El documento presenta una introducción a la epistemología como disciplina que estudia el conocimiento. Explica que los griegos fueron pioneros al abandonar las explicaciones míticas o divinas sobre el conocimiento y confiar en la razón humana. Señala que en la antigua Grecia surgió la polis de Atenas, donde la democracia dio un nuevo valor a la palabra hablada y se estableció el debate público. Esto llevó al surgimiento de la retórica y los sofistas, aunque fueron criticados por Platón. Sócr
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El documento presenta una introducción a la epistemología como disciplina que estudia el conocimiento. Explica que los griegos fueron pioneros al abandonar las explicaciones míticas o divinas sobre el conocimiento y confiar en la razón humana. Señala que en la antigua Grecia surgió la polis de Atenas, donde la democracia dio un nuevo valor a la palabra hablada y se estableció el debate público. Esto llevó al surgimiento de la retórica y los sofistas, aunque fueron criticados por Platón. Sócr
El documento presenta una introducción a la epistemología como disciplina que estudia el conocimiento. Explica que los griegos fueron pioneros al abandonar las explicaciones míticas o divinas sobre el conocimiento y confiar en la razón humana. Señala que en la antigua Grecia surgió la polis de Atenas, donde la democracia dio un nuevo valor a la palabra hablada y se estableció el debate público. Esto llevó al surgimiento de la retórica y los sofistas, aunque fueron criticados por Platón. Sócr
El documento presenta una introducción a la epistemología como disciplina que estudia el conocimiento. Explica que los griegos fueron pioneros al abandonar las explicaciones míticas o divinas sobre el conocimiento y confiar en la razón humana. Señala que en la antigua Grecia surgió la polis de Atenas, donde la democracia dio un nuevo valor a la palabra hablada y se estableció el debate público. Esto llevó al surgimiento de la retórica y los sofistas, aunque fueron criticados por Platón. Sócr
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INTRODUCCION
Epistemología es la disciplina que se ocupa del conocimiento. En el camino del
conocimiento los saberes se enredan, entrecruzan, atraviesan, distinguen y confunden con las ciencias, la sabiduría, a información, la comprensión, las experiencias, la ciencia, las opiniones. En los diferentes países y en diferentes momentos las competencias y fronteras de cada una de estas miradas han sido diferentes y han variado a través del tiempo. No solo en distinto tiempo, sino en el mismo tiempo y en un mismo país coexisten diferentes concepciones respecto del conocimiento. Una misma persona participa de múltiples formas de conocer y de legitimizar su saber. Estos conocimientos tienen importancia en nuestra forma de vivir, de enseñar y aprender, de comunicarnos y de relacionarnos. No existe un único problema del conocimiento cada cultura ha pensado de diferentes modos la actividad cognitiva. La importancia relativa de las preguntas se modifica en cada época. Nuestra concepción del conocimiento no es independiente de lo que pensamos sobre el mundo y nuestro lugar en él. Esta mirada integradora el itinerario propuesta muestra saltos, lagunas retrocesos, etc. Cuando nació la cultura griega existían muchas otras. Como es imposible recorrer todos los caminos del conocimiento seleccionaremos la griega que fue fundamental para la construcción de nuestra cultura. La desarrollan distintas disciplinas que entrecruzan sus miradas como la sociología de conocimiento, la filosofía del conocimiento, la epistemología y las teorías cognitivas. Si bien la lo largo de historia podemos distinguir diferentes culturas y contextos puede analizar el camino recorrido por el conocimiento, como en las civilizaciones míticas, esta tarea en donde se puede iniciarse a partir de la Grecia Antigua y desarrollarla hasta nuestra era, ya que los griegos fueron los que abandonaron toda explicación del conocimiento desde causales divinas o míticas y confiaron en la intelectualidad humana para buscar interpretaciones confiables. El conocimiento no existe independientemente de la concepción que tiene la sociedad de aspectos como el saber, el sentir, el poder y el hacer ni del método que utilizan las instituciones sociales para alcanzarlo. La legitimación del conocimiento dependerá de nuestra concepción de la realidad y de la verdad. CONTENIDO Estamos tan acostumbrados a comenzar cualquier narración histórica buscando los antecedentes griegos que raramente nos preguntamos por qué iniciar allí nuestra tradición cultural. Una de las respuestas más aceptadas es que en Grecia se gestó un modo de organización social diferente: la polis. Éste fue un acontecimiento decisivo por muchos y diversos motivos, entre los que se destaca el hecho de que en Atenas cambió el valor y la forma de compartir nuestra experiencia a través de la palabra. La polis, término que solemos traducir como Ciudad-Estado, nació alrededor de los siglos VIII y VII a.C. En el caso de Atenas, transformó radicalmente la vida social y las relaciones entre los hombres gracias a una invención: la democracia. Esta creación política implicó, ante todo, un extraordinario privilegio de la palabra sobre todos los instrumentos de poder. En la polis la palabra cobró un nuevo sentido en un estilo de relación diferente entre hombres iguales reunidos en la asamblea de ciudadanos. En una república, una de las exigencias fundamentales del arte político, es tener un lúcido y potente dominio del lenguaje. En el ágora, centro de reunión o plaza pública, ya no hay una palabra indiscutible, un saber garantizado. Se establece el debate contradictorio, la discusión, la argumentación. El hombre adquiere conciencia del «logos». Ese término griego, que proviene del verbo «legein», originariamente significaba hablar, decir, narrar, dar sentido, recoger o reunir. Entre la política y el logos se establece una relación estrecha, una trabazón recíproca. «Logos» se traduce habitualmente como razón, palabra, discurso, expresión, pensamiento, habla, verbo, inteligencia, concepto, etc. En cualquier caso, como afirma el Diccionario de Filosofía de J. Ferrater Mora (19121991), el logos ha sido un vocablo central en la filosofía griega, y luego se incorporó a otros idiomas en expresiones como ‘lógica’ y en el final de términos como filología, geología, y muchísimos otros, para designar estudio o conocimiento. El movimiento de democratización y divulgación tuvo consecuencias decisivas en el plano intelectual. La palabra entre iguales (Homoioi/isoi) ya no tiene garantías, no obliga, no puede exigir obediencia. Debe seducir, convencer, vencer. Y los hombres deben adiestrarse en este nuevo arte discursivo. Comienza así a desarrollarse una nueva habilidad, saber, técnica, y con ella una nueva profesión: el maestro de retórica o sofista. Históricamente la retórica y la sofística, mediante el análisis que ambas llevan a cabo de las formas del discurso como instrumento de victoria en las luchas en la asamblea y en el tribunal, abrieron el camino para la reflexión filosófica. Sin embargo, no todos los pensadores dieron una cálida recepción a esta nueva actividad. Entre los que le declararon abiertamente la guerra, Platón (427-348 a.C.), y su discípulo Aristóteles (384-322 a.C.) construyeron una imagen degradada de los sofistas (término cuya etimología indica que eran «intelectuales que saben hablar»). La polis griega estableció un modelo de ciudadanía basado en una democracia directa en el que el debate reemplazó (a veces) a la espada. Los combates fueron menos sangrientos, pero no menos intensos y no todos podían participar de ellos: ni las mujeres, ni los niños, ni los esclavos, ni los extranjeros eran considerados ciudadanos. El inestable equilibrio entre guerra y política es expresado por el general prusiano Von Clausewitz (1780-1831) en el siglo XIX con una sentencia famosa. En el siglo XX, el filósofo francés Michel Foucault (1926-1984) realiza una célebre inversión: La democracia instituyó la igualdad entre los ciudadanos en relación a sus posibilidades de participar en la vida pública, pero no pudo instituir la identidad de aptitudes, ni abolir las pujas de poder. Platón, por ejemplo, inventó una peculiar concepción de la verdad porque quería diferenciar drásticamente a su maestro (y con ello a sí mismo) de los demás. Utilizó todas las armas de la polémica para lograrlo y en gran medida lo consiguió (es bueno recordar que Polemos era el Dios de la guerra). Platón y sus seguidores consiguieron desacreditar a sus adversarios de tal forma que los términos «sofisma» y «sofista» tuvieron hasta hace muy poco tiempo una connotación totalmente peyorativa. Es famosa la anécdota que narra el dictamen del oráculo de Delfos cuando sostiene que Sócrates (470-399 a.C.) es el más sabio entre los ateniense. Sorprendido al saberlo, el supuestamente humilde filósofo, manifestó: «Sólo sé que no sé nada». A partir de ese momento decidió consagrar su vida a comprender el porqué de las palabras del oráculo (considerado infalible). Se impuso la tarea de interrogar a sus conciudadanos respecto de su saber y, a partir de sus respuestas, juzgó que éstos suponían saber aun cuando no era el caso. La postura de Sócrates generalmente ha sido interpretada como de una suprema humildad. Sin embargo, cada vez más estudiosos se inclinan por una lectura diametralmente opuesta y sostienen que su discurso deja traslucir una inmensa soberbia. Muchos hoy plantean que la famosa frase «Sólo sé que no sé nada» sugería claramente que: …los demás ni siquiera saben eso. Sócrates se dedicó a indagar a sus conciudadanos en la búsqueda de alguno que fuera más sabio que él, para poner a prueba al oráculo. Examinó a los políticos y a los poetas, a los trabajadores manuales y a los militares, confirmando una y otra vez el vaticinio del Oráculo (al menos según su opinión y la de Platón). En cada conversación, Sócrates se convencía cada vez más que los demás creían saber algo, aun cuando no sabían, mientras que él estaba convencido de no saber. ¿Qué buscaba Sócrates con este «acoso intelectual»? Según su parecer, el Dios le había asignado la misión de sacudir la modorra de sus conciudadanos. Para ello debía pincharlos como si fuera una especie de tábano. En buena parte de la población de Atenas lo que despertaron estos interrogatorios fue el odio hacia aquel que los estaba aguijoneando. ¿Buscaba algo Sócrates además de poner a prueba al Oráculo? A través de esas conversaciones (que Platón llamó diálogos), pretendía hallar la «idea», entendida como aquello que definía la naturaleza de la cosa en cuestión. Si aceptamos esta perspectiva, se impone inmediatamente otra pregunta: ¿no han acompañado las ideas al hombre desde que arribó a la condición de Homo Sapiens? Y si así fuera, ¿qué quiere decir que Sócrates y su discípulo Platón inventaron o crearon las ideas? En la actualidad usamos el término «idea» de muy distintas formas equiparándolo con «noción», «concepto», «pensamiento», e incluso con «significado». La filosofía griega antigua lo utilizaba de un modo peculiar. Sócrates en sus diálogos (o más bien interrogatorios) buscaba encontrar lo que caracteriza a una determinada entidad, independientemente de las situaciones particulares. Quería hallar una respuesta universal y por lo tanto independiente de las distintas situaciones particulares a las preguntas: ¿qué es la Valentía? ¿qué es la Justicia? ¿qué es el Bien? ¿qué es la Belleza? Sócrates evaluaba el saber de los demás comparándolo con el suyo y consideraba que los otros sabían menos que él porque tenían un saber práctico; lo que él valoraba, en cambio, era un conocimiento universal. Ese proceso de abstracción y universalidad del saber tuvo como antecedente y modelo al pensamiento geométrico que Pitágoras (575-500 a.C. aprox.) y su escuela habían desarrollado con exquisitez. Los geómetras abstraen de las complejísimas formas del universo sensible sólo un conjunto muy reducido de ellas: algunas figuras regulares y simples como los triángulos, polígonos, círculos y elipses… Sócrates aplicó esa metodología a las cuestiones morales y Platón la extendió a todas las áreas del conocimiento. La obra de Platón inaugura una forma de pensar y de exponer el conocimiento que constituye un notable monumento pedagógico. En su tratado político La República, que fue el primero de Occidente, expuso sus críticas a la educación tradicional griega, es decir: al legado de Homero. Platón dedicó una inmensa cantidad de páginas a criticar a los poetas. Desde nuestra perspectiva actual no es fácil ver qué relación podían tener los poetas con la política o con la educación. El inglés Eric Haveloc (19031988), uno de lo más reconocidos estudiosos de la antigüedad griega, advirtió que: «mientras la poesía ejerciera su reinado absoluto, se alzaba como un obstáculo para el logro de una prosa eficaz». ¿Quién era el principal interesado en el triunfo de la prosa sobre la poesía, de la geometría sobre la acción dramática? Precisamente Platón, el fundador de la Academia, el máximo exponente de una nueva actitud de conocimiento: la contemplación teórica. El sistema educativo que prevaleció en Grecia antes de la extensión del hábito de la escritura y la lectura (que nunca fue demasiado amplia en la Antigüedad) se basaba en la poesía homérica que era un compendio de la tradición oral. En aquel tiempo la actividad poética, lejos de ser un modo de expresión individual, era un compendio del saber social. Constituía la columna vertebral de la formación cultural y, por tanto, de la política, pues la educación tenía como objetivo central la formación de ciudadanos. Platón combatió duramente ese sistema. Los ataques platónicos iban dirigidos contra un procedimiento educacional; más aún, se dirigían contra una manera de vivir. Platón desplegó todo su saber retórico para oponerse a la mentalidad poética. Ésa era la base de la enseñanza en la Grecia Arcaica, pues el saber no se impartía en instituciones especializadas: era parte de la vida cotidiana. «Teóricos»: tal el nombre que recibían los hombres que miraban los juegos olímpicos, para ser diferenciados de los que participaban. Desde aquel tiempo y aquel escenario hasta la actualidad, la teoría ha implicado siempre una actitud de distanciamiento, de menoscabo de la conexión afectiva y de privilegio de la lógica. Ulises, el gran héroe homérico, era un artista del disfraz, un creador de apariencias, un ejemplo extraordinario de una razón astuta que no temía la transformación ni adoraba la estabilidad. El pensamiento de Heráclito (544 - 480 a. C aprox.) conservaba aún esa vitalidad y potencia, aunque se deslizaba peligrosamente hacia el lenguaje de la abstracción. Parménides, que tuvo gran influencia sobre Platón, concibió como única realidad a un «Ser» (con mayúsculas), eterno e inmutable. Ante la evidente variabilidad y diversidad de la experiencia, Parménides de Elea (nació 540 a.C. aprox.) y sus seguidores no tuvieron otra posibilidad que la de escindir el universo en dos: el mundo aparente y el mundo real. El pensamiento filosófico se fue separando del mito y su multiplicidad buscando una realidad única, subyacente, que diera cuenta de toda la experiencia, a la que considera sólo aparente. Primero Parménides y luego Platón se escandalizaron ante la dificultad que representaban para el conocimiento la inmensa diversidad y las múltiples transformaciones que encontramos en el mundo. Concibieron esa situación como absurda y sentaron las bases de una lógica que Aristóteles terminaría de desarrollar y que llevaba a una concepción dicotómica, a todos los niveles. Aunque de modos muy distintos, tanto Platón como Aristóteles admitieron la distinción parmenídea y fundaron, a partir de ella, una manera de pensar que separa radicalmente la sensibilidad y la inteligencia. Platón desvalorizó la experiencia sensorial, despreció la transformación y la diversidad, y exaltó la actividad intelectual, las formas definidas y regulares, la estabilidad y la unidad. Aristóteles construyó una filosofía más matizada que hizo lugar a la sensibilidad en el proceso de conocimiento. A partir de esa operación conceptual de abstracción, purificación y separación pudo nacer la idea de una Episteme, es decir de un conocimiento garantizado, absoluto, verdadero, opuesto a otro que es mera Doxa (opinión). «… una morada subterránea en forma de caverna, que tiene la entrada abierta, en toda su extensión, a la luz. En ella están unos hombres con las piernas y el cuello encadenados, de modo que deben permanecer allí y mirar sólo delante de ellos, porque las cadenas les impiden girar en derredor las cabezas. Más arriba y más lejos se halla la luz de un fuego que brilla detrás de ellos; y entre el fuego y los prisioneros hay un tabique construido de lado a lado, como el biombo que los titiriteros levantan delante del público para mostrar, por encima del biombo, los muñecos. Imagínate ahora que, del otro lado del tabique, pasan sombras que llevan toda clase de utensilios y figurillas de hombres y otros animales, hechos en piedra y madera y de diversas clases; y entre los que pasan unos hablan y otros callan. (…) los prisioneros no tendrían por real otra cosa que las sombras de los objetos artificiales transportados» —Platón, La República, VII, 514 Platón advierte a sus lectores que el camino es arduo. No promete una iluminación instantánea, pues habiendo salido también él de la oscuridad sabe que la luz es siempre cegadora. Pero nos dice que ese camino de sacrificios tiene la más valiosa recompensa: el acceso a la verdad. En tiempos de Platón no existía distinción alguna entre filosofía y ciencia. A nivel del conocimiento sólo una división tenía sentido: la que distinguía entre episteme (conocimiento verdadero) y doxa (opinión). Sócrates fue uno de los que iniciaron el proceso para establecer esta distinción, pero se negó a escribir y a establecer doctrina manteniéndose siempre en el campo de la interrogación. Platón, en cambio, estableció un dogma, sostuvo que era posible arribar a un saber definitivo, seguro, absoluto: inventó la Verdad en la filosofía. Francois Châtelet, (1925-1985), filósofo e historiador de la filosofía francés, puso de relieve la importancia del recurso a la «verdad» como modo de garantizar el sometimiento de los interlocutores. En la Antigua Grecia era inconcebible una separación entre el conocimiento y la política. Platón sostenía que el gobierno debía estar a cargo de los filósofos, precisamente por su saber. La palabra «verdad» existía desde mucho antes de que naciera el fundador de la Academia, pero no con el significado y la importancia que adoptó en su filosofía. Apartir de las enseñanzas platónicas y de los aportes y modificaciones de su discípulo Aristóteles la distinción entre episteme y doxa se estableció firmemente en la cultura Occidental. Los Sofistas fueron bastante más humildes en sus pretensiones (tal vez a eso se deba, en parte, su derrota). No eran aristócratas y su labor como maestros debía ser recompensada económicamente. Sus reflexiones siempre estaban abiertas a nuevas posibilidades y su objetivo era explícitamente el de seducir, convencer, o ganarles a los adversarios. Tampoco pretendían tener un acceso privilegiado a la realidad, ni pensaban que la verdad pudiera tener dueño; su saber estaba al alcance de todos quienes quisieran cultivarlo (y pudieran pagarlo). La idea de un acceso privilegiado a la realidad sólo puede sostenerse una vez que se ha aceptado la distinción radical entre realidad y apariencia. La discriminación se fue estableciendo a partir del reconocimiento de las contradicciones en el proceso de conocer, conjuntamente con la suposición de que había algún método para acceder directamente a la realidad. Nuestro mundo de experiencia, el mundo que percibimos a través de los sentidos era para Platón mera apariencia, una versión degradada y fallida del verdadero mundo: el mundo de las Ideas.
Para Platón el conocimiento verdadero sólo se logra a través de un procedimiento
que denominó anamnesis: el recuerdo. Según esa concepción nuestro mundo sensible es una mera copia, una versión degradada, borrosa (como las figuras de sombra de la caverna) del mundo de las Ideas. Antes de nacer, el alma habita en el mundo ideal, pero al venir a este mundo olvida lo que sabía. Por lo tanto, para conocer es preciso recordar, a través de la contemplación intelectual, lo que el alma conoció en el mundo de las Ideas. Del inmenso legado de la Antigüedad griega, la cultura renacentista y luego la moderna absorbieron dos concepciones muy diferentes: la platónica y la aristotélica. Hasta el día de hoy, aunque de modo diferente, ambas concepciones tienen una fuerte presencia en nuestras vidas. El legado de Platón destaca la importancia de las matemáticas y sus seguidores buscan, ante todo y sobre todo, encontrar un modelo matemático satisfactorio para comprender los fenómenos. Los aristotélicos, en cambio, pretenden dar explicaciones causales y no se conforman sólo con modelos abstractos: buscan mecanismos productivos. La diferencia entre las dos concepciones radica en que la perspectiva aristotélica reconoce y valora la observación y la experimentación. No en vano Aristóteles era el hijo de un médico cuyo arte no puede reducirse jamás a la contemplación y la abstracción matemática. A pesar de las grandes diferencias entre los sistemas ambos coinciden en que la ciencia es un saber de lo universal, lo inmutable, lo eterno y necesario. Si consideramos sus concepciones cosmológicas, de la que derivan nuestras teorías actuales, veremos que ambos se inspiraron, aunque con estilos diferentes, en consideraciones geométricas y de armonía debidas a la influencia pitagórica. Tan acostumbrados estamos a tener problemas que raramente pensamos qué es un problema o por qué tal o cual cosa resulta problemática. Los chinos no consideraban que las estrellas tenían que moverse de una manera determinada o que existieran formas más perfectas que otras y por lo tanto nunca creyeron que la forma de moverse que tenían los planetas era problemática. Platón, en cambio, guiado por su noción de perfección, y bajo el influjo de la geometría y de su especial atracción por la simetría, consideró absurdo que los planetas (en griego significa «astro errante») no se movieran en conjunto con los otros astros siguiendo órbitas circulares. A partir de esta disonancia entre su experiencia y su expectativa nació su problema y con él la astronomía como la conocemos. La demanda de Platón fue satisfecha por Eudoxo (408-355 a.C.) quien propuso un modelo matemático que en principio podía «salvar las apariencias». Su esquema permitía dar cuenta de las observaciones que mostraban el avance y retroceso de los planetas, como si estuvieran producidos por una combinación de movimientos circulares. Lo único que Platón quería, y lo que Eudoxo le dio, era un modelo intelectual que permitiera incluir las observaciones planetarias en un esquema general basado solamente en el movimiento circular. La expectativa platónica se satisfizo plenamente con la construcción matemática, pero no sucedió lo mismo con las aspiraciones de Aristóteles. Éste no se conformó con un esqueleto parcial ni con la posibilidad de «salvar las apariencias» de forma verosímil: él deseaba (y lo construyó) un modelo cosmológico que explicara causalmente el funcionamiento del universo. Eudoxo no buscaba (y por tanto no encontró) explicaciones físicas de su modelo de esferas. No estaba interesado en su realidad física sino en la coherencia matemática. Sus conglomerados de esferas no eran más que fórmulas geométricas, meros expedientes de cómputo. Fueron Aristóteles y luego Ptolomeo (85-165 d.C. aprox.) quienes se hicieron cargo de buscar las explicaciones causales y construir un sistema astronómico funcional. Aristóteles trabajó afanosamente para construir una visión de conjunto que no fuera sólo un esquema verosímil en el que ubicar las observaciones sino también que permitiera comprender y explicar las causas de su funcionamiento. Para hacerlo tuvo en cuenta tanto los aspectos lógicos como los físicos, sin olvidarse de los estéticos. Su cosmovisión, además de estar construida a partir de argumentos empíricos sólidos que la sostuvieron a lo largo de varios siglos, ha sido central en el armazón intelectual de la cultura occidental y es de una belleza cautivante. Esa cosmovisión fue despreciada por los positivistas modernos y recién comenzó a ser revalorizada hacia mediados del siglo XX gracias a la labor de nuevas corrientes de investigación histórica, entre cuyos trabajos se destacan los del historiador francés Alexandre Koyré (1892-1964) y del norteamericano Tomás Kuhn (1922-1996). Platón consideraba que un número infinito de teorías podía explicar cualquier observación y que a partir de estudios empíricos nunca podríamos determinar exactamente cuál de ellas era la verdadera. Su postura funda una concepción instrumentalista del conocimiento: las teorías son herramientas útiles, no descripciones de la verdadera realidad.