta persona del
tenedor de dicho documento. Así lo ordena el artículo 2291: “Se puede dar en prenda
un crédito entregando el título; pero será necesario que el acreedor notifique al deudor el
crédito consignado en el título, prohibiéndole que lo pague a otra persona”.
6.9. Nada dice la ley sobre la prenda de otros objetos inmateriales tales como los dere-
chos de autor, y habría que concluir, por analogía con el artículo que acabamos de trans-
cribir, que, si consta en un documento podría entregarse en garantía, con la notificación
correspondiente. Desde luego, solamente se aplicaría esto al derecho económico y no al
derecho de autoría, que es intransferible.
6.11. En el plano civil se limita la posibilidad de dar en prenda ciertos objetos de espe-
cial valor más bien por consideración al sujeto, para proteger a los incapaces. Así, el
artículo 418 dispone que los muebles preciosos o con especial valor de afección que
pertenezcan a un pupilo, no pueden darse en prenda por parte de sus tutores o curadores
sino con autorización judicial si existe causa de utilidad o necesidad manifiesta. Esta
norma sanciona como ilícitos los actos realizados sin esa autorización del juez, por lo
que concluimos que no son nulos sino anulables, por falta de un requisito exigido en
consideración del estado o capacidad de las personas; en tal sentido existe jurispruden-
cia.
6.12. No todos los derechos se pueden dar en prenda. Entre los derechos reales, no ad-
miten este gravamen en garantía, ni el usufructo del padre o madre de familia, ni el del
administrador de la sociedad conyugal; tampoco cabe dar en prenda un derecho de
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 605
6.13. Cuestión distinta de la analizada hasta aquí, es la del objeto que la prenda puede
garantizar. La prenda puede asegurar el cumplimiento de obligaciones civiles y aún de
las simplemente naturales. Pero respecto de éstas, parece que solamente sería posible
tratándose de obligaciones de otra persona, ya que no resulta congruente que el deudor
de esta clase al dar una prenda contraiga una obligación civil provista de la correspon-
diente acción, mientras que la obligación principal (puramente natural), carece de ac-
ción. Al dar la prenda como garantía de una obligación natural propia, más bien parece
que ésta se transforma en civil por el reconocimiento o ratificación por parte del deudor;
si subsistiera la obligación solamente como natural, por haber prescrito la acción para
exigirla, el dar una prenda en seguridad del cumplimiento, es un reconocimiento del
derecho ajeno que interrumpiría la prescripción.
7.1. Queda expresado que la prenda es contrato real y, por tanto, se perfecciona median-
te la entrega de la cosa, llamada también prenda.
Con un poco de inexactitud el artículo 2288 dice: “Este contrato no se perfecciona sino
por la entrega de la prenda al acreedor”. Lo que se entrega es el objeto o cosa que se
constituye en prenda, pero no siempre la recibe el acreedor, sino que puede también
quedar en manos de un tercero.
Queda muy claro en el artículo 740 que la prenda solamente transfiere la tenencia de la
cosa, conservando el posesor su posesión. La prenda no es título traslativo del dominio,
ni siquiera de la posesión. También el artículo 729, que define la mera tenencia como la
que “se ejerce sobre la cosa, no como dueño, sino en lugar y a nombre del dueño”, enu-
mera, entre otros casos, el del “acreedor prendario”, quien es “tenedor de la cosa empe-
ñada”.
La tenencia de una cosa pasa a los sucesores del tenedor, por esto los herederos de una
persona que tenía en su poder una prenda, pueden exigir que se les entregue dicha cosa,
y en la acción de petición de herencia se comprenden no sólo las cosas de que era pro-
pietario el causante, sino también las que poseía o simplemente tenía, como es el caso
de la prenda. Así se dispone en el artículo 1287.
7.3. La entrega se realiza generalmente por una peculiar tradición, específica de este
contrato, precisamente por lo que se acaba de exponer: porque se trata de una tradición
606 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
7.4. La intención de quien entrega y la de quien recibe, asumen gran importancia, pues
no basta la materialidad de que una cosa pase de unas manos a otras. El artículo 2294
advierte que “No se podrá tomar al deudor cosa alguna contra su voluntad” ni tampoco
“retener una cosa del deudor en seguridad de la deuda”. Se requiere, pues, la voluntad
de entregar y ha de ser una voluntad libre. También se exige que quien la recibe, lo haga
en calidad de tenedor de la prenda, sea el acreedor o un tercero y, en este segundo caso,
han de estar conformes deudor y acreedor en confiar la prenda a ese tercero.
7.5. Tiene igualmente suma importancia que conste cuál es la deuda garantizada, es
decir, a qué obligación accede la prenda. Muchas veces será preciso que esto conste en
un documento.
7.6. La frecuencia con la que se deja constancia escrita de la prenda plantea la cuestión
de si este documento integra la forma o solemnidad del contrato. Se discute sobre el
valor de la constancia escrita: algunos la consideran necesaria para la constitución, ya
que sin ella no se podría saber muchas veces, cuál es la obligación principal respecto de
la cual la prenda es accesoria; otros piensan que el documento no es una formalidad
constitutiva pero sí resulta necesario para la prueba en todos aquellos casos en que el
derecho exige un principio de prueba por escrito. Considero más probable esta segunda
hipótesis, ya que la ley es demasiado categórica al afirmar el carácter real de la prenda:
se perfecciona por la entrega.
7.7. Para la prenda de créditos, está prevista una forma especial de entrega: la del título,
juntamente con la notificación al deudor para que no pague a persona distinta del tene-
dor de ese documento (artículo 2291). Y por analogía, hay que pensar que la entrega de
otros derechos inmateriales, como los de autor se ha de verificar de modo parecido,
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 607
entregando el respectivo título; mientras que en los derechos personales que no consten
en un título, se requeriría la cesión del derecho con la consiguiente notificación.
7.8. En el plano civil es peculiar el derecho de herencia, que también podría darse en
prenda, pero la entrega tendría que ser de acuerdo con la naturaleza de este bien inmate-
rial: está prevista la inscripción en el Registro de la Propiedad, y allí debería constar la
entrega en prenda.
7.9. Para las prendas especiales, propias del ámbito comercial, existen normas específi-
cas, que consisten en la entrega de los títulos, contratos o recibos, los cuales son gene-
ralmente negociables. En estas prendas especiales se suele exigir, además, el registro en
una entidad pública, como el Registro Mercantil, o en el Banco Nacional de Fomento,
etc. Algunos de estos documentos se transfieren mediante endoso, como sucede con el
aval de una letra de cambio, o los “warrants”, certificados de mercancías normalmente
importadas.
8.1. La garantía del crédito mediante la prenda, origina los derechos del acreedor, que
consisten en: 1. Retener la prenda en su poder; 2. Ejecutar o liquidar la prenda, hacién-
dola vender o adjudicar; 3. Recibir el pago que le indemnice de la obligación no cum-
plida y de las costas y otros perjuicios.
Más analíticamente, Treviño enumera once derechos del acreedor prendario: l. Prefe-
rencia de su crédito; 2. Persecución de la cosa prendada; 3. Ser indemnizado por los
gastos de conservación, a no ser que, por convenio de las partes pueda usarla; 4. Exigir
otra prenda o dar por vencido el plazo de la obligación garantizada, si se pierde la cosa
sin culpa del acreedor; 5. Vender u obtener la adjudicación de la prenda; 6. Retención;
7. Derecho de que el deudor defienda la prenda si se perturba la posesión; 8. Derecho de
que extienda la prenda a sus accesorios y aumentos; 9. Usar la cosa, pero solamente con
el permiso expreso del constituyente; 10. Percibir los frutos, si así se ha convenido; 11
Demandar al deudor si hubiere vendido la cosa y si el precio no cubre el crédito, ejecu-
tando otros bienes del deudor.
8.2. Considero que el derecho fundamental, del que en cierto modo derivan los demás,
consiste en tener la prenda. Se constituye el contrato con la entrega, al acreedor o a un
tercero, de suerte que sin esa especial tradición, no hay contrato; se trata de una mera
tenencia y que puede ejercitarse por uno mismo o por medio de otro encargado de ello;
en este último caso, el tercero que detenta la cosa se caracteriza como un depositario o
secuestre.
8.3. La tenencia indicada, dura hasta que se satisfaga totalmente la obligación garanti-
zada, con sus anexos, a saber, las costas del cobro, la compensación de las expensas
necesarias para la conservación y la indemnización de los perjuicios.
8.5. La tenencia de la prenda, está protegida por el derecho de doble manera: el mismo
acreedor puede ejercitar las acciones posesorias o bien se dirige al deudor para que sea
él quien la defienda jurídicamente. Iniciada una acción reivindicatoria para recuperar la
prenda, el acreedor tiene derecho de intervenir en el juicio, en defensa de su derecho
real de prenda, aunque no sea más que un tenedor desposeído. Prácticamente se asimila,
para estos efectos al dueño de la cosa. La defensa del acreedor puede dirigirse incluso
contra el dueño de la cosa, porque éste no debe apoderarse arbitrariamente de lo entre-
gado en garantía.
8.7. Puesto que el acreedor es mero tenedor de la prenda, el deudor (o el tercero) con-
serva la propiedad y puede disponer de ella, enajenándola o gravándola; lo que le está
vedado es privar al acreedor de su derecho real, por tanto, si el deudor vende la cosa,
contrae la obligación de entregarla al comprador, pero no puede cumplir esa obligación
mientras el acreedor no sea plenamente satisfecho de todos sus derechos.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 609
El artículo 2306 dice: “Si el deudor vendiere la cosa empeñada, el comprador tendrá
derecho para pedir al acreedor la entrega, pagando o consignando el importe de la deuda
por la cual se contrajo expresamente el empeño.- Se concede igual derecho a la persona
a quien el deudor hubiere conferido un título oneroso para el goce o tenencia de la pren-
da.- En ninguno de estos casos podrá el primer acreedor excusarse de la restitución,
alegando otros créditos, aún con los requisitos enumerados en el artículo 2307”. Es
decir, que si se paga todo lo que el acreedor tiene derecho por razón del contrato de
prenda, no puede retenerse o prolongarse la tenencia de la cosa en manos del acreedor.
8.8. Tampoco hay inconveniente de que otros acreedores embarguen la prenda, pero
igualmente este embargo no alterará el derecho del acreedor prendario, quien conserva
la preferencia por el que primeramente debe cubrirse el crédito prendario.
En todo caso, si la cosa produce frutos, naturales o civiles, el acreedor podrá imputar-
los al pago de la deuda, tal como lo permite el artículo 2305: “El acreedor está obliga-
do a restituir la prenda con los aumentos que haya recibido de la naturaleza o del tiem-
po. Si la prenda ha dado frutos, podrá imputarlos al pago de la deuda, dando cuenta de
ellos y respondiendo del sobrante”.
8.10. Como el acreedor no tiene el derecho de usar y gozar de la cosa –salvo expreso
consentimiento dado por el dueño-, si lo hace, comete un abuso. El artículo 2297 se
remite a la situación del depositario, quien solamente puede dar el uso conveniente a la
cosa para conservarla o evitar el deterioro que se produce por falta de utilización ade-
cuada. Si el acreedor abusa, perderá el derecho de prenda y el deudor podrá pedir la
610 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
restitución inmediata de la cosa empeñada. Esto no obsta para que el acreedor haga
efectivo su crédito en otros bienes del deudor, mediante embargo.
8.11. La conservación de la cosa implica frecuentemente expensas, las que deberá reali-
zar el tenedor, pero con el derecho de que se le reembolsen. El artículo 2298 se refiere
exclusivamente a los gastos necesarios; si el acreedor hubiere realizado otros, útiles o
simplemente suntuarios, no podrá exigir reembolso, salvo que hubiere convenido con el
deudor esta ventaja adicional.
Tiene, pues, el acreedor el derecho de pedir que se venda la prenda. Ésta debe hacerse
en pública subasta, por orden del juez, una vez que lo solicite el acreedor con la cons-
tancia de que se halla vencida la obligación.
La facultad de pedir esta venta judicial de la cosa prendada, no impide que el acreedor
pueda seguir también la acción personal contra el deudor para obligarle a cumplir o
para ejecutar su crédito en otros bienes del deudor. El derecho del acreedor es irrenun-
ciable, pero bien puede contentarse con retener la cosa como elemento de coerción para
inclinar al deudor a cumplir.
8.15. La venta en subasta no se puede impedir, por parte del deudor, si no es pagando o
consignando todo el valor de la obligación, incluidas las costas e intereses (artículo
2301).
Tampoco podría intervenir para que no se venda la prenda el que se creyere dueño de
ella, si la cosa fue dada en garantía con la buena fe del constituyente y el acreedor.
8.16. El acreedor puede presentar en la subasta una oferta o propuesta (postura), sea
para que se le adjudique la cosa por el valor de su crédito (y dejar así saldada la deuda),
sea por una cantidad superior, en cuyo caso tendrá que completar él el precio, o, final-
mente, por una cantidad inferior, y en esta última hipótesis, el deudor quedaría todavía
debiéndole el saldo, en caso de aceptarse la postura del acreedor.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 611
8.17. “Si el valor de la cosa empeñada no excediere de ochenta dólares de los Estados
Unidos de América, podrá el juez, a petición del acreedor, adjudicársela por la tasa-
ción, sin que se proceda a subastarla.”, dice el artículo 2302; es decir, que la venta en
subasta, puede sustituirse por mera asignación al acreedor, pero solamente cuando la
prenda es de ínfima cuantía.
8.18. En ningún caso, puede el acreedor apropiarse por propia autoridad, de la prenda,
esto se desprende de lo dicho en el artículo 2301, y se compagina con lo establecido en
el 2294, además de que existe una doctrina antiquísima al respecto: ya el año 1188 se
estableció en el Juramento del rey de León esta norma, que ha pasado al derecho mo-
derno y corresponde a un sentido de equidad y tutela al deudor.
El inciso segundo del artículo 2299 expresamente dice: “Tampoco podrá estipularse que
el acreedor tenga la facultad de disponer de la prenda o apropiársela por otros medios
que los aquí señalados”, es decir, mediante la subasta, en la que puede intervenir. Pero,
indudablemente, nada impide la dación en pago. Lo que se prohíbe terminantemente en
el inciso trascrito es el llamado “pacto comisorio”, que se permitía en el primitivo Dere-
cho Romano y después se prohibió. Ese pacto comisorio implicaba que al no cumplir el
deudor su obligación, ipso iure el acreedor se quedara con la prenda; tal disposición
favorecía la usura y dejaba indefenso al deudor.
8.19. También el deudor está facultado para vender la prenda, que no ha dejado de ser
suya, y el acreedor tendrá en este caso el derecho de exigir que se le cancele su crédito.
El deudor a su vez, puede exigir al acreedor la entrega de la prenda, una vez que paga lo
debido, sea directamente, o por medio del comprador de la prenda, quien puede pagar el
precio al acreedor. (artículo 2306). La venta, que se permite respecto de la prenda civil,
se prohíbe en el caso de la prenda industrial, incluso con responsabilidad penal.
Pero este derecho del deudor de vender la prenda, entiendo que no podría efectuarse
sino hasta el momento en que se haya ordenado judicialmente la subasta, ya que en tal
momento la prenda queda fuera del comercio normal y debe venderse judicialmente.
Aceptar otra cosa, significaría dejar en manos del deudor el resultado de la subasta y
permitir que por interpuesta persona (un comprador colusorio) se paralice la venta judi-
cial, con perjuicio de otras personas (incluido el acreedor), que podrían hacer mejores
posturas.
8.22. Verificada la subasta, el precio se ha de aplicar en primer lugar para cubrir los
gastos o costas de la misma subasta e, inmediatamente, para el pago del crédito garanti-
zado por la prenda, ya que éste goza de privilegio.
El derecho del acreedor prendario ocupa el tercer lugar en la segunda clase de créditos,
según se dispone el Título de la Prelación de Créditos (artículo 2376). Así, el derecho de
prenda tiene preferencia sobre los créditos públicos por impuestos, etc. (artículo 2388).
Como indica Alessandri, el único crédito privilegiado que da acción contra terceros
poseedores es el de segunda clase del acreedor prendario; pero esta particularidad se
explica por el carácter de derecho real que tiene la prenda. La preferencia del acreedor
prendario, puede, pues, hacerse efectiva contra terceros no por ser un privilegio, sino
por la calidad de derecho real que tiene la prenda”. Según este mismo autor, los créditos
de segunda clase se pagan antes que los de tercera o cuarta o los que no tienen ninguna
prelación.
8.23. El acreedor con prenda puede pedir la venta de la cosa, mientras ésta permanece
en su poder o en el del tercero que las partes convinieron que tenga la prenda; perdida
la tenencia, el acreedor prendario pierde la preferencia que le confiere la prenda, pero
conserva el derecho de perseguir su crédito en los bienes del deudor. Si éste ha enajena-
do la prenda, el acreedor tiene también el derecho de perseguir la cosa en poder de otro,
por tratarse de un derecho real, según lo ha reconocido una sentencia de la Corte Su-
prema.
8.25. Si, por el contrario, el precio de la prenda cubre las costas y paga totalmente el
crédito del acreedor prendario, el saldo servirá para otros acreedores que hayan recla-
mado y que cobran después del privilegiado. Finalmente, si aún queda algún saldo, se
devolverá al que constituyó la prenda (artículo 2304).
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 613
8.26. Para el caso de quiebra del deudor, Planiol señala estos pasos: 1. El Síndico retira
la prenda para evitar su venta intempestiva. 2. El acreedor hace vender judicialmente y
si hay un saldo después de cubrir su crédito, ese saldo pasa a la masa; si el precio no
cubre la deuda, el acreedor interviene en la masa pero sin preferencia por su saldo no
satisfecho; 3. Si el acreedor no ha realizado la prenda, no puede entrar en el concurso de
acreedores, salvo que la prenda sea de un tercero.
9.1. Aunque la prenda se constituye en beneficio del acreedor y origina una serie de
derechos, también impone algunas obligaciones al beneficiario. Éstas, lógicamente, se
configuran como derechos del deudor.
9.2. El artículo 2296 señala la primera obligación del acreedor: “El acreedor está obli-
gado a guardar y conservar la prenda como un buen padre de familia, y responde de
los deterioros que la prenda haya sufrido por su hecho o culpa”.
“Conservar como un buen padre de familia” significa responder hasta por la culpa leve;
esto es lo propio de los contratos en que ambas partes obtienen beneficio.
En esta defensa judicial hay que distinguir las acciones o excepciones que el acreedor
efectúe en cuanto tenedor de la prenda y las que le corresponden en cuanto titular del
derecho real de prenda; éstas son indudablemente más importantes y comprenden hasta
la reivindicación.
9.5. “El acreedor no puede servirse de la prenda, sin consentimiento del deudor. Bajo
este respecto, sus obligaciones son las mismas que las del mero depositario”, dice el
artículo 2297. El uso indebido constituye abuso y da derecho al deudor para pedir la
terminación del contrato y la devolución de lo suyo (artículo 2298, inciso 3).
9.6. El deudor puede pedir “que se le permita reemplazar la prenda por otra sin perjui-
cio del acreedor” y “será oído”, es decir, que el juez ha de considerar si hay razón sufi-
ciente que justifique el cambio y, sobre todo, que no se produzca perjuicio para el
acreedor. Motivos de sustitución pueden ser múltiples, por ejemplo la necesidad de usar
el deudor un instrumento de trabajo, etc. (artículo 2298, inciso segundo).
9.7. El deudor puede vender la prenda (si es civil, no la prenda comercial industrial o
agrícola), puesto que la venta únicamente produce obligaciones y éstas no necesaria-
mente perjudican al acreedor; más aún, puede ser una ventaja del acreedor que se venda
la prenda, puesto que nace entonces su derecho de percibir del precio, lo que sea preciso
para cancelar su crédito.
9.9. El acreedor está obligado a restituir la prenda una vez que la obligación principal
haya sido satisfecha. Se trata de una obligación condicional, puesto que el deudor no
puede pedir la devolución sino una vez cancelada la obligación principal, sus intereses y
las costas e indemnizaciones si las hubiere.
La restitución debe hacerse con los frutos y accesorios o aumentos que hubiere experi-
mentado la cosa.
Si se resistiere el acreedor, el deudor puede demandarle con la acción directa por cum-
plimiento del contrato y también podría emplear la reivindicatoria; aunque resulta en
este caso menos práctica, ya que en la primera basta que pruebe el cumplimiento del
contrato por su parte y el incumplimiento del acreedor.
9.10. En los textos legales de varios países, incluido el nuestro, nada se dice sobre el
derecho del deudor de que el acreedor proceda a la realización de la prenda; en efecto,
la venta puede ser útil al deudor que no puede cumplir la obligación principal y en cam-
bio necesita liberarse de ella; puede ser que la prenda tenga un valor muy superior al de
la obligación garantizada y el deudor tendría interés de recibir el saldo, o cancelar con
ese saldo otros crédito, y si el acreedor se abstiene de pedir la venta, no lo puede hacer
el deudor, lo cual debería remediar el derecho, permitiéndole suplir la reticencia o ne-
gligencia del acreedor.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 615
10.1. Las causas de extinción del contrato de prenda –al igual que en la fianza- depen-
den, unas de la terminación del contrato principal al cual accede esta garantía, y otras
afectan directamente a la misma prenda. Siempre que ha terminado el contrato principal,
termina también el accesorio, con la única excepción de que si el pago se ha realizado
por un tercero se subroga al deudor para alguna reclamación que haya lugar contra el
acreedor pagado.
10.3. Igualmente, en la hipótesis prevista en el artículo 2306 que el deudor haya vendi-
do la prenda-, el acreedor cuyo crédito no haya quedado totalmente pagado, podrá pedir
nueva garantía. Pero si con el precio de la venta se paga íntegramente la obligación del
deudor, con sus intereses, costas e indemnizaciones, evidentemente el contrato de pren-
da se extingue.
10.4. No termina el contrato de prenda por un pago parcial o por cumplimiento parcial
de la obligación principal, dado el carácter indivisible de la prenda, tal como se afirma
en el artículo 2307.
10.5. “Se extingue el derecho de prenda por la destrucción completa de la cosa empe-
ñada”, dice el inciso primero del artículo 2308. Esto corresponde al carácter real del
derecho de prenda, pues no se podría ejercer tal derecho sobre algo que ya no existe. Si
la destrucción es parcial, todo el derecho permanece y se ejercitará sobre lo sobrante;
normalmente podrá pedir el acreedor que se complete su garantía, salvo que él haya sido
causante de la pérdida parcial.
10.6. “Se extingue (la prenda) cuando la propiedad de la cosa pasa al acreedor por
cualquier título” (inciso 2° del artículo 2308). Los casos más frecuentes consisten en la
herencia u otra sucesión en los derechos del deudor, o bien por venta o dación en pago
que haga el deudor.
10.7. Finalmente, el inciso tercero del artículo 2308 señala el caso de extinción: “Cuan-
do, en virtud de una condición resolutoria, se pierde el dominio que el que dio la cosa en
616 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
prenda tenía sobre ella. Pero el acreedor de buena fe tendrá contra el deudor que no le
hizo saber la condición el mismo derecho que en el caso del artículo 2293”.
Este es, pues, un caso especial de extinción del derecho sobre la cosa: pierde el dominio
el deudor cuyo derecho pendía de una condición resolutoria y ésta llega a cumplirse.
Tal sucede, por ejemplo con las cosas adquiridas por venta con reserva de dominio o en
una venta con pacto comisorio expreso, etc.
10.9. Entre los medios ordinarios de extinción de cualquier obligación, figura la remi-
sión, y ésta se menciona expresamente en el artículo 1413 a propósito de que la consti-
tución de prenda o el remitirla no se consideran donación, aunque es razonable califi-
carlas como actos de benevolencia o beneficencia, gratuitos, que aventajan a la otra
parte.
10.10. La prenda se extingue por novación de la obligación principal, “sea que la nova-
ción se opere por la sustitución de un nuevo deudor o sin ella”. Los privilegios de la
primera obligación se extinguen por la novación (artículo 1658), y la prenda no pasa a la
segunda obligación sino cuando el deudor y el acreedor convienen expresamente en la
reserva (y siempre que la prenda no sea de un tercero, desde luego). Además, “Tampoco
vale la reserva en lo que la segunda obligación tenga de más que la primera”.
“Si la novación se opera entre el acreedor y unos de los deudores solidarios, la reserva
no puede tener efecto si no relativamente a éste. Las prendas e hipotecas constituidas
por sus codeudores solidarios se extinguen a pesar de toda estipulación contraria: salvo
que éstos accedan expresamente a la segunda obligación”, dice el artículo 1659; no se
puede obligar a una persona a constituir o mantener una prenda si no se cuenta con su
voluntad: los actos de terceros no pueden imponer obligaciones que no ha querido acep-
tar aquél a quien se pretende atribuirlas. Si el deudor prendario quiere aceptar que conti-
núe la prenda garantizando una nueva obligación, debe procederse con las mismas so-
lemnidades que en el caso de constituir por primera vez la prenda, según lo ordena el
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 617
El artículo 1663 dispone: “Si la nueva obligación se limita a imponer una pena para el
caso de no cumplirse la primera, y son exigibles juntamente la obligación y la pena, los
privilegios, fianzas, prendas e hipotecas, subsistirán hasta el valor de la deuda principal,
sin la pena. Mas si en el caso de infracción es solamente exigible la pena, se entenderá
la novación desde que el acreedor exige sólo la pena y quedarán por el mismo hecho
extinguidos los privilegios, prendas e hipotecas de la obligación primitiva, y exonerados
los que solidaria o subsidiariamente accedieron a la obligación primitiva, y no a la esti-
pulación penal”. Es lógico: la novación extingue prenda, y para que subsista se requiere,
la reserva expresa de ambas partes: en esta específica forma de novación, en que se
agrega una obligación penal, se extingue igualmente la prenda, salvo esa expresa reser-
va y conducta consistente en exigir sólo la pena, constituye una novación sin reserva de
conservación de la prenda, y esta se extingue.
“La simple mutación del lugar del pago dejará subsistentes los privilegios, prendas e
hipotecas de la obligación, y la responsabilidad de los codeudores solidarios y subsidia-
rios, pero sin nuevo gravamen”. Si el cambio del lugar del pago implicare un nuevo
gravamen, este no quedaría garantizado por la prenda, que perdura en todo lo demás.
10.11. “La mera ampliación del plazo de una deuda no constituye novación, pero pone
fin a la responsabilidad de los fiadores y extingue las prendas e hipotecas constituidas
sobre otros bienes que los del deudor; salvo que los fiadores o los dueños de las cosas
empeñadas o hipotecadas accedan expresamente a la ampliación del plazo”. (artículo
1665). Si se trata de prenda de bienes del propio deudor, la ampliación del plazo no
altera en nada la relación con el acreedor: la ampliación del plazo suele significar una
ventaja para el deudor, y si implicara una nueva carga, es muy dueño de asumirla volun-
tariamente; lo que no se admite es que se imponga una nueva o más pesada carga al
tercero, dueño de la prenda.
Para el caso del arriendo, el artículo 1898 dispone: “Renovado el arriendo, las fianzas,
prendas e hipotecas constituidas por terceros no se extenderán a las obligaciones resul-
tantes de su renovación”. Esto no es más que una aplicación del principio expuesto en el
artículo 1665.
10.12. El pago de la obligación asegurada por la prenda, extingue ésta, salvo que ese
pago se verifique por parte de un tercero que se subrogue en los derechos del acreedor.
10.14. La transacción puede también servir para terminar la prenda, si así lo convienen
las partes, y esto puede verificarse en cualquier estado del juicio o fuera de él. Una sen-
tencia ha admitido la validez de la transacción, incluso estando ya en ejecución la venta
de la prenda y suspendida por la oportuna apelación”.
10.16. Valencia Zea señala un caso más de terminación de la prenda: cuando el propie-
tario reivindica con éxito el objeto que fue entregado sin su consentimiento. Este caso
está previsto en el artículo 2293, pero propiamente no da fin al contrato de prenda, sino
al derecho real sobre la cosa reivindicada, y el acreedor “podrá exigir que se le entregue
otra prenda”, es decir que subsiste el contrato que le confiere este derecho.
10.17. Desde luego, la prenda termina por su realización o ejecución, mediante la venta
en subasta o, en casos excepcionales de venta sin subasta .
CAPÍTULO XXII
LA HIPOTECA
1.1. El Título XXXVI del Libro IV, trata sobre la hipoteca, pero, además de esos 26
artículos, del 2311 al 2336, en otros lugares del Código Civil se menciona expresamente
la hipoteca, concretamente en otros 92 artículos. Se trata, pues de una institución jurídi-
ca que presenta amplias relaciones con muchas otras en el campo civil. Además de esto,
se encuentran normas al respecto en los Códigos de Procedimiento, y de Comercio así
como en leyes de índole fiscal.
1.2. Los siguientes son los artículos del Título expresamente dedicado a la hipoteca:
2309. Definición.
2310. Indivisibilidad.
2311. Forma solemne.
2312. Inscripción en el Registro.
2313. Contratos hipotecarios celebrados en el exterior.
2314. Convalidación por transcurso de tiempo o por ratificación.
2315. Hipoteca bajo condición o con plazo.
2316. Capacidad de enajenar. Hipoteca de bienes propios en garantía de obligación de
otro.
2317. Libertad de enajenar o hipotecar los bienes hipotecados.
2318. Hipoteca de derecho limitado, eventual o rescindible.
2319. Hipoteca de cuota de bienes comunes.
2320. Objeto sobre el que recae la hipoteca: inmuebles o naves.
2321. Hipoteca de bienes futuros.
2322. Hipoteca de inmuebles por accesión.
2323. Extensión a los aumentos y mejoras de la cosa hipotecada.
2324. Extensión a las pensiones e indemnizaciones de seguros.
2325. Exclusión de los frutos o productos percibidos o separados.
2326. Derechos del acreedor hipotecario, como los del prendario.
2327. Acción real hipotecaria y acción personal contra el deudor hipotecario.
2328. Derechos de abandonar, y de recobrar la finca cancelando la deuda.
2329. Derecho de pedir sustitución u otra caución.
2330. Derecho de persecución de la finca hipotecada.
2331. Derechos del poseedor de la finca: no tiene excusión, se subroga y es indemni-
zado.
2332. Derechos del que hipoteca un bien propio por deuda ajena.
2333. Limitación voluntaria y legal del monto garantizado por hipoteca.
2334. Contenido de la inscripción.
2335. Efectos de las omisiones en la inscripción.
2336. Causas de extinción de la hipoteca.
620 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.3. Esta realidad jurídica compleja que es la hipoteca, se puede situar entre los derechos
reales, entre las garantías de las obligaciones o entre los contratos. Nuestro legislador ha
preferido tratar directamente sobre la hipoteca en el libro IV, como uno de los contra-
tos de garantía, pero esto no quita que el carácter de derecho real sea el más sobresa-
liente.
1.4. El artículo 2309 del Código Civil define así: “La hipoteca es un derecho de pren-
da, constituido sobre inmuebles que no dejan por eso de permanecer en poder del deu-
dor”
En realidad, más que una definición, es una descripción aproximada y por comparación.
En efecto, se califica a la hipoteca como “un derecho de prenda”, pero esto no resulta
muy exacto, ya que existen diferencias fundamentales con la prenda propiamente dicha;
ha de entenderse que el Código se refiere aquí a la prenda como un género: como ga-
rantía de obligaciones; así comprendida la expresión nos señala el género, y la diferen-
cia específica sería, que el objeto dado en garantía “permanece en poder del deudor”.
Esto es lo específico de la hipoteca. Recaer sobre “inmuebles” es también natural en la
hipoteca, pero, por una excepción o por una amplificación del contenido, nuestro dere-
cho admite la hipoteca sobre las naves, que son muebles.
Díaz Garaicoa, expone que la definición de nuestro Código sigue el concepto del Dere-
cho Romano, pero no corresponde con exactitud a la situación actual, en la cual hay
gran diferencia entre la prenda y la hipoteca. Encuentra contradictorio el decir que es
una prenda e indicar luego que la cosa permanece en poder del deudor, siendo así que es
esencial a la prenda el entregar su posesión al acreedor. Considero que tiene razón al
sostener que el referido artículo no debería decir que permanece en poder del “deudor”,
sino del “constituyente”, porque éste puede ser persona distinta del deudor, un tercero.
1.5. La dificultad que presenta esta figura jurídica ha llevado a algunos códigos a pres-
cindir de definirla; tal sucede con el de España o Perú.
Los hermanos Mazeaud escriben: “La hipoteca es una garantía real que, sin llevar con-
sigo desposesión actual del propietario de un inmueble, le permite al acreedor, si no es
pagado al vencimiento, embargar ese inmueble en poder de quien se encuentre, rematar-
lo y cobrar con preferencia sobre el precio”. Esta descripción de lo esencial de la hipote-
ca se acomoda plenamente a nuestro sistema jurídico: se destaca el carácter real y la
acción real que le acompaña, así como el derecho de preferencia, también señala con
acierto que no hay desplazamiento posesorio hasta el momento de la ejecución e indica
que ésta se efectúa (normalmente) por embargo y remate, aunque sobre este último
punto veremos que hay alguna excepción.
Puig Brutau reproduce tres importantes opiniones de juristas españoles: “para Sánchez
Román, dice, es un derecho real constituido en garantía de una obligación sobre bienes
inmuebles ajenos o derechos reales enajenables que recaigan sobre bienes raíces y que
permanecen en la posesión de su dueño para satisfacer con el importe de su venta aque-
lla obligación, cuando sea vencida y no pagada.- Con vigorosa síntesis dice Moxo Rua-
no que la hipoteca es un derecho real formal que recae sobre el valor en cambio de bie-
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 621
nes inmuebles y garantiza la percepción de una suma pecuniaria frente a todos.- Roca
Sastre afirma que “con la finalidad práctica de ofrecer un concepto descriptivo, se puede
definir la hipoteca como un derecho real de realización de valor en función de garantía
del cumplimiento de una obligación dineraria, de carácter accesorio e indivisible, de
constitución registral, que recae directamente sobre bienes inmuebles ajenos, enajena-
bles y que permanecen en posesión del propietario”. Todavía añade la opinión de Igna-
cio Casso, que se centra más en el aspecto formal del registro: “es un derecho registral,
de garantía concreta, de cosas muebles o inmuebles determinadas, cuya posesión con-
serva el hipotecante y que faculta al titular para exigir, si no se cumple normalmente la
obligación garantizada, la venta pública de aquella resarciéndose con su precio”.
Nuestro compatriota Díaz Garaicoa adopta como la mejor definición la de Merry Be-
risso: ”la hipoteca es un derecho real de garantía constituido sobre inmuebles que conti-
núan en poder del otorgante”. Realmente en estas pocas palabras se dice lo esencial y es
suficiente para caracterizar el derecho de hipoteca, aunque se deba después hacer alguna
aclaración, como la de que también se admite hipoteca sobre las naves, que no son in-
muebles.
1.8. El artículo 595 define el derecho real como “el que tenemos sobre una cosa sin
respecto a determinada persona”, y enumera entre los derechos reales a la hipoteca.
Agrega: “De estos derechos reales nacen las acciones reales”. El sistema de la tradición
de los derechos reales sobre inmuebles mediante la inscripción en el registro, está
señalado en el artículo 702, que hace expresa referencia a la hipoteca. Bastaría con estas
dos disposiciones legales para fundamentar que nuestro sistema ante todo ve en la hipo-
teca un derecho real, provisto de acción real, pero hay muchos otros artículos del Códi-
go Civil que concuerdan perfectamente con este sistema jurídico Dice el artículo 201:
“El cónyuge que, por efecto de una hipoteca o prenda constituida sobre una especie que
le ha cabido en la división de la masa social, paga una deuda de la sociedad, tendrá
acción contra la sociedad para el reintegro de la mitad de lo que pagare; y pagando una
deuda del otro cónyuge, tendrá acción contra él para el reintegro de todo lo que pagare”.
Esta norma es una consecuencia del carácter real y de la indivisibilidad de la hipoteca,
así como de la divisibilidad de los créditos. Según dispone el artículo 769, el propieta-
rio fiduciario “está obligado a todas las expensas extraordinarias para la conservación
de la cosa, incluso el pago de las deudas y de las hipotecas a que estuviere afecta; pero
llegado el caso de la restitución, tendrá derecho a que previamente se le paguen por el
fideicomisario dichas expensas, reducidas…” La reducción en el caso de las hipotecas,
consiste en la décima parte del valor por cada año transcurrido desde el pago hasta la
restitución. El gravamen hipotecario permanece, pues, en la propiedad también en el
caso de su desmembración por la constitución de fideicomiso, lo cual es característico
de un derecho real.
1162. He aquí otra prueba del carácter de derecho real, que no se altera ni en el caso de
sucesión por causa de muerte.
Se refuerza lo dicho anteriormente con la consideración del artículo 1382. En los lega-
dos sujetos a hipoteca, hay que distinguir dos situaciones. Si la deuda hipotecaria ha
sido accesoria a la obligación de otra persona distinta del testador, o si éste impuso la
carga al mismo legatario, tal legatario no tiene acción contra los herederos (inciso 2°),
en los demás casos, si el legatario paga la deuda, se subroga en la acción del acreedor
contra los herederos (inciso 1°). He aquí otro efecto del carácter real de la hipoteca, de
su indivisibilidad y del equitativo tratamiento al pago de deuda ajena.
Las disposiciones del artículo 1382 se aplican también al caso de venta de la cosa de-
jada por el testador con un derecho de usufructo; el usufructuario y el nudo propietario
se consideran una sola persona para el efecto del pago de las deudas o hipotecas que
afectan a la cosa. (artículo 1384).
También aparece el carácter real de la hipoteca, en el artículo 1557: “Si la pena estuvie-
re asegurada con hipoteca, podrá perseguirse ésta por toda la pena, salvo el recurso de
indemnización contra quien hubiere lugar”. Aquí actúa el carácter real, y hasta cierto
punto abstracto, de la hipoteca: se ha de pagar, sin necesidad de establecer previamente
quien deberá asumir en definitiva el costo de la pena.
En el artículo 2246 leemos: “El fiador no puede obligarse en términos más gravosos que
el principal deudor…Podrá sin embargo, obligarse de un modo más eficaz, por ejemplo,
con una hipoteca, aunque la obligación principal no la tenga”. Aparece aquí el carácter
accesorio de la hipoteca.
También podemos aducir en apoyo del carácter accesorio de la hipoteca, cuanto manda
el artículo 1413: Ni el que constituye hipoteca ni el que la remite, hacen donación; sí
hay donación en la remisión de una deuda, y, desde luego, si dicha obligación principal
estaba garantizada con hipoteca.
Si se produce, por la muerte del acreedor (u otros casos similares de partición), que
varias personas asumen el crédito garantizado por hipoteca, ninguno de ellos puede
liberar del gravamen al inmueble hipotecado, aunque haya obtenido la solución íntegra
de su parte en el crédito. Si así obrara, si levantara la hipoteca al recibir el pago de lo
que le corresponde, estaría perjudicando a los coherederos (o copartícipes), lo cual no le
consiente el derecho. Se requiere la voluntad de todos los coacreedores para levantar la
hipoteca, total o parcialmente, es decir, para admitir su división.
1.12. Se suele decir que la hipoteca es un derecho inmobiliario, porque el objeto natural
sobre el que recae son los inmuebles o las otras cosas que se asimilan a los inmuebles,
pero también se admite en nuestro sistema la hipoteca de naves, que para este efecto se
equiparan o asimilan a los inmuebles, sin dejar de ser lo que son, esencialmente mue-
bles.
1.14. Sobre el carácter unilateral de la hipoteca, tenemos esta sentencia de la Corte: “La
fianza y la hipoteca se hallan incluidas en la categoría de los contratos unilaterales,
desde que ellas, al constituirse, no entrañan la existencia de obligaciones recíprocas
entre los contratantes. En los mentados contratos, el único que se obliga es el que presta
tal clase de cauciones. Por lo mismo, no es esencial a la validez de la escritura de fianza
o de hipoteca, la suscripción del acreedor o de la persona a cuyo favor se otorgan”.
2.2. Nuestro Derecho adoptó el sistema del título y del modo para la transferencia del
dominio y los demás derechos reales, en el Código que entró en vigencia en 1862. La
reforma dictada por Gabriel García Moreno el 15 de mayo de 1869, con algunas peque-
ñas modificaciones del Congreso de fecha 7 de julio del mismo año y del Reglamento
de 29 de julio de 1869, puso en plena vigencia la necesidad de la inscripción de los
derechos reales sobre inmuebles, y por consiguiente, de la hipoteca.
Reformas directas del Código Civil en esta materia han sido: la mención en el artículo
2311 de las hipotecas legales; el inciso final del artículo 2315 sobre hipoteca abierta; y,
626 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
el inciso segundo del artículo 2335 que señala que la falta de determinación del domici-
lio o profesión del acreedor o del deudor, no anulan la inscripción de la hipoteca.
La jurisprudencia nacional sufrió algunas fluctuaciones, hasta que la Ley 256 del 4 de
junio de 1970 añadió el tercer inciso al artículo 2315 que expresamente permite la hipo-
teca abierta. Los otros códigos que dependen del de Bello, no han incorporado esta
importante reforma y continúa en el ámbito de la doctrina de esos otros países la discu-
sión sobre si hay o no hay objeto lícito y causa real en dichas hipotecas.
Por lo dispuesto en el artículo 2315, inciso 3. puede constituirse hipoteca por una suma
de dinero recibida a mutuo, parte de contado y parte a cierto plazo. En el caso,- dice una
sentencia-, la hipoteca surte efectos respecto de toda la cantidad dada a mutuo, como si
se la hubiera entregado de contado. Por lo mismo, efectuada la inscripción de la escritu-
ra, el crédito goza de la correspondiente preferencia, así sobre la cantidad dada de con-
tado como sobre la entregada a plazo.
Establecida una hipoteca abierta, no vale la excepción de que una letra de cambio acep-
tada por el deudor lo fue solamente en garantía, ni la excepción de que la obligación no
es líquida, pues puede calcularse con una simple operación matemática. Tampoco se
aceptan las excepciones de que la letra fue entregada en blanco, ya que esto equivale a
un poder dado al acreedor para llenar la letra; ni la excepción de no constar la fecha del
vencimiento, porque en ese caso se presume que vence a la vista, conforme al artículo
411 del Código de Comercio.
También son hipotecas abiertas las que se constituyen por parte de los guardadores, para
asegurar el fiel cumplimiento de sus obligaciones y las de los administradores de fondos
públicos con similar intención. Según dispone el artículo 2240 del Código Civil, “el
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 627
obligado a rendir una fianza no puede sustituir a ella una hipoteca o prenda, o recípro-
camente, contra la voluntad del acreedor.- Si la fianza es exigida por la ley o por deci-
sión del juez, puede sustituirse con una prenda o hipoteca suficiente”.
Junto a la voluntaria contractual, hay que situar la voluntaria unilateral: el acto por el
cual una persona libremente grava sus bienes inmuebles o uno de ellos con este derecho
real, sea para garantizar una obligación propia o una ajena. Es también voluntaria la
hipoteca testamentaria. Nada impide que el testador establezca este gravamen, que se
hará efectivo al abrirse la sucesión. Por ejemplo, para garantizar un legado, o a favor de
un heredero que, por recibir una parte de bienes mayor a la que le corresponde, quede
obligado a pagar una refundición o una deuda testamentaria, etc.
3.4. Las hipotecas pueden tener una especial limitación en su cuantía, o no tenerla; de
estas dos clases, se tratará más adelante, en el punto 7.
3.5. Otra clasificación señala a las hipotecas simples, o las sujetas a plazo o condición.
Dice el artículo 2315: “La hipoteca podrá otorgarse bajo cualquier condición, y desde o
628 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
hasta cierto día.- Otorgada bajo condición suspensiva o desde día cierto, no valdrá sino
desde que se cumpla la condición o desde que llegue el día; pero cumplida la condición
o llegado el día, su fecha será la misma de la inscripción.- Podrá, así mismo, otorgarse
en cualquier tiempo antes o después de los contratos a que acceda, y correrá desde que
se inscriba.- La hipoteca podrá, en consecuencia, asegurar todas las obligaciones que el
deudor tenga o pueda tener a favor del acreedor hipotecario”.
Además del asunto de la hipoteca abierta, en este artículo se admiten las varias clases de
condición y plazo. Se entiende, desde luego, que las condiciones que tan ampliamente
se aceptan, han de ser jurídica, moral y físicamente posibles, pues de otro modo no
valdrían. La condición suspensiva o el día cierto inicial (plazo inicial), retardan la efica-
cia de la hipoteca hasta el cumplimiento de la condición o la llegada del día, pero la
hipoteca ha de estar inscrita desde antes, si no, no existe y tampoco valdrían la condi-
ción o el plazo.
La condición resolutoria o el plazo final (día terminal o final), hacen acabar o extin-
guirse la hipoteca al cumplirse o llegar; por ejemplo, alguien hipoteca su casa para ga-
rantizar el arrendamiento de una hacienda que ha de durar siete años, pues bien, la hipo-
teca tendrá esa misma duración.; o, si se ha adoptado la forma de condición resolutoria,
como cuando se dice “mientras esté vigente el arrendamiento de la hacienda”, terminará
la hipoteca al dejar de tener vigencia dicho arrendamiento.
4. Sujetos de la hipoteca
Por otra parte, el acreedor, cuyo crédito se garantiza es la persona a quien más interesa
la hipoteca, puesto que le abre la posibilidad de ejecutar los bienes hipotecados y cobrar
con ello lo que se le debe. Este sujeto adquiere derechos por la hipoteca, y si llega a
realizar la liquidación de la relación con el deudor, pueden surgir eventuales obligacio-
nes, como la de devolver el saldo. No es “parte” esencial de la hipoteca, pero es el prin-
cipal interesado, por esto, no se requiere que acepte formalmente la hipoteca.
Por esta circunstancia de ser el acreedor el primer interesado, se suele conferirle a él, en
el mismo contrato hipotecario, el poder o autorización para proceder a la inscripción
en el Registro de la Propiedad, lo cual originariamente corresponde al constituyente.
4.2. En los sujetos que intervienen en la hipoteca, hay que considerar, por una parte su
capacidad jurídica, y por otra, la facultad concreta de disponer de la cosa que se
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 629
hipoteca. Son dos asuntos diversos que a veces se confunden, por su innegable íntima
relación.
4.3. El constituyente debe reunir las dos exigencias legales que se acaban de mencio-
nar: debe tener capacidad jurídica y facultad o poder de disposición del bien que se
hipoteca.
4.4. Los poseedores provisionales de los bienes del desaparecido no pueden hipotecar-
los, si no es con autorización judicial, por causa necesaria o de utilidad evidente (artícu-
lo 74). Después del decreto de posesión definitiva, pueden libremente hipotecarse di-
chos bienes y si regresa el ausente, los recibe en el estado en que se hallen, respetando
las hipotecas (artículos76 y 80).
Conforme al artículo 297, los padres que ejercen la patria potestad no pueden enajenar
ni gravar los bienes raíces del hijo de familia, sin autorización del juez, con conoci-
miento de causa. La hipoteca no es una enajenación pero sí un gravamen. Igual prohibi-
ción existe para el tutor o curador (artículo 418).
4.6. El fiduciario puede imponer una hipoteca sobre los inmuebles que posee en fidei-
comiso, pero ha de contar con autorización judicial, en las mismas condiciones que se
exige a los guardadores, o sea, con conocimiento de causa por motivo de necesidad o de
utilidad evidente, según dispone el artículo 770.
4.8. Tampoco el socio administrador de una sociedad en nombre colectivo, puede por sí
solo hipotecar bienes sociales, sino que ha de contar con la autorización de sus conso-
cios. Solamente en casos urgentes podrá actuar como agente oficioso e imponer este
gravamen contrayendo las especiales responsabilidades de tal agente. (artículo 1982).
630 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4.9. Conforme al artículo 2316, cuando la ley exige al sujeto que constituye la hipoteca
el cumplimiento de especiales requisitos administrativos, más que de capacidad debe
hablarse de facultad.
4.10. Vale la hipoteca sobre cosa en que se tiene un derecho eventual o limitado. No
hay confabulación o mala fe al hipotecar una cuota hereditaria, sabiendo, como debe
saber el acreedor, que queda sujeta a la adjudicación de un inmueble al hipotecante. Si
no se le adjudica ningún inmueble, la hipoteca caduca, por disposición del artículo
2318, si no se prueba que se han quebrantado las leyes sobre la partición con el ánimo
de perjudicar al acreedor; solamente probado ese fraude, cabe la acción Pauliana.
4.11. El artículo 2319 considera el caso de hipoteca constituida por quien solamente
tiene cuotas o derechos y acciones. El cónyuge sobreviviente no puede hipotecar un
inmueble que, por haber sido de la sociedad conyugal, no le pertenece en su totalidad;
antes de la partición, solamente se admite la hipoteca de su cuota social.
4.13. En el artículo 2332 se trata de la hipoteca por deuda ajena y la fianza hipotecaria.
A este propósito, tenemos importantes decisiones de la jurisprudencia: Para ejecutar la
hipoteca constituida sobre el inmueble de un tercero, para garantizar una obligación
principal de hacer (construir un puente), debe constar que la obligación principal no se
ha cumplido o se ha cumplido imperfectamente; si no hay esta constancia en autos, es
improcedente la demanda contra el poseedor de la finca hipotecada.
4.15. No limita la facultad del dueño de un inmueble para hipotecarlo, el hecho de que
anteriormente haya constituido otra hipoteca sobre la misma cosa. Este gravamen puede
repetirse y así se admite una segunda, tercera, etc. hipoteca. Tampoco la constitución de
uno o más de estos derechos reales, quita al dueño la facultad de enajenar la cosa; más
aún no se puede pactar una prohibición de enajenar, como lo dispone el artículo 2317.
Lo que sí se puede, y es frecuente establecer, es que en caso de vender la finca, se deba
pagar inmediatamente, con el precio, al acreedor a cuyo favor se estableció la hipoteca.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 631
5.1. El contrato de hipoteca tiene por finalidad garantizar una obligación principal que,
en caso de no cumplirse, permite vender la cosa hipotecada para pagar con el precio al
acreedor; esto origina que la hipoteca se configure como un derecho real, que se puede
perseguir y ejecutar aunque la cosa pase de unas manos a otras. Así resulta que la hipo-
teca limita otros derechos reales, principalmente el de propiedad, porque constituye un
principio de enajenación, una destinación de la cosa para ser enajenada; por tanto, la
hipoteca propiamente recae sobre otros derechos reales.
Lo más corriente es que se hipoteque la propiedad de una cosa inmueble o de una nave.
Y, por eso, el sujeto que hipoteca ha de tener la capacidad y la facultad de poder enaje-
nar lo que es suyo, lo que le pertenece.
El artículo 2320 dice: “La hipoteca no podrá tener lugar sino sobre los bienes raíces que
se posean en propiedad o en usufructo, o sobre las naves.- Las reglas particulares relati-
vas a la hipoteca de las naves pertenecen al Código de Comercio”. Se ha de entender no
de modo excluyente sino en cuanto tiene de inclusivo: los bienes raíces y las naves que
se poseen en propiedad o en usufructo, se pueden hipotecar; pero además otros derechos
reales también admiten hipoteca.
5.2. Además de la propiedad, se pueden hipotecar los derechos que cabe desmembrar
del dominio: el usufructo o la nuda propiedad, o bien la propiedad fiduciaria. Esto,
siempre que se tenga la libre disposición de estos derechos; por lo mismo, no puede
hipotecarse el derecho de usufructo del padre o madre de familia sobre los bienes del
hijo de familia, ni el usufructo que pueda tener el administrador de la sociedad conyu-
gal, porque estos derechos no son transferibles.
Si el testador ha dejado una cosa gravada con hipoteca, a un nudo propietario y un usu-
fructuario, ambos sujetos forman como una sola persona para responder del gravamen
hipotecario, y si uno paga, tiene derecho de repetir contra el otro, en la forma y medida
que se indica en los artículos 1382 y 1384.
Según dispone el artículo 770, el fiduciario puede imponer una hipoteca sobre los in-
muebles que posee en fideicomiso, pero ha de contar con autorización judicial, en las
mismas condiciones que se exige a los guardadores, o sea, con conocimiento de causa
por motivo de necesidad o de utilidad evidente.
5.3. En general, hay que decir que cualquier derecho real que se pretenda hipotecar, ha
de recaer sobre un inmueble o una nave que no estén fuera del comercio, que no sean
inembargables, porque la hipoteca tiene por finalidad el que se puedan vender esos
bienes, y no se pueden enajenar normalmente los bienes que no admiten enajenación; tal
es el caso de los bienes nacionales de uso público (una plaza, una vía, etc.).
5.4. Por la misma razón, no puede embargarse el patrimonio familiar: éste es inembar-
gable y no puede enajenarse libremente, sino cumpliendo especiales requisitos con
intervención judicial. Por el destino especial de estos bienes, tampoco se pueden consti-
tuir patrimonio familiar sobre bienes que anteriormente han sido hipotecados: la hipote-
632 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
ca afecta los bienes para ser vendidos y pagar la deuda principal, mientras que el patri-
monio familiar, precisamente, no debe ser vendido (artículo 845).
Por disposición expresa de ley especial, no son hipotecables los inmuebles adquiridos
con préstamos otorgados por el Seguro Social, los cuales quedan hipotecados a favor
del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social; estos inmuebles también quedan con
prohibición de enajenar y de esta manera se cumple la doble finalidad de asegurarlos
casi como un patrimonio familiar, y garantizar a la entidad aseguradora al máximo.
5.6. Hay otros derechos reales que no se pueden enajenar: las servidumbres, porque no
se pueden separar del inmueble sometido a ellas y no cabría enajenarlas independiente-
mente de él. En cambio, desde luego, si un inmueble tiene una servidumbre activa o
pasiva, nada impide que se hipoteque la propiedad y, como anexa e indisolublemente
unida a ella, quedará también hipotecada la servidumbre; pero nunca separándola del
dominio del inmueble.
5.7. Tampoco permite nuestro derecho la hipoteca de una hipoteca, por ese carácter
accesorio que tiene este derecho real y porque tal forma jurídica (admitida en el antiguo
derecho español y otros), implica un doble y complicado sistema de preferencia o prela-
ción de créditos, con una subpreferencia o doble sistema de prelación de créditos.
5.8. Por su naturaleza de derechos personales, tampoco admiten hipoteca los de uso o
habitación.
5.9. Nada impide que se hipoteque una propiedad horizontal, salvo expresa prohibi-
ción aceptada en el acto constitutivo de ese derecho, o disposición de ley especial.
5.10. El artículo 2318 dice: “El que sólo tiene sobre la cosa que se hipoteca un derecho
eventual, limitado o rescindible, no se entiende hipotecarla sino con las condiciones y
limitaciones a que está sujeto el derecho, aunque así no lo exprese.- Si el derecho está
sujeto a una condición resolutoria, tendrá lugar lo dispuesto en el artículo 1507”. Este
artículo citado, a su vez, expresa: “Si el que debe un inmueble bajo condición lo enaje-
na, o lo grava con hipoteca o servidumbre, no podrá resolverse la enajenación o grava-
men, sino cuando la condición constaba en el título respectivo, inscrito, u otorgado por
escritura pública”.
Nadie puede transferir más de lo que tiene. Pero la seguridad de las negociaciones ha
impuesto la exigencia de que la condición por la que el derecho resulta eventual, debe
constar en la escritura pública inscrita, por la cual se adquirió ese derecho. De este modo
el acreedor que recibe una hipoteca en garantía de su crédito, sabrá a qué atenerse: le
valdrá el gravamen mientras no se resuelva, rescinda o revoque el derecho eventual
sobre el que recae su hipoteca.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 633
5.11. Las cosas poseídas en común por varias personas presentan especiales situacio-
nes en cuanto a la hipoteca; esto se produce con frecuencia en las sucesiones heredita-
rias, pero también en otros casos, como el disolución de la sociedad conyugal, liquida-
ción de una compañía, o adquisición conjunta de una propiedad por parte de varias
personas.
Durante el estado de comunidad, no pueden hipotecar la totalidad del bien sino todos
los copropietarios. Uno de ellos solamente podría hipotecar su cuota.
Si uno de los partícipes hipotecara un cuerpo cierto, un inmueble o una nave determina-
dos, ese gravamen queda sujeto a la condición resolutoria de que en la partición le que-
pa dicho bien al que lo hipotecó; si se asigna a otro, por convenio o por sentencia, la
hipoteca caduca. Si realmente el que hipotecó llega a ser propietario del inmueble o
nave que hipotecó antes de la partición, la hipoteca se considera vigente desde el mo-
mento en que se inscribió en el Registro de la Propiedad, aunque esa fecha sea anterior a
la partición; es decir, que se da efecto retroactivo a la partición y se respeta la hipoteca.
En el caso del cónyuge que en parte es heredero y en parte tiene derecho a gananciales,
igualmente, hay que estar al resultado de la liquidación y partición; si se ha embargado
y rematado un inmueble, el adjudicatario no adquiere más derechos que los del tradente
(artículo 698).
5.12. Otra situación en que la propiedad (u otros derechos reales), queda sujeta a la
eventualidad, se produce en las demandas de reivindicación, en las que se discute sobre
el verdadero titular del dominio; mientras dura la litis, es obvio que no cabe hipotecar la
cosa discutida; generalmente se habrá inscrito una prohibición de enajenar o gravar,
como medidas precautorias, pero aún si esto no se hubiere hecho, la hipoteca adolecería
de nulidad.
5.13. Tampoco es incompatible la anticresis con la hipoteca, sino que prevalecerá para
efecto del pago a los acreedores, el derecho que se haya inscrito antes, quedando el
remanente del precio para cubrir en segundo lugar, al que se inscribió después.
5.15. En cuanto a la hipoteca de las naves, el artículo 2320 se remite a las normas del
Código de Comercio, pero curiosamente, este cuerpo legal se remite al Código Civil, y
únicamente establece las preferencias de créditos sobre el precio de la nave, en el artícu-
lo 709. En algunos sistemas extranjeros se configura más bien como prenda y no como
hipoteca.
6.2. En principio, se afirma que la hipoteca alcanza a toda la materialidad del objeto
cuya propiedad (u otro derecho real), posee el constituyente. Si se amplía ese objeto por
acrecimientos o accesión, la hipoteca abarcará también esos anexos; y si disminuye el
objeto, también la hipoteca se reducirá, Esto es aplicable tanto a las accesiones natura-
les, a las producidas por el trabajo, como el simple cambio de valor del inmueble o la
nave, por otras circunstancias, como su mayor o menor demanda en el mercado o las
variaciones del valor de la moneda en que se aprecia el valor de las cosas. Pero no se
amplía la hipoteca si se adquiere otro terreno adjunto al gravado: aquí no hay propia-
mente accesión, y se circunscribe el derecho de garantía al cuerpo cierto que se hipote-
có. Según nuestro artículo 2321, cabe que se hipotequen bienes futuros, que se han de
adquirir después, y entonces rige la hipoteca desde que se adquieren y se inscribe el
gravamen; no se aprueba, pues, una automática extensión de la hipoteca a los nuevos
inmuebles.
6.3. “La hipoteca constituida sobre bienes raíces afecta a los muebles que por accesión a
ellos se reputan inmuebles según el artículo 588; pero deja de afectarlos desde que per-
tenecen a terceros”, dice el artículo 2322. Aquí simplemente se aplica la norma general
sobre la ficción de considerar inmuebles a ciertos objetos que por su naturaleza son
muebles, pero que están permanentemente destinados al uso, cultivo y beneficio de una
finca, sin embargo de que puedan separarse sin detrimento. Ahora bien, como el propie-
tario de un inmueble hipotecado conserva con la propiedad el derecho de enajenarla,
puede vender, regalar, etc. esos inmuebles por adhesión, y de esta desmembración se
seguirá frecuentemente una notable disminución del valor de la garantía; entonces sería
aplicable el artículo 2329, que da derecho al acreedor de pedir un complemento o susti-
tución de la cosa que se haya deteriorado.
Como el anterior, esta norma debe interpretarse con alguna reserva a sus términos
demasiado absolutos. No cabría, en efecto, considerar incorporados a la garantía los
cánones de arrendamiento devengados durante la vigencia del contrato (antes de la
ejecución o venta para pagar), puesto que ello significaría identificar la hipoteca con el
derecho de anticresis, que es un derecho distinto, precisamente, por la facultad de reci-
bir los arrendamientos para pagar con ellos la deuda.
Además, el mismo artículo trascrito insinúa la distinción entre las pensiones correspon-
dientes al tiempo en que permanece el inmueble en posesión de su dueño y las que se
devenguen desde el momento en que se embargue para pagar la deuda. Dicha insinua-
ción consiste en la referencia a “la indemnización debida por los aseguradores”, que
solamente podría reemplazar al valor de la cosa destruida o deteriorada, en caso de
haberse producido un siniestro, como inundación, incendio, terremoto, etc., y cuando el
seguro haya cubierto parcial o totalmente los daños producidos; por analogía, solamente
se han de incorporar al capital que garantiza la deuda, las pensiones devengadas des-
pués del embargo.
Díaz Garaicoa señala con acierto, que el artículo 471 del Código de Procedimiento
Civil sólo permite al depositario judicial comenzar a cobrar los arriendos desde que se
ha producido el embargo y realizada la venta del inmueble, el acreedor hipotecario
tendrá preferencia sobre esos arriendos y sobre el precio de la venta, mientras que antes
del embargo el acreedor no tiene ningún derecho sobre los cánones.
6.5. “La hipoteca sobre un usufructo o sobre minas y canteras no se extiende a los
frutos percibidos, ni a las sustancias minerales una vez separadas del suelo”, dice el
artículo 2325, aplicando así los mismos principios antes expuestos. Lo hipotecado es el
derecho de usufructo, y éste podrá embargarse y rematarse para cubrir la obligación
principal, pero no se extiende la hipoteca a los productos ya percibidos o separados, que
no forman parte del derecho de usufructo.
Es obvio que la hipoteca garantiza la obligación principal a la que accede, con sus inte-
reses, si los hay, sea por convenio o por aplicación de las normas legales. También
responde el precio del inmueble hipotecado por las costas judiciales a que hubiere dado
lugar. El artículo 2379 ordena pagar en primer lugar estas costas.
Estos son los términos generales a los que se extiende la hipoteca, pero las partes están
facultadas para señalar una cuantía máxima hasta la que llegue la garantía inmobiliaria.
Sin embargo, esa extensión a su vez, está limitada por la ley: el artículo 2333, exige que
tal disposición debe ser expresa e inequívoca, y además, no podrá superar el doble del
valor de la obligación principal.
Si los intereses y costas sumaren más del duplo de la obligación principal, la hipoteca
únicamente respondería hasta esa cantidad máxima consentida por el derecho; pero no
significa que el acreedor pierda lo que se le deba en exceso de esa cantidad, sino que no
gozará de preferencia y deberá cobrarla sobre otros bienes del deudor ya no como crédi-
to hipotecario, sino conforme a las normas generales.
La norma de nuestro Código, que no admite hipoteca por más del doble del valor de la
obligación garantizada, se ha de considerar de orden público y no puede derogarse por
estipulación en contrario, por eso, señala el segundo inciso del artículo 2333 que :”El
deudor tendrá derecho para que se reduzca la hipoteca a dicho valor, y reducida, se hará
a costa del deudor nueva inscripción, en virtud de la cual no valdrá la primera sino hasta
la cuantía que se fijare en la segunda”.
6.7. Se da también una limitación subjetiva de la hipoteca, cuando existen varios in-
muebles hipotecados por distintos propietarios para garantizar la misma deuda. Enton-
ces caben diversas posturas, según sean los términos del contrato o de los contratos:
pueden haber garantizado con solidaridad o sin ella. Como anota Hedemann, lo normal
es que se estipule, para las relaciones internas, una distribución de responsabilidad o una
responsabilidad limitada de cada hipotecante, pero nada impide asumir la garantía de
modo solidario.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 637
7.2. Conforme a las reglas universalmente admitidas del Derecho Internacional Privado,
la forma de los actos se rige por la ley del lugar en que se verifican. El Código Civil se
refiere a los contratos hipotecarios celebrados en nación extranjera, en el artículo 2313,
y en los artículos 2311 y 2312 señala las solemnidades necesarias, sin referirse al lugar
de la celebración, pero se entiende que se circunscribe a los contratos celebrados en el
Ecuador, ya que el otro artículo (2313) contempla los contratos fuera del país.
Dice el artículo 2311: “La hipoteca deberá otorgarse por escritura pública, o constituirse
por mandato de la ley en los casos por ella establecidos.- Podrá ser una misma la escri-
tura pública de hipoteca, y la del contrato a que accede”.
Otro caso en que se constituye por disposición legal, es el de la hipoteca sobre un in-
mueble que ha sido rematado, quedando el adquirente con la obligación de pagar todo
o una parte del precio con cierto plazo; según el artículo 492 del Código de Procedi-
miento Civil, se inscribe en el Registro el acta de adjudicación.
7.4. Algunos autores distinguen el contrato del derecho real de hipoteca. Ciertamente se
trata de dos figuras jurídicas diferentes: el contrato solamente origina obligaciones per-
sonales, mientras que el derecho real es exigible frente a cualquier persona que lo nie-
gue. Según De Diego, la escritura aún no inscrita originaría solamente la obligación de
inscribirla, pero solamente dicha inscripción tiene valor constitutivo.
7.6. Cuando los bancos u otras instituciones autorizadas emiten cédulas hipotecarias,
este negocio se ha de realizar conforme a las disposiciones del derecho mercantil espe-
cial e implica nueva escritura pública; pero cada uno de los deudores del banco que
emite las cédulas, ha de celebrar su respectivo contrato por escritura pública inscrita.
7.7. El artículo 2312 categóricamente ordena: “La hipoteca deberá, además, ser inscrita
en el registro correspondiente. Sin este requisito, no tendrá valor alguno, ni se contará
su fecha sino desde la inscripción”. Por tanto, hasta dicha anotación en el Registro, está
pendiente la obligación del constituyente; pero si en la escritura se ha delegado al acree-
dor para que realice la inscripción, no cabría acusar de mora al deudor que no lo hace,
puesto que está en manos del acreedor el conseguir la inscripción.
Ya queda dicho que la forma de los contratos celebrados en el exterior se sujeta a las
leyes del lugar, pero el efecto en nuestro país, se subordina a la inscripción. Se admite,
pues, que se establezca una hipoteca en otro país, conforme a sus leyes, y podría ser por
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 639
escritura privada, si así lo permiten esas normas extranjeras, pero, no surtirá efecto en el
Ecuador sin la inscripción, tratándose de bienes situados en esta nación.
7.9. El contenido de la inscripción está detallado por el artículo 2334: “La inscripción
de la hipoteca deberá contener: 1. El nombre, apellido y domicilio del acreedor; su pro-
fesión si tuviere alguna, y las mismas designaciones relativamente al deudor, y a los
que, como apoderados o representantes legales del uno o del otro, requieran la inscrip-
ción.- Las personas jurídicas serán designadas por su denominación legal o popular y
por el lugar de su establecimiento; y se extenderá a sus personeros lo que se dice de los
apoderados o representantes legales en el inciso anterior; 2. La fecha y la naturaleza del
contrato a que accede la hipoteca, y el archivo en que se encuentra.- Si la hipoteca se ha
constituido por acto separado, se expresará también la fecha de este acto, y el archivo en
que existe; 3.La situación de la finca hipotecada y sus linderos.- Si la finca hipotecada
fuere rural, se expresará la provincia, cantón y parroquia a que pertenezca, y si pertene-
ciere a varios, todos ellos.- Si fuere urbana, la ciudad, villa o aldea, y la calle en que
estuviere situada; 4. La cantidad determinada a que se extiende la hipoteca, en el caso
del artículo precedente; y, 5. La fecha de la inscripción y la firma del Registrador de la
propiedad”.
Nótese que ciertas deficiencias de la inscripción se pueden remediar con los términos
claros y completos del contrato o contratos inscritos. La inscripción y la escritura inscri-
ta forman una unidad jurídica, y el derecho trata de salvar la validez, superando acciden-
tales omisiones.
8. Efectos de la hipoteca
8.1. Se pueden distinguir los efectos del contrato de hipoteca durante su vigencia, esto
es, hasta la realización de la hipoteca por venta o adjudicación; y, los efectos después
del embargo y remate del bien hipotecado.
También cabe individuar los efectos propiamente del contrato y los que corresponden
al carácter de derecho real. Bajo ambos conceptos, como contrato y como derecho real,
quien es beneficiario de los efectos de la hipoteca es el acreedor cuyo crédito se ha
asegurado así. Quien deberá soportar las consecuencias de la hipoteca es primeramente
el constituyente, dueño y poseedor del inmueble, y, eventualmente, un tercero a quien
haya pasado dicha propiedad o posesión de la cosa hipotecada. Sólo muy eventualmen-
te, por accidente, surgirá algún derecho del deudor de la obligación principal, a éste
le corresponde su obligación personal.
640 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
8.2. Los derechos del acreedor, se mencionan de modo genérico y por remisión al
contrato de prenda, en el artículo 2326: “El acreedor hipotecario tiene, para hacerse
pagar con las cosas hipotecadas los mismos derechos que el acreedor prendario sobre la
prenda”.
Sin embargo, esto no es muy exacto, puesto que el primer derecho del acreedor prenda-
rio consiste en retener la prenda, que está en su poder, mientras que el hipotecario no
posee la cosa que garantiza su crédito, sino que ese inmueble permanece en manos del
deudor.
La venta judicial, puede excepcionalmente sustituirse por una venta privada con el
compromiso de que el comprador entregue el precio al acreedor hasta el monto de todo
su crédito; también cabe, que, a falta de posturas en el remate público, el juez asigne o
adjudique la cosa al acreedor como dación en pago, hasta el monto indicado o en cuan-
to alcance para cubrir su crédito (si queda un saldo, podrá el acreedor perseguirlo en
otros bienes del deudor). Este es el llamado derecho de liquidar o ius disponendi.
El otro derecho característico y fundamental del acreedor hipotecario, que atañe más al
carácter de derecho real, es el ius persequendi, o derecho de ejecutar la cosa hipotecada
en manos de cualquier persona que la tenga. Si la cosa perteneció desde el momento del
contrato a un tercero, o si, con posterioridad a la imposición del gravamen, pasa a pose-
sión o dominio de un tercero, da lo mismo: el acreedor puede pedir su embargo y rema-
te.
Se completa el cuadro esquemático de los derechos del acreedor, con el que le compete
de impedir el deterioro de la cosa o exigir la sustitución de la garantía cuando se ha
perdido o disminuido notablemente.
Estos derechos fundamentales del acreedor sufren algunas modificaciones o dan origen
a situaciones especiales que examinaremos a continuación.
8.3. El acreedor hipotecario puede ejercitar los indicados derechos, pero nada impide
que renuncie a ellos o que, sin renunciar, pretenda cobrar su crédito de otra manera
legal. Por ejemplo, puede admitir una novación, reemplazando la anterior obligación por
otra que le resulte más conveniente o que permita al deudor cumplirla mejor; o llegar a
una transacción, o simplemente, ejecutar otros bienes del deudor.
El artículo 2327, se refiere especialmente al tercer ejemplo que se acaba de poner: “El
ejercicio de la acción hipotecaria no perjudica la acción personal del acreedor para
hacerse pagar con los bienes del deudor que no le han sido hipotecados; pero aquélla no
comunica a ésta el derecho de preferencia que corresponde a la primera”. Es decir, que
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 641
8.4. Correlativo a este aspecto del derecho del acreedor, es la facultad que tiene el deu-
dor de abandonar la finca. Este abandono debe entenderse como un poner a disposi-
ción inmediata del acreedor para la correspondiente ejecución judicial; no se trata de un
abandono general, que convertiría la cosa en res derelicta o res nullius, sino de un dejar
en manos del juez para que proceda al remate y al pago preferente del acreedor hipote-
cario; es, como dice el artículo 2328 un “abandonársela”, es decir, darla a favor del
acreedor, pero tampoco quiere decir que le transfiere el dominio o posesión directamen-
te, sino en la indicada forma judicial.
Este abandono tiene por objeto la cancelación de lo debido al acreedor hipotecario, por
esto, si el deudor paga el capital, intereses y costas, antes del remate de la cosa, se sus-
pende esa ejecución y el deudor recupera la finca abandonada, entregada para la ejecu-
ción.
8.5. No se admite, en cambio, la apropiación directa de la cosa por parte del acreedor;
esto equivaldría a una usurpación y está expresamente vedado por las leyes y la juris-
prudencia.
8.6. Cuando una persona distinta del deudor principal satisface la obligación de éste, se
subroga en los derechos del acreedor y podrá hacerlos valer en la misma forma en que
lo hubiera hecho el acreedor, pidiendo el embargo y remate de la finca.
Señala el artículo 1626 los principales casos en que se produce subrogación en los dere-
chos del acreedor, entre ellos, dos se refieren expresamente a la hipoteca: “1. Del acree-
dor que paga a otro acreedor de mayor derecho, en razón de un privilegio o hipoteca; 2.
Del que habiendo comprado un inmueble, queda obligado a pagar a los acreedores a
quienes el inmueble está hipotecado”. Además, podemos agregar, en todos los casos en
que una persona paga al acreedor hipotecario sin ser el deudor garantizado; este tercero
que interviene para pagar deuda ajena, se subroga en los derechos del primitivo acree-
dor.
8.7. “La subrogación –agrega el artículo 1628-, tanto legal como convencional, traspasa
al nuevo acreedor todos los derechos, acciones, privilegios, prendas e hipotecas del
antiguo, así contra el deudor principal, como contra cualesquiera terceros, obligados
solidaria o subsidiariamente a la deuda. Si el acreedor ha sido solamente pagado en
parte, podrá ejercer sus derechos relativamente a lo que se le quede debiendo, con prefe-
rencia al que sólo ha pagado una parte del crédito”. En este supuesto hay una subroga-
ción parcial, y el acreedor primitivo conserva una preferencia sobre el subrogado en una
parte, en virtud de ser más antigua su garantía y por la indivisibilidad de la hipoteca.
mente purificarla de las hipotecas u otros derechos reales que haya constituido en ella”.
Pero, cabe preguntarse ¿Cómo obligará el vendedor a que el comprador cumpla con esta
obligación, y cómo puede privar al acreedor hipotecario de su derecho? Desde el punto
de vista económico es de suponer que el comprador que no ha podido pagar el precio,
tampoco podrá levantar la hipoteca. Probablemente se resolverá este asunto en una
indemnización que el vendedor hará efectiva sobre otros bienes del comprador, si los
tiene.
8.9. A su vez, el crédito hipotecario puede ser cedido, como lo autoriza el artículo 1844,
para esta cesión se requiere anotarla en el Registro de la Propiedad, al margen de la
inscripción hipotecaria. “la cesión de un crédito comprende sus fianzas, privilegios e
hipotecas, pero no traspasa las excepciones personales del cedente” dice el artículo
1847, por tanto, el nuevo acreedor hipotecario podrá ejecutar sobre la cosa gravada y
cobrar como lo habría hecho el primitivo acreedor.
8.10. Si además de la hipoteca el deudor tiene un fiador, éste goza de beneficio de ex-
cusión y en virtud de él, puede exigir que primeramente se ejecute en los bienes hipote-
cados (artículo 2259). Pero no se tomarán en cuenta para la excusión, entre otros, los
bienes hipotecados en seguridad de otras deudas, según prescribe el artículo 2261.
8.11. No hay incompatibilidad entre hipoteca y anticresis, sino que pueden subsistir
juntas o acumularse sucesivamente. El artículo 2341 dispone: “Podrá darse en anticresis
al acreedor el inmueble anteriormente hipotecado al mismo; y podrá igualmente hipote-
carse al acreedor, con las formalidades y efectos legales, el inmueble que se le ha dado
en anticresis.
8.12. Una situación singular se produce cuando cosas donadas vuelven al dominio del
donante. Las cosas donadas pueden volver a propiedad y posesión del donante sea por
resolución (si hubo condición resolutoria), por rescisión (si se declara la nulidad de la
donación) o por revocatoria (por ingratitud del donatario); en cualquiera de estos casos,
el que recupera el inmueble que hubiere sido hipotecado por el donatario, lo recibirá con
la hipoteca, puesto que es derecho real, y no tendrá acción contra terceros poseedores,
sino en los casos de excepción que señala el artículo 1448, en tres numerales:
“1.Cuando en la escritura pública de donación, se ha prohibido al donatario enajenarlas,
o se ha expresado la condición; 2. Cuando antes de las enajenaciones o de la constitu-
ción de los referidos derechos (de prenda o hipoteca), se ha notificado a los terceros
interesados, que el donante u otra persona a su nombre se propone intentar la acción
resolutoria, rescisoria o revocatoria contra el donatario; y, 3. Cuando se ha procedido a
enajenar los bienes donados, o a constituir los referidos derechos, después de intentada
la acción”. En síntesis, solamente se concede la acción contra los terceros poseedores,
cuando éstos han sido advertidos del peligro de perder la cosa por resolución, rescisión
o revocatoria, o les constaban los elementos que hacían posibles estas acciones.
El artículo 2330 dice: “La hipoteca da al acreedor el derecho de perseguir la finca hipo-
tecada, sea quien fuere el que la posea, y a cualquier título que la haya adquirido.- Sin
embargo, esta disposición no tendrá lugar contra el tercero que haya adquirido la finca
hipotecada en pública subasta, ordenada por juez.- Mas, para que esta excepción surta
efecto a favor del tercero, deberá hacerse la subasta con notificación personal, en el
término de emplazamiento, de los acreedores que tengan constituidas hipotecas sobre la
misma finca; los cuales serán cubiertos con el precio del remate, en el orden que corres-
ponda.- El juez, entre tanto, hará consignar el dinero”.
El segundo inciso del artículo 2329, se refiere a la primera excepción: “Sin embargo,
esta disposición no tendrá lugar contra el tercero que haya adquirido la finca hipotecada
en pública subasta, ordenada por el juez”. Obviamente este caso hace referencia al em-
644 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
bargo pedido por otra persona distinta del acreedor hipotecario y no al caso ordinario de
embargo a petición de éste, precisamente para hacerse pagar. Se presume la situación de
alguien que ha adquirido en pública subasta un inmueble que estaba hipotecado; enton-
ces el acreedor tuvo la oportunidad de hacerse pagar con el precio, pero si no lo hizo, en
cierto modo renunció a su preferencia y solamente podrá cobrar su crédito de manera
común (sin preferencia) en otros bienes del deudor.
La referida excepción, para ser eficaz debe cumplir los requisitos que señala el inciso
tercero: “Mas, para que esta excepción, surta efecto a favor del tercero, deberá hacerse
la subasta con notificación personal, en el término de emplazamiento, de los acreedores
que tengan constituidas hipotecas sobre la misma finca; los cuales serán cubiertos con el
precio del remate, en el orden que les corresponda.- El juez, entre tanto, hará consignar
el dinero”. Es decir, que si no se hubiere notificado la subasta al acreedor o acreedores
hipotecarios, éstos conservarán su derecho de persecución incluso después de la subasta
y podrán, en consecuencia, provocar un nuevo remate en el que se harán presentes y
cobrarán con preferencia. Lo mismo sucede, si se les ha notificado pero sin darles el
“término del emplazamiento”, el tiempo indispensable para hacerse presentes y recla-
mar. En una palabra, siempre que se quita el derecho de defender su derecho real, éste
permanece incólume, a pesar de la subasta, pero si se ha dado la oportunidad de hacerlo
valer y el acreedor no ha intervenido, entonces queda desprovisto de su preferencia y
sólo podrá cobrar ordinariamente.
8.15. El derecho de persecución, no obsta a que esa misma persona intente cobrar direc-
tamente a título personal al deudor, solamente que entonces no gozará de preferencia.
En otras palabras, la acción real hipotecaria no es incompatible con la acción personal
para el cobro del crédito. Ambas acciones pueden intentarse, independientemente y en
cualquier orden, la una o la otra primero; también se puede demandar conjuntamente al
deudor por su deuda (acción personal), y al poseedor de la cosa hipotecada (acción real),
para la ejecución particular sobre el bien gravado. Y estas dos acciones cabe que se
dirijan contra una misma y única persona, cuando el deudor es el dueño del inmueble
grava, o contra dos personas: el deudor, a título personal (y para que responda con sus
otros bienes), y a la par, al dueño de la cosa hipotecada para que sufra el embargo y
remate, si no cubre voluntariamente la deuda garantizada.
El artículo 2327 dice claramente esto: “El ejercicio de la acción hipotecaria no perjudica
a la acción personal del acreedor para hacerse pagar con los bienes del deudor que no le
han sido hipotecados; pero aquélla no comunica a ésta el derecho de preferencia que
corresponde a la primera”.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 645
Tampoco existe un beneficio de orden o excusión a favor del tercero a quien ha pasado
el bien hipotecado: éste lo ha recibido con el gravamen hipotecario y ha de soportar la
ejecución, sin poder exigir que primeramente se ejecute al deudor en sus propios bienes.
Así se declara en el primer inciso del artículo 2331: “El tercer poseedor reconvenido
para el pago de la hipoteca constituida sobre una finca que después pasó a sus manos
con este gravamen, no tendrá derecho a que se persiga primero a los deudores perso-
nalmente obligados”.
¿Qué derecho se le reconoce a este tercero que paga? –Hay dos consecuencias que le
favorecen: 1. Se subroga en los derechos del acreedor al cual ha satisfecho, sea en dine-
ro, sea abandonando la finca hipotecada para su remate; por tanto, podrá después repetir
contra el deudor, con la misma preferencia que el acreedor original; 2. “Si fuere despo-
seído de la finca o la abandonare, será plenamente indemnizado por el deudor, con in-
clusión de las mejoras que hubiere hecho en ella”, según dispone el inciso tercero del
artículo 2331.
9.1. La razón de ser de la hipoteca consiste en dar al acreedor hipotecario una preferen-
cia particular, que le permite ejecutar la cosa concreta que sufre el gravamen para
pagarse con su precio.
Esta preferencia es, pues, especial o particular, es decir, concretada sobre el inmueble
o la nave hipotecados. No tiene el acreedor hipotecario una preferencia general, sobre
los bienes del deudor.
9.3. Cuando hay varios acreedores hipotecarios, la preferencia entre ellos depende de
la antigüedad de sus créditos, según el orden de su inscripción en el Registro de la Pro-
piedad: se paga primero la hipoteca más antigua, llamada “primera”, luego la segunda, y
así sucesivamente, hasta donde alcanza el precio de la cosa rematada. Si queda un saldo
impago de una o más hipotecas, los respectivos acreedores pueden ejecutar otros bienes
del deudor para cobrarse, pero ya sin preferencia.
9.5. En caso de presentarse acreedores hipotecarios y otros que no lo son, hay que
analizar si estos otros tienen preferencia aún sobre los hipotecarios.
Efectivamente, los clasificados como de primera clase en el artículo 2374, pasan antes
de los hipotecarios, estos son: 1 las costas judiciales que se causen en interés común de
los acreedores; 2 Las expensas necesarias para los funerales del deudor difunto; 3. Los
gastos de la enfermedad de que haya fallecido el deudor; 4. Los derechos del Estado y
de las instituciones de Derecho Público, para cobrar a sus funcionarios por peculado; 5
Lo que el empleador deba al trabajador por salarios, sueldos, indemnizaciones jubilares;
6 Los créditos de alimentos a favor de menores; 7. Los del Instituto Ecuatoriano de
Seguridad Social por aportes, primas, fondos de reserva, convenios de purga de mora
patronal, multas y descuentos, o por créditos concedidos a afiliados o beneficiarios; 8.
Los derechos del Estado y de las instituciones del sector público, que señala la Constitu-
ción, no contemplados en el numeral cuatro de este artículo y que consten en leyes es-
peciales, con la prioridad establecida a favor del Banco Nacional de Fomento; y, 9. Los
artículos necesarios de subsistencia suministrados al deudor y su familia en los tres
últimos meses.- El juez, a petición de los acreedores, tendrá facultad de tasar este cargo
si le pareciere exagerado.
648 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Estos créditos gozan de privilegio de primera clase y pasan antes que los hipotecarios,
pero si al rematar bienes del deudor se pretende vender los hipotecados, existiendo
otros bienes del deudor, debe procederse, a petición de los acreedores hipotecarios, a
ejecutar primeramente los otros bienes, porque los hipotecados tienen precisamente ese
gravamen particular a favor de sus respectivos acreedores hipotecarios. Corresponde a
éstos señalar los otros bienes del deudor que puedan ser embargados y rematados, si no
existieren o no fueren señalados para el embargo, se formará un concurso general, y los
acreedores hipotecarios serán satisfechos después de los de primera clase.
9.6. Los hipotecarios no pueden entrar en conflicto directamente con los de segunda
clase, porque éstos son los prendarios y otros acreedores de bienes muebles, mientras
que la hipoteca grava inmuebles. Salvo el caso que se expondrá más adelante.
9.7. En cambio, los hipotecarios tienen preferencia sobre los de cuarta y quinta clase.
El artículo 2386, expresamente dice que los hipotecarios tienen preferencia sobre los de
cuarta clase. Y, desde luego, pasan antes de los que no tienen ninguna preferencia, con-
forme dispone el artículo 2389.
9.8. El artículo 2388 origina un grave problema de interpretación, porque parece con-
tradecir lo dicho hasta aquí, con base a los artículos precedentes y principalmente al
artículo 2373.
En efecto, el 2388 dice así: “No se reconocen otras causas de preferencia que las indica-
das en la ley.- Con relación a los créditos públicos no hay más derechos preferentes que
la hipoteca, la prenda, la pensión alimenticia y lo que se deba a los trabajadores, por
concepto de salarios, sueldos, indemnizaciones y pensiones jubilares”.
El artículo 2372 dice: “Las causas de preferencia son solamente el privilegio y la hipo-
teca”. La hipoteca no es pues un privilegio, sino una causa de preferencia, y es causa de
preferencia especial, particular, concretada en un determinado bien inmueble. Mientras
en el artículo 2373 se mencionan como privilegiados los créditos de primera, segunda y
cuarta clase y se enumeran después en sendos artículos esos créditos privilegiados, en
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 649
Para el pago de los créditos garantizados por hipoteca se prevé la apertura de un concur-
so particular (artículo 2379, 2380 y 2381). Se pagan las hipotecas, respetando el orden
de preferencias: primero los créditos de primera clase y los derechos de los trabajadores,
luego las hipotecas en su orden de inscripción con preferencia de las más antiguas sobre
las más recientes.
Sin embargo el artículo 2388 dice: “No se reconocen otras preferencias que las indica-
das en la ley.- Con relación a los créditos públicos no hay más derechos preferentes que
la hipoteca, la prenda, la pensión alimenticia y lo que se deba a los trabajadores por
concepto de salarios, sueldos e indemnizaciones jubilares”. Esto crea la dificultad plan-
teada, que ha originado diversas interpretaciones sobre la preferencia: ¿Pasa primero la
hipoteca, conforme a este artículo, o bien ocupa el tercer lugar y se paga después de los
créditos públicos? Repito que considero que en el concurso general, se ha de preferir la
primera clase, pero en el reparto del precio del remate del inmueble hipotecado, tiene
preferencia el acreedor hipotecario, en esto me parece que consiste el carácter de “prefe-
rencia particular”.
9.9. También surge un conflicto sobre preferencias, en el caso de que los bienes comu-
nes del deudor no hayan sido suficientes para el pago de los créditos de primera clase;
entonces, se duda sobre si el faltante se deberá ejecutar en perjuicio de los créditos de
segunda o de tercera clase. Encuentro razonable la explicación de Alessandri Rodríguez,
quien sostiene que deben contribuir primeramente los de tercera clase, es decir los hipo-
tecarios, y después los de segunda, puesto que al ser de segunda clase tienen preferencia
sobre los de tercera.
10. Extinción de la hipoteca
10.1. Valencia Zea, refiriéndose al Código Civil colombiano, igual al nuestro, menciona
las causas que directamente se tratan en el Título de la hipoteca: 1. El pago (excepto el
de un tercero que se subroga); 2. La novación; 3. La confusión; 4. La pérdida del in-
mueble; 5. Extinción del derecho de propiedad; 6. Cancelación de la hipoteca por el
acreedor; aclarando que cuando la hipoteca es extinguida, debe cancelarse mediante
escritura pública y tomarse nota en el Registro de inscripciones.
10.2. Dado el carácter accesorio de la hipoteca, hay que considerar que se extingue
siempre que suceda esto con la obligación principal, y, además, por las causas específi-
cas que atañen directamente a esta garantía real. En el segundo caso, como es obvio,
extinguida la hipoteca, bien puede perdurar la obligación principal.
650 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
10.3. El artículo 2336 dice: La hipoteca se extingue junto con la obligación principal.-
Se extingue, así mismo, por la resolución del derecho del que la constituyó, o por el
cumplimiento de la condición resolutoria, según las reglas legales.- Se extingue, ade-
más, por la llegada del día hasta el cual fue constituida.- Y por la cancelación que el
acreedor otorgue por escritura pública, de que se tome razón al margen de la inscrip-
ción”.
Similar al anterior es el caso del acreedor que paga a otro u otros acreedores hipoteca-
rios y “purga” así la cosa gravada, que queda únicamente con la hipoteca a favor del que
pagó, y le garantiza para recuperar su propio crédito y el monto de lo cancelado al co-
acreedor.
Si el deudor ha hecho el pago por consignación y, antes de que ésta sea aceptada, la
retira, no se extingue la hipoteca: vuelven las cosas al estado anterior a la consignación
10.6. La cancelación de una inscripción de hipoteca debe hacerse o por orden judicial o
a petición de quien solicitó la inscripción de la hipoteca, pero no, a petición del que se
ha subrogado al acreedor, porque esto supondría que el Registrador realice una investi-
gación sobre dicha subrogación, o que ordene el juez, y entonces desaparecería la posi-
bilidad de cancelación por iniciativa personal, según afirma una sentencia.
10.7. Sobre hipotecas con plazo o que entrañaban alguna condición, existen varias sen-
tencias interesantes, según las cuales habiendo transcurrido el plazo, caducan y no pue-
den ya garantizar obligaciones contraídas con posterioridad.
al haber demostrado que no existe razón jurídica para la constitución de tal obligación,
ni para que ella pueda surgir, procede la referida excepción. En consecuencia, probada
la inexistencia de la obligación principal, aparentemente asumida por F., por falta de
causa real, síguese de ello, la inexistencia, por igual razón, de la obligación accesoria de
la fianza hipotecaria”.
Establecida una hipoteca abierta, no vale la excepción de que una letra de cambio acep-
tada por el deudor lo fue solamente en garantía, ni la excepción de que la obligación no
es líquida, pues puede calcularse con una simple operación matemática. Tampoco se
aceptan las excepciones de que la letra fue entregada en blanco, ya que esto equivale a
un poder dado al acreedor para llenar la letra; ni la excepción de no constar la fecha del
vencimiento, porque en ese caso se presume que vence a la vista, conforme al artículo
411 del Código de Comercio.
10.10. La novación extingue la obligación primitiva, y, por tanto, se extingue con ella la
hipoteca que la garantizaba. Si las partes convienen en renovar la hipoteca, pueden
hacerlo, pero siempre que no se trate de gravamen sobre bienes de un tercero, pues, en
tal caso solamente el dueño puede consentir en renovar la hipoteca. Si hay renovación,
se entiende que no se obliga a más que en la relación anterior; por ejemplo, si la primera
deuda fue sin intereses y en la segunda se estipulan intereses, la hipoteca no garantiza
éstos.(artículo 1658). El artículo 1659 dice: “Si la novación se opera por la sustitución
de un nuevo deudor, la reserva no puede tener efecto sobre los bienes del nuevo deudor,
ni aún con su consentimiento”. -¿Por qué no se acata este consentimiento?- Probable-
mente porque se trata de una nueva hipoteca, y deben cumplirse todos los requisitos,
fundamentalmente la escritura pública y su inscripción. El segundo inciso dice: “Y si la
novación se opera entre el acreedor y uno de los deudores solidarios, la reserva no pue-
de tener efecto sino relativamente a éste. Las prendas e hipotecas constituidas por sus
codeudores solidarios se extinguen, a pesar de toda estipulación contraria; salvo que
éstos accedan expresamente a la segunda obligación”. En una palabra, no pueden las
partes que intervienen en la novación afectar los derechos de otras personas, sin contar
con el expreso consentimiento de ellas.
El siguiente artículo (1660) reafirma algo obvio. Si la reserva no basta para que se per-
petúe la hipoteca en la situación afectada por la novación, es preciso constituir la nueva
hipoteca cumpliendo los requisitos formales: escritura pública e inscripción.
En la misma línea de no permitir que se agrave la situación del que hipotecó, por efec-
to de una novación, está el artículo 1664: “La simple mutación del lugar del pago, dejará
subsistentes los privilegios, prendas e hipotecas de la obligación, y la responsabilidad de
los codeudores solidarios y subsidiarios, pero sin nuevo gravamen”.
De manera análoga, el artículo 1665 dispone que la mera ampliación de plazo no cons-
tituye novación, pero pone fin a la responsabilidad del tercer poseedor de la cosa hipo-
tecada, en cuanto al tiempo ampliado. No se puede imponer a un tercero, sin su consen-
timiento, que su garantía se extienda a más de lo que inicialmente se comprometió.
Se aplican estas normas al frecuente caso de las hipotecas que garantizan los pagos del
arrendatario; el artículo 1898 dice: “Renovado el arriendo, las fianzas o las prendas e
hipotecas constituidas por terceros no se extenderán a las obligaciones resultantes de su
renovación”. Esta regla no es más que una aplicación concreta del principio por el cual
no se puede hacer más pesada la carga asumida por un tercero, salvo que él mismo la
admita. Distinto es el caso de la hipoteca conferida por el arrendatario sobre sus propios
bienes, entonces no se necesita el consentimiento de otra persona para que él prolongue
el tiempo de vigencia del gravamen existente sobre sus propios bienes.
1. Definición
1.1. Don Andrés Bello consignó en una nota del proyecto de código, que en éste título
había seguido de cerca al Código Francés. Efectivamente, esta materia es tratada some-
ramente en ambos códigos, y nuestra definición prácticamente traduce la del de Napo-
león. El artículo 2337 dice: “Anticresis es un contrato por el que se entrega al acreedor
una cosa raíz, para que se pague con sus frutos”.
1.3. Puig Peña, después de indicar la etimología griega que significa “contra-disfrute”,
indica que consiste en un trueque de rentas: los frutos de un inmueble se compensan con
los intereses de una deuda. Este autor se adhiere a la definición de Castán: “Derecho real
constituido en garantía de una obligación, por virtud del cual el acreedor adquiere el
derecho de percibir los frutos de un inmueble del deudor, con obligación de aplicarlos al
pago de los intereses, si se debieren, y después, al del capital del crédito”.
Indudablemente estas descripciones más amplias, dan una idea también más completa
de lo que es la anticresis, que cuanto define nuestro Código. En la propuesta por Castán,
se le califica de “derecho real”, lo cual es ampliamente debatido.
1.4. Como casi todas nuestras instituciones civiles, ésta tiene su origen en el Derecho
Romano, en el que surgió como un pacto accesorio de la prenda o la hipoteca, y con el
correr del tiempo se independizó para configurarse como un contrato específico. Toda-
vía hoy, se emplea frecuentemente en unión con la garantía hipotecaria (no con la pren-
da, ya que se ha circunscrito exclusivamente a inmuebles).
1.5. No figura esta institución en el Código Alemán y en otros que dependen de él, ni
tampoco en el Mexicano.
654 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
El Italiano de 1940, la define como contrato y no como derecho real: “La anticresis es el
contrato por el que el deudor o un tercero se obliga a entregar un inmueble al acreedor
en garantía del crédito, a fin de que el acreedor perciba los frutos imputándolos a los
intereses si se debieren y luego al capital.”( artículo 1960). Esta definición no sería
aplicable en nuestro sistema, puesto que la anticresis es en nuestro Código un contrato
real, que se perfecciona con la entrega de la cosa, por tanto, la mera obligación de en-
tregar, únicamente perfila una promesa de contrato, pero no la anticresis como nosotros
la entendemos.
1.6. Pienso que la definición del artículo 2337, quedaría más completa, agregando las
especificaciones de que se trata de un contrato “real”; que la entrega de la cosa, corres-
ponde al deudor o a un tercero; y que el acreedor se paga con los frutos, los intereses, si
los hay, y el capital. Quedaría así: “Anticresis es un contrato real, por el que un deudor o
un tercero, entrega al acreedor una cosa raíz, para que se pague con sus frutos los intere-
ses de la deuda, si los hay, y después el capital, en la medida en que alcancen.”
2. Características y analogías
2.1. En primer lugar hay que señalar el carácter rigurosamente contractual de la anti-
cresis; en ningún caso es ésta legal o judicial. Como observa Planiol, nunca es tácita.
2.3. Este contrato origina obligaciones en las dos partes contratantes, es pues, bilateral.
2.4. No da origen a un derecho real. Aunque esto se discute en la doctrina, según nues-
tro sistema positivo y conforme lo afirman muchos autores, la anticresis no es un dere-
cho real. A diferencia del antiguo pignus romano, la anticresis no transfiere la propie-
dad; ni siquiera se transmite la posesión: la entrega de la cosa, es en calidad de mera
tenencia y no constituye una desmembración de la propiedad (como sí sucede en el
usufructo o la propiedad fiduciaria), de modo que todo esto abona para no considerarla
como un derecho real.
Por otra parte, la anticresis, si bien tiene que ser respetada por terceros, solamente lo es
en la misma medida que sucede con el arrendamiento. Y así lo ha reconocido nuestra
jurisprudencia: “El hecho de que el deudor dé en arrendamiento anticrético uno de los
fundos hipotecados para responder por sus obligaciones, no afecta a la caución hipoteca-
ria si la anticresis es posterior a la constitución de la hipoteca a favor del acreedor, quien
no está obligado a respetarla, de acuerdo con los números 2 y 3 del artículo 1953
(1903); y porque la anticresis no da ningún derecho real ni puede prevalecer en perjui-
cio del derecho real de hipoteca constituido a favor del acreedor, según los incisos 2 y 3
del artículo 2420 (2340)”.
“La anticresis no es un derecho real sino un contrato real, fuente de obligaciones per-
sonales; y, como tal contrato, no es susceptible de cesión, no pudiendo por lo tanto, otra
persona ser colocada, total ni parcialmente, en el lugar del que, por su crédito, recibió un
inmueble para pagarse con sus frutos, sino mediante una novación en que intervenga el
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 655
Varios autores niegan que la anticresis sea un derecho real, aduciendo que no afecta a la
propiedad sino únicamente a los frutos de ella y esto en una relación puramente personal
de compensación. Sin embargo este argumento no tiene fuerza absoluta, ya que también
el usufructo se refiere sólo a los frutos y es innegablemente un derecho real.
Ante esta discusión doctrinal, nuestro legislador ha optado por tratar la anticresis sim-
plemente como relación contractual y no como derecho real. El artículo 2340 dice cate-
góricamente: “La anticresis no da al acreedor por sí sola, ningún derecho real sobre la
cosa entregada”. Hace bien en decir: “por sí sola”, puesto que muchas veces se une a
una hipoteca, es accesoria de ella, y entonces sí hay un derecho real, que es el hipoteca-
rio.
Como tal derecho, confiere un título para la obtención de los frutos, con la obligación
de adscribirlos al pago de la obligación principal, sea a sus intereses y capital o sola-
mente a uno de estos elementos.
El acreedor bien puede renunciar a la garantía anticrética, sin perder su derecho princi-
pal. Más aún, esto puede resultarle ventajoso cuando existen bienes del deudor más
fácilmente realizables, quizá ya embargados, respecto de los cuales puede interesarse
como tercero coadyuvante, para conseguir el remate.
A veces resultará difícil distinguir si existe realmente anticresis, o se trata de una con-
vención análoga, como se aprecia en la siguiente sentencia: “Las cantidades incluidas en
el pasivo del inventario practicado, no tienen el carácter de anticréticas, al no reunir las
condiciones requeridas por el artículo 2337 del Código Civil; pues, para que sean tales
es necesario que el deudor entregue al acreedor una cosa raíz para que se pague con sus
frutos; y en el caso que nos ocupa, el deudor da en arrendamiento una casa al acreedor,
para descontar, con los cánones pactados, el valor adeudado, teniendo en consecuencia
que se ha celebrado un contrato de arrendamiento con la modalidad de que los cánones
arrendaticios sean descontados, mensualmente, del monto del adeudamiento y hasta el
pago total. Ello no constituye un contrato de anticresis al tenor del artículo invocado.”
2.8. Es normal que el contrato de anticresis tenga plazo, y vencido éste, el acreedor
puede exigir el pago, así como el deudor tiene el derecho de pagar el saldo que quede
pendiente, sin que se produzca automáticamente una prórroga por el hecho de existir ese
saldo. Una sentencia deja en claro este punto: habiéndose estipulado el plazo de dos
años, el acreedor tiene el derecho de iniciar la acción para cobrar lo adeudado, así como
no puede oponerse al pago que voluntariamente quiera hacer el deudor; en caso de resis-
tencia del acreedor, el deudor puede consignar el dinero judicialmente.
Bien pueden establecer las partes algunas condiciones, tal como en este caso: “El con-
trato debía durar tres años, pero en la cláusula 8ª. se estipula que, para el caso de venta,
embargo o prohibición de enajenar por parte de terceras personas, se considerará termi-
nado el plazo, estando facultado entonces el acreedor para exigir la inmediata devolu-
ción del capital prestado. No habría inconveniente legal alguno para que los contratantes
estipulasen la conclusión del plazo por los motivos indicados en la referida cláusula,
como así mismo suele pactarse con frecuencia en otra clase de contratos en que el deu-
dor está obligado a pagar el capital y los intereses mediante dividendos periódicos,
susceptibles de ocasionar mora, en un lapso de larga duración”.
3. Objeto de la anticresis
3.2. El bien raíz sobre el que recae esta garantía, debe ser de algún modo fructífero, en
el sentido de prestar servicios o producir frutos naturales o civiles. Lo más frecuente es
que se constituya la anticresis sobre una hacienda o una casa.
El acreedor puede percibir directamente los frutos, viviendo u ocupando en sus nego-
cios, etc. la finca; pero también puede arrendarla y recibir los cánones de alquiler.
3.3. El objeto dado en anticresis puede pertenecer al deudor, que lo entrega en garantía
de su obligación, o bien será un tercero quien lo dé para garantizar deuda ajena. El
artículo 2338 dice: “La cosa raíz puede pertenecer al deudor, o a un tercero que consien-
ta en la anticresis.” Uno u otro, deben tener la propiedad o al menos el usufructo, para
poder disponer y entregar precisamente el uso y goce de la cosa.
3.4. Según disponen los artículos 840 y 845, no se puede constituir patrimonio familiar
con bienes dados en anticresis y a su vez, los que forman parte del patrimonio familiar,
tampoco se puede dar en anticresis, sino con autorización judicial, por causa de utilidad
o necesidad.
3.5. Sería, pues, un acto fraudulento el entregar a sabiendas un bien ajeno, en anticre-
sis, sin el consentimiento de su dueño; el contrato adolecería de nulidad y el que entregó
dolosamente, respondería de todo perjuicio. La entrega, es título de la tenencia del
acreedor, pero en el caso de haber recibido cosa ajena al constituyente, nada le confiere
tal título, puesto que no se da más que lo que se tiene.
4.2. Las partes deben tener la capacidad jurídica, según las reglas generales: el deudor o
el tercero constituyente deben tener la de disponer, puesto que enajenan los frutos de su
propiedad (o de lo que tienen en usufructo). El acreedor basta que tenga capacidad de
contratar.
Será, pues, prudente, dejar constancia escrita, con dos testigos, o por medio de docu-
mento público o de escritura pública; estos documentos se consideran auténticos y
hacen plena prueba. Si el contrato de anticresis consta en el mismo de préstamo u otro
en el que se establece la obligación principal garantizada, interesa que dicho documento
tenga el carácter de ejecutivo, para facilitar el cobro de la obligación, y servirá igual-
mente para la prueba de la relación accesoria de anticresis.
6.2. Aubry y Rau reconocen estos derechos del acreedor: 1. Retención hasta el pago
total de la deuda y accesorios, con la peculiaridad de que mientras detenta la finca, no
corre prescripción de la deuda. 2. Derecho de percibir los frutos e imputarlos al pago
de intereses o capital, de donde deriva la obligación consiguiente de llevar y rendir
cuentas. Puede el acreedor gozar directamente o arrendar el predio. No puede cambiar
sustancialmente la forma de explotación de la cosa. 3. No se puede apoderar de la cosa,
pero puede pedir su venta forzosa. No admite convención para la venta privada; pero
nada impide que el deudor venda voluntariamente la finca al acreedor, sea antes o des-
pués del vencimiento de la deuda. 4. Considera que aunque no es un derecho real, el
acreedor hace valer su preferencia, sea ante otros acreedores quirografarios o incluso
hipotecarios si éstos son posteriores; los acreedores hipotecarios pueden hacer embargar
los frutos, si su derecho es anterior al del acreedor anticrético.
6.3. Igualmente, Planiol y Ripert admiten los derechos de retensión, disfrute, de hacer
vender el inmueble y un derecho de preferencia. En cuanto a la retención, consideran
aplicable frente a acreedores quirografarios del constituyente, aún aquellos de fecha
anterior al contrato de anticresis. La anticresis no sería obstáculo para que el inmueble
sea posteriormente objeto de una venta voluntaria o judicial; pero, el adquirente no
puede entrar en posesión sino a condición de pagar íntegramente al acreedor anticrético.
De ello resulta que los acreedores que quieren obtener la venta del inmueble deben
incluir una cláusula particular, ya que la adjudicación no será posible sino en tanto que
el precio sea suficiente para extinguir la deuda garantizada. Reconocen estos autores, el
derecho de pedir el embargo y venta judicial, vencido el plazo, si lo hay, para el pago y
si éste no se verifica; en cambio no se admite la adjudicación según el precio avaluado
por peritos (como sí es posible en la prenda). En cuanto a la preferencia del acreedor
anticrético, reconocen que muchos autores no la aceptan, pero opinan con Colin y Capi-
tant, que la anticresis sería “ilusoria”, si no diera derecho a un cobro preferente; en apo-
yo de esta doctrina aducen algunas sentencias francesas de la Corte de Casación; estas
sentencias equivalen a la resurrección de la prenda inmobiliaria.
6.4. Puig Brutau, señala que el Código Argentino permite al acreedor solicitar la venta
del inmueble, pero sin derecho a ninguna preferencia sobre el precio, y esto porque el
autor del Código, Vélez Sarsfield, siguió a los autores franceses de su época; mientras
que la tendencia moderna es la de reconocer una preferencia. Este autor personalmente
considera que debe equipararse la anticresis a la hipoteca, ya que ambas tienen la misma
función de garantías reales.
6.5.Puig Peña, como todos los anteriores, admite el derecho de retención, hasta el pago
total, advirtiendo el carácter indivisible (no se limita la anticresis por un pago parcial).
Si la finca es vendida, el comprador no entrará en posesión sino pagando al acreedor,
660 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
salvo que la venta hubiere sido inscrita antes que la anticresis. El acreedor tiene derecho
a la realización del valor; no adquiere la propiedad y todo pacto contrario a esto sería
nulo. Se prohíbe el pacto comisorio. La realización ha de ser judicial, pero admite que
pueda pactarse la forma privada (coincidiendo en esto con Castán). Se adhiere a la ten-
dencia de la jurisprudencia francesa moderna, que reconoce el derecho de preferencia.
Amplía el derecho de retención hasta el reembolso de los gastos de conservación.
6.6. Con vista de las anteriores opiniones doctrinales, examinemos nuestro derecho
positivo. El artículo 2342 atribuye al acreedor anticrético los mismos derechos que tiene
el arrendatario, para el abono de mejoras, perjuicios y gastos. El artículo 2343 prohíbe el
pacto comisorio, que el acreedor se apodere del inmueble y no le reconoce derecho de
preferencia sobre los otros acreedores. El 2344 ordena imputar los frutos al pago de
intereses y el 2345 limita esta imputación de manera que no se permite la usura.
Se puede apreciar que las normas son más bien limitantes y acusan una clara descon-
fianza hacia este contrato y hacia el acreedor anticrético. Casi sólo se deduce de todo el
contexto, cuales son los derechos que positivamente se reconocen al acreedor anticréti-
co.
6.7. En primer lugar el acreedor tiene la cosa “para pagarse con sus frutos”, lo cual
implica el derecho de retención. Se ha de entender que esa tenencia, en principio, ha de
durar hasta el total pago de la deuda, salvo que exista un plazo expresamente convenido.
Así se afirma también en el artículo 2346.
Por tanto, estarán obligados a respetar el derecho del acreedor anticrético: 1. Aquél a
quien se transfiere el derecho del constituyente (deudor o tercero propietario) por un
título lucrativo, como es el de donación: 2. Aquél a quien se transfiere el derecho de
propiedad (o usufructo, en su caso), a título oneroso, si la anticresis consta en escritura
pública; exceptuados los acreedores hipotecarios (que si son anteriores prevalecen); 3.
Los acreedores hipotecarios, si la anticresis consta por escritura pública, inscrita en el
Registro de la Propiedad antes de la inscripción de la hipoteca.
De lo dicho aparece claramente que el derecho del acreedor anticrético solamente queda
debidamente resguardado cuando consta en escritura pública inscrita; en este caso, goza
de una preferencia en cuanto a la retención, dependiente de la antigüedad de la ins-
cripción.
Estas expensas podrá descontar de los frutos, si alcanzan después de cubrir los intereses,
y eventualmente la imputación al capital. El orden de aplicación de los frutos a estos
diversos pagos puede ser alterado por convención entre las partes. Si no fuere posible
cobrar las expensas sobre los frutos, el acreedor podría demandar al deudor y pedir la
ejecución de bienes. No se ve inconveniente para que entre esos bienes del deudor se
incluya precisamente el dado en anticresis.
Expresamente prohíbe el artículo 2343 establecer alguna preferencia a favor del acree-
dor anticrético que no tenga derecho de hipoteca. Se trata de una cuestión de orden
público: el derecho de preferencia es el marcado por la ley y no se altera por voluntad de
las partes; si quieren mejorar la garantía del acreedor, han de proceder a establecer una
hipoteca.
6.10. Como la anticresis es una garantía a favor del acreedor, es lógico que sólo él puede
renunciarla o darla por terminada, mas no puede hacer lo mismo el deudor, que es el
obligado. Así se reconoce en el artículo 2346: “El deudor no podrá pedir la restitución
de la cosa dada en anticresis, sino después de la extinción total de la deuda; pero el
acreedor podrá restituirla en cualquier tiempo y perseguir el pago de su crédito por los
otros medios legales, sin perjuicio de lo que se hubiere estipulado en el contrato.”
7.1. A los derechos del acreedor corresponden otras tantas obligaciones y configuran los
derechos del deudor.
El acreedor, recibe la cosa y debe conservarla como buen padre de familia; está obliga-
do a restituirla al final del contrato, en el mismo estado en que la recibió, salvo el dete-
rioro natural por el transcurso del tiempo y el uso adecuado de ella.
“Conforme a los artículos 2008 (1888) y 2463 (2346), debe restituirse la cosa en el
mismo estado en que se recibió, y no puede el deudor pedir la restitución sino después
de extinguida totalmente la deuda,” leemos en una sentencia.
7.2. La doctrina asigna al acreedor la obligación de pagar las cargas anuales del inmue-
ble, que serán fundamentalmente los impuestos prediales. Parece razonable considerar
662 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
estos gastos como expensas normales de conservación, salvo que hayan establecido otra
cosa las partes.
7.3. Ya que el acreedor imputa los frutos a los intereses, al capital o a las expensas,
según los casos, resulta evidente que tiene que llevar cuentas, y el deudor podrá exigirle
rendirlas. El derecho del deudor, sin embargo, no llega hasta el punto de desvirtuar el
derecho de garantía que es a favor del acreedor, por esto, la jurisprudencia ha reconoci-
do que no está en las facultades del deudor el negarse a pagar lo que adeude, alegando
que aún no ha recibido la restitución del inmueble.
7.4. Desde luego, el derecho más importante del deudor, consiste en recibir la devolu-
ción de la finca. Este mismo derecho corresponde al tercero constituyente, si no es due-
ño el mismo deudor.
Cumplido el plazo o pagada la deuda por la que se constituyó la anticresis, hay derecho
a la devolución. No se admite prórroga de esta garantía a favor de nuevas deudas que
haya contraído el deudor, salvo que expresamente las partes hayan impuesto un nuevo
gravamen anticrético.
8. Extinción de la anticresis
8.1. Nada dice el Código sobre la terminación de este contrato. Igualmente guardan
silencio otros Códigos, como el de Colombia, el de Argentina o el de Italia. Resulta,
pues, evidente, que se han de aplicar las normas generales sobre el fin de las relaciones
contractuales, en general.
8.2. Siguiendo la doctrina común, se pueden clasificar las causas de extinción en tres
grupos: las que provienen de la extinción de la obligación garantizada (terminación,
debida al carácter accesorio de la anticresis); las causas generales de terminación de las
obligaciones; y, el caso más específico de la ejecución judicial hasta la extinción de la
obligación. En todo esto hay una analogía evidente con la prenda y la hipoteca, por lo
que me remito a lo dicho a propósito de estos otros contratos.
8.4. El hecho de haber recibido el acreedor el pago total de la deuda y haber continuado
viviendo en la casa dada en anticresis, no convierte el contrato en un arrendamiento;
para esto se requería la voluntad de ambas partes.
8.6. Una sentencia resuelve el caso del deudor que notificó con noventa días de antici-
pación la terminación del plazo de un año, estipulado en el contrato, y además consignó
el valor de su deuda; la Corte le reconoció el derecho a la terminación de la anticresis y
ordenó al acreedor la devolución de la habitación.
9.1. Tanto nuestro Código, en el artículo 2347, como el Colombiano y el de Chile, del
que dependen los dos primeros, se remiten “a lo prevenido en la ley”, es decir, en el
Código de Procedimiento Civil.
9.2. No hay en nuestro Código de Procedimiento Civil un título específico sobre prenda
pretoria y no se menciona para nada el término “anticresis”, pero se entiende que esta
situación jurídica se produce en el caso de embargo de inmuebles: el depositario judi-
cial los tiene bajo su administración y los frutos se destinan a la cancelación de la deuda
o deudas que tenga el propietario de los bienes.
CAPÍTULO XXIV
LA TRANSACCIÓN
1. Definición
1.1. Una noción bastante descriptiva y completa nos proporciona Lorenzetti: “La tran-
sacción es un contrato mediante el cual las partes se realizan concesiones recíprocas con
la finalidad de extinguir derechos litigiosos o dudosos, que se caracteriza por la técnica
utilizada, consistente en actos jurídicos unilaterales de renuncia o reconocimiento reali-
zados de modo recíproco e indivisible, lo cual hace que sea un contrato declarativo y no
constitutivo o atributivo de derechos”.
1.2. El artículo 2348 de nuestro Código Civil dice: “Transacción es un contrato en que
las partes terminan extrajudicialmente un litigio pendiente, o precaven un litigio even-
tual.- No es transacción el acto que sólo consiste en la renuncia de un derecho que no se
disputa”.
Esta definición sigue de cerca la del Código francés, que ha sido justamente muy criti-
cada. No conviene, en efecto, decir que se trata de un acto “extrajudicial”, ya que mu-
chas veces puede realizarse dentro de un juicio; la audiencia de conciliación tiende
precisamente a que termine una controversia por el acuerdo entre las partes y la aproba-
ción del juez. Tampoco parece acertado incluir en el artículo que define la transacción la
indicación de que un acto unilateral (que no es contrato), no entra en el concepto defini-
do: hay varias otras figuras que tampoco se identifican con la transacción, como es
obvio.
1.3. Una sentencia de la Corte Suprema declara que aunque el epígrafe de un documento
sea “transacción” –que es terminación de un litigio pendiente- no es tal contrato, si lo
convenido es únicamente suspender un litigio, pero reconociéndolo como subsistente,
pues esto no es terminarlo.
1.4. No es transacción una acta por la cual una de las partes litigantes se obliga a presen-
tar un escrito pidiendo “la suspensión” del trámite de un juicio; si se pide la suspensión
quiere decir que no se da por terminado, sino que más bien está en trámite. Terminado
después ese juicio por pago total del deudor, no cabe que se pretenda hacer ejecutar el
acta que pedía la suspensión.
1.5. Puig Peña critica la del Código Francés y prefiere la del Español, porque éste señala
los medios de la transacción, las obligaciones que contraen las partes: “es un contrato
por el cual las partes, dando, prometiendo o reteniendo cada una alguna cosa, evitan la
provocación del pleito o ponen término al que había comenzado”.
1.6. Las “recíprocas concesiones de las partes” forman parte de la esencia de la tran-
sacción. Este requisito, bien delineado en los códigos alemán e italiano, no se
666 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
refleja, con tanta precisión en el español. Esto manifiesta el carácter bilateral, y diferen-
cia del simple allanamiento (unilateral).
1.7. Diez-Picazo y Gullón señalan que dos son los requisitos para que haya transacción:
la existencia de una controversia y que las partes se hagan concesiones recíprocas,
para terminarla o impedirla. Es un contrato oneroso, ambas partes han de hacer sacrifi-
cios para componer la controversia, que no han de ser exactamente equivalentes.
2. Clases
2.1. Judicial o extrajudicial. La primera, para algunos sería un contrato procesal, para
otros, como Enneccerus y Puig Peña, sigue siendo un contrato que adquiere solemnidad
por la aprobación judicial. Lacruz indica que algunos consideran judicial a la que pone
fin a un litigio ya llevado a los tribunales, pero que parece más acertado calificar de
judicial a toda transacción aprobada por un juez, aunque simplemente prevenga un
litigio que aún no se ha instaurado.
3. Analogías
4. Naturaleza jurídica
4.2. Del carácter meramente declarativo surgen las conclusiones siguientes: a) En prin-
cipio, una transacción como acto declarativo, no puede servir como título para la pres-
cripción. b) Los contratantes en la transacción pura, no se deben recíprocamente el sa-
neamiento por los derechos que se reconocen. c). La misma no queda afectada por el
impuesto de derechos reales.
4.3. En nuestro Código, el artículo 718 en su último inciso dice: “Las transacciones, en
cuanto se limitan a reconocer o declarar derechos preexistentes, no forman nuevo título;
pero, en cuanto transfieren la propiedad de un objeto no disputado, constituyen un nue-
vo título”. El elemento decisivo consiste en si el objeto era disputado o no lo era; si
existía controversia, y se resuelve el asunto por transacción, se considera que no hay
nuevo título, sino mero reconocimiento: se ha esclarecido lo que era dudoso. En cambio,
si en la transacción entra algún objeto sobre el que no se discutía y que se entrega o
abandona como compensación por el reconocimiento del derecho dudoso, este otro
objeto inicialmente ajeno a la controversia, éste sí es transferido y la transacción consti-
tuye título traslativo respecto de él.
4.4. Por este mismo sentido declarativo de la transacción, el numeral 1 del artículo
establece que no pertenecen a la sociedad conyugal “las especies que uno de los cónyu-
ges poseía a título de señor antes de ella, aunque la prescripción o la transacción con que
las haya hecho verdaderamente suyas se complete o se verifique durante la sociedad”.
4.7. Según esta doctrina, mantenida por varios autores contemporáneos, la causa de este
contrato consiste en la voluntad de superar una controversia, y por eso las partes se
hacen recíprocas concesiones; no se requiere que éstas sean económicamente equivalen-
tes, basta que satisfagan el interés, incluso puramente moral, para que concreten la causa
de este contrato que es esencialmente bilateral.
4.8. El jurista ecuatoriano Noboa Elizalde plantea así esta cuestión: “Los títulos de
dominio son “constitutivos” y “traslativos” de dominio. Pero del texto del artículo 723
se desprende que hay también los llamados “declarativos”, cuya característica no es la
668 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
Naturalmente, como observa Aubry, la cosa juzgada solamente se puede hacer valer
entre las mismas partes, sobre la misma cosa discutida y con idéntico fundamento; sin
embargo, la transacción de un deudor solidario beneficia a los otros deudores, y lo
mismo sucede entre acreedores solidarios, criterio que se aplica también en las obliga-
ciones indivisibles. La transacción sobre la obligación principal aprovecha al fiador,
pero no se le puede oponer en cuanto aumente o haga mayor su responsabilidad.
5. Capacidad
5.1. En la transacción se aplican los principios generales sobre la capacidad, sin mayor
peculiaridad. Se exige la necesaria para enajenar, aunque no siempre exista una aliena-
ción: padres, tutores, representantes de compañías, mandatarios, necesitan de autoriza-
ción especial o judicial.
5.2. El artículo 2349 dice: “No puede transigir sino la persona capaz de disponer de los
objetos comprendidos en la transacción”. Esto supone dos situaciones jurídicas: tener
capacidad legal y tener facultad de disponer; una persona puede ser capaz, pero no
tener la disposición de algo, por ejemplo, por ser ajeno y no contar con el debido poder.
5.4. Según dispone el artículo 2045, “la facultad de transigir no comprende la de com-
prometer, ni viceversa”. Necesita, pues, el mandatario de poder o cláusula especial para
celebrar este contrato del que estamos hablando.
5.5. Según los principios generales, el condueño no puede transigir en relación con la
cosa común, salvo que exista el consentimiento unánime de los demás copropietarios.
Este contrato, como los demás, no puede originar cargas u obligaciones para terceros
que no intervienen en él.
5.6. Los Alcaldes y los Prefectos Provinciales, necesitan para transigir, en nombre de
sus corporaciones públicas, autorización del respectivo Concejo o Consejo.
6.2. Aubry y Rau, señalan que no se puede transigir sobre derechos que están fuera del
comercio, como los relativos a la patria potestad, la autoridad paterna o marital, ni sobre
el estado civil. Tampoco se admite, sobre materias de orden público ni sobre derechos
que no admiten ninguna convención. Ni sobre alimentos futuros, por ir contra la finali-
dad de tales derechos.
6.3. Según enseña Lacruz Berdejo, no se admite la transacción sobre los derechos que
atañen a la personalidad, como son los de estado civil, capacidad, cuestiones matri-
moniales sobre la validez del vínculo o de alimentos futuros.
6.4. En cuanto al estado civil es evidente que no cabe disponer por voluntad privada de
algo que pertenece al orden público de la sociedad; se discute, en cambio, sobre si es
posible la transacción relativa a los efectos patrimoniales del estado civil, siendo la
opinión más probable la de que no hay inconveniente en cuanto a estos contratos que
son realmente de índole privado, en este sentido se pronuncia Diez Picazo, señalando
que las incapacidades se han de interpretar restrictivamente y que existe analogía con el
arbitraje, respecto del cual la ley expresamente indica esta posibilidad.
6.5. Categóricamente dice el artículo 2352: “No se puede transigir sobre el estado civil
de las personas”. Ahora bien, los derechos que derivan de ese estado civil, sí pueden ser
objeto de transacción, puesto que lo que no está prohibido sí está permitido. Por ejem-
plo, de la condición de hijo, deriva el derecho de recibir una herencia intestada, y bien
pueden los herederos transar sobre estos derechos hereditarios, sobre su cuantía o la
distribución proporcional de los bienes, etc.
6.7. El artículo 2353 precisa la extensión de esta prohibición: “La transacción sobre
alimentos futuros de las personas a quienes se deban por ley, no valdrá sin aprobación
judicial; ni podrá el juez aprobarla, si en ella se contraviene lo dispuesto en los artículos
362 y 363”. Estos artículos, a su vez, impiden que se transmitan, vendan, cedan, renun-
cien o se compensen los alimentos, con lo cual se circunscribe extremadamente la posi-
bilidad de negociar sobre alimentos futuros. Sin embargo, la prohibición no es absolu-
ta, ya que, con permiso del juez cabría una transacción que no vaya contra lo estableci-
do en los dos mencionados artículos (362 y 363); por ejemplo, cabría transacción sobre
el monto de las pensiones o sobre la forma y tiempo de satisfacerlas.
6.9. Respecto del matrimonio, algunos autores como García Goyena consideran que la
transacción solamente es posible cuando afianza el matrimonio, pero no cuando va
contra su validez. Diez-Picazo afirma que la prohibición solamente se ha de aplicar a lo
que atañe al vínculo, mas no a otros aspectos del matrimonio, como la cohabitación, el
régimen de bienes, etc., que bien pueden ser objeto de acuerdos entre los cónyuges.
6.10. Es nula la transacción sobre una herencia futura, ya que nuestro derecho prohíbe
toda convención sobre este objeto.
6.11. “No vale la transacción sobre derechos ajenos o sobre derechos que no existen”,
dice el artículo 2354, con absoluta lógica, puesto que si este negocio jurídico implica
ceder o renunciar algo, ha de ser necesariamente algo de lo que se pueda disponer, y se
pueden renunciar los derechos propios, mas no los ajenos, como afirma el artículo 11
del Código Civil.
“La transacción puede recaer sobre la acción civil que nace del delito; pero sin perjuicio
de la acción penal”, dice el artículo 2351, en consonancia con la doctrina que unánime-
mente sigue esta línea.
7. Elemento formal
7.1. No se requiere ninguna forma o solemnidad especial, pero, por razón de la materia
sobre la que verse, puede ser necesaria escritura pública inscrita: para que tenga valor
frente a terceros, y también para la prueba entre las partes. En la práctica, la transacción
es siempre escrita.
7.2. Una sentencia declara que la transacción por escritura privada es válida, si por ella
no se transfieren derechos de dominio sobre bienes inmuebles. Sería más exacto referir-
se a cualquier derecho real sobre inmuebles.
7.3. Aubry manifiesta que podría probarse la transacción por confesión judicial o jura-
mento decisorio, pero, si no consta por escrito y supera la cuantía señalada por la ley, no
valdría la prueba de testigos; todo lo cual es aplicable también en nuestro sistema.
7.4. El Código argentino exige la homologación, en caso de haberse realizado por ins-
trumento privado, y, como explica Lorenzetti, el juez no examinará la justicia del acuer-
do, sino solamente que no viole ley alguna.
7.6. Coinciden los autores en apreciar que la interpretación de estos contratos ha de ser
restrictiva: solamente resuelven la controversia que existió entre las partes y dentro de
los términos por ellas señalados. Las renuncias generales a toda reclamación se han de
entender referidas únicamente a esa materia concreta sobre la que versa la transacción y
deja en libertad para litigar sobre otros asuntos, aunque sean conexos con lo resuelto.
8. Efectos
8.1. Una buena síntesis de los efectos de la transacción, hallamos en Puig Peña: A. Las
partes tienen que cumplir aquello a que se han obligado. B. Abstenerse de volver sobre
lo ya resuelto. C. En el caso de la transacción compleja, la parte que entrega un objeto
extraño al fondo propio de la transacción, ha de garantizar la posesión pacífica y útil del
objeto entregado, respondiendo por los posibles vicios redhibitorios.
Contrario a admitir la resolución por incumplimiento, fue el criterio del gran jurista
nacional Luis Felipe Borja, quien expresó en 1893 que “en ningún caso puede resolver-
se una transacción”, ya que admitir la resolución equivaldría a eternizar los juicios y
privarles de la firmeza de cosa juzgada, contra lo que precisamente dispone la ley.
También sigue esta doctrina Hernández Terán, con el sólido argumento de que la dispo-
sición del Libro IV que reconoce el valor de cosa juzgada a la transacción es una ley
especial, que por mandato expreso del artículo 12 del mismo Código, debe prevalecer
sobre normas generales como es la del artículo 1505.
8.4. La transacción no es título para la usucapión, salvo que uno de los transigentes
obtenga algo que no fue discutido a cambio de su reconocimiento a las pretensiones del
que hizo el desplazamiento patrimonial.
8.5. No implica responsabilidad por evicción, puesto que el que reconoce los derechos
del contrario en una controversia no le atribuye ni transfiere nada, salvo que, como en el
caso anterior, la evicción afecte a cosa distinta de la controvertida.
8.6. La transacción puede ser ineficaz o nula, por aplicación de los principios generales
sobre la validez de los actos de voluntad y los vicios del consentimiento, error, fuerza o
dolo, con algunos matices especiales que son considerados por el Código, sobre todo en
torno al error.
8.7. El artículo 2355 considera los casos de dolo y de violencia en la transacción: “Es
nula en todas sus partes la transacción obtenida por títulos falsificados, y en general por
dolo o violencia”.
Hay que tener en cuenta el carácter indivisible de la transacción, de suerte que, si una
cláusula es nula, por cualquier causa, todo el contrato carece de validez, salvo, natural-
mente, que se trate de algún detalle insignificante y más bien ajeno a la transacción, que
eventualmente esté viciado y se contenga en el mismo documento.
Una sentencia afirma que en caso de excederse el mandatario en sus poderes o de dolo
en la transacción, la nulidad que se produce es la relativa, no la absoluta, y por tanto,
puede convalidarse por ratificación.
8.8. Dice el artículo 2356: “Es nula en todas sus partes la transacción celebrada en con-
sideración a un título nulo, a menos que las partes hayan tratado expresamente sobre la
nulidad del título”. Es lógico que, si el contrato supera la controversia sobre el valor
jurídico de un título, valga la transacción; en tanto que, si no ha sido materia de expresa
discusión lo relativo al título, la nulidad de éste acarrea la nulidad de la transacción
fundada en él.
8.9. La rescisión de la transacción por hallarse títulos antes desconocidos, está prevista
en el artículo 2361: “Si constare por títulos auténticos que una de las partes no tenía
derecho alguno al objeto sobre el que se ha transigido, y estos títulos al tiempo de la
transacción, eran desconocidos de la parte cuyos derechos favorecen, podrá la transac-
ción rescindirse; salvo que no haya recaído sobre un objeto en particular, sino sobre toda
la controversia entre las partes, habiendo varios objetos de desavenencia entre ellas.- En
este caso, el descubrimiento posterior de los títulos desconocidos no será causa de resci-
sión, sino en cuanto hubieren sido extraviados u ocultados dolosamente por la parte
contraria.- Si el dolo fuere sólo relativo a uno de los objetos sobre que se ha transigido,
la parte perjudicada podrá pedir la restitución de su derecho sobre dicho objeto”.
Se distingue, por consiguiente dos situaciones totalmente diferentes: el título que apare-
ce después de la transacción afecta a la totalidad de la discusión o solamente a un obje-
to. Por ejemplo, en una controversia sobre herencia, se ha ocultado un testamento en el
que figura la constitución de heredero: he aquí un caso en que el documento afecta a la
totalidad de la cuestión; en cambio, si lo que se ha extraviado u ocultado es la certifica-
674 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
ción de un depósito bancario que debía entrar en la masa partible entre los herederos,
este es un punto particular que no afecta a la totalidad. El primer caso dará lugar a la
rescisión, siempre que haya habido mala fe (ocultamiento doloso), mientras que si se
trata de un mero accidente, se puede reparar el error a que ha dado origen con una con-
vención adicional o una discusión, incluso judicial, sobre el punto particular.
Si se descubre que un documento que sirvió de base para resolver la controversia, era
falsificado, la parte que actuó de buena fe, podría alegar la nulidad. Pero si se discutió
en el litigio sobre la validez del documento, ya no cabe volver sobre el asunto una vez
lograda la transacción.
En un juicio, se pretendió impugnar la validez de una sentencia que aprueba una tran-
sacción por la que se verificó una partición hereditaria, fundándose la impugnación en el
desconocimiento de las partes sobre el verdadero estado civil y la condición de hijo
respecto del causante de la sucesión, pero se desechó la demanda por no haberse proba-
do el referido error. Se trataba más bien de la utilización de dos apellidos distintos, por
parte de la misma persona.
A este propósito, el artículo 2357 dice: “Es nula, asimismo, la transacción, si al tiempo
de celebrarse estuviere ya terminado el litigio por sentencia pasada en autoridad de cosa
juzgada, y de que las partes o alguna de ellas no haya tenido conocimiento al tiempo de
transigir”. Esto se debe al carácter alternativo de la solución contractual: ésta puede
reemplazar a la sentencia, pero si ya existe una con fuerza obligatoria definitiva, el asun-
to está terminado y no puede alterarse la cosa juzgada. Sin embargo, si ambas partes
conocían de la sentencia definitiva, pueden transar en cuanto a la ejecución de la misma,
alterando lo que a bien tengan, en cuanto se trate de asuntos de su libre disposición, este
convenio transaccional sería más bien un nuevo contrato sobre asunto ya resuelto defini-
tivamente.
8.12. El dolo se sanciona con la nulidad de la transacción que se produjo por esa actitud
fraudulenta. Un ejemplo sería el de quien ocultó un documento decisivo, o lo alteró o
falsificó.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 675
8.13. También se anula la transacción por error en cuanto a la persona, puesto que este
contrato se presume que se realiza intuitu personae, como afirma el artículo 2358: “La
transacción se presume haberse aceptado por consideración a la persona con quien se
transige.- Por consiguiente, si se cree transigir con una persona y se transige con otra,
podrá rescindirse la transacción.- De la misma manera, si se transige con el poseedor
aparente de un derecho, no puede alegarse esta transacción contra la persona a quien
verdaderamente compete el derecho”. Aquí aparece, además el carácter contractual que
vincula exclusivamente a las partes y no afecta a terceros: res Inter alios gesta, la tran-
sacción no se puede oponer al tercero, poseedor o propietario, que no intervino en la
controversia ni en su terminación consensual.
8.14. “El error acerca de la identidad del objeto sobre que se quiere transigir anula la
transacción”, según reza el artículo 2359, que no es más que una aplicación de la doctri-
na general sobre el error contractual en cuanto al objeto. Conste que el simple error en
lo relativo a cualidades o accesorios, no afectaría la validez del contrato. Las partes
pueden resolver de mutuo acuerdo, el dar efecto parcial a la transacción, es decir, apar-
tarse del principio de indivisibilidad, si esto les conviene: puede ser preferible un nuevo
convenio sobre un punto secundario, y evitar una nueva discusión sobre la validez de
toda la transacción.
8.15. Igualmente el error de cálculo es tratado de la misma manera que en las reglas
generales sobre las obligaciones y contratos: este error no anula la transacción, sino que
simplemente ha de rectificarse, como dice el artículo 2360: “El error de cálculo no anula
la transacción; sólo da derecho a que se rectifique el cálculo”.
8.16. Relatividad del efecto de la transacción. El artículo 2363 declara: “La transac-
ción no surte efecto sino entre los contratantes.- Si son muchos los principales interesa-
dos en el negocio sobre el cual se transige, la transacción consentida por uno de ellos, no
perjudica ni aprovecha a los otros; salvo, empero, los efectos de la novación, en el caso
de solidaridad”. Por ejemplo, un arreglo entre quienes se disputaban unas aguas, no
tendrá valor alguno para probar el derecho de aquél al que se le reconoció el dominio en
la transacción, frente a otras personas que pretendan ese mismo dominio: estos terceros,
que no intervinieron en la transacción nada sufren en sus derechos por lo resuelto sin
contar con ellos.
8.18. Se puede estipular una pena para el caso de incumplimiento, pero esto no significa
desligar a una parte de la obligación de cumplir, sino que se agrega la pena a la obliga-
ción asumida. Así se dice en el artículo 2365: “Si se ha estipulado una pena contra el
que deja de ejecutar la transacción, habrá lugar a la pena, sin perjuicio de llevarse a
efecto la transacción en todas sus partes”. La pena no es más que una garantía del cum-
676 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
8.19. “Si una de las partes ha renunciado el derecho que le correspondía por un título, y
después adquiere otro título sobre el mismo objeto, la transacción no le priva del dere-
cho posteriormente adquirido”. Así se expresa el artículo 2366 y es evidente que una
transacción no impide a ninguna de las partes que posteriormente adquiera, por otro
título, lo que perdió en la transacción; por ejemplo, en un contrato en que se reconoció
que alguien no tenía derecho de propiedad sobre una casa por no reconocerse la validez
del testamento en que se le constituyó heredero, puede esa misma persona llegar a ser
dueño de la misma casa por compra o porque en otro testamento se le deja ese legado o
se le nombra heredero.
9. Extinción
9.1. Se aplican a la transacción las diversas causas de extinción, previstas para los con-
tratos en general. Algunas modalidades de la terminación han aparecido ya en el punto
anterior, al hablar de la nulidad, la rescisión y la resolución de la transacción.
“Se extingue, en primer lugar, este contrato por el cumplimiento, llenando las partes,
con su actividad, los deberes derivados del mismo”.
Lacruz afirma que puede resolverse la transacción por el incumplimiento de una de las
partes, por que ante todo es un contrato.
La jurisprudencia más antigua en el Ecuador, era poco abierta hacia la resolución de una
transacción, por incumplimiento. Pero más modernas resoluciones son favorables a
acoger la resolución por incumplimiento de un contratante: No puede una de las partes
desconocer y resistirse a cumplir la sentencia ejecutoriada que aprobó una transacción;
sí puede demandar la nulidad o la rescisión de la transacción conforme a lo dispuesto
en el artículo 2354.
9.3. En un acto transaccional, establecieron las partes que ninguna de ellas “tendrá dere-
cho a reclamación posterior por ningún concepto, fuera de lo estipulado”. Por tanto, si
una de las partes tuvo un derecho a pedir indemnización por la ocupación de su casa, ese
derecho feneció con el acta transaccional.
Una vez celebrada la transacción, por el simple consentimiento de las partes, no pudo
una de ellas retractar su consentimiento, ni actuó debidamente el juez que aceptó de
plano el desistimiento unilateral del convenio transaccional.
9.4. Ejecución de una transacción. Habiendo probado una de las partes que ha cum-
plido aquello a que se obligó en la transacción, bien puede exigir a la otra el cumpli-
miento de su obligación; no cabe, en cambio, discutir sobre otros asuntos conexos con la
materia de la transacción, como el cobro de honorarios: esto debió considerarse en la
misma acta, o deberá reclamarse en juicio ordinario distinto.
1o. En General
1. Definición
1.1. El Título XXXI del Libro IV “De los contratos aleatorios”, no contiene una defini-
ción de ellos, sino que comienza con el artículo 2163 que enumera los principales de
esta especie, para luego concretar las normas en dos parágrafos: 1. Del Juego y la apues-
ta y 2. De la constitución de Renta vitalicia.
1.2. En el Título I del mismo Libro IV, se encuentra el artículo 1457 que dice: “El con-
trato oneroso es conmutativo cuando cada una de las partes se obliga a dar o hacer una
cosa que se mira como equivalente a lo que la otra parte debe dar o hacer a su vez; y si
el equivalente consiste en una contingencia incierta de ganancia o pérdida, se llama
aleatorio”.
No parece muy acertada esta descripción del contrato aleatorio por varias razones. En
primer lugar, parecería que únicamente habrá esta clase de contratos con el carácter de
onerosos, y, como veremos más adelante, bien puede haberlos también gratuitos. Tam-
poco es exacto que en los contratos aleatorios solo una de las partes tenga derechos
dependientes de una contingencia incierta, ya que esto es aplicable a ambas partes en
muchos casos de contratos aleatorios.
1.3. El alea, suerte, azar, acaso o contingencia incierta, asume en los contratos aleatorios
la máxima importancia y por esto se califican así. En toda relación humana y en cual-
quier contrato hay algo de arriesgado, de incierto, pero el los contratos aleatorios, por
antonomasia, lo incierto juega el papel principal, es la causa misma del contrato.
Del alea depende la existencia misma de las obligaciones entre las partes, y determina
en algunos casos quien es el deudor y quien el acreedor, por ejemplo, en las apuestas.
En otros casos el azar establece la cuantía de la obligación o la duración, como sucede
en la renta vitalicia.
1.4. No resulta fácil definir el contrato aleatorio y distinguirlo del condicional. Podría
darse una noción aproximada diciendo que son aquellos contratos en los que la finali-
dad que se proponen las partes consiste principalmente en la recreación, y a veces la
ganancia o lo previsión, pero en cualquier caso, sometiendo los resultados del contrato a
un evento incierto.
1.5. No hay contrato aleatorio en la resolución por medio del sorteo de un asunto con-
trovertido, esto sería más bien una forma de transacción; ni tampoco, cuando en una
680 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1.6. Según Lacruz Berdejo, en los contrato bajo condición, la existencia misma de obli-
gaciones depende del hecho incierto; mientras que en los contratos aleatorios hay con-
trato, hay obligación, pero ella se concreta en una parte, o se fija su duración o cuantía
según el evento del hecho incierto.
1.8. Los contratos aleatorios se han mirado generalmente con reserva o con franca aver-
sión, por considerar que no es justo el enriquecimiento fácil o el empobrecimiento a
veces trágico de los jugadores. Parece que estos contratos no dan el debido relieve al
trabajo, como verdadera fuente de la riqueza.
1.9. De todos los contratos aleatorios, indudablemente, los que tienen mejor justifica-
ción son los de previsión: la renta vitalicia y los seguros. Incluso los seguros han llega-
do a ocupar en la cultura contemporánea un lugar destacado como elementos de seguri-
dad en los contratos y de realización de la justicia social. Personalmente he opinado
muchas veces que el Ecuador debe en buena parte su paz social a la existencia desde
1926 de un sistema de seguridad social que, a pesar de sus deficiencias, ha cumplido
una enorme función de justicia social.
1.10. Hay que reconocer que en el mundo contemporáneo han tomado mucho cuerpo
los contratos aleatorios y han surgido algunos de indudable valor: los llamados de pre-
visión, como son los seguros. Los diversos contratos de seguros (de vida o de muerte,
de accidentes, de cesantía laboral, de viudez u orfandad, los de transportes, los de de-
terminados siniestros como incendios, robos, etc.) se han difundido con evidente ventaja
para el buen desarrollo de las actividades económicas y humanas en general.
1.12. El artículo 2163 con cautela se refiere a “los principales” contratos aleatorios, y los
enumera así: 1. El contrato de seguro; 2.El préstamo a la gruesa ventura; 3.El juego; 4,
La apuesta; y 5 la constitución de renta vitalicia. Agrega que, los dos primeros pertene-
cen al Código de Comercio.
1.13. Las loterías, muchas veces organizadas por el Estado o sus organismos, son con-
tratos aleatorios de gran difusión y protegidos por las leyes. Frecuentemente se destinan
las utilidades al financiamiento de obras de beneficencia, como sucede en el Ecuador.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 681
1.1. No hay una definición legal del juego, pero el parágrafo 1°. Del Título XXXI del
Libro IV, se refiere a los “juegos de azar” y a los “juegos de fuerza o destreza corporal,
como el de armas, carreras a pie o a caballo, pelota, bolas, y otros semejantes”. Esta
terminología correspondía al siglo XIX, y hoy diríamos llanamente: deportes.
1.3. Los deportes han llegado a tener otra dimensión de mucha trascendencia social: la
de espectáculos masivos, que también influyen en la cultura, en la economía, e incluso
en la política. Su recto desenvolvimiento puede contribuir al bienestar de la población y
a la educación de las masas y los individuos.
1.4. Otra dimensión no despreciable del deporte, consiste en ser un atractivo turístico,
pues moviliza a muchas personas, contribuyendo al mejor conocimiento de los diversos
países y secciones de una misma nación.
Algunos juegos entrañan en sí mismos una apuesta: son una manera de apostar. Éstos
son propiamente los juegos de azar, mirados con mucha desconfianza por el legislador,
dadas sus implicaciones negativas en el orden moral.
1.7. La razón fundamental para rechazar los juegos de puro azar, a mi modo de ver
consiste en que producen un efecto desvalorizador del trabajo honrado: vienen como
a sustituir la ganancia legítima, fruto del trabajo, por una ganancia fácil no compatible
682 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
con el mandato del Creador de “comer el pan con el sudor de la frente”, que aparece en
la primera página de la Biblia, como norma fundamental de la vida humana.
1.8. Junto a este desorden de la ganancia fácil, el juego desarrolla instintos, hábitos
esclavizantes: los jugadores de azar se aficionan de tal manera a sus prácticas, que no
encuentran felicidad ni razón de ser en ninguna otra cosa; se llega así a tal deformación
moral, que implica una verdadera limitación de la libertad, una deformación profunda
de la personalidad que lleva hasta la total irresponsabilidad. Por esto, el Código Civil,
prevé la interdicción del disipador, y éste, muchas veces es quien tiene un hábito in-
moderado de jugador; también la “pasión inmoderada por el juego”, es por disposición
del artículo 88, un motivo para negar al menor de edad la licencia paterna para contraer
matrimonio.
Según el artículo 466, “el juego habitual en que se arriesguen porciones considerables
del patrimonio”, autoriza la interdicción del jugador. Así la ley, con cierta flexibilidad,
sanciona y protege a la vez, a quien se deja llevar por esa pasión inmoderada.
1.10. Hace bien en distinguir el Código entre los juegos de azar y los deportes. Los
primeros no merecen la protección legal y los segundos deben ser estimulados.
1.11. Desgraciadamente tanto los juegos de puro azar como los que exigen destreza
física o intelectual (deportes), suelen ser ocasión de apuestas; es decir, que este otro
contrato –la apuesta-, toma oportunidad en el juego o se vincula estrechamente a él. La
apuesta consiste en hacer depender una ganancia y una pérdida económicas, del alea del
triunfo en un juego.
1.12. La apuesta se da entre los mismos jugadores o entre personas que no participan en
el juego o son meros espectadores. En el primer caso es un estímulo para rendir al
máximo en el esfuerzo deportivo y esto todavía puede admitirse (por ser estímulo de
una acción positiva), mientras que la apuesta de terceros, de los espectadores, rebaja el
valor moral del juego y no se justifica en quienes la practican, de allí la postura gene-
ralmente adversa del derecho hacia estos apostadores.
1.13. La política generalizada frente al fenómeno muy difundido de las apuestas sobre
el resultado de los juegos deportivos, consiste en moderarlas, regularlas para evitar
abusos y fraudes, a la vez que se aprovecha el Estado para conseguir una utilidad fiscal,
con el cobro de impuestos a las apuestas. No por esto, dejan de ser lacras sociales nada
convenientes para la formación adecuada de las nuevas generaciones. Las apuestas, aún
reguladas razonablemente por el Estado, quitan al deporte su límpido espíritu de desin-
terés, y vienen en desmedro del aspecto estético del deporte, no menos que del aspecto
ético.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 683
1.14. Aunque las leyes se refieren a los juegos de azar y a la apuesta, no hay mayor
diferencia entre unos y otra. Los autores han procurado distinguirlos, sin mayor éxito. Y
no interesa mucho la distinción, puesto que los efectos jurídicos son prácticamente los
mismos.
1.15. El juego y la apuesta admiten dos o más partes, incluso son muchas en el caso de
las loterías. El objeto es una opinión o un dato (un número en el caso de las rifas y lote-
rías) sobre cualquier clase de acontecimientos pasados, presentes o futuros, con la con-
dición de que no puedan ser ciertamente conocidos por alguna de las partes. Se requiere
este elemento de alea, de incertidumbre, sin el cual no habría juego. El artículo 1457
destaca este aspecto de la contingencia incierta como característico de los juegos de
azar. Y en ellos, según el artículo 1482, hay objeto ilícito. Más precisamente, este artí-
culo declara que existe el objeto ilícito en las deudas contraídas por juegos de azar. La
consecuencia obvia de esta ilegalidad, es que no se puede acudir al juez en demanda de
ejecución de tales deudas.
2.1. Acabamos de indicar que el Código distingue sustancialmente los juegos de azar y
aquellos otros que requieren “fuerza o destreza corporal, como el de armas, carreras…”
Pero no cualquier competición de este segundo género es lícita. Desde luego, el duelo,
no se puede considerar un juego, sino que está tipificado como delito en el Código Penal
común y en los especiales del Ejército y de la Policía.
Pero hay una gama de intermedios, que pueden dar lugar a dudas. Así el box o la esgri-
ma, son verdaderos deportes, sin embargo de que en algunas oportunidades llegan a un
resultado equivalente al del duelo: la muerte de uno de los contrincantes. Si esto se debe
a un mero accidente, nada hay que objetar; pero frecuentemente se deben esos efectos
fatales, al ensañamiento extremado, a la falta de observancia de las normas mismas del
juego, y entonces, constituyen delitos comunes de homicidio.
2.2. El Código Penal en el artículo 313, sanciona “a los que establezcan casas o mesas
de juegos prohibidos, sin el permiso de la autoridad respectiva”. Pero no define cuáles
son estos juegos prohibidos; en principio, hay que incluir todos los que son de puro azar,
como las apuestas, juegos de cartas, dados, y otros similares. Parece que el “permiso de
la autoridad respectiva”, es el que da legitimidad a esta clase de juegos; así se desprende
del minucioso Reglamento de casas de juego, aprobado en mayo del año 2000. Serían,
pues, prohibidos los juegos de azar que no se realizan con sujeción a la ley y reglamen-
to. Por esto se castiga a “los promotores, empresarios, administradores, comisionados o
agentes de rifas no autorizadas” (artículo 315).
También hay sanción penal para los propietarios o administradores de casas de juego si
consienten “a hijos de familia, dependientes de almacenes o de otros establecimientos
comerciales o industriales, sirvientes domésticos o individuos notoriamente vagos”, el
ingreso a tales recintos. Se aprecia aquí el deseo de proteger especialmente a los inca-
684 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
paces y otras personas menos favorecidas por la fortuna, aunque supone una calificación
social muy difícil de ejecutar.
El artículo 316 del Código Penal se refiere a “los que hubieren colocado, pregonado o
distribuido billetes de rifas no permitidas por la Policía, la cual no podrá permitir sino
las que la ley determina”. La licitud, depende, por consiguiente de la autorización legal,
y se ha de concretar en un permiso expreso otorgado por la autoridad policial. En igual
línea está el artículo 607 numeral 5 que tipifica como contravención el abrir casas de
juego sin permiso de la autoridad. En una palabra, los juegos de azar se consideran una
actividad peligrosa, nociva y que sólo se tolera bajo una estricta vigilancia de la autori-
dad.
2.3. Choca con lo anteriormente dicho, el espíritu fiscal que ha puesto la mira en estas
actividades “ilícitas”, para obtener de ellas un provecho para el erario. Desde 1906 se ha
desarrollado esta censurable tributación.
Actualmente el artículo 361 de la Ley Orgánica de Régimen Municipal dice: “En este
impuesto se reconocerán exoneraciones a los espectáculos artísticos donde se presenten
única y exclusivamente artistas ecuatorianos.- Se derogan de manera expresa las demás
exoneraciones que consten en cualquier ley general o especial”. El artículo 360 dice:
“Establécese el impuesto único del diez por ciento sobre el valor del precio de las entradas
vendidas de los espectáculos públicos legalmente permitidos; salvo el caso de los eventos
deportivos de categoría profesional que pagarán el cinco por ciento de este valor.
2.4. La doctrina distingue, como lo hace nuestro Código, los juegos de azar, o los de
fuerza o destreza (deportes), añadiendo algunos autores, que no solamente se trata del
ejercicio de disposiciones físicas, sino también de facultades intelectuales, como sucede
destacadamente en el ajedrez y otros juegos que se actúan con la memoria, la inteligen-
cia, la intuición y el cálculo.
2.6. Puig Peña distingue tres categorías de juegos: a) Prohibidos; b) Lícitos o permiti-
dos; y, c) amparados por la ley. Efectivamente, los primeros constituyen delito y no
producen ningún efecto civil; los segundos no están sancionados penalmente; y los
terceros, igualmente lícitos, producen efectos civiles. Borda advierte que no es exacto
hablar de juegos lícitos e ilícitos, sino que existen unos protegidos por la ley, que con-
fieren acción para hacerlos eficaces, y otros que no permiten ninguna acción judicial y si
originan un pago voluntario tampoco se permite repetirlo: el derecho se desentiende,
deja esto al honor de las partes. Lorenzetti llama “tutelados” a los que, conforme al
Código Civil, permiten demandar deudas provenientes de ellos; son los de fuerza o
destreza, física o intelectual. En segundo lugar están los simplemente “permitidos”: no
están prohibidos, pero no gozan de acción civil para exigir su cumplimiento; originan
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 685
3.1. Desde luego la primera y más determinante característica es el azar: son aleatorios
por naturaleza, y si se descartara esta dependencia de un hecho incierto, desaparecería el
concepto de juego o apuesta.
Si una parte conocía ciertamente el hecho de la apuesta, habría dolo y el pago volunta-
riamente realizado por el perdedor se podría repetir, ya que sería inicuo que alguien se
enriqueciera como fruto de una actuación dolosa.
Se ha dicho que en la vida jurídica siempre hay algún elemento aleatorio; en cualquier
contrato se corre cierto riesgo. Es verdad, pero dista mucho de ello la condición de los
juegos de azar, en los que la suerte es propiamente la causa de las obligaciones.
3.2. Coinciden los autores en reconocer el carácter consensual de estos juegos y contra-
tos: no se requiere ninguna forma solemne. Sin embargo, en algunos, como son las
loterías y sorteos, se suele emitir billetes o constancias de las apuestas y la posesión de
estos comprobantes es indispensable para el cobro de la eventual ganancia.
3.3. Son contratos bilaterales, en el sentido de que hay un ganador y un perdedor, aun-
que pueden ser muchos los que asuman una u otra situación: muchos ganadores o per-
dedores. Esta pluralidad de sujetos, a veces gran número de ellos, no hace a tales contra-
tos “plurilaterales”, ya que todos los implicados serán o ganadores o perdedores. Bien
puede haber grados o cuantías de ganancia y de pérdida, como sucede normalmente en
las loterías, pero no se desvirtúa el carácter bilateral. Lo típico es que no se conoce
quien es el que triunfa y quien es derrotado, hasta que precisamente termina el juego; se
puede decir que está en potencia el tener un crédito o una deuda.
Por ser bilaterales, no se concreta el juego mientras no hay más que un desafío; sola-
mente cuando alguien o algunos aceptan la apuesta, nace la obligación de pagar al triun-
fador.
3.4. En cuanto a si son contratos onerosos o gratuitos, se discute desde los tiempos de
Pothier, quien los consideraba onerosos, aduciendo que el que gana paga el precio del
riesgo de perder. Hoy generalmente se consideran gratuitos, en el sentido de que no hay
propiamente una prestación que compense el premio que se recibe.
686 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
4. Analogías
4.1. Hay dificultad para distinguir el juego de otros contratos simplemente sujetos a
condición. Casi todo contrato admite condición suspensiva o resolutoria y por consi-
guiente el sometimiento de su eficacia al evento incierto, que puede o no producirse;
pero en una compraventa, una donación, un arriendo, etc., lo que persiguen las partes no
es simplemente una diversión y una ganancia fortuita, sino realmente transferir el domi-
nio, la posesión o la tenencia de ciertos bienes, aunque se subordine la eficacia de tales
contratos a la llegada del hecho incierto. Los otros caracteres propios del juego y la
apuesta, que se acaban de exponer, sirven también para distinguirlo de los contratos
condicionales, tal el carácter de distracción o entretenimiento.
4.2. Aubry se refiere a las ventas a término, para entregar, con precio fijo, mercancías
que varían frecuentemente de valor: esto se parece mucho a un juego, pero el derecho sí
confiere a las partes una acción civil para reclamar su cumplimiento; por el contrario,
tales contratos degeneran en deudas de juego, si se pacta que en la fecha fijada habrá
lugar al pago de la diferencia entre el precio convenido y el del día del pago.
5. Elementos subjetivos
5.1. Los que intervienen en el juego, como partes, han de ser capaces, según las reglas
generales, para contraer obligaciones y para enajenar sus bienes.
Hay algunas prohibiciones señaladas en leyes especiales, por ejemplo, los Magistrados
no pueden ser jugadores; tampoco pueden hacer apuestas a título personal, los dueños o
administradores de casas de juego.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 687
5.2. El consentimiento, libre de vicios, se requiere tanto para iniciar el juego o apuesta,
como para efectuar el eventual pago en caso de pérdida. Por tanto, sería nulo el contrato
que fuere fruto de la violencia o el dolo, lo mismo que el pago arrebatado contra la
voluntad del jugador.
“Lo pagado por personas que no tienen la libre administración de sus bienes, podrá
repetirse en todo caso por sus respectivos padres de familia, tutores o curadores”, dice el
artículo 2167.
5.3. Ya queda dicho que la causa jurídica de estos contratos consiste en la obligación
que asume la otra parte: son conmutativos.
6.1. Si hay objeto lícito, puede haber contrato válido. No lo hay si se trata de apuestas o
juegos prohibidos.
6.2. En cuanto a las cosas mismas que se apuesten, han de hallarse en el comercio y ser
posible su enajenación; no se puede jugar el patrimonio familiar, u objetos que se
encuentren embargados.
6.3. Aunque lo más frecuente es apostar dinero, cualquier bien puede ser objeto de
apuesta o juego, tanto muebles como inmuebles, bienes materiales o inmateriales, como
son las patentes o marcas de fábrica. Cabe la apuesta de derechos exclusivos o compar-
tidos con otros, como las acciones de un condominio, el usufructo, etc. Los condóminos
tendrán que soportar las variaciones que produzca el juego de uno de ellos, con sus
consecuencias.
7. Forma
8.1. La síntesis de los derechos reconocidos al juego o apuesta legítimos está en el artí-
culo 2165: “El juego y la apuesta no producen acción sino solamente excepción.- El que
688 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
gana no puede exigir el pago.- Pero si paga el que pierde, no puede repetir lo pagado, a
menos que se haya ganado con dolo”.
Es casi universal este ordenamiento jurídico de las apuestas y juegos, pero, moderna-
mente se separan de él algunos países. En México el que ha pagado por un juego prohi-
bido, puede reclamar la devolución (repetir), pero solamente el 50% será para él, mien-
tras que la otra mitad pasa al Estado para obras de beneficencia; al que ha pagado por
juego permitido, se le permite demandar pero únicamente dentro del estrecho plazo de
treinta días. Colombia ha reformado su sistema para permitir siempre la repetición de lo
pagado. En Argentina se puede demandar lo ganado en juegos permitidos, pero el tribu-
nal tiene facultad de reducir equitativamente el monto de estas deudas en consideración
del patrimonio del deudor.
8.3. La primera obligación de los jugadores consiste en atenerse a las reglas del juego;
no hacerlo significaría un proceder ilegítimo que quitaría validez a las obligaciones
dimanantes de un contrato. Terminado el juego, según el resultado, uno será acreedor y
otro deudor: el que perdió debe pagar al que ganó, y una vez que ha cumplido esta obli-
gación no puede repetir alegando que era deuda de juego, no provista de acción. ¿Cómo
se explica esta negativa a conceder la repetición? – Planiol y otros autores se remiten al
aforismo “in turpi causa melior est conditio possidentis” muchos simplemente niegan
la acción y el derecho de repetir, aduciendo la falta de objeto lícito, tal como lo declara
nuestro Código en el artículo 1482. La explicación de la irrepetibilidad, según Diez-
Picazo, se halla en que nadie puede alegar la propia torpeza y el juego no debe justificar
un desplazamiento patrimonial originado en una acción torpe.
8.4. Se presenta un problema con las apuestas que se colocan físicamente sobre la mesa
de juego y las que se depositan en manos de un tercero. Estos actos se interpretan por
algunos, como un pago anticipado, pero otros observan que no cabe pago cuando aún
no hay acreedor y cada jugador puede serlo, está en potencia de ganar. Aubry acepta que
se trata de un pago anticipado, sujeto a la condición de ganar, y quien realmente gane
podrá defender la apuesta como cosa propia. Borda considera dudosa esta solución, por
no existir todavía acreedor ni obligación; en cambio, considera que el depósito hecho en
manos de tercero, no jugador, debe considerarse como un mandato de entregar al gana-
dor, y éste tendrá acción para cobrar lo que le pertenece, debiendo entregárselo el depo-
sitario.
8.6. Además de los casos de dolo o fuerza, también dan lugar a la repetición, los pagos
verificados por un incapaz; la ley protege especialmente a estas personas, a parte de que
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 689
muchas veces serán engañados por su inexperiencia o sufrirán los efectos de la violencia
en forma de amenazas que no saben resistir. Los representantes legales de los menores o
de los interdictos presentarán la acción de repetición y si demuestran que sus pupilos
eran incapaces el momento del pago, el juez ordenará la restitución. Esto se reconoce en
el artículo 2167: “Lo pagado por personas que no tienen la libre administración de sus
bienes, podrán repetirse en todo caso por los respectivos padres de familia, tutores o
curadores”. “En todo caso”, dice, y entendemos que esto se refiere a que no se requiere
probar que hubo dolo o violencia contra estos incapaces.
La acción para repetir por dolo o por tratarse de incapaces perdedores, se dirige contra el
ganador que recibió el pago; pero también puede dirigirse contra el dueño o administra-
dor de la casa de juego; éste responde solidariamente con el ganador; pero si el juego
fue en una casa de familia, solamente habrá responsabilidad si se conoció que el jugador
era un incapaz.
8.7. Así como no hay acción para cobrar estas deudas, tampoco se puede oponer en
compensación, ni se pueden convertir en otras obligaciones por una novación o por
transacción. El vicio original, la falta de objeto lícito, se transmite a las nuevas obliga-
ciones y el derecho impide lo que sería un fraude de la ley: a través de una compensa-
ción, novación o transacción, llegar a demandar deudas de juego que carecen de acción.
También son nulas las fianzas, prendas o hipotecas para garantizar estas obligaciones de
apuesta o juego, y no cabe la cláusula penal, porque sería igualmente carente de acción
para exigirse.
8.8. La simulación de otra causa, para ocultar que una obligación nació por apuesta o
juego, no produce efecto novador ni convalida el objeto ilícito. Lorenzetti presenta el
ejemplo de un pagaré en que se diga “por dinero recibido”, si se prueba que la verdadera
causa fue la deuda de juego, se desechará la acción judicial para cobrar ese instrumento.
8.9. No son deudas de juego las que no derivan directamente de él; así los préstamos
hechos a los jugadores, sí son exigibles con acción judicial, siempre que no hayan sido
otorgados por otro jugador. Algunos opinan que estos préstamos solamente valen si se
ignoraba el destino del dinero, pero Borda desecha esta distinción que daría lugar a
verdaderas injusticias, por dificultades de prueba; se ha de reconocer el valor de los
préstamos, que son contratos autónomos, y no se requiere entrar a indagar sobre la in-
tención o el destino que se pretendió dar al dinero.
8.10. Otro contrato que tendrá valor aunque se entronque con el juego, es el mandato. Si
una persona recibió el poder y la orden de pagar una deuda de juego por cuenta del
comitente y lo hace, tendrá derecho de reembolsarse lo que gastó en cumplimiento de
este mandato.
En cambio, el mandato de jugar o jugar en sociedad con otro, es una forma más de
jugar y no da acción. Tampoco tendría acción el gestor de negocios que actúa para pre-
sunto beneficio de otro y paga lo que ha perdido en el juego.
690 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
1. Definición. Utilidad
1.1. El artículo 2169 define así: “Constitución de renta vitalicia es un contrato aleatorio
en que una persona se obliga, a título oneroso, a pagar a otra una renta o pensión perió-
dica, durante la vida de cualquiera de estas dos personas o de un tercero”.
Sería más exacto decir que la renta vitalicia es un contrato aleatorio que se constituye,
obligándose una persona a pagar a otra una renta o pensión periódica, mientras dure la
vida de uno de los contratantes o de un tercero. Del contrato derivan las obligaciones,
no propiamente de la constitución, por esto sugiero el ligero cambio de redacción. De
cualquier manera, el concepto queda claro: hay una parte que se obliga a pagar la renta o
pensión y otra que tiene derecho de recibirla, por lo cual ha pagado, y dura este derecho
en dependencia de la vida de una persona: por eso es contrato aleatorio. La persona de
cuya vida depende la duración de la renta puede ser el mismo constituyente beneficiario,
el que paga para recibir la renta toda su vida, o el obligado a pagar la renta, durante toda
su vida; o bien un tercero.
1.2. El Parágrafo 2°. Del Título XXXI del Libro IV trata de la constitución de renta
vitalicia, y lógicamente de sus efectos, refiriéndose a la constitución contractual, pero
también cabe establecerla por acto unilateral, como luego veremos. La renta contractual
es onerosa y sólo ella es propiamente aleatoria, mientras que desaparece el carácter
aleatorio cuando la obligación se establece gratuitamente. En el último artículo de este
Título, se hace referencia a la renta vitalicia gratuita, que se rige por las reglas de las
donaciones y legados. Sin embargo, muchas disposiciones de la renta vitalicia propia-
mente dicha (contractual, onerosa y aleatoria), se aplican también a las gratuitas.
1.3. En contraste con el juego y la apuesta, este contrato aleatorio que es la renta vitali-
cia, es perfectamente legítimo y tiene incluso un hondo contenido humanitario y prác-
tico. Con él se tiende a asegurar la subsistencia de personas que por su edad u otras
circunstancias no están en aptitud de sostenerse por sí mismas, sin que se llegue al ex-
tremo de la pensión alimenticia. Por esto, merecen aprobación estos contratos, a dife-
rencia de los juegos de azar a los que se debe vituperio.
Para las particiones hereditarias suele ser un instrumento muy adecuado el de constituir
una renta vitalicia (a veces es más bien un usufructo), a favor del cónyuge sobrevivien-
te, mientras que a los hijos se entregan los bienes que pueden hacer producir con su
trabajo. Otras veces, un abuelo anciano prevé el sostenimiento de la educación de sus
nietos asignándoles una renta que durará mientras vivan los padres de ellos, y terminará
el momento en que mueran y reciban los descendientes la herencia. O simplemente, será
el caso de la persona que a lo largo de su vida ha logrado ahorrar y formar un capital,
pero legítimamente desea descansar en sus últimos días, contentándose con recibir una
renta a cambio de sus ahorros y permitiendo que otro u otros continúen en la actividad
productiva. Estos tres ejemplos muestran la legitimidad y conveniencia de la renta vita-
licia.
1.4. En el mundo actual, sin embargo, se ha perdido un tanto el interés por la constitu-
ción de rentas vitalicias, porque se han desarrollado los seguros de vida, tanto públicos
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 691
como privados y ellos cubren en cierto modo la misma función, con la ventaja de una
mayor seguridad, por lo general, para el rentista.
1.5. Han desaparecido, en cambio, los antiguos censos, que cumplían también la fun-
ción de la renta vitalicia, con la diferencia de ser perpetuos y no solamente vitalicios,
prolongándose así por tiempo indefinido. Los censos eran gravámenes reales, sobre
determinados inmuebles, mientras que la renta vitalicia es solamente obligación perso-
nal y esencialmente limitada en el tiempo.
1.7. Atendiendo a la finalidad económica perseguida por las partes, la renta vitalicia es
un contrato de previsión en el cual, como dice Lorenzetti, la aversión al riesgo es un
elemento decisivo para la contratación. Las partes desean prevenir un riesgo futuro, para
sí mismos o para un tercero.
Esta característica hace de la constitución de renta vitalicia una forma muy apta para
liquidar la sociedad conyugal, asegurando al cónyuge menos capaz de bastarse por sí
mismo, de una renta segura por toda la vida (cfr, artículo 1424). También se utiliza
como forma de indemnizar civilmente por accidentes o perjuicios y así se aplica am-
pliamente en el derecho laboral. Puede eventualmente servir como forma de indemniza-
ción civil incluso por el daño producido por la comisión de delitos.
2. Características
2.1. Es un contrato real, puesto que se perfecciona con la entrega del capital o precio de
la renta. Si las partes hubieren establecido la obligación de pagar ese capital o entregar
la cosa con la que se paga la renta, en realidad estarían haciendo un contrato de promesa
de renta vitalicia, pero ésta solamente surge el momento de la entrega del precio.
2.5. El carácter aleatorio consiste en que la obligación de pagar la renta durará cuanto
dure la vida de cierta persona: puede ser poco tiempo o muchos años, de manera que el
precio recibido resultará económicamente ventajoso o desventajoso, caro o barato. El
carácter aleatorio desaparece si la persona de cuya vida depende la obligación, ya ha
muerto cuando se hace el contrato, y por lo mismo éste carecería de todo efecto.
692 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
2.6. Como afirma Lorenzetti, es un contrato típico, es decir, regulado por el Código
Civil como convención onerosa; si fuera gratuita, deriva en donación.
2.7. Es contrato de tracto sucesivo: pues la renta se paga por períodos, que serán men-
suales, anuales, o como establezcan las partes, pero durante el incierto espacio de una
vida determinada.
3. Analogías
3.1. Los alimentos, también son pensiones periódicas y que se deben, en principio para
toda la vida del alimentario; pero hay profundas diferencias con la renta vitalicia, ya que
los primeros, suelen ser debidos por ley y no provenientes de contrato y entonces son
gratuitos, además, siempre se pueden reajustar o variar en su cuantía, según las posibili-
dades del alimentante y las necesidades del alimentario y no pueden cederse; por el
contrario, la renta vitalicia es onerosa, fija y puede cederse. El raro caso de los alimentos
voluntarios, se diferencia fundamentalmente por su carácter gratuito.
3.3. La donación con carga de pagar un renta, que también puede ser vitalicia, se en-
cuentra más cercana a la renta vitalicia, pero, mientras ésta es onerosa, aquella es gratui-
ta y la carga de la cosa donada adquiere un carácter real, mientras que la renta vitalicia
es totalmente obligación personal.
4.1. En rigor basta con dos personas: el beneficiario o rentista, y el deudor, obligado a
pagar la renta. A veces se llama también al primero, constituyente, porque es quien
paga el capital o transfiere la propiedad de una cosa, para establecer así la obligación
asumida por el deudor, de pagarle en compensación, una renta.
4.2. Desde luego, nada impide la pluralidad de personas en una u otra situación: puede
haber varios rentistas y varios deudores por un mismo contrato.
hecho donación de la renta, pero ésta no la hace el deudor, sino el constituyente, y las
relaciones entre constituyente y deudor son las propias del contrato oneroso de renta
vitalicia.
4.4. Por otra parte, los contratantes pueden establecer libremente que la renta sea vitali-
cia con referencia a la vida de uno de ello o de un tercero (incluso de varios terceros).
Es decir, cabe pactar una renta por toda la vida del pensionista constituyente, que es lo
más frecuente; o por toda la vida del pensionista tercero, beneficiario (admitiéndose que
puedan ser también varios individuos); o por toda la vida de uno o más terceros.
Estas diversas modalidades posibles tienen su razón de ser. Lo más normal es que quien
paga un capital o entrega una cosa, por ejemplo una hacienda o una casa, desea asegurar
su vejez y recibir él mismo la renta hasta morir: la persona referencial, de cuya muerte
depende la extinción de la renta es el constituyente. En este caso, si el deudor muere
primero, el beneficiario sobreviviente seguirá percibiendo su renta con cargo a la suce-
sión del deudor. En cambio, si se establece la renta vitalicia con referencia a la vida
del deudor, al morir éste se extingue la obligación, perderá el beneficiario su renta, y
los herederos del deudor heredarán el capital que se pagó por la renta (si subsiste); esta
situación evidentemente resulta más ventajosa para el deudor que para el beneficiario de
la renta.
Finalmente, si se pacta que la renta durará mientras viva un tercero, o mientras vivan
varias otras personas, distintas del acreedor y el deudor, entonces tiene menos importan-
cia la muerte de una de las partes del contrato, porque continuará con sus respectivos
herederos. Esta modalidad, puede inspirarse en situaciones especiales, como la de que-
rer proteger a alguien durante un tiempo, como en el ejemplo que formulé más arriba de
un abuelo que establece una renta a favor de un nieto, con referencia al tiempo de vida
de los padres del beneficiario (nieto). Cuando estos terceros son varios, se entiende que,
ha de subsistir la renta hasta que perezcan todos, salvo que expresamente hayan previsto
las partes que con la muerte de uno de ellos termine la obligación del deudor.
Téngase en cuenta que no precisa contar con el consentimiento del tercero o de los
terceros: ellos no son parte del contrato ni adquieren ningún derecho ni se obligan a
nada. Por esto, esos terceros pueden ser personas incapaces, por ejemplo, un niño recién
nacido: su vida, que puede ser muy corta o muy larga, es simplemente el punto de refe-
rencia para la duración de la renta que obliga al deudor y que recibirá el beneficiario.
Estos terceros ni siquiera es necesario que sean notificados, pueden ignorar la existen-
cia de un contrato que no les atañe personalmente.
Lo único que exige el derecho respecto del tercero que sirve de referencia para la dura-
ción de la renta, es que exista el momento de la constitución de la renta. Obviamente,
si esa persona hubiera ya muerto, o solamente se esperara su existencia civil (el conce-
bido y aún no nacido), no puede servir de punto de referencia, porque desaparecería el
concepto aleatorio de renta “por toda la vida” de tal persona.
Con mayor razón, el constituyente tiene que vivir hasta que se perfecciona el contrato y
entrega el capital o la cosa que sirve de precio de la renta. Sea o no él quien vaya a be-
neficiarse recibiendo la renta, su vida es esencial porque no se hace contrato con un
muerto y sólo hay este contrato desde el momento de la entrega del precio, puesto que
694 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
es real. Ya veremos, que por equidad, se requiere que sobreviva siquiera un mes. Una
interesante sentencia colombiana desarrolla estos conceptos.
4.7. Ya hemos dicho que cabe pluralidad de personas como beneficiarias. Éstas pueden
tener derecho simultáneo o sucesivo. Si son varios los que han de partirse la renta, se
establecerá la proporción en que le corresponde a cada uno, y si nada se ha establecido,
se presume que se la deban dividir por partes iguales. La renta sucesiva es perfectamen-
te legítima: se puede establecer a favor de una persona y después de su muerte, a favor
de otra, pero no se puede traspasar el límite de las sucesiones fideicomisarias (sólo en
segundo grado).
4.8. La renta puede ser creada a favor de una persona por nacer y si llega a este even-
to la tendrá por todo el tiempo previsto: sea su propia vida, la del deudor o la de un
tercero. No se requiere que el beneficiario exista jurídicamente el momento de la consti-
tución.
4.9. La renta puede cederse a persona distinta de aquella a favor de quien se constituyó.
Naturalmente, para tal cesión el acreedor deberá tener capacidad y cumplir los requisitos
correspondientes al respectivo contrato (venta, cesión, donación etc.).
4.10. La persona de cuya vida depende la renta, como hemos dicho, debe existir al mo-
mento de la constitución de ella; pero, además, se ha establecido que deba sobrevivir
por lo menos un mes, si estuvo enfermo al momento del contrato. La razón de ser de
esta limitación consiste en tratar de evitar contratos fraudulentos en perjuicio de los
acreedores o de los herederos del acreedor. Además, se desvirtuaría en concepto de alea,
si la gravedad del enfermo es tal que su muerte próxima sea casi segura. Finalmente,
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 695
habría una falta de equidad en recibir un fuerte capital y no llegar a pagar ninguna renta
o solamente la de pocos días.
Por lo dicho, el artículo 2175 establece: “Es nulo el contrato, si antes de perfeccionarse
muere la persona de cuya existencia pende la duración de la renta, o si al tiempo del
contrato adoleciere de una enfermedad que le haya causado la muerte dentro de los
treinta días siguientes”.
4.11. La duración normal de la renta ha de ser toda la vida de la persona a la que se hace
referencia (generalmente el mismo beneficiario); pero se ha planteado la cuestión de si
podrá añadirse un plazo máximo de duración. Esta modalidad disminuiría el carácter
aleatorio, puesto que al cabo de esos años terminaría la renta aunque viva aún la persona
referencial. Sin embargo, varios autores admiten esta posibilidad, siempre que el plazo
sea de muchos años, por ejemplo treinta o cuarenta, de manera que permanezca el azar
de que muera antes aquel de cuya vida depende la renta. Así se salva la libertad de con-
tratación, juntamente con un sentido de no desvirtuar el contrato aleatorio.
5.1. “El precio de la renta vitalicia, o lo que se paga por el derecho de percibirla, puede
consistir en dinero o en cosas raíces o muebles”
No se puede desvirtuar esta estructura del contrato, como sucedió en un caso en que
el deudor pretendía que la renta era el precio pagado por él para adquirir lo dado por el
constituyente. La Corte resolvió que esto es totalmente falso: el deudor no paga ningún
precio, y si lo hubiera pagado sería un contrato de compraventa, mas no de renta vitali-
cia, sujeto al azar de la sobrevivencia, de la vida de una persona.
El precio que paga el constituyente puede consistir en cualquier clase de bienes que sean
transferibles y de los cuales él pueda disponer. No puede, por consiguiente, pagarse
con bienes embargados o que forman parte del patrimonio familiar inembargable (artí-
culo 840, salvo que se obtuviere permiso judicial).
Tampoco veo inconveniente para que la renta se establezca por diversos procedimien-
tos, mediante el pago en dinero o especie, por ejemplo en una transacción, o en una
partición de sociedad conyugal o partición hereditaria. En cualquiera de estas circuns-
696 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
5.2. La renta se estipula libremente: dice el artículo 2173: “Los contratantes pueden
establecer libremente la pensión que quieran, a título de renta vitalicia. La ley no deter-
mina proporción alguna entre la pensión y el precio”.
Esta amplia libertad de contratación corresponde al carácter aleatorio del contrato: nadie
puede saber cuánto habrá de vivir la persona de cuya sobrevivencia depende la renta.
Aubry relata el caso curioso de un anticuario francés que quiso vender una colección
arqueológica al gobierno y pareció muy cara, por lo que le ofrecieron una renta vitalicia;
la aceptó, y como vivió 109 años, le llegaron a entregar por concepto de rentas tres
veces más de lo que él había pedido. Por el contrario, si la persona de cuya vida depende
la renta muere al poco tiempo, el deudor habrá recibido un alto precio por una renta
mínima. Una sentencia colombiana analiza esta necesaria aleatoriedad que justifica que
no se exija una proporción entre el precio y la renta.
5.3. Pero la desproporción entre el precio y la renta ha preocupado siempre a los auto-
res y hay que admitir que esa desproporción no se ha de admitir en términos exagerados.
Revelaría la simulación de un contrato usurario el que se hubiere establecido una renta
tal que en el primer pago ya equivalga o supere al capital pagado. La jurisprudencia
francesa, como testimonia Aubry tiende a moderar estos desequilibrios.
5.4. Nuestro derecho no exige que el pago de la renta se haga en dinero, como sí se
exige en el Código español y otros. Podría, pues, estipularse en especie, por ejemplo una
cantidad de quintales de trigo, o el precio correspondiente a un número de litros de
leche. Estas cláusulas de referencia al valor de productos de primera necesidad o que
suelen mantener precios estables, sirve para defender a las partes de las variaciones del
valor de la moneda. La renta es fija: no se cambia, pero si la moneda se desvaloriza
notablemente, se producirán situaciones injustas que piden una solución equitativa de
reajuste de la renta.
5.5. En Francia ha tenido amplia acogida el “bail á nourriture”, en que se paga por un
conjunto de cuidados: habitación, alimentos, medicinas, etc.; pero como en ese país
precisamente se exige que la renta vitalicia ha de pagarse en dinero, esta es una figura
afín o análoga. Puig Peña, considera que la dote de las religiosas es un caso de “bail á
nourriture”. A su vez, una sentencia colombiana reconoce que el “bail á nourriture”,
es admisible según la ley colombiana y se rige por analogía por las disposiciones de la
renta vitalicia. Pienso que estos conceptos son plenamente aplicables también en el
Ecuador.
6.1. Universalmente se admite que la renta vitalicia es un contrato real y solemne. Así
aparece también en nuestro Código, cuyo artículo 2274 dice: “El contrato de renta vita-
licia deberá precisamente otorgarse por escritura pública y no se perfeccionará sino por
la entrega del precio”. Son dos los elementos necesarios de índole formal: la escritura
pública y la tradición del precio. Si este precio consiste en un inmueble –lo cual es fre-
cuente-, debe inscribirse la escritura pública en el Registro de la propiedad para efectuar
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 697
así la tradición jurídica de la cosa, sin perjuicio de que también deberá hacerse la entre-
ga material.
6.3. Algunos autores han sostenido que la exigencia de la escritura pública sería sola-
mente para la prueba y no para la constitución misma del contrato, basándose en la
letra del artículo 2174 que menciona el “perfeccionamiento” mediante la entrega. Si así
se perfecciona, quiere decir que la escritura no lo perfecciona, según este razonamiento.
Pero parece más bien que el legislador quiere exigir los dos requisitos conjuntamente, y
así lo ha aceptado la jurisprudencia colombiana.
6.4. El pago o entrega del capital debe ser actual, no simplemente prometido; pero
parece admisible que una vez hecha la entrega de la principal parte –necesaria para
constituir el contrato-, quede un resto a pagarse en cierto plazo, incluso por dividendos.
6.5. Nuestra jurisprudencia ha reconocido que las partes tienen derecho de constituir una
renta vitalicia, no sólo como contrato principal o único, sino como accesorio de otro
principal, por ejemplo, de una compraventa. Esto sí, ha de haber precio de la renta, pues
de ser gratuita, sería simplemente una donación y se regiría por las normas de este con-
trato.
dada la imperativa disposición del artículo 2174: “deberá precisamente otorgarse por
escritura pública y no se perfecciona sino por la entrega del precio”.
7.1. Como el contrato es totalmente en beneficio del rentista, éste no asume ninguna
obligación directa y propiamente.
Sin embargo, aplicando las normas generales, deberá responder por evicción o vicios
redhibitorios de la cosa que haya entregado en pago. La equidad exige, en efecto, que
el deudor cuente realmente con ese capital que es el precio de la renta, y si se le transfie-
re, por ejemplo, una casa o un barco, que resulta ser ajeno y lo reivindica su dueño, no
sería admisible que el deudor de la renta tuviera que pagarla, sin reclamo contra quien le
transfirió una propiedad viciada. Lo mismo, si el objeto que fue precio de la renta resul-
ta inservible y de ningún valor. Desde luego, si el beneficiario de la renta hizo el pago
con cosas ajenas o con vicios redhibitorios, con conocimiento de ellos o debiendo cono-
cerlos, habría mala fe y respondería de todo perjuicio causado al deudor.
7.2. Las obligaciones del deudor son: pagar la renta y conferir las garantías que se
haya obligado a dar o que posteriormente se le impongan.
7.5. No produce efecto resolutorio, por sí sola, la falta de pago de las pensiones. Es
decir, que si el deudor se atrasa en su pago, el acreedor no puede exigir la devolución
del capital pagado y volver las cosas al estado anterior al contrato. La resolución se
reconoce en los contratos bilaterales, en caso de incumplimiento de la una parte frente a
la otra que sí ha cumplido; pero esto no es así en el contrato de renta vitalicia. Al menos,
no es facultad natural, que se presuma, sino que por el contrario, la acción de resolución
será rechazada por el juez, salvo que las partes hayan estipulado expresamente una
cláusula resolutoria, por ejemplo, estableciendo que en caso de no pago de una, o más
pensiones dentro de un término razonable, pueda el beneficiario reclamar la resolución,
en tales o cuales condiciones.
Se admite, por tanto la cláusula resolutoria expresa, pero no existe en este contrato,
cláusula resolutoria tácita. No se presume, y debe demostrarse, por el texto de la escritu-
ra pública, que realmente se estableció expresamente la condición resolutoria.
7.6. El artículo 2176 dice: “El acreedor no podrá pedir la rescisión del contrato aún en el
caso de no pagársele la pensión, ni podrá pedirla el deudor, aún ofreciendo restituir el
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precio o restituir o condonar las pensiones devengadas, salvo que los contrayentes hayan
estipulado otra cosa”.
7.7. Otra medida muy recomendable consiste en establecer en el contrato una garantía
hipotecaria, que puede ser sobre el mismo inmueble que se ha entregado como pago, o
sobre otros inmuebles del deudor o de terceros. En caso de faltar el deudor al pago de
una o más pensiones (según se establezca), se puede ejecutar inmediatamente la hipote-
ca. Si rematado el bien, pasa a manos de terceros, puede establecerse que se cancelen las
pensiones adeudadas y continúe el contrato de renta vitalicia, continuando la garantía
hipotecaria.
7.9. En todo caso, la intención de la ley es evidente: prohibir la imposición por una de
las partes, de la voluntad de dejar sin valor el contrato. Sólo se puede rescindir por
común acuerdo de ambas partes, o se podrá resolver a petición de una de ellas en el
exclusivo caso de haberse incluido un cláusula resolutoria expresa.
7.11. También se llegará a la resolución del contrato, si el deudor que ofreció garantías,
las disminuye o destruye jurídicamente o por culpa suya permite que desaparezcan,
como sería el caso de la prenda que es rematada por otras deudas del servidor de la
renta, o la destrucción material de la casa hipotecada, por demolición realizada por su
dueño. Si el deudor no sustituye estas garantías, el acreedor podrá pedir la resolución del
contrato. El artículo 2178 dice: “Si el deudor no presta las seguridades estipuladas,
podrá el acreedor pedir que se anule el contrato”. La sustitución o mejora de la garantía
deteriorada, se rige por las reglas generales.
7.12. El pacto de cláusula resolutoria, sea por el incumplimiento de la renta o por in-
cumplimiento de las garantías convenidas, se acepta también en otros sistemas jurídicos,
por ejemplo, en España, y la jurisprudencia de este país y de Francia, se inclinan a admi-
tir que la hipoteca continúe garantizando la renta vitalicia durante toda su vigencia,
aunque se haya rematado el bien hipotecado y pase a otras manos: pasará con el grava-
men de garantizar la renta hasta la extinción de ella.
7.13. Producida la resolución, por haberse estipulado expresamente respecto del precio,
o por simple incumplimiento en lo relativo a las garantías, es obvio que el deudor debe
devolver el capital; en cambio, se discute sobre las rentas ya pagadas: unos consideran
que tendría también de devolverlas el pensionista, y otros que deben quedar en su bene-
ficio. Prefiero esta segunda opinión por dos motivos: la finalidad de la renta es la de
asegurar el mantenimiento de una persona, y no se le puede exigir que devuelva lo gas-
tado en su mantenimiento vital, por otra parte, dichas pensiones compensan la utilidad
que puede haber obtenido el deudor de tener en su poder el capital o precio de la renta:
tendría que pagar intereses y no los paga, luego, se compensan con las rentas ya paga-
das.
7.14. La renta vitalicia es un crédito que entra en el patrimonio del beneficiario, y éste
puede disponer de este bien como de cualquier otro: no es una obligación “intuitu per-
sonae”, y el deudor no podría oponerse a la cesión que haga el acreedor. Naturalmente
que no variará la obligación del deudor ni su duración, y si la vida del beneficiario era el
punto de referencia de la renta, seguirá subsistiendo ella mientras viva el beneficiario
constituyente, aunque pase la renta a otras manos.
7.15. En cuanto a la periodicidad y el tiempo y lugar del pago, queda a lo que establez-
can las partes. Muchas veces estas rentas son anuales, pero nada impide que se establez-
can pagos quincenales, mensuales, etc.
7.16. Como frutos civiles que son, se deben día a día, pero si se ha estipulado y pagado
un período, por ejemplo de un mes o un semestre o año, por adelantado, y muere la
persona de quien depende la duración de la renta antes de completarse el período esta-
blecido, el beneficiario retendrá lo ya recibido por adelantado.
MANUAL ELEMENTAL DE DERECHO CIVIL DEL ECUADOR 701
Si bien este artículo se refiere a los pagos estipulados por anualidades, parece evidente
que la misma regla se ha de aplicar si hay una cláusula que obliga a pagar por meses,
trimestres, u otro período distinto, por adelantado.
7.20. Si durante la vigencia del contrato fallecen el deudor o el acreedor, los respectivos
derechos y obligaciones de recibir o pagar la renta pasan a sus herederos, salvo que la
muerte de uno de ellos sea el término prefijado. Es decir, si sobrevive el tercero cuya
vida sirve de punto de referencia, la renta vitalicia continúa a favor de los herederos del
acreedor, o tendrá que seguir siendo pagada por los herederos del deudor que haya pre-
muerto.
El artículo 2179 dice: “si el tercero de cuya existencia pende la duración de la renta
sobrevive a la persona que debe gozarla, se transmite el derecho de ésta a los que la
suceden por causa de muerte”.
Es evidente que se ha de aplicar una regla análoga con relación al deudor que muere
antes de que termine la renta, porque sobrevive aquél cuya vida sirve de referencia.
Serán los sucesores del deudor quienes tengan que seguir pagando hasta que se extinga
por el fallecimiento del tercero que sirve de referencia.
8.1. La única norma referente a la terminación del contrato, es la del artículo 2182: “La
renta vitalicia no se extingue por prescripción alguna; salvo que haya dejado de perci-
702 DR. JUAN LARREA HOLGUÍN
birse y demandarse por quince años continuos”. Equivale a decir que solamente cabe la
prescripción extintiva de largo plazo: de quince años. Desde luego, no prescriben las
obligaciones del deudor, si el acreedor interrumpe la prescripción presentando oportuna
demanda judicial.
8.2. La forma normal de terminación del contrato de renta vitalicia es por la muerte de
aquélla persona que se haya designado en el contrato para este efecto. Ya hemos dicho
que frecuentemente tal persona será el mismo beneficiario, pero puede también ser el
deudor o un tercero.
Ahora bien, si el fallecimiento de esa persona se debe a que el deudor le dio muerte, el
que causó este evento no puede beneficiarse de él. Se discute sobre cual será el efecto.
Unos sostienen que termina el contrato, porque dependía de la vida de esa persona que
ha fallecido, pero el deudor debe indemnizar en una cantidad calculada según el tiempo
que probablemente habría vivido el ahora difunto; otros piensan que el deudor debe
devolver el capital que recibió. Considero que habría que examinar las causas y circuns-
tancias de la muerte: muy diferente es el caso del crimen, del homicidio o asesinato, al
caso del accidente. En el primer caso, los jueces deben imponer una sanción civil más
rigurosa que en el segundo en que no hay o puede no haber culpa. No está regulado este
asunto, pero se regirá por las normas de la equidad, considerando la edad y demás cir-
cunstancias. Obviamente si el fallecido es el mismo pensionista, la indemnización se
deberá a sus herederos.
8.3. Los demás casos de terminación del la reta vitalicia serán simplemente por aplica-
ción de las reglas generales de la terminación de los contratos.
El artículo 2183 dice: “Cuando se constituya una renta vitalicia gratuitamente, no hay
contrato aleatorio.- Se sujetará, por tanto a las reglas de las donaciones y legados, sin
perjuicio de regirse por los artículos precedentes, en cuanto le fueren aplicables”.
Me remito, pues, a los respectivos capítulos sobre las donaciones y sobre los legados.
BIBLIOGRAFÍA