Primera Presidencia de Yrigoyen 1916-1922
Primera Presidencia de Yrigoyen 1916-1922
Primera Presidencia de Yrigoyen 1916-1922
(1916-1922)
Autor: Enrique Díaz Araujo
A. Parte General
1. a. Orígenes del radicalismo
Según el historiador radical Gabriel del Mazo, el radicalismo es el heredero del Partido
Federal y del Partido Republicano Alsinista, enemigo del liberalismo progresista
instalado en Pavón.
Este mismo origen es señalado por Ricardo Caballero que dice que fue un movimiento de
reparación nacional destinado a terminar con las conculcaciones políticas y sociales del
régimen liberal.
Fácilmente verificable este sucesivo origen (federal y alsinista), su antecedente fue la Unión
Cívica, movimiento fundado el 13 de abril de 1890 en el frontón “Buenos Aires” de la Capital
Federal, para enfrentar al gob de Miguel Juárez Celman. A esa entidad confluyeron diversos
grupos:
1. La Unión Cívica de la Juventud, constituida el 1 de setiembre de 1889 en el Jardín Florida,
de Bs As, universitarios que respondieron al llamado del periodista Francisco Barroetaveña.
2. Los ex republicanos, segregados en la década de 1870 del partido Autonomista de Adolfo
Alsina, dirigidos por Alem y Aristóbulo del Valle.
3. Los ex autonomistas (del PAN) o “bernardistas”, cuyo jefe era don Bernardo de Irigoyen, se
habían distanciado por la cuestión religiosa y la legislación laica. Eran federales.
4. Los mitristas, con sus dirigentes civiles y militares.
5. La Unión Católica, luego se constituyó en su columna vertebral según el historiador Tomás
Auza.
6. La juventud militar.
7. Personalidades sueltas. Tales como Vicente Fidel López, Adolfo Saldías, Miguel Goyena
La Unión Cívica, que organizó la Revolución del Parque (del 26 al 29 de julio de 1890),
fracasando en el intento, decidió participar en las elecciones generales de 1892. A ese efecto
consagro la fórmula presidencial Bartolomé Mitre-Bernardo de Irigoyen. Pero, por la política del
“Acuerdo”, impulsada por el gral. Roca, se dividió en la Unión Cívica Radical, acaudillada por
Alem. La UCR fue fundada oficialmente el 26 de julio de 1891, proclamando candidatos a
Bernardo de Irigoyen y Juan Garro. Y fue derrotada por el fraude y el estado de sitio impuesto por
Carlos Pellegrini, en beneficio de la fórmula del PAN (Luis Sáenz Peña-José Evaristo Uriburu).
1.b. Caracteres
Estas son las cualidades que surgen de los documentos partidarios:
1.c. Notas.
Estas están menos explicitas, se exteriorizan a través de los testimonios calificados y de las
interpretaciones. Son:
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dirigencia radical (como sucedía, en realidad, en el Partido Socialista). Tal esquema se ha
divulgado tanto que el norteamericano Peter Snow lo hace suyo adjudicándole una ideología
liberal como la de la Democracia Progresista. Esta interpretación ha sido totalmente
descartada por la más reciente historiografía. Ya Ricardo Caballero había dicho: “hijos de
grandes propietarios del pasado y estancieros del presente, eran los que vivieron la vida de
vagos y hermosos sueños de reparación nacional, que anunciaba la UCR, los estancieros
poderosos y modestos, los Saravia y los Güemes de Salta, los Araoz y Campero en Tucumán,
etc.”. A su vez, Félix Luna indicaba que: “no por alentar Yrigoyen esta renovación atacó a la
antigua aristocracia, él sabía muy bien que ella representaba algo autentico en el país, una
tradición, un estilo de vida que no se debía eliminar. No solo no atacó a los grandes apellidos,
sino que honró no pocas a algunos de sus egregios”. Y Raúl Molina agregaba: “muchos de sus
hombres pertenecían a clases superiores: Alvear, Gallo, Melo, Herrera Vegas, Gallardo,
Molina, etc. En la provincia de Bs As fueron caudillos los estancieros más rico de cada
partido y sus nombres formaban las listas de diputados y las de intendentes. Pero en la
segunda campaña presidencial de Yrigoyen, afiliada la mayor parte de aquellos al
antipersonalismo, la fracción yrigoyenista tuvo necesidad de reemplazarlos con caudillos de
barrio, hombres pudientes, correctos y buenos, pero incapaces en su mayoría, entre quienes se
distribuyeron las diputaciones y concejalías. Con el tiempo se acentuó el proceso demagógico
y esos caudillos se corrompieron. Ellos no conocían los orígenes del radicalismo, y su función
se reducía a recolectar la hez de la sociedad para construir los comités y, en famosas trenzas”.
Los investigadores Silvia Sigal y Ezequiel Gallo llegaron a originales conclusiones: “tanto por
su posición ocupacional como por su nacionalidad y educación, los representantes radicales
en nada difieren de sus similares conservadores”. Oscar Cornblit, considera que desde el
punto de vista de la elite, la UCR congregó “las aspiraciones de algunos sectores de clase alta
vinculados muchos de ellos a viejas familias oligárquicas tradicionales. Que, en cuanto a “las
bases sociales fueron las clases medias y bajas criollas y otras con una o dos generaciones de
residencia en el país. Había constituido el apoyo de Juan Manuel de Rosas y después de
Caseros, sostenido el autonomismo de Alsina”. Como señala David Rock “era un movimiento
de masas manejado por grupos de alta posición social, solo después de iniciado el nuevo siglo
desarrolló sus rasgos populistas, al convertirse en un movimiento de coalición entre ese sector
de la elite e importantes sectores de las clases medias”. David Rock alega que “los viejos
radicales del noventa compartían los prejuicios culturales de la elite contra los inmigrantes”.
En verdad, no existía tal “xenofobia” en la UCR, aunque tampoco era xenófila, como si eran
los partidos liberales y marxistas, simplemente, acogió a los hijos de inmigrantes,
nacionalizándolos, al incorporarlos a una corriente “Raigal” criolla.
9. Paternalismo: que deviene como sumatoria de las notas anteriores. Que los sociólogos hoy
ubican dentro de las “técnicas del liderazgo popular” y como un “sistema de patronazgo” y
que se instrumenta por la clientela del comité. En esta nota caen tanto la actitud tuitiva en el
orden laboral, cuanto el intervencionismo económico estatal, el manejo de la burocracia
administrativa, y el “personalismo” en la conducción partidaria. A todo esto se le llama
populismo. En Yrigoyen, dice Felix Luna hay “una actitud paternalista, patriarcal”. La calidad
de “caudillos” de Alem, y sobre todo, de Yrigoyen, choca con el impersonalismo asentado en
la carta fundacional. En un documento que publicara Rodolfo Oyhanarte (hermano de quien
fuera canciller durante la segunda presidencia de Yrigoyen) dice de si el jefe de la UCR: “No
fui jefe de nadie ni de nada, porque me siento infinitamente superior a los menguados títulos
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de una jefatura. Fui, en cambio, apóstol, en cuerpo y alma. Por eso pude dar a la UCR, es
decir a la patria misma, un espíritu y una enérgica conducta y la orientación segura de su
camino”.
Este es, como lo apunta Guillermo Gallardo, el lenguaje de un profeta, inspirado y mesiánico.
Por si existiera alguna duda al respecto, en el Mensaje al Congreso Nacional, en 1921,
Yrigoyen afirma que no es un gobernante de orden común, ese carácter extraordinario que se
adjudica lo lleva al personalismo que le reprochan sus adversarios. Estos lo emparentan con
Rosas, y asemejan “reparación” con “restauración”. Este tipo de acusaciones se fundaban en
ciertos hechos: Lisandro Alem, era hijo de un miembro de la Sociedad Popular Restauradora
que fue ejecutado por los liberales porteños después de la revolución del 11 de septiembre de
1852; Hipólito Yrigoyen, sobrino del anterior, pertenecía a la misma familia, los primeros
candidatos Bernardo Irigoyen y Juan Garro, eran rosistas que no habían adjurado de su
pasado.
David Rock dice que: “los radicales querían eludir el estigma de “personalismo”, pero nunca lo
lograron plenamente. A despecho de su pronunciamiento en favor de la democracia representativa,
el radicalismo siguió siendo en muchos aspectos un partido tradicional que procuraba apoderarse
del Estado para recompensar a sus adictos”. En 1912, añade, “los radicales no tardaron en establecer
un sistema de patronazgo que no era menos útil (que el fraude) a fines de conquistar sufragios. A
cabio del voto cada dos años, los caudillos de barrio, cumplían gran cantidad de pequeños servicios
para sus respectivos vecindarios. A través de su vinculación con los dueños de los conventillos,
tenían buenas relaciones con la policía, con el cura de la parroquia, el caudillo de barrio se convirtió
en la figura más poderosa del vecindario y el eje en torno del cual giraba la fuerza política y la
popularidad del radicalismo. En la tarea colaboraban los COMITÉS, centros de la distribución de
dadivas para los electores.”
Los períodos
Periodo Características
El primer periodo 1889 a 1897 Incluye hitos relevantes como: el Manifiesto del 2 de julio de
1891, proclamación de Irigoyen-Garro, la Carta Orgánica de 17
de nov de 1892, ministerio de Aristóbulo del Valle, las
revoluciones de 1893, el suicidio de Alem y su testamento
político del 1 de julio de 1896, la división entre Bernardistas e
Hipolistas y la disolución del Comité de la Prov de Bs As.
El segundo periodo 1897 a 1912 De 1897 a 1904, de disolución partidaria y de abstención
revolucionaria. La reorganización del Comité Nacional de
1903-4, la presidencia de Pedro Molina, la revolución radical
del 4 de febrero de 1905; la amnistía de 1906 y la ley electoral
de Sáenz Peña de 1912 (Ley nº 8871).
El tercer periodo 1911 a 1916 El triunfo radical con la fórmula Menchaca-Caballero en las
elecciones de 1912. La expresión de Yrigoyen “me venció el
ensayo” ante lo que consideró como un “alzamiento
electoralista” que haría fracasar su esfuerzo revolucionario, la
apertura del patrón partidario, la Convención Nacional de 1916,
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que proclamó la formula Yrigoyen-Pelagio Luna, que triunfó.
El cuarto periodo 1916 a 1924 Comprende la primera presidencia de Yrigoyen y parte de la de
Marcelo de Alvear, trata de la lucha entre los yrigoyenista y los
azules o galeristas, que concluye con el 23 de agosto de 1924,
fundación de la Unión Cívica Radical Antipersonalista.
El quinto periodo En su segunda parte (la de la Convención Nacional de 1931)
comprende a la “Junta del City”, de conducción alvearista.
El sexto periodo, alvearista o Que concluye cuando en la Convención de diciembre de 1952
“unionista” 1935-1952 se aprueba el programa elaborado en 1945 por el Movimiento
de Intransigencia y Renovación (Coulin- Frondizi- Balbin, etc).
Primera etapa (1891-96) La UCR era una coalición entre antiguos caudillos urbanos de Bs As,
desplazados y jóvenes hijos de familias patricias. El movimiento,
dice, estaba “firmemente controlado por los elementos patricios, a
quienes los católicos y los grupos de clase media les estaban
subordinados.
Segunda etapa 1896-1905 El historiador inglés apunta la adhesión obtenida por Yrigoyen entre
dos grupos profesionales, los universitarios y la oficialidad joven del
Ejército.
Tercera etapa 1905-1912 Los radicales avanzaron a grandes pasos en el reclutamiento del favor
popular. En esos años quedó constituido un conjunto de dirigentes
locales intermedios, hijos de inmigrantes, eran profesionales urbanos
con título universitario. Hacia 1908 las organizaciones locales dejaron
de llamarse clubes y pasaron a ser conocidas como “comités”. La otra
importante novedad fue el surgimiento de Hipólito Yrigoyen como
líder.” Acá Rock habla de las “bravuconadas moralistas” y de la
pomposa retórica y de sus cálculos para apelar a los valores de la
clase media de religión católica romana como también de las técnicas
del patronazgo y de manipulación desde arriba de los sectores medios.
La cuarta etapa 1912-1916 La signa con la presión electoral proveniente “en buena medida de los
grupos urbanos de clase media” con los “viejos radicales”.
Ejemplifica con el episodio de la candidatura de Yrigoyen, quien
habría apuntalado “su posición apelando a los grupos de clase media”
Sugestiva y original, esta visión adolece de un sociologismo extremo, cuyos datos solo están
referidos a la ciudad de Bs As.
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Para una visión menos pretensiosa, y de efectos didácticos elementales, se podrían computar estos
periodos muy amplios:
En cada una de ellas surge una especie de nuevo partido dentro de las siglas comunes, guarda muy
poca relación con el anterior, tanto en su proyecto político cuanto en su composición social.
Dirigentes
Conforme a las Ciencias Políticas, en todo movimiento político hay siempre un jefe, una elite y un
pueblo. Las interacciones entre los tres estamentos son diversas. En los partidos políticos
argentinos, más que “leader” al estilo anglosajón se dan “caudillos”, civiles o militares, cuyo influjo
es notorio. Nuestros partidos (salvo los oligárquicos) son normalmente “personalistas”,
conformándose, sus vicios y virtudes, según las del jefe. Importa más “quien” gobierna que “como”
gobierna. El fenómeno histórico para ser abarcado en su integridad exige el conocimiento de tres
elementos decisivos: uno, el hombre, dos, las ideas, y tres, los intereses.
ALEM
Algunos aspectos salientes del tribuno fundador de la UCR: tribuno popular, orador romántico y
moralizante, un idealista puro.
“Yo no inclino mi frente en la batalla” decía la última estrofa de “Sombras”, su verso juvenil y esa
fue la norma de su vida. Por eso, en su carta póstuma a Barroetaveña, en 1896, se explica: “¿Qué
quiere, mi amigo? Después de haber luchado tanto, sin manchas y sin sombras, es demasiado dura,
a mi edad, y en la posición adquirida con tantos esfuerzos y sacrificios, tener que inclinar la frente
en la batalla; vivir inútil y deprimido. Para todo he tenido fuerzas, menos para esto. Sí, mejor que
se rompa y no se doble”.
Una vida trágica la suya. Contemplando, a los 13 años la ejecución de su padre, por “mazorquero”,
y la pobreza de su madre por las confiscaciones de los liberales. “relata Telmo Manacorda: le
corrían a pedradas, ninguno quería sentarse con él en el colegio. Aun en la Universidad. Los
maestros le nombraban con desprecio. Los profesores ejercían sobre él una venganza miserable”.
Así templó su voluntad. Por eso lo afectan tanto las acusaciones de Pellegrini de haber mantenido
relaciones indebidas con los bancos. A él, el bohemio desinteresado, sospecharlo de traficante. Lo
recuerda Manacorda en sus últimos tiempos: “envejecido, con una pobreza que dan ganas de llorar”.
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Cuando su médico, el doctor Torino le aconseja un viaje a Europa para restablecer su salud, le
contesta: “Pero si hay días en que no tengo para el tranvía”. Alem, como su discípulo cordobés
Elpidio Gonzales (que murió en un hospital público, luego de vender ballenitas por la calle, de
haber renunciado a la jubilación que le correspondía cono vicepresidente de la Republica y de haber
hecho voto de pobreza en la Tercera Orden Franciscana), son las moscas blancas de la política
argentina.
Nos resulta extraño que Félix Luna, nos diga que Alem era:
“ciclotímico, incapaz de organizar nada estable, un opositor nato que se enamoraba de sus propias
negaciones”.
“Don Leandro, si algo fue en forma señalada, fue eso, un hombre bueno, uno de los corazones más
puros que hayan podido conocer los argentinos, que pereció de tanto sentir y de tanto comunicar sus
sentimientos”.
YRIGOYEN
Con pasión admirativa Félix Luna dice que “fue un poeta y un aristócrata, un producto
genuinamente vernáculo, algo hondamente criollo, como un ombú, como un hornero”. Desde un
ángulo contrario, el socialista Nicolás Repetto lo califica como “un hombre que persiguió
tenazmente el gobierno por medio de la revolución, pero que sólo pudo alcanzarlo por el sufragio”.
Más duro, su conmilitón Carlos Sánchez Viamonte lo ve como un heredero psíquico del suburbio
rosista. Y el dirigente reformista Deodoro Roca: “el ultimo caudillo, en realidad el ultimo oligarca.
Y de una curiosa oligarquía: senil y decrepita, déspota ridículo, doblado en apóstol.”
David Rock traza la siguiente semblanza: “se hizo fama de figura misteriosa. Nunca pronunció un
discurso en público. Este hábito y el apartamento en el que vivía, le valieron el apodo de “El
peludo”. Pero, por otro lado, hacia todo lo posible para autoconferirse un aire de superioridad; entre
sus seguidores de Bs As era llamado el “doctor Yrigoyen”, aunque jamás había obtenido ningún
título universitario. Su estilo político consistía en el contacto personal y la negociación cara a cara,
que le permitieron extender su dominio y crear una cadena de lealtades personales, su única
contribución al partido fue una serie de tortuosos manifiestos.”
Manuel Gálvez, historiador y novelista, dice que se trata del “hombre del misterio”, “el más amado
y el más odiado de los argentinos”. Invariación, introversión, obstinación, sentimentalismo,
intransigencia, autoritarismo, astucia y misterio, que lo configuran como “el único político nato.
Solo Roca puede comparársele. A él no le interesan ni Francia, ni Alemania, ni Inglaterra. Jamás en
su vida, se ha preocupado por nada de lo que ocurre en esos países”
Para redondear la imagen de este conspirador y conductor sigiloso del pueblo, acudimos al juicio de
Rodolfo Irazusta. Yrigoyen, dice, “demostró ser el hombre más honesto que ha manejado los
negocios nacionales en todo el siglo que va de la existencia de la Constitución. Debo decir esto
porque fui un adversario decidido del señor Yrigoyen, pero cumple a mi deber decir, y el repetirlo:
honestidad como la del señor Yrigoyen no hubo otra, no se repitió después, y no debe haberlo
habido mucho antes.”
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Para Julio Irazusta su jefatura obedece a su capacidad política en tanto que como gobernante
atribuye su relativo éxito a sus intuiciones y su relativo fracaso a la ausencia de un gran equipo
gubernamental capaz de transformar aquellas instituciones en ideas claras y distintas, y de llevarlas
a la práctica.
Dos notas que servirían para esa maduración si están en Yrigoyen. En su defensa ante la Corte, en
1931, las señalo: “la vida, pues, de solidaridad nacional más absoluta que pueda concebirse, surgió
en la Patria con la UCR”, dijo, y añadió: “Nadie llevó más allá, ni aplicó con mayor unción las
imperecederas doctrinas del Evangelio, interpretando los mandatos de la Divina Providencia”. Esto
es: PATRIOTISMO Y ESPIRITUALIDAD RELIGIOSA.
Telmo Mancorda sostiene que la disidencia radica en “un resentimiento de familia” nunca
explicitado:
“en la acción disienten…Alem pertenece a los grandes impacientes cuya temperatura normal es la
fiebre. Hipolito es el calculador reconcentrado, el silencioso obrero de sí mismo. La popularidad de
uno estorba al otro. “Leandro está mal rodeado”, suele decir Hipólito. “Carrerito desagradecido”,
dice Alem. Es el drama.”
ALVEAR
Si las distancias de estilo entre el tribuno y el táctico son grandes, ¡cuántas no lo serían entre el
segundo y el mundano elegante y displicente que le sucedió, primero en la presidencia de la
Republica y, después, en la del partido. Ramos lo vio así:
“el hombre de París, favorito del Jockey Club, nieto de Carlos Alvear, un elegante que protege
artistas y gusta de la política. Alvear había despilfarrado tres herencias con la misma displicencia de
gran señor con que aceptaba la embajada argentina en Paris: por derecho divino. La actitud de cada
uno frente a la Liga de las Naciones, había revelado dos estilos totalmente dispares: el de caudillo,
heroico, intransigente, principista, arriscadamente humano y fraternal, contra todos los poderes del
mundo si fuera necesario; el del embajador conciliador, blando, adaptado a las conveniencias de un
supuesto país de segundo orden frente a las grandes potencias. Dos sentidos, salvo un idéntico
respeto por la ley y por ciertas formas de decencia política”.
Félix Luna refuerza la anterior descripción con las 332 páginas de su bella biografía de Alvear: “su
falta de comprensión sobre las verdaderas dimensiones de la lucha que debía librar el partido al que
perteneció…Alvear vio el panorama político argentino como una pacífica contienda a la europea,
no percibió con claridad la dicotomía irreductible de la historia nuestra”.
Esto, no obstante, que por su nacimiento, en cuna aristocrática, se le imponía “la tradición federal”.
Además, Marcelo era la tradición antimitrista, lo que lo colocó al lado de Alem en 1891.
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Según Ponsati, la caída del gobierno yrigoyenista y la subsecuente jefatura de Alvear oficializaron
en el radicalismo una posición política liberal, europea. Es así que la posición internacional de
Yrigoyen, fundada en valores de raigambre hispanocriolla, fue abandonada en aras de un
cosmopolitismo abstracto. Igualmente, el anticatolicismo laicista y el secularismo, que Yrigoyen
había sabido mantener a raya, fueron ganando terreno.
Félix Luna, concluye que “afirmamos que un sector importante del radicalismo absorbió el estilo
alvearista y todavía lo conserva. Es un estilo legítimo, respetable. Pero no es radical. Significa la
culminación del liberalismo democrático. Es un injerto.”
Julio Irazusta: “los primeros cinco años de la presidencia de Alvear fueron tal vez el lustro más
próspero de la historia nacional”.
Hay quienes consideraron un éxito tal resultado, mientras que otros lo juzgan un fracaso.
En primer término, conviene examinar el proceso electoral en sus circunstancias concretas, análisis
que ha efectuado Roberto Etchepareborda. Ha fijado 6 causas del triunfo y la ordena
cronológicamente del siguiente modo:
1. El plan bipartidista de Roque Sáenz Peña: terminada la influencia del roquismo y bajo la
influencia residual de Pellegrini, el presidente Sáenz Peña quiso promover un cambio
estructural en la política argentina. Con su Ley Electoral buscaba el establecimiento de un
sistema de dos grandes partidos equilibrados. Uno, era el Radical, al que haría salir de su
abstención revolucionaria. El otro, un nuevo conglomerado “modernista”, que reemplazara
al antiguo PAN. Este se produciría por la confluencia liberal-conservadora.
2. Victoria oficialista (prevista): por cierto que el Plan de Sáenz Peña no se proponía
regalarle el gobierno a la UCR. Lo que Sáenz Peña quería era que el nuevo partido
oficialista venciera a la opositora UCR, provocando con ello la división interna de ese
conglomerado. Los primeros ensayos electorales daban la razón. En los casos de: Santa Fe
(1912), donde si bien ganó la UCR, las minorías sumadas (conservadores y Liga del Sur)
obtenían mayoría, y provocadora; Capital Federal (1914), donde el P. Socialista (con apoyo
conservador) ganaba al Radicalismo.
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3. Cambio en la conducción del Plan: producido por la muerte de Sáenz Peña. Victorino de
la Plaza, piensa más en un remozamiento del PAN que en una innovación modernista e
influye en ese sentido.
4. Persistencia de los modernistas: reunidos en 1915 los delegados de 8 partidos provinciales
(Populares mendocinos, la Liga del Sur santafecina, los liberales y autonomistas de
Corrientes, etc.) con la dirección de Julio A. Roca (h), fundan el Partido Demócrata
Progresista. Su objeto es combatir a la UCR. Se concreta la formula Lisandro de la Torre-
Benito Villanueva (luego reemplazado por Alejandro Carbó).
5. Enfrentamiento de conservadores y modernistas: los seguidores de Ugarte y de la Torre
promueven acuerdos y desacuerdos. Esto crea una perplejidad que lleva a muchos
conservadores a incorporarse a la UCR.
6. División final del oficialismo: causa decisiva del triunfo radical. A las elecciones de 1916
concurren dos frentes oficialistas: la “Concentración Conservadora”, ugartistas, con la
fórmula (tacita) Ángel D. Rojas-Juan E. Serú (que obtiene 69 electores y 153.000 votos), y
el Partido Demócrata Progresista, lisandrista, con la fórmula definitiva Alejandro Carbó-
Carlos Ibarguren. Al margen quedan los radicales disidentes de Santa Fe (19 electores y
28.000 votos) y los socialistas (14.000 electores y 66.000 votos). Los esfuerzos por votar
una formula única fracasan. Y queda abierto el camino para que la UCR logre la mayoría
absoluta en el Colegio Electoral (151 son necesarios sobre 300 electores). Sabido es que, por
la gestión de Ricardo Caballero, los 19 electores de la disidencia santafecina confluirán con
los 133 electores de la UCR, dándole, al fin, 152 electores. Pero Etchepareborda ofrece el
dato que fue el de otras provincias en función de la elección popular. En Mendoza sucedió
algo similar: la UCR ganó con 15.083, contra 10.524 del Partido Popular (liberal), cuando
en las elecciones anteriores (1913) el P. Popular había tenido 11.530, la Concentración
Cívica (civitista) 8.632 y la UCR 6.373. Es decir, que los conservadores de Civit prefirieron
votar en 1916 a los radicales de J. N. Lencinas, antes que a los liberales del P. Popular. Otro
tanto ocurrió con los conservadores de la Capital Federal, quienes aconsejados por el gral.
Pablo Richieri, optaron por votar al radicalismo y no al Partido Socialista. De todo lo cual,
Etchepareborda deduce que la planificación electoral oficialista: “se vio perturbada por la
actitud escisionista de los antiguos elementos roquistas, que actuaron de modo diverso, pero
en definitiva, en perjuicio del objetivo señalado por Roque Sáenz Peña”.
“Derrota electoral inesperada”, que aparejó un “trauma” permanente a los liberales, obnubilando
su clásica habilidad política.
Si esto es así, se comprenden mucho mejor las vacilaciones de Hipólito Yrigoyen, tanto frente a la
elección misma, a su candidatura, cuanto al modo de su arribo al gobierno. Algunas de las
preguntas que surgen son: ¿Por qué Yrigoyen, electo candidato a presidente, en una formula
solidaria, rechaza su designación y la acepta después? ¿Por qué, con los resultados electorales a la
vista, se niega a los acuerdos con los disidentes de Santa Fe, que le aconsejan los doctores Dávila y
Lobos, con la frase “que se pierdan mil presidencias, pero que se salven los principios”, para
después de electo, con esos votos santafecinos, asumir “legalmente” la Presidencia?
En torno a estas y otras preguntas se centra el tópico de la “elección” o “revolución”.
El 12 de octubre llega y asume la Presidencia. De este modo ven hoy los historiadores la cuestión:
Historiadores revisionistas
José María Rosa (h) señala:
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“El triunfo de los disidentes en Santa Fe desalentó a los radicales. Era indispensable ganar en
Buenos Aires, imposible por el manejo discrecional que hacia Ugarte, sostenido por Plaza. Algunos
delegados de Bs As hablan de “abstención revolucionaria. Creeríase que se va a votar la abstención,
pero Horacio Oyhanarte defiende la concurrencia que se vota. Yrigoyen, que no está presente,
manda una renuncia leída. “Mi pensamiento no fue jamás gobernar el país, sino el de la concepción
de un plan reparatorio y fundamental.” La convención lo rechaza por aclamación. Yrigoyen,
después de meditar, se resigna: “hagan de mí lo que quieran”.
A partir de allí el historiador sienta sus conclusiones:
“Yrigoyen afirma, tenía la convicción de fracasar en el gobierno. Su credo exigía una elite de
colaboradores con las que no pudo contar. Solo tenía al pueblo consigo. “Un gran pueblo y un gran
jefe no bastan para una gran obra; se necesita una categoría de hombres adoctrinados. Sin ellos, los
hombres providenciales de la Argentina serán relámpagos en la noche.” Yrigoyen quiso consagrarse
a esa tarea, pero no es el “apostolado” de un maestro sino la madurez de una cultura lo que da la
elite indispensable. Se valió de la conspiración revolucionaria, no para llegar al gobierno sino para
predicar su credo. Cuando Sáenz Peña le entregó la intervención a Santa Fe no pudo resistir a sus
correligionarios que querían el comicio en tan inmejorables condiciones: lo aceptó a título de
ensayo. El partido ganó y él se sintió vencido. Tan vencido que consternó a sus partidarios con la
frase: “Me venció el ensayo”.
En síntesis: para este historiador revisionista, Yrigoyen, que “es un piloto, no un capitán”, no ha
deseado gobernar en esas condiciones, y de ahí su fracaso. Similar, pero con matices diferenciales,
es la apreciación de Ernesto Palacio: “el 12 de octubre asumió Yrigoyen el mando, en medio de una
apoteosis popular. La multitud desató los caballos de su carroza en la plaza del Congreso y lo
arrastró en triunfo hasta la Casa Rosada. Significaba una verdadera revolución, llegaba libre de
compromisos con los intereses y los hombres del Régimen y dispuesto a llevar adelante sus
propósitos de “reparación nacional. Con sorpresa y decepción de muchos, Yrigoyen eludió el golpe
de Estado salvador que habría sido la garantía de su éxito. En lugar de proceder contra los
culpables, barriéndoles de las posiciones públicas y aplicándoles las sanciones correspondientes a
sus delitos, los “indulto” en masa. Ante esta imprevista legalización, los representantes del régimen
derrotado, levantaron cabeza y se abroquelaron en sus posiciones para obstaculizar la obra
gubernativa. Esta actitud de Yrigoyen en 1916 es uno de los errores más graves que se hayan
cometido en la política argentina.”
Palacio busca su explicación en el “apostolado” moralista del caudillo: “este prurito moralizador, lo
inhibiría en 1916, inhabilitándolo para la gran política. El, que hubiera deseado llegar al gobierno
por una revolución, llegaba por el comicio. Se hallaba ligado a la Constitución que había jurado. A
todo ello habría de agregarse el afán legalista de los abogados de su partido. El carácter
“democrático” del movimiento prevalecería sobre las finalidades concretas de la revolución
nacional. El carácter democrático del movimiento constituía su fuerza electoral. Pero esta misma
diversidad (que lo instituía en representación autentica de lo popular) entrañaba una debilidad
orgánica, cuyas consecuencias no tardaría en manifestarse.”
Y Fermín Chávez (revisionista) también finca la cuestión en un error de opción práctica: “fue un
grave error de Yrigoyen (al) hacer a un lado los postulados de la plataforma política radical que el
pueblo había votado. El perdonar el pasado no venía a ser otra cosa que perdonar al Régimen, y
subir al poder maneado por instituciones liberales que no expresaban al país. Se maneó en la
Constitución por el simple hecho de respetarla y quedó indefenso.”
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Convicción del fracaso, ausencia de una élite con cultura nacional, apostolado moral, benevolencia
errónea con los vencidos, legalismo democrático, son, en síntesis, las causas de esa forma de
acceder al poder por un revolucionario que se niega a una enérgica conquista del Estado. Así lo ven
estos tres historiadores revisionistas.
Gabriel del Mazo, expone: “el gran movimiento radical accedía así a la legalidad del régimen en
vez de abolirla. No llegó el Radicalismo al gobierno como su jefe quería, con todas las posibilidades
de transformación revolucionaria en sus manos, y esta limitación permitió la sobrevivencia del
régimen.”
Aún Félix Luna, en su Yrigoyen, libro escrito con amor y devoción, considera estos argumentos
para un análisis del fracaso: “¿Qué tal le fue a Yrigoyen en el gobierno? ¿Llegó a cumplir sus
propósitos reparatorios o no? Había que reconstruir a la Nación, desvirtuada en su esencia por
largas décadas de perversiones en todos los órdenes. Había que hacer una revolución desde el
gobierno, ya que no había sido posible tomar el gobierno por medio de la revolución. Planteados así
los términos, no se puede desconocer el fracaso de Yrigoyen. Se logró una serie de importantes
cambios pero no es una radical transformación del ser nacional. No fue culpa de Yrigoyen este
fracaso. Su gobierno tenía el vicio originario de la legalidad y una revolución no puede ser
embretada por compromisos jurídicos. Se hace o no se hace. Yrigoyen fue derrotado por los
elementos electoralistas del partido en 1912, y allí empezó su fracaso.”
Historiadores de izquierda.
Spilimbergo coincide con la idea de la “revolución frustrada”, que antes examináramos. Tomando
el símil del burocratismo staliniano, este historiador trotskista concluye que: “ya en el momento del
triunfo, el radicalismo se encontraba podrido hasta la medula. Tal es la suerte de las revoluciones
triunfantes: ser estranguladas por su propia burocracia”.
Jorge Abelardo Ramos, desde análoga óptica, asegura que: “Yrigoyen tampoco era un “sentimental
palido” sino un verdadero patriota de un país atrasado, rodeado de vendepatrias semicultos,
intelectuales europeizados y abogados de compañías extranjeras”. Agrega que el problema radicaba
en la estructura agraria, que exigiría su reforma profunda, mientras que Yrigoyen buscaba solo
redistribuir la renta agraria. En definitiva que Yrigoyen se entregó maniatado a las instituciones
sobrevivientes del Régimen.
Más exigente con la ortodoxia marxista, Milcíades Peña pronuncia también su juicio categórico: “el
triunfo radical de 1916 marca un momento trascendental en la historia argentina, que indica la
irrupción en la vida política de las masas populares, marginadas hasta entonces por el régimen
oligárquico. Esa fue, y en eso terminó, la progresividad histórica de la Unión Cívica Radical. Su
causa es la de la Nación misma y su representación la del poder público. Todo esto no quería decir
nada, y por lo mismo cualquiera podía atribuirle el significado que quisiera. En consecuencia todos
votaban por el radicalismo: terratenientes, industriales, pequeño burgueses, obreros. Pero la UCR no
los representaba a todos. Esta estaba unida a intereses del imperialismo inglés, la burguesía
terrateniente argentina, con el capital financiero e industrial y la Iglesia.”
La interpretación clasista de la historia, según la cual todo lo determina la lucha por los modos y los
medios de producción, queda así expuesta.
Para Luis Alberto Romero: “de este modo llegó Yrigoyen al poder, a la cabeza de un vasto y
heterogéneo movimiento político, en el cual las clases medias exigían participación política. El
radicalismo gobernaba solo en el cinturón litoral: Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos. Los sectores
salidos de la oligarquía tradicional, que podían permanecer en él por la vaguedad programática y la
heterogeneidad de su composición, presionaban en lo interno para que el Partido llegara a un
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acuerdo con el régimen. Su plataforma se limitó a la vigencia del sufragio y la Constitución. Parecía
evidente que cualquier puntualización programática daría pie a la separación de las distintas
tendencias internas. Pero la llegada al poder exigía respuestas concretas, ante los cuales de nada
valía la inflamada oratoria de los epígonos de Alem ni la prosa esotérica de Yrigoyen”.
Juan Carlos Grosso abunda en la idea de que: “el radicalismo se autodefinió, no como un partido,
sino como un movimiento esencialmente político y, como tal, dejó de lado los problemas
económicos y sociales.”
La noción de gradualismo, que introduce un dato muy encomiable en el análisis del tema, ha sido
subrayada por Darío Cantón y José Luis Moreno: “el radicalismo se vive como “fuerza
conservadora” y ha de buscar realizar su ciclo de “reparación”, no de innovación, dentro del orden
preexistente. Las limitaciones de hecho: en primer término, que el radicalismo llega al poder por la
vía pacífica de las urnas y no por la vía revolucionaria. En segundo lugar, la llegada del radicalismo
al poder es el fruto de una elección relativamente reñida, en la que los vencedores no están seguros
de contar con los electores necesarios. En tercer lugar, una vez en el poder, y dado lo precario del
triunfo obtenido, Yrigoyen deberá maniobrar con suma cautela para ir sumando puntos en su favor.
Hay un último factor relacionado con la situación exterior, su dependencia por un lado no era
excesivamente insatisfactoria, ni por otro era vista con claridad. Su intento puede rotularse como
tibio e ingenuo esfuerzo independentista.”
Destacable es el aporte de estos historiadores sociologistas.
Si continuamos por el sendero de la “izquierda” ideológica, encontramos en Marcos Kaplan: “las
características fundamentales del movimiento radical. La heterogénea composición social traía
aparejada la ambigüedad ideológica y la carencia programática. A falta de ideas claras, la mística
partidaria y el personalismo caudillesco debieron operar como aglutinante de un movimiento
perpetuamente amenazado por contradicciones y desgarramientos interiores. Debió elaborarse la
idea de que el radicalismo era una especie de movimiento místico. De estas características debía
deducirse necesariamente la imposibilidad de cumplir una tarea revolucionaria.”
Para este tipo de escritores la idea de una Revolución Nacional no marxista es impensable, de ahí la
imposibilidad teorica que le aplican al radicalismo.
Menos dogmático y ortodoxo en su socialismo es David Rock, quien dice: “en muchos aspectos, se
diría que la oligarquía simplemente había cambiado de ropaje. En el primer gabinete de Yrigoyen,
cinco de los ocho ministros eran ganaderos de la prov de Bs As. Las realizaciones netas del
gobierno radical fueron en verdad muy pocas. La ineptitud de los radicales para comprometerse en
esta época con cambios más sustanciales derivaba de que, por ser una coalición de terratenientes y
de grupos de clase media no vinculados a la industria, ellos mismos eran beneficiarios inmediatos
de la economía primario-exportadora como productores y consumidores. Apuntaban a fines
redistributivos más que estructurales, siendo su objetivo primordial democratizar la sociedad de los
estancieros racionalizando y mejorando el sistema de relaciones políticas y sociales que había
surgido de ella. Lo máximo que se atrevieron a hacer fue introducir cambios secundarios en la pauta
de distribución del ingreso y una nueva relación entre el Estado y los sectores urbanos”.
Más rico en matices, Rodolfo Puiggrós, ensayista separado del Partido Comunista, fija las razones
que le impidieron a Yrigoyen cumplir con el programa de 1893:
1. El temor a un golpe de Estado de la oligarquía.
2. La resistencia de los radicales elegidos en los comicios.
3. Los escrúpulos constitucionales que nunca venció. El liberalismo se confundió con la
democracia y paralizó a la democracia. Su autoridad sufrió el deterioro al no destruir las
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bases políticas de la oligarquía. El imperialismo extranjero lo respetó y lo utilizó para
contener el desarrollo del movimiento de masas y se volvió contra él cuando su ascendente
frente a ellas disminuyó. Yrigoyen fue colocado entre dos fuegos, por el flanco derecho las
fracciones de la oligarquía y el por el flanco izquierdo los socialistas. La primera condición
para comprender al yrigoyenismo es ubicarlo en el proceso histórico nacional… en la
contradicción entre liberalismo y democracia. Al renunciar a la intransigencia revolucionaria
y aceptar la solución pacifica transaccional ofrecida por la oligarquía, al no proceder al
derrocamiento de todos los gobernadores y de todas las situaciones, Yrigoyen entró por un
camino que le haría imposible superar esa contradicción.”
Para Alfredo Galletti: “no existe, en verdad, una definición coherente del radicalismo y sería mas
bien “un estado de ánimo”, una reacción temperamental, una fuerza no constructiva; mesiánica. Su
única nota cierta es la intransigencia. Los defectos y virtudes del radicalismo son los defectos y
virtudes de esta posición.”
Extraña esta posición, sin embargo ha influido mucho sobre la visión de los radicales
contemporáneos. Quizás, porque los reinserta y reconcilia con el discurso liberal. Análoga, pero
más optimista, es la versión de Arturo Capdevila: “Cuando Hipólito Yrigoyen asume el mando, no
es una hora de temor la que suena. La que suena, sin duda alguna, es una hora de esperanza. Nadie
teme nada. Pero no es menos cierto que todo el Senado le es hostil. ¿Cómo conjurar todo esto? No
faltan los adictos que le insinúan la necesidad de una revolución desde arriba. Mas no podría nunca
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ser así en el orbe moral de quien tuvo siempre por norma, ante los males públicos de que se dolía,
“o una gran evolución o revolución”. Tendrá que sujetarse. La única perspectiva es la de una gran
evolución, que estima realizable dentro de los recursos constitucionales. Sin que la vieja clase
dirigente ceda terreno, la clase media va ganando sitio. Ocupa sin desalojar. Como el único
programa conocido por la Unión Cívica Radical es el estricto cumplimiento de la Constitución solo
se trata en rigor de una previa adecuación de los medios a los fines declarados.”
La sorpresa del lector es imaginable. Toda la gran cuestión debatida por la historiografía moderna
de la Argentina no existe. Es un problema mal planteado. Yrigoyen nunca quiso una revolución. Si
eso es así, ¿cómo iba alguien a temer por su gobierno? Cabe apuntar dos cosas: primera, que
Yrigoyen nunca dijo “o una gran evolución o una revolución”. Su frase real fue “Marcelo (Alvear):
una gran elección o una gran revolución”. La segunda, que Capdevila es un típico representante del
radicalismo liberal posterior al yrigoyenismo, razón obvia por la cual la historiografía “clásica” o
Liberal le encomendó la redacción del capítulo respectivo de la Historia Argentina Contemporánea”
de la Academia Nacional de la Historia, dirigida por Ricardo Levene.
Y ya que nos adentramos en las versiones liberales debemos computar dos que completan el
panorama presentado. La obra de Ambrosio Romero Carranza, Alberto Rodríguez Varela y Eduardo
Ventura, liberales-conservadores y con inclinaciones democristianas. Ellos conceden más
importancia al gobierno de Alvear que al de Yrigoyen: “La concepción que tiene el presidente de su
partido, al que considera una “causa”, lo lleva tb a menoscabar el régimen federal y envía 20
intervenciones, 15 de ellas sin ley. No demuestra el nuevo presidente la menor simpatía por el
Congreso, al que sólo concurre para la ceremonia del juramento. Nunca inaugurará un periodo
parlamentario; jamás leerá su mensaje presidencial; en 1917 ni siquiera lo envía”.
Son las demasías del yrigoyenismo, frente a las “debilidades” que otros le reprochan.
En cuanto al otro libro, se trata de la “Historia de los argentinos” de Carlos Alberto Floria y César
García Belsunce, quienes sin llegar al revisionismo acercan un criterio más progresista. En este caso
particular es ponderable la contribución de esos autores al tema.
El primer dato de su examen es que:
“Desde el punto de vista del mecanismo electoral el triunfo radical fue ajustado. Si se consideran
los votos, fue amplio, pero distó de parecerse a un “plebiscito” como interpretaría luego Yrigoyen”.
El segundo es la caracterización de Yrigoyen:
“No es un doctrinario, pero sí un idealista, un “principista”. Era a la vez un luchador, que puso en la
táctica intransigente más constancia que el propio Alem, y en la actitud permanente del conspirador
que debía actuar desde un poder que hubiera querido conquistar por la revolución. Caudillo
carismático, según la clasificación de Max Weber, hizo del silencio un gesto, por su estilo y por su
gravitación, Yrigoyen fue un factor de polarización política. Se estaba con él o contra él”.
El tercero, el juego de la ortodoxia-heterodoxia:
“Porque el radicalismo yrigoyenista fincó su desarrollo en la crítica moral, para lo cual su credo
político interpretado por el caudillo se transformó en ortodoxia, y en una suerte de
antimaquiavelismo que vio en el realismo político un pecado y en la oposición una expresión
larvada de la “razón de Estado”.
Cuarto, el radicalismo “es tradicional allí donde la elite de 1880 era moderna” y que la UCR es
populista por su líder, tradicionalista por su elite y policlasista por su base, y que su método de
acción descansaba en el comité.
Entonces dicen los autores:
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“el análisis de su contenido es elocuente: los comicios fueron para el líder radical un plebiscito. El
radicalismo era una suerte de depositario de la razón publica y no solo de la voluntad popular. La
estructura federal del Estado no era una valla infranqueable, pues para Yrigoyen los demás
ciudadanos tenían el derecho de tener un gobierno radical, es decir “legitimo”, como el gobierno
nacional. La soberanía popular había pasado a ser la soberanía del partido, y dentro del partido, de
su príncipe.”
Efectuada esta “desmitologización” aguda del tópico, Floria y García Belsunce concluyen que
Yrigoyen tenía:
“…una preocupación dominante: consolidar la gravitación nacional del partido Radical y organizar
definitivamente su estructura interna. Para el primer objetivo usa el recurso de la intervención
federal a discreción. Para el segundo propósito emplea a sus fieles a través de los comités del
interior. Ambos hallarán resistencias, estimulando alianzas entre aquellos que terminaron por
calificar al Presidente como un “autócrata”. Sin embargo, opositores y adversarios internos tuvieron
durante su gestión absoluta libertad de expresión. Sólo que Yrigoyen confiaba en otros instrumentos
más eficaces que la retórica para dominar, como al cabo lo haría, tanto el panorama político
nacional cuanto las posiciones partidarias decisivas”.
Con esta valiosa aportación, cerramos la extensa revista de opiniones, para intentar con todas ellas
establecer una síntesis provisoria de la cuestión.
1. Elección Del 2 de abril de 1916: se hizo conforme a la ley 8871, y el fraude residual,
era previsible por la UCR. No obstante ello, tanto la Convención como el
Comité Nacional de la UCR aceptaron esa situación.
2. Intervención Previa a todas las provincias gobernadas por el oficialismo liberal-
conservador. Toda la UCR sabía a qué atenerse al respecto.
3. Composición Del Senado. La duración de los mandatos de los senadores era de orden
constitucional y legal.
4. Plebiscito No existe tal institución en el orden jurídico público argentino. En la
práctica, en 1916, por el voto popular podía usarse la analogía pero no si se
atiende a la composición del Colegio Electoral, donde la UCR tuvo 133
electores contra 167 de las otras fuerzas políticas.
5. Reparación En 1912, frente ya al tema electoral, la UCR había reiterado: “La reparación
deber ser necesariamente fundamental, nacional en sus caracteres y radical
en sus procedimientos”. Era el programa de la revolución de 1893.
6. Transacción Con el Régimen, no era posible.
7. Condonación De deudas políticas a los hombres del Régimen, por amnistía o indulto, para
no reiterar “la ley del odio”. A esto apuntaba la frase de H. Yrigoyen a R.
Caballero: “La UCR no ha llegado al gobierno para castigar, sino para
reparar”. La Reparación afectaba a la cosa pública, el perdón a los hombres
públicos.
8. Evolución No era posible. En el manifiesto de 1897, se levantaba la “bandera de la
austera intransigencia” contra la “tendencia evolucionista” que quería ahogar
“el credo mismo de la causa” con los acuerdos electorales.
9. Intransigencia Era sinónimo de radicalismo. No se aplicaba a los modos de acción política.
“La política del acuerdo ha rendido la prueba completa de su impotencia para
satisfacer los anhelos del país”.
10. Abstención
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electoral o
revolucionaria
11. Revolución La táctica insurreccional había sido aprobada en 1905, defendiendo el
armada sagrado deber de “ejercitar el supremo recurso de la protesta armada”.
12. Constitución Siendo su causa la de la Nación misma.
13. Golpe de Para quienes ven en Yrigoyen un político realista, era posible; para quienes
Estado lo juzgan como un “moralista”, no era posible.
14. Nacionalización Del Estado. Por la vía “legal” o la revolucionaria. Era posible. Si se
radicalizó el Estado (nacional y provincial) con las intervenciones
“reparadoras”, por simple decreto, con mayor razón se podían adoptar
políticas de soberanía (nacionalización de los ferrocarriles, de los bancos, de
los frigoríficos, elevadores de granos). Si se producía algún choque con el
Congreso podía ignorarlo. Con el Poder Judicial el conflicto era más difícil.
15. Burocratización Del Estado. Es lo que hizo. Tienen razón Spilimbergo y Rock. Fue una
prenda del comité a los sectores urbanos medios.
16. Insurrección En el sentido de la “revolución social” reclamada por los historiadores
marxista. Era imposible. Por todas sus notas y características, la UCR nada
tenía que ver con las ideas sustentadas por el anarquismo o el comunismo,
fueron sus enemigos.
17. Programación Del cambio estructural. Corresponde a una concepción racionalista de la
política. No al empirismo o realismo prudencial de la UCR. Los planteos de
L.A. Romero, Fernández, Grosso, son similares a los de J.B. Justo o E. Ferri,
o los de P.C. Molina. Eran las pretensiones del socialismo, no las del
radicalismo, que se había definido como una “fuerza conservadora de la
sociedad”.
18. Paternalismo O patronazgo social. Era posible y la UCR lo hizo. Es sugestivo que quienes
más se preocuparon por la legislación tuitiva del obrero fueran hombres
como Arturo Bas o Ricardo Caballero, que por su condición de católicos,
para cierta bibliografía estarían en el ala “reaccionaria” de la UCR.
19. Populismo O ascenso político de la clase media. No era un dato trascendente de la
Reparación. De hecho, como lo expone Rock, se hizo por motivos
electorales, sin que alcanzara importancia hasta 1922.
20. Reformismo En orden a la renta agraria. Es así, como lo dicen Ramos y Rock. No se
quería un cambio en el dominio de la tierra sino una redistribución de los
réditos. Se hizo. Con la tierra pública se hizo.
21. Elite El tema exige una subdivisión:
a) Composición: era una clase alta, la mayoría estanciero; la división entre
los del Litoral y Bs As. La lista de ministros ganaderos es una obviedad:
el propio Yrigoyen era estanciero (tb lo eran sus principales opositores
de izquierda: Juan B. Justo y Lisandro de la Torre). Lo malo no está en
su condición social, sino en no haber elegido, al ing. Pedro T Pagés
(radical), quien como presidente de la Sociedad Rural exigió, la
nacionalización de la industria frigorífica.
b) Cultura: ha sido R. Doll quien ha sostenido que “los hombres letrados
del radicalismo, los “galeristas” los Gallo, los Saguier, los Melo, eran
liberales. Se quedaron para lastrar, para castrar, para desvirtuar y para
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frenar aquel movimiento. Pero tb estaban José Bianco, que acaba de
publicar “la crisis, nacionalización del capital extranjero” con la tesis
del “déficit permanente de nuestra balanza de pagos”, por obra de las
inversiones directas y de cartera; Alejandro Bunge, Ernesto Quesada,
Enrique Guiñazú que si bien no militaban eran partidarios del
nacionalismo económico y podían haber auxiliado al gobierno, como de
hecho lo hizo Bunge (convocado por el estanciero ministro de Alvear,
Herrera Vegas).Yrigoyen pudo haber aceptado la candidatura de
Leopoldo Lugones para ministro de Educación. Si Alvear eligió al Gral.
Enrique Mosconi para dirigir YPF, ¿Por qué no lo hizo antes
Yrigoyen…? De modo que la tesis revisionista, de que no había un
equipo intelectual, la compartimos parcialmente.
c) Antipersonalismo: es posterior. Es anacronismo imputar las posiciones
de 1924 a 1916. Por lo demás, en esto las culpas están repartidas entre
el jefe y su elite.
22. Imperialismo Sus imposiciones políticas. Existían, pero conforme a la modalidad británica
de la táctica indirecta. No estuvieron en contra del acceso de Yrigoyen al
poder. De haberlos desafiado abiertamente, hubieran procurado su caída. Un
hecho es que Gran Bretaña, en 1916, estaba abocada a su esfuerzo de guerra
total contra los Imperios Centrales, otro, que el deslizamiento hacia los
EEUU, que por entonces empezaba, recién se consolidará hacia 1958.
23. Gradualismo En la conquista del Estado y en el cumplimiento de la Reparación. Es lo que
se hizo. Habría que ver si era compatible con los principios enunciados:
“hay que ser radical en todo y hasta el fin”.
24. Caudillo La responsabilidad final de la decisión a adoptar recaía sobre H. Yrigoyen,
por sobre el resto del movimiento (elite y masas). Le cabe el calificativo de
“caudillo carismático”, según la tipología weberiana, ético y táctico a la
UCR. Como antes, sus fieles lo seguirían tanto en la abstención cuanto en la
concurrencia. El pueblo, lo mismo. Pero, al final se inclinó por el hecho
consumado, y adoptó el gradualismo. Su propio juicio acerca del acierto o
error de esa decisión fundamental se lo proporcionó a Diego Molinari (futuro
subsecretario, y fundador de la Nueva Escuela Histórica: “durante la primera
presidencia, Yrigoyen le manifestó en reiteradas ocasiones que el gran error
de su vida política consistía en haber arribado al poder legalmente y no por
medios revolucionarios”. Pero como Yrigoyen era “el hombre del misterio”,
del silencio enigmático, sus motivaciones son, todavía, un arcano para la
historia.
Y en ese sentido, nuestra interpretación de aquellos sucesos vale tanto o menos que cualquiera de
las otras que hemos transcripto. Por lo tanto, el lector, el alumno, debe hacer su esfuerzo personal
para criticarla.
Fin
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