Tienen Vida Los Virus
Tienen Vida Los Virus
Tienen Vida Los Virus
Los virus son parásitos que bordean la frontera entre lo vivo y lo inerte. Cuentan con los mismos ácidos nucleicos y
proteínas que constituyen las células vivas, pero requieren de la ayuda de éstas para replicarse y propagarse.
Durante decenios, los expertos han discutido acerca de si los virus están vivos o no. Este debate ha distraído de una
cuestión que reviste mayor importancia: el papel fundamental de los virus en la evolución. Ingentes cantidades de
virus están en constante proceso de replicación y mutación. Constituyen la principal fuente de innovación génica. Un
gen emergente, responsable de una función útil, puede incorporarse al genoma de la célula huésped y establecer allí
su residencia permanente.
Pese a poner en cuestión nuestro concepto de "ser vivo", los virus constituyen piezas fundamentales del entramado
de la vida. A lo largo de los ciento y pico años transcurridos desde su descubrimiento, y en repetidas ocasiones, los
expertos han cambiado de opinión acerca de la identidad de los virus. Considerados primero venenos, luego formas
de vida y más tarde sustancias bioquímicas, los virus ocupan hoy, en el pensamiento biológico, una zona gris entre lo
vivo y lo inerte: incapaces de autorreplicarse, lo consiguen, sin embargo, en el interior de una célula viva. Además,
condicionan de una forma determinante el comportamiento de tal huésped.
La inclusión de los virus en el mundo inerte, durante buena parte de la era moderna de la biología, trajo consigo una
consecuencia negativa: se prescindió de ellos en el estudio de la evolución. Para nuestra fortuna, la ciencia comienza
a valorar el papel decisivo de los virus en la historia de la vida.
No es extraño que la clasificación de los virus entrañe tamaña dificultad. Según la lente que usemos para
observarlos, parecen una cosa u otra. El interés por los virus surgió de su relación con las enfermedades; la palabra
"virus" proviene de la misma raíz que el término latino para designar "veneno". A finales del siglo XIX, los
investigadores se percataron de que la rabia y la fiebre aftosa, entre otras afecciones, eran causadas por partículas
que se comportaban como las bacterias, aunque presentaban un tamaño mucho menor. Dado que se trataba
claramente de una entidad biológica y que se propagaba a otras víctimas causando en éstas efectos evidentes, se
pensó que los virus constituían la más simple de todas las formas vivas portadoras de genes.
Fueron degradados a la categoría de compuestos químicos inertes en 1935, cuando Wendell M. Stanley y su grupo,
en la institución que hoy se conoce como Universidad Rockefeller de Nueva York, lograron cristalizar el virus del
mosaico del tabaco. El primero. Observaron que constaba de un paquete de biomoléculas complejas, aunque carecía
de sistemas esenciales para las funciones metabólicas, la actividad química de la vida. Por este trabajo, Stanley
compartió el premio Nobel de 1946 de química (no de fisiología o medicina).
Investigaciones posteriores del propio Stanley y otros establecieron que los virus consistían en ácidos nucleicos (ADN
o ARN) encerrados dentro de una envoltura proteica que podía albergar también proteínas víricas implicadas en la
infección. De acuerdo con esta descripción, un virus guarda semejanza más estrecha con un conjunto de moléculas
que con un organismo. Sin embargo, cuando un virus penetra en una célula, no permanece inactivo. Se despoja de
su envoltura, libera sus genes y obliga a la célula huésped a poner al servicio del virus los mecanismos de replicación:
la célula replica el ADN, o ARN, del intruso y, siguiendo las instrucciones del ácido nucleico del virus, sintetiza más
proteína vírica. Los elementos víricos emergentes se ensamblan, armando nuevas partículas víricas, que terminarán
por infectar otras células.
Este comportamiento indujo a pensar que los virus moraban en la frontera entre la vida y la química. Importa
subrayar que, aunque durante largo tiempo apostaron por la tesis que considera los virus meras bolsas de
moléculas, los biólogos aprovecharon la actividad vírica en la célula huésped para establecer el mecanismo de
codificación de las proteínas por ácidos nucleicos.
La información que sustenta la biología molecular moderna se obtuvo mediante la experimentación con virus, sin
embargo la contribución de los virus a la historia de la vida sobre la Tierra, permanecen sin respuesta e incluso sin
plantearse.
La cuestión, en apariencia sencilla, de si los virus poseen o no vida, nos remite a otra cuestión más fundamental:
¿Qué es la "vida"? Aunque carecemos de una definición sencilla, se está de acuerdo en que la vida incluye otras
notas características, amén de la capacidad de replicación. Por ejemplo, un ser vivo se encuentra en un estadio
comprendido entre el nacimiento y la muerte; se supone también que requiere cierta autonomía bioquímica para
producir las moléculas y la energía necesarias para mantenerse. Este nivel de autonomía resulta básico en la mayoría
de las definiciones de vida.
Ahora bien, puede decirse que los virus parasitan todos los aspectos biomoleculares de la vida. Dependen de la
célula hospedadora para conseguir las materias primas y la energía requeridas en la síntesis de ácidos nucleicos, la
síntesis, el procesamiento y el transporte de proteínas, y en todas las demás actividades bioquímicas relacionadas
con la multiplicación y propagación víricas. Uno podría entonces concluir que, aun cuando esos procesos ocurren
bajo la dirección del virus, éste sólo puede considerarse un parásito inerte de sistemas metabólícos vivos. Pero entre
lo que es vivo y lo que no lo es, existe un amplio abanico de posibilidades.
Una bacteria posee vida. Pese a su naturaleza unicelular, genera la energía y las moléculas necesarias para
automantenerse y reproducirse. ¿Qué decir de una semilla? Tal vez no pudiera considerarse viva, pero encierra el
potencial para la vida. En este sentido, los virus guardan mayor semejanza con las semillas que con las células.
La vida también puede entenderse como una propiedad emergente a partir de un conjunto de elementos inertes. La
vida y la conciencia constituyen ejemplos de sistemas complejos emergentes. Ambos requieren un nivel crítico de
complejidad o interacción para alcanzar sus respectivos estados. Una neurona por sí sola, o incluso en una red de
nervios, no posee consciencia; para ello se necesita la complejidad del cerebro entero. Incluso un cerebro humano
intacto puede estar vivo y carecer de consciencia, es decir, en estado de "muerte cerebral". De forma similar, ni
genes ni proteínas individuales, sean éstos celulares o víricos, poseen vida por sí mismos.
Tampoco el virus alcanza el nivel crítico de complejidad. Por tanto, la vida en sí misma corresponde a un estado
complejo y emergente, pero consta de los mismos ladrillos básicos que constituyen un virus. Desde esta perspectiva,
los virus, aunque no totalmente vivos, pueden considerarse algo más que materia inerte: están a un paso de la vida.
En octubre del año pasado, se publicaron ciertos descubrimientos que ilustran, una vez más, cuán cerca de la vida
podrían hallarse algunos virus. Didier Raoult y su grupo, de la Universidad del Mediterráneo en Marsella,
completaron la secuenciación del genoma del mayor virus conocido, el Mimivirus, descubierto en 1992. Este virus,
del tamaño de una bacteria pequeña, infecta las amebas. Los investigadores detectaron numerosos genes que se
suponían exclusivos de organismos celulares.
Los virus poseen su propia historia evolutiva, tan antigua que se remonta a los albores de la vida celular. En ese
ámbito, algunas enzimas de reparación víricas -que se ocupan de escindir y resintetizar ADN dañado, y reparar las
lesiones causadas por radicales de oxígeno, entre otras tareas- son exclusivos de algunos virus y han permanecido
casi inalterados a lo largo de miles de millones de años.
Se considera que los virus proceden de genes del huésped que escaparon y adquirieron una envoltura proteica. De
acuerdo con este enfoque, los virus son genes del hospedador fugitivos que han degenerado en parásitos.
Los virus intercambian información genética directamente con los organismos. Establecen su residencia en las
células, donde "duermen" durante largos períodos o se aprovechan del aparato de replicación celular para
multiplicarse a un ritmo lento y constante. Estos virus han desarrollado numerosas estrategias para evitar que el
sistema inmunitario del hospedador les detecte: pueden alterar o controlar, mediante sus genes, cada etapa del
proceso inmunitario.
Además, el genoma de un virus puede colonizar a su hospedador de forma permanente, añadiendo genes víricos a la
información del hospedador y convirtiéndose en una parte fundamental del genoma de la especie infectada, como el
caso de los retrovirus. Todo esto combinado con una elevada velocidad de replicación y mutación, convierte a los
virus en la principal fuente de innovación genética, luego, estos genes víricos pueden viajar, alcanzando otros
organismos y contribuyendo al cambio evolutivo. Varios investigadores sostienen que el propio núcleo celular es de
origen vírico. Antes bien, el núcleo podría haber evolucionado a partir de un gran virus de ADN, que estableció su
residencia permanente en el interior de los procariotas. Abonan esta hipótesis ciertas secuencias génicas.
Los virus revisten suma importancia para la vida. Constituyen una frontera en constante cambio entre el mundo de
la biología y el de la química. A medida que vamos desentrañando el genoma de un número creciente de
organismos, irán saliendo a la luz las aportaciones de este dinámico acervo génico, antiquísimo.
"La verdadera esencia del virus es su fundamental entrelazamiento con la maquinaria genética y metabólica del
huésped". -Joshua Lederberg, premio Nobel.
Más complicado de lo que piensas. Un nuevo virus gigante confunde viejas certezas
https://www.economist.com/node/17358573
https://www.economist.com/science-and-technology/2010/10/28/more-complicated-than-you-think
La biodiversidad no es solo una cuestión de tigres y ballenas, o mariposas y árboles, o incluso arrecifes de coral y
atunes. También se trata de una miríada de criaturas demasiado pequeñas para ver que viven en números
demasiado grandes para contarlos de maneras demasiado numerosas para imaginarlas. Es fácil olvidar,
especialmente en las reuniones como la de discutir el Convenio sobre la Diversidad Biológica que se ha estado
llevando a cabo en Nagoya bajo los auspicios de las Naciones Unidas, que la mayor parte de la biología es de hecho
microscópica. De hecho, cuanta más biología microscópica se obtiene, más diversa se vuelve.
En ese contexto, el descubrimiento por Curtis Suttle de la Universidad de British Columbia y sus colegas de un
microorganismo que ellos proponen llamar Cafeteria roenbergensis Virus, o CroV, no debería sorprender. Pero para
aquellos educados en una definición de libro de texto de lo que es un virus, todavía es un poco sorprendente.
Porque CroV no es un virus muy parecido a un virus. Tiene 544 genes, en comparación con la docena más o menos
que tienen los virus. Y puede hacer sus propias proteínas, una tarea que los virus suelen delegar en la maquinaria
molecular de las células que infectan. Entre sus 544 genes algunos codifican proteínas que normalmente se limitan a
los organismos celulares, tales como la traducción de los factores de traducción, enzimas de reparación del ADN y la
síntesis de los hidratos de carbono.
CroV, como su nombre completo lo sugiere, es un parásito de Cafeteria roenbergensis, un protozoo flagelado
unicelular planctónico y bacterívoro que se descubrió en 1988. A pesar de lo reciente de su descubrimiento, C.
roenbergensis es una de las criaturas más comunes en el planeta. También es reconocido por algunos, dado que caza
y come bacterias, como uno de los depredadores más abundante en la Tierra. Se encuentra en todos los océanos.
Un virus más grande, llamado Mimivirus, que vive en amebas de agua dulce, apareció en 2003 y se han encontrado
algunos otros virus similares desde entonces. Pero CroV es de lejos el más grande en salir del mar.
Quienes gustan de sus categorías cortadas y secas pueden preguntarse si los virus están vivos o no. Los sabios
biólogos no luchan demasiado con estas preguntas. Los virus tienen genes, pueden reproducirse y están sujetos a las
presiones evolutivas impuestas por la selección natural. Eso es suficiente para que la biología los reclame. En cuanto
a CroV, esos 544 genes (compuestos por 730,000 pares de bases, las letras de ADN en las que está escrito el lenguaje
de los genes) significan que su genoma es más grande que los de varias bacterias, organismos que todos coinciden
en que están vivos.
El problema con el pensamiento categórico en biología es que la evolución no funciona así. En realidad funciona por
lo que funcione. Si un organismo puede subcontratar exitosamente parte del negocio del metabolismo a otro
mientras conserva el resto, en lugar de descargar todo el lote como lo hacen la mayoría de los virus, entonces no
existen reglas para evitar que suceda.
CroV parece hacer exactamente eso. Además de los genes que se relacionan con la síntesis de proteínas, existen
otros que codifican mecanismos de reparación del ADN y otros que intervienen en el reciclaje de proteínas y la
señalización dentro de las células. Esto no es solo un secuestro. Es equivalente a un trasplante de personalidad
completo para la célula infectada.
Alrededor de un tercio de los genes de CroV son similares a los genes de Mimivirus, lo que sugiere que comparten un
ancestro distante. Por otro lado, dos tercios no lo son. Una gran parte de ellos parece haber sido copiada de las
bacterias. Pero la mayoría son únicos y anteriormente desconocidos para la ciencia. Un nuevo capítulo de la vida, en
otras palabras, se ha abierto.
Cuando en 2003 un grupo de investigadores presentó la secuencia completa del genoma del Mimivirus vieron que
era el virus más grande conocido, con un tamaño de partícula de 400 nanómetros comparable al micoplasma.
Mimivirus es un virus de ADN de doble hebra que crece en amebas. Su secuencia genómica de 1.181.404 pares de
bases, que consta de 1.262 genes, 10% de los cuales muestran una similitud con proteínas de funciones conocidas.
Pero lo más interesante, muchos de los genes de este “Goliat” viral codifican funciones que anteriormente se
consideraban características distintivas del mundo celular. Además del tamaño excepcional del genoma, Mimivirus
presenta muchas características que lo distinguen de otros virus nucleocitoplasmáticos de ADN grandes. Lo más
inesperado es la presencia de numerosos genes que codifican componentes de traducción de proteínas centrales del
metabolismo celular, incluyendo cuatro ARNt-aminoacil sintetasas, factor de liberación de péptido 1, factor de
elongación de traducción EF-TU y factor de iniciación de traducción 1. El genoma también exhibe seis ARNt. Otras
características notables incluyen la presencia de topoisomerasas tipo I y tipo II, componentes de todas las vías de
reparación del ADN, muchas enzimas de síntesis de polisacáridos y un gen que contiene inteina. La inteína es una
secuencia de aminoácidos que forma parte de proteínas inmaduras o inactivas. Cuando la inteína se activa se
produce la autocatálisis de la proteína dando su forma funcional y la inteína libre. Estas proteínas con inteína se
encuentran en unicelulares procariotas y eucariotas.
El tamaño y la complejidad del genoma Mimivirus desafían la frontera establecida entre los virus y los organismos
celulares parasitarios. Esta nueva secuencia de datos podría ayudar a arrojar una nueva luz sobre el origen de los
virus de ADN y su papel en la evolución temprana de eucariotas.
Sin embargo las sorpresas continuaron. En 2011, el descubrimiento de un virus mucho más grande que Mimivirus en
las costas chilenas ahondó más el misterio. Se trata del Megavirus. Su genoma mide 1.26 millones de pb y tiene
aproximadamente 1120 genes, de los cuales unos 600 son similares al del Mimivirus. Además posee genes que
codifican tres ARNt sintetasas adicionales (siete en total)
El descubrimiento de virus gigantes borra la división aguda entre los virus y la vida celular. Los genomas de virus
gigantes codifican proteínas consideradas como firmas de organismos celulares, particularmente los componentes
del sistema de traducción, lo que lleva a la hipótesis de que estos virus derivan de un cuarto dominio de la vida
celular. Aquí informamos el descubrimiento de un grupo de virus gigantes (Klosneuviruses) en datos
metagenómicos. En comparación con otros virus gigantes, los Klosneuvirus codifican una maquinaria de traducción
expandida, incluyendo ARNt –aminoacil sintetasas con especificidades para todos los 20 aminoácidos. A pesar de la
prevalencia de los componentes del sistema de traducción, el amplio análisis filogenómico de estos genes indica que
los Klosneuviruses no evolucionaron a partir de un ancestral celular, sino más bien derivan de un virus mucho más
pequeño a través de la ganancia extensiva de los genes del huésped.
Algunos virus gigantes codifican un genoma mayor que el de algunas bacterias, pero su historia evolutiva es un
misterio.