Hiparco
Hiparco
Hiparco
1 de 5
2.8.6. Aristarco, el Copérnico de la Antigüedad
Mucho más radical que ERATOSTENES en el rechazo de las doctrinas heredadas
fue ARISTARCO DE SAMOS (310-230), el Copérnico de la Antigüedad, que
anticipó en dieciocho siglos la idea cardinal de la doctrina heliocéntrica.
Pensador de la época de ARISTOTELES, profundizando la hipótesis de
HERACLITO DEL PONTO, que había admitido que Marte y Venus giran en torno
del Sol, y creía que éste juntamente con los otros planetas gira en torno a la
Tierra, ARISTARCO tuvo el valor de propugnar la hipótesis según la cual todos
los planetas, incluso el nuestro, describirían círculos en torno al Sol. Su lúcida
visión, que invirtió las apariencias, movió la Tierra e hizo retroceder las estrellas
hacia un infinito inconcebible, sólo encontró fría acogida entre filósofos y
astrónomos. Extraña a las ideas corrientes y menos dotadas de soportes
matemáticos que los sistemas geocéntricos, la doctrina de ARISTARCO cayó en el
olvido.
2 de 5
clasificación fotométrica de las estrellas. Inventor de la trigonometría esférica que
aumentó la potencia del cálculo, renovó la matemática, herramienta de la
astronomía, a la que dotó, por otra parte, de nuevos instrumentos. Conocedor de
la distancia y de los movimientos de la Luna y en posesión de una teoría mejor
que la de sus predecesores acerca de la órbita solar, HIPARCO pudo satisfacer la
principal exigencia práctica de la astronomía antigua: la predicción de eclipses,
problema para el cual los griegos, antes de HIPARCO, no tenían mejor método a
su disposición que el saros de los babilonios.
En una palabra, su obra –comparable a la de COPERNICO transformó todo el
sistema de la astronomía. Se comprende el entusiasmo de PLINIO, quien,
refiriéndose, casi dos siglos más tarde, a las teorías solares y lunares del gran
nicense, escribe: "Hiparco predijo para 600 años el curso de los dos astros; el
tiempo transcurrido ha testimoniado que no lo hubiera hecho mejor si hubiese
tomado parte en la decisión de los dioses".
3 de 5
Adaptando a sus fines un descubrimiento geométrico de APOLONIO DE PERGA,
PTOLOMEO hizo recorrer a los planetas, con velocidad constante, un círculo
llamado epiciclo, cuyo centro se desplazaba en torno de la Tierra sobre la
circunferencia de otro círculo, el "deferente"; el centro de éste, sin embargo, no
coincide con el de la Tierra. Los planetas interiores –Mercurio y Venus– emplean
un lapso igual al que hoy llamarnos su revolución sinódica para realizar una vez
el giro de su epiciclo, cuyo centro tarda un año para recorrer el deferente; por el
contrario, los planetas exteriores –Marte, Júpiter, Saturno– se mueven sobre sus
epiciclos en un año, mientras el centro del epiciclo describe el deferente en un
tiempo igual a la revolución sideral del planeta. Estos períodos están elegidos de
modo que explican por qué los planetas inferiores acompañan siempre al Sol, sin
poder apartarse de éste más allá de una distancia angular determinada, en tanto
que los planetas superiores pueden recorrer todo el cielo.
4 de 5
La teoría de los epiciclos dio buena cuenta de las posiciones estacionarias y
retrogradaciones de los planetas: éstos se mueven en general de Oeste a Este
sobre el firmamento; sin embargo, de tiempo en tiempo parecen detenerse para
recorrer una breve distancia en sentido inverso antes de volver a tornar su
dirección normal. La causa de esta anomalía, irritante enigma para los griegos,
es el desplazamiento orbital de la Tierra en torno del Sol, desplazamiento que se
superpone al movimiento real de cada planeta y engendra, en la órbita aparente
del planeta, la apariencia de las estaciones y retrogradaciones. Ahora bien, en
tanto que el planeta se desplaza sobre una parte de su epiciclo, su velocidad se
agrega a la de su centro, en tanto que está restada cuando el planeta recorre otra
parte de su trayectoria. Basta, pues, asignar velocidad conveniente al astro sobre
su epiciclo para reproducir las anomalías evidenciadas por la observación.
PTOLOMEO expuso su doctrina en los trece libros de su Gran composición
matemática, que recibió de los traductores árabes el título consagrado de
Almagesto. Ningún escrito astronómico de la Antigüedad tuvo éxito comparable a
la obra de PTOLOMEO, cuyos principios permanecieron indiscutidos hasta el
Renacimiento. La nombradía de PTOLOMEO fue tan grande durante la Edad
Media, que el rey persa COSROES (siglo vil), vencedor del emperador bizantino
HERACLIO, impuso como una de las condiciones de paz el envío de un ejemplar
del Alma-gesto. Síntesis del saber astronómico de los griegos, el Almagesto señala
la culminación y el fin de la astronomía antigua, de la que PTOLOMEO es el
último gran representante.
Agreguemos, además, que los méritos de PTOLOMEO no están limitados a la
ciencia del cielo: fue con ERATOSTENES y ESTRABON (63 a. de C. -24 d. de C.),
uno de los eminentes geógrafos de la Antigüedad. Para representar la superficie
esférica del globo sobre una superficie plana, creó un sistema de proyecciones:
los paralelos son círculos con el centro en el Polo Norte; los meridianos, líneas
rectas que convergen en el Polo. La imagen que PTOLOMEO forjaba de tierras
lejanas es, sin duda, fantástica, mientras que la descripción de la cuenca del
Mediterráneo revela la exactitud, notable para la época, de sus fuentes, que son
mapas militares del Imperio Romano. (Papp, 1996)
5 de 5