Santo Domingo. de La España Boba A La Primera Independencia (1809-1821) - El Canario Antonio M. de Pineda Y Su Misión Ante Bolívar
Santo Domingo. de La España Boba A La Primera Independencia (1809-1821) - El Canario Antonio M. de Pineda Y Su Misión Ante Bolívar
Santo Domingo. de La España Boba A La Primera Independencia (1809-1821) - El Canario Antonio M. de Pineda Y Su Misión Ante Bolívar
DE LA ESPAÑA BOBA A LA
PRIMERA INDEPENDENCIA (1809-1821). EL
CANARIO ANTONIO M. DE PINEDA Y SU MISIÓN
ANTE BOLÍVAR
RESUMEN ABSTRACT
El presente trabajo intenta ofrecer una This paper seeks to offer a closer view
visión más cercana del periodo de la of the period of Dominican History
historia dominicana conocido como la known as the España Boba, which ex-
España Boba y que abarca desde 1809, tends from 1809, when the Reconquest
cuando acaba la Guerra de Reconquista war against France ended, to the decla-
contra Francia, hasta la declaración de ration of the first independence, or
la primera independencia o Independen- Ephemeral Independence, proclaimed
cia Efímera, proclamada por Núñez de by Núñez de Cáceres in 1821. We em-
Cáceres en 1821. Destacamos la escasa phasize the scanty influence exercised
influencia ejercida por la Constitución on Santo Domingo by the Constitution
de 1812 en Santo Domingo, así como la of 1812, as well as the appearance of the
aparición de los primeros periódicos first Dominican newspapers (1821) and
dominicanos (1821) y los vaivenes po- the political swings between absolutism
líticos entre absolutismo y liberalismo. and liberalism on both sides of the
Athlantic.
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…no hay una familia que tenga lo que sacó, y generalmente los
ricos han vuelto pobres y estos, miserables, quedándose en otras
partes los capitales que realizaron en Santo Domingo, y aunque
hasta ahora no ha sido posible reunir el censo general de la parte
española, puede calcularse en 80.000 almas el número de su pobla-
ción, de las que contendrá algo más de la décima parte el recinto de
la capital. Y la mitad de la restante vive dispersa por los campos,
sin el freno ni las ventajas de la vida civil
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lejano 1795 la había cedido a Francia, sino, entre otras razones, por la espe-
ranza de volver a recibir con regularidad el situado y por el temor a una
nueva invasión haitiana u otro ataque por mar de alguna de las potencias
europeas que actuaban en el Caribe, hechos ante los cuales no hubiesen
podido defenderse por sí solos los habitantes de la parte este de la isla.
Sobre Juan Sánchez Ramírez, sabemos que nació en la villa de Cotuí a
mediados del siglo XVIII, y que falleció el 12 de febrero de 1811 en la ciudad
de Santo Domingo. Como muchos otros dominicanos, después de la cesión a
Francia de la parte este de la isla (1795), y de la ocupación de esta por
Toussaint de Louverture (1801-1802), emigró a Puerto Rico en 1803, su
residencia en la ciudad de Mayagüez hasta marzo de 1808 cuando retornó a
Santo Domingo para atender personalmente su negocio de corte de maderas
de El Macao y un extenso hato en su villa natal. Lo que le convirtió en per-
sonaje clave de la historia dominicana fue su actuación en la denominada
guerra de Reconquista (1808-1809)3.
Con la llegada a Santo Domingo en 1810 del comisionado regio Francis-
co Javier de Caro y Torquemada, vivieron los dominicanos momentos de
esperanza ante las promesas que transmitió de la Junta de Regencia, y que
esta había hecho a los dominicanos en nombre de Fernando VII4. La misión
encomendada a Caro consistía en reorganizar la colonia recién reincorporada
a la Corona de España. Para este fin el mismo debía llevar a la práctica dos
decretos cuyo contenido había sido propuesto por él a la citada Junta en su
mayor parte. El primero de ellos, fechado el 12 de enero de 1810, trataba de
favorecer el regreso de los emigrados, restablecer el situado por una cantidad
de 300.000 pesos anuales, desde México y Venezuela, libertad para empren-
der distintos tipos de cultivos, exención continuada del pago de alcabalas y
de diez años para el de diezmos, así como la reinstalación del arzobispado y
cabildo eclesiástico. El segundo decreto, del 29 de abril del mismo año, pro-
ponía la libertad de comercio, importación y exportación, con el único grava-
men del uno por ciento ad valorem y el 7% de las mercancías extranjeras, la
reapertura del colegio-seminario, la condonación de los censos sobre los
antiguos bienes de los jesuitas y la extinción de sus cargas, la nulidad de las
confiscaciones de los bienes de los emigrados dominicanos hechas por los
franceses y su devolución y la protección a la minería, entre otros artículos
referentes a la administración de la colonia y los nuevos empleos5. En reali-
dad, las medidas de Caro no se llevaron a la práctica en su totalidad: y bene-
ficiaron en mucho mayor grado al grupo social al que él mismo pertenecía,
la oligarquía formada por las familias más ricas y de linaje más antiguo de
Santo Domingo. El situado de 300.000 pesos anuales no llegó a las cajas de
la Real Hacienda dominicana ni una sola vez después de la reincorporación
de la colonia a la Corona de España. Una remesa de 100.000 pesos, parece
que se recibió el 13 de marzo de 1811 aunque apenas supuso el pago de
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algunos salarios atrasados y suministros de ropa y víveres para las tropas del
presidio6. Respecto a los empleos, Caro, en una exposición previa a la
redacción de los citados decretos, pedía para Sánchez Ramírez, como caudi-
llo que había sido en la guerra de expulsión de los franceses y artífice de la
reincorporación a la Corona de España, una recompensa adecuada, y tam-
bién a aquellos que se habían distinguido en la reconquista, así como que se
otorgase preferencia para el desempeño de los cargos públicos a quienes
hubiesen permanecido como emigrantes durante los años en que gobernaron
los franceses7. Lo expuesto por Caro obtuvo la inmediata aprobación de la
Junta, como quedó reflejado en minuta al Consejo de España e Indias8. Insis-
timos en que el comisionado regio dio claras muestras de que le preocupaba
mucho más los miembros de su propia clase, la oligarquía conservadora y
esclavista, muchos de cuyos miembros habían regresado a Santo Domingo al
marcharse los franceses una vez terminada la reconquista, que los hispano
dominicanos en general. Ello le llevó a colocar a parientes y amigos próxi-
mos en destacados cargos públicos, por lo que su actuación se vio empañada
por acusaciones de nepotismo, realmente fundadas. De hecho, ni aún siendo
diputado electo por Santo Domingo en las Cortes ordinarias y posterior-
mente, por un breve espacio de tiempo en el segundo período constitucional,
demostró especial interés por la tierra donde había nacido sino que más bien
pareció servir los intereses del grupo formado como ya hemos dicho por la
minoría de conservadores e hispanófilos que no aceptaron de buen grado la
Constitución de 1812. Cosechó así bastantes críticas de los dominicanos no
pertenecientes a la minoría citada. Permaneció el resto de su vida en España
donde siempre desempeñó destacados cargos, próximo a Fernando VII, de
quien fue albacea testamentario, y a la muerte del monarca, consejero de la
regente María Cristina, incluso fue nombrado prócer del Reino.
De entre los que habían luchado en la guerra de Reconquista y los que
habían perdido gran parte de sus bienes aprovisionando a sus tropas, tan sólo
unos pocos entre los que destacan el mismo Sánchez Ramírez y José de
Sosa, nombrado capitán del ejército, se vieron recompensados de inmediato.
No hubo reconocimiento de grados militares, medallas, ni compensación
económica para los que se habían levantado contra los franceses, ni aun para
los que habían sido jefes militares como Diego Polanco, Paredes, Francisco
Estévez o Manuel Carvajal, entre otros, ignorados por la metrópoli. En años
sucesivos este asunto será objeto de repetidas peticiones al Consejo de
Indias, pero el único resultado, aparte de vagas promesas, fue el ir desper-
tando en muchos de aquellos que habían participado activamente en la
expulsión de los franceses del suelo insular y creyeron que España iba a ayu-
darles a salir de la crisis, el deseo de independizarse unos, y de anexionarse a
la joven República de Haití otros.
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tejiendo una red social, casi endogámica con los miembros de los más
antiguos linajes de la isla, de origen español, con enlaces matrimoniales
entre ellos, y las solas excepciones de altos funcionarios o, a veces, militares
de la más alta graduación llegados de la metrópoli18. Todo esto hizo factible
la aparición, por una parte, de un hispanismo que era el que había empujado
a Sánchez Ramírez y a sus seguidores a reinstaurar el régimen político
anterior a 1795 y por otra, la temprana manifestación de posturas liberales e
independentistas, fruto probable del descontento. Se podían remontar estas al
conato de insurgencia solapado, pero al parecer, innegable, de Ciriaco Ramí-
rez, en plena guerra de reconquista. Seguirán ocultas las tendencias liberales
y en pro de la separación de la Metrópoli, aunque saldrán a la luz en varias
ocasiones como hemos señalado con anterioridad, siendo abortadas con
dureza19. Frente a esa élite, el pueblo llano, pequeños propietarios, artesanos,
conuqueros o trabajadores de hatos y haciendas, entre otros, con mayoría un-
mérica de gente de color —en mayor proporción, mulatos— y esclavos libe-
rados, se mostraba apático o indiferente, pero bien pronto despertaría, tal como
lo demostraron en las rebeliones de Mendoza y Mujarra en agosto de 1812.
No ofrecía pues Santo Domingo en estas circunstancias el mejor caldo de
cultivo para la puesta en práctica gustosa de los principios de la Constitu-
ción, que oficialmente se recibió como era de rigor, con agasajos y festejos
populares, Pese a lo arriba expuesto, no se puede negar que algo hizo
cambiar en la parte oriental de la isla la nueva legislación; la primera colonia
española en América se convirtió en provincia de ultramar de la Corona de
España20. Por otra parte, el artículo cuatro del título II de la citada Constitu-
ción decía que los criollos blancos americanos tenían los mismos derechos
que los naturales de España, mientras los descendientes de esclavos estaban
excluidos de la ciudadanía. También se suprimió el Tribunal de la Inquisi-
ción, y se confiscaron los conventos y los bienes que contenían. No se reali-
zaron cambios trascendentes, ni aún algunos de los prescritos por la Cons-
titución gaditana
El establecimiento de la Diputación provincial, ordenado en 1812, por la
que el gobierno de Santo Domingo conseguía un cierto grado de la autono-
mía que los hispano-dominicanos habían anhelado, no se hace efectivo hasta
1813, poco después de que tomase posesión de su cargo el gobernador Urru-
tia. Funcionó este organismo poco tiempo, ya que desapareció con la vuelta
del absolutismo al año siguiente. Tampoco se cumplió la normativa impuesta
constitucionalmente sobre la elección de diputados a Cortes. En todos los
casos resultó irregular, según Cassá, “al margen de los procedimientos esti-
pulados por el nuevo ordenamiento jurídico”21, manejada según los intereses
de la minoría a que nos referíamos anteriormente y que llevó a Caro a
representar a Santo Domingo tanto en la Cortes ordinarias de 1813 como
durante parte del trienio liberal. En ambas legislaturas pasó por alto las oca-
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autoritaria de gobernar se vio favorecida con esta vuelta del poder absoluto
en España. Fue el menos apreciado y más impopular de sus gobernantes
entre los dominicanos durante el periodo de la reincorporación de Santo
Domingo a la metrópoli. Además de los problemas de índole económica, no
cesaban de llegar a oídos del gobernador rumores de posibles desembarcos e
incluso de la presencia frecuente de corsarios en las costas de la parte espa-
ñola de la isla, y llegando estos rumores hasta el Consejo de Indias, Urrutia
recibió una Real Orden con el fin de que no permitiese la introducción de
extranjeros en su territorio y evitar así que esparciesen las ideas revoluciona-
rias que sacudían el centro y el sur del continente americano27. Su siguiente
destino fue Guatemala, para donde fue nombrado capitán general.
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Dos de los 39 artículos del Acta constitutiva del nuevo estado domini-
cano, el quinto y el sexto, establecían el nombramiento de un comisionado
de Santo Domingo en Venezuela, ante Bolívar, con el fin de conseguir su
apoyo y que se reconociese a aquel como estado confederado de la Gran
Colombia, acogiéndose bajo su bandera. El elegido para llevar a cabo esta
tarea, en su condición de diputado, fue el doctor don Antonio María Pineda
de Ayala43. Había sido, como hemos apuntado anteriormente, director del
por entonces extinto periódico El Telégrafo Constitucional, uno de los pri-
meros protomédicos provinciales del siglo XIX, médico de sanidad del hospi-
tal de San Nicolás de Bari, miembro de la Diputación de Santo Domingo
(diputado electo en noviembre de 1820 por el partido de la capital) y cate-
drático de Prima de Medicina de la Universidad (comienzos de 1821). Todo
ello constituye una clara prueba de su rápida integración en la sociedad,
incluso en la vida política de Santo Domingo, donde desempeñó un activo y
relevante papel. El motivo de que tal elección recayese en él fue sin duda,
aparte de sus méritos profesionales y sus cualidades personales, su conoci-
miento del país vecino, donde había pasado varios años. No se conoce la fe-
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cha exacta en que salió de Santo Domingo, se sabe que el 2 de enero de 1822
había llegado a Curaçao.
Antonio M. Pineda de Ayala había nacido en Las Palmas de Gran Cana-
ria, en 1781. Emigró con sus padres y hermanos a Venezuela44, hacia 1797
residía con su familia en Barquisimeto, capital del estado de Lara que por
entonces contaba con una numerosa colonia canaria. En esta ciudad cursó y
concluyó con éxito, en 1808, el bachiller en Artes. Al año siguiente se trasla-
dó a Caracas para continuar sus estudios. Atraído en principio por la vida
eclesiástica, parece ser que tomó la primera tonsura antes de 1800, pero
pronto optó por la Medicina. Realizó sus prácticas médicas, entre 1803 y
1807, en el Hospital Militar de aquella capital, bajo la dirección del doctor
José Domingo Díaz. En diciembre de 1808 superó el examen de grado de
bachiller en Medicina y en 1809 terminó el doctorado. Desde su época de es-
tudiante en Caracas fue compañero del dominicano Andrés López Medrano,
cuya amistad mantuvo largos años y quien influyó en sus posteriores e inten-
sas vivencias en Santo Domingo.
Se trasladó Pineda de nuevo a Barquisimeto y allí, junto con Felipe J.
Fabrini, siendo ambos los únicos facultativos graduados, introdujo la vacuna
antivariólica. En 1814 publicó un trabajo titulado Memoria de la vacuna con
el fin de promocionarla en Santo Domingo. Sobre las consecuencias posibles
de prescindir de la vacuna señala Pineda:
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En esa misma fecha, el Estado libre de Haití español era ocupado por el
general Boyer, presidente de la República de Haití. En realidad, ya poco
podía hacer Bolívar por apoyar a los dominicanos, además de encontrarse en
plena campaña hacia el sur, por otra parte, tenía que ser fiel a los haitianos,
herederos de Petion que tanto le había ayudado, acogiéndolo en su territorio
en 1815. No obstante, el general Santander sí tuvo conocimiento directo del
asunto48. Cabe preguntarnos, aunque en historia no son válidas las simple
presunciones, cual hubiera sido el futuro de la parte este de La Española si
Bolívar y la Gran Colombia la hubiesen aceptado como estado federado.
Se desconoce la fecha exacta en que la familia Pineda abandonó Santo
Domingo, todo apunta a que fuese en 1822, pero sí se sabe que se establecie-
ron en Barquisimeto, y aún siguen en Venezuela sus descendientes directos,
entre los que se cuentan figuras destacadas de la jurisprudencia la literatura o
la medicina49. En tierras venezolanas desarrolló amplia actividad política, sin
abandonar el ejercicio de la medicina durante el resto de su vida. Entre otros
cargos, llegó a ser diputado por Barquisimeto en 1828, y como tal expuso, ante
la gravedad de la situación vivida en aquellas fechas, la necesidad de que
Bolívar continuase en su presidencia, “investido de todo el poder dictatorial” a
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EL FINAL DE UN SUEÑO
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CONCLUSIONES
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NOTAS
1
Frank Moya Pons: Historia colonial de Santo Domingo, Universidad Católica Madre y
Maestra, Santiago, RD, 3ª edición, 1977, pp. 402-403. También cita las Noticias del
doctor Morilla (Morillas en otros textos), véase Clío, año XIV, Ciudad Trujillo, RD,
enero-junio 1946, nº 74-75, pp. 9-17; Roberto Cassá: Historia social y económica de la
república dominicana, vol. I, Santo Domingo, Ed. Alfa & Omega, 1996, pp. 217-218
(dice tomar esta cita de la Noticias del Dr. Morillo (sic), extraídas de la Historia de
Santo Domingo, de Antonio del Monte y Tejada, III, pp. 326-329.
2
Franco Pichardo: Los negros, los mulatos y la nación dominicana, Impresora Vidal, 3ª
edición, Santo Domingo 1998, pp. 113-114, apud Gilbert Guillermin: Diario histórico
de la revolución de la parte del este de Santo Domingo, 1808, con Notas. Estadísticas
sobre esta parte, Ciudad Trujillo, Academia Dominicana de la Historia, 1938, p. 273.
Después de capitular los franceses, Sánchez Ramírez se dirigió al palacio del Gobierno
“vistiendo un uniforme muy conveniente al papel que desempeñaba en estas circuns-
tancias; un sombrero formando un arco iris, adornado de plumas blancas y bordado de
oro, casaca azul cubierta con retratos de Fernando VII, botas Souvalowuna (que se dis-
tinguían a distancia por el notable ruido), un sable arrastrando en tierra que le impedía
caminar derecho, un numeroso séquito de personas tan abigarradas como sus trajes y la
actitud, en fin, de un héroe de teatro”. Así se narra la ceremonia de toma de posesión
del nuevo gobernador. Si bien exagera el francés la actitud de este, lo que sí es cierto y
está documentado es que tanto el rechazo a la nueva situación de retorno voluntario a la
soberanía española como la no aceptación de Sánchez Ramírez, por lo que representaba
eran sentimientos compartidos por gran parte de la zona este de la isla, en especial fuera
de la capital. De ello se quejaba el nuevo mandatario, que esperaba mayor reconoci-
miento de sus paisanos.
3
Miguel Artola: La guerra de reconquista de Santo Domingo, 1808-1809, Madrid, Institu-
to Fernández de Oviedo, 1951; también en Revista de Indias, XI, núm. 45, julio-set.
1955, pp. 447-484: Diario de la Reconquista J. Sánchez Ramírez.
4
Máximo Coiscou Henríquez: Documentos para la historia de Santo Domingo, vol. II,
pp. 11-18; AGI, 970, Real Cédula, Real Isla de León, 20 de abril de 1810, Firmada por
el presidente de la junta de regencia general Xavier Castaños y por Francisco de Saave-
dra, Antonio de Escaño y Miguel de Lardizábal y Uribe: AD, Nicolás Mª de Sierra. Ca-
ro entregó a Sánchez Ramírez el documento.
5
José María Morillas: “Biografía de dominicanos notables… Exmo. e Ilmo. Sr. D. Fran-
cisco Javier Caro y Torquemada, Ministro del Real y Supremo Consejo de la Cámara
de Indias y Consejero de Estado”, en Clío, nº 74-75, pp. 8-17, pp. 13-14. Guerrero Ca-
no, Magdalena: Santo Domingo, 1795-1865, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1986,
pp. 43-44. Sobre Caro, véase Mª Isabel Paredes Vera: “Francisco Javier Caro de Tor-
quemada, diputado dominicano en las Cortes ordinarias de Cádiz (1813-1814)”, ponen-
cia en el Congreso La Constitución gaditana de 1812 y sus repercusiones en América,
Asociación Española de Americanistas, ADHLAC y Universidad de Cádiz, 15-18 de
septiembre de 1809, Cádiz; Ruth Torres Agudo: “Los Campuzano-Polanco, una familia
de la élite de la ciudad de Santo Domingo”, en Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, 2007.
Tomó los apellidos de su abuela paterna, Dª Ana María de Oviedo y Castillo Torque-
mada, luego los simplificó hasta aparecer como Javier Caro, Caro Oviedo o Caro Tor-
quemada. Los Campuzano descendían en línea directa del magistrado Gregorio Se-
millán Campuzano, que igual que Ignacio Pérez Caro llegó a Santo Domingo a fines del
XVII, pero él como letrado; Idem: “Dos catedráticos dominicanos en la Universidad de
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33
Ibídem, del secretario de Estado y del Despacho de Gobernación, a Kindelán, recomen-
dando se tomen medidas ante la posible invasión haitiana, Madrid, a 25 de enero de
1821, núm 173.
34
Carlos Federico Pérez: Historia diplomática de Santo Domingo (1492-1861), Escuela de
Servicios Internacionales, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Santo Do-
mingo, 1973, pp. 121-134.
35
AGI, Santo Domingo 966, Sobre haber ejecutado la supresión de conventos de la pro-
vincia de Santo Domingo, fol.100, año 1821. De Kindelán a la Sección de Gobierno y
Negociado Político, Santo Domingo, 31-1-1821.
María Magdalena Guerrero Cano: Sociedad, política e Iglesia en el Santo Domingo co-
lonial, 1861-1865, Academia Dominicana de la Historia, Vol. LXXXVII, Ed. Búho,
Santo Domingo, 2010, pp. 92 y 96-106.
36
María Magdalena Guerrero Cano: Sociedad, política e Iglesia en el Santo Domingo co-
lonial, 1861-1865, Academia Dominicana de la Historia, Santo Domingo, 2010, vol.
LX XXVII, pp. 515-516. Terminó su carrera militar en la Península, después de haber
ocupado destacados cargos en Toro, Zamora, Santoña, León y Burgos. En noviembre
de 1829 fue ascendido a mariscal de campo de los reales ejércitos. Murió en Madrid el
8 de octubre de 1844.
37
AGI, SD 1017 y 966 En el primero de estos legajos se halla un original impreso del
prospecto que anunciaba la aparición de El Telégrafo Constitucional, así como varios
ejemplares de este y de El Duende, editados todos en la imprenta de José María Gonzá-
lez, que era también la del Gobierno. Rodríguez Demorizi, E.: La imprenta… pp. 34-
145. Reproduce todos los ejemplares conocidos de los periódicos citados. AGI,SD 970;
núm 5, Santo Domingo, 16 de febrero de 1821: El jefe político Kindelán informa, que
para poder cumplir lo que se pedía en la circular de 14 de diciembre de 1820, ante las
dificultades para poner en marcha la publicación de El Telégrafo Constitucional Domi-
nicano, tiene el propósito la Diputación provincial de proteger dicho periódico.
38
AGI, SD 966. Los miembros de la Diputación provincial de Santo Domingo, presidida
por el jefe político y capitán general Sebastián Kindelán al rey, Santo Domingo, 31 de
marzo de 1821. Amplio informe de la apurada situación económica en que se encuentra
la parte española de Santo Domingo, con las cuentas detalladas de la Real Hacienda co-
rrespondientes a 1820. Relata cómo debido a la ausencia del situado de 300.000 pesos
que prometió la regencia en 1810, han tenido que recurrir a medidas extremas, como
subir los impuestos de aduanas a los frutos que se comerciaban como principal fuente
de ingresos, lo que ha empeorado la situación de la agricultura. El déficit en tan sólo ese
año de 1820 asciende a 255.744 pesos y 5 reales. Se suplica que si no se puede mandar
todo lo que se debe atrasado a la isla, S.M. provea al menos lo que juzgue conveniente.
39
T. Modiou: Histoire d´Haiti. T. III, Port-au-Prince, 1922, p. 386. El autor, historiador
haitiano, muy próximo al general J. B. Inginac, secretario de Boyer, dice que Amarante
y Estévez gozaron del amparo de los corsarios de Buenos Aires, como Aury, que solían
refugiarse en la bahía de Manzanillo. Estos eran sin duda portadores de noticias sobre
los avatares independentistas en el continente y, a su vez, mantenían conexión con el
gobierno de Haití a través de agentes infiltrados en el territorio español, entre ellos, el
comerciante Arrieu o Harrieux. Lo que en realidad buscaban Amarante y Estévez pare-
ce que no era la anexión a la vecina república, sino conseguir armas y municiones para
llevar a cabo sus planes independentistas (ver Memorias del general Inginac).
40
Bolívar Bosch, p. 129, apud Guerrero Cano, M.: El largo camino… p. 46, 1821 en la
América hispana: es un año marcado por la efervescencia independentista:
— 24 de julio; victoria de Bolívar en Carabobo; independencia de Venezuela.
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