Jardin Imperfecto, El - Tztevan Todorov PDF
Jardin Imperfecto, El - Tztevan Todorov PDF
Jardin Imperfecto, El - Tztevan Todorov PDF
Tzvetan
Todorov
El jardín
imperfecto
Luces y sombras
del pensamiento
humanista
BIBLIOTECA DEL P R E SE N T E 8
P aid ó s B iblioteca del P resente
El jard ín im perfecto
Luces y som bras
del pensam iento humanista
PAIDÓS
Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: l¿ jardín imparfaü. Im pensée humaniste m Primee
Publicado en francés por Éditions Grassel & Fasquellc, París
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de ios lindares del "Copyright",
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cual
quier medio o procedimiento, comprendidos la rcpmgralTa y el traUtmiento informático, y la dis
tribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.
ISBN: 84-493-0678-7
Depósito legal: B-2.013/1999
2. L a declaración de a u t o n o m ía ................................ 77
M on taign e........................................................................ 78
D e s c a r t e s ........................................................................ 87
M o n lesq u ieu ................................................................... 96
Rousseau............................................................................ 102
Constant............................................................................ 109
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EL JARDÍN IMPERFECTO
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SUMARIO
II
Prólogo
El p a c to ig n o ra d o
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El. JARDÍN IMPERFECTO
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F.l. PACTO IGNORADO
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El.JARDIN IMPERFECTO
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El. PACTO IGNORADO
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I£l. JARDIN IMPERFECTO
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El. PACTO IGNORADO
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KI. JARDIN IMPERFECTO
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El. I’ACTO IGNORADO
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El. JARDIN IMPERFECTO
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El. PACTO IGNORADO
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El. JARDIN IMPERFECTO
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El. JUEGO IIE I--VS CUATRO FAMILIAS
dades que les son propias; y porque las alianzas entre miem
bros de familias distintas son siempre posibles. Se trata de
cuatro familias que empiezan a dibujarse claramente a par
tir de la segunda mitad del siglo x v m . Condorcet, Sade,
Constant y Bonald nacen todos ellos a mediados de siglo,
entre 1740 y 1767; ahora bien, encarnan a esas cuatro fami
lias distintas, que aparecen a plena luz el día después de la
Revolución, cuando aquellos que la rechazan empiezan a
cuestionar el marco de pensamiento que la ha hecho posi
ble. Por supuesto, ello no impide que nuestras familias ten
gan raíces en una larga tradición anterior.
Es siempre penoso agrupar el pensamiento de autores
individuales bajo etiquetas genéricas. A nadie le gustan las
palabras terminadas en «¡sino», y con razón: cada reagru
pación tiene algo de violento y arbitrario (yo mismo he
dudado hasta el último momento si era más justo hablar de
tres, de cuatro o de cinco familias modernas), y siempre se
pueden oponer casos intermedios o híbridos, (¡acia pensa
dor auténtico posee su individualidad y, al amalgamarlo
con otros, se lo simplifica; incluso cada obra es única y
merece que se la considere por separado. Sólo los discípu
los y los epígonos corresponden correctamente a las eti
quetas; los pensadores originales, por contra, participan
siempre de más de una familia de espíritu: así lo hacen
tanto Montaigne como Rousseau. No ignoro los inconve
nientes del procedimiento. No obstante, me inclino a utili
zarlo, pues entreveo asimismo sus ventajas: en primer lugar,
es preciso disponer de un lenguaje común para poder
hablar del pasado (los nombres propios no bastan); en
segundo lugar, mi familiriadad con los textos me ha per
suadido, aunque me resulte imposible demostrarlo, de que
ciertas afinidades, ciertas diferencias, son más importantes
que otras y justifican, por tanto, una u otra reagrupación.
Por último, la amalgama de familias distintas me parece
uno de los obstáculos mayores para el análisis lúcido de
nuestra situación actual. Es por ello por lo que quisiera evo
carlas ahora con más detalle.
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El JARDIN IMI'ERIT.CTO
LO S CONSERVADORES
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El.JU EG O l)F. I.AS CUATRO FAMIl.IAS
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El. JARDIN IMPERFECTO
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El, JUEGO DF. I.AS CUATRO FAMII.IAS
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El. JARDIN IMPERFECTO
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ELJUECIO I)E I.AS CUATRO FAMII.IAS
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El. JARDIN IMPERFECTO
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EL JUEGO DE LAS CUATRO FAMILIAS
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El.JARDIN IMPERFECTO
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EL JUEGO DE I.AS CUATRO FAMILIAS
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EL JARDIN IMPERFECTO
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El. JUEGO DE LAS CUATRO FAMILIAS
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Los CIENTIF1CISTAS
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El. JUEGO DE IAS CUATRO FAMILIAS
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El-JUEGO DF. 1.AS CUATRO FAMILIAS
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El.JARDÍN IMPERFECTO
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Kl. Jl'K ílO me l.AS CUATRO FAMILIAS
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Kl. JUEGO l)E 1.AS CUATRO FAMILIAS
LOS INDIVIDUALISTAS
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EL JUEGO DE LAS CUATRO FAMILIAS
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El.JARDIN IMPERFECTO
La fa m il ia h u m a n is t a
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El. JUEGO DE I A S CUATRO FAMILIAS
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El. JARDÍN IMPERFECTO
y entre ego y alter, por otro —pues está claro que el hombre
que aquí es el fin (el objetivo) de mis acciones no soy yo
mismo sino el otro (el humanismo no es un egoísmo)—.
Lo que asegura la unidad de estos tres rasgos es la misma
centralidad asignada a la especie humana, encarnada por
cada uno de sus miembros: es a la vez la fuente, el fin y el
marco de sus acciones. Mientras que, en el mismo Rena
cimiento, se pasa del geocentrismo al heliocentrismo y se
expulsa a nuestra Tierra del centro del universo, en el plano
de los asuntos humanos se pasa del teocentrismo (o de un
«cosmocentrismo» pagano) al antropocentrismo. Todo ser
humano, sean cuales sean las demás características, es reco
nocido como el responsable de lo que hace y merece ser tra
tado como fin último. Yo debo ser la fuente de mi acción,
tú debes ser su objetivo, ellos pertenecen todos a la misma
especie humana. Estas tres características (que Kant deno
minaba las tres «fórmulas de una sola y misma ley»
[Foruiements, II, pág. 303]) no siempre se encuentran juntas;
un autor en particular puede considerar sólo dos, o tal vez
sólo una, para mezclarlas con otras fuentes. Pero sólo la reu
nión de las tres constituye verdaderamente el pensamiento
humanista.
Este pensamiento es a la vez una antropología (dice
cómo son los hombres: una especie aparte cuyos miembros
son sociables y parcialmente indeterminados —y que por
esa razón se ven llevados a ejercer su libertad—), una
moral (dice cómo deben ser: deben querer a los seres
humanos por ellos mismos y concederles a todos la misma
dignidad) y una política (privilegia los regímenes en los
cuales los sujetos pueden ejercer su autonomía y gozar de
unos mismos derechos).
Se puede pensar que el lema de la Revolución francesa,
libertad, igualdad, fraternidad, se refiere, aunque aproxi
madamente, a esta triple exigencia humanista: la libertad
representa la autonomía del sujeto; la igualdad, la unidad
del género humano; en cuanto a la fraternidad, tratar a los
demás como si fueran nuestros hermanos, ;no es hacer de
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El. Jl'K G O L)E I AS CUATRO KAMI MAS
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KI.JARDÍN IMPERFECTO
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D is p u t a s f.n t r e f a m il ia s
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N atural o a r t if ic ia l
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La d e c la r a c ió n de a u t o n o m í a
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M o n t a ig n e
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I.A DECLARACIÓN DE AUTONOMÍA
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LA DECLARACIÓN DF. AUTONOMÍA
cartes; por ejemplo, vivir con mis amigos antes que con mis
primos. No obstante, el mismo Montaigne ya advertía que
esta autonomía puramente personal se revelaba mucho
más difícil de lo que se podía imaginar, pues cada cual
sufre la presión de la opinión común: cree conducirse por
sí mismo y, en realidad, no hace más que conformarse a
una moda, a un dictado venido de otra parte. «Nos defrau
dan (frustran) nuestras propias utilidades para conformar
las apariencias a la opinión común. No nos preocupa tanto
cuál sea nuestro ser en nosotros y en efecto, como cuál sea
en el conocimiento público» (III, 9, pág. 955).
Los moralistas del siglo xvn aprobarán este mismo sen
tido: el hombre cree elegir, pero se somete en realidad a
modas y gustos que le son extraños. Cree actuar por sí
mismo, cuando son los demás quienes le dictan su conduc
ta. Pascal escribe: «No nos contentamos con la vida que
tenemos en nosotros y en nuestro propio ser; queremos
vivir en la idea de los demás de una vida imaginaria, y para
ello nos esforzamos por parecer» (B. 147, L. 806). El pare
cer vence al ser. Ahora bien, el parecer nos lo imponen los
demás: nuestra autonomía es por tanto ilusoria. Lo mismo
opina La Rochefoucauld: la gente «cree que hay que imitar
lo que ve hacer a los demás [...]. Cada cual quiere ser otro,
y dejar de ser lo que es» (Réflexions diverses, III). Preten
demos desear y juzgar a partir de nosotros mismos, pero
esta pretensión no esconde, la mayoría de las veces, más
que una ilusión. «Nos olvidamos, y nos alejamos insensi
blemente, de nosotros mismos», no tenemos un oído lo
suficientemente sensible como para escuchar en nosotros
mismos nuestros propios pensamientos y sentimientos. Lo
que escuchamos en su lugar, y a lo que nos sometemos, son
las costumbres, las modas y los gustos que leemos en la
mirada de los demás.
Rousseau concede, ya lo veremos (131), un lugar toda
vía más importante a esta toma en consideración de la mira
da que los demás dirigen sobre nosotros; pero se pregunta
también por las maneras de liberarse de ella. No basta con
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LA DECLARACIÓN DF. AUTONOMÍA
CONSTANT
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Interdependencia
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una tesis cuyo alcance es más general, a saber, que las rela
ciones, los afectos y los amores constituyen el tejido mismo
de la existencia humana. No hay yo sin tú. El afecto es «todo
en la vida» {Journal, 1-8-1807). Si el egoísmo integral es
inmoral, todavía es más imposible.
Esta verdad la ignoran demasiado a menudo quienes,
como Malthus, construyen teorías que se fundan en la idea
de que el hombre se preocupa exclusivamente de su inte
rés personal. «El hombre no es únicamente un signo arit
mético, replica Constant; corre sangre por sus venas y su
corazón alberga una necesidad de apego. [...] Todo el
mundo conoce la respuesta de ese ciego al que se le repro
chaba que alimentara a su perro. “¿Y quién me amará?”,
dijo» (Filangieri, II, 5, pág. 271). Esta pequeña anécdota,
cuya verdad reconocemos todos inmediatamente, ;no
tiene acaso más peso que tantos volúmenes de razona
mientos sobre las necesidades racionales del hombre? De
ello se sigue, como le escribía Constant ajuliette Récamier,
que no encontramos más que lo que hemos dado, y que
cuanto más damos, más poseemos: la riqueza afectiva con
siste en la inmensidad de las relaciones; amar más fuerte
mente significa vivir más intensamente.
No termina aquí toda la lección que Constant aprende
de su «observación del corazón humano» (Adolphe, «Pré-
face», pág. 6); habría que añadir en seguida: no hay yo ni tú
sin ellos, sin los demás, la tercera parte, la opinión pública.
Rousseau había descubierto sin duda que la humanidad
empieza en el momento en que uno capta sobre sí la mira
da de la tercera parte; pero lamentaba amargamente esa
caída del «hombre natural» (que no era pues del todo un
hombre). Constant aspira también, en su juventud, a libe
rarse de la necesidad de ser reconocido por la mirada del
otro y se vanagloria de ello en sus cartas a Isabelle de
Charriére. La réplica de ésta es mordaz: «Decís que menos
preciáis a la opinión pública porque la habéis visto perder
se [...]. No hay porqueque se sostenga; no menospreciáis,
no sabríais menospreciar a la opinión pública» (13-5-1792).
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Vivir solos
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I.AS VÍAS DEI. AMOR
rre lo mismo con el «por qué» final. San Pablo dice: amar
a Dios no es otra cosa que amar al prójimo, «quien ama al
prójimo cumple la ley» (Rom., 13, 8; I Cor., 13, 2-7; Gál, 5,
6 y 14; I Tim., 1, 5; etc.); pero eso, al mismo tiempo, quiere
decir que hemos de seguir amando a Dios a través del pró
jimo. La filantropía cristiana es derivada y subordinada.
San Agustín compara los dos amores al evocar la muerte de
su amigo más querido: lo amaba en sí mismo y ésa fue su
equivocación; por lo demás, fue castigado con el dolor que
ello le causó. «Al amar a un ser mortal, derramé mi alma
sobre la arena, como si no hubiera tenido que morir»,
escribe. Nada semejante amenaza al creyente, que no
arriesga nunca nada: «Bienaventurado el que Os ama. [...]
Solo, no pierde a ningún ser querido» (Confessions, IV, 9,
pág. 74). Ahora, Agustín envía su amor a Dios a través de
los seres particulares.
Ciertas corrientes místicas, en el interior del cristianis
mo, llegarán a apartar totalmente el amor a los hombres,
modificando así el mensaje original. San Francisco de
Sales, en el siglo xvtl, ordena a una fiel que renuncie a
todo amor humano: «Nuestro Señor os ama. Madre mía, os
quiere toda suya, f...] No penséis más en la amistad, ni en
la unidad que Dios ha creado entre nosotros, ni en vuestros
hijos...» («A la Mere de Chanta!, 21-5-1616»). Así es la des
nudez espiritual del cristiano: Dios es todo para él, el resto
es nada. «Aquello que no es Dios, no es nada para nosotros.
[...] No amo a nada en absoluto excepto a Dios y a todas
las almas para Dios» («Á la Mere de Chantal, 1620/1621»).
Otro autor, Nicole, próximo al jansenismo, pone los puntos
sobre las íes: «Dios no pide propiamente a los hombres más
que su amor; pero también, lo pide por completo. No quie
re ningún tipo de reparto y, como es su soberano bien, no
quiere que se aten a otros lugares, ni que encuentren su
reposo en alguna criatura, pues ninguna criatura es su fin»
(Les visionnaires, pág. 463). Ni el amor ni la muerte pueden
volver legítimo ese acto consistente en hacer del individuo
un fin último. Podemos recordar (133) la exhortación que
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A mor y h u m a n is m o
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nalidad del tú. Sin embargo, ninguna de las dos está aisla
da, pues ambas se encuentran ligadas a la irreductible liber
tad del ser humano: a la que le permite oponerse a su pro
pia «naturaleza» y a la que lo vuelve imprevisible.
La elección de semejante finalidad, puramente huma
na, distingue al pensamiento humanista de las demás fami
lias de espíritus modernos. Conservadores y cientificistas
asignan habitualmente a los hombres fines que los tras
cienden: Dios, la naturaleza, o simplemente la comunidad,
para unos; el proletariado, la raza superior, o también la
felicidad de la humanidad, para los otros. Morir por el rey,
por la patria o por la revolución son, después de lodo,
opciones similares: en cada caso, lo que constituye el obje
tivo es una entidad superior al individuo, mientras que éste
queda reducido al papel de medio. Los individualistas, por
su parte, rechazan someter al individuo a un objetivo supe
rior, sea cual fuere; mi propio desarrollo se considera un
fin digno de ser respetado. 1.a familia humanista rechaza
igualmente cualquier instrumentalización, pero el objetivo
de la acción ya no es el mismo sujeto, sino el otro.
El humanismo afirma valores que van más allá de la
vida de cada individuo; sin embargo, esos valores no tienen
un vínculo con lo divino, como lo solicitan a veces los con
servadores: ahora se trata, podríamos decir, de una tras
cendencia lateral, u horizontal, pero ya no vertical. Lo
humano ha ocupado el lugar de lo divino. Pero lo humano
no es cualquier humano, sino únicamente lo humano que
se encarna en individuos distintos de mí. En ningún caso se
reemplaza aquí lo divino por lo político, o a Dios por el
Estado, la nación o el partido, como en otras formas de
conservadurismo o cientificismo. Tampoco debemos con
fundir este amor a los individuos con la veneración del jefe
que se les exige a todos los miembros de la sociedad: aun
cuando éste sea una persona individual, es su función la
que se idolatra, y no al que la asume; y la perfección es inse
parable del objeto venerado, mientras que con el amor
amamos a seres imperfectos.
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El individuo:
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1.A ELECCION DE LOS VALORES
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EL JARDIN IMPERFECTO
Las a r t e s d e v iv ir in d iv id u a l is t a s
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I.A ELECCION DE LOS VALORES
los fines del hombre y los otros sus deberes. Pero, en el pre
sente contexto, la gran diferencia entre las fuentes paganas
y las cristianas reside én el papel que atribuyen a la vida en
sociedad, aun cuando ese papel se sobrentienda antes que
figurar como una parte del programa.
Para los paganos, el ideal es el de una vida buena, es
decir, que se inscriba en el lugar correcto en el orden cós
mico y natural. Sócrates aspira a la perfección de su alma.
¿En qué consiste esa naturaleza ideal del hombre? Sobre
esto, las opiniones son divergentes. Para muchos pensado
res antiguos, lo propio del hombre es lo que lo separa de los
animales, a saber, sus capacidades racionales y espirituales,
l a mejor vida es, por tanto, la que permite cultivarlas a pla
cer: la vida contemplativa, que el filósofo vive en su retiro.
Algunos autores, sin embargo, como Aristóteles o Cicerón,
afirman también que, al ser el hombre un ser social, no
puede alcanzar la excelencia sino en la vida activa y en la
relación humana más elevada, es decir, en la amistad. « la
naturaleza nos ha dado la amistad [...] para permitir que la
virtud —que, en el hombre solo, no puede ser perfecta— se
asocie con el otro y tienda así hacia la perfección», escribe
por ejemplo Cicerón {De l'amitié, XXI1, pág. 83).
El objetivo es la excelencia del individuo; el medio —
condicionado por la naturaleza social del hombre— será la
amistad. En un caso como en otro, la relación con el otro
no es un objetivo último; como mucho, puede servir como
un medio eficaz para alcanzar la virtud. Pero, tanto si ele
gimos la vida activa (con los demás) como la vida contem
plativa (solitaria), el objetivo es siempre la armonía del
individuo con el orden natural en el cual se halla instalado.
I„a «virtud» humana está en continuidad con la de los obje
tos; un guerrero puede ser excelente, como un escudo —
con tal que lleven a cabo su función a la perfección y se
aproximen a los fines inscritos en su naturaleza esencial.
Para los cristianos, en cambio, el bien coincide con el
amor al prójimo (porque todos los hombres son hijos de
Dios); por lo tanto, la moral se interpreta aquí como una
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El. JARDIN IMPERFECTO
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LA ELECCION DE LOS VALORES
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S a b id u r ía de M o n t a ig n e
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LA ELECCION DE LOS VALORES
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KLJARDÍN IMPERFECTO
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l.A ELECCION DE I.OS VALORES
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I.A ELECCION DE LOS VALORES
H onradez de L a R o c h e f o u c a i jl d
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LA ELECCION 1)E LOS VALORES
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LA ELECCIÓN DE LOS VALORES
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LA ELECCIÓN DE I.OS VALORES
E st e t is m o de B a u d e ia ir e
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LA ELECCION DE LOS VALORES
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ELJARDIN IMPERFECTO
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LA ELECCION DE LOS VALORES
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8
U na m oral
h e c h a p a r a la h u m a n i d a d
L \ TERCERA VÍA
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UNA MORAL HECHA PARA LA HUMANIDAD
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UNA MORAL HKCHA PARA U i HUMANIDAD
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La d o b l e e x is t e n c ia
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D efen sa de ia m oral
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C r ít ic a d e i a m o r a i . c r is t ia n a
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C o n c ie n c ia y razón
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UNA MORAI. HECHA PARA LA HUMANIDAD
que siento que está mal está mal: el mejor de todos los
casuistas es la conciencia, y sólo cuando discutimos con ella
accedemos a las sutilezas del razonamiento. [...] Dema
siado a menudo, la razón nos engaña; hemos adquirido
sobradamente el derecho de recusarla; pero la conciencia
no engaña nunca; es el verdadero guía del hombre» (Entile,
IV, págs. 594-595).
Esto no quiere decir que la conciencia no vaya a encon
trar nunca ninguna ayuda en la razón. El hombre se puede
beneficiar de la complementariedad de ambas, antes que
tener que elegir a una de las dos. Sin la conciencia, la razón
es muda: «Mediante la mera razón, e independientemente
de la conciencia, no podemos establecer ninguna ley natu
ral» (pág. 523). Pero, por su parte, la conciencia, sin la
razón, es ciega y puede equivocarse: «Sólo la razón nos en
seña a reconocer el bien y el mal. La conciencia, que nos
hace amar a uno y odiar al otro, aunque independiente de
la razón, no puede por tanto desarrollarse sin ella» (1, pág.
288). «Conocer el bien no es lo mismo que amarlo; el hom
bre no posee su conocimiento de manera innata; pero en
cuanto su razón se lo da a conocer, su conciencia lo lleva a
amarlo» (IV, pág. 600; La Nouvelle Héloise, VI, 7, pág. 683).
La acción conjunta de las dos es pues lo que se debe bus
car: las nociones morales son «verdaderos afectos del alma,
iluminados por la razón», y «un progreso ordenado de
nuestros afectos primitivos» (Emite, IV, pág. 523). Como
ocurre a menudo en Rousseau, esta posición sintética no
aparece solamente en un momento tardío de su evolución,
sino que también se encuentra a lo largo de la misma, en
competencia con puntos de vista más parciales; en 1751 ya
escribe: «El alma más pura puede perderse en la misma
senda del bien si el espíritu y la razón no la guían» (Diseours
sur la vertu du héros, pág. 1269).
Podríamos presentar todavía de otra manera la com
plementariedad de la conciencia y la razón. En la tradi
ción católica, el individuo no le hace preguntas a su con
ciencia: para conocer el camino recto, le basta con con
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D eber y d e l e it e
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UNA MORAI. HECHA PARA 1_\ HUMANIDAD
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E n d eble f e l ic id a d
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La n e c esid ad de en tu siasm o
¿R e in a d o d e i . in t e r é s ?
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In t er és y s e n t im ie n t o
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M o r a i. y r e l ig ió n
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Moral y \ t.rdad
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I.A NECESIDAD DE ENTUSIASMO
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Epílogo
La a p u e s ta h u m a n is ta
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KL J A RI) í \ IMI* KRI'KC ’.TO
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1.A APUESTA HUMANISTA
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[.A APUESTA HUMANISTA
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LA APUESTA HUMANISTA
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IA APUESTA HUMANISTA
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F.I. JARDIN IMPKRFECTO
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1.A APUESTA HUMANISTA
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Bibliografía
1. Autores antiguos
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Aristóteles, L 'É th ique á N icom aque, Vrin, 1959 (trad. cast.: E tica
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— L a Politique, Vrin, 1982 (trad. cast.: Política, Madrid, Credos, 1995)
Agustín, san, Commentaire de la Prem ien Epitre de sain t Je a n , Le Cerf, 1961
— C onfessions, Carnier-Flammarion, 1964 (trad. cast.: Confesiones,
Madrid, Alianza. 1998)
335
El. JARDÍN IMPERFECTO
336
BIBLIOGRAFIA
337
EL JARDIN IMPERFECTO
II. Comentarios
(En esta lista sólo figuran los textos que he utilizado directamente)
Bady. R., L'Homme et son «in stilu tion -, Les helles I/ettres, 1964.
Bénichou, P-, Le Sacre de lécriv ain , Coró, 1973.
— Le Temps des pmphétes. Gallimard, 1977.
Brown, P., L a Vie de sain t A ugustin, Seuil, 1971.
Bntnschvicg, L.. Descartes et P ascal lecteurs de M ontaigne, Neucháte!, l a
Baconniére, 1942.
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Norton, 1985 (trad. cast.: I m tradición hum an ista en occidente, Madrid,
Alianza. 1989).
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BIBLIOGRAFÍA
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Harper, 1960.
Friedrich, H., M ontaigne, Gallimard, 1968.
Furet, F„ Im Révolution Jm n faise, Hachetie, 2 vols., 1997.
— 1j> P assé d'un e illusion , I-afl'ont, 1995.
Kolakowski, L.. Ü ieu ne nous doit fien, A. Michel, 1995 (trad. cast.: D ios no
nos debe n ad a, Barcelona, Herder, 1996).
Kristeller, P. O., R enaissance Concepts o f M an , Nueva York. Harper Xc Row,
1972.
Quinto», A., The Politirs o f Im perfedion, Londres, Faber & Faber, 1978.
339
El. JARDIN IMPERFECTO
III. Nota
En el presente trabajo he utilizado algunas de mis publicaciones anterio
res, especialmente: «Droit naturel et formes de gouvem em eni dans L'E spril
des tais», Esprit, 3, 75 (1983), págs. 35-48; «La comédic lnimaine selon l-i
Rochefoucauld», Poétique. 14 (1983), 53, págs. 37-47; «L'Étre el l'Autre:
Montaigne», Yate French Studies, 64, 1983, págs. 113-144; «Benjamín Cons
umí, politique et arnour», Poélique, 56, 14 (1983), págs. 485-510; Fréle tmn-
hmr, essai su r R ousseau, Hache!te, 1985, pág. 96; «Rousseau: la troisieme
voic», I m m nte Torqueville, 17 (1996), 2, Págs. 151-164; «The Gaze and the
Fray», Mero U terary H islory, 27 (1996), 1, págs. 95-106; «The labor o f I.ovc»,
P artisan Revino, 3, 1997, págs, 375-3JB3; Benjam ín Constant, L a Pussion tierno-
cratique, Hachette, 1997, pág. 214. Agradezco particularmente a la editorial
llachettc el haberme autorizado a reproducir aquí algunas páginas de
estos textos.
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Indice de nom bres
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El. JARDÍN IMPERFECTO
Jesucristo, 13-14, 63, 72, 118, 183, Occam, G. d \ 48. 57, 72, 213
186, 221, 234-235, 265, 272-
274, 287 Pablo, san, 41, 97, 187, 234, 273
Panecio, 242
Kant. 1.. 54, 77,127, 274.283, 287, Pascal, B„ 41, 49, 107, 133, 188,
314-315 190, 209, 246-247, 260, 291,
328, 333
La Boétie. É. de, 182, 189-190, Pelayo, 41, 63, 72, 97, 134, 264,
195, 209, 222-224, 227-228 277-278
La Rochefoucauld, F. de, 49-50, Pétain, Ph., 46
107-109, 192, 193, 214, 220, Philonenko, A., 152
241-247, 251, 260, 293-297 Pico della Mirándola, G., 83-85,
Lamartine, A. de, 248 206
Lessing, G. E., 241 Platón, 84,183, 186. 188,193,249,
Levi, P„ 328 274
342
ÍNDICE DE NOMBRES
343
PAIDÓS
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Entonces, ¿qué hacer?
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