La Sagrada Familia de Jesús, María y José (C)
La Sagrada Familia de Jesús, María y José (C)
La Sagrada Familia de Jesús, María y José (C)
1. TEXTOS LITÚRGICOS
1.a LECTURAS
En aquellos días, Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel,
diciendo: «Se lo he pedido al Señor.»
El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero
Ana no subió, porque dijo a su marido: «No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré, y el se
presentará delante del Señor y se quedará allí para siempre.»
Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una medida de harina
y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar
el novillo, se lo llevaron a Elí.
Ella dijo: «Perdón, señor mío, ípor tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al
Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo
cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor.»
Después se postraron delante del Señor.
Palabra de Dios.
Queridos hermanos:
¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el
mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que
cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena
confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que
le agrada.
Su mandamiento es este: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros
como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos
que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.
Aleluia.
Señor, toca nuestro corazón,
para que aceptemos las palabras de tu Hijo.
Aleluia.
EVANGELIO
Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años,
subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén
sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después
comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca
de él.
Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles
preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas.
Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: «Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa
que tu padre y yo te buscábamos angustiados.»
Jesús les respondió: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?»
Ellos no entendieron lo que les decía.
El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón.
Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Palabra del Señor.
Entrada: El misterio divino de la Encarnación del Verbo está en estrecha relación con la familia humana, con
una en particular: la de Nazaret, y de alguna manera con cada familia. En cada Santa Liturgia volvemos a
experimentar el don de la filiación adoptiva en Cristo.
Liturgia de la Palabra
Salmo Responsorial: 83
2° Lectura: 1 Jn 3, 1- 2. 21- 24
Es el Espíritu de Jesucristo quien nos transforma en verdaderos hijos de Dios, incorporándonos a la vida divina.
Evangelio: Lc 2, 41- 52
El Redentor transcurrió gran parte de su vida oculta en Nazaret, “sujeto” como Hijo del hombre a María y a
José.
Preces
* Para que la Santa Iglesia guiada por el Papa y los obispos se manifieste como la gran familia de los hijos de
Dios unidos por los vínculos de la fe y de la caridad y de este modo seamos signo de credibilidad ante el
ateísmo moderno. Oremos.
* Por nuestra Patria, para que sus gobernantes y legisladores, sus obispos y sacerdotes promuevan con valentía
el valor insustituible de la familia humana según el proyecto de Dios Creador. Oremos.
* Por todas las familias del mundo, para que en ellas se vivan los valores del silencio, de la piedad, del amor y
el servicio entre sus miembros, el respeto y el diálogo a semejanza de la Sagrada Familia de Nazaret. Oremos.
* Por la fortaleza espiritual de todos los que trabajan directamente por la promoción de la vida, de la familia y
de la dignidad de cada ser humano, para que no se desanimen ante las contrariedades, antes bien, testimonien
con sus vidas y en su apostolado la Fuerza divina de la fe y de la gracia de Dios que vence los engaños del
demonio en el mundo. Oremos
* Para que la Sagrada Familia y el lazo indisoluble que asoció sus vidas en la obra de la Redención de los
hombres, alimente y sostenga la unidad de nuestra Familia religiosa y promueva la santidad entre sus miembros.
Oremos.
Dios Padre todopoderoso, ya que por el nacimiento de tu Hijo has revelado tu amor por los
hombres, conduce a tus hijos hacia la plena participación de tu vida. Por Jesucristo nuestro
Señor.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Unidos todos en Dios formamos la gran familia humana gracias al ofrecimiento de Cristo. Con Él también todos
nosotros nos ofrecemos.
Presentamos:
- Alimentos para las familias necesitadas, en quien vemos a Aquel que quiso nacer en la pobreza de la carne.
- Pan y el vino, que serán el Cuerpo y la Sangre de Jesús, fuente de poder salvífico.
Comunión: Ven a nuestra alma Jesús, y habita en ella como en el humilde hogar de Nazaret aprendiendo de ti
la dicha inefable de ser hijos de Dios.
Salida: Que la Virgen Santísima y San José cuiden de nosotros como lo hicieron con el Verbo Encarnado y nos
alcancen la gracia de vivir y morir en su santa compañía.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _ Argentina)
Nota: Sugerimos volver a leer los números del Directorio Homilético sobre la Fiesta de la Sagrada
Familia (CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio
Homilético, 2014, nº 121 – 122)
Sagrada Familia
531 Jesús compartió, durante la mayor parte de su vida, la condición de la inmensa mayoría de los hombres:
una vida cotidiana sin aparente importancia, vida de trabajo manual, vida religiosa judía sometida a la ley de
Dios (cf. Ga 4, 4), vida en la comunidad. De todo este período se nos dice que Jesús estaba "sometido" a sus
padres y que "progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres" (Lc 2, 51-52).
532 Con la sumisión a su madre, y a su padre legal, Jesús cumple con perfección el cuarto mandamiento. Es
la imagen temporal de su obediencia filial a su Padre celestial. La sumisión cotidiana de Jesús a José y a María
anunciaba y anticipaba la sumisión del Jueves Santo: "No se haga mi voluntad ..."(Lc 22, 42). La obediencia de
Cristo en lo cotidiano de la vida oculta inaugurada ya la obra de restauración de lo que la desobediencia de
Adán había destruido (cf. Rm 5, 19).
533 La vida oculta de Nazaret permite a todos entrar en comunión con Jesús a través de los caminos más
ordinarios de la vida humana:
Nazaret es la escuela donde se comienza a entender la vida de Jesús: la escuela del Evangelio ...Una
lección de silencio ante todo. Que nazca en nosotros la estima del silencio, esta condición del espíritu
admirable e inestimable ... Una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe lo que es la familia, su
comunión de amor, su austera y sencilla belleza, su carácter sagrado e inviolable ... Una lección de trabajo.
Nazaret, oh casa del "Hijo del Carpintero", aquí es donde querríamos comprender y celebrar la ley severa y
redentora del trabajo humano ...; cómo querríamos, en fin, saludar aquí a todos los trabajadores del mundo
entero y enseñarles su gran modelo, su hermano divino (Pablo VI, discurso 5 enero 1964 en Nazaret).
534 El hallazgo de Jesús en el Templo (cf. Lc 2, 41-52) es el único suceso que rompe el silencio de
los Evangelios sobre los años ocultos de Jesús. Jesús deja entrever en ello el misterio de su consagración total a
una misión derivada de su filiación divina: "¿No sabíais que me debo a los asuntos de mi Padre?" María y José
"no comprendieron" esta palabra, pero la acogieron en la fe, y María "conservaba cuidadosamente todas las
cosas en su corazón", a lo largo de todos los años en que Jesús permaneció oculto en el silencio de una vida
ordinaria.
VI LA IGLESIA DOMESTICA
1655 Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra
cosa que la "familia de Dios". Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los
que, "con toda su casa", habían llegado a ser creyentes (cf Hch 18,8). Cuando se convertían deseaban también
que se salvase "toda su casa" (cf Hch 16,31 y 11,14). Estas familias convertidas eran islotes de vida cristiana en
un mundo no creyente.
1656 En nuestros días, en un mundo frecuentemente extraño e incluso hostil a la fe, las familias creyentes
tienen una importancia primordial en cuanto faros de una fe viva e irradiadora. Por eso el Concilio Vaticano II
llama a la familia, con una antigua expresión, "Ecclesia domestica" (LG 11; cf. FC 21). En el seno de la familia,
"los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han
de fomentar la vocación personal de cada uno y, con especial cuidado, la vocación a la vida consagrada" (LG
11).
1657 Aquí es donde se ejercita de manera privilegiada el sacerdocio bautismal del padre de familia, de la
madre, de los hijos, de todos los miembros de la familia, "en la recepción de los sacramentos, en la oración y en
la acción de gracias, con el testimonio de una vida santa, con la renuncia y el amor que se traduce en obras" (LG
10). El hogar es así la primera escuela de vida cristiana y "escuela del más rico humanismo" (GS 52,1). Aquí se
aprende la paciencia y el gozo del trabajo, el amor fraterno, el perdón generoso, incluso reiterado, y sobre todo
el culto divino por medio de la oración y la ofrenda de su vida.
1658 Es preciso recordar asimismo a un gran número de personas que permanecen solteras a causa de las
concretas condiciones en que deben vivir, a menudo sin haberlo querido ellas mismas. Estas personas se
encuentran particularmente cercanas al corazón de Jesús; y, por ello, merecen afecto y solicitud diligentes de la
Iglesia, particularmente de sus pastores. Muchas de ellas viven sin familia humana, con frecuencia a causa de
condiciones de pobreza. Hay quienes viven su situación según el espíritu de las bienaventuranzas sirviendo a
Dios y al prójimo de manera ejemplar. A todas ellas es preciso abrirles las puertas de los hogares, "iglesias
domésticas" y las puertas de la gran familia que es la Iglesia. "Nadie se sienta sin familia en este mundo: la
Iglesia es casa y familia de todos, especialmente para cuantos están `fatigados y agobiados' (Mt 11,28)" (FC
85).
La familia cristiana
2204 "La familia cristiana constituye una revelación y una actuación específicas de la comunión eclesial; por
eso...puede y debe decirse iglesia doméstica" (FC 21, cf LG 11). Es una comunidad de fe, esperanza y caridad,
posee en la Iglesia una importancia singular como aparece en el Nuevo Testamento (cf Ef 5,21-6,4; Col 3,18-
21; 1 P 3, 1-7).
2205 La familia cristiana es una comunión de personas, reflejo e imagen de la comunión del Padre y del Hijo
en el Espíritu Santo. Su actividad procreadora y educativa es reflejo de la obra creadora de Dios. Es llamada a
participar en la oración y el sacrificio de Cristo. La oración cotidiana y la lectura de la Palabra de Dios
fortalecen en ella la caridad. La familia cristiana es evangelizadora y misionera.
2206 Las relaciones en el seno de la familia entrañan una afinidad de sentimientos, afectos e intereses que
provienen sobre todo del mutuo respeto de las personas. La familia es una "comunidad privilegiada" llamada a
realizar un "propósito común de los esposos y una cooperación diligente de los padres en la educación de los
hijos" (GS 52,1).
2214 La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf. Ef 3,14); es el fundamento del honor de
los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1,8; Tb
4,3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex
20,12).
2215 El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su
amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia.
"Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido,
¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?" (Si 7,27-28).
2216 El respeto filial se revela en la docilidad y la obediencia verdaderas. "Guarda, hijo mío, el mandato de tu
padre y no desprecies la lección de tu madre...en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti;
conversarán contigo al despertar" (Pr 6,20-22). "El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la
reprensión" (Pr 13,1).
2217 Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que estos dispongan para su
bien o el de la familia. "Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor" (Col
3,20; cf Ef 6,1). Los hijos deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos
aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el hijo está persuadido en conciencia de que es
moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.
Cuando sean mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prever sus deseos, solicitar
dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la
emancipación de los hijos, pero no el respeto que permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el
temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres.
En cuanto puedan deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante los tiempos de
enfermedad, de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7,10-12).
El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su
padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá
contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días,
obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si 3,12-13.16).
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, se
indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor...Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito
del Señor quien irrita a su madre (Si 3,12.16).
2219 El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre
hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. "Corona de los ancianos son
los hijos de los hijos" (Pr 17,6). "Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia"
(Ef 4,2).
2220 Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de
la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia,
de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. "Evoco el recuerdo de la fe
sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha
arraigado en ti" (2 Tm 1,5).
2221 La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe
extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación
"tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse" (GE 3). El derecho y el deber de la educación
son para los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).
2222 Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de
educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del
Padre del cielo.
2223 Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad
ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio
desinteresado son norma. El hogar es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el
aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los
padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones "materiales e instintivas a las interiores y
espirituales" (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo
reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
El que ama a su hijo, le azota sin cesar...el que enseña a su hijo, sacará provecho de él (Si 30, 1-2).
Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección
según el Señor (Ef 6,4).
2224 El hogar constituye un medio natural para la iniciación del ser humano en la solidaridad y en las
responsabilidades comunitarias. Los padres deben enseñar a los hijos a guardarse de los riesgos y las
degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.
2225 Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de
evangelizar a sus hijos. Desde su primera edad, deberán iniciarlos en los misterios de la fe de los que ellos son
para sus hijos los "primeros anunciadores de la fe" (LG 11). Desde su más tierna infancia, deben asociarlos a la
vida de la Iglesia. La forma de vida en la familia puede alimentar las disposiciones afectivas que, durante la
vida entera, serán auténticos preámbulos y apoyos de una fe viva.
2226 La educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Esta educación se hace
ya cuando los miembros de la familia se ayudan a crecer en la fe mediante el testimonio de una vida cristiana de
acuerdo con el evangelio. La catequesis familiar precede, acompaña y enriquece las otras formas de enseñanza
de la fe. Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios (cf
LG 11). La parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las familias cristianas; es
un lugar privilegiado para la catequesis de los niños y de los padres.
2227 Los hijos, a su vez, contribuyen al crecimiento de sus padres en la santidad (cf GS 48,4). Todos y cada
uno se concederán generosamente y sin cansarse los perdones mutuos exigidos por las ofensas, las querellas, las
injusticias, y las omisiones. El afecto mutuo lo sugiere. La caridad de Cristo lo exige (cf Mt 18,21-22; Lc 17,4).
2228 Durante la infancia, el respeto y el afecto de los padres se traducen ante todo por el cuidado y la atención
que consagran en educar a sus hijos, en proveer a sus necesidades físicas y espirituales. En el transcurso del
crecimiento, el mismo respeto y la misma dedicación llevan a los padres a enseñar a sus hijos a usar rectamente
de su razón y de su libertad.
2229 Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para
ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. Este derecho es fundamental. En cuanto sea
posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores
cristianos (cf GE 6). Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar
las condiciones reales de su ejercicio.
2230 Cuando llegan a la edad correspondiente, los hijos tienen el deber y el derecho de elegir su profesión y
su estado de vida. Estas nuevas responsabilidades deberán asumirlas en una relación confiada con sus padres,
cuyo parecer y consejo pedirán y recibirán dócilmente. Los padres deben cuidar no violentar a sus hijos ni en la
elección de una profesión ni en la de su futuro cónyuge. Este deber de no inmiscuirse no les impide, sino al
contrario, ayudarles con consejos juiciosos, particularmente cuando se proponen fundar un hogar.
2231 Hay quienes no se casan para poder cuidar a sus padres, o sus hermanos y hermanas, para dedicarse más
exclusivamente a una profesión o por otros motivos dignos. Estas personas pueden contribuir grandemente al
bien de la familia humana.
2232 Los vínculos familiares, aunque son muy importantes, no son absolutos. A la par el hijo crece, hacia una
madurez y autonomía humanas y espirituales, la vocación singular que viene de Dios se afirma con más
claridad y fuerza. Los padres deben respetar esta llamada y favorecer la respuesta de sus hijos para seguirla. Es
preciso convencerse de que la vocación primera del cristiano es seguir a Jesús (cf Mt 16,25): "El que ama a su
padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno
de mi" (Mt 10,37).
2233 Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en
conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi
hermana y mi madre" (Mt 12,49).
Los padres deben acoger y respetar con alegría y acción de gracias el llamamiento del Señor a uno de
sus hijos para que le siga en la virginidad por el Reino, en la vida consagrada o en el ministerio sacerdotal.
529 La Presentación de Jesús en el templo (cf.Lc 2, 22-39) lo muestra como el Primogénito que pertenece al
Señor (cf. Ex 13,2.12-13). Con Simeón y Ana toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su
Salvador (la tradición bizantina llama así a este acontecimiento). Jesús es reconocido como el Mesías tan
esperado, "luz de las naciones" y "gloria de Israel", pero también "signo de contradicción". La espada de dolor
predicha a María anuncia otra oblación, perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación que Dios ha
preparado "ante todos los pueblos".
II JESUS Y EL TEMPLO
583 Como los profetas anteriores a él, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue
presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento (Lc. 2, 22-39). A la edad de doce
años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre (cf. Lc 2,
46-49). Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua (cf. Lc 2, 41); su
ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías
(cf. Jn 2, 13-14; 5, 1. 14; 7, 1. 10. 14; 8, 2; 10, 22-23).
584 Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para él la
casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado
(Mt 21, 13). Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: "no hagáis de la
Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: 'El celo por tu Casa
me devorará' (Sal 69, 10)" (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los Apóstoles mantuvieron un respeto
religioso hacia el Templo (cf. Hch 2, 46; 3, 1; 5, 20. 21; etc.).
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el
punto de que se ha convertido en sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana es el
signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para
captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de
Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo
"ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido
de Dios de una manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo".
Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo
del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a
Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y
cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin
quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su
Humanidad victoriosa de la muerte (cf. Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que
"los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto ... que realiza la
plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.
I LA OBEDIENCIA DE LA FE
143Obedecer ("ob-audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está
garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la
Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
144La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste particularmente en la fe de
Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin
saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra
prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente,
Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera;
la prueba de las realidades que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia"
(Rom 4,3; cf. Gn 15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el padre de todos los
creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).
165 Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, "esperando contra
toda esperanza" (Rom 4,18); la Virgen María que, en "la peregrinación de la fe" (LG 58), llegó hasta la
"noche de la fe" (Juan Pablo II, R Mat 18) participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su
sepulcro; y tantos otros testigos de la fe: "También nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de
testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos
propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe" (Hb 12,1-2).
489 A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas
mujeres. Al principio de todo está Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que
será vencedora del Maligno (cf. Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf. Gn 3, 20). En virtud de
esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf. Gn 18, 10-14; 21,1-2). Contra toda
expectativa humana, Dios escoge lo que era tenido por impotente y débil (cf. 1 Co 1, 27) para mostrar la
fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf. 1 S 1), Débora, Rut, Judit, y Ester, y muchas otras
mujeres. María "sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él con confianza la
salvación y la acogen. Finalmente, con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se
cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación" (LG 55).
2572 Como última purificación de su fe, se le pide al "que había recibido las promesas" (Hb 11, 17) que
sacrifique al hijo que Dios le ha dado. Su fe no vacila: "Dios proveerá el cordero para el holocausto" (Gn 22, 8),
"pensaba que poderoso era Dios aun para resucitar de entre los muertos" (Hb 11, 19). Así, el padre de los
creyentes se hace semejante al Padre que no perdonará a su propio Hijo sino que lo entregará por todos nosotros
(cf Rm 8, 32). La oración restablece al hombre en la semejanza con Dios y le hace participar en la potencia del
amor de Dios que salva a la multitud (cf Rm 4, 16-21).
2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión privilegiada en la oración del
Ave María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel abre la oración del Ave María.
Es Dios mismo quien por mediación de su ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a
María con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a alegrarnos con el gozo que
El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente.
María es la llena de gracia porque el Señor está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de
Aquél que es la fuente de toda gracia. "Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está en medio de ti" (So 3, 14,
17a). María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde
reside la Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3). "Llena de gracia", se ha
dado toda al que viene a habitar en ella y al que entregará al mundo.
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús". Después del saludo del
ángel, hacemos nuestro el de Isabel. "Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga serie
de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48): "Bienaventurada la que ha creído... " (Lc
1, 45): María es "bendita entre todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del Señor.
Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las "naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María
vino a ser la madre de los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a Aquél que es la
bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su vientre.
2. EXÉGESIS
Alois Stöger
41 Iban sus padres todos los años a Jerusalén por la fiesta de pascua.
El clima religioso en que creció Jesús era el de la piedad veterotestamentaria. Parte importante de ésta eran las
peregrinaciones al templo. «Tres veces cada año celebraréis fiesta solemne en mi honor. Guarda la fiesta de los
ázimos... También la solemnidad de la recolección, de las primicias de tu trabajo, de cuanto hayas sembrado en
tus campos...
También la solemnidad del fin del año y de la recolección, cuando hubieres recogido del campo todos sus
frutos. Tres veces en el año comparecerá todo varón ante Yahveh, tu Dios» (Exo_23:14-17). La sagrada familia
hacía más de lo que exigía la ley. En efecto, también María hacía la peregrinación, aunque ésta no obligaba a las
mujeres. El niño los acompañaba para irse acostumbrando al cumplimiento de la ley. Según la prescripción de
los doctores de la ley, el muchacho que había cumplido los trece años estaba obligado a cumplir con todos los
preceptos de la ley.
42 Y cuando cumplió los doce años, subieron a la fiesta, según la costumbre, 43 Y, terminados aquellos días,
al regresar ellos, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo notaran sus padres. 44 Creyendo ellos que
estaría en la caravana, hicieron una jornada de camino. Luego se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; 45 pero, como no lo encontraron, se volvieron a Jerusalén en busca de él.
La fiesta pascual de los ácimos duraba siete días. La vuelta sólo se podía emprender pasado el segundo día de la
fiesta; la sagrada familia se quedó allí la semana entera. Al final emprendieron la vuelta María y José. Se
viajaba en una caravana. La fila no era compacta: iba dividida en grupos de parientes y conocidos. Esta manera
de peregrinar juntos aumentaba la seguridad y daba a la vez cierta libertad de movimientos. El niño Jesús se
desprendió de la guía y solicitud materna, con que María lo rodeaba durante la infancia. Se quedó en Jerusalén.
Había terminado la primera jornada de viaje. Las familias se reunieron. Se echó de menos a Jesús. Comenzó la
búsqueda. La decisión de Jesús es un enigma...
46 Y resultó que a los tres días lo encontraron en el templo, sentado ante los doctores, escuchándolos y
haciéndoles preguntas. 47 Todos los que le oían, se quedaban asombrados de su talento y de sus respuestas.
Los pórticos del atrio exterior del templo eran utilizados por los doctores de la ley para dar lecciones. El método
didáctico de los rabinos era la discusión. Según un dicho judío, se llega al conocimiento de la ley mediante la
investigación de los colegas, mediante la discusión de los discípulos. Se pregunta y se responde, se escucha y se
añade algo. Jesús está probablemente sentado en el suelo en medio de los doctores. El asombro de los doctores
de la ley confirma el conocimiento de la misma que tiene Jesús. Más tarde se le interpelará como a maestro y
por tal se le tendrá (Lc.10:25). Entonces se admirará el pueblo de su doctrina y asegurará que enseña con
autoridad y no como los doctores de la ley (Mat_7:28s). Sus adversarios preguntarán extrañados: «¿Cómo sabe
éste de letras, sin haber estudiado?» (Jua_7:15). él proclama la voluntad de Dios en forma nueva y directa;
reivindica ser el único maestro de la voluntad divina. «Uno sólo es vuestro maestro» (Mat_23:8), a saber,
Cristo. Algo de esta vocación docente asoma ya en el templo en Jerusalén.
48 Al verlo, se quedaron profundamente impresionados; entonces su madre le dijo: Pero, hijo: ¿Por qué lo
has hecho así con nosotros? Mira que tu padre y yo, llenos de angustia, te estábamos buscando.
Las palabras de María son expresión espontánea del dolor y de la angustia durante las largas horas de la
búsqueda. María es una verdadera madre. La exposición tan sencilla y tan natural en nada disimula los
sentimientos humanos.
Jesús ha obrado por su cuenta. María le habla como a niño, aunque ya es un muchacho. Hasta ahora no había
hecho nada a espaldas de su padre y de su madre; por eso lo buscan ahora con tanta aflicción. En él hay
enigmas. ¿Por qué lo has hecho así con nosotros? La relación del niño con su padre y su madre parece ser como
la de todos los niños. Cuando el niño se va haciendo mayor, surgen enigmas. La seguridad de sí con que se
expresa Jesús es algo que consterna a los padres. Jesús los sitúa constantemente ante nuevos misterios, más que
los otros niños. Es que la conciencia que tiene de sí supera a la de cualquier ser humano.
49 Pero él les contestó ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que tenía que estar en las cosas de mi Padre? 50
Ellos, sin embargo, no comprendieron lo que les había dicho.
Las primeras palabras que los Evangelios ponen en boca de Jesús nos muestran una profunda conciencia de sí
mismo; son unas palabras que desligan a Jesús de toda dependencia humana y lo ponen por encima de toda
inteligencia limitada, unas palabras que indican ya el rumbo de su vida. También en esto supera Jesús a Juan.
Mientras que éste es ya hombre cuando siente su vocación (Mat_1:80), Jesús conoce ya la suya en los umbrales
de la juventud. No sin razón se sitúa la narración entre las dos menciones de la sabiduría de Jesús
(Mat_2:40.52); Jesús tiene sabiduría porque es Hijo de Dios. «El justo pretende tener la ciencia de Dios y
llamarse hijo del Señor» (Sab_2:13).
Jesús tiene que estar en las cosas de su Padre. Con esta expresión se refiere Jesús al templo. El templo está
consagrado a Dios, en él está Dios presente. Jesús llama Padre a Dios, en su lengua materna Abba. Así llaman
los niños pequeños a su padre carnal. También más tarde conservará Jesús esta designación de Dios. De esta
expresión filial hace el fundamento de sus relaciones, y de las de los suyos, con Dios (Cf. Rom_8:15; Gal_4:6).
Sobre la vida de Jesús se cierne una necesidad que rige su actuación (4:43), que lo lleva al sufrimiento y a la
muerte y por tanto a su gloria (9:22; 17:25). Esta necesidad tiene su razón de ser en la voluntad de Dios
consignada en la Sagrada Escritura, voluntad que él sigue incondicionalmente.
Jesús debe estar en las cosas de su Padre. Se refiere al templo, pero no lo menciona. Con su venida, el antiguo
templo pierde su posición en la historia de la salud. Un nuevo templo viene a ocupar su lugar; el templo está allí
donde se realiza la comunión de Padre e Hijo. En la vida de Jesús ocupa Jerusalén un puesto destacado. En
Jerusalén ha puesto él la mira. Allí se cumple la voluntad del Padre en su muerte y en su exaltación. Así se
edifica una nueva Jerusalén con un nuevo templo. «Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo
de parte de Dios... y oí una gran voz que procedía del trono, la cual decía: Aquí está la morada de Dios con los
hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo con ellos estará» (Rev_21:2s).
Tampoco María y José entendieron estas palabras. A lo largo de la historia de la infancia recibe María
revelación sobre su hijo por ángeles, profetas y por la Sagrada Escritura. Las palabras que se le dirigen las
combina ella para formar una imagen cada vez más completa. Aun después de la revelación y de la meditación
quedan enigmas. Sólo gradualmente se levantan los velos que encubren los abismos del amor de Dios y de su
ungido. A cada descubrimiento sigue un nuevo enigma: El nacimiento en el establo, su infancia, su vida con los
parientes y con el pueblo, sus fracasos, su muerte en cruz...
Nosotros tenemos constantemente necesidad de la palabra revelada y de la meditación sobre Jesús y sobre el
acontecer salvífico. Por muy familiar que se nos hiciera Jesús, aun entonces nos quedarían obscuridades y
enigmas. El acceso a Jesús será siempre en la tierra la fe. Ahora bien, la fe no es todavía visión.
51 Bajó con ellos y regresó a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Pero su madre conservaba todas estas palabras
en su corazón.
La gran vivencia había pasado; él estaba en lo que es de su Padre, de este mundo de su comunión con el Padre
se proyecta un rayo de luz sobre sus palabras de revelación. Ahora comienza un nuevo descenso. Nazaret es la
ciudad a la que tiene que bajar: en la predicación, ahora al comienzo de su actividad...
Estaba sujeto a ellos: a José y a María. Guardaba la verdad de su filiación divina mostrándose obediente. Con la
obediencia se prepara para su glorificación después del bautismo. «Testigos de estas cosas somos nosotros y el
Espíritu Santo que Dios ha concedido a los que le obedecen» (Hec_5:32).
Los acontecimientos de la historia de la infancia tienen carácter de revelación; son hechos y palabras. María los
conservaba en su corazón (cf. 2,19). Llenaban su espíritu y se convertían en luz de su vida. Nadie, fuera de su
madre, podía ser testigo de la historia de la infancia. Ella era el testigo fidedigno, pues conservaba en el corazón
todo lo sucedido. Lucas menciona estos hechos porque lo investigó todo comenzando desde el principio.
(STÖGER, A., El Evangelio de San Lucas, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
3. COMENTARIO TEOLÓGICO
El servicio de la paternidad
7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el fundamento jurídico de la
paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de
María. Se sigue de esto que la paternidad de José —una relación que lo sitúa lo más cerca posible de Jesús,
término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8, 28 s.)— pasa a través del matrimonio con María, es decir,
a través de la familia.
Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por obra del Espíritu Santo y que en
aquel matrimonio se ha conservado la virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y
a María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5).
Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal de Jesús, no lo es menos defender el
matrimonio de María con José, porque jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De
aquí se comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía de José. «¿Por qué —se
pregunta san Agustín— no debían serlo a través de José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La
Escritura afirma, por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice, recibir en tu casa a
María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño,
aunque no fuera fruto suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La Escritura
sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él, preocupado por el origen de la gravidez de ella,
se le ha dicho: es obra del Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto que se le
ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen María, plenamente consciente de no haber
concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin embargo padre de Cristo».[12]
El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une: «A raíz de aquel
matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel
padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la mente, no de la carne».[13] En este
matrimonio no faltaron los requisitos necesarios para su constitución: «En los padres de Cristo se han cumplido
todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento. Conocemos la prole, que es el mismo
Señor Jesús; la fidelidad, porque no existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio».[14]
Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás la ponen siempre en la
«indivisible unión espiritual», en la «unión de los corazones», en el «consentimiento»,[15] elementos que en
aquel matrimonio se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia de la
salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don del Verbo, es precisamente el
matrimonio de María y José el que realiza en plena «libertad» el «don esponsal de sí» al acoger y expresar tal
amor. [16] «En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el matrimonio, purificado y
renovado, se convierte en una realidad nueva, en un sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el
umbral del Nuevo Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras la de Adán y
Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de José y María constituye el vértice, por medio del
cual la santidad se esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación con esta unión
virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente voluntad de purificar y santificar la familia, santuario
de amor y cuna de la vida».[17]
¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque «la esencia y el cometido de la familia son
definidos en última instancia por el amor» y «la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el
amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por
la Iglesia su esposa»;[18] es en la sagrada Familia, en esta originaria «iglesia doméstica»,[19] donde todas las
familias cristianas deben mirarse. En efecto, «por un misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos
años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas».[20]
8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el
ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la
redención y es verdaderamente «ministro de la salvación».[21] Su paternidad se ha expresado concretamente
«al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que
está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para
hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico
con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías,
que crece en su casa». [22]
La liturgia, al recordar que han sido confiados «a la fiel custodia de san José los primeros misterios de la
salvación de los hombres»,[23] precisa también que «Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo
fiel y prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito».[24] León XIII subraya la sublimidad de
esta misión: «El se impone entre todos por su augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y,
en la creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el Verbo de Dios se sometiera a
José, le obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a su propio padre».[25]
Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las cualidades exigidas para llevarla a cabo
de forma adecuada, es necesario reconocer que José tuvo hacia Jesús «por don especial del cielo, todo aquel
amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre pueda conocer».[26]
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que
tiene su fuente en el Padre, «de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra» (Ef 3, 15).
En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a Jesús. De hecho, la salvación, que
pasa a través de la humanidad de Jesús, se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar,
respetando aquella «condescendencia» inherente a la economía de la encarnación. Los Evangelistas están muy
atentos en mostrar cómo en la vida de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan
divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: «Así sucedió, para que se cumplieran...» y la
referencia del acontecimiento descrito a un texto del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la
continuidad del proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.
Con la encarnación las «promesas» y las «figuras» del Antiguo Testamento se hacen «realidad»: lugares,
personas, hechos y ritos se entremezclan según precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio
angélico y recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es la humilde sierva del
Señor, preparada desde la eternidad para la misión de ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para
ser «el coordinador del nacimiento del Señor»,[27] aquél que tiene el encargo de proveer a la inserción
«ordenada» del Hijo de Dios en el mundo, en el respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas.
Toda la vida, tanto «privada» como «escondida» de Jesús ha sido confiada a su custodia.
El censo
9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones emanadas por la autoridad legítima,
José, respecto al niño, cumplió la tarea importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre «Jesús,
hijo de José de Nazaret» (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta inscripción manifiesta de modo evidente
la pertenencia de Jesús al género humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las
leyes e instituciones civiles, pero también «salvador del mundo». Orígenes describe acertadamente el
significado teológico inherente a este hecho histórico, ciertamente nada marginal: «Dado que el primer censo de
toda la tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se hizo registrar junto con
María su esposa, que estaba encinta, Jesús nació antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien
considere esto con profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de que en la
declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este modo, registrado con todos, podía santificar a
todos; inscrito en el censo con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo; y después de esta
declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el libro de los vivos, de modo que cuantos hubieran
creído en él, fueran luego registrados en el cielo con los Santos de Aquel a quien se debe la gloria y el poder por
los siglos de los siglos. Amén».[28]
El nacimiento en Belén
10. Como depositarios del misterio «escondido desde siglos en Dios» y que empieza a realizarse ante sus ojos
«en la plenitud de los tiempos», José es con María, en la noche de Belén, testigo privilegiado de la venida del
Hijo de Dios al mundo. Así lo narra Lucas: «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días
del alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no
tenían sitio en el alojamiento» (Lc 2, 6-7).
José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones humanamente humillantes, primer anuncio
de aquel «anonadamiento» (Flp 2, 5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo
tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar del nacimiento de Jesús después de
que el ángel les había traído esta grande y gozosa nueva (cf. Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la
adoración de los Magos, venidos de Oriente (cf. Mt 2, 11).
La circuncisión
11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre, José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su
derecho-deber respecto a Jesús.
El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.;
10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos, también el de la circuncisión halla en Jesús
el «cumplimiento». La Alianza de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13),
alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el «sí» de todas las antiguas promesas
(cf. 2 Cor 1, 20).
12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre es el único en el que se halla la
salvación (cf. Act 4, 12); y a José le había sido revelado el significado en el instante de su «anunciación»: «Y tú
le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 21). Al imponer el nombre,
José declara su paternidad legal sobre Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.
13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del primogénito e ilumina la posterior permanencia
de Jesús a los doce años de edad en el templo.
El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por José. En el primogénito estaba
representado el pueblo de la Alianza, rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús,
que es el verdadero «precio» del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1, 19), no sólo «cumple» el rito del
Antiguo Testamento, sino que, al mismo tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor
mismo del rescate.
El Evangelista pone de manifiesto que «su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él» (Lc 2,
33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeón, en su canto dirigido a Dios, al indicar a Jesús como la
«salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos» y «luz para iluminar a los gentiles y gloria de su
pueblo Israel» y, más adelante, también «señal de contradicción» (cf. Lc 2, 30-34).
La huida a Egipto
14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar: «Así que cumplieron todas las
cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía,
llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él» (Lc 2, 39-40).
Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que situar un acontecimiento muy importante,
para el que la Providencia divina recurre nuevamente a José. Leemos: «Después que ellos (los Magos) se
retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma contigo al niño y a su
madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle"» (Mt
2, 13). Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del nacimiento del «rey de los judíos»
(Mt 2, 2). Y cuando partieron los Magos él «envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de
dos años para abajo» (Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a aquel recién nacido «rey de los
judíos», de quien había tenido conocimiento durante la visita de los magos a su corte. Entonces José, habiendo
sido advertido en sueños, «tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de
Herodes; para que se cumpliera el oráculo del Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi hijo"» (Mt 2,
14-15; cf. Os 11, 1).
De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a través de Egipto. Así como Israel
había tomado la vía del éxodo «en condición de esclavitud» para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario y
cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el exilio a aquel que realiza la Nueva
Alianza.
4. SANTOS PADRES
San Agustín
"Cuando Jesucristo, el Señor, cumplió doce años como hombre, ya que como Dios es anterior al tiempo
y no tiene tiempo, permaneció en el Templo sin que sus padres se dieran cuenta, discutiendo con los ancianos
que se admiraban por su ciencia. Ellos, en cambio, vueltos de Jerusalén, lo buscaron en sus comitivas, es decir,
entre aquellos con quienes caminaban, y al no encontrarlo, volvieron desconcertados a Jerusalén donde lo
hallaron discutiendo con los ancianos en el Templo, teniendo él -como dije- doce años.
Pero, ¿por qué admirarse de ello? La Palabra de Dios nunca está en silencio, aunque no siempre se la escucha.
Lo encontraron, por tanto, en el Templo y su madre le dijo: ¿Por qué nos hiciste esto? Tu padre y yo te
buscábamos angustiados. Y él: ¿No sabían que yo tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre? (Lc 2, 48-49).
Esto lo dijo en el Templo de Dios, porque era el Hijo de Dios. Efectivamente ese Templo no era de José, sino de
Dios. `Esto significa -dirá alguno- que no se atribuyó ser hijo de José'. Pongan atención, hermanos, y tengan
paciencia para que el tiempo alcance para terminar el sermón.
Cuando María dijo: Tu padre y yo te buscábamos angustiados. Él contestó: ¿No sabían que yo tengo que
ocuparme de las cosas de mi Padre? En realidad él no quería ser hijo de ellos de un modo tal que no se notara
que era el Hijo de Dios. Hijo de Dios en verdad, siempre Hijo de Dios, el que los creó a ellos mismos. En
cambio, en el tiempo es Hijo del hombre, nacido sin origen conyugal de una virgen, no obstante tenerlos a
ambos por padres. ¿Cómo probamos esto? Ya lo dijo María: Tu padre y yo te buscábamos angustiados." (S. 51,
17)
"Amen y juzguen. No se busca la inocencia haciendo desaparecer la disciplina. Está escrito: El que desprecia la
disciplina es un desgraciado (Sb 3, 11). Bien se puede añadir a esta sentencia que así como el que desprecia la
disciplina es un desgraciado, el que la rehúsa es cruel. Me he atrevido a decir algo, hermanos míos, que me veo
obligado a exponerles de forma más completa ya que el argumento es poco claro. Repito lo que dije: El que
desprecia la disciplina es un desgraciado, esto es claro. El que no la da, es cruel. Estoy absolutamente
convencido, estoy convencido y enseño que se puede ser misericordioso castigando y se puede ser cruel
escatimando la disciplina.
Pongo un ejemplo a la vista. ¿Dónde encuentro a uno que sea misericordioso castigando? No voy a otros, voy
a un padre y a un hijo. El padre ama también cuando castiga. El niño no quiere ser castigado, pero el padre deja
de lado el deseo del hijo, y lo castiga para su bien.
¿Por qué motivo? Porque es padre, porque prepara al heredero, porque alimenta al sucesor. He aquí que el padre
castigando es misericordioso, castigando es compasivo.
¡Enséñame un hombre que sea cruel escatimando la disciplina! No me alejo de aquellas personas, pongo a esos
mismos como ejemplo. Si el niño, sin límites e indisciplinado, vive de tal manera que queda destruido y el padre
disimula, el padre se abstiene, el padre teme ofender al hijo perdido con una severa disciplina, ¿no es cruel
escatimando la disciplina?
Instrúyanse, por tanto, todos los que gobiernan la tierra (Sal 2, 10) y, juzgando rectamente, esperen el premio
no de la tierra, sino de quien ha hecho el cielo y la tierra." (S. 13, 9)
"En el nombre de Cristo, hemos terminado el Salmo, tal vez no como queríamos, pero sí como pudimos. Falta
decirles unas pocas cosas, hermanos, a causa de los muchos males en medio de los que vivimos. Nosotros que
vivimos efectivamente en medio de las vicisitudes humanas, no podemos abandonar las cosas humanas.
Debemos vivir con tolerancia entre los malvados; ya que cuando nosotros éramos malvados, los buenos vivieron
con tolerancia entre nosotros. No olvidando lo que fuimos, no desesperaremos por aquellos que ahora son lo que
nosotros fuimos. Sin embargo, queridísimos hermanos, entre tanta diversidad de costumbres y tan detestable
corrupción, gobiernen sus casas, gobiernen a sus hijos, gobiernen sus familias. Como a mí me concierne
hablarles a ustedes en la iglesia, así a ustedes les concierne actuar en sus casas, para dar buena cuenta de aque-
llos que les están sometidos.
Dios ama la disciplina. Soltar las riendas a los pecados es una perversa y falsa ingenuidad. El hijo
comprende que la benignidad del padre fue muy inútil y muy perjudicial, cuando luego se da cuenta de la
severidad de Dios, y esto no sólo él, sino junto con su padre indolente. ¿Pero cómo? Si el padre no peca, y no
hace lo que hace su hijo, ¿acaso por esto no debe tener alejado al hijo de la maldad? ¿O tal vez debe comportarse
de manera que el hijo crea que también su padre haría lo mismo que él si no hubiera envejecido? El pecado
que no te desagrada en tu hijo, te complace; pero es la edad lo que te desalienta, no el deseo. Atiendan sobre
todo, hermanos míos, a sus hijos, de los cuales se hicieron garantes en el bautismo. Si un hijo malvado
desprecia las enseñanzas, los reproches y la severidad del padre; tú cumple con tu papel, que Dios le
exigirá a él lo suyo."
(C.S. 50, 24)
"Jonadab fue un hombre, del que nos habla la profecía de Jeremías (35, 6-10), que mandó a sus hijos que
no bebieran vino ni habitaran en casas, sino en carpas. Los hijos respetaron el mandato del padre y lo
cumplieron, y por esto mere cieron la bendición de Dios.
Pero no fue el Señor quien les mandó esto, sino su padre. Ellos, empero, lo respetaron como si lo hubieran
recibido del Señor, su Dios. Porque, aunque el Señor no había ordenado directamente que no bebieran vino y
que vivieran en carpas, sin embargo el Señor había ordenado que los hijos obedecieran al padre. En un solo
caso el hijo no debe obedecer a su padre: cuando su padre le ordena algo contra el Señor, su Dios. En este
caso, el padre no debe enojarse, si alguna vez se le antepone Dios. Pero, cuando el padre da una orden que no es
contraria a Dios, debemos escucharlo como si fuera Dios, porque Dios ha ordenado obedecer a los padres.
Por lo tanto, Dios bendijo a los hijos de Jonadab por su obediencia, y los propuse como ejemplo a su pueblo
desobediente, reprendiéndolo porque, mientras los hijos de Jonadab obedecían a su padre, ellos no obedecían a su
Dios” (C.S. 70, 1, 2).
"Cuando escuchan, hermanos: Donde yo estoy, allí estará también mi servidor (Jn 17, 24), no deben
pensar que el Señor lo dice sólo a los obispos y a los sacerdotes dignos. También ustedes, cada uno a su modo,
puede servir a Cristo, viviendo bien, dando limosnas, haciendo conocer a cuantos les sea posible su nombre y
su enseñanza, de modo que, también cada padre de familia que reconozca este nombre, se sienta empe-
ñado a amar a sus familias con afecto paterno.
Por Cristo y por la vida eterna eduque, aconseje, exhorte, corrija, emplee benevolencia y ejercite la
disciplina con todos los suyos; así desempeñará en su casa una función sacerdotal y, de algún modo, episcopal,
sirviendo a Cristo para estar con él en la eternidad.
Efectivamente, muchos como ustedes sirvieron con el supremo servicio de su pasión; muchos que no
eran ni obispos ni sacerdotes: eran varones y mujeres jóvenes, ancianos junto con muchachos, muchos esposos
y esposas, muchos padres y madres de familia, sirviendo a Cristo, dieron incluso sus vidas en el martirio y
recibieron coronas de gloria con los honores del Padre." (C.E.J. 51, 13)
(SAN AGUSTÍN, Comentarios a los evangelios dominicales y festivos, Ciclo C, Religión y Cultura Buenos Aires
2006, 22-5)
5. APLICACIÓN
Obediencia y agapé
(Lc 2,41-52)
Introducción
Dice el Directorio Homilético respecto a la Fiesta de hoy: “Cada día, en diversos lugares del mundo, la
institución familiar soporta grandes retos y, por ello, sería apropiado que el homileta hablara de ello. No
obstante, más que ofrecer una simple exhortación moral sobre los valores de la familia, el homileta debería
inspirarse en las lecturas del día para hablar de la familia cristiana como escuela de discipulado” (nº 121). Por lo
tanto, partiendo del texto evangélico que nos revela a la Sagrada Familia como escuela de discipulado debemos
hablar de los grandes retos que soporta hoy la institución familiar en el mundo.
El texto de hoy nos da una indicación preciosa que nos hace entender por qué la Sagrada Familia es escuela de
discipulado. En efecto, después de narrar la pérdida y el hallazgo del Niño Jesús en el Templo, dice: “Jesús bajó
con ellos y fue a Nazaret, y estaba sujeto a ellos” (Lc 2,51). La vida familiar de Jesús, María y José se resume
en que vivían juntos en Nazaret y en que Jesús estaba sujeto a ellos, es decir, vivía en un estado de obediencia y
sujeción.
El Directorio Homilético confirma esta característica de la vida familiar de la Sagrada Familia cuando resume
todas las lecturas de dicha Fiesta, en los tres Ciclos, con una sola palabra: obediencia. Al hablar de la Fiesta de
la Sagrada Familia, dice dicho Directorio: “Cristo, del que celebramos su Nacimiento, ha venido al mundo para
hacer la voluntad del Padre: tal obediencia, dócil a la inspiración del Espíritu Santo, tiene que encontrar un
lugar en cada familia cristiana. José obedece al ángel y conduce al Hijo y a su Madre a Egipto (Año A); María y
José obedecen la Ley presentando al Niño en el Templo (Año B) y yendo hacia Jerusalén para la fiesta de la
Pascua judía (Año C). Jesús, por su parte, obedece a sus padres terrenales pero el deseo de estar en la casa del
Padre es todavía más grande (Año C)” (nº 121).
El verbo griego que usa San Lucas en 2,51 para decir que Jesús ‘estaba sujeto’ a José y María es
hypotásso. El verbo tásso significa ‘ordenar’, ‘establecer’1; hypó es una preposición que significa ‘debajo de’,
que en castellano se puede expresar con el prefijo ‘sub’. Por eso, el significado primario de hypotásso es ‘estar
sub-ordinado a’2. Esto, fundamentalmente, implica dos cosas. La primera, estar en un estado permanente de
subordinación y sujeción. La segunda, la obediencia concreta a los mandatos particulares. Jesús, mientras no
llegó a la mayoría de edad, vivió en este estado de sujeción o subordinación.
En la cultura israelita moldeada por la Palabra de Dios se equiparaba al niño con el siervo. Mientras el
niño no adquiría la mayoría de edad era, antes sus padres, igual que un siervo ante sus patrones y debía
obedecerles en absolutamente todo. Y en el griego del NT hay un reflejo exacto de esta concepción bíblica. Por
eso es que muchas veces la palabra ‘niño’ (paîs) se usa para expresar la realidad de ‘siervo’3. San Pablo habla
explícitamente de esta concepción bíblica: “Yo digo: Mientras el heredero es menor de edad, en nada se
diferencia de un esclavo, con ser dueño de todo; (…) hasta el tiempo fijado por el padre” (Gál 4,1-2). Esto es,
precisamente, lo que San Lucas quiere decir cuando dice que Jesús ‘estaba subordinado’ a José y María.
En este paso evangélico no es lícito traducir, sin más, el verbo griego hypotásso por el verbo castellano
‘estar sometido’. En efecto, los dos primeros significados del verbo ‘someter’ en castellano son: “1. Sujetar,
humillar a una persona, una tropa o una facción”. “2. Conquistar, subyugar, pacificar un pueblo, provincia, etc”
(DRAE). Solamente la tercera acepción del verbo castellano ‘someter’ coincide con el significado del verbo
griego hypotásso: “3. Subordinar el juicio, decisión o afecto propios a los de otra persona” (DRAE). Notemos
que se usa en esta acepción el verbo ‘subordinar’. Hoy, en el lenguaje común de los pueblos de habla hispana, el
verbo ‘someter’ se entiende, generalmente, en las dos primeras acepciones del DRAE. A esto hay que sumarle
una particular sensibilidad moderna a todo aquello que pueda significar un avasallamiento abusivo de la propia
libertad. Esta sensibilidad no es mala; al contrario, es buena, siempre y cuando se mantenga dentro de sus
límites4. Por lo tanto, el verbo ‘someter’ no es el más apropiado para traducir, sin más, el verbo griego
hypotásso con el que se califica la relación familiar entre Jesús y su padres terrenos.
Asumiendo la tercera acepción del DRAE del verbo ‘someter’, podríamos decir que Jesús “había
subordinado el juicio, la decisión y el afecto propios” a los de José y María. En este sentido, Jesús sí estaba
‘sometido’ a sus padres.
Sin embargo, no olvidemos que antes de decir que Jesús estaba subordinado a sus padres terrenos, San
Lucas narra el acontecimiento de la pérdida del Niño en el Templo que, precisamente, leímos en el evangelio de
hoy. En ese acontecimiento hay una tensión que no es tan fácil de desentrañar. A simple vista parece una
desobediencia de Jesús a sus padres terrenos. Sin embargo, el mismo Jesús defiende su inocencia y afirma que
se trata de un acto de obediencia a su Padre del Cielo. Jesús responde con una doble pregunta: “¿Por qué me
buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49). Ese ‘¿no sabíais…?’ implica un
amable reproche. Quiere decir (dicho muy amablemente): “Deberíais haber sabido…” San Juan Pablo II dice
que, al hacer esa pregunta, Jesús está haciendo referencia a la profecía que Simeón hizo a la Virgen María:
“Una espada te atravesará el alma” (Lc 2,35)5. En definitiva, la frase de Jesús significa: “Como ustedes saben,
yo debo obedecer a mi Padre del Cielo antes que a ustedes; debo estar subordinado y sometido a mi Padre
Celestial antes que a ustedes. Y eso provocará un arrancón en el alma de ustedes, y, como consecuencia, un
1
Cf. STRONG, TUGGY, VINE y SWANSON en Multiléxico del NT, nº 5021.
2
SCHENKL, F. – BRUNETTI, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Fratelli Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 912.
3
Por ejemplo, en el Magnificat, María dice: “Socorrió a su siervo (paîs), Israel” (Lc 1,54). Cf. también Lc 1,69 y Hech 4,25 donde se
aplica el sustantivo paîs a David, para indicar que es ‘siervo de Dios’.
4
Cuando esa exigencia de respeto a la propia libertad se hace ultrajando la libertad de los demás, o se hace a costa de la verdad, se
convierte en mala.
5
Dice textualmente San Juan Pablo II: “En aquel ‘no sabíais’ se puede tal vez entrever una referencia a lo que Simeón había
predicho a María durante la presentación del niño Jesús en el templo, y que era la explicación de aquel anticipo de la futura
separación, de aquel primer golpe de espada para el corazón de la madre. Se puede decir que las palabras del santo anciano Simeón,
inspiradas por el Espíritu Santo, resonaban en aquel momento sobre el grupo reunido en el templo, donde habían sido pronunciadas
doce años antes” (SAN JUAN PABLO II, El Espíritu Santo en la relación del joven Jesús con su madre, Audiencia general del día miércoles
4 de julio de 1990, nº 2).
gran dolor”. Esa tensión de la que hablábamos recién se resuelve en la obediencia de Jesús a su Padre del Cielo
y en la espada que eso significa para el alma de María y de José.
En definitiva, Jesús se subordina completamente a la autoridad que está sobre Él, pero jerárquicamente:
primero, a Dios; después, a los hombres. Jesús cumple lo que el Espíritu Santo dirá por boca de Santiago:
“Sométanse (verbo hypotásso) a Dios” (Sant 4,7). En esta subordinación del juicio, de la decisión y del afecto a
Dios y a los padres terrenos está el quicio de la Sagrada Familia. Dicho con una palabra más simple, en la
obediencia está la quintaesencia de la Sagrada Familia y debe ser la quintaesencia de toda familia cristiana. La
quintaesencia de una cosa es “lo más puro, fino y acendrado de ella” (DRAE). Por eso, no dudamos en afirmar
que la obediencia es lo más puro, fino y acendrado de la Sagrada Familia, y debe serlo de toda familia cristiana.
Jesús reafirmará que la obediencia jerárquicamente entendida es la que funda a la Sagrada Familia y la
que debe fundar a toda familia cristiana. San Marcos narra el siguiente acontecimiento de la vida pública de
Cristo: “Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud
estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: ‘Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera’. Él les
respondió: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?’ Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban
sentados alrededor de él, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese
es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mc 3,31-35). Jesús afirma que lo que funda el nexo familiar con Él
(es decir, lo que funda el nexo familiar dentro la Sagrada Familia) es el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Ahora bien, el cumplimiento de la voluntad de Dios no es otra cosa que la obediencia a Dios. La obediencia
funda la familia de Jesús (la Sagrada Familia) y toda familia6.
El Directorio Homilético sugiere que el homileta, para explicar la realidad de la familia cristiana,
comente los textos de Col 3,18-207 y Ef 5,21-258. Al analizar ambos textos nos encontramos con una sorpresa:
se usa cuatro veces el verbo hypotásso. Tres veces se usa para decir que la mujer debe estar subordinada a su
marido legítimo (Col 3,18; Ef 5,229; Ef 5,24); una vez se usa para decir que, en la familia, todos deben
obedecerse unos a otros (Ef 5,21).
El Espíritu Santo, a través de la pluma de San Pablo, insiste en dar las razones por las cuales la mujer
debe estar subordinada a su marido legítimo. En Col 3,18 dice que debe ser así ‘porque es conveniente en el
Señor’, es decir, porque es moralmente más perfecto según la voluntad de Dios10.
El texto de la carta a los Efesios es más explícito, más detallado y más teológico. En efecto, dice el Espíritu
Santo por boca de Pablo: “Las mujeres subordínense (verbo hypotásso) a sus propios maridos como al Señor,
porque el varón es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la Iglesia; Él es el salvador del cuerpo.
Ahora bien, así como la Iglesia está subordinada (verbo hypotásso) a Cristo, así también las mujeres deben
estarlo a sus maridos en todo” (Ef 5,22-24). La razón que este texto esgrime para afirmar que la mujer debe
estar subordinada a su marido es que se trata de una voluntad de Dios al momento de la creación. La necesidad
6
Hay que tener en cuenta que la frase de Mc 3,31-35 que acabamos de comentar también quiere decir que la familiaridad con Jesús
jamás puede adquirirse por un nexo de sangre. Ni siquiera su madre, María, adquirió esta familiaridad en razón de la concepción
carnal de Jesús (cf. Lc 11,27-28). Jesús entrega su amor, su afecto y su familiaridad a aquel que obedece al Padre.
7
“Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con
ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3,18-20).
8
“Sed sumisos los unos a los otros en el temor de Cristo. Las mujeres sométanse a sus maridos, como al Señor, porque el marido es
cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también
las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí
mismo por ella” (Ef 5,21-25).
9
Algunas biblias no traducen el hypotásso de Ef 5,22 porque algunas ediciones críticas del texto original griego no lo traen. Sin
embargo, el The Greek New Testament de las Sociedades Bíblicas Unidas califica el texto sin el hypotásso con la letra ‘C’, lo cual
quiere decir que el texto sin el hypotasso es muy inseguro o, dicho de otra manera, tiene un índice de seguridad de tercer orden.
Hay dos manuscritos importantísimos que reportan el verbo hypotásso en el texto original de Ef 5,22, el Sinaiticus y el Alejandrino
(cf. UNITED BIBLE SOCIETIES, The Greek New Testament, Stuttgart, 19833, p. 676).
10
Cf. VINE, en Multiléxico del NT, nº 433.
de que la mujer esté subordinada al marido proviene del hecho que Dios, al momento de crear al ser humano, lo
creó ‘varón y mujer’ (Gén 1,27) y puso entre ellos una jerarquía según la cual el varón es cabeza y la mujer es
cuerpo. Esto quiere decir que en toda familia legítima, por una decisión de Dios que se retrotrae al momento
mismo de la creación y que durará hasta el final de los tiempos, el varón es la autoridad máxima y todos deben
subordinarse a él, en primer lugar su esposa. Por lo tanto, la autoridad del paterfamilias es algo que brota del
mismo orden natural y nunca nadie jamás podrá abolirlo. Se trata de una autoridad constituida por el mismo
Dios en el momento mismo de la creación.
Por lo tanto, de acuerdo con lo que dijimos más arriba, tanto la mujer como los hijos en la familia están en un
estado permanente de subordinación y sujeción al paterfamilias, lo cual implica también la obediencia concreta
a todos los mandatos particulares. Este estado y esta obediencia deben ser prestados al jefe de familia como si
fuera el mismo Señor (cf. Ef 5,22.24). Además, esa obediencia debe cumplirse como se cumple un
mandamiento de Dios (cf. Col 3,18).
No ignoramos la enorme dificultad que levanta esta verdad bíblica para la mentalidad moderna. De hecho, el
Directorio Homilético, que aconseja tocar este tema, dice: “El precepto apostólico, según el cual la mujer debe
estar sometida al marido, puede chocar a nuestros contemporáneos; (…). No obstante, los pasajes complicados
de la Escritura, en la mayor parte de los casos, tienen mucho que enseñarnos y este caso específico ofrece al
homileta la ocasión de afrontar un argumento con el que podría no estar de acuerdo el oyente moderno, pero que
de suyo representa una fortaleza si se comprende correctamente”. Por lo tanto, la Iglesia, a través de este
documento tan rico, nos exhorta a tratar esa verdad que es la subordinación de la mujer al varón dentro del
matrimonio, aun cuando al oyente contemporáneo le resulte molesta e incómoda11.
Maticemos ahora esta verdad recordando lo que significa el verbo hypotásso. No es un estado de opresión o
sojuzgamiento. Es simplemente el subordinar el juicio, la decisión y el afecto al paterfamilias, obedeciendo
cada una de sus indicaciones o mandatos. En esta subordinación de la mujer y los hijos al varón jefe de familia
está la quintaesencia de la familia cristiana. Si dijimos que esta subordinación era la que fundaba la Sagrada
Familia, ¡cuánto más no será la que funda toda familia cristiana!
De acuerdo a lo dicho, entonces… ¿el marido tiene permiso para ser un déspota y dominar con violencia? De
ninguna manera. “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por
ella” (Ef 5,25). Si la mujer debe obedecer a su marido como la Iglesia obedece a Cristo, el marido debe
sacrificarse por su mujer como Cristo se sacrificó por la Iglesia. En definitiva, lo que transfigura toda la realidad
familiar y lo eleva es el amor. La solución superadora (como les gusta decir ahora) a esa situación de obediencia
y sujeción es el amor. El amor hace olvidar completamente que muchas veces debemos obedecer contra
nuestros gustos. El amor hará que el paterfamilias gobierne con mesura. El amor hará que la esposa obedezca
con gozo. El amor hará que los hijos comprendan que sus padres quieren lo mejor para ellos y nunca mandan u
ordenan simplemente para exasperarlos.
Ese amor será el que posibilitará que el gobierno y la obediencia alcancen una dimensión nueva, propia y
exclusivamente cristiana. Se trata de aquella dimensión en la que todos se someten a los demás, tal como dice
San Pablo: “Sométanse los unos a los otros, por temor de Cristo” (Ef 5,21).
Pero no se trata de cualquier amor sino del amor victimal o agapé. Hay tres tipos de amor. El primero es el que
en griego se dice éros. Es el amor deseador y posesivo12. Es un verdadero amor, pero es un amor que siempre
guarda una razón de bien para mí, es decir, siempre guarda algo de egoísmo13. El segundo es el que en griego se
11
Y notemos que el Directorio Homilético no duda en usar el verbo ‘estar sometida’. Como decíamos, nos parece que se puede usar
en este caso el verbo ‘estar sometido’ siempre que se lo entienda según la tercera acepción del DRAE del verbo ‘someter’.
12
“Todo deseo fogoso; apasionado”, dice SCHENKL, F. – BRUNETTI, F., Dizionario Greco – Italiano – Greco, Fratelli Melita Editori, La
Spezia, 1990, p. 346.
13
Por esta razón es que, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, esta palabra pasó a significar, sobre todo, el amor sexual. Pero en
el griego clásico, éros no tiene la connotación negativa que tiene ahora.
dice philía. Es el amor de amistad que considera el bien del amigo como un bien propio; es el que se alegra por
el bien del otro. El tercero es el que en griego se dice agapé, que también se llama ‘amor victimal’, porque
entrega la propia vida para que los demás puedan seguir viviendo; es el amor que lleva a entregar la vida por la
vida del otro. Cuando entre los miembros de una familia existe el agapé, entonces el mando y la obediencia se
transfiguran.
Con razón dice el Directorio Homilético: “Lo que es novedoso y, además, propiamente cristiano, es, sobre todo,
que esta sumisión debe ser recíproca: si la mujer debe obedecer al marido, él, a su vez, como Cristo, debe
sacrificar su propia vida por su esposa. En segundo lugar, la razón de la mutua sumisión no está dirigida
simplemente a la armonía de la familia o al bien de la sociedad, sino que se realiza por temor de Cristo. En otras
palabras, la sumisión recíproca en la familia es una expresión del discipulado cristiano; la casa familiar es, o
tendría que llegar a ser, un lugar donde manifestamos nuestro amor a Dios sacrificando nuestras vidas el uno
por el otro” (nº 122). En las relaciones intra-familiares debe reinar este amor de auto-oblación.
Conclusión
Las tinieblas del mundo moderno (cf. Jn 1,5) buscan acabar con toda autoridad. La autoridad y la jerarquía es un
don de Dios para regular las relaciones de los hombres. Respecto a este tema hay fundamentalmente, dos
equívocos. El primero consiste en creer que tener autoridad consiste en tener dominio y poder sobre los demás.
La autoridad es un servicio que se presta al cuerpo social. El segundo equívoco consiste en creer que porque ha
habido abusos de autoridad en determinadas épocas y lugares, debe desterrarse toda autoridad14.
Es absolutamente necesario entender de una vez para siempre: la autoridad es una creatura de Dios y, como toda
creatura de Dios, es buena. Dice San Pablo: “No hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por
Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los
rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación” (Rm 13,1-2). Y Cristo le dice a Pilato: “No tendrías
ninguna autoridad sobre mí sino te hubiera sido dada de lo alto” (Jn 19,11).
La lucha que el ‘misterio de iniquidad’ (2Tes 2,7) ha entablado actualmente contra toda autoridad tiene el sello
del Anticristo. En efecto, dice un gran exégeta católico que, para los Santos Padres, el obstáculo del cual habla
San Pablo y gracias al cual el Anticristo no puede todavía manifestarse (2Tes 2,3-715) es el principio de
autoridad. Dice dicho autor: “San Pablo dice que existe algo y alguien que impide y pone trabas o diques a esa
fuerza del mal: obstáculo real a la vez y personal, cuya desaparición determinará el desbordamiento de la
iniquidad, la general apostasía y la manifestación del Anticristo. (…) Ese obstáculo a la aparición del Anticristo
es el principio de autoridad. (…) Este principio de autoridad, (…) era para el Apóstol el gran obstáculo que se
oponía al desbordamiento del misterio de iniquidad (cf. Rm 13,1-6), con lo cual retrasaba la apostasía general y
el advenimiento del Anticristo”16.
Cuando los seguidores de la ideología de género nos hablan de que hay que acabar con la ‘sociedad patriarcal’
están tratando de acabar con una creatura de Dios. En la expresión ‘sociedad patriarcal’ no hay ningún
sarcasmo; ni siquiera tiene algún tinte peyorativo. La expresión ‘sociedad patriarcal’ es la expresión perfecta de
lo que quiere Dios para el hombre. Dios, al crear al hombre varón y mujer, creó una sociedad patriarcal en
sentido estricto. En efecto, la palabra ‘patriarcal’ está formada de la palabra pater, y de la palabra arché17, que
significa ‘principio’, ‘cabeza’, ‘gobierno’. Cuando San Pablo dice que ‘el varón es la cabeza de la mujer’ (Ef
5,23) está diciendo, de una manera absolutamente estricta, que la familia, tal como la creó Dios, es ‘patri-arcal’:
el que gobierna es el varón. Querer acabar con esta autoridad familiar es un modo de hacer el ‘campo orégano’
al Anticristo.
14
De mi experiencia misionera en Latinoamérica (siete años en Perú, nueve años en Chile y ocho años en Argentina) puedo decir que
en esos países el machismo existe, es decir, el abuso de autoridad del varón sobre la mujer. En Argentina el machismo es menor que
en Perú y Chile. Pero una cosa es corregir el abuso de autoridad y otra cosa muy distinta es querer borrar de un plumazo toda
autoridad.
15
Ese obstáculo se dice en griego kátejon (2 Tes 2,6).
16
BOVER, J. M., Teología de San Pablo, BAC, Madrid, 1967, p. 819.821.
17
Cf. DRAE, voz ‘patriarca’.
Si el fundamento de la familia es la obediencia impregnada de agapé, el quitar el principio de autoridad en la
familia es destruir la familia. Benedicto XVI, siendo todavía el Card. Ratzinger, hablando de la misión de San
Juan Bautista de “hacer volver los corazones de los padres a los hijos” (Lc 1,17), decía: “En la familia deben
aprender a conocerse las generaciones: de la salvación de la familia depende la capacidad de paz de un pueblo.
Si la familia no concilia ya a varón y mujer, a jóvenes y ancianos, se pervierten las relaciones humanas básicas,
para convertirse en una lucha de todos contra todos. Por eso, que los padres se vuelvan a los hijos es el
presupuesto para el comienzo de la paz mesiánica. De ahí que la destrucción de la familia sea la más segura
señal del anticristo, del destructor de la paz, bajo la máscara de quienes afirman traer la paz y la liberación”18.
Dice el Directorio Homilético: “Tenemos que ver a las familias como Iglesia doméstica en la que poner en
práctica aquel modelo de amor oblativo de sí mismo que asimilamos en la Eucaristía. (…) El homileta puede
lanzar el reto a los oyentes para que lleven a cabo en sus relaciones este amor de auto-oblación, que es el
corazón de la vida y de la misión de Cristo, celebrado en la “comida familiar” de la Eucaristía” (nº 121.122). En
la Eucaristía el agapé de Cristo llega a su culmen porque se entrega como víctima. La vida intra-familiar
también debiera ser una continua Eucaristía.
Papa Francisco
En el clima de alegría que es propio de la Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia.
Vuelvo a pensar en el gran encuentro de Filadelfia, en septiembre pasado; en las muchas familias que encuentro
en los viajes apostólicos, y en las de todo el mundo.
Quisiera saludarlas a todas con afecto y reconocimiento, especialmente en este tiempo nuestro, en el que la
familia está sometida a incomprensiones y dificultades de varios tipos que la debilitan.
El Evangelio de hoy invita a las familias a acoger la luz de esperanza que proviene de la casa de Nazaret, en la
cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, quien —dice san Lucas— «iba creciendo en sabiduría,
en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (2, 52). El núcleo familiar de Jesús, María y José es para
todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del Evangelio. Aquí admiramos el
cumplimiento del plan divino de hacer de la familia una especial comunidad de vida y amor. Aquí aprendemos
que todo núcleo familiar cristiano está llamado a ser «iglesia doméstica», para hacer resplandecer las virtudes
evangélicas y llegar a ser fermento de bien en la sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son:
recogimiento y oración, mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad.
Del ejemplo y del testimonio de la Sagrada Familia, cada familia puede extraer indicaciones preciosas para el
estilo y las opciones de vida, y puede sacar fuerza y sabiduría para el camino de cada día.
La Virgen y san José enseñan a acoger a los hijos como don de Dios, a generarlos y educarlos cooperando de
forma maravillosa con la obra del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa nueva. Es en la
familia unida donde los hijos alcanzan la madurez de su existencia, viviendo la experiencia significativa y
eficaz del amor gratuito, de la ternura, del respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la
alegría.
Quisiera detenerme sobre todo en la alegría. La verdadera alegría que se experimenta en la familia no es algo
casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía profunda entre las personas, que hace gustar la
18
RATZINGER, J., Servidor de vuestra alegría. Reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal, Ediciones Ágape, Bs. As., 2005, p. 50;
cursiva nuestra.
belleza de estar juntos, de sostenernos mutuamente en el camino de la vida. Pero en la base de la alegría está
siempre la presencia de Dios, su amor acogedor, misericordioso y paciente hacia todos.
Si no se abre la puerta de la familia a la presencia de Dios y a su amor, la familia pierde la armonía, prevalecen
los individualismos y se apaga la alegría. En cambio, la familia que vive la alegría, la alegría de la vida, la
alegría de la fe, la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la
sociedad.
Que Jesús, María y José bendigan y protejan a todas las familias del mundo, para que en ellas reinen la
serenidad y la alegría, la justicia y la paz, que ha traído Cristo al nacer como don para la humanidad.
(PAPA FRANCISCO, Ángelus, Fiesta de la Sagrada Familia, Plaza de San Pedro, Domingo 27 de diciembre de
2015)
______________________________
iNFO - Homilética.ive
Función de cada sección del Boletín
Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así como el Guion para la celebración de
la Santa Misa.
Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que ayudarían a realizar un enfoque adecuado
del el evangelio y las lecturas del domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al
DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.
Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado de especialistas, licenciados, doctores en
exégesis, así como en ocasiones de Papas o sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.
Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos Padres de la Iglesia, así como los
sermones u escritos referentes al texto del domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.
Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los cuales pueden facilitar la ilación o
alguna idea para que los sacerdotes puedan aplicar en la predicación.
Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir alguna reflexión u ejemplo que le permite
desarrollar algún aspecto del tema propio de las lecturas del domingo analizado.
_________________________________________________________________