Texto para Memotecnica
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Antes de hablar sobre las claves del bienestar, recordemos quién es Richard J.
Davidson. Se trata de un doctor en personalidad, psicofisiología y psicopatología de la
Universidad de Harvard. Lleva muchos años estudiando las emociones,
principalmente desde el punto de vista neuronal. Algo que lo caracteriza es que
estudia casos de toda una vida y no de unas cuantas entrevistas o un experimento.
Richard J. Davidson también es uno de los grandes amigos del Dalai Lama y un gran
estudioso de la meditación. Practica la meditación a diario y la aborda como una
disciplina que fomenta precisamente la neuroplasticidad. La siguiente es una breve
síntesis acerca de lo que Davidson entiende como las claves del bienestar humano.
La resiliencia es una de las claves del bienestar: toda persona está expuesta a las
adversidades. Por lo tanto, si una persona es capaz de aceptar esos malos momentos y
fluir con ellos, interpretándolos como un espacio de crecimiento, será más
complicado que se quede atascada en el malestar.
2. Perspectiva positiva
La perspectiva positiva no tiene nada que ver con el autoengaño. En este caso, no se
habla de un optimismo a ultranza, que implica negar la existencia de lo negativo, sino
de la elección consciente de darle mayor relevancia a lo positivo de cada situación,
por adversa que sea.
Según Richard J. Davidson, la personas que practican la meditación sufren un
cambio en sus circuitos cerebrales que transforma su forma de mirar la realidad.
En un estudio que Davidson realizó, identificó diferencias entre el cerebro de quienes
meditaban y el de aquellos los que no lo hacían y llegó a la conclusión de que su
hipótesis era cierta.
Afirma que es suficiente media hora diaria, durante dos semanas, para experimentar
los beneficios del cambio de perspectiva.
En general, un esfuerzo abstracto por desarrollar una visión positiva suele tener efectos
muy cortos en el tiempo y por eso no tendría demasiada influencia sobre nuestro estado
de ánimo. Sin embargo, en quienes meditan, los efectos son más duraderos, teniendo un
peso duradero sobre nuestro estado emocional.
3. Atención plena
Otro estudio adelantado por Richard J. Davidson mostró que una persona promedio no
presta demasiada atención al 47 % de las cosas que hace en el día.
Davidson encontró que quienes trabajan su mente de este modo son más propensos
a sentirse insatisfechos e infelices. Por eso señala que una de las claves del bienestar es
la atención plena. Esta podría definirse como la ubicación mental y física
exclusivamente en el presente.
La habilidad para conducir la mente hacia el presente es una destreza que también
se adquiere mediante la meditación. En general, pensar con énfasis en el futuro lleva
fácilmente a la ansiedad, mientras que hacerlo en el pasado lleva a la depresión. Vivir el
presente es menos oneroso emocionalmente.
4. Generosidad
Estas claves del bienestar de Richard J. Davidson coinciden con muchas teorías de
psicología y también con el budismo. Si desde tantas vertientes se ha llegado a
conclusiones similares, seguramente es porque no se trata simplemente de una opinión,
sino que en verdad estos son los ejes para construir aquello que de manera genérica
llamamos felicidad.
Las personas, como las estrellas, también nos transformamos a partir del caos, de esa
conjunción de fuerzas donde no hay que perder el valor o la confianza en que tarde o
temprano, volveremos a brillar. Aún en la oscuridad podemos emerger con mayor
energía.
Dicen que las estrellas nacen por azar. Son el espectacular resultado de una
conjunción de nebulosas, de un conglomerado caótico de gases, polvo y calor que
origina finalmente una fusión nuclear. Algo que en un principio está regido por la
combinación de distintas fuerzas tiene un resultado maravilloso. Nuestra transformación
personal en el viaje de la vida sigue a menudo este mismo proceso.
Los seres humanos tampoco lo tenemos fácil y, aun así, miramos cada noche esos astros
luminosos suspendidos en el firmamento pensando que todo lo que hay ahí está en
calma y regido por una templanza soñadora y envidiable.
Casi cualquier cultura tiene en sus raíces algún símbolo que representa el proceso
de transformación personal. Carl Jung, fue sin duda uno de los referentes más
destacados en el estudio de ese legado simbólico que, casi de manera inconsciente,
tenemos todos arraigados en nuestra mente.
La imagen de una oruga dando paso a una mariposa, por ejemplo, es una representación
muy popular del cambio y la propia transformación.
La serpiente que cambia su piel sería otra que todos identificamos con facilidad.
Asimismo, las fases de la Luna serían otra clara representación. Las estrellas antes
citadas, conforman otra buena referencia.
Sin embargo… ¿a qué nos referimos realmente desde un punto de vista psicológico
cuando hablamos de «transformación»? Este es un punto en el que conviene
detenernos para entender mucho mejor dicha idea.
Las crisis las pueden traer las propias transiciones vitales. Pasar de la niñez a la
adolescencia o de la adolescencia a la madurez sería un ejemplo. También las ocasionan
las pérdidas, las separaciones y cualquier hecho de nuestro entorno que haga caer los
cimientos de lo que dábamos por seguro.
Todo trauma da paso, a menudo, a una necesidad: a la de una transformación
personal, a ese cambio donde mudar la piel, donde modelar un yo más fuerte, más
seguro de sí y luminoso. Porque no nos olvidemos que todo caos es una conjunción de
energías y al igual que las estrellas con sus gases y sus fusiones, al final, surge un nuevo
ser más brillante capaz de iluminar la propia oscuridad.
Una transformación implica seguir siendo los mismos, pero con mejores recursos.
Es añadir capas psicológicas para aplacar miedos y despertar templanzas. Es hacer del
caos interno que genera toda crisis una lección de aprendizajes para clarificar qué
necesitamos, qué merecemos y cuáles son nuestras prioridades.
Debemos tener muy claro la persona que deseamos ser. Tal y como nos explicaba
Abraham Maslow, uno de los psicólogos más destacados de la corriente humanista,
ningún cambio será posible si no tenemos una consciencia clara de lo que somos ahora
y de lo que ansiamos lograr.
Podemos elegir ser nebulosas, simples gases en suspensión y polvo cósmico sin mayor
propósito o bien, proceder a generar esa transformación en la que quedar envueltos un
tiempo en medio del caos para dar forma finalmente, a una estrella. Esa que todos
llevamos en nuestro interior y que debemos despertar, alentar y encender con el fin de
alcanzar todo nuestro potencial humano.
Las tormentas, como los días difíciles, vienen y van. Lo importante es nuestra actitud
inoxidable, ella es quien nos reviste de esperanzas, quien nos recuerda cuáles son
nuestros valores, necesidades y prioridades. Ella es nuestra brújula para que no nos
perdamos.
Las tormentas aplacan la luz llenando el cielo de losas oscuras, vientos y aguaceros. A
menudo, nos asustan y nos obligan a guarecernos, a mirar el mundo desde la ventana
mientras esa lluvia arrecia. Sin embargo, hay algo que tenemos claro: tarde o temprano
acabará, como toda dificultad en la vida. Lo importante, como casi siempre, es
mantener una actitud inoxidable.
Decía William James, célebre filósofo y psicólogo de finales del siglo XIX conocido
por ser un pionero en el estudio científico de la psicología, que hay un componente
maravilloso en el ser humano. Es ni más ni menos que nuestra actitud. Gracias a
ella podemos en un momento dado, variar nuestro comportamiento y adecuarlo a las
circunstancias para salir airosos, victoriosos.
Así, si bien es cierto que estos constructos psicológicos tienen un componente genético
y otro ambiental, en el que nuestro aprendizaje y educación tienen una parte de
trascendencia, hay algo innegable. Todos podemos erigir una actitud más fuerte.
Cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de esculpir una actitud donde los miedos
no tiemblen, donde siempre exista la esperanza y la confianza en los propios recursos.
Una actitud inoxidable para días soleados y de tormenta
Implica, por ejemplo, que cada uno de nosotros debe cuidar de esa armonía interna
entre lo que siente y lo que hace, entre lo que defiende y lo que demuestra, entre lo
que desea y en lo que trabaja cada día.
Las actitudes tienen tres componentes básicos: las emociones, las creencias y los
comportamientos. Esos tres pilares deben estar siempre firmemente alineados en
nuestra mente y en nuestro corazón.
Por otro lado, y más allá del principio de coherencia, hay otros elementos
determinantes. Debemos conocer cuáles son las características de una actitud
inoxidable, es decir, de esa disposición psicológica que nos puede permitir encarar
mejor las dificultades, los retos vitales. Son las siguientes.
La actitud proactiva, la mente que anticipa cómo reaccionar ante las tormentas
Nuestra actitud puede ser reactiva o proactiva. La primera conforma una mentalidad
pasiva que se limita solo a reaccionar ante los acontecimientos. Cuando surge algo
inesperado, simplemente, recibe el golpe y se deja llevar por esa embestida. Es un
enfoque que no sabe muy bien cómo manejar los imprevistos y que se limita a hacer lo
que otros hagan, a obedecer.
La actitud inoxidable cree en la esperanza, en que mañana será mejor que hoy
Eran personas optimistas, tenían una actitud abierta, esperanzada, eran muy sociables
y tenían a su vez, una personalidad tranquila, sosegada y centrada. Sabían lo que
querían y lo que consideraban valioso en sus existencias.
Asimismo, gran parte de ellos habían pasado por momentos complicados, pero en medio
de esas circunstancias, jamás dejaron espacio a la rendición. Sentían, sencillamente,
auténtica pasión por la vida.
Una actitud inoxidable es la que nos permite encarar los vientos en días de tormenta y la
que sabe disfrutar a su vez, de las épocas soleadas donde todo es calma.
Ese enfoque mental está revestido de una aleación única, una donde se integra la
positividad, la mente proactiva, la esperanza y ese empeño inusual por no rendirse. Por
ser como el bambú en medio del huracán, alguien flexible pero increíblemente
resistente.