Ensayo de Neoconstitucionalismo
Ensayo de Neoconstitucionalismo
Ensayo de Neoconstitucionalismo
Constitución y constitucionalismo Dicho lo anterior, es cierto, sin embargo, que aún persisten
acepciones de «Constitución» y, sobre todo, de «constitucionalismo» que no se corresponden
fielmente con el significado que acabamos de señalar. Se trata, sin duda, de posiciones
explicables por la pura inercia histórica y por su desconexión con el movimiento más vivo y
relevante que la afirmación y expansión del Estado constitucional ha venido produciendo.
Obedecen, más, al pasado que al presente. En unos casos, se trata de concepciones «políticas» de
Constitución construidas mediante un aglomerado ideológico nutrido por simplificaciones, a
partes casi iguales, de viejas ideas básicas del marxismo y el fascismo; su punto de partida es,
claramente, la negación de aquello que presta su sentido más profundo a la Constitución; la fusión
entre el Estado de derecho y la democracia. En otros casos, se trata de concepciones «jurídicas»
de Constitución basadas en un significado exclusivamente formal de «norma fundamental» con la
pretensión de dotarla de carácter neutral (y por ello universal); la corriente más clara en tal
sentido es la representada por el normativismo kelseniano, que se sustentaba en la negación de
otra proposición básica del pensamiento constitucional: la necesaria unión entre los conceptos
formal y material de Constitución. Como ya se señaló más atrás, la aceptación generalizada
(incluida la peculiaridad histórica del modelo constitucional británico, donde la carencia de
supremacía jurídica no elimina, sin embargo, la fusión entre Constitución, derecho y democracia)
de la idea de Constitución como norma jurídica plenamente (es decir, jurisdiccionalmente)
aplicable, dotada de supralegalidad, que tiene por objeto garantizar, mediante el derecho, la
soberanía popular (y por ello la libertad, porque sólo un pueblo libre puede ser soberano), ha
dejado a las corrientes contrarias a esa posición no sólo en franca minoría sino más aún en clara
regresión, al menos en el mundo de los Estados constitucionales (que es hoy algo más amplio que
el llamado «occidental» o europeo-americano). No obstante, en la medida en que esas corrientes
aún siguen teniendo cierta vigencia en algunos países y en la medida, sobre todo, en que pese a la
aceptación generalizada del sentido que hemos llamado «genuino» de Constitución, sigue
existiendo en cambio cierta confusión sobre el sentido del término «constitucionalismo», quizás
sea conveniente tratar de poner en claro el significado de ese término («constitucionalismo», tan
utilizado como, a veces, mal entendido. En sentido amplio, por «constitucionalismo» podría
entenderse la teoría o la práctica del Estado constitucional. Pero una noción así sería escasamente
explicativa, no sólo por tautológica, sino también por imprecisa, puesto que ni Constitución ni
Estado constitucional son términos completamente unívocos que permitan, por mera derivación,
dotar de significado a constitucionalismo. Muchos han sido los conceptos de Constitución que se
han dado en los dos últimos siglos, pero no todos han transferido su significado a
constitucionalismo. Y así, carece de sentido el término si se sostiene una concepción histórica o
sociológica de Constitución, en cuanto que al entenderse ésta como el modo de organización
jurídico-política de cada país, el constitucionalismo no cualificaría ni, en suma, diferenciaría
nada; sería una realidad o una idea predicable de todas las formas políticas del pasado, del
presente e incluso del futuro. Para una concepción positivista de Constitución, el término
«constitucionalismo» resultaría quizás menos vacío que para las nociones histórica o sociológica,
pero no por ello alcanzaría un significado riguroso. De un lado por defecto, ya que la restricción
de la noción de Constitución a la de ley fundamental sólo con costosas adaptaciones permitiría
aplicarse a la realidad y la teoría del constitucionalismo inglés, siendo, como es, sin duda, un
constitucionalismo auténtico. De otro lado, por exceso, ya que la universalización (por
vaciamiento material) del concepto de Constitución en que el positivismo desemboca haría del
término «constitucionalismo» una noción que, aun inservible para el pasado, sería predicable, no
obstante, sin diferenciación alguna, de todas las formas adoptadas por el Estado contemporáneo.
A partir del siglo xix, y muy especialmente en nuestro siglo, todos los Estados serían así Estados
constitucionales y el constitucionalismo, en consecuencia, se presentaría como un fenómeno
histórico, pero universal. La capacidad definidora (diferenciadora) del término se reduciría a la
meramente cronológica. Pero una significación tan escasamente cualificadora sirve de poco,
como es sabido, y ello explica que, habiendo sido varias las acepciones de Constitución, sólo una,
la acepción liberal (y no las demás), sea la que dé sentida al término constitucionalismo. Como ha
dicho C. J. Friedrich: Biscaretti señalara como nota característica del constitucionalismo la
«limitación de la actividad gubernamental por medio del Derecho» . N. Matteucci reconocerá
como generalmente aceptado que el «constitucionalismo es la técnica de la libertad, o sea, que es
la técnica jurídica a través de la cual se les asegura a los individuos el ejercicio de sus derechos
individuales y, al mismo tiempo, el Estado es colocado en la posición de no poderlos violar». Y
aquí, en esta última cita, se encuentra enunciada una de las cuestiones capitales del
constitucionalismo, que no es la de su significado político (generalmente aceptado como
unívoco), sino la de su significado jurídico. De los dos tipos de constituciones de que hablaba
Montesquieu, sólo las que tienen por objeto la libertad de los ciudadanos serán válidas para
integrar el término constitucionalismo. Ello implica la asunción de la tesis, ya sostenida en el
famoso artículo 16 de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, de que
«toda sociedad en la cual no esté asegurada la garantía de los derechos y determinada la
separación de poderes carece de constitución». O, en otras palabras, que sólo es Constitución
auténtica la que Jellinek llamaba «constitución constitucional». ¿Significa esto que el
constitucionalismo es una «ideología»? Lo sería si se sostiene que sólo ideológica es también la
noción de Constitución de la Las relaciones entre gobernantes y gobernados están reguladas de tal
modo que éstos disponen de unos ámbitos reales de libertad que les permiten el control efectivo
de los titulares ocasionales del poder. No hay otra Constitución que la Constitución democrática.
Todo lo demás es, utilizando una frase que Jellinek aplica, con alguna inconsecuencia, a las
«Constituciones napoleónicas, simple despotismo de apariencias constitucional». Concebida la
Constitución así, y el Estado constitucional, en consecuencia, como forma de Estado, el
constitucionalismo, que fue ciertamente, aunque no sólo, una ideología, puede ser entendido
también como un fenómeno jurídico: la teoría y la práctica jurídicas del Estado auténticamente
constitucional, es decir, del Estado efectivamente limitado por el derecho. Que es como el
constitucionalismo se ha entendido generalmente en el mundo anglosajón y como, ahora, la mejor
doctrina lo va entendiendo en el mundo occidental una vez superada la perniciosa distinción, fruto
de la dogmática jurídica de la segunda mitad del siglo xix (o peor aún de las doctrinas
«anticonstitucionales» de extrema derecha y de extrema izquierda), entre Constitución y derecho
y entre Estado constitucional y Estado de derecho, que es, justamente, la raíz de donde procede la
vieja querella, aún no abandonada por algunos, entre «constitucionalismo y «Constitución». 3.
Las consecuencias del «constitucionalismo». El doble sentido de la «juridificación»
constitucional: la jurisdicción constitucional y la cultura jurídica constitucional Siendo el
constitucionalismo teoría y práctica, estas consecuencias son también sus propias condiciones. El
constitucionalismo requiere, en primer lugar, la existencia de unos instrumentos jurídicos que
garanticen la aplicación de la Constitución; y éstos no son otros que los propios del control
judicial, bien mediante la aplicación de las normas constitucionales por los tribunales ordinarios o
bien, también, mediante la creación de unos tribunales específicos: los tribunales constitucionales.
Las constituciones precisan de garantías políticas, por supuesto, pero también, e inexorablemente,
de garantías jurídicas, sólo posibles, es decir, efectivas, cuando están aseguradas por controles
jurisdiccionales. Pero el constitucionalismo requiere, en segundo lugar, una cultura constitucional
y obliga a su perpetuación, pues la Constitución democrática descansa, más que ninguna otra, no
sólo en las garantías políticas y jurídicas, sino, sobre todo, en las garantías sociales, esto es, en la
aceptación popular de la Constitución. Sin garantías jurídicas (de ahí su carácter