Jesualdo La Literatura Infantil
Jesualdo La Literatura Infantil
Jesualdo La Literatura Infantil
LITERATURA
INFANTIL
Ensayo sobre ética, estética y psicopedagogía de la
literatura infantil.
SÉPTIMA EDICIÓN
I.S.B.N. 950-03-8370-5
Séptima edición:
2
IMPRESO EN LA ARGENTINA PRINTED IN
ARGENTINA
A GUSTAVO, CRISTINA Y DANA,
mis hijos,
LAURA, GUSTAVO, GABRIELA y BEATRIZ,
mis nietos, que fueron y siguen siendo mis mejores
maestros.
La escuela ha de ser para mí un
cielo en el que cada día se encienda
una estrella más. . .
Este ensayo sobre literatura infantil no se propone ser una simple "guía
de lecturas". Para ese efecto no me hubiera movido en tal trabajo. Creo
que ni eso es lo que más puede interesar a los escritores, como
orientación, ni a los maestros y estudiantes como permanente lección. Tal
limitación, pues, no entra en mis cálculos. Sé que lo fundamental, lo que se
busca y no se halla, lo que se quiere saber y no se explica en parte alguna,
es el problema en su totalidad: su estética, su ética y la psicopedagogía de
la literatura infantil, limitada a su propia y exclusiva estructura desgajada
del resto del arte al servicio del niño.
Sobre esto, en una visión amplia y de conjunto no hay referencias
concretas. No hay el libro trazado en base a las cuantiosas
documentaciones que existen —si bien dispersas—a las experiencias
realizadas, y con miras a cierto objetivismo —y análisis científico— capaz de
ponernos a cubierto de interpretaciones puramente personales o tendenciosas, sobre
cada uno o todos los asuntos. Oue ése es, sin duda, el otro peligro de una "guía" de
lectura, un poco semejante a todas las guías, en las cuales, más que primar un
severo análisis, puede primar —y en los casos que conocemos así sucede...— una
caprichosa interpretación, de acuerdo con la ética o la simple gustación personal de
cada realizador de tales guías. Evitar ese peligro y realizar un amplio trabajo de
ensayo previsto, fue nuestro interés.
Conocedor de esta materia por larga y especificada experiencia,
reafirmada y corregida luego en otros ambientes, en los que acrecí este
ejercicio de su conocimiento, especialmente dicté dos años esta
asignatura, mi labor no pretende ser una voz final, definitiva, sobre tales
aspectos, pero sí, reclamar la atención sobre el cuantioso material propio y
ajeno que sirve de cimiento a los conceptos que expongo y defiendo. No es
este trabajo, pues, fruto de ninguna improvisación con miras a un
deleznable objetivo cualquiera. Son muchos años de labor resumida y
puesta al día, en forma científica, tal como la pedagogía actual. Hemos
caminado, pedagógicamente, lo suficiente como para exigir tal condición a
toda obra que pretenda ser didáctica.
Como puede apreciarse por el índice, este ensayo consta de cuatro
capítuldos. En el primero se estudian los aspectos generales de la materia: el
planteo de su existencia (es decir, si existe como tal), las dificultades que entraña su
especialización, su función, la penetrabilidad como método de superación, sus
caracteres diferenciales, el problema de la moral y su didactismo. Como
consecuencia de la necesidad de trazar su didáctica científicamente, el segundo
capítulo estudia los fundamentales aspectos de la psique del niño, en especial el
proceso de su inteligencia, el lenguaje, la imaginación, la mentira y la fabulación y
los juegos, en sus relaciones con esta clase de nutrición. De este estudio se des-
prende el capítulo tercero, que es uno de los debatidos problemas de estos últimos
tiempos: el proceso evolutivo de la mentalidad infantil; las semejanzas y diferencias
mentales de los niños, con las de los adultos primitivos, y el nacimiento y evolución
del principal y primario elemento de su fantasía: los mitos. Y, por último, un
capítulo más extenso, en el que se desarrollan y analizan las formas esenciales de la
expresión literaria que sirven al niño: leyendas, cuentos, fábulas, relatos, historias,
novelas de aventuras, policiales y sentimentales, clásicos, poesía, teatro infantil y la
presentación material de dicha literatura. Se las estudia en todos los aspectos: su
origen, evolución, formas y función. Algunas, como los cuentos de hadas, las
fábulas o la poesía —que han sido objeto de las más variadas discusiones—, se las
estudia en toda su profundidad, y creemos presentar, en nuestras afirmaciones, el
más exacto juicio aceptado por la moderna enseñanza. Cada uno de los aspectos
tratados, está seriamente documentado con los pensadores más importantes, en cada
caso, y fundamentado con numerosos y claros ejemplos. Ellos han de servir por sí
mismos, como la mejor guía, para que los maestros sitúen lo conveniente y lo
perjudicial. Ése es el mejor camino, el más lógico, el más imparcial, y creemos, el
más amplio, pues rebasa el simple marco del recetario, cosa que, a veces, parecería
ser lo único que importa a los metodólogos. Nunca así de mezquino fue nuestro
criterio. Con ello se hace, por otra parte, el mejor homenaje al maestro: no
menoscabar con imposiciones formales, muy restrictivas su juicio en la elección de
obras y sí, hacerle conocer los valores éticos y estéticos de la lite ratura infantil así
como el proceso psicopedagógico que se ha de seguir para su transmisión. Además,
con este criterio, estamos seguros de salvar la jerarquía y la trascendencia del tema
propuesto.
Y finalmente, debemos decir que la minuciosidad de algunos apartados
—que a veces pudiera quizá hasta pecar por demasiado sutil—, no lleva
otro objeto que el de promover en el ánimo de todos el máximo de respeto
para una psicología tan delicada como es la del niño; teóricamente siempre
reconocida, pero prácticamente, por lo general, siempre atropellada.
Capítulo 111
1
Tal vez hubiera sido prudente el haber analizado nuevas producciones en la materia,
aparecidas con posterioridad a la publicación de esta obra para incorporarlas en lo que tuvieran
de aprovechable. Pero en un balance de lo editado hasta la fecha, nada original —o enriquecedor
1. ¿EXISTE UNA LITERATURA INFANTIL PROPIAMENTE DICHA?
— podemos señalar. Algunos trabajos, incluso, han tomado nuestro libro como base de muchos
de sus capítulos. Tal es el caso de La literatura infantil en México, de Blanca Lydia Trejo
(México, 1950, edición de la autora), el que, a pesar de la "Nota importante" que figura como
pórtico de su obra, para valorar su esfuerzo —y ante "la carencia absoluta... de Tratados sobre
esta materia que pudieran brindar orientaciones y normas para despejar caminos. Buscando aquí,
preguntando allá, aprovechando a veces, dos líneas de todo un libro...", utiliza no obstante
capítulos enteros de nuestra obra, así como las citas de obras de la misma, las que aparecen
como consultadas por la autora. Esta situación, desleal por otra parte, es muy común con nues-
tros libros, dentro y fuera del país. Por ésta y otras razones de menor peso, nos hemos
concretado en la presente edición solamente, entonces, a revisar y ajustar su contenido, en vista
de nuevas y siempre crecientes experiencias, y de la esperanza en la transformación de la
conciencia docente en éste como en los demás aspectos de la educación.
Poesía puertorriqueña, antología para niños, La Habana, 1938. Prólogo de Juan
2
Ramón Jiménez.
3
R. Altamira y Crevea, Ideario pedagógico, Madrid, 1923.
Pero trascendiendo esta misma expresión ñoña, parecería no poder
negarse, por otra parte, la literatura de aquellos escritores que, como
Perrault —el caso más típico que ha de recordarse siempre—, dejaron en
su vida toda ocupación "seria" y se dedicaron a escribir "cuentos para
niños", como así piensan, según sus propias manifestaciones. Las dudas
sobre la existencia de esta forma literaria nos han entrado muchas veces,
sobre todo cuando pensamos que estamos de vuelta de tantas cosas,
como recalca Gabriela Mistral, y entre ellas, también, de lo que ha sido
llamado en distinto tiempo literatura infantil. "Lo que ha sido, es muy largo
—anota—; en poesía, un absurdo que podríamos llamar balbuceo de
docentes, lo primario en vez de lo elemental, el chiste en lugar de gracia, lo
ñoño dado como lo simple. Hay pocas bufonadas como esa poesía a
medio del camino del adoctrinamiento y la espontaneidad" 4. El libro del ni-
ño, de este modo, pocas veces, o mejor casi nunca, ha alcanzado ese ideal
que define Juan Ramón Jiménez. Su libro, casi siempre, ha sido aquel
resumen de abominables cuentos que alguna casa editora publicaba, y que
aquí recibíamos de importación, para martirio del sentido de la vista, en
tipos de letras casi microscópicos: Teveo, Chiquitines, Pulgarcito y otros tales
—escribe un maestro español de hace un cuarto de siglo—; todos idénticos
en insubstancialidad y falta de gusto, o con esa otra literatura truculenta y
malsana de detectives y ladrones, con los Raffles, Fantomas y demás
héroes de la misma ralea. Y ésta es la literatura de la masa. Algunos pocos
pueden saborear el encanto de las obras selectas, como los Cuentos de
Grimm, Corazón o Robinson Crusoe. Otros pocos más se apasionan con las
obras de aventuras de Verne, Salgari, Maine Reid, si no tropiezan y
ahogan su espíritu indefenso en una literatura cursi o pornográfica5: ¿Es
ésta la literatura infantil?
Ahora si nos atenemos a las numerosas declaraciones autobiográficas
de hombres eminentes en arte y literatura, tanto como a las confesiones
corrientes de los propios niños rechazando determinada factura literaria
que lleva membrete "para los niños", parecería que esa forma literaria, con
cuerpo y estructura literaria, no existiera porque la que se pretende apta a
su gusto no llena su apetito intelectual. Son muchos los ejemplos que se
podrían citar en este sentido. No quiero olvidar, entre ellos, el de un niño
que conocí, que cada vez que su padre le ofrecía el regalo de un libro, él le
recordaba: "Sí, pero que no sea para niños..." O el propio caso de la nieta
de Tolstoy, que corre como ejemplo clásico, la que, preguntada si le
41
Gabriela Mistral, "El folklore para niños", Revista de Pedagogía, abril de 1935,
Madrid.
5
M. Medina Bravo y Luis C. Ramos, "La estética en la escuela", publicación de la
Revista de Pedagogía, Madrid, 1934. pág. 80. Esta cita se encuentra en otros libros
además, como en el de Marcelo Braunschvig, del que haremos referencia.
gustaba un cuento, entre los más bellos escritos por su abuelo, para los
niños, respondió que sí, pero que le agradaban más los contados por su
nodriza 6.
Lo que existiría, entonces, serían valores, elementos o caracteres
determinados, dentro de la expresión literaria en general, escrita o no para
los niños, que responden a las exigencias de su psique durante su proceso
de conocer y aprender, que se ajustan al paso de su evolución mental, y en
especial al de determinados poderes intelectivos. Ya un viejo libro sobre la
materia, el de Marcelo Braunschvig, anota, justamente, que en cuanto a
libros escritos para uso de los niños, ellos están lejos de satisfacerles
siempre. "Es notable —ha dicho Anatole France— que los niños muestran,
la mayor parte de las veces, una repugnancia extrema a leer libros que se
han hecho para ellos." ¿Y cuál es la causa de este desprecio hacia sus
generosos, cuanto gratuitos, amigos? El mismo autor afirma que se debe a
los dos grandes defectos en que, por lo general, incurren los autores que
se dirigen a los niños: la puerilidad en que caen al aparentar sencillez para
ponerse al nivel de la mentalidad infantil y el tono moralizador con el que
pretenden caracterizar su obra, en la que siempre "se creen obligados a
representar la virtud recompensada y el vicio castigado. Los niños
comprenden confusamente lo que hay de artificial en semejante pintura y
pronto se fastidian"7. Mark Twain entre los muchos escritores que han
tratado este tema, al pasar, se ha burlado con gran finura y muy sobrada
razón, como destaca Altamira, "de la bobada de cuentos morales que
podrían clasificarse «clásicos»."
Como se comprenderá fácilmente, "el mostrar siempre a los niños la
felicidad que acompaña fielmente a la virtud y el infortunio que sigue
infaliblemente al vicio —aspectos que estudiaremos más detenidamente en
su capítulo respectivo—, es darles, desde luego, una idea inexacta de la
vida y prepararles, de este modo, para amargas decepciones", criterio éste
de Braunschvig, por lo demás, que está en la médula de la generalidad de
los conocimientos que la escuela trata de trasmitir a los niños. Pero en su
ineficacia, a fuerza de dogmatizarse en su función, ellos tienen su propio
castigo. A esta seria objeción habría que agregar aún la del pedagogo
francés Rigaul, quien afirma que presentarle a los niños la virtud "como una
fuente aseguradora de beneficios, como una buena colocación, es
hacérsela amar por sus resultados, no por ella misma y enseñarles el
cálculo en vez de la moral" 8. Los grandes escritores que moralizaron en tal
6
R. Villar Negre, "Bibliotecas Escolares ¿qué leen nuestros niños?", Revista de
Pedagogía, abril de 1935, Madrid.
7
M. Braunschvig, El arte y el niño, Madrid, 1914, págs. 315 y sigs.
8
Ob. cit., pág. 317.
sentido, como La Fontaine, por ejemplo, lo hicieron con "donaire y malicia"
—advierte la Mistral—, mas la familia pedagógica de La Fontaine se puso a
moralizar con "pesadez fastidiosa". Con esto se perdió la literatura (no creo
que tampoco se haya ganado la moral) porque en la gran familia aludida ha
primado, desde entonces, una moral logrera, a base de ardides, y una
moral para niños, a base de astucia, que "me parece perversa y cuando
menos sin atractivo para nuestra raza generosa"9.
Anatole France, preocupado por este tema, que fue inquietud también de
su país en un momento determinado, y en trance de escribir sobre La
biblioteca de Susana, se pregunta, como cuestión previa, si debemos dar a
los niños obras especialmente escritas para ellos, ya que existe tanto
antecedente de la reacción infantil contra toda obra que trata de
circunscribirse a su mentalidad. La pregunta no carece de un alto sentido
especulativo. Es posible que este afán de aniñamiento que caracteriza toda
obra de tal clase y en la que tiende a dar alguna experiencia sin
trascendencia, ya realizada, ese esfuerzo que el autor hace para entrar en
el mundo infantil, en vez de transportarlo a otro mundo, como dice France,
es la causa que quita toda novedad a la obra que él busca anheloso para
satisfacer su precaria imaginación. Hemos comprobado al igual que el
autor de El libro de mi amigo, cuánto más interesa a los niños siempre un
capítulo de El Quijote, una historia de Shakespeare o de Moliere, un cuento
de Tolstoy o de Homero, que esa literatura condimentada a su paladar. Por
eso mismo no dudamos en ratificar el concepto del maestro francés de que
lo más comprensible para los niños es un genio preclaro, y que las obras
que más le agradan son aquellas "en que se presenten magníficas y
espléndidas creaciones, donde la perfecta ordenación de las partes, forma
un conjunto luminoso, y cuyo estilo es enérgico y razonable" 10.
¿Y entonces, Perrault?, se me preguntaría. ¿Pero es que Perrault es un
escritor típicamente infantil? La crítica literaria, luego de minuciosos análisis
de su obra ha acabado por considerarlo como uno de los grandes maestros
de todos los tiempos. Sería falsa la apreciación si se le considerara un
escritor solamente de niños. En el fondo, Perrault como Defoe o Verne, no
es un escritor de personajes determinados para la infancia, sino que,
exactamente como piensa Arvéle Barine, no es más que un "Homero
burgués" que ha recogido la tradición de un tiempo mediante fórmulas ex-
presivas adaptadas a todas las mentalidades, es decir, universales, aunque
dedicadas a la formación de las generaciones futuras. Pero, además, ha
debido proceder así, con estos elementos y con esta especie de
ingenuidad intencionada, por las condiciones en que ha tenido que librar su
9
Gabriela Mistral, ob. cit.
Anatole France, El libro de mi amigo, Madrid, 4? edición, página 220.
10
batalla expresiva en el tiempo en que vive. No es por una casualidad que
en su misma época La Fontaine prefiera hacer hablar a los animales, antes
que echarse todo un mundo encima, como le sucedió al gran Moliere,
contemporáneo de ambos. Por la misma razón es que los cuentistas "para
niños", como destaca Barine en su muy buen estudio sobre Perrault, tienen
hoy, entre sus lectores, "muchas más cabezas calvas que en el siglo último
y quizá menos cabezas ensortijadas"11. Concepto que ratifica otro escritor
francés refiriéndose por su parte al notable Andersen, cuando afirma que lo
ha leído en la infancia "y todavía lo leemos teniendo la barba gris" 12. Y si
Don Quijote o las historias de Shakespeare o todo Homero, no son por
momentos accesibles al niño, ello se debe en especial a problemas de cul-
tura o erudición, pues ni Cervantes ni Shakespeare ni Homero cuando
escribían sus obras famosas, pensaron en dirigirse a los niños
determinadamente, como lo hizo Perrault.
La riqueza imaginativa de los grandes escritores es, por otra parte, el
mayor argumento en favor de su utilidad a los niños quienes por su
precaria imaginación precisamente han de necesitar de mayor cantidad de
medios; de expresiones que reúnan una máxima suma de experiencia, que
desenvuelvan un drama más totalmente y manejen personajes de
caracteres más concretos. Pero es que tampoco, ningún libro serio, dirigido
al niño, le ha sido solamente a él.
"Hasta el Robinson Crusoe que desde hace un siglo es clásico de la infancia,
anota A. France, iba dirigido a los hombres graves de su tiempo, a los
comerciantes de la City de Londres y a los marinos de Su Majestad. El
autor puso en esa obra todo su arte, su rectitud espiritual, su mucho saber
y su experiencia." Porque todo eso es necesario para entretener a los niños
13
. Todo eso y mucho más, agregamos. Ningún conocimiento que se trate
de inculcarle de una manera abstracta, además, conseguirá interesarle,
porque la facultad de abstracción es profunda, se alcanza con cierta
dificultad y es muy distinta en cada persona. Por eso su espíritu necesitará
el drama, el movimiento de los personajes, la suma de las experiencias
populares y todo ello dicho con las más altas formas expresivas y con
innegable elevación de pensamiento.
De modo que, de acuerdo con estas reflexiones, se puede decir que
existe una literatura dirigida a los niños; escrita en un léxico especial, que
pretende consultar sus características psíquicas y responder a sus
exigencias intelectuales y espirituales, pero que esta literatura no es la que
11
Arvéle Barine, "Les contes de Perrault", Revue de Deux Mondes, 1? de diciembre de
1882, París, pág. 674.
12
Maurice Pellison, H. C. "Andersen et ses contes", Revue Pédagogique, octubre de
1907, París, pág. 309.
13
Anatole France, ob cit., pág. 222.
interesa a la edad infantil. Y que hay mucha expresión, dentro de cualquier
literatura, cuya finalidad no fue la de dirigirse especialmente a los niños para
fomentar en ellos determinadas corrientes psíquicas y que, sin embargo,
les interesa más vivamente que esa preferentemente rotulada "infantil" o la
verdaderamente infantil sin rotulación. Gran cantidad de obras que les son
dedicadas especialmente, no les interesarán, pues, nunca, ni llenarán las
más precarias condiciones de su psicología. Y en cambio la experiencia
nos demuestra, como decía France, cuánto le interesan las obras maestras
de la literatura aun a veces sin siquiera estar adaptadas a su
entendimiento, obras que nunca consultaron la psicología infantil, ni fueron
escritas para servir a esos fines que se proponen las esencialmente de
este género, pero que igual lo consultan, porque responden a procesos
más totales en la evolución de la cultura humana, que hemos de estudiar
en su lugar respectivo. Por todo lo cual y a pesar de que piense que los
buenos escritores deben escribir obras que sirvan a los niños, aunque no
piensen en ellos al hacerlo, "tengo poca afición a los especialistas", igual
que el autor de "Abeja"-, no me decido, entre los especialistas, ni por el
hombre ni por la mujer, aunque advierta en éstas una sensibilidad más
aguda para entrar en el interés del niño —a pesar de que no conozco
ningún Perrault o Andersen femenino. . .—, y creo que todas las
recomendaciones a los escritores, sobre cómo escribir para los niños,
serán siempre pocas.
17
M. Pellison, ob. cit., pág. 324.
M. Godart, "Littérature enfantine", Revue de Pédagogie, noviembre de 1909, pág.
18
467.
a cada instante . .. ¿No es ésta la razón decisiva de su éxito entre los
niños?"19
No olvidemos que Perrault estudia la niñez antes que nada para saber
qué efectos surtían sus relatos en el alma del niño. Y es él mismo quien
nos dice: "Se les ve caer en la tristeza y en el abatimiento en tanto que el
héroe o la heroína están en desgracia y gritar de alegría cuando el tiempo
de su buenaventura llega" 20. Y esto mismo haría el segundo gran
cuentista, Andersen, que llegó a identificarse de tal modo con los niños,
que ellos lo consideraban como uno de los suyos y, ya hombre, seguía
siendo para todos un niño. . . "un niño que mama" como clasificaba
Chasles a Andersen, en una carta dirigida a Brandes 21. Coussangges, a su
vez, nos reafirma este criterio con el ejemplo del canónigo bávaro Cristóbal
Schmidt, autor de innumerables libros, de tendencia religiosa, para niños.
Cuando contaba su Genoveva de Brabante (libro que hizo llorar mucho
también a los niños de nuestra América Latina por la impiedad del terrible
Golo) vio en determinado momento a sus pequeños oyentes estallar en
sollozos. Se le preguntó un día por la razón de la influencia sobre los niños
y respondió: "Ellos mismos me han enseñado sus necesidades. Sus
reacciones me hacen ver los defectos de mis narraciones, y, poco a poco,
entrando en sus vidas y comprendiendo sus maneras de pensar, me he
esforzado en hablar su lengua" 22. En este sentido podríamos abundar en
noticias sobre cuán difícil es el arte de escribir para los niños.
3. FUNCIÓN DE LA LITERATURA INFANTIL
19
M. Pellison, "Charles Perrault et ses contes", Revue de Péda- gogie, diciembre de
1908, pág. 565.
20
Arvéle Barine, ob. cit., pág. 661.
21
M. Pellison, citando a Brandes en la ob. cit., pág. 316.
22
Jacques de Coussangges, "La Littérature enfantine en Alle- magne", La Revue, mayo
de 1907, pág. 87.
tanto o más maravilloso y fantástico, que esos que aparecen en las
historias de las hadas 23. Lo que para nosotros es lo más lógico, para el
mundo del niño resulta extraordinario. En relación con la evolución de sus
sentidos, va siendo el descubrimiento de lo maravilloso que vive, y a
medida que crece, nuevos y continuos mundos van apareciendo para su
imaginación, se van realizando para él. María Montessori, partidaria de la
religión en la escuela, cree, no obstante —y a nuestro juicio erróneamente
— que no se le deben dar al niño ni cuentos ni fábulas, porque ellos no
suponen más que un engaño. En el fondo, no es el niño quien goza con
esas narraciones maravillosas sino nosotros mismos que nos
complacemos en el engaño. Y al niño "no se le debe engañar, porque el
desengaño tarde o temprano llega a su alma, se apodera de ella y deja
para siempre un amargo sedimento de dolor o de indignación contra la
sociedad, según los caracteres"24 escribe Leonor Serrano comentando a la
maestra italiana. El problema está, según ella, en que el niño tiene escasa
imaginación, cosa que ratifican la generalidad de los psicólogos. Su
imaginación es la del pobre y cultivar su imaginación, a base de absurdos,
"es una falta ética, no por tradicional menos culpable" 25, criterio que nos
parece tan simplista como mezquino ya que este problema no puede ser
planteado en términos tan vagos y unilaterales. Porque, además de esta
imaginación insuficiente que el niño tiene, "otra propiedad característica
que debe contribuir a hacerle interpretar y gozar de un modo que no es el
sospechado por nosotros de las fábulas y los cuentos maravillosos, es su
innato antropoformismo. Todas nuestras distinciones doctas y sutiles entre
reino animal, vegetal y mineral, entre cosas animadas e inanimadas, no
existen para el niño; él juzga e interpreta todas las cosas que lo circundan
desde una sola fuente de experiencia, él mismo y las propias sensaciones
inmediatas y directas..."26. Por ello todas las cosas están vivas como él,
basta que se muevan, como veremos al estudiar las etapas de su
inteligencia. De este modo todas las cosas aparecen para el niño como
realizables y ellos son los grandes realizadores. En gran parte, en este
rasgo reside su ansia por las literaturas inverosímiles: "contándoles cuen-
tos, agrega la socióloga italiana Paula Lombroso, creemos trasportarlos a
un mundo fantástico, inverosímil en el cual no ven los niños más que una
ficción poética e imaginaria, y en lugar de esto, todo aquel mundo
extraordinario de castillos encantados, de golpes de varitas mágicas, de
voces misteriosas, de próvidos animales amaestrados, está para el niño
23
Paula Lombroso, La vita áei bambini, Torino, 1923.
Leonor Serrano, La Pedagogía Montessori, Madria, 1915. pág. 147.
24
25
Ob. cit.
26
Paula Lombroso, ob. cit., pág. 142.
más cercano a las cosas reales que las fantásticas; su experiencia
personal es tal que las fábulas maravillosas no le parecen más dignas de
maravilla que las cosas y los hechos que lo circundan. Y éste debe ser el
goce más grande que el niño halle en las fábulas" 27. Y si él no creyera
totalmente que las cosas prodigiosas pueden suceder, tampoco rechaza
sus posibilidades. Les interesa en el grado que nos interesan las novelas
que son ficciones, aunque no del todo imposibles y que presentan ciertas
coincidencias con nuestras situaciones, sentimientos y aventuras.
Descartar el hecho de tina literatura poética que basa en sus relatos
maravillosos el encanto de la novelación, es no entender la intimidad
espiritual del niño, pues las cosas existen o no, para los niños, en la
medida que sus imaginaciones abiertas a la claridad poética del
conocimiento las acepten como existentes o inexistentes. Así también pro-
cedió el pueblo con la creación de sus leyendas populares, de su trabajo
poético y decantado a través de los tiempos Nunca iremos tan lejos como
va France cuando reacciona tremendamente contra el señor Figuier —que
ha descubierto que las hadas son seres imaginarios y por eso es necesario
desterrarlas— al querer suplantar con sus elementos industriales28 a las
hadas y el cotejo de seres irreales del mundo poético que en determinada
etapa, y necesariamente, forma la base de la realidad infantil. No vamos tan
lejos. En nuestra biblioteca infantil caben también estas lecturas sobre todo
hasta el grado en que el propio niño las condicione a su temperamento y a
su momento adecuado, aquél en el cual éste se sirve de lo real para entrar
en su fantasía, justamente. Mucho me extrañó, en una rápida encuesta
realizada con varios niños con un libro corriente de cuentos que anda en
las manos de éstos, Misia Pepa, que prefirieran el cuento El Relámpago, que
trataba de problemas de mecánica, siendo que sus edades parecerían
demostrar que aún estaban en los de maravillas. Pero lo comprendí en
seguida cuando tomé a uno del grupo y comentando una fábula de
animales... le dije: "¿No te parece fabuloso que hablen los animales...?" A
lo que el niño me contestó: —"Sí, pero ahora ya no hablan..." Ciertamente,
los niños ya estaban en edad en que les hablaba más la mecánica que la
fábula, en que tal vez les importara más, a pesar de France, el Alfabeto de
las maravillas de la industria del que es autor el señor Figuier. Pero porque
sabemos bien esto es por lo que comprendemos que "el menor librito que
inspira una idea poética, que sugiere un dulce sentimiento y conmueve el
alma, es infinitamente mejor para la infancia y para la juventud, que todos
los libros atestados de nociones mecánicas". Por otra parte no existe el
27
Ob. cit. págs. 144 y 145.
28
Se refiere France al Alfabeto de las maravillas de la industria, de Figuier, uno de
los tantos libros que se escriben "para los niños".
engaño que supone Montessori. El mismo France, muy sabiamente,
advierte, a menudo se ha comprobado ello científicamente, que "el niño
sabe muy bien que no se halla en la vida real esas encantadoras
apariciones" y que a veces puede ser más peligroso para la propia realidad
esa "ciencia recreativa que lo engaña. . . falsamente práctica que no habla
ni a la inteligencia ni al sentimiento" 29.
Ahora bien; tanto una verdadera literatura, como la que pretende serlo,
tiene un cometido múltiple en cuanto a nuestra intención educativa. Creo
que este planteo implica una serie de problemas que nos llevarán a la más
exacta respuesta en cuanto a su eficacia. Por ejemplo: ¿Lo que leyeron
antes los niños es lo mismo que leen en la actualidad? ¿Leen menos, tanto
o más? ¿Busca el niño por sí mismo la lectura o se le condiciona
intencionadamente una determinada nutrición? Y todavía ¿cuál es el fin
que se persigue cuando se desea que el niño lea?
Refiriéndose a la primera pregunta, no sabemos cuánto de valedero
alcanzarán nuestras respuestas. Hace muchos años leí un estudio de
Lefévre a este respecto. En él se analizaba una encuesta hecha a los
maestros sobre la cantidad y la calidad de la lectura de los niños en ese
entonces. Era en 1910. La primera conclusión general demostró que los
niños consagraban mucho menos tiempo a la lectura que antes30. Desde
entonces acá ¿permanece invariable el problema? Creemos que no. No
hablamos en base a estadísticas, pero los hechos parecen evidentes:
multiplicación de publicaciones y nuevos instrumentos creados para tal
efecto. Los maestros franceses de entonces culpaban de esta nueva
situación al excesivo trabajo de los estudiantes por una parte y a las nuevas
condiciones de la vida social, por otra. "En los medios pudientes, dice
Lefébre comentador, la vida familiar ha sido muerta por los placeres, los
deportes, los viajes, la necesidad de actuar y de exhibirse y el niño ha sido
apresado por el torbellino. En los medios modestos de lucha por el pan
cotidiano no les permite otra lectura que el diario de un franco" 31.
¿Subsisten estas razones en la actualidad? Creemos que sí y agudizadas
por los nuevos instrumentos sociales de penetración y mercantilismo, como
el cine, la radío y la televisión, que facilitan el folletín mediante sus relatos
cinematográficos o los episodios radiales y televisivos. En cuanto a lo que
leían en 1910, era ya muy distinto a las lecturas de años atrás. En ese
entonces primaban narraciones de aventuras, historias policiales y ya las
revistas deportivas por sobre lo que podríamos llamar "lo clásico" de la
literatura infantil; en una palabra, "se nota —dice— progresos de un
29
Anatole France, ob. cit., pág. 123.
30
"Lecture et collégiens", Revue de Pédagogie, diciembre de 1910, pág. 511.
31
s Ob. cit., pág. 507.
utilitarismo que carece de grandeza... Existe una regresión del idealismo y
una especie de despoetización de la juventud" 32. En la actualidad no hemos
podido localizar estadísticas ni otras observaciones que las nuestras, que
proyecten luces sobre este asunto. Creemos que los niños leen más, en
general, porque las lecturas son más accesibles a sus posibilidades. Pero
en cuanto a la calidad, evidentemente ha disminuido; se ha rebajado el
nivel de su literatura y en vez de lo clásico, ocupa su lugar lo que llamamos
"lo cursi", sea ello de la clase que fuere: sentimental, policial, ectétera. La
historieta que parece, desde algunos años a esta parte, dominar el
mercado infantil, es quien tiene la palabra en cuanto a su gusto literario. En
1938, de acuerdo con datos extraídos para la publicidad, el noventa por
ciento de la población de todas las edades y clases sociales en Montevideo
se alimentaba con literatura policial y de aventuras en primer término y
sentimental en segundo. En cuanto al primer grupo, las colecciones
Misterio, Wallace, Mister Reeder, Sexton Blake, y todavía Arsenio Lupin,
dominaban ampliamente el mercado. El segundo grupo estaba casi
totalmente absorbido por las novelas "Delly". Eran tales producciones la
"nueva sensibilidad" en este aspecto literario y una evidente continuación
de aquellas expresiones que iniciaron Conan Doyle (Sherlock Holmes),
Ponson du Terrail (Rocambole) y las numerosas derivaciones posteriores:
Nick Cárter, Lupin, Báffalo Bill, en lo policial y Carolina Invernizio, Carlota
Braeme, etc., en lo sentimental. En los momentos actuales esta masa
infantil devora las historietas de los PifPaf, Tit-Bits, Billiken, Fenómeno,
Patoruzú, Historietas, El Tony, Gorrión, Rataplán, Figuritas y otros.
Toda esta literatura de la masa, que no es desde luego considerada
como literatura infantil, pero que no podemos abstraer, es producto sin
duda de una nueva concepción social, de nuevas relaciones humanas, en
donde los personajes: ladrón, policía, gángster, etc., han adquirido un relie-
ve determinado debido al desarrollo de un clima que les ha sido propicio,
el mundo del capitalismo: las finanzas, la bolsa, las industrias, el comercio;
el ansia de dinero y el afán de enriquecerse "de golpe" de los individuos;
las luchas y competencias en el mercado productivo y en el tráfico
mercantil. Se puede observar, así, que no es porque sí que al picaro,
personaje de fines de siglo xv, en las dos últimas centurias, han sucedido
estos nuevos tipos: bribones, asesinos, ladrones y agentes de policía
criminal. Hay un acondicionamiento, una selección casi impalpable, que se
opera en el gusto de la masa mediante estos preparados sociales y las
razones nuevas de su existencia. La necesidad de esta literatura es, pues,
una consecuencia de determinadas condiciones que no se pueden
32
Ob. cit., pág. 511.
escamotear de su realidad. Cuando Ponson du Terrail dio muerte a su
famoso héroe Rocambole, alimento ya de un mundo entero, habitantes de
París organizaron una imponente manifestación para exigir de Terrail la
continuación de la novela. Por cuya razón, Terrail, cuyo éxito no había sido
superado por ningún otro, aún, resucitó moral y físicamente a su personaje
en una serie de nuevos volúmenes. Se admiraba la habilidad de los ladro-
nes, la astucia de los asesinos, con el mismo encanto que se admiraba la
perspicacia de los policías. Cuando todo este mundo de bandidaje y
tropelía económica adquirió una amplitud heroica e imponente en las
bolsas, en los parlamentos y en la prensa, el bribón fue cediendo su
puesto, como héroe de la novela popular, al policía capaz de descubrir
crímenes misteriosos muy complicados... aunque imaginarios. Tampoco
sucede por casualidad que Sherlock Holmes y Nick Cárter, los dos más
interesantes casos con que se inicia esta época para una literatura que iba
a ser dedicada, en gran parte a la infancia, aparezcan en Inglaterra antes
que en ningún otro país. Ni ello es producto de una leca fantasía. "La
imaginación crea lo que la realidad le inspira y no es la fantasía sin razón,
aislada de la vida, sino causas absolutamente reales..." ¿Pero cuál es el
encanto de todo este "cursi" literario que los adultos lo usan "para
descansar" y los niños "para divertirse"? De ello trataremos en el capítulo
correspondiente.
Y por último ¿cuál es el fin que perseguimos en el niño con esta
materia? El de instruirlo, educarlo y divertirlo, cuando no las tres cosas a la
vez. Las obras literarias puramente instructivas le disgustan; suelen ser
rechazadas y difícilmente cumplen su fin; cuando ello sucede es bajo una
tenaz presión. Los libros educativos también suelen llevarnos fácilmente al
equívoco porque los niños perciben de inmediato, anota Cousinet, que las
historias contadas en estos libros no tienen ningún aire de realidad y que
quienes las recomiendan se guardan muy bien de no leerlas nunca, porque
ellas son fabricadas especialmente para "educarlos". ¿Cuáles son,
entonces, las lecturas verdaderamente provechosas para los niños? Sin
duda las de distracción y placer y aunque las anteriores se conserven para
la preparación de los niños, a las últimas es necesario darles un lugar
importante porque son las que verdaderamente responden a las
necesidades del niño, y ejercen, o pueden ejercer, una influncia muy feliz
en el desarrollo de su psique
Aparte de estos problemas generales que entraña la función de la
literatura infantil, ella de por sí es la reveladora en el niño de intereses
adormecidos que esperan esa especie de varita mágica para despertar
aspectos de la experiencia que está viviendo; actúa sobre aquellos poderes
del intelecto, como la imaginación o sus sentidos estéticos, que necesitan
el empuje de corrientes exteriores para adquirir todo el desenvolvimiento
en su evolución psíquica. A este trabajo, que se denomina "educación de la
sensibilidad" y que es tan esencial en la vida del niño, debe agregarse el
propósito nato de la asignatura que explica Torner: llevarle a distinguir lo
valioso de lo que no lo es y hacerle gustar de lo primero, es decir, educar el
sentido apreciativo de la belleza que encierra una palabra o una imagen
determinada en función de su concepto.
Además de esto, de la adaptación que debe realizar en su gusto, la
literatura, que no es ni puede ser su único objetivo desde luego, es
necesario proponerse con ella, a la vez que ofrecer un alimento sano a la
imaginación del niño, iniciarlo en el conocimiento de la realidad, como
fundamentan en su propósito diversos autores. Con lo cual y trayendo de
este modo, poco a poco, al niño "del país de la quimera y del ensueño, le
aproximaremos a la vida sin perturbar por eso en manera alguna la serenidad de sus
diez o quince años". De ahí mismo el fundamento de su cometido tan
determinantemente directo como es el suyo y para lo cual ha de reunir una serie de
condiciones que hemos comentado en el capítulo anterior 33.
Y agregúese a todas estas funciones aún la de identificación, por el
goce, que toda lectura que pretenda ser provechosa, debe alcanzar en el
alma del niño, más allá de todo simplismo expresivo o puro retrato físico de
una modalidad de ser y de sentir que el niño siempre está luchando por
trascender. Muchos escritores creen que simplemente con ajustarse a
determinadas prescripciones psicológicas —no siempre las más veraces ni
las más fundamentales—, pueden alcanzar la jerarquía de productores
literarios para el gusto infantil, olvidando en ese su material fácilmente
agotable la observación que hacemos. Nada más erróneo. El niño, por el
propio sentido de la evolución de su experiencia cognoscitiva, necesita ir
trascendiendo de sí mismo y de sus anteriores retratos, paso a paso, a un
progreso que nunca es final y que se caracteriza por la obstinación
insatisfecha de su búsqueda, y por la alegría de su victoria frente a cada
nuevo obstáculo que es el que, precisamente, más favorece ese
crecimiento intelectual. Solamente las literaturas infantiles que entiendan
esta lucha del niño, intencionadamente o sin proponérselo, alcanzarán el
éxito que pretenden como instrumento de cultura, además de instrumento
de diversión.
33
Roger Cousinet, Les lectures des enfants, L'Educateur Mo- derne, París, mayo de
1911.
Cuando nos referimos a literaturas que no son esencialmente dirigidas al
intelecto del niño y que igualmente le interesan —a veces le importan más
que las otras, la "a su medida"—, es porque no dejamos de tener en cuenta
un aspecto que conceptuamos muy importante en las leyes del
aprendizaje, y no siempre recordado: me refiero a la ley de penetrabilidad,
que Carlos Vaz Ferreira ha estudiado junto con la de escalonamiento en sus
Dos ideas directrices pedagógicas 34, encaminadas a combatir una tendencia
que estuvo muy en boga en los primeros veinte años de este siglo, el
infantilismo pedagógico.
En el proceso del conocer, ya sea regularmente desde un punto de vista
psicopedagógico, o más allá de toda dirección determinada, estos dos
procedimientos didácticos se nos presentan a menudo a la elección. No
siempre tenemos una regla fija para usarlos. Tampoco una disciplina para
darle prioridad a uno sobre otro. Tan pronto usamos la penetrabilidad como
el escalonamiento. Si bien el escalonamiento nos proporciona una
sistematización tan lógica que a veces su facilidad acaba por quitarnos todo
impulso de realizar, la penetrabilidad nos ofrece la posibilidad de medir
tanto nuestro esfuerzo como nuestras capacidades adquisitivas. Por otra
parte, todo conocimiento que nos resulte de sencilla captación, fácilmente
agotable a nuestro esfuerzo o interés, acaba por aburrirnos. Todo lo
contrario sucederá con aquél, que a cada instante, nos revela una nueva
faceta de su interés, nos incita hacia un dominio cada vez más total de su
contenido. En este aspecto literario, hemos visto que uno de los mayores
emulativos en su gustación es el de utilizar la penetrabilidad como
procedimiento adquisitivo. Para muchos pedagogos y psicólogos este
procedimiento es superior al anterior, criterio que ha defendido Vaz Ferreira
ya que, para él, "la penetración de lo parcialmente inteligible" es "la
manifestación del proceso educativo por excelencia en el período post-
pedagógico, esto es, cuando el individuo ha dejado de ser enseñado (sea
personalmente, sea por medio de textos) por procedimientos más o menos
reglados, la penetración de lo parcialmente inteligible es, otra vez, la
manifestación por excelencia del proceso mental" 35, cosa de la que no
dudamos en absoluto. En consecuencia, para Vaz Ferreira, criterio que
aceptamos, los libros penetrables tienen el fermento de interés del que
carecen los textos, por lo cual su acción es permanente, contrariamente a
la del texto que es momentánea. Un libro de literatura al servicio del niño —
así es como mejor se le estima—, es un libro escolar, es decir, un
instrumento más de trabajo; pero un libro de mala literatura no pasa de ser
un texto, como así lo diferencia Almendros, "una barrera puesta a la
39
Medina Bravo y Ramos, ob. cit., pág. 78.
5. PRINCIPALES CARACTERES QUE DISTINGUEN UNA LITERATURA
INFANTIL
41
Ob. cit.
mundo se inmoviliza, aparece la estabilidad y la diferenciación. Pero
justamente porque el mundo está detenido en formas diversas, no es real, no
opone todavía resistencia a la actividad libre y triunfante del héroe. El
cerebro rueda sin que nadie lo detenga. La bala vuela, las rodillas se
desplazan libremente en las carreras, no hay obstáculos ni peligro. Los
gigantes huyen o mueren, los monstruos ceden; el viajero continúa sin ser
detenida su exploración; los audaces aventureros atraviesan los océanos,
surcan el aire, descienden al centro de la tierra o suben hasta la luna. El
triunfo es seguro. El mundo no resiste, no es más que la materia de
nuestro sueño. Demos un paso más todavía. El niño conoce mejor el
mundo, sabe la duración y la manera como él se opone a nuestro sueño,
su solidez con la cual chocamos. No importa: la astucia, las invenciones
científicas, el poder del dinero, la ayuda de las sociedades ocultas y
poderosas socorrerán a los héroes. La fortuna de un Matías Sandorf lo
convierte en el amo del mundo; un destino feliz conduce a Sherlock
Holmes al éxito; los fenianos innumerables rodean a Rocambole y le dan
un poderío invencible. . ." 42
Y así, de este modo, gradualmente, vemos persistir una característica
que resume las preferencias del niño en relación con su concepción del
mundo. A medida que su concepción se va tornando más intelectual, le
resultará más difícil la elección de su literatura. Pero siempre persistirán
estas dos estructuras que se desenvolverán paralelamente: la visión de un
mundo que no es nunca resistente a una actividad feliz, libre y ayudada por
la suerte para el incuestionable triunfo final.
Esto en cuanto al concepto general de su identidad con la nutrición.
Ahora bien: cuando tratamos en el primer capítulo sobre la existencia o
inexistencia de una literatura infantil, reafirmando un concepto de France,
dijimos que el más bello libro del mundo no conseguirá interesar a un niño
si expresa sus ideas de una manera abstracta, siempre será necesario
para avivar su interés y conseguir su propósito que intervengan otros
elementos en el desarrollo de sus ideas ¿Cuáles son ellos? Antes que
ningún otro, sin duda el carácter imaginativo que posean ya sea en mayor o
menor grado; traducidos en mitos o apariciones de la antigüedad o en los
monstruos o realidades de la edad moderna; expuesto en cualquier forma
expresiva que sea: leyenda, cuento, fábula, historietas, etc., descripto con
belleza poética o en forma más o menos realista y descarnado de toda
lisonja idiomática; dicho en largas tiradas subjetivas o en pocas y simples
expresiones que completan su expresividad con dibujos o ilustraciones que
más que dicen, sugieren. Esa calidad imaginativa es, en primer término, la
42
Ob. cit.
que ha de afirmar el máximo interés de la expresión para el niño. Vida más
imaginativa que real —como veremos en el capítulo en que estudiemos su
imaginación—, la de todas sus primeras etapas, su tiempo de invención
para suplir lo que ignora en relación con la distancia que va del raciocinio a
la comprobación experimental, es tan fundamental como el movimiento
interior de sus relaciones cognoscitivas. Su mundo interior, que se va
forjando de contradicciones para su mentalidad, con su multiplicación de
imágenes, colaborará en el conocimiento que ha de ir necesitando. Y "este
movimiento interior de los niños, sobre todo a cierta edad, anota la
educadora inglesa Mac Millan, consiste en una constante producción y
desfile de imágenes que se proyectan al exterior, pero que forman un
mundo hacia el cual se retira el soñador como un refugio contra la cruda
realidad. .43
He visto muchos niños que se deciden a leer una obra simplemente
porque tiene "un argumento fantástico", como leo en un cuaderno de un
niño de trece años. Otros porque "el país de los gnomos es maravilloso e
irreal" como opina un niño de diez años, a raíz del libro El mundo de los
gnomos de Selma Lagerlóf; o porque es "un cuento muy fantástico" La
tempestad de Shakespeare (doce años), y así sucesivamente. Los niños de
menos edad, sobre este punto son, como se sabe, todavía más concretos y
radicales en cuanto a este aspecto, ya que ellos viven en medio de una
realidad que es fantástica como la propia fantasía de los cuentos. "No
olvidemos jamás, agrega la educadora aludida, que el niño vive su vida
interior, centro para él de toda relación con el exterior a despecho de
cualquier actitud nuestra que pueda contrariar aquella vida" 44, a despecho
de toda cultura sin drama ni invención, agregamos, que pretenda
prevalecer sobre sus invenciones y dramas interiores; a despecho de toda
intención, más o menos falsa, con que tratemos de eludir sus etapas de
desarrollo interior para precipitar su aprendizaje.
Toda exploración en ese drama de proyectarse, tiene en el niño carácter
de drama interno que nunca se termina y que puede ser reproducido en
cualquier momento, como así piensa Margarita Mac Millan. El dramatismo,
de este modo, es el segundo rasgo esencial de esa literatura infantil,
dramatismo que refleja el suyo, o que trata de hacerlo, el suyo ideal y
absurdo, la más de las veces, realista y desnudo en otros, pero siempre
importante para centrar toda la atención del niño y obligar una conjunción
de sus imágenes interiores a su alrededor. Ello sucede en su esperanza de
que en este drama que están viviendo sus sentidos, se podrán repetir los
movimientos interiores que hacen el suyo, entonces. El propio Perrault
43
Margarita Mac Millan, La imaginación infantil, España, 1932.
44
Ob. cit.
destaca la alegría o la aflicción de los niños mientras se desarrollaban las
escenas de su narración, al igual que lo hace Schmid, como vimos.
Al preguntar a una niña, ya casi adolescente, y en cuya vida me parecía
que esta fantasía dramática ya no tenía lugar, por qué le interesaba un
cuento inverosímil, me contestó que "porque quisiera que ese mundo y
esos personajes (liebres voladoras, etc.) fueran así...". Cada vez que
averiguaba, en experiencias realizadas en tal sentido por el personaje
conocido que el niño quisiera ser, siempre se me contestó que aquel que
representa el drama. Así, una niña lectora de biografías, se decide siempre
por el biografiado: por Leonardo da Vinci, "porque fue uno de los hombres
más sabios de su tiempo y realizó muchas cosas que he leído"; por
Washington, "porque desde joven le agradó la carrera militar y pudo lograr
independizar a su país de los ingleses"; "es seguro que yo quisiera ser
Jaime I, agrega en otro juicio, porque fue como Julio César célebre por su
audacia y valentía". Otra niña, después de la lectura de La cabana del tío
Tom, prefiere ser el tío Tom "porque fue muy desgraciado, porque sufrió,
porque fue bueno y bondadoso con todos sus amos"; en una palabra,
porque fue el que centró el drama entero, el que realizó la mayor suma de
trabajo dentro de la novela, porque el tío Tom fue el drama mismo. Una
niña que había leído El Príncipe Veliz, de Oscar Wilde, prefería ser la
golondrinita a todos los demás personajes, incluso al propio Príncipe Feliz,
porque "se quedó con el Príncipe en vez de irse con sus compañeras ... y
murió con él", ejemplo una vez más reafirmatorio, ya que si se recuerda
bien, es la pequeña golondrina quien centra el trabajo del cuento y resume
el drama. Esta misma niña, al contestar sobre la parte que más le había
interesado en ese cuento, describía aquélla en la que hacen fundir la
estatua del Príncipe sin que el fuego pudiera consumir su corazón el que
fue arrojado a la basura junto con el cadáver de la golondrina, pero que
habían de ir luego al paraíso. Todavía un ejemplo más: otra niña prefiere,
en una obra de Julio Verne, ser Dick Sand "no para llevar el nombre de un
Capitán de quince años, sino porque Dick era valiente, nunca se dejó vencer
por los peligros, realizó todos los grandes trabajos y supo llevar hasta el
final el buen nombre con que le apodó la señora Weldon". Todos estos
ejemplos, que podríamos multiplicarlos, nos enseñan cuánto el drama
importa al niño como traductor de sus movimientos interiores y cuánto en
él, el niño se siente vivir. Invención y drama son, pues, los dos pilares
esenciales de toda la literatura que sirve a los intereses del niño y esto en
cualquier edad que sea.
Uniendo estos dos elementos de dicha literatura, la técnica del desarrollo y
el lenguaje completan los más fundamentales caracteres de la misma, es
decir, la manera cómo se presenta la invención y el instrumento con el cual
se desarrolla el drama. En la técnica nos es dado admirar la manera cómo
el autor despliega el argumento del hecho ante la avidez del lector, esa
avidez que según la Montessori es lo que confunde y hace creer en la
imaginación infantil, y mediante la cual todo lo realiza porque "sus juveniles
fuerzas están deseosas de ejercicio y de crecimiento", y desenvuelve la
trama de su invención dramatizada que, generalmente, es sencilla y
concreta. En la técnica apreciamos la sobriedad con que el autor distribuye
los detalles imprescindibles, ilusorios o reales, pero que no dejan lugar a
dudas ni crean confusiones en cuanto al desarrollo del asunto; la manera
como se va pre-anunciando las escenas que han de sucederse; la
intervención y características de los personajes; las descripciones, apenas
sombreadas o, por el contrario, muy detalladas, de las escenas en donde
actúan los personajes y se desarrolla el hecho, todos estos detalles que
estudiaremos minuciosamente en sus capítulos correspondientes. Y luego
el lenguaje que se emplea, que es de importancia absoluta para la
gustación de la obra y resume en cierto modo la habilidad del creador.
Es muy general el encontrarse en las documentaciones infantiles que se
relacionan con sus preferencias literarias, el dato de "cómo está escrita" la
obra, en una palabra, sobre el lenguaje que emplea el autor. "Me gustó
porque está escrita muy agradable y sencillamente" es más que una
calificación del asunto, lo sustantivo en cuanto a esa necesidad de un
idioma preciso, sencillo y puro. Y aquí nuevamente, lo del principio: no
significa esto que para ser sencillo el lenguaje haya que trivializarse, no.
Cuanto más depurada sea la expresión, más sencilla pero bella la ento-
nación del lenguaje, más gustará y atraerá al niño a su lectura. En gran
parte de este aspecto radica el secreto de la atracción del niño por las
grandes obras de la literatura. Cuando pregunté cierta vez a una niña por
qué su devoción por la escritora sueca, Lagherlof, me contestó: "Porque
sus obras están escritas de un modo tan sencillo, pero tan bello que hasta
el más pequeño podría comprender todo lo que dice la escritora", cosa que
hasta entonces no me había parecido. En ningún momento su lenguaje es
trivial, bien por el contrario es elevado, levemente poético y muy cuidado
en cuanto a su originalidad idiomática.
Estos cuatro elementos son, sin duda alguna, la base de sustentación de
esa literatura cuya denominación infantil aceptamos. Ser capaz de
combinarlos en una forma artística y sabia para realizar, a medida que el
niño la lee, la integración de su propia personalidad es, justamente, lo
difícil. Esto se alcanza —creo que la mayor parte de las veces sin
proponérselo— mediante las condiciones personales del narrador.
6. EL PROBLEMA DE LA MORAL EN LA LITERATURA
¿Tiene o debe tener la moral alguna intervención en la literatura infantil?
¿Cuál es la medida de su intervención? No nos cabe duda de que en
cualquier clase de conocimientos que se trate de trasmitir al niño —
quiérase o no— el valor de la moral ha de estar siempre presente. Por
momentos la moral hasta se nos parece mucho a esa hada vieja, la
aguafiestas que los reyes olvidaron invitar para el bautizo de la Bella
Durmiente y que, a último momento, entra despechada a imponer su
regalo, como nos recuerda Barine. Y así se la ve aliarse con todas las
demás disciplinas, y por momentos, casi a último instante. Muchos autores
se han preguntado: ¿es que en verdad la moral tiene algo que hacer en
compañía de la literatura? Conocido es el concepto de Goethe en su
reconocimiento: "Guardémosnos de educarnos en lo que es
exclusivamente puro y moral" 45. Para los especuladores de la educación,
esos para quienes todo debe llevarnos a un fin utilitario inmediato y para
quienes es difícil concebir un goce como emulador de utilidades, a largo
plazo.. . para ésos, la moral debe estar siempre presente y en primera fila.
Toda lectura, antes de pasar a las manos del niño, debe ser enjuiciada y
del examen moral que se desprenda debe depender que el niño la utilice o
no. De este modo, no es saber lo que debe o no leer el niño, lo que más les
importa, sino si es o no moral lo que lee o deja de leer; si responde o no a
los intereses y necesidades de una determinada época. En ese sentido las
recomendaciones son corrientes: "los padres deben leer previamente los
cuentos que dan a leer a sus hijos. Si no lo hacen revelan una negligencia
imperdonable". ¿Es que pensamos que esta actitud es mala? Ciertamente
que no, aunque la juzgamos absolutamente impracticable por muchas
razones que se desprenderán a través de la lectura de este capitulito.
Nos preocupa, para tranquilidad del espíritu de los que no fácilmente se
dejan influir por la crítica oficiosa, no
siempre científica en el buen sentido de la palabra, aunque tal vez siempre
honrada, realizar nuestro análisis de este problema un poco más
concretamente recogiendo la crítica general en tal sentido. He leído en
determinados libros —en el de Germán Berdiales, de la Argentina, y en el
de Antoniorrobles en México, ambos escritores de "literatura infantil" que no
sé si han tenido ya todo el éxito que esperan de sus buenas intenciones
para con los niños—, duras críticas contra la literatura tenida por "clásica",
esa que desde hace muchos años sigue nutriendo la imaginación de los
niños del mundo. "Raya en lo inconcebible dicen, que se pongan en manos
de criaturas cuentos como Piel de asno, un rey que enviuda y se quiere
casar con su propia hija; Barba Azul, cuya séptima esposa descubre los
45
Johann P. Eckermann, Conversaciones con Goethe, Barcelona, 1946, t. I, pág. 261.
cadáveres ensangrentados de las seis anteriores; Caperucita Roja, lo
espantoso de un lobo que devora a una anciana y a su nieta. Blancanieves,
una reina envidiosa de su hijastra que ordena asesinar a ésta y que le
traigan las entrañas..." 46.
Sin duda que tomados así, de sorpresa, estos datos terroríficos,
funebreros, desgajados de la totalidad del cuento, son capaces de
aterrorizar a cualquiera por sus tan precisas observaciones. Y, entonces,
antes que nada nos preguntamos de tales cuentos a través de tantos
siglos, el espanto que ¿cómo es que no se ha advertido por los cientos de
críticos esto significa para los niños? ¿Semejante literatura "son cuentos
para niños o cuentos para fomentar asesinos o malvados?"47, se preguntan
los críticos aludidos. De acuerdo con el éxito que han tenido estos cuentos
durante tantos siglos, tendríamos que pensar lógicamente que no quedaría
en el mundo casi nadie que no fuera asesino o malvado, si aceptamos que
todos hemos gustado y regustado de esta literatura en nuestra más tierna
edad... y parece que tales cuentos no han podido imponer su ética
"perversa", por lo menos en lo que respecta a nuestras experiencias
personales. Por el contrario, como Rodó "que en la dichosa edad de los
albores amó a Perrault...que pasó por Lamartine, por Hugo, por Cervantes,
por no decir por toda la cultura que busca en Balzac "sensación más ruda",
como dice en su celebrado soneto, volvemos a Perrault, nos concentramos y
reímos.
No sería difícil que algunos hasta hubieran intentado descubrir en estos
cuentos el origen de alguna teoría política actual caracterizada por su
barbarie... pero se da el caso de que en el país de tal política es en donde
ellos han tenido un concepto distinto, precisamente. ¿No es, además, un
desmentido rotundo el peligro de tal influencia en las mentes juveniles, la
jerarquía humana de las generaciones danesas —ejemplo siempre a flor
de labio del mundo civilizado—, que se han nutrido de Andersen a quien se
le acusa de las terribles páginas de Nicolasón y Nicolastn? 48¿Es que
Dinamarca, ese gran país, tiene algún pavoroso índice de malvados o asesinos,
porque sus niños hayan leído esas viejas leyendas recogidas por Andersen y que se
nos pretende exagerar hasta el espanto? ¿Qué de "perverso" o peligroso, puede
tener el hecho de que Andersen viviera en un clima de fantasía y le creyera real en
su vida, si ello no es más que consecuencia natural de su psique con lo cual obtenía
sus maravillosos cuentos?
Hablando específicamente de la moral de esos cuentos se dice, por
ejemplo que en Alí Baba, la suerte de Casim depende de la muerte de su mujer
Antoniorrobles, ¿Se comió el lobo a Caperucita?, México, 1942, págs. 106 y 107.
46
47
Ob. cit. pág. 107.
48
Ob. cit., pág. 29.
que le deja una cuantiosa herencia, por cuya razón, adquirió su importancia, y "que
un niño no debe pensar que para ser importante es necesario que se le muera a uno
un pariente con una tienda surtida, ni con una tienda, ni con una vaca, ni con
acciones en una mina"49.
Aparte de lo baladí de la deducción que puede realizar el niño ¿puede
contradecirnos la realidad de que ello no sucede? Lo importante de tales
cuentos es que la moral que se desprende de su desarrollo es la de su
tiempo, que a veces, como este caso, es tan clara, aun para el mismo
ignorante, y tan profundamente lógica —lógica si no humana. . .— en estas
sociedades, que a cinco o diez siglos de su origen sigue siendo una
irrebatible actualidad. 'No debe pensar" (el niño), se dice, pero la realidad
en su torno le muestra que es así cómo sucede. Aceptamos que resulta a
veces horrible para determinadas mentalidades adultas muy sensibles el
verosímil descuartizamiento que se lee en Alí Baba y que el niño jamás lo cree. Los
críticos se aterrorizan de ellos (no sé si se aterrorizan de la misma manera de los
cientos de bárbaros crímenes que suceden por lo menos en las columnas de los
periódicos) y creemos que honradamente. Sabemos bien quién es y cuál es la
preocupación de algunos que se horrorizan, por ejemplo del noble creador de Botón
Rompetacones y Azulina, al que hemos venido comentando, Antoniorrobles se ha
preocupado por crear para el niño un mundo que, como en el de San Francisco de
Asís, todas las cosas deban y puedan ser hermanas: "Hermanas tijeras, hermano
aeroplano, hermano Alcalde, hermana lagartija, hermana llave..." ¡Todos hermanos!
50
¿Pero en este su tan noble servicio al niño es posible ver, como es el propósito de su
literatura, "que todas las cosas son buenas y amables en la vida"? ¿No es esta actitud
justamente lo falso y contradictorio?
Se aterroriza Antoniorrobles, por ejemplo, de que el lobo haya comido a
Caperucita, cosa que él no cree cierta. Tampoco lo creen los niños. Pero si
hubiera sido cierto ¿es que no hay lobos que sigan comiendo caperucitas,
en la actualidad? ¿Alguien es capaz de desmentir el mito popular —no tan
mito, pues. . .— que recogió honradamente Perrault respetando la verdad
dicha por el pueblo? Bien, suprimamos a Caperucita, cuento
insuperablemente bien escrito, obra maestra que ha vencido a los siglos y
a todos los malos escritores de literatura infantil que le han salido al paso.
¿Dejaremos al niño en manos de la falsa composición, mal escrita por
todos los costados, aunque muy llena de buena intención, o" de las
columnas de los periódicos con su manjar diario de crímenes cínicos, de
notas verdaderamente pornográficas o desembozadamente cursis? Está
visto que no ha sido tan "peligrosa" la influencia de Caperucita en el
tiempo... que tampoco se propone convencer a nadie con determinado
49
Ob. cit. pág. 62.
Antoniorrobles, Aleluya de Rompetacones, núrn. 1. México.
50
ejemplo moral. . . Mucho más peligroso es la otra literatura, la falsa versión,
ésa en la que no se la quiere comer, pero que en verdad se la come.
En cuanto a otros cuentos: ¿qué mal existe —si es que no se quiere
intencionalmente escamotear la verdad de una situación existente— en
que se note el contraste entre "reyes, bodas, princesas, carrozas y
mantos... con los harapos, como así ha sido, año tras año, el cuento
infantil"? 51. ¿O es que justamente se pretende que eso no ocurra dentro de
la experiencia moral que el niño realiza? ¿No resulta de este modo
criticable la crítica de quienes ven en Cenicienta un personaje que muestra
la desigualdad de dos clases como sucede en la de Antoniorrobles? Claro
está que se trataba de la moral de hace tres siglos, dice; pero el niño lee
hoy y se inclina a pensar de este modo: "¡qué horror, lo que le hacían llorar
y dónde le hacían dormir! ¡igual que una criada!" Ahora bien, agrega, ¿es
oportuno que en el corazón del siglo veinte se tenga esa línea divisoria
entre unas mujeres y otras? 52. ¿Pero es que no existe? ¿Puede decir
nadie que porque el fregar sea un oficio (que por mucho que se le quiera
no se le puede amar), la fregona está equiparada (si no ha nacido para tal
cosa como se suponía hace tres siglos y que ahora parece aceptarlos el
comentador) en un solo aspecto a quien paga para tal oficio?
Nosotros, como es necesario comprender, no defendemos ni el crimen ni
el vicio ni la maldad en la literatura infantil. Sabemos que gran parte de la
vieja literatura que los tiempos alcanzan al niño, y que él no obstante
prefiere a las demás, no fue escrita para él, precisamente. También que
esa literatura no traduce esa moral que se quiere imponer, sino una
experiencia que han vivido tales sociedades, el reflejo de hechos y
actitudes, que por tan humanas en su realidad, el tiempo no ha podido
destruir. Por eso la desnudez con que ella se presenta a nuestro
conocimiento no siempre puede resultar muy edificante para una psicología
en evolución como es la infantil. Como el propio Antoniorrobles
rechacemos, si no de plano, sí en muchos pasajes o al menos de sus
detalles, que no casan de ningún modo con la hora actual infantilista; al
menos con la que nosotros tenemos por hora exacta, según el meridiano
que pasa por nuestro criterio de ternuri, de limpieza y solidaiidad" 53. Pero
también sabemos que, más allá de toda gazmoñería o prejuicio banal
exagerando determinadas influencias, siempre lo desnudo ética y
estéticamente del cuento original, va a ser menos peligroso y le va a influir
en menor escala, que el mal ropaje que sólo trata de mostrar lo que se
propone... de una literatura infantil compuesta falsamente para los niños.
55
Ob. cit. pág. 64.
56
Roger Cousinet, Les lee tur es des enfants, L'Educateur Mo- derne, París, julio de
1911.
o el ingenio para defenderse, y hasta lo doloroso del desenlace en muchos
casos. Por otra parte, en las lecturas morales, especialmente en las
fábulas, el niño no extrae otra cosa que lo que su propia experiencia le
revela, experiencia que gira en torno de cosas deseables como vimos, no
reales como se quieren; en torno de un mundo tal como debía ser y él lo
entiende, y no tal como es y él no lo entiende. Además, para evitar que el
niño lea a escondidas las lecturas que prefiere y no llenar ese cometido
moral que desea, nada mejor que seguir el proceso de un mundo, que es
distinto del nuestro, y que también tiene su moral. En su mundo, las cosas
y los hechos suceden sin esa individualidad que suceden en el nuestro, sin
la resistencia que en el nuestro. En su mundo, la "actividad es
singularmente fácil, puesto que nada la traba y esa misma actividad es
siempre feliz y coronada de éxito"57, lo que nunca puede ser un tan mal
precedente moral, aunque la vida luego le demuestra que no es
exactamente así como suceden las cosas en rigor. Porque si la adoración
al éxito es uno de los mayores atractivos que el niño siente por la lectura,
habría que preguntarse como el maestro francés, si "esta adoración del
éxito no va a convertir en inútil nuestra enseñanza de la moral, de esta
moral en la que todo paciente esfuerzo para vencerse a sí mismo es
resignación y fuerza de soportar el sufrimiento y los descalabros". Sin duda
que si eso sucediera, bien difícil sería la solución del problema. Sabemos
que el niño, de cualquier modo, igualmente satisfará sus apetitos: a
nuestra vista, o la mayor parte de las veces, a escondidas. Los padres de
todos los niños, con su santa, buena e ignorante intención, son como los
padres de Ramón y Cajal, que pensaban que las obras de entretenimiento
eran "como mortal veneno de nuestra insana curiosidad", y que durante "el
período educativo, no debían los jóvenes distraer su imaginación con
lecturas frivolas"58. Aunque la terrible venganza la iba a realizar el niño, a
hurtadillas, cuando descubriera el tesoro de libros en el desván del vecino
confitero. "—¡Cuántas exquisitas sensaciones de arte me trajeron aquellas
admirables novelas! —exclama—. ¡Qué de interesantes y novísimos tipos
humanos me revelaron! Al fin, aunque por medios ilícitos, trabé conoci-
mientos con grandes creaciones de la fantasía..." 3.
Por todo esto, es necesario entender algunas cosas previas: por ejemplo,
que en general no son las lecturas las que proporcionan la educación
moral, sino la acción y la vida. De este modo, si la influencia familiar y las
disciplinas escolares o sociales cumplen su cometido en el otro sentido, no
hay mucho que temer a los efectos de las lecturas, a menos que ellas sean
rematadamente malas y que sólo ellas, obrando continuamente,
57
Ob. cit.
S. Ramón y Cajal, Mi infancia y juventud, Buenos Aires, 1939, págs. 111 y 112.
58
presionando excesivamente sobre la imaginación del niño, resulten la más
fuerte influencia de su vida. En casi ningún caso, además —y sobre ello
insistiremos—, el niño cree que es real el mundo de las historias por donde
ellos no pasean placenteramente Ese mundo es, sin duda, semejante al
que su espíritu percibe, confuso e irreal, pero sin contradicciones y
concebido como verdaderamente real por ellos. Hay en ese mundo un
juego —anota Cousinet— "lo que Balwin llama make believe, el mundo del
pensamiento y del juego no es para los niños el mundo de la acción —
agrega—. Ellos son libres, en el primero; en el segundo, reciben órdenes y
son molestados a cada instante. El pícamelo que pierde el tiempo en la
calle y se dirige negligentemente hacia un almacén para ejecutar una
comisión materna, se mueve, sin duda, en un mundo real, que se opone a
su fantasía y que no cambia fácilmente: tiene la orden de la madre, el
dinero, la compra que hacer. Pero en medio de esta trama de cosas, de
malla muy estrecha, el pensamiento se escapa y se pasea libremente en un
mundo hecho de todo lo que un conocimiento completo o un uso inmediato
no dan una forma definitiva" 59
¿Cuál ha de ser, pues, el criterio final? Pensamos que las lecturas que
están de acuerdo con el desenvolvimiento de la mentalidad infantil y
ofrecen los caracteres que hemos determinado en su capítulo respectivo,
no presentan peligro, porque "esa mentalidad, a cada instante combatida
por lo real y por la acción se debilita cada día, porque el mundo que ella
representa aparece a los niños menos real". Si colaboramos para que se
cumpla el proceso de esta lectura habremos dejado poco espacio para las
malas lecturas, esas de una actividad libre, fácil y feliz y con un viso de
cierta realidad, es decir, con una falsa realidad a la manera realista, y no
tendremos por qué tener cuidado de que peligre la moral que nos preocupa
salvar. Nos parecen muy ciertas y muy a propósito para este final, las
palabras del gran pedagogo francés, cuyos conceptos hemos glosado en
el correr de este capítulo: "¿Tengo necesidad de insistir para mostrar que
las luchas de Renard y de Ysengrin no ofrecen ningún peligro, y que, por el
contrario, las de un bandido y las de Nick Cárter las presentan muy
graves? Y esto se ve bien, porque el niño siente, sabe, que él puede
convertirse en Cárter o en un bandido, pero jamás en Renard, ni en Bree
Rabbit, ni en Simbad el Marino"60.
7. SOBRE SU DIDÁCTICA: ¿EMPIRISMO O CIENTIFICISMO?
59
R. Cousinet, ob. cit.
60
afirma que "el relato es peligroso en proporción inversa a la realidad"; nosotros
decimos: "a la falsa realidad a la manera realista", como define Kirpotin a esa literatura.
Bien está que antaño aceptaran la palabra empírica en este problema,
pero ¿ha respondido o responde en la actualidad la transmisión de
conocimientos que pretende esta materia, a un planteo racional y científico
en relación con la evolución infantil, tal como se ha operado en estos
últimos años? De una manera general y sin temor a equívocos, se puede
decir que no. Las recomendaciones en esta materia han seguido siendo
tan empíricas como antaño; la guía sigue siendo rutinaria, no más que la
experiencia acumulada en el tiempo, que no deja de ser una selección no
desprovista de cierto cientificismo. Puede que exista, incluso, cierta
relación entre la calidad y la cantidad de material transmisible y la
necesidad que sienten los niños de él. Una relación insensible y no otra,
claro está.
Desde hace muchos años ha formado parte de la didáctica escolar, sin
duda, la hora del cuento, y ha sido el empirismo sólo el que ha dictado las
normas para la graduación de esos ejercicios según los años, los que, a su
vez, han respondido de la misma manera a las edades. Gervasio Manrique,
entonces, puede dar el tono del trabajo cuando hace el reparto del material
en los distintos años. En los grados de iniciación se han de dar preferencia
a los cuentos de hadas, las historias maravillosas, recitaciones sobre la
vida de los animales, como las fábulas sencillas, y todo esto, dice, muy
simplemente, porque "de los cinco a los siete años a los niños les
deslumhra lo raro y maravilloso". Luego, en los grados medios, los cuentos
y leyendas populares localizadas, romances heroicos, cuentos de aven-
turas de niños y cuentos graciosos y burlescos, y esto también porque "de
ocho a once años, las aventuras y el valor les convencen a los niños
magníficamente", y, finalmente en los grados superiores, los mitos y,
alegorías, las recitaciones humorísticas, los cuentos y leyendas del folklore,
las parábolas bíblicas, las de la naturaleza y las historias verdaderas de
heroísmo y abnegación de grandes hombres, y ello, porque "de los doce a los
catorce años las narraciones sobre todo de hechos humanos abnegados, les
despiertan a los escolares extraordinario i n t e r é s " C o n esta simplicidad, no
exenta de cierto buen ojo, tal vez como el del cubero, reduce el maestro español
todo el vasto problema que entraña esta materia.
Sin duda los primeros narradores no se equivocaron en su sano deseo
de colaborar en la ilustración y moralidad del niño, cuando y en vista de
que no existía tal material que el niño necesitaba se decidieron por las
fuentes más antiguas. Carecieron de originalidad, seguramente, ya que no
se pusieron en gastos de imaginación como opina Godart puesto que se
dedicaron a coleccionar los cuentos populares y señalar con sus
invenciones personales las encantadoras pendas que habían retenido las
memorias de las viejas gentes: "Estos cuentos son, así, supervivencias instructivas
del pasado —dice—. Traducen un instante de la mentalidad del pueblo y significan
un exacto punto de partida para la nutrición intelectual del niño" 61.
Podría decirse que de este mismo modo empírico también lo resuelve
Braunschvig, que citáramos al principio, al establecer su escala primero
con los periódicos ilustrados, porque siendo la atención del niño, en tal
época, aún débil para enfrascarse en un libro, por corto que sea, el que
siempre le resultará largo, el periódico es la síntesis más adecuada a su
necesidad y gusto. Eso ofrece cierto inconveniente, que destaca
Braunschvig: la pésima factura de esa literatura del periódico, situación
que, como se ve, no ha variado; nosotros diríamos ha empeorado. A partir
de los siete años, aconseja el libro de relatos cortos, ya que la atención del
niño aún no está muy desarrollada y cuyo contenido ha de ser cuentos de
hadas, material eficaz para el desenvolvimiento de su imaginación. A los
nueve años se le proveerá de historias un poco más largas, prefiriendo las
grandes obras a la literatura especialmente escrita "para niños"; de once a
trece años las novelas de aventuras, y de trece a quince, las novelas
cortas, las de narración, las historias de viajes y las obras de vulgarización
científica" 62.
Pedagógicamente, nos hemos preguntado algunas veces, como
Claparéde respecto al "olfato pedagógico", si ese solo empirismo nos
basta. Por momentos parecería que hasta sobrara. En otros casos, en los
más de acuerdo con la evolución que ha experimentado nuestra ciencia
pedagógica, que ello no alcanza. Cuando nos pensamos de niños,
respecto a esta etapa funcional de nuestra cultura literaria, vivimos toda
una maravillosa e inacabada historia que comenzaba en la narración de los
humildes servidores de nuestra vida, nuestros primeros rapsodas: peones
de estancia, sirvientes y criados, lavanderas y mozos de reparto. A través
de ellos, simple y ceñidamente las narraciones de leyendas y tradiciones
populares, de las que guardaban más que el contenido social de su
desarrollo una síntesis de su drama, adquirían nuevas y distintas
versiones. Y nos dejaban un perfume de cultura, que nunca ya más
pudimos olvidar. Es del propio profesor Manrique, que citáramos al
principio, el recuerdo feliz de cuando era escolar y acudía "una vez a la
semana a la morada de una anciana del pueblo, archivo de sabiduría
popular, que nos narraba a los niños encantadores cuentos, nos recitaba
romances y nos refería fantásticas historietas deslumbradoras de emoción
y de poesía. Aquellos deliciosos recuerdos han perdurado a través de mi
vida, como las emociones más felices de mi infancia. Ni las lecturas ni los
pág. 469.
62
M. Braunschvig, ob. cit., pág. 369 y sigs.
viajes, ni el cinema, han creado en mi espíritu tanta capacidad de emoción
como aquellas sencillas y maravillosas narraciones escuchadas de labios
de la misteriosa viejecita que, sin saber más que leer y escribir apenas,
había heredado de sus antepasados un rico caudal de cultura popular y
gozaba del don prodigioso de poder transmitirla a sus semejantes" 2.
Así había sido igualmente el camino del primer conocimiento popular y
emocionado que me había llegado. Síntesis de honda experiencia, que
aquellos primeros narradores desgajaban en su esencia. Así también
sucedió con la evolución de romances y cantares de todos los pueblos, así
con los primeros cuentos y mitos, así con los simples hechos históricos de
nuestras guerras civiles que hasta nosotros habían llegado. En general,
cada narrador ofrecía una novedad en su versión. A todos a quienes
hemos preguntado por sus primeros maestros de la emoción, en su vida,
nos han contestado sin vacilar que han sido las gentes más humildes de su
alrededor. Casi la generalidad de los escritores que narran recuerdos de su
infancia, reconocen, asimismo, en estos personajes íntimos los primeros
nutridores de su fantasía.
Hace aún poco tiempo, leía las declaraciones en ese sentido del escritor
Jorge Amado, quien en un rapto de honrosa sinceridad, comentaba que
cuando algún crítico ha sostenido que él ha creado una técnica nueva para
la novela, no ha podido menos que reírse, porque, en verdad la suya "no es
más que la vieja técnica de las negras narradoras que conoció en su
infancia". Es bien sabido cuánta influencia ejercieron en la vida y obra
entera de narrador del extraordinario Gorki estos primeros maestros de su
infancia desgarrada. Él nos narra en muchas de sus páginas, la influencia
de la Cortadorita, la reina Margot Smoury, Lupin, Kalyougny, que no sólo le
proporcionaban los libros que leía, sino que le nutrían de su experiencia y
su realismo. Ellos fueron el principio de un conocimiento y que ya no
terminaría nunca.
A estos primeros maestros, que tan fuertemente se graban en nuestro
sentimiento, siguen más tarde los familiares, abuelos, tíos, padres. Cultos o
ignorantes, no por ello dejan de ejercer su función en nuestro aprendizaje.
A veces, las más, son rústicos narradores que despojan los cuentos de
toda literatura inflada o pedantesca, mezclan sus elementos sin
preocupación: la realidad con el mito, la fábula con el hombre, lo moderno
con lo arcaico, y nos ofrecen experiencias magníficas en tal sentido.
Recuerdo con íntima alegría, la influencia aunque muy corta, que en ese
aspecto ejerció en mi vida mi padre, hombre de poca cultura y menos
palabras en sus narraciones. Sus cuentos estaban llenos de esa
imaginación primaria, eran muy sencillamente dramatizados, dichos con
lenguaje esquemático, a veces tan magro que hasta parecía percibir a
través de su voz el hueso de las palabras. Y esto sobre todo en sus relatos
de animales y aparecidos. Seu Folbarada, uno de los tantos disfraces del tigre
infatigable perseguidor de Don Juan el
Zorro, fue actor auténtico de mis conocedores infantiles. Con él gocé más
de una vez y alcancé a perdonar muchos momentos del genio violento y
brusco de mi padre. Recuerdo que sus narraciones siempre eran sintéticas,
con cierta seria comicidad y un final muy simple, pero tan justo que me
impresionaba vivamente. Yo sentía tan fuertemente sus cuentos populares
que veía claramente los personajes que mi padre movía con su expresiva
ingenuidad. Gusté así mucho más de sus cuentos populares, arreglos y creaciones
de la mentalidad campesina norteña de nuestro país, que de los muy bien narrados
que me hacía mi madre, más sensible y culta. A través de ella entré en el misterio
de Oriente, en Las mil y una noches de la Arabia feliz; entré en el encantamiento de
ese mundo alucinante que ha creado una sensibilidad tan rica y una imaginación tan
amplia como viva.
Y después de esos nuestros maestros, ya en posesión del secreto de la
lectura, esa primera terrible avidez que se empieza a colmar, por lo
general, con los libros que nos son prohibidos a determinadas edades.
Unas veces porque la pedagogía prescribe que tales libros son superiores
a diversos momentos de nuestra evolución mental. Otras, porque una
moral convencional, un cúmulo de intereses muy determinados, nos vedan
la lectura de libros que son los que apetecemos por fundamentales leyes
biológicas o psicológicas. Lo evidentemente cierto es que toda nuestra
cultura en esta materia, viene, así, respondiendo a una situación de
experiencia siempre distinta y siempre nueva. Es posible que esta manera
de nutrirnos garantice la libertad que sentimos para satisfacer totalmente
una necesidad que no está condicionada a ninguna elaboración mecánica
o artificial, como podría suceder con un acomodamiento científico.
Comprendo, incluso, que esa asistematización asegura cierta inviolabilidad
personal al deseo de hacerse o rehacerse una personalidad mediante estímulos
muy particulares, según las reacciones que recibe el alma de cada uno. Pero si
empíricamente es posible de este modo ir realizando nuestra cultura en una forma
total y hasta con resultados halagüeños —aunque desordenadamente—, mucho
mejor se realizará ella si se la acondiciona científicamente. Se nos dirá que faltan
antecedentes para realizar este trabajo. En verdad, hasta el presente, no se han
realizado muy rigurosos estudios para determinar la forma en que se ha de trans-
mitir este conocimiento de acuerdo con cada una de las etapas psíquicas que vive el
niño. Ni una selección ordenada que responda íntimamente a los intereses de cada
una de esas etapas. Ni siquiera una rigurosa selección en cuanto a la calidad y a la
cantidad que, de este material, necesita el niño en cada uno de esos períodos, más
allá de ese simplismo, un poco específico, de tantos escritos para niños.
La psicología, en estos últimos años, nos ha puesto a la vista valiosas
contribuciones psicobiológicas sobre la vida del niño las que debemos
respetar y aprovechar. No se trata aquí de saber exactamente, con un
desmedido afán de psicometrismo cuántos gramos y en qué condiciones
de litetatura debemos hacer ingerir al niño, por día o por mes. No es eso lo
que nos proponemos. Nos anima el deseo de poner cierto orden en este
anarquismo empírico a que la tradición y la rutina nos tienen
acostumbrados. Se trata aquí de ajustar racional y científicamente, tanto
como sea posible, sin menoscabar para nada el santo sentido que tiene la
asignatura, esta transmisión de conocimientos, a fin de que se efectúe la
más perfecta adecuación entre el niño y la obra, cosa a la que nos hemos
referido con anterioridad. Que este ajuste se traduzca en un mayor goce
estético para el niño, y, al mismo tiempo, en el conocimiento total, a los
efectos de la experiencia futura, mediante sus propios recursos.
Afirmamos que de la misma manera que es necesario conocer y
considerar el origen y evolución del lenguaje del niño para crear —en
relación a una teoría del menor esfuerzo— los instrumentos que la
capaciten para el aprendizaje de la lectura, decimos también que es
necesario conocer el mecanismo mental y sensitivo del niño, luego de
situar su evolución en las distintas etapas por que atraviesa su psique, para
de este modo saber qué literatura ha de ser la más conveniente (por lo
menos aprovechable o asimilable), y en qué cantidad y oportunidad ha de
servir a sus distintos intereses y tendencias. Sin un conocimiento —por lo
menos sintético— de la evolución de estas tendencias e intereses; del
orden de sus valores en el desarrollo mental; de la manera cómo funciona
su inteligencia en relación a estos intereses y tendencias; del carácter y
evolución de algunos de sus poderes psíquicos, como la imaginación, y
especialmente la creadora; de la función del lenguaje y sus formas
originales, etc., sin tales conocimientos, repetimos, es imposible alcanzar
ese ajuste que nos proponemos en lo que se refiere a la literatura al
servicio del niño. "En una palabra —anota Scheid—, la educación literaria,
para seguir más exactamente el desenvolvimiento natural del niño, deberá
ser especializada, por así decir, según cada una de sus facultades", pues
"la condición esencial de una educación literaria —agrega— consiste en
ser oportuna. El talento del maestro literario se reduce en ser el maestro de
la hora...", para ofrecer el libro justo, preciso. Y no olvidar tampoco, en este
proceso, que "los gustos no son solamente sucesivos, sino también
dependientes. La fuerza con la cual nos regocijamos con Atalía, resulta,
por estrechos encadenamientos, de aquella con la cual nos hemos
aplicado a Cenicienta, de suerte que si somos negligentes para nutrir el
espíritu en el tiempo de las ficciones, será imposible avanzar muy lejos,
más tarde, en el gusto vivo y fino de la propia verosimilitud. . ."63. Y este
criterio, a despecho de quienes sostienen, en la actualidad —como se me
dijo en el Palacio del Libro Infantil, en Moscú— la necesidad de ofrecer
todo el espectáculo del mundo y no sus fracciones. Que la división por
edades era artificiosa, etc., muchos de cuyos argumentos los vimos, en
cierto modo, refutados, en otras expresiones, por ejemplo, el teatro. En
esta disciplina la discriminación por etapas cuenta, y en qué forma, como
veremos en el capítulo respectivo.
Capítulo I I 1
1
Es posible que este capítulo, en muchas de sus afirmaciones, ya no
responda enteramente al pensamiento actual del autor por razones de
evolución de su proceso ideológico, pero ellas serán, en todo caso,
revisadas en próximas ediciones. (N. del A.)
63
Scheid, ob. cit., pág. 25.
G. Vermeylen, La psicología del niño y del adolescente, Madrid, 1928, págs.
7 a 14.
2
F. M. Torner, ob. cit., pág. 22.
contribuyan a la formación o a la exaltación de tales sentimientos.
Reciente aún la ciencia que se ocupa del niño, lo ha hecho hasta ahora,
por otra parte, de una manera fragmentaria. Para alcanzar su mejor
conocimiento, a pesar de haberlo hecho en esta forma, ha debido pasar
por un período descriptivo y uno experimental, como lo destaca Vermeylen
1
. Si la primera parte de este estudio, la descriptiva, pertenece al pasado, la segunda,
el experimentalismo, está aún en manos del futuro, puesto que apenas ha iniciado
su labor de una manera científica. En la primera fase, a los observadores que, como
Preyer, se han dedicado a señalar minuciosamente, día por día, las adquisiciones del
niño y sus formas de desarrollo64, han sucedido los teorizadores, •que han tratado de
hacer entrar las observaciones ya hechas y las propias en un cuadro general, con el
interés de establecer reglas fijas65. La segunda fase la inicia Cattell, en los Estados
Unidos, empleando los mental tests en sus estudios experimentales sobre la
inteligencia del niño. Cattell abrió el camino de nuevas posibilidades. Cientos de
pedagogos y psicólogos se dedicaron a realizar, entonces, toda suerte de estudios
que sirvieron para localizar, más científicamente, la evolución general del
psiquismo infantil.
De aquella antigua noción del niño como homunculus, entendiendo que las
funciones psíquicas del niño eran cualitativamente las mismas para cualquier edad,
y que sólo se requería graduarlas en una escala —según se tratase de un niño, de un
adolescente o de un adulto—, a la preocucupación científica actual, sucedió,
partiendo sin duda del alerta que dio Rousseau con su Emilio, toda una amplia
evolución. Rousseau afirmó la necesidad de estudiar al niño, que tenía derecho a ser
entendido antes que ser educado. La experiencia recogió su recomendación, y dijo
entonces su palabra: Berger y Flechsig demostraron que desenvolviéndose
sistemáticamente los sentidos del niño, éste siente, oye y ve mejor, o lo que es lo
mismo, puede conocer mejor lo que le rodea. Luego Feré, por medio de una serie
de expresiones, demuestra que existe una relación concomitante entre el
desenvolvimiento de la inteligencia y la energía de los movimientos voluntarios, es
decir, que el desarrollo de la movilidad contribuye al desarrollo intelectual 66. Y así
sucesivamente, paso a paso, y día a día, continuaron en el tiempo las
demostraciones científicas. Una sola de entre ellas, habría bastado para ratificar la
importancia que tiene para el estudio de las necesidades del niño el exacto cono-
cimiento de su fisiología y de su psicología. De ahí que, en todos los países, y cada
día que pasa, en una forma más perfecta, en lo que respecta a la cultura general que
64
Preyer, El alma del niño, cuya primera traducción al español fue hecha por don
Martín Navarro y publicada en Madrid en 1908.
65
Ejemplo es el libro de Baldwin, M.ental devélopment in the child and race,
aparecido en Londres en 1895, trece años después del de Preyer.
66
Farías de Vasconcellos, Sección de Paidología y Pedagogía Experimental,
Enciclopedia de la Educación, Montevideo, 1930, pág. 189.
necesita el niño, se tienda a subordinar los métodos y los programas de enseñanza,
tanto como la preparación del profesorado y magisterio, al perfecto conocimiento
de las necesidades físicopsíquicas del niño. Ésta es la razón por la cual hemos
querido también ajustar en lo posible, y sin que ello suponga ninguna
mecanización, este trabajo a tales directivas.
Realizado el primer desenvolvimiento del sistema endocrino-simpático
con la única inmigración de las células que todavía eran indiferenciadas, y
organizado ya plenamente este sistema simpático, nutridor, ¿cómo se
efectúa la evolución de su psique dentro del organismo general? ¿En torno
a qué manifestaciones? Empíricamente, ratificado luego por el análisis
científico, ya se había señalado que el desarrollo de la infancia hasta la
pubertad, no era un proceso ni muy continuado ni muy uniforme. Sin
detenerse en las variaciones individuales, específicas, en cada ser, se no-
taba que diferentes funciones de su mecanismo psíquico que aparecían en
el transcurso de su vida, desaparecían luego, para dar paso a otras que las
reemplazaban o completaban. Varias fueron, entonces, las proposiciones
que hicieron los psicólogos para explicar la marcha de estos fenómenos.
Quienes artificiosamente, como Stumpf, dividieron la vida del niño en tres
períodos irrelacionados; uno, en el que el niño no habla; otro, en el que
habla, y un tercero en en el que va a la escuela, desligados los dos primeros del
último y condicionándolos en su clasificación a distintos criterios. Un poco menos
artificiosa, pero tampoco muy correcta, como advierte Aníbal Ponce, y eso porque
no es mucho más lógica que la anterior, es la clasificación de W. Stern, que
considera toda la vida del niño dividida en dos grandes períodos: uno, en el cual
toda su actividad está en torno del juego y otro, en el cual el niño juega y trabaja 67.
Distintos psicólogos todavía —como Vermeylen, por ejemplo—, combinando a Decroly
y Claparéde, dividen la evolución infantil en tres etapas, según un elemento idéntico, el
interés, y de acuerdo con los que aparecen en cada una de ellas. La primera
infancia, caracterizada por la presencia de intereses motores, perceptivos y
glósicos; la segunda, en que aparecen intereses concretos y de juego, y la tercera,
caracterizada por la presencia de intereses abstractos y de trabajo.
Pero ni la clasificación de Stern —critica Ponce—, porque el juego no
puede caracterizar un momento de la vida del niño, ya que el "juego es,
precisamente, toda la vida del niño"; ni el trabajo, que es característico de
la vida adulta, pueden servir para este propósito de clasificación. Pero
tampoco, la clasificación de los intereses responde totalmente al sentido
racional de su evolución, nos advierte el psicólogo argentino. Si bien
aceptamos que los intereses ofrecen ya una vertebración más consecuente
con la ciencia, al hacer girar en su eje toda la evolución psíquica del niño —
y esto, más acertadamente que el simple describir funciones inconexas,
67
Aníbal Ponce, Problemas de la psicología infantil, Buenos
como los casos anteriores—, pensamos, como Ponce, que no es quizás, el
interés, el fenómeno más afortunado para con él seguir al niño a través de
sus etapas. El interés, "con prestarse a muchas vaguedades, no nos ilustra
suficientemente sobre el carácter propio del psiquismo infantil puesto que
todos estos intereses son los mismos que encontramos en el adulto" 68.
¿Qué propone Ponce para suplantar esas clasificaciones? Prefiere tomar
la inteligencia y su evolución como un fenómeno más lógico en el niño,
desde su nacimiento hasta los límites de la pubertad. Nosotros habíamos
visto también, en reiteradas observaciones, que los intereses no eran el
fenómeno más adecuado para estudiar la evolución del niño, y habíamos
adoptado, aunque sin un análisis muy riguroso, una división en dos etapas:
antes, y en vías o después del conocimiento, siguiendo el proceso de la
inteligencia, justamente. Ponce plantea el poblema más concretamente.
Para él, la exacta clasificación del desarrollo psíquico del niño, no puede
ser otra que "la clasificación genética de las etapas de su inteligencia".
Estas etapas son cuatro: la primera, la etapa de la maduración, comienzo del
desenvolvimiento mental del niño, que es paralelo al del crecimiento orgánico. Esta
etapa está caracterizada, "desde el punto de vista psicológico, por el predominio de
la impulsividad y de la emoción. Este período alcanza hasta los quince o dieciocho
meses. La segunda etapa, denominada de la técnica, está caracterizada por la
"invención de la mano", y significa para el niño una época mucho más
trascendental, incluso que la del comienzo de la palabra. "El empleo de la mano
como instrumento de análisis, señala el fin de la historia humana" 69. A este período,
Ponce le llama así por la semejanza con esa etapa de la historia de la humanidad. Prenan,
en su Darwin, dice justamente, que "sólo el hombre ha logrado imprimir su huella
en la naturaleza... y todo lo ha hecho en principio y esencialmente con la ma no"2.
En esta etapa infantil comienza, en efecto, de este modo, la conquista de la realidad, "y
el mundo va saliendo poco a poco de la niebla a medida que nosotros actuamos en él. El
niño es ahora y exclusivamente, obrero e ingeniero: técnico antes de ser mago", agrega.
Después de esta importante etapa, comienza la tercera, a la que denomina egocéntrica.
Se extiende desde los tres hasta los siete años, "y el monólogo es la característica
paradoja! de este período". En su trascurso, la palabra carece de función social y no
sirve más que como refuerzo o suplantación de la acción, alcanzando caracteres
propios. Y luego, la ultima etapa, la que une el niño a la adolescencia, y que Ponce
denomina del pensamiento racional. En ella entra en juego su razón, "tanto
como el simbolismo del concepto... hasta alcanzar, alrededor de los once
años, un dominio casi completo"70. Preferimos esta clasificación a las
demás, en el curso de nuestro trabajo, porque aparte de que nos parece la
68
Aires, 1931, pág. 18.
69
M. Prenan, Darwin, México 1941, pág. 130.
70
Ob. cit., pág. 29.
más lógica, es la que mejor responde al desenvolvimiento de su mente,
factor principalísimo en la evolución de su psique, y que trataremos en
lugar aparte.
73
G. Vermeylen, ob. cit., pág. 167.
Aníbal Ponce, ob. cit., pág. 113.
Este capítulo también entra en el cuestionamiento anteriormente señalado en
relación con el concepto sobre la inteligencia, ya citado.
curiosismo, es imperativo. No gusta de las vacilaciones, ni de las
alternativas, ni de las falsas salidas a sus preguntas. Quiere alcanzar un
propósito concreto. Satisfacer plenamente su conocimiento sobre algo, con
la menor cantidad de palabras, con la mayor claridad y que traduzca lo más
totalmente que sea posible, la razón de su inquietud. De ahí que aborrezca
las lecciones largas y complicadas, el didactismo sistematizado
dogmáticamente y prefiera las contestaciones al azar que sean concretas.
Por otra parte, siempre está insatisfecho y reacciona hacia el
descubrimiento de las cosas, en una constante excitación. Hasta parece
que, por momentos, perdiera el contralor de su itinerario propuesto. Pero
no sucede tal cosa, en una encadenación sutil, casi impalpable. En algunos
momentos, su asociación es difícil de descubrir, pero por lo general, ella
siempre existe. No se conforma muy fácilmente con tanteos, como creen
algunos psicólogos. En algunos casos insiste una y cien veces, en forma
diversa, sobre un mismo asunto, en un día o en días subsiguientes.
Con la observación, sin duda uno de los caracteres más salientes del
niño en esta etapa, realiza en función de sí mismo y para sus fines
inmediatos, su mejor aprendizaje. Se han distinguido rasgos muy definidos
en el proceso de este fenómeno. Por ejemplo, que primero sus
observaciones son variables: el hecho observado es susceptible de nuevas
observaciones, por necesidad de un mejor reconocimiento. Por tal razón,
éstas resultan fragmentarias. El niño no observa sistemáticamente una
cosa, destacando lo principal y luego lo accesorio, sino lo que le hiere
fundamentalmente su interés en un momento dado. Los dibujos que
ejecuta, y a pesar de que sean siempre sintéticos, son los ejemplos más
exactos en este sentido, pues en ellos, el niño realiza caminos de
composición y recomposición al parecer, en gran parte, propios. Cuando
observa, como cuando aprende, en general no suele pasar de la parte al
todo; su síntesis va de la subjetividad a la racionalidad. De ahí que Stern
divida la evolución de esta tendencia educativa en cuatro períodos,
interesándonos en esta etapa los períodos de fragmentación y de acción. El
primario, de los tres a los cuatro años, y durante el cual el niño percibe
elementos del todo, sin poder establecer el valor de su diferencia; este
período de Stern corresponde al de la enumeración de Binet, en el cual una
lámina es enumerada en su contenido, pero sin relacionar la escena. El
segundo, que alcanza hasta el límite de la segunda infancia, corresponde
al de la descripción de Binet, en el cual el niño considera las cosas y los
seres según la utilidad que puedan tener para él, sin desentrañar la acción
que se desenvuelve. Los otros dos restantes, el de relación y el de análisis,
no corresponden al estudio que realizamos en esta etapa.
La imitación tiene gran importancia en su vida y se manifiesta desde los
primeros meses de ella. Colabora fundamentalmente en su expresión,
siendo la mímica lo primero y que mejor se adapta a lo que le rodea. Esta
tendencia educativa tiene, pues, gran importancia dentro de su cultura y
entre los medios de su aprendizaje. Supone esfuerzo y actividad en el niño,
por cuya razón Ponce dice muy bien, que no se imita: se aprende a imitar".
Tiende, esencialmente, "a formar y dirigir actos que no estaban predeter-
minados en la organización del individuo" 1, alcanzando este fenómeno su
apogeo de los dos a los tres años. La imitación, como las anteriores
tendencias educativas que hemos estudiado, primero tiene un carácter
instintivo, y se realiza inconscientemente, y luego se torna tendenciosa, de
los diez meses en adelante, alcanzando hasta los veintitantos, es decir,
cuando su relación con el exterior le lleva a interesarse más directamente
por la actividad de los demás. Hasta esta fecha, su imitación ha sido un
poco general, sin diferenciación del objeto a mirar. A los cuatro años, sin
embargo, se acepta que el niño selecciona ya muy bien qué es lo que debe
imitar y qué es lo que no debe. Apunta así cierta personalidad, aunque
todavía esté "guiado por sus tendencias primitivas y por un utilitarismo
demasiado inmediato". Después de los seis años, su imitación se torna
razonada-, es cuando predominan los intereses diferidos, y es la etapa del
niño que más interesa a la escuela, porque durante ella es cuando mejor
se aprovecha para educarle. Por esta misma razón es que, entre los
métodos de la dirección del aprendizaje, el imitativo es de tanta importancia
y sirve como un instrumento de innegable valor en las transmisiones del
conocimiento.
3. CARÁCTER Y EVOLUCIÓN DE LA INTELIGENCIA INFANTIL1
75
Erismann y Moers, Psicología del trabajo profesional, Barcelona-Buenos Aires, 2-
edición, 1930, pág. 110.
76
Jean Boujarde, L'intelligence et la pensée de l'enfant, París, 1937, pág. 49.
77
J. Piaget, La representación del mundo en el niño, Madrid,
las cosas, por realismo del signo concebido como adherente y eficaz, y,
finalmente, todavía de un modo más general, por fusión sincrética de las
substancias individuales"78. Como consecuencia: el límite entre su yo y el
mundo exterior es mucho más indeciso en los niños que en los adultos, por
lo cual su realismo se prolonga en participaciones y en actitudes mágicas
espontáneas, como anota el autor aludido. Participación o sea, "esa rela-
ción que el pensamiento primitivo cree percibir entre dos seres o dos
fenómenos que considera, ya como parcialmente idénticos, ya como
influidos estrechamente aunque no haya entre ellos ni contacto espacial ni
conexión causal inteligible"; y magia, "el uso que el individuo cree poder
hacer de las relaciones de participación con propósito de modificar la
realidad" 1.
Importa destacar claramente el origen de estos dos fenómenos porque
ellos, mejor que nada, defenderán luego determinada literatura infantil que
se la ataca por ignorar la intimidad de la psique del niño. Asegura Piaget
que estos dos fenómenos parecen tener en el niño un doble origen: uno de
orden individual, que es el realismo, su confusión del yo y del mundo
exterior que vimos; otro, de orden social, debido a la transposición sobre el
mundo físico de las actitudes que provocan en el niño sus relaciociones
con las personas que le rodean. Lo primero se explicaría por la teoría de la
eficacia que Freud reduce a la satisfacción de un deseo —deseo de creer
—, y que no sería más que una consecuencia del narcisismo, "estado del
desenvolvimiento afectivo en el cual el niño sólo se interesa por su propia
persona, por sus deseos y su pensamiento" 79, concepto que Piaget corrige
de su exageración. Este narcisismo, egocentrismo absoluto, es el que
produce la creencia mágica, sí, pero en tanto que implique ausencia de la
conciencia del yo. El segundo grupo de factores, o sea los de orden social,
lo representan sus padres que son quienes dan inmediata respuesta a sus
deseos o necesidades más fundamentales. La magia es, de este modo,
pues, una etapa presimbólica del pensamiento que es simbólico y cuyos
símbolos son concebidos todavía como participantes de las cosas 8. Todo
lo cual tiende a demostrar que su pensamiento al iniciarse es realista y que
el progreso que realiza en su evolución consiste en irse desembarazando
de ese realismo inicial, poco a poco. Por medio de su egocentrismo lógico,
dice Piaget, tendremos la clave del juicio y raciocinio infantiles; por el
ontológico, conoceremos la realidad y la causalidad del niño, sin lo cual no
comprendiéramos su universo.
78
1933, pág. 65.
Ob. cit., pág. 133.
79
Ob. cit., pág. 151.
La etapa siguiente es la animista, es decir, la etapa en que tiende "a
considerar los cuerpos como vivos e intencionados" y que existe en el niño
más a título de orientación de espíritu que de creencia sistematizada 80,
resultando los niños más pequeños animistas inconscientes. Para Piaget,
este animismo ofrece dos períodos; uno espontáneo, que se extiende hacia
los cuatro o cinco años y es integral o implícito, es decir, que "toda cosa
puede ser momentáneamente asiento de una intención o actividad
consciente" a riesgo de las resistencias que ofrezca el alumno: y otro, de
los cuatro a los seis años, en que el espontáneo está en vías de
desaparición y, por consecuencia, de sistematización intelectual. Tiene por
fundamento "una actitud original de creencia en un continuum de
conciencia. O más bien, no es propiamente el saber y el sentir lo que el
niño presta a las cosas, sino una suerte de voluntad y discernimiento
elementales, el mínimo necesario para la realización de las funciones que
la naturaleza ejerce" 81. Freud explica el animismo por una "proyección" al
exterior de percepciones interiores que es un "mecanismo primitivo"; para
Ribot se trata de una "tendencia inexplicada"; para Piaget, cuatro grupos de
causas convergen en el origen del animismo, dos de orden individual y dos
de orden social. Para las del primer orden la indisociación o sea la concep-
ción del mundo, para la conciencia primitiva, "como un continuo a la vez
físico y psíquico" y la introyección mediante la cual el niño "presta a las
cosas determinados sentimientos recíprocos de los que él experimenta con
ellas" s. Por indisociación, el animismo difuso es un antecedente primero de
la conciencia del niño y se mantendrá en ésta hasta no alcanzar la
disociación debida a los progresos del conocimiento en sí mismo. En
cuanto a las de orden social que favorecen la persistencia del animismo
hay también dos grupos: por un lado, "los sentimientos de participación que
el niño debe experimentar frente a frente de su ambiente social"; y por el
otro, "la necesidad moral a que el niño está sometido por la educación".
Sea cual fuere su complejidad, lo cierto es que los factores que con-
dicionan la génesis del animismo infantil son, para los estudiosos del
asunto como Piaget, poco más o menos, los que condicionan la formación
de los sentimientos de participación o de causalidad mágica.
En cuanto al artificialismo, etapa que continúa a las precedentes en el
desenvolvimiento de la inteligencia, en relación con la representación del
mundo, se puede definir como el hecho "de considerar las cosas como el
producto de la fabricación humana más bien que a prestarles a ellas la
actividad fabricadora"x; artificialismo que se ha querido explicar casi
80
Ob. cit., pág. 168.
81
Ob. cit., pág. 222.
únicamente por la presión de la educación (hay algunos que lo han
sostenido como proviniendo del artificialismo teológico), pero que Piaget
denuncia su complejidad debido a otros factor. Para este autor suceden
cuatro etapas en el desenvolvimiento de este período: una primaria durante
la cual el niño no se plantea todavía el problema del origen, "de la
fabricación" de las cosas y en el que magia, animismo (que es difuso) y
artificialismo se confunden. Una segunda que llama artificialismo mitológico,
durante la cual el niño se preocupa por el origen de las cosas y en la que
precisará su animismo difuso en una serie de mitos. Entre estos mitos —
unas veces "desencadenados" y otros "espontáneos"— y el artificialismo
difuso del primer período, se acepta la misma relación (Levy Bruhl) que
entre "una primera etapa de la mentalidad primitiva en el curso de la cual
las participaciones son simplemente sentidas y vividas y una segunda
etapa, en el curso de la cual las participaciones comienzan a ser formu-
ladas y dan así nacimiento a los mitos de origen" 2. Etapa en la cual las
cosas le parecen al niño a la vez que vivas, fabricadas: no se interfieren ni
se estorban el artificialismo y el animismo. La tercera etapa es la del
artificialismo técnico en donde el niño empieza a ser apto para comprender
los funcionamientos técnicos sencillos que se apoyan en las leyes de la
naturaleza misma; en que el artificialismo está en baja porque "la
resistencia de las cosas es parcialmente reconocida", ya que a "las leyes
puramente morales que reobraban hasta en la naturaleza, a los ojos del
niño, se sustituye poco a poco un determinismo físico" 1; y, finalmente, hacia
los nueve-diez años aparece la cuarta etapa, la del artificialismo inmanente,
en la que la idea de que la naturaleza es fabricada por el hombre
desaparece totalmente, ocupando, "heredando" de este modo la
naturaleza, el poder de fabricante que tenía el hombre. Sus orígenes de-
penden, como en los casos anteriores, de dos grupos de causas: las de
orden individual y las de orden social, siendo estas ultimas, en el
artificialismo —al contrario que en la magia y el animismo—, las más
importantes: "el lazo de dependencia material que el niño siente existir
entre él y sus padres y la deificación espontánea de los padres por el
niño"82. Después de esta etapa de causalidad artificialista, el niño, mediante
un proceso de identificación, alcanza las formas superiores de la
causalidad.
Consecuencia de esta evolución son sin duda los grupos de prácticos,
razonables y soñadores, según que su actividad sea orientada hacia la
acción, hacia el concepto o la abstracción, o hacia la vida interior. En
cuanto al papel e influencia de la educación en estas distinciones se le
82
Ob. cit., pág. 358.
supone nulo. No sabemos hasta dónde esto es cierto. Pensamos que la
influencia exterior existe en el menor acto de la vida infantil, y por tanto nos
parece difícil que en esos procesos el niño se pueda sustraer a los efectos
de aquélla. Hay quienes afirman que las formas de inteligencia son nativas
como las formas del temperamento, aunque con esta afirmación no se trate
de descartar la posibilidad de que las influencias generales del medio
puedan acentuar o desviar los rasgos de algunas de ellas. Es posible
pensar que en muchos casos quizá la escuela pueda jugar un papel impor-
tante en su diferenciación. "En el caso especial de la mentalidad
egocéntrica, se pregunta Ponce, ¿la escuela moderna no habrá contribuido
un poco a reforzarla? El deseo de acercarse hasta la mentalidad del niño
¿-no habrá inducido a rebajar la enseñanza hasta su propio nivel?" 83.
Creemos que eso puede suceder. ¿Cuál es la misión del maestro sino la
de convertir la monte infantil, tanto como sus sentidos, en una mente y
sentidos adultos mediante un proceso gradual de evolución? ¿Es
conveniente, por otra parte, conservar al niño en el infantilismo más del
tiempo que naturalmente debe estar?
Los modernos planteos nos han demostrado claramente que su
inteligencia se desarrolla de acuerdo con una sucesión de etapas que el
niño las va viviendo y trascendiendo una por una, y que evitar alguna de
ellas con un salto intempestivo, por pura precipitación utilitaria, es contrario
a la más completa realización del adulto futuro. Sólo será un verdadero
hombre, se dice corrientemente, aquel que ha sido totalmente niño. Por
otra parte el enunciado que recomienda al educador adaptarse totalmente
a la psicología del niño, o el que recomienda ir más allá del propio niño
para lograr todavía un mayor estímulo, no son tan vagos como para que
nos ofrezcan dudas al respecto. No hay ningún temor en aceptar la primera
recomendación. Los intereses de los niños más que satisfacciones totales
a sus necesidades, deben ser, como señala Dewey, puntos de partida de
las potencias en desarrollo espontáneo. Claro está que este criterio en
lugar de inmovilizar el espíritu niño, anota Claparéde, lo dinamiza. Todas
estas cuestiones que el psicólogo aludido ha planteado en cinco o seis
interrogantes fundamentales84, nos aseguran datos precisos en muchos de
los aspectos que aquí nos importan, y en especial en el caso determinado
de nuestro encuentro con una tendencia nociva en el niño, lo que nos pone
en la obligación de tratar de desviarla, mediante conocimientos adecuados,
reemplazando esa nociva por una buena, o como dice Freud en su
lenguaje pansexuallsta, "sublimar las tendencias perversas". Esto, en la
86
Meumann, Compendio de pedagogía experimental, Barcelona, 1924, pág. 144.
"cuando empiezan a tocar el piano es como si me regalaran una muñeca;
cuando cesan de hacerlo, es como si me la quitaran", etc. ¿Cuáles
expresiones, que no fueran estas imágenes tan exactas, serían capaces de
traducir tan íntima y particular, como umversalmente al mismo tiempo, un
sentimiento bajo formas casi enteramente plásticas, casi totales? Por estas
razones justamente sus imágenes son más gráficas que las del propio
adulto, tienen más materia, a la par que se mueven en un clima de una
aireación lógicamente infantil, incomparable con la de los mayores. Por
esta razón, para el niño, la imagen precisa, que sea capaz de traducir sus
conoceres o experiencias plásticas, será siempre más apetecible que la
palabras directa, esa abstracción repetida, agotable al examen y finalista.
Por otra parte, con el criterio de esta evolución, el niño no hace más que
repetir el movimiento de los pueblos primitivos en la formación de su
poesía, la de su conocimiento. Sus principios son imaginativos. Sus
mejores voces, sus leyendas y mitología, las formas esenciales de sus
cuentos populares, están traducidas en imágenes. Por medio de la imagen,
además, se alcanza jerarquía expresiva, forma artística de la expresión,
cúspide del arte. No existe arte sin imágenes y la imagen, nos valemos de
la exacta definición de Kirpotin, "es una reproducción condensada,
comulgada, de la realidad" del niño. "El contenido del mundo real se
manifiesta en la imagen"; con lo cual, además de mostrar el más
importante de sus aspectos, su síntesis, nos ofrece su génesis: la propia
realidad. Por eso cuando las sociedades pervierten sus formas estéticas,
se vuelven obscuras en su expresión, abusan del símbolo en sus alegorías
más intrincadas. El símbolo, entonces, ya no es aquella transparente
expresión de los pueblos puros o de las formas populares decantadas, sino
"el peldaño para entrar en lo irreal, en lo místico"; no es un instrumento que
sirve para entender a la realidad, como lo es la imagen, sino un medio que
sirve "de salida" de la realidad precisamente 87.
La imagen aparece en el niño tan pronto como se organiza su lenguaje.
La generalidad de los psicólogos explican la intromisión de ese elemento
en su lenguaje, por pobreza. No descartamos lo que hay de verdadero en
esta afirmación, pero agregamos que además es por necesidad de síntesis
expresiva. Hay una palabra que establece, antes que ninguna otra, la unión
de los conceptos: me refiero al adverbio como, palabra que, más que un
ornamental atributo comparativo, realiza la función de columna
arquitectónica; enraizada al suelo sostiene el techo. Primero por pobreza,
si se quiere, después por costumbre, el uso de este como determina una
relación plástica que es capaz de traducir más fielmente que ninguna otra,
87
V. Kirpotin, El realismo socialista, Conferencia de Escritores Soviéticos,
Montevideo, 1935, pág. 128.
su emoción sensible ante un asunto determinado. En este trance su
expresión es casi totalmente objetiva. Pero sus sucesivas experiencias le
irán transportando a nuevos planos y un buen día este como desaparece de
su lenguaje en su función conexiva, pues el niño ya es capaz de traducir
sus matices interiores sin ella "porque si lo que parece es, explicaba una
niña en el caso de la segunda palabra conexiva {parece), no tengo que
poner parece o como sino es..." Es en estos momentos en los que ya muy
sabiamente, crea, con objetos y animales, entidades humanas, animizadas.
Al uso de: "el mar es como una mesa", sucederán estos paisajes; "todas las
cosas están quietas y el pan dorado posa su chata cabeza sobre la callada
mesa"; es decir, un pan con cabeza chata, una mesa como una persona
callada. O este otro: "tierra arada, de tus ojos brotan verdes plantas de este
trigo. En tu corazón, etc.", o lo que es lo mismo, una tierra con cuerpo
humano, una tierra-persona. Una a una, así, se van sucediendo en su
lenguaje las palabras conexivas, funcionales, hasta que, en determinado
momento, como nos decía aquella niña, el lenguaje es ya no el retrato del
dibujo, sino el dibujo mismo, libre de tutelas y en libertad de concepto.
Quiere decir que, desde muy pequeño, el niño es sensible al lenguaje
imaginativo. Con más de tres años, por lo general, todos los niños
comienzan el período "de la tabulación" —período que Waddle lo señala
como perfectamente desenvuelto ya en el tercer año—, ilustrando con
acierto sus realidades convencionales y personalizando lo abstracto con
esas mismas realidades. De esta edad, en adelante, el idioma del niño es
una imagen continuada. Y se explica que ello suceda de este modo si se
afirma que con la imagen, además del conocimiento del hecho, se da
también su actividad, su dinamismo, con lo cual se descuenta que éste es
el camino más lógico para traducir un conocimiento que va naciendo de la
realidad actuante. Todos los niños sin excepción, usan, pues, la imagen. Su
ausencia en el lenguaje debe informarnos de posibles anomalías. A veces
esa anomalía está en el propio medio en el que se desenvuelve y crece su
personalidad. Todos saben que el ambiente en general: casa, escuela,
calles, paseos públicos, cultura, es trivial, anodino como expresión, repetido
como lenguaje. Todo parece estar organizado para sus sentidos en base
de una misma repetición abusiva, sin originalidad: letreros, revistas,
periódicos, carteles, libros. Las lecturas que le nutren suelen ser tinas
calcadas de otras, a veces hasta con los mismos errores y todas con el
mismo sello de insipidez o gazmoñería falsamente infantil, desde las mal
llamadas "revistas para niños", hasta los textos escolares que suelen
presumir de conocimientos psicológicos de la infancia. Hay poca cosa a su
alrededor que le obligue a superar su propio entendimiento y lenguaje, a
aguzar su ingenio para desentrañar la novedad, en una palabra, que le
obligue a "penetrar". En cambio abunda lo que llamamos "lo cursi infantil".
Pocas veces nos encontramos para su nutrición con hallazgos personales,
de cierto substancioso imaginismo, que limpie las corrientes vulgares y cree
sugerencias más profundas en el alma del niño. Todos estos antecedentes
conspiran contra su imaginación, la que se ve privada de emulsionadores.
Por otra parte, tampoco los maestros, en la medida de sus poderes, lo son.
Ni sus familiares ni ninguno de los instrumentos sociales que están en
contacto con él. Todos estos inconvenientes van obstruyendo su expresión
más honda y total, van inhibiendo los cauces fundamentales de su psique y
preparando el drama de la adolescencia futura, el drama de su inenarrable
ambición y angustia expresivas.
¿Cuál ha de ser su fisonomía interior entonces? Cuando es pequeño y
empieza a componer su mundo por medio de imágenes, a componer la
explicación de ese mundo que va entendiendo, los adultos se suelen mofar
de sus "invenciones", o en otro caso festejarlo como "locuras" o "salidas".
Para contrarrestar estos desvíos se les colocan sucedáneos: castigos o
recompensas, tóxicos con los más diversos rótulos (entre los cuales
determinada literatura cumple un fin específicamente intencionado), etc. A
medida que el niño crece y se desarrollan sus expresividades, todas estas
causas le obligan a irse recogiendo dentro de su concha frente a un peligro
inminente. El niño es esencialmente púdico y temeroso, por eso ha de
dejar apenas para sus juegos libres, la exaltación de sus imágenes,
muchas veces ya las de imitación, ni siquiera las que se hubiera querido
componer. Escolar más tarde se encuentra con un ambiente, un maestro y
un libro que no son los que ambiciona. Un ambiente coercitivo, áspero y
banal, antes que liberador, amigo y original; un maestro, que las más veces
es carcelero y déspota, dictador antes que presidente, enemigo antes que
camarada, transmisor antes que receptor; un hombre que si se le pregunta
no contesta, que si tiene ganas de contestar no es capaz de hacerse
preguntar; se encuentra con un enemigo; y como necesidad de saber, con
el desencuentro formal y la medida inexorable a su sentido; un libro que es
calco desmejorado de libros de otros países, el que a veces ni siquiera ha
sido adaptado a su medio, a su realidad y a su aspiración. Un libro frío, sin
interés para su imaginación, desprovisto de luz y gracia para sus ojos. Un
libro que nunca será como el que pedían los niños puertorriqueños a Juan
Ramón Jiménez, o aquel que me pidió una niña que fuera "como las alas
del mundo..." y cuyas palabras "las leyesen los colibríes si supiesen leer",
como dice Martí en La Edad de Oro.
De este modo su caracol se sigue cerrando. Cada día que pasa, su
soledad se torna más recóndita, se vuelve más atormentadora la
incomprensión para sus aspiraciones, más negativo para su expresión el
ambiente en el cual se mueve. Si se entrega a algo, por fuerza ha de ser a
lo prohibido, y es casi por reacción, precisamente. Otras veces su nervio-
sismo contenido explota en manías, desórdenes o impulsividades
incorregibles: es la forma lógica de su defensa. Freud ha estudiado cientos
de casos que no son más que producto de estas contenciones. Y la
mentira encuentra su aliada más importante entonces. Su mentira lleva
"una finalidad utilitaria y le sirve para defenderse o atacar", dice Ponce con
acierto88, como estudiaremos más adelante. Miente por necesidad de
ayuda y fabula por deporte: es la tabulación la madre que le alimenta y le
entiende. Cuanto mayores sean sus medios para expresarse y más
limitados los horizontes de sus posibilidades para hacerlo, mayores
perturbaciones generales experimentará su psique, mayor disipación
mostrará en lo que realiza, porque el niño tiene que encontrar, en alguna
forma, una vía de descarga para sus complejos expresivos que no son
menores que ninguno otro. Luego, adolescente, sin un esqueleto que le
vertebre, sin dominar su instrumento de relación, la primera corriente social
le zarandea, las demás lo destrozan. Para lo que debió haber sido en la
vida cuando menos razón y sentimientos equilibrados, no va a tener más
que la máscara, pero ridicula; esa personalidad que le dieran familia, escue-
la, sociedad. Debajo de su máscara, de la persona 89, no subsistirá más que
un gran mar de confusión y una turbera de contradicciones y trivialidades.
Y como concepto, nunca sobrepasará del fatalismo que viva, y no podrá
hacerlo por haber perdido la raíz de sus sentimientos que estaban en el
lenguaje, en "su lenguaje", el instrumento total que era capaz de traducir su
mundo, síntesis de la realidad que vive, de la tradición que gravita sobre él
y de las nuevas aspiraciones del individuo que se perfila en el medio. El
lenguaje, que para llegar a ser expresivo, como dice Bally, ha de tratar "de
reflejar doble función" 90. Entender este lenguaje, ser capaz de aprovechar
esta dimensión de la imagen y construir con la base de este conocimiento
sus lecturas, es materia de nuestro trabajo. Por eso no podíamos prescindir
de este capítulo. Entre los caracteres de la literatura infantil, dijimos que el
lenguaje era esencial. Es que en su raíz está implícita la forma de su
drama. Una literatura que no contemple esa verdad no alcanzará a
identificarse con el lector infantil.
88
Aníbal Ponce, Problemas de la psicología infantil, ob. cit., Pág. 132.
89
Persona significa originalmente, la máscara (gr. proson) que el actor griego llevaba
en el escenario y que caracterizaba el papel por él desempeñado.
90
Ch. Bally, El lenguaje y la vida, Buenos Aires, 1941, pág. 23. Este libro es de
absoluta y necesaria consulta. Editorial Losada, Buenos Aires.
Entre todos los aspectos de la psicología del niño, quizá ninguno tan
importante como la imaginación a la cual Brodie, ya en 1859, consideraba
como "una facultad sorprendente —fuente del genio poético—, instrumento
que hace posibles los descubrimientos, etc", y que sirve para caracterizar
tan poderosamente al niño. "En ser esclavo de las propias creaciones
consiste la nota característica de la niñez", dice Margarita Mac Millan 91.
Sobre la importancia que tiene esta actividad en la vida del niño no hay un
solo psicólogo que no esté de acuerdo y son miles los estudios realizados
en tal sentido. Meumann, por ejemplo, la considera a la par de la memoria,
como "la primera actividad con la cual su conciencia elabora los materiales
adquiridos con las representaciones intuitivas y las hace su propia posición
intelectual porque disuelve las conexiones aliadas en las representaciones,
y forma nuevas combinaciones de ellas; anima sus juegos, llena todos los
objetos que le rodean, todas las personas y sus acciones, con los procesos
de personificación y traslación peculiares al niño; pero mezclándose
también a la fidelidad de su recuerdo en el testimonio de lo experimentado
y aun en las aprensiones de los sentidos, se convierte en pernicioso
manantial de sus errores y de las tan sorprendentes mentiras de los
niños"92. Claparéde, por su parte, afirma que la imaginación desempeña un
papel inmenso en la vida del niño, mezclándose a todas sus ocupaciones.
Con ella "anima las cosas, personifica las letras del alfabeto, se atribuye las
personalidades más diversas y transfigura la realidad hasta ilusionarse a sí
mismo"93.
Si resulta erróneo suponer que infancia equivale a imaginación, porque no
es en ella precisamente cuando más alto
grado alcanza, ni es en la etapa que mejor se desenvuelve, no sucede lo
mismo al pensar que la mayor parte de su vida está ocupada por este
poder psíquico aunque a veces su evolución se retarde por causas
orgánicas o psicológicas, cuando no por el despropósito de la educación
que en vez de dirigir o estimular todo impulso imaginativo del niño, coarta y
destruye cualquier indicio de fantasía en su vida. Es todavía dudoso el
afirmar que los niños tienen por reales los productos de su fantasía.
Parecería que en los muy pequeños esa creencia fuera cierta. Con
Meumann podemos considerar la fantasía como un carácter positivo de la
actividad, definido por los siguientes rasgos: el contenido de la
representación y pensamiento que interesan como tales, el contenido de la
representación que substituye de un modo peculiar a la realidad y a la
actividad de la fantasía que se dirige en cierto modo a resolver anteriores
91
Margarita Mac Millan, ob. cit., pág. 7.
92
Meumann, ob. cit., págs. 152 y 153.
93
E. Claparéde, ob. cit., 447 y 448.
enlaces de representaciones o ideas y a construir otras por combinación. El
mismo autor, deduciendo de sus anteriores conclusiones, extrae los
caracteres que hacen peculiar a la fantasía infantil, como por ejemplo: "que
la fantasía del niño trabaja más pasivamente y vagando sin plan, que
activamente y con plan; más intuitivamente que de un modo abstracto; más
subjetivamente, sin crítica y de un modo arbitrario, que con subordinación al
juicio crítico, y por eso su fantasía parece ser entonces principalmente viva y
productiva ... El niño es más fantasioso que de fecunda fantasía. La
actividad fantástica es, por ende, más bien reproductiva e imitativa; su
animación del mundo al exterior, las historias que ejecuta con palitos y
muñecos, son repeticiones de anteriores experiencias, principalmente de
acciones y situaciones que ha observado en los adultos" 94.
Para este autor, así, la fantasía del niño posee aquella actividad interior
que él designa con el nombre de reproductiva, pero tiene casi siempre lo
que Wundt llama fantasía combinatoria" y que negaba como existente en
los niños. Si sucediera como piensa Wundt, la misión educadora tan
importante mediante esta condición psíquica, perdería todo su valor y no
serviría para la liberación del espíritu del niño como evidentemente sirve.
Combinar imágenes, representarlas, enlazarlas y refundirlas para obtener
nuevas representaciones, etc., es trabajo que traduce la importancia
pedagógica de esta actividad psíquica del niño. Así lo han entendido las
modernas corrientes educativas fomentando toda acción espontánea en el
niño en el trabajo escolar e impulsando todas sus posibilidades expresivas
con el juego de esta función.
Y todavía habremos de considerar dentro de este problema general de la
imaginación, el importante capítulo de su etapa creadora, esa imaginación
que no se sabe bien a qué edad, ni en qué forma y circunstancias
aparecen en el niño, como se pregunta Ribot en el principio de su capítulo
sobre esta clase de imaginación95. No cabe duda que esta etapa es
trascendental en el niño. Su evolución ofrece cuatro momentos bien
diferenciados que han sido la base de la cual han partido los psicólogos
hacia nuevos horizontes de investigación. El primero, según el autor
francés, consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación
creadora, o dicho con las palabras de Queyrat: "estriba en la percepción
ilusoria de las cosas por el niño", como dice en su libro sobre los juegos
infantiles, siguiendo a Ribot96. Un segundo momento que se caracteriza por
la presencia del animismo o animación de todas las cosas, estado cuya
naturaleza Ribot determina mediante el siguente proceso: el primer
94
Meumann, ob. cit., págs. 154 y 155.
95
Th. Ribot, Ensayo acerca de la imaginación creadora, Madrid, 1901, pág. 117.
96
F. Queyrat, Los juegos en los niños, Madrid, 1928, pág. 8.
elemento de su mente es una idea fija, o más bien, una imagen o un grupo
de imágenes que se apoderan de la conciencia y excluyen todo lo demás;
esta idea tiene por sostén "una realidad que ella encierra" que es la que le
confiere objetividad a la creación imaginaria y la incorpora al mundo
exterior, y, finalmente, un "estado de creencia" de la imagen gracias a los
atributos de la realidad que sirvieron a su animismo 97. Por lo tanto,
ratificando a Dugald Stewart, Ribot deduce que "la imaginación va siempre
acompañada de un acto de creencia, sin que, cuanto más viva sea la
imagen, se crea menos en ella, pues es todo lo contrario lo que ocurre; la
concepción (representación) exige el convencimiento tanto como la
sensación misma"98. Un tercer momento es el de los juegos, los que al
pasar de los animales a los niños, como creación, ganan en complejidad y
se intelectualizan, son, además de una simple combinación de
movimientos, una combinación de imágenes. Y un cuarto momento, en el
que aparece "la invención novelesca que exige una cultura más refinada,
siendo su creación puramente interior y toda ella compuesta de imágenes",
como explica Ribot99, aptitud ésta que aparece de los tres a los cuatro
años, justamente en la edad en que el niño entra en contacto con el
maestro, la escuela y el libro. Es en dicha edad cuando comienza su gusto
por los cuentos y leyendas, cuyo mecanismo veremos más adelante, los
que le absorben totalmente y los que reclama hasta la saciedad. En
resumen: se puede afirmar con el mismo autor, quien mejor ha estudiado
este problema, que "la imaginación es la facultad soberana y la forma más
alta del desarrollo intelectual; trabaja en dos direcciones: en la primera y
principal crea los juegos, inventa las novelas y extiende el lenguaje; en la
otra dirección, que es secundaria, contiene un germen de pensamiento y
arriesga una explicación quimérica del mundo, que aún no le es dado
concebir según nociones abstractas y las leyes de la naturaleza" 100.
105
A. Ponce, ob. cit., pág. 132.
para suplir el ordenamiento de sucesos vividos y hacen su mayor beneficio
de inventario. El mismo escritor adulto nunca está exento de estos
agregados en sus narraciones biográficas, en las que se notan
superabundancia de detalles imaginarios, y que están ahí presentes por
muchas razones, entre las cuales no es ajena siquiera la vanidad,
sirviéndole para completar la mise en scéne de su relato como asuntos que
lo enriquezcan y adornen aunque escapen a la realidad viva. Si es propio
incluso del adulto ¿cómo no serlo del niño que carece de vida social a que
nos hemos referido? Algunos psicólogos han negado y otros han dudado
de que el niño crea en su propia fabulación. Sin embargo, afirmado en la
fórmula de Baine: "creer es, en efecto, prometer actuar", se puede
asegurar por lo menos, que si el niño no cree esencialmente en su relato,
vive su ficción con un extraño gusto real como la vive el hombre. ¿No es la
alucinosis estética, tan corriente entre los artistas al punto que Balzac llegó a
tomar por absolutamente cierto algún ofrecimiento que realizara bajo ese
estado —como aquel del caballo amaestrado a Sandeau y sobre el cual le
interrogara ávidamente—, no es una ratificación de esta creencia en
nuestra propia fabulación?
Juego o deporte, la fabulación en el niño, más que otra cosa y desde un
punto de vista rigurosamente científico, "es el producto natural de una
memoria insuficiente que nos muestra en toda su riqueza la mentalidad
aún no socializada del niño y extraña al contralor de los demás, ajena a la
crítica, orgullosa de su mismo aislamiento, la fabulación infantil tiene como
las construcciones de la magia su más honda raíz en el deseo: a ese
parentesco profundo, los magos habían sospechado obscuramente, y todo
el complicado edificio de la magia reposaba para eüos sobre la fe en la
virtud creadora del deseo, que los oráculos de Zoroastro simbolizaban por
un niño de anchos hombros"1. Por ese campo, en especial en su
insatisfacción, ha caminado toda la especulación freudiana.
107
Queyrat, ob. cit., pág. 40.
Aun en esta última etapa de su transformación psíquica, en la del
pensamiento racional, desde los siete años en adelante, durante la cual el
simbolismo del concepto comienza a entrar en juego para transformarle y
convertirle en igual del adulto; en este transcurso en que el niño lucha
desesperadamente para no perder su originalidad y convertirse en adulto
en miniatura; en que "trata de crecer por fuera pero conservarse niño por
dentro", como sabiamente me dijo una niña aun en este período, la
literatura debe ser tan cuidadosa en su cometido como en los períodos
anteriores. No es sólo la "inteligencia práctica", como se afirma, la que le va
a dar unidad conceptual a la inteligencia infantil; es, además, la posibilidad
de manejar sus instrumentos en el comercio de sus relaciones sociales, de
la mejor y más potente manera posible. La literatura que le sirve para ir
graduando las etapas de esta inteligencia progresiva, es también de sus
instrumentos de lucha y de recobración. Instrumento cuyo uso no debemos
amenguarlo en ningún instante. La evolución de la inteligencia se cumple
inexorablemente. Es inútil exigir un pensamiento abstracto en un niño de
ocho años, pero es evidente que un inteligente manejo de los instrumentos
que utilizamos —en este caso la materia que nos ocupa—, colaborará para
que el niño trascienda más armónicamente, si no más rápidamente, las
etapas de esta vinculación. Su mentalidad sincrética, animista, mágica y
artificialista, especie de caos y transitoria vuelta hacia el pasado de la
especie, es, no obstante, como un resplandor en el que extrañas luces
brillan. Nuestro entendimiento debe ser capaz de verlas y no apagarlas por
oficio de bomberos inexorables, en nombre del adulto que nos preocupa
obtener, sino de ser capaces, incluso, de multiplicarlas. Con ello habremos
conseguido lo que el niño quiere que sea la escuela cuando la sueña a su
gusto, como me lo advertía una niña, cierta vez: "un cielo en el que cada
día se encienda una estrella más..."
Capítulo III
112
Además de La representación del mundo en el niño, Piaget publicó también La
causalidad física en el niño, Madrid, 1934, en cuyo libro estudia la física del niño y
analiza las explicaciones que éste se da no sólo del origen de las cosas, sino de los
detalles de los fenómenos y de la manera cómo se transforman, así como de sus
movimientos.
113
Scheid, ob. cit., pág. 1.
nuestras, "seriadas". Toda idea, en ellos, se convierte en acto, y todo
movimiento, en emoción 114.
Los niños son, así, el tipo justo para entrar en contacto con la literatura
que recoge en notas vigorosas la vida total; sentimiento, imaginación,
acción; esa literatura que se puede transformar en mímica por la actividad
que entraña; que se la puede cantar; que hace ver y sentir, y en donde
cuerpo y alma entran en el campo de su profunda sugestión. Tal es la
poesía primitiva, la primera que más fuertemente puede emocionar al niño.
Sintética a la par que sincrética, características del psiquismo primigenio de
los pueblos primitivos. Sintética, es decir, de percepción global y reducida a
lo fundamental; sincrética, porque sus razonamientos no son nunca
explícitos, cosa que corresponde, por otra parte, a las demás
características psicológicas de este tiempo: inhabilidad a toda atención
interna más o menos sostenida; incapacidad para separar las sensaciones
que obran sobre él, de conocerlas claramente; incapacidad de emociones
sutiles, "de todo impresionismo y de diletantismo de la sensación",
rehuyendo todo encuentro con estos elementos.
Son así propias para el niño las escenas sobrias, los epítetos fuertes y la
emoción inmediata que proporciona Homero. En esta etapa, el niño tiene el
exacto gusto del primitivo, gusto que Scheid llama clásico, y lo tiene no sólo
por una impotencia de análisis, sino por falta de enriquecimiento de su
espíritu1. Como sus sensaciones son directas, sus emociones han de ser
netas. Y a medida que éstas se desarrollan, la literatura debe ir
proporcionándoles sensaciones cada vez menos sintéticas, menos
precisas y tendiendo siempre hacia lo delicado. En este comienzo, la
palabra lleva, o ha de llevar, en sí misma la sensación, por las propias
características de captación difusa que tiene el niño. Sólo lo
excelentemente descartado de todo aditamento de color o forma o
sonoridad, es capaz de interesarle en esta etapa: en una palabra, la exacta
aventura, traducida por la palabra justa con una emoción auténtica, es lo
que puede ser capaz de despertarle la sensación puramente literaria. Los
demás elementos que se encuentran en la literatura —color, forma,
sonoridad—, sólo más tarde irán entrando, por su orden, en su gusto.
Sintetizando, se puede decir que en este período, en el que priman las
sensaciones, el niño parte "de impresiones ciertamente fuertes, más fogo-
sas que penetrantes; la vivacidad de la sensación antes que la precisión, la
confusión antes que la riqueza. Necesita, por lo tanto, más que ser
iluminado, conmovido. Primero sensible a la síntesis y al misterio poético, a
las evocaciones fuertes y rápidas, a las palabras enérgicas y simples,
114
Ob. cit., pág. 2.
Ob. cit., pág. 4.
podrá ser fino, jamás refinado"1. Su gusto, muy limitado, permanece
siempre sano. Es lector de los escritores que se interesan por las cosas
mismas y no por las sensaciones que ellas proveen. Su imaginación, en
esta primera etapa, no gusta o entiende más que de oposiciones o extre-
mos. No discierne matices ni claroscuros, y no es herido nada más que por
colores netos y vivos. Para esta etapa, finalmente, agrega el escritor
aludido, le satisface la paleta de Homero: para ellos, la noche es negra y el
cielo es azul.
Si el sincretismo y la síntesis caracterizan un momento determinado de
su evolución, también el animismo, a veces al mismo tiempo, define y
peculiariza —como vimos anteriormente— una larga etapa. Es solamente
el animismo, "profundo procedimiento poético", el que le ha de reafirmar la
imaginación creadora y le ha de dar carácter propio; su rasgo fundamental
es el movimiento. Este paso de su espíritu es semejante al que crea los
mitos en el hombre primitivo, como veremos en seguida. Mas, si el niño le
da movimiento a todo, no discierne estos movimientos, y entre ellos
prefiere aquellos que puedan agregar variedad a la rapidez. De ahí es que
en ese momento gusten de los estilos de acciones netas, movidas con
personajes activos y cuyos gestos se tracen en líneas breves y justas. La
evolución de su sentido de la forma, en esta etapa, es todavía más rica y
larga. Y es un dato importante el que los niños alien en sus preferencias las
cosas menudas con las gigantescas, que son la medida de sí mismos o de
sus ideales, que anotara Casona, pero que no le gustan en conjunto 3. Du-
rante un primer tiempo, la imaginación provee espontáneamente los mitos
que combinan los aspectos de las cosas y nuestros pensamientos
personales. El mundo exterior no empieza, pues, a emocionarle, hasta que
no puede transportarlo a su interior. En la edad siguiente, el niño empieza a
percibir el mundo tal como es y trata de congeniarlo con el mito que le es
caro: o bien explicando por el mito el hecho real: ("la luna recorre la ciudad
cuando las gentes olvidan de encender las lámparas"), o ya sosteniendo el
mito de la realidad ("el sol se levanta y se acuesta") 115. No son, por tanto,
estos momentos los de ofrecer a los niños verdades psíquicas no
verificables, las que serán deformadas por su animismo.
Un nuevo paso ha de conducir a los niños a las alegorías que establecen
las relaciones entre lo concreto y lo moral. Los cuentos morales, las
parábolas, las fábulas, que son la primera filosofía de los pueblos jóvenes,
son también para los niños, las formas necesarias para las primeras ideas
éticas. ¿Y hacia dónde los conduce este camino en su evolución psíquica?
Para muchos ha sido entendido como un camino hacia la certidumbre,
115
lbid.
hacia la adquisición de la verdad. De este modo se afirma que la evolución
del espíritu y de ese gusto a que nos hemos referido, no es más que la
evolución del sentido de la certidumbre, que va desde la ilusión voluntaria,
por la ilusión voluntaria, hasta la afirmación positiva, siguiendo tres etapas
principales: la ficción, la verosimilitud y la verdad. Por ficción ha de
entenderse "la invención de un mundo que no está sometido a las leyes
necesarias y rigurosas de la realidad"2, en el cual el niño se siente libre,
incontrolado; el que le provee como si fuera un hecho auténtico, de formas
e impresiones y le sirve de ejercicio preparatorio. "Es por la belleza del
imposible como el niño puede ejercitarse, para sentir más tarde la belleza
de lo real. Por eso, esta ficción será su primera y más provechosa escuela
literaria. Luego, la evolución natural lo lleva a la necesidad de verosimilitud,
que es "la prolongación de lo real en nuestra imaginación", período de
vacilaciones para el niño y el adolescente, y de eterna lucha, ya que "lo
posible, para él, no es más que lo que él desea, lo que él sabe, lo que él
es" 116. Y todavía más tarde, la experiencia ensanchará el campo de su
espíritu: lo posible ya no tiene la medida en sí mismo, como antes. Es que
su mente, entonces, empieza a pertenecer al dominio de lo adulto.
Podría anotarse, todavía, como identidades de pensamiento entre el
primitivo y el niño, la posibilidad que tienen ambos de proyectar en el
mundo exterior parte de su personalidad, objetivándola de tal manera, que,
en adelante, ya no será reconocida como formando parte del yo, cosa que
ha observado el doctor Sanchiz Banús, en su estudio sobre la
psicopatología y los cuentos infantiles 117. Por esta razón es posible para
ambos, la existencia de las hadas, de los espíritus, etc. —afirma—. Es
posible ese país encantador de la fantasía, "cuya apariencia es tan absurda
—dice—, y cuyos fenómenos obedecen a ciertos principios de vigencia
eterna en la vida del espíritu". Tal mundo sería, así, "la proyección
ambiental de los propios temores y deseos", los que no se manifiestan
como son, como cosas nacidas dentro del propio espíritu de quien las
siente, sino que, en virtud del transitivismo (facultad por la cual la
personalidad puede descomponerse en fragmentos y proyectarse al mundo
exterior independiente de su matriz, que los considera extraños a ella), se
proyecta sobre la realidad ambiental y adquiere personalidad aparte, como
seres que gozan de una vida propia" 118.
116
Ob. cit., pág. 18.
117
J. Sanchiz Banús, La psicopatología y los cuentos infantiles, Revista de
Pedagogía, Madrid, mayo de 1928.
118
Ob. cit.
2. VALORES ESTÉTICOS DE UNA LITERATURA EN RELACIÓN CON EL
NIÑO
120
Ob. cit.
entero. De ahí la importancia que en algunos países se le ha dado a esta
materia desde un principio. Inglaterra es un ejemplo de cómo se han
preocupado por dotar a sus generaciones de determinados caracteres,
aprovechando su psicología, gracias al influjo de esta materia. Cada una
de las ramas de literatura infantil en ese país ha tendido a la preocupación
de precisar "en un haz armonioso, los múltiples componentes del
temperamento inglés. Se la percibe como en un esquema exacto vuelto a
sus líneas generatrices y a sus ejes esenciales, libre todavía de toda
influencia cosmopolita, típicamente individual y finalmente nacional" 1.
Leyendo esta literatura infantil inglesa —tal vez el país que se ha
empeñado en obtener más provecho con esta enseñanza—, vemos que
ningún aspecto ha fallado en esta preocupación. Tienen para ofrecer al
niño el cuento moral o religioso, que ha configurado la parte más esencial
del temperamento británico; los relatos de aventura y de viajes que les ha
reafirmado el espíritu orgulloso, conquistador, dueño de sí y seguro de su
porvenir; las novelas históricas para exaltar religiosamente la grandeza de
su pasado y su culto, exagerado a veces, de la tradición, para afirmar su
patriotismo presente y proyectarlo hacia el futuro; y sus nursery rithmes en
donde las viejas criadas, bien que a hurtadillas aunque muy conscientes,
inflaman la imaginación de los pequeños ingleses con las tradiciones y
leyendas del pasado.
La obra de toda literatura infantil ha de ser la de envolver al niño en una
atmósfera de sentimientos que sean al mismo tiempo que "audaces y
magnánimos, ambiciosos y entusiastas"; apartando de su lado "cuanto
pueda deprimir su confianza en sí mismo y en la vida cósmica, cuanto
siembre en su interior suspicacia y le haga presentir lo equívoco de la
existencia. Por eso yo creo, termina Ortega y Gasset, concepto que
compartimos, que imágenes como la de Hércules y Ulises serán
eternamente escolares. Gozan de una irradiación inmarcesible, generatriz
de inagotables entusiasmos"
3. LOS MITOS, CREACIONES POPULARES, EN LA BASE DE ESTA
LITERATURA INFANTIL
121
Ob. cit.
122
Ribot, ob. cit., pág. 130.
123
Ob, cit., págs. 132 y 133.
"en la medida que está asimilado a la voz", como dice Piaget, de las cosas
materiales y participa del mundo exterior, no existiendo nunca fronteras
muy claras entre el yo y este mundo, base de su realismo, como
estudiamos.
Es el mito primitivo, de este modo, esencia de realidades experientes de
una época de la humanidad en que la cultura no existía y que, sólo y
gracias a nuestro mundo sensible, podíamos explicar nuestras reacciones
naturales ante los diversos fenómenos que sacudían el alma primitiva, o de
otra manera, usando la palabra de Ribot en su síntesis de la teoría
antropológica que trata de explicar este fenómeno cultural: "el mito es la
objetivación psicológica de todos los fenómenos que le es dado percibir",
es una "humanización de la naturaleza según los procedimientos
congénitos de la naturaleza" 124. Nada hay en los mitos, de acuerdo con
esta teoría, que esté fuera de la propia objetividad de la vida, la materia de
los mitos, dice por eso el psicólogo francés, la suministra el espectáculo de
los fenómenos naturales y comprende todos los acontecimientos humanos;
es, en su creación, la imaginación humana. La creación de estos mitos
supone dos momentos: primero la animación de todas las cosas, tal como
vimos sucede en la vida del niño, y luego la calificación. Si para la primera
etapa, el pensamiento por analogía es el que realiza esta función
animadora, es el que crea, psicológicamente hablando, el mito, en el
segundo momento, el de la invención novelesca, ya las entidades diversas
toman cuerpo, aparecen con una historia en que traducen sus aventuras y
se transforman en asunto de novela, etapa esta última que los pueblos de
imaginación pobre no alcanzan a vivirla. El mito no es, sin embargo,
solamente patrimonio de los pueblos antiguos y civilizados. Él sigue
existiendo en todas las épocas, en la imaginación popular, traducido en
leyendas: "La leyenda es al mito lo que la ilusión es a la alucinación".
Para quienes explican el origen de los mitos en base a una teoría distinta
a la antropológica, la historia de la cultura primitiva ha silenciado, además,
un fenómeno muy importante en su creación: la función de los procesos de
trabajo y el conjunto de los fenómenos sociales de la colectividad antigua.
No es sólo el asombro del hombre ante las fuerzas naturales de la tierra,
como se percibe desde las leyendas de los Vedas —de las más antiguas
pero que se han repetido igualmente en los demás pueblos de alguna
imaginación—, en las que se exalta al fuego, al viento, a la tempestad, y se
rinde culto a estas formas sobrehumanas que avasallan al hombre, lo que
traducen los mitos. Es indudable que en el desenvolvimiento que este
asombro, el trabajo del hombre ya aparece más que como una creación,
124
Ob. cit. pág. 132.
como una carga. Está presente, antes que en nada, en el modo de
defenderse y atacar estos elementos naturales, en la lucha. De ahí que esa
expresión mitológica sea, en gran parte, transcripciones tan humanas y
vivas en las que, por momentos parece sentirse "el eco del trabajo
realizado para domesticar los animales, el eco de descubrimientos de
hierbas medicinales y de la invención de instrumentos de trabajo", como
dice Gorki. Desde la más remota antigüedad los hombres soñaban con la
posibilidad de volar por los aires. Las leyendas Faetón, de Dédalo y de su
hijo
Icaro, lo mismo que la fábula de "la alfombra voladora" nos lo testimonian.
Soñaban con la posibilidad de moverse rápidamente sobre la tierra (la
fábula de las botas de las siete leguas), y domesticaron el caballo. El deseo
de nadar más rápidamente que la corriente de un río consiguió la invención
de los remos y de las velas; el deseo de matar al enemigo y a las bestias
feroces desde lejos ha sido la razón del invento de la honda, del arco y de
la flecha. Soñaban con la posibilidad de hilar y de tejer en una sola noche
una enorme cantidad de paño, eso fue lo que dio nacimiento a la rueca, uno
de los útiles de trabajo más antiguos, el trabajo primitivo de tejer, y crearon
la fábula de Basilisa la prudente. Se puede citar todavía decenas de
testimonios sobre el espíritu juicioso de las fábulas y mitos antiguos,
decenas de testimonios de la perspicacia del pensamiento imaginado,
hipotético, pero ya tecnológico, de los hombres primitivos, que se elevaban
a hipótesis que nos son contemporáneas, como por ejemplo la utilización
de las fuerzas de rotación de la tierra sobre su eje o la destrucción de los
hielos polares. Todos los mitos y cuentos de la antigüedad parecen
coronarse por el mito de Tántalo: Tántalo está hundido hasta el cuello en el
agua, la sed lo atormenta y no puede aplacarla. Es el hombre antiguo en
medio de los fenómenos del mundo exterior que no ha aprendido a
conocer125.
No son pues las fábulas producto del azar, disparatadas interpretaciones
de la naturaleza, cada vez que se las interpreta por medio de teorías
racionales. Sino que están sostenidas por "un cuidadoso espíritu juicioso".
Ahora bien, ¿cuál es, en verdad, el exacto sentido que quisieron traducir
estos mitos? Quizá su verdadero sentido resida "en la aspiración de los
trabajadores de la antigüedad a aliviar su trabajo, a intensificar su
productividad, a armarse contra los enemigos cuadrúpedos y bípedos; y
también a obrar por conjuraciones, por exorcismos, sobre los elementos de la
naturaleza hostiles a los hombres", como sucede en el caso de las leyendas
bélicas. No escapará a nadie la importancia de estos hechos que
125
M. Gorki, Panorama de la literatura mundial, Congreso de Escritores, ob. cit.,
págs. 22 y 23.
demuestran, por otra parte, "hasta qué punto los hombres tenían fe en la
fuerza y en el verbo (una nueva semejanza con el niño que destacamos, en
este mismo capítulo), y esa fe se explica por la utilidad evidente y
perfectamente real de la palabra que organiza las relaciones sociales y los
procesos de trabajo de los hombres"x. ¿No era tener, acaso, demasiada
confianza en la palabra, el hecho de que se esforzaran por obrar contra los
dioses por medio de sus exorcismos? No olvidemos que la génesis de los
mitos, por mucho tiempo, fue explicada mediante la teoría filosófica de Max
Müller. Los mitos provendrían para éste de una "enfermedad del lenguaje";
las palabras se habrían convertido en cosas con atributos y leyendas
propias... pero es bien natural que esto sucediera porque, como afirma
Gorki, los dioses de la antigüedad vivían en la tierra, eran semejantes a los
hombres y se conducían como ellos: benévolos con los sumisos, hostiles
con los desobedientes. Como los hombres, los dioses eran también
orgullosos, envidiosos, vengativos... es permitido pensar que lo que sirvió
de materia prima a la fabricación de los dioses fue la "aristocracia" de la
antigüedad. Hércules, "héroe del trabajo", "maestro de todas las artes",
finalmente, fue elevado al rango de Dios y tomó su sitio entre ellos en el
Olimpo. "Dios en el pensamiento de los hombres primitivos no era, así, una
concepción abstracta, un amo fantástico, sino un personaje perfectamente
real, armado de tal o cual instrumento de trabajo; Dios era maestro en tal o
cual oficio, era el maestro y el colaborador de los hombres"2.
¿Qué carácter debían tener, entonces, estos mitos, aceptando que
procedieran de tal origen? No otro que un carácter realista. Y eso se
comprueba fácilmente analizando la imaginación de las antiguas leyendas y
mitos, porque en ellos siempre encontramos como una especie de deseo
de los hombres de aliviar sus tareas, como acabamos de decir. Y este
deseo no iba a ser, como es de suponerse, a causa de un trabajo
imaginario, sino del trabajo físico que debían realizar. Resumiendo; los
mitos son un producto de sana y sabia creación popular. Sintetizan la
experiencia en el trabajo de las sociedades primitivas, o traducen su
incomprensión y su terror frente a las causas físicas que les eran
desconocidas. Tienen un sentido de universalidad en su anonimato y un
carácter realista en su concepción, y, finalmente, son útiles a nuestra
función interna psíquica, porque obran como reactivos para aumentar la
tensión de nuestros más profundos resortes; obran como hormonas
psíquicas, según el preciso término de Ortega y Gasset.
126
J. W. Goethe, Memorias de mi niñez, Buenos Aires, 1951, página 34.
país de los liliputienses, el gigante atado por los pigmeos, transportado a la
capital por un carretón inmenso y la captura de la flota enemiga con la
mano; después, son los terrores del héroe en el país de los colosos, en
Brovdingnag, por donde él ambula como un grillo en los trigales en
cosecha y en donde la hija del rey haciendo de ello un juego lo encierra en
una pequeña jaula en la que corre peligros inmensos; todas las
maravillosas transformaciones de Gulliver, en una palabra, la suerte del
Ogro en cada instante y la del Pulgarcito, menos legendario y más real. De
la misma manera el Robinson de la infancia no es de ningún modo el
apologista de la energía perseverante que ha exaltado Taine, que sabe
bien lo que quiere y lo sabe tenazmente, sino el hombre sagaz y
desenvuelto que cuando la tempestad lo ha arrojado a la costa con su
perro, sus dos gatos y algunas raras cosas sin dueño, se reconstruye su
casa, se viste con pieles, se nutre abundantemente, aprisiona un loro,
espanta a los salvajes y consigue en Viernes un esclavo y un amigo. Es el
lado sensacional de la obra lo que solamente interesa al niño y todo lo im-
previsto de situación tan extraordinaria"127. Yo diría que es solamente el
mito, semirrealista en uno y realista en otro, lo que traducen los dos
personajes. Pero la lucha entre la necesidad de crear una psicología más
que realista, verista, en los niños, y el mito permanente que vemos existe
en el alma del niño, estaba ya iniciada en Inglaterra.
En vano fue que se echara mano del ingenio de inagotables escritores
de literaturas de viajes y aventuras. Así aparecieron por cientos las
narraciones de J. Fenimore Cooper128, el capitán Mayne Reid129, los más
de cincuenta volúmenes de Kingston130, los ochenta y tantos volúmenes de
Ballantyne 131, con descripciones de las colonias, de animales salvajes, con
luchas de indios y piratas, con tramas cautivadoras para el espíritu infantil.
A pesar de todo ello y de las cuantiosas hazañas de pieles rojas en las
praderas de América narradas por cientos de cronistas y escritores,
literatura ésta que alcanzó a ser muy popular en Inglaterra, nada de ello
alcanzó a suplantar a Robinson y a Gulliver. Antes bien, ellos empezaron a
influir en numerosa literatura subsiguiente, creación de notables escritores
127
Ob. cit., pág. 108.
128
J. Fenimore Cooper (1789-1851), es autor de una serie de volúmenes, entre los
cuales están traducidos al español: El último mohicano, La pradera, El Robinson
americano, El cazador de ciervos, etcétera.
129
El capitán Mayne Reid (1818-1883) tiene traducidos al español: Los náufragos
del Pandora, Por las llamas del Chaco, En las selvas de Borneo, El gigante sin
cabeza, Los tiradores de rifle, etcétera.
130
De W. H. Kingston (1884-1880), conocemos traducido Salvado del mar, aunque
es autor de numerosos tomos: Peter the Whaler, The Midshipmen, The three
Lieutenants, The three Admiráis, etcétera.
131
Ballantyne, sobrino de los impresores de Walter Scott, es
como Stevenson, autor de su muy popular, entre los niños ingleses, Isla
del tesoro6. La influencia de Robinson y Gulliver, agrega además
apreciables matices en esa evolución literaria que destaca Delattre. El
héroe solitario, náufrago, que se sobrepone a todos los peligros ya no es
siquiera un hombre, como era Robinson, o lord Antón, de La isla
Felsenburg, en cuyo viaje alrededor del mundo, dice Goethe, "reunía la
dignidad de la verdad con la fantasía del cuento" x; sino que en la obra de
Stevenson, el héroe es un niño, lo que significa un progreso muy
importante. Y los libros en ese sentido se multiplican.
Es que, en el fondo, el niño siempre reaccionará contra todo libro que
pretenda, muy intencionadamente, algo más que deleitarnos. Su empeño
es encontrar en el mito una actividad a su imaginación y "proveerle de
combustible". De ahí la justicia de la manifestación de la nieta de Tolstoi
que anotamos al principio. Es que, a veces, la más ingenua historia de la
vieja criada realiza mucho mejor su cometido que la literatura que lo
pretende en ese sentido. Por eso es que el niño volverá siempre a los
cuentos de hadas, a las historias antiguas y populares, anónimas, y puede
hacer de su sueño una muy pintoresca realidad. "Tratar de destruir en el
niño esa maravillosa capacidad mítica sería intentar con anticipación
estúpida la más brutal de las mutilaciones. No debe perderla sin usarla
primero, como el renacuajo pierde su cola después de jugar con ella en su
infancia de charca; porque tal vez es necesaria como tantas cosas que
parecen inútiles"132. Por su parte, Scheid agrega que si se quiere ignorar o
combatir su genio mitológico, el niño palpará nuestra ignorancia sobre las
verdades positivas que le presentaremos antes de tiempo. "Nosotros no
habremos destruido su fuerza poética, pero ellos habrán destruido en
nosotros nuestra inocencia. De este modo, si arriesgamos en él,
prematuramente, las primeras nociones de ciencia, ellas pasarán al
enemigo y se convertirán en nociones míticas y largo tiempo después, para
nuestro asombro, se mostrarán todavía bajo el traje extraño con que supieron
revestir el país de su quimera" 1.
Y cuando se reacciona en contra de determinada literatura por temor a
ese exceso de imaginismo como lo hizo Inglaterra, en donde estos cuentos
de animales y cosas fabulosas se dice que no han jugado un papel muy
importante; en donde se cree que ellos extravían la imaginación de los
jóvenes lectores y hasta se señalan las monstruosidades de las
narraciones de animales o las inverosímiles exageradas de los cuentos de
hadas; en donde se reclama una imaginación "más natural" —si es que
esto se puede reclamar—, aun en este pueblo, repetimos, se hace
132
A. Casona, ob. cit.
necesaria la nutrición de la mente y el corazón infantiles con lo antiguo y
maravilloso de siempre, porque todos esos cuentos venidos de la India
mística o del norte tenebroso, como destaca Delattre, introducen a los
niños en el dominio encantador de la maravilla en donde él se siente mejor
que en ningún otro lado. "¿Qué importa que la acción sea uniformemente
melodramática o los caracteres invariables? Hay un perfecto acuerdo entre
la semibruma que vela los cuentos maravillosos, tan antiguos como la
humanidad misma... y el vapor irisado a través del cual el niño percibe
siempre el mundo exterior" 133.
Cuando se reacciona contra esta literatura imaginativa, necesariamente
se ha de buscar suplirla con otros elementos. En la propia Inglaterra fueron
los Nursery Rithmes y las Nursery Tales, en los que sin duda aún "domina
la fantasía, pero mitigada por la veracidad de la experiencia, que esos
cuentos y rimas han adquirido en el curso de los siglos". Y aunque a
menudo, o mejor, casi siempre, el niño no comprende lo que le canta casi
inconscientemente su nodriza, aunque él no tenga "más que el sonido de
las palabras, el parloteo para inflamar todo el campo de su imaginación". El
sentido vago y extraño de la mayoría de los Nursery Rithmes será por otra
parte lo que les encanta. "Venidos del fondo de la antigüedad e
impregnados de folklore, ellos dicen de la ingenuidad de la vieja criada que
en lo recóndito de su alma obscura los guarda como un reflejo de
tradiciones primitivas. Sus pobres sílabas son todavía claras y esta mezcla
de ilusiones quiméricas y de humildes realidades, de maravillas fantásticas
y de realismo familiar, se parecen a esas chozas a las que ilumina siempre,
como un crepúsculo rezagado, el fulgor de las últimas leyendas" Y cuando
no sean ni esas cantigas ni las leyendas las que han de suplir la literatura
imaginativa, será una expresión falsamente realista que se adueñará de su
alma, como sucedió en la propia Inglaterra con esa literatura en cuya base,
ladrones, detectives y aventureros originaron los nuevos tipos de la magia
infantil.
. Capítulo IV
133
F. Delattre, ob. cit., pág. 131.
La literatura infantil se presenta a los niños bajo distintas formas
expresivas y antes que nada en su gran división de prosa y poesía. En la
primera forma, de la que nos ocuparemos a continuación, la leyenda, el
cuento, la fábula y el apólogo, las historias, la novela son las formas más
representativas. En la segunda, las canciones rítmicas de cuna, las
monorrítmicas de los juegos y rondas, las de estribillo y las enumerativas, a
base de animales, de los pequeños, la descriptiva, la heroica y la lírica.
La prosa evoca imágenes, hace vivir en la imaginación del niño los
sucesos con una fuerza irresistible y aumenta la tensión de su experiencia
del conocimiento general. La poesía, además de crear esas imágenes y
desarrollarlas tanto como la prosa, es de un poder evocador superior,
aunque no siempre se produce para el niño este fenómeno, en la medida
que él quisiera. Hasta parecería que, en relación con el proceso primitivo
de esta nutrición literaria, la poesía debería ocupar siempre un lugar
destacado en su interés ya que su aprendizaje y gustación estética
empieza con esta forma. Pero ello no sucede puesto que la prosa ocupa,
casi enseguida que el niño trasciende la primera etapa de entendimiento,
en este sentido, toda su atención. Si antes el desarrollo objetivo, simple y
musical de las consonantes, tanto como el monorritmo de los estribillos de
la canción o el de la fábula que se le recitara, le adormecía y deleitaba,
creando las imágenes de su asociación maravillosa, ahora la narración
sencilla y ceñida, también con los estribillos de unión o enlace en unos
casos, y las preguntas finales de escena en otros, son los que se
encargarán de crear esa especie de ensoñación que el cuento en su
desarrollo le provoca al niño. Claro está que nunca es exactamente una
prosa desprovista de poesía por la que el niño se apasiona. La prosa de
sus cuentos y fábulas es la de la más auténtica poesía, si por ella se
entiende la transmisión del conocimiento básico de todos los pueblos,
depurado en sus medios expresivos como el pueblo lo ha hecho. Como las
formas de la prosa revisten muchos aspectos, haremos un ensayo de
explicación de las más importantes, así como de sus caracteres en sus
relaciones con el contenido de esta materia.
Pero antes, todavía, veamos algunos puntos importantes: como por
ejemplo, el que se relaciona con el origen y preeminencia (de unas sobre
otras), de estas formas expresivas, la edad a que se remontan, cómo
fueron sus principios y evolución. Las más de estas preguntas, quizá no
puedan ser contestadas sino en base de suposiciones muy prolijas o a
través de deducciones más lógicas que ciertas.
Todas estas formas expresivas nacieron sin duda desde el momento en
que el hombre tuvo necesidad de buscarse algún género de explicación a
los hechos que se sucedían a su alrededor, a los que realizaban en sus
luchas contra la naturaleza, los animales y las inclemencias del medio en
su afán de abastecerse y extraer de ello ejemplo, emulación, o
simplemente crear con ellos, como dijimos anteriormente, especie de
exorcismos para espantar los espíritus del mal y allegar a su vida y obra los
espíritus del bien. De la misma manera que en los dibujos rupestres los
primitivos pensaban que grabando imágenes de animales adquirían cierto
poder mágico sobre ellos, bien para acercarlos a sus fuentes de necesidad
o para asegurar o aumentar su producción de caza o quizá para acelerar
su fecundidad y muchas otras posibilidades por el estilo, como piensan los
paleontólogos Hoerness y Benn134, es decir, que grabándolos repetidamente
adquirían sobre ellos un poder mágico; de la misma manera, decimos, es posible
que sucediera el origen de estas narraciones. Quizá tuvieran también fuerza los
talismanes. En las primeras edades del mundo, como se sabe, los hombres no
escribían. Conservaban sus recuerdos a través de sus tradiciones orales y donde la
memoria fallaba, estaba la imaginación para suplirla, la imaginación que era quien
poblaba su mundo de seres. Fue este momento la etapa infantil de la humanidad.
Desde mucho tiempo ya se ha querido ver en el desarrollo espiritual del niño no
más que una breve recapitulación de la evolución de la humanidad. Ése es el
principio de la famosa ley biogenética de Hackel. El hombre primitivo, en las horas
infantiles del mundo empezó su cultura, su arte, su religión queriendo explicarse el
mundo mediante los milagros del mito "y la arbitraria belleza de las teogonias".
Las nuevas investigaciones que realizan los estudiosos se han
encaminado a demostrar que el pensamiento del hombre primitivo no debe
haber existido sino en relación con el mundo en que vivía. Y este mundo
debe habérsele manifestado como la acumulación fabulosa de fuerzas
desconocidas y terribles que en medio de su ignorancia no alcanzaba a
comprender, ni era capaz de separar unas de otras en el cuadro de sus
efectos, ni explicar las consecuencias que creaba su atemorizamiento.
Pero los hechos igualmente se sucedían, persistentemente, obligando al
hombre primitivo a buscar las causas y no encontrando para ello más
ayuda que su propio yo. De él sacó estas causas reflejando su propia vida
sobre ese mundo que le rodeaba y animando la naturaleza con estas
narraciones de angustias, alegrías y afanes.
En una palabra, que en la génesis de estas leyendas, como señala van
Gennep, "jamás falta el hecho real"135; y aunque modernamente se tienda a
apelar a tesis como las oníricas para la formación de las creencias, como G. B.
134
Moritz Hoerness y F. Benn, Prehistoria, Barcelona-Buenos Aires, 1925, tomo I,
pág. 45 y sigs.
135
A. van Gennep, La formación de las leyendas, Buenos Aires, 1943, pág. 186 y
sigs.
J. L. Sánchez Trincado, Los cuentos en la escuela, Revista de Pedagogía, Madrid,
febrero de 1934.
Tylor y las documentaciones de Boas, relacionadas con la fuente ritual y de sus
leyendas de los indios de la Columbia británica (deseos que excitan su imaginación
y facilitan las alucinaciones, ayudadas por prolongados ayunos, etc.); a pesar de
ello, para los semicivilizados no hay más realidad que la objetiva; a la subjetiva la
consideran exactamente equivalente a la otra, y la creación de las leyendas tiene en
general sentido utilitario.
Hubo incluso un momento en la historia de su civilización que el hombre
no separó su ser de la naturaleza, sino que fundió ésta a su ser y le dio su
propia alma, el "ánima", creando la etapa animista que estudiamos. Con su
propia concepción del mundo imaginó una voluntad, una vida paralela a la
suya en cada cosa o animal que le rodeaba y las puso a vivir como tales
sacando de esta vida las conclusiones que reclamaban sus necesidades.
Sin duda, entre ellas, de las más urgentes fue la de explicarse el mundo y
los fenómenos que le espantaban. Ésta es la primera preocupación con
valor científico que aparece en el hombre, su primer sentido filosófico.
Tiene que dominar las causas de los fenómenos y con ellos la naturaleza.
Tiene que saber transmitir a las generaciones siguientes esta experiencia
en la forma más simple, concreta y agradable: ahí nace la narración que
crea no sólo la mitología, sino toda la serie de leyendas en las cuales el
universo y sus fuerzas poderosas aparecen corporizadas, animadas,
deificadas, actuando con voluntades semejantes a las necesidades del
hombre primitivo. No es difícil pensar también que ellas tuvieron un origen
como anónimo, colectivo, cuando los primeros hombres, tal vez en sus
ruedos familiares en los remotos fogones de las cacerías, narraban
aventuras del mundo incomprendido y sus hazañas frente a él, como un
sentido de aliciente para los demás, acortando el tiempo, haciendo más
pasajera la rudeza de la vida bárbara y borrando como dice Sánchez
Trincado, los límites de la historia y el cuento, de la narración real y la
fingida, porque sólo así se explica, dice, que de esa llamada fuente
histórica, la tradición oral, surgiesen poemas cosmogónicos tan magníficos,
tan sabios, tan totales1.
Es fundamental anotar que su origen proviene, así, del mundo natural y
que, diversificadas las concepciones de dioses, hadas y personajes
irreales, continúen teniendo en la actualidad de la historia humana un
origen común, en especial en el último milenio, como dice France; que
sean lo mismo las diosas de Homero y las hadas de Perrault que supone
poéticamente, en bella y precisa página, que a través del tiempo, esos
magníficos poemas fueron siendo conservados por nuestras abuelas.
Pueriles, no dejaron de ser encantadores "en los labios de la vieja
hilandera que, azorada, junto al hogar, se los contara a los hijos de sus
hijos. Y cuando las tribus se dispersan —hay que convenir que al parecer
una misma raíz ha unido a la mayor parte de los cuentos tal vez por el
hecho de que las luchas del hombre han tenido un proceso semejante en
todas las partes—, cada grupo imprime nuevos rasgos a la primitiva
concepción. Y si bien los personajes eran los mismos, y las aventuras
también, los narradores agregaban los nuevos datos del ambiente que les
servía de escenario y les había comunicado su experiencia. Y así
sucesivamente. "¿Qué es Mi madre la Oca se pregunta, sino nuestra antepasada,
y la antepasada de nuestras antepasadas, mujeres de corazón sencillo y de brazo
recio, las cuales realizaban su tarea cotidiana con humilde grandeza, y consumidas
por la edad, sin tener —como las cigarras— carne ni sangre, recordaban todavía en
un rincón del hogar, bajo las vigas ahumadas, entre un corro de niños,
interminables narraciones que les hacía imaginar mil cosas? La poesía rústica, la
poesía de los campos, de los bosques y de las fuentes, emanaba fresca y cristalina
de los labios de las viejas desdentadas, como esas aguas cuyos nítidos cristales
manan sin esfuerzo de los manantiales" 136. En cuanto al tiempo de su formulación,
así como la preeminencia de unos géneros sobre otros (y sus razones), preferimos
analizarlo en las divisiones sucesivas que realicemos.
Parecería que antes que ninguna otra forma narrativa fuera la leyenda,
en especial las mitológicas, el resumen del asombro y el temor del hombre
frente al mundo y una explicación necesaria de las cosas. La leyenda, así,
no es sino el pensamiento infantil de la humanidad, en su primera etapa,
reflejando el drama humano ante el drama en el que actuaban astros y
meteoros, fuerzas desencadenadas y ocultas. Al principio se creyó ver en
las leyendas mitológicas, por ejemplo, únicamente un juego poético y
misterioso. Pero estudiosos como Müller se encargaron de demostrar el
carácter naturalista de sus concepciones, luego de comparar las diversas
mitologías del mundo y de demostrar cómo todas ellas parten de
fenómenos derivados de la observación del hombre sobre la naturaleza y
del asombro que éstos causaban en la imaginación de eso niños grandes,
los primitivos. Nace, así, pues, la leyenda de la propensión del espíritu
humano a explicar lo maravilloso, lo que no entiende, ante su asombro por
los hechos naturales que desconoce. Por eso la leyenda en su principio no
es más que la historia de las primeras luchas del hombre, de su ignorancia
y de su ansia por desentrañar ese misterio que le rodea y le aprisiona. En
ese entonces, todo era para él causa de leyenda; los trastornos del cielo y
del mar, el movimiento de los astros, las emigraciones de los pueblos tanto
136
A. France, ob cit., pág. 147.
como la de los animales, las conquistas y los viajes, la menuda vida de
todas las criaturas de la tierra, en una palabra, la traducción viva del mundo
físico que encontró en la voz popular el más sólido acogimiento. Realidad,
experiencia, saber, luchas por defenderse, consejos de unos hombres a
otros para saber enfrentarse a la vida, etc. Todo ello es materia de la
leyenda. Por eso los libros más antiguos de este género como los Vedas,
colección de leyendas arias y el Zend-Avesta, de leyendas persas, son libros que
como la Biblia, las leyendas hebraicas posteriores, traducen una totalidad de
experiencia, de ciencia, de conocimiento, que unos hombres tratan de transmitir a
los otros como lección moral para su futuro, como profecía o como consejos prác-
ticos para una posible felicidad humana. Son, pues, el fondo fundamental de la
cultura de los pueblos; existen en todos ellos, en algunos apenas si en los recuerdos
desarticulados de los viajeros, como en el caso de los pueblos atrasados; en otros,
en una firme tradición oral que no ha encontrado aún el recopilador anónimo o
colectivo como en el caso de los libros anteriores o en Homero, como en el caso del
pueblo griego; y, en otros, en forma rudimentaria pero ya plasmado en un libro que
es como una especie de ley que se asemeja al libro de los demás pueblos, como en
el caso del Popol Vuh de lo mayas, o El Libro de la Muerte, de los egipcios.
Queremos tomar aquí el concepto de "leyenda" en su amplia acepción,
aunque los estudiosos traten de precisar y deslindar nítidamente su campo
de las demás narraciones.
Van Gennep, en ese sentido, dice que mientras el mito "sería, en suma,
una leyenda localizada en regiones y tiempos fuera del alcance humano, y
de personajes divinos", en la leyenda, "el lugar se indica con precisión; los
personajes son individuos determinados, tienen sus actos un fundamento
que parece histórico y son de cualidad heroica"; en tanto que el cuento
"sería una maravillosa y novelesca narración sin localizar el lugar de acción
ni individualizar sus personajes, que respondiese a una concepción "infan-
til" del universo y fuere de una "indiferencia moral" absoluta. Como dice la
Gesta Romanorum: "Erat quidam rex in cujus imperio quidam pauper habitabat..."
O bien: "En un reino de la China vivía un príncipe bello como el día. . ," 137.
Este concepto, así, difiere fundamentalmente de los corrientes, sobre la
leyenda que se leen en las preceptivas comunes, y en las cuales narran
hechos de la invención novelesca del creador; por lo general, está
caracterizada por su final maravilloso; puebla sus discursos con infinidad
de personajes sobrenaturales; y está marcada por un hondo sentido de
fatalidad, de hecho inexorable, que nos traduce bien el carácter estático de
esas primeras sociedades y de las siguientes feudales. Este sentido de
fatalidad es importante en la leyenda porque señala la presencia del
137
Van Gennep, ob. cit., pág. 28.
Destino, aquello contra lo cual no puede lucharse y demuestra irrecusable-
mente el pensamiento del hombre dominado por la fuerza de lo que
desconoce. Dan carácter a estas leyendas las luchas del hombre por
estructurar a sus pueblos, como se ve en los libros citados, todos ellos
densos de la historia de los primeros días de sus pueblos, de su
estructuración, de sus usos y costumbres, de sus relaciones sociales y polí-
ticas, de la vida íntima y descripción familiar, en una palabra: cultura, arte,
oficios, industria, comercio. Todo vive, de alguna manera, en estas
leyendas que creó la masa anónima y que los antiguos narradores, en
algunos países rapsodas, en otras, más tarde, juglares y trovadores, etc.,
iban a repetir, depurar, seleccionar y reducir a sus límites precisos, en lo
más fundamental.
Van Gennep precisa aun más los términos, sosteniendo que debe
entenderse por leyenda, "la narración localizada, individualizada, objeto de fe,
y por mito, la leyenda relacionada con el mundo sobrenatural y que se traduce en
actos por ritos" 138. Y si las leyendas mitológicas cumplieron su fin y alcanzaron tan
grande importancia, las históricas no la tuvieron menos y sirvieron determinadamente ya
a la lucha entre los hombres. Las de la Edad Media, por ejemplo, son las historias de las
disputas dinásticas de las luchas entre los papas y los príncipes y traducen el ansia de los
pueblos por liberarse de las calamidades, las angustias, por convertir su estatismo en
forma activa de vivir.
Todos los países que tienen una participación guerrera en la Edad Media
(Alemania, Italia, Galia, etc.) están llenos de leyendas históricas. En
nuestro idioma, las más antiguas, empiezan con La Gran Conquista de
Ultramar, leyendas de las cruzadas que giran alrededor de la Conquista de
Jerusalén y las hazañas de Godofredo de Bouillon, entre las cuales la del Caballero
del Cisne trata de explicar la complicada genealogía de Godofredo. Se conoce
también la leyenda del Caballero Cifar que es uno de los antecedentes de los
llamados libros de caballería, literatura feudal, de caballero y escudero, de origen
bizantino, que sería uno de los ilustres antecedentes de la más gloriosa epopeya de
la burguesía naciente: el Quijote de la Mancha.
138
Ob. cit., págs. 33 y 34. Es importante consultar esta obra, que estudia ampliamente
todo lo relacionado con las leyendas: sus temas (relativos al mundo natural, a los astros,
cielo, tierra y agua, personajes, animales, mundo sobrenatural, leyenda ritual y
dramatizada, de héroes civilizadores y santos, el ciclo Heracles, Hércules); las históricas
(valor del testimonio y la memoria, valor documental y los relativos a personajes
históricos); las leyendas y la literatura (formación de las epopeyas, introducción en la
literatura de temas populares, Don Juan y Fausto, Combate del padre y el hijo);
formación y transmisión de las leyendas (génesis, agentes de variación y transformación
y leyes de formación de las leyendas).
3. LOS CUENTOS, SU ORIGEN Y EVOLUCIÓN
142
Godart, ob. cit., pág. 469.
143
Ob. cit., pág. 470.
al que ha de ingresar cuando crezca, que al llegar esa hora, se encuentra el niño ya
convertido en hombre, frente a una realidad que no puede comprender", etcétera 144.
¿Quiénes tienen razón? ¿Cuánto hay de cierto o de falaz en cada uno
de estos criterios, que podríamos llamar de los veristas y de los
imaginistas? ¿Cuánto de cierto llevan las afirmaciones de quienes
descubren que, mediante lo maravilloso, se tiende a desarrollar el
sentimiento religioso, porque el niño habiendo "cesado de creer en las
varitas mágicas, conserva la costumbre de "mirar para arriba", por cuya
razón, el racionalismo repudió tan intransigentemente el cuento de
hadas"145. ¿Pueden los cuentos de hadas crear condiciones contrarias a los preceptos
científicos y gravitar, en tal sentido, en el niño? Éstas y muchas otras preguntas surgen
entre los polemistas. Para contestarlas y aclarar este tan fundamental asunto con el que
los Kindergarten inician esta materia, es menester que analicemos antes, en toda su
extensión, esta clase de cuento, cuya importancia, por momentos, parece resumir el
cuento en general.
II. SU origen
150
Ob. cit., pág. 657.
destinos, sino que trasformaron su carácter según las vicisitudes de la
historia", como vimos con anterioridad 151.
Ahora bien; ¿basta esta evocación poética para determinar el origen de
estos héroes que Perrault habría de llevarlos a la cúspide de su
importancia? Los mitólogos no creen que baste, y con los mitólogos, todos
los racionalistas que buscan una explicación objetiva y total de todas las
cosas. Si se hubiera podido preguntar a los pequeños inocentes que
forman la legión de estos cuentos —opina Barine—•, quizás ellos hubieran
podido responder "que venían de sus aldeas y que habían hecho como
Caperucita, que se fue por el camino más largo, jugando y cogiendo
avellanas, corriendo tras mariposas y haciendo manojos con las pequeñas
flores que encontraba. Pero no contestaron nada. Viendo que ellos se
obstinaban en callar, los mitólogos hablaron por ellos, y hubo entonces una
gran confusión. Grimm, M. André Lefévre y muchos ingleses, optaban por
la patria aria: Beufly y Monsieur Sosquín, por la patria india; Monsieur
Hycinthe Husson, por una patria mixta; Monsieur Andrew Lang, en Santo
Tomás de la mitología popular, resumía el debate diciendo que no sabía
nada..." ¿Pararon aquí los interrogantes de quienes querían extraer la
simbología de sus representados? No, nos responde el propio Barine, y
esta vez los viajeros contestaron demasiado. El lobo declaró a M. Hycinthe
Husson que en los tiempos pasados, era "el sol devorador y se ocupaba en
comer la aurora peinada con los rojos resplandores naturales". Añadió que
la abuela era una vieja aurora. Puff, la pequeña perra de La bella durmiente
del bosque, dijo a M. André Lefévre, que no era otra que Sarama, la perra del Rig-
Veda que busca la aurora. Pulgarcito contó a M. Gastón Paris, que él había sido
postillón de la Osa Mayor 8, donde su lugar está todavía marcado por una muy pequeña
estrella. El asno de Piel de asno reveló a M. Hycinthe Husson, que él era "la húmeda
bruma detrás de la cual la aurora se esconde, escapando así de la persecución del
sol." Hasta la sandalia de La Cenicienta quiso darse importancia, y le sopló una
palabra sánscrita a Monsieur de Gubernatis, de la cual éste se sirvió para fabricar
una grandiosa genealogía" 152. Pero no había de parar aquí el ansia de los desentrañados
de un significado lógico o caprichoso, ciertamente lo último, de estos seres
inverosímiles. Y es Max Müller, casi contemporáneo, quien ha afirmado que "los
cuentos son las derivaciones modernas de la mitología, y para estudiarlos científi-
camente, lo primero que se ha de hacer, es referir cada cuento moderno a la antigua
leyenda que lo engendró, y cada leyenda, al mito de donde proviene" 153.
Sea cual fuere su origen, provengan del mundo que provengan, lo cierto
es que ellas ganaron la voluntad de los más grandes escritores y formaron
151
Ob. cit. pág. 658.
152
Ob. cit., pág. 663.
153
E. Montegut, ob. cit., pág. 660.
en la legión de sus personajes. "Si queréis conocer los hechos y gestos de
las hadas —aclara justamente Montegut—, debéis buscarlas en Ariosto,
Spenser y Shakespeare, sobre todo en este último, que es quien mejor las
ha conocido, las ha visto más de cerca..." s. Tanta importancia adquirieron en la
trasformación de la estructura humana. Cuando fueron revividas o creadas como
criaturas, ciertamente, para sus creadores, no trataron de traducir más de lo que son, pero
eso sí, en su total dimensión. De ahí, precisamente, su gran vivencia y eternidad.
154
Ch. Bühler, El desarrollo espiritual del niño, Madrid, 1934, pág. 324.
155
R. Cousinet, ob. cit.
156
R. Cousinet, ob. cit.
todo eso de los Reyes Magos eran cuentos de los padres para engañar a los niños, eran
todos cuentos". Las hermanas menores del niño no le creyeron; no obstante, hicieron un
"modesto" pedido. ¿Presentimiento? Al final el niño, desencantado y ya en posesión de
la verdad, escribió su carta y la dejó en los zapatos, al igual que sus hermanas. Crea o no
crea el niño en ello, lo cierto es que la presencia de lo maravilloso es un elemento
presente de capital importancia en los cuentos de hadas y le dan su carácter fundamental.
Otro de sus rasgos son los personajes que intervienen por lo general muy
pocos y presentando gran unidad, interviniendo a veces niños, no muy
corrientemente, y muy a menudo jóvenes en edad de poder casarse. Su origen, los
caracteres que los distinguen y el modo en que actúan, son siempre en extremo
exagerados. En cuanto a lo primero, o proceden de una cabaña muy pobre o de un
fastuoso palacio encantado. En cuanto a lo segundo, o son excesivamente buenos o
medrosos, o bellos, o trágicamente feos o perversos y cobardes, o valientes y
nobles; o son enanitos o gigantes, o brujas o princesas, o reyes disfrazados de
mendigos, o mendigos convertidos en reyes y caballeros. Entre las figuras
accesorias o secundarias, están los padres, la madrastra, la abuela, las cortes de los
reyes y los trabajadores, que en algunos cuentos entran como un eco lejano de la
sociedad que sufre y que trabaja. A menudo, también son personajes los animales
que han sido dotados de ánima o los objetos en el mismo sentido: escobas, pajas,
varitas, espejos, lámparas, etc. Lo fundamental en sus personajes —dice Bühler 1—
es "que están tomados como tipos y por lo general no tienen más que una cualidad
sobresaliente llevada al máximo". Sus cualidades físicas o morales son netas en cada
personaje, como dijimos al principio: personifican orgullo, modestia, valor, cobardía,
fealdad, belleza, bondad, maldad. Ni los defectos tal como las virtudes, son
despectivamente considerados, sino muy por el contrario. Estos caracteres de los
personajes se destacan en la trama de sus acciones y destinos, en donde por lo general
triunfa la bondad sobre la maldad, el valeroso sobre el cobarde, lo bello sobre lo feo, es
castigado el vicio y exaltada la virtud. La manera como son presentadas las
características de los defectos de los personajes ha sido otra de las obje ciones que se han
hecho a estos cuentos, alegando que los niños, a menudo, prefieren ser los personajes
malos de ellos. Aquí no estamos contestando nada, sino analizando la estructura de los
cuentos de hadas. Por eso, remitimos al lector a las juiciosas observaciones de Ortega y
Gasset, con que ratificaremos nuestro concepto al respecto 157.
Otro elemento a considerar, es el medio, el ambiente en que se desarrolla la
acción de estos cuentos. Es un lugar que nunca está muy perfecta y largamente
detallado, salvo algunas excepciones, sino esbozado en pocas palabras, dejando
entrever ese país de maravillas muy fuera de todo tiempo y espacio. Ésa es una de
las características que trata de traducir ese término de tan lejana reminiscencia con
que se suelen empezar los cuentos: "En un lugar...", refiriéndose a la geografía, y:
"Había una vez. ..", localizando el tiempo. A través de estos dos elementos se suele
157
Véase en el capítulo I, el apartado núm. 3.
percibir el bosque sombrío y misterioso, los palacios encantados de los príncipes o
las cabañas solitarias y extraviadas. Esa observación no es siempre —anota el
psicólogo alemán— absolutamente exacta, aunque en general los cuentistas de
hadas traten de dar a través de ese ambiente, el paisaje de irrealidad que pretenden.
En Perrault, con quien hemos de defender el realismo en los cuentos de hadas, las
descripciones minuciosas y veraces suelen existir más de la cuenta, como sucede en
su famosa narración Piel de asno. Barine, es quien destaca esto, que llama "esbozos
naturalistas, que no dejan nada que desear para la veracidad y la precisión del
rasgo", como es "la gran granja de macizo edificio, con innumerables dependencias,
en donde la princesa encuentra un asilo cuando huye de su padre" 158. Como este
detalle, muchos otros que alegran el cortijo, que es el ambiente de este cuento, y que
traducen exactamente "la impresión de gustoso bienestar que ofrecían ciertas
explotaciones agrícolas del viejo tiempo anterior a la revolución" 159.
Otra de las cosas que se han estudiado como elemento importante de
los cuentos de hadas, son los sucesos que ocurren en ellos, y como por lo
general, se trata de viejas leyendas, del folklore de los pueblos de los primeros
tiempos —cosa que comentaremos más adelante—, nos importa afirmar que, sean
cuales fueren esos sucesos, ellos siempre tratan de excitar la imaginación y poner
en tensión, que excede los límites de los de la vida diaria, ciertas cuerdas de la
motilidad infantil; que se parecen a veces a un sueño, y que tienen cualidades
adecuadas para despertar y mantener sujeta la imaginación oscilante y anhelosa de
hallar asuntos a que se acoge la desocupada facultad de pensar y es piedra de toque
de la acción —dice exactamente Bühler 160. En cuanto a la motivación de las
acciones, suele ser muy sencilla, para algunos un tanto caprichosa, para otros
absolutamente lógica y ceñida. Lo que es evidente, es que a menudo se resuelve de
manera brusca, como de golpe; sus premios y castigos son inmediatos y accesibles
a cualquier mentalidad.
Y todavía, en cuanto a la técnica de exponer los cuentos, éstos presentan, más
que una unidad orgánica indesunible en ninguna de sus partes, una sucesión de
actos aislados, casi independientes unos de los otros, que se van ensartando y que
mantienen la atención del oyente por medios muy simples y directos de estilo: ya
anteponiendo profecías, órdenes o prohibiciones, por ejemplo, antes de ocurrir el
suceso, como un adelanto a lo que va a pasar; o repitiendo estribillos en forma
diferente, o dejando en un párrafo final el interrogante natural del hecho que
sucederá para unir al cuadro siguiente, interrogante que es el emulativo que lo lleva
al niño a .proseguir en su conocimiento.
Aparte de todos estos caracteres, no nos encontramos en los cuentos
infantiles de esa clase, con el esfuerzo para vencer las dificultades. Los
158
A. Barine, ob. cit., pág. 669.
159
- Ob. cit., pág. 670.
160
Bühler, ob cit., pág. 327.
personajes triunfan sin desesperarse, sin vacilar —anota Cousinet—. Esto
todo se cumple tan sencilla y fácilmente, tan maravillosamente "como en un
sueño en el que las diversas percepciones se suceden y se funden como
las olas del mar, cuando bajo nuestras pupilas cerradas, una calabaza se
convierte en una carroza, sin que siquiera haya necesidad de una varita
mágica. La expresión de un deseo es suficiente para que Riquet se torne
bello y la princesa espiritual, y el que un príncipe encantado roza la mano
de la Bella, restituye la vida a todo un pueblo dormido" 1. A eso hay que agregar
una segunda observación: que todos estos relatos suponen, por lo general, un triunfo, un
éxito, éxito que se logra de igual manera. Hércules entra en el palacio de los dioses,
Ulises vuelve a encontrar a su patria y a su mujer, Cenicienta se casa con el príncipe, etc.
En una palabra, que estos relatos llevan implicados, además, la seguridad de un triunfo
logrado sin dificultad.
Creemos que aun en la literatura fantástica actual en donde la vieja hada
ha sido sustituida por otros emulativos de sus mismos perfiles, se puede
anotar la presencia de estos mismos elementos. Lo maravilloso está
presente en muchas historietas: o bien traducido si no en varitas mágicas,
en fuerzas hipnóticas (Mandrake, Fu Man Chu, El Mago Zarata, etc.); o en
el poder de la fuerza humana superada en el hombre mismo (El
Superhombre, Lotario, Tarzán); o en el poder de los elementos reales de
las ciencias en todas sus manifestaciones (de la vitaminas: Espinaca; de la
aviación: El Murciélago; del trasformismo estético: Frankenstein; etc.). Los
personajes que intervienen siguen presentando las mismas características
que los anteriores, incluso revelados ya por sus propios nombres: Capitán
Maravillas, Sargento Noble, Llanero Solitario, Detective Perfecto, etc. En
cuanto al número, siguen siendo pocos y teniendo gran unidad de acción;
en cuanto al origen, de la misma manera que los anteriores. Los animales
continúan interviniendo en muchos cuentos: grandes monos, osos, gi-
gantescos cóndores, caballos amaestrados, asnos, loros, siguen existiendo
también los personajes-sujetos: alimentos, ganzúas milagrosas, espejos, y
en casos muy perfeccionados, incluso el hombre de hierro, como en la
historia de Red Romer. El medio en que se desarrollan, tampoco sigue
siendo muy claro: los sucesos que forman sus argumentos siguen siendo,
siempre en algún aspecto, el fondo de la experiencia humana que vive el
hombre actual y que no es de otra sustancia que de la misma que dio lugar
a los mitos y leyendas antiguas. Y, finalmente, las motivaciones de los
sucesos, tanto como de la técnica expositiva, siguen presentando las
mismas características que en los viejos cuentos que hemos analizado.
161
M. Pellison, Charles Perrault..., ob. cit., pág. 364.
162
E. Montegut, ob. cit., pág. 665.
entre los elementos de ese saber humano que se decanta para el futuro
como experiencia viva; forman lo que Antonio Machado llama el barro santo
(folklore), que sirve para que amasemos con él nuestra creación posterior, sana y
poderosa, la auténtica que volverá de nuevo recreada por el pueblo.
Pero para tener una idea exacta de lo que decimos y poder estimar, en
todo su valor, estas pequeñas obras maestras de Perrault, necesitamos
estudiar más detenidamente sus personajes. A través de ellos, la moral
que en otros como en el frío Telémaco resulta fastidiosa, poco pesa, no es
inoportuna y hasta, en su papel de fiscalizadora "en gran parte del tiempo,
163
Ob. cit., pág. 661
164
Ibid.
165
Ibid.
166
A. Barine, ob. cit., pág. 664.
brilla por su ausencia"167. Propiamente hablando, los personajes de Perrault "no
saben exactamente qué es la moralidad y la inmoralidad. Ellos sí saben qué cosas son las
que se llaman fineza, bondad, malignidad, prudencia, curiosidad..." Es decir, que en
ellos sucede como en toda verdadera obra de arte, por cuya razón Perrault, en estos
cuentos para niños, alcanza la misma libertad de espíritu que un Shakespeare o un
Cervantes 168.
Los héroes que animan sus cuentos no son más que una síntesis de
esas oleadas precipitadas de héroes de los cuentos populares, a que alude
Barine, que vienen de todos los puntos cardinales y muchos de los cuales
"han realizado las cosas más extraordinarias, más difíciles, más propias
para golpear en la imaginación que uno de los héroes de Perrault". Sin
embargo, no son célebres porque Perrault los ha desdeñado o
simplemente ignorado. Pero hay más: Perrault ha hecho posar a los
modelos de su alrededor.
"Ha hecho posar a sus amigos, sus vecinos, al grueso financiero, los
campesinos que ha encontrado en el campo, los principillos que ha
apercibido en sus visitas a Versailles..." 169Por eso casi todos sus personajes
siguen existiendo en la actualidad. ¿Qué es Barba Azul sino "uno de esos nuevos ricos
que florecieron ya bajo Luis XIV, pero cuya raza ha crecido y se ha multiplicado
prodigiosamente en nuestro siglo?
La presencia de la experiencia popular, así, se nota en todos los
momentos de sus cuentos, los que no cierran nunca la posibilidad de que
sea la versión popular incluso la que le dé solución al drama, como en el
caso del propio Barba Azul. Es el pueblo también el que le da el final al
drama de la Cenicienta, personaje escarnecido de todos los días, la humilde
maltratada de siempre. El gato con botas no es más que el criado picaro e ingenioso
que venía de la comedia italiana, sin sentido de las nociones sobre lo tuyo y lo mío,
lo justo y lo injusto y los demás conceptos morales. Pulgarcito no es otro que una
"de esos advenedizos que asaltaron las plazas bajo el reinado de Luis XIV" y ha
nacido, agrega el autor francés, "en la época en que nuestro mundo era muy duro
con los seres deformes de cuerpo y espíritu (Pulgarcito era enano, enfermizo, etc.),
y a menudo eran quemados y muertos por brujos. Pulgarcito, venciendo al Ogro, no
es un final solamente para producir el placer en las masas, como en los niños ese
placer de que gigantes muy tontos son vencidos por enanos astutos; no, sino que es
la proyección de un símbolo que en el fin del siglo en que vive Perrault ya
empezaba a adquirir un sentido profético: la necesidad de fortificar en el débil, en el
desvalido, las virtudes que le hicieran capaz para vencer al poderoso avasallador.
Tampoco es porque sí que este Ogro de Pulgarcito es de raza noble, y que el pueblo
167
E. Montegut, ob. cit., pág. 662.
168
Ob. cit., pág. 663.
169
A. Barine, ob. cit., pág. 664.
lo hizo descender de antiguos conquistadores, "de caníbales que comían a los
prisioneros", como tampoco es casual la clase de muerte que el propio pueblo le
reservó en su leyenda.
Y si está presente el realismo en la trama y desenlace del cuento, tanto
como los personajes mismos, respetando el sentido profético del pueblo, no
lo está menos en las descripciones que hace en este propio cuento, como
la de la casa del Ogro en la que, "cualquiera que haya penetrado en las
viejas chozas del centro de Francia, con sus pequeñas ventanas oscuras
donde la luz de las puertas expira a pocos pasos del umbral, en donde los
muebles encerados brillan en la sombra y los propios muros han recibido la
pátina armonisa del tiempo", ése reconocería la casa del Ogro170. Y todavía,
en el más fabuloso de sus cuentos, Piel de Asno, ya dijimos al principio de este
estudio, cuánto tenía de realista, qué poca necesidad tenía de inventar sus descrip-
ciones y cómo Piel de Asno, la eterna fregona, es el fin ordinario de todas las farsas
y burlas de la canalla. Con estos personajes, por otra parte, Perrault introdujo en la
literatura la gente humilde, los leñadores, los molineros, los sirvientes. "Las
pequeñas gentes contaban entonces muy poco en la literatura, dice Barine, y es una
de las grandes novedades de Perrault el haber introducido los zuecos en las salas, al
abrigo del manto de brocato de las hadas" 171, por lo cual su obra realista está llena de
un poderoso soplo de humanidad y traduce verdaderas epopeyas populares.
172
M. Pellison, H. C. Andersen, ob. cit., pág. 317.
173
Ob. cit., pág. 315.
174
Ob. cit., pág. 317.
reavivar mundos muertos; en él, lo maravilloso es su propia alma y su
mundo entero, su mundo vivo, producto de su propia vida. "Desde su
infancia lo maravilloso ha sido como una atmósfera natural; a despecho de
sus estudios y de sus maestros, él ha permanecido incapaz de separar la
leyenda de la historia y la fantasía de la realidad" 175. Y eso que se nota en sus
cuentos es lo que da realce a su maravilla, es lo que la legaliza y que hace que los niños
lo prefieran como guía en ese extraño cuán difícil viaje al País de las Maravillas, y eso
también es lo que hace que haya adquirido, como se dice, "una óptica infantil para
describir" y se haya convertido en el más grande de los animistas: "juegos, plantas,
flores, bestias, utensilios, muebles, juguetes, Andersen los siente iguales, con una
personalidad, como un alma actuante" 176:
Andersen tampoco sobrepuso a su creación el problema moral, directo,
esa instrucción o moraleja. Le preocupó que sus cuentos fueran poéticos,
antes que nada, porque él era un poeta. Que no se parecieran a los que
florecieron en Alemania en el siglo xvin, con Campe y Rochow, en Francia,
con las señoras Leprince de Beamont, y Genlis, en Dinamarca, con
Malbech, en Inglaterra, con numerosos escritores, etc., y ello a pesar de
que dijera, como escribía a Ingelmann, que cuando contaba sus historias a
los niños no se olvidaba de que les debía dar alguna cosa en qué pensar x.
Y si esa moral a que nos referimos, y que a veces se pretende en sus cuentos, no aparece,
es cierto que ellos nos hacen pensar. Son la experiencia humana una vez más, un siglo
más adelante, decantada en tono y expresión, sin que haya perdido lo conmovedor y
edificante que tienen las cosas del pueblo siempre. Por eso Andersen, el menos realista
de todos, es un poeta por excelencia de la infancia, aunque sea él mismo quien haya
protestado porque se le considerara solamente de la infancia cuando al final de su vida, y
al enseñarle los proyectos de monumentos que se pensaba erigirle, en todos ellos
apareciera siempre su imagen rodeada de niños: "Es una trivialidad —protesta— el no
ver en mí más que el poeta de la infancia. Mi pensamiento fue el de ser poeta de todas
las edades"2, reacción muy lógica pero que no alcanza para desmerecer la trascendencia
de su verdadera actitud: poeta de los niños.
184
Bühler, ob. cit., pág. 330.
Ob. cit., pág. 341.
tos de hadas? Sí. Pero los cuentos que surjan de la vida contemporánea;
de los cuentos de hadas que el mismo niño cree..." 185. El autor aludido estudia
por su cuenta este material analizando los argumentos en su contra o en su favor que
son, en general, lo que hemos desarrollado en nuestro examen, y a pesar de sostener que
la mayor parte de tales cuentos sólo pueden obrar negativamente sobre la mente del niño
y muy a menudo resultan responsables del desarrollo de estados anormales de la fantasía
—lo que vimos no sucede—, no desconoce al mismo tiempo "su gran importancia para
el desarrollo de la imaginación, su adaptación al cerebro infantil y su capacidad para
producir en el lector u oyente un estdo de alto abandono emocional. De suerte, finaliza,
que, sin rechazar terminantemente los cuentos de hadas, deberíamos darles un nuevo
contenido; deberíamos imprimirles en todo lo posible, un carácter realístico y enlazarlos
íntimamente con el mundo contemporáneo. Deberían contener menos prodigios" y mara-
villas y más suma de fantasía tomada del mundo circundante. ¿No encierra el mundo de
la realidad temas suficientes para cautivar y retener la imaginación de los niños?" 186 Pero
este criterio en la realidad —-1952, época de nuestras reales comprobaciones, en la
Unión Soviética— ha sido más general y explícito, en especial en el teatro (títeres y
representaciones). El teatro para la primera edad infantil utiliza el elemento fantástico
abundantemente: las palabras exorcísticas, que obran milagros; aguas sobrenaturales a
cuyo influjo crecen o desaparecen las cosas; animales que hablan y se comportan como
personas, etc. 187 Creemos que a través de nuestro estudio, demostramos el gran realismo
de la mayor parte de los cuentos de hadas. Si lo que se quiere es verismo, ellos ya no
serán "de hadas". Demostramos también que su substancia es materia folklórica y está
tomada del mundo circundante. Lo único que compartimos como necesidad es la de
ajustados con las realidades y experiencias de nuestras épocas, sin que por ello pierdan
ni su carácter maravilloso ni su entonación poética.
10? — Y si tenemos, finalmente, en cuenta que estos relatos de
maravillas sobre ese realismo de innegable trascendencia, que van a servir
al niño solamente para su faz representativa y que luego en la "edad del
Robinson" volvemos nuevamente al realismo ya menos filtrado, más direc-
to, en donde "el máximo ejercicio del pensamiento crítico y de la voluntad
amplia y orientada a un fin consciente", serán quienes guíen su camino
siguiente, no habrá peligro en que ellos nutran ese período de su vida. Que
es incluso delito el privarles de tal clase de literatura que supone una
mutilación a su maravillosa capacidad mítica, como anotáramos en su
capítulo respectivo. Esto no quiere decir, de ningún modo, que nos
opongamos a la estructuración de un nuevo cuento infantil que tenga por
base la fantasía de la era contemporánea, pero no porque tengamos temor
de que los viejos mitos traicionen la identidad humana del niño en su
devenir, ni creen los fantasmas de su confusión. Sino porque nuevos
185
A. Pinkevich, La nueva educación en la Rusia Soviética, Madrid, 1927, pág. 106.
186
Ob. cit., pág. 106 y sigs.
187
A este respecto, consultar nuestro libro Mi viaje a la U.R.S.S., Montevideo, 1952.
tiempos ofrecen necesidades distintas y exigen alimento diverso, aunque
los elementos que provoca puedan resultar los eternos, que por tales, son
los primordiales. Pero rechazamos toda mezcla en cuanto a esta materia,
en donde, a base de un falso realismo o de un frío intelectualismo, mitad
científico y mitad irreal, animando con una grosería que está muy lejos del gusto
depurado del niño, se trate de suplir toda la literatura, que, además de transmitir
conocimientos perdurables, se esfuerza por establecer el perfecto equilibrio entre la
realidad y el sueño, entre la verdad y la fantasía que vive el niño. Rechazamos esa
mezcla y exigimos un cuento infantil que antes que nada, sea verdaderamente un
cuento.
188
C. T. Gamba, La canción de las cigarras, Anales de Instrucción Primaria,
Montevideo, enero-junio de 1932, pág. 182.
animalista en el que predominan personajes tan importantes como Don
Juan el Zorro, capaces de caracterizar toda la época de nuestra picaresca.
I. La fábula en la enseñanza,
un análisis de rousseau
189
J. J. Rousseau, Emilio, Barcelona, tomo I, pág. 139.
¿Quién era el que estaba "ufano y contento"? —pregunta Rousseau, que
continúa la crítica—. ¿El árbol o el cuervo?
¿Cómo ha de entender el niño esta inversión? Es poética, me dirán; fija la
atención en el cuervo que es el sujeto que debe resaltar. Todas las
razones son para mí, no para el niño que sólo debe vivir frases sencillas y
construcciones fáciles y naturales. ¿Qué quiere decir "señor Cuervo"? ¿De
quién es señor un cuervo? Este epíteto se le da por burla. Cuando oiga
llamar señor a uno ¿no se figurará que es el cuervo que se apoderó del
queso? Rara vez se equivocará; pero ésas no son las lecciones que
queréis que tomen vuestros alumnos. ¿Cómo puede un cuervo tener un
queso en el pico sin que se caiga? ¿Comen queso los cuervos? ¿son ésas
las lecciones de historia natural que dáis a vuestros hijos? No salgáis
nunca de la verdad.
¡Qué olor da este queso que desde la rama del árbol penetra hasta la
madriguera del zorro! ¿A éste le gusta el queso? Poco estrago harían en
los corrales, si no frecuentaran más que las lecherías. "¡Muy maestro!"
¿Qué es lo que el zorro enseña? Bien sé que es maestro y doctor en tretas
y que no puede aplicarse epíteto con más facilidad; pero esto lo sé yo, y no
lo sabe el niño. Es preciso que le digáis cuál es la índole natural del zorro,
y cuál la que le atribuyen los fabulistas convencionalmente. ¿Y queréis que
os entienda? Menester fuera para ello una poética del apólogo.
¿Con que hablan los zorros? ¿Y su habla la entienden los cuervos? ¿Qué
has de responder, discreto preceptor, a esta pregunta tan natural del niño?
"A poco más o menos" es un ripio que ni para el niño ni para mí tienen
disculpa.
"¡Mi dueño!" ¿Qué quiere decir dueño? El que tiene esclavos. ¿Con que el
zorro es esclavo del cuervo?
Vaya, que estáis donoso, mono, lindo
en extremo.
¡Con qué arte gradúa el maulero los elogios! Arte perdido para el niño;
"Mono" precedido del verbo "estar", siempre es un elogio; cuando le
antecede "ser" suele ser un improperio. Para Emilio "estar mono", cuando
sea mayor, siempre lo tendrá a mengua: niño, no lo entenderá.
¿Qué son "lisonjas"? ¿Hay quien "las gasta"? ¿Quién "dice lo que no
siente"? ¡Pobre niño, cuántas lecciones de vicio hay que darte, y ninguna
necesitabas! La profesión de veracidad del astuto zorro, es nuevo lazo
tendido al imprudente y vanidoso cuervo; ¿pero tú, cómo has de apreciar
sus artes, o más bien la habilidad del poeta?
190
Ob. cit., págs. de 140 a 143. 170
peligro para el conocer infantil. Hemos visto libros de lectura que
recomiendan a los niños "no amar al puma", porque el puma es un animal
sanguinario cuando en verdad habría que saber si no son determinadas
condiciones que crean al puma este carácter y una imperiosa necesidad
biológica que le estimula a tal voracidad. Pero un caso típico de este
pseudo cientificismo de las fábulas, es el de La cigarra y la hormiga, de
Samaniego (1745-1801), que Fabre —gran corrector de los poetas muy
imaginativos— ha enmendado con mucho acierto. El asunto de esta fábula aludido
es muy antiguo. Samaniego lo tomó de La Fontaine que vivió en el siglo XVII
(1621-1695), y el escritor francés a su vez lo tomó de Esopo (620-560 a. de C.), que no
se sabe si lo tomó de algún otro, pero que en todo caso ni conociendo historia natural, ni
teniendo vocación por este género de investigación, "miró en torno, consultó la
naturaleza, y esto, en medio de los rayos ardorosos del verano le contestó desde los
olivares, en el canto de una cigarra; y, desde entonces, la cigarra cargó con la tradición
de haragana e inútil, y de bullanguera y perezosa; la poesía se adueñó de la leyenda, y
con cigarra o sin ella entre sus frondas, todos los países dispusieron del símbolo
"Síntesis: durante veinte siglos la humanidad ha vivido celebrando la muerte de la inútil
cantora. Pero un buen día aparece el naturalista Fabre 191, amoroso de estas pequeñas
criaturas, quien observa y observa. Cuando el calor sofoca y los animales se arrastran
ansiosos por saciar su sed, la cigarra se ríe de la sequía. Con su taladro barrena las
cortezas y mientras succiona las cortezas y se alimenta, canta. Pero no para aquí su
rehabilitación. "Vigilémosla algún tiempo, dice. Asistiremos tal vez a miserias inespe -
radas. En efecto, numerosos sedientos rondan por allí; descubren el pozo, traicionado
por un goteo que se nota en el brocal y acuden al principio con cierta reserva, limi -
tándose a lamer el licor extravasado. Alrededor de la meliflua picadura, veo que se
apresuran avispas, moscas y, sobre todo, hormigas..." 3 Sí, señor, hormigas, en cuya
"partida de bandidos", como llama Fabre a estos piratas, que se deslizan por debajo del
vientre de la cigarra, que, bondadosa se levanta sobre sus patas y deja paso libre a los
inoportunos", las hormigas son las más obstinadas de todas. "He visto, agrega, a algunas
mordiendo a las cigarras en las patas; he sorprendido a otras tirándole las puntas del ala;
subiéndosele a la espalda y haciéndole cosquillas en la antena. Una más audaz se
permitió, en presencia mía, tomarle el chupador y esforzarse por sacárselo. Y de esta
manera, el gigante atormentado por aquellos enanos y agotada la paciencia, acaba por
abandonar el pozo. Huye lanzando a los salteadores un chorro de orina..." el máximo
insulto de desprecio a los salteadores 4.
Y después de veinte siglos, es cuando la cantora, musical y trabajadora
cigarra, ocupa de nuevo, en la ética animalista, el lugar decente que le
corresponde. De donde el conocimiento empírico revelado por la somera
191
J. H. Fabre, conocido científico provenzal, ha publicado una serie de tomos con sus
Souvenirs entomólogiques, que Felipe Villaverde, extractó y tradujo en cinco
volúmenes de alto interés La vida de los insectos, Costumbres de los insectos,
Maravillas de los insectos, Los auxiliares y Los destructores, publicados en Madrid,
1920.
observación no alcanza para construir el verdadero conocimiento que ha
de tener un innegable fondo ético. Y en consecuencia, el arte será
fundamental, "la pequeña partícula de verdad que mejor ha de guiarnos",
como expresa Dubufe 192.
Y como el ejemplo de esta fábula, que es el más clásico aclarado por
Fabre, numerosas otras nos muestran cómo la ligereza científica creó, en
muchos casos, tremendo errores en cuanto a los caracteres de los
animales, sus virtudes o sus defectos, peligros éstos que deben poner en
guardia al maestro en la elección de este material que sirve al niño desde
la más tierna edad.
196
Ob. cit., de las págs. 38 a 41.
197
J. Zavala Múñiz, Crónica de la reja, Montevideo, 1930. página 194 y sigs.
que cuando se quiera hacer, ya sea tarde por haber desaparecido las fuentes
humanas auténticas.
o tal vez el sentido del éxito seguro y ese vencer con esfuerzos poco
valorables que percibe en las aventuras de Mickey, el héroe del
robinsonismo disneiano (Mickey en la Isla del Tesoro, Mickey en el Castillo
Malandrín, Mickey y los Siete Fantasmas, etc.), pueden desvalorizar el sentido en
sí del animal, moviéndose tan lógicamente en su medio. Pero Disney no hace más
que traducir inconscientemente su propia sociedad, la angustia del pueblo de su
tiempo presionado por los fantasmas tan conocidos y las esperanzas que se crean,
hasta estos diminutos personajes para vivir y vencer tales fantasmas, y esto dicho
con el menor gasto de intención de hacer filosofía con este mundo que, si tiene algo
de maravilloso, precisamente, es la infantilidad de que rebosan sus escenas. A
veces, cuando es su intento alcanzar algo de esto, el trabajo solidario, edificante y
alegre es el que une a los que lo realizan, un trabajo que si se advierte que suele no
ser muy angustioso ni servir nunca, crea, por otra parte, un sentido de saludable
constructividad. En su mundo, los animales siempre tienen un sentido y una
función clara y honrada. Mientras un cerdito trabaja, los otros se divierten; cada
animalillo en la sinfonía Blanca Nieves actúa en su menester muy concretamente; el
grillito de Pinocho le dice al muñeco:
No olvida tampoco, gran estudioso de los niños en sus relaciones con los
animales, las dimensiones que usa la psicología infantil de que abundan
sus escenas. No es porque sí que los cerditos canten sobre el lodo para
ahuyentar el peligro. Ni porque sí que el compañero del inmenso Dumbo
sea el diminuto ratoncito. Disney mueve su gran familia sin animosidad de
complicaciones, simple y sencillamente, como un titiritero que hubiera
alcanzado a descifrar el secreto del hombre para fines ulteriores. Por eso, a
través de sus creaciones, a través de esas personas que traducen sus géneros
en una vasta escala de sentimientos resumidos impecablemente para nuestra
devoción, sus figuras: Mickey, Donald, Pluto, Dumbo, etc., han adquirido un nuevo
sentido en la imaginación del niño, muy distinto a los que le había proporcionado
toda la fábula anterior.
199
G. Weulersee, Jules Verne éducateur, Revue Védagogique, junio de 1905, pág.
548.
200
Bühler, ob. cit.. pág. 324.
Ibid.
como auditor es distinta frente a un cuerpo de hadas que a un cuento de aventuras;
mientras en el primero predomina un arte de representación, en el segundo ya ha perdido
esa posición en vista de la necesidad de una actitud realista.
Estos relatos de aventuras que forman parte del segundo gran caudal de
material de lectura en que Cousinet divide las preferencias infantiles,
siguiendo la trayectoria evolutiva de su percepción, comprenden, o ya
relatos de viajes (Vambery, Cabot, Charcot, etc.) o ya de viajes
extraordinarios (Verne, Wells) o bien ficciones novelescas diversas (Scott,
Salgari, etc.). Pero en todos ellos, aparte del elemento real que interviene y
por lo cual, como vimos, se distinguen en primer término de los cuentos
fantásticos, "los obstáculos opuestos a la marcha del héroe no son más
que obstáculos naturales de los cuales triunfan ya por su inteligencia, ya
por los recursos de invenciones científicas" 2, aunque en el fondo también ellos
expongan, intencionadamente, los éxitos, los triunfos de un héroe y casi nada más que
esto. El propio Cousinet, un tanto radicalmente, afirma que esos relatos no son más "que
la exposición de los medios por los cuales el héroe ha triunfado a despecho de todas las
dificultades. Savage Landorf vuelve del Tibet y Vambery de Persia. Ellos mismos son
viajes extraordinarios: son relatos de aventuras, pero de aventuras felices. El profesor y
su criado consiguen entrar y salir exitosamente en el Nautilus (J. Verne, Veinte mil
leguas de viaje submarino); los hijos del Capitán Grant encuentran a su padre (J.
Verne, Los hijos del Capitán Grant); Matías Sandorf completa hasta el final la obra
de su venganza (J. Verne, Matías Sandorf)-, Ferguson vuelve a Inglaterra en la
fecha fijada (J. Verne, La vuelta al mundo en ochenta días). Lavaréde realiza hasta
el final un extraño testamento (P. d'Ivoi, Los cinco francos de Lavaréde); Bedfort
vuelve a la luna (Wells, Los primeros hombres en la luna); los marcianos son
aniquilados (Wells, La guerra de los mundos). En fin, en las obras de ficción
destinadas a la juventud —completa—, los héroes que son en general niños se
sobreponen a algunas pruebas para encontrar la felicidad al final del libro" 1.
201
Ob. cit., pág. 149.
de picante esfuerzo, bastante apreciable para que sea capaz de mantener
al niño, durante todo su desarrollo, en la incertidumbre por el destino final
del héroe.
Otra diferencia muy notable todavía entre los cuentos de hadas y estos
nuevos relatos es que en esta etapa robinsoniana la experiencia directa del
hombre y la ciencia (más ésta que la otra), sustituyen el papel de las
invenciones maravillosas. No es difícil ser el amo de las aguas, cuando se
posee el Nautilus, o el amo de los aires, dice muy bien Cousinet 202, cuando se posee
una aeronave como posee Robur, el Conquistador; o cuando, en otros casos, grandes
fortunas ofrecen a un Capitán Nemo o a un Matías Sandorf los necesarios recursos para
llegar a un buen fin de su obra. Habría que decir, sin embargo, que gran parte del secreto
de Robinson y de las mejores novelas robinsonianas radica, justamente, en el esfuerzo
personal, en el ingenio del héroe para proveerse de los medios necesarios para continuar
su aventura, cosa ésta que quita, en la opinión de los niños, todo el carácter de
artificialidad y preparación previa para el logro que propone. Me parece muy exacto el
juicio de un niño cuando me afirmó que "los héroes que siempre ganan, como los que
poseen todos los medios para realizar su aventura, tienen poco interés y a menudo suelen
no interesarme..." Exacto. Y hemos notado más: es cuando los niños ya prefieren no este
falso realismo sino la intervención de la fantasía en el realismo.
202
Ob. cit., pág. 150.
M. Pellison, Les contes de M. Karl Ewald, Revue Péda- gogique, julio de 1908,
203
pág. 54 y sigs.
nombres y personificaciones distintas, siempre serán la lucha, el esfuerzo y el valor del
hombre los que se harán presentes.
El caso de la Jangada, de Verne, es típico en este sentido; no contiene nada de
esencial que sea contrario a la verdad. La descripción de esta balsa que desciende
por el Amazonas trasportando una ciudad está hecha en base a observaciones
reales, plena de datos geográficos y de costumbres, que sólo la novedad de los
personajes y alguna pequeña intriga le alcanzan el carácter de novedad y de drama
que tienen. Ahora bien: ¿es pernicioso este llamado pseudocientificismo del que
reniegan muchos padres y no menos escritores, como lo hace Anatole France? Es
cierto que Julio Verne, tomemos este ejemplo, no está encuadrado en el exacto
dominio científico, pero no es menos exacto, como destaca Weulersee, que entre la
esfera de lo real y de lo irrealizable se extiende el vasto campo de las posibilidades
del porvenir. "El Nautilus no es una quimera, agrega, una creación fantástica de la
imaginación puesto que todas las naciones tienen hoy, treinta años después (desta-
camos que Weulersee escribe esto en 1905) sus sumergibles y submarinos. Sin
duda, ninguno de ellos ha recorrido veinte mil millas bajo el mar, pero ¿quién osara
decir que en más o menos largo tiempo un sumergible perfeccionado no realizará
esta hazaña?" L
Sin duda, si este escritor viviera en la actualidad, habría podido ratificar
estos conceptos con las innumerables grandes hazañas realizadas por la
ciencia moderna, como por ejemplo, desde la vuelta al mundo por el Graff
Zeppelin, el viaje a la estratosfera del globo del profesor Piccard, la
conquista aérea del Polo por la misión soviética, hasta las numerosas
hazañas de records de aviación cumplidas en los últimos años y las actuales
aventuras de la guerra mundial con los nuevos e increíbles monstruos de acero:
tanques, bombarderos en picadas, portaviones, aviones a chorro y atómicos, cohetes
interplanetarios, etc., que realizan hazañas que escalofriarían la propia imaginación
de Verne.
Pero si analizamos un poco menos ligeramente las condiciones de esas
obras pseudo-científicas, tal como lo hace el autor últimamente citado al
estudiar a Julio Verne, encontraremos que en ellas, este caso del Nautilus
precisamente, no se trata de un estudio de las condiciones técnicas de la navegación
submarina, sino de un simple viaje por el fondo del mar. "El elemento geográfico,
por tanto el elemento real, tienen aquí todavía su gran sitio: el autor nos inicia en
misterios de la oceanografía viva, nos pasea a través de las maravillas de la flora y
fauna marítimas". Se puede incluso aceptar, como lo hace Weulersee, que en ciertos
casos, algunas de sus obras sostienen una hipótesis menos feliz que en la anterior,
como sucede en Un viaje a la luna. Pero aquí también habría que decir en su des-
cargo "que esta vez la hipótesis del novelista entra en el dominio de los imposibles
en donde la poesía está más en su lugar que un falso aparato de ciencia: una hada
que en una noche de sueño llevara a nuestro explorador en un rayo de luna,
realizaría mejor nuestro empeño... a menos que la descripción pura y simple de lo
que se ve por el telescopio, a través de la pluma pintoresca de un Fla mmarion, por
ejemplo, no lo consiga mejor..."204.
Anatole France se opone terminantemente a esta literatura de Verne,
porque dice que el niño "sabe bien que no se hallan en la vida real esas
encantadoras aspiraciones (se refiere a las hadas y a los enanos). Es la
ciencia recreativa la que le engaña; ella es quien siembra errores difíciles
de corregir. Los niños crédulos no dudan porque dice Julio Verne —agrega
— que se puede llegar a la luna dentro de una bala de cañón y que un
organismo pueda sustraerse a las leyes de gravedad". Para France, así,
esta literatura de la noble ciencia no le proveerá a los niños de ningún pro-
vecho, porque es una literatura "falsamente práctica", que no habla "ni a la
inteligencia ni al sentimiento", por eso es preferible volver a las hermosas
leyendas y a todo lo que proporcione la emoción de lo bello
Aunque con un fondo no desprovisto de cierta verdad esta crítica de
France, no es posible dejar de aceptar la novela tipo Verne porque sea un
género esencialmente falso. Es injusto no reconocer en Verne la parte de
sana vulgarización científica que, proponiéndose o no, realiza con su obra,
tanto como en el sentido simple que traduce su filosofía y su moral. En
efecto, ¿qué cuadro puede impresionar más fuertemente a los
adolescentes sobre la pequeñez y variedad de nuestro planeta que la
vuelta al mundo en veinticuatro horas, como se pregunta Weulersee? ¿Y
ese rayo verde, "ese último que lanza el sol cuando desaparece (usamos el
término tal cual está expresado) detrás del horizonte del mar en un cielo
perfectamente límpido; ese rayo que parece tan fácil de asirlo por poco que
se intente y que tantas circunstancias, tantos azares impiden llegar hasta
nosotros, no es, si se sabe entender, un medio de hacernos reflexionar en
la complejidad de todas las cosas, en la dificultad de realizar la
concurrencia de condiciones en apariencia las más difíciles de reunir?" 205.
En cuanto a la moral de sus novelas, cosa de la que se puede decir no
escapa a ningún escritor, ¿no es la suya una moral tendiente a reforzar las
condiciones personales, en especial las de la adolescencia? "El joven que
lee la historia de El capitán de quince años no irá sin duda desprovisto de tal
grado, y también en tan trágicas circunstancias, de cualidades de iniciativa, de
sufrimiento, de intrepidez; habrá adquirido la idea, si no la ha conseguido como
ideal, que procurará alcanzar naturalmente más tarde en la medida de sus fuerzas y
deseos. Igualmente no tendrá mucha oportunidad a través de ella para destruir las
criminales maniobras de un traidor, pero habrá tomado horror a todo lo que sea
204
Weulersee, ob. cit., pág. 550. Excusamos decir lo anticuado que resultan todos
estos ejemplos en estos tiempos... en que el hombre camina por la luna como por su casa.
205
Weulersee, ob. cit., pág. 551.
simulación, mentira, malevolencia. Esta moral de Julio Verne es muy simplista,
muy breve, muy vulgar, se podría decir: es, como se la ha señalado, la moral del
melodrama popular... " 206, aunque no creemos así tan ligeramente, como cree este
comentador de Verne, que ésta sea la moral que más conviene a los jóvenes...
Agreguemos a estos rasgos, el de que Verne no es un sentimental más
o menos cursi, y que se manifiesta a través de su obra como un honrado
pacifista. Si bien inspira siempre anhelos de victoria, las ambiciones de su
conquista no son hechos en base de la explotación del género humano, ni
para la acumulación de riquezas de determinado individuo, sino que ellas
tratan de beneficiar a todo el género humano. Por todas estas
generalidades sus obras responden a las necesidades infantiles de esta
etapa robinsoniana.
206
Ob. cit., pág. 552.
parte, lo de real, humano y esforzado que tiene, mate el propósito de este segundo
paso.
Un tercer escalón en esta etapa serían los relatos de viajes y hazañas, en
donde la imaginación infantil pueda nutrirse con la realidad del mundo que existe y
que lo asombra, de tal forma que, por momentos, hasta parece irreal. En su lectura
el niño puede viajar, en una lucha entre el sueño y la realidad, por entre selvas y
montañas, llanuras heladas o praderas salvajes; vive en contacto con las más raras
especies de animales y plantas, como con los más extraños seres de la tierra. En una
palabra, su imaginación permanece aún en ese mundo de la fantasía, pero esa
fantasía es provista por la realidad. Las dimensiones de los héroes todavía siguen
siendo heroicas, casi mitológicas. Pero el humanismo de la realidad de sus acciones
les acercan a la dimensión de la psicología. Y finalmente, un último paso, el que
sería proporcionado sencillamente por las historias universales, nacionales o
regionales, esas historias que nos ponen en contacto con los hechos de nuestro
tiempo y nos obligan a un análisis racional.
Ahora bien: ¿toda esta literatura que sirve al niño, ha de llevar en sí
solamente el sentido de producirle goce estético o emocional, o ha de
proponerse también alguna otra finalidad? Para muchos autores, el caso
de Delattre que hemos citado algunas veces anteriormente, toda esta
literatura de aventuras no sirve o no ha de servir más que para la diversión
del niño, para su goce en sí mismo. Para los escritores ingleses, autores de
las tantas obras de este género, por el contrario, ellas deben además
instruirlos, está en su propósito que eso suceda, como habla el propio
Capitán Marryatt, famoso escritor de aventuras infantiles 207. De ahí esa
preocupación que se nota en las obras de dichos escritores para acoplar a los relatos la
justa geografía de la que todos los autores que escriben para niños tales cuentos suelen
tener una notable experiencia. De la misma manera se puede decir de quienes escriben
sobre historia nacional o universal en ese país, como el caso de Walter Scott, a quien sin
duda los niños aman más que por el historiador que pretende ser, por el gran narrador en
sí que hay en él. Y es justamente Delattre quien nos recuerda sobre este autor, que "lo
que atrae en Quentin Durward, por ejemplo, no es la atmósfera melancólica,
sórdida, desconfiada que flota en torno a Luis XI, o el esplendor que reina en la
corte de su soberbio vasallo Carlos el Temerario; y sí la ingenua franqueza del
joven arquero, su franqueza con el Rey que él todavía no conoce, o su
susceptibilidad sombría con los burgueses que le han hecho creer que el río era
vadeable... En Ivanhoe, finalmente, la obra más popular de Scott entre los jóvenes
lectores, no es en ningún momento el duelo íntimo del normando invasor, insolente
y tiránico, y del sajón vencido, refrenando su rabia, lo que les encanta, sino el
melodrama en sí, trágico todavía por la época lejana y oscura en que se desenvuelve
con sus personajes múltiples: el impetuoso Cedrid, el galante prior Aymer, y el
207
Bühler, ob. cit., pág. 324.
brutal y libertino comandante Brian de Bois, Gilbert, Rebecca e Isaac los
perseguidos, el porquerizo Guarth y el loco Wamba, Robin Hood y sus felices
acompañantes, todos estos héroes activos, turbulentos, enérgicos, que personifican,
a los ojos de los niños, la grandeza brutal del pasado" 208. A pesar de que muchos de
sus imitadores (Kingsley, Henty Langley, etc.) llevan por finalidad instruir y exaltar un
patriotismo con determinada intención, a pesar de ello estas obras consiguen antes que
instruir, deleitar al niño, y de ellas se salvan aquellos libros que, como Robinson, Las
mil y una noches o Gulliver, son cuentos y novelas de escritores "sin pensamiento
lejano ni próximo de los niños", como afirma la Mistral. A los demás, como el caso
del propio Telémaco que Godart enjuició defendiendo el gusto del Duque de
Borgoña que sin duda hubiera preferido algunos libros "francamente jóvenes como
los que se regala a los niños de hoy día" 209, los niños lo saben catalogar
perfectamente...
Esta etapa se debe proponer, pues, además de ofrecer un alimento sano
a su imaginación y una atracción a su goce estético, iniciarlo
progresivamente en el conocimiento de la realidad. Pero este trabajo debe
ser hecho de tal forma que el niño no sienta nunca lo que realizamos con
ella en su favor.
Santiago A. Ferrari, Edgar Alian Poe, genio narrador, Buenos Aires, 1946, pág.
214
131.
Cousinet, ob. cit., pág. 131.
pañeros de viaje), o que Holmes no teniendo ninguna realidad, vida, parece
ayudado por su inteligencia como por una hada que no sería otra que él mismo y
sus fieles deducciones, a las cuales una multitud de elementos (huellas dejadas,
indiscreciones de testigos, etc.), provean de un apoyo material inatendido y
presentándose siempre a propósito, parecen al niño absolutamente diferentes de los
esfuerzos que él mismo debe hacer para llegar a buen fin una página de escritura sin
borrones, un dictado sin faltas, una buena solución de problemas. Aquí es él mismo quien
trabaja; para Sherlock son los elementos exteriores de una buena hada invisible. No parece hacer
esfuerzo para triunfar: he ahí lo esencial
¿Reside solamente en esta falta de esfuerzo el éxito de tales novelas que
"cansan" a los niños y sirven para hacer "descansar" a los mayores? ¿Tienen algo de real
en su fantasía, posible de ser realizado, o qué tienen? El encanto de estas obras, a
nuestro parecer, radica en la expresión falsamente realista de las mismas, o usando el
término de Kirpotin, ya dicho, estas novelas, "son farsas de la realidad a la manera
realista", en las cuales, personajes con algo de reales y mucho de absurdos
(correctísimos policías, ladrones muy leales y pundonorosos, rameras heroicas y absur-
das ), en una sociedad desnivelada tejen escenas más absurdas, aunque siempre no tanto
como para no crear en el ánimo del lector la sensación de que todo eso puede suceder un
día. La necesidad de que esta literatura cree determinada psicología en la colectividad es
lo que ha influido en la proliferación de este género de escritores que se cuentan por
miles en el mundo, en especial en los países de más fuerte capitalismo, en los de su
origen y sus similares y cuyas ediciones millonarias hacen el alimento —junto a la
crónica policial, la deportiva, los relatos cinematográficos y los episodios radiales—, del
noventa por ciento de la población de la mayoría de los países del mundo. Con ello
queremos demostrar que, a pesar de nuestro esfuerzo por crearle una literatura, este
género cursi, extraescolar, en extremo presionante, ha entrado definitivamnte en la
órbita de su experiencia literaria y forma, sin que haya manera de combatirlo, entre sus
elementos nutricios, porque el industrialismo y sus gigantescos medios de difusión, ase -
guran su total éxito.
Los que han continuado la obra de Doyle, Leblanc, el creador de Nick
Cárter, Terrail, hasta los modernos autores de las colecciones Misterio,
Wallace, Mister Reeder, etc., han creado nuevos aspectos dentro de esa
expresión, más ingeniosos, aunque con el mismo sentido, oponiendo al pri-
mitivo policía Doyle, un adversario digno de él, tan hábil, tan bien dotado,
tan favorecido por la suerte y con una ventaja para el público: que siempre
es más simpático un ladrón que un policía, por lo que se desprende de
estas novelas.
Sin dudas, las formas ingeniosas y esa "suerte" continua que
ampara (Nick Carter enfermo, sin armas, en
un aposento con cuatro o cinco bandidos que le tienen un enorme rencor,
recibe milagrosamente en la mano un revólver que su fiel ayudante le
envía por la ventana en el extremo de un cordel...) a ladrones y policías,
tienen mucho que ver con el gusto por su lectura, por lo cual mientras los
jóvenes se "cansan" implorando secretamente a los hados la salvación del
que está en peligro, los adultos, que saben que esta salvación está
asegurada de antemano, "descansan", ya que en la vida ellos no tienen
nada asegurado.
Y en las novelas sentimentales, la trama amorosa y el idilio romántico de
la eterna pareja en amores contrariados —módulo invariable de estos
cursis folletones que las jovencitas, en especial, devoran—, forman el
sedimento de esa expresión. También en ellas, un realismo de tal
naturaleza, les da un viso de "posibilidad" de realización para los lectores
que encuentran, en esta trama de contrariedades afectivas y emocionales
el mejor espejo de sus almas conturbadas en esta época en que las
ambiciones y apetencias, en especial sexuales, son tan difíciles de
satisfacer y huyen continuamente de sus manos.
Ahora bien: ¿es posible, si no evitar, por lo menos equilibrar en el niño
esta presionante literatura? Sabemos que el niño recurre a ella no sólo por
el hecho de que se le ofrezca fácilmente (en cuanto a su aspecto
económico), sino, además, porque generalmente no encuentra el sustituto.
La literatura para esta edad es sin duda la más escasa, la más difícil de
conformarlo y la que exige de sus autores una elaboración más cuidadosa.
Este período de transición del alma del niño es intrincado, por momentos
oscuro; reacciona en cada uno de manera muy distinta, por lo cual sólo un
libro que se sobreponga a las menudas aristas y condense esta etapa en
gran vuelo alcanza el beneficio de tal edad. A los doce años (la edad en
que Ramón y Cajal, por ejemplo, y uso este caso que es el primero que me
salta a la imaginación, descubrió la literatura que su entrada a la pubertad
andaba olfateando en vano en el desván de su amigo confitero), los libros
que suelen impresionar a los niños, siempre más adecuado que cualquiera
de lo cursi infantil, son los románticos. Alejandro Dumas, padre, en
especial, con Los tres mosqueteros y El Conde de Montecristo; Sue, en especial,
con El judío errante entre las tantas muchas otras de sus obras; algunos de
Fernández y González; Los Mártires, Atala y Chactas y Renée de Chateaubriand,
que aunque inflados y retóricos en su romanticismo, traducen momentos muy
específicos de la infancia lindera en la adolescencia; los de Víctor Hugo, en
especial Los miserables, Los trabajadores del mar, El hombre que ríe, El noventa y
tres, Nuestra Señora de París, y entre los libros americanos, María, de Jorge
Isaacs, Juvenilia, de Miguel Cañé. En poesía los románticos, en especial las Rimas
de Bécquer, Espronceda y Campoamor, fácilmente entendibles son los libros
preferidos.
En este período es la literatura romántica, dijimos, en la que trata de
evadirse de la realidad a través de su yo y sus problemas, y describir
matices de hondo subjetivismo, la que mejor impresiona a los niños. Las
confesiones generales de escritores, en esta edad, justamente, responden
a esta literatura.
"Las descripciones brillantes de los bosques vírgenes de América, donde
la vida vegetal desbordante parece ahogar la insignificancia del hombre, en
Atala; los tiernísimos y castos amores de Cimodeca en Los mártires; la gentil y
angelical figura de Graziela; la pasión exaltada en Nuestra Señora de París; la
nobleza, magnanimidad y valor puntilloso de los inconmensurables D'Artagnan,
Porthos y Aramis en Los tres mosqueteros, y en fin la fría, inexorable y mediata
venganza del Conde de Montecristo, cautiváronme y conmoviéronme de modo
extraordinario", dice Cajal, y esto porque "el adolescente, agrega, adora la
hipérbole; cuando pinta, exagera el color; si narra, amplifica y diluye; admira en los
escritores el sentido enfático, vehemente y declamatorio, y en los políticos las tesis
audaces y radicales"215.
Es en esta época, justamente, cuando los niños leen un libro que no ha
escapado tampoco a nadie y que ha sido, como muchos otros, materia de
discusión, aunque él ha vencido a veces poderosas razones: nos referimos
a Corazón de Edmundo De Amicis. Este curioso libro, que no tiene un personaje
principal que centre el desenvolvimiento de una acción, ni una intriga que
argumente su desarrollo, ni un crimen castigado ni una virtud recompensada, como
han destacado algunos comentadores 216, tiene un secreto que hace su interés, no
obstante. No es solamente el talento de narrador emotivo que caracteriza a De Amicis:
es la cuerda sensible infantil que habla al niño a través del niño. En Corazón no existe
el hombre modelo ni el niño modelo por sí mismos, sino seres parecidos a los que
los niños tienen a su alrededor y pueden odiar o admirar, seres que son la envidia,
el orgullo, el egoísmo, la perseverancia, el heroísmo, etc. Es decir, anota Battistelü,
que "nada del Corazón de De Amicis era ajeno, lejano, de aquello que cada lector
tenía en el suyo; y que fue por eso como si cada lector hablase a sí mismo leyendo
aquel libro, como si cada uno escribiese en Enrique su propia historia, por lo que el
consentimiento unánime proclamó a De Amicis, el maestro de todos los niños de
Italia, el escritor de la bondad, el poeta de la escuela" 217.
Es claro que si analizamos un poco más minuciosamente su libro somos
capaces de desentrañar la artificiosidad de muchos de sus aspectos, como la que
presentan algunos de sus personajes (Votini, Nobis, Franti e incluso "el simpático
Derossi"); tipos convencionales creados casi sólo para hacer resaltar el vicio y la
virtud de su exagerado, más que patriotismo, patrioterismo, de su nacionalismo o
italianismo que resulta por momentos un tanto caricaturesco; de su emotividad, a
215
Ramón y Cajal, ob. cit., págs. 113 y 114.
216
E. Cousinet, Un livre pour les enjants, Revue Pédagogique, noviembre de 1887,
pág. 407.
217
- V. Battistelli, La literatura infantil moderna, Firenze, 1923, pág. 65.
menudo tan fácil y barata, y esos efectos que trata de buscar con contraposiciones
de sentimientos, de sus limitados conceptos de patria, de fraternidad, de solidaridad,
etc., a veces demasiado rígidos, en fin, somos capaces de advertir todo ello, pero
también de no desconocer cuánto de humano encierran sus cuentos y las páginas de
su Diario, sin compartir el exagerado concepto del maestro Alfonso Reyes, en su
Calendario 218 sobre este libro, cuando nos habla "de la criminal voluptuosidad de
dolor", porque si bien pensamos que el niño no tendría que sentir el dolor, al no
podérselo evitar, razonablemente, porque la realidad es más dura que nuestra intención,
tampoco tendremos ni que esconderlo ni que reprimirlo ni que exagerarlo. Este topo de
los sentimientos, que existe, ha de vivir su vida con la misma naturalidad que los demás
sentimientos, mientras no se le pueda extinguir de la vida. Toda otra actitud docente es
falsa porque sería escamotear algo que está palpable en el aire y es producto de este
mundo de contradicciones y desarreglos que vivimos y que más que alegría, para los
niños, en especial para los pobres, es fuente de amarguras y torturas. No puedo olvidar lo
que un niño me decía un día; que "quería quedarse niño para no mezclar su vida en la
miseria de los grandes, ni monotonizarla como le parecía la vida de los adultos..."
Para algunos, De Amicis hasta "es un jardinero cuidadoso", pero cuyo
jardín "es un invernadero con las variadísimas macetas, admirablemente
atendidas", pero que les falta a las flores "la alegría del Sol sin vidrios: del
Sol, del cielo y del aire", por cuya razón, los "pétalos quedan allí, emo-
cionando y entristeciendo aquel invernadero cerrado; y si entra un niño a
ver las flores, el viejo jardinero se sienta a su lado y le cuenta las historias
de aquellas desgraciadas flores que, pétalo a pétalo, como lágrima a
lágrima van agonizando" 1. No, no está mal hecha la crítica, sobre todo si se piensa
que la literatura infantil debe tender siempre hacia una alegría verdadera y hacia una
bienaventura, aunque, agregamos, que no le haga perder el sentido vital de una realidad
esencial, la que se huele viviendo, la que está aunque nos irrite y de la que hemos de
sacar los elementos necesarios para superar nuestro propio destino; el destino de nuestra
fraternidad por un más alto entendimiento.
Como el héroe es uno de los rasgos característicos de esta literatura, el
paso previo para entrar en esta novela ha de ser, sin duda la biografía
donde se exalten las grandes figuras humanas: biografías históricas,
científicas, literarias, las que por otra parte serán el mejor lazo de unión
entre la anterior etapa y esta subsiguiente. Facilitar en todo instante la
posibilidad de que el niño se ponga en contacto con tal literatura —es decir
con la "literaria" de la que nos hemos ocupado en esta segunda parte— es
combatir de la mejor manera, de la única manera, la literatura "cursi", el
gran problema de su nutrición en la época más difícil de su evolución como
es esta tercera infancia.
218
Antoniorrobles, ¿Se comió..., ob. cit., pág. 96.
12. LA POESÍA EN LA ESCUELA: ¿ES O NO ES MATERIAL ESCOLAR?
221
En la última obra citada se transcribe el exitoso procedimiento de un maestro que
utilizara Platero y yo para hacer entender a los niños el lenguaje de imágenes, págs. 270
a 272.
222
Recomendamos consultar la obra de nuestra experiencia: 500 poemas de los niños
de la Escuela de Jesualdo, obra aparecida en Claridad, Buenos Aires, 1945, y también
Caracas, Editora de la Universidad Central.
nía propiamente dicha de los versos, es decir, a la calidad misma de los
sonidos, agrega.
De todas maneras, aun siendo capaz de apreciar la armonía del verso
tan bien como su ritmo, le detiene precisamente su comprensión sobre el
valor estético de su poesía. Aprecia, en suma, en los versos, únicamente la
forma A pesar de estas razones, no compartimos su criterio de que el niño
permanezca "impenetrable a todo lo que hay de verdaderamente poético
en la poesía", sobre todo cuando el maestro ha logrado superar el
rutinarismo de la mala poesía que es la de su corriente contacto. Pero es
posible que este criterio no sea más que una consecuencia de la des-
preocupación que, hasta hace poco tiempo, mostró la escuela por dicha
clase de conocimiento en la función del aprendizaje y por la ignorancia en
cuanto a las condiciones de la expresión poética infantil.
Sabemos que la poesía fue desterrada de la escuela simplemente por un
criterio utilitarista que primó durante muchos años en la enseñanza. Todo lo
que no respondiera a una estricta necesidad de "preparación para la vida",
no entraba en la responsabilidad y el deber de la escuela. De este modo ni
siquiera se había considerado el problema. Su presencia actualmente en la
función de docente ya no supone complicaciones didácticas, aunque su
carácter sí. Porque el propósito del niño que lee poesía, en especial lírica,
¿tiene la misma finalidad que el que se propone conseguir con ella el
maestro? Parece que para este último la poesía, sobre todo la lírica, debe
entrañar una aproximación cada vez más estrecha entre el niño y el arte,
"el gran pacificador", como le llama Maurice, para que "el niño sea capaz
de participar de la belleza del mundo". Y hacer esto honradamente, no
porque lo hayan hecho los griegos y los latinos, cosa que se puede suponer
es "abusar un poco de la historia y la tradición" como dice 223, sino por actitud
didáctica misma.
Ahora bien; ¿se ha tratado de sacar otro partido de la poesía que no sea
el goce estético en sí que ella proporciona al niño? Es evidente que sí, se
ha tratado que ella produzca más que un goce estético, una utilidad
justamente. Ha sido especialmente la moral la que ha determinado la elección de las
obras poéticas destinadas a la recitación infantil. "Para obtener la más segura
adhesión de los niños a las máximas morales, dice Charlier, se ha hecho un llamado
a la poesía, porque según la expresión de Montaigne, la sentencia puesta en los
numerosos pies de la poesía "s'eslance bien plus brusquement, et nous fiert d'une
plus vive secousse" 2.
La poesía ha sido llamada, y en buena hora, a la escuela primaria,
porque ella "no había entrado más que por la puerta de servicio como
223
Georges Maurice, La poésie lyrique a l'école primaire, Ré- vue Pedagogique,
julio-diciembre de 1906, pág. 438.
auxiliar de la. moral, por lo cual, durante muchos años, se ha
desnaturaliado su misión. Tampoco habían ganado los poetas, porque
debido a este utilitarismo exagerado no se les ha visto en su totalidad,
como en el caso de La Fontaine, sino en lo que tiene de didáctico
mostrándose en éste precisamente, el moralista, que no es su fuerte"...
agrega Charlier, dejándose de lado el delicioso narrador y el pintor
paisajista maestro que hay en La Fontaine. Preocupado por desentrañar la
moraleja de la fábula, la mayor parte de las veces, el maestro no descubre
el alma del paisaje y la de los animales que existe en tal poesía y que es lo
que verdaderamente ensancha y eleva el alma del lector, ya que entre las
grandes condiciones de la poesía "la de aumentar la capacidad de sentir y
comprender", no es la menor. Ella es de por sí de un valor educativo intrín-
seco, y si en prosa la palabra evoca imágenes tanto como en la poesía, y si
se reconoce que ésta es superior a la prosa, es necesario dar otra
explicación a su poder educador" 1, sobre todo si se tiene en cuenta los demás
elementos que forman en la preocupación del poeta: el ritmo, la forma de los versos, la
calidad de los sonidos que elige, etc. Así es cómo la poesía recurre no sólo a la
imaginación, sino a muchos más medios psíquicos, por lo cual, como instrumento edu -
cativo, es capaz de superar a cualquiera otro en manos de maestros hábiles y sensibles.
224
K. Bucher, Trabajo y ritmo, Madrid, 1914.
El proceso de su gustación poética empieza sin duda, y a pesar de que
es casi insensible el oficio del sonido más que de la palabra misma, con
los cantos de cuna, los que producen en el niño ese estado de
arrobamiento y dulzura, inconsciente casi, que le transportan al sueño
placentero. Su mente, aún indiferenciada para la generalidad de los proce-
sos psíquicos más o menos complejos del entendimiento, se prende sin
embargo de los sonidos que producen las palabras cantadas,
encadenadas a los tan clásicos estribillos del "arrorró", y sienten así el
goce puro más de la música que de las palabras. No importa, pues, el
texto que se cante; la calidad del texto es más para el oído de la madre
que para el del niño. Por otra parte, el moderno tratamiento de los hijos en
este aspecto, producto de nuevas y más violentas condiciones de vida, ha
proscripto esta forma de dormir a los niños a la que recurren ya casi sólo
las madres muy apegadas al goce de la "maternidad" (de lo que forma
parte este aspecto) o de las rutinarias criadas.
Lo primero, entonces, en este conocer y gustar de la poesía, sería, a
nuestro ver, las letras de los juegos y rondas infantiles y en las que
intervienen los niños apenas saben caminar, los cantos tan simples como
el "Rueda-rueda, pan y canela" que suelen ser iniciados con defectuosa
pronunciación. Desde este poema en adelante, largo será su aprendizaje y
experiencia poética. ¿En dónde radica el interés del poema cantado o del
canto poemado en una ronda o de un juego para que los niños lo
transmitan de generación en generación; para que los niños usen y abusen
(para nosotros) de su empleo y para que, sin variar jamás su estructura íntima, y
apenas si variando en algún detalle exterior, ellos permanezcan en el tiempo y
atraigan a los niños de tal forma con su "novedad"? Sin duda, radica en muchos de
los mismos motivos que hacen permanentes los cuentos de hadas, que hemos
venido estudiando en capítulos anteriores, y algunos otros aspectos muy
específicos de estos poemas. En primer término, traducen, relatan muy
concretamente un hecho, a menudo tomado de la vida aunque ajustado a su edad e
intenciones, y que no sería otra cosa más que una preparación previa, como reza la
teoría respectiva en cuanto al juego. Seleccionan así, por necesidad psicobiológica,
los cantos para sus juegos y no aceptan, más que transitoriamente, el canto que se
les confecciona y que creemos tan adecuados, tan completos y tan instructivos. Y
si persistimos en nuestras letras para sus cantos ha de ser con la expresa condición
de que ellos pasen por su cedazo para adaptarlos absolutamente a su espíritu, a su
intención, casi inconsciente de esa preparación previa para la vida que llevan en su
finalidad. De tal forma cambia su estructura entonces que resultan poco menos que
irreconocibles a través de sus adaptaciones. Son corrientes los poemas de juegos
que expresan actividad o trabajos y en los cuales los niños realizan algunas de las
virtudes que exige este juego poemado: el desarrollo de una acción. En segundo
lugar, estos poemas cantados en los juegos son expresados en forma muy correcta,
sin detalles vagos ni ornamentaciones exteriores que diluyan la acción directa que
representan. La letra de estos poemas, oor consiguiente, expresa siempre, de una
manera objetiva, la acción y traduce el hecho con gran síntesis, como por ejemplo,
en El Chacarero:
y ninguno de ellos fue fácilmente entendido por los niños. Y la poesía que
detiene la emoción porque el lector queda pendiente de sus razones, es
poesía que no alcanza a provocar los estados que se propone. En cambio
hemos leído de Campos de Castilla, del mismo autor, su famoso romance La
tierra de Alvar-gonzález, y en cada uno de sus capítulos los niños sentían verdadera
emoción. Ni siquiera en aquellos pasajes de más hondo subjetivismo o de
meditación filosófica:
"Cuando el asesino labre será su labor
pesada; antes que un surco en la tierra
tendrá una arruga en su cara"
o en los que quedaban rezagados, siendo lo mismo, en otros poemas:
226
Magdalena S. Fuente, Lecturas infantiles, La Escuela Moderna, Madrid, enero-
diciembre de 1916, págs. 208 y 209.
227
F. Froebel, La educación del hombre, Nueva York, 1899, págs. 204 a 210.
de letra para nuestros cantos. Así se ha hecho en algunos países.
Recordamos en Francia el libro de Bouchor 228, que recogió los aires provenzales,
alsacianos, etc., y los puso al servicio de la escuela, cosa que se ha venido practicando en
algunos países desde algunos años a esta parte.
Si es difícil escribir poemas para los niños, no lo es menos hacer letras
para cantos. Sabemos por experiencia que las letras que tienen más éxito
entre los niños, enriquecida por la enseñanza de sus juegos y rondas, son
aquéllas que traducen algún asunto, escenas o actividades, que, por lo
tanto, presentan su pequeño argumento. Es un hecho irrefutable el que la
mayor parte de las letras que se usan en las escuelas son tan abstractas
que no sólo los niños no las entienden, sino que jamás las aprenden bien,
caso bien típico el del Himno Nacional en casi todos los países. Por
muchos años y ya adolescente, recién vine a darme cuenta de lo que
querían expresar algunas letras del canto que hube de aprender en mi
escolaridad, en especial la propia del himno nacional, una de las letras (en
especial la parte solista) más incongruentes que pedir se puedan. Ni giros
rebuscados, pues, ni imágenes dificultosas para entender, ni abstracciones
o vaguedades deben existir en las letras de cantos escolares. En general,
los niños gustan de los tiempos musicales que sirvan para marchar y es en
estos asuntos en donde las letras resultan más detestables. Son por lo
general expresiones cursis, lenguaje trivial y teórico, más vocinglero que
épico. Pero los niños, que suelen tener un buen gusto natural, prefieren
bellos poemas musicalizados, a letras hechas a la medida. El material del
Romancero español puede ser, además de las letras que hemos señalado, cantera
inagotable para extraer valioso mineral. En cuanto a la estética de estas letras, para
quienes se dediquen a tal tarea, la hemos estudiado, en sus principios generales, al
tratar las rondas y los juegos infantiles.
¿Qué se ha entendido por teatro infantil? ¿El que escriben los grandes
para que los representen los niños; el que se escribe, adapta o ajusta a los
niños pero que lo representan actores adultos profesionales, o el que crea
el propio niño y él mismo lo representa? Qtra cosa todavía, como consecuencia:
¿el teatro infantil debe ser representado por profesionales o por niños? ¿Qué lugar
ocupa en la educación estética este instrumento —si se le acepta como válido— en
especial en cuanto a las dramatizaciones que se realizan en la escuela? Como
vemos, más allá en la satírica, cuanto exacta, definición de Martínez Estrada, que he
leído sobre este problema: "puede afirmarse que en términos generales, por teatro
228
Maurice Bouchor, Chants populaires pour les écoles, París, 1908.
infantil se ha entendido una clase de espectáculos de costo muy módico que no
interesan a a los mayores... ni a los niños" 229; más allá de este pretendido teatro
infantil de "mediocridad presuntuosa, que quiere disimular su ineptitud con el pretexto
de lo infantil: teatro pueril, no infantil", producto de escritores sin conciencia, que faltos
de imaginación y expresión para interesar a los adultos, han creído conquistar a los niños
—las eternas víctimas de toda expresión frustrada...—; más allá de éste, decimos, existe
una expresión teatral que trata de cumplir una función educadora: quiere dirigirse, a la
vez que a sus sentimientos, a su corazón y utilizar en su propósito todos los elementos
capaces de despertar las más diversas sensaciones. Quiere decir novedades a su
imaginación y aclarar realidades a su mente. Y es —en general, aún no es— o quiere ser
un teatro que no se parezca al adulto y esto es importante.
No se trata de una miniatura del teatro para adultos, ni tampoco de
representaciones esporádicas, de tentativas más
o menos felices o de improvisaciones afortunadas, se dice a este respecto
comentando el más grande y lógico intento de teatro infantil que se ha
hecho en el mundo. No. "El teatro para niños, es, ante todo, un "teatro" en la
más compleja acepción de la palabra. Es decir, que tiene una fisonomía propia,
caracteres peculiares perfectamente definidos, un repertorio especial que abarca los
más diversos géneros: drama, comedia, farsa, ópera, comedia musical, ballet,
espectáculos mixtos deportivos y una legión de actores profesionales formados y
educados para interpretar ese nuevo género que, por su índole especial, requiere
artistas de una gran flexibilidad y que posean las más diversas aptitudes y dones
artísticos"230.
No podía ser de otro modo. De la misma forma que los demás aspectos
literarios, también a esta expresión le caben los calificativos que a aquéllas,
y también a sus escritores la advertencia de que en ella no es lo fácil ni lo
ñoño el atributo del éxito: es expresión inasequible a la mediocridad y
ordinariez por las dificultades que habrá que vencer en la complejidad de
su estructura. Cuando, como en los otros casos que vimos, no han sido
esos rasgos, los que lo han caracterizado, ha sido el tono moralista quien
lo ha ahogado; ése del. apologista resumidor de consignas finales —la
opción que se indica—, todo lo cual nos demuestra cuán lejos se ha estado
de lo que es o debe ser este instrumento de goce y aprendizaje.
En consecuencia, aceptada su complejidad, lo primero es dilucidar las
zonas: una cosa es el teatro para los niños hechos por profesionales, otra
la dramatización escolar realizada por los niños, y una tercera la expresión
creadora teatral de los niños. En el primer caso, es el gran teatro a que
hace referencia de la Vega en el párrafo anterior y sobre cuyos
lincamientos volveremos a insistir por creer que es fundamental. En el
229
Ezequiel Martínez Estrada, Teatro infantil, Boletín de la Universidad de La Plata,
tomo XIX, 1935, núm. 1, pág. 150.
230
A. Gómez de la Vega, El teatro en la U.R.S.S., México, 1938, pág. 114.
segundo, no es más que la interpretación por los niños, la vivencia total de
un texto que ya ofrece cierta movilidad en su desarrollo y el apro-
vechamiento de determinadas aptitudes que ofrecen al niño. Y en el
tercero, es la expresión creadora infantil conjuncionada en varios
elementos, como la palabra, el color y la forma, el ritmo, etc. Es la etapa
que se debe conseguir partiendo justamente de los juegos infantiles.
231
Ob. cit., pág. 116.
haciéndola positiva, accesible a la mentalidad de los niños. Para ello,
quienes usan de todos los procedimientos de captación, no descuidan ni un
aspecto: el estudio de la reacción de los espectadores en la sala durante el
espectáculo; el análisis de los comentarios que los niños realizan en sus
cartas y dibujos acerca de las representaciones; las impresiones que
producen los espectáculos en las diversas individualidades infantiles, entre
varones y niñas, entre grandes y pequeños, en las diversas conductas
frente a la exhibición, etc. No escapa a los especialistas atentos ninguna
forma crítica que parta de los pequeños espectadores. De la misma
manera se ha de ajustar, de acuerdo con las etapas de su
desenvolvimiento, más que el desarrollo escénico en sí, el propio clima del
teatro.
Sabemos por otra parte, lo hemos experimentado, que el niño
espectador quiere saber qué cosa pasa en escena; "quiere comprender,
quiere seguir la continuidad de la acción, vivirla con los personajes",
reafirma Natalia Satz. El niño debe comprender, y agregamos con Martínez
Estrada: tras la simple acción dramática debe columbrar una posibilidad de
belleza, de orden, de justicia, que encienda en él una preocupación
inevitable o, por lo menos, una disposición hacia los juicios de valor; debe
ser un alimento para toda su psique y deben ser colaboradores el color, la
música, la luz, las formas, todos los recursos escénicos, en fin, que son "el
vehículo de las ideas del espectáculo"a. Con ello se conseguirá que sus sentidos
no solamente vivan ese segundo de maravillosa trasformación, sino que, saliendo del
teatro, señala como preocupación la Satz, conserven parte de su beneficio, aprovechen
de ese estimulante recibido. "La obra teatral debe suscitar en ellos el deseo de vencer y
sobrepasar en la realidad lo que los héroes vencen y dominan en la acción escénica.
Cada espectáculo debe ser suficientemente complicado para interesarles..." Es decir que
debe obligarlos a entrar en el asunto por una atención fija en algo cautivante; debe, en
una palabra, ser tan interesante, que guste también al adulto, como piensa el escritor
argentino. Se entiende: dicho teatro, instrumento valioso, es "un auxiliar del trabajo
individual de cada espectáculo", porque tiene por misión, sobre todo cuando él es
entendido así, no la de formar "observadores", sino la de formar "campeones y
constructores"232.
Pero de ningún modo, éste será un teatro despreocupado por los más
íntimos resortes de producir el goce estético. No. Aun en los casos en los
que él no es más que un instrumento de fina penetración ideológica, en los
que tiene un sentido político, aun en esos casos no se rechaza, como
afirma Satz, la expresión artística, ni el matiz ni el colorido o la gracia; antes
bien, "tendemos, dice, a su máximo refinamiento, pues consideramos
absolutamente errónea la teoría de que un espectáculo que quiere
232
Gómez de la Vega, ob. cit., 118.
convencer políticamente debe ser de naturaleza ascética en sus procedi-
mientos artísticos. Nada más lejos de ello. Una de las cosas que atraen al
niño al teatro es el halago de la vista el ímpetu, el movimiento, y el
espectáculo debe ser para él como una fiesta" 233. En una palabra, que todo el
gran secreto de su éxito ha de depender del más perfecto conocimiento que se tenga del
espectador. Ésa es la llave de un trabajo que en este siglo es tan nuevo y completo en la
U.R.S.S.
Sin duda los conocidos títeres (el muñeco movido con los dedos) y las
marionetas (movidas con hilos), tan amigos del niño, desempeñan un muy
importante papel en su función de introducir a los pequeños en la
complejidad de la escenificación. Ellos son el principio del teatro. Y lo son
porque el títere es un juguete. Por esa misma razón el niño gusta del circo,
porque el circo le ofrece muchos juguetes y animales. Ambos son los
elementos de su mayor intimidad, pero el juguete es parte de su propia
vida, lleva algo de su yo, realiza en la etapa del animismo difuso, lo que
Piaget llama introyección, es decir, esa tendencia egocéntrica a creer que todo
gravita alrededor de nosotros y consiste en comunicar a las cosas los poderes
propios para obedecernos, o, si se presenta la ocasión, resistirnos 234. De ese modo,
cuando el niño es quien lo concibe y lo saca del anonimato de "cosa' en sí, el juguete
consuma su actividad, o mejor, resume esta actividad. De aquí la importancia que existe
de no olvidar estas experiencias para la estructuración de su teatro. En él deben caber
todos los elementos de su intimidad y primero que nadie éste, el simple títere, el juguete
en el que el niño va a vivir la experiencia humana próxima. Por otra parte, en este primer
paso, el propósito del títere es excelentemente caricaturesco, de simple diversión. Su
intención no va más lejos, por eso ni siquiera ha tratado de vencer las dificultades
técnicas que se le han presentado. La síntesis de este teatro está todavía en la simplicidad
del asunto, en la esquematización del muñeco y en el golpe con el mazo que es, en
definitiva, su símbolo. Ni los mismos geniales títeres de Obrazsov, con su perfección
inquietante o las marionetas checas de Trnka o las de Podrecca, de complejo sistema y
enloquecedora belleza y humanismo, se han preocupado por ir más lejos, que los
simples muñecos del argentino Javier Villafañe, de La Andariega, con su Caballero
de la mano de fuego, al parecer un camino detenido por la inconsecuencia del poeta
con sus muñecos, o los numerosos que ha creado mi hijo Gustavo, maestro y
titiritero de alma. Hemos visto en una excelente escuela argentina preparar una
serie de piezas, cuentos, romances con un sentido un poco más profundo que la
simple caricatura: me refiero a la escuela de las hermanas Cossettini de Rosario de
233
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 151.
234
Piaget, ob. cit., pág. 233.
1
Olga Cossettini, La Escuela viva, Buenos Aires, Losada, 1942, pág. 166 y sigs.
Santa Fe Yo mismo pensaba ofrecerles escenas de Martín Fierro que me parecen
extraordinarias para su escenificación y que ellas lo han hecho con gran acierto
haciendo que los propios niños crearan los muñecos.
Luego de este primer paso (los títeres gustan a todos los niños), en
algunos países, con ellos mismos, se ha tratado de alcanzar con el
"Guignol" en su puro sentido, algo más que esta simple diversión.
Obrazsov ha trascendido esta etapa haciendo intervenir los sentimientos y
alcanzando con ellos un clima de verdadera emoción. El artista ruso es el
creador y fabricante de sus muñecos y el escritor de las letras siempre
originales y minuciosamente escritas. Cada piecita, pequeñas obras
maestras, le lleva meses de prolija preparación, meses para unos breves
minutos... de alegría de los niños en su Teatro Central del Estado de Muñecas,
de Moscú.
Hemos visto su teatro y conversado con Obrazsov, y no creemos que
nada (ni el teatro humano) pueda superar la labor representativa de sus
muñecos. Obrazsov opina que un espectáculo para el niño "no debe ser
puramente imaginativo, al contrario, hay que partir de una firme base de
realidad para mejor desplegar las alas de la fantasía", lo que no hace sino
ratificar nuestras anteriores aseveraciones generales. Pero su fantasía no
se detiene luego. La pieza que vimos, de contenido imaginativo, en torno a
brujos y brujas y una belleza amada por un príncipe, era una síntesis de
realidad y fantasía, de verdad y sueño conmovedores. La duración del
drama es de tres actos, de media hora cada uno y la intensidad y belleza
del desarrollo, subyugantes. Este aspecto, como los demás que se
relacionan con estas etapas, deben ser (como sucede en la U.R.S.S.),
objeto de profundos estudios y revisiones, en cada caso, hasta donde sea
posible. Ni qué decir de los bellísimos filmes creados con muñecos por Jiri
Trnka, algunos, como los en vidrio de su película "Inspiración".
235
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 152.
que al niño le gusta, cómo cautivar su atención, el modo de impresionarlo 236. Como
expresión, ha de traducir todo aquello que no tenga complicaciones intelectuales pu ras,
lógicas o técnicas, y sí como en los mejores cuentos, cuando se inspire en la realidad o
surja de ella, aunque presente, como muy bien dice Martínez Estrada, todas las variantes
fantásticas que se quiera, pues ya vimos hasta qué punto lo absurdo forma en la raíz de su
psique. Y todo ello dicho en forma artística, y cuanto más depurado mejor. "El temor de
que el niño no alcance lo verdaderamente artístico, a lo que es de genuina cepa artística,
a lo bien hecho, bien elaborado, interesante, es un prejuicio de superficialidad, explicable
por la indiferencia y por la miopía con que hasta ahora se han planteado todos los
problemas que conciernen a la psique del niño" 237. Lo real y humano, pues, no deben
estar proscritos de su gusto. Ni siquiera las emociones fuertes, esas que existen en el leit-
motiv de nuestro vivir. No existe peligro que ello conturbe negativamente su alma, mas
la perturbará el engaño de la cosa falsa. Sin embargo, el problema del realismo humano
en el teatro infantil, insiste el autor citado, tiene que radicar en otro aspecto de la
realidad; en lo natural, dando a esta palabra la acepción de lo que se da ciertamente en el
mundo; de lo que forma el diagrama de la naturaleza y, agregamos, el conflicto de las
relaciones sociales. Esto puede sublimarse, puede convertirse en fantasía hasta lo
absurdo, pero siempre con un contenido que irrumpa del fondo de la realidad y no de la
mentira. Ño se puede ni se debe arrancar al niño de su mundo, pero hay que
enriquecérselo lo más que se pueda. "Y hay que construir, como él construye; no llevar
lo adulto a la acción ni al diálogo; llevar la acción, el diá logo y todo a ese esquema; que
sean simples accesorios de que el autor se valga para representar lo que es infantil
sublimado sin salir de lo infantil" 2.
En cuanto a las obras, que han de ser múltiples para que las
representaciones ofrezcan los más variados caracteres posibles,
abarcarán, según la clasificación de este autor, que nos parece muy
completa, lo siguiente:
236
Gómez de la Vega, ob. cit., pág. 119.
237
Martínez Estrada, ob. cit., pág. 153.
En cuanto a las dramatizaciones, una de las formas de expresión
creadora del niño, íntimamente relacionada con todos los demás aspectos
estéticos y con su propia vida (el niño es magnífico actor y este juego es
parte de los más importantes, de los ejercicios preparatorios), es necesario
utilizarlas muy hábil y completamente. Con ellas se pueden obtener nuevos
matices en el aprendizaje. Los cuentos, leyendas, romances, escenas, etc.,
a dramatizarse de lo que hay ejemplos en muchos libros corrientes deben
ser cuidadosamente elegidos en su tema, bien ajustados en sus diálogos
precisos en su argumento y si es posible eficientemente completados con
plástica y música. El antecedente concreto del juego, tan natural, debe ser
aprovechado para tal efecto, sobre todo si nos damos cuenta que el niño
pasa insensiblemente del juego a la dramatización. Cuanto más natu-
ralmente se consiga este pasaje, más efectiva será la dramatización. Los
niños no deben sentirse nunca actores, y los papeles que se les asignen
han de variar, aunque siempre se han de aprovechar las condiciones
naturales de cada uno. Y este trabajo, como el de toda verdadera cultura
que se realice, mediante la expresión, siempre ha de estar perfectamente
engranado al resto de la labor escolar, ha de formar un todo orgánico y
vivo.
14. LA PRESENTACIÓN MATERIAL DE LA LITERATURA INFANTIL:
ILUSTRACIONES, ETCÉTERA
240
L. Vladimirov, Libros, televisión, electrónica, Unesco, El
Correo, enero de 1972.
241
El hambre de leer, ob. cit.
también en su medio familiar. Si la escolaridad es difícil o poco
satisfactoria, esto puede entrañar una falta de apetencia por la lectura que
se traducirá en un abandono total, una vez terminados los estudios. Es,
pues, extremadamente importante que el libro entre en la vida del niño
antes de la edad escolar y que desde ese momento se inserte en sus
juegos y en sus actividades cotidianas. El hecho de frecuentar los libros
antes de su lectura es una garantía de solidez para ulteriores
adquisiciones. En cuanto termina la escolarización, empiezan a
multiplicarse los obstáculos para la lectura, que son de muy diverso orden.
Cabe sin embargo reducirlos a tres grandes grupos: están, en primer
término, los de tipo físico, psicológico o social que se derivan del propio
lector; en segundo lugar los que nacen de la estructura de producción y
distribución de libros y, por último, aquellos otros que dependen del con-
tenido mismo de la lectura y su finalidad".
Creemos que, a esta altura, debemos decir que el trabajo del maestro y
de la escuela en su afán de crear la aptitud del lector, desde esas primeras
y sugestivas imágenes, que pedimos en el capítulo anterior, estéticamente
cuidadas para despertar en el niño el mayor cúmulo de valores, se ve
contrarrestado, me animaría a decir suciamente, por ese elemento que
hace la cuestión de nuestro análisis: las formas para escolares, la
universidad de la calle comercial y tramposa en los intereses que trata de
crear y alimentar con sus artificios gráfico-plástico-verbales, las tales tirillas,
historietas y etc. Éste es el asalto de la calle sucia a la pedagogía inocente
que trata de sacar a flote una conciencia predispuesta al mensaje de la
lectura.
Digamos, en primer término, que la atención del niño, al encontrarse con
tal clase de "alimento", ya se halla sobresaturada de otras imágenes
mecánicas proporcionadas a sus diversos sentidos por una serie de
vehículos: radio, televisión, cine y la explosión callejera del aviso de toda
forma y sentido, que golpean las veinticuatro horas del día en su cerebro.
Para una actitud mental como la del niño, abierta y generosa a todas las
incitaciones de las imágenes que le detienen, que le sumergen en su
fantasía, poca las más de las veces pero muy bien calculada en cuanto a
los beneficios que esperan obtener, en su fantasía de tipo "comercial': el
crear tal o cual actitud mental, conducta para la acción, etc., en el niño, es
algo más que una industria de este nuestro mundo en que vivimos, que no
pierde un solo minuto de tiempo, una sola espera de atención para lograr
algunos de sus propósitos preconcebidos; le sugestionan con el encanto
fácil y directo de su presentación a través de sus pasos científicamente
elaborados, sus misterios y suspensos, para ir encadenando sus sentidos
todos y sus mecanismos psicológicos (atención, memoria, imaginación,
asociación, etc.) hacia el destino previsto; le repiten la fuerza, la atracción,
del sugestionador, para de este modo ir reforzando un interés en juego en
la intención del creador de la imagen; para este estado mental virgen,
ingenuo, desprevenido, sin pizca de desconfianza hacia tan "agradable"
estimulante, repetimos, la multiplicidad de tales imágenes son el principio
de una inhibición a aceptar luego otro tipo de alimento cultural —o siquiera
de distracción— que no sea proporcionado por esa carga gráfico-plástica
(casi sin palabras), que es más rápida en la formulación de su expresión;
es más agradable por sus modos diversos en que se les presenta (a veces
lo mismo dicho de diez, de cien maneras distintas); es más efectiva para su
asimilación (son todos los sentidos los que intervienen en la operación de
inmersión o anegamiento a que se somete el niño entero, en su carga de
conoceres e información); es más fácil para el niño en relación a su
monótona —muy a menudo— dura tarea de aprender lo que diez lecciones
o cincuenta páginas no lo logran; en fin, que estas ventajas se podrían
aumentar en un análisis con más intención y detalles para justificar el
beneficio de estas dichosas figuras, que saturan día y noche la mente del
niño.
Parecería, de pronto, que hasta lo dicho aquí más bien estuviéramos
haciendo un fervoroso elogio del aprendizaje ideo-visual. Desde luego que
sí, que sabemos los alcances y cuánto vale dicho aprendizaje y enseñanza,
no lo ignoramos y lo recomendamos. Pero con lo que antecede estamos, al
mismo tiempo, preparando la embestida al sentido inhibidor, deformativo,
con el cual niño se prové de los conocimientos. Y eso más allá de la
superflua esquematización que un juego en el que el niño no es más que un
pasivo receptor trata de proporcionarle de contrabando, y que es todo lo
contrario de su necesidad: un influjo de alcance más profundo y duradero
que sólo la lectura puede lograr en el alma y razón del ser en evolución.
Queremos agregar aún, que a esa carga de imágenes que el niño está
recibiendo •—sufriendo dulce e inconscientemente—, se acumlan las
demás: desde que se despierta en la mañana ya está oyendo los noticieros
que sus padres lanzan al aire, mientras se higienizan y desayunan, antes
de partir a sus trabajos (esos padres que a veces es lo único que oyen de lo
que sucede en el mundo), que lo siguen oyendo en sus viajes en radios
aditivas; que los siguen recibiendo después a través de ese pequeño gran
cine que está a su mano con sólo dar vuelta un botón, en donde todo lo que
sucede en el mundo, otra vez, con sus comentarios insidiosos y
predeterminados, sus imágenes buscadas para conformar el principio de la
noticia que ha de salir al aire en otro vehículo pero con la misma intención,
forma, destino, proyección, objetivo fijado y revisado por media docena de
"preparadores" de la verdad transmitida, y que el niño puede manipular a su
antojo, casi desde que abre los ojos, sobre todo en los países de planificación
irracional; y todavía las largas tardes corridas de cinematografía, a veces más de una
vez en la semana, con el lujo del tamaño, el color fulgurante y la repetición abusiva
que informan los filmes comerciales, pornografía en cualquier sentido) para el alma
infantil que se abre a los vientos de la cultura, sin defensa, limpio, transparente,
angelical, diríamos.
Toda esta carga insistente de imágenes —repite— se completa luego
con las publicaciones que todo lo traducen en tirillas y cuadritos:
absolutamente todo, y que no hay más que recogerlas de las revistillas, de
tiradas millonarias y de ínfimo precio, en los diarios y revistas generales y
en las publicaciones de más rango y preocupación (en especial comercial,
doscientas páginas, las dos terceras partes de aviso) y, finalmente, en la
multiplicación de libros, libretos, librejos, libruchos, impresos por millones y
millones en ordinarias ediciones para propiciar con su baratura una
audiencia universal de lectores. Y entonces, la palabra ya no cuenta; la
palabra buena o mala, simple o poética. Sólo cuenta la imagen gráfica, en
general de mala factura expresiva realista, o de un "falso realismo a la
manera realista", como hemos repetido a Kirpotin, es decir, no más que una
farsa sobre la realidad. El auge de esta forma visual para entrar en la cultura más o
menos literariamente, ha privado de tal modo en la formación de las juventudes en
los países altamente tecnificados, que no hace mucho la prensa norteamericana de-
nunciaba que "la mitad de los estudiantes norteamericanos llega a la universidad sin
saber leer ni escribir correctamente" 242. Es decir, ha olvidado la lectura y escritura
por desuso, problema que ya lo había denunciado una publicarán de la UNESCO,
años atrás 243, ya que gran parte de sus aprendizajes a través de tanta técnica creada
mecánicamente, de tanta "lección electrónica" en donde los niños se abisman, se
embeben "y a su manera, aprendiendo, juegan con la máquina", como señala John
Chesswass244, le ahorran al alumno el tiempo y el trabajo de leer y escribir.
Es decir, la juventud, que era la que más leía, como vimos, cada día lee
menos o casi no lee, gracias a ese bagaje de mecanizaciones frustradoras
del goce profundo que sólo los dones de una lectura gustada y edificante,
que atraiga los sentidos del niño o del joven y lo sumerjan en su gracia,
puede proporcionar en forma duradera, en lección definitiva, para el
proceso de su desarrollo y la formación de su conciencia.
242
El País, Montevideo, 4 de febrero de 1972.
243
Unesco, La situación educativa en América Latina, Francia, 1960, págs. 203-
204, reproducido y comentado en: Jesualdo, El niño y la educación en América
Latina, La Habana, 1965, 1! edic., pág. 18.
244
John Chesswass, ¿Hay verdaderamente demasiados maestros?, Unesco, El
Correo, enero de 1970.
Í N D I C E
Capítulo II
Capítulo IV