Textos Hume
Textos Hume
Textos Hume
ideas de las primeras, al ser sensibles, son siempre claras y precisas, la más
insignificante distinción entre ellas es perceptible de inmediato, y los mismos términos
expresan siempre las mismas ideas, sin ambigüedad ni variaciones. Un óvalo no se
confunde jamás con un círculo, ni una hipérbola con una elipse. Los límites que
distinguen el isósceles del escaleno son más precisos que los que distinguen el vicio de
la virtud, el bien del mal. Con los términos definidos por la geometría, la mente por sí
misma sustituye fácilmente en toda ocasión el término definido por su definición; o,
incluso cuando no se emplea definición alguna, el propio objeto puede presentarse a los
sentidos, y así ser firme y claramente aprehendido. Sin embargo, los más sutiles
sentimientos de la mente, las operaciones del entendimiento, los diversos humores de
las pasiones, aun distinguiéndose manifiestamente, se nos escapan con facilidad cuando
los examinamos mediante la reflexión; y no podemos traer a la mente el objeto original
con la misma frecuencia con que tenemos ocasión de contemplarlo. Así es cómo la
ambigüedad se va introduciendo gradualmente en nuestros razonamientos: objetos
similares fácilmente se toman por idénticos, y al final la conclusión se aleja mucho de
las premisas.
Se podría afirmar, no obstante, que, si contemplamos estas ciencias bajo una luz
adecuada, sus ventajas y desventajas casi se compensan, alcanzando ambas un estado de
igualdad. Aunque la mente retenga con mayor facilidad las ideas claras y precisas de la
geometría, por otro lado, se ve obligada a elaborar una cadena de razonamiento mucho
más larga y compleja, y a comparar ideas muy alejadas las unas de las otras, todo ello
con objeto de alcanzar las más abstrusas verdades de esa ciencia. Y aunque las ideas
morales puedan caer, si no se tiene un cuidado extremo, en la oscuridad y la confusión,
las inferencias de estas disquisiciones son siempre mucho más cortas, y los pasos
intermedios que conducen a la conclusión muchos menos que los de las ciencias
dedicadas a la cantidad y el número. En realidad, las proposiciones de EUCLIDES, por
simples que sean, cuentan con más partes que las de cualquier razonamiento moral que
no sea quimérico o producto de la presunción. Allí donde en pocos pasos hallamos los
principios de la mente humana debemos estar muy satisfechos con nuestro progreso;
considerando lo pronto que la naturaleza dificulta todas nuestras investigaciones sobre
las causas y nos obliga a admitir nuestra ignorancia. El principal obstáculo a nuestro
progreso en las ciencias metafísicas o morales es, así pues, la oscuridad de las ideas, y la
ambigüedad de los términos. La principal dificultad de las matemáticas reside en la
longitud de las inferencias y en la amplitud del pensamiento necesarias para alcanzar
cualquier conclusión. Y, posiblemente, nuestro progreso en filosofía natural venga
retrasado principalmente por la falta de fenómenos y experiencias adecuadas, a menudo
descubiertas por azar y no siempre cuando es preciso, aun en el caso de las
investigaciones más diligentes y prudentes. Como, hasta la fecha, la filosofía moral
parece haber progresado menos que la geometría o la física, podemos concluir que, si
efectivamente existen diferencias a este respecto entre dichas ciencias, la superación de
las dificultades que obstruyen el desarrollo de la primera requerirá mayor cuidado y
capacidad.
No existen ideas, de las que aparecen en metafísica, más oscuras e inciertas que aquellas
de poder, fuerza, energía o conexión necesaria, las cuales surgen siempre en todas
nuestras disquisiciones. Por lo tanto, en esta sección nos proponemos fijar, cuando sea
posible, el significado preciso de estos términos, para eliminar así parte de la oscuridad
que tantas quejas suscita en este tipo de filosofía.
La proposición de que todas nuestras ideas no son más que copias de nuestras
impresiones no admite mucha discusión; en otras palabras, es imposible que pensemos
nada que no hayamos sentido anteriormente, ya sea a través de nuestros sentidos
externos o internos. Me he propuesto explicar y probar esta proposición, y he
manifestado mis esperanzas de que una correcta aplicación de la misma nos permita
alcanzar mayor claridad y precisión en los razonamientos filosóficos que la lograda
hasta el momento. Es posible que las ideas complejas puedan conocerse bien por
definición, que no es más que la enumeración de las partes o ideas simples que las
componen. Sin embargo, cuando llegamos a las ideas más sencillas y vemos que
seguimos hallando más ambigüedad y oscuridad, ¿de qué recurso disponemos? ¿Qué
invención puede echar luz sobre estas ideas para hacerlas en conjunto claras y precisas a
nuestra percepción intelectual? Producir las impresiones o sentimientos originales de los
que se copian las ideas. Todas estas impresiones son fuertes y sensibles. No admiten
ambigüedad. No sólo están bien iluminadas sino que además pueden echar luz sobre sus
ideas correspondientes, que están en la oscuridad. Y es posible que de esta manera
podamos lograr un nuevo microscopio o especie de óptica que permita, en las ciencias
morales, que las ideas más menudas y simples puedan ser aumentadas hasta el punto de
que podamos aprehenderlas fácilmente, y conocerlas tan bien como las ideas más
grandes y sensibles que puedan ser el objeto de nuestra investigación.
Las disputas con hombres que se obstinan en mantener sus principios a toda costa son
las más molestas de todas, quizá con la excepción de aquellas que se tienen con
individuos enteramente insinceros que en realidad no creen en las opiniones que están
defendiendo, y que se enzarzan en la controversia por afectación, por espíritu de
contradicción y por el deseo de dar muestras de poseer una agudeza y un ingenio
superiores a los del resto de la humanidad. De ambos tipos de personas debe esperarse
la misma adherencia a sus argumentos, el mismo desprecio por sus antagonistas y la
misma apasionada vehemencia en su empeño por hacer que imperen la sofistería y la
falsedad. Y como el razonamiento no es la fuente de donde ninguno de estos dos tipos
de disputantes saca sus argumentos, es inútil esperar que alguna vez lleguen a adoptar
principios más sólidos guiándose por una lógica que no hable a sus afectos.
Quienes han negado la realidad de las distinciones morales podrían ser clasificados
entre los disputantes insinceros. No es concebible que criatura humana alguna pueda
creer seriamente que todos los caracteres y todas las acciones merecen por igual la
aprobación y el respeto de todos. La diferencia que la naturaleza ha establecido entre un
hombre y otro es tan vasta y puede acentuarse hasta tal punto por virtud de la educación,
el ejemplo y el hábito, que cuando se presentan ante nuestra consideración dos casos
extremos enteramente opuestos, no hay escepticismo, por muy radical que sea, que se
atreva a negar absolutamente toda distinción entre ellos. Por muy grande que sea la falta
de sensibilidad de un individuo, con frecuencia tendrá este hombre que ser tocado por
las imágenes de lo justo y de lo Injusto; y por muy obstinados que sean sus prejuicios,
tendrá por fuerza que observar que sus prójimos también son susceptibles de
experimentar impresiones parecidas. Por lo tanto, el único modo de convencer a un
antagonista de esta clase será dejarlo solo. Pues cuando vea que nadie está dispuesto a
seguir discutiendo con él, lo más probable es que, de puro aburrimiento, decida por sí
mismo ponerse del lado del sentido común y de la razón.