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LECTURA PARA REGLAS MEMOTECNICAS

TEXTO I: Las 4 claves del bienestar, según Richard J. Davidson

Antes de hablar sobre las claves del bienestar, recordemos quién es Richard J.
Davidson. Se trata de un doctor en personalidad, psicofisiología y psicopatología de la
Universidad de Harvard. Lleva muchos años estudiando las emociones,
principalmente desde el punto de vista neuronal. Algo que lo caracteriza es que
estudia casos de toda una vida y no de unas cuantas entrevistas o un experimento.

Con base en sus investigaciones y en sus estudios, Richard J. Davidson ha propuesto la


idea de que gracias a la neuroplasticidad cerebral es posible aprender la felicidad y
la compasión, de la misma manera que se aprende un idioma u otro conocimiento. Con
base en ello, propone las cuatro claves del bienestar.

Richard J. Davidson también es uno de los grandes amigos del Dalai Lama y un gran
estudioso de la meditación. Practica la meditación a diario y la aborda como una
disciplina que fomenta precisamente la neuroplasticidad. La siguiente es una breve
síntesis acerca de lo que Davidson entiende como las claves del bienestar humano.

1. Resiliencia, una de las claves del bienestar

En términos generales, la resiliencia es la capacidad para recuperarse de una


adversidad y fortalecerse con esa experiencia. Para Davidson, tal capacidad se
encuentra estrechamente vinculada con el concepto budista del “no apego”. Así, lo que
en muchas ocasiones supondría la verdadera dificultad es la resistencia al cambio.

La resiliencia es una de las claves del bienestar: toda persona está expuesta a las
adversidades. Por lo tanto, si una persona es capaz de aceptar esos malos momentos y
fluir con ellos, interpretándolos como un espacio de crecimiento, será más
complicado que se quede atascada en el malestar.

2. Perspectiva positiva

La perspectiva positiva no tiene nada que ver con el autoengaño. En este caso, no se
habla de un optimismo a ultranza, que implica negar la existencia de lo negativo, sino
de la elección consciente de darle mayor relevancia a lo positivo de cada situación,
por adversa que sea.
Según Richard J. Davidson, la personas que practican la meditación sufren un
cambio en sus circuitos cerebrales que transforma su forma de mirar la realidad.
En un estudio que Davidson realizó, identificó diferencias entre el cerebro de quienes
meditaban y el de aquellos los que no lo hacían y llegó a la conclusión de que su
hipótesis era cierta.

Afirma que es suficiente media hora diaria, durante dos semanas, para experimentar
los beneficios del cambio de perspectiva.

En general, un esfuerzo abstracto por desarrollar una visión positiva suele tener efectos
muy cortos en el tiempo y por eso no tendría demasiada influencia sobre nuestro estado
de ánimo. Sin embargo, en quienes meditan, los efectos son más duraderos, teniendo un
peso duradero sobre nuestro estado emocional.

3. Atención plena

Otro estudio adelantado por Richard J. Davidson mostró que una persona promedio no
presta demasiada atención al 47 % de las cosas que hace en el día.

Uno de los desencadenantes de esta desorientación es el trabajo multitarea o en atención


dividida: realizar varias tareas a la vez sin consagrarse especialmente en ninguna de
ellas. En estos casos, la mente se vuelve errante, como si fuera de unas ideas a otras
sin un patrón definido.

Davidson encontró que quienes trabajan su mente de este modo son más propensos
a sentirse insatisfechos e infelices. Por eso señala que una de las claves del bienestar es
la atención plena. Esta podría definirse como la ubicación mental y física
exclusivamente en el presente.

La habilidad para conducir la mente hacia el presente es una destreza que también
se adquiere mediante la meditación. En general, pensar con énfasis en el futuro lleva
fácilmente a la ansiedad, mientras que hacerlo en el pasado lleva a la depresión. Vivir el
presente es menos oneroso emocionalmente.

4. Generosidad

La última de las cuatro claves del bienestar, según, Richard J. Davidson, es la


compasión o generosidad. Según este investigador, el hecho de dar activa muchas
zonas del cerebro relacionadas con la felicidad y la alegría. Si nos fijamos, casi
siempre las personas generosas se ven más en paz consigo mismas y tienden a ser más
tranquilas y despreocupadas.

Para Davidson, la generosidad, así como el egoísmo, tienen un efecto boomerang.


Esto no significa necesariamente que quien da algo reciba de vuelta una compensación
equivalente, sino que el solo hecho de dar revierte en bienestar físico y mental. En otras
palabras, quien más se beneficia de dar es precisamente el que da.

Estas claves del bienestar de Richard J. Davidson coinciden con muchas teorías de
psicología y también con el budismo. Si desde tantas vertientes se ha llegado a
conclusiones similares, seguramente es porque no se trata simplemente de una opinión,
sino que en verdad estos son los ejes para construir aquello que de manera genérica
llamamos felicidad.

TEXTO II : Del caos nacen las estrellas (la transformación personal)

Las personas, como las estrellas, también nos transformamos a partir del caos, de esa
conjunción de fuerzas donde no hay que perder el valor o la confianza en que tarde o
temprano, volveremos a brillar. Aún en la oscuridad podemos emerger con mayor
energía.

Dicen que las estrellas nacen por azar. Son el espectacular resultado de una
conjunción de nebulosas, de un conglomerado caótico de gases, polvo y calor que
origina finalmente una fusión nuclear. Algo que en un principio está regido por la
combinación de distintas fuerzas tiene un resultado maravilloso. Nuestra transformación
personal en el viaje de la vida sigue a menudo este mismo proceso.

En su arduo camino cósmico las estrellas también evolucionan y se mantienen en


nuestro cosmos, lidiando entre un tenso equilibrio entre la gravedad y sus reacciones
nucleares.

Los seres humanos tampoco lo tenemos fácil y, aun así, miramos cada noche esos astros
luminosos suspendidos en el firmamento pensando que todo lo que hay ahí está en
calma y regido por una templanza soñadora y envidiable.

Sin embargo, todos batallamos con nuestros problemas, con nuestros desafíos


personales. Más aún, pocos principios son tan universales en cualquier escenario como
el de la transformación, como esa propiedad presente en cualquier ser, en cualquier
astro o componente químico.
Nos transformamos para sobrevivir, para adaptarnos ante las presiones del entorno o
simplemente para avanzar.

Es un proceso no exento de miedos e inseguridades. Sin embargo, como bien


decía Rollo May, psicólogo existencialista, toda transformación nos libera y eso, es
algo que se busca también en terapia psicológica. Generar un cambio para que la
persona alcance el bienestar y se sienta libre para seguir realizándose.

La transformación personal: la estrella naciente en nuestro interior

Casi cualquier cultura tiene en sus raíces algún símbolo que representa el proceso
de transformación personal. Carl Jung, fue sin duda uno de los referentes más
destacados en el estudio de ese legado simbólico que, casi de manera inconsciente,
tenemos todos arraigados en nuestra mente.

La imagen de una oruga dando paso a una mariposa, por ejemplo, es una representación
muy popular del cambio y la propia transformación.

La serpiente que cambia su piel sería otra que todos identificamos con facilidad.
Asimismo, las fases de la Luna serían otra clara representación. Las estrellas antes
citadas, conforman otra buena referencia.

Sin embargo… ¿a qué nos referimos realmente desde un punto de vista psicológico
cuando hablamos de «transformación»? Este es un punto en el que conviene
detenernos para entender mucho mejor dicha idea.

Los periodos de crisis impulsan al cambio

La estabilidad, la quietud y la calma rara vez impulsan una transformación


personal. Nadie desea un cambio cuando lo que tiene le trae satisfacción o, al menos, la
calma por habitar en esa zona de confort donde lo que se tiene se considera suficiente.
Ahora bien, hay etapas vitales donde surge la grieta de lo imprevisto y al poco, el
desajuste, el temblor y el caos.

Las crisis las pueden traer las propias transiciones vitales. Pasar de la niñez a la
adolescencia o de la adolescencia a la madurez sería un ejemplo. También las ocasionan
las pérdidas, las separaciones y cualquier hecho de nuestro entorno que haga caer los
cimientos de lo que dábamos por seguro.
Todo trauma da paso, a menudo, a una necesidad: a la de una transformación
personal, a ese cambio donde mudar la piel, donde modelar un yo más fuerte, más
seguro de sí y luminoso. Porque no nos olvidemos que todo caos es una conjunción de
energías y al igual que las estrellas con sus gases y sus fusiones, al final, surge un nuevo
ser más brillante capaz de iluminar la propia oscuridad.

La misma persona, pero con nuevas «capas» psicológicas

Señalábamos al inicio que uno de los propósitos de la terapia psicológica es generar


cambios en las personas para que alcancen el equilibrio, el bienestar.

Ahora bien, cuando hablamos de transformación personal no nos ponemos como


propósito cambiar a alguien hasta lograr que asuma una nueva personalidad, con nuevos
gustos, nuevas metas y otros valores. En absoluto.

Una transformación implica seguir siendo los mismos, pero con mejores recursos.
Es añadir capas psicológicas para aplacar miedos y despertar templanzas. Es hacer del
caos interno que genera toda crisis una lección de aprendizajes para clarificar qué
necesitamos, qué merecemos y cuáles son nuestras prioridades.

Todo ejercicio de transformación personal nos obliga a habilitarnos en el lenguaje


interno de las emociones, activar autoestimas a edificar metas que nos guíen, que nos
ilusionen hacia la consecución de un futuro mejor.

Transformación personal es visualizar la persona que deseas ser y trabajar en ella

Toda transformación personal es un proceso movilizador donde fluyen los


pensamientos, la ansiedad, la presión del entorno, la sombra del miedo y el sentido de
esperanza. Es un conglomerado complejo que se adhiere a nosotros a modo de crisálida,
a modo de embalaje para que esa batalla interna se vaya equilibrando poco a poco y día
a día.

Ningún cambio es fácil ni se consigue en dos semanas o un mes. No obstante,


mientras continuamos en esa labor, es importante no perder de vista una idea.

Debemos tener muy claro la persona que deseamos ser. Tal y como nos explicaba
Abraham Maslow, uno de los psicólogos más destacados de la corriente humanista,
ningún cambio será posible si no tenemos una consciencia clara de lo que somos ahora
y de lo que ansiamos lograr.
Podemos elegir ser nebulosas, simples gases en suspensión y polvo cósmico sin mayor
propósito o bien, proceder a generar esa transformación en la que quedar envueltos un
tiempo en medio del caos para dar forma finalmente, a una estrella. Esa que todos
llevamos en nuestro interior y que debemos despertar, alentar y encender con el fin de
alcanzar todo nuestro potencial humano.

Esa, es una labor en la que siempre estamos a tiempo.

TEXTO III Las tormentas son temporales, tu actitud inoxidable

Las tormentas, como los días difíciles, vienen y van. Lo importante es nuestra actitud
inoxidable, ella es quien nos reviste de esperanzas, quien nos recuerda cuáles son
nuestros valores, necesidades y prioridades. Ella es nuestra brújula para que no nos
perdamos.

Las tormentas aplacan la luz llenando el cielo de losas oscuras, vientos y aguaceros. A
menudo, nos asustan y nos obligan a guarecernos, a mirar el mundo desde la ventana
mientras esa lluvia arrecia. Sin embargo, hay algo que tenemos claro: tarde o temprano
acabará, como toda dificultad en la vida. Lo importante, como casi siempre, es
mantener una actitud inoxidable.

Decía William James, célebre filósofo y psicólogo de finales del siglo XIX conocido
por ser un pionero en el estudio científico de la psicología, que hay un componente
maravilloso en el ser humano. Es ni más ni menos que nuestra actitud. Gracias a
ella podemos en un momento dado, variar nuestro comportamiento y adecuarlo a las
circunstancias para salir airosos, victoriosos.

Estas dimensiones son una conjunción determinante de emociones, creencias y


tendencias de comportamiento que nos orientan hacia objetivos concretos (Hogg y
Vaughan, 2005). Nuestras actitudes pueden ayudarnos a cruzar puentes o bien, dejarnos
bordeando un pozo pensando que no hay salida, quedando atrapados en un enfoque
mental rígido y fatalista.

Así, si bien es cierto que estos constructos psicológicos tienen un componente genético
y otro ambiental, en el que nuestro aprendizaje y educación tienen una parte de
trascendencia, hay algo innegable. Todos podemos erigir una actitud más fuerte.

Cada uno de nosotros tenemos la posibilidad de esculpir una actitud donde los miedos
no tiemblen, donde siempre exista la esperanza y la confianza en los propios recursos.
Una actitud inoxidable para días soleados y de tormenta

Icek Ajzen, psicólogo social de la Universidad de Massachussets, explica en su


libro Attitudes, Personality, and Behavior, que una actitud inoxidable necesita un
principio de coherencia. ¿Qué significa esto?

Implica, por ejemplo, que cada uno de nosotros debe cuidar de esa armonía interna
entre lo que siente y lo que hace, entre lo que defiende y lo que demuestra, entre lo
que desea y en lo que trabaja cada día.

Las actitudes tienen tres componentes básicos: las emociones, las creencias y los
comportamientos. Esos tres pilares deben estar siempre firmemente alineados en
nuestra mente y en nuestro corazón.

Uno no puede, por ejemplo, defender la naturaleza y el medio ambiente y quedarse


callado cuando un amigo o la propia pareja tira una lata o una colilla encendida a un
bosque. Una actitud se siente, se expresa y se proyecta en un comportamiento.

Por otro lado, y más allá del principio de coherencia, hay otros elementos
determinantes. Debemos conocer cuáles son las características de una actitud
inoxidable, es decir, de esa disposición psicológica que nos puede permitir encarar
mejor las dificultades, los retos vitales. Son las siguientes.

La actitud proactiva, la mente que anticipa cómo reaccionar ante las tormentas

Nuestra actitud puede ser reactiva o proactiva. La primera conforma una mentalidad
pasiva que se limita solo a reaccionar ante los acontecimientos. Cuando surge algo
inesperado, simplemente, recibe el golpe y se deja llevar por esa embestida. Es un
enfoque que no sabe muy bien cómo manejar los imprevistos y que se limita a hacer lo
que otros hagan, a obedecer.

Por contra, tenemos ese ingrediente excepcional que sirve de aleación a la actitud


inoxidable, y no es otro que el enfoque proactivo. Es ese que lejos de rendirse, se
siente preparado para los retos y desafíos. Ante una dificultad no se obsesiona en
preguntarse «por qué» ha ocurrido esto o lo otro; se centra en el «para qué» y en el
«cómo» .
Busca la enseñanza, intenta ver una solución y una nueva perspectiva. A su vez,
despierta recursos como la creatividad para hallar diez respuestas a ese problema, otros
caminos y visiones en las que jamás caben las rendiciones.

La actitud inoxidable cree en la esperanza, en que mañana será mejor que hoy

En el 2012, la Universidad Yeshiva, de Nueva York y el Colegio de Medicina Albert


Einstein, realizaron un estudio interesante. Querían conocer la relación entre la
actitud de las personas y su relación con la longevidad humana. Así, algo que
descubrieron es que aquellos hombres y mujeres que llegaban a los 100 años, tenían
algo más que una buena salud.

Eran personas optimistas, tenían una actitud abierta, esperanzada, eran muy sociables
y tenían a su vez, una personalidad tranquila, sosegada y centrada. Sabían lo que
querían y lo que consideraban valioso en sus existencias.

Asimismo, gran parte de ellos habían pasado por momentos complicados, pero en medio
de esas circunstancias, jamás dejaron espacio a la rendición. Sentían, sencillamente,
auténtica pasión por la vida.

Una actitud inoxidable es la que nos permite encarar los vientos en días de tormenta y la
que sabe disfrutar a su vez, de las épocas soleadas donde todo es calma.

Ese enfoque mental está revestido de una aleación única, una donde se integra la
positividad, la mente proactiva, la esperanza y ese empeño inusual por no rendirse. Por
ser como el bambú en medio del huracán, alguien flexible pero increíblemente
resistente.

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