Poemas de Álvaro Mutis y José Manuel Arango

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Poemas de Álvaro Mutis

Cada poema

Cada poema un pájaro que huye


del sitio señalado por la plaga.
Cada poema un traje de la muerte
por las calles y plazas inundadas
en la cera letal de los vencidos.
Cada poema un paso hacia la muerte,
una falsa moneda de rescate,
un tiro al blanco en medio de la noche
horadando los puentes sobre el río,
cuyas dormidas aguas viajan
de la vieja ciudad hacia los campos
donde el día prepara sus hogueras.
Cada poema un tacto yerto
del que yace en la losa de las clínicas,
un ávido anzuelo que recorre
el limo blando de las sepulturas.
Cada poema un lento naufragio del deseo,
un crujir de los mátiles y jarcias
que sostienen el peso de la vida.
Cada poema un estruendo de lienzos que derrumban
sobre el rugir helado de las aguas
el albo aparejo del velamen.
Cada poema invadiendo y desgarrando
la amarga telaraña del hastío.
Cada poema nace de un ciego centinela
que grita al hondo hueco de la noche
el santo y seña de su desventura.
Agua de sueño, fuente de ceniza,
piedra porosa de los mataderos,
madera en sombra de las siemprevivas,
metal que dobla por los condenados,
aceite funeral de doble filo,
cotidiano sudario del poeta,
cada poema esparce sobre el mundo
el agrio cereal de la agonía.
Batallas hubo

I
Casi al amanecer, el mar morado,
llanto de las adormideras, roca viva,
pasto a las luces del alba,
triste sábana que recoge entre asombros
la mugre del mundo.
Casi al amanecer, en playas pizarra
y agudos caracoles y cortantes corolas,
batallas hubo, grandes guerras mudas
dejaron sus huellas.
Se trataba, por fin,
del amor y sus hirientes hojas,
nada nuevo.
Batallas hubo a orillas del mar
que rebota ciego y desordenado,
como un reptil preso en los cristales del alba.
Cenizas del amor en los altares del mundo,
nada nuevo.

II

De nada vale esforzarse en tan viejas hazañas,


ni alzar el gozo hasta las más altas cimas de la ola,
ni vigilar los signos que anuncian la muda invasión
nocturna y sideral que reina sobre las extensiones.
De nada vale.
Todo torna a su sitio usado y pobre
y un silencio juicioso se extiende, polvoso y denso,
sobre cada cosa, sobre cada impulso
que viene a morir contra la cerrada coraza de los días.
Las tempestades vencidas, los agitados viajes,
sólo al olvido acuden, en su hastiado dominio
se precipitan y preparan nuevas incursiones
contra la vieja piel del hombre
que espera a su fin
como pastor de piedra ingenua y a ciegas.

III

Y hay también el tiempo que rueda interminable,


persistente, usando y cambiando,
como piedra que cae o carreta que se desboca.
El tiempo, muchacha, que te esconde en su pecho
con tus manos seguras y tu melena de legionaria
y algo de tu piel que permanece;
el tiempo, en fin, con sus armas ocultas.
Nada nuevo.

Amén

Que te acoja la muerte


con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.

Exilio

Voz del exilio, voz de pozo cegado,


voz huérfana, gran voz que se levanta
como hierba furiosa o pezuña de bestia,
voz sorda del exilio,
hoy ha brotado como una espesa sangre
reclamando mansamente su lugar
en algún sitio del mundo.
Hoy ha llamado en mí
el griterío de las aves que pasan en verde algarabía
sobre los cafetales, sobre las ceremoniosas hojas del banano,
sobre las heladas espumas que bajan de los páramos,
golpeando y sonando
y arrastrando consigo la pulpa del café
y las densas flores de los cámbulos.

Hoy, algo se ha detenido dentro de mí,


un espeso remanso hace girar,
de pronto, lenta, dulcemente,
rescatados en la superficie agitada de sus aguas,
ciertos días, ciertas horas del pasado,
a los que se aferra furiosamente
la materia más secreta y eficaz de mi vida.
Flotan ahora como troncos de tierno balso,
en serena evidencia de fieles testigos
y a ellos me acojo en este largo presente de exilado.
En el café, en casa de amigos, tornan con dolor desteñido
Teruel, Jarama, Madrid, Irún, Somosierra, Valencia
y luego Perpignan, Arreglen, Dakar, Marsella.
A su rabia me uno, a su miseria
y olvido así quién soy, de dónde vengo,
hasta cuando una noche
comienza el golpeteo de la lluvia
y corre el agua por las calles en silencio
y un olor húmedo y cierto
me regresa a las grandes noches del Tolima
en donde un vasto desorden de aguas
grita hasta el alba su vocerío vegetal;
su destronado poder, entre las ramas del sombrío,
chorrea aún en la mañana
acallando el borboteo espeso de la miel
en los pulidos calderos de cobre.

Y es entonces cuando peso mi exilio


y miro la irrescatable soledad de lo perdido
por lo que de anticipada muerte me corresponde
en cada hora, en cada día de ausencia
que lleno con asuntos y con seres
cuya extranjera condición me empuja
hacia la cal definitiva
de un sueño que roerá sus propias vestiduras,
hechas de una corteza de materias
desterradas por los años y el olvido.
Poemas de José Manuel Arango

Cantiga de enamorados
O como dos que hablan después del amor
todavía desnudos
tendidos de espaldas
fumando y hablan de silencio en silencio
y la voz es sosegada después del amor
y ya sin premura
y ella se incorpora
y pone el codo en la almohada
y pone la mejilla en la palma

y él ve su risa rápida y tranquila


su risa
y el temblor de sus pechos.

VIII
Holderlin
Quizá la locura
es el castigo

para el que viola un recinto secreto

y mira los ojos de un animal


terrible

La diosa negra

Todos estos días lo ha acompañado el gesto de la muchacha


El gesto prendado en un rincón del parque
Y se ha demorado en él y se ha nutrido de él
La muchacha quizás sin saber que alguien otro la veía
O tal vez sabiendo y gozándose de ser vista por alguien otro
Se levanta la falda y deja el muslo al descubierto
Y coge la mano de su amigo y la lleva para que palpe

Todos esos días ha sentido en las yemas la piel de un


muslo de muchacha
Y ha visto una y otra vez la bella asechanza de aquel gesto
Y el brillo en los ojos del que la vida toca para usarlo
O para herirlo
Para perderlo

Cantiga de amigo

Y tras la incertidumbre de un instante


frente al desconocido
que luego por virtud del gesto recordado
vuelve a ser el amigo que después de la lluvia
llama a la puerta

lo ayudamos a desnudarse
colgamos sus ropas a secar junto al fuego

y oímos el relato de su viaje


reconociéndonos en sus maneras
de náufrago

Acerca de las flores de gualanday

Pero ella hablaba de las flores del gualanday


el árbol que en este tiempo, en esta estación, florece
Contaba cómo alfombran la calle y las aceras
y cómo son moradas y diminutas
casi fosforescentes en el anochecer
Uno pisa: un reguero blando
jabonoso de flores.

Ella
De qué manera silenciosa
trabaja.
Sin dejarse oír, como si fuera
-lo mismo que una bailarina-
en puntas de pies.
Sin dejarse ver,
como si no fuera.

Ella,
la que poco a poco lo ensordece,
la que imperceptiblemente lo ciega,
la que, delicadamente,
le tuerce los huesos.

Ah y es de nuevo la mañana
Ah y es de nuevo la mañana
tibia y azul
El que está señalado
(en la lista hay una cruz después de su nombre)
liviano todavía
va por las calles

Trae la calavera llena de sueños


Limpio recién peinado
va a sus negocios

Cuando el asunto se despache un nombre


se tachará

Por ahora va por las calles

IX
Mientras la ciudad oscurece
y contra la sombra azulada de los mangos
el día ruidoso se apaga

Adivinando sus gemidos entre el recio viento del anochecer


iríamos por el linde del bosque donde se acarician los
enamorados
y su fuego nos encendería

Con los ojos ariscos del venado


que atisba por entre ramas oscuras
un dios fugaz podría aparecer de pronto

Y sería la fiebre de su mano en la mía


y en el peso del corazón el llamado de la tierra

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