Alteraciones de La Flexibilidad en El Autismo PDF
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Hay un aspecto concreto del autismo que es el que menos ha sido tratado
históricamente. Sin embargo, está ahí desde el principio; y, con frecuencia, en un
proceso de diagnóstico, termina siendo un aspecto sustancial. Termina siendo lo
que nos lleva a concluir que lo que tiene determinado niño es un trastorno de
Kanner, por ejemplo, frente a otro tipo de cuadros.
Además, en la vida de las personas autistas y de sus familias, este aspecto tiene
una importancia decisiva. Ese aspecto es el referido a la inflexibilidad; es decir, a
la falta de flexibilidad de la mente y la conducta de las personas autistas.
Creo que éste es uno de los problemas más difíciles, al que voy a tratar de
acercarme; voy a referirme a los temas que hoy se están abriendo en relación con
ese contenido concreto, que es el problema de la flexibilidad y la mente autista.
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En el año 1956 (es decir, trece años después de que el autismo haya sido definido
por primera vez), Kanner, como ocurre muchas veces con el científico maduro,
trata de dar una visión lo más sintética posible de lo que él considera el sancta
santorum del autismo, el núcleo del autismo.
Ellos dicen que, a la luz de la experiencia, se pueden aislar dos rasgos esenciales:
“un extremado aislamiento y una obsesiva insistencia en la preservación de la
invariancia”. (El problema del aislamiento es el elemento tradicional en la
reflexión sobre autismo.) Estos rasgos pueden considerarse primarios, empleando
el término “primario” en el mismo sentido en que lo usó Bleuler cuando definió
los síntomas de la esquizofrenia.
Mientras que las conductas inflexibles –tal vez porque sabemos explicarlas peor,
tal vez porque nos plantean todavía problemas muy serios de interpretación– han
quedado un poco descuidadas. Sin embargo, podemos reconvertir esos términos
de Kanner a referentes actuales; a palabras actuales que tienen un papel importante
en la explicación reciente de los cuadros de autismo.
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Lo que Kanner llamaba –en los términos muy poéticos de 1943– extremada
soledad, en los términos menos poéticos del año 1999 se llama –al menos para un
grupo de investigadores– un trastorno de teoría de la mente. Es decir: un trastorno
en la capacidad de atribuir mente a otros, de inferir los estados mentales de otros.
De manera que los dos grandes referentes que tenemos hoy para prefijar esos dos
conceptos de la extremada soledad y de la insistencia en la invariancia son,
respectivamente, los conceptos de teoría de la mente y de función ejecutiva. La
idea de que el autismo implica un trastorno importante de la función ejecutiva es
una de las ideas centrales en la investigación reciente sobre autismo.
Casi treinta años después de que Kanner y Eisenberg hicieran esa observación a la
que acabamos de referirnos, en 1985 aparecen ambos conceptos a la vez en
autismo. Porque en 1985 se produce el descubrimiento empírico de una deficiencia
en la teoría de la mente, en un artículo absolutamente clásico de Baron Cohen,
Leslie y Frith.
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Son conceptos que implican abrir la vía a una investigación experimental rigurosa
acerca de cuáles son las anomalías psicológicamente primarias que tienen las
personas autistas; y que implican relacionar esas anomalías con modelos
neuropsicológicos, por un lado, y finalmente con modelos neurobiológicos.
La idea es que ciertas alteraciones concretas que se ven en las personas autistas le
recuerdan a determinadas anomalías que se ven en personas cuyas lesiones
neurológicas él conoce perfectamente. (…) O bien, hay déficits comunicativos que
recuerdan a deficiencias comunicativas de personas de las que sabemos que tienen
lesiones en determinadas porciones de los lóbulos frontales. Pensemos también
que la falta de iniciativa de las personas autistas recuerda a la falta de directividad
y de iniciativa que tienen personas con lesiones bien definidas en regiones
mesolímbicas frontales. Es decir: estos autores se basan en lesiones conocidas. Así
observan al autista, y dicen: “Pues esto me recuerda a una persona que tiene
trastornos en zonas que tienen que ver con la corteza frontal, con el sistema
mesolímbico; con zonas límbicas frontales”.
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después, en 1991, empieza a haber demostraciones contundentes de que,
efectivamente, hay algo que corresponde al concepto de función ejecutiva que se
da en los autistas. Tal vez debamos hablar un poquito de este concepto. ¿Qué
quiere decir esto de la función ejecutiva?
Sin duda, nosotros nos consideramos más guapos que ningún primate. Es así que
miramos al chimpancé con cierto desdén. Si nos viéramos vistos por ellos,
seguramente no seríamos un primate demasiado bello. Trato de hablar aquí desde
la perspectiva estética de un gorila o un chimpancé... Nosotros tenemos, por
ejemplo, una frente monstruosamente grande. Hay algo que ha crecido desde el
pleistoceno de manera espectacular en el desarrollo filogenético de esta especie,
que nos hace distintos respecto de otras especies.
Hay un tango que dice que veinte años no es nada. Pues 5.000.000 de años, en la
evolución, no es nada tampoco. Sólo hace 5.000.000 de años que tenemos un
antecesor común con los chimpancés, y 7.000.000 con los gorilas. En la evolución
de las especies, por lo tanto, el gorila y el chimpancé están al lado nuestro,
prácticamente.
Pero es indudable que, en esa evolución, en esos millones de años (y, sobre todo,
probablemente en una etapa que se extiende entre 1.500.000 y 400.000 años atrás),
aparece un fenómeno particular: el aumento considerable del tamaño de los lóbulos
frontales (del tamaño del cerebro en general). Nosotros tenemos 1.350 cm3, que
es una medida bastante mayor que la capacidad craneana que tiene un chimpancé
(la cual, según me parece, está alrededor de los 900 cm3).
Pero hablo fundamentalmente de una zona cerebral: los lóbulos frontales. ¿Con
qué tiene que ver ese desarrollo espectacular en la evolución humana de los lóbulos
frontales? Tiene que ver con la importancia que tiene, para un primate capaz de
fabricar instrumentos, la posibilidad de anticipar. Allí tenemos un primer concepto
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clave. Cuando están implicados en algo, los lóbulos frontales tienen que ver con la
anticipación.
De manera que los lóbulos frontales tienen que ver con algo así como nuestras
capacidades de anticipar y de planificar. Si tuviéramos que sintetizar algo
violentamente la labor de los lóbulos frontales, diríamos que éstos tienen que
recoger información que viene de los sistemas que originan las emociones y las
motivaciones (el sistema límbico). Deben recoger esa información para convertirla
en propósitos, intenciones y estrategias flexibles con las que lograr esas
intenciones.
La mejor definición que yo conozco de eso es la que nos dan dos investigadores,
uno de ellos muy importante en autismo, Pennington. Estos autores definen así la
función ejecutiva: “es la capacidad de mantener una disposición adecuada de
solución de problemas, con el fin de lograr un objetivo futuro.” (Vean ustedes que
allí aparece la palabra “futuro”.)
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Luego: b) un plan estratégico de secuencias de acción. La función ejecutiva
siempre tiene que ver con estrategias; c) una representación mental de la tarea,
incluyendo la información estimular relevante codificada en la memoria y el estado
de hechos futuros que se establecen como objetivos. En psicología cognitiva, el
concepto de función ejecutiva está muy relacionado con la noción de un sistema
central de procesamiento de capacidad limitada. El cerebro no es una monarquía
absoluta (gracias a Dios); pero, por lo menos, es una república federal. Se parece
más bien a Suiza. El presidente de Suiza tiene un papel muy limitado.
Ningún suizo sabe cómo se llama su presidente, por ejemplo. Ésa es una costumbre
que tenemos gentes de otras latitudes. Pero sí tiene un cierto papel de coordinación,
de definición de estrategias. Y allí jugaría un papel semejante al del lóbulo frontal.
Hay otros lóbulos que son más importantes para la vida. Por ejemplo: las lesiones
frontales no tienen una consecuencia tan espectacular como otras lesiones
cerebrales, en cuanto a la supervivencia.
Sin embargo, todo nos indica que los lóbulos frontales tienen que ver con cosas
muy importantes de nuestra vida mental; tomemos conceptos como los de atención
y conciencia, o la memoria a corto plazo (también llamada memoria de trabajo).
Tenemos esa memoria limitada, que es algo así como la memoria de la conciencia.
Tienen ustedes una serie de círculos, que pueden ensartar en esos ejes, y que son
de distintos tamaños. Los círculos están metidos en un eje. En uno de los ejes hay,
debajo, un círculo rojo, de gran diámetro; luego hay, un poco más arriba, un círculo
amarillo, de menor diámetro; luego un círculo azul, de menor diámetro todavía;
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después un círculo verde, de menor diámetro aún; y finalmente, arriba de todo, un
círculo negro de diámetro muy pequeño.
La única manera de dar un paso adelante, es dando un paso atrás. Los retrocesos
aparentes a veces son necesarios para avanzar. Es una especie de lema de la
inteligencia práctica y social, diríamos. Uno tiene que tener la flexibilidad
suficiente como para darse cuenta de que, si paso el círculo de más arriba (el negro)
al eje del medio, puedo pasar el siguiente (el verde) al eje situado a la izquierda.
Después tengo que realizar una clase de retroceso aparente. En la tarea hay varios
momentos en donde, para poder resolverla, tengo que ir hacia atrás.
Es ésta una tarea típica de función ejecutiva. Implica que tienes que planificar
estratégicamente algo; y que hay una flexibilidad necesaria para entender que, a
veces, en la vida es mejor retroceder para avanzar. (En nuestra vida de relación,
ésta sería una de las consideraciones más importantes que deberíamos tener en la
cabeza de vez en cuando, creo yo.) Vamos a poner otro ejemplo de tarea de función
ejecutiva. Esta vez, la tarea es aparentemente más burda; pero es muy interesante.
Es la tarea de tarjetas de Wisconsin. Sobre la mesa hay una serie de tarjetas que
contienen figuras de distinto color, tamaño y forma: una tarjetas tienen triángulos
grandes verdes, otras tarjetas tienen triángulos pequeños verdes, otras tienen
triángulos pequeños rojos, otras tienen triángulos grandes rojos, etc. Supongamos
que les pido que clasifiquen esas tarjetas en tres grupos. Pero no les digo con qué
criterio tienen que clasificarlas. Simplemente les digo que las clasifiquen, y les voy
diciendo: “No”, “Sí”, “No”, hasta que usted empieza a descubrir cuándo le digo
“Sí”. Entonces usted dice: “Ah, me dice sí cuando pongo aquí los triángulos, aquí
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los cuadrados y aquí los círculos. Por consiguiente, parece que es la forma lo que
esta persona está queriendo que sirva como dimensión que guíe mi clasificación”.
Pero hay un momento en que yo, que soy el experimentador, cambio de criterio; y
no se lo digo a usted. Seguramente, luego de nuevos “Sí” y “No”, usted llegará a
un momento de desconcierto al cabo del cual tendrá que variar la dimensión. En
medio de la tarea, yo he cambiado la dimensión; antes era la forma, y ahora es –
por ejemplo– el color. De manera que, ahora, lo que vale es que aquí están las
tarjetas verdes, aquí están las tarjetas rojas, y aquí están las tarjetas amarillas. Lo
que se calcula allí objetivamente es cuánto tarda, cuántos ensayos tarda la persona
en cambiar su mente; cuándo reconoce que hay un cambio en la situación, y cuánto
tarda en reconocer eso. Tenemos que entender estas tareas para entender los
primeros estudios experimentales serios en los cuales se demuestra ese déficit, ese
trastorno en la función ejecutiva de flexibilidad de las personas autistas.
A esos grupos les dan tareas de teoría de la mente, que implican inferir estados
mentales; y, también, tareas de función ejecutiva. Ellos suponen que lo que van a
encontrar como diferencia principal entre esos grupos estará dado en las tareas de
teoría de la mente. Pero se encuentran con una sorpresa: la diferencia más clara
parece que está en la función ejecutiva. (…)
A pesar de que eran capaces de entender una cosa muy complicada en el mundo
mental de otros, de entender que el otro puede tener una representación mental
distinta de la propia, que además no se corresponde con una situación (que es lo
que se hace cuando se resuelve una tarea de falsa creencia), esos autistas mostraban
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sin embargo mucha inflexibilidad en las tareas de función ejecutiva, en las cuales
eran muy inferiores al otro grupo.
Lo demás lo tenemos que explicar a partir de allí. (…) Antes de seguir la reflexión,
hagamos alguna observación crítica; aunque es complicado hacerla. La que haré
es una crítica metodológica. Ozonoff –que es una gran investigadora que queda
fuera de mi crítica– extrae la conclusión de que hay diferencias en función
ejecutiva y no en teoría de la mente; por el momento, dejemos esa conclusión en
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espera. Es una conclusión un poco aventurada. ¿Por qué? Por una razón fácil de
entender, en el fondo. Porque está poniendo tareas relativamente difíciles de
función ejecutiva y muy fáciles de teoría de la mente. Si yo estoy tratando de medir
indicadores sutiles, y hago que algo sea muy fácil, me encontraré con que lo hacen
todos; entonces no hay inferencias. Las tareas de teoría de la mente son muy
fáciles.
Cuando empecemos a trabajar con tareas más sutiles de teoría de la mente, cosa
que está haciendo mi querido Daniel Valdez, que es profesor de esta casa, veremos
si allí también se puede decir lo mismo. Porque se trata de tareas mucho más
complejos. No se puede comparar la tarea de la torre de Hanoi o la tarea de las
tarjetas de Wisconsin con la tarea de falsa creencia de primer orden en teoría de la
mente. De modo que, por el momento, dejemos de lado esa conclusión. Es probable
que se puedan encontrar indicadores sutiles comportamentales tanto en teoría de
la mente como en función ejecutiva. Esto nos sitúa de lleno ante el problema de la
flexibilidad.
Como ustedes saben, estamos trabajando en el espectro autista, dentro del cual
hablamos de una serie de dimensiones. Dimensiones que siempre están afectadas
en las personas con autismo o con trastorno de Asperger. Y están afectadas en
distinto grado. Cuando yo preparaba esta conferencia, pensaba en cuáles de esas
dimensiones están en realidad relacionadas con la función ejecutiva.
Es decir: ¿qué dimensiones de las que están afectadas en las personas con autismo
(o espectro autista) tienen que ver con esa noción técnica de función ejecutiva que
hemos visto en diversos experimentos? La primera de esas dimensiones es la
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anticipación. Toda persona con trastorno autista o con trastorno de Asperger tiene
algún problema en esa función de futurizar que tienen los lóbulos frontales.
Ahora; ese problema puede ser muy distinto para unas personas y para otras, según
si el autismo se asocie (o no) a un retraso mental, según el autismo sea más leve o
sea más grave (porque el autismo, como otros tipos de alteraciones, puede ser más
grave o más leve). Este concepto tenemos que empezar a asumirlo.
Aparece, por ejemplo, una curiosa manifestación del autismo que Kanner no
conoció pero que previó: la videomanía. Es éste un síntoma nuevo para nuestro
mundo.
Esto ya lo veía Kanner en el año 1949. En ese año, Kanner escribe un artículo
totalmente fascinante, titulado “La concepción del todo y las partes en autismo
infantil precoz”. Allí Kanner dice que los niños autistas parecen necesitar la
“repetición fonográfica y fotográfica idéntica de una realidad” (y ahí estaba
hablando del video) para estar tranquilos. Cualquier pequeño cambio –dice él–
puede desatar en el niño un violento estallido de furia. Muchos papás saben de qué
estoy hablando.
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Hablamos entonces de la oposición a los pequeños cambios. Hay niños autistas
que parecen muy afectados; niños en los cuales, sin embargo, aparecen funciones
espectacularmente altas. Luego de haber visto “El Rey León” 372 veces, en la vez
número 373 dan aparentemente muestras de contingencia a la relación; de
entender, de anticipar. Claro que anticipan; anticipa la memoria, y no la
anticipación. En el nivel más bajo, hay una resistencia intensa a cambios y una
falta total de conductas anticipatorias.
Un autista puede aceptar los cambios; pero no le pidamos encima que le guste. Es
como algunos niños que tienen que estudiar matemáticas: “Yo estudio
matemáticas; está bien. Pero no pretendan que además me gusten las
matemáticas...”
De modo que allí estaríamos en un nivel más alto, pero que sigue expresando la
preferencia autista por el mundo sin cambios, y la dificultad de anticipación. La
segunda dimensión del espectro que estamos trabajando en la que se expresa el
problema de la flexibilidad, es la que yo he llamado sencillamente flexibilidad
propiamente dicha. Y aquí encontramos nuevamente, como en todas las
dimensiones, cuatro niveles.
En el nivel más bajo predominan las estereotipias motoras simples. ¿Cómo puede
expresar su inflexibilidad un niño que tiene una mente cuyo nivel de desarrollo se
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corresponde principalmente con el estadio sensoriomotor? A través de una
inflexibilidad sensoriomotora.
En el siguiente nivel aparecen los llamados rituales complejos (en algunos casos,
hipercomplejos). Por ejemplo: Manuel es un autista muy inteligente, pero con un
grave trastorno de Kanner; con un lenguaje muy afectado. Cuando la madre
consigue que se duche, Manuel realiza una ducha parecida a lo que habrá sido el
baño del rey Luis XIV de Francia (el rey Sol). Supongo yo que, cuando se bañaba
Luis XIV, primero sonaban las trompetas, saldrían los edecanes, habría tipos con
una toalla, etc. En fin: aquello debería ser algo que implicaba un ritual
complicadísimo. Y esto se parece a la ducha de Manuel: el tubo de gel tiene que
estar en el milímetro exacto en que estaba el día anterior; el frasco de no sé qué no
puede estar en un punto distinto. Todo implica un orden riguroso que tiene que ver
con un ritual tremendamente complejo. Ahora ya no estamos frente a un ritual
simple, sino frente a un ritual muy complejo. En estos chicos suele aparecer un
apego excesivo a ciertos objetos.
Margarita, una niña autista gallega (y además, como buena gallega, más bien
céltica, rubiota, gordota, muy divertida), cuando se baña en verano en el mar
Cantábrico (que es una de las heroicidades más terribles que puede realizar el ser
humano) no sólo se baña con toda tranquilidad, porque es bastante insensible a la
temperatura, sino que además entra al agua con una carterita en donde lleva todas
sus revistas ilustradas. Estas revistas son una cosa muy importante en su vida; son
lo que le regalan los padres cuando hace las cosas bien. Y tiene que llevarlas a
todas partes; las de la semana, tiene que llevarlas a todas partes. Hay un apego a
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ese objeto; y se produce una cierta inseguridad si desaparece ese objeto de la vista.
Lo tiene que llevar incluso cuando entra al mar.
¿Cómo logró superar esa examen este chico? Porque se ha conseguido que, en ese
examen, le dieran tiempo libre; si le hubieran limitado el tiempo, la lentitud
relacionada con su rígido perfeccionismo hubiera hecho imposible que aprobara el
examen, cuando el chico tenía capacidad mental y conocimientos para poder
realizarlo. Estamos hablando ya de los niveles más altos.
La tercera dimensión que tiene que ver con la función ejecutiva es, quizás, la más
importante, y en la que menos se ha pensado a lo largo de la historia. Y aquí sí
tengo el orgullo de haber sido yo quien empezó a trabajar esa dimensión por
primera vez. Esta dimensión tiene que ver con un problema hasta ahora poco
consciente en la comunidad de gente que se dedica al autismo. Es, quizás, el
problema más serio en la vida real de las personas con espectro autista (y con
autismo de Kanner).
Dar sentido es una función importante de los lóbulos frontales. La palabra sentido
tiene que ver con el futuro, con lo que se anticipa, con la finalidad, con el propósito.
Decimos que algo tiene sentido cuando tiene un propósito. Esto tiene que ver
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también con otro concepto clave: con la coherencia central, que es –como bien
señalan algunos autores– lo que falla principalmente en los autistas.
Es así que tenemos también un trastorno del sentido; un trastorno que va a ser
importante en el trabajo con las personas autistas. En los niveles más bajos, hay un
predominio masivo de conductas sin sentido. Es el caso del niño que corretea de
un lado para otro; no sabemos adónde va, no tiene un sitio adónde ir, no ha definido
un propósito de esa actividad. Ese niño es inaccesible a consignas externas que
dirijan su actividad.
Y tal vez ese chico ha hecho estudios superiores. Pero esa jerarquía de sentido que
hace que ustedes estén aquí, y que eso forme parte de un proyecto vital (que tiene
que ver, en algunos casos, con su familia; en otros, con su profesión; y hasta quizá
haya algún curioso que esté por mera afición intelectual), es débil incluso en
personas con trastorno de Asperger. Porque los lóbulos frontales tienen que ver
con el sentido; la función ejecutiva tiene que ver con el sentido. Finalmente, hay
una última dimensión que ustedes me van a permitir que no explique; porque es
demasiado complicada.
Me estoy refiriendo a la capacidad de crear semiosis, que tiene que ver con la
flexibilidad. Es la llamada capacidad de suspensión, que explicaré
brevísimamente. Para hacer significantes (es decir, para significar), un mecanismo
que utilizamos es dejar en suspenso una acción. Si yo a usted le pido un lápiz de
este modo, tendiendo mi mano hacia usted, lo que hago es suspender la acción de
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aprehender o tomar. Si yo señalo del siguiente modo, con mi dedo índice hacia el
fondo del salón, suspendo la acción de tocar.
Los primeros símbolos enactivos de los niños son acciones. Mi hijo Pablo, cuando
era pequeñito, un día fue a decirme: ¡Papá! fff... fff... fff.. Sopló, mostrándome un
mechero. Sopló al aire. Eso es un símbolo. En cambio, si tomo mi encendedor, lo
enciendo y luego soplo la llamita de fuego, eso no es un símbolo. No es un símbolo
sino una acción instrumental. Pero soplar el aire sí es un símbolo. De modo que
ahora se suspende algo más complejo; se suspende una acción instrumental.
Llevarse una cuchara de sopa vacía a la boca, es un símbolo; pero llevársela llena,
no es un símbolo.
En un nivel más alto, el niño suspende las propiedades de lo real. Por ejemplo:
cabalga en una escoba. Atribuye a la escoba otras propiedades que no son la
realidad de la escoba. Suspende lo real, para crear el modo de ficción. Y, en el
último nivel, hace algo más maravilloso: suspende hasta las propias
representaciones. Suspende hasta las palabras. Deja en suspenso el lenguaje.
Con niños muy pequeños, hemos realizado una tarea que son capaces de resolver
niños de cinco años. Es una tarea de comprensión de metáforas. Para entender una
metáfora, hay que ser flexibles. Hay que dejar en suspenso lo literal Hay que
advertir que las cosas pueden tener dos sentidos. Y éste podría ser otro contenido
del lema de un político. A veces las cosas no significan lo que significan.
A veces las cosas tienen más de un sentido. Es más: tenemos la ventaja, si somos
políticos, de que puedan tener muchos sentidos. Ahí aparece el último componente
que tiene que ver con la función ejecutiva. ¿Por qué la inflexibilidad podría ser tan
dramática? ¿Qué tendría que ver con el otro gran aspecto del autismo (que es la
soledad mental, la falta de relación)? Las personas somos demasiado cambiantes,
ruidosas e inanticipables. Jerry es un autista que decía que a él, de pequeño, las
personas le resultaban terriblemente desconcertantes. Él no podía anticipar su
funcionamiento.
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algo que yo no creo), yo tengo que dejar en suspenso mis propias representaciones.
Eso me exige a mí ser flexible. La ausencia de una teoría de la mente –y esto no es
fácil de explicar– puede ser la consecuencia de un trastorno fundamental de la
flexibilidad de esa mente.
El problema que no se plantea es qué hacer con esa inflexibilidad. Esto es materia
de otra conferencia. Pero, al menos, permítanme tres comentarios. En primer lugar,
cuanto más ayudemos a anticipar el uso de pictogramas, planes anticipatorios,
agendas visuales que permiten facilitar la anticipación, más le estamos facilitando
la vida a ese chico al que la naturaleza le ha dado una mente inflexible. Y éste es
un concepto absolutamente clave.
En segundo lugar, siempre vamos a tener que aprender, como terapeutas, como
padres, como profesores de autistas, a negociar con ellos la flexibilidad. Tenemos
que aprender que no podemos convivir con una persona autista si queremos
demasiada versatilidad en nuestro mundo.
Para convivir con él hay que aceptar unas ciertas reglas, una cierta inflexibilidad.
Pero en esa negociación, cada vez más, él puede aceptar cambios; siempre que
esos cambios le sean preparados de alguna manera. Hay que aceptar que hay una
cierta inflexibilidad. En tercer lugar, y en la medida en que sea posible, hay que
enseñarle a realizar esas actividades de suspensión, de semiosis.
Para finalizar diré que al niño autista pequeño, al hacerle la vida lo más previsible
y estructurada que sea posible, sencillamente lo estamos ayudando a ordenarse;
porque, de lo contrario, su mundo mental es un caos insoportable. Y es así que
tiene que recurrir a rituales, estereotipias, etc, para poner un orden externo en ese
mundo. Es verdad, sin embargo, que cuando el chico va avanzando, el terapeuta
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tiene que hacerse más flexible. Los que no son buenos terapeutas de autistas son
los autistas. Esto debe quedarnos claro. El terapeuta tiene que ir flexibilizando.
Cuanto más pequeño es, cuanto más afectado está, cuanto más bajo es el nivel
cognitivo, más estructura necesita. Hay que ordenarles su mundo para ayudarlos.
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