La Posibilidad Del Conocimiento
La Posibilidad Del Conocimiento
La Posibilidad Del Conocimiento
1. El dogmatismo
Entendemos por dogmatismo (de δόγμα = doctrina fijada) aquella posición
epistemológica para la cual no existe todavía el problema del conocimiento. El
dogmatismo da por supuesta la posibilidad y la realidad del contacto entre el sujeto y el
objeto. Es para él comprensible de suyo que el sujeto, la conciencia cognoscente,
aprehende su objeto. Esta posición se sustenta en una confianza en la razón humana,
todavía no debilitada por ninguna duda.
Con arreglo a lo que acabamos de decir, puede hablarse de dogmatismo teórico, ético y
religioso. La primera forma del dogmatismo se refiere al conocimiento teórico; las dos
últimas al conocimiento de los valores. En el dogmatismo ético se trata del conocimiento
moral; en el religioso, del conocimiento religioso.
Como actitud del hombre ingenuo, el dogmatismo es la posición primera y más antigua,
tanto psicológica como históricamente. En el periodo originario de la filosofía griega
domina de un modo casi general. Las reflexiones epistemológicas no aparecen, en
general, entre los presocráticos (los filósofos jonios de la naturaleza, los eleáticos,
Heráclito, los pitagóricos). Estos pensadores se hallan animados todavía por una
confianza ingenua en la capacidad de la razón humana. Vueltos por entero hacia el ser,
hacia la naturaleza, no sienten que el conocimiento mismo es un problema. Este problema
se plantea con los sofistas. Éstos son los que proponen por primera vez el problema del
conocimiento y hacen que el dogmatismo en sentido estricto resulte imposible para
siempre dentro de la filosofía. Desde entonces encontramos en todos los filósofos
reflexiones epistemológicas bajo una u otra forma. Cierto que Kant creyó deber aplicar la
denominación de "dogmatismo" a los sistemas metafísicos del siglo XVII (Des‐ cartes,
Leibniz, Wolff). Pero esta palabra tiene en él una significación más estrecha, como se ve
por su E 19 definición del dogmatismo en la Crítica de la razón pura ("El dogmatismo es el
proceder dogmático de la razón pura, sin la crítica de su propio poder"). El dogmatismo es
para Kant la posición que cultiva la metafísica sin haber examinado antes la capacidad de
la razón humana para tal cultivo. En este sentido, los sistemas prekantianos de la filosofía
moderna son, en efecto, dogmáticos. Pero esto no quiere decir que en ellos falte aún toda
reflexión epistemológica y todavía no se sienta el problema del conocimiento. Las
discusiones epistemológicas en Descartes y Leibniz prueban que no ocurre así. No puede
hablarse, por tanto, de un dogmatismo general y fundamental, sino de un dogmatismo
especial. No se trata de un dogmatismo lógico, sino de un dogmatismo metafísico.
2. El escepticismo
Extrema se tangunt. Los extremos se tocan. Esta afirmación es también válida en el
terreno epistemológico. El dogmatismo se convierte muchas veces en su contrario, en el
escepticismo (de ζχέπηεζvαι = cavilar, examinar). Mientras aquél considera la posibilidad
de un contacto entre el sujeto y el objeto, como algo comprensible de suyo, éste la niega.
Según el escepticismo, el sujeto no puede aprehender el objeto. El conocimiento, en el
sentido de una aprehensión real del objeto, es imposible según él. Por eso no debemos
pronunciar ningún juicio, sino abstenernos totalmente de juzgar.
El escéptico podría, sin duda, recurrir a una escapatoria. Podría formular el juicio: "el
conocimiento es imposible" como dudoso, y decir, por ejemplo: "no hay conocimiento y
también esto es dudoso". Pero también entonces expresaría un conocimiento. La
posibilidad del conocimiento es, por ende, afirmada y puesta en duda a la vez por el
escéptico. Nos encontramos, pues, en el fondo, ante la misma contradicción anterior.
Como ya habían visto los escépticos antiguos, el defensor del escepticismo sólo
absteniéndose de juicio puede escapar a la contradicción consigo mismo que acabamos
de descubrir. Pero tampoco esto basta, tomadas rigurosamente las cosas. El escéptico no
puede llevar a cabo ningún acto de pensamiento. Tan pronto como lo hace, supone la
posibilidad del conocimiento y se enreda en esa contradicción consigo mismo. La
aspiración al conocimiento de k verdad carece de sentido y valor desde el punto de vista
de un riguroso escepticismo. Pero nuestra conciencia de los valores morales protesta
contra esa concepción. El escepticismo, que no es refutable lógicamente mientras se
abstenga de todo juicio y acto de pensamiento ‐cosa que es, sin duda, prácticamente
imposible‐, experimenta su verdadera derrota en el terreno de la ética. Repugnamos en
último término el escepticismo, no porque podamos refutarle lógicamente, sino porque lo
rechaza nuestra conciencia de los valores morales, que considera como un valor la
aspiración a la verdad.
Hemos trabado también conocimiento con una forma mitigada del escepticismo. Según
ella, no hay verdad ni certeza, pero sí probabilidad. No podemos tener nunca la
pretensión de que nuestros juicios sean verdaderos, sino tan sólo la de que sean
probables. Pero en esta forma el escepticismo añade a la contradicción, inherente en
principio a la posición escéptica, una contradicción más. El concepto de la probabilidad
supone el de la verdad. Probable es lo que acerca a lo verdadero. Quien renuncia al
concepto de la verdad tiene, pues, que abandonar también el de la probabilidad.
El escepticismo general o absoluto es, según esto, una posición íntimamente imposible.
No se puede afirmar lo mismo del escepticismo especial. El escepticismo metafísico, que
niega la posibilidad del conocimiento de lo suprasensible, puede ser falso, pero no
encierra ninguna íntima contradicción. Lo mismo pasa con el escepticismo ético y
religioso. Pero quizá no sea lícito incluir esta posición en el concepto del escepticismo.
Por escepticismo entendemos, en primer término, efectivamente, el escepticismo general
y de principio. Tenemos, además, otras denominaciones para las posiciones citadas. El
escepticismo metafísico es llamado habitualmente positivismo. Según esta posición, que
se remonta a Auguste Comte (1798‐1857), debemos atenernos a lo positivamente dado, a
los hechos in‐ mediatos de la experiencia, y guardarnos de toda especulación metafísica.
Sólo hay un conocimiento y un saber, el propio de las ciencias especiales, pero no un
conocimiento y un saber filosófico‐metafísico. Para el escepticismo religioso usamos las
más veces la denominación de agnosticismo. Esta posición, fundada por Herbert Spencer
(1820 a 1903), afirma la incognoscibilidad de lo absoluto. La que mejor podría
conservarse sería la denominación de "escepticismo ético". Mas, por lo regular, nos
encontramos aquí ante la teoría que vamos a conocer en seguida bajo el nombre de
relativismo.
Por errado que el escepticismo sea, no se le puede negar cierta importancia para el
desarrollo espiritual del individuo y de la humanidad. Es, en cierto modo, un fuego
purificador de nuestro espíritu, que limpia éste de prejuicios y errores y le empuja a la
continua comprobación de sus juicios. Quien haya vivido íntimamente el principio fáustico:
"yo sé que no podemos saber nada", procederá con la mayor circunspección y cautela en
sus indagaciones. En la historia de la filosofía el escepticismo se presenta como el
antípoda del dogmatismo. Mientras éste llena a los pensadores e investigadores de una
confianza tan bienaventurada como excesiva en la capacidad de la razón humana, aquél
mantiene despierto el sentido de los problemas. El escepticismo hunde el taladrante
aguijón de la duda en el pecho del filósofo, de suerte que éste no se aquieta en las
soluciones dadas a los problemas, sino que se afana y lucha continuamente por nuevas y
más hondas soluciones.
3. El subjetivismo y el relativismo
El relativismo está emparentado con el subjetivismo. Según él, no hay tampoco ninguna
verdad absoluta, ninguna verdad universalmente válida; toda verdad es relativa, tiene sólo
una validez limitada. Pero mientras el subjetivismo hace depender el conocimiento
humano de factores que residen en el sujeto cognoscente, el relativismo subraya la
dependencia de todo conocimiento humano respecto a factores externos. Como tales
considera, ante todo, la influencia del medio y del espíritu del tiempo, la pertenencia a un
determinado círculo cultural y los factores determinantes contenidos en él.
Lo mismo pasa con el relativismo. Cuando el relativista sienta la tesis de que toda verdad
es relativa, está convencido de que esta tesis reproduce una situación objetiva y es, por
ende, válida para todos los sujetos pensantes. Cuando Spengler, por ejemplo, formula la
proposición anteriormente citada: "Sólo hay verdades en relación a una humanidad
determinada", pretende dar expresión a una situación objetiva, que debe reconocer todo
hombre racional. Supongamos que alguien le repusiese: "Con arreglo a tus propios
principios, este juicio sólo es válido para el círculo de la cultura occidental. Pero yo
procedo de un círculo cultural completamente distinto. Siguiendo el invencible impulso de
mi pensamiento, tengo que oponer a tu juicio este otro: toda verdad es absoluta. Con
arreglo a tus propios principios, este juicio se halla tan plenamente justificado como el
tuyo. Por ende, me dispenso en lo futuro de tus juicios, que sólo son válidos para los
hombres del círculo de la cultura occidental". Si alguien hablase así, Spengler protestaría
con todas sus fuerzas. Pero la consecuencia lógica no estaría de su parte, sino de la de
su contrario.
4. El pragmatismo
El escepticismo es una posición esencialmente negativa. Significa la negación de la
posibilidad del conocimiento. El escepticismo, toma un sesgo positivo en el moderno
pragmatismo (de πρâgma = acción). Como el escepticismo, también el pragmatismo
abandona el concepto de la verdad en el sentido de la concordancia entre el pensamiento
y el ser. Pero el pragmatismo no se detiene en esta negación, sino que remplaza el
concepto abandonado por un nuevo concepto de la verdad. Según él, verdadero significa
útil, valioso, fomentador de la vida.
Ahora bien, es palmario que no es lícito identificar los conceptos de "verdadero" y de "útil".
Basta examinar un poco de cerca el contenido de estos conceptos para ver que ambos
tienen un sentido completamente distinto. La experiencia revela también a cada paso que
una verdad puede obrar nociva‐ mente. La guerra mundial ha sido singularmente
instructiva en este sentido. De una y otra parte se creía un deber ocultar la verdad, porque
se temían de ella efectos nocivos.
5. El criticismo
El subjetivismo, el relativismo y el pragmatismo son, en el fondo, escepticismo. La
antítesis de éste es, como hemos visto, el dogmatismo. Pero hay una tercera posición que
resolvería la antítesis en una síntesis. Esta posición intermedia entre el dogmatismo y el
escepticismo se llama criticismo (de χρίνειν = examinar). El criticismo comparte con el
dogmatismo la fundamental confianza en la razón humana. El criticismo está convencido
de que es posible el conocimiento, de que hay una verdad. Pero mientras esta confianza
induce al dogmatismo a aceptar despreocupa‐ damente, por decirlo así, todas las
afirmaciones de la razón humana y a no reconocer límites al poder del conocimiento
humano, el criticismo, próximo en esto al escepticismo, une a la confianza en el
conocimiento humano en general la desconfianza hacia todo conocimiento determinado.
El criticismo examina todas las afirmaciones de la razón humana y no acepta nada
despreocupada‐ mente. Dondequiera pregunta por los motivos y pide cuentas a la razón
humana. Su conducta no es dogmática ni escéptica sino reflexiva y crítica. Es un término
medio entre la temeridad dogmática y la desesperación escéptica.
Contra la posibilidad de una teoría del conocimiento se ha objetado que esta ciencia
quiere fundamentar el conocimiento al mismo tiempo que lo supone, pues ella misma es
conocimiento. Hegel ha formulado esta objeción en su "Enciclopedia" de la siguiente
manera: "La investigación del co‐ nocimiento no puede tener lugar de otro modo que
conociendo; tratándose de este supuesto instrumento, investigarlo no significa otra cosa
que conocerlo. Mas querer conocer antes de conocer es tan absurdo como aquel
prudente propósito del escolástico que quería aprender a nadar antes de aventurarse en
el agua".
Esta objeción sería certera si la teoría del conocimiento tuviese la pretensión de carecer
de todo supuesto, esto es, si quisiera probar la posibilidad misma del conocimiento. Sería
una contradicción, en efecto, que alguien quisiera asegurar la posibilidad del conocimiento
por el camino del conocimiento. Al dar el primer paso en el conocimiento, daría por
supuesta tal posibilidad. Pero la teoría del conocimiento no pretende carecer de
supuestos en este sentido. Parte, por el contrario, del supuesto de que el conocimiento es
posible. Partiendo de esta posición entra en un examen crítico de las bases del co‐
nocimiento humano, de sus supuestos y condiciones más generales. En esto no hay
ninguna contradicción y la teoría del conocimiento no sucumbe a la objeción de Hegel.