Los Satelites de Venus - Rosario Martin Martinez
Los Satelites de Venus - Rosario Martin Martinez
Los Satelites de Venus - Rosario Martin Martinez
Rosario M. Martínez
Para los que estáis ahí
esperando con ganas mis letras.
Gracias, sin vosotros no sería lo mismo.
Los satélites de Venus
~Prólogo~
• Nuria es una chica de un pequeño pueblo de Cáceres que se muda a
Madrid para conseguir su sueño.
• El sueño de Nuria es ser profesora.
• Nuria encuentra un nuevo trabajo y nacerá Venus.
• El sueño de Nuria quedará apartado.
• Nuria vuelve a encontrarse con Álvaro Lobo.
• Álvaro Lobo es un superhéroe sin capa.
• Venus tiene muchos satélites.
• Un columpio en el árbol, confesiones y un amor complicado.
•Capítulo 1•
El principio
•Capítulo 2•
Bailando
Ganarme la vida bailando por la noche no era el trabajo que hubiera
deseado para mi vida allí en Madrid, pero sí que sabía que tener un
desahogo económico podía hacerme estar más tranquila.
Mis condiciones con Luca fueron claras desde el principio, solo me
dedicaría a hacer el show de Pole Dance, únicamente a eso.
Como era de esperar, no tenía ni la más remota idea de cómo bailar
en una barra e incluso tenía mis dudas de si yo sería capaz de sostener mi
propio cuerpo con mis manos. Por suerte mi genética ayudaba y era una
chica menudita y fuerte.
¿Quieres saber cómo soy? Pues bien, como ya he dicho unas palabras
atrás soy una chica menudita, no muy alta casi un metro sesenta y cinco,
delgadita pero con una musculatura bastante generosa. Me gustaba ir al
gimnasio y apuntarme a uno fue lo primero que hice cuando encontré
trabajo. Ese es mi físico, una chica fitness que se dice hoy en día. Tengo
los ojos verdosos, rubita y cara de cría, angelical como decían mis padres.
Ahora que ya sabes cómo soy, seguiré con mi historia.
Meter prendas de ropa sin ton ni son dentro de una maleta sin apenas
haber descansado era una aventura, lo mismo podía encontrar al llegar a
mi destino una camiseta de tirantas que un polar.
Marqué el número de teléfono de mi madre, me lo puse en la oreja y
lo sostuve con mi hombro para conseguir cerrar la maleta.
—Mamá —dije cuando descolgó el teléfono—, te tengo una muy
buena noticia.
—Ay, mi niña… Dime.
—Cuando termine de desayunar salgo para allá.
—¿Vas a venir? —me dijo emocionada—. ¿Cómo es eso, hija mía?
¿Vuelves?
Me dio un leve pellizco el pecho al escuchar a mi madre hacerme
aquella pregunta. Sabía que necesitaba tenerme de vuelta, pero no iba a ser
posible por el momento.
—Estaré cuatro días con vosotros, vuelvo para Madrid el jueves.
—¡Ay, hija! ¡Qué alegría! Verás cuando se lo diga a tu padre… Ahora
dime, ¿qué quieres que te prepare para almorzar?
—Un guiso, mamá —le dije con una sonrisa dibujada en la cara—. Lo
que sea mientras se coma con cuchara.
Pude verla sonriendo al otro lado aunque realmente era imposible.
Tenía un largo camino por delante y, aunque no había podido dormir
muchas horas porque había madrugado mucho, estaba deseando
empezarlo. Volver a casa, abrazar a mis padres, comer un plato de comida
caliente hecho por mi madre, pequeños placeres que solo valoras cuando
los tienes lejos.
•Capítulo 3•
Álvaro
Estar con mis padres estaba siendo terapia pura. En el pueblo no tenía
nada, ni gimnasio, ni restaurantes caros, ni grandes supermercados, ni
wifi, ni centros comerciales, ni ruido. Despertar allí era simplemente
maravilloso, un lujo.
—Buenos días, mamá.
—Buenos días, hija. Toma, desayuna —me dejó sobre la mesa una
tostada recién hecha untada con mantequilla y un café con leche con
muchísima leche, ella me conocía a la perfección—. A ver si consigo que
vuelvas a la gran ciudad con un par de kilos más.
Sonreí.
—Mamá, ¿puedo preguntarte algo?
—Sí, claro —se sentó a mi lado secándose las manos en su delantal
de cuadros.
—¿Necesitáis dinero?
Se volvió a poner de pie y se puso a fregar los vasos del desayuno de
mi padre y de ella. Creí y sentí que quería evadir el tema pero me
respondió.
—No te preocupes por nosotros, ya sabes que soy una hormiguita, he
ido guardando dinero todo el tiempo.
—Ahora estoy mejor económicamente, podría ayudaros.
—Gracias, mi niña. Nosotros estamos bien. Tú solo preocúpate de
conseguir tu meta. Nosotros ya tenemos nuestras vidas solucionadas.
—Mamá, si en algún momento necesitáis algo solo tenéis que
pedírmelo.
—No tienes por qué preocuparte.
Salí a pasear por las calles de mi pueblo con Toby, el perro de mis
padres. Aquellas calles adoquinadas, el olor a comida casera emanando
por las ventanas de las casitas pintadas con cal, el sonido de los pájaros en
los árboles y el agua de la fuente de la plaza eran todo lo que extrañaba
cuando me encontraba en Madrid. Madrid era mi segundo hogar, allí
también era feliz, no de igual modo porque me sentía muy sola, pero
Madrid me estaba dando mucho.
Me senté en un banco de la plaza, saqué mi teléfono móvil e intenté,
sin éxito, conectarme a alguna de mis redes sociales.
—¿Nuria?
Volteé la cara y dibujé una sonrisa enorme en mi cara al verle. Me
puse de pie y le abracé impulsada por mi yo del pasado. Volver a verle,
poder tocarle y olerle me parecía un sueño.
—¿Cómo estás? —le pregunté mirándonos a los ojos.
—Bien, pero no mejor que tú, estás guapísima.
—Gracias, Lobo.
Álvaro Lobo Márquez, el guaperas del pueblo, uno de los pocos que
conducían una moto a los dieciocho, mi amor platónico durante toda mi
adolescencia, el dueño de las “A” de los corazones de mis libretas, el
causante de mis primeras desilusiones amorosas al verlo siempre con una
chica diferente por el pueblo y nunca ser yo la que iba a su lado.
—Me comentó mi madre que la chica de Madrid volvió al pueblo y
supuse que serías tú. De aquí casi todos hemos volado, pero no tanto como
tú.
—Me hubiera encantado poder ver a los de siempre aquí pero eres el
único al que he visto.
—Vaya, lo siento —se carcajeó y me contagió.
—Algo es algo… Contigo me conformaré.
—Bueno, cuéntame qué es de tu vida en la gran ciudad.
—Estoy trabajando en una pizzería y estoy yendo a la universidad —
mentí.
—¿Qué estudias?
—Magisterio.
—Yo también estuve muchos años preparándome para conseguir mi
sueño.
—¿Sí? ¿Qué estudiaste?
—Soy policía.
—¡No te creo!
Se carcajeó y me encantó aquella sonrisa y aquel brillo de aquellos
ojos negros. Iba vestido con un jersey de pico de color blanco y un vaquero
desgastado. Llevaba el pelo engominado y peinado hacia atrás y estaba
increíblemente guapo con la sombra de una barba oscura que cubría su
mandíbula marcada y fuerte. Físicamente, aunque con aquella ropa solo
podía intuirlo, estaba fuerte.
Álvaro estaba cambiado pero conservaba su esencia, el gesto chulesco
de su cara seguía intacto.
—Créetelo, ha sido duro pero ya lo he conseguido. En unos meses
tendré destino fijo. Mi madre solo desea que sea cerca, en cambio a mí me
apetecería volar lejos, tanto o más que tú.
—No sé qué decirte, no es oro todo lo que reluce, es muy difícil vivir
lejos de tu hogar, de tus raíces…
—Hay raíces que están un poco podridas…
No me veía con la confianza suficiente para ahondar en aquello pero
si él tenía aquel pensamiento quién era yo para rebatirle… Pareció leerme
la mente y quiso aclararlo.
—Mi hermano y yo nos hemos peleado, no nos hablamos desde hace
un par de años… Tiene una hija y ni la conozco. Es muy triste, ¿sabes?
Álvaro Lobo tenía dos hermanos, uno mayor que él y otro más
pequeño.
—Vaya… lo siento. Siempre estuvisteis muy unidos los tres.
—¿Te has enamorado de algún madrileño? —me cambió de tema.
—Mi corazón solo está ocupado por Cásper, mi gato —reí y él lo hizo
conmigo.
—Yo estoy conociendo a alguien, una chica del cuerpo.
Absurdamente sentí desilusión. Seguía conservando dentro de mí a la
adolescente absurda.
—Me alegro mucho de que todo te vaya bien, Lobo.
—Yo también me alegro de verte tan bien y tan guapa.
—Voy a volver a casa, no quiero preocupar a mi madre, ya sabes, las
madres son madres y se preocupan como si siguiésemos siendo sus niños
aún pasados los veinte.
—Te acompaño.
Caminamos juntos por las calles cumpliendo así mi sueño
adolescente aunque entre nosotros bien podía pasar un coche. Yo caminaba
de la forma más sexy que podía, aunque con Toby y los tirones que daba de
la cadena meneándome todo el cuerpo, no era muy fácil, y él era sexy en
sí, caminaba con las manos en sus bolsillos y la mirada al frente. Íbamos
hablando de cosas que habíamos vivido durante nuestra niñez y
adolescencia en aquellas calles.
—Bueno, ya estás a salvo —me dijo al llegar a mi casa.
—Ser acompañada hasta casa por un miembro de la seguridad pública
es todo un privilegio.
—Me encantó volver a verte. Me alegro de que hayas conseguido
todo lo que querías, cuando tengas destino espero que te guste y seas muy
feliz. Cuídate mucho, Lobo.
—A mí también me encantó volver a verte y comprobar que los años
no pasaron por ti, sigues igual, bueno, estás muchísimo más guapa —me
ruboricé—. Ojalá no vuelvan a pasar tres años hasta que volvamos a
vernos.
—Ojalá.
Nos abrazamos y nos dejamos un par de besos en las mejillas.
•Capítulo 4•
Vuelta a mi vida
Meter de nuevo las pocas prendas de ropa que lleve para aquellos días
en la maleta, para volver a la realidad en apenas horas, estaba siendo
complicado. Saber que al día siguiente debía volver al club me entristecía.
—¿Se puede? —preguntó mi padre antes de entrar en la habitación.
—Sí, claro papi, dime —dejé lo que estaba haciendo.
—Quiero que vengas a ver algo —sacó un pañuelo blanco del bolsillo
de su pantalón—. Déjame taparte los ojos.
—¿Qué me has preparado, papi?
—Ahora lo verás.
Sonreí como una niña ilusionada por lo que mi padre quería
mostrarme. Me tapó los ojos con el pañuelo que olía a él, a su colonia, y se
aseguró de que no veía mostrándome dedos para ver si adivinaba cuántos
había. Me guio por la casa hasta llegar a la parte trasera donde estaba el
pequeño huerto, aunque llevaba los ojos tapados, el olor a tierra mojada y
el cantar de los pájaros no podía pertenecer a otra parte de la casa.
Desató el nudo y me dejó los ojos al descubierto. Me cubrí la boca y
empecé a llorar como una niña. Me puse de rodillas manchándome el
pantalón (poco me importó). No creía lo que estaba viendo, mi columpio
del árbol estaba igual a cómo lo recordaba, pintado de color blanco y rosa,
ya no estaba sucio ni roto, las cadenas plateadas, nuevas, ya no estaban
mohosas.
—¿Te gusta?
—Papá… No me lo puedo creer… —me abracé a él fuerte.
—No llores. Intenté tenerlo terminado antes para que hubieras podido
disfrutarlo los días que has estado aquí, pero no me ha dado tiempo…
—No importa, papá. Volveré pronto y me pasaré horas subida en él.
Limpié las lágrimas de mi cara y me monté en el columpio. Viajé en
milésimas de segundos a mi niñez. Me vi allí montada con mi pichi
vaquero y mis dos coletas…
—¿Me empujas?
—Claro que sí.
Me columpió, cerré los ojos y disfruté del momento, volví a ser niña.
Qué estúpidos somos al desear ser adultos…
Aquella sala de urgencias era tan fría que me daba pánico, me erizaba
el vello de todo el cuerpo... Elena se pasó todo el camino llorando y
temblando sin consuelo alguno, y cuando llegamos y la metieron en la
consulta, no fue menos.
Allí, sentada en una de las sillas metálicas de la sala esperando a que
Elena saliese al fin y no tuviera nada grave. Miraba la esfera dorada de mi
reloj de pulsera, llevaba dentro de la consulta treinta minutos pero me
parecieron cuatro horas.
Cuando oí abrirse la puerta de la consulta, me puse en pie por inercia.
—Elena…
—Vámonos ya de aquí.
Salimos como alma que lleva el diablo, ella caminaba rápida delante
y yo la seguía. No volvimos a hablar hasta estar a solas dentro del coche.
—Deben pensar que soy una puta cerda, pero bueno, es lo que
realmente soy, ¿no?
—No digas eso.
—No he querido nombrar el club, ni a Luca, ni al hijo de puta que me
ha hecho esto…
—¿Qué has dicho entonces?
—Que mi pareja me masturbó con una botella porque yo se lo pedí,
pero como soy masoca le dejé que siguiera hasta hacerme este desgarro…
Qué tipeja, ¿no? Una guarra…
—No debiste mentir…
—No quiero meter a Luca en problemas —el mentón no paraba de
temblarle aunque las lágrimas ya iban menguando—. Si él supiera solo la
cuarta parte de lo mucho que le amo…
No podía creer lo que Elena acababa de decirme, ¿amaba a Luca?
—¿Tú… a Luca?
—Sí, qué curioso, ¿verdad? Enamorada de un hombre al que le genera
dinero que yo folle con otros hombres… Soy tan gilipollas…
—No te digas eso, no seas cruel contigo misma, una no elige de quién
enamorarse…
—¿Por qué aceptaría aquella noche su maldita propuesta? Desde
aquel puto día todo ha ido de mal en peor y por si fuera poco, y para
terminar de rizar el rizo, me enamoro de él… De él, del menos indicado…
Si es que soy gilipollas... Una tía que se enamora de su jefe, es que es tan
típico que da hasta risa, lo que no es tan típico es que ella sea puta y él su
chulo.
•Capítulo 6•
El destino
•Capítulo 9•
Confesiones ante un café
•Capítulo 10•
Satélite Fabio
Sabía que habían sido apenas unos minutos pero me parecieron horas.
Estaba aterrada, las rodillas se golpeaban entre sí del ataque de nervios
que tenía e intenté durante el viaje no mantener mucho tiempo los ojos
cerrados, con menos éxito del que quería, para no terminar de dejar claro
que era bastante ridícula.
La chica del pueblo había viajado en helicóptero privado, debía estar
soñando, posiblemente me quedé dormida en el columpio que mi padre
acababa de regalarme y cuando volviese a despertar, tendría siete años de
nuevo.
—Ya hemos llegado —me apretó la rodilla y abrí los ojos. No, no era
un sueño, había sentido aquel apretón perfectamente.
Respiré hondo pero no liberé la tensión que tenía dentro. Haber
llegado sana y salva era motivo suficiente como para dejar atrás la tensión,
pero aún quedaba lo peor que era aquello por lo que realmente estaba allí.
Empezaba mi puesta en escena, Venus le había pedido prestado el nombre
a Nuria para desarrollar aquello y Nuria, que andaba agazapada en mí,
deseaba volver a casa pronto, darse una ducha de agua caliente, acariciar a
Cásper, llamar a Álvaro para pedirle que no se fuera jamás de su lado y
comer sobras recalentadas en el microondas.
Me recoloqué el vestido y Fabio hizo lo mismo con su chaqueta y su
corbata tras bajarnos del helicóptero. Puso su brazo arqueado y me agarré
a él.
—Vamos —me miró y sonrió.
Caminamos hasta un embarcadero donde las luces de un enorme yate
te atrapaba la mirada desde metros antes de llegar a él.
—Buenas noches —nos dijo un chico que esperaba junto al muelle,
supuse que era uno de los vigilantes de seguridad porque llevaba unas
esposas y una extensible colgando del cinturón.
—Buenas noches —dijo Fabio sin apenas mirarle a la cara.
Aunque iba agarrada del brazo de Fabio, tenía el presentimiento de
que iba a caerme, los nervios se habían adueñado de mis piernas y caminar
sobre aquellos tacones era un auténtico desafío.
El muelle era de madera y crujía con nuestros pasos. Cuando pisamos
por fin la pasarela que nos introduciría a aquel yate, sentí ganas de llorar.
Estaba anocheciendo, aquel yate lujoso podría ser el sueño de cualquier
persona en cambio yo, parecía que me llevaban del brazo al matadero.
Sentía que no encajaba, Fabio era guapísimo, parecía sacado de un anuncio
de perfumes, el entorno era una puta pasada pero yo, Nuria, no era chica
para aquello, yo solo necesitaba unos leggings, un jersey ancho y el
columpio de mi casa para sentir que estaba rodeada de verdaderos lujos.
¿Alguna vez te has imaginado una vida de lujos? Lujos de los que el
dinero puede comprar, no los verdaderos lujos, como he mencionado
antes. Pues bien, si tu respuesta es afirmativa, seguro que te has imaginado
entrando en un yate como yo lo hice. Suelo de madera clara, lámparas de
araña que pobre el encargado de limpiarlas, sillones forrados en piel
blanca, grandes cristaleras, una auténtica mansión sobre el mar.
Intentaba no mirar descaradamente cada detalle de aquel lugar para
no parecer cateta, pero es que realmente yo lo era, y me sentía muy
orgullosa de serlo.
—¡Buenas noches, Fabio!
Un señor trajeado, de unos sesenta años, y con bastantes kilos de más,
acompañado de una rubia despampanante que parecía sacada del mismo
anuncio de perfumes que protagonizaba Fabio, se acercaron a nosotros. Él
le cedió la mano y Fabio le respondió al gesto apretándosela sonriente. La
chica, al igual que yo, solo se dedicaba a sonreír. Miraba a Fabio y me
miraba a mí, sí, la verdad que yo había sido más afortunada con respecto
al tío para el que trabajaríamos aquella noche…
—Buenas noches.
—Tan puntual como siempre.
—Ya sabes que es mi marca de identidad.
—¿Me presentas a la señorita? —le faltó babearme el vestido, sentí
cómo sus ojos me repasaban el cuerpo entero.
—Vanessa —fruncí el ceño, le miré y asintió levemente, procedió a la
presentación—, él es Julio, mi socio.
Nos dimos un par de besos y recibí el olor a alcohol que desprendía.
—Eres preciosa, Vanessa —me guiñó el ojo—. Un buen fichaje,
Fabio. Ya me dirás de dónde las sacado…
Se me borró por completo la sonrisa prácticamente fingida que tenía
en el rostro. Fabio sonrió levemente y negó con la cabeza como si no
estuviera de acuerdo con la forma en la que Julio se refería a mí.
Justo en aquel momento donde las ganas de salir corriendo de allí se
habían multiplicado por dieciocho mil, pasó un metre con una bandeja con
copas de champagne. Fabio cogió dos y me cedió una.
—Discúlpame, Julio. Voy a saludar a los demás.
Me agarró de la cintura y me llevó hacia una parte de la popa donde
apenas había gente y desde donde el cielo podía verse. Pensé en lanzarme
del barco como la protagonista de Titanic pero no quería darle más
dramatismo a lo que era mi vida.
—Siento el comentario de Julio, es un asqueroso… Te miré y noté
que te sentías incómoda.
—Bueno, sé lidiar con hombres como él —vacilé dejando a Venus
responder por mí.
—Tiene una personalidad un tanto especial…
—No tienes que preocuparte por eso, de verdad.
—Te cambié el nombre porque creo que no es necesario que sepa
tanto de ti aunque, sinceramente, parece que tiene un radar y termina
consiguiendo saber todo lo que quiere…
—Gracias por alejarme de allí.
—A veces soy bastante gilipollas pero os conozco demasiado, a las
mujeres me refiero, y sé cuándo queréis desaparecer. Soy el único chico de
cinco hermanos —sonrió—, sé descifrar los gestos de vuestras caras.
Fabio, poco a poco, consiguió hacerme sentir bien dentro de lo que
era verdaderamente estar allí y para lo que verdaderamente estábamos allí.
Una cena tranquila amenizada con una música clásica tocada en
directo, un menú minimalista pero de calidad excepcional y unos veinte
hombres trajeados con acompañantes llamativas, podía apostar las dos
manos a que ninguna era la oficial de ninguno, y no las perdía. Durante la
cena tuve que escuchar doscientas conversaciones aburridas de negocios y
demasiadas referencias al dinero en tan pocas horas. En eso se basó la
cena.
—Nos retiramos —dijo Fabio levantándose de la mesa y cediéndome
su mano.
Éramos la tercera “pareja” que se levantaba de la mesa.
—Mañana firmaremos el acuerdo —le dijo un hombre de unos
cuarenta años que durante la cena no dejó de colgar su teléfono móvil a
cada llamada entrante que recibía.
—A primera hora estaré en tu camarote.
•Capítulo 12•
En un huequecito de tu corazón…
El trayecto a casa podría clasificarlo como raro. Tenía tres mil euros
más en el bolsillo, ganados en poco menos de veinticuatro horas, no había
sido muy difícil e incluso llegué a entender a las chicas que se dedicaban a
lo que yo había hecho aquella noche. Por otro lado no podía evitar
reconocer que había tenido suerte porque mi cliente era un pivonazo, pero
claro, la acompañante de Julio “el cerdo” (como le bauticé), no debía
pensar lo mismo que yo.
Hice el trayecto en helicóptero con los ojos cerrados nuevamente y
Fabio no me dirigió la palabra, apenas me miraba, lo podía comprobar por
el rabillo del ojo. Supuse que a agua pasada sentiría incluso pudor,
vergüenza quizá, pero aquello solo era suposición mía y posiblemente él
estaría muy acostumbrado al día después de su sexo al límite con alguna
chica.
El chófer aparcó la limusina frente a mi portal y fue el único
momento en el que Fabio abrió la boca.
—Quedas liberada —sonrió—. Lo he pasado bien.
—Igualmente —mentí.
—Toma —me cedió una tarjeta agarrándola entre sus dedos índice y
corazón—, ahí tienes mi número de teléfono.
La cogí y sonreí levemente.
—Adiós, Fabio.
Asintió y me bajé de la limusina. La gente que pasaba por la calle me
miraba extrañada y yo sentía que llevaba sobre mi cabeza un cartel
luminoso con la palabra PUTA parpadeando.
Me metí rápida en el interior de mi bloque de apartamentos y cuando
me subí en el ascensor sentí que pesaba menos. Introduje la llave en la
cerradura y de la puerta de al lado salió la tía Adela, mi vecina.
—Buenos días, tía.
—Hija, anoche estuvo un chico esperándote, estuvo sentado en las
escaleras hasta las tantas de la madrugada… Me dio apuro verle, le
pregunté si necesitaba algo y me dijo que no, que solo estaba esperando…
Se me heló la sangre y de nuevo la punzada en el corazón. Sabía que
era él, Álvaro.
—¿Sabes qué hora sería?
—¿Cuándo se marchó? —asentí—. De eso ya no me acuerdo…
—Gracias, tía Adela. Creo saber quién era, ahora le llamaré. Pasé la
noche fuera con unas amigas.
—Buenos días, mamá —me senté en el sofá con mi café con mucha
más leche que café—. ¿Cómo estáis?
—Tristes, hija… Sabemos el esfuerzo extra que debes estar haciendo
para conseguir el dinero. Nos quita más el sueño lo que estarás viviendo, a
la deuda en sí…
—Mamá, ya te dije que no debías preocuparte, ya tengo el dinero —
mentí—. Mi jefe me ha adelantado un par de pagos que sumados a mis
ahorros he logrado reunir el dinero —mentí de nuevo.
—Nuria, no vas a poder vivir en Madrid con las migajas de tu
sueldo…
—No te preocupes por mí, de verdad. Está todo bajo control.
—Nunca podremos devolverte todo lo que estás haciendo por
nosotros.
—Vosotros me disteis la vida, creo que la que está en deuda con
vosotros soy yo.
Llamaron a la puerta y me extrañó, no sabía quién podía ser, aquella
mañana no esperaba a nadie, bueno, ninguna mañana esperaba a alguien…
—Mamá —me puse en pie—, tengo que dejarte.
—Cuídate mucho, mi niña. Te quiero.
—Y yo a vosotros, mami.
Miré por la mirilla y no vi a nadie. Me quedé detrás de la puerta
esperando por si volvían a llamar y así fue. Cuando de nuevo aquellos
nudillos golpearon mi puerta miré de nuevo por la mirilla. Respiré hondo,
no podía ser verdad, no entendía nada.
Abrí.
—Lobo...
—Nuria —se tocaba nervioso el entrecejo y le vi preocupado y triste
—, necesito que hablemos.
—Pensé que todo quedó claro ayer…
—Déjame decirte algo, serán solo unos minutos y después te prometo
que me iré para siempre.
De nuevo el pellizco en el pecho y el nudo en la garganta, el miedo
inevitable de creer que sabía toda la verdad en tantas de mis mentiras.
—Pasa.
Álvaro estaba guapísimo, llevaba un pantalón chino beige, un jersey
negro con el cuello en pico ajustado a su cuerpo y un abrigo negro casi por
la rodilla. Peinado hacia atrás y con barba de un par de días parecía un
modelo recién sacado de alguna pasarela. ¿Y yo? Pues yo llevaba un
pijama que lució más bonito meses atrás y un moño desaliñado tipo nido
sobre la cabeza, ni gota de maquillaje y el aliento oliéndome a café.
—¿Quieres café?
—No, gracias.
—Siéntate donde quieras. Con tu permiso —me senté frente a mi taza
de café extra de leche y cogí una galleta del paquete para mojarla.
Con el nudo que se me había hecho al verle tras mi puerta a través de
la mirilla, no tenía hambre en absoluto pero, una vez más, tenía que fingir
que estaba tranquila y harta de nadar en aquellas aguas. Se sentó en una de
las sillas, esta vez mantenía una distancia demasiado grande aun
teniéndolo a un metro prácticamente. Estaba nervioso, ya éramos dos.
—Nuria —apoyó sus codos sobre la mesa y se tocó el pelo que le
lucía perfectamente engominado—, hoy me voy de Madrid. Sé que ayer
nos despedimos pero no he podido dormir en toda la noche.
—Lobo…
—Déjame soltarlo todo, si me voy con algo en el tintero sentiré que
no hice todo cuanto podía —respiró hondo—. ¿Has sentido alguna vez la
sensación de saber que te estás precipitando al vacío y no tienes miedo de
estrellarte?
—Posiblemente…
—Cuando llegaste al pueblo de visita y supe que estabas allí, no dudé
en ir a verte. Te asalte en aquel banco y cuando te miré a los ojos regresé
al pasado. ¿Te acuerdas de una carta anónima que recibiste al cumplir los
dieciséis?
Abrí los ojos como platos. Aquella carta aún la tenía guardada en una
caja en la casa de mis padres, nadie jamás supo de su existencia, ni a mi
mejor amiga le dije que había recibido aquella carta.
—Sí, claro que la recuerdo… Pero, ¿por qué sabes tú de su
existencia?
—Bueno —sonrió de lado—, fui yo quien te dejó aquella carta.
Nunca, jamás en la vida hubiera imaginado que detrás de aquellas
letras se escondía la mano de Álvaro Lobo, el mismo que andaba por el
pueblo cada semana con una chica diferente, el mismo que nunca tuvo un
gesto hacia mí, el mismo que muy pocas veces había cruzado alguna
mirada conmigo…
—No puede ser.
—Aquella carta terminaba con un corazón y una flecha —abrí los
ojos más aún y se carcajeó. Me encantaba aquella sonrisa—. La escribí yo.
Tú creías que me eras indiferente y era todo lo contrario, me encantaba
verte sentada en el escalón de tu puerta, sentada en el banco del colegio
con tus amigas con cualquier libro entre las manos pero, ¿sabes qué
pensaba? Que aquella niña jamás se fijaría en un niñato como lo era yo.
Realmente no era ningún niñato, solo me gustaba divertirme con mis
amigos, salir a dar vueltas por los terrenos con mi moto y bueno, las
chicas venían solas, jamás busqué a ninguna, jamás me enamoré de
ninguna. Te veía a través del vallado sentada en el columpio de la parte
trasera de tu casa, te veía y me imaginaba compartiendo una vida
contigo…
—Álvaro… Jamás lo hubiera imaginado…
—No lo sabía nadie, era algo que sentía y guardaba para mí, sabía que
estaba enamorado de ti y era por eso por lo que no me atrevía a lanzarme,
si me hubieras rechazado hubiera sido un palo…
Sonreí.
—A ver, Álvaro —suspiré y me mordí levemente el labio—, mentiría
si dijese que me no me hacen sentir bien tus palabras pero,
inevitablemente y para desgracia de nosotros, llegaron tarde…
—¿Tarde? Jamás es tarde para ser feliz. Sé que aquí en Madrid tienes
una vida, sé que te apasiona lo que estás estudiando pero, como dice la
canción, si tú me dices ven, lo dejo todo. Podría pedir el traslado aquí y no
tendrías que dejar nada de todo lo que aquí tienes.
Se borró la sonrisa de mi cara, quise llorar, quería terminar con
aquella vida de mierda que tenía, me encantaría poder escapar de todo lo
que rodeaba a Venus y volver a mi pueblo siendo Nuria, la profe del cole,
la novia de Álvaro Lobo, el policía, y vivir felices en una casita con un
árbol y un columpio… Todo en mi imaginación era precioso y perfecto
pero irreal e imposible…
—Álvaro, ya sabes que estoy con alguien —inventé para seguir
rizando el rizo de mi vida de mentiras.
—Pero sabemos que cuando nos hemos tenido no ha existido nadie
entre nosotros, tú y yo estamos hechos para estar juntos. Llevo enamorado
de ti desde antes de cumplir mi mayoría de edad, el haberme cruzado en
Madrid contigo no ha podido ser una casualidad… Me niego a creerlo.
—Es mejor que te vayas…
—Cuando hemos estado a solas sentía que no había nadie más, solos
tú y yo. Tú también lo has sentido, niégamelo.
—Álvaro, vete, de verdad. Vuelve a tu vida, olvídate de mí y olvida
los encuentros que hemos tenido, ha sido sexo, solo eso, la carne es carne.
—Nuria…
—¡No puedes llegar de la nada y querer poner mi vida patas arriba!
—le grité y las lágrimas se apelotonaron en mis ojos deseosas de salir de
ellos—. No puedes llegar de un día para otro y confesarme un amor que
quién sabe cuánto tendrá de realidad y cuánto de fantasía.
Ya estaba dicho, estaba destrozada, Álvaro había sido el único
hombre que me había tratado como lo que era, una mujer valiosa a la que
protegería de todo y de todos aunque tuviera que pasar toda una noche
sentado en una fría escalera de un bloque de apartamentos. Estaba harta de
ser un juguete en las manos de los tíos, y ahora que tenía a uno que
verdaderamente era capaz de dejarlo todo por mí, ¿qué hacía yo?
Mandarlo a la mierda diciéndole que no podía llegar de la nada y poner mi
mundo patas arriba, ja ja ja… Él era el que ponía tu puto mundo de mierda
patas arriba, ¿no, Nuria?
—Está bien —se puso en pie—. Tienes razón.
—Por favor, Álvaro, vete de mi casa y no vuelvas más.
Aquellas palabras que dejé escapar de mi boca supe que eran puñales
directos al corazón de Álvaro porque aquellos ojos vidriosos no mentían, y
aquella voz entrecortada tampoco, y me dolía enormemente. No quería que
se fuera, quería dejarlo allí, compartir cajones con ropa interior, que me
preparase café sin café, enjabonarle la espalda, abrazarle bajo la ducha,
hacer el amor sobre la encimera, compartir una tortilla recalentada en el
microondas, compartir una vida al fin y al cabo.
Nos dirigimos hacia la puerta y fue ahí donde mis lágrimas brotaron
libremente sin esperar a que él se fuera. Cásper se acercó a él y él le tocó
la cabecita.
—Adiós, Cásper, cuídala mucho.
Salió de mi apartamento sin mirar atrás y sentí que se iba una parte
de mí con él. Paró frente al ascensor, pulsó el botón para llamarlo y justo
cuando se abrieron las puertas le llamé.
—¡Lobo!
Me miró, intenté sacar la voz desde donde la tuviera guardada pero no
dije nada más, me apartó la mirada, se metió dentro del ascensor y las
puertas se cerraron.
•Capítulo 14•
Un despiste tras otro
“Era como otra noche cualquiera, un espectáculo más, tenía los ojos
cerrados y había conseguido desconectar a pesar del nudo que sentía en
pecho.
Me agarré fuerte a la barra y empecé a girar sobre ella, era increíble
cómo mi mente desconectaba de todo dejándome a solas con la música y
con aquella barra fría. Aquella barra bien podía ser yo, éramos tan
parecidas… Aquella barra fría se parecía a mi vida, a mi personalidad, a
mi mente, a mi cuerpo…
Unos gritos masculinos se hicieron más y más fuertes dejando baja la
música, abrí los ojos y toqué la tarima fría con mis pies descalzos.
—¡Nuria!
No, no podía ser verdad, él no podía estar allí, él no podía descubrir
mi gran mentira de aquella forma.
Corrió hasta mí, subió de un salto a la tarina y me cogió de ambos
brazos.
—¡Ahora entiendo por qué me has sacado de tu vida! Eres
repugnante, das asco, mírate, mira en qué te has convertido... ¡PUTA!
El corazón me iba a mil por hora, sentía la boca seca, las lágrimas
me bañaban la cara y la pena era casi tan grande como la vergüenza que
sentía.
—Álvaro...”
•Capítulo 15•
Satélite Rocco
Quedaban solo un par de horas para tener que irme al club y aquel día
no iba a ser un día como cualquier otro, aquel día tendría mi primer
reservado con un cliente en el club y cobraría por segunda vez por
acostarme con un tío. Intenté mantener la cabeza ocupada así que me metí
en la cocina y decidí prepararme la cena para que cuando llegase de
trabajar no tuviera que entretenerme y, directamente, pasase de comer a la
ducha, o viceversa.
Preparé un pastel de berenjena y carne, debí calcular mal los
ingredientes porque cociné como para doce comensales… Aquello tenía
un lado positivo bastante grande y era que, durante bastantes días, tiraría
de aquel pastel para almorzar y para cenar teniendo solo que calentar en el
microondas.
Acompañar a la tía Adela al médico fue una odisea. Ella fue quién se
encargó de coger su propia cita llamando por teléfono al centro de salud y
al día siguiente, cuando teníamos que ir para que el médico la viera, se
negaba en rotundo. Intenté convencerla durante media hora hasta que lo
conseguí, no fue fácil pero no pensaba tirar la toalla.
Intuía qué era lo que podía estar pasándole pero necesitaba que un
médico me lo dijera.
—No sé qué hacemos aquí —me dijo mientras esperábamos en la sala
de espera.
—Fue usted quien pidió cita para sus despistes, ¿recuerda?
Me miró como un niño mira a su madre cuando le pregunta algo que
debía recordar pero no es así. Iba viéndola día a día más indefensa y sus
ojos celestes, cada día que pasaba por ellos, iban siendo más inocentes.
—No, hija… No recuerdo haber pedido cita pero si tú lo dices, seguro
que es así.
Sonreí y me entristecí.
—Adela Rodríguez —llamó la doctora desde dentro de la consulta.
—Esa soy yo —me dijo sonriendo, asentí.
Me puse en pie, le di la mano y la ayudé para que se pusiera en pie
ella. Caminamos juntas a pasito lento hasta entrar en la consulta.
—Buenos días, Adela. ¿Cómo se encuentra?
—Ay, hija… No lo sé. Ella es mi nieta —me señaló—, ella te puede
explicar mejor.
La doctora me miró extrañada, conocía muy bien a la tía Adela y
sabía que no había sido madre nunca y, por consiguiente, era imposible
que yo fuera su nieta.
—Soy su vecina —le dije casi susurrándole—. Últimamente está
teniendo algunos despistes… El otro día hizo un pan, lo metió en el horno
y lo quemó, no recordaba quién había metido aquel pan allí.
—Entiendo.
—La vecina de abajo también subió a quejarse por tirar agua sucia
por el balcón.
—Tiene una edad y es común que pasen estas cosas.
—Pero ella vive sola y me preocupa que pueda pasarle algo.
—La derivaré al especialista. Aunque no veo muy grave eso que me
cuentas. Son cosas de la edad…
—Ella es muy educada y amable y jamás ha tenido ningún problema
con nadie, cuando me dijo que la vecina de abajo le había increpado me
dio mucha tristeza.
—Ha podido ser algo puntual.
—Sé que estos despistes le causan tristeza... No quiero que esté mal.
—Entiendo pero yo poco puedo hacer, el especialista despejará todas
tus dudas.
—¿No podría mandar a alguien para que esté con ella durante el día?
—Cuando tengamos el informe del especialista veremos qué sería lo
conveniente hacer.
—De acuerdo —me puse de pie y le cedí la mano a la tía Adela—.
Volvemos a casa.
—¿Has podido arreglar algo? —me preguntó mirándome a los ojos
esperando de mí la solución a lo que le estaba pasando.
—Hemos dado un pasito, hay que dar algunos más…
—Yo iré donde tú me digas.
Era como una niña pequeña que confiaba en su madre ciegamente.
Qué injusta es a veces la vida, ¿no? Estás luchando toda tu vida
(permíteme la redundancia) para que al final de esta vuelvas,
prácticamente, al punto de partida, con la diferencia y la pena de que quien
cuidaba de ti cuando niño, no está. Y te ves perdido y solo, aunque estés
rodeado de gente que te quiere, sigues estando solo porque no sabes ni
quién es la que te llama mamá o abuela…
•Capítulo 17•
Gracias, señor agente
Solo necesité verlo aquellos pocos minutos, tenerlo cerca y poder
respirar su perfume fue como la medicina que mi alma necesitaba. Era la
morfina para todo mi dolor. Álvaro era paz y lo malo de que él fuera paz
era cuando se marchaba, que volvía a mi maldita guerra, esa guerra que
me tenía sumida en una lucha contrarreloj para conseguir el dinero que
mis padres necesitaban. Había bajado a los infiernos, el mismo infierno
que una vez prometí no pisar.
—Señora Adela —le dijo mientras cerraba los grifos del cuarto de
baño—. Tiene suerte de tener una vecina como Nuria. Se ve que la adora.
—Yo también la adoro a ella y sí, tiene toda la razón, tengo mucha
suerte de tenerla como vecina —sonreí—. Usted también es muy
afortunado —le dijo y nos miramos un poco extrañados—, esos ojos con
los que le mira… No hay que ser muy experto, ni tener mi edad, para saber
que le ama.
—¿Usted cree que me ama?
—Eso se ve, los ojos son el espejo del alma. Ella tiene una mirada un
poco triste pero al verle le han brillado los ojos.
Sonreí como una tonta, al fin de cuentas era verdad.
—Bueno, tía Adela, vamos a la cama— le dije guiándola hasta su
dormitorio—, tiene que descansar.
—Si necesitáis algo, no importa la hora que sea, tienes mi número de
teléfono, Nuria —me guiñó el ojo.
—Gracias, Álvaro.
Acompañé a la tía Adela hasta su dormitorio, le ayudé a acostarse, le
arropé como una madre arroparía a su hijo y me senté en el filo de su
cama. Álvaro nos miraba desde la puerta del dormitorio con los brazos
cruzados, qué guapo estaba…
—¿Cómo se encuentra? —le dije mientras le acariciaba la cara.
—Estoy muy triste… —no necesitaba oírlo de su boca, sus ojos ya
me lo decían—. Yo no abrí los grifos, y si lo hice no fue queriendo. ¿Tú
me crees?
—¿Acaso lo duda?
—No sé por qué se enfadó tanto conmigo, yo no sé ni quién es… ¿Tú
podrías llamar a alguien para que venga y le arregle lo que le he dañado?
—No se preocupe por eso ahora, yo me encargaré de todo. Ahora
descanse, mañana será otro día.
—Mañana ya no recordaré nada de lo que ha pasado hoy… Esto que
me pasa con la memoria es un poco positivo —abrí los ojos—, no puedo
estar dándole vueltas a las cosas durante días…
Sonreí y ella lo hizo conmigo, le dejé un beso en la frente, apagué la
lámpara de la mesita de noche apretado una bellotita y la dejé acostada.
—¿Vive sola? —me preguntó Álvaro cuando cerré la puerta de la tía
Adela.
—Sí, es viuda y no tiene hijos…
—¿Tiene alguna enfermedad?
—Estoy esperando que el especialista la cite… No quiero
adelantarme pero me temo que sea Alzheimer…
Aquella palabra, me costó mucho poder pronunciarla porque aquella
maldita enfermedad también había decidido alojarse en mi abuela años
antes de perderla. Tenía tan grabado a fuego todo el dolor que sentí al ver
cómo la enfermedad fue adueñándose de mi abuela, que no quería volver a
repetirlo con la tía Adela.
—Es una enfermedad dura.
—Muy dura, Álvaro.
—¿Crees que debería dar parte para que Servicios Sociales tome
cartas en el asunto? No sé, quizá pueda agilizar una ayuda a domicilio o
intentar que la pongan en preferencia para internarla en alguna residencia
o centro diurno… No sé, algo que pueda hacer para ayudarte.
—No quiero que se vaya a una residencia…
—Es una de las opciones, no es la única opción. Debes pensar en el
bien de ella.
—No lo sé, Álvaro. Esto está siendo muy doloroso para mí.
—Entiendo.
—Pero sí, acepto tu ayuda, lo de la residencia que sea la última
opción, por favor.
—No te preocupes, haré algo, ya le llegará alguna notificación,
deberías estar atenta a su correo.
—Sí, yo suelo recogérselo, por eso no hay problema.
—De acuerdo —se agarró con la mano derecha la hebilla del cinturón
y casi me caigo de espaldas—. Me encantó volver a verte.
—Esa frase ya es reiterativa entre nosotros…
—Reiterativa y real. Cien por ciento real —sonrió.
—Sé que tienes prisa pero no cogería el sueño si te dejo ir de aquí sin
preguntártelo.
—Sí, quiero.
Me reí y negué con la cabeza. Aquellos hoyuelos en sus mejillas eran
mi maldita perdición.
—¿Qué haces aquí en Madrid? Pensé que ya te habías ido.
—Y así fue, pero he vuelto. He sido destinado a la gran ciudad.
Aquella noticia era agridulce. Me encantaba la idea de que Álvaro
estuviese cerca pero a la vez me daba pavor que así fuera.
—Al final volaste lejos del nido.
—Así es —sonrió—. Bueno, tengo que seguir haciendo la ronda.
Espero que puedas descansar, no le des muchas vueltas a esto que ha
pasado esta noche, intentaré solucionarlo pronto.
—Gracias, señor agente —le dejé un beso en la mejilla aun sabiendo
que no era muy correcto.
Me guiñó el ojo y se fue bajando por las escaleras.
¡Vaya culo le hacía aquel maldito pantalón!
•Capítulo 18•
Satélite Julio
Tenía la impresión de que aquellos tres mil euros iban a ser los tres
mil euros más caros de mi vida. Aún no había salido de mi apartamento y
me sentía sucia.
Elegí un traje de dos piezas, pantalón y chaqueta, negro y una camisa
lencera blanca, hacía bastante frío pero supuse que aquel hombre que me
llamaba no tendría pensado llevarme al parque o a algún lugar donde
pasase frío.
Habíamos quedado cerca del club, eran las ocho de la tarde, fui
caminando y cada paso que daba sabía que era un paso más para llegar a
donde nunca debía haber ido.
—Buenas noches —me dijo un señor alto, trajeado, con gafas de sol
(invierno y prácticamente de noche, innecesarias) y bastante serio—,
¿Venus?
—Buenas noches —las piernas me temblaban, quería salir a correr y
volver a mi búnker—, sí, yo soy Venus.
—Acompáñeme.
Caminamos unos metros hasta llegar a un coche negro de lunas
tintadas, me abrió la puerta de atrás y me subí temblorosa. Dentro no había
nadie e intuía, por su forma tan escueta de hablarme, que aquel hombre era
un simple chófer.
Abrió la puerta del piloto y subió, despejó mi duda, un chófer. Cuando
nos pusimos en marcha respiré hondo y le supliqué a Venus que tenía que
sacar fuerzas.
Condujo durante unos quince minutos, los quince minutos más largos
de mi vida. Llegamos a una casa tras seguir un camino de asfalto con
grandes árboles a los lados, necesitaba terminar ya aquello y volver junto a
Cásper.
—Hemos llegado —se bajó y volvió a abrirme la puerta para que
bajara—. Sígame, el señor la está esperando dentro.
Subimos unos escalones de mármol hasta llegar a la puerta de aquella
casa. Aquella casa no era una casa cualquiera, allí era imposible que
alguien con un sueldo normal pudiera vivir, era puro lujo, lujo del triste,
del que se compra con dinero.
El chófer llamó al telefonillo que tenía una cámara incorporada, el tío
que estaría al otro lado sería el que estaba dispuesto a pagar por mí. Se
abrió la puerta, el chófer me dio paso con la mano, entré y cerró la puerta
tras de mí dejándome completamente sola en aquel recibidor enorme.
Estaba allí parada, las piernas me temblaban y el corazón me iba tan
rápido que sentía los latidos en el cuello. Pocos segundos después le vi
bajar por la gran escalera de mármol que tenía frente a mí y que conducía
a la planta alta de la vivienda, justo en aquel momento quise huir de allí.
—No sabes cuánto me alegra volver a verte. ¿Cómo tengo que
llamarte Vanessa, Venus o Nuria?
Se me subió la bilis por el esófago, el estómago se me revolvió, no
podía creerme que estaba compartiendo aquel lugar con él, de tantos
hombres en el mundo tuvo que ser Julio “el cerdo” el que se acercaba a mí
con dos copas en las manos.
—¿No te parecen maravillosas las vueltas que da la vida? Desde que
te vi con Fabio —me cedió una de las copas y la cogí temerosa— supe que
tenía que tenerte como fuera. Eres de esas tías que a uno se le mete entre
ceja y ceja…
No podía hablar, estaba bloqueada y el asco que sentía al tenerlo
cerca y poder olerle era gigante.
—Ven —me agarró de la cintura y me pegó a él. El aliento le olía a
alcohol—. Eres tan preciosa… No quiero perder contigo ni un solo
segundo.
—Estaría bien que nos tomásemos esta copa con calma —le dije
intentando ganar unos minutos.
—Una copa como esta puedo degustarla cuando quiera, a ti, por
desgracia mía, no.
Respiré hondo y cerré los ojos unos segundos para intentar coger
fuerzas.
Me llevó escaleras arriba y llegamos a un enorme salón con cabezas
de animales a los que debió cazar, colgando de las paredes.
—Trofeos —me dijo al verme mirar aquello.
—Yo adoro a los animales.
No sé ni por qué dije aquello, no estaba allí para hablar con él, no
quería saber nada que tuviera que ver con sus aficiones.
—Yo también —se carcajeó—, por eso los tengo en el salón de casa.
Uno no tiene el privilegio de estar viendo a un ciervo diariamente.
No dije nada.
Me guio por el pasillo hasta llegar a un dormitorio que era casi igual
de grande que todo mi apartamento. Cerró la puerta y empezó a lamerme
el cuello y la cara. Me quitó la chaqueta de forma salvaje y la tiró al suelo.
Me pegó contra la pared y siguió lamiéndome el pecho y babeándome la
camisa, apreté los dientes fuerte, cerré los ojos y las lágrimas se escaparon
de ellos.
Bufaba sobre mí y oírlo iba incrementado el asco que sentía dentro.
Mi mente suplicaba que aquello terminase pronto. Me quitó fuerte la
camisa descosiéndola, la dejó a nuestros pies, la tela me había hecho daño
en la piel pero aquel dolor era tan insignificante comparado con el que
estaba sintiendo en el alma que poco me importó.
Me desabrochó el sujetador y empezó a chuparme y a morderme
ambos pechos, le aparté con mis manos las cabeza.
—¡Me haces daño! —le grité.
—Ya veo que estás acostumbrada a que te follen con delicadeza, yo
así no sé follar. Estoy hasta la polla de las putas que parecen estar hechas
de mantequilla…
Me cogió del cuello por detrás y me tiró sobre la cama de un
empujón, caí bocabajo, me deshizo del pantalón dejándomelo a la altura de
las rodillas y a partir de ahí todo fue dolor, físico y psíquico.
—Estás tan buena, haberte follado dos veces se me ha quedado corto
—me limpió las lágrimas que corrían por mi cara con uno de sus pulgares,
aparté la cara—. No llores, las putas estáis para esto, ¿no?
Se levantó, aún seguía desnudo. Intenté taparme con mis manos toda
la carne que podía, no quería seguir desnuda bajo su mirada. Me senté en
el filo de la cama y me tapé con la sábana intentando localizar la ropa que
me había quitado durante el encuentro. Él se reía de una forma malvada,
evité mirarlo, quería captar los mínimos detalles de aquella situación tan
horrible y del tipo que la había hecho posible. Allí sentada, tapada con
aquella sábana, empecé a pensar en lo ocurrido y el estómago se me
revolvió por completo haciéndome vomitar bajo su sonrisa maquiavélica.
—Vístete y pírate ya de aquí, acabas de vomitar sobre una alfombra
que vale cinco veces más de lo que esta noche voy a pagarte…
Me vestí temblando. Mi camisa estaba rota, aun así me la puse como
pude.
—Toma —me tiró un sobre blanco sobre mi propio vómito—, eres
patética… Hay tías que ni para puta sirven, y tú eres un claro ejemplo...
Recogí el sobre manchado y salí de aquella habitación, él se quedó
allí, con su copa en la mano y desnudo, negando con la cabeza y pensando
que había malgastado tres mil euros.
Bajé aquellas escaleras de mármol como si no pisara el suelo, tenía la
sensación de estar viéndolo todo como en tercera persona. Salí y allí me
esperaba el chófer. Me tapé como pude el pecho con la chaqueta pero ya él
me había visto deshecha.
Me abrió la puerta del coche y entré.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó cuando ya habíamos hecho
algunos kilómetros.
No había parado de llorar desde que me senté en aquel asiento trasero
y él no había parado de observarme preocupado por el espejo retrovisor.
—No.
—Julio es un asqueroso… No sé por qué aceptan las chicas estar con
él.
—Yo no sabía quién era, si lo llego a saber jamás hubiera venido.
—¿Quiere agua? —me cedió una botellita de agua que sacó fría del
reposabrazos. La cogí.
—Gracias.
Cuando aquel hombre me dejó en la puerta de mi bloque y entré, corrí
por las escaleras hasta llegar a mi apartamento, entré y me senté apoyando
mi espalda sobre la puerta, creo que no lloré más en toda mi vida.
•Capítulo 19•
Un peso menos
Hice una bola con la ropa que había llevado al encuentro y fui con
ella hasta la terraza, la metí en un cubo metálico y prendí una cerrilla que
arrojé sobre esta, quemé la ropa intentando borrar todo lo que en un futuro
pudiera hacerme recordar todo lo malo de aquel día.
No cené, no hubiera podido comer aunque hubiera estado hambrienta,
tenía el estómago completamente cerrado, me tomé un par de pastillas
para intentar dormir y me metí en la cama rezándole a todos los santos del
cielo que Julio no apareciese en mis pesadillas. Me abracé a Cásper que
me tranquilizó con su ronroneo, ya estaba con él, en mi búnker a salvo de
todo y de todos. Cerré los ojos y no soñé con Julio, Álvaro fue quien se
paseó por mis sueños únicamente para abrazarme y, de algún modo, lo
sentí muy real y muy mío.
•Capítulo 20•
La confesión de Elena
Puedes imaginarte las ganas que yo llevaba aquel día para trabajar en
el club, cero, o menos cero al cuadrado. Con mi nueva situación
económica no podía permitirme el lujo de faltar al trabajo y, aunque me
daba rabia tener que hacer el espectáculo de Flor, sabía que aquel dinero
extra me vendría de perlas a final de mes.
Entró Elena al camerino mientras me cambiaba de ropa, bueno, me
cambiaba de lencería sería lo correcto decir.
—¿Cómo estás, Elena?
—¡Dios! —se acercó a mí—. ¿Qué te ha pasado en los hombros?
¡Tienes quemaduras!
—No te preocupes, no es nada. Me equivoqué al regular el agua de la
ducha y me metí creyendo que no iba a estar caliente.
—¡Joder! Duelen nada más viéndolas… Espera —se fue corriendo a
su tocador y volvió con un bote de crema en las manos—, esto me lo
pongo cuando algún cliente me quema con un cigarrillo.
Me untó la crema suavemente con las yemas de sus dedos sobre las
quemaduras.
—No te preocupes, no se verá que la llevas cuando salgas a la tarima,
esta crema es transparente.
—Gracias, Elena —las lágrimas se agolparon en mis ojos y
amenazaban con salir.
—¿Quieres que te deje un collar de hilos que va enganchado a los
brazos? Podría taparte las quemaduras.
—Por favor.
Buscó en su armario el collar y me ayudó a ponérmelo con una
delicadeza increíble, intentando no hacerme daño donde tenía las heridas.
—Tu hijo va a ser un afortunado, le ha tocado una madre maravillosa.
—¿Maravillosa? No paro de pensar en cómo le voy a contar cuando
sea mayor su historia… Empezar diciéndole que era puta y que me quedé
embarazada del dueño del club no sé si será un buen comienzo…
—No pienses en estupideces ahora —nos cogimos de las manos y se
las apreté fuerte—. ¿Vas a hablar con Luca?
—Tengo mucho miedo a su reacción, no sé cuál va a ser… Estoy muy
perdida, Nuria.
—Yo confío en que Luca va a reaccionar bien, soy casi experta en
descifrar ojos y los suyos me transmiten calma. No tengas miedo, todo irá
bien.
—¿Sabes? Cuando llegué a trabajar aquí y le vi por primera vez sentí
un flechazo. ¿Tú has sentido alguna vez un flechazo?
—Creo que sí.
—Yo le veía y temblaba, me ponía nerviosa su voz, su perfume, él.
Me enamoré perdidamente en días, creo que nadie me entendería…
—Yo sí te entiendo.
—A veces he pensado que a lo mejor no es que estuviera enamorada y
es que estaba confundida porque jamás nadie me había tratado bien. Como
esas que se enamoran de su secuestrador.
—Síndrome de Estocolmo.
—Eso… Pues un síndrome de Estocolmo pero con mi “chulo”. Tengo
que hablar con él ya o me voy a volver loca.
—Hazlo cuanto antes.
***
***
•Capítulo 21•
Sin hacer ruido
•Capítulo 24•
Gracias, tía Adela
Aquel día volví al club con una forma diferente de ver las cosas. No
me gustaba el trabajo, no era novedad, pero había vuelto a verlo
únicamente como la catapulta que me lanzaría a mi nueva vida.
Durante la noche pensé mucho en cómo quería desarrollar mi vida a
partir de aquel día. Seguiría trabajando en el club hasta conseguir dinero
suficiente como para volverme al pueblo. Mi sueño quedaría en eso, un
sueño que no se pudo hacer realidad. Trabajar y conseguir el dinero
suficiente como para mantener una vida en Madrid y pagarme los estudios
y, a la vez estudiar, lo veía casi una misión imposible.
—Buenas noches.
—Hello, Venus. ¡Jopetas cómo se lio ayer!
Flor estaba poniéndose la lencería con la que haría su espectáculo de
sexo en vivo.
—Pasé mucho miedo.
—Yo, o sea, flipé muy mucho… Menos mal que la que estaba dando
el espectáculo eras tú, llegamos a estar chingando Samu y yo y nos pillan
de lleno…
—¿Has visto a Luca?
—Lukilú se quitó del medio anoche y no ha vuelto a asomar por aquí
el bigote… A ese le dieron un chivatazo.
Me hacía mucha gracia cómo hablaba Flor, ella decía que era una
picani, una pija encerrada en el cuerpo de una cani…
Una vez en casa abrí las cartas y empecé a temblar cuando vi que una
de ellas era de un notario. La abrí, era la citación para la lectura del
testamento de la tía Adela en dos días. Me quedé tan descolocada que
aquella noche no paré de darle vueltas a aquella citación.
Varios días sin ver a Álvaro y dándome cuenta de que, sin él, las
cosas no tendrían el mismo color. Fui en taxi a la lectura de un testamento
en el cual no entendía por qué se me nombraba a mí y del que salí teniendo
muchísimo dinero. La tía Adela me había dejado toda su herencia, unos
cuantos de miles de euros y el apartamento colindante con el mío. Aún no
me lo creía.
Fue el principio de una nueva vida, el entierro de Venus y el resurgir
de Nuria, aún quedaba un largo camino por delante pero sabía que, gracias
a la tía Adela, mi vida volvería a pertenecerme.
Al mes había dejado mi trabajo en el club, le agradecí a Luca lo bien
que me había tratado y le mandé muchísimos besos para Elena, ambas
habíamos conseguido salir de allí y estaba segura de que sería el principio
de muchas cosas buenas que empezaríamos a vivir.
Estaba en terapia, necesitaba que un especialista me ayudara a
canalizar lo que sentía, Julio me destrozó una parte de mi vida y me
negaba a darle la posibilidad de que me destrozara el resto, o quizá ya
estaba destrozada y Julio fue la gota que colmó el vaso. Volví a apuntarme
a la universidad y le prometí a la tía Adela que conseguiría mi sueño.
Dejé mi apartamento y me mudé al que la tía Adela me había
regalado, poco a poco lo fui transformando aunque dejé mucho de ella en
su interior para tenerla siempre presente, había sido mi ángel de la guarda
y le estaría agradecida eternamente, había conseguido sacarme de los
lodos.
•Capítulo 25•
Un columpio en el árbol y una
fiesta en la plaza
•Capítulo 29•
Una decisión incorrecta
•Capítulo 30•
Ajuste de cuentas
Estuve a punto de contárselo todo en tres ocasiones a Álvaro y no sé
por qué no lo hice…
—¿Vas a salir?
Estaba terminando de maquillarme.
—Sí. He quedado con Rocío para celebrar el último examen, lo
hemos hecho esta mañana, ya está el curso terminado.
—Genial. ¿Te espero para cenar?
—No.
Estaba raro, supuse que era cosa mía puesto que yo sí que estaba
rara… Intentaba fingir que todo estaba guay pero no estaba muy
convencida de que la actuación me estuviera saliendo bien.
—Diviértete.
Una simple palabras para sentirme más mierda de lo que ya me
sentía. Se me hizo un nudo en la garganta y tuve controlar las lágrimas que
querían salir de mis ojos.
—Te amo — le susurré. Me abracé a él y me apretó fuerte.
—Yo a ti también, mucho, muchísimo. Mírame —me cogió la cara
entre sus manos y me obligó a mirarle a los ojos—, sé que te pasa algo, si
no me lo quieres contar, vale. Solo quiero que sepas que estoy aquí.
—Lo sé, mi amor. Estoy un poco agobiada por las calificaciones de
los exámenes finales, ya estaré mejor.
No me lo creía ni yo… Tal y como las palabras iban saliendo de mi
boca, más ridículas iban sonándome… Estaba enfadada conmigo misma
por volver a tejer entre Álvaro y yo otra maldita red de mentiras.
Estaba muerta de miedo.
•Capítulo 31•
Venus ha muerto
Mi ropa no había sido localizada por los agentes así que, envuelta
únicamente en una manta, salí de aquella maldita casa acompañada por
dos policías. Cuando salí y vi que estaba amaneciendo supe
inmediatamente que Álvaro debía de estar muy preocupado por mí. Mi
teléfono móvil estaba destrozado y no había podido contactar conmigo.
Los agentes habían encontrado lo que quedaba de mi teléfono móvil en la
parte posterior de su jardín dentro de unos setos, cerca de un pequeño lago
que formaba parte de un campo de golf privado. Posiblemente Julio lo
rompería para no dejar señales de mi paso por allí, seguro tenía pensado
acabar con mi vida desde el principio, pero Luca rompió todos sus
esquemas disparándole antes de que él lo hiciera.
•Capítulo 32•
De Venus a Nuria
Sabía que para él también estaría siendo muy difícil, amar a una
persona y decidir dejarla encontrarse, no debía ser nada fácil, si hubiera
sido yo la que hubiera tenido que darle su espacio estaría desquiciada.
•Capítulo 34•
Si tú me dices ven…
Estaba columpiándome en el columpio del árbol. Analizaba lo mucho
que me había cambiado la vida y lo feliz que era, no tenía miedos, ni
caretas, parecía que se había borrado todo mi pasado, no recordaba con
claridad lo infeliz que una vez fui porque la felicidad que tenía era mayor
que la mierda que viví.
—Nuria —salió mi madre de casa con una carta en la mano—, han
dejado esto en el buzón. Es para ti.
—¿Para mí? —fruncí el ceño extrañada, cogí la carta y no tenía
remitente—. Gracias, mamá.
Volvió a irse y volví a quedarme sola en mi columpio. En otro
momento de mi vida, recibir una carta sin remitente me hubiera hecho
temblar, en aquel momento no fue así, yo ya era una chica nueva, decidida
y con muy pocos miedos.
La abrí y reconocí aquella letra al instante:
Hola Nuria:
Hoy te he visto sentada en el columpio del árbol y he sentido muchas
ganas de acercarme a ti. Me gustas mucho y ya no tengo miedos porque sé
que te gusto. Seguro que sabes quién soy, ya sí que te lo imaginas. No hará
falta que te de la pista esa tonta de “mi nombre empieza por A” porque,
aunque el pueblo esté lleno de Antonios, ya sabes que soy Álvaro.
Un beso sería demasiado poco. Me gustas mucho más que mucho.
Te amo.
Era una carta con la base de la primera carta anónima que me dejó
bajo la puerta, aquella que tenía en mis manos estaba adaptada a nosotros,
al momento que vivíamos. Sonreí como solo él sabía hacerme sonreír.
Cuando levanté la mirada de la hoja estaba detrás de la valla, agarrado a
ella y sonriendo.
—¡Rubia! —me gritó—. ¡Qué me caso!
Sonreí y paré el columpio con mis pies.
—¿Con quién?
—Con la seño Nuria.
Atravesé el huerto con una sonrisa en la cara, él también la tenía
dibujada en la suya. Abrí la cancela y salí.
Durante unos segundos nos quedamos parados el uno frente al otro.
Abrió los brazos y salté rodeándole con mis piernas su cintura. Nos
besamos como ansiamos durante el tiempo que no pudimos hacerlo.
—Has vuelto —me susurró sobre la boca.
—Con más ganas que nunca.
No podíamos parar de besarnos, nos daba igual quién pasase a nuestro
lado, estábamos solos en el mundo, o al menos así lo sentíamos. Por fin
nos teníamos, el mundo podía pararse ya si quería.
—Te he echado muchísimo de menos, Nuria. Todos los días, a todas
horas, a cada minuto.
—A cada segundo —añadí.
—Te tengo entre mis brazos y no quiero soltarte.
—¿Será esta vez la definitiva, Álvaro?
—Lo es, yo sé que lo es.
Apostó todo por mí cuando ni yo misma hubiera dado un céntimo. Me
demostró que cuando es verdadero, el tiempo no importa y que esperar no
supone una pérdida de tiempo.
—¿Buscamos fecha de boda? Porque yo te juro que ahora no me
separará nadie de ti.
—¡Qué yo me caso mañana! Que te subo en mi moto y hablamos con
el cura ahora mismo.
—Si tú me dices ven…
—… lo dejo todo, Nuria,
Sonreímos y volvimos a unir nuestros labios, nuestras lenguas. No me
quería separar de aquella boca nunca más, ya habían estado demasiado
tiempo separadas…
Como dos adolescentes que buscan como locos un lugar apartado para
hacer el amor, volvimos a la casita donde hacía casi dos años nos
habíamos entregado deseosos y esperanzados de que aquella vez todo iría
bien. No pudo ser, todo se torció pero estaba segura de que aquello no
volvería a pasarnos. Estaba liberada de todo lo que pesaba, era una chica
nueva, una Nuria renovada, con sueños alcanzados y sueños por cumplir.
Estaba anocheciendo y el cielo se pintaba naranja, el sol se iba
ocultando detrás de las montañas que veíamos desde aquella terraza. Todo
seguía igual, el suelo cubierto de césped artificial, la mesa de caña y las
sillas, y el balancín donde le pedí matrimonio.
Todo seguía igual excepto nosotros.
Tiró una manta en el césped y nos sentamos sobre ella, el uno al lado
del otro con la mirada clavada en el sol que se iba ocultando. Llenó dos
copas con vino afrutado y me cedió una.
—Por nosotros —levantó la copa e hice lo mismo.
—Por nosotros.
Brindamos.
—¿Cómo has podido estar esperándome todo este tiempo?
—¿Y por qué no iba a hacerlo? —me preguntó.
—No sé, siempre se dice que los chicos no podéis vivir sin estar con
alguna tía, por eso del sexo, ya me entiendes…
—Cuando se ama de verdad, el sexo pertenece a la espera. Aunque
realmente, lo único que necesitas que llegue cuanto antes es el momento
de saber que ya jamás tendréis que volver a separaros.
—Uf, te he deseado mucho estos casi dos años que no te he tenido…
—¿Crees que yo no te he deseado? Eras la dueña de mis deseos
terminados en míseras pajas vacías —le di un codazo—. ¡Ay! Solo te digo
la verdad... Confiésate tú, venga.
Me mordí el labio inferior y sonreí levemente.
—A ver... yo… he tenido sueños húmedos contigo durante todo este
tiempo en el que hemos estado separados —le dije.
Cuando sonreía sentía que con aquella curva en los labios podía
conseguir cualquier cosa.
—No me asombra, desde los quince años llevas mojando tus sábanas
conmigo… Me siento el rey de reyes.
Le di otro codazo, me guiñó el ojo y se acercó hasta dejar su boca
sobre la mía. Volvimos a besarnos, me agarró de la nuca y me dejó caer
suavemente sobre aquella manta.
Sin parar de besarnos su mano derecha me recorría el cuerpo y
bufaba, sabía que estaba loco por tenerme, yo también lo estaba por
tenerle a él. Acarició mi pecho por encima de la ropa y fue bajando su
mano lentamente hasta llegar al botón de mi pantalón vaquero, me lo
desabrochó con aquella mano únicamente, bajó la cremallera e introdujo
su mano dentro de mi pantalón, sobre mi tanga (por suerte llevaba uno de
mis tangas más bonitos). Sentir su mano ahí me volvió loca. Llevé mis
manos a la bragueta de su pantalón, seguí su misma táctica, primero
desabroché el botón, después bajé la cremallera y por último introduje mi
mano dentro de su pantalón agarrándole la polla sobre su bóxer negro.
Se encogió y gimió sobre mi boca. Sacó su mano de mi pantalón y me
deshizo de él. Se arrodilló a mi lado, podía verle la polla marcada en su
bóxer, me mordí el labio inconscientemente y sonrió.
Me quitó el tanga deslizándolo lentamente por mis piernas y
dejándome desnuda de cintura para abajo, completamente expuesta para
él. No sentí pudor, todo lo contrario, me encantaba cómo me observaba
detalladamente cuando me tenía desnuda ante él aunque no conseguía
tranquilizarme, él me hacía vibrar.
—¡Es que me encantas, joder! Y cada día más. No sé qué va a ser de
mí cuando cumpla ochenta años…
Se puso de pie y se deshizo de toda su ropa, era un dios griego, el tío
perfecto y no solo físicamente, que sí que lo era, pero tenía una forma de
ser envidiable, dotado por la paciencia, el cariño, la amistad, la entrega, la
fuerza y la valentía. Era mi superhéroe particular, desde casi el principio
de todo.
Se colocó sobre mí y me lamió el ombligo. Me sacó la camiseta con
suavidad, me desabrochó el sujetador y lo deslizó por mis brazos hasta
dejarlo sobre el césped. Ahora sí que estábamos desnudos por completo,
desnuda la piel y desnuda el alma.
Cogió un paquetito plateado del bolsillo de su pantalón y me lo
mostró guiñándome el ojo.
—Hoy sí estabas preparado, Lobo.
—Sabía que hoy te tendría, lo supe desde que te escribí la carta y la
dejé en tu buzón.
—Soy demasiado previsible, ¿no?
—Somos demasiado previsibles.
Lo abrió con los dientes, sacó el condón y los deslizó con suavidad
por su polla. Se puso sobre mí y volvimos a besarnos. Cuando le sentí
dentro de mí todo el vello del cuerpo se me erizó. Se movía lento,
entrando y saliendo con calma de dentro de mí, un ritmo que me volvía
loca, necesitaba más pero a la vez me encantaba que lo hiciera así de lento.
Me besaba la boca, la barbilla, el cuello, iba dejando un camino de
saliva que después volvía a desandarlo hasta llegar nuevamente a mi boca.
Poco a poco fue aumentando el ritmo de sus embestidas y me corrí
gritando su nombre y acelerando así su orgasmo. Se quedó sobre mi pecho,
respirando agitado y con una de sus manos apretándome el muslo.
—¿Sabes? Mañana me parece tarde —me dijo con la voz jadeante—,
que me caso hoy mismo.
•Capítulo 35•
La boda del año
¿Cuánto tiempo crees que es el ideal para preparar una boda? ¿Seis
meses, un año, dos? Nuestra boda la preparamos en cinco meses y fueron
los cinco meses más largos de mi vida.
El diecisiete de abril había sido el día elegido para unirnos en
Sagrado Matrimonio, una boda como siempre la soñé e imaginé aunque he
de reconocer que planificarla no estaba siendo todo lo fácil que pensé que
sería.
Elegir mi vestido fue una odisea, dicen que las novias saben cuál es el
suyo nada más verlo, pues yo debí ser la excepción que rompe toda regla.
Llevaba probados por lo menos veinte vestidos, a todos le buscaba un
fallo, cuando me miraba en el espejo sentía que no eran para mí, todos
tenían ese algo que no me gustaba y que no lo hacía especial, yo buscaba
un vestido que me representara, que la gente lo viera en una percha y
dijeran que ese vestido debía de ser el de Nuria. Pues bien, ese vestido
especial, al parecer, no existía. Desesperada porque solo tenía dos meses
por delante, elegí uno de los que más puntos a favor tenía y pedí que lo
modificaran un poco. Cuando lo vi terminado y me lo probé supe que
aquel vestido sí que me representaba.
Tenía solo una manga larga ajustada a mi brazo. Completamente
entallado hasta la cintura que se abría para dejar la parte delantera al
descubierto, por esa apertura se verían mis piernas dentro de un pantalón
ajustado. La falda del vestido terminaba con una enorme cola en la parte
trasera. Aquel sí era el vestido de mis sueños.
Elegir los zapatos fue mucho más fácil de lo que yo creía, pensé que
lo tendría más difícil porque los zapatos son mi perdición, me vuelven
loca, y me gustan todos, pero cuando los vi en aquel escaparate supe que
eran aquellos los que quería lucir en mi gran gran gran día. Eran unas
sandalias de tiras finas, muchas tiras finas, que iban subiendo por todo el
empeine hasta llegar al tobillo. Pensé en comprarlas blancas pero no, me
las compré rojas. Así era yo, decidida, valiente y rompiendo patrones.
Otra odisea fue entregar las invitaciones, algunas las entregamos en
mano, otras las mandamos por correo, algunas se perdieron por el camino
y tuvimos que volverlas a enviar. Tanto Álvaro como yo, habíamos dejado
amigos en Madrid, él había pedido de nuevo un traslado y volvió a tener
suerte cuando se lo dieron para la provincia de Cáceres.
Terminada la odisea del vestido, las invitaciones, la colocación de los
invitados en las mesas y un largo etcétera, solo me quedaba esperar e ir
descontando los días hasta el gran día.
Álvaro estaba nervioso, nuestros padres aún estaba digiriendo la
noticia y el saber que tenían muy pocos meses por delante para elegir
modelito. Estaban felices, nos veían felices y todo lo demás era
secundario.
—Mañana será el gran día —me dijo después de haber hecho el amor
en la encimera de la cocina.
—Ahora sí que estoy nerviosa… No vayas a dejarme plantada en el
altar, no quiero ser la comidilla del pueblo y del colegio…
—¿Dejarte plantada? Llevo una vida intentado casarme con la
modosita del pueblo. No soy tan imbécil como para dejarla escapar.
—Ay, Álvaro… Qué de cosas hemos pasado hasta llegar hasta aquí…
Miro hacia atrás, viajo por todo lo vivido, y me parece mentira…
—Pues es real, todo esto es real, nosotros somos reales y nuestra
felicidad también lo es.
—Cuando la boda pase y ya nos dediquemos a nosotros cien por cien,
vamos a viajar. Recorramos el país en autocaravana.
—Ese plan me gusta mucho, dos hippies.
Nos quedamos unos minutos callados, creo que ambos estábamos
imaginando en nuestras cabecillas cómo sería una vida así.
—Esta noche deberíamos dormir separados —le solté para volver de
nuevo a nosotros—, ¿no crees?
—¿Y perderme una noche junto a ti?
—Habrá muchas noches más.
—Las habrá, pero la de hoy jamás podré recuperarla. Esta noche la
pasamos juntos, mañana te prometo que a las ocho de la mañana
desaparezco de aquí y no volverás a verme hasta las seis de la tarde.
Y así lo hizo, cuando a las nueve me levanté, ya no estaba en casa.
•Capítulo 36•
Una luna de miel diferente
Mi columpio es mágico, cada vez que tengo un mal día, o siento que
no puedo con algo, me siento en él y siempre termino viéndole el lado
positivo a las cosas o descubro la forma de solucionar el problema, es
como mi freno y el que me ayuda a centrarme. En él soy más cabal.
Cuando volví a dar clases después de mi baja maternal, los niños me
habían preparado un libro con dibujo donde se me veía a mí con mi
pequeño Álvaro entre los brazos, eran unos dibujos preciosos y me
emocioné mucho. Peleé mucho por estar allí, llevaba imaginándome cómo
sería desde que era una niña y mis muñecos eran los que estaban atentos a
mis explicaciones. Todo eso había cambiado aunque la esencia era la
misma, mi amor por la enseñanza.
Veinticinco pares de ojitos mirándome expectantes, habíamos
empezado un nuevo tema que para ellos era apasionante: LOS PLANETAS.
Fuimos nombrando uno a uno los planetas y diciendo en voz alta las
características de cada uno de ellos. Los dibujamos en la pizarra y
añadimos todo lo que tenía que ver con los planetas porque el universo
estaba plagado de cosas sorprendentes.
—Seño, seño —levantó la mano Sergio.
—Dime, Sergio. ¿Tienes alguna duda?
—¿Qué son las estrellas?
—Las estrellas son bolas de gas brillantes y producen luz y energía.
¿Conocéis alguna estrella que sea súper importante para los seres que
habitamos la Tierra?
Se quedaron pensativos hasta que Martín levantó la mano.
—¿El Sol, seño Nuria?
—¡Muy bien! El sol es una estrella enorme que nos da calor, luz y
energía.
—El sol en verano da más calor —dijo Gonzalo y yo sonreí
levemente.
—En verano estamos más cerca de él, es por eso por lo que notamos
más sus rayos. ¿Alguna duda más, alguna curiosidad que queráis compartir
con los compañeros?
—¿Qué son los satélites? —preguntó Marina.
—¿Los satélites?
—Sí.
—Los satélites son cuerpos celestes que giran alrededor de un
planeta.
—¿Y cuántos satélites tiene la Tierra?
Aquellos niños eran una fuente inagotable de preguntas curiosas.
—La Tierra solo tiene un satélite natural, ¿alguien conoce su
nombre? —se hizo un silencio sepulcral, ninguno conocía la respuesta—.
Es muy fácil, solo la vemos por la noche.
—¡La Luna! —respondieron todos al unísono.
—¡Muy bien!
—Seño, Nuria —levantó su dedito Carla—, ¿cuántos satélites tiene
Venus?
Aquella pregunta la sentí directamente al corazón. Tragué saliva y
respiré hondo. Sonreí.
—¿Venus? Venus no tiene satélites.