Los Satelites de Venus - Rosario Martin Martinez

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Los satélites de Venus

Rosario M. Martínez
Para los que estáis ahí
esperando con ganas mis letras.
Gracias, sin vosotros no sería lo mismo.
Los satélites de Venus
~Prólogo~
• Nuria es una chica de un pequeño pueblo de Cáceres que se muda a
Madrid para conseguir su sueño.
• El sueño de Nuria es ser profesora.
• Nuria encuentra un nuevo trabajo y nacerá Venus.
• El sueño de Nuria quedará apartado.
• Nuria vuelve a encontrarse con Álvaro Lobo.
• Álvaro Lobo es un superhéroe sin capa.
• Venus tiene muchos satélites.
• Un columpio en el árbol, confesiones y un amor complicado.
•Capítulo 1•
El principio

Seguro que te has preguntado, al interesarte por este libro, el porqué


de este título si Venus, el planeta, no tiene satélites ninguno... Pues bien,
ha llegado el momento de sacarte de dudas, el planeta Venus no tiene
satélites, pero Venus, la que conocerás si te quedas, tenía demasiados, ¿que
por qué lo sé? Pues porque esa chica soy yo.
Una noche más desmaquillándome frente a un espejo que mostraba
mi verdadera realidad. Mi reloj de pulsera marcaba las dos de la
madrugada y mis ojeras marcaban que aquella vida que llevaba estaba
cerca de acabar conmigo. ¿En qué momento creí que dedicarme a aquello
a lo que me dedicaba me ayudaría a alcanzar mi verdadero sueño?
Desde muy pequeña soñé con dedicarme a la enseñanza, me
apasionaba y me apasiona. Jugaba en mi habitación rodeada de muñecos
que prestaban atención a la materia que impartía, usaba la puerta de uno de
mis armarios como pizarra y de vez en cuando le llamaba la atención a dos
de mis muñecos que imaginaba que hablaban e interrumpían el buen
trabajo del resto de la clase. Me encantaba la idea de poder enseñarle al
mundo mis conocimientos, rodearme de pequeños ojitos que me mirasen
expectantes mientras explicaba, mancharme de polvo de tiza mi ropa
negra y oír la palabra “seño” tropecientas veces al día. Un sueño, un sueño
que nada tenía que ver con lo que hacía entonces.

—Hola, Cásper —le dije a mi gato acariciándole la cabeza—. Ya


volví. ¿Dónde estabas metido? No has venido a recibirme. Cada vez te
cuesta más levantarte del sofá… Los años no pasan en balde, amigo…
Sí, soy de las que habla con los animales. Ojalá todas las personas
fuéramos un poco más como ellos… No tenía prácticamente nadie a mi
alrededor que me aportase tanto como lo hacía mi gato... No necesitaba
que hablase, no le hacía falta, hay personas que hablan mucho y no aportan
absolutamente nada, así que las palabras no eran necesarias entre él y yo.
Estaba cansada de la vida que llevaba, cansada de todo lo que me
rodeaba. Cada día que pasaba dentro de la espiral que era mi vida, tenía la
sensación de que era un día perdido, y la sensación de estar perdiendo los
días y no hacer nada para evitarlo era frustrante. Con esos días perdidos
sabes que estás perdiendo la vida y era una mierda, un desastre y una pena.
Así que me acosté con mi gato en mi cama, los dos juntos,
escuchando el sonido que más paz me transmitía, su ronroneo. Cerré los
ojos y me dormí echando atrás un día más y con muy pocas ganas de que
amaneciera y tener que empezar de nuevo con otro día igual…

Me despertó la vibración de mi teléfono móvil que lo hacía girar


sobre sí mismo encima de mi mesita de noche. Lo alcancé, miré la hora,
casi las dos de la tarde y estaba casi igual de cansada que cuando me
acosté.
—Dime, Luca — contesté tapándome los ojos con mi antebrazo
izquierdo, bostecé.
—¿Estabas dormida?
—Sí, pero no te preocupes —me senté en el filo de la cama—. Dime.
Sabía perfectamente para qué me llamaba, no era la primera vez…
Siempre me decía a mí misma que el teléfono tenía que estar apagado
cuando no me tocaba ir a trabajar, pero mis padres vivían en otra provincia
y me daba miedo no estar disponible si me llamaban.
—Te llamo porque Flor está enferma y no podrá venir esta noche.
Aquella frase la había oído tantas veces que ya no me preocupaba qué
podía estar pasándole a Flor.
—Luca, sabes que esta semana no he tenido ningún día de descanso,
te dije que lo necesitaba… —me puse la bata sobre el camisón y me dirigí
a la cocina.
—Por favor, ven esta noche y te dejo cuatro días libres. Venus, tienes
que hacerme el favor, no podemos dejar la sala sin espectáculo.
No me apetecía tener que volver aquella noche pero, pensándolo bien,
si después tendría cuatro días libres, por fin podría bajar a ver a mis
padres.
—Está bien —me froté los ojos con la mano que tenía libre—, lo
haré.
—Gracias, Venus.
—Luca, después no quiero cambios, sabes que necesito descansar…
—Quédate tranquila. Trabajas esta noche y no vuelves en cuatro días.
Colgué y de nuevo empecé el día frustrada. Seguir con aquella vida
era una auténtica mierda.

A estas alturas quizá sospeches a qué me dedicaba, si no es así, te lo


cuento. Llegué a Madrid llena de sueños buscando un trabajo que me
ayudase económicamente con mis estudios. Había vivido siempre en un
pueblecito muy pequeño a las afueras de Cáceres, mis padres se dedicaban
a la recolección por temporadas, habían trabajado toda su vida en la
recolección de la aceituna, de la fresa, del melocotón, viajando mucho por
la provincia y por Andalucía pero siempre por motivos de trabajo. Nunca
habíamos estado de vacaciones juntos, cuando por trabajo tenían que
cambiar de ciudad, me dejaban con mis abuelos. Recuerdo que mis
abuelos me daban todo cuanto tenían pero aun así, echaba de menos a mis
padres.
Cuando daban las vacaciones en el colegio, muchos de mis
compañeros viajaban a la costa y el pueblo se quedaba un poco más vacío.
Tenía todo el día libre pero no podía emplearlo en estar con mis padres o
mis amigos, y las vacaciones se me hacían eternas y muy aburridas.
Cuando ya me gradué y me tocó elegir la carrera, quise estudiar
magisterio porque había sido mi sueño durante toda mi vida escolar. Quise
hacerlo costeándome yo misma los estudios, fue por eso por lo que viajé
hasta Madrid, allí podría conseguir un trabajo más fácilmente. Y sin corta
ni perezosa, a Madrid que me fui.
Puedes imaginarte cuando llegué allí cómo me sentí, veinte años
recién cumplidos, todo me parecía enorme, acostumbrada a comprar en la
tiendecita de mi pueblo, saludar a todo el mundo por la calle y a viajar,
como mucho, hasta el pueblo de al lado en el coche de algún vecino. Pues
eso, que puedes imaginarme paseando por las vías kilométricas de Madrid,
cogiendo el metro o comprando en los enormes centros comerciales de
allí. Sabía que se me podía distinguir a la perfección entre los habitantes
de la gran ciudad…
Poco después de llegar, empecé a trabajar en una pizzería, no ganaba
mucho pero para empezar estaba bien, me dije. Me inscribí al año de estar
trabajando en la universidad y, aunque me negaba, mis padres me hacían
de vez en cuando transferencias que me ayudaban a costearme el piso
compartido en el que vivía. Fue muy difícil comenzar desde cero en una
ciudad tan diferente al pueblecito de donde venía, me sentía sola y
desubicada pero si algo había aprendido de mis padres era a no rendirme y
a luchar por lo que verdaderamente quería.

Una noche, dos de mis compañeras de piso me insistieron en salir de


fiesta a un local muy famoso que se había puesto de moda entre la
juventud. Me apetecía divertirme y socializar ya que apenas tenía relación
con nadie. El local estaba hasta la bola, caminar era una odisea y me
arrepentí de haber ido minutos después de entrar. Aquel local de moda fue
otros de los lugares donde sentí que no encajaba…
Estábamos bailando y bebiendo de una copa que no soltábamos en
ningún momento y que manteníamos pegada a nuestro pecho. De todos es
sabido, es como de primero de mudarte a otra ciudad, que tu madre te lo
deja bien dicho antes de salir de su nido, y ay de ti si no lo cumples: “niña,
el vaso siempre contigo, no lo dejes en ningún lado que te echan droga”…
Así que así estaba yo, bailando y con la mirada pegada a mi vaso.
Poco antes de abandonar la fiesta, se me acercó un chico bien vestido
y me dio una tarjeta con un número de teléfono, me quedé un poco
descolocada, solo me dijo que tenía un trabajo que quizá podía interesarme
y, aunque en el fondo no me dio buena espina, guardé la tarjeta.

Vivir en Madrid me suponía unos gastos que mes a mes me iban


resultando más complicados de cubrir con mi sueldo de la pizzería. Ir y
venir de la universidad, pagar la habitación, gastos y parte de la comida de
mi piso compartido e ir y venir de mi trabajo, estaba empezando a
resultarme una tarea complicada así que, una mañana, después de
desayunar sobre el escritorio de mi habitación completamente sola, cogí la
tarjeta que aquel hombre me dio y llamé.
—Buenos días, soy la chica a la que entregó una tarjeta en la
discoteca hace un par de semanas —dije súper nerviosa al descolgarme la
llamada.
—Me sería imposible recordarte, entrego varias tarjetas durante todas
las noches... Podrías pasarte por la oficina y te explico mejor, y en
persona, en qué consiste el trabajo. Si tienes esa tarjeta es porque vi algo
en ti y me gustaría que formaras parte de mi equipo.
—Está bien, dígame la dirección.
Muy amablemente me dio la dirección y me citó a una hora en
concreto.

Llegué apurada, no quería llegar tarde a mi entrevista de trabajo, no


sería dar una buena impresión. Fui en metro y el viaje se me hizo eterno,
lo pasé prácticamente con la mirada clavada en la esfera de mi reloj de
pulsera y las manecillas no se movían apenas.
Miré dos veces el papel donde llevaba apuntada la dirección cuando,
al llegar, vi que se trataba de una sala para el disfrute masculino, un club
de alterne, un puticlub, un prostíbulo, como quieras llamarlo. Me sentí
hundida, pensé en no entrar, darme la vuelta y volverme a casa, pero como
si de una fuerza mayor se tratara, entré al interior del local.
No había ningún cliente, era temprano para que ya hubiera gente allí,
y lo agradecí. Aunque en Madrid no conocía prácticamente a nadie, sentía
angustia de pensar que alguien pudiera reconocerme allí.
—Buenas tardes —me dijo una chica alta, bastante guapa y muy
provocativa vestida—, ¿te puedo ayudar en algo?
—Sí, tengo una entrevista con Luca.
—Acompáñame, cariño.
Se me erizó el vello de todo el cuerpo. Aquel tono de voz de la chica,
esas ganas de querer agradar usando solo su voz, me ponía muy nerviosa.
—Luca —dijo abriendo la puerta de una pequeña oficina que se
encontraba en la segunda planta del local—, ha llegado una chica y
pregunta por ti.
—Que pase, puedes retirarte Candy, gracias —dijo sonriente.
La chica me dio paso con su mano y entré al interior de la habitación.
Aquella zona no tenía nada que ver con el resto del local. Era una zona
amplia, con mucha luz natural, muy ordenada y con un olor bastante
agradable a madera.
—Buenas tardes, yo soy Luca —me cedió la mano y se la estreché—.
Me acuerdo de ti. ¿Cómo te llamas?
Luca era un hombre de unos cuarenta años, muy guapo y elegante, un
gesto un poco chulo pero con un brillo sano en los ojos.
—Mi nombre es Nuria. He venido por su oferta de trabajo pero creo
que no va conmigo esto…
—Siéntate, deja que te explique primero y después podrás tomar la
decisión que te apetezca. Eres muy joven, ¿verdad?
—En unos meses cumpliré veintidós años.
—¿Estudias, trabajas?
—Ambas. Trabajo en una pizzería para costearme los gastos de la
universidad, estoy haciendo magisterio, educación primaria. Aún tengo
tres largos años por delante…
—Por tu acento diría que no eres de Madrid, ¿estoy equivocado?
—No, soy de un pequeño pueblo de Cáceres.
—¡Me encanta Extremadura!
Sabía que quería hacerme sentir cómoda. Sonreí levemente.
—Bueno, iré al grano, no quiero que pierdas mucho tiempo aquí.
Como has podido comprobar es un club donde los hombres vienen a
divertirse. Hay espectáculos y bueno, si desean pueden estar con alguna
chica en alguna de nuestras salas privadas.
El mundo se me iba cayendo por minutos a los pies. Cada vez me iba
sintiendo más y más ridícula en aquel lugar.
—Lo siento pero no me interesa…
—Serían mil ochocientos euros al mes, más las propinas que te dejen
los clientes si decides estar con ellos en alguna de nuestras salas privadas,
y déjame decirte que son unas propinas muy jugosas.
Ganaba casi ochocientos euros menos en la pizzería, económicamente
me vendría muy bien pero tenía que pasar de ser pizzera a puta, no era
poca cosa…
—Sigo sin verlo, no me veo capaz de mantener relaciones sexuales
con hombres a cambio de dinero. Lo siento.
—No tienes que hacerlo, ya te he dicho que si decides estar con
clientes tendrás beneficios económicos aparte.
—Si no tengo que tener relaciones con ningún cliente, ¿en qué
consistiría mi trabajo?
—Dar espectáculo, show en vivo. Pole dance, stripteases o sexo en
vivo con otro compañero, esos son básicamente los tres espectáculos que
tenemos en el club.
—Lo siento, perdóneme pero es demasiada información. Tenía otro
tipo de trabajo en mente y estoy un poco confundida —me levanté del
sillón de cuero en el que había estado sentada y él se levantó
seguidamente.
—Te entiendo, puedes irte a casa y pensarlo. Si decides aceptar el
trabajo solo tienes que llamarme.
Salí de allí desilusionada, triste y un poco enfadada.

Lo pensé mucho, mis padres estaban agotados físicamente de trabajar


de sol a sol por un sueldo de mierda, no podía consentir que siguieran
pagándome el alquiler porque, aunque yo no les hablaba de temas
económicos nunca, ellos imaginaban que vivir en la capital no debía ser
barato. Y estaban en lo cierto.
Una noche, mientras estudiaba para un examen que tendría en días
siguientes, volví a ver la tarjeta que Luca me había entregado. La cogí
entre mis dedos temblorosos y vi en ella una posible vía de escape. Serán
solo unos meses me dije, es solo bailar en una barra, no debe ser tan
complicado…
—Dígame.
—Luca, soy Nuria, acepto tu propuesta.

•Capítulo 2•
Bailando
Ganarme la vida bailando por la noche no era el trabajo que hubiera
deseado para mi vida allí en Madrid, pero sí que sabía que tener un
desahogo económico podía hacerme estar más tranquila.
Mis condiciones con Luca fueron claras desde el principio, solo me
dedicaría a hacer el show de Pole Dance, únicamente a eso.
Como era de esperar, no tenía ni la más remota idea de cómo bailar
en una barra e incluso tenía mis dudas de si yo sería capaz de sostener mi
propio cuerpo con mis manos. Por suerte mi genética ayudaba y era una
chica menudita y fuerte.
¿Quieres saber cómo soy? Pues bien, como ya he dicho unas palabras
atrás soy una chica menudita, no muy alta casi un metro sesenta y cinco,
delgadita pero con una musculatura bastante generosa. Me gustaba ir al
gimnasio y apuntarme a uno fue lo primero que hice cuando encontré
trabajo. Ese es mi físico, una chica fitness que se dice hoy en día. Tengo
los ojos verdosos, rubita y cara de cría, angelical como decían mis padres.
Ahora que ya sabes cómo soy, seguiré con mi historia.

Luca me propuso ir a una academia de baile donde se impartían


clases de Pole Dance y acepté, él correría con todos los gastos y si solo
quería dedicarme a aquello, primero tenía que aprender. No fue
complicado, pensé que iba a costarme más trabajo así que, en pocos meses
de clases intensivas, ya estaba dando mi espectáculo sobre la tarima bajo
la atenta mirada de decenas de hombres.
El primer día que bailé lo clasifico como uno de los peores días de mi
vida, el show quedó genial pero la vergüenza que sentí al exponerme con
un conjunto de tanga, sujetador, medias de red y taconazo a un público
exclusivamente masculino, me hizo sentir muy incómoda. Por suerte, poco
a poco y día tras día me fui acostumbrando a sentirme observada, aunque
gustarme no me gustaba, para qué mentir…
A los pocos meses de estar trabajando en el club cambié de piso y
empecé a vivir sola, y al año conducía un coche propio, un FIAT 500
descapotable rojo, parecía una Barbie dentro de él, no era un cochazo de
alta gama pero era mi coche y lo había conseguido yo sola.
Bailando iba consiguiendo poco a poco todo lo que me proponía, todo
excepto para por lo que realmente estaba allí. Terminaba de trabajar muy
tarde y me costaba la vida ir a la universidad, poco a poco fui dejando
estancado mi verdadero sueño. Solo llevaba un año y medio de carrera
cuando tuve que dejarlo.

—Luca, no puedo estar sustituyendo a todas las chicas cuando


enferman, hago dos shows diariamente.
Dejé de mala gana mi bolso sobre uno de los tocadores de los
camerinos.
—Sabes que es complicado encontrar a chicas que quieran trabajar
aquí. Flor me ha avisado con muy poco tiempo de antelación, discúlpame
Venus pero ya sabes que el espectáculo se tiene que realizar, no puedo
dejar a los clientes colgados, pagan por verte.
—Podrías llamarme por mi nombre, ya sabes que no me gusta que me
llames Venus cuando estoy fuera del escenario…
—Es la costumbre, sabes que lo hago con todas… Perdóname.
Venus… Elegí aquel nombre por la diosa del amor, me parecía un
nombre bonito pero terminé odiándolo. Venus se había comido casi por
completo a Nuria, a ella y a sus sueños.
Luca salió del camerino y me dispuse a cambiarme. Colgué mi abrigo
en el perchero, guardé el pantalón vaquero y la camiseta básica blanca con
la que había salido de casa en uno de los cajones de la cajonera donde
guardaba la ropa (lencería básicamente) de los espectáculos. Para aquella
noche elegí un par de pezoneras rojas, un tanga rojo con pedrería, un
liguero del mismo color sujetando mis medias y unos tacones de
plataforma y tacón de aguja. Me senté en el banco acolchado que había
bajo el tocador y empecé a maquillarme.
—¿Hoy también actúas? —me dijo Candy nada más entrar en el
camerino.
—Me llamó Luca esta mañana, ya sabes, volví a decirle que sí…
—Sabe que vas a aceptar, le tienes muy malacostumbrado. Yo cuando
tengo que descansar apago el teléfono.
—Ya… Yo siempre digo que lo voy a hacer y nada, ya sabes, por lo de
mis padres…
Elena, que era el nombre real de Candy, conocía gran parte de mi
pasado, conocía qué me había llevado a Madrid y cuál era mi verdadero
sueño.
—Qué bien pensaste las cosas cuando decidiste entrar con la
condición de dedicarte únicamente a los espectáculos —decía mientras se
retocaba el maquillaje.
—¿Tienes privado hoy?
—Así es —se puso en pie y se recolocó bien el vestido apretado que
llevaba puesto—. Estoy tan cansada de toda esta mierda, Nuria…
—Te entiendo.
—A veces me gustaría desaparecer. Estar sola, irme a una isla
desierta, no ver a nadie durante un largo periodo de tiempo. Esta mierda
no es vida, así no…
—No imaginas lo identificada que me siento con lo que dices…
—No sabes la de veces que he soñado que entraba por la puerta un
hombre apuesto y que se enamoraba de mí, creo que he visto demasiadas
veces Pretty Woman…
Aquella última frase la dijo antes de salir por la puerta del camerino.
Me daba pena creer que nuestros sueños e ilusiones se quedarían
guardados en algún cajón del olvido de nuestras mentes.

Salí al escenario, decenas de hombres esperaban ansiosos, como cada


noche, el espectáculo. Tocaba dejar a Nuria en una esquina tapándose los
ojos y sacar a Venus. Dejé de mirarlos, me concentré en bailar en aquel
tubo y me olvidé del resto. Imaginar que estaba sola bailando era mi truco.
Tal era mi desconexión que dejaba de oír cómo silbaban incluso.
Los clientes no podían acercarse a mí, aquello podía considerarse un
lujo, si querían solicitar un privado conmigo debían hablar con Luca,
proponer una cantidad de dinero y seguidamente él venía a proponérmelo.
Lo hizo unas cinco veces, la que hizo seis le dije que no había dinero en el
mundo capaz de comprarme, directamente empezó a rechazar todas las
propuestas de los clientes para conmigo.

—Has estado genial, Venus —me dijo cuando me disponía a


marcharme a casa.
—Nuria, mi nombre es Nuria.
—Lo siento, ya sabes que no me acostumbro…
—Me marcho a casa, te recuerdo que tengo cuatro días por delante de
descanso, no me llames, no aceptaré ninguna propuesta.
—No te preocupes, te lo mereces, ¿cuántas veces has actuado esta
semana? ¿siete?
—Catorce —le corregí—. He estado haciendo doblete todos los días.
—Está bien, siento que hayas tenido que venir pero ya sabes, el show
debe continuar.
Me encaminé a la puerta del camerino. Miré mi reloj de pulsera y
marcaba las tres y media de la madrugada.
—Buenas noches, Luca.

Todos los días iba caminando al club, mi apartamento no estaba lejos


y buscar aparcamiento cerca era un calvario. Aquel día hacía frío, agradecí
no haber olvidado mi abrigo en casa como otros días solía pasarme. Iba
caminando con las manos metidas en los bolsillos y la mirada al frente, no
había nadie por la calle y sentí miedo, como cada noche.
Cada camino que hacía desde el club a mi apartamento era una
tortura. Se me pasaban miles de escenas posibles e hiperpeligrosas por la
cabeza en los pocos metros que separaban el club de mi casa. En verano
había mucha gente en la calle a esas horas pero cuando el frío ya hacía
acto de presencia, las calles se volvían solitarias. Apresuré la marcha,
quería llegar cuanto antes a casa.
—Cásper —dije nada más entrar en mi apartamento—, ya volví.
El sonido de un cascabel se fue acercando a mí. Se rozó con mis
piernas y lo cogí en brazos. Ronroneaba y aquel sonido me hacía feliz.
—¿Qué me has preparado para cenar? Vengo muy cansada, espero
que me hayas hecho algo rico —entré en la cocina, abrí el frigorífico y
saqué un trozo de tortilla del día anterior—. Está bien, esto me gusta.
Cené bajo la atenta mirada de Cásper, me di una ducha y me fui a la
cama. Saber que no volvería al club en cuatro días y que por fin podría
volver a ver a mis padres, me hizo dormir bien.

Meter prendas de ropa sin ton ni son dentro de una maleta sin apenas
haber descansado era una aventura, lo mismo podía encontrar al llegar a
mi destino una camiseta de tirantas que un polar.
Marqué el número de teléfono de mi madre, me lo puse en la oreja y
lo sostuve con mi hombro para conseguir cerrar la maleta.
—Mamá —dije cuando descolgó el teléfono—, te tengo una muy
buena noticia.
—Ay, mi niña… Dime.
—Cuando termine de desayunar salgo para allá.
—¿Vas a venir? —me dijo emocionada—. ¿Cómo es eso, hija mía?
¿Vuelves?
Me dio un leve pellizco el pecho al escuchar a mi madre hacerme
aquella pregunta. Sabía que necesitaba tenerme de vuelta, pero no iba a ser
posible por el momento.
—Estaré cuatro días con vosotros, vuelvo para Madrid el jueves.
—¡Ay, hija! ¡Qué alegría! Verás cuando se lo diga a tu padre… Ahora
dime, ¿qué quieres que te prepare para almorzar?
—Un guiso, mamá —le dije con una sonrisa dibujada en la cara—. Lo
que sea mientras se coma con cuchara.
Pude verla sonriendo al otro lado aunque realmente era imposible.
Tenía un largo camino por delante y, aunque no había podido dormir
muchas horas porque había madrugado mucho, estaba deseando
empezarlo. Volver a casa, abrazar a mis padres, comer un plato de comida
caliente hecho por mi madre, pequeños placeres que solo valoras cuando
los tienes lejos.
•Capítulo 3•
Álvaro

Llegar a mi pueblecito me despertó muchísima nostalgia. Echaba


tanto de menos lo que había dejado allí que cuando leí el pequeño cartel
que anunciaba que ya había llegado, empecé a llorar como una niña.
Mis vecinas de toda la vida ataviadas con sus delantales y vestidas, en
su gran mayoría de negro, estaban limpiando las ventanas, barriendo la
acera o esperando que pasase el panadero que iba de pueblo en pueblo.
Aquellas eran mis raíces, aquello olía a mi niñez, a mi adolescencia
ingenua que creía que todo aquello era una mierda. Aquel pueblecito a las
afueras era mis padres, mis abuelos y mis ilusiones.
Aparqué el coche bajo la atenta mirada de dos de mis vecinas.
—Buenas tardes, Adelina y Carmen —les dije al bajar.
—¡Ay, mi niña! —me dijo Adelina acercándose para abrazarme—.
Nos quedamos mirando este coche porque es tan moderno que nos extrañó
verlo. No podía ser de otra, la niña de la gran ciudad.
—Os he echado de menos.
—Estás muy guapa, muy flaca, pero muy guapa —me dijo Carmen
dándome un beso de esos que son doce besos en uno.
—¡María, sal! La niña, ¡ya ha llegado tu niña! —le gritó Adelina a mi
madre por la ventana.
En milésimas de segundos tenía a mis padres abrazándome.

Sentarme en la mesa de aquella cocina que olía a comida, comer en


aquella vajilla aquel potaje con judías verdes con aquellos cubiertos, estar
con mis padres, respirar el olor de mi casa, aquello era un lujo.
—¡Casi un año! Nuria, mi niña, ¿tanto trabajo y escuela tienes que no
puedes venir a vernos más?
—Se junta todo, mamá.
—Es también por el tema del dinero, ¿verdad? Bajar te cuesta un
esfuerzo económico. Nunca nos dices nada del dinero, no sabemos si
necesitas algo, no sabemos si con tu trabajo llegas desahogada a fin de
mes…
—Estoy trabajando más, económicamente me va bien.
—Estarás hecha una experta en pizzas —me dijo mi padre con una
sonrisa en los labios—. Podrías montar una pizzería aquí en el pueblo.
Se me cayó el mundo a los pies. Como comprenderás, mis padres no
sabían a qué me estaba dedicando desde hacía un par de años atrás hasta
entonces.
—Aquí en el pueblo no sé yo qué ganancias le dejaría a la niña un
negocio, Arturo.
—Pues el boca a boca haría mucho —insistió mi padre viendo
claramente un negociazo.
—Pero aquí cada vez vamos quedando menos, los jóvenes se han ido
a las ciudades, el último en irse del pueblo ha sido el hijo pequeño de
Dolores, aquel que iba a la escuela contigo. ¿Cómo se llamaba?
—Antonio —le dije.
—Ese.
Echaba de menos aquellas conversaciones con mis padres, los
necesitaba. Aquellos cuatro días no pensaba hacer otra cosa que no fuera
disfrutarlos.

Salí al pequeño huerto que mi padre tenía en la parte posterior de


nuestra casita. Estaba preparando el terreno, quitaba hierbas manualmente,
retiraba piedras y recolocaba el riego. Casi setenta años y tenía más ganas
de vivir que yo.
Elegí aquella mañana un jersey de lana rojo y unos leggings negros
demasiado finos, hacía frío y la nariz empezaba a ponérseme rojita.
Prácticamente al lado de la ventana que daba a mi dormitorio había
un árbol con un columpio bastante deteriorado, recordaba perfectamente el
día que me lo hizo mi padre, qué ilusión me hizo y cuántas veces monté en
él.
—Este ya no está apto para montarme —le dije a mi padre meciendo
el columpio con mis manos.
Se puso erguido echándose las manos a los riñones. Caminó hasta
donde yo me encontraba y sentí que mi padre ya no era el hombre aquel
que trabajó a sol y a sombra para que nada me faltase.
—El tiempo no fue bueno con él.
—Una lástima… Me apetecía columpiarme…
—Sigues siendo una niña.
—Son solo veintitrés añitos, papá.
—Pues eso —me dio un beso en la cabeza—, una niña. Mi niña.

Estar con mis padres estaba siendo terapia pura. En el pueblo no tenía
nada, ni gimnasio, ni restaurantes caros, ni grandes supermercados, ni
wifi, ni centros comerciales, ni ruido. Despertar allí era simplemente
maravilloso, un lujo.
—Buenos días, mamá.
—Buenos días, hija. Toma, desayuna —me dejó sobre la mesa una
tostada recién hecha untada con mantequilla y un café con leche con
muchísima leche, ella me conocía a la perfección—. A ver si consigo que
vuelvas a la gran ciudad con un par de kilos más.
Sonreí.
—Mamá, ¿puedo preguntarte algo?
—Sí, claro —se sentó a mi lado secándose las manos en su delantal
de cuadros.
—¿Necesitáis dinero?
Se volvió a poner de pie y se puso a fregar los vasos del desayuno de
mi padre y de ella. Creí y sentí que quería evadir el tema pero me
respondió.
—No te preocupes por nosotros, ya sabes que soy una hormiguita, he
ido guardando dinero todo el tiempo.
—Ahora estoy mejor económicamente, podría ayudaros.
—Gracias, mi niña. Nosotros estamos bien. Tú solo preocúpate de
conseguir tu meta. Nosotros ya tenemos nuestras vidas solucionadas.
—Mamá, si en algún momento necesitáis algo solo tenéis que
pedírmelo.
—No tienes por qué preocuparte.
Salí a pasear por las calles de mi pueblo con Toby, el perro de mis
padres. Aquellas calles adoquinadas, el olor a comida casera emanando
por las ventanas de las casitas pintadas con cal, el sonido de los pájaros en
los árboles y el agua de la fuente de la plaza eran todo lo que extrañaba
cuando me encontraba en Madrid. Madrid era mi segundo hogar, allí
también era feliz, no de igual modo porque me sentía muy sola, pero
Madrid me estaba dando mucho.
Me senté en un banco de la plaza, saqué mi teléfono móvil e intenté,
sin éxito, conectarme a alguna de mis redes sociales.
—¿Nuria?
Volteé la cara y dibujé una sonrisa enorme en mi cara al verle. Me
puse de pie y le abracé impulsada por mi yo del pasado. Volver a verle,
poder tocarle y olerle me parecía un sueño.
—¿Cómo estás? —le pregunté mirándonos a los ojos.
—Bien, pero no mejor que tú, estás guapísima.
—Gracias, Lobo.
Álvaro Lobo Márquez, el guaperas del pueblo, uno de los pocos que
conducían una moto a los dieciocho, mi amor platónico durante toda mi
adolescencia, el dueño de las “A” de los corazones de mis libretas, el
causante de mis primeras desilusiones amorosas al verlo siempre con una
chica diferente por el pueblo y nunca ser yo la que iba a su lado.
—Me comentó mi madre que la chica de Madrid volvió al pueblo y
supuse que serías tú. De aquí casi todos hemos volado, pero no tanto como
tú.
—Me hubiera encantado poder ver a los de siempre aquí pero eres el
único al que he visto.
—Vaya, lo siento —se carcajeó y me contagió.
—Algo es algo… Contigo me conformaré.
—Bueno, cuéntame qué es de tu vida en la gran ciudad.
—Estoy trabajando en una pizzería y estoy yendo a la universidad —
mentí.
—¿Qué estudias?
—Magisterio.
—Yo también estuve muchos años preparándome para conseguir mi
sueño.
—¿Sí? ¿Qué estudiaste?
—Soy policía.
—¡No te creo!
Se carcajeó y me encantó aquella sonrisa y aquel brillo de aquellos
ojos negros. Iba vestido con un jersey de pico de color blanco y un vaquero
desgastado. Llevaba el pelo engominado y peinado hacia atrás y estaba
increíblemente guapo con la sombra de una barba oscura que cubría su
mandíbula marcada y fuerte. Físicamente, aunque con aquella ropa solo
podía intuirlo, estaba fuerte.
Álvaro estaba cambiado pero conservaba su esencia, el gesto chulesco
de su cara seguía intacto.
—Créetelo, ha sido duro pero ya lo he conseguido. En unos meses
tendré destino fijo. Mi madre solo desea que sea cerca, en cambio a mí me
apetecería volar lejos, tanto o más que tú.
—No sé qué decirte, no es oro todo lo que reluce, es muy difícil vivir
lejos de tu hogar, de tus raíces…
—Hay raíces que están un poco podridas…
No me veía con la confianza suficiente para ahondar en aquello pero
si él tenía aquel pensamiento quién era yo para rebatirle… Pareció leerme
la mente y quiso aclararlo.
—Mi hermano y yo nos hemos peleado, no nos hablamos desde hace
un par de años… Tiene una hija y ni la conozco. Es muy triste, ¿sabes?
Álvaro Lobo tenía dos hermanos, uno mayor que él y otro más
pequeño.
—Vaya… lo siento. Siempre estuvisteis muy unidos los tres.
—¿Te has enamorado de algún madrileño? —me cambió de tema.
—Mi corazón solo está ocupado por Cásper, mi gato —reí y él lo hizo
conmigo.
—Yo estoy conociendo a alguien, una chica del cuerpo.
Absurdamente sentí desilusión. Seguía conservando dentro de mí a la
adolescente absurda.
—Me alegro mucho de que todo te vaya bien, Lobo.
—Yo también me alegro de verte tan bien y tan guapa.
—Voy a volver a casa, no quiero preocupar a mi madre, ya sabes, las
madres son madres y se preocupan como si siguiésemos siendo sus niños
aún pasados los veinte.
—Te acompaño.
Caminamos juntos por las calles cumpliendo así mi sueño
adolescente aunque entre nosotros bien podía pasar un coche. Yo caminaba
de la forma más sexy que podía, aunque con Toby y los tirones que daba de
la cadena meneándome todo el cuerpo, no era muy fácil, y él era sexy en
sí, caminaba con las manos en sus bolsillos y la mirada al frente. Íbamos
hablando de cosas que habíamos vivido durante nuestra niñez y
adolescencia en aquellas calles.
—Bueno, ya estás a salvo —me dijo al llegar a mi casa.
—Ser acompañada hasta casa por un miembro de la seguridad pública
es todo un privilegio.
—Me encantó volver a verte. Me alegro de que hayas conseguido
todo lo que querías, cuando tengas destino espero que te guste y seas muy
feliz. Cuídate mucho, Lobo.
—A mí también me encantó volver a verte y comprobar que los años
no pasaron por ti, sigues igual, bueno, estás muchísimo más guapa —me
ruboricé—. Ojalá no vuelvan a pasar tres años hasta que volvamos a
vernos.
—Ojalá.
Nos abrazamos y nos dejamos un par de besos en las mejillas.
•Capítulo 4•
Vuelta a mi vida

—El desayuno ya está en la mesa.


Sabía que tener que volver a mi piso de Madrid me haría echarla
muchísimo de menos.
—Siéntate un poco aquí, en el filo de mi cama, como cuando era
pequeña —se sentó y me acarició el pelo—. Te voy a echar tanto de menos
que no sé si voy a poder soportarlo.
—Lo has estado haciendo estos años atrás, mi niña. Estás
demostrando ser una campeona.
—Tengo una vecina que me recuerda mucho a ti, mamá —le dije—.
Tiene las llaves de mi piso, igual que Carmen tiene las llaves de casa. Sé
que eso ya no se estila pero la tía Adela es tan maravillosa… Estos días ha
estado cuidando de Cásper y abriendo y cerrando las persianas para que
crean que hay alguien en casa y no me roben, palabras textuales de ella.
—Qué alegría me da saber que te cuidan por allí arriba. Estoy muy
orgullosa de ti.
Sentí un dolor en el pecho enorme, si mi madre conociera la realidad
de mi vida en Madrid seguro que se desilusionaría y se llevaría una
decepción conmigo… Me dolía mentirle pero sabía que era lo mejor.
—Te quiero mucho, mamá —me incorporé y la abracé fuerte.
—Y yo a ti, más que a mi propia vida.

Meter de nuevo las pocas prendas de ropa que lleve para aquellos días
en la maleta, para volver a la realidad en apenas horas, estaba siendo
complicado. Saber que al día siguiente debía volver al club me entristecía.
—¿Se puede? —preguntó mi padre antes de entrar en la habitación.
—Sí, claro papi, dime —dejé lo que estaba haciendo.
—Quiero que vengas a ver algo —sacó un pañuelo blanco del bolsillo
de su pantalón—. Déjame taparte los ojos.
—¿Qué me has preparado, papi?
—Ahora lo verás.
Sonreí como una niña ilusionada por lo que mi padre quería
mostrarme. Me tapó los ojos con el pañuelo que olía a él, a su colonia, y se
aseguró de que no veía mostrándome dedos para ver si adivinaba cuántos
había. Me guio por la casa hasta llegar a la parte trasera donde estaba el
pequeño huerto, aunque llevaba los ojos tapados, el olor a tierra mojada y
el cantar de los pájaros no podía pertenecer a otra parte de la casa.
Desató el nudo y me dejó los ojos al descubierto. Me cubrí la boca y
empecé a llorar como una niña. Me puse de rodillas manchándome el
pantalón (poco me importó). No creía lo que estaba viendo, mi columpio
del árbol estaba igual a cómo lo recordaba, pintado de color blanco y rosa,
ya no estaba sucio ni roto, las cadenas plateadas, nuevas, ya no estaban
mohosas.
—¿Te gusta?
—Papá… No me lo puedo creer… —me abracé a él fuerte.
—No llores. Intenté tenerlo terminado antes para que hubieras podido
disfrutarlo los días que has estado aquí, pero no me ha dado tiempo…
—No importa, papá. Volveré pronto y me pasaré horas subida en él.
Limpié las lágrimas de mi cara y me monté en el columpio. Viajé en
milésimas de segundos a mi niñez. Me vi allí montada con mi pichi
vaquero y mis dos coletas…
—¿Me empujas?
—Claro que sí.
Me columpió, cerré los ojos y disfruté del momento, volví a ser niña.
Qué estúpidos somos al desear ser adultos…

Despedirme de mis padres fue complicado. No quería volver a mi


piso en la gran ciudad. Necesitaba más de mi pueblo, de mis calles, de su
paz, de mis padres, de mi esencia… Pero no, debía volver a la realidad.
Paré a repostar en la gasolinera que quedaba justo a la salida del
pueblo. Me bajé, pagué y me puse al lado de la manguera mirando cómo
cambiaban los números de la máquina. El sonido fuerte de una moto me
hizo girar, paró la moto a mi lado y el chico que la conducía bajó, se quitó
el casco y casi muero infartada, el corazón, absurdamente, me dio un
vuelco.
—¡Casi no te alcanzo!
—¿Qué haces aquí?
—¿Cómo iba a dejarte marchar sin despedirme de ti? Cuando oí a las
vecinas comentar que la hija de María volvía a la ciudad cogí mi moto y
recé para que no hubieras llegado muy lejos aún.
—Estás muy loco, Lobo.
—Ya sabes eso que dicen, quien tuvo, retuvo…
Retiré la manguera del depósito de mi coche y cerré el tapón. Me
acerqué coqueta a Álvaro, más coqueta quizá de lo que debiese.
—Gracias por haber querido despedirte de mí, me alegra saber que,
aunque pasaste de mí durante toda la adolescencia, ahora puedo tenerte
como amigo —me burlé.
—¿Cómo dices? —se carcajeó.
—Pues eso, Lobo, que me tenías locamente enamorada.
—¿Qué me estás contando? ¿Pero yo cómo es que no me di cuenta de
eso?
Nos reímos y adoré aquellos hoyuelos de sus mejillas como ya los
había adorado años atrás.
—Los hombres, Lobo… ¡Los hombres! —le di una palmada en el
antebrazo—. Ha sido un placer volver a verte. Espero que todo te siga
yendo igual o mejor que hasta ahora.
—Espero verte de vuelta convertida en toda una profesora.
Tragué saliva y sonreí, ojalá, pensé.
Nos dimos un par de besos y un abrazo. Me subí en mi coche y
conduje hasta Madrid.
Maldito seas, Álvaro Lobo, fuiste mi pensamiento más recurrente
durante todo el viaje…

Entré en mi apartamento y sentí que aquel también era mi hogar, olía


a mí, estaba decorado a mi gusto y dentro me sentía a salvo de la vida que
llevaba fuera de él.
—¡Cásper! —vino a recibirme y lo cogí en brazos—. Te he echado
mucho de menos, veo que la tía Adela ha estado viniendo porque tienes el
comedero repletito y el agua limpia.
Llevé la maleta a mi dormitorio, la puse sobre la cama y me tumbé al
lado de ella. Cásper se puso sobre la maleta y se hizo un ovillo mientras no
me quitaba el ojo de encima.
—Cásper, no imaginas lo que tengo que contarte… —me puse de
lado y apoyé mi cabeza sobre mi mano—. Hoy volví a ver a Álvaro Lobo,
dos veces lo he visto durante estos cuatro días de escapada… Está
guapísimo… Es un auténtico espectáculo. ¡Y es policía, Cásper!
¡POLICÍA! Madre mía, madre mía, uniformado tiene que ser la octava
maravilla del mundo… Ya, lo sé, es un imposible, pero soñar es gratis y
por mis sueños estoy segura de que pululará bastante… Bueno, voy a
deshacer la maleta, necesito que te quites.
Bienvenida Nuria a tu realidad.
•Capítulo 5•
Los satélites de Venus

Último espectáculo de la noche. La sala estaba prácticamente con el


aforo al completo, un par de despedidas de soltero, un grupo de amigos
que querían pasar la noche pagando copas a precio de oro con tal de ver un
par de tetas en movimiento, y los hombres que venían solos, aquellos eran
siempre los perfiles de los clientes del club. El bullicio de voces
masculinas y los silbidos me daban asco. Asco era la palabra perfecta para
describir lo que sentía cada vez que estaba en aquel local.
Terminé de abrocharme los zapatos y me puse en pie, me miré en el
espejo largo de una de las paredes del camerino y me dio pena ver, como
siempre, en lo que me había convertido. Aquello que reflejaba el espejo no
me representaba. Unas pezoneras negras en forma de corazón era lo único
que tapaba mi pequeño pecho, un tanga de encaje negro, unas medias con
liga y unos taconazos de vértigo completaban el look de aquella noche.
¡Vamos, Nuria! Tú puedes con todo, me repetía una y otra vez
mientras caminaba al escenario. No, Nuria nunca podía, ella no era Venus,
ella no tenía la valentía de la que estaba dotada Venus para salir a aquella
tarima. Paso firme, cabeza alta. Abrí las cortinas y salí.
Evitaba mirar al público siempre, intentaba concentrarme en el tubo
frío únicamente y en la música que solapaba, en cierto modo, a los silbidos
y berridos de los clientes del club. Me asqueaba oír todas las noches lo
mismo: ¡Vaya par de tetas! ¡Te lo metía todo! ¡Tía buena!
Asco profundo, eran como satélites que giraban a mi alrededor
vociferando cosas desagradables. Los malditos satélites de Venus…

Terminé el espectáculo y volví al camerino. Elena estaba


desmaquillándose y me senté en el tocador de al lado para hacerlo yo
también.
—¿Todo bien?
No recibí respuesta. La miré y volví a hacerle la misma pregunta que
nuevamente volvió a quedarse sin respuesta. No me miraba, me levanté y
me puse a su lado.
—Elena —la obligué, agarrándola del mentón, a mirarme—. ¡Dios!
¿Qué te ha pasado?
Tenía el labio rajado y en el pómulo se intuía un hematoma que al día
siguiente no solo se intuiría. No hablaba, se mantenía callada mirándome a
los ojos, sus ojos pedían ayuda a gritos y no paraba de llorar, la barbilla le
temblaba.
—Elena, necesito que me hables… Quiero saber qué te han hecho…
Justo cuando iba a abrir la boca, entró Luca al camerino.
—Venus, por favor, déjanos a solas.
Volví a mirar a Elena y sus ojos me suplicaban que no saliese de allí.
—Tengo que desmaquillarme y tengo mucha prisa, quiero volver a
casa pronto. Me quedaré aquí, no molestaré, no notaréis ni tan siquiera que
estoy aquí.
—Venus, tengo que hablar con ella a solas. Serán solo unos minutos.
—Lo que tengas que decirme no me importa que ella lo escuche —
consiguió decir con la voz entrecortada.
—Está bien, si así lo quieres… A ver, Candy, creo que de todas las
chicas que he tenido aquí trabajando eres la que más problemas me ha
dado… ¿Entiendes en qué consiste tu trabajo?
—Perfectamente —temblaba.
—¿Entonces? ¿Qué ha pasado?
No le reprochaba nada, la miraba con cierto cariño incluso.
—Le dije que no en varias ocasiones. Me estaba haciendo daño, Luca.
—Si tienes algún tipo de problema de ese tipo debes comunicármelo
a mí.
—¿Cuándo, Luca? —preguntó con un tono de voz más alto del que
había empleado hasta el momento—. ¿Cuándo ya haya hecho conmigo lo
que le ha dado la gana?
—¡Le has reventado una botella en la cabeza!
—¡Tenía que defenderme!
Se quedaron callados. No entendía qué había podido pasar en aquella
sala privada para que Elena hubiera actuado así. Verla llorar como lo hacía
me entristecía y me partía el alma.
—Candy…
—¡Mírame, Luca! —le gritó y me quedé sorprendida, se puso de pie
y se subió la falda.
Luca se arrodilló frente a ella con las manos en la cabeza, tenía las
piernas llenas de sangre y me asusté mucho.
—Elena… —le dije poniéndome de pie, el corazón me iba a mil por
hora—. ¿Qué te han hecho?
Me miró unos segundos pero se dirigió a nuestro jefe.
—Luca, ¡intentó violarme con una de las botellas de champagne! —el
mundo se me cayó a los pies, aquello era lo más heavy que había
escuchado dentro de aquellas paredes—. No me dejé y me golpeó la cara,
me dio dos puñetazos, uno en el pómulo y otro en el labio… Cuando logré
escaparme de sus putas garras, le golpeé la cabeza con lo que tenía a
mano… ¡Solo me defendí!
—Tenemos que ir al médico —dijo Luca temblando.
—¿Y qué le digo cuándo me vean? ¿Que me masturbo hasta hacerme
el coño polvo yo sola?
—Dile lo que quieras, pero te tiene que ver un médico.
—¿Ya no te da miedo que denunciemos a un cliente?
—No puedo permitir esto. No tengas ninguna duda de que él va a
recibir lo que merece, te lo digo yo.
Me sonó tan fuerte aquello que me grité a mí misma que debía salir
de allí cuanto antes.
—Si quieres puedo acompañarte al médico, Elena.
Me miró y me destrozó ver aquellos ojos.
—¿No tenías prisa?
—Todo en estos momentos es secundario, tiene que verte un médico
cuanto antes —le dije.
—Toma —cogí las llaves que me cedió Luca—, llévate mi coche.

Aquella sala de urgencias era tan fría que me daba pánico, me erizaba
el vello de todo el cuerpo... Elena se pasó todo el camino llorando y
temblando sin consuelo alguno, y cuando llegamos y la metieron en la
consulta, no fue menos.
Allí, sentada en una de las sillas metálicas de la sala esperando a que
Elena saliese al fin y no tuviera nada grave. Miraba la esfera dorada de mi
reloj de pulsera, llevaba dentro de la consulta treinta minutos pero me
parecieron cuatro horas.
Cuando oí abrirse la puerta de la consulta, me puse en pie por inercia.
—Elena…
—Vámonos ya de aquí.
Salimos como alma que lleva el diablo, ella caminaba rápida delante
y yo la seguía. No volvimos a hablar hasta estar a solas dentro del coche.
—Deben pensar que soy una puta cerda, pero bueno, es lo que
realmente soy, ¿no?
—No digas eso.
—No he querido nombrar el club, ni a Luca, ni al hijo de puta que me
ha hecho esto…
—¿Qué has dicho entonces?
—Que mi pareja me masturbó con una botella porque yo se lo pedí,
pero como soy masoca le dejé que siguiera hasta hacerme este desgarro…
Qué tipeja, ¿no? Una guarra…
—No debiste mentir…
—No quiero meter a Luca en problemas —el mentón no paraba de
temblarle aunque las lágrimas ya iban menguando—. Si él supiera solo la
cuarta parte de lo mucho que le amo…
No podía creer lo que Elena acababa de decirme, ¿amaba a Luca?
—¿Tú… a Luca?
—Sí, qué curioso, ¿verdad? Enamorada de un hombre al que le genera
dinero que yo folle con otros hombres… Soy tan gilipollas…
—No te digas eso, no seas cruel contigo misma, una no elige de quién
enamorarse…
—¿Por qué aceptaría aquella noche su maldita propuesta? Desde
aquel puto día todo ha ido de mal en peor y por si fuera poco, y para
terminar de rizar el rizo, me enamoro de él… De él, del menos indicado…
Si es que soy gilipollas... Una tía que se enamora de su jefe, es que es tan
típico que da hasta risa, lo que no es tan típico es que ella sea puta y él su
chulo.
•Capítulo 6•
El destino

Hacía tres semanas de la agresión a Elena. Solo faltó a su puesto de


trabajo tres días. Era una luchadora nata, una trabajadora excepcional y
una enamorada de nuestro jefe hasta el tuétano. Desde que le pasó aquello
me sentía más y más incómoda cada día allí. Luca nos protegía, nos
trataba como un bien preciado y, si estaba a su alcance, todo nos lo ponía
más fácil, pero no dejábamos de dedicarnos a algo que no nos gustaba…
—Has estado increíble —me dijo Elena mientras me vestía con mi
pantalón vaquero pitillo y mi jersey de lana rojo para volverme a casa—.
Ojalá yo supiera bailar así, nunca debí aceptar estar en las salas privadas…
—Dentro de la mierda, lo que hago es lo que menos asco da quizá.
—No tengas la menor duda… No sabes lo que es que alguien que te
da asco te lama el cuerpo…
Solo de imaginármelo ya se me erizaba la piel, y no en el buen
sentido.
—Elena, deberías buscarte otro trabajo —lo sé, era demasiado fácil
decirlo.
Justo en ese instante entró Luca al camerino. Nos quedamos calladas
y vi cómo los ojos de Elena brillaban cuando Luca estaba cerca, ¿cómo no
me di cuenta antes? Era tan obvio…
—Ya se ha hecho justicia.
Dejó de un manotazo un periódico doblado, mostrando justo lo que
quería que viésemos, sobre uno de los tocadores. Las dos empezamos a
leer la noticia, ella en voz alta, yo repasando sus palabras con mis ojos en
la hoja:

“Hallado muerto el empresario M.L.S. en su domicilio, se desconoce


el motivo aunque todo apunta a un ajuste de cuentas por narcotráfico. Su
esposa e hijos desean llevar en absoluta privacidad el caso y piden
respeto.”
Abrimos los ojos de par en par incrédulas por lo que acabábamos de
leer.
—¿Es él, Luca? —consiguió preguntar Elena.
—Es. Aquí se zanja el tema.
Salió de la habitación dejándonos atónitas. Me daba pánico saber que
Luca había sido capaz de asesinar o mandar asesinar a alguien por una de
sus empleadas. Por otro lado estaba feliz, aunque no era de ser muy buena
persona quizá alegrarme de que alguien terminase muerto, pero con Elena
se había hecho justicia.

Volver a casa, casi las dos y media de la madrugada. Paso rápido y


mirada al frente, cagada de miedo, como siempre. Llevaba las manos
dentro de un abrigo largo, una gran bufanda me cubría la boca y la nariz,
hacía mucho frío y estaba deseando llegar a mi apartamento, mi búnker,
allí estaba a salvo de todo y de todos.
—¡Oye! —una voz masculina me erizó el vello de la nuca, aceleré el
paso—. No corras, ¿tienes fuego?
No dije nada, no me giré, seguí acelerando el paso y mis ganas por
llegar a mi casa iban creciendo más.
—¡Rubia!
Miré para atrás. Un hombre alto de unos cuarenta años, cada vez
estaba más cerca. Tenía que echar a correr, necesitaba desaparecer de allí y
lo hice. Empecé a correr siendo consciente de que para llegar a mi casa
aún faltaban ocho calles y sabía que él corría detrás de mí. A lo lejos vi
una silueta masculina y empecé a llamarle sin saber si aquello que hacía
era lo correcto.
—¡Pedro! —inventé—. ¡Pedro! ¡Espérame!
La figura masculina se detuvo, estaría extrañado de que una tía le
gritase por la calle como si de Penélope Cruz se tratase… Corrí más y el
hombre que me seguía se fue quedando más atrás, posiblemente por mi
acercamiento con “Pedro”. Agitada me agarré a su brazo, no lo miré a la
cara, le obligué a andar deprisa tirando de su brazo, solo me importaba
respirar, llegar pronto a mi casa y dar gracias al universo porque a aquellas
horas alguien estuviera en la calle a pesar del frío.
—¿Estás bien?
Me paré en seco, no podía ser verdad, no podía ser posible.
—¿Lobo? —me bajé la bufanda dejando mi rostro al descubierto.
—¿Nuria?
Me abracé a él como si estuviera abrazando a Dios y rompí a llorar.
Me apoyé temblando en la pared de una de las casas de aquella acera y él
me agarró de la cintura.
—¿Por qué lloras así? Estás temblando… —reflejarme en aquellos
ojos era maravilloso.
—Me seguía un tipo… He pasado mucho miedo, cuando vi tu silueta
sentí alivio. Dios, Lobo, no me creo que seas tú.
—¿Por eso me llamabas Pedro? ¿Para que pensara que me conocías?
—Sí.
Levantó la mirada y la dirigió a la calle por donde habíamos venido
caminando para ver si veía a alguien y tras unos segundos sin ver a nadie,
volvió a dirigírmela a mí.
—¿Vienes de la pizzería? —tragué saliva y asentí falsamente.
—No me creo que estés aquí.
—Estaré en Madrid unos días, en un par de semanas tengo unas
pruebas para complementar mi formación y tengo presenciales aquí.
Vengo de estar con unos compañeros en un bar tomándonos unas copas
pero yo me he rajado el primero, supongo que soy el más aburrido.
—Qué suerte la mía de que seas un aburrido.
—Joder, con lo grande que es Madrid y tuvimos que pasar los dos por
esta misma calle y a la misma hora, será cosa del destino, ¿no crees?
—Gracias, destino.
—Te acompaño a casa.
Asentí y respiré aliviada de saber que él estaría a mi lado.
Caminamos uno al lado del otro y volví a cogerme de su brazo.
—No sé cómo agradecerte esto, Lobo.
—¿Una copa en tu casa? —sonreí.
—¡Cómo mínimo!

Mi apartamento estaba en calma, solo oímos el cascabel de Cásper


que muy lentamente vino a recibirnos.
—Pasa —le dije—. Deja el abrigo aquí si quieres.
Se quitó el abrigo y disimulé mirando hacia otro lado para no
quedarme bizca mirando el pectoral que le marcaba aquel jersey azul,
colgó el abrigo en el perchero del recibidor. Cásper se rozaba en sus
piernas, se agachó y lo cogió en brazos.
—Ey, tú debes de ser Cásper, tu dueña habla mucho de ti.
Sonreí como una boba, igual que cuando a los quince le veía y oía
berrear su moto por las calles del pueblo. Tengo que decir que Álvaro era
mayor que yo tres años.
—Siéntate donde quieras.
—Gracias —sonrió.
—¿Qué quieres tomar? —le grité desde la cocina.
—Lo que tengas, Nuria. No soy tiquismiquis.
Llevé dos botellines de cerveza hasta mi pequeño saloncito. Estaba
sentado en el sofá acariciando a Cásper.
—Gracias —me dijo cuando se lo di—. Tu gato es genial.
—Ya te lo dije —me senté a su lado cruzada de piernas sobre el sofá
y encendí el televisor. Poco me importó el canal que tenía puesto, tenía a
mi amor platónico de adolescente a mi lado.
—Tienes un pisito bastante cuqui como decís las chicas.
—No es mío, estoy alquilada.
—¿La pizzería está cerca?
Tragué saliva, me ponía muy nerviosa cada vez que tenía que mentir
acerca de lo que era mi vida.
—Bueno… para venir caminando está lejos… —mentí.
—¿Y por qué venías caminando sola si está lejos?
—No suelo conducir por el centro… Ya sabes, el tema de poder
aparcar es imposible.
—¿Cómo llevas la universidad? Ya te quedará poco, ¿no?
—Bueno, ahí voy… Es un poco complicado combinar ambas cosas…
—Te entiendo —dio un trago largo de su botellín y lo dejó sobre la
mesa—. Oye, qué injusto lo de tus padres…
Me descolocó aquello, fruncí en ceño por inercia y él me miró
extrañado.
—¿A qué te refieres, Álvaro?
—A lo de la deuda…
—¿Qué? —se quedó callado y apartó la mirada hacia el televisor—.
Álvaro, ¿qué pasa con mis padres? No me han contado nada…
—Creo que la he cagado, Nuria. Soy un bocachancla…
—Álvaro, tío, ponte en mi lugar, ¿qué pasa? No me han contado
nada…
—Es que me siento fatal, si ellos no te han querido decir nada, ¿quién
soy yo para hacerlo?
—Mi amigo —y mi maldito amor platónico de adolescente… pensé
—A ver, esto no va a salir bien… Me estoy metiendo en un charco…
—No daré tu nombre jamás si es eso lo que te preocupa.
—Tus padres pidieron un préstamo para poder pagar un arreglo de la
casa, el techo de toda la vivienda, ya sabes, en el pueblo las casas son muy
antiguas…
—¡Al grano, Lobo!
—Pues eso, un préstamo que avalaron con la propia vivienda y ahora
no pueden solventar…
—No puede ser, mi madre me dijo que tenía dinero guardado…
—Cuando tus abuelos fallecieron tuvieron que pagar unas deudas que
tus abuelos, por dejadez, no habían pagado.
—¿Pero cómo diablos sabes tú todo eso y yo estoy completamente
ajena a todo? ¿Qué cojones pinto en la vida de mis padres?
—Lo eres todo para ellos, solo te han evitado sufrimiento. Estás muy
lejos, Nuria.
—Encima han estado ayudándome con el pago del alquiler del
anterior piso durante un puto año… Me siento como una niñata mierda y
egoísta, eso debe pensar de mí todo el pueblo: la niñita en la ciudad con su
vida de lujos y a sus padres le van a quitar la vivienda… Cómo si los
oyera…
—Yo no he oído decir a nadie eso que dices…
—Tú tampoco estás ya en el pueblo para saberlo todo.
Nos quedamos unos minutos callados. Enterarme de aquello fue un
palo enorme, jamás lo hubiera imaginado, me preguntaba una y otra vez
por qué mis padres no me habían pedido ayuda…
—Nuria, ¿estás bien?
Le miré y expulsé todo el aire que retenían mis pulmones.
—No. No, no estoy bien. Me siento mal por ellos, no puedo permitir
que le quiten su casa. Lobo, han trabajado mucho para tener esa casita,
tienen las manos y las espaldas destrozadas, no puedo permitir esto.
¿Sabes cuánto deben?
—Hombre, Nuria, a tanto no llego…
—Mañana hablaré con ellos.
—Está bien, si necesitas algo cuenta conmigo.
—Gracias, Lobo. Esto tengo que solventarlo yo, me siento
responsable.
—Pues no lo eres, pero bueno… En caso de que necesites de mí solo
tienes que decírmelo —se terminó el botellín y miró su reloj—. Bueno, me
marcho. Creo que ya he hecho suficiente por hoy…
—¿Dónde te estás alojando?
—En un hotel.
—Es muy tarde, si quieres puedes quedarte a dormir aquí.
Juro que no sé cómo pude soltar aquello por la boca, bueno,
realmente sí que lo sabía, me moría de ganas de tenerlo a mi lado.
Los años que estuve sin verlo pensé que me había olvidado de lo
mucho que me llegó a gustar, el destino me lo había vuelto a cruzar en mi
camino y tenía la necesidad de retenerlo a mi lado.
—¿Quedarme aquí? —me dijo con el ceño fruncido.
—Sí, ahí mismo, en el sofá. Ya sé que estás conociendo a alguien…
Me dio un poco de rabia soltar aquella frasecilla y no sabía si había
sonado un poco con retintín.
Veamos, Nuria, imagínate que viajas al pasado: Estás sentada en el
escalón de la puerta de tu casa, escuchas a lo lejos una moto, ya sabes a
quién pertenece, rezas porque no venga ninguna chica con él, te pones
nerviosa, te peinas el pelo coqueta con ambas manos y te pellizcas un poco
los cachetes para aparentar que llevas un poco de colorete. Cada vez el
sonido de la moto está más cerca. Tus piernas cada vez tiemblan más y el
corazón te late tan fuerte que se te quiere salir del pecho. Ya lo ves,
conduce hasta llegar a ti, ¡y viene solo! Se para, os miráis y le dices,
¿sabes que en el futuro dormirás en mi cama una noche? Directamente se
reiría de ti, es inalcanzable, maja.
—Si no fuera así, ¿también tendría que dormir en el sofá o podría
pasar a tu dormitorio?
Oh my god! Vale, Nuria. Tu deseo se ha hecho realidad, muchos años
más tarde, pero más vale tarde que nunca. Piensa bien tu respuesta, no
hace falta que contestes rápida…
—No meto a cualquiera en mi cama.
Vale, Nuria, llevas muchas horas despierta, estás cansada y no das
para más…
—No soy cualquiera, ¿no? Soy tu amigo.
—Sí, pero los amigos que llevan años sin verse tampoco comparten
cama…
Mira, Nuria, este juego ya no te lo estás creyendo ni tú, estás
mirándole la puta boca con descaro y además te estás mordiendo el labio.
Desconecto de ti. Haz lo que te venga en gana. Ahora te toca apañártelas
sin corazón. Pi pi pi piiiii…
Una mirada, no necesitamos más. Fundimos nuestras bocas con una
pasión desmedida, nuestras lenguas se fundían en una sola, nuestras
salivas se mezclaban y nuestros dientes corrían peligro. Me puse a
horcajadas sobre él y empecé a moverme sobre su polla que ya la sentía
dura bajo su pantalón. Sus manos inquietas me deshicieron del jersey que
llevaba y las mías hicieron lo mismo con el suyo. Me mordí el labio,
estaba increíblemente bueno. Un torso formado, duro, perfecto, me
enloquecía solo con mirarlo. Acaricié todo lo que había dejado desnudo y
sus manos, sin dejar de besarnos, me desabrocharon el sujetador dejándolo
tirado sobre el sofá. Me agarró fuerte del culo, me levantó y me sentó en la
mesa en segundos. Abrió mis piernas y se puso entre ellas, desabrochó mi
pantalón mientras me chupaba con fuerza una de mis tetas y bufaba, una
vez desabrochado, se apartó y me deshizo de ellos. Dejó un camino de
saliva desde mis tetas a mi boca dejándome el cuello mojado. No
podíamos parar de besarnos, me encantaba cómo lo hacía. Me pegó a él y
empezó a rozarme contra su polla que aún seguía dentro de aquel maldito
pantalón.
—Fóllame, Lobo. ¡Hazlo ya, joder!
—No tengo condón.
—No me jodas, Lobo…
Siguió besándome la boca. Jadeábamos sobre nuestras bocas.
Desabroché su pantalón e introduje una de mis manos dentro.
—¡Joder! —dije.
—Nuria, no podemos.
Le empujé y se sentó de nuevo en el sofá. Me arrodillé frente a él y
tiré de su pantalón hasta dejarlo en los tobillos, hice lo mismo con su
bóxer y dejé por fin al descubierto lo que habían estado presionado, era
increíble lo que mis ojos veían desde allí. Me puse a horcajadas sobre él y
me la introduje controlando cuánto quería tener dentro. Bufaba con la
cabeza hacia atrás sintiendo tanto placer como yo. Apoyé mis manos en su
pectoral y la llevé a lo mas hondo de mí.
—¡Joder, Nuria, joder!
Le agarré la nuca y volvimos a besarnos con fiereza, me encantaba,
llevaba años deseándole, era un puto sueño. Me movía buscando mi propio
placer y se intuía un orgasmo que, aunque llegaba demasiado pronto, no
tenía intención ninguna de frenarlo. Me corrí con ganas, el cuerpo me
temblaba y mis jadeos bien podían escucharse a kilómetros.
—Nuria, quítate, por favor, voy a correrme.
La saqué, se la agarró con fuerza y se corrió sobre mi abdomen.
Vibrábamos, me apoyé sobre su pecho quedando ambos mojados de su
orgasmo y oí cómo le bombeaba el corazón. Fue subiendo una de sus
manos por mi espalda hasta llegar a mi pelo, pegó su cara a él y esnifó mi
olor.
Nos quedamos unos minutos allí, en aquella postura, la respiración se
le fue aplacando y la mía también. El corazón empezó a irle más lento y el
mío decidió activarse de nuevo para decirme que Lobo, era el hombre de
mi vida.
•Capítulo 7•
Una decisión difícil

Amanecer enredada con las mismas sábanas que cubrían parcialmente


al tío que me robaba los suspiros durante la adolescencia, no tenía precio.
Estaba tumbado bocabajo, con la cabeza ladeada hacia el lado contrario a
mí y los brazos bajo la almohada. Tenía cubierto solo la mitad de su culo y
una de sus piernas con la sábana blanca de mi cama. Me senté
cubriéndome con la sábana el pecho y empecé a observarlo detenidamente.
Tenía una espalda musculosa, ancha, un puto embudo perfecto, seguí
bajando hasta llegar a su culo, me mordí el labio y respiré hondo.
Maldito seas, Lobo, ¿cómo has podido estar metido tantos años en mi
cabeza? Creo que la última vez que le vi tendría diecinueve años… ¿Desde
entonces estaba agazapado en mi mente esperando a saltar cuando menos
me lo esperase?
Me levanté sigilosamente para no despertar a Álvaro, cogí ropa
interior limpia de mi mesita de noche y me metí en el baño. Me miré al
espejo, aún estaba maquillada, el labial estaba parcheado, las ojeras negras
de mi máscara de pestañas, pero tenía un brillo en la cara que hacía mucho
tiempo que no veía. Los polvos con Álvaro eran como un sérum
revitalizante de esos que anuncian en la tele.
Abrí el grifo y dejé que en la ducha se calentase el agua para después
meterme en ella. El agua me caía sobre la cabeza, me quedé así unos
minutos, mirando hacia arriba y el agua templada bañándome la cara. Con
las manos me tocaba la cara, el pelo y el cuerpo. Puse un poco de gel en
ellas y empecé a enjabonarme lentamente el cuerpo recreándome en lo
vivido con Álvaro durante la noche, sonreía como una tonta por inercia,
acción reacción, él había conseguido hacerme sentir bien entre sus brazos.
Hacía mucho tiempo que no veía a un hombre de aquel modo.
Unos nudillos golpearon la puerta suavemente, me puse nerviosa.
—¿Puedo pasar?
—Sí.
Entró al cuarto de baño y asomé la cabeza por la mampara que abrí un
poco.
—¿Quieres que te prepare el desayuno?
Sonreí. Estaba despeinado, tenía los ojos un poco hinchados y los
labios también, estaba tan guapo, me gustaba tanto lo que veía… Llevaba
el pantalón vaquero puesto con el botón desabrochado y el torso desnudo.
—¿No debería preparártelo yo a ti? Por eso de que estás en mi casa y
el invitado eres tú, básicamente…
—Me encantaría hacértelo yo hoy, mañana me lo preparas tú a mí —
me guiñó el ojo y sonreí como una tonta.
—Está bien, hazme un café con mucha leche. Apáñatelas en la cocina,
a la policía se le da bien investigar —le saqué la lengua, me guiñó el ojo y
se fue.

Había preparado el desayuno y lo había dejado en la mesa. Dos tazas


de café, un paquete de galletas empezado, un vaso con agua y una flor
dentro de este que reconocí porque era de una de mis macetas de la
terraza.
Me senté en la parte corta de mi sofá cheslong y él lo hizo a mi lado
pero en la parte larga.
—Espero que te guste.
—Gracias, Lobo —le guiñé el ojo.
—Cuando termine de desayunar tengo que volver, a las doce tengo
clase presencial. Si quieres puedo recogerte esta noche del trabajo.
—No —dije sin dejarlo prácticamente terminar de decirme lo que
quería.
—¿Por qué? —frunció el entrecejo.
Sentí un pinchazo en el pecho. Tener a Álvaro cerca podía ser un
problema, no quería que mi mentira quedase al descubierto, necesitaba
conservarla oculta y con él en Madrid me iba a ser muy difícil. Aunque me
doliese, tenía que apartarlo de mi vida cuanto antes.
—Lo he pensado mientras me duchaba. No debió pasar lo de anoche.
—¿Cómo dices?
—Estabas conociendo a una chica, ¿estoy en lo cierto?
—Bueno... Nos hemos visto un par de veces.
—Si te soy sincera, solo quería pasar contigo un rato. A ver, no
quiero que malinterpretes esto que te estoy diciendo, pero por haber
echado un polvo no significa que tengamos que vernos todos los días —tal
y como iba soltando aquellas palabras por mi boca sentía que me merecía
que ningún chico me tratase bien—. Tú volverás a tu vida, yo seguiré con
la mía aquí, guardemos lo de anoche en nuestras mentes como un simple
encuentro, un encuentro que ambos estábamos deseando que pasase…
—Si es lo que quieres —se tomó lo que le quedaba de café de un solo
trago—, será lo que haga.
Se puso en pie y cogió su jersey del sofá, se vistió mientras le
observaba de reojo. Me hubiese encantado pararle, pedirle que se quedase
todos los días en mi apartamento y que me encantaba su café sin apenas
café. Pero, ¿tú crees que Álvaro merecía una mujer como yo? Llena de
mentiras, con un trabajo como el que tenía, ¿qué hombre querría estar a mi
lado si le contase la verdad?
—Me encantó verte —dije aguantándome las ganas reales de
retenerle.
—A mí también —caminamos hasta la puerta de la entrada, le di su
abrigo que colgaba en el perchero y me miró con extrañeza—. Cuídate,
Nuria.
—Y tú.
Salió al pasillo y se encaminó al ascensor.
—Te he dejado mi número de teléfono en la pizarra del frigorífico, si
necesitas algo, llámame.
De nuevo el nudo en la garganta y la punzada en el pecho. ¿Tanto me
afectaba realmente sacar a Álvaro de mi vida? ¿Qué tenía? No era normal
lo que sentía.
No dije nada más, me metí dentro de mi apartamento, cerré la puerta
tras de mí y apoyé mi espalda sobre ella. Me sentía vacía y me dolía saber
que aquello era mi futuro próximo, no podía estar con nadie mientras
siguiera con aquel trabajo de mierda.
Minutos antes de irme al club llamé a mi madre. Pasé prácticamente
toda la tarde ensayando cómo preguntarle si debían dinero e iban a perder
la casa.
—Mamá.
—Hija, ¿cómo estás? Me extrañó mucho no recibir tu llamada
durante la mañana.
—Estuve un poco ocupada…
—¿En la universidad?
—Sí —mentí—. Mamá, necesito que seas sincera, prométeme que no
me vas a mentir.
—¿Qué pasa, Nuria? Me estás preocupando…
—¿Es cierto que el banco os va a quitar la casa si no hacéis frente a
una deuda? —se quedó callada, esperé unos segundos su respuesta pero no
se dio—. Mamá, contéstame.
—¿Quién te ha dicho eso?
—Eso no importa, lo único que importa es la pregunta que te he
hecho…
—Nuria…
—Mamá, por favor…
De nuevo el silencio, ya tenía la respuesta pero necesitaba oírla de su
boca.
—Sí, hija.
—¡Estuve allí hace unas semanas! ¿Por qué me dijiste que no
necesitabas nada?
—No quería preocuparte…
—Somos una familia, te dije que ahora estaba mejor. ¿Cuánto debéis?
—Ocho mil euros.
Era más que evidente que no tenía ese dinero. Tenía que buscarlo,
haría más espectáculos, no podía permitir que aquella casita les fuese
arrebatada.
—¿Qué plazo tenéis?
—Un mes.
Era muy poco tiempo, me presioné el entrecejo con mis dedos y
respiré hondo.
—Está bien, mamá. Déjalo todo en mis manos.
Todo el trayecto a pie desde mi apartamento al club lo hice pensando
en cómo podía ayudar a mis padres. Tenía que hacer más espectáculos y
hacer más espectáculos era estar destrozada, olvidarme de descansar un
solo día hasta conseguir el dinero y recortar de algún que otro gasto que no
fuese realmente necesario. Tenía que hacerlo.
—Luca —llamé y empujé la puerta entreabierta de su despacho—,
¿podemos hablar? Serán solo unos minutos.
—Sí, claro, pasa Ve… Nuria —corrigió.
Me senté en el sillón que tenía frente a él separados por la mesa.
—Necesito dinero —fui al grano, no quería andarme por las ramas.
—No puedo subirte el sueldo.
—No quiero que me subas el sueldo, necesito que me des más shows.
—El espectáculo está repartido entre todas las chicas que los hacéis
posible, no habría momento para intercalar un nuevo espectáculo… Eso
que me pides es muy complicado.
—Luca, por favor, sabes que nunca te pido nada…
—Y me encantaría poder ayudarte, pero no puedo hacer eso que me
pides.
Me toqué desesperada la frente y el pelo, necesitaba el dinero y solo
tenía un mes por delante.
—Luca —tragué saliva y respiré hondo, sabía que aquello sería
horrible para mí pero tenía que hacerlo—, ¿cuánto podría ganar en los
privados?
Abrió los ojos como platos, nunca se hubiera imaginado que le
preguntaría aquello, lógico, yo tampoco podía creérmelo, y eso que estaba
saliendo de mi propia boca…
—A ver, ¿qué problema económico tienes para que llegues a
plantearte esto?
—El banco va a desahuciar a mis padres, no pienso permitirlo…
Dime Luca, ¿cuánto podría ganar con los privados?
—Como máximo unos doscientos euros…
—Es muy poco.
—Hombre, poco, lo que se dice poco, no es…
—Me refiero para lo que necesito.
Cerré los ojos y negué con la cabeza, iba a ser imposible reunir el
dinero en un mes… Me faltaban seis mil euros…
—Hay algo que podrías hacer.
—Cuéntame, estoy dispuesta a todo.
—Tengo un conocido que estaría dispuesto a pagar una gran cantidad
de dinero por una chica que vaya con él a un viaje de negocios, ya me
entiendes, una acompañante VIP.
—Puta de lujo, ¿no es así?
—Resumiendo.
Cerré los ojos, respiré hondo y al expulsar el aire rompí a llorar.
—A ver, ¿qué pasa? —se levantó y se arrodilló a mi lado, me agarró
la mano y me la apretó.
—Necesito el dinero pero no quiero hacer esto… No vine a Madrid a
ejercer de puta…
—Yo podría dejarte el dinero y ya veríamos cómo podrías
devolvérmelo, no sé cuánto necesitas…
Quizá hubiera sido buena idea aceptar aquello pero la deuda la
seguiría teniendo, y esta vez sería yo la endeudada y no mis padres.
—Te lo agradezco, pero voy a aceptar el trabajo que me propones.
—¿Estás segura?
—No, pero no tengo opción.

Aquella noche bailé, estaba llena de angustia y la pena me presionaba


tanto el pecho que me costaba respirar. Pensé en mis padres, en todo lo que
ellos habían hecho por mí, era el momento de devolvérselo.
Me daba asco solo pensar e imaginarme lo que iba a vivir pero tenía
que hacerlo. Sabía que no iba a ser fácil. Solo sería una vez, me dije.
—Elena —le dije mientras me cambiaba de ropa para volver por fin a
casa.
—Dime.
—¿Qué sensación tienes después de hacer un privado con un cliente?
Estaba de espaldas a ella, no podía verla, pero seguro que tenía los
ojos abiertos como platos por mi pregunta.
—El sentimiento que predomina es el asco. La rabia y la pena son
otros dos que compiten por el segundo puesto. ¿A qué viene tu pregunta?
No pensarás en…
—Voy a tener que hacerlo —la miré—, necesito dinero para que el
banco no le quite la casa a mis padres… Pidieron un préstamo no muy
grande pero lo avalaron con la vivienda… Un error descomunal.
—Si aceptas un consejo te diría que no entrases en esta mierda.
—No puedo elegir, Elena.

Volver a casa de nuevo, ataviada con mi abrigo largo y mi bufanda


tapándome todo menos los ojos, paso ligero y vista al frente. Ojalá
estuvieras aquí, Álvaro, me lo repetí doscientas veces durante el camino.
Llegué a mi casa, cené lo que había quedado del almuerzo
recalentándolo en el microondas, me di una ducha rápida y me acosté en
mi cama. Olía a él…
•Capítulo 8•
Perdida en él

Desperté empapada en sudor, agitada y asustada por la pesadilla que


había tenido. Cásper me miraba desde los pies de mi cama con su cabeza
levemente levantada.
Hacía tres días que había aceptado lo que en unos días tenía que
llevar a cabo y sentía pánico. No me concentraba en mi trabajo, la casa me
pesaba y solo me sentía a gusto dentro de la ducha, sentir el chorro
caliente de agua sobre la cabeza corriéndome por la espalda, era lo único
que me hacia sentir bien.

Me puse unos vaqueros pitillo, un jersey amarillo y mis botitas


Converse negras. Bajé a hacer la compra al pequeño supermercado que
había a cuatro calles de mi casa repasando mentalmente la lista de la
compra que llevaba en el bolsillo y siendo consciente de que algo me
faltaría al volver a casa, ¿a quién no le ha pasado?
Iba caminando por los pasillos, echando dentro del carro lo que en la
lista me había apuntado, bueno, reconozco que eché tabletas de chocolate,
pipas, palomitas y varias guarrerías más que no había apuntado, pero eran
lo que daban vidilla a mis tardes de sofá, peli y manta.
No sé si te pasará a ti pero yo, carro que cojo, carro que va a su puta
bola, si yo empujo a la derecha, pues él decide ir a la izquierda, y
viceversa… Iba mirando la estantería e intentando controlar el carro sin
éxito cuando golpeé mi carro contra otro.
—Disculpa —dije nada más notar el golpe.
Retiré la vista de la estantería con el paquete de café en la mano. Allí
estaba, parecía que el destino me tenía preparado encuentros en los lugares
menos pensados.
—Deme su carnet de conducir —me dijo sonriendo de lado.
—Discúlpeme señor agente, pero no lo llevo encima.
Apartamos ambos carros a un lado y nos dimos un par de besos. Nada
más verle, las piernas empezaron a temblarme, él conseguía levantarme
los pies del suelo.
—¿Cómo estás?
—Bien, un poco cansada.
—¿No duermes bien?
De algún modo me hizo sonreír aquella pregunta, no estaba
acostumbrada a que me la hicieran, a mi alrededor tenía muy pocas
personas que se preocuparan de si dormía bien o no.
—Desde que supe lo de mis padres me cuesta coger en sueño —y
desde que sé que voy a estar con un tío un día entero a cambio de dinero,
más, pensé.
—No debí contártelo… Tus padres sabían que pasaría esto, querían
protegerte.
—Tenía que saberlo.
—Si algún día te apetece que salgamos a tomarnos algo solo tienes
que llamarme —sonrió de lado y aquellos ojos brillaron—. Llámame
idiota pero creí que, después de irme de tu casa, me llamarías…
—He estado muy liada.
—Entiendo…
Noté desilusión en su rostro. No quería dármelas de nada pero sentía
que Álvaro tenía mucho interés en mí, no soy tonta, noto esas cosas…
—Bueno Álvaro, me encantó volver a verte. ¿Cuándo te vas?
—En una semana o así, no sé si nos alargarán la estancia en Madrid o
si por el contrario nos mandarán a casa antes de lo previsto.
—Por si no te vuelvo a ver, cuídate.
—Desearía que no pasase y que sí que podamos vernos antes de irme.
Y yo, Lobo, y yo… Pero tenía una vida de mierda y no quería salpicar
a nadie.
—Cuídate —dije únicamente.
Me acerqué y nos volvimos a dar dos besos en las mejillas. Mi amor
platónico estaba poniéndomelo tan fácil que me maldecía a mí misma por
no poder hacer lo que realmente me moría de ganas. Cómo nos gusta a
veces complicarnos la vida…
Luca me llamó a su despacho nada más llegar al club.
—Pasa, siéntate.
Me senté frente a él, apoyó sus codos sobre la mesa de cristal que nos
separaba y me miró serio.
—Dime, Luca. En una hora tengo que salir al escenario.
—Ya hablé con el cliente que te comenté. Le he dicho que tenía una
chica interesada en el trabajo y le han parecido bien las condiciones que le
he propuesto.
Empezó a temblarme la barbilla, ya era un hecho, en dos días estaría
con un tío que estaría pagando por mí, me costaba llamarlo por su nombre,
aquella palabra me dolía tener que nombrarla.
—Venus —aquella vez no le corregí, poco me importaba mi nombre
—, deberás acompañarle a un evento, es una reunión de negocios en un
yate privado, sé que estarás a la altura pero si no estás segura, aún
podemos declinar la oferta.
—Seguiré adelante con todo —dije fingiendo seguridad aunque
estaba segura de que Luca me notaba en los ojos el miedo y la pena—. ¿De
cuánto dinero estamos hablando?
Me tragué el nudo que se había formado en mi garganta y se me pasó
directo al pecho, respirar me costaba.
—Le he apretado para que pudieses saldar la deuda cuanto antes, cien
euros la hora.
—¿Cuántas horas estaré con él?
—Máximo veinticuatro.
—Vale.
No dije nada más, salí de aquel despacho con los ojos derramados, el
pecho presionado y el estómago revuelto.

Tener la sensación de que alguien te sigue es un verdadero infierno,


pero darte la vuelta y confirmarlo, era bajar a él y sentarte en la puerta del
diablo a esperar a ver qué pasaba.
—Oye, ¿tú trabajas en el club? —no giré la cabeza, aumenté el ritmo
de mis pasos—. Te he visto salir de él.
Hablaba con un poco de dificultad, como si hubiera estado bebiendo
mucho
—Chica, es a ti.
Salió a correr detrás de mí. Corrí cuanto pude pero me alcanzó,
cuando sentí su mano apoyada en mi hombro, la bilis se me subió a la
garganta.
—¿Qué me harías por cincuenta euros? —el aliento le olía a alcohol
confirmando lo que sospechaba.
No podía mirarle a la cara, estaba apoyada contra la pared y no me
salía la voz del cuerpo para llamar a nadie. Cerré los ojos y deseé que se
fuera.
—Para ser puta eres muy tímida…
—¡Quítale esa puta mano de encima! —oí gritar a lo lejos.
Abrí los ojos y lo vi correr hasta donde yo estaba, el hombre que me
había estado intimidando salió a correr y Álvaro, tras asegurarse de que
me encontraba bien, salió detrás de él. Lo alcanzó y lo puso contra la pared
agarrándole del cuello. Corrí hasta llegar a ellos.
—¡En la puta vida! —le gritaba—. ¡En tu puta vida vuelvas a tocarla!
Te juro que sé bien cómo matarte con solo darte un puñetazo.
—¡Ya, Álvaro! —le tiraba de su chaquetón hacia mí pero apenas
podía moverlo.
—Solo quería saber tarifas, tío.
Una simple frase para hacerme temblar, no quería que aquel tipo
siguiera hablando, me había visto salir del club. Una sola frase para
desatar los demonios que habitaban dentro de Álvaro Lobo.
—¿Tarifas? —tiró de su chaquetón para liberarse de mí—. ¡Suéltame,
Nuria!
—Vámonos, Álvaro —le agarré de la cintura acercándolo a mí—.
Mírame, por favor —empecé a llorar, tenía demasiado dentro y no podía
evitarlo.
—Al final vas a tener que estarle agradecido, desgraciado —le soltó
empujándole y salió corriendo.
Me quedé pegada a la pared en cuclillas, llorando como una niña,
tapándome la cara con ambas manos y deseando que todo fuera una
pesadilla y que me despertase mi madre con un par de tostadas en la mesa
y pasarme horas en mi columpio del árbol.
—Nuria —se puso de la misma postura en la que yo estaba—,
entiéndeme, tenía que hacerlo. Estaba insultándote y también te tenía
agarrada cuando le vi… A lo mejor me he puesto un poco nervioso…
Perdóname si te he hecho sentir mal…
Él creía que lloraba por cómo había actuado con aquel tipo pero
realmente lloraba por todo lo que estaba viviendo últimamente. Lloraba
por todos los miedos que tenía dentro, estaba rodeada de fantasmas.
—Me quiero ir a casa.
—Vamos. Te acompaño.
Me ayudó a levantarme, me puso su brazo sobre los hombros, apoyé
mi cabeza en él y caminamos hasta mi casa.
—Te estás convirtiendo en mi superhéroe particular.
—Me falta la capa.
—No todos los superhéroes llevan capa, Spiderman no tiene…
Sonrió y me perdí en él.
—Yo siempre he sido más de Superman.

Sabía que entrar en mi apartamento con él era como lanzarme al


vacío desde un avión a miles de metros del suelo y sin paracaídas. Sabía
que no debía, sabía que podíamos hacernos mucho daño, pero me tiraba
igualmente.
—Pasa, deja el abrigo en el perchero.
—No, ya te dejé a salvo, me marcho.
Me quedé tan descolocada… Sentí una punzada en el pecho y sentí
cómo mi mundo se derrumbaba a mis pies.
—¿No quieres pasar?
—No es que no quiera, es que no debo. El otro día me hiciste ver las
cosas de otra forma. No puedo llegar a la vida de alguien y querer
volverme el centro de ella.
—No recuerdo haber dicho eso exactamente…
—Bueno, quizá usases otras palab…
Le besé, no pude evitarlo y tampoco quise. Sentía una atracción
bestial por él, una fuerza sobrenatural.
Agarrado de la nuca le introduje hasta dentro de mi apartamento, no
separábamos nuestras bocas y nuestras lenguas empezaron a follar antes
que el resto de nuestros cuerpos. Cerré la puerta a sus espaldas, le quité el
abrigo y lo dejé en el suelo. De forma desesperada saqué su camisa de
dentro de su pantalón, me aparté para mirarle a los ojos, sonrió levemente
y me encantó. Se la fui desabotonando con más calma quizá de la que
debiera pero no quería romperle su camisa y tener que obligarlo a estar sin
ella todo el tiempo, por mi bien psicológico más bien, no quería terminar
loca perdida. Corrijo: no quería terminar más loca perdida de lo que ya
estaba. Deslicé su camisa por sus hombros y la dejé caer al suelo junto con
el abrigo. Le besé el principio de su pectoral y fui subiendo por su cuello,
bufó y se le erizó el vello de todo el cuerpo. Le besé el hueso pronunciado
de su mandíbula y volví a llegar hasta su boca para seguir devorándola, era
un maldito imán. Deslicé mis manos por su abdomen y agarré la hebilla de
su cinturón, la desabroché temblorosa pero segura de que era aquello lo
que quería y necesitaba hacer. Me cogió ambas manos con las suyas y me
las quitó de la bragueta de sus pantalones, me quedé descolocada pero vi
que seguíamos devorándonos las bocas como dos auténticos locos y me
dejé llevar. Puso mis manos alrededor de su cuello y las suyas pasaron a
mi culo, me levantó y rodeé con mis piernas sus caderas, se giró
haciéndome quedar a mí apoyada contra la puerta de la entrada, tal era la
temperatura que mi piel había alcanzado, que no noté ni tan siquiera el frío
de la puerta en mi espalda. Me movía suavemente sobre su polla dura que
seguía encerrada, para desgracia mía, dentro de sus pantalones. ¡Esa
fricción me estaba volviendo loca!
—Álvaro, ya no aguanto más —le dije jadeante sobre su boca.
—No podemos.
—¿Piensas venir preparado algún día?
Sonrió y me lamió los labios. Nuestros jadeos eran desesperados,
ambos necesitábamos fundirnos, ser una sola piel.
—No entra en mis planes salvarte cada noche, el destino se empeña
en que así sea…
Caminó conmigo en brazos hasta el pequeño salón, seguía rodeándole
las caderas con mis piernas, me apretaba fuerte el culo con ambas manos y
allí caí en la cuenta de lo mucho que deseaba que los momentos con él
fueran eternos.
—Álvaro, necesito sentirte dentro de mí.
—No podemos seguir corriendo riesgos, Nuria. Alguno de los dos
tiene que estar menos loco.
Aquello era lo que su boca decía, sus manos me demostraban otra
cosa. Me sentó sobre la mesa y fue desnudándome con fiereza. Una vez
desnuda me tumbé y apoyé mis pies en el filo de la mesa, me abrí y me
expuse completamente a él, su lengua se fue paseando por mis pechos,
lamió mi abdomen hasta llegar al ombligo y bufó cuando llegó a mi pubis,
sus dedos se perdían entre los pliegues húmedos de sexo. Introdujo dos
dedos dentro de mí y arqueé mi espalda a la vez que un gemido se escapó
de mis labios.
La fricción de aquellos dos dedos dentro de mí era como entrar al
paraíso, sabía cómo y dónde tocarme, era como si lo hubiera estado
haciendo toda la vida. Cuando realmente entré al paraíso fue cuando sentí
el calor de su lengua sobre mi clítoris. Parecía disfrutar haciendo aquello,
gemía a la par mía y bufaba al notar el incremento de mi humedad.
—Lobo…
No podía decir nada, no me salían las palabras, mi cerebro me había
abandonado y solo me manejaba la pasión, y no era buen chófer para algo
cuerdo.
Sus dedos seguían moviéndose dentro de mí y su lengua me acercaba
a un orgasmo de forma estrepitosa. Me corrí agarrándole del pelo para
mantenerlo pegado a mí.
Me temblaban las piernas y el corazón me latía tan rápido que
pensaba que moriría infartada allí mismo, sobre la mesa.
—Me encantas, Nuria —me dijo apoyando su cara de lado sobre mi
pecho.
—Esto no termina aquí, solo estoy dándole tiempo de recuperación a
mis piernas para que puedan sostenerme al bajarme de aquí.
—Me asustas —sonrió.
Me incorporé y él lo hizo conmigo, me puse de pie frente a él y volví
a besarle como si no hubiera un mañana, su boca sabía a mí.
Lo fui guiando hasta sentarlo en el sofá, le despojé de sus pantalones
y de su bóxer blanco y los dejé caer a su suerte. Me arrodillé entre sus
piernas y se mordió el labio conocedor de lo que iba a pasar. Cogí su polla
con mi mano derecha y me la acerqué a la boca, gimió al notar el calor y
sentí el bombeo de la sangre de su polla en mi mano. Me la metí en la
boca, lentamente, memorizando milímetro a milímetro aquella parte de su
cuerpo hasta llevarla a lo más profundo de mi garganta, la saqué y lamí la
punta que estaba húmeda por su excitación. Me aparté un poco de él y me
hice una coleta con la gomilla que llevaba en mi muñeca, aquello iba a
pasar a ponerse serio debió pensar, y así fue. Enrolló mi coleta en su mano
derecha y fue controlando el ritmo. Lamí y succioné su polla hasta llevarlo
al orgasmo, se derramó dentro de mi boca.

Amanecer ambos un día más sobre el mismo colchón era un sueño, no


quería tener que alejarme de él, quería tenerlo conmigo, planificar un
futuro con él y ser feliz de una vez por todas. Tampoco pedía tanto…

•Capítulo 9•
Confesiones ante un café

—Cuéntame cómo es eso de que fui tu amor platónico durante la


adolescencia —me dijo mientras desayunábamos sentados en mi pequeño
salón.
—Qué creído eres, Lobo. Te recreas en el sufrimiento y la pasión
despertada en adolescentes ingenuas…
—Esa adolescente ingenua ya no existe. Solo quiero saber qué
llegaste a sentir por el niñato que una vez fui.
—¿Quieres saber la verdad?
—¡Por supuesto!
Sonreí y le miré a los ojos. Sí que el Álvaro Lobo que tenía frente a
frente no era aquel Álvaro Lobo que me tenía babeando por los rincones
del colegio y del pueblo, pero me gustaba mucho más incluso que en aquel
entonces, y la sombra de la barba que tenía ahora tenía un morbazo de
muerte.
—Pues a ver, cuando le decía a mis amigas que estaba enamorada de
ti se reían de mí, pero es que lo estaba, de verdad que lo mío era amor
porque me imaginaba casándome contigo y teniendo tres hijos preciosos.
—Guau… Jamás lo hubiera imaginado…
—Seguro que ni sabías que existía…
—¿Te confieso yo algo a ti? —asentí mientras daba un trago a mi
café—. Me gustabas un montón.
Abrí los ojos como platos y se me dibujó una sonrisa boba en la cara.
—No te creo.
—¿Y por qué no? ¿Qué gano mintiéndote?
—No sé… Nunca vi ningún gesto de tu parte que me hiciese
sospechar nada.
—Es que jamás imaginé que podía gustarle a la modosita del pueblo
—le di un codazo.
—¿Cómo que la modosita del pueblo?
—Hombre, Nuria, tú eras de las que tenía hora de llegada a casa
durante la verbena, la que nunca hizo pellas en el cole, la que se metió a
estudiar letras en el instituto y no bajaba del notable… Jamás imaginé que
una chica como tú se fijase en un niñato como lo era yo…
—Y con los años, la modosita del pueblo terminó follándose al chulo
del pueblo en su apartamento de Madrid… Qué cosas, ¿no?
—Las vueltas de la vida…
Volvimos a sonreír, aquella vez mirándonos a los ojos fijamente, era
como si intentásemos descifrar todo lo que el otro pensaba.
—¿Quieres saber algo? —le dije.
—Por supuesto.
—Prométeme que no vas a reírte.
—Te lo prometo —me dijo muy serio.
—Prométemelo de verdad.
—Te lo prometo de verdad, no voy a reírme.
—Mi primer orgasmo fue contigo.
Se mordió el labio ocultando una leve sonrisa que amenazaba con
salir.
—¿Mío? ¿Cómo es eso? No me creo que el otro día cuando follamos
te corrieras por primera vez.
—No idiota, no fue el otro día. Una noche, cuando tenía quince años o
así, me corrí mientras soñaba contigo .
—¡Ostias, soy un puto privilegiado! Hice que te corrieras mucho
antes de tocarte.
—Años antes de tocarme —puntualicé—. La primera vez de muchas,
fuiste mi pensamiento más recurrente durante la adolescencia…
—Dios, estoy flipando mucho.
—Ya sabes, adolescencia, hormonas, experimentar, novio
inexistente…
—No debiste contarme esto… Ahora estoy bastante cachondo, y
seguimos sin condones, Nuria.
—La Nuria adolescente mataría a la Nuria que soy hoy por no andar
preparada…
—El Lobo adolescente sí que me mataría por gilipollas.
Me encantaba, cuando le tenía cerca me olvidaba de todo, y eso, para
la vida de mierda que llevaba realmente, era todo y más.
—Lobo, con la chica que estás conociendo, ¿qué pasa?
Era un poco absurda aquella pregunta, yo no podía darle una relación
estable en aquellos momentos pero a la vez me jodía que él sí que pudiera
tener una con alguna chica.
—¿A qué te refieres con que qué pasa?
—Pues a vosotros… a vuestra relación…
—Fueron solo un par de encuentros, no era una relación como tal.
—¿Era?
—Bueno, le conté que aquí había estado con una chica y le dio
exactamente igual, no me apetece seguir con eso que teníamos —sentí una
alegría tan grande y a la vez tan absurda…—. Además, tengo la sensación
de que ninguna chica busca nada serio conmigo. Solo hay que mirarte a ti
que eres otro claro ejemplo de lo que soy para las mujeres, parezco un
juguete sexual, me siento utilizado —sonrió.
—No me jodas… A ti te mola sentirte así.
—No creas, a veces sueño con casarme.
—Eso sí que no te lo compro —me carcajeé y di manotazos sobre la
mesa.
Sí, a veces me río como una morsa…
—Algún día llegará una chica y me propondrá matrimonio…
—Sigue soñando, Lobo…
—Es gratis, ¿no?
Me sacó la lengua y me guiñó el ojo.
Cásate conmigo, Lobo. Casémonos y huyamos donde nadie nos
conozca…
Nos quedamos unos minutos callados, cada uno vagando en sus
pensamientos, estaba segura de que en los suyos pululaba yo igual que él
lo hacía en los míos.
—¿Eres feliz? —sentí un pinchazo en el pecho.
—Al cien por cien, no. Pero no creo que alguien lo sea.
—¿Qué crees que le falta a tu vida para que lo seas?
—Supongo que aun consiguiendo lo que ahora quizá añore, no sería
feliz. El ser humano es así, nunca estamos conformes con nada.
—Pues yo sí soy feliz —dijo muy seguro y le dio un trago a su café
—. No tengo todo lo que posiblemente quiera, pero sí soy muy feliz con lo
que tengo. Tengo un trabajo que me encanta, dinero para poder
alimentarme y viajar, una amiga que mola mucho —me guiñó el ojo—, y
estoy sano… Para ser feliz no necesito nada más.
Sonreí aunque por dentro sus palabras me dejaron muy tocada. No,
Lobo, mi vida no era como la tuya... Mi trabajo era una mierda y si
supieras lo que estaba a punto de hacer para saldar la deuda de mis padres,
comprenderías que ser feliz estaba a años luz…
—Nunca un café fue tan largo, ¿no te parece? —le dije.
—Y tan productivo… Ahora sé que mojé las sábanas de la modosita
del pueblo durante su adolescencia y estoy seguro de que hoy no podrán
darme mejor noticia.
—Eres un guarro, tío. Termínate ese café y vete de mi apartamento —
bromeé.
—Lleva frío desde hace quince minutos.
No terminamos nuestros cafés, se habían enfriado, todo lo contrario
que nosotros que sentíamos que si nos daba la gana podíamos arder en
milésimas de segundos.

Se marchó de mi apartamento dejándome con la sensación de


necesitarle más.

•Capítulo 10•
Satélite Fabio

Había llegado el día que tanto había temido. Me maquillé frente al


espejo de mi cuarto de baño, tercer intento, los dos anteriores habían
quedado completamente destrozados tras llorar desconsoladamente justo
después de terminar. En unas horas un coche vendría a buscarme y me
llevaría junto al hombre que había contratado mi compañía, dicho así no
suena tan mal, ¿verdad? De algún modo era así, obviando claro está, la
parte jodida de aquello, tenía que follar con un tío que no conocía de nada.
No conseguía quitarme de la mente a Álvaro, sentía, un poco
absurdamente, que le traicionaba. Había estado un par de días
amaneciendo a su lado, solo dos, y ya sabía que era junto a él donde
siempre quería amanecer. Qué difícil estaba siendo todo, y qué injusto a la
vez… Sabía que con Álvaro tendría todo el amor que necesitase, me lo
decían sus ojos y su boca al besarme, sabía que era real, pero como parece
ser que la vida, si no es por H es por B, no te lo pone todo tan fácil, pues
tenía que tener una parte jodida y era mi trabajo y todo lo que a él le
rodeaba.
Mi mundo estaba patas arriba y sabía que durante mucho tiempo ese
iba a ser su estado muy a mi pesar…

Escuché mi teléfono móvil sonar en la mesa del salón. Un número


que no tenía memorizado se reflejaba en la pantalla y, como si de algo
automático se tratase, empezaron a temblarme las piernas.
—¿Quién es? —contesté nerviosa.
—Soy Fabio, estoy esperándote abajo.
Tragué saliva, mantuve el aire unos segundos dentro de mis pulmones
y expiré sabiendo que había llegado el momento y no podía echarme atrás.
—Bajo.
Volví a mi dormitorio arrastrando mi mano derecha por las paredes
del pasillo, las piernas me temblaban y la pena que sentía dentro era tan
grande que me asfixiaba. Me miré en el espejo largo de la puerta de mi
armario y me coloqué bien el vestido tubo que había elegido. Era un
vestido rojo con escote barco y manga larga, entubado hasta la rodilla, con
una apertura en la parte posterior, muy sencillo y elegante. Lo compré en
una tienda pequeñita cuando llegué a Madrid, tenía pensado ponérmelo el
día de mi graduación, qué idiota, ¿verdad? Me puse unos zapatos de salón
negros, cogí mi bolso de mano también negro y caminé hasta la puerta,
cuando la cerré tras de mí, dejé dentro de mi apartamento a Nuria y le pedí
a Venus que fuera valiente como siempre lo había sido.
Salí del ascensor, me encaminé a la puerta de cristal del bloque de
pisos donde vivía con una sensación horrible dentro del pecho. Puse un pie
en la acera, levanté la mirada de la puntera de mis zapatos y allí estaba.
El chófer, ataviado con un traje de chaqueta negro y una gorra con la
visera de charol, me esperaba con los brazos cruzados al frente. Se irguió
al verme, me esperaba fuera de una limusina negra de cristales tintados.
—Buenas tardes —me dijo al abrirme la puerta de la limusina.
—Buenas tardes. Gracias.
Tenía que fingir tranquilidad cuando por dentro estaba temblando
pero Venus sabía cómo hacerlo.
Entré a la limusina y allí estaba él, llevaba un traje de chaqueta negro,
una camisa blanca y una corbata fina negra. No tenía nada que ver a cómo
me lo había imaginado. Era muy guapo, pero muy muy guapo, joven y con
una sonrisa perfecta.
—¿Venus? —asentí—. Yo soy Fabio.
Me dio dos besos.
—Siento la tardanza.
Había perdido mucho tiempo maquillándome, tuve que empezar tres
veces desde cero…
—No te preocupes, vamos muy bien de tiempo. ¿Te apetece tomar
algo?
—Tomaré lo que tomes tú.
Aquello podía ser un desastre, yo era una chica que no tomaba
alcohol (una cerveza muy de vez en cuando) y estaba segura de que él no
me estaba ofreciendo un refresco…
Abrió un pequeño arcón frigorífico que quedaba entre dos asientos y
sacó una botella de Möet Rosé, intenté no abrir los ojos como platos que
era lo que verdaderamente me nacía hacer. Cogió dos copas largas del
mismo arcón y las llenó a la mitad, me cedió una.
—Me dijeron que eras guapa, pero nunca imaginé que lo serías tanto.
—Gracias —me ruboricé inmediatamente.
—Me gustaría explicarte en qué consistirá tu trabajo aunque supongo
que Luca te habrá dicho, aunque haya sido por encima, qué necesito de ti.
—Luca me dijo únicamente que debía acompañarte a una cena y
después dedicarme a ti.
—Demasiado concreto fue… —sonreí aunque tenía la mandíbula en
tensión en todo momento—. A ver, Venus, para empezar este nombre
deberíamos cambiarlo… No es que no sea bonito, que lo es, pero no suena
muy serio, ¿comprendes? —asentí—. ¿Cómo te llamas?
—Nuria.
—Mucho más bonito —sonreí y él lo hizo conmigo—. A ver,
seguramente estarás cansada de hacer esto —intenté no poner los ojos en
blanco y no dejar a la luz que era mi primera vez— pero quiero decirte que
deberás ser correcta, amable, intenta sonreír mucho, si me gusta cómo
trabajas y lo deseas, conmigo podrás ganar mucho dinero.
No quería dedicarme a aquello, solo iba a ser algo puntual y me lo
repetía a mí misma doscientas veces por minuto…
—Ya mismo llegaremos, por favor, actúa normal, no sobreactúes,
intenta que no se note que es la primera vez que estamos juntos.
—No te preocupes. Sabré hacerlo —dije segura de mí misma.
El coche paró frente a un helipuerto y Fabio bajó del coche, lo rodeó
por la parte trasera y me abrió la puerta. Me tendió la mano, se la agarré y
me ayudó a bajar.
En ese momento pude verle mejor, tenía el atardecer a sus espaldas y
el color anaranjado de la puesta de sol le daba un toque precioso a su cara.
Era bastante más alto que yo, tenía el pelo oscuro, sujeto con un pequeño
moño y los laterales rapados. Podía dar la impresión de que aquel moño se
había hecho en plan rápido, descuidado, pero no, se notaba que cada
mechón había sido colocado de aquella forma muy conscientemente. Ojos
verdosos, nariz prominente, labios carnosos y dentadura perfecta. Aunque
iba trajeado podía intuir que debajo de aquel traje había un cuerpo
trabajado.
Si lo pensaba, Fabio era un tío guapísimo y súper atractivo y me sería
más fácil poder desarrollar el trabajo que tenía por delante, aunque para
ser sincera, Álvaro no abandonaba mi mente un solo segundo.
—Jon —le dijo al chófer—, mañana deberás estar aquí a la hora
acordada, ¿le quedó claro?
—Sí, señor.
—Puede retirarse.
El chófer volvió a montarse en la limusina, arrancó y se marchó.
—Espero que no te de miedo volar.
¿Miedo? ¡¡Pánico!!
—Si te soy sincera, me da pavor… —sonrió.
—Serán unos minutos, cuando menos lo esperes habremos llegado.
Me cedió su brazo para que me agarrase a él y lo hice. Caminamos
hasta llegar a un helicóptero, jamás había visto uno tan cerca. El ruido de
las aspas y el motor era bestial.
—Sube —me dijo gritando para que pudiera oírlo con el ruido que
había. Cogí la mano que me cedía para ayudarme a subir, aunque con
aquel vestido era muy difícil—. Permíteme —me agarró de la cintura, y
como si de una pluma se tratase, me subió al helicóptero.
—Gracias, Fabio.

Sabía que habían sido apenas unos minutos pero me parecieron horas.
Estaba aterrada, las rodillas se golpeaban entre sí del ataque de nervios
que tenía e intenté durante el viaje no mantener mucho tiempo los ojos
cerrados, con menos éxito del que quería, para no terminar de dejar claro
que era bastante ridícula.
La chica del pueblo había viajado en helicóptero privado, debía estar
soñando, posiblemente me quedé dormida en el columpio que mi padre
acababa de regalarme y cuando volviese a despertar, tendría siete años de
nuevo.
—Ya hemos llegado —me apretó la rodilla y abrí los ojos. No, no era
un sueño, había sentido aquel apretón perfectamente.
Respiré hondo pero no liberé la tensión que tenía dentro. Haber
llegado sana y salva era motivo suficiente como para dejar atrás la tensión,
pero aún quedaba lo peor que era aquello por lo que realmente estaba allí.
Empezaba mi puesta en escena, Venus le había pedido prestado el nombre
a Nuria para desarrollar aquello y Nuria, que andaba agazapada en mí,
deseaba volver a casa pronto, darse una ducha de agua caliente, acariciar a
Cásper, llamar a Álvaro para pedirle que no se fuera jamás de su lado y
comer sobras recalentadas en el microondas.
Me recoloqué el vestido y Fabio hizo lo mismo con su chaqueta y su
corbata tras bajarnos del helicóptero. Puso su brazo arqueado y me agarré
a él.
—Vamos —me miró y sonrió.
Caminamos hasta un embarcadero donde las luces de un enorme yate
te atrapaba la mirada desde metros antes de llegar a él.
—Buenas noches —nos dijo un chico que esperaba junto al muelle,
supuse que era uno de los vigilantes de seguridad porque llevaba unas
esposas y una extensible colgando del cinturón.
—Buenas noches —dijo Fabio sin apenas mirarle a la cara.
Aunque iba agarrada del brazo de Fabio, tenía el presentimiento de
que iba a caerme, los nervios se habían adueñado de mis piernas y caminar
sobre aquellos tacones era un auténtico desafío.
El muelle era de madera y crujía con nuestros pasos. Cuando pisamos
por fin la pasarela que nos introduciría a aquel yate, sentí ganas de llorar.
Estaba anocheciendo, aquel yate lujoso podría ser el sueño de cualquier
persona en cambio yo, parecía que me llevaban del brazo al matadero.
Sentía que no encajaba, Fabio era guapísimo, parecía sacado de un anuncio
de perfumes, el entorno era una puta pasada pero yo, Nuria, no era chica
para aquello, yo solo necesitaba unos leggings, un jersey ancho y el
columpio de mi casa para sentir que estaba rodeada de verdaderos lujos.
¿Alguna vez te has imaginado una vida de lujos? Lujos de los que el
dinero puede comprar, no los verdaderos lujos, como he mencionado
antes. Pues bien, si tu respuesta es afirmativa, seguro que te has imaginado
entrando en un yate como yo lo hice. Suelo de madera clara, lámparas de
araña que pobre el encargado de limpiarlas, sillones forrados en piel
blanca, grandes cristaleras, una auténtica mansión sobre el mar.
Intentaba no mirar descaradamente cada detalle de aquel lugar para
no parecer cateta, pero es que realmente yo lo era, y me sentía muy
orgullosa de serlo.
—¡Buenas noches, Fabio!
Un señor trajeado, de unos sesenta años, y con bastantes kilos de más,
acompañado de una rubia despampanante que parecía sacada del mismo
anuncio de perfumes que protagonizaba Fabio, se acercaron a nosotros. Él
le cedió la mano y Fabio le respondió al gesto apretándosela sonriente. La
chica, al igual que yo, solo se dedicaba a sonreír. Miraba a Fabio y me
miraba a mí, sí, la verdad que yo había sido más afortunada con respecto
al tío para el que trabajaríamos aquella noche…
—Buenas noches.
—Tan puntual como siempre.
—Ya sabes que es mi marca de identidad.
—¿Me presentas a la señorita? —le faltó babearme el vestido, sentí
cómo sus ojos me repasaban el cuerpo entero.
—Vanessa —fruncí el ceño, le miré y asintió levemente, procedió a la
presentación—, él es Julio, mi socio.
Nos dimos un par de besos y recibí el olor a alcohol que desprendía.
—Eres preciosa, Vanessa —me guiñó el ojo—. Un buen fichaje,
Fabio. Ya me dirás de dónde las sacado…
Se me borró por completo la sonrisa prácticamente fingida que tenía
en el rostro. Fabio sonrió levemente y negó con la cabeza como si no
estuviera de acuerdo con la forma en la que Julio se refería a mí.
Justo en aquel momento donde las ganas de salir corriendo de allí se
habían multiplicado por dieciocho mil, pasó un metre con una bandeja con
copas de champagne. Fabio cogió dos y me cedió una.
—Discúlpame, Julio. Voy a saludar a los demás.
Me agarró de la cintura y me llevó hacia una parte de la popa donde
apenas había gente y desde donde el cielo podía verse. Pensé en lanzarme
del barco como la protagonista de Titanic pero no quería darle más
dramatismo a lo que era mi vida.
—Siento el comentario de Julio, es un asqueroso… Te miré y noté
que te sentías incómoda.
—Bueno, sé lidiar con hombres como él —vacilé dejando a Venus
responder por mí.
—Tiene una personalidad un tanto especial…
—No tienes que preocuparte por eso, de verdad.
—Te cambié el nombre porque creo que no es necesario que sepa
tanto de ti aunque, sinceramente, parece que tiene un radar y termina
consiguiendo saber todo lo que quiere…
—Gracias por alejarme de allí.
—A veces soy bastante gilipollas pero os conozco demasiado, a las
mujeres me refiero, y sé cuándo queréis desaparecer. Soy el único chico de
cinco hermanos —sonrió—, sé descifrar los gestos de vuestras caras.
Fabio, poco a poco, consiguió hacerme sentir bien dentro de lo que
era verdaderamente estar allí y para lo que verdaderamente estábamos allí.
Una cena tranquila amenizada con una música clásica tocada en
directo, un menú minimalista pero de calidad excepcional y unos veinte
hombres trajeados con acompañantes llamativas, podía apostar las dos
manos a que ninguna era la oficial de ninguno, y no las perdía. Durante la
cena tuve que escuchar doscientas conversaciones aburridas de negocios y
demasiadas referencias al dinero en tan pocas horas. En eso se basó la
cena.
—Nos retiramos —dijo Fabio levantándose de la mesa y cediéndome
su mano.
Éramos la tercera “pareja” que se levantaba de la mesa.
—Mañana firmaremos el acuerdo —le dijo un hombre de unos
cuarenta años que durante la cena no dejó de colgar su teléfono móvil a
cada llamada entrante que recibía.
—A primera hora estaré en tu camarote.

Aquel yate debía costar una fortuna. El camarote donde Fabio y yo


pasaríamos la noche era prácticamente igual de grande que el dormitorio y
el salón de mi apartamento juntos.
No faltaba un detalle, todo perfectamente ordenado, un olor a madera y
vainilla que juntos eran la mezcla perfecta.
—¿Te apetece tomar algo? —me dijo mientras deshacía el nudo de su
corbata.
—Sírveme lo que vayas a tomar tú —había bebido más de lo que
debía, me notaba mareada—. Necesito entrar en el baño.
—Esa puerta.
Entré y me quedé enamorada de aquel baño: jacuzzi y lavabo doble,
un enorme espejo, toallas blancas impecables, tiradores dorados, lujoso.
Saqué mi teléfono móvil de mi bolso de mano, no lo había cogido
desde que salí de casa. Tras desbloquearlo vi que tenía dos llamadas
perdidas de Álvaro y me puse nerviosa. Lo dejé sobre el lavabo y me
retoqué el maquillaje.
Nunca antes había hecho pis en un váter como aquel y me sentí como
una reina por unos minutos. Estaba aún sentada en el váter cuando mi
móvil empezó a vibrar, las manos empezaron a temblarme, miré la
pantalla: Álvaro Lobo.
—¿Sí? — respondí casi susurrando.
—¡Por fin, Nuria! Me tenías preocupado.
—Estoy trabajando, Álvaro.
—Son casi las tres de la madrugada.
No había mirado la hora, creía que era más temprano y sentí que mi
respuesta no había sido buena opción.
—Hoy tenemos más trabajo —era tan absurda la conversación que
algo en mí me decía que colgase, apagase el móvil y que inventase algo
coherente para cuando estuviésemos frente a frente.
—¿Por qué hablas tan bajito?
—Estoy en el baño evitando que mi encargada me de una reprimenda
por hablar por teléfono durante mi jornada laboral…
—No te molesto más, si quieres te espero en la esquina para que no
vuelvas sola a casa.
—No te preocupes.
Fue terminar de decir aquella frase y unos nudillos tocaron la puerta
fuertemente.
—Nuria, ¿estás bien?
Recé para que Álvaro no hubiera oído a Fabio pero sabía que sería
prácticamente imposible por el tono de voz empleado por Álvaro, parecía
que estaba hueco...
—Ya salgo —le grité tapando el micrófono de mi móvil.
—Ya lo entiendo todo —me dijo Álvaro—. Hay un chico esperándote,
siento haberte molestado.
Colgó y un pinchazo se adueñó de mi pecho. Posiblemente era lo
mejor que pudo haber oído Álvaro. Mi vida era una auténtica mentira y si
estaba cerca terminaría haciéndole daño.
Me atusé el vestido y salí del baño.
•Capítulo 11•
Sexo al límite

Estaba sentado en uno de los sofás de la estancia con una copa de


champagne en la mano. Se había soltado el pelo y sinceramente, estaba
increíblemente guapo.
—¿Estás bien? —volvió a preguntarme, asentí—. Toma.
Cogí la copa y me senté a su lado.
—¿Qué planes tienes para esta noche? —pregunté coqueta aunque
realmente estaba cagada.
—Llevo toda la noche aguantándome las ganas de levantarte ese
vestido y follarte. Estoy seguro de que ambos lo vamos a pasar muy bien
hoy.
Tragué saliva y me sentí un poco incómoda pero Venus me echó un
cable, dio un pasito adelante y dejó a Nuria apartada de aquello, como
siempre que la cosa tomaba ese matiz.
—No tengo ninguna duda.
—Tengo gustos un tanto especiales… En esto del sexo me gustan las
cosas, digámosle, al límite. Quiero que seas discreta, Nuria.
—Lo seré.
—Lo que esta noche pase en esta habitación tendrá que quedar en esta
habitación.
—Así será, no te quepa la menor duda.
Profesionalidad ante todo.
Se puso en pie y empezó a desnudarse. Desabrochó su cinturón y
después hizo lo mismo con su bragueta. Botón a botón fue
desabrochándose la camisa, se quitó los gemelos y los dejó sobre una mesa
alta de cristal que tenía cerca. Se quitó la camisa y comprobé que Fabio,
bajo aquella ropa, era increíble. Era tan increíblemente perfecto que tenía
la necesidad de encontrarle alguna tara.
—Quiero que me ayudes.
Me puse a su lado y me dio la corbata que había dejado al llegar sobre
el respaldo del sofá. La cogí y le miré esperando indicaciones para saber
qué hacer con ella.
Caminó hasta la cama desnudo e inevitablemente mis ojos se fueron
directos a aquella espalda contorneada y a aquel culo perfecto, se tumbó
sobre ella y me invitó a acercarme.
—Desnúdate.
Desabroché la cremallera lateral de mi vestido y me deshice de él
sacándolo por mis pies.
—Quítatelo todo excepto los zapatos.
No me pareció algo raro, sabía que a muchos hombres le daba mucho
morbo follar con una tía calzada.
Hice lo que me dijo y se mordió el labio al verme desnuda.
—Quiero que me pongas esto —me dio un par de esposas.
La cama tenía a ambos lados unas pequeñas argollas que en aquel
momento entendí su funcionalidad. Solté la corbata que aún mantenía en
la mano e hice lo que me pidió.
—Tienes una delicadeza en las manos bárbara —sonreí—. Nuria,
ahora quiero que me ates la corbata al cuello. Fuerte. Quiero que hagas un
nudo corredizo, si no sabes hacerlo, te diré yo cómo se hace.
Fruncí un poco el ceño extrañada, sí sabía hacer un nudo corredizo, lo
que no sabía bien era qué quería hacer él con aquella corbata apretada en
el cuello. Mentiría si dijese que no me dio miedo aquella orden pero yo
estaba allí para complacer y, una vez más, hice lo que me pidió. Me puse a
horcajadas sobre él, pasé la corbata por la parte posterior de su cabeza y la
bajé hasta su cuello. Su polla estaba dura, la sentía entre mis glúteos.
—Lo estás haciendo muy bien.
Solo sonreí, estaba un poco (bastante) cagada de miedo. Até el nudo
como él me había pedido.
—En esa caja hay condones, coge uno y pónmelo.
Abrí la caja metálica que había sobre la mesita de noche, cogí un
condón y lo abrí cuidadosamente bajo su atenta mirada, posiblemente era
el hombre más guapo que había visto en toda mi vida y, de igual modo, era
el hombre que me había pedido en la cama lo más raro de toda mi vida.
Volví a colocarme a horcajadas sobre sus muslos, cogí su polla con
una de mis manos y con la otra deslicé el condón por ella. Gemía y su
dureza se multiplicó. Me coloqué sobre ella y me fui sentando lentamente
llevándola dentro de mí, se intentó pegar a mí pero las esposas no se lo
permitieron y bufó. Cerré los ojos y me moví sobre él, ¿cómo era posible
no sentir nada si era un Adonis? Intenté mantener la mente en blanco, no
quería pensar ni imaginarme nada, no quería que Álvaro se me viniera a la
mente en aquel momento, pero no lo conseguí, y pasó, ¿qué hubiera
pensado de mí si me hubiera visto a horcajadas sobre aquel tío y a punto
de hacer lo que iba a hacer?
A pesar de tener la cabeza en otro sitio, seguí moviéndome deseosa
de que su orgasmo estuviera cerca y terminar por fin con aquello.
—¡Tira de la corbata!
Abrí los ojos, los había tenido cerrados todo el tiempo, la cogí con
miedo y sin parar de moverme sobre él, tiré. Las venas de la frente se le
marcaron, los ojos se le ensangrentaron, el pelo mojado lo tenía pegado en
la cara y las manos tiraron nuevamente de las argollas para intentar
escapar de aquello. Se corrió, la polla no le hizo ningún amago de
venírsele abajo, solté la corbata y rápido se la aflojé del cuello.
Tenía la cara roja, respiraba agitado y me asusté.
—Fabio…
Tardó en reaccionar, posiblemente fueron segundos pero para mí
parecieron horas, levantó el pulgar de la mano derecha y me pude quedar
un poco más tranquila. Le quité el condón y gimió, su polla seguía dura.
—Retírame las esposas —consiguió decirme.
Cogí las llaves que había dejado sobre la mesita e hice lo que me dijo.
Una vez liberado, se retiró la corbata del cuello y se sentó en el filo de la
cama.
—Lo has hecho bien.
Me costó un poco reaccionar, era como si aún siguiera en shock por
lo vivido.
—Gracias, supongo —atiné a decir.
—Tenías mi vida en tus manos. Me da mucho morbo pensar que otra
persona puede hacer conmigo lo que quiera hasta el punto de quitarme la
vida follando.
Tragué saliva.
—Tengo que ir al baño.
Aquello me parecía una auténtica locura.
Me miré en el espejo del baño y analicé la situación, ahora que ya
había terminado caía en la cuenta del peligro real de aquella práctica y lo
que podía haber pasado si algo hubiera salido mal… Me senté un poco en
el váter para digerir lo vivido.
Pocos minutos después salí y estaba arrodillado frente a la mesa de
cristal que compartía estancia con los sofás de piel.
—¿Quieres? —tenía una raya de cocaína sobre la mesa y un tubo que
me cedía. Negué con la cabeza y la esnifó él.
En cierto modo, aquella escena me entristeció. Él podía tener todo lo
que quisiera. Nunca había visto aquello antes y me daba pavor no saber
qué efecto tendría aquello sobre Fabio y cómo actuaría a partir de aquel
momento conmigo. Cerró los ojos, echo la cabeza hacia atrás y se sentó en
el suelo apoyando la cabeza sobre el sofá.
—No me mires con miedo, hazlo mejor con pena, realmente es lo que
doy…
Lo tenía todo aparentemente, y no era feliz. Al fin de cuentas no era
más feliz quién más tenía, sino quién con menos conseguía serlo.

Amaneció, me giré en la cama y no había nadie. Me costó unos


segundos ubicarme. Sobre la mesita de noche había un cruasán y un vaso
de zumo de naranja, tenía hambre y no dudé en tomármelo.
Cuando ya había desayunado me puse la ropa con la que había ido,
me recogí el pelo en una coleta un poco menos perfecta que con la que fui
y me senté en el sofá a esperar que llegase Fabio. Cogí mi teléfono móvil.
No había ninguna llamada, de alguna manera, aquello era algo que me
podía ayudar a respirar tranquila pero, la Nuria romántica que vivía en mí,
quería leer un mensaje de buenos días de Álvaro. Tenía que empezar a
reconocer que era bipolar. Era bipolar y no sabía qué coño quería
realmente y, de seguir así durante mucho tiempo, iba a terminar loca…
Oí la puerta abrirse. Fabio llevaba un pantalón vaquero, una camisa
blanca por fuera del pantalón y unos zapatos negros acordonados. Era
increíblemente guapo el cabronazo…
—Buenos días, ¿cómo estás?
—Bien —le respondí.
—En breve llegaremos a tierra firme.
No notaba ni tan siquiera que el yate estuviera navegando.
Se metió en el baño y unos minutos después, salió con un moño
descuidado hecho.
—Esto es tuyo —me dio un sobre blanco cerrado—. Puedes contarlo
si quieres.
Estaba serio pero sinceramente no me apetecía hablar mucho con él,
¿que estaba bueno? Sí, ¿que no quería volver a verlo? Pues también…
Abrí el sobre y me quedé impactada, seis billetes de quinientos euros.
La verdad que aquel dinero había llegado a mis manos demasiado fácil,
pensé que sería peor, me dije.
—Creo que te has equivocado, Luca me dijo que serían unos cien
euros la hora.
—Ya te dije que si hacías bien tu trabajo, conmigo ganarías mucho
dinero, para mí son solo papeles de colores, créeme.

•Capítulo 12•
En un huequecito de tu corazón…
El trayecto a casa podría clasificarlo como raro. Tenía tres mil euros
más en el bolsillo, ganados en poco menos de veinticuatro horas, no había
sido muy difícil e incluso llegué a entender a las chicas que se dedicaban a
lo que yo había hecho aquella noche. Por otro lado no podía evitar
reconocer que había tenido suerte porque mi cliente era un pivonazo, pero
claro, la acompañante de Julio “el cerdo” (como le bauticé), no debía
pensar lo mismo que yo.
Hice el trayecto en helicóptero con los ojos cerrados nuevamente y
Fabio no me dirigió la palabra, apenas me miraba, lo podía comprobar por
el rabillo del ojo. Supuse que a agua pasada sentiría incluso pudor,
vergüenza quizá, pero aquello solo era suposición mía y posiblemente él
estaría muy acostumbrado al día después de su sexo al límite con alguna
chica.
El chófer aparcó la limusina frente a mi portal y fue el único
momento en el que Fabio abrió la boca.
—Quedas liberada —sonrió—. Lo he pasado bien.
—Igualmente —mentí.
—Toma —me cedió una tarjeta agarrándola entre sus dedos índice y
corazón—, ahí tienes mi número de teléfono.
La cogí y sonreí levemente.
—Adiós, Fabio.
Asintió y me bajé de la limusina. La gente que pasaba por la calle me
miraba extrañada y yo sentía que llevaba sobre mi cabeza un cartel
luminoso con la palabra PUTA parpadeando.
Me metí rápida en el interior de mi bloque de apartamentos y cuando
me subí en el ascensor sentí que pesaba menos. Introduje la llave en la
cerradura y de la puerta de al lado salió la tía Adela, mi vecina.
—Buenos días, tía.
—Hija, anoche estuvo un chico esperándote, estuvo sentado en las
escaleras hasta las tantas de la madrugada… Me dio apuro verle, le
pregunté si necesitaba algo y me dijo que no, que solo estaba esperando…
Se me heló la sangre y de nuevo la punzada en el corazón. Sabía que
era él, Álvaro.
—¿Sabes qué hora sería?
—¿Cuándo se marchó? —asentí—. De eso ya no me acuerdo…
—Gracias, tía Adela. Creo saber quién era, ahora le llamaré. Pasé la
noche fuera con unas amigas.

Mi vida giraba en torno a miles de mentiras, mi vida en sí era una


maldita mentira, Nuria era una mentira y ¿Venus…? De ella para qué
hablar…
Mi apartamentito era calma pura, Cásper vino a recibirme con su
característica tranquilidad, cuántas veces quise llevar su vida: del sofá a la
cama, de la cama al comedero, del comedero al arenero, y del arenero
nuevamente al sofá… Ningún tipo de preocupación, otro lujo del que poco
se habla... Cuando estamos en calma mentalmente, no sabemos el lujo que
tenemos. Tener algo carcomiéndote por dentro es una sensación horrible.
Entré en la cocina, presioné con el pie la lengüeta del cubo de basura
para abrirlo y tiré la tarjeta que Fabio me había dado. No volvería a
repetirse aquello.
En el mueble de mi pequeño salón tenía el sobre guardado con mis
ahorros e introduje en él los tres mil euros que había ganado aquella
noche. Ya solo me faltaban tres mil euros más para saldar la deuda de mis
padres y salvar la casita que tantos recuerdos bonitos me traía a la mente.
Me metí a darme una ducha, necesitaba quitarme el olor que Fabio
había dejado en mí. Quería borrar aquel capítulo de la historia de mi vida
y, como siempre, el agua era como mi salvación. Bajo el chorro de agua
templada renacía, me purificaba.

Después de cenar me encantaba apagar el televisor y recostarme un


poco en el sofá con mi libro electrónico en las manos, leer me encantaba,
me encantaba leer historias de amor en las que sabías que los
protagonistas estaban hechos el uno para el otro, eso me pasaba con el que
tenía entre mis manos y es que la historia de Tatiana y Alejandro, me
estaba calando bastante, ¿cuándo encontraría yo un Alejandro que me
dejase todos los días una rosa roja en mi cajón del escritorio? ¿O yo ya
tenía un hombre así pero no podía tenerlo cerca? Me entristecía tanto
aquello… Sabía que Álvaro quería tenerme en su vida pero yo le obligaba,
por su bien y por el mío, a estar lejos.
Cásper se acostó sobre mi pecho y empezó a ronronear, aquel peludo
era capaz de calmar toda la ansiedad que pudiera tener en cuestión de
segundos, tenía magia en el pelaje yo creo.
Mi móvil empezó a sonar y me distrajo de mi lectura cuando más
interesante estaba. Una parte de mí deseaba que en la pantalla se reflejase
el nombre de Álvaro, otra parte de mí necesitaba que Álvaro desapareciese
por completo de mi vida por el bien de ambos. Miré la pantalla, era Luca.
—Dime, Luca.
—¿Cómo estás?
—Bien, pronto me iré a la cama.
—Quería decirte que me llamó Fabio para agradecerme la
recomendación de Nuria. Estaba muy contento, espero que no te haya sido
un trago muy amargo, me reconocerás que Fabio es un tío bastante
guapete.
—Sí, muy guapete… Pero bueno, el trabajo es el trabajo…
—Sé que me dijiste que sería algo puntual pero tengo una nueva
oferta, un cliente me llamó para solicitar tu compañía.
—No —dije rotunda.
—De acuerdo, solo quería decírtelo porque me extrañó mucho que
ofreciera tanto dinero por solo un encuentro… Tampoco sé si ya has
conseguido todo el dinero que necesitabas entonces me vi en la obligación
de, al menos, informarte.
—Y por mera curiosidad, ¿de cuánto dinero hablas?
—Una auténtica burrada… Tres mil euros…
—¿Tres mil euros? —abrí los ojos como platos ante semejante
burrada.
—Ya te dije que era una locura…
—Es justo el dinero que necesito para poder zanjar la deuda de mis
padres pero, sinceramente, no estoy preparada para esto… Ayer me di
cuenta de que en ese mundo no es oro todo lo que reluce…
—Si cambias de opinión solo tienes que decírmelo.
—No creo que pase, aun así, gracias. Te veo mañana.
—Buenas noches.
¿Tres mil euros por un puto polvo? ¿quién diablos estaba tan loco
para pagar por mí esa cantidad? Demasiadas preguntas, y demasiado
dinero ¿fácil?
Me despertaron los golpes en la puerta, miré mi reloj, las dos de la
madrugada…
Me levanté asustada, en principio creí que había sido un sueño pero
de nuevo los nudillos aporreando la puerta me sacaron de dudas. Miré por
la mirilla, no podía ser verdad.
—¿Qué haces aquí? —le dije nada más abrirle la puerta.
—De nuevo te esperé en la esquina donde en dos ocasiones
necesitaste de mí, no te vi, no sabía si habías llegado bien. Ahora que te
veo, puedo volverme tranquilo al hotel sabiendo que estás a salvo.
—Lobo…
—No sé por qué hago esto, no sé qué demonios me traen a buscarte
cada noche, mañana será mi última noche en Madrid y siento que dejo
aquí parte de mí, soy gilipollas, lo sé, me he ilusionado como un puto crío
que descubre el amor por primera vez.
—Pasa, no quiero ser la comidilla del rellano mañana.
—No, me marcho, solo viene a comprobar que estás bien.
—Lobo, no me niegues con la boca lo que estás deseando hacer con el
corazón.
Me miró, se frotó la frente y entró.
—¿Quieres tomar algo? —le dije mientras nos dirigíamos al salón.
—No, gracias.
—Siéntate donde quieras.
—Ahora que sé que estás bien me siento un auténtico gilipollas por
haber venido, estabas dormida, pero te juro que siento pánico de pensar
que pueda pasarte algo…
—Te lo agradezco, de verdad, pero no tienes que preocuparte por mí.
—Cuando te ayudé en aquellas dos ocasiones no dijiste lo mismo.
—Estaba asustada, solo es eso, a veces creo que soy una paranoica…
Se quedó callado y sentí pena. Realmente no sentía lo que decía, me
encantaba saber que quería protegerme, me encantaba saber que la noche
anterior se pasó horas esperándome en la escalera, me encantaba que un
hombre se preocupara tanto por mí.
—Anoche —respiró hondo—, cuando oí aquella voz masculina al
otro lado de la línea, sentí un pellizco en el pecho.
Le miré a los ojos y por primera vez no vi al Lobo chulesco que me
tenía hechizada desde los quince...
—Álvaro…
—No me digas nada, ¿quién soy yo para recibir explicaciones por tu
parte? Nuestros caminos se han cruzado en el momento menos apropiado.
—¿Por qué dices eso?
—Porque atando cabos me he dado cuenta de todo…
Abrí los ojos como platos y empecé a ponerme nerviosa, era
imposible, él no podía saber nada.
—¿Qué cabos? ¿De qué te has dado cuenta?
—Estás saliendo con un hombre.
—¿Qué?
—Te vi.
—¿Cómo? —mantuve el ceño fruncido y me puse más nerviosa aún.
—Ayer te vi irte, vino a buscarte en limusina, ¡joder, así no hay quién
compita! —sonrió levemente—. Ibas preciosa, pensé que habrías quedado
con alguna amiga pero cuando te llamé y le oí al otro lado... Estabas con
él…
No sabía si era lo correcto pero tenía que hacerlo. Lobo tenía que
desaparecer ya de mi vida. No podía seguir corriendo riesgos innecesarios,
si seguía con él y con aquel tonteo, iba a descubrir mi gran mentira. Tenía
que aprovechar aquella oportunidad, me la había puesto en bandeja.
—Sí, así es. Perdóname, pensarás que he jugado quizá contigo.
—Los dos somos adultos, ¿no? Tú no me pediste explicaciones de por
qué, si estaba conociendo a alguien, me lie contigo, yo no soy nadie para
echarte nada en cara, tú tendrás tus motivos al igual que yo los tenía
realmente.
—Morbo, Lobo. Puro morbo. Una no se termina follando a los años a
su amor platónico de adolescente…
—Bueno, me encantó que cumplieras tu deseo, he de reconocer que tú
has sido el mío desde que te vi en la plazoleta del pueblo hace unos días.
—Lo hemos pasado bien, Lobo.
—Aunque si te soy sincero, pensé que estabas enamorada de mí —se
rio—. Qué idiota, ¿verdad?
¿Idiota? Estaba segura de que sí estaba enamorada de él porque una
no se imagina una vida junto a alguien si no está enamorada…
—Nuria, ya no lo diré más, te dejaré descansar, solo vine para
asegurarme de que estabas bien y seguir conservando mi insignia de
superhéroe —me guiñó el ojo.
—Gracias por todo, Lobo. Espero que cumplas todo lo que te
propongas.
—No creo que sea buena idea que desees eso.
—¿Por qué?
—Si me propongo conquistarte y tú no colaboras, no voy a poder
cumplirlo.
Sonreí.
—Bueno, en ese caso, deseo que cumplas todo lo que te propongas
excepto conquistarme.
Lo dije y juro que sentí ganas de pegarme una bofetada a mí misma.
—Una lástima… —me guiñó el ojo—. Bueno Nuria, ojalá tú también
consigas todo lo que te propongas, te lo mereces, sé que no cualquiera es
capaz de hacer lo que tú hiciste por conseguir tu sueño, no cualquiera sería
capaz de cambiar nuestro pueblecito por la gran ciudad.
—Te echaré de menos, espero volver a verte pronto —se me alojó un
nudo en la garganta que me hacía difícil respirar incluso.
—Guárdame en un huequecito de tu corazón y si algún día nuestros
caminos se vuelven a cruzar, acuérdate de que estoy ahí.
Nos dimos un abrazo de esos que saben a despedida, de esos que
duelen y que sabes que costarán olvidar fácilmente.

Se fue de mi apartamento, volví a la cama y empecé a buscarle un


huequecito en mi corazón donde no estuviera muy apretado y desde donde
pudiera tirar de él cada vez que sintiera que todos los hombres eran iguales
porque no, no todos son iguales.
•Capítulo 13•
La despedida

Cuando llegaba al camerino después de actuar, sentía que pesaba


menos, era como si de mis hombros me quitase la losa que había estado
cargando todo el día, era como el broche a un día de mierda más,
resumiendo.
Otro día acabado.
—Nuria —me dijo Elena mientras nos desmaquillábamos. La miré—,
¿cómo estás?
—Bueno…
—Ya sabes que aquí pocas son las cosas que se consiguen mantener
en secreto… Se habla de un trabajo que le has hecho a un milloneti.
—Bueno, es a lo que me expongo aceptando ciertos tipos de trabajos
pero ya sabes que necesito el dinero…
—¿Crees que voy a juzgarte? Mírame, soy puta, Nuria… Los
trescientos sesenta y cinco días del año… No tienes que darme ninguna
explicación, solo quería saber si después de pasar ese trago te encontrabas
bien.
La verdad es que Elena era tan linda, era tan buena, tan buena
compañera y tenía esa pizca de ingenuidad, que parecía imposible e
incompatible con aquella profesión que tenía. La miraba a los ojos y me
era imposible ver a Candy, yo la veía a ella, a Elena, porque sus ojos eran
transparentes.
—Fue difícil, pero no tanto como había pensado que sería… Creo que
tuve suerte.
—Me consta que Luca tiene una cartera de clientes de una calidad
suprema —me guiñó el ojo—, nada que ver a la morralla que entra aquí
cada noche buscando cualquier coño…
—Tengo una cosa que me ronda la mente, una decisión que no tengo
clara y tengo a un diablillo en un hombro y a un angelito en el otro…
Estoy desesperada, me siento como si estuviera dando vueltas dentro de
una maldita espiral, como si estuviera dentro de un laberinto en el que no
sé dónde queda la salida.
—Si quieres mi opinión, dispara.
—Necesito dinero para dentro de un par de semanas, no tengo un
margen grande de tiempo y es lo que me tiene nerviosa, es como una
carrera a contrarreloj… —tomé aire y lo expulsé lentamente.
Elena arrastró su banquito de terciopelo rosa fucsia hasta ponerse
frente a mí, nuestras rodillas podían rozarse.
—El dinero, Nuria, es la mayor mierda que el ser humano posee. El
dinero esclaviza, el dinero maneja los hilos haciéndonos miserables
marionetas. Ninguna tía se regala a un tío que le produce arcadas, se vende
por dinero, haciéndose esclava de él, del dinero digo, y del que lo posee. Si
tienes esa deuda, por mucho que el angelito pelee contra el diablillo, es
este el que va a ganar. Ya has caído en este juego de mierda, el del dinero
“fácil” y de aquí, amiga, es muy jodido y difícil salir. Después de esta
deuda que tienes que zanjar, vendrá otra, y otra… Y como lo ganas bien y
rápido te embarcaras en otras deudas y las seguirás zanjando de la misma
forma… Cuanto más tengas, más vas a querer. Cuanto más ganes, más vas
a necesitar.
Aquellas palabras me dejaron destrozada, era como si alguien me
dijera en voz alta lo que yo pensaba también.
—No quiero hacer esto…
—Pero lo harás, lo harás más veces de las que habías pensado.
—Aún recuerdo aquella niña ingenua que llegó ilusionada a la gran
ciudad para cumplir su gran sueño. Ahora me miro al espejo y no veo ni la
sombra de aquella niña.
—Ninguna vemos ya ni nuestra sombra, es lo que tiene esto, a mí me
ha comido Candy, a ti te terminará comiendo Venus. Somos lo que nunca
quisimos ser.
—Eso es muy triste, yo me niego a dejar mi sueño olvidado, quiero
ser profesora, quiero enseñar, quiero ser feliz.
—Si consigues que Nuria sepulte a Venus podrás lograrlo todo, como
sea al revés dudo que algún día lo consigas… Y no quiero sonar dura, ni
pesimista, es únicamente ser realista. Mira a tu alrededor, todas teníamos
sueños…
—Yo no voy a dejar que Venus se coma a Nuria, un día tendré a
treinta cabecitas mirándome expectantes. Como que me llamo Nuria —
sentencié.

Por fin en mi apartamento, me quité las botas y las dejé sobre la


alfombra del recibidor, colgué mi abrigo en el perchero y oí acercarse el
cascabel de mi compañero de piso y de vida. Se rozó entre mis piernas y lo
cogí.
—Ay, Cásper… —suspiré—. No sabes cuán difícil es todo… No sé
qué voy a hacer con mi vida… Siento como si inevitablemente estuviera
precipitándome al vacío… ¿Sabes? A veces me imagino comprándome
una casita en el pueblo, ¿te imaginas? Tú, yo y una casita con jardineras,
un árbol con un columpio, como el que mi papá me hizo, y por el que
pudieras trepar hasta la copa, lo sé, no tienes ya edad para estar trepando
pero yo lo imagino así, al fin de cuentas es más factible que trepes un
árbol aquí en Madrid a que yo me compre una casa en el pueblo y sea
profesora en el mismo colegio donde yo estudié, pero la imaginación anda
libre y la mía no camina, vuela…
Cásper me miraba, ojalá pudiera hablarme, aunque si pudieran hablar
perderían gran parte de su magia, se parecerían demasiado al ser humano y
ahí sería restar a algo que ya de por sí es perfecto.

—Buenos días, mamá —me senté en el sofá con mi café con mucha
más leche que café—. ¿Cómo estáis?
—Tristes, hija… Sabemos el esfuerzo extra que debes estar haciendo
para conseguir el dinero. Nos quita más el sueño lo que estarás viviendo, a
la deuda en sí…
—Mamá, ya te dije que no debías preocuparte, ya tengo el dinero —
mentí—. Mi jefe me ha adelantado un par de pagos que sumados a mis
ahorros he logrado reunir el dinero —mentí de nuevo.
—Nuria, no vas a poder vivir en Madrid con las migajas de tu
sueldo…
—No te preocupes por mí, de verdad. Está todo bajo control.
—Nunca podremos devolverte todo lo que estás haciendo por
nosotros.
—Vosotros me disteis la vida, creo que la que está en deuda con
vosotros soy yo.
Llamaron a la puerta y me extrañó, no sabía quién podía ser, aquella
mañana no esperaba a nadie, bueno, ninguna mañana esperaba a alguien…
—Mamá —me puse en pie—, tengo que dejarte.
—Cuídate mucho, mi niña. Te quiero.
—Y yo a vosotros, mami.
Miré por la mirilla y no vi a nadie. Me quedé detrás de la puerta
esperando por si volvían a llamar y así fue. Cuando de nuevo aquellos
nudillos golpearon mi puerta miré de nuevo por la mirilla. Respiré hondo,
no podía ser verdad, no entendía nada.
Abrí.
—Lobo...
—Nuria —se tocaba nervioso el entrecejo y le vi preocupado y triste
—, necesito que hablemos.
—Pensé que todo quedó claro ayer…
—Déjame decirte algo, serán solo unos minutos y después te prometo
que me iré para siempre.
De nuevo el pellizco en el pecho y el nudo en la garganta, el miedo
inevitable de creer que sabía toda la verdad en tantas de mis mentiras.
—Pasa.
Álvaro estaba guapísimo, llevaba un pantalón chino beige, un jersey
negro con el cuello en pico ajustado a su cuerpo y un abrigo negro casi por
la rodilla. Peinado hacia atrás y con barba de un par de días parecía un
modelo recién sacado de alguna pasarela. ¿Y yo? Pues yo llevaba un
pijama que lució más bonito meses atrás y un moño desaliñado tipo nido
sobre la cabeza, ni gota de maquillaje y el aliento oliéndome a café.
—¿Quieres café?
—No, gracias.
—Siéntate donde quieras. Con tu permiso —me senté frente a mi taza
de café extra de leche y cogí una galleta del paquete para mojarla.
Con el nudo que se me había hecho al verle tras mi puerta a través de
la mirilla, no tenía hambre en absoluto pero, una vez más, tenía que fingir
que estaba tranquila y harta de nadar en aquellas aguas. Se sentó en una de
las sillas, esta vez mantenía una distancia demasiado grande aun
teniéndolo a un metro prácticamente. Estaba nervioso, ya éramos dos.
—Nuria —apoyó sus codos sobre la mesa y se tocó el pelo que le
lucía perfectamente engominado—, hoy me voy de Madrid. Sé que ayer
nos despedimos pero no he podido dormir en toda la noche.
—Lobo…
—Déjame soltarlo todo, si me voy con algo en el tintero sentiré que
no hice todo cuanto podía —respiró hondo—. ¿Has sentido alguna vez la
sensación de saber que te estás precipitando al vacío y no tienes miedo de
estrellarte?
—Posiblemente…
—Cuando llegaste al pueblo de visita y supe que estabas allí, no dudé
en ir a verte. Te asalte en aquel banco y cuando te miré a los ojos regresé
al pasado. ¿Te acuerdas de una carta anónima que recibiste al cumplir los
dieciséis?
Abrí los ojos como platos. Aquella carta aún la tenía guardada en una
caja en la casa de mis padres, nadie jamás supo de su existencia, ni a mi
mejor amiga le dije que había recibido aquella carta.
—Sí, claro que la recuerdo… Pero, ¿por qué sabes tú de su
existencia?
—Bueno —sonrió de lado—, fui yo quien te dejó aquella carta.
Nunca, jamás en la vida hubiera imaginado que detrás de aquellas
letras se escondía la mano de Álvaro Lobo, el mismo que andaba por el
pueblo cada semana con una chica diferente, el mismo que nunca tuvo un
gesto hacia mí, el mismo que muy pocas veces había cruzado alguna
mirada conmigo…
—No puede ser.
—Aquella carta terminaba con un corazón y una flecha —abrí los
ojos más aún y se carcajeó. Me encantaba aquella sonrisa—. La escribí yo.
Tú creías que me eras indiferente y era todo lo contrario, me encantaba
verte sentada en el escalón de tu puerta, sentada en el banco del colegio
con tus amigas con cualquier libro entre las manos pero, ¿sabes qué
pensaba? Que aquella niña jamás se fijaría en un niñato como lo era yo.
Realmente no era ningún niñato, solo me gustaba divertirme con mis
amigos, salir a dar vueltas por los terrenos con mi moto y bueno, las
chicas venían solas, jamás busqué a ninguna, jamás me enamoré de
ninguna. Te veía a través del vallado sentada en el columpio de la parte
trasera de tu casa, te veía y me imaginaba compartiendo una vida
contigo…
—Álvaro… Jamás lo hubiera imaginado…
—No lo sabía nadie, era algo que sentía y guardaba para mí, sabía que
estaba enamorado de ti y era por eso por lo que no me atrevía a lanzarme,
si me hubieras rechazado hubiera sido un palo…
Sonreí.
—A ver, Álvaro —suspiré y me mordí levemente el labio—, mentiría
si dijese que me no me hacen sentir bien tus palabras pero,
inevitablemente y para desgracia de nosotros, llegaron tarde…
—¿Tarde? Jamás es tarde para ser feliz. Sé que aquí en Madrid tienes
una vida, sé que te apasiona lo que estás estudiando pero, como dice la
canción, si tú me dices ven, lo dejo todo. Podría pedir el traslado aquí y no
tendrías que dejar nada de todo lo que aquí tienes.
Se borró la sonrisa de mi cara, quise llorar, quería terminar con
aquella vida de mierda que tenía, me encantaría poder escapar de todo lo
que rodeaba a Venus y volver a mi pueblo siendo Nuria, la profe del cole,
la novia de Álvaro Lobo, el policía, y vivir felices en una casita con un
árbol y un columpio… Todo en mi imaginación era precioso y perfecto
pero irreal e imposible…
—Álvaro, ya sabes que estoy con alguien —inventé para seguir
rizando el rizo de mi vida de mentiras.
—Pero sabemos que cuando nos hemos tenido no ha existido nadie
entre nosotros, tú y yo estamos hechos para estar juntos. Llevo enamorado
de ti desde antes de cumplir mi mayoría de edad, el haberme cruzado en
Madrid contigo no ha podido ser una casualidad… Me niego a creerlo.
—Es mejor que te vayas…
—Cuando hemos estado a solas sentía que no había nadie más, solos
tú y yo. Tú también lo has sentido, niégamelo.
—Álvaro, vete, de verdad. Vuelve a tu vida, olvídate de mí y olvida
los encuentros que hemos tenido, ha sido sexo, solo eso, la carne es carne.
—Nuria…
—¡No puedes llegar de la nada y querer poner mi vida patas arriba!
—le grité y las lágrimas se apelotonaron en mis ojos deseosas de salir de
ellos—. No puedes llegar de un día para otro y confesarme un amor que
quién sabe cuánto tendrá de realidad y cuánto de fantasía.
Ya estaba dicho, estaba destrozada, Álvaro había sido el único
hombre que me había tratado como lo que era, una mujer valiosa a la que
protegería de todo y de todos aunque tuviera que pasar toda una noche
sentado en una fría escalera de un bloque de apartamentos. Estaba harta de
ser un juguete en las manos de los tíos, y ahora que tenía a uno que
verdaderamente era capaz de dejarlo todo por mí, ¿qué hacía yo?
Mandarlo a la mierda diciéndole que no podía llegar de la nada y poner mi
mundo patas arriba, ja ja ja… Él era el que ponía tu puto mundo de mierda
patas arriba, ¿no, Nuria?
—Está bien —se puso en pie—. Tienes razón.
—Por favor, Álvaro, vete de mi casa y no vuelvas más.
Aquellas palabras que dejé escapar de mi boca supe que eran puñales
directos al corazón de Álvaro porque aquellos ojos vidriosos no mentían, y
aquella voz entrecortada tampoco, y me dolía enormemente. No quería que
se fuera, quería dejarlo allí, compartir cajones con ropa interior, que me
preparase café sin café, enjabonarle la espalda, abrazarle bajo la ducha,
hacer el amor sobre la encimera, compartir una tortilla recalentada en el
microondas, compartir una vida al fin y al cabo.
Nos dirigimos hacia la puerta y fue ahí donde mis lágrimas brotaron
libremente sin esperar a que él se fuera. Cásper se acercó a él y él le tocó
la cabecita.
—Adiós, Cásper, cuídala mucho.
Salió de mi apartamento sin mirar atrás y sentí que se iba una parte
de mí con él. Paró frente al ascensor, pulsó el botón para llamarlo y justo
cuando se abrieron las puertas le llamé.
—¡Lobo!
Me miró, intenté sacar la voz desde donde la tuviera guardada pero no
dije nada más, me apartó la mirada, se metió dentro del ascensor y las
puertas se cerraron.
•Capítulo 14•
Un despiste tras otro

Me desperté, miré el reloj de mi teléfono móvil, las dos de la tarde…


La cabeza me dolía mucho, los ojos los tenía hinchados de haber llorado
prácticamente durante toda la tarde del día anterior y la noche que había
dado fin. Estaba cansada y por delante tenía un día de mierda más que
debía afrontar con la más falsas de las sonrisas.

Iba caminando al trabajo con una hora de antelación para decirle a


Luca que aceptaba aquel trabajo de los tres mil euros. Iba decidida, aquella
era mi realidad actual y empezaba a echármela a la espalda, era una puta,
tenía que aceptarlo. Ya no solo bailaba y daba espectáculo, no, ya había
estado con un tío por dinero e iba camino a concretar día y hora para estar
con otro.
Venus 2 – 0 Nuria
Estaba metida casi hasta el cuello…

—Pasa, Venus —puse los ojos en blanco.


—Luca, acepto la propuesta del tipo ese que contactó contigo.
—¿Cómo dices? —abrió los ojos como platos.
—Pues eso, Luca. Lo he pensado mejor, necesito la pasta y no
encuentro otra opción para conseguir el dinero que necesito en el tiempo
que me queda… Podría robar un banco pero, sinceramente, no me veo
capaz. Qué cosas, ¿no? Muy atrevida para algunas cosas y una cagada para
otras… —añadí.
—A ver, Venus… Creo que se te está yendo esto de las manos… Este
tipo no es como Fabio…
—¿Y qué más da? A las putas solo nos interesa una sola cosa, el
dinero.
—No te reconozco en tus palabras.
—Soy una chica nueva, Venus es poderosa, fuerte y sabrá sacarme
cuando sea el momento de esta mierda. Confío en ella. Ayer Nuria perdió
al gran amor de su vida, lo dejó escapar aun habiéndole confesado aquello
que dice la canción: si tú me dices ven, lo dejo todo… —empecé a llorar
de rabia—. Qué bonito, ¿verdad? Lástima de que la chica de la que lleva
enamorado desde la adolescencia sea puta…
—Nuria…
—Déjalo, Luca, no quiero oír a nadie. Con suerte, esta noche me
acuesto y no me despierto mañana.
—No digas eso.
—¿Qué no puedo decir? ¿Que mi vida es una mierda y que no quiero
vivirla? ¿Que soy una mentira andante y que me encantaría desaparecer?
Es mi puñetera realidad, ¡joder!
—Creo que deberías irte a casa, hoy no estás como para dar el show
correctamente…
—Estoy perfectamente, no te preocupes por mí, sabré hacer bien mi
trabajo.
—Como quieras… —buscó entre las hojas de su agenda, cogió una
tarjeta de su escritorio y copió un número que estaba apuntado en una de
las hojas de la agenda—. Aquí tienes el número del tipo que contactó
conmigo.
Lo cogí y me lo guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón vaquero.
Aquella noche intenté hacer mi espectáculo de Pole Dance de la
mejor forma que pude, de nuevo imaginé que estaba sola en aquella barra
y una vez más conseguí desconectar de todo aunque tenía la mente puesta
en la despedida con Álvaro, me dolía el alma.

“Era como otra noche cualquiera, un espectáculo más, tenía los ojos
cerrados y había conseguido desconectar a pesar del nudo que sentía en
pecho.
Me agarré fuerte a la barra y empecé a girar sobre ella, era increíble
cómo mi mente desconectaba de todo dejándome a solas con la música y
con aquella barra fría. Aquella barra bien podía ser yo, éramos tan
parecidas… Aquella barra fría se parecía a mi vida, a mi personalidad, a
mi mente, a mi cuerpo…
Unos gritos masculinos se hicieron más y más fuertes dejando baja la
música, abrí los ojos y toqué la tarima fría con mis pies descalzos.
—¡Nuria!
No, no podía ser verdad, él no podía estar allí, él no podía descubrir
mi gran mentira de aquella forma.
Corrió hasta mí, subió de un salto a la tarina y me cogió de ambos
brazos.
—¡Ahora entiendo por qué me has sacado de tu vida! Eres
repugnante, das asco, mírate, mira en qué te has convertido... ¡PUTA!
El corazón me iba a mil por hora, sentía la boca seca, las lágrimas
me bañaban la cara y la pena era casi tan grande como la vergüenza que
sentía.
—Álvaro...”

Me desperté agitada, había sido una maldita pesadilla, una más de


tantas que había tenido en los últimos meses… Aquella pesadilla fue tan
real que pude oler el perfume de Álvaro y su respiración agitada al
descubrir mi gran mentira. Me sentí nuevamente sucia, una mierda a la
que rodear o tener lejos. Me levanté y me fui a la cocina con la cabeza
reproduciéndome una y otra vez el sueño como si de una película se
tratara. Me serví un vaso de agua directamente del grifo, me senté en una
de las dos sillas altas que tenía al lado de la mesa plegable que colgaba de
una de las paredes y apoyé mis codos sobre esta. Cada noche me repetía lo
mismo, tenía que terminar con aquel trabajo cuanto antes e intentar ser la
chica de pueblo ingenua que siempre fui. Ojalá llevarlo a cabo fuera tan
fácil como pensarlo... Metí mi cabeza entre mis brazos y de nuevo dejé
soltar las lágrimas que tenía acumuladas en mis ojos. Cásper saltó sobre la
mesa y golpeó suavemente su cabeza contra la mía.
—Estoy bien. Ya sabes que tengo demasiadas angustias en el corazón
y se me derraman por los ojos... Regresemos a la cama, son más de las
cuatro.

Me sonó el despertador por décima vez pues llevaba dándole a los


“diez minutitos más” desde las doce… Eran casi las una de la tarde,
¿cuánto habría conseguido dormir en total? ¿cuatro horas? Me deshice de
mi pijama, cogí un pantalón vaquero que había dejado encima de mi
tocador y me lo puse, busqué desesperada un jersey rosa por mi armario
dejándolo todo descolocado, ¿no os pasa que algunos días quieres ponerte
sí o sí una prenda en concreto y aunque ves doscientas prendas más buscas
ESA? Pues eso era lo que me estaba pasando aquella mañana con el jersey
rosa… Encontrarlo solo me llevó veinte minutos… Pero bueno, ¿qué podía
resultar más emocionante aquella mañana de viernes?
Llamaron a mi puerta justo después de tomarme el café, me extrañó.
Miré por la mirilla y abrí.
—Tía Adela, ¿pasa algo?
—¿Puedes venir un momento a casa? Creo que he tenido un
despiste… No sé cómo ha podido pasarme…
—Sí, claro —cogí la llave que colgaba de la cerradura interior de la
puerta de mi apartamento y cerré de golpe—. ¡Vamos!
El apartamento de la tía Adela olía desde el descansillo a quemado y
me asusté. Entré como un toro a la plaza y me fui directa a la cocina que
era desde donde emanaba fuertemente el olor. Dentro del horno había un
pan completamente calcinado y en la encimera restos y trastos de haberlo
estado haciendo.
—Tía Adela, se le ha quemado el pan —le dije abriendo el horno.
—No sé quién ha puesto ese pan dentro del horno…
Me extrañó aquella afirmación de la tía Adela, ella vivía sola, quedó
viuda a los treinta y ocho años, su esposo murió durante una excavación en
una mina y jamás se vio capaz de rehacer su vida. No tenía hijos, aunque
siempre deseó ser madre, así que solo había una persona en aquella casa y
por lo tanto, una única persona que había podido meter aquel pan en el
horno, ella.
—Tía, solo está usted aquí, ¿no?
—Sí, pero no recuerdo haberlo metido ahí, hija. Lo último que
recuerdo fue haber comido un poco de cocido que me quedó de ayer y
haberme puesto en el sofá a hacer punto.
Miré en el fregadero, había un plato pero no tenía restos de cocido,
sino de sopa. Miré extrañada a los ojos de Adela y sentí que estaba
convencida de todo lo que me decía.
—Creo que está un poco confundida… ¿Recuerda haber comido sopa
en vez de cocido?
Me miró perdida como intentando buscar en su cabeza algo que
pudiese darle luz a aquel túnel que se había formado ante ella.
—¿Sopa?
—Sí, mire —le señalé el fregadero—, ¿ve? Este plato tiene restos de
sopa.
—No lo sé… Estoy muy confundida… —se tapó la cara y empezó a
llorar.
—No llore —me abracé a ella—, todos nos despistamos a veces. Yo,
sin ir más lejos. Imagínese, tengo el móvil a veces en la mano con la
linterna encendida y a la vez busco mi móvil para llamar a mi madre…
Otras veces voy a la cocina, abro el frigorífico y no recuerdo para qué
fui… Son cosas que pasan.
—Ayer vino la vecina de abajo, decía que le había tirado agua sucia
por el balcón y le había ensuciado su ropa… Yo no lo hice…
Encima de la tía Adela no vivía nadie, por lo tanto, el agua sucia solo
había podido salir de su casa.
—No se preocupe ahora por eso.
—Es un despiste tras otro… Debería ir al médico.
—Si quiere podría acompañarla.
—No quiero molestarte ni ocuparte tu tiempo con mis cosas…
—No me molesta, tía Adela, tengo que devolverle el favor que me
hace cada vez que viajo. Me cuida a Cásper, me sube y baja las persianas,
me riega las plantitas de la terraza, qué menos que acompañarla al médico.
—Gracias, hija.
Me entristecía ver cómo la tía Adela se estaba apagando, la conocía
desde hacía un par de años solo pero se había convertido en parte de mi
familia. Tenía setenta y ocho años, hacía cinco meses habíamos celebrado
su cumpleaños en mi apartamento. Hice un bizcocho y compré un par de
gorritos, matasuegras y serpentinas, la invité a pasar la tarde en casa para
poder sorprenderla y celebrar juntas su cumpleaños, vimos juntas dos
películas de Paco Martínez Soria y nos reímos mucho, a pesar de que mi
vida era una mierda, con sus anécdotas me hacía darme cuenta de que ella
tampoco había tenido una vida fácil y había estado ahí, al pie del cañón,
luchando.
—Tía Adela, si necesita algo, llámeme —le dejé un beso en la cara,
me encantaba cómo olía, olía a pastillas de jabón y a ropa limpia—. En el
frigorífico, cogido con el imán del reloj de arena, le dejé mi número de
teléfono.
—Gracias por todo lo que haces por mí.
—No me agradezca tanto las cosas, no hay nada que agradecer
cuando se hace con el corazón.
—Ay, hija… Las cosas que se hacen con el corazón son las que hay
que agradecer más.

•Capítulo 15•
Satélite Rocco

No se me quitaba de la cabeza el hombre que había llamado a Luca


ofreciendo aquella cantidad tan grande de dinero, sentía que no debía
aceptar aquel trabajo. Sí, con el dinero que me ofrecía podría cancelar por
completo la deuda pero no me veía capaz y además tenía un mal
presentimiento...
—Estás un poco ida hoy, ¿no? —me dijo Elena mientras me cambiaba
de ropa para dar el show.
—Puede ser… Estoy un poco liada, estoy peleando conmigo misma.
—Si puedo ayudarte…
—No creo que puedas ayudarme…
—¿Es por la deuda? —asentí—. Mira, conozco a un tipo, he estado
con él en un par de ocasiones y bueno, no me ha tratado mal.
—Elena…
—No es que pague mucho pero podrías sacarle trescientos euros
fácilmente.
—Eso es muy poco dinero, seguiría sin zanjar la deuda y lo único que
conseguiría sería seguir sumando clientes a esta mierda…
—Este tío no tarda mucho, es un puto eyaculador precoz de mierda,
dos meneos y te embolsas los trescientos pavos… Piénsatelo.
—¿Sabes? Llevo un par de noches que no consigo dormir bien, tengo
solo diez días por delante y estoy frustrada.
—Ya te advertí de que esta mierda no era tan fácil… Con el milloneti
tuviste “suerte”, por lo general, un cliente nunca parece salido de la puta
pasarela de Milán ni desembolsa un pastizal por estar con una puta de un
club como este, ¿entiendes? —asentí—. Pues eso, si quieres hablo con él y
se pasa por aquí…
Me lo pensé unos minutos pero es que no veía otra salida y los días se
me echaban encima. No me reconocía y sentía muchísima pena de verme
como me veía.
—Está bien.
—Hablaré con Luca para que deje reservada una de las habitaciones
privadas. Créeme, confía en mí, dentro de esta mierda, Rocco no es tan
malo…
—¿Rocco?
—Es italiano…

Salí al escenario con la mente de nuevo en todo lo que estaba


viviendo, me costó concentrarme y aquella noche bailé bastante regular.
Siempre que subía a la tarima y agarraba aquella barra conseguía
desconectar y concentrarme pero me estaba resultando imposible, y de ahí
el resultado de mi actuación.
—Venus —me dijo Luca entrando al camerino—, hoy has dejado
mucho que desear…
—Lo sé, lo siento. Estoy desubicada.
—Si necesitas vacaciones podrías cogerlas, quizá volver a tu pueblo
unos días te ayude.
—Luca… No puedo permitirme vacaciones, cuando pague la deuda
de mis padres voy a tener que hacer doblete diariamente… No sé ni cómo
voy a poder pagar el alquiler y dejar dinero para comer y cubrir gastos…
—Sabes que dobletes puedes hacer… También están los privados.
—¿Te acuerdas cuando te decía que yo no tenía precio? Que no había
dinero para comprarme… Qué absurda…
—No digas eso… En la vida hay rachas… Esto no entraba en tus
planes…
—Quiero cerrar los ojos y despertar dentro de diez años.
—¿Diez años?
—Estoy segura de que esto no voy a estar haciéndolo dentro de diez
años.
—Ojalá, sé que no eres chica para nadar en estas aguas… —se
encaminó a la puerta—. Por cierto, Candy ya me ha dicho lo de Rocco,
mañana en la sala seis a las doce de la madrugada. Primero deberás hacer
el espectáculo, no tengo ninguna que pueda sustituirte y no es buena idea
eso de avisar de un día para otro, ¿no?
Aquello último me lo dijo con retintín y manteniendo una sonrisilla
en los labios. No le contesté.

Volver a casa, de nuevo la maldita odisea, el miedo en la garganta, la


respiración agitada y el paso ligero.
—¡Rubia! —oí detrás—. ¿En el club cuánto cuesta un puto polvo? Ni
entrar me dejan… No tengo tan malas pintas, ¿no te parece?
No miré atrás, seguí con mi paso firme, la calle solitaria me daba
pavor y le sumaba miedo a eso de tener un tío pisándome los talones…
—Qué injusto es eso de que los pobres no podamos follar… A mí me
gusta follar…
Tropezó, y no me arrodillé a dar gracias a todos los Santos porque
tenía que ganar tiempo. Eché a correr.
—¡Zorra! —le oí lejos.
No conseguía meter la llave en la cerradura del portal y el corazón lo
sentía en la boca, la respiración agitada y el miedo se había apoderado por
completo de mí. Sabía que era imposible que me hubiera seguido después
del zigzag que había estado haciendo, tomé otra calle diferente a la que
siempre cogía y, aunque tardaba un poco más en llegar, llegaba finalmente
al mismo destino, mi búnker.
Mi camino a casa a toda velocidad duró cinco minutos, cinco minutos
son trescientos segundos, pues pensé en Álvaro trescientas veces, un
pensamiento por segundo con nombre y apellido: Álvaro Lobo.
Entré en mi apartamento y el cascabel de Cásper me hizo sentir bien.
Dejé el abrigo en el perchero y me senté en el recibidor apoyada contra la
puerta y dejé que todas las lágrimas que tenía dentro salieran libres al fin.
Tantos nudos que me presionaban el pecho fueron aflojándose poco a poco.
Cásper me miraba, estaba sentado a mi lado apoyando su cabeza contra
mis piernas. Lo cogí y lo abracé fuerte, empezó a ronronear y consiguió
tranquilizarme.

Quedaban solo un par de horas para tener que irme al club y aquel día
no iba a ser un día como cualquier otro, aquel día tendría mi primer
reservado con un cliente en el club y cobraría por segunda vez por
acostarme con un tío. Intenté mantener la cabeza ocupada así que me metí
en la cocina y decidí prepararme la cena para que cuando llegase de
trabajar no tuviera que entretenerme y, directamente, pasase de comer a la
ducha, o viceversa.
Preparé un pastel de berenjena y carne, debí calcular mal los
ingredientes porque cociné como para doce comensales… Aquello tenía
un lado positivo bastante grande y era que, durante bastantes días, tiraría
de aquel pastel para almorzar y para cenar teniendo solo que calentar en el
microondas.

—¿Cómo te encuentras? —me preguntó Elena mientras me desvestía


para ponerme mi uniforme de trabajo (pezoneras, tanga y taconazo).
—Estoy como una puta mierda…
—Te entiendo pero no hay que agachar nunca la cabeza. Piensa que
serán unos minutos…
—Es que ya no es el puto polvo con Rocco, es mi vida en general.
¡Joder! Si parece que estoy grabando una puñetera película, me siento
como una actriz interpretando un papel e imaginado que solo me quedan
un par de escenas por grabar y después volveré a mi vida real… Pero no,
Elena, la mierda de todo esto es que no es una película, la mierda de todo
esto es que yo no soy una actriz interpretando un papel, la mierda de todo
esto es que es mi maldita vida real…
—Pero ya que estamos viviendo en esta maldita película, haz tu
mejor papel, finge que eres esa actriz, finge que es una maldita escena de
una película de mierda. Piensa que cada euro que consigas es un empujón
para poder largarte de aquí… Piensa que pudo haber sido peor y te podrías
haber enamorado de tu jefe… —sonrió aunque por dentro le dolía tanto
que le presionaba el pecho.

Luca me felicitó por mi trabajo sobre la tarima. Después del desastre


del día anterior, cualquier cosa podía haber estado mejor, no estaba difícil
superarlo.
Fui caminando hasta la sala seis, quedaban un par de minutos para las
doce y solo llevaba en mi cabeza un pensamiento, conseguir dinero para
poder zanjar la deuda y poder dejar aquella vida.
Llamé a la puerta con los nudillos, estaba temblando.
—Pasa.
Se me erizó el vello de la nuca, tenía que actuar fríamente aunque me
costase la propia vida.
—Buenas noches, Rocco —me acerqué a él, se puso en pie nada más
verme entrar en la habitación—. Soy Venus.
—Encantado —me agarró de la cintura y me pegó fuerte a él—. Me
encanta cómo hueles.
No era algo que yo podía decir también de él, apestaba a whisky y la
bilis se me subió por el esófago. Cada día que pasaba tenía más claro que
aquella vida no era para mí.
Empezó a lamerme el cuello, sus manos me tocaban con fiereza y
empezó a frotarse conmigo como un perro en celo. Sentía su polla
rozándome y el asco que iba suscitando en mí iba aumentando.
Ya me avisó Elena de que Rocco era eyaculador precoz y que aquella
agonía duraría poco, lo que nunca imaginé es que lo sería hasta aquel
punto…
—¡Me corro! —me gritó corriéndose dentro de su calzoncillo.
Las piernas empezaron a temblarle y tuve que sostenerlo incluso.
Respiraba agitado y yo respiraba, en cierto modo, tranquila.
—Esto no suele pasarme…
No quise poner los ojos en blanco.
—No tienes de qué preocuparte.
Se sentó en el filo de la cama con la cabeza entre sus brazos.
—Es la primera vez que me pasa.
No estaba tranquilo, supuse que aquello debía ser un problema para él
y que quizá por eso buscaba con nosotras su placer, estaba segura de que
aquel problema le daba vergüenza.
—¿Quieres que hagamos algo más? —pregunté deseando una
negativa por respuesta.
—Tienes el dinero sobre aquella mesa.
Cogí el sobre blanco de la mesa, conté el dinero, y me largué de allí.
Faltaban dos mil setecientos euros para zanjar la deuda de mis padres
y solo nueve días por delante.
•Capítulo 16•
Un rayo de luz

Acompañar a la tía Adela al médico fue una odisea. Ella fue quién se
encargó de coger su propia cita llamando por teléfono al centro de salud y
al día siguiente, cuando teníamos que ir para que el médico la viera, se
negaba en rotundo. Intenté convencerla durante media hora hasta que lo
conseguí, no fue fácil pero no pensaba tirar la toalla.
Intuía qué era lo que podía estar pasándole pero necesitaba que un
médico me lo dijera.
—No sé qué hacemos aquí —me dijo mientras esperábamos en la sala
de espera.
—Fue usted quien pidió cita para sus despistes, ¿recuerda?
Me miró como un niño mira a su madre cuando le pregunta algo que
debía recordar pero no es así. Iba viéndola día a día más indefensa y sus
ojos celestes, cada día que pasaba por ellos, iban siendo más inocentes.
—No, hija… No recuerdo haber pedido cita pero si tú lo dices, seguro
que es así.
Sonreí y me entristecí.
—Adela Rodríguez —llamó la doctora desde dentro de la consulta.
—Esa soy yo —me dijo sonriendo, asentí.
Me puse en pie, le di la mano y la ayudé para que se pusiera en pie
ella. Caminamos juntas a pasito lento hasta entrar en la consulta.
—Buenos días, Adela. ¿Cómo se encuentra?
—Ay, hija… No lo sé. Ella es mi nieta —me señaló—, ella te puede
explicar mejor.
La doctora me miró extrañada, conocía muy bien a la tía Adela y
sabía que no había sido madre nunca y, por consiguiente, era imposible
que yo fuera su nieta.
—Soy su vecina —le dije casi susurrándole—. Últimamente está
teniendo algunos despistes… El otro día hizo un pan, lo metió en el horno
y lo quemó, no recordaba quién había metido aquel pan allí.
—Entiendo.
—La vecina de abajo también subió a quejarse por tirar agua sucia
por el balcón.
—Tiene una edad y es común que pasen estas cosas.
—Pero ella vive sola y me preocupa que pueda pasarle algo.
—La derivaré al especialista. Aunque no veo muy grave eso que me
cuentas. Son cosas de la edad…
—Ella es muy educada y amable y jamás ha tenido ningún problema
con nadie, cuando me dijo que la vecina de abajo le había increpado me
dio mucha tristeza.
—Ha podido ser algo puntual.
—Sé que estos despistes le causan tristeza... No quiero que esté mal.
—Entiendo pero yo poco puedo hacer, el especialista despejará todas
tus dudas.
—¿No podría mandar a alguien para que esté con ella durante el día?
—Cuando tengamos el informe del especialista veremos qué sería lo
conveniente hacer.
—De acuerdo —me puse de pie y le cedí la mano a la tía Adela—.
Volvemos a casa.
—¿Has podido arreglar algo? —me preguntó mirándome a los ojos
esperando de mí la solución a lo que le estaba pasando.
—Hemos dado un pasito, hay que dar algunos más…
—Yo iré donde tú me digas.
Era como una niña pequeña que confiaba en su madre ciegamente.
Qué injusta es a veces la vida, ¿no? Estás luchando toda tu vida
(permíteme la redundancia) para que al final de esta vuelvas,
prácticamente, al punto de partida, con la diferencia y la pena de que quien
cuidaba de ti cuando niño, no está. Y te ves perdido y solo, aunque estés
rodeado de gente que te quiere, sigues estando solo porque no sabes ni
quién es la que te llama mamá o abuela…

Entré en mi apartamento habiéndola dejado a ella antes en el suyo.


Tenía la sensación de no haber hecho absolutamente nada para ayudarla, la
visita al médico con la tía Adela no me había servido para orientarme
siquiera. Tenía la esperanza de que, en aquella consulta, yo consiguiera ver
un poco de luz dentro de aquel túnel en el que ambas caminábamos de la
mano para poder ayudarla, pero no, estábamos en el mismo lugar, ancladas
en medio de una oscuridad absoluta.
Sentía que formaba parte de mi familia y me veía con la necesidad de
ayudarla pero, para desgracia mía, no estaba en mis manos y debíamos
esperar a que el especialista la viera. Si mi trabajo hubiera sido otro, me
repetía una y otra vez, posiblemente podría haberme dedicado más a ella
no que, aunque me doliera el alma, a veces solo podía ser su vecina por
mucho que la quisiera como a una más de mi familia, cada una en su casa
y dios en la de las dos. La sensación de que le pasase algo y no consiguiera
llegar a tiempo, me atormentaba muchísimo.

Aquella noche di mi espectáculo y cuando volví a la habitación me


encontré a Elena llorando. Me temí lo peor, mi mente viajó de nuevo a la
agresión que tuvo en el privado y me eché a temblar.
—¿Qué te pasa, Elena? ¿Qué te han hecho? —me arrodillé entre sus
piernas y le retiré las manos de la cara para poder así mirarle los ojos.
—No me han hecho daño, Nuria —me dijo sin parar de llorar—. No
sé cómo ha podido pasarme esto a mí…
—Por favor, Elena, ¡dime qué te pasa!
Abrió la cajita de madera tallada donde guardaba los pendientes y los
collares que usaba en el club y me cedió un test de embarazo. Temblorosa
lo cogí entre mis dedos y vi el positivo. La miré a los ojos.
—Estoy embarazada.
Me senté en el suelo y empecé a respirar agitada, aquello,
dedicándote a lo que nosotras, era una de las peores cosas que podían
pasarte a no ser, como fue el caso de Elena, que pudiera ser tu vía de
escape perfecta de aquel mundo.
—¿Y ahora qué piensas hacer?
—Estoy tan asustada, Nuria.
Le retiré el pelo y se lo puse por detrás de la oreja. No paraba de
llorar.
—Sé quién es el padre —abrí los ojos como platos—. Luca me va a
sacar de aquí a patadas.
—No, él es muy comprensivo, seguro que te ayuda.
—¿Tú crees?
—Estoy segura, Elena.
—¿Tú te mostrarías comprensivo si una de las putas de tu local te
dice que espera un hijo y que ese hijo es tuyo?
La miré a los ojos con la boca abierta, aquella pregunta me despejó
cualquier duda que pudiera tener con respecto a la paternidad de su futuro
bebé, era Luca el padre de aquella criatura que crecía en su interior y me
quedé completamente absorta.
—Sabía que tarde o temprano pasaría, cuando se juega tanto con
fuego te terminas quemando, sabía que pasaría, al igual que supe que
terminaría completamente loca de amor por él.
—No sé qué decirte… Me he quedado atónita con la noticia, no me la
esperaba, perdóname si no estoy a la altura de la situación pero es que aún
no sé si mi cerebro ha procesado la noticia…
—Es lógica tu reacción, esto es de locos…
¡Elena estaba embarazada de Luca! Aquella noticia me dio una
bofetada de realidad increíble; nadie, absolutamente nadie, tiene una vida
perfecta y libre de preocupaciones.
Llegué a mi apartamento, aquel día Cásper no fue a recibirme y me
asusté, tenía doce años aproximadamente según el veterinario, y tenía
miedo de que algún día dejase de estar a mi lado. Lo encontré un día
lluvioso viniendo de la universalidad, lo lie en mi bufanda y lo introduje
un poco oculto en el autobús que me traía de vuelta a casa, llevábamos tres
años juntos y no entendía cómo había podido vivir veinte años de mi vida
sin Cásper.
—Cásper… —estaba dormido hecho un ovillo en el sofá, levantó su
cabecita al verme. Aquellos ojos del color del cielo debían ser un trozo de
este cedido por dios para enamorar a los mortales—. Hoy no te has
enterado de que he vuelto a casa… Sigue durmiendo, me caliento el pastel
de berenjena y carne, me ducho y nos vamos a la cama, hoy ha sido un día
de muchas emociones…
Le dejé un beso entre sus orejitas y me marché a la cocina. Comí en
la mesa de la cocina sin dejar prácticamente que se enfriara, me duché
rápida y me metí con Cásper en la cama.
Antes de dormirme revisé un poco mis redes sociales, decenas de
fotos mostrando sonrisas y vidas perfectas, las envidiaba aunque sabía que
en su gran mayoría todas serían postureo puro y duro. Las envidiaba
igualmente porque sonreían a la cámara, yo ya no era capaz ni tan siquiera
de hacer eso…

Me despertaron unos gritos en el descansillo, miré mi reloj de


pulsera, marcaba las cuatro de la madrugada y me extrañó muchísimo
aquel jaleo.
¡La tía Adela! Me puse la bata sobre mi camisón y metí los pies
dentro de mis zapatillas rosas con un pompón fucsia (siempre diva, nunca
indiva). Corrí por el pasillo, el salón y llegué al recibidor en menos de diez
segundos, abrí la puerta y la vecina de debajo de la tía Adela, acompañada
de su hija adolescente que debía estar allí para acompañar a su madre
porque no abrió la boca en ningún momento, le gritaba a la tía Adela.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunté enfadada.
—¡Es esta puta loca! ¡Está para que la encierren! No sé cómo aún
sigue aquí.
—¡No te dirijas a ella en esos términos!
—¡Ha dejado abiertos los grifos y me ha destrozado todo el techo del
salón! ¡Me cae el agua por la lámpara como una cascada! ¡Esta vieja está
loca!
—Yo no abrí los grifos —me dijo mirándome con los ojos vidriosos y
me partió el alma.
—¿Y quién fue entonces? ¿su marido? El que lleva muerto más de
treinta años…
—¡Ya está bien! —le grité—. No vuelvas a hablarle más así, te
advierto que no tengo nada que perder, te meto una ostia que te dejo
pegada en la puta puerta del ascensor como una lagartija.
Ni yo misma me creía que aquella respuesta, en defensa de la tía
Adela, había salido de mi boca. La hija adolescente abrió los ojos
incrédula de haber oído aquella frase marronera en la boca de una persona
adulta.
—¡Si tanto la quieres, llévatela a tu casa y a ver si así deja de
joderme!
—Buenas noches, nos han dado un aviso de una riña vecinal.
En ese momento, toda la tensión que tenía sobre mis hombros cayó a
mis pies, sentí que me hundía sobre el suelo de aquel descansillo al verlo
allí, ataviado con su uniforme y más guapo que nunca…
—¡Esta señora me ha inundado el salón!
No reaccionaba, estaba igual que yo, ambos nos mirábamos sin
parpadear siquiera.
—Lobo —le dijo el compañero al verlo allí parado.
—Disculpa —caminó con paso seguro hasta la puerta de la tía Adela
donde nos encontrábamos las cuatro—. ¿Alguien puede explicarme qué
está pasando aquí? Hemos recibido tres llamadas por esta contienda que
hay aquí formada. ¿Alguna sabe la hora que es?
No podía dejar de mirarlo, me encantaba y me hubiera lanzado a
besarlo en aquel mismo instante, pero no podía ser, no iba a quedar muy
profesional por su parte, ni lógica por la mía, además, estábamos en medio
de una riña con agentes del estado de por medio, no era una tontería lo que
se mascaba en aquel descansillo…
—Disculpe, señor agente —atiné a decir y vi cómo se le dibujaba una
sonrisa pícara en los labios—. Esta vecina ha venido a increpar a esta otra
vecina porque se dejó los grifos abiertos, es una persona mayor con un
problema, ¿entiende?
—Perfectamente.
—El único problema de esta señora es que está loca.
—Señora —se dirigió a ella—, creo que no hace falta faltar a nadie.
—Ella tiene un seguro de hogar, lo sé porque yo misma se lo contraté
hace un par de años, no te preocupes que tu techo quedará perfecto —le
dije.
—Ahora con la policía te pones muy modosita… Antes me dijiste que
me ibas a dar una ostia que me dejarías pegada a la puerta del ascensor.
Álvaro me miró con los ojos abiertos de par en par pero con una
sonrisa oculta tras sus labios. Aquella vecina había utilizado una palabra
que a Álvaro le encantaba usar para describirme, modosita, y aquello debía
hacerle gracia.
—Díaz, baja con la señora y comprueba que lo que dice es cierto —le
dijo al compañero—. Yo voy a comprobar que todo se queda en orden por
aquí.
La vecina maldita y su hija se fueron refunfuñando escalera abajo y
nosotras nos quedamos con el policía más guapo de todo el cuerpo.
—Ya te vale querer abofetearla… Y no sé cómo te pones tan modosita
delante de la policía —remedó lo que había dicho la vecina maldita.
—Señor agente, estaba faltándole el respeto a la tía Adela y eso no lo
podía consentir, ha sido en defensa propia y no tan propia, pero como si lo
fuera…
—Yo a usted le conozco… —dijo la tía Adela interrumpiéndonos.
Se quedó mirándole a Álvaro a los ojos como intentando buscar
dónde había visto antes aquellos ojos.
—Y yo a usted, ¿cómo voy a olvidar la de cosas que me ofreció
aquella noche?
—Usted estuvo ahí sentado, en aquel escalón —señaló—. Estuvo
durante un tiempo, unas horas diría yo, y esperaba a alguien.
Sentí una alegría tan grande que el corazón me dio un vuelco en el
pecho y lágrimas de emoción se derramaron de mis ojos. Álvaro me miró
y lo entendió todo, no me hizo falta hablar.
—Exactamente —dijo agarrándole las manos a la tía Adela entre las
suyas y con una sonrisa dibujada en aquella cara perfecta.
—Usted tiene unos ojos que no son fáciles de olvidar.
Y de pronto un rayo de luz en la cabeza de la tía Adela y es que a
Álvaro, era imposible olvidarlo fácilmente.

•Capítulo 17•
Gracias, señor agente
Solo necesité verlo aquellos pocos minutos, tenerlo cerca y poder
respirar su perfume fue como la medicina que mi alma necesitaba. Era la
morfina para todo mi dolor. Álvaro era paz y lo malo de que él fuera paz
era cuando se marchaba, que volvía a mi maldita guerra, esa guerra que
me tenía sumida en una lucha contrarreloj para conseguir el dinero que
mis padres necesitaban. Había bajado a los infiernos, el mismo infierno
que una vez prometí no pisar.
—Señora Adela —le dijo mientras cerraba los grifos del cuarto de
baño—. Tiene suerte de tener una vecina como Nuria. Se ve que la adora.
—Yo también la adoro a ella y sí, tiene toda la razón, tengo mucha
suerte de tenerla como vecina —sonreí—. Usted también es muy
afortunado —le dijo y nos miramos un poco extrañados—, esos ojos con
los que le mira… No hay que ser muy experto, ni tener mi edad, para saber
que le ama.
—¿Usted cree que me ama?
—Eso se ve, los ojos son el espejo del alma. Ella tiene una mirada un
poco triste pero al verle le han brillado los ojos.
Sonreí como una tonta, al fin de cuentas era verdad.
—Bueno, tía Adela, vamos a la cama— le dije guiándola hasta su
dormitorio—, tiene que descansar.
—Si necesitáis algo, no importa la hora que sea, tienes mi número de
teléfono, Nuria —me guiñó el ojo.
—Gracias, Álvaro.
Acompañé a la tía Adela hasta su dormitorio, le ayudé a acostarse, le
arropé como una madre arroparía a su hijo y me senté en el filo de su
cama. Álvaro nos miraba desde la puerta del dormitorio con los brazos
cruzados, qué guapo estaba…
—¿Cómo se encuentra? —le dije mientras le acariciaba la cara.
—Estoy muy triste… —no necesitaba oírlo de su boca, sus ojos ya
me lo decían—. Yo no abrí los grifos, y si lo hice no fue queriendo. ¿Tú
me crees?
—¿Acaso lo duda?
—No sé por qué se enfadó tanto conmigo, yo no sé ni quién es… ¿Tú
podrías llamar a alguien para que venga y le arregle lo que le he dañado?
—No se preocupe por eso ahora, yo me encargaré de todo. Ahora
descanse, mañana será otro día.
—Mañana ya no recordaré nada de lo que ha pasado hoy… Esto que
me pasa con la memoria es un poco positivo —abrí los ojos—, no puedo
estar dándole vueltas a las cosas durante días…
Sonreí y ella lo hizo conmigo, le dejé un beso en la frente, apagué la
lámpara de la mesita de noche apretado una bellotita y la dejé acostada.
—¿Vive sola? —me preguntó Álvaro cuando cerré la puerta de la tía
Adela.
—Sí, es viuda y no tiene hijos…
—¿Tiene alguna enfermedad?
—Estoy esperando que el especialista la cite… No quiero
adelantarme pero me temo que sea Alzheimer…
Aquella palabra, me costó mucho poder pronunciarla porque aquella
maldita enfermedad también había decidido alojarse en mi abuela años
antes de perderla. Tenía tan grabado a fuego todo el dolor que sentí al ver
cómo la enfermedad fue adueñándose de mi abuela, que no quería volver a
repetirlo con la tía Adela.
—Es una enfermedad dura.
—Muy dura, Álvaro.
—¿Crees que debería dar parte para que Servicios Sociales tome
cartas en el asunto? No sé, quizá pueda agilizar una ayuda a domicilio o
intentar que la pongan en preferencia para internarla en alguna residencia
o centro diurno… No sé, algo que pueda hacer para ayudarte.
—No quiero que se vaya a una residencia…
—Es una de las opciones, no es la única opción. Debes pensar en el
bien de ella.
—No lo sé, Álvaro. Esto está siendo muy doloroso para mí.
—Entiendo.
—Pero sí, acepto tu ayuda, lo de la residencia que sea la última
opción, por favor.
—No te preocupes, haré algo, ya le llegará alguna notificación,
deberías estar atenta a su correo.
—Sí, yo suelo recogérselo, por eso no hay problema.
—De acuerdo —se agarró con la mano derecha la hebilla del cinturón
y casi me caigo de espaldas—. Me encantó volver a verte.
—Esa frase ya es reiterativa entre nosotros…
—Reiterativa y real. Cien por ciento real —sonrió.
—Sé que tienes prisa pero no cogería el sueño si te dejo ir de aquí sin
preguntártelo.
—Sí, quiero.
Me reí y negué con la cabeza. Aquellos hoyuelos en sus mejillas eran
mi maldita perdición.
—¿Qué haces aquí en Madrid? Pensé que ya te habías ido.
—Y así fue, pero he vuelto. He sido destinado a la gran ciudad.
Aquella noticia era agridulce. Me encantaba la idea de que Álvaro
estuviese cerca pero a la vez me daba pavor que así fuera.
—Al final volaste lejos del nido.
—Así es —sonrió—. Bueno, tengo que seguir haciendo la ronda.
Espero que puedas descansar, no le des muchas vueltas a esto que ha
pasado esta noche, intentaré solucionarlo pronto.
—Gracias, señor agente —le dejé un beso en la mejilla aun sabiendo
que no era muy correcto.
Me guiñó el ojo y se fue bajando por las escaleras.
¡Vaya culo le hacía aquel maldito pantalón!
•Capítulo 18•
Satélite Julio

Una llamada telefónica me bastó para darme cuenta de que no debía


hacerlo pero apenas tenía dos días de plazo para que mis padres pudieran
zanjar la deuda.
—Buenas tardes —dije al descolgarme el teléfono—, soy Venus.
Luca me dio su número de teléfono.
—¡Qué sorpresa! Pensé que no me llamarías… Por favor, tutéame.
—Bueno, nunca hay que dar nada por hecho.
—Qué suerte la mía…
—Luca me dijo que habías hecho una oferta económica por un
encuentro conmigo demasiado alta… Seguramente oyó mal…
—Tres mil euros, ni uno más, ni uno menos.
—Me parece demasiado dinero.
—¿Crees que vales menos?
—No —dije segura—, solo que nunca antes habían pagado tanto por
estar conmigo un par de horas…
—A mí el dinero me importa muy poco. Solo intento conseguir todo
lo que me propongo.
—¿Nos conocemos?
—Puede…
—¿Cómo te llamas?
—Eso prefiero mantenerlo en secreto hasta que nos veamos.
—¿Cuándo querrías que nos viéramos?
—Hoy mismo.
Tragué saliva, no me veía capaz, demasiado apresurado, demasiado
pronto, era como si necesitase un margen de tiempo para prepararme, un
par de días para hacerme a la idea pero no tenía tiempo, las horas que
marcaba el reloj jugaban en contra mía.
—¿Hoy?
—Sí, si estás disponible no me apetecería tener que esperar más.
Respiré hondo, mantuve el aire dentro de mis pulmones separándome
las costillas… Iba a hacerlo, ¿no? Pues eso, mi madre siempre decía que
los malos tragos hay que pasarlos pronto.
—Está bien.
—Dime tu dirección y paso a buscarte.
—Prefiero que quedemos en algún punto, no puedo darle mi dirección
a cualquiera.
Mi madre estaría orgullosa de aquella frase, ya sé que el contexto en
el que había sido dicha no.
—Me parece perfecto.

Tenía la impresión de que aquellos tres mil euros iban a ser los tres
mil euros más caros de mi vida. Aún no había salido de mi apartamento y
me sentía sucia.
Elegí un traje de dos piezas, pantalón y chaqueta, negro y una camisa
lencera blanca, hacía bastante frío pero supuse que aquel hombre que me
llamaba no tendría pensado llevarme al parque o a algún lugar donde
pasase frío.
Habíamos quedado cerca del club, eran las ocho de la tarde, fui
caminando y cada paso que daba sabía que era un paso más para llegar a
donde nunca debía haber ido.
—Buenas noches —me dijo un señor alto, trajeado, con gafas de sol
(invierno y prácticamente de noche, innecesarias) y bastante serio—,
¿Venus?
—Buenas noches —las piernas me temblaban, quería salir a correr y
volver a mi búnker—, sí, yo soy Venus.
—Acompáñeme.
Caminamos unos metros hasta llegar a un coche negro de lunas
tintadas, me abrió la puerta de atrás y me subí temblorosa. Dentro no había
nadie e intuía, por su forma tan escueta de hablarme, que aquel hombre era
un simple chófer.
Abrió la puerta del piloto y subió, despejó mi duda, un chófer. Cuando
nos pusimos en marcha respiré hondo y le supliqué a Venus que tenía que
sacar fuerzas.
Condujo durante unos quince minutos, los quince minutos más largos
de mi vida. Llegamos a una casa tras seguir un camino de asfalto con
grandes árboles a los lados, necesitaba terminar ya aquello y volver junto a
Cásper.
—Hemos llegado —se bajó y volvió a abrirme la puerta para que
bajara—. Sígame, el señor la está esperando dentro.
Subimos unos escalones de mármol hasta llegar a la puerta de aquella
casa. Aquella casa no era una casa cualquiera, allí era imposible que
alguien con un sueldo normal pudiera vivir, era puro lujo, lujo del triste,
del que se compra con dinero.
El chófer llamó al telefonillo que tenía una cámara incorporada, el tío
que estaría al otro lado sería el que estaba dispuesto a pagar por mí. Se
abrió la puerta, el chófer me dio paso con la mano, entré y cerró la puerta
tras de mí dejándome completamente sola en aquel recibidor enorme.
Estaba allí parada, las piernas me temblaban y el corazón me iba tan
rápido que sentía los latidos en el cuello. Pocos segundos después le vi
bajar por la gran escalera de mármol que tenía frente a mí y que conducía
a la planta alta de la vivienda, justo en aquel momento quise huir de allí.
—No sabes cuánto me alegra volver a verte. ¿Cómo tengo que
llamarte Vanessa, Venus o Nuria?
Se me subió la bilis por el esófago, el estómago se me revolvió, no
podía creerme que estaba compartiendo aquel lugar con él, de tantos
hombres en el mundo tuvo que ser Julio “el cerdo” el que se acercaba a mí
con dos copas en las manos.
—¿No te parecen maravillosas las vueltas que da la vida? Desde que
te vi con Fabio —me cedió una de las copas y la cogí temerosa— supe que
tenía que tenerte como fuera. Eres de esas tías que a uno se le mete entre
ceja y ceja…
No podía hablar, estaba bloqueada y el asco que sentía al tenerlo
cerca y poder olerle era gigante.
—Ven —me agarró de la cintura y me pegó a él. El aliento le olía a
alcohol—. Eres tan preciosa… No quiero perder contigo ni un solo
segundo.
—Estaría bien que nos tomásemos esta copa con calma —le dije
intentando ganar unos minutos.
—Una copa como esta puedo degustarla cuando quiera, a ti, por
desgracia mía, no.
Respiré hondo y cerré los ojos unos segundos para intentar coger
fuerzas.
Me llevó escaleras arriba y llegamos a un enorme salón con cabezas
de animales a los que debió cazar, colgando de las paredes.
—Trofeos —me dijo al verme mirar aquello.
—Yo adoro a los animales.
No sé ni por qué dije aquello, no estaba allí para hablar con él, no
quería saber nada que tuviera que ver con sus aficiones.
—Yo también —se carcajeó—, por eso los tengo en el salón de casa.
Uno no tiene el privilegio de estar viendo a un ciervo diariamente.
No dije nada.
Me guio por el pasillo hasta llegar a un dormitorio que era casi igual
de grande que todo mi apartamento. Cerró la puerta y empezó a lamerme
el cuello y la cara. Me quitó la chaqueta de forma salvaje y la tiró al suelo.
Me pegó contra la pared y siguió lamiéndome el pecho y babeándome la
camisa, apreté los dientes fuerte, cerré los ojos y las lágrimas se escaparon
de ellos.
Bufaba sobre mí y oírlo iba incrementado el asco que sentía dentro.
Mi mente suplicaba que aquello terminase pronto. Me quitó fuerte la
camisa descosiéndola, la dejó a nuestros pies, la tela me había hecho daño
en la piel pero aquel dolor era tan insignificante comparado con el que
estaba sintiendo en el alma que poco me importó.
Me desabrochó el sujetador y empezó a chuparme y a morderme
ambos pechos, le aparté con mis manos las cabeza.
—¡Me haces daño! —le grité.
—Ya veo que estás acostumbrada a que te follen con delicadeza, yo
así no sé follar. Estoy hasta la polla de las putas que parecen estar hechas
de mantequilla…
Me cogió del cuello por detrás y me tiró sobre la cama de un
empujón, caí bocabajo, me deshizo del pantalón dejándomelo a la altura de
las rodillas y a partir de ahí todo fue dolor, físico y psíquico.
—Estás tan buena, haberte follado dos veces se me ha quedado corto
—me limpió las lágrimas que corrían por mi cara con uno de sus pulgares,
aparté la cara—. No llores, las putas estáis para esto, ¿no?
Se levantó, aún seguía desnudo. Intenté taparme con mis manos toda
la carne que podía, no quería seguir desnuda bajo su mirada. Me senté en
el filo de la cama y me tapé con la sábana intentando localizar la ropa que
me había quitado durante el encuentro. Él se reía de una forma malvada,
evité mirarlo, quería captar los mínimos detalles de aquella situación tan
horrible y del tipo que la había hecho posible. Allí sentada, tapada con
aquella sábana, empecé a pensar en lo ocurrido y el estómago se me
revolvió por completo haciéndome vomitar bajo su sonrisa maquiavélica.
—Vístete y pírate ya de aquí, acabas de vomitar sobre una alfombra
que vale cinco veces más de lo que esta noche voy a pagarte…
Me vestí temblando. Mi camisa estaba rota, aun así me la puse como
pude.
—Toma —me tiró un sobre blanco sobre mi propio vómito—, eres
patética… Hay tías que ni para puta sirven, y tú eres un claro ejemplo...
Recogí el sobre manchado y salí de aquella habitación, él se quedó
allí, con su copa en la mano y desnudo, negando con la cabeza y pensando
que había malgastado tres mil euros.
Bajé aquellas escaleras de mármol como si no pisara el suelo, tenía la
sensación de estar viéndolo todo como en tercera persona. Salí y allí me
esperaba el chófer. Me tapé como pude el pecho con la chaqueta pero ya él
me había visto deshecha.
Me abrió la puerta del coche y entré.
—¿Se encuentra bien? —me preguntó cuando ya habíamos hecho
algunos kilómetros.
No había parado de llorar desde que me senté en aquel asiento trasero
y él no había parado de observarme preocupado por el espejo retrovisor.
—No.
—Julio es un asqueroso… No sé por qué aceptan las chicas estar con
él.
—Yo no sabía quién era, si lo llego a saber jamás hubiera venido.
—¿Quiere agua? —me cedió una botellita de agua que sacó fría del
reposabrazos. La cogí.
—Gracias.
Cuando aquel hombre me dejó en la puerta de mi bloque y entré, corrí
por las escaleras hasta llegar a mi apartamento, entré y me senté apoyando
mi espalda sobre la puerta, creo que no lloré más en toda mi vida.

•Capítulo 19•
Un peso menos

No miré el reloj, no sabía cuánto tiempo había pasado apoyada sobre


aquella puerta, lo único que sabía es que sería incapaz de borrarme lo
vivido de la mente y sabía que tarde o temprano me pasaría factura.
Sentía mucho asco, el olor que tenía a él y a mi propio vómito era
repugnante, me odiaba a mí misma, odiaba ser la dueña de aquel cuerpo.
Necesitaba darme una ducha.
Caminé dando tumbos hasta el cuarto de baño, las lágrimas de mis
ojos no me permitían ver con claridad, estaba pero no estaba, estaba mi
cuerpo pero mi mente, de algún modo, se había quedado en aquella casa y
reproducía de forma reiterada en mi cabeza las escenas allí vividas. Estaba
desubicada en mi propio búnker y aquello me daba pavor.
Me desnudé y me miré en el espejo. No podía parar de llorar, no me
reconocía en el reflejo que aquel espejo me mostraba, el maquillaje estaba
completamente deshecho, el pelo alborotado y una tristeza tan grande en
mis ojos que no ayudaban a que mis lágrimas cesaran.
Mi metí en la bañera bajo el chorro de agua y controlé la temperatura
hasta que el agua salía casi hirviendo. Se llenó de vapor todo el baño y por
fin dejé de verme reflejada en el espejo. Me metí dentro de la bañera, bajo
el chorro de agua, sentía que me quemaba la piel y yo seguía allí, parada
bajo aquella lluvia que me destrozaba el cuerpo. Quería que el agua
caliente se llevara todo lo que en mi cuerpo había podido quedar de Julio.
Lloraba del dolor que sentía pero era más doloroso aún lo que sentía por
dentro.
Cuando supe que ya mi cuerpo no aguantaba más dolor, cerré el grifo
y me senté en la bañera hecha un ovillo agarrada a mis piernas y con la
cabeza entre las rodillas. Cerré los ojos. Temblaba y no era frío lo que
sentía.
Cásper me miraba desde la alfombra, lo miré a los ojos y me dio
fuerzas para salir de aquella bañera. Me sequé el cuerpo y el roce de la
toalla era un castigo, tenía la piel roja y en algunas zonas la piel estaba
empezando a levantarse por las quemaduras.

Hice una bola con la ropa que había llevado al encuentro y fui con
ella hasta la terraza, la metí en un cubo metálico y prendí una cerrilla que
arrojé sobre esta, quemé la ropa intentando borrar todo lo que en un futuro
pudiera hacerme recordar todo lo malo de aquel día.
No cené, no hubiera podido comer aunque hubiera estado hambrienta,
tenía el estómago completamente cerrado, me tomé un par de pastillas
para intentar dormir y me metí en la cama rezándole a todos los santos del
cielo que Julio no apareciese en mis pesadillas. Me abracé a Cásper que
me tranquilizó con su ronroneo, ya estaba con él, en mi búnker a salvo de
todo y de todos. Cerré los ojos y no soñé con Julio, Álvaro fue quien se
paseó por mis sueños únicamente para abrazarme y, de algún modo, lo
sentí muy real y muy mío.

Me sonó el despertador, tenía la boca seca y una sensación extraña


que me oprimía el pecho. Me dolía la piel de prácticamente todo el cuerpo,
en los hombros tenía algunas ampollas y quitarme el camisón para
ponerme la ropa fue espantoso.
Me preparé un café más cargado de lo que solía tomarlo y me senté
en el sofá con la tele apagada, no me apetecía oír ningún tipo de noticia
que me hiciese ver que en el mundo había mierda para dar y regalar,
bastante tenía con la mía.
Desayuné con Cásper hecho una bolita sobre mis piernas, parecía que
conocía mis sentimientos y mis necesidades.
—Dime, Luca —contesté al descolgar el teléfono prácticamente con
el último buche de café aún en la boca.
—Te llamo para decirte que Flor está enferma, tendrás que hacer
doblete esta noche.
Juro que sentí ganas de salir a correr y no parar hasta llegar al
columpio de la casa de mis padres. No podía seguir soportando todo lo que
cargaba sobre mis hombros.
—Luca, hoy no puedo…
—Venus, por favor.
Cerré los ojos, inspiré profundo y solté el aire lentamente por la boca.
—Luca…
—Por favor, Venus… No sé qué pueda estar pasándote pero como
siempre te digo, el espectáculo debe continuar.
El espectáculo siempre debía continuar, ¿a quién mierda le podía
importar lo que le estuviera pasando a Venus? ¿quién mierda era Venus?
—Vale —colgué sin dejarle ni tan siquiera darme las gracias.

Cuando le ingresé a mis padres el dinero en su cuenta, fue como si me


hubiera quitado una losa que llevaba sobre el pecho presionándomelo
mucho tiempo.
—Mamá, ya tenéis el dinero —me tragué el nudo que se me formó en
la garganta—. Mañana se lo cobrará el banco y la casa volverá a estar libre
de cargas.
—Nuria, cariño, no sé cómo voy a pagarte esto que has hecho por
nosotros… Tienes un corazón tan grande, tan bonito, tan bueno… Estoy
tan orgullosa de ti, mi niña…
—Ya, mami… No me alagues tanto, solo hice lo que cualquier hijo
haría por sus padres.
—Ojalá vuelvas pronto a casa, te echamos mucho de menos papá y
yo.
—Pronto, mamá. Pronto…
Colgué con toda la pena de mi alma. ¿Volver? Ahora sí que lo veía
lejano… Justo en aquel instante fui consciente de que económicamente
estaba muy jodida, tenía en el banco menos de quinientos euros para
terminar el mes, un mes del que solo habían pasado doce días.
Tenía un peso menos sobre mis hombros después de cancelar aquella
deuda pero sabía que, mis problemas, no terminarían ahí.

•Capítulo 20•
La confesión de Elena
Puedes imaginarte las ganas que yo llevaba aquel día para trabajar en
el club, cero, o menos cero al cuadrado. Con mi nueva situación
económica no podía permitirme el lujo de faltar al trabajo y, aunque me
daba rabia tener que hacer el espectáculo de Flor, sabía que aquel dinero
extra me vendría de perlas a final de mes.
Entró Elena al camerino mientras me cambiaba de ropa, bueno, me
cambiaba de lencería sería lo correcto decir.
—¿Cómo estás, Elena?
—¡Dios! —se acercó a mí—. ¿Qué te ha pasado en los hombros?
¡Tienes quemaduras!
—No te preocupes, no es nada. Me equivoqué al regular el agua de la
ducha y me metí creyendo que no iba a estar caliente.
—¡Joder! Duelen nada más viéndolas… Espera —se fue corriendo a
su tocador y volvió con un bote de crema en las manos—, esto me lo
pongo cuando algún cliente me quema con un cigarrillo.
Me untó la crema suavemente con las yemas de sus dedos sobre las
quemaduras.
—No te preocupes, no se verá que la llevas cuando salgas a la tarima,
esta crema es transparente.
—Gracias, Elena —las lágrimas se agolparon en mis ojos y
amenazaban con salir.
—¿Quieres que te deje un collar de hilos que va enganchado a los
brazos? Podría taparte las quemaduras.
—Por favor.
Buscó en su armario el collar y me ayudó a ponérmelo con una
delicadeza increíble, intentando no hacerme daño donde tenía las heridas.
—Tu hijo va a ser un afortunado, le ha tocado una madre maravillosa.
—¿Maravillosa? No paro de pensar en cómo le voy a contar cuando
sea mayor su historia… Empezar diciéndole que era puta y que me quedé
embarazada del dueño del club no sé si será un buen comienzo…
—No pienses en estupideces ahora —nos cogimos de las manos y se
las apreté fuerte—. ¿Vas a hablar con Luca?
—Tengo mucho miedo a su reacción, no sé cuál va a ser… Estoy muy
perdida, Nuria.
—Yo confío en que Luca va a reaccionar bien, soy casi experta en
descifrar ojos y los suyos me transmiten calma. No tengas miedo, todo irá
bien.
—¿Sabes? Cuando llegué a trabajar aquí y le vi por primera vez sentí
un flechazo. ¿Tú has sentido alguna vez un flechazo?
—Creo que sí.
—Yo le veía y temblaba, me ponía nerviosa su voz, su perfume, él.
Me enamoré perdidamente en días, creo que nadie me entendería…
—Yo sí te entiendo.
—A veces he pensado que a lo mejor no es que estuviera enamorada y
es que estaba confundida porque jamás nadie me había tratado bien. Como
esas que se enamoran de su secuestrador.
—Síndrome de Estocolmo.
—Eso… Pues un síndrome de Estocolmo pero con mi “chulo”. Tengo
que hablar con él ya o me voy a volver loca.
—Hazlo cuanto antes.

***

Luca estaba en su despacho hablando por teléfono cuando entró


Elena. Él le hizo un gesto para que esperase y ella se sentó en el sillón que
Luca tenía al otro lado de su mesa.
—Te dejo —dijo Luca—, te llamo en otro momento.
Colgó.
—Luca, tenemos que hablar.
Tres palabras que pueden hacer temblar al tío más seguro del planeta.
—Dime, Elena.
Que no le llamase Candy, como acostumbraba a hacer cuando estaba
en el club, le hizo sentir bien, un poco más cerca de él, quizá. Tragó saliva.
Había ensayado doscientas veces aquel diálogo en su casa mirándose en el
espejo de su cuarto de baño y había estudiado todas las respuestas posibles
que Luca podría darle, pero estaba atacada, no había servido para nada.
—Estoy embarazada.
A veces es mejor soltar las bombas rápido, por eso del riesgo de que
te explote en las manos.
—¡¿Embarazada?! —se echó las manos a la cabeza—. ¿Cómo ha
podido pasarte eso? ¿Te has descuidado?
—Nos hemos descuidado.
Tres palabras y Luca lo entendió todo.
—¿Es mío? —asintió con los ojos vidriosos, tenía muchísimo miedo
a su reacción—. Es lo mejor que podías haberme dicho.
Y sí, nadie se imaginó que Luca respondería así, nadie imaginó que
Luca quería ser padre del hijo de una de sus chicas del club. Aunque
pensándolo bien, él había hecho desaparecer a un tío que le hizo daño a
Elena, traspasó aquella línea por ella, ¿acaso no era una demostración de
amor aquello que hizo? Vengó a Candy, la chica que trabajaba para él y
vengó a Elena, a su chica, por la que sentía más de lo que el resto
imaginaba.
—¿No vas a volverte loco? —preguntó ella incrédula de aquella
reacción—. ¿No vas a gritarme y sacarme a patadas de aquí?
—¿Loco? ¿sacarte a patadas?—se puso en pie, rodeó la mesa y le
tendió la mano. Elena se la dio y se abrazaron. La agarró por la cintura y
se miraron a los ojos—. Loco llevo por ti desde el primer día que te besé.
Ahora no me pidas que no me vuelva loco.
—Luca, no sé qué decir…
—No digas nada, mañana te instalas en mi casa. Vete a tu casa y haz
las maletas, por aquí no vuelvas nunca más—la besó en los labios—. ¿Por
qué nunca te habré dicho te amo? Estoy seguro de que te hubiera evitado
tanto sufrimiento aquí en el club… Sabré compensarte.

***

A mí no me cabía ningún tipo de duda, algo me decía que Luca


actuaría así. Y bueno, sobre lo de que sabría compensarle, ¿había mejor
compensación que sacarla de aquella vida de mierda?
—Te voy a echar de menos, Elena —nos abrazamos.
—Y yo a ti —nos miramos a los ojos, estaba radiante—. Al final se
hizo realidad la película que me montaba en la cabeza al estilo “Pretty
Woman”.
—Me alegro tantísimo por ti… Te mereces ser feliz, te mereces que
te amen, que te protejan.
—Tú también mereces eso que me deseas a mí, piénsate lo de Lobo
—me guiñó el ojo—, con todas las cosas que me has contado de él y lo que
te brillan los ojos cuando le nombras, deberías empezar a dejarte querer.
—Con esta vida que llevo…
—Si te quiere lo comprenderá todo.
Suspiré, lo veía todo tan complicado…
—Ojalá fuera valiente, Elena. No tengo cojones de contarle mi
realidad a nadie.
—Eres valiente, una tía que no lo es, no sería capaz de hacer lo que tú
haces.
—Te quiero, amiga. Gracias por todo.
Salió de aquel camerino y, aunque estaba destrozada por todo lo
vivido el día anterior, me sentí feliz por ella. Compartí su felicidad y
deseé que lo fuera eternamente.

•Capítulo 21•
Sin hacer ruido

Agotada física y mentalmente me subí en el ascensor que me llevaría


por fin a mi búnker. Cada día que pasaba me decía que ya no podría
aguantar más pero no, todas las mañanas amanecía dispuesta a superarme
aunque terminase el día con el pecho comprimido. Al final iba a ser
verdad aquello que me había dicho Elena y era más valiente y fuerte de lo
que creía.
—¿Qué hace ahí sentada?
Cuando salí del ascensor y la vi allí sentada en los escalones fríos de
la escalera me sentí morir.
—No quiero estar en mi casa.
—Es muy tarde, tía Adela. Venga, vayamos para adentro —le tendí
mi mano y le ayudé a ponerse en pie tirando de su brazo.
Se quejó de la cintura al ponerse en pie y le costó trabajo empezar a
andar. Eran las dos y media de la madrugada y no sabía el tiempo que
llevaría allí sentada.
Entramos en su apartamento y la senté en su sillón, encendí el brasero
y le tapé con la ropa camilla para calentarle las piernas, le puse sobre los
hombros una mantita de cuadros y me arrodillé a su lado, le cogí de la
mano. Miraba al frente y estaba muy pensativa.
—¿Por qué no ha querido estar aquí? Es muy tarde, no debe estar
fuera de su casa a estas horas y mucho menos dejar la puerta abierta, es
peligroso, podría entrar cualquiera...
—Perdóname, hija.
—No me pida perdón —le limpié una lágrima que corría por su cara.
—Echo mucho de menos a Alfonso… Todas las noches, al acostarme,
le pido que me lleve con él, que no me deje aquí más tiempo extrañándole
como lo hago, él era todo para mí…
—Pero aquí me tiene a mí y también la quiero mucho.
—No estoy bien, hija.
—No diga eso, solo está un poco distraída, cuando la vea el
especialista le pondrá un tratamiento y mejorará, ya lo verá.
Me miró a los ojos y nunca antes los había visto tan tristes. Debía
llorar mucho y descansar poco, me daba mucha pena que así fueran sus
días.
—Esta mañana fui a comprar el pan, llevaba la talega en la mano para
hacerme recordar a mí misma para qué había salido, ¿sabes qué pasó? —
negué con la cabeza—. Volví sin pan… Subí por las escaleras, ya sé que
me dices que debo coger el ascensor pero ya sabes que me da mucho
miedo —sonreí levemente y asentí—, pues al pasar por la planta de abajo
la vecina me gritó: ¡Vieja loca!
Se me borró la sonrisa y sentí que la sangre empezaba a hervirme.
—Hija de puta…
—No te pongas palabras feas en la boca. No sé por qué me dijo
aquello, yo no estoy loca… Lo mío sé bien lo que es…
—¿A qué se refiere?
—A que tengo Alzheimer, hija.
Empezó a temblarme la barbilla, me mordí el labio e intenté no
llorar, me fue imposible.
—No lo sabemos —me limpié una lágrima que caía por mi mejilla—.
No puede sacar su propio diagnóstico, aún no la vio el médico…
—Yo lo sé… Doce años cuidé a mi madre con esa enfermedad y
empezó como yo… Se le olvidaba a qué había ido a la cocina, se le fue
olvidando cómo hacer el plato que mejor se le daba cocinar, se le fue
olvidando hasta mi cara… Yo no quiero acabar como ella, hija.
—No tiene que pensar en eso, su mamá fue su mamá y usted es usted.
Hay muchos adelantos en la medicina, seguro encuentran algo que hará
que su vida cambie. Tenemos que confiar.
—Me siento muy sola…
—¿Quiere venirse a vivir conmigo? Puedo contratar a una chica para
que le haga compañía mientras yo estoy en el trabajo.
—No, yo no seré una carga para nadie.
—Para mí no sería una carga, seríamos compañeras de piso. Le
compro una cama y se la pongo junto a la mía, nos haríamos compañía la
una a la otra —sonreí.
Se quedó unos segundos callada.
—¿Te he contado alguna vez mi historia?
Ella me había contado muchas historias de su vida, de su niñez, de su
juventud, de Alfonso, su gran y único amor, pero quería escucharla, me
daba igual si ya conocía la historia y me daba igual lo cansada que estaba.
—Cuéntemela.
—Mi madre siempre decía que yo había llegado al mundo sin hacer
ruido. Mi madre tenia dieciséis años cuando me dio a luz, sola, en una
cuadra —aquella historia nunca la había oído y me estaba doliendo saber
que llegó al mundo en aquellas condiciones—. Mi madre trabajaba para
unos señores con mucho dinero, tenían ganado y terrenos con cosechas
importantes, mi madre era limpiadora, cuidadora, vaquera, era de todo lo
que se le antojara al dueño del cortijo que fuera. Se quedó embarazada de
uno de los hijos del jefe, tuvo que ocultar el embarazo los nueve meses,
solo lo sabían ella y mi padre. Mi padre no era malo, pero el dinero
corrompe mucho a las personas, hay personas que no pueden tener
dinero… Nací sin llorar, mi madre siempre decía que parecía que yo sabía
que debía estar calladita por el bien de las dos. Al día siguiente se
escaparon juntos.
—Su madre fue una mujer muy valiente.
—Sí lo fue, para la época que le tocó vivir... Mi madre sufrió mucho
con mi padre, tenía algunos vicios, ¿me entiendes? —asentí—. Yo la cuidé
hasta el último de sus días, y lo volvería a hacer, pero yo no quiero acabar
como ella y tampoco quiero depender de nadie…
—No piense más en eso —me puse en pie y le dejé un beso en la
mejilla—. ¿Ya se bañó?
—No.
—Pues vamos.
Le ayudé a levantarse y nos dirigimos al baño a pasito lento. Cuando
terminé de bañarla y la cubrí con la toalla, se me hizo un nudo enorme en
la garganta y, sin dejar que me viera, lloré.
Aseada, peinada y con la mente un poco más apartada de lo que había
estado mortificándola, la metí en su cama, la arropé y le di un beso.
—Te quiero mucho, hija.
—Y yo a usted, muchísimo.
—Ojalá hubiera tenido una hija como tú, me conformo con que Dios
me dejó tenerte como sobrina. Yo no te veo como una simple vecina.
—Para mí usted es mi familia, me ha ayudado muchísimo desde que
llegué a estos apartamentos.
—Me encantaría poder protegerte más, ayudarte, ojalá pudiera borrar
la tristeza que tienen tus ojos y desconozco el motivo. El día que me
marche de este mundo, quiero que sepas que te protegeré desde allí arriba,
no tengo a nadie a quién proteger aquí abajo que no seas tú así que espero
ser un buen ángel de la guarda.
—No piense en ejercer de ángel de la guarda, quiero tenerla aquí
muchos años.
Sonreí, volví a dejarle otro beso en la mejilla, apagué la lámpara y me
fui a casa.
Me costó mucho poder dormir, la tía Adela, Julio, el embarazo de
Elena, lo mucho que echaba de menos a Álvaro y la rabia de no poder
tenerlo fueron motivos más que suficientes para no poder dormir.

Me levanté temprano, justo cuando el despertador me sonó, aquel día


no atrasé doscientas veces la alarma. Me vestí, desayuné y sentí necesidad
de ir a ver cómo había pasado la noche la tía Adela, aquella tristeza que
dejé en sus ojos me tenía preocupada.
Llamé más de diez veces a su puerta, otras tantas al timbre, y no me
abrió. Metí la llave y no podía abrir, su llave estaba puesta al otro lado de
la cerradura. El corazón me iba a mil por hora y el miedo cada vez era más
grande, temblorosa volví a mi apartamento y marqué el número de Álvaro.
—¿Nuria?
—Álvaro, por favor, mi vecina no abre la puerta. He estado llamando
y no me abre, tampoco puedo entrar, tiene su llave puesta por dentro, estoy
desesperada, no sé si ha podido pasarle algo, estoy muy asustada.
—Tranquilízate, yo me encargo de todo. Vuelve a intentarlo.
Solo pasaron diez minutos cuando ya tenía a los bomberos y a la
policía intentando entrar en la casa de la tía Adela y pocos minutos
después llegó Álvaro.
—He venido lo más rápido posible, he trabajado toda la noche,
acababa de acostarme prácticamente.
—Lo siento, Álvaro, estoy desesperada, no sabía a quién podía llamar.
—No sientas nada, para eso estoy —me dejó un beso en la mejilla y
me erizó el vello del cuerpo.
Cuando al fin los bomberos lograron abrir la puerta me dispuse a
entrar.
—No entres —me paró Álvaro—, es mejor que esperes aquí fuera.
Le miré extrañada y asintió. Me senté en la escalera y Álvaro se
acercó a sus compañeros.
Cuando hubo la discusión en la puerta de la tía Adela por los grifos,
ni un solo vecino de la planta había salido para intentar poner un poco de
cordura a lo que fue aquello, ahora que los bomberos y la policía estaban
allí, todos estaban fuera intentando captar cualquier información… ¡Asco!
Pocos minutos después de que consiguieran pasar al apartamento de
la tía Adela, uno de los policías que habían entrado salió con gesto triste y
observé cómo hablaba con Álvaro.
El corazón empezó a latirme tan fuerte que sentí que me mareaba,
Álvaro se acercó a mí y no le hizo falta ni hablar.
Empecé a llorar y me arrodillé en el suelo, sentía que el corazón se
me había roto, lo sentí, de verdad. Álvaro me abrazaba fuerte pero yo ni lo
sentía. No recordaba sentir tanto dolor en el corazón desde la pérdida de
mis abuelos, la tía Adela no era mi vecina, era parte de mí y, de algún
modo, sentía que esa parte también había muerto con ella.
Llegó al mundo sin hacer ruido y se había marchado del mismo
modo.
•Capítulo 22•
Mi castillo de naipes

Cómo duele tener que despedirte de alguien para siempre, hacerte a la


idea de que jamás volverás a verla y que desde ese momento solo tendrás
que vivir de los recuerdos.
Tenía que trabajar aquella noche, Luca no encontró a nadie que
pudiera sustituirme, ¡qué imbécil había sido siempre! Yo nunca buscaba
una sola excusa cuando Luca me pedía hacerle el turno a Flor, siempre
miraba por el club, siempre miraba para que el espectáculo continuase y
por mí nadie había movido un dedo, nadie se puso en mi lugar e hizo doble
turno para que yo pudiera llorar tranquilamente en mi casa la pérdida de
mi tía Adela. Álvaro no entendía cómo mi encargada no me dejaba el día
libre en la pizzería y aquella bola de mentiras para con Álvaro seguía
creciendo.
Hice el espectáculo lo mejor que pude y aun así quedó como una
mierda. Luca, en aquella ocasión, no vino a decirme que había estado fatal,
solo me abrazó y me dio el pésame, eché de menos a Elena, con ella era
más fácil hablarlo todo, con ella no tenía ningún secreto, ambas
navegábamos en el mismo barco al fin de cuentas…

El día que enterramos a la tía Adela, Álvaro me acompañó. No se


apartó de mí en ningún momento y, dentro de la profunda tristeza que
sentía, me hizo sentir bien.
Aquel día no tenía que ir al club así que me acompañó hasta casa, nos
sentamos en el sofá y después me tumbé apoyando mi cabeza sobre sus
piernas, lloré muchísimo, sentía que mi vida no podía ir a peor.
—Nuria —me acariciaba el pelo—, no llores más, por favor…
—Es que no sé por qué ha hecho eso…
—No quería seguir viviendo, ella tendría sus motivos… Es una
decisión muy complicada, los que nos quedamos no sabemos aceptarla, no
la entendemos…
—Se me va a hacer tan raro no ir a verla, ni oírla… No sé cómo lo
voy a hacer.
—Necesitas tiempo.
Me tomé una pastilla para conseguir relajarme un poco y me quedé
dormida sobre las piernas de Álvaro.

—He preparado la comida —me susurró al oído.


Abrí los ojos lentamente un poco desubicada, había conseguido
descansar. No sabía ni la hora que era…
Me senté en el sofá algo mareada y me froté la cara con ambas
manos. Álvaro me miraba con una sonrisa leve dibujada en sus labios. Qué
guapo le veía siempre…
—¿Lo has hecho tú? —asintió y se sentó a mi lado dejándome un
beso en la cabeza.
Había preparado un revuelto de setas y pollo que olía a gloria.
—¿Cómo estás?
—No lo sé… Creo que aún estoy bajo los efectos de la pastilla…
Estar junto a él era maravilloso, un sueño. Álvaro era increíble. Su
presencia me daba paz y con él todo era más fácil. Era un oasis en el
desierto.
—Está delicioso, no sabía que Lobo sabía cocinar.
—Es que el Lobo que soy no tiene nada que ver con el Lobo que fui,
ahora soy un partidazo…
Reí. Lo había vuelto a conseguir, le daba color a mis días negros.

Recogimos la mesa juntos, parecíamos un matrimonio y empecé a


hacerme ilusiones como cuando tenía quince años. ¿Cómo sería compartir
vida con él? Me imaginaba que la vida con él sería como nadar en aguas
cristalinas no en los lodos en los que intentaba avanzar en aquellos
momentos. Parecía que todos los astros se habían alineado para putear a
Venus, cientos de satélites girando en torno a ella para, al final del día,
sentirse sola como la una. Nuria, al menos, le tenía a él aunque solo fueran
unas horas.
Nos pusimos frente al fregadero con la mirada clavada en los platos
sucios. Yo iba enjabonándolos y el los enjuagaba, codo con codo en mi
cocina, si diez años atrás alguien me lo hubiera dicho, me hubiera
carcajeado en su cara.
—Álvaro —me miró—, gracias por estar aquí.
—Para eso están los amigos —me guiñó el ojo.
—Me has hecho un poco más fácil el día de hoy.
—Lo hago encantado, no hubiera dejado jamás que pasaras esto
sola… —se quedó unos minutos en silencio y volvimos a mirarnos a los
ojos—. Pensé que hoy estarías con tu chico…
—¿Mi chico?
—Sí.
—Nos hemos dado un tiempo.
No me apetecía seguir con algunas de las mentiras que eran mi vida,
ojalá fuera tan fácil deshacerme de todas las que me rodeaban.
—Me alegro —sonrió y negué con la cabeza.
Le di con la mano llena de espuma en la cara. Abrió la boca
sorprendido y me reí al verle la cara prácticamente blanca. Metió la mano
bajo el grifo y me salpicó agua, en aquel momento fui yo la que puso la
boca en forma de O.
—¡La has cagado, Lobo!
Repetí lo mismo que él había hecho salpicándole la ropa.
—¡Has empezado tú! —volvió a salpicarme y seguidamente lo hice
yo—. ¡Para!
—¡La guerra está abierta!
Cogí un vaso y lo llené de agua.
—No serás capaz… ¡Nuria!
—¡Mira cómo me has puesto!
—Mírame tú a mí —tenía el brazo estirado para evitar que me
acercara—. ¡Deja ese vaso ahí!
—¡Ni lo sueñes!
Se acercó a mí tan rápido que no me di ni cuenta de que me había
bloqueado los brazos y me agarraba por detrás.
—¡Suéltame! Me estás haciendo técnicas policiales, es trampa.
—Me estoy defendiendo de un ataque injusto —me quitó el vaso,
mientras que con el otro brazo me tenía rodeada, y lo dejó sobre la
encimera—. Ahora ya estás desarmada.
—¡Quiero tu número de placa! No estoy conforme con lo que me has
hecho, soy una chica indefensa.
Me giró y me puso frente a frente con él. Estaba mojado, el tupé ya
no estaba tan perfecto como antes y me pareció más guapo aún.
Me miraba y sonreía, y me contagiaba.
—Eres la chica más especial que me he cruzado en la vida…
—Pues eso tiene mérito, con todas las que has conocido…
—No han sido tantas.
Lo necesitaba, le besé. Nos devoramos las bocas como cada vez que
habíamos tenido oportunidad, cuando estábamos cerca la pasión era
descomunal, éramos dos imanes que se atraían cuando se acercaban.
Empezó a lamerme el cuello y pasó lo que nunca hubiera querido que
pasase, Julio se me vino a la mente.
—¡No! —le grité a la vez que le empujaba retirándole de mí.
—Lo siento, Nuria. Pensé que…
No dejé que terminara la frase, salí corriendo al cuarto de baño y
cerré la puerta. El corazón me iba a mil por hora y la rabia de haber
sentido aquello se iba haciendo cada vez más y más grande.
Me entristecía pensar en la cara que Álvaro había puesto después de
empujarle, no se lo merecía y me sentía fatal por haber hecho aquello.
De nuevo empecé a llorar, mi castillo de naipes había caído al suelo
en milésimas de segundos. Estaba completamente destrozada por dentro,
aquel día me quedó claro.
Cuando salí, el suelo de la cocina estaba limpio, los platos secándose
en el escurridor y Álvaro se había ido.
•Capítulo 24•
Al descubierto

Sentía que mi vida no tenía sentido, estaba maquillándome unas


ojeras tan negras como mi alma, no podía irme peor creía, qué ilusa…
—Ve… Perdón, Nuria —me dijo Luca.
—Dime.
—Tengo que irme, estaré ausente unos días, Joel se queda al mando,
por favor, intenta que en el escenario no se te note que estás hecha una
mierda… Entiendo que es complicado pero los clientes quieren ver fuego,
¿entiendes? —asentí—. Elena te manda besos —sonreí.
—Dale muchos besos de mi parte, cuídala mucho porque es oro.
—Lo sé, ahora tengo que ayudar a cicatrizar demasiadas heridas.
Cicatrices, estábamos llenas de cicatrices, llenas de heridas que nadie
podía ver. Nos habíamos olvidado de querernos a nosotras mismas,
trabajando en el club nos habíamos autodestrozado las vidas, por suerte, la
suya parecía estar encauzándose.

Estaba a punto de terminar el show cuando oí mucho bullicio en el


fondo de la sala, los clientes se levantaban y corrían y las chicas que
prestaban sus servicios y paseaban por allí gritaban y buscaban dónde
poder esconderse, yo, en cambio, me quedé paralizada sobre la tarima, con
los focos alumbrándome y el cuerpo cubierto únicamente por unas
pezoneras y un tanga.
—¡POLICÍA! —gritaron los agentes que entraban armados en el local
—. ¡TODOS CONTRA LA PARED! ¡LOS HOMBRES A ESTE LADO!
Tenía que ser un sueño, ya lo había vivido antes, ahora Cásper
maullaría y me despertaría. No, era real, aquella vez no lo estaba soñando,
sentía el miedo en la garganta, los gritos en los oídos y el frío en el cuerpo.
Con los focos alumbrándome apenas podía ver, solo oía los gritos y
las sillas cayendo al suelo. Intuí una figura masculina acercándose a mí y
al verlo fue cuando supe que aún podía irme todo a peor.
—¿Nuria?
Respiraba agitada, el corazón me latía en la boca prácticamente y
quise desaparecer en aquel momento.
—Tienes que acompañarme.
Sonó profesional, cortante, seco, no era el Álvaro Lobo que había
compartido cama conmigo algunas noches, aunque sus ojos estaban
derramados y lloraba como un niño cuando pierde su juguete preferido y
supe que dentro de aquel policía estaban los sentimientos del Álvaro Lobo
que había tenido entre mis sábanas. Tenía el ceño fruncido y negaba con la
cabeza, podía verle el desconcierto y la desilusión en el rostro. Estaba
roto, y yo… yo estaba destrozada.
Caminó delante de mí y le seguí mirándome los pies. Me puse al lado
de una de mis compañeras, todas gritaban, insultaban incluso a los policías
y yo únicamente me dedicaba a mirarme los pies.
Álvaro, junto con dos de sus compañeros, registraban a los clientes.
Otro policía miraba unos papeles que Joel le había dado y tres habían
subido a las instalaciones de arriba para hacer un registro. Aquello parecía
una escena de alguna película policíaca.
—¿Puede decirme su nombre, señorita? —me dijo el policía que tenía
los papeles en la mano.
—Nuria.
—Dígame su DNI.
Se lo dije con el pecho comprimido, necesitaba escapar de allí,
necesitaba terminar con aquella locura.
Cuando Álvaro vio que aquel agente hablaba conmigo, se acercó
rápido.
—¿Algún problema, Suárez?
—Ninguno, Lobo.
Se quedó frente a mí, mirándome. Quité los ojos de mis pies y, por
primera vez aquella noche, nos miramos a los ojos durante unos segundos.
Había tristeza, muchísima tristeza.
—Álvaro —le susurré, negó con la cabeza y se marchó.
Venus había quedado al descubierto, mi gran mentira estaba en las
manos de Álvaro. Sentí miedo de que Álvaro me dejase vendida, por nada
del mundo quería que mis padres conocieran la gran verdad de la vida de
su pequeña…
Caminé hasta mi apartamento con las manos dentro de mi abrigo, la
mirada clavada en las punteras de mis botas negras y la cara empapada,
me era imposible parar las lágrimas. Antes de meter la llave en la
cerradura de mi puerta, miré la puerta de la tía Adela, cuánto la echaba de
menos…
Cásper vino a recibirme, lo cogí en brazos y lo olí. Olía a mí, a mi
búnker y a sus croquetas.
—Lo siento, Cásper. No quiero seguir viviendo…
La tía Adela se me vino a la mente, ella no quería seguir viviendo,
sabía que tenía la enfermedad que destrozó a su madre, aunque me tenía a
mí, quiso irse, se tomó aquel bote de pastillas y jamás volví a verla.
Dejé a Cásper en el suelo y caminé hasta la terraza. Mi llanto no
cesaba, ya había tocado fondo, ya no podía irme peor, quería desaparecer.
Miré el cubo metálico que aún contenía los restos calcinados de mi ropa.
Cogí una de las sillas que tenía en la terraza y la usé para poder sentarme
en el filo del muro de esta. Había gente pasando por la calle, no mucha, un
par de personas que empezaron a suplicarme que volviera para adentro.
—¡No saltes! —me gritaba una chica—. ¡Por favor, no saltes!
Se me hizo un nudo en la garganta y las lágrimas no me dejaban ver.
Pensé en mis padres, en lo mal que lo pasarían si yo terminaba con mi vida
pero creía que peor podían pasarlo si descubrían que su hija era una puta,
que no trabajaba en ninguna pizzería y que su sueño de ser profesora se
había quedado estancado hacía mucho tiempo. Oí sirenas a lo lejos, tenía
que saltar ya, tenía que darle fin a toda la mierda que cargaba sobre mis
hombros.
—¡¡NURIA!! —se acercaba corriendo, se había bajado del coche
policial—. ¡NURIA, TE LO SUPLICO, VUELVE DENTRO!
—¡VETE, ÁLVARO!
—¡JAMÁS!
Álvaro se dirigió a sus compañeros y le perdí de vista. Los bomberos,
que acababan de llegar, sacaron una tela que sostenían entre ellos. Mi plan
se estaba yendo a la mierda, para no variar.
Llamaron a mi puerta, no quería abrir pero tampoco hizo falta, no
había cerrado la puerta del todo, posiblemente mi yo más cabal mantenía
la esperanza de que Álvaro, mi superhéroe sin capa y particular, volvería a
salvarme. Y así fue, él nunca me fallaba, siempre estaba ahí cuando ni yo
misma quería estar conmigo.
—Nuria, por favor —caminaba lentamente acercándose a mí con el
brazo estirado—, métete para adentro.
—¡Vete, Álvaro! ¡Déjame terminar con este infierno!
Mis lágrimas no me permitían ver con claridad.
—Vamos a hablar, Nuria. Todo tiene solución, todo menos lo que
quieres hacer…
—¡No quiero seguir viviendo!
Me tendió su mano, la miré y después le miré a él.
—Por favor, Nuria… No saltes. No me hagas subirme ahí contigo. No
me hagas decirte eso de si tú saltas, yo salto, queda demasiado peliculero
aunque no te quepa duda de que lo haría sin pensarlo.
Miré la tela blanca que había bajo mis pies y sin esperármelo, Álvaro
me agarró de la cintura y tiró de mí poniéndome a salvo.
—¡NO! ¡DÉJAME! ¡ES MI VIDA!
Forcejeé con él hasta conseguir retirarme de sus brazos. Me senté en
el suelo abrazando mis rodillas odiando todo lo que me rodeaba y con una
impotencia enorme de no haber conseguido terminar con mi vida.
—Es una gilipollez lo que has intentado hacer.
—Eres idiota, Álvaro —dije con la cabeza apoyada en mis rodillas.
—¿Yo? ¿por salvarte la vida? —apoyó una de sus rodillas en suelo
quedándose a mi altura.
—¡ES MI VIDA!
—Ya me lo has dicho antes…
—¡Tú no sabes nada!
—Cuéntamelo.
—¡No quiero!
Puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.
—Está bien, cuando quieras, sabes que estoy cuando quieras.
—Me doy tanto asco… Odio todo lo que he hecho estos últimos años,
odio mi vida, mis mentiras, mis mierdas… Tú no entiendes nada…
—Nuria, mírame —me levantó el mentón obligándome a mirarle—.
Eres una tía de puta madre, habrás tenido tus motivos y un por qué para
hacer lo que has hecho. Yo no seré quien te juzgue.
—No quiero que mis padres se enteren.
—Mi boca está sellada.
—Gracias.
Me ayudó a levantarme y me abrazó fuerte.
No quise que se fuera, me hizo prometerle que no volvería a hacer
ninguna locura y lo hice. Hablar con el de mi verdad fue quitarme un peso
grande de los hombros.

•Capítulo 24•
Gracias, tía Adela

Aquel día volví al club con una forma diferente de ver las cosas. No
me gustaba el trabajo, no era novedad, pero había vuelto a verlo
únicamente como la catapulta que me lanzaría a mi nueva vida.
Durante la noche pensé mucho en cómo quería desarrollar mi vida a
partir de aquel día. Seguiría trabajando en el club hasta conseguir dinero
suficiente como para volverme al pueblo. Mi sueño quedaría en eso, un
sueño que no se pudo hacer realidad. Trabajar y conseguir el dinero
suficiente como para mantener una vida en Madrid y pagarme los estudios
y, a la vez estudiar, lo veía casi una misión imposible.
—Buenas noches.
—Hello, Venus. ¡Jopetas cómo se lio ayer!
Flor estaba poniéndose la lencería con la que haría su espectáculo de
sexo en vivo.
—Pasé mucho miedo.
—Yo, o sea, flipé muy mucho… Menos mal que la que estaba dando
el espectáculo eras tú, llegamos a estar chingando Samu y yo y nos pillan
de lleno…
—¿Has visto a Luca?
—Lukilú se quitó del medio anoche y no ha vuelto a asomar por aquí
el bigote… A ese le dieron un chivatazo.
Me hacía mucha gracia cómo hablaba Flor, ella decía que era una
picani, una pija encerrada en el cuerpo de una cani…

Vuelta a casa lo vi, estaba apoyado en la pared de una de las casas y


con los brazos cruzados al frente. Caminé con una sonrisa boba dibujada
en los labios. Cuando me vio se puso en medio de la acera y me esperó.
—¿De nuevo mi superhéroe particular esperándome?
—No me fío de dejarte sola —negué con la cabeza—. Anoche me
despisté unos minutos y te subiste a la pared de la terraza de tu
apartamento… ¡Qué el superhéroe soy yo! ¡Tú no tienes poderes!
Sonreí levemente.
—Gracias.
Fuimos caminando juntos, uno al lado del otro.
—Álvaro, necesito un tiempo para poder aclararme las ideas, he
estado con algunos tíos que me han dejado muy tocada, no quiero que me
vuelva a pasar lo del otro día, perdóname por apartarte de mí como lo hice
cuando me besaste el cuello. Espero que me entiendas.
—No tengo nada que perdonarte. Si necesitas tiempo, yo te daré
tiempo.
—Espero que no te enamores de nadie en el tiempo que no nos
veamos… Y perdóname si sueno egoísta pero no quiero perderte.
—Espero que no conozcas a nadie que te levante los pies del suelo.
Yo, a fin de cuentas, soy uno más que pasaba por aquí —me guiñó el ojo.
Su mirada estaba triste aunque sus labios dibujaban una leve sonrisa.
Entramos al portal del bloque y abrí el buzón de correo, hacía tres
días que no recogía las cartas y estaba hasta arriba. No miré los remitentes
hasta que llegué a mi apartamento. Álvaro se había quedado fuera, no
quería entrar, le invite a pasar pero me dijo que no y una parte de mí lo
agradeció.
—Que descanses.
—Y tú —me dejó un beso en la mejilla con sabor a despedida y me
entristeció—. No te olvides del Lobo.
Negué con la cabeza, sería imposible olvidarme del tío que me había
salvado la vida.

Una vez en casa abrí las cartas y empecé a temblar cuando vi que una
de ellas era de un notario. La abrí, era la citación para la lectura del
testamento de la tía Adela en dos días. Me quedé tan descolocada que
aquella noche no paré de darle vueltas a aquella citación.

Varios días sin ver a Álvaro y dándome cuenta de que, sin él, las
cosas no tendrían el mismo color. Fui en taxi a la lectura de un testamento
en el cual no entendía por qué se me nombraba a mí y del que salí teniendo
muchísimo dinero. La tía Adela me había dejado toda su herencia, unos
cuantos de miles de euros y el apartamento colindante con el mío. Aún no
me lo creía.
Fue el principio de una nueva vida, el entierro de Venus y el resurgir
de Nuria, aún quedaba un largo camino por delante pero sabía que, gracias
a la tía Adela, mi vida volvería a pertenecerme.
Al mes había dejado mi trabajo en el club, le agradecí a Luca lo bien
que me había tratado y le mandé muchísimos besos para Elena, ambas
habíamos conseguido salir de allí y estaba segura de que sería el principio
de muchas cosas buenas que empezaríamos a vivir.
Estaba en terapia, necesitaba que un especialista me ayudara a
canalizar lo que sentía, Julio me destrozó una parte de mi vida y me
negaba a darle la posibilidad de que me destrozara el resto, o quizá ya
estaba destrozada y Julio fue la gota que colmó el vaso. Volví a apuntarme
a la universidad y le prometí a la tía Adela que conseguiría mi sueño.
Dejé mi apartamento y me mudé al que la tía Adela me había
regalado, poco a poco lo fui transformando aunque dejé mucho de ella en
su interior para tenerla siempre presente, había sido mi ángel de la guarda
y le estaría agradecida eternamente, había conseguido sacarme de los
lodos.

•Capítulo 25•
Un columpio en el árbol y una
fiesta en la plaza

La terapia me estaba ayudando muchísimo, ya conseguía dormir sin


necesidad de medicarme y me sentía con más vitalidad aunque sabía que
aquello no iba a ser rápido de sanar. En la universidad nos habían dado las
vacaciones de Navidad y decidí bajar al pueblo y estar con mis padres. Los
echaba mucho de menos y pasar con ellos unas semanas ayudarían a mi
terapia.
Le dejé las llaves de mi apartamento a Rocío, una compañera de la
universidad que vivía en el bloque de al lado y con la que tenía una
relación bastante bonita. Nos lo contábamos todo y cuando digo todo
también incluyo mi paso por el club, sabía que Rocío era una chica con
una mentalidad súper abierta pero no imaginé que se tomaría lo que le
confesé como algo que podía pasarle a cualquiera. Le había pedido que
visitara todos los días a Cásper. Pensé en llevármelo conmigo al pueblo
pero supe que cambiarlo de aires no le iba a sentar bien, además tendría
que dejarlo todo el día encerrado en mi dormitorio porque Toby, el perro
de mis padres, no estaba acostumbrado a vivir con gatos, y viceversa.
Mi vida había cambiado mucho, tenía una vida de la conocida como
normal y era feliz así, mi único deseo todas las noches era que siguiera así
por mucho tiempo.

—¡Mi niña! —mi madre se acercó corriendo hasta mi coche y me


abrazó muy fuerte al bajarme.
—Mami, te he echado mucho de menos…
—Vamos, ¿te ayudo con esto? —me quitó una pequeña maleta de
mano mientras yo cogía una grande del maletero de mi coche.
—Qué bonito está el pueblo, mamá. Hay muchísimos adornos de
navidad, estoy deseando que se haga de noche para ver todas las calles
iluminadas. La plaza debe de estar preciosa…
—Sí, está muy bonita, hemos hecho adornos entte todos los vecinos
con materiales reciclados.
—¡Qué idea tan chula!
—La verdad que ha quedado muy original. Mañana por la tarde habrá
una fiesta en la plaza, viene un grupo a cantar villancicos.
—¡Me encanta!
No se me borraba la sonrisa de la cara, me parecía increíble lo mucho
que mi vida había cambiado, cuánto le debía a la tía Adela, sin ella, mi
sonrisa seguiría estando apagada.
—¡Papi!
Nos abrazamos fuerte, respiraba el olor de su colonia y como si de
magia se tratara, viajaba al pasado, me encantaba cómo olía mi padre. Le
tenía agarrado de ambas manos y no podía dejar de mirarle.
—¿Cómo estás?
—Estoy muy bien, papá. En la universidad soy una de las que mejores
notas saca, desde lo de la tía Adela únicamente me dedico a estudiar, ya no
necesito seguir haciendo pizzas.
—Esa mujer me ha devuelto a mi niña, aún no me creo que vengas
para quedarte un par de semanas… Antes, con tanto trabajo, apenas
podíamos disfrutarte…
—Bueno, papá, ya estoy aquí. Olvida lo que vivimos anteriormente.

Deshice mi maleta y me tumbé en mi cama. Aún estaba todo igual


que cuando me fui, los posters de Beyonce pegados en las paredes me
hacían viajar al pasado. Siempre fui una niña muy ingenua, no tenía la
picaresca que otras chicas, quizá, tenían a mi edad.
Recordando momentos vividos y repasando los objetos de mi
habitación, visualicé la caja de música en la que guardé como oro en paño
mi primera carta de amor, una carta anónima a la que ya podía ponerle
remitente. Me levanté rápida y me mareé un poco incluso, cogí la cajita de
música y volví a sentarme cruzada de piernas sobre mi cama. La abrí
ilusionada, como si fuera la primera vez que leía aquellas letras:
Hola Nuria:
Hoy te he visto sentada en el columpio del árbol y he sentido muchas
ganas de acercarme a la valla y hablarte. Me gustas mucho pero tengo
miedo de que yo no te guste. Seguro no sabes quién soy, yo creo que ni te
lo imaginas. Te doy una pista, mi nombre empieza por A, seguro que no lo
adivinarás, el pueblo está lleno de Antonios…
Un beso. Me gustas mucho.

Aquella carta terminaba con un corazón y una flecha. Me daba mucho


sentimiento, me emocionaba saber que Álvaro había escrito aquella carta
siendo un adolescente y me emocionaba conocer lo que pasaría años
después.
¿Quién nos iba a decir a nosotros que años más tarde llegaríamos a
acostarnos juntos? Las vueltas que daba la vida…

Me puse un pantalón vaquero, un jersey ancho de lana de color blanco


y mis botitas bajas negras, y decidí salir al huerto, la parte de atrás de la
casa donde tenía mi columpio. Me subí en él y empecé a balancearme, me
encantaba estar allí, no podía evitar sentirlo. Cerré los ojos y me dejé
llevar con el vaivén del columpio, era feliz.
Sí, por fin era feliz.
Se me hizo casi de noche allí sentada, mis padres no salieron a
decirme nada, era como si supieran que necesitaba aquella desconexión.

El pueblo estaba precioso y la plaza estaba adornada como nunca. Un


gran abeto enorme adornado en el centro, al lado de la gran fuente que
presidía la plaza. Las farolas adornadas con espumillón plateado al igual
que los bancos y los árboles que rodeaban la plaza, parecía una estampa de
película.
—¡Joder cómo se lo han currado este año! —aquella voz me erizó el
vello de la nuca—. Parece como si se hubieran enterado de que este año
vendría la chica de la gran ciudad por Navidad, como el turrón.
Sonrió y me encantó volver a ver aquellos hoyuelos. Le abracé y me
encantó que me respondiera como lo hizo. No me abrazó, me arropó.
—¿Qué haces aquí?
—Estoy de vacaciones, quién nos lo iba a decir que de mayores
nuestro sueño sería poder volver al pueblo y pasar en él las vacaciones…
—Totalmente.
—¿Cómo estás?
—La verdad que genial, en la universidad soy de las mejores, y no es
porque yo lo diga, me avalan mis notazas.
—No sabes cuánto me alegro aunque no esperaba menos de la
modosita del pueblo.
—Uf… de aquella no conservo ya ni la sombra creo…
—No creas, siempre queda algo de lo que fuimos dentro de lo que
somos. Realmente nunca llegamos a ser otra persona, somos la misma
persona pero con unos cuantos de años más y los años es lo que traen,
experiencias que nos hacen cambiar un poco…
—O un muy mucho… A mí la vida me ha cambiado mucho.
—Pero la esencia sigue y yo sigo viendo a la modosita del pueblo
cuando te miro a los ojos, yo no siento que seas otra persona —sonrió de
lado y me pellizcó la mejilla con suavidad—. Bueno, oye, ¿quieres un
chocolate con churros?
—¿Cómo crees que voy a negarme a eso?
Nos sentamos en los veladores que aquella churrería móvil que
habían montado en la plaza. Los dos calentándonos las manos con el calor
que desprendían aquellas tazas de chocolate caliente.
—Nuria, tienes un brillo tan especial en los ojos, no creo habértelo
visto antes.
—Es que soy muy feliz, Álvaro.
—Si te casaras conmigo lo serías aún más.
—¿Tú crees?
—No lo creo, lo sé.
—¿Qué piensas de mi pasado? ¿no te importaría casarte con una
mujer con una trayectoria profesional como la que tuve yo?
—Tu pasado me importa muy poco.
—Hablando de pasado, hoy volví a leer la carta que me escribiste.
—¡Qué puta vergüenza!
—Pues a mí me encanta.
Aquella curva que dibujaban sus labios era la curva donde no me
importaba estrellarme cada noche, cada día, cada hora, cada minuto. Me
volvía loca, no podía explicar qué tenía, pero me volvía loca.

Cuando los villancicos empezaron a ser cantados sobre el escenario,


la plaza se puso abarrotada, durante el día no recordaba haber visto tanta
gente. Álvaro me tenía agarrada por detrás con su barbilla rozando mi
cabeza, éramos uno. Toda la plaza a nuestro alrededor y solo lo sentía a él.
Me giré y me puse frente a frente, habíamos estado demasiado tiempo
rozándonos, inconscientemente la chispa estaba dando pie a prender un
fuego que solo lo podríamos apagar de una forma.
—¡Vámonos! —me dijo al oído erizándome la piel del cuerpo entero.
Pareció leerme la mente. Él tiraba de mi mano serpenteando a la
gente que había en la plaza y yo deseaba llegar adónde él quisiera
llevarme. Conseguimos salir del bullicio y llegamos a su moto. Se subió y
me tendió el único casco que tenía, me ayudó a abrochármelo y me subí.
No pregunté adónde íbamos, poco me importaba, solo quería llegar y
fundirme con él.
•Capítulo 26•
Entre tus brazos

Llegamos a una casita que estaba en la parte montañosa, a unos


minutos del pueblo. Paró la moto y bajamos. Me desabrochó el casco y lo
dejó en el suelo, me cogió la cara entre sus manos y empezamos a
besarnos como si no hubiera un mañana. Nuestras lenguas se buscaban con
desesperación, sus manos fueron bajando hasta agarrarse a mi culo y me
apretó fuerte, le mordí el labio y bufó.
—Vamos.
Abrió la puerta y entramos, estaba muy oscuro, buscó el interruptor y
no prendió la luz al darle.
—¡Mierda! —sacó su teléfono móvil y encendió la linterna—. Han
debido saltar los plomos…
—No importa, Álvaro.
—No importa, tienes razón.
Me cogió en brazos y rodeé su cintura con mis piernas. No podíamos
parar de besarnos, jadeábamos y bufábamos únicamente con lo que
estábamos haciendo. Íbamos apoyándonos en prácticamente todas las
paredes de aquella casa.
—Álvaro, dime que esta vez sí vienes preparado.
—No, pero sé que mi hermano el pequeño trae aquí a sus ligues —me
dejó en el suelo y me dejó un beso corto en mis labios húmedos—, espera
aquí un momento.
—De aquí no me muevo —le agarré de la nuca y lo acerqué a mí
nuevamente para volverle a besar.
Sentía que no quería despegarme de sus labios jamás, quería que
nuestras bocas estuviesen pegadas 24/7.
—Dame un segundo —me dijo jadeante sobre mi boca.
Fue alumbrándose con su teléfono móvil hasta llegar a una habitación
y entró en ella. Decidí quitarme la ropa y sorprenderlo al salir y así lo
hice, me quedé completamente desnuda con toda mi ropa en una de mis
manos y me apoyé en la pared con uno de mis pies intentado hacer una
postura de lo más sexy posible.
—¡Bingo! —me mostró el paquetito plateado y me alumbró con el
móvil—. No me jodas…
Vino corriendo con una sonrisa pícara en los labios y me volvió a
coger en brazos besándome y apretándome el culo con ganas.
—¡Me vuelves loco, Nuria!
Entramos en un dormitorio grande y me dejó suavemente en la cama,
dejó la linterna de su móvil encendida para poder vernos en todo
momento. Se desnudó y casi me quedé bizca. Me encantaba, me encantaba
multiplicado a la veinteava potencia.
Se tumbó encima de mí y empezó a besarme más despacio, su mano
izquierda sostenía su cuerpo sobre el mío y con la derecha iba repasando
todo el perfil de mi cuerpo, me iba memorizando milímetro a milímetro y
aquella lentitud de su mano solo conseguía ponerme más cachonda.
Dejó de besarme la boca para poder besarme la mandíbula, el cuello y
el pecho. Lamió mis pezones y desató la loba que vivía en mí, aquella que
únicamente conseguía despertar él.
Nuestros cuerpos se rozaban, su polla buscaba mi entrada, se deslizó
el condón por ella y la colocó en mi entrada. Con mis piernas rodeando su
culo le empujaba para que la metiera pero no, quería jugar a aquello,
quería volverme aún más loca.
—No puedo más, Álvaro.
Como cuando cumples algo que deseabas desde hacía mucho y te
sientes eufórica, así me sentí yo cuando le sentí dentro de mí.
—Te eché de menos —me susurró al oído.
—Y yo a ti, mucho, muchísimo.
—Me encantas.
Sentir sus embestidas era como tocar el cielo, me encantaba él y su
forma de hacerme el amor, de cuidarme, de protegerme y de quererme.
Mis piernas seguían rodeándole el culo controlando la salida de mí,
hubiera firmado si me hubieran dicho que estaría sintiendo aquello toda
mi vida.
Sabía que me precipitaba al orgasmo, la fricción de su polla dentro
era la culpable. Me corrí gritando su nombre y empujándole a llegar al
orgasmo prácticamente a la vez mía.
Bufaba sobre mi frente dando los últimos embistes, le temblaban los
brazos y se dejó caer sobre mí.
—Toda la vida viviendo tan cerca y no nos atrevimos.
—Tiempo perdido, Lobo.
—¡Es imperdonable! Podríamos llevar casados cinco años ya… —
sonrió.
—¡Estás loco!
Se puso en pie rápido, como si alguna idea se le hubiera venido a la
mente y necesitaba llevarla a cabo cuanto antes, se quitó el condón, lo
anudó y lo tiró al suelo.
—Ven.
Me dio mi tanga y me lo puse, se puso su bóxer ajustado y me tendió
la mano.
—¿Adónde vamos? ¡Estoy desnuda!
—Estás como yo —me guiñó el ojo.
Caminamos por un pasillo que terminaba en una escalera, subimos
alumbrándonos con la luz de la linterna de su teléfono móvil, abrió una
puerta de hierro que estaba al final de la escalera y salimos a una terraza
repleta de macetas, un suelo cubierto de césped artificial que
amortiguaban nuestros pasos, una mesa de caña y mimbre con cuatro sillas
alrededor y un balancín de color café era todo cuanto necesitaba aquella
terraza para ser ideal. Aquella terraza tenía unas vistas espectaculares a
una montaña con el pico nevado, una imagen tan perfecta que parecía un
maldito croma.
Hacía mucho frío y solo íbamos cubiertos con nuestra ropa interior
(la mía bastante diminuta, por cierto), me abrazó por detrás
transfiriéndome el calor de su cuerpo, allí, entre sus brazos, era donde
quise quedarme toda la vida.
—Espérame aquí.
—No tardes, no quiero convertirme en Olaf.
—¿Quién es Olaf?
—No puedo creerme que no sepas quién es Olaf. ¿Tú en qué planeta
vives?
—Vivo en el planeta Tierra pero estoy enamorado de Venus.
Aquella era la frase más bonita que había escuchado nunca con la
palabra Venus entre las palabras que la formaban. Venus era parte de mí de
algún modo y estaba segura de que me había dejado cosas de ella para que
las usara Nuria cuando las necesitara..
—¡Venga, corre!
Se fue y me quedé allí, prácticamente desnuda, sintiendo el frío en mi
piel y estaba más feliz que nunca. Me acerqué a la barandilla y puse los
brazos en cruz sintiendo el aire en mi cuerpo y sintiéndome libre.
No le oí llegar, me colocó una manta sobre los hombros y me rodeó
con ella dejándome envuelta y abrazada entre sus brazos. Mirábamos al
horizonte, de pie, necesitando hacer de aquel momento algo eterno.
—¿Cuándo es lógico decir te amo?
—¿Cómo dices? —me preguntó.
Me giré y me puse frente a él.
—¿Sería lógico decir te amo cuando, entre unas cosas y otras, solo
has estado un par de días con una persona? Unas cuarenta y ocho horas…
—¡Y me sobran cuarenta y siete y media!
Sonreí y volvimos a besarnos.
—Te amo, Álvaro —le susurré sobre los labios.
—Te amo, Nuria —me dejó otro beso en los labios y andamos hasta
sentarnos en el balancín.
Me acomodé entre sus piernas y dejé mi cabeza sobre su pecho, le oía
el latido del corazón, estaba tranquilo. Nos balanceábamos suavemente
con la mirada en la montaña.
—¿Crees en la suerte?
—Sin dudarlo —le dije.
—Solicité mi destino a Madrid por estar cerca de ti —sonreí—. No
sabes lo feliz que me sentí cuando me lo dieron… Qué suerte la mía.
—Yo también he sido muy suertuda al fin de cuentas… Conocer a la
tía Adela ha sido gran parte de mi suerte, y encontrarte a ti en Madrid —
añadí.
—No quiero que volvamos a separarnos, Nuria. Quiero que esto sea
para siempre, pero si tú no quie…
—¿Te quieres casar conmigo?
Le miré, tenía los ojos como platos y una sonrisa enorme dibujada en
la cara.
—¿Cómo dices?
Me arrodillé en el suelo frente a él y nos miramos a los ojos. Seguía
sonriendo y me encantaba.
—Pues eso, que si quieres casarte conmigo…
Me levantó tirando de mis manos y me puse a horcajadas sobre él.
—¿Casarme contigo? —asentí—. ¿Con la modosita del pueblo? ¡Qué
soy Álvaro Lobo! ¿Crees que Álvaro Lobo se casaría con una chica como
tú? —fruncí el ceño—. Álvaro Lobo sí que se casaría con una chica como
tú, lo que no entiendo es cómo una chica como tú, quiere casarse con un
tío como él.
Sonreí, le cogí la cara entre mis manos y le dejé muchísimos besos
sobre sus labios que mantenían la sonrisa entre beso y beso.
—Me quedo a vivir aquí.
—¿En esta casa?
—No, entre tus brazos.
•Capítulo 27•
Él mi Superman y yo su kryptonita
Me parecía un sueño lo que estaba viviendo pero, ¿no os pasa que
cuando todo te va bien te saltan las alarmas y esperas una bofetada por
algún lado? Pues así estaba yo.
Estaba columpiándome en el columpio del árbol, hacía frío, tenía mis
manos dentro del jersey de lana y me agarraba a las cadenas a través de él.
Hacía memoria de lo perfecto que había sido todo la noche anterior con
Álvaro pero tenía miedo, mucho miedo.
Me daba pavor no saber si yo sabría amar a una persona el resto de
mis días, tampoco sabía si una persona sería capaz de amarme el resto de
mis días con toda la mierda que acarreaba sobre mis espaldas, mi vida
estaba cambiando, yo estaba cambiando y, aunque siempre me proponía
ser una tía mejor, no sabía si conseguiría olvidarme de lo que una vez fui,
olvidarme por completo de la parte que me hacía daño de Venus y de sus
malditos satélites.
—¡Rubia! ¡Qué me caso! —me gritó sacándome de mis
pensamientos.
Estaba agarrado a la valla que rodeaba toda la parte trasera de mi
casa. Qué guapo estaba siempre. Llevaba un pantalón vaquero un poco
desgastado y un jersey blanco de lana. Un tupé perfectamente engominado
y peinado, y barba de varios días.
—¡Enhorabuena! ¡Yo también!
Me bajé del columpio y atravesé el huerto hasta llegar a la valla. Abrí
la pequeña cancela y entró. Me abrazó levantándome del suelo y dando
vueltas como en las películas. Me dejó un beso en los labios.
—Te amo.
—Ven, quiero decirle a mis padres que me caso —tiré de su brazo, se
reía, aquella sonrisa parecía imborrable.
—¿Estás segura? Mira que una vez hechas las presentaciones no
podemos echarnos para atrás.
—¿Y tú estás seguro? ¿tú me presentarías a tus padres?
—Yo te presentaba al Rey si fuera necesario.
Mi madre estaba preparando la comida ataviada con su delantal de
flores.
—Mami —puse a Álvaro a mi lado y seguimos cogidos de la mano
—, ¡me caso!
Se giró y me miró sonriendo.
—¡Hola, Álvaro! Hacía tiempo que no te veía… —se dieron un par de
besos—. ¿Cómo estás?
—Bien.
Los interrumpí, ¿mi madre no era consciente del notición que le había
soltado?
—¡Mamá! ¡Álvaro y yo, nos casamos!
—¿Qué dices?
—Pues eso, que me caso con él.
Mi madre no creía lo que estaba escuchando, debió pensar que era
una broma de las mías pero no, esto no era ni parecido a cuando le cambié
el azúcar por la sal.
—¿Desde cuándo estáis juntos vosotros?
—Desde anoche… —contestó Álvaro y le di un codazo. Empezamos
a reírnos como dos adolescentes.
—¡Estáis locos!
—Si supieras la de veces que me salvó la vida en Madrid…
—¿Cuándo ha estado tu vida en peligro y yo no me he enterado? ¡Soy
tú madre, Nuria!
—Es una larga historia, mamá. Además, no te quedes con el titular.
—Hasta que no te vea vestida de blanco no me lo voy a creer —se
giró y siguió cocinando—. Álvaro, ¿te quedas a comer?
—Me encantaría.

Durante el almuerzo mis padres bromearon con nuestra boda, no nos


creían, la verdad que yo tampoco me lo podía creer así que los entendía a
la perfección.
—Ven, quiero enseñarte algo.
Fuimos hasta mi dormitorio, entramos y cerré la puerta.
—No debemos hacer el amor con tus padres aquí, ya no somos unos
adolescentes cachondos.
—¡Cállate! —le empujé sobre mi cama y se sentó en el filo.
Cogí la caja de música y saqué la carta.
—¿Sabes qué es?
—Dios… No me hagas pasar vergüenza…
La cogió y la leyó en voz baja, mantenía una leve sonrisa y me
encantaba.
—¿No te parece la carta más bonita del mundo?
—Aunque me de mucha vergüenza tengo que reconocer que la escribí
con el corazón y eso sí que la hace bonita. La tengo en las manos y estoy
reviviendo el momento mientras la escribía.
—Me hubiera encantado haber sabido antes el remitente, le hubiera
pedido matrimonio mucho antes —le saqué la lengua y le di un beso en los
labios.
—Siempre imaginé que el que clavaría la rodilla sería yo… No dejas
de sorprenderme.
—Cuando volvamos a Madrid podrías venirte a vivir conmigo.
—¿Estás segura? Puedo llegar a ser muy mal compañero de piso… A
veces no bajo la tapa del váter…
—Creo que podré convivir con eso.
—Luego tendremos peleas por eso y tendré que hacerte el amor para
reconciliarnos.
—Me encanta el plan.
Le empujé quedando bocarriba sobre mi cama y me puse a horcajadas
sobre él.
—No despiertes al Lobo.
—No es mi intención —le guiñé el ojo—. Álvaro, ¿puedo preguntarte
algo?
—Claro.
—¿Qué pensaste cuando me viste en el club?
Se le quitó la sonrisa de la cara, había estado siendo un tema tabú
entre nosotros pero porque no lo hablásemos no dejaría de existir.
—Sentí pena mayormente. No me lo hubiera imaginado nunca… No
me cuadraban muchas cosas y muchas otras empezaron a encajarme.
—Me hubiera encantado poder decirte la verdad desde el principio
pero estoy segura de que no lo hubieras entendido.
—O sí.
—Estoy segura de que no. El día que te vi por primera vez después de
tantos años, en la plaza, y me preguntaste a qué me dedicaba, si en ese
momento llego a decirte que hago shows de pole dance en un club de
alterne, tu cara hubiera sido muy diferente a la que me pusiste al decirte
que trabajaba en una pizzería.
—Pero me hubieras dicho la verdad.
—Pero no te hubiera visto más.
—Ya es una gilipollez hablar de lo que pudo haber pasado. Ha pasado
lo que ha pasado y estoy feliz de que hayamos conseguido ser lo que
somos.
—Cuando te vi entrar en el club me quise morir, quise desaparecer.
—No sabes el miedo que pasé cuando te vi en tu terraza decidida a
acabar con tu vida. Te juro que hubiera escalado por la fachada del edificio
si hubiera sido necesario.
—No eres Spiderman por mucho que te lo estés currando, eres un
superhéroe de esos de los que no salen en las películas. Un Superman,
literal.
—Y tú mi kryptonita.
•Capítulo 28•
Compañeros de piso con derecho a
todo

Habíamos vuelto a Madrid unos días antes de lo previsto para que


Álvaro hiciera la mudanza a mi apartamento.
Había dejado a mis padres en el pueblo solos nuevamente, pero en
aquella ocasión no tenía la sensación de que iba camino al matadero, todo
lo contrario, sentía que Madrid era mi catapulta para conseguir todo lo que
me propusiese. Todo iba viento en popa.
Mis padres, en los diez días que estuve allí, me agradecieron
doscientas veces el haber salvado la casita. No fue fácil, casi me cuesta la
vida (literal), pero no me arrepentía, si no llego a hacerlo y mis padres
hubieran perdido su casa, jamás me lo hubiera perdonado.
Álvaro metió todas sus pertenencias en cinco cajas, no tenía muchas
cosas que mudar, puesto que llevaba muy poco tiempo instalado en
Madrid, y en unas horas ya estaban todas sus cosas colocadas en su nuevo
hogar, el que compartiría junto a mí.
Hice hueco en mi cómoda y en mis armarios para meter su ropa,
cuando guardé su uniforme de trabajo me puse cachonda imaginando
cómo le quedaba, tengo una atracción un poco enfermiza con los
uniformes, es inevitable.
Estaba guardando sus camisas cuando me abrazó por detrás.
—Ya he dejado mis cosas en los cajones del baño —me susurró al
oído poniéndome todos los vellos en pie. Sus manos estaban bajo mi
camisón, agarrándome los muslos.
—Tu ropa ya está guardada, aquí tienes las camisas, ahí los jerséis,
ahí te guar… —no me dejó terminar, me volteó y me miró a los ojos.
—No me creo estar viviendo esto… Es todo tan perfecto…
—Es todo tan perfecto que me caga de miedo.
—¿Por qué dices eso?
—Supongo que no estoy acostumbrada a que los hombres me traten
tan bien.
—Yo jamás te haré daño, siempre estaré ahí, incluso cuando creas que
no.
Me agarró con ambas manos la cabeza y me pegó a él. Nos besamos,
su boca, junto con sus brazos, se había convertido en mi lugar favorito,
sentía que entre sus brazos nada podía irme mal.
Le guie hasta tenerlo pegado al filo de la cama y se sentó. Me puse a
horcajadas sobre él y me subió el camisón hasta deshacerse de él, me
lamió el cuello y después ambos pechos, el calor de su lengua en mis
pezones me volvía completamente loca, pero loca de verdad, loca de no
saber dónde estaba mi norte.
Él solo llevaba puesto un bóxer negro que le quedaba como un
maldito guante, puse mis manos sobre su pectoral y pude notar el palpitar
de su corazón agitado.
Seguíamos besándonos, se tumbó sobre la cama y aproveché para
ponerme de pie y deshacerme de mi culote negro de encaje, se mordió el
labio inferior al verme desnuda ante él, cómo me gustaba despertar eso en
él. Le quité el bóxer mirándole a los ojos y su polla quedó liberada, en
aquel momento fui yo la que se mordió el labio.
Me puse a horcajadas sobre él y sin pensármelo dos veces introduje
su polla dentro de mí, la sentía tan adentro que me dolía, aun así, no quise
retirarme ni un solo milímetro.
Agarró con sus fuertes manos mi culo y me fue moviendo a un ritmo
calmado, sintiéndonos. Nuestra respiración agitada y nuestros gemidos
empezaron a apoderarse de aquellas cuatro paredes de nuestro dormitorio.
Fuimos aumentando el ritmo, tenía las manos apoyadas sobre su
pectoral y no era consciente de que le estaba clavando las uñas en él. Con
el aumento del ritmo y la fricción que hacía dentro de mí, me corrí
sintiendo unos espasmos que no me dejaban ni tan siquiera mantenerme
erguida sobre él, pocos minutos después se corrió derramándose dentro de
mí.
Los dos nos miramos a los ojos, acabábamos de hacer una locura, no
era de extrañar, ambos estábamos locos el uno por el otro y los locos
hacen locuras.
—¿Qué hemos hecho? —empezó a reírse con la típica risa nerviosa.
—Acabamos de meternos en la boca del lobo.
Empezó a besarme enredando nuestras lenguas.
—Ahora sí que estabas metida en la boca del Lobo, pero literal.
No me arrepentí, sabía que era una locura lo que acabábamos de
hacer, pero qué aburrida sería una vida sin locuras.
—Somos compañeros de piso desde hace horas y ya hemos follado
sin condón.
—Somos compañeros de piso con derecho a todo, derecho a ser
felices, a querernos, a amarnos y a hacer el amor sin condón. Ha estado
bien, Lobo, pero no juguemos tanto con fuego que nos vamos a terminar
quemando.
—A mí me da igual quemarme.
—Yo prefería lucir un vestido espectacular el día de nuestra boda y
con un barrigón no va a ser igual.
—Está bien, por ahora nada de juegos arriesgados. Creo que sabremos
controlar el tema —se carcajeó.
Iba a ser complicado porque cuando el deseo nos llamaba, nos
convertíamos un poco en dos seres primitivos pero por el bien de mi
vestido de novia espectacular, debíamos de ponerle control a la situación.

•Capítulo 29•
Una decisión incorrecta

Cuando estás viendo una película, o leyendo un libro, y hay una


escena que sabes que no va a terminar bien y aun así el protagonista la
lleva a cabo, es justo en ese momento en el que piensas que es idiota, que
se veía venir y que, en cierto modo, se lo tiene merecido por gilipollas,
pues eso estaba a punto de pasarme a mí.
Llevábamos cinco meses viviendo juntos. Cinco meses haciendo el
amor prácticamente a diario dándonos igual en qué lugar de nuestro nidito
de amor nos estábamos entregando. Cinco meses en los que aún no
habíamos puesto fecha a nuestra boda y cinco meses en los que casarnos
nos había importado muy poco, era como si viviendo juntos hubiéramos
descubierto un mundo nuevo, un mundo ideal (como cantan Aladdín y
Jazmín) donde firmar un papel no nos suponía nada.
Me sentía feliz compartiendo cosas tan insignificantes como lo puede
llegar a ser un cepillado de dientes mirándonos ambos al espejo y
poniendo caras. Me encantaba verlo vestirse para irse a trabajar, cuando se
abrochaba el cinturón se me subía la bilirrubina como canta Juan Luís
Guerra. Una maldita maravilla que nos hacía pensar muy poco en
matrimonio.
A veces se dejaba la tapa del váter levantada, se lo decía fingiendo
estar enfada y nos reconciliábamos haciendo el amor sobre el lavabo, otras
veces la subía yo y le culpaba a él para hacer el amor de reconciliación
como ambos lo llamábamos. Todo, absolutamente todo, era perfecto.

Álvaro se había ido a trabajar y yo estaba saliendo de mi apartamento


camino a la universidad, antes de salir del bloque revisé mi buzón y recogí
todas las cartas que había dentro. Sin mirar los remitentes, las metí dentro
de la carpeta que llevaba en la mano.
Rocío, mi compañera de universidad, me esperaba abajo, en la puerta
de entrada al bloque.
—Buenos días, Rocío. ¿Cómo estás?
—Cansada… Anoche dormí fatal… Mi chico dice que estos
exámenes finales van a acabar conmigo.
—¡Deseando estoy de que ya pasen!
—Cuando todo pase tenemos que planificar una noche de chupitos, tú
y yo, codo con codo.
—Yo creo que nos lo merecemos.
—Hombre… —alargó la e.
Cuando finalmente volví a casa deseosa de que el examen me hubiera
salido perfecto, miré los remitentes de las cartas: dos recibos de los
suministros, una carta del banco y una carta que me hizo temblar.
Cogí aquel sobre entre mis manos temblorosas, no ponía remitente, lo
único que ponía era Venus escrito a mano. Hacía tanto tiempo que aquel
nombre había salido de mi vida que volverlo a ver escrito en aquel sobre,
me dio muy mala espina… La abrí temerosa, todo lo que iba enlazado a
Venus no podía traerme buenas noticias. Efectivamente.
Dentro del sobre había una tarjeta de visita con un número de
teléfono y un nombre, cuando lo leí empecé a respirar agitada, notaba
cómo el aire me faltaba, no conseguía llenar mis pulmones:
Julio Galeano Guijo.
Temblorosa cogí todo lo que quedaba dentro del sobre, cinco fotos
que me revolvieron el estómago.
Lo dejé todo sobre la mesa y fui corriendo al cuarto de baño, vomité
cuando recordé lo vivido aquella noche con él. Me eché agua fría en la
cara y deshice mi maquillaje importándome una mierda.
Temía volver al salón y coger aquellas fotos entre mis manos, había
estado casi seis meses con terapia intensiva para superar aquello y justo en
aquel momento sentí que no había conseguido nada.
Empecé a ver aquellas fotos sin fijarme en los detalles, el estómago
revuelto y la bilis subiéndoseme por la garganta eran señales más que
suficientes como para saber que no tenía que seguir mirándolas. En ellas
se nos veía a Julio y a mí en la cama, eran como capturas de un vídeo.
Detrás de la tarjeta una escueta nota:
Tengo más, llámame.
Julio G.

Tendría que haber tirado aquella carta con todo su contenido a la


basura, o haber esperado a Álvaro y habérselas enseñado, al fin de cuentas
él conocía toda mi verdad, pues no, hice eso que jamás debí hacer, y pasó
lo que con las películas, que sentía que el público me gritaba: “¡Por ahí
no!”. Y yo era la gilipollas que entraba y le pasaba lo que todos sabían que
pasaría.
Cogí mi móvil y no sé ni cómo logré marcar el número de la tarjeta.
—¿Quién es?
Aquella maldita voz, viajé en milésimas de segundos a aquella
habitación.
—Venus.
Ponerme de nuevo aquel nombre en los labios fue tan raro que no me
sentí representada detrás de él.
—Sabía que me llamarías, eres tan predecible…
—¿Qué quieres?
—Un encuentro.
—Ni lo sueñes.
—Tus padres viven en un pueblecito cercano a la sierra, en la
provincia de Cáceres, ¿estoy en lo cierto?
Aquellas palabras se agarraron a mi garganta formando un nudo que
no me dejaba ni tragar mi propia saliva.
—Julio, no me amenaces.
—No te estoy amenazando, solo pregunto para contrastar una
información que tengo.
—¿Qué mierda quieres de mí?
—Un encuentro, ¿no me has oído?
—Me dijiste que ni para puta servía.
—Ni sirves…
—Julio, no entiendo nada. Déjame en paz.
—Qué pena que tus padres, tan mayores que están, tengan que
descubrir a estas alturas que su hija ha sido puta…
Me sentí como si estuviera entre la espada y la pared.
—Está bien.
Dos palabras fueron más que suficientes para sentir que todo caía, de
nuevo, a mis pies.
—Te veo mañana a las siete de la tarde en la terraza del bar que está
al lado del club.
No respondí.
Había sido una decisión incorrecta, lo sabía, pero sentí que no había
otra opción.
Oí la llave en la cerradura, colgué y cogí la carta con todas las cosas
que Julio “el cerdo, el asqueroso y el cabrón hijo de puta”, me había
mandado y salí corriendo a mi habitación. La guardé en el primer cajón de
la cómoda.
—Ya estoy aquí, mi amor —el corazón se me iba a salir por la boca
—. ¿Estás bien? —me preguntó al verme salir de nuestro dormitorio.
—Sí, claro. Estaba guardando ropa…
—Te noto nerviosa.
—¿Nerviosa? —le dejé un beso en los labios—. Para nada.
Cómo me costó tener que ponerle aquella sonrisa…

•Capítulo 30•
Ajuste de cuentas
Estuve a punto de contárselo todo en tres ocasiones a Álvaro y no sé
por qué no lo hice…
—¿Vas a salir?
Estaba terminando de maquillarme.
—Sí. He quedado con Rocío para celebrar el último examen, lo
hemos hecho esta mañana, ya está el curso terminado.
—Genial. ¿Te espero para cenar?
—No.
Estaba raro, supuse que era cosa mía puesto que yo sí que estaba
rara… Intentaba fingir que todo estaba guay pero no estaba muy
convencida de que la actuación me estuviera saliendo bien.
—Diviértete.
Una simple palabras para sentirme más mierda de lo que ya me
sentía. Se me hizo un nudo en la garganta y tuve controlar las lágrimas que
querían salir de mis ojos.
—Te amo — le susurré. Me abracé a él y me apretó fuerte.
—Yo a ti también, mucho, muchísimo. Mírame —me cogió la cara
entre sus manos y me obligó a mirarle a los ojos—, sé que te pasa algo, si
no me lo quieres contar, vale. Solo quiero que sepas que estoy aquí.
—Lo sé, mi amor. Estoy un poco agobiada por las calificaciones de
los exámenes finales, ya estaré mejor.
No me lo creía ni yo… Tal y como las palabras iban saliendo de mi
boca, más ridículas iban sonándome… Estaba enfadada conmigo misma
por volver a tejer entre Álvaro y yo otra maldita red de mentiras.
Estaba muerta de miedo.

Llegué al bar nerviosa, triste, enfadada y veinte adjetivos más y


ninguno bueno, me senté en una de las sillas de la terraza, no había nadie,
estaba absolutamente sola y todos los adjetivos nombrados antes se
multiplicaban por mil.
Lo vi venir andando, desde la lejanía ya supe que era él. El cuerpo
empezó a temblarme y el estómago empezó a revolvérseme
automáticamente, quería volver a vomitar, él tenía ese poder sobre mí…
—Cada día estás más guapa —se acercó para dejarme un beso en la
cara pero se la retiré seca. Asco infinito era lo que sentía por él—. Vale, ya
voy captando cómo quieres que discurra la cita… Pensaba tener contigo un
trato cordial pero veo que estás un poco recelosa.
—Quiero que todo termine y volver a mi casa.
—Quería proponerte algo, necesito que me acompañes a una reunión.
—No entiendo por qué tienes que llamarme a mí, hay miles de chicas
necesitadas que te acompañarían a cambio de unos euros.
—Quiero quitarme el mal sabor de boca que se me quedó la última
vez que nos vimos… No eres tan mala follando, es solo que te falta
experiencia…
—No estoy interesada en adquirirla. Por favor, elimina mis fotos y
déjame en paz. No me obligues a tener algo contigo.
—Jamás te obligaría, digamos que es un intercambio de favores…
—Déjame irme a casa.
—Veo que no te apetece colaborar, me entristece porque podría ser
muy fácil y te empeñas en hacerlo complicado… Cada día os entiendo
menos—no podía seguir viéndole la cara—. ¿Quieres tomar algo?
—No.
—Venga, una cerveza, un refresco, lo que quieras, después te dejaré
marchar… Pensé que en estos meses te habías espabilado un poco pero
sigues siendo la misma niñata. Déjame invitarte a algo, luego dejaré que te
vayas, ya veo que no te interesa colaborar.
Me mantuve callada unos segundos analizado la situación, quería
irme a casa y estar junto a Álvaro. Sería solo un refresco y podría irme.
—Un refresco.
Se levantó y se fue al interior del bar, pensé en echar a correr, quería
irme de allí, quería estar con Álvaro y besarle hasta que los labios nos
dolieran.
—Toma —me dejó el vaso frente a mí.
No dije nada, tomé varios tragos del vaso y ya no recuerdo nada más
de aquel momento en la terraza del bar.

Desperté, mareada y desubicada, con las muñecas atadas y


únicamente vestida con mi ropa interior en una habitación que apenas
tenía una ventanita. Grité socorro y no obtuve respuesta.
Estaba muerta de miedo, no sabía dónde estaba ni el tiempo que
llevaría allí. El corazón me iba a mil por hora y mi respiración agitada
empezaba a ponerme difícil respirar correctamente.
—Ya te has despertado…
Entró en la habitación, no podía parar de llorar y no sabía qué iba a
hacerme.
—Julio, suéltame, por favor, déjame irme a casa.
—Te quedarás ahí hasta que solucione unos asuntos con tu jefe.
Aunque no me cuadró aquello porque yo no tenía jefe alguno, no dije
nada, el miedo que sentía era tan grande que me paralizaba incluso el
habla. Marcó un número en su teléfono móvil y lo puso en manos libres.
Al cuarto tono, descolgó.
—Dime, Julio.
Era Luca, no entendía nada.
—O pagas o Venus va a terminar mal… Sería una lástima
desfigurarle esa carita tan linda que tiene…
—Julio, déjala irse, es una niña prácticamente. No le hagas daño, ya
te he dicho que estoy reuniendo el dinero.
—No se puede encargar un asesinato y no cumplir con la segunda
parte del acuerdo, te lo dije antes de cargarme al tipo ese que lastimó a tu
novieta la puta. Una vez realizado el trabajito, el dinero debía estar sobre
la mesa.
—Venus ya no trabaja para mí, déjala libre. Mañana tendrás el dinero.
—Entonces la liberaré mañana.
—Déjala irse, Julio. Ella no tiene nada que ver con todo esto.
—Tus putitas es lo único que te hace reaccionar… No se me ocurría
una mejor idea para ponerte entre la espada y la pared.
—¿Dónde está?
—Eso poco te importa, te doy cuarenta y ocho horas, si en esas horas
no tengo el dinero, me la cargo.
—Quiero escucharla, necesito saber que está bien.
—Habla —me acercó el móvil a la boca.
—Luca —no sé cómo logré sacar la voz de mi garganta—, ayúdame,
por favor.
—Nuria, quédate tranquila, haré todo lo posible para liberarte cuanto
antes. ¿Estás bien?
—¡Quiero irme ya de aquí!
—¿Te ha hecho daño?
—¡Ya está bien de tanto parloteo! El dinero o me la cargo. Es muy
simple, Luca.
Colgó y me eché a temblar. Aquello debía ser una maldita pesadilla.
Necesitaba que Cásper se diera cuenta de que estaba pasándolo mal y me
despertara ya.
Arrinconada en aquella esquina con las muñecas atadas, empecé a
odiar a Luca, no entendía por qué no actuaba rápido, mi vida corría peligro
y sentía que nadie movía un maldito dedo por mí.
—Venus, no tienes que ponerte en lo peor, te lo leo en los ojos, el
miedo no es un buen aliado para estas cosas.
—¿Dónde está mi ropa?
Se arrodilló frente a mí y respiró sobre mi cuello.
—No necesitas ropa —me susurró cerca de la boca—. Estás tan
buena… Es una lástima que seas un puto témpano de hielo follando…
Me lamió el cuello y se puso en pie.
—Pasa una buena noche.
Yo suplicaba que me soltase y me dejase volver a casa, a él poco le
importaron mis súplicas y se marchó de aquella habitación dejándome
sola.

No podía retirarme a Álvaro de la cabeza, no sabía cuánto tiempo


llevaba en aquel maldito zulo. Le supliqué a todos los santos que Luca
reuniese el dinero y me ayudara a salir de allí.
No podía parar de llorar, sabía que aquello tan solo había sido culpa
mía, si yo nunca hubiera aceptado aquel maldito chantaje de Julio no
estaría allí metida esperando cómo iba a ser el final de todo aquello. Si lo
analizaba realmente, lo que nunca debí aceptar fue aquella propuesta de
trabajo en el club… Estaba a punto de pagar con mi vida toda la mierda de
mi pasado, Venus seguía allí, en mí, haciéndome ver que por mucho que
yo quisiera sacarla de mi vida, ella formaba parte de ella. Estábamos
juntas en aquella mierda.
Cuántas cosas podía haberme evitado, cuánto sufrimiento innecesario
si Venus nunca, jamás, hubiera existido.

Julio entró en la habitación en la que yo me encontraba alumbrándose


con una linterna y cerró con un pestillo la puerta, mi llanto no había
cesado, tenía mucha sed pero no me fiaba de beber del vaso de agua que
me había dejado sobre un cubo de plástico dado la vuelta.
—Tengo una noticia buena y otra mala, ¿cuál quieres que te diga
primero? —dejó apoyada la linterna en el suelo y se puso en cuclillas
frente a mí.
—La mala.
—Voy a follarte hasta dejarte exhausta, vas a suplicar que pare. Tres
mil euros me pareció demasiado dinero para el polvo de mierda que
echamos, y tener que limpiar tu vómito de mi alfombra me costó dos
veces más de lo que te había pagado…
—No Julio, por favor… —lloraba suplicándole de rodillas—. Déjame
ir, te prometo que no le diré a nadie que me has tenido aquí.
—Ya contaba con eso… Jamás le contarás a nadie esto, ya he matado
a varios durante mi vida y jamás me han descubierto, no te quepa la menor
duda de que acabaría con tu vida de igual forma. A mí no me tiembla el
pulso, Venus.
—Por favor…
No podía parar de llorar.
—¿Cómo es posible que siendo puta le temas tanto a follar? Eres tan
ridícula… Qué pena das…
—Tengo dinero, podría pagarte.
Empezó a carcajearse en mi cara, estaba tan cerca de mí que podía
sentir cómo su saliva caía sobre mi cara al hablarme, podía olerle el
aliento alcoholizado.
—¿Dinero? ¡Me sobra el dinero! Encima de ridícula eres gilipollas…
Se nota la juventud que tienes…
—Por favor, Julio —tenía la cara empapada, las lágrimas emanaban
de mis ojos como ríos.
—Estás formando tanto drama por un puto polvo de mierda que se te
ha olvidado que también tengo una buena noticia.
—¿Cuál es?
—En cuarenta minutos quedarás liberada… Luca ha reunido el
dinero.
Sentí un soplo de aire fresco dentro del ambiente irrespirable en el
que me encontraba.
—Deja que me vista y me vaya.
—Tengo cuarenta minutos para follarte antes de que venga Luca.
Espero que no quiera jugármela porque le pegaré un tiro entre ceja y ceja,
y después tú correrás la misma suerte.
Se desabrochó el pantalón y se lo dejó en los tobillos, hizo lo mismo
con su ropa interior, cerré los ojos para no verlo desnudo y sentí que se me
echaba encima. Tenía las manos atadas y me las tenía agarradas con una de
sus manos, no podía moverme. Gritaba y me movía intentando liberarme
de él inútilmente. Le supliqué que me dejara pero cuando fue a retirarme
mi ropa interior, llamaron al timbre de la vivienda.

•Capítulo 31•
Venus ha muerto

Como cuando sientes que la vida te da una segunda oportunidad, así


me sentí yo.
—¡Mierda! —se retiró de mí y cerré los ojos para no verle desnudo
—. Te quiero ver callada, si te escucho, estás muerta, ¿lo has entendido?
—asentí.
Cuando salió cerró con llave y de nuevo me quedé a oscuras
alumbrada únicamente por un rayo de luz de alguna farola que entraba por
la diminuta ventanita. Me puse de pie y a tientas busqué algo en la
habitación que pudiera servirme para romper las cuerdas que me ataban
las manos. Tropecé decenas de veces con cajas que estaban apiladas en el
suelo, toqué las paredes en busca del objeto que me liberase pero sin éxito
alguno. En aquel maldito zulo no había nada que pudiera servirme. Me
sentía tan inútil, tan insignificante e imbécil entre aquellas cuatro paredes,
que lloraba de impotencia y de miedo al cincuenta por ciento.
Me senté en el suelo y hundí mi cabeza entre mis piernas. Pensé en
Álvaro, si él hubiera sabido que yo estaba allí me hubiera sacado hacía
mucho tiempo ya, él no hubiera permitido jamás que alguien me hiciera
aquello. Recordé el último beso que nos dimos, su último abrazo en el que
me sentí protegida, sus últimas palabras. Él sabía que me pasaba algo,
¿por qué no le dije la verdad?
Oí un disparo e inconscientemente grité. Si Julio había disparado a
Luca yo correría la misma suerte, ya estaba advertida. Me puse de pie e
intenté retirar las cajas apiladas como pude, no tenía fuerzas, estaba
agotada y tener las manos atadas lo complicaba todo.
Tiraba de las cajas, necesitaba esconderme detrás de ellas, necesitaba
ponerme a salvo aun siendo consciente de que nada podría salvarme si
Julio venía a por mí dispuesto a acabar con mi vida. Seguía tirando de las
cajas inútilmente, consiguiendo moverlas pocos centímetros, lloraba de
rabia, de dolor físico, pero no cesaba mi intento de ponerme a salvo o, al
menos, ponérselo un poco más difícil si entraba dispuesto a matarme.
Siempre supe que aquel mundo en el que un día decidí entrar era
oscuro, pero jamás hubiera imaginado que podría vivir aquella situación,
jamás imaginé que aquella oscuridad fuera posible. Nunca me hubiera
imaginado que Venus tendría que pelear por mantenerse viva.
Oí voces cerca, gritos que no podía identificarlos con claridad por el
grosor de las paredes de aquel maldito zulo. Intenté no hacer mucho ruido,
no quería que Julio me oyese pero seguí en mi intento de retirar aquellas
cajas, me estaba destrozando las manos para conseguir moverlas pero
tenía que hacerlo.
Cuando aquella voz volvió a sonar cerca y pude oírla con más
claridad sentí cómo el corazón se me frenaba en seco.
—¡Nuria!
Me quedé paralizada, no era Julio. Tocando las paredes conseguí
llegar a la puerta. Pegué la oreja en ella y volví a oír mi nombre. Era Luca.
—¡Luca! —golpeé la puerta con fuerzas sacándolas de donde pensé
que ya no había—. ¡Estoy aquí! ¡Luca! ¡Aquí!
—¡Nuria! ¡Ya estoy aquí! ¡Quédate tranquila!
—¿Y Julio?
—Julio ya no podrá hacernos nada. Estás a salvo, solo tienes que
esperar un poco más, aguanta.
Estaba al otro lado, por fin estaba allí, no me había dejado, había
venido a por mí y había terminado con la vida de Julio.
Pocos minutos después, oí sirenas de policía, me senté en el suelo del
zulo que, aunque seguía entrándole la misma luz, ahora sentía que no era
tan oscuro ni tenebroso. Empecé a llorar, esta vez mis lágrimas eran
completamente diferentes a las anteriores, eran de felicidad, de
tranquilidad y de alivio. Todo había pasado, mi vida no corría peligro.

Cuando la policía consiguió partir la puerta y entrar, salí corriendo y


me abracé a uno de ellos.
—¡Gracias, gracias, gracias!
—¿Está bien, señorita?
—Sí.
—Venga con nosotros.
Me sacaron fuera y reconocí aquella casa. En aquella casa fue donde
estuve la anterior vez que el maldito satélite con nombre Julio giró
alrededor de Venus.
Me senté en unos de los sofás desde donde podía ver unos pies sobre
un gran charco de sangre. Sentía que la bilis se me subía por el esófago,
sentía que aquella angustia iba a salírseme por la boca, y así fue, vomité
como cada vez que sentía que Julio estaba cerca. Una chica policía intentó
tranquilizarme, me agarró del pelo y de la frente.
—¿Estás bien?
—Ahora un poco mejor.
—Ven conmigo.
Me llevó a la cocina, desde allí no veía nada de lo que pudiera estar
pasando con el cuerpo inerte de Julio. Me puso una manta sobre los
hombros. Estaba temblando y no era por el frío que podía sentir aun
estando vestida únicamente con una ropa interior sucia.
—Gracias.
—Aquí estarás mejor.
—¿Dónde está Luca?
—Se lo han llevado detenido, ha matado a un hombre.
—Me ha salvado la vida…
—No se preocupe por eso ahora.
—¿Quiere que llamemos a alguien?
—No. Lo único que necesito es volver a casa.

Mi ropa no había sido localizada por los agentes así que, envuelta
únicamente en una manta, salí de aquella maldita casa acompañada por
dos policías. Cuando salí y vi que estaba amaneciendo supe
inmediatamente que Álvaro debía de estar muy preocupado por mí. Mi
teléfono móvil estaba destrozado y no había podido contactar conmigo.
Los agentes habían encontrado lo que quedaba de mi teléfono móvil en la
parte posterior de su jardín dentro de unos setos, cerca de un pequeño lago
que formaba parte de un campo de golf privado. Posiblemente Julio lo
rompería para no dejar señales de mi paso por allí, seguro tenía pensado
acabar con mi vida desde el principio, pero Luca rompió todos sus
esquemas disparándole antes de que él lo hiciera.

Solo tuve un pensamiento en el trayecto que hice en coche hasta mi


apartamento, Álvaro tenía tan invadido mi pensamiento que, a pesar de
todo lo trágico de la situación vivida, solo tenía pensamientos para él.
Antes de volver a casa tuve que ir al hospital para que me miraran las
heridas de las manos y para comprobar si Julio había abusado de mí. Me
hicieron una analítica en la que comprobaron que en mi cuerpo había una
sustancia que debió ser la que Julio puso en mi refresco y me hizo dejar de
ser consciente de todo.
Cuando finalmente llegamos a mi apartamento y Álvaro abrió la
puerta, se me hizo un nudo en la garganta. Cuando me vio cubierta
únicamente por aquella manta y acompañada por aquel policía, se le
cambió la cara. Tenía los ojos cansados, no había dormido nada.
—¡Nuria! ¿Qué ha pasado?
Su cara reflejó tantísimo miedo que el corazón se me partió en
pedazos. Me tiré a su cuello y apoyé mi cabeza sobre su pecho, el corazón
le iba a mil por hora.
—Buenos días, Lobo —se dirigió aquel policía a Álvaro—. ¿Puedo
pasar?
—Claro, López. Pasa. ¿Qué ha pasado?
Yo, aunque físicamente era evidente que estaba allí, no estaba, era
como si estuviera viendo una película desde fuera, me parecía mentira
todo lo que había pasado en las últimas horas. No sabía con claridad qué
estaba pasando a mi alrededor, no sabía por qué aquel policía tenía que
hablar con mi chico.
—Nuria, date una ducha. Yo le contaré a Lobo qué ha pasado. Intenta
relajarte, ya pasó todo.
Hice lo que me dijo y me dirigí a mi dormitorio, cogí unas braguitas
de mi mesita de noche y el camisón que estaba guardado bajo mi
almohada, y me metí en el baño.

No sé cuánto tiempo llevaría bajo el chorro de agua, estaba allí,


sentada en la bañera notando cómo el agua me caía por la espalda, cuando
sus nudillos golpearon la puerta. No respondí, estaba sumida en mi
pensamiento repasando las últimas horas vividas aunque no podía verlo
todo con la misma claridad que horas antes, era como si mi mente
estuviese eliminando lo que me destrozaba. Entró.
—Nuria —me cedió la mano—, vamos, sal ya.
Levanté la mirada y nos miramos a los ojos. Estaba roto, tenía la cara
mojada y los ojos hinchados.
Salí y me rodeó con la toalla.
—Necesito que después hablemos, ahora descansa.
—Álvaro…
—No, Nuria. Ahora no.
Me secó el cuerpo con la toalla, me puso las braguitas y después el
camisón, no podía dejar de mirarle y la pena me presionaba tanto el pecho
que ni respirar podía. Me llevó en brazos a la cama y me cubrió con la
sábana. Me dejó un beso en la frente y se fue de nuestro dormitorio.

Había perdido la noción del tiempo, no sabía si era de día o de noche,


si seguía siendo sábado o si ya era domingo, o lunes. Me senté en el filo de
la cama y me hice una coleta con la gomilla que tenía en la muñeca.
Respiré hondo, había conseguido dormir gracias a la pastilla que me dio
Álvaro al meterme en la cama.
Salí de nuestro dormitorio y me dirigí al saloncito, Álvaro estaba
sentado en el sofá con los ojos hinchados.
—¿Has descansado?
—Sí… —me senté a su lado, evitaba mirarme a los ojos y me
entristeció—. Álvaro… ¿quieres que hablemos?
—Me gustaría.
—No sé qué decirte… Si quieres saber algo…
—¿Por qué me has mentido? —nos miramos a los ojos, no podía
articular palabra—. Has estado a punto de perder la vida y yo he estado
aquí viendo series, con una puta cerveza en la mano, tranquilo porque se
suponía que estabas con Rocío.
—Álvaro, tenía miedo… Recibí una carta con unas fotos…
—Ya no hace falta que me expliques la historia, mi compañero se
encargó de eso.
—No podía dejar que ese tipo le enviase las fotos a mis padres.
—¿Y por qué no confiaste en mí? Yo hubiera desmontado rápido su
chiringuito.
—No sé por qué no lo hice…
—Yo sí lo sé, porque llevamos juntos cinco meses, porque hemos
empezado la casa por el tajado y porque lo que mal empieza, mal acaba…
—¿Por qué dices eso?
—Porque desde el principio nuestra relación se ha basado en la
mentira. Estoy destrozado, si te hubiera pasado algo no sé qué hubiera
hecho…
—¡Es que mi vida es una puta mierda! —grité—. ¡Estoy muy tocada,
he intentado enterrar a Venus y no puedo!
Se echó las manos a la cabeza, estaba muy dolido, las mentiras
parecían haberse convertido en los pilares de nuestra relación, y las
mentiras, como pilares, no son fuertes a la hora de sostener.
—Creo que necesitas tiempo, pero tiempo del real, no un mes, ni dos,
tiempo que de verdad te cure.
—Si no me quiero ni yo, ¿cómo voy a saber querer bien a otra
persona? Te he perdido, sabía que tarde o temprano pasaría, sabía que
Venus destrozaría mi pasado, mi presente y mi futuro. Perdóname por
todo.
—Cuando sanes, cuando de verdad Venus muera y vuelva Nuria, la
chica del pueblo ingenua y con sueños que alcanzar, búscame. Yo te dije
que era para siempre y será para siempre.
—No quiero perderte, Álvaro —me arrodillé entre sus piernas.
Se puso de pie y tiró de mí. Nos miramos a los ojos, ambos
llorábamos.
—No me vas a perder jamás, métetelo en la cabeza. Solo quiero que
cuando volvamos a vernos seamos Nuria y Álvaro y que Venus solo sea un
planeta.
—No quiero más satélites. Solo quiero que seamos tú y yo.
—Y lo seremos. Tal vez no hoy, ni en un mes, quizá pase un año, no
importa, te estaré esperando.
—Prométemelo, Álvaro.
—Cuando dije para siempre, era para siempre.

Hizo sus maletas, de nuevo su ropa y sus cosas en cajas de cartón. No


quise estar presente mientras lo hacía así que me fui a casa de Rocío. Si le
veía irse me partiría el alma. No me dijo adónde iba, tampoco le pregunté.
Aquel día murió Venus, se quedó en aquel zulo. Nuria tenía un largo
camino por delante y aquella vez tenía que ser el definitivo. No más
miedos, no más mentiras, no más pasado, no más satélites girando
alrededor de Venus.
Venus había muerto.
Nuria tenía que pelear como una loba, demostrar de qué pasta estaba
hecha. Ya iba siendo hora de conseguir ser ella, ya iba siendo hora de ser
yo, me lo merecía.

•Capítulo 32•
De Venus a Nuria

Fin de mi terapia, un año y medio de terapia, un año y medio donde


pude enterrar a Venus y donde Nuria brillaba con luz propia. Un año y
medio donde pasaron muchas cosas y cambiaron muchas otras.
Habían sido unos meses muy complicados, solo me dediqué a
tratarme y a reconciliarme conmigo misma. A veces una tiene que dar un
parón en seco, echar el freno de mano y analizar detenidamente qué hay
que cambiar.
Viajé en varias ocasiones a Cáceres, a mi pueblecito, me columpié en
mi columpio del árbol y supe que todo me iría bien. Ya no podía ser de
otra forma.
Celebré mi veinticinco cumpleaños en un garito cutre con Rocío
tomando garrafón y siendo conscientes de que al día siguiente no nos
podríamos levantar de la cama, pero estuvimos juntas y eso curaba
cualquier cosa.
Luca salió de la cárcel alegando que fue en defensa propia, no mentía,
Julio le atacó y por suerte, Luca consiguió quitarle la pistola con la que le
apuntaba y sin planificarlo acabó con la vida de Julio. Mi testimonio
reafirmó la versión de Luca ayudando así a su puesta en libertad. Aquel
juicio fue durísimo, fue una prueba de fuego para mi recuperación, temí
dar un paso hacia atrás pero no, yo ya no era como antes. Estaba orgullosa
de mí y de poder ver todo lo que iba superando.
Cuando nació su hijo Lucas, visité a Elena y nos abrazamos como
nunca, nos contamos mil anécdotas, pero no mil anécdotas de Candy y
Venus, no, mil anécdotas de Elena y Nuria que eran dos tías fuertes y
felices. Me hubiera gustado vivir junto a ella su embarazo, tocarle la
barriga y sentir las patadas de Lucas pero, muy a pesar nuestro, nos vimos
en muy pocas ocasiones, por suerte las nuevas tecnologías nos mantenían
unidas y, aunque no era lo mismo, nos sentíamos juntas a pesar de las
distancias. Nuestro WhatsApp estaba repleto de fotos, videos y audios que
valían oro.
No había un solo día que no hablara con la tía Adela, le daba las
gracias por aportarle tanto a mi vida y por haberme dado las alas para
poder volar del club y de aquella vida de mierda que tenía. Miré cientos de
veces la única foto que tenía con ella, ambas con nuestros gorritos en su
último cumpleaños juntas. Ojalá la hubiera tenido conmigo en aquel
proceso tan complicado, cuánto necesité un abrazo suyo, un beso con olor
a pastillas de jabón y un apretón de manos mirándonos a los ojos y
sabiendo que detrás de aquellos ojos celestes solo había bondad, pero
entendí que decidió volar junto con Alfonso y que desde arriba me
echaban una manita muy grande para que Nuria siguiera fuerte.
Cásper seguía durmiendo en el sofá y consolándome cuando a veces
sentía que no podía más. En contadas ocasiones se enteraba de la puerta y
venía a recibirme, y es que los años, para Cásper, ya se iban haciendo muy
pesados.
Una nueva vida con Nuria a los mandos de la nave. Solo había una
cosa que extrañaba de mi anterior vida, los abrazos y los besos de Álvaro
Lobo. No había una sola noche que no pensara en él, ni un solo día que no
le echara de menos, tenía miedo de que se hubiera vuelto a enamorar, no
había sabido nada de él a excepción del día de mi cumpleaños que me dejó
una carta en mi buzón:
Cuando dije para siempre, era para siempre.
Te espero, te ansío y te extraño.
Todo valdrá la pena.
Feliz cumpleaños, princesa.
TE AMO

Sabía que para él también estaría siendo muy difícil, amar a una
persona y decidir dejarla encontrarse, no debía ser nada fácil, si hubiera
sido yo la que hubiera tenido que darle su espacio estaría desquiciada.

Estaba terminando de retocarme el maquillaje cuando llamaron al


telefonillo de mi apartamento. Me atusé el vestido y me dirigí a él.
—¿Quién es?
—Te estoy esperando, no tardes.
Era nuestra graduación, por fin había llegado el día, Rocío me
esperaba en mi portal para irnos juntas. Durante aquel año de reencuentro
con mi yo, ella fue un gran apoyo. Hicimos las prácticas en el mismo
centro y nos abrimos tanto que nos conocíamos a la perfección.
Bajé en el ascensor y al salir la vi allí, parada, brillando más que
nunca, que ya era complicado.
—¡Estás increíble!
Aquel vestido turquesa con falda de tablas le quedaba precioso y le
conjuntaba con el turquesa de sus ojos. Unos zapatos de tiras negros con
un taconazo de vértigo.
—¡Tú sí que estás increíble!
Elegí un vestido blanco ceñido hasta la rodilla, un cinturón de flores
fucsias y unos zapatos de tiras, como los de Rocío, del mismo color que
las flores de mi cinturón. Mi melena rubia la recogí en una coleta baja al
lado y la ricé con mis tenacillas.
Los padres de Rocío nos llevaron en coche hasta la universidad, era
nuestro gran día.

Eché mucho de menos a mis padres y a Álvaro, era mi graduación, mi


gran día, y ellos eran todo lo que tenía pero no tenía nadie
acompañándome. Sabía que era complicado que mis padres viajasen hasta
Madrid y bueno, con Álvaro estábamos en ese tiempo de “odiada y
obligada separación”.
Álvaro, de alguna forma u otra, siempre estuvo en los momentos
cruciales de mi vida, sentía que estaba conmigo aunque no pudiera verlo,
pero aquel día no fue el caso. Cuando me nombraron y subí al escenario
para ponerme mi banda de graduada, pude verlo al fondo. Estaba lejos y
aun así lo podía distinguir a la perfección. Yo había subido tranquila al
escenario, era como si al fin me hubiera quitado el único peso que me
quedaba sobre los hombros, el broche de plata a mis sueños. ¿Y por qué de
plata? ¿te lo has preguntado? Pues porque mi broche de oro lo pondría ser
feliz con Álvaro Lobo, me lo merecía. Nos lo merecíamos. Verlo terminó
con mi tranquilidad de un plumazo.
Cuando ya pasó todo y pudimos dirigirnos al cóctel, lo busqué por
toda la sala como el que busca agua en el desierto, y no lo encontré. Sentí
un pellizco en el pecho, me desilusioné y me entristeció saber que no lo
vería ni hablaría con él.
—¡Por fin te encontré! —me dijo Rocío cogiéndome del brazo—.
¿Dónde estabas?
—Nada, estaba buscando a Álvaro, me pareció verlo.
—¿Y no está?
—No, no le veo…
—Quizá fue producto de tu imaginación.
—Era él, estoy absolutamente segura.
—Habrá tenido que irse.
—Será eso…
La fiesta terminó tarde y me llevaron a casa de nuevo los papás de
Rocío. Me divertí mucho pero estuve todo el tiempo buscándole, tenía la
esperanza de volver a sentirlo abrazándome por detrás, pero no pasó.

Cuando entré a mi apartamento me deshice de los zapatos, por fin


podía caminar a gusto. Cásper no vino a recibirme, no era novedad, así que
me fui a buscarlo al sofá llamándolo para no asustarle si de pronto le ponía
la mano encima.
Estaba hecho un ovillo sobre mi rebeca negra que había dejado antes
de irme sobre el sofá.
—Aquí estás —le acaricié entre las orejas.
Cuando lo toqué y no levantó su cabecita para mirarme, me arrodillé
frente a él, lo acaricié siendo consciente de que mi mejor amigo se había
marchado dejándome muy sola.
Empecé a llorar, sentí que había perdido a parte de mi familia y
empecé a recordar cientos de momentos que habíamos vivido juntos.
Cásper llegó para acompañarme en una vida complicada, él era experto en
eso, había vivido en la calle muchos años hasta que se cruzó en mi camino
aquel día lluvioso.
El día que tanto temía había llegado. Lo acuné en mis brazos y besé
su cabeza, lo olí y le agradecí que me hubiera dejado disfrutarle aquellos
últimos años de su vida.
Cuando al día siguiente volví a casa con sus cenizas las vertí en una
de mis macetas, la que no entendía cómo aún estaba viva, no había ni una
sola hoja que no tuviera la marca de sus colmillos y la tierra seguía
esparcida por el suelo de la terraza de escarbar en ella. Debió ser su
preferida porque en la terraza había una decena de macetas y aquella era la
única que había sufrido la ira de Cásper, y fue sobre ella donde descansaría
Cásper, mi gato, mi compañero de piso, mi compañero de vida.
Me quedé vacía, ya no volvería a comer bajo la atenta mirada de
aquellos ojos azules enormes, ni me esperaría en la alfombra del baño a
que yo saliera de la bañera, ni dormiría enroscado a mi lado ni yo volvería
a oír su ronroneo.
Mi ropa aún conservaba sus pelitos blancos entre el tejido y de alguna
forma sentía que seguía allí.
•Capítulo 33•
La seño Nuria

Habían pasado seis meses desde de mi graduación, el nuevo curso


escolar empezaría en unos meses y tenía todas las esperanzas puestas en la
llamada que me dijera que tenía trabajo.
Del centro donde hice las prácticas en Madrid no había obtenido
respuesta y me entristeció saber que, después de aquellos meses con mis
pequeños de primero, no volvería a repetirse la experiencia, por el
momento.
Me inscribí en la bolsa de trabajo y esperé la llamada del centro
donde yo había estudiado de pequeña, el colegio de mi pequeño pueblecito
a donde venían niños de los pueblos cercanos, era mi sueño. Le pedía a la
tía Adela que me echara una manita y, como de un milagro se tratara, una
mañana sonó mi teléfono móvil.
—¿Quién es?
—Buenos días, le llamamos del centro de primaria de Guadalupe.
Queremos entrevistarla.
Aquellas palabras me hicieron sentir la chica más afortunada del
mundo.

Me mudé a casa de mis padres y puse en venta el apartamento que la


tía Adela me había dejado, me daba pena deshacerme de él pero yo quería
volver a mi pueblo, a mi hogar, a mis vecinos, a mis raíces.
¡Había conseguido el trabajo! Por fin había llegado mi momento
ansiado, daría clases de sociales y naturales a niños de tercero y de cuarto
de primaria, era un sueño.
—Buenos días, niños.
Llevaba dos meses trabajando con ellos y aún me parecía mentira.
—Buenos días, seño Nuria.
Aquellas vocecillas a coro eran música celestial para mis oídos, mi
sueño hecho realidad.
—Mañana podréis venir acompañados de papá, de mamá, de algún
abuelo, el familiar que prefiráis para que nos hable de su oficio.
Sabía que aquella actividad les haría mucha ilusión y ya podía
imaginarlos en casa nerviosos preparando la exposición de los oficios.
Cuando por la mañana volvimos a clase, seis niños llegaron
acompañados, venían felices y nerviosos de darnos a conocer a parte de su
familia. Entre todos los acompañantes, estaba él, Álvaro Lobo, uniformado
y de la mano de Lola Lobo.
Cuando al principio de curso repasé la lista de clase y vi el apellido
Lobo entre mis alumnos, se me cogió un pellizquito en el corazón, seguía
echándole de menos y seguía necesitándolo como siempre.
Me puse nerviosa, cuando cruzamos nuestras miradas y pasó por
delante de mí las piernas empezaron a temblarme, sentí lo mismo que
cuando era adolescente y lo veía pasar con su moto por delante de la
puerta de mi casa.
—Sabía que lo conseguirías —me susurró, guiñó el ojo, sonrió y me
dejó un beso en la mejilla.
Sonreí, me parecía mentira volver a verlo, volver a tenerlo cerca y
haberlo vuelto a oler.
—Buenos días a todos —dije intentando dejar mi nerviosismo
aparcado—, gracias a los acompañantes por formar parte de esta actividad.
Sonreí y vi cómo Álvaro no me quitaba el ojo de encima. Cogí una
tiza y escribí en la pizarra “LOS OFICIOS”, me había manchado mi ropa
negra del polvo de tiza acumulado en la parte baja de la pizarra. Me sacudí
regocijándome en lo maravilloso que me resultaba llevar mi ropa
manchada de aquel polvo blanco como tantas veces imaginé.
—Los niños que han venido acompañados se ponen aquí, frente a la
pizarra —señalé—. Los acompañantes, por favor, pónganse detrás de
ellos.
Se pusieron todos como yo había pedido y él dirigió a Lola hasta
quedar justo al lado de mi mesa. Cuando cruzábamos nuestras miradas
sonreía, se le marcaban los hoyuelos de su cara y yo directamente era la
mujer más feliz del mundo.
José vino acompañado de su mamá que era abogada, Dolores vino
acompañada de su papá que era cocinero, Guadalupe vino acompañada de
su abuelo que había sido minero, Tomás vino con su mamá que era
profesora de judo y Lola vino acompañada de su tío, Álvaro Lobo, el
policía.
Los niños miraban expectantes las explicaciones de los familiares de
sus compañeros pero cuando llegó el turno de Lobo, ninguno abrió la boca
para decir ni una sola palabra, estaban embobados, hipnotizados, yo
también.
—Quería agradeceros que hayáis estado aquí, para ellos es muy
importante, les hace mucha ilusión, además, nos habéis enseñado mucho
—les dije antes de despedirlos tras terminar la actividad—. Démosles un
fuerte aplauso.
Se escuchó un estruendo de pequeñas manitas aplaudiendo y
nuevamente me sentí feliz.
Se acercó a mí cuando ya todos los familiares iban bajando las
escaleras para marcharse, y volvió a dejarme un par de besos en las
mejillas.
—Ahora entiendo por qué mi sobrina Lola dice que su seño Nuria es
la más guapa del mundo.
Sonreí como una boba.
—Gracias por haber venido, Álvaro. No sabes cuánto me gustó verte.
—Volveremos a vernos.
—Por cierto, Lobo, me alegro muchísimo de que con tu hermano
hayas conseguido limar las asperezas. Lola es una niña maravillosa, me
alegro de que al fin puedas disfrutar de ella.
Sonrió y sentí que mis palabras le emocionaron.
—Gracias, seño Nuria.
Volver a dar clases fue un poco complicado, no se me borraba la
imagen de Álvaro de la cabeza, estaba grabado a fuego en mi retina.

•Capítulo 34•
Si tú me dices ven…
Estaba columpiándome en el columpio del árbol. Analizaba lo mucho
que me había cambiado la vida y lo feliz que era, no tenía miedos, ni
caretas, parecía que se había borrado todo mi pasado, no recordaba con
claridad lo infeliz que una vez fui porque la felicidad que tenía era mayor
que la mierda que viví.
—Nuria —salió mi madre de casa con una carta en la mano—, han
dejado esto en el buzón. Es para ti.
—¿Para mí? —fruncí el ceño extrañada, cogí la carta y no tenía
remitente—. Gracias, mamá.
Volvió a irse y volví a quedarme sola en mi columpio. En otro
momento de mi vida, recibir una carta sin remitente me hubiera hecho
temblar, en aquel momento no fue así, yo ya era una chica nueva, decidida
y con muy pocos miedos.
La abrí y reconocí aquella letra al instante:
Hola Nuria:
Hoy te he visto sentada en el columpio del árbol y he sentido muchas
ganas de acercarme a ti. Me gustas mucho y ya no tengo miedos porque sé
que te gusto. Seguro que sabes quién soy, ya sí que te lo imaginas. No hará
falta que te de la pista esa tonta de “mi nombre empieza por A” porque,
aunque el pueblo esté lleno de Antonios, ya sabes que soy Álvaro.
Un beso sería demasiado poco. Me gustas mucho más que mucho.
Te amo.

Era una carta con la base de la primera carta anónima que me dejó
bajo la puerta, aquella que tenía en mis manos estaba adaptada a nosotros,
al momento que vivíamos. Sonreí como solo él sabía hacerme sonreír.
Cuando levanté la mirada de la hoja estaba detrás de la valla, agarrado a
ella y sonriendo.
—¡Rubia! —me gritó—. ¡Qué me caso!
Sonreí y paré el columpio con mis pies.
—¿Con quién?
—Con la seño Nuria.
Atravesé el huerto con una sonrisa en la cara, él también la tenía
dibujada en la suya. Abrí la cancela y salí.
Durante unos segundos nos quedamos parados el uno frente al otro.
Abrió los brazos y salté rodeándole con mis piernas su cintura. Nos
besamos como ansiamos durante el tiempo que no pudimos hacerlo.
—Has vuelto —me susurró sobre la boca.
—Con más ganas que nunca.
No podíamos parar de besarnos, nos daba igual quién pasase a nuestro
lado, estábamos solos en el mundo, o al menos así lo sentíamos. Por fin
nos teníamos, el mundo podía pararse ya si quería.
—Te he echado muchísimo de menos, Nuria. Todos los días, a todas
horas, a cada minuto.
—A cada segundo —añadí.
—Te tengo entre mis brazos y no quiero soltarte.
—¿Será esta vez la definitiva, Álvaro?
—Lo es, yo sé que lo es.
Apostó todo por mí cuando ni yo misma hubiera dado un céntimo. Me
demostró que cuando es verdadero, el tiempo no importa y que esperar no
supone una pérdida de tiempo.
—¿Buscamos fecha de boda? Porque yo te juro que ahora no me
separará nadie de ti.
—¡Qué yo me caso mañana! Que te subo en mi moto y hablamos con
el cura ahora mismo.
—Si tú me dices ven…
—… lo dejo todo, Nuria,
Sonreímos y volvimos a unir nuestros labios, nuestras lenguas. No me
quería separar de aquella boca nunca más, ya habían estado demasiado
tiempo separadas…

Como dos adolescentes que buscan como locos un lugar apartado para
hacer el amor, volvimos a la casita donde hacía casi dos años nos
habíamos entregado deseosos y esperanzados de que aquella vez todo iría
bien. No pudo ser, todo se torció pero estaba segura de que aquello no
volvería a pasarnos. Estaba liberada de todo lo que pesaba, era una chica
nueva, una Nuria renovada, con sueños alcanzados y sueños por cumplir.
Estaba anocheciendo y el cielo se pintaba naranja, el sol se iba
ocultando detrás de las montañas que veíamos desde aquella terraza. Todo
seguía igual, el suelo cubierto de césped artificial, la mesa de caña y las
sillas, y el balancín donde le pedí matrimonio.
Todo seguía igual excepto nosotros.
Tiró una manta en el césped y nos sentamos sobre ella, el uno al lado
del otro con la mirada clavada en el sol que se iba ocultando. Llenó dos
copas con vino afrutado y me cedió una.
—Por nosotros —levantó la copa e hice lo mismo.
—Por nosotros.
Brindamos.
—¿Cómo has podido estar esperándome todo este tiempo?
—¿Y por qué no iba a hacerlo? —me preguntó.
—No sé, siempre se dice que los chicos no podéis vivir sin estar con
alguna tía, por eso del sexo, ya me entiendes…
—Cuando se ama de verdad, el sexo pertenece a la espera. Aunque
realmente, lo único que necesitas que llegue cuanto antes es el momento
de saber que ya jamás tendréis que volver a separaros.
—Uf, te he deseado mucho estos casi dos años que no te he tenido…
—¿Crees que yo no te he deseado? Eras la dueña de mis deseos
terminados en míseras pajas vacías —le di un codazo—. ¡Ay! Solo te digo
la verdad... Confiésate tú, venga.
Me mordí el labio inferior y sonreí levemente.
—A ver... yo… he tenido sueños húmedos contigo durante todo este
tiempo en el que hemos estado separados —le dije.
Cuando sonreía sentía que con aquella curva en los labios podía
conseguir cualquier cosa.
—No me asombra, desde los quince años llevas mojando tus sábanas
conmigo… Me siento el rey de reyes.
Le di otro codazo, me guiñó el ojo y se acercó hasta dejar su boca
sobre la mía. Volvimos a besarnos, me agarró de la nuca y me dejó caer
suavemente sobre aquella manta.
Sin parar de besarnos su mano derecha me recorría el cuerpo y
bufaba, sabía que estaba loco por tenerme, yo también lo estaba por
tenerle a él. Acarició mi pecho por encima de la ropa y fue bajando su
mano lentamente hasta llegar al botón de mi pantalón vaquero, me lo
desabrochó con aquella mano únicamente, bajó la cremallera e introdujo
su mano dentro de mi pantalón, sobre mi tanga (por suerte llevaba uno de
mis tangas más bonitos). Sentir su mano ahí me volvió loca. Llevé mis
manos a la bragueta de su pantalón, seguí su misma táctica, primero
desabroché el botón, después bajé la cremallera y por último introduje mi
mano dentro de su pantalón agarrándole la polla sobre su bóxer negro.
Se encogió y gimió sobre mi boca. Sacó su mano de mi pantalón y me
deshizo de él. Se arrodilló a mi lado, podía verle la polla marcada en su
bóxer, me mordí el labio inconscientemente y sonrió.
Me quitó el tanga deslizándolo lentamente por mis piernas y
dejándome desnuda de cintura para abajo, completamente expuesta para
él. No sentí pudor, todo lo contrario, me encantaba cómo me observaba
detalladamente cuando me tenía desnuda ante él aunque no conseguía
tranquilizarme, él me hacía vibrar.
—¡Es que me encantas, joder! Y cada día más. No sé qué va a ser de
mí cuando cumpla ochenta años…
Se puso de pie y se deshizo de toda su ropa, era un dios griego, el tío
perfecto y no solo físicamente, que sí que lo era, pero tenía una forma de
ser envidiable, dotado por la paciencia, el cariño, la amistad, la entrega, la
fuerza y la valentía. Era mi superhéroe particular, desde casi el principio
de todo.
Se colocó sobre mí y me lamió el ombligo. Me sacó la camiseta con
suavidad, me desabrochó el sujetador y lo deslizó por mis brazos hasta
dejarlo sobre el césped. Ahora sí que estábamos desnudos por completo,
desnuda la piel y desnuda el alma.
Cogió un paquetito plateado del bolsillo de su pantalón y me lo
mostró guiñándome el ojo.
—Hoy sí estabas preparado, Lobo.
—Sabía que hoy te tendría, lo supe desde que te escribí la carta y la
dejé en tu buzón.
—Soy demasiado previsible, ¿no?
—Somos demasiado previsibles.
Lo abrió con los dientes, sacó el condón y los deslizó con suavidad
por su polla. Se puso sobre mí y volvimos a besarnos. Cuando le sentí
dentro de mí todo el vello del cuerpo se me erizó. Se movía lento,
entrando y saliendo con calma de dentro de mí, un ritmo que me volvía
loca, necesitaba más pero a la vez me encantaba que lo hiciera así de lento.
Me besaba la boca, la barbilla, el cuello, iba dejando un camino de
saliva que después volvía a desandarlo hasta llegar nuevamente a mi boca.
Poco a poco fue aumentando el ritmo de sus embestidas y me corrí
gritando su nombre y acelerando así su orgasmo. Se quedó sobre mi pecho,
respirando agitado y con una de sus manos apretándome el muslo.
—¿Sabes? Mañana me parece tarde —me dijo con la voz jadeante—,
que me caso hoy mismo.

•Capítulo 35•
La boda del año

Había conseguido vender el apartamento de la tía Adela y después de


ver muchas casas por el pueblo, nos compramos un chalet a las afueras.
Era un chalet precioso, con árboles frutales, una piscina y césped del de
verdad.
Habíamos puesto en aquel chalet una ilusión increíble, la ilusión de
tener al fin nuestro nidito de amor, la ilusión de que íbamos subiendo
escalones juntos y siendo cada vez más y más felices.

¿Cuánto tiempo crees que es el ideal para preparar una boda? ¿Seis
meses, un año, dos? Nuestra boda la preparamos en cinco meses y fueron
los cinco meses más largos de mi vida.
El diecisiete de abril había sido el día elegido para unirnos en
Sagrado Matrimonio, una boda como siempre la soñé e imaginé aunque he
de reconocer que planificarla no estaba siendo todo lo fácil que pensé que
sería.
Elegir mi vestido fue una odisea, dicen que las novias saben cuál es el
suyo nada más verlo, pues yo debí ser la excepción que rompe toda regla.
Llevaba probados por lo menos veinte vestidos, a todos le buscaba un
fallo, cuando me miraba en el espejo sentía que no eran para mí, todos
tenían ese algo que no me gustaba y que no lo hacía especial, yo buscaba
un vestido que me representara, que la gente lo viera en una percha y
dijeran que ese vestido debía de ser el de Nuria. Pues bien, ese vestido
especial, al parecer, no existía. Desesperada porque solo tenía dos meses
por delante, elegí uno de los que más puntos a favor tenía y pedí que lo
modificaran un poco. Cuando lo vi terminado y me lo probé supe que
aquel vestido sí que me representaba.
Tenía solo una manga larga ajustada a mi brazo. Completamente
entallado hasta la cintura que se abría para dejar la parte delantera al
descubierto, por esa apertura se verían mis piernas dentro de un pantalón
ajustado. La falda del vestido terminaba con una enorme cola en la parte
trasera. Aquel sí era el vestido de mis sueños.
Elegir los zapatos fue mucho más fácil de lo que yo creía, pensé que
lo tendría más difícil porque los zapatos son mi perdición, me vuelven
loca, y me gustan todos, pero cuando los vi en aquel escaparate supe que
eran aquellos los que quería lucir en mi gran gran gran día. Eran unas
sandalias de tiras finas, muchas tiras finas, que iban subiendo por todo el
empeine hasta llegar al tobillo. Pensé en comprarlas blancas pero no, me
las compré rojas. Así era yo, decidida, valiente y rompiendo patrones.
Otra odisea fue entregar las invitaciones, algunas las entregamos en
mano, otras las mandamos por correo, algunas se perdieron por el camino
y tuvimos que volverlas a enviar. Tanto Álvaro como yo, habíamos dejado
amigos en Madrid, él había pedido de nuevo un traslado y volvió a tener
suerte cuando se lo dieron para la provincia de Cáceres.
Terminada la odisea del vestido, las invitaciones, la colocación de los
invitados en las mesas y un largo etcétera, solo me quedaba esperar e ir
descontando los días hasta el gran día.
Álvaro estaba nervioso, nuestros padres aún estaba digiriendo la
noticia y el saber que tenían muy pocos meses por delante para elegir
modelito. Estaban felices, nos veían felices y todo lo demás era
secundario.
—Mañana será el gran día —me dijo después de haber hecho el amor
en la encimera de la cocina.
—Ahora sí que estoy nerviosa… No vayas a dejarme plantada en el
altar, no quiero ser la comidilla del pueblo y del colegio…
—¿Dejarte plantada? Llevo una vida intentado casarme con la
modosita del pueblo. No soy tan imbécil como para dejarla escapar.
—Ay, Álvaro… Qué de cosas hemos pasado hasta llegar hasta aquí…
Miro hacia atrás, viajo por todo lo vivido, y me parece mentira…
—Pues es real, todo esto es real, nosotros somos reales y nuestra
felicidad también lo es.
—Cuando la boda pase y ya nos dediquemos a nosotros cien por cien,
vamos a viajar. Recorramos el país en autocaravana.
—Ese plan me gusta mucho, dos hippies.
Nos quedamos unos minutos callados, creo que ambos estábamos
imaginando en nuestras cabecillas cómo sería una vida así.
—Esta noche deberíamos dormir separados —le solté para volver de
nuevo a nosotros—, ¿no crees?
—¿Y perderme una noche junto a ti?
—Habrá muchas noches más.
—Las habrá, pero la de hoy jamás podré recuperarla. Esta noche la
pasamos juntos, mañana te prometo que a las ocho de la mañana
desaparezco de aquí y no volverás a verme hasta las seis de la tarde.
Y así lo hizo, cuando a las nueve me levanté, ya no estaba en casa.

Mi madre me ayudó a vestirme junto con Rocío, que había bajado de


Madrid porque por nada del mundo se perdía mi gran día, y con Elena, que
tenía el mismo pensamiento que Rocío. Tenerlas a mi lado me despertaba
muchísimas sensaciones. Me hacían viajar a una época que no fue fácil
para mí pero aquella época me dejó a dos amigas maravillosas y solo por
eso, ya merecía la pena haberla vivido de aquel modo.
Salí de casa de mis padres agarrada del brazo de mi padre, tenía los
ojos vidriosos y se limpiaba las lágrimas con su pañuelo de tela. Me
emocionaba mirarle por el rabillo del ojo y verlo tan feliz, sabía que su
niña había encontrado a un hombre bueno. Un par de días antes de la boda
fui a la casa de mis padres, Álvaro estaba trabajando y yo aproveché para
ir y de paso llevarles unas magdalenas caseras que había hecho, mi madre
tenía que conocer lo buenísima cocinera que estaba hecha. Después de
estar un rato merendando con ellos salí al huerto y me subí en el columpio,
la vida había pasado prácticamente sin darme cuenta, ya no era la niña de
las dos coletas y el pichi vaquero, no, estaba a punto de casarme. Ya no era
la adolescente que lloraba sobre el columpio porque había visto a Álvaro
Lobo con alguna chica paseando por el pueblo, no, estaba apunto de
casarme con él. Qué cosas, ¿no?
—¿Te empujo? —me dijo mi padre al verme montada en él.
—Por favor.
—Mi niña, ¿estás segura de que quieres casarte?
—Me hace la mujer más feliz del mundo, papá. Segura no estoy,
estoy segurísima.
—Si tú eres feliz yo lo soy muchísimo más.

Todas las vecinas esperaban emocionadas en la calle para verme salir.


Los últimos meses todas celebraron que la niña de María, la que estuvo en
la gran ciudad y que ahora era “maestra escuela”, y el niño, el policía, de
Mercedita, se casaban. Estaban felices por nosotros. Intenté no llorar, no
quería fastidiarme el maquillaje pero reconozco que fue muy difícil y que
me tuve que tragar muchos nudos, mi padre, en cambio, lloró todo lo que
tenía que llorar sin cortarse un pelo.
Nos montamos en el coche que me llevaría junto a mi amado y me
agarró la mano. Le miré y vi emoción en sus ojos, los surcos de las arrugas
de su cara me mostraban años de lucha, de trabajo incansable para darme
lo que necesitaba. No tuve lujos pero jamás eché nada en falta, bueno, a
ellos, a mis padres sí que los eché en falta por tener que trabajar tanto…
—¿Estás bien, papá?
—Sí, hija.
—Quiero darte las gracias por todo lo que has hecho por mí, hubiera
hecho lo impensable si os hubiera faltado algo, tú, junto con mamá, habéis
sido mi motor para nunca rendirme, sabía que podía volver cuando
quisiera, aunque no hubiera cumplido mi sueño. Siempre supe que me
recibiríais.
—Tú eres lo más importante que tu madre y yo tenemos, sin ti
nuestra vida no hubiera tenido sentido, tú has sido siempre nuestra razón
de vivir, nuestra lucha incansable incluso cuando sentíamos que las
fuerzas nos fallaban. Estoy feliz de que mi niña haya dejado de ser mi niña
para convertirse en toda una mujer. Si algún día decides volver, tu casa
estará siempre abierta para ti y tu columpio esperándote.
—Te amo, papá —le dejé un beso en la mejilla y respiré su olor,
aquel olor que únicamente tenía mi padre, jamás lo olí en nadie más.
—Te quiero, mi vida.

Cuando llegamos a la puerta de la iglesia y vi tanta gente


esperándome fue cuando sentí los verdaderos nervios, nada de lo que había
estado sintiendo tenía que ver con lo que sentía en aquel momento.
Mi padre me ayudó a bajarme y conseguí lo que yo quería, que todas
las bocas formasen una O al ver mi vestido, sí, era un pantalón, ¿acaso
pensaban que yo iría vestida como todas? Nuria se había rehecho.
Subí las escaleras que me llevarían al interior de la iglesia agarrada
del brazo de mi padre, no podía contener las lágrimas por mucho que le
apretaba el brazo para tranquilizarlo, su niña se iba a casar, no podía
contener la emoción aunque yo intentase que así fuera.
Cuando pisé la pasarela roja (a juego con mi ramo y mis zapatos) que
me llevaba junto a mi futuro marido, y lo vi al final de esta, se me dibujó
una sonrisa enorme en la cara que iba a ser imposible borrármela. Cuando
me vio acercarme a él, empezó a llorar. Álvaro Lobo emocionado en el
altar al verme entrar vestida de blanco, ¿estaba pasando de verdad? ¿me
iba a despertar mi madre en unos minutos para irme al instituto? Mi padre
entregó mi mano al hombre de mi vida.
—Cuídamela mucho.
—No le quepa la menor duda.
Aquellas palabras susurradas me llenaron el alma. Me merecía un
amor como aquel.
Álvaro era guapísimo, jamás me cansaré de decirlo, pero aquel día
estaba como sacado de una revista. Iba vestido con un esmoquin negro con
las solapas de raso azul marino, chaleco negro, camisa blanca y pajarita de
color azul como las solapas de su esmoquin. A los pies unos zapatos
negros brillantes de cordones muy finos. ¡Un modelo!

Cuando nos dimos el sí quiero y nos besamos, la iglesia tembló de los


aplausos de nuestros familiares y amigos, y justo en aquel momento, me
acordé de ella, de Venus. Venus había luchado cuando para mí hubiera sido
imposible, demostró tener la valentía suficiente para salvar la casa de mis
padres, estuvo al borde de la muerte en dos ocasiones y de las dos salió
ilesa y de la mano de Nuria, una Nuria que intentaba coger fuerzas de
Venus para afrontar las cosas sin necesidad de tirar siempre de ella. Venus
lo pasó muy mal para darle paso a la Nuria que ahora era, Venus estuvo
rodeada de satélites que nunca estaban cuando necesitaba a alguien porque
Venus había estado siempre muy sola realmente. Venus solo me había
tenido a mí y en muchas ocasiones yo solo la tuve a ella. Cuando ella
murió, sentí la valentía que jamás antes había tenido porque, de algún
modo, nadie desaparece de la vida de nadie sin dejar huella. De toda
aquella gente que teníamos a nuestras espaldas, solo Elena y Rocío
conocían mi verdadera historia y lo mucho que me costó conseguir todo lo
que tenía, nadie, absolutamente nadie, podía imaginar todo lo que la chica
de la gran ciudad había pasado para llegar a ser lo que veían.
—Te amo —me susurró sobre la boca sacándome de mis
pensamientos.
—Y yo te amo de aquí a Venus.
Sonrió.

Lo mejor de las bodas es cuando llega el momento de la barra libre,


de la juerga, del cachondeo, es el momento de la inhibición. Nos
aprendimos un baile para sorprender a nuestros invitados, habíamos
pasado horas de ensayo en el jardín de nuestra casa para conseguir
memorizar un giro, a veces terminábamos haciendo el amor porque se nos
daba mucho mejor.
Nos pusimos en el centro de la pista de baile con todos nuestros
familiares y amigos alrededor, oíamos los aplausos y los silbidos, y nos
vinimos arriba. Era el momento de darlo todo. Nos miramos, nos
sonreímos y nos besamos, empezó a sonar la canción que habíamos
elegido: Olvidé respirar de David Bisbal e India Martínez. Aquella era
nuestra canción y quisimos compartirla con todos los que aquel día
estaban con nosotros.
Cuando me quedaba sobre su pecho moviéndonos al ritmo lento de la
música oía los latidos de su corazón, lo habíamos conseguido, ya éramos
el uno del otro aunque lo llevásemos siendo desde muchos años atrás.

•Capítulo 36•
Una luna de miel diferente

Habíamos dejado sobre la cama toda la ropa que nos llevaríamos a


nuestro esperado viaje, a nuestra luna de miel.
Destino: el Norte de España.
No teníamos un destino en concreto, viajaríamos en autocaravana
como dos hippies e iríamos de pueblo en pueblo visitando una serie de
lugares que habíamos estado anotando en una libreta meses atrás.
Una semana antes de empezar nuestra ruta, alquilamos una
autocaravana impresionante, era como un pequeño pisito sobre ruedas, un
auténtico sueño al que no le faltaba un perejil.
—¡Llegó el día! —me dijo mientras se iba colocando la ropa que yo
dejaba sobre la cama en sus brazos.
—Estoy nerviosa. Muy nerviosa —corregí.
—Sé que viajar con el Lobo puede llegar a dar vértigo pero no temas,
seré muy bueno —sonreí—. Llevo esto y vuelvo a por el resto.
Se fue de la habitación con nuestra ropa colgando sobre sus brazos.
Estaba muy nerviosa, no pude ni tan siquiera desayunar aquella mañana.
Viajar me ponía atacada, no estaba acostumbrada, a pesar de haber estado
viviendo en Madrid una larga temporada.
El estómago lo tenía revuelto, pensé que sería de los nervios del viaje
aunque una parte de mí me decía que mis náuseas eran debidas a otra
cosa… Llevábamos dos meses sin usar preservativo y mi intuición
femenina, esa que en muy pocas veces me había fallado, me decía que
dentro de mí se acomodaba una nueva vida.
Intenté pensar en los lugares que visitaríamos, las noches tumbada en
la arena de la playa viendo estrellas agarrada de la mano de mi marido,
flipa, ¡MI MARIDO! ¡Álvaro Lobo era mi marido! Intenté tranquilizarme
por si acaso aquellas náuseas sí que eran por mis nervios pero no lo
conseguí, me arrodillé frente al váter y vomité.
—Ey, princesa, ¿estás bien?
Me ayudó a levantarme, cogió una toallita húmeda y me limpió la
boca mirándomela fijamente, era perfecto el jodido...
—Tengo el estómago un poco revuelto, creo que es de los nervios. Me
cepillo los dientes y nos vamos, cuando ya nos pongamos en marcha se me
quitarán.
Estaba allí parado, no se había movido de mi lado mientras me
cepillaba los dientes. Me miraba como jamás nadie me había mirado.
—Si quieres podemos esperar un poco antes de salir.
—No te preocupes, ya estoy mejor —le dije después de haberme
cepillado los dientes. Le dejé un beso en los labios—. ¡Vámonos!

Nuestro primer destino era Galicia y allá que fuimos, íbamos


haciendo paradas para descansar, para hacer el amor en cualquier paraje
solitario o para comprar cosas que sobre la marcha se nos iban antojando.
En los armarios de la autocaravana había ropa de todo tipo, de invierno y
de verano, desde un bikini a una parka. A precavida no me ganaba nadie.
Estaba siendo un viaje fantástico, habíamos conocido Ourense y Lugo
e íbamos camino a Asturias cuando empecé a notarme rara de nuevo, me
sentía fatigada y mareada pero en aquella ocasión sí que culpé de mis
síntomas al viaje, llevábamos muchas horas sobre ruedas y pensé que todo
lo que sentía era por aquello. Tres días estuvimos en Asturias visitando su
costa y haciendo parada en Gijón y Llanes.
—Álvaro, sigo encontrándome mal —le dije mientras cenábamos en
nuestro pequeño saloncito—. Siento que te estoy amargando la luna de
miel…
—¿Amargándome la luna de miel? Eso no es compatible si estoy
contigo. Si quieres podemos buscar mañana algún hospital y que te miren,
a lo mejor estás incubando algún virus.
—Es que yo creo que sé lo que me pasa… —me miró a los ojos
esperando mi pronóstico.
—¿Y qué es lo que te pasa?
—Creo que estoy embarazada.
Fue acción reacción, tal y como aquella información le entró en el
cerebro, se le dibujó una sonrisa en la cara.
—¿De verdad?
—No lo sé al cien por cien pero sí que al ochenta y cinco por ciento…
—Sería la noticia más bonita que pudieras darme en nuestra luna de
miel, esa noticia sí que la convertiría en miel pura. Me da igual hacer más
paradas, me da igual tener que pasarme más horas sosteniéndote la cabeza
en el baño que visitando pueblos. Mañana compramos un test de embarazo
y ojalá podamos confirmarlo.
—¿No crees que es muy pronto para que seamos papás? —le dije
poniéndome a horcajadas sobre él.
—¿Pronto? Estoy deseando de formar una familia juntos. Te
propongo algo, si mañana el test da negativo, nos ponemos manos a la
obra en Santander, ¿qué me dices?
—Que estás loco.
Me moría de felicidad cada vez que me reflejaba en aquellos ojos.
Cuánta paz sentía entre sus brazos y cuánto amor me transmitía con sus
besos.

Se levantó temprano y buscó una farmacia por Llanes, aquella


mañana partiríamos rumbo a Santander.
—Mi vida —me susurró para despertarme—, aquí tienes esto —me
dejó el test de embarazo sobre la almohada—. Háztelo cuanto antes porque
estoy súper nervioso.
Sonreí y le dejé un beso en los labios.
—Vas a ser el mejor padre del mundo, ¿lo sabías?
—Me muero de ganas de comprobarlo.
Nunca habíamos hablado seriamente sobre el tema de ser padres,
siempre habíamos pasado de puntillas y escucharlo con aquellas ganas, me
sorprendía a la par que me encantaba.

Salí del pequeño baño con el test en la mano, esperaba ansioso


sentado en el filo de la cama con la cabeza enterrada entre sus manos.
—¿Qué? ¿estás embarazada?
Una risilla nerviosa salió de mí y aunque intenté engañarle, no pude.
—¡Sí!
Se levantó rápido y me cogió en brazos (estuve a dos centímetros de
golpearme la cabeza con el techo), le rodeé con mis piernas su cintura y
nos dimos como veinte besos cortos en los labios.
—¡Soy el tío más feliz del universo! Siento que ahora sí que estamos
completos.
Justo cuando terminó aquella frase sentimos un ruido fuera de la
caravana.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—Parece como si algo estuviera raspando fuera la puerta.
—Hay alguien…
—¿Quién va a haber?
—Sal a ver quién es.
Caminó lentamente hasta la puerta.
—¡Espera! ¡No abras!
—¿Por qué?
—Podría ser un asesino en serie de esos que matan a parejas en
lugares solitarios.
—¿Tipo Scream?
—Sí —susurré.
—¿De verdad, Nuria? —se carcajeó. Me sentí un poco tonta pero mi
yo interno era un dramático.
Abrió la pequeña cortinilla que cubría una de las ventanitas que
estaban cercanas a la puerta.
—¿Ves algo?
—No hay nadie, creo que ha sido la rama de algún árbol.
Álvaro abrió un poco la puerta y allí estaba, sentado en el escalón de
la caravana.
—¡El asesino en serie es un gato! —se agachó y le acarició entre sus
orejas con su dedo índice—. ¿Estás solito?
—Déjalo pasar —le dije.
Álvaro lo cogió en brazos, fuera llovía aunque hacía un par de horas
el sol había estado fuera. La historia parecía repetirse y se me llenaron los
ojos de lágrimas.
Aquel gatito blanco idéntico a Cásper nos había elegido a nosotros
para que fuésemos su familia.
—¡Nos lo llevamos! —me dijo al verme emocionada.
Me lo dio y lo acuné como acuné a Cásper hasta el último de sus días.
—Es precioso.
—Piensa un nombre, asesino en serie no creo que sea un buen nombre
para una bolita de pelos como esta.
Puse los ojos en blanco y sonrió.
Miré a los ojos a aquel gatito pequeño que sostenía entre mis manos y
vi a Cásper reflejado en ellos, aquella bolita blanca de ojos azules era
idéntica a mi gran amigo Cásper.
—Cásper —dije emocionada.
—Quedas bautizado —mojó su dedo índice en un vaso de agua del
que habíamos bebido anteriormente y le mojó la cabeza, entre las orejitas
—. Ahora sí que estamos completos —me dejó un beso en los labios y me
secó con el pulgar la lágrima que corría por mi mejilla—, ¿no crees?
—Tan completos como esta luna de miel.
Y tenía razón, nuestra luna de miel fue completa y muy diferente a
cómo nos la habíamos imaginado, me pasé gran parte del viaje vomitando
en el baño minúsculo de aquella caravana y con un gatito acostado sobre
mis piernas, pero no la hubiera cambiado por ninguna otra porque fue
perfecta. Habíamos aumentado la familia con dos miembros nuevos en
unos cuantos de kilómetros.
•Capítulo 37•
Venus no tiene satélites

Eso se nota, cuando es el indicado lo sabes. Da igual que lleves con él


meses, días o apenas unas horas, da igual, sabes que no quieres separarte
de él jamás y empiezan a tener sentido muchas cosas.
Cobran sentido los miedos, entiendes por qué la gente tiene miedo de
enamorarse perdidamente de alguien, duele cuando entregas el corazón y
te lo pisotean, pero de igual modo, con tiritas por todos lados se lo
entregas a otra persona, le adviertes de que está un poco roto y te mueres
de miedo porque crees que esas tiritas que tapan heridas no aguantarían ser
de nuevo pisoteadas, pero lo entregas, con miedos, pero lo das.
Otra cosa que cobra sentido son las peleas tontas por rellenar la jarra
de agua del frigorífico, y te das cuenta de que todo mola mucho más si
compartes vida con la persona que ha sido tu superhéroe particular desde
el principio.
Es muy complicado eliminar de golpe un pasado que destrozó y es
muy complicado encontrar una persona que lo conozca y aun así decida
quedarse.

Llevábamos dos años casados, dos años de felicidad plena con un


pequeño terremoto que iluminaba nuestros días grises (que son muy pocos,
por suerte nuestra). Nuestro pequeño Álvaro Lobo Sánchez. Rubio como
los trigales y con unos ojos súper expresivos. Era muy parecido a mí
aunque los gestos que ponía con la cara eran idénticos a los de Álvaro.
Cuando lo miraba me parecía mentira, él fue el broche final a todo lo
vivido. Era como la meta de una carrera que a veces nos tuvo con la lengua
fuera, destrozados, cansados de soportar vaivenes del destino.
Echaba la vista atrás y me sentía afortunada, había conseguido todo lo
que me había propuesto, posiblemente tardé más de lo que en un principio
pensé que tardaría, pero había llegado a conseguirlo y ya con eso me sentía
muy orgullosa.
Una tarde, cuando faltaban pocos meses para dar a luz, Álvaro me
llevó con los ojos vendados al jardín trasero de nuestra casa. Me encantaba
aquel lugar, en él sentía mucha paz.
—¿Estás preparada? —me dijo.
Estaba nerviosa, muy nerviosa, y mi pequeño Álvaro también debía
de estarlo porque pataleaba dentro de mi vientre con porque. Álvaro no me
había dejado salir al jardín los dos días anteriores a aquello y me tenía
muy desconcertada tanto secretismo.
—Sí.
Me quitó la venda y directamente me puse a llorar, las hormonas me
tenían loca, lo mismo reía que lloraba.
—¿Te gusta?
—¡Me encanta!
—Me ha ayudado tu padre, ya sabes que es un experto en esto de
hacer columpios en los árboles.
—Es precioso.
Me subí en él y Álvaro se puso detrás.
—Ya me imagino columpiando a nuestro hijo en unos años.
—Yo tengo la contraria necesidad de querer que pasen los años
rápidamente para hacer muchas cosas con él y a la vez quiero que no corra
el tiempo para poder disfrutarle.

Mi columpio es mágico, cada vez que tengo un mal día, o siento que
no puedo con algo, me siento en él y siempre termino viéndole el lado
positivo a las cosas o descubro la forma de solucionar el problema, es
como mi freno y el que me ayuda a centrarme. En él soy más cabal.
Cuando volví a dar clases después de mi baja maternal, los niños me
habían preparado un libro con dibujo donde se me veía a mí con mi
pequeño Álvaro entre los brazos, eran unos dibujos preciosos y me
emocioné mucho. Peleé mucho por estar allí, llevaba imaginándome cómo
sería desde que era una niña y mis muñecos eran los que estaban atentos a
mis explicaciones. Todo eso había cambiado aunque la esencia era la
misma, mi amor por la enseñanza.
Veinticinco pares de ojitos mirándome expectantes, habíamos
empezado un nuevo tema que para ellos era apasionante: LOS PLANETAS.
Fuimos nombrando uno a uno los planetas y diciendo en voz alta las
características de cada uno de ellos. Los dibujamos en la pizarra y
añadimos todo lo que tenía que ver con los planetas porque el universo
estaba plagado de cosas sorprendentes.
—Seño, seño —levantó la mano Sergio.
—Dime, Sergio. ¿Tienes alguna duda?
—¿Qué son las estrellas?
—Las estrellas son bolas de gas brillantes y producen luz y energía.
¿Conocéis alguna estrella que sea súper importante para los seres que
habitamos la Tierra?
Se quedaron pensativos hasta que Martín levantó la mano.
—¿El Sol, seño Nuria?
—¡Muy bien! El sol es una estrella enorme que nos da calor, luz y
energía.
—El sol en verano da más calor —dijo Gonzalo y yo sonreí
levemente.
—En verano estamos más cerca de él, es por eso por lo que notamos
más sus rayos. ¿Alguna duda más, alguna curiosidad que queráis compartir
con los compañeros?
—¿Qué son los satélites? —preguntó Marina.
—¿Los satélites?
—Sí.
—Los satélites son cuerpos celestes que giran alrededor de un
planeta.
—¿Y cuántos satélites tiene la Tierra?
Aquellos niños eran una fuente inagotable de preguntas curiosas.
—La Tierra solo tiene un satélite natural, ¿alguien conoce su
nombre? —se hizo un silencio sepulcral, ninguno conocía la respuesta—.
Es muy fácil, solo la vemos por la noche.
—¡La Luna! —respondieron todos al unísono.
—¡Muy bien!
—Seño, Nuria —levantó su dedito Carla—, ¿cuántos satélites tiene
Venus?
Aquella pregunta la sentí directamente al corazón. Tragué saliva y
respiré hondo. Sonreí.
—¿Venus? Venus no tiene satélites.

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