Foucault Michel - La Etica Del Pensamiento
Foucault Michel - La Etica Del Pensamiento
Foucault Michel - La Etica Del Pensamiento
D., Dits et Ecrits. 1954-1988. t. I, II, III, IV, París, Gallimard, 1994.
MC, Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines, París,
Gallimard, 1966.
MFD., Mal faire, dire vrai. Fonction de l’aveu en justice. Cours de Louvain 1981,
University of Chicago, Press U. de Louvain, 2012.
no hay libro que yo haya escrito sin, al menos en parte, una experiencia
directa, personal. He tenido una relación personal, compleja, con la locura y con la
institución psiquiátrica. He tenido con la enfermedad y con la muerte también una
cierta relación. He escrito sobre el Nacimiento de la clínica y la introducción de la
muerte en el saber médico en un momento en que esas cosas tenían una cierta
importancia para mí. Lo mismo, por razones distintas, con respecto a la prisión y a
la sexualidad.[4]
Me parece que había quizá una manera más simple, yo diría más
inmediatamente práctica, de plantear correctamente la relación entre la teoría y la
práctica, que consistía en ponerla en obra en la propia práctica. En este sentido,
podría decir que siempre he tenido lo que fueran mis obras, en un sentido, por
fragmentos de autobiografía. Mis libros han sido siempre mis problemas
personales con la locura, la prisión, la sexualidad.[5]
A veces este carácter ético se expresaba sobre todo en los fines múltiples a
los que la obra respondía, como era el caso con La voluntad de saber, el primer
volumen de su Historia de la sexualidad. Una obra que en su momento se leyó
exclusivamente desde el punto de vista de una teoría o analítica del poder.
Reparemos en esta respuesta en una de la múltiples entrevistas concedidas por el
autor:
Respuesta: No. Si por ética entiende un código que nos diría cómo actuar,
entonces, claramente, la Historia de la sexualidad no es una ética. Pero si por ética
entiende la relación que usted tiene consigo mismo cuando actúa, entonces diría
que tiende a ser una ética, o al menos a mostrar qué podría ser una ética del
comportamiento sexual. Sería una que no estaría dominada por el problema de la
verdad profunda de nuestra vida sexual. La relación que creo necesitamos tener
con nosotros mismos cuando tenemos sexo es una ética del placer, de la
intensificación del placer[6].
Para mí, el trabajo intelectual está relacionado con lo que usted podría
llamar «esteticismo», lo que significa transformarse a sí mismo. Creo que mi
problema es esta extraña relación entre conocimiento, estudio, teoría e historia real.
[…]
Ya ve, eso es por lo que trabajo como un animal. Y trabajé como un animal
toda mi vida. No estoy interesado en el estatuto académico de lo que estoy
haciendo porque mi problema es mi propia transformación. […] Esta
transformación de uno mismo por el propio conocimiento es, creo, algo más
cercano a la experiencia estética. ¿Por qué trabajaría un pintor si no es
transformado por su pintura?[8].
No hace falta multiplicar las citas, los textos abundan en observaciones como
las referidas hasta ahora. Quede así señalado el subsuelo vital ético desde el que el
autor trabaja y actúa. Han ido apareciendo algunos conceptos centrales, como
experiencia, problematización, fusión de teoría y práctica, técnicas de sí, etc., de los
que tendremos que dar cuenta, pues indicar solamente un talante ético de partida
no es entrar aún en la ética a la que pudo haber dado lugar.
2. RAÍZ KANTIANA. UNA NUEVA FORMA DE FILOSOFÍA
CRÍTICA
Pero esto resultará aun abstracto, poco definido y preciso, pues también hay
en esta interrogación por el presente algo de todo eso respecto de la que se lo
quiere delimitar. Intentemos avanzar, entonces, un poco más. La pregunta de Kant
por el propio tiempo adopta un perfil más concreto en cuanto que se dirige a un
acontecimiento determinado, que es el que define ese tiempo, la Aufklärung. Y ese
acontecimiento es complejo porque no solo implica un conjunto de actitudes, de
acciones, de disposiciones o de cambios institucionales, que se dan en, y
constituyen, unas circunstancias determinadas, sino que es un acontecimiento del
pensamiento, esto es, relativo a la historia de la razón, de la racionalidad; Foucault
dice: «un cierto acontecimiento, el de la Aufklärung, que depende de una historia
general del pensamiento» (LGS, 16). Que afecta, pues, a lo que a los hombres les
hace tales, toda vez que supone una especial disposición del intelecto y una forma
que adopta la razón misma. No es separable el momento mismo de ese tipo de
reflexión que acaba por querer saber de ese momento. Historia y pensamiento se
cruzan, pues, de manera constitutiva como, polos que se interpenetran, como
dimensiones de una misma realidad. La Ilustración es algo que sucede en el
tiempo, pero no hay que olvidar que es también una permanente disposición del
ser humano en cuanto ser de razón, en cuanto volcado al conocimiento, que mejora
con él su medio, etc. De manera que el propio acontecimiento está marcado por esa
doble naturaleza de universalidad y particularidad.
Se ve, entonces, aunque Foucault no nos alerte de este punto, cómo las dos
formas de filosofía, la analítica de la verdad y la ontología del presente no pueden ser
separadas. La sagitalidad del tiempo y la filosofía, de la que hablábamos hace unos
instantes, tiene aquí su expresión. Con esa doble dimensión: por una parte, su
problemática, la necesidad de revisión de la razón, de someter esta también al
tribunal de la crítica (analítica de la verdad), y por otra, el papel que la filosofía
misma puede jugar como parte relevante del fenómeno que está en marcha, del
acontecimiento Ilustración (ontología del presente). Todo el sentido, pues, de la
filosofía kantiana está encerrado en ese atravesamiento por su presente [15]. Al final
fue ese pequeño escrito que respondía a la pregunta por la Ilustración el que vino a
revelar su clave.
Para comprender mejor cómo puede darse una salida es preciso examinar la
estructura en que se desenvuelve la minoría de edad, que Kant caracteriza
mediante la distinción entre el uso privado de la razón y su uso público. Considera
que esa minoría se da por cuanto que la obediencia exigible y justificada en el uso
privado, esto es, cuando el sujeto pertenece a una comunidad determinada y se
debe a ella (como el sacerdote, el funcionario, el militar) y en consecuencia en el
ámbito delimitado por su institución ha de subordinarse a sus superiores, sacrifica
también la libertad de razonamiento, de pensamiento que ha de tener, sin ningún
límite, en el uso público de su razón, es decir, cuando ya no como miembro de una
institución sino como sujeto universal, como ciudadano del mundo, se dirige a
todos, al público. Mayoría de edad, por tanto, significaría que la obediencia
delimitada primera no comprometiese la libertad total segunda, que la obediencia
no sacrificase el pensamiento, que hubiera pues la perfecta delimitación de lo que
es exigible al uso privado y al uso público de la razón. La ilustración comportaría,
pues, un especial reparto entre, por un lado, lo que el individuo se exige a sí y a lo
que se compromete (pensar, obedecer, etc.) y, por otro, aquello que le es dable a la
autoridad y a las instituciones (respetar esa división, circunscribir su principio de
obediencia, etc.); en términos de Foucault: «He ahí en lo que ha de consistir el
proceso de la Aufklärung, el nuevo reparto, la nueva distribución del gobierno de sí
y el gobierno de los otros» (LGS, 36); distribución entre las exigencias individuales
y las institucionales, entre el sujeto y la autoridad, entre lo ético y lo político.
Entonces, Kant acaba por determinar que el agente que podría dar paso a
esa estructura en la que se fragua la mayoría de edad sería la acción de un monarca
ilustrado, como el que representaba el «gran Federico», pues este sabía combinar la
libertad necesaria para el pensamiento en lo público, con la estabilidad que el
Estado requiere, con una exigencia de obediencia, guiado por el dictum «razonad
todo lo que queráis pero obedeced». Pero esta alternativa de salida entra en
conflicto con la idea sostenida de que no hay agentes individuales que puedan ser
causa de la liberación. Pero no acaba aquí la incongruencia, sino que Kant subraya
los efectos benéficos que la libertad en lo público conllevaría para la obediencia en
todo el ámbito de la sociedad civil, pues las gentes se convencerían de la necesidad
de obedecer, lo que vendría a comprometer la división de los dos usos establecida.
Sea como fuere, hasta donde hemos seguido la interpretación de estos textos
kantianos, queda esbozada esa nueva forma de filosofía que en ellos se abría. A las
conocidas preguntas en las que Kant resumía la reflexión filosófica: ¿qué puedo
conocer?, ¿qué puedo saber?, ¿qué me cabe esperar?, que a su vez se condensaban
en la pregunta, ¿qué es el hombre?, habría, entonces, que añadir una quinta
pregunta: ¿qué somos nosotros, qué somos en este presente que vivimos? Esa es la
pregunta que Kant se habría hecho a través de su inquietud por la Ilustración y por
la Revolución. Esta es la pregunta que, a su modo, habría intentado responder la
filosofía posterior hasta hoy. Esa forma filosófica es, ciertamente, recorrible a lo
largo de los siglos XIX y XX, cómo el propio tiempo es tematizado, ya como
imperio del principio de subjetividad (Hegel), como era «de la venalidad total»
(Marx), o del nihilismo (Nietzsche), tiempo en que la racionalización nos ha
encerrado en una auténtica «jaula de hierro» (Weber), época de «la planetarización
de la técnica» (Heidegger), de la «administración total» (Adorno), de «la
colonización del mundo de la vida por los sistemas del poder y del dinero»
(Habermas)… Hasta ahora, lo más común era remitir este elevar la propia época a
concepto a aquel que por ello definía a la filosofía misma: Hegel. De hecho así lo
hace Habermas en su estudio, pues estima que Kant no llega a captar lo
característico de la modernidad, él explora el principio de subjetividad moderno,
sus condiciones de autonomía, ante el que todo ha de justificarse en el campo del
conocimiento, de la moral o de la estética. Pero Kant no habría captado que la
diferenciación de esos mismos campos y, a la vez, su propia autonomización
rompía su totalización, su otrora armonía, que ahora ya no podía restaurar un
principio que buscaba la raíz de la fundamentación en sí mismo. Kant no habría
penetrado en la escisión que define a la modernidad; supo analizar lo que era su
tejido, la subjetividad, pero no sus desgarros. Hegel sí haría frente a esta
fragmentación trágica, de aquí que el discurso filosófico de la modernidad se
inaugurase propiamente con él[16]. En cualquier caso, creo que la cuestión no es
tanto de contenido, de índole material relativa a qué se entiendiese por
modernidad o a su captación más adecuada, como de forma, de la manera de
interrogarse, de la pregunta por la modernidad misma más allá de cual fuere su
interpretación, si la de una racionalidad fragmentada o que mantenía sus nexos. Y
si esto es así, ciertamente tendríamos que retrotraernos a Kant, como Foucault
plantea.
3. LA ESTELA FRANCESA EN SU CONFRONTACIÓN CON
EL «WAS IST AUFKLÄRUNG?»
Ese sería el camino en el que se acabaría por situar el tipo de historia de las
ciencias hecho en Francia por los Cavaillès, Koyré, Bachelard o Canguilhem. La
cuestión que de fondo era abordada por ellos no sería sino la misma sobre la que
recaería el pensamiento de la Escuela de Fráncfort, que es exactamente la que
registramos como significado de la interrogación de Kant por la Aufklärung: el
cruce que ella suponía entre, por un lado, el carácter universal de la verdad o de la
racionalidad, su unidad y la afirmación de su autonomía, y, por otro, su inmersión
en la historia, su dependencia de acontecimientos contingentes, su construcción
parcial, fragmentada. Y en ese cruce no se juega tan solo el modo de concebir la
racionalidad, el estatuto del conocimiento, sino sus efectos ético-políticos: «En el
fondo, lo que se trata de examinar tanto en la historia de las ciencias en Francia
como en la teoría crítica alemana es una razón cuya autonomía de estructura
acarrea consigo la historia de los dogmatismos y los despotismos: una razón, por
consiguiente, que solo tendrá un efecto emancipador a condición de liberarse de sí
misma»[19]. Como en el caso de Kant, de lo que se trataba era de analizar qué en la
razón misma podía alimentar el dogmatismo, qué la heteronomía, qué poner al
hombre en los brazos de otro, qué hacer de él un siervo. Y Foucault señalaba tres
acontecimientos en particular, que nos obligaban a retornar a la pregunta kantiana:
1) El del imperio de la racionalidad científico técnica, tanto su relevancia en el
dominio económico como en el político. Un campo del que, habría que decir, que
Weber, Husserl, Heidegger y los francfortianos, se habían ocupado especialmente,
de distinta manera. 2) El del destino fatal de las revoluciones, entendidas desde su
inicio dieciochesco como realización de la razón misma. 3) El de la erección de
Occidente y su racionalidad frente a su imperio colonial, frente al tercer mundo,
cómo único y universal modelo y criterio. A Foucault le preocupaban
particularmente «los lazos entre racionalización y poder» [20]. ¿No estaban ligadas a
ella muy especialmente las «dos formas patológicas» de poder que habían marcado
el siglo XX: stalinismo y fascismo? Este punto era el que había ahora que someter a
análisis, este nuevo rebasamiento de sus límites por parte de la razón, unos límites
que ya no eran aquellos en los que Kant había pensado. «Desde Kant, el papel de la
filosofía ha sido impedir a la razón superar los límites de lo que es dado en la
experiencia; pero, desde esa época —es decir, con el desarrollo de los Estados
modernos y la organización política de la sociedad— el papel de la filosofía ha sido
también el de vigilar los abusos de poder de la racionalidad política —lo que le
concede una experiencia de vida bastante prometedora» [21]. El problema no sería,
pues, tanto el de la razón en sí misma, ni siquiera el de la razón en el campo del
conocimiento, sino el de la razón, mejor, su especial configuración, la racionalidad,
en el campo extenso de la política. Hoy los límites que habrían de trazarse a la
razón serían, pues, de otra naturaleza.
Ahora bien, ¿de qué manera es posible realizar esta tarea? ¿Cómo ser fieles a
este ethos filosófico? ¿Habrá que emprender una especie de nueva crítica de la
razón, pues de algún modo se apunta a una determinada racionalidad como base
de nuestros males, de nuestros límites? Foucault piensa que este planteamiento
sería totalmente erróneo pues no existe una Razón que en su globalidad fuera
plasmándose hegelianamente en la historia, o que, fenomenológicamente, el
hombre hubiese ido proyectando en un espacio crecientemente más amplio, como
quería el proyecto ilustrado. Por lo mismo también carecería de sentido oponer ese
polo benéfico a una no menos unitaria sin-Razón. Este es el absurdo juego del
racionalismo e irracionalismo al que Foucault se resistía, por mucho que se le
acusara de jugar en el segundo polo. Probablemente, aguijoneado por estos
abusivos reproches, varias veces insistió en el «chantaje» que suponía este juego,
que terminaba por declarar contrario a la Ilustración, y, en consecuencia, a la
racionalidad misma, a cualquier crítica a ella dirigida, y no eran pocas las que
podían encontrarse en la obra foucaultiana[31]. Foucault rechazaba lo que
podríamos denominar el modelo de la gran bifurcación, ese momento en el que la
marcha benéfica de la Razón se desviaba de su camino y su luz se extinguía, por lo
que, en consecuencia, habría que retrotraerse a aquel punto para retomar la buena
senda, y esa recuperación adquiría a menudo la forma de la memoria, de su lucha
frente al gran olvido. Tanto la fenomenología como el marxismo serían dos
variantes del mismo[32]. El modelo weberiano, tan influyente en algunas de estas
formas, no nos pondría tanto en la perspectiva de una bifurcación, de un
alejamiento de la razón a partir de un momento dado como en la de su conversión
en algo negativo por su consumación progresiva, por su extensión. La
fenomenología partiría de la idea de un sujeto fundante, instaurador de la razón,
de su proyecto esencial, que en un momento del proceso adquiere una bizarra
configuración (naturalismo, objetivismo, matematicismo) que se sustrae al
Lebenswelt (mundo de la vida) al que permanecía unida, del que adquiría su
sentido pleno y fines, y se autonomizaba fatalmente. Se requeriría, por tanto,
devolverla a su suelo natal para retomar el buen camino abandonado. En el caso
del marxismo, ya en su variante luckasiana o en la francfortiana, más allá de la
cuestión de un sujeto fundacional, se cifraría la causa del momento de la gran
bifurcación, el momento del irracionalismo y de la desustanciación de la razón en
mera razón formal o instrumental, en un conjunto diverso de causas sociales, que
remitirían, en el extremo, a un cambio en el modo de producción capitalista o que,
incluso, podrían retrotraerse hasta el comienzo mismo de la civilización occidental.
Foucault era demasiado nietzscheano como para compartir este modelo que
esquematizamos. Ni había que partir de sujeto fundante ni unificador alguno, ni de
una especie de razón unitaria sobre la que la historia apenas ejerce otro efecto que
el de su facilitación u obstáculo, de un macroprocreso de racionalización —término
que en sí debiera ser metodológicamente evitado [33]; frente a todo ello: sumersión
del sujeto mismo en la historia y constitución contingente y plural de diversas
formas de racionalidad, la razón en su pluralidad como «acontecimiento», como tal
sometido a la multiplicidad heterogénea de las causas, de las relaciones y de las
prácticas[34].
Con ese bagaje de fondo —hay que recordar que Nietzsche fue el operador
en el panorama filosófico francés para el distanciamiento respecto de las tendencias
dominantes de la fenomenología y el marxismo—, Foucault prefiere plantear el
problema de la Ilustración, el del cuestionamiento de los límites fijados
innecesariamente, el del nexo de racionalidad y poder o dominación, abordando
campos diversos de nuestra cultura, experiencias claves de ella en que una
determinada racionalidad se ha constituido, sean estas la locura, la enfermedad, los
modos discursivos en que se ha definido un sujeto vivo, hablante, de producción,
experiencia de la delincuencia, de la sexualidad, de la constitución de sí mismo,
por señalar los diversos espacios del trabajo foucaultiano. La fidelidad al ethos
ilustrado debiera, pues, conducir a un conjunto diverso de investigaciones
históricas, de arqueo-genealogía del sujeto occidental en diversos campos de
experiencia. Esto es exactamente lo que nos exigiría la ontología del presente. Esto
es lo que Foucault trató de hacer.
Podría decirse que si Kant consideraba la verdad dentro del marco de lo que
se denominaba «analítica de la verdad», Foucault lo hace desde la perspectiva de la
«ontología del presente», de nosotros mismos. El elemento central de aquella
primera forma de filosofía es enfocado desde esta segunda forma, la que el propio
Kant habría inaugurado. Al hacer esto, Foucault viene a sumergir en la historia las
condiciones trascendentales del conocimiento, por lo que en él se enlazarían de
esta especial manera las dos formas de filosofía crítica, la analítica de la verdad y la
ontología del presente.
En dos de sus últimos textos, que Foucault preparó para que sirvieran de
prefacio a su nuevo proyecto de Historia de la sexualidad, uno de los cuales
solamente se publicaría como introducción a El uso de los placeres, volvía sobre este
concepto tan recurrente:
Foucault advierte que «la importancia relativa de esos tres ejes no es siempre
la misma en todas las formas de experiencia» [41]. Y, en efecto, si repasamos cada
una de sus obras, vemos que la relevancia y atención a cada uno varia, del estudio
de la experiencia de la locura al de la experiencia de la sexualidad. Sin duda, de
todas sus obras, la más rica en campos de atención, aquella en que todos los ejes
son contemplados es la Historia de la locura, y ello a pesar de que ahí, como es
lógico, no en vano fue considerada su primera obra arqueológica, aun no se habría
elaborado lo suficiente, tanto su concepto de experiencia o su concepto de poder,
como él mismo reconocería. En la visión retrospectiva que hace sobre todo su
trabajo en uno de sus últimos cursos en el Collège, decía sobre esta obra: después
de precisar muy significativamente que en ella no trataba de analizar la locura
«como un objeto invariante a través de la historia, y sobre el cual habrían jugado
un cierto número de sistemas de representaciones», y que tampoco pretendía
«estudiar la actitud que se había podido tener, a través de los siglos o en un
momento dado, a propósito de la locura»; son desechadas, pues, estas dos otras
maneras de hacer historia, por lo demás, muy habituales: una historia de las
representaciones, o de las ideologías, sobre algo que se estima permanente, pero que
en función de factores diversos cambia en el modo de ser entendido; ni una
historia de las sensibilidades, reacciones, comportamientos sociales hacia ella,
vinculados a valores e ideas, como sería una historia de las mentalidades. No se
trataría de ninguno de esos modos de historiar la locura.
Pero vemos ahí algo más, y es que así como no encontramos corte entre
pensamiento y acción, entre vida y teoría, tampoco lo encontramos entre el intento
de transformarse a sí mismo, que calificamos de moral y el cambio político de toda
una forma de racionalidad, de toda una estructura de experiencia. Lo que nos
viene a poner sobre la tesis de negación también de un corte entre ética y política.
Numerosas veces en su período último Foucault declaró que su objetivo era
transformarse a sí mismo, tratar de ser de otra manera, franquear los límites
impuestos. A esto a veces lo denominaba estética de la existencia, arte de la existencia,
recuperando un ideal central de la moral antigua, de la subjetividad moral antigua.
Y aquí y allá se refería a algunos de los motivos que moverían a esta ética, que
sintéticamente cabría fijar:
No es una positividad dada, sino más bien una negatividad lo que justifica
la acción, no es lo indudable de un conocimiento sino lo insoportable de un
sufrimiento. Esto sería tan válido en moral como en política, indisociables para
nuestro autor. Al fin porque todos somos víctima, de algún modo, del poder es por
lo que nuestra rebelión se justifica. «Después de todo, todos somos gobernados y,
por ello, solidarios». «La desgracia de los hombres no debe ser jamás un resto
mudo de la política. Funda un derecho absoluto a levantarse y dirigirse a los que
detentan el poder».[68]
Foucault decía que todo su trabajo, todos sus libros eran un intento de
transformarse a sí mismo, y eran al mismo tiempo un modo de señalar a los otros,
como quedó indicado, que la libertad es más amplia de lo que pensamos, que la
transformación de lo que parece inamovible es posible. ¿No era esta la finalidad
ético-política del trabajo filosófico en la historia? Ética y política eran dos caras de
un mismo fenómeno. Si queremos cambiarnos a nosotros mismos, sabiendo la red
en la que hemos sido moldeados, tenemos que cambiar no solo el mal gobierno de
sí, sino también el mal gobierno de la comunidad, por eso el problema ético es
político. «Quizá nuestro problema es ahora descubrir que el yo no es otra cosa que
el correlato histórico de la tecnología construida en nuestra historia. Quizá el
problema es cambiar esas tecnologías. Y, en este caso, uno de los problemas
políticos principales sería actualmente, en el estricto sentido de la palabra, la
política de nosotros mismos»[79]. Del individuo y su trabajo sobre sí a la comunidad
y la transformación del medio colectivo no había sino continuidad: «Lo que quiero
decir muy simplemente es que, en el tipo de análisis que intento proponerles desde
un cierto tiempo, ven que: relaciones de poder-gubernamentalidad-gobierno de sí
y de los otros-relación de uno consigo, todo esto constituye una cadena, una trama,
y que es ahí, en torno a estas nociones que se debe, creo, poder articular la cuestión
de la política y la cuestión de la ética» (LHS, 24).
8. ÉTICA DEL PENSAMIENTO
Bueno, solo nos queda que recoger los cabos lanzados en las aproximaciones
reflexivas hechas para dar cuerpo a la tesis que sostenemos de que la ética que
recorre los trabajos foucaultianos es una ética del pensamiento. Si estamos en lo
cierto, la primera vez en que se refiere a una ética del pensamiento es en Las
palabras y las cosas, con un enfoque distinto, ciertamente. Allí aparece como un
resultado del cambio epistémico por el que con el surgimiento del hombre queda
atrás definitivamente la episteme clásica. Surge entonces una tensión por la que el
sujeto, su pensamiento, el cogito es constantemente rebasado por algo previo, el
lenguaje, la vida, la historia. De forma natural se desprende la tarea, una especie de
prescripción, de imperativo que insta al sujeto a dar cobro a eso que lo rebasa, a
tratar de captar lo impensado, lo que constantemente apunta a un más allá del
sujeto. Esta es la ética del pensamiento, la impulsión a traer a conciencia lo que le
rebasa, pensar lo impensado, tome las formas que tome (psíquicas, antropológicas,
cognitivas, lingüísticas, etc.), inconsciente (Schopenhauer), alienación (Marx), lo
inactual e implícito (Husserl). «Todo el pensamiento moderno está atravesado por
la ley de pensar lo impensado —de reflexionar en la forma del para-sí los
contenidos del en-sí, de desalienar al hombre reconciliándole con su propia
esencia, de explicitar el horizonte que da a las experiencias su transfondo de
evidencia inmediata y desarmada, de levantar el velo del Inconsciente, de
absorberse en su silencio o de disponer el oído hacia su murmullo indefinido»
(MC, 338). En esa captura sin fin, el sujeto se transforma toda vez que la reflexión
modifica lo reflexionado. El pensamiento, entonces, es acción al mismo tiempo. No
cabe una llamada a la acción, como aquello que se sigue de la idea, una llamada a
una salida de sí, todo esto queda replegado en el propio pensamiento. La ética
moderna, en el sentido de esa apelación a otra acción quedaría entonces
imposibilitada; en ella «todo imperativo está alojado en el interior del pensamiento
y de su movimiento para retomar lo impensado; es la reflexión, es la toma de
conciencia, es la elucidación de lo silencioso […] lo que constituye por sí solo el
contenido y la forma de la ética» (MC, 338-339). No es posible formular una moral
porque el pensamiento es ya en sí la acción, «es desde el principio, y en su propio
espesor, un cierto modo de acción». Como tal «el pensamiento es ya salida de sí
mismo en su ser propio, no es ya teoría; desde el momento en que piensa, hiere o
reconcilia, aproxima o aleja […] es en sí mismo una acción» (MC, 339).
Pues bien, ¿no es esta ética del pensamiento, que allí describía Foucault
como un resultado de la episteme moderna, la que finalmente él nos proponía?
Claro es que la gran diferencia en el caso de Foucault es que él desplaza la figura
del hombre, el ser de la finitud, en torno a la que se recortaba ese planteamiento, lo
que sucedía ciertamente por el cambio en la concepción del sujeto y de la
subjetividad, al someterlo a una completa historización, sino también por el
cambio en la propia concepción del pensamiento al no delimitarse por el
paradigma de la conciencia; al fin, Foucault venía a situarse en la estela de la
ruptura que con esta episteme, con ese constante referirse a eso Otro que rebasa el
cogito en los términos de este, del sujeto, y no de manera autónoma, planteaban las
obras de un Levi-Strauss o un Lacan y toda la neolingüística.
Que esto no suponía ninguna escisión entre teoría y praxis, lo hemos visto,
pues la propia praxis del pensamiento, la problematización traía consigo multitud
de otras prácticas en una continuidad sin solución, como en el mismo Foucault el
trabajo sobre la prisión, la tarea de desvelar el sistema de pensamiento que le
subyacía iba unida al trabajo en el Grupo de Información de Prisiones, y era una
especie de respuesta a otras prácticas en esa línea, esto es, se daba en una red de
prácticas. Ni tampoco el pensamiento suponía una especie de aislamiento en la
conciencia, en primer lugar porque el propio pensamiento requería una ascesis, una
práctica sobre sí mismo, un modo de vida; además el pensamiento se daba en una
estructura de elementos múltiples en los que se conforma, unas relaciones de
sujeto y objeto, y que el cambio en estas ayuda a aquella tarea de problematización,
el pensamiento se da dentro de un sistema de pensamiento; en fin, que esa práctica
tenía lugar en medio de prácticas, como continuidad de otras y continuada por
otras. La relación múltiple y las consecuencias de esta ética del pensamiento
pudieran merecer igualmente la calificación de política del pensamiento, o como
alguna vez señalaba Foucault: la política como una ética. En el caso foucaultiano, su
objetivo se centró en los juegos de verdad que terminaban por imponerse en cada
ámbito de nuestra cultura, por lo que la transformación de nosotros mismos
pasaba por un cambio en el régimen de verdad, por una política de la verdad. Este
cambio en el lugar de la verdad en nuestra cultura estaba en consonancia con su
opción por una forma de filosofía como ontología del presente, estaba en intrínseca
relación con la actitud ética inserta en la misma, pues uno de los aspectos centrales
de aquel cambio debería ser una cierta recuperación de una idea griega, la que
tomaba el mundo como lugar de prueba de los sujetos, como lugar de mejora de sí
mismos, y no tanto como lugar de conocimiento. «Yo caracterizaría el ethos
filosófico propio a la ontología crítica de nosotros mismos como una prueba
histórico-práctica de los límites que podemos franquear, y por tanto como trabajo
de nosotros mismos sobre nosotros mismos en tanto que seres libres» [81].
Esa misma era la tarea de la filosofía un trabajo del pensamiento sobre sí,
«un trabajo por conseguir liberar el pensamiento de lo que él piensa
silenciosamente y le permita pensar de otra manera». (UP, 15); pues el pensar de
otra manera iba de consuno con el intento de ser de otra manera. «¿Pero qué es la
filosofía hoy —quiero decir la actividad filosófica— si no es el trabajo crítico del
pensamiento sobre sí mismo? ¿Y si no consiste, en lugar de legitimar lo que ya se
sabe, en emprender saber cómo y hasta dónde sería posible pensar de otra
manera?» (UP, 14-15). «De la filosofía depende el desplazamiento de los marcos de
pensamiento […] todo lo que se hace para pensar de otro modo, para devenir otra
cosa que lo que se es». Y por lo mismo, si hemos señalado que la verdad juega un
papel primordial en ese intento, a la filosofía no le queda otra función que
confrontarse con esta cuestión: «¿Qué es la filosofía sino una manera de
reflexionar, no sobre lo que es verdadero y lo que es falso, sino sobre nuestra
relación a la verdad?»[82]
Toda ética tiene un fin, una ética del pensamiento, que nace de la propia
naturaleza de este no puede tener otro que el pensamiento mismo, que es otra
manera de decir la libertad. Sí entre ética y libertad hay un reenvío mutuo, pues «la
libertad es la condición ontológica de la ética; pero la ética es la forma reflexiva que
toma la libertad»[83], así también entre pensamiento y libertad. El trabajo del
pensamiento sobre el pensamiento era el trabajo de cambiar nuestros límites, «es
decir una labor paciente que da forma a la impaciencia de la libertad»[84].
Nota sobre esta edición
Los lectores que quisieran averiguar cómo los hombres han amado en el
curso de los siglos o cómo eso les fue prohibido (cuestión absolutamente seria,
importante y difícil) quedarán probablemente decepcionados. Yo no he querido
escribir la historia del comportamiento sexual en las sociedades occidentales, sino
tratar una cuestión más sobria y más limitada: ¿cómo esos comportamientos han
llegado a ser objetos del saber? ¿Por qué vías y por qué razones se ha organizado
ese dominio de conocimiento que es circunscrito por esta palabra relativamente
nueva de «sexualidad»? Se trata aquí del devenir de un saber que querríamos
tomar en su raíz: en las instituciones religiosas, en los reglamentos pedagógicos, en
las prácticas médicas, en las estructuras familiares en el seno de las cuales se ha
formado, pero también en las coerciones que ha ejercido sobre los individuos,
desde el momento en que se les persuadió de que tendrían que descubrir en sí
mismos la fuerza secreta y peligrosa de una «sexualidad».
Sé que es imprudente enviar primero, como una bengala, un libro que hace
sin cesar alusión a las publicaciones por venir. El peligro de que dé la apariencia de
arbitrario y dogmático es grande. Sus hipótesis podrían tener el aire de
afirmaciones que zanjan la cuestión, y las rejillas de análisis propuestas podrían
conducir a un malentendido y ser tomadas por una nueva teoría. Es así cómo en
Francia críticos, súbitamente convertidos a los beneficios de la lucha contra la
represión (sin haber manifestado hasta entonces gran celo en ese dominio), me han
reprochado negar que la sexualidad haya sido reprimida. Pero yo en manera
alguna he pretendido que no haya habido represión de la sexualidad. Yo tan solo
me he preguntado si, para descifrar las relaciones entre el poder, el saber y el sexo,
era obligado que el conjunto del análisis se guiase por el concepto de represión; o
bien si no se podía comprender mejor insertando las censuras, las prohibiciones,
forclusiones[86] y disimulos en una estrategia más compleja y más global que no
esté ordenada sobre el rechazo como fin principal y fundamental.
—Foucault: Sería difícil dar las razones reales, tan solo puedo ofrecerle unos
pocos recuerdos. Para empezar, diría que nunca sentí que tuviera vocación de
escritor: No creo que escribir sea mi trabajo y no creo que coger un bolígrafo sea —
para mi, estoy hablando solo de mí mismo— una especie de actividad absoluta
más importante que cualquier otra cosa. Fue, por tanto, una serie de circunstancias
—estudiar filosofía, luego psicología, después hacer prácticas en un hospital
psiquiátrico con la suerte de no estar allí ni como paciente ni como doctor, es decir,
de poder observar las cosas con una mente completamente abierta, de un modo
enteramente neutral, al margen de los códigos habituales— lo que me llevó a ser
consciente de esta realidad extremadamente extraña que llamamos confinamiento.
Lo que me impactó fue que esa práctica de confinamiento era aceptada por ambos
lados como absolutamente evidente… Sin embargo, llegué a darme cuenta de que
estaba lejos de ser evidente y de que era la culminación de una muy larga historia,
una culminación que no tuvo lugar hasta el siglo XIX.
P. B.: Porque tras la Historia de la locura está el problema de la Europa del Este.
P. B.: En 1966 usted saca a la luz un libro, Las palabras y las cosas[95], que ha sido
famoso desde entonces. Este difícil libro…
P. B.: Tras Las palabras y las cosas (que usted complementó con La arqueología
del saber[96]), publicó, en 1975, Vigilar y castigar[97]. Si Las palabras y las cosas era un
libro difícil, Vigilar y castigar estaba dirigido a un público mucho más amplio.
—Foucault: Sí, ese fue ciertamente un aspecto muy importante de ello. Creo
y espero que Vigilar y castigar no sea un libro de difícil lectura —incluso si intento
no sacrificar la precisión o el detalle histórico. En cualquier caso, sé que muchas
personas no académicas en el sentido estricto del término, o no intelectuales en el
sentido parisino del término han leído este libro. Sé que gente relacionada con las
prisiones, abogados, educadores, visitantes de prisiones, por no mencionar a los
prisioneros mismos, lo han leído; y era precisamente a gente de ese tipo a la que en
un principio me dirigía. Pues lo que realmente me interesaba en Vigilar y castigar
era ser leído por un público más amplio que el compuesto por estudiantes,
filósofos o historiadores. Si un abogado puede leer Vigilar y castigar como un
tratado sobre la historia del procedimiento penal, yo simplemente estoy
encantadísimo. O, si prefiere otro ejemplo, estoy encantado con que los
historiadores no descubran ningún error importante en Vigilar y castigar y que, al
mismo tiempo, los prisioneros lo lean en sus celdas. Hacer posible esos dos tipos
de lectura es algo importante, incluso si no es fácil para mí mantener a las dos
juntas.
P. B.: Para analizar el poder, uno no tiene que vincularlo a priori con la represión…
—Foucault: Exactamente…
P. B.: Por esto, en Vigilar y castigar, usted muestra con el ejemplo de las prisiones
que era más útil para el poder, en un momento particular, observar que castigar. En La
voluntad de saber, con el ejemplo de la sexualidad, usted quería mostrar, entonces, que
era más útil para el poder admitir el sexo que prohibirlo. ¿Es así?
P. B.: En una entrevista que usted tuvo con Gilles Deleuze en 1972 [100], usted dijo
esto: «Es el gran desconocido en el presente: ¿quién ejerce el poder? y ¿dónde lo ejerce?
Hoy en día sabemos más o menos quién explota, a dónde va la ganancia, por qué manos
pasa y dónde es reinvertida. Pero el poder… sabemos muy bien que no son los que
gobiernan quienes lo tienen. La noción de “clase dominante” ni está muy clara ni muy
desarrollada». ¿Podría explicarme este análisis del poder con mayor detalle?
—Foucault: Sería atrevido por mi parte si le dijera que mis ideas sobre este
tema son más claras ahora que entonces. Todavía creo, pues, que el modo en que el
poder es ejercido y funciona en una sociedad como la nuestra está poco entendido.
Por supuesto, hay estudios sociológicos que nos muestran quiénes son los jefes de
la industria en el presente, cómo se forman los políticos y de dónde vienen; hay
también estudios más generales, habitualmente inspirados por el marxismo, que se
ocupan de la dominación de la clase burguesa en nuestras sociedades. Pero, bajo
este paraguas general, las cosas me parecen mucho más complejas. En las
sociedades industrializadas de Occidente, las preguntas «¿Quién ejerce el poder?
¿Cómo? ¿Sobre quién?» son ciertamente las que la gente siente con más fuerza. El
problema de la pobreza, que obsesionó al siglo XIX, ya no es, para nuestras
sociedades occidentales, de primera importancia. Por otro lado: ¿Quién toma
decisiones por mí? ¿Quién me impide hacer esto y me dice que haga aquello?
¿Quién está programando mis movimientos y actividades?, ¿Quién me está
forzando a vivir en un lugar determinado cuando yo trabajo en otro? ¿Cómo se
toman esas decisiones a las que mi vida está completamente unida? Todas esas
cuestiones me parece que son fundamentales hoy. Y no creo que esta pregunta
“¿quién ejerce el poder?” pueda responderse a menos que otra pregunta “¿cómo
ocurre?” se responda al mismo tiempo. Por supuesto, tenemos que mostrar
quienes son los responsables, sabemos que tenemos que recurrir, digamos, a
diputados, ministros, destacados secretarios privados, etc. Pero esta no es la
cuestión importante, pues sabemos perfectamente bien que incluso si llegásemos a
designar exactamente a toda esa gente, a todos esos “decision-makers”, todavía no
sabríamos realmente por qué y cómo se toma la decisión, cómo llega a ser aceptada
por todos, y cómo es que perjudica a una particular categoría de personas, etc.
P. B.: Entonces, no podemos estudiar el poder sin lo que usted llama «estrategias de
poder»…
—Foucault: Sí, las estrategias, las redes, los mecanismos, todas esas técnicas
por las que una decisión es aceptada y por las que esa decisión no podía haber sido
tomada sino en la manera en que lo fue.
P. B.: Todos sus análisis tienden a mostrar que hay poder por todas partes, incluso
en las fibras de nuestros cuerpos, por ejemplo, en la sexualidad. El marxismo ha sido
criticado por analizar todo en términos económicos e incluso reducir todo, en último
análisis, a un problema económico. ¿No puede, también, ser usted criticado por ver el poder
en todas partes y, en último análisis, de reducir todo a poder?
P. B.: Una de sus tesis es que las estrategias de poder producen realmente
conocimiento. En contra de la idea tradicional, parece no haber incompatibilidad entre
poder y saber.
P. B.: Su análisis de las relaciones entre saber y poder tiene lugar en el área de las
ciencias humanas. Esto no afecta a las ciencias exactas, ¿o sí?
—Foucault: ¡Oh no, en absoluto! No haría una tal afirmación por mi parte. Y,
en cualquier caso, usted sabe, yo soy un empirista: no intento avanzar cosas sin ver
si son aplicables. Dicho esto, para responder a su pregunta, diría lo siguiente: se ha
subrayado a menudo que el desarrollo de la química, por ejemplo, no se entendería
sin el desarrollo de las necesidades industriales. Esto es verdad y se ha
demostrado. Pero lo que me parece ser más interesante para analizar es cómo la
ciencia, en Europa, ha llegado a ser institucionalizada como un poder. No es
suficiente decir que la ciencia es un conjunto de procedimientos por los que las
proposiciones pueden ser falsadas, los errores demostrados, los mitos
desmitificados, etc. La ciencia también ejerce el poder: es, literalmente, un poder
que te fuerza a decir ciertas cosas, si no quieres ser descalificado no solo como
alguien equivocado, sino, más gravemente que eso, como un charlatán. La ciencia
ha llegado a ser institucionalizada como un poder a través de un sistema
universitario y de su propio aparato constrictivo de laboratorios y experimentos.
P. B.: Usted traza una distinción entre «el intelectual universal» de una época
anterior, que se pronunciaba sobre todo lo existente bajo el sol, y un nuevo tipo de
intelectual, el «intelectual específico». ¿Podría decir algo sobre esta distinción? [102]
P. B.: Cuando fue invitado por Bernard Pivot a tomar parte en uno de sus
programas televisivos, « Apostrophes», sobre la publicación de La voluntad de saber,
usted sacrificó, en cierto sentido, el tiempo a su disposición para llamar la atención sobre el
caso del doctor Stern, entonces encarcelado por las autoridades soviéticas[103].
P. B.: ¿Cómo ve su éxito y, más en general, el entusiasmo por las ciencias humanas
y por los escritos filosóficos desde los 60?
—Foucault: En lo que concierne a mi éxito, hay que tener un sentido de la
proporción. Sin embargo, hubo ese fenómeno de audiencias que se extendía más
allá de la sala de conferencias. Es un fenómeno que comenzó antes de mi, con Levi-
Strauss y su libro Tristes trópicos[104]: de repente la antropología humana se dirigía
no a 200 personas, o a 2000, sino a 20 000, cuando no a 200.000. Ese fenómeno, del
que yo era parte, como lo eran también Levi-Strauss y Barthes, es verdaderamente
inquietante. Lo que es cierto es que fuimos tomados completamente por sorpresa,
pillados realmente sin preparación, no teniendo ni idea de cómo dirigirse a un
público tal y qué hacer con ello. Y, en efecto, eso es por lo que no sabíamos
realmente cómo hacer uso de los mass media. La relación entre nosotros y nuestro
público lector nunca fue claramente establecida. Fue como si los libros estuvieran
siendo requeridos para proveer no tanto la dimensión imaginaria extra que se
acostumbraba a esperar de ellos, sino más bien una visión de la sociedad más
elaborada, más a largo plazo.
3. Metodología para el conocimiento del mundo: Cómo
deshacerse del marxismo, 1978[105]
—Al leer sus obras, en particular Las palabras y las cosas, procuré encontrar un
punto de contacto, algo que me interesara en este momento y que abarcara un conjunto. He
pensado en el siguiente tema, aun cuando se lo pueda formular de diferentes maneras:
¿cómo deshacerse del marxismo? O: ¿cómo no deshacerse de él? Se trata de una cuestión
sobre la cual reflexiono y que me cuesta un tanto dilucidar, en este mismo momento. Usted
mencionó el marxismo en un pasaje de su libro Las palabras y las cosas. Y dice más o
menos esto: el marxismo propuso, en el marco del pensamiento del siglo XIX, una
problemática que se opone a la economía burguesa o clásica; ahora bien, esa problemática
está inmersa por completo en el modelo intelectual totalizador de aquel siglo; el marxismo
se mueve en el pensamiento del siglo XIX como un pez en el agua, y en otros lugares deja
de respirar; el marxismo hace profesión de cambiar el mundo, pero carece de las
disposiciones necesarias para ello; en suma, el marxismo está perfectamente integrado al
pensamiento del siglo XIX[106]. Este pasaje me resultó de sumo interés. Paralelamente, usted
menciona los aportes más importantes del pensamiento del siglo XIX, incluido el marxismo.
Ante todo, ese pensamiento destacó la historicidad de la economía. A continuación —no
estoy seguro de haber comprendido bien— planteó el problema de los límites del valor del
trabajo humano. Y por último, inscribió el plazo de un fin de la historia. Usted afirma que
estos son problemas que, planteados por el siglo XIX, siguen ocupando a la posteridad.
Hay otra cosa que me interesó: el marxismo, según sus palabras, está perfectamente
inmerso en la disposición arqueológica de un pensamiento totalizador y no lo desborda en
modo alguno. Este punto de vista es muy estimulante y yo coincido por completo con él.
Pero, en mi opinión, esto no constituye un defecto del marxismo o del pensamiento de
Marx, sino una cualidad. El hecho de que el marxismo o el pensamiento de Marx estén en
una continuidad con la economía clásica, sin haberse librado de ella, ¿no es más bien
positivo? En otras palabras, me parece que si aún hoy el pensamiento de Marx brinda
posibilidades, es porque no se deshizo de la economía clásica.
Creo que hay ciertos matices que diferencian el pensamiento de Marx del
pensamiento de su colega Engels. Para resumir esquemáticamente el primero, en la base
hay una filosofía de la naturaleza; por encima de ella, un análisis histórico (en términos de
historia de la naturaleza) de la estructura económica y social y, para terminar, en la cumbre
tiene su trono todo un dominio de la teoría hegeliana de la voluntad. Hegel entendía por
ello todo un conjunto, ya se tratara del derecho, del Estado, de la religión, de la sociedad
civil y, por supuesto, de la moral, la persona y la conciencia de sí. Ahora bien, me parece
que Marx consideró que ese dominio de la teoría hegeliana de la voluntad se apoyaba en un
análisis de la sociedad realizado desde el punto de vista de la historia de la naturaleza. Ese
tratamiento significa que Marx no se deshizo de Hegel: no lo liquidó ni lo excluyó, sino que
lo preservó íntegramente como objeto de análisis. A mi criterio, en Engels las cosas son un
poco distintas. En él encontramos, en la base, el concepto de historia de la naturaleza y, por
encima, la historia de la sociedad. Creo que Engels consideraba que el conjunto de los
dominios abarcados por la teoría hegeliana de la voluntad podía darse por añadidura. Al
proceder de ese modo, Engels se deshizo hábilmente de Hegel. Es decir que estimó que todos
esos problemas —voluntad individual, conciencia de sí, ética o moral individual— eran
desdeñables en cuanto motores de la historia. Para él, la historia era movida por un pueblo
entero o por las voluntades de las clases que lo componen. Debió de decirse que las
voluntades individuales no merecían ser atendidas y que bien podía prescindir de ellas.
No he dejado de preguntarme: ¿la tabla rasa que Engels hace de Hegel no entraña en
alguna parte un defecto? ¿Y cómo se puede superar ese defecto y aplicarlo a nuestra época?
Me pareció importante separar el dominio de la teoría de la voluntad en tres niveles: en
primer lugar lo que llamaré dominio del fantasma individual; a continuación, el dominio —
sociológico y etnológico— de la familia, el parentesco y el sexo, es decir el fantasma dual, y
por último el que engloba el fantasma colectivo. Con la idea de que al separarlos de tal modo
se podía sacar partido de lo que Marx no había querido liquidar de Hegel, traté de
profundizar la cuestión.
Ese es el tema sobre el que querría interrogarlo. Cuando se trata de saber qué
problema queda una vez que uno se ha librado de Marx, creo comprender que usted excluyó
por completo de la consideración general o, en otras palabras, de la metodología para el
conocimiento del mundo, todo el territorio abarcado por la teoría hegeliana de la voluntad.
Y, una vez que lo suprimió de la concepción general, juzgó que se trataba de problemas
particulares y orientó sus investigaciones hacia la historia del castigo o la historia de la
locura. Me parece que de ese modo usted excluyó de su concepción general la teoría
hegeliana de la voluntad, al transformar íntegramente ese dominio, que para Hegel
constituía una gran interrogación, en temas individuales.
Por otra parte, hay algo que me pareció característico al leer Las palabras y las
cosas: me preguntaba si usted no había negado por completo el método consistente en
buscar detrás de una expresión de cosas o de palabras el núcleo del sentido, y si no planteó
como problema esa actitud negadora. Supongo que esta problemática viene de Nietzsche.
En primer lugar, como le dije hace un rato, Marx es una existencia histórica
y, desde ese punto de vista, no es más que un rostro portador de la misma
historicidad que las otras existencias históricas. Y ese rostro de Marx pertenece a
las claras al siglo XIX. Marx tuvo un papel particular, casi determinante, en el
siglo XIX. Pero dicho papel es claramente típico de ese siglo y solo funciona en él.
Al poner este hecho en evidencia, habrá que atenuar las relaciones de poder
ligadas al carácter profético de Marx. Al mismo tiempo, este enunció por cierto un
tipo determinado de verdad; nos preguntamos con ello si sus palabras son
universalmente justas o no, qué tipo de verdad poseía él y si, a fuerza de hacer
absoluta esa verdad, sentó o no las bases de una historiología determinista:
convendrá desarticular ese tipo de debate. Al demostrar que no debe considerarse
a Marx como un poseedor decisivo de verdad, parece necesario mitigar o reducir el
efecto ejercido por el marxismo en cuanto modalidad de poder.
Un segundo problema que querría plantear es que también habrá que
mitigar y reducir las relaciones de poder que el marxismo manifiesta en conexión
con un partido, es decir, en cuanto expresión de una toma política de partido. Este
aspecto implica la siguiente exigencia. Como el marxismo solo funcionó como
expresión de un partido político, el resultado es que diferentes problemas
importantes que se suscitan en la sociedad real quedan barridos de los horizontes
políticos. Se hace sentir la necesidad traer de nuevo a la superficie todos esos
problemas excluidos. Tanto los partidos marxistas como los discursos marxistas
tradicionales carecían de la facultad de tomar en consideración todos esos
problemas que son, por ejemplo, los de la medicina, la sexualidad, la razón y la
locura.
Por otra parte, para reducir las modalidades de poder ligadas al marxismo
en cuanto expresión de un partido político, habrá que vincular todos esos nuevos
problemas que acabo de mencionar, esto es, medicina, sexualidad, razón, locura, a
diversos movimientos sociales, ya se trate de protestas o revueltas. Los partidos
políticos tienden a ignorar esos movimientos sociales e incluso a debilitar su
fuerza. Desde esa óptica, la importancia de todos estos movimientos me parece
clara. Todos ellos se manifiestan entre los intelectuales, entre los estudiantes, entre
los presos, en lo que se denomina Lumpenproletariat. No es que yo conceda un valor
absoluto a su movimiento, pero creo no obstante que es posible, en el plano tanto
lógico como político, recuperar lo que monopolizaron el marxismo y los partidos
marxistas. Además, cuando se piensa en las actividades críticas que se
desenvuelven de manera cotidiana en los países de Europa Oriental, la necesidad
de terminar con el marxismo me parece obvia, sea en la Unión Soviética o en otros
lugares. En otras palabras, vemos allí el elemento que permite superar el marxismo
en cuanto filosofía de Estado.
Ahora hay que preguntarse bajo qué forma se puede pensar el problema de
la voluntad. Hace un momento le dije que Occidente, para abordar las relaciones
entre las acciones humanas y la voluntad, solo tenía hasta aquí dos métodos. Para
ser breve, y en otras palabras, desde un punto de vista tanto metodológico como
conceptual, el problema solo se planteó bajo sus formas tradicionales: naturaleza-
fuerza o ley-bien y mal. Pero, curiosamente, para pensar la voluntad no se recurrió
a la estrategia militar en busca de un método. Me parece que la cuestión de la
voluntad puede plantearse en cuanto lucha, es decir, desde un punto de vista
estratégico para analizar un conflicto cuando se despliegan diversos antagonismos.
Por ejemplo, no es que todo se produzca sin razón, y tampoco que todo se
produzca en función de una causalidad, cuando sucede algo en el dominio de la
naturaleza. Pero al afirmar que lo que hace descifrables los acontecimientos
históricos de la humanidad o las acciones humanas es un punto de vista
estratégico, como principio de conflicto y de lucha, se puede hacer frente a un
punto de vista racional de un tipo que todavía no hemos definido. Cuando se
pueda dar firmeza a ese punto de vista, los conceptos fundamentales que
convendrá utilizar serán estrategia, conflicto, lucha, incidentes. Lo que puede
esclarecer el uso de esos conceptos es el antagonismo existente cuando se presenta
una situación en la que los adversarios se enfrentan, una situación en la cual uno
gana y otro pierde, a saber, el incidente. Ahora bien, cuando se tiene un panorama
general de la filosofía occidental, se ve que ni el concepto de incidente, ni el
método de análisis tomado de la estrategia, ni las nociones de antagonismo, lucha
y conflicto se dilucidaron en la medida suficiente. Por consiguiente, la nueva
oportunidad de desciframiento intelectual que debe ofrecer la filosofía en nuestros
días es el conjunto de los conceptos y métodos del punto de vista estratégico. Dije
«debe», pero esto significa simplemente que hay que tratar de ir en ese sentido,
aunque el fracaso sea una posibilidad. Sea como fuere, hay que tratar.
Me gustaría agregar una mera nota a lo que acabo de decir. Hay una
expresión que Marx sin duda utilizó, pero que hoy pasa por ser casi obsoleta. Me
refiero a «lucha de clases». Cuando uno se sitúa en el punto de vista que acabo de
indicar, ¿no se torna posible repensar esta expresión? Por ejemplo, Marx dice, en
efecto, que el motor de la historia se encuentra en la lucha de clases. Y después de
él muchos repitieron esta tesis. Se trata, por cierto, de un hecho innegable. Los
sociólogos reaniman el debate a más no poder, para saber qué es una clase y
quiénes pertenecen a ella. Pero hasta aquí nadie ha examinado ni profundizado la
cuestión de saber qué es la lucha. ¿Qué es la lucha, cuando se dice lucha de clases?
Y puesto que se dice lucha, se trata de conflicto y de guerra. Pero ¿cómo se
desarrolla esa guerra? ¿Cuál es su objetivo? ¿Cuáles son sus medios? ¿En qué
cualidades racionales se apoya? Lo que me gustaría debatir, a partir de Marx, no es
el problema de la sociología de las clases, sino el método estratégico concerniente a
la lucha. Ese es el punto en que tiene anclaje mi interés por Marx, y desde él me
gustaría plantear los problemas.
—Dentro de lo que usted acaba de decir hay algunos puntos en los que me siento en
condiciones de profundizar la cuestión. Con ello quiero decir que podría proponer otras
interpretaciones. Por otro lado, usted ha mencionado el problema de la voluntad con
referencia a Nietzsche y Marx y después lo ha definido en lo tocante a las luchas, en el
sentido en que se dice «lucha de clases», y para terminar ha propuesto una serie de
problemas que son de actualidad. Me gustaría profundizar todos esos aspectos. Podría
considerar otros puntos de vista, tras lo cual me gustaría volver a hacerle alguna pregunta.
Al principio usted dijo que había que distinguir entre el pensamiento del propio
Marx y el marxismo, habida cuenta de que Marx es un ser que existió en un pasado
histórico y clásico. Yo también dije siempre que Marx, el hombre, era diferente del
marxismo. En ese aspecto, en consecuencia, estoy completamente de acuerdo con usted.
Comprendo muy bien ese punto de vista.
Siempre pensé que se puede distinguir el hecho de que una filosofía se realice en un
Estado provisorio y el de negar una filosofía que domina efectivamente el Estado, que ya no
es más que una modalidad de poder y que se autojustifica. Por otra parte, lo que usted
enunció globalmente sobre este punto me parece equivaler a lo siguiente: el hecho mismo de
preguntarse cuál es la manera adecuada de comprender a Marx participa ya del
empobrecimiento de la imaginación política actual, y es un problema completamente
zanjado desde hace tiempo. Al respecto, tengo mis reservas y no puedo seguirlo. Creo que
hay que distinguir de manera tajante lo que corresponde al principio y las modalidades de
poder que existen realmente en los Estados marxistas; me parece que son dos cosas
diferentes. El problema no es el hecho de que el marxismo haya construido su poder sobre
una filosofía de Estado o sobre un Estado filosófico; es ante todo un problema de ideas. En la
historia, la suma de las voluntades individuales y las realizaciones prácticas no aparece
necesariamente como motor de la sociedad. ¿Por qué la historia parece siempre fundada en
el azar y aparece como un fracaso de las ideas? A mi juicio, se debe profundizar, más allá
del marxismo, el problema de que la historia no parezca tener ninguna relación con las
voluntades individuales. Ahora bien, la suma de las voluntades individuales incluye, para
hablar como Hegel, la moral y la ética práctica. La completa eliminación de ese problema,
reducido a la voluntad general o la voluntad de las clases, ¿no ha generado una
inadecuación filosófica? ¿El problema no se debería al hecho de que la suma de las
voluntades individuales instaladas en el poder y la voluntad que se manifiesta como un
poder total se presentan como totalmente diferentes? ¿No se podría ahondar en ese punto,
en cuanto principio? Para ir un poco más lejos en mis ideas, creo que la concepción de que
el desarrollo de la historia solo está dominado por el azar debe ponerse en tela de juicio.
Me explico. Esto querría decir que un encadenamiento infinito de azares crea una
necesidad. Y, si se admite que el azar entraña siempre la necesidad, la cuestión de si la
historia está dominada por uno o por otra equivale a definir el límite a partir del cual un
encadenamiento de azares se transforma en necesidad. Me parece entonces que, en lugar de
liquidarla como usted hace, en razón de que empobrece la política, la profecía filosófica e
histórica de Marx sigue siendo valedera.
Así, me costó aceptar con facilidad la idea de Nietzsche de que la historia solo está
dominada por el azar y no hay ni necesidad ni causalidad. A mi entender, Nietzsche tenía
una visión sumaria sobre la relación entre el azar y la necesidad. Se dejaba guiar por su
intuición o, mejor, por cuestiones de sensibilidad. Habrá que profundizar en este problema,
a saber, el de la relación entre el azar y la necesidad. Y en ese concepto, el pensamiento de
Marx puede seguir siendo un modelo político, vivo y real. Usted, con su obra, me hace
pensar que habría que ahondar un poco más en el problema del azar y la necesidad, el del
límite a partir del cual un encadenamiento de azares se transforma en necesidad, así como
el problema de la extensión y el territorio de esa transformación. Esos son los puntos sobre
los que querría interrogarlo.
En lo que atañe a la teoría de la voluntad, temo que, si no le resumo el historial del
marxismo en el Japón desde la Segunda Guerra Mundial, le costará comprender cómo
puede la teoría de la voluntad incluir problemas que van de la filosofía del Estado a la
religión, la ética, la conciencia de sí. El marxismo japonés de la posguerra procuró resucitar
el armazón idealista de Hegel, que Marx no había rechazado —se lo llama «materialismo
subjetivo»—, a la vez que lo vació en el molde del materialismo marxista que se había
desarrollado en Rusia. Creo que es una actitud diametralmente opuesta al proceder del
marxismo francés. El marxismo subjetivo japonés intentó resucitar todo un territorio
hegeliano —la filosofía del Estado, la teoría de la religión, la moral individual y hasta la
conciencia de sí— incluyéndolo íntegramente en el marxismo. En ese movimiento se busca
sintetizar todo el sistema hegeliano bajo la forma de una teoría de la voluntad.
Hace un rato usted dijo que, cuando se menciona la lucha de clases en Marx, sería
preciso no poner el acento en las clases, sino resolver el problema de la lucha desde el punto
de vista de la voluntad. Y se preguntó: ¿quién pelea contra quién? ¿Cómo? O: ¿con quién
es justo pelear? Agregó que estas preguntas se imponían en nuestros días. Me parece que
puedo elaborar todo eso a mi manera, pero me digo que, antes de llegar allí, el marxismo
tendría que preguntarse en primer lugar cómo se deshizo de los problemas de la voluntad
dual y la voluntad individual, desplazando la significación de la lucha de clases hacia la
voluntad común en cuanto motor de la historia. Por otra parte, en el marxismo japonés y el
proceso de su desarrollo y su tratamiento, la definición del concepto de clase no es igual a la
de, por ejemplo, Althusser en Francia o Lukács en Alemania. Cuando nosotros decimos
clase estamos convencidos de que debe definírsela sobre una base socioeconómica y en
cuanto idea. Siempre estimé que la clase comportaba un doble problema: el de la idea y el
que es real y social.
Consideré por tanto que había que examinar ante todo el concepto de clase. Supongo
que la cuestión evolucionó de otro modo en el marxismo europeo. En lo que toca a los
problemas concretos, me gustaría referirme a los diez años previos a la Segunda Guerra
Mundial, a la propia guerra y a los diez años que le siguieron, es decir, a toda la historia de
la posguerra. Me pregunto entonces si la determinación de la naturaleza por medio de la
voluntad de poderío en Nietzsche y la determinación del estado natural, en el sentido
vulgarizado por Engels, están tan lejos una de otra. Nietzsche consideró la historia como un
proceso en cuyo transcurso los hombres se mueven en virtud de una voluntad de poderío
que los sobrepasa. En el estado natural, los hombres sufren la guerra, la violencia, el
desorden, la muerte, etc., y Nietzsche estima que todo eso está en la naturaleza humana. A
su entender, la conciencia y la moral humana aparecen cuando se sofoca toda esa
naturaleza. Prueba de que veía la naturaleza humana desde el prisma del Leben [vida]
biológico. Engels situaba el estado ideal un poco más arriba que la determinación de la
naturaleza. A saber, en la vida gregaria que constituye el comunismo primitivo. Creo que
ese estado no existió. En mi opinión, Engels consideraba que ese ideal constituía a la vez el
origen y el fin. Si me remito a mi experiencia intelectual en torno de la Segunda Guerra
Mundial, esas dos maneras de pensar están representadas en el militarismo imperial
japonés y en las manifestaciones intelectuales, que no tienen diferencias fundamentales
entre sí, del fascismo y el stalinismo. Nuestra problemática se situaba en la constatación de
que esos dos pensamientos no eran verdaderamente diferentes y había que rechazarlos en
conjunto.
Ese es el punto sobre el que querría interrogarlo. Nietzsche rechazó todo el dominio
abarcado por la teoría hegeliana de la voluntad, tachada por él de concepto vil que sofoca la
naturaleza humana, y tengo la sensación de que, del mismo modo, usted desarrolla su
método luego de haber hecho, con habilidad, tabla rasa del aislamiento, la soledad, las
pasiones o la negrura que Nietzsche rechazaba, o de todo lo que usted quiera: por ejemplo, la
rigidez. Al contrario, parece ocuparse con destreza de las relaciones entre las cosas en un
nivel próximo a los conceptos estructuralmente similares del álgebra, es decir, las cosas, los
hechos virtuales. Y al hacerlo, me da la impresión de que usted conjura esa suerte de
sensación de aislamiento en el mundo que personalmente yo siento. Me gustaría
interrogarlo al respecto.
Está claro que ser libre con respecto al marxismo no significa remontarse
hasta la fuente para saber lo que Marx efectivamente dijo, aprehender su palabra
en estado puro y considerarla como la única ley. Tampoco significa revelar, por
ejemplo con el método althusseriano, cómo se malinterpretó la verdadera palabra
del profeta Marx. Lo importante no está en ese tipo de cuestión de forma. Pero,
como le he dicho, volver a verificar una tras otra la totalidad de las funciones de los
modos de manifestación del poder que están ligados a la palabra misma de Marx
constituye a mi parecer una tentativa valedera. Se plantea entonces, desde luego, el
problema de cómo considerar la profecía.
Ahora bien, esos análisis, en las obras históricas, terminan siempre con
palabras proféticas. Eran profecías sobre un futuro muy cercano, profecías a corto
plazo: el año siguiente e incluso el mes siguiente. Pero puede decirse que casi todas
las profecías de Marx eran falsas. Al analizar la situación de 1851-1852, justo
después del golpe de Estado, dice que el hundimiento del Imperio está cerca; habla
del fin del sistema capitalista y se equivoca con respecto al término de la dictadura
burguesa. ¿Qué significa todo eso? Análisis de una rara inteligencia, y la realidad
desmiente al punto los hechos que ellos anuncian. ¿Por qué?
Para ello, habría que pensar en la existencia de una organización que lleva el
nombre de Partido Comunista. Es un hecho que ha sido determinante en la historia
del marxismo occidental. Pero jamás ha sido objeto de un análisis profundo. Esa
organización carece de precedentes: no se la puede comparar con nada, no
funciona en la sociedad moderna conforme al modelo del Partido Radical o del
Partido Demócrata Cristiano. No es simplemente un grupo de individuos que
comparten la misma opinión y participan en una misma lucha en procura de un
mismo objetivo. Se trata, antes bien, de una organización más compleja. Hay una
metáfora trillada y no la traigo a colación con malicia, pero su organización hace
pensar infaliblemente en un orden monástico. No se ha dejado de discutir la
naturaleza del partido: con respecto a la lucha de clases, a la revolución, ¿cuál es su
objetivo, cuáles deben ser su papel y su función? Cualquiera sabe que todos esos
problemas estaban en el centro de sus debates. La polémica se funda en lo que
distingue a Rosa Luxemburgo de Lenin[109], lo que separa a la dirección
socialdemócrata de Lenin. Por lo demás, la «Crítica del programa de Gotha» [110] ya
planteaba el problema del funcionamiento del partido. Ahora bien, creo que,
cuando se pusieron en primer plano la existencia del partido y sus diferentes
problemas, la cuestión de la voluntad cayó en un completo abandono. En efecto, si
se sigue el concepto del partido leninista —no fue Lenin, con todo, el primero en
imaginarlo, pero se le da ese nombre porque se lo concibió en su torno—, esto es lo
que debe ser el partido.
Otra razón procede del hecho de que el partido es una organización dotada
de una jerarquía estratificada. Y funcionó sin duda dentro de ese orden
sólidamente jerarquizado —mucho antes de la teoría leninista, la socialdemocracia
alemana ya se desenvolvía así—, excluyendo y prohibiendo esto o aquello. No era
otra cosa que una organización que excluía a los elementos heréticos y que, al
proceder de esa manera, procuraba concentrar las voluntades individuales de los
militantes en una suerte de voluntad monolítica. Esta voluntad monolítica era
precisamente la voluntad burocrática de los dirigentes. Como las cosas
discurrieron de ese modo, esta segunda razón hizo que el problema de la voluntad,
tan importante, no fuera verdaderamente abordado. En otras palabras, el partido
siempre podía autojustificarse de una manera u otra en lo referido a sus
actividades, sus decisiones y su papel. Cualquiera que fuera la situación, podía
invocar la teoría de Marx como la única verdad. Marx era la única autoridad y,
debido a ello, se consideraba que las actividades del partido encontraban en él su
fundamento racional. En consecuencia, el partido absorbía las múltiples
voluntades individuales y, a su vez, la voluntad del partido desaparecía bajo la
máscara de un cálculo racional conforme a la teoría que hacía las veces de verdad.
Así, los diferentes niveles de la voluntad no podían sino escapar al análisis. El
problema de la articulación de las voluntades individuales con los otros niveles de
voluntad en la revolución y la lucha me parece a mí también un tema esencial que
nos incumbe. Y hoy, justamente, esas múltiples voluntades comienzan a asomar en
la brecha de la hegemonía de la que era dueña la izquierda tradicional. Para serle
sincero, en mis obras este problema no se expone en la medida en que debería, y
apenas lo mencioné en La voluntad de saber, bajo la forma de la estrategia del punto
de vista del poder de Estado. Puede ser que esta teoría de la voluntad, o el análisis
de sus niveles heterogéneos, funcionen con mayor eficacia en el Japón que en
cualquier otra parte. Hay quizás una especificidad del Partido Comunista japonés
o una relación con la filosofía oriental. Pues bien, a ese respecto, me gustaría hablar
del otro problema que usted abordó: a saber, la tonalidad muy sombría y solitaria
que revisten necesariamente las luchas.
Precisamente por eso es menester echar plena luz sobre este aspecto
insuficiente de la teoría. Habrá que destruir la idea de que la filosofía es el único
pensamiento normativo. Es preciso que las voces de una cantidad incalculable de
sujetos hablantes resuenen, y hay que hacer hablar a una experiencia innumerable.
El sujeto hablante no debe ser siempre el mismo. No deben resonar únicamente las
palabras normativas de la filosofía. Hay que hacer hablar a toda clase de
experiencias, prestar oídos a los afásicos, los excluidos, los moribundos. Puesto que
nosotros estamos afuera, en tanto que ellos hacen efectivamente frente al aspecto
sombrío y solitario de las luchas. Creo que la tarea de un practicante de la filosofía
que viva en Occidente es prestar oídos a todas esas voces.
Esta es una crítica que aparece naturalmente no bien intentamos resucitar la teoría
de la voluntad: reprocho a Lenin el haber identificado la voluntad del Estado y el órgano del
Estado.
Esta es una crítica que formulé, en relación con la concepción del Estado en Lenin,
en el plano de las ideas. Al escucharlo hablar a usted, me dije que, al menos sobre ese punto,
debía expresar mi opinión. En lo que concierne a los problemas específicos que usted
desarrolla, hay muchos sobre los cuales querría interrogarlo. En varios puntos, además, creí
notar que compartíamos una serie de temas sobre los cuales también me gustaría hacerle
preguntas. Pero en cuanto a los problemas esenciales, sobre los cuales reflexiono en este
momento y que me cuesta un tanto dilucidar, creo que en mayor o menor medida usted me
ha respondido.
Le ruego que me perdone por haberlo aburrido con preguntas difíciles. Le estoy
infinitamente agradecido por su paciencia. Ya me expresé lo suficiente y me gustaría mucho
que usted pudiese poner fin a nuestra conversación.
—En Francia, su trabajo es conocido por un vasto público, forma parte de la cultura
popular. Aquí, su fama no traspasa los círculos universitarios —ese, parece, es el destino de
la mayor parte de los intelectuales críticos en los Estados Unidos. ¿Cómo explica esta
diferencia?
—Desde 1964, la universidad francesa sufre una crisis profunda —una crisis
a la vez política y cultural. Dos movimientos se perfilaron: un movimiento
animado por los estudiantes para desembarazarse del marco de la vida
estrictamente universitaria, que se identificaba también con otros movimientos,
tales como el movimiento feminista o el movimiento en favor de los derechos de
los homosexuales. El segundo movimiento se produjo entre los enseñantes fuera
de la Universidad. Hubo, entre ellos, una tentativa para expresar sus ideas en otros
lugares— escribir libros, hablar en la radio o en la televisión. Además, los
periódicos franceses han manifestado siempre un interés mayor por ese género de
debates de ideas que los periódicos americanos.
—Hay algunas críticas, en los Estados Unidos, que se preocupan también del
problema de la manipulación de los individuos por el Estado y por otras instituciones.
Pienso en Thomas Szasz[114], por ejemplo ¿Qué lazos ve entre su trabajo y el de él?
—Los problemas de los que trato en mis libros no son problemas nuevos. Yo
no los he inventado. Una cosa me ha llamado la atención en las reseñas que se han
hecho de mis libros en los Estados Unidos, en particular en lo que se ha escrito
sobre el libro que he consagrado a las prisiones. Se ha dicho que yo intentaba hacer
lo mismo que Erving Goffman en su obra sobre los internados [115] —lo mismo, pero
peor. Yo no soy un investigador en ciencias sociales. Yo no intento hacer lo mismo
que Goffman. Él se interesa en el funcionamiento de un cierto tipo de institución: la
institución total— el hospital psiquiátrico, la escuela, la prisión. Yo, por mi parte,
intento mostrar y analizar la relación que existe entre un conjunto de técnicas de
poder y de formas: formas políticas como el Estado y formas sociales. El problema
al que se dedica Goffman es el de la institución misma. El mío es el de la
racionalización de la gestión del individuo. Mi trabajo no tiene por objetivo una
historia de las instituciones o una historia de las ideas, sino la historia de la
racionalidad tal como opera en las instituciones y en la conducta de las
personas[116].
Las cosas, sin embargo, habrían sido diferentes si hubiera ido a la Unión
Soviética. Allá, bajo el efecto de un sistema político que se mantiene desde hace
más de cincuenta años, la conducta de la gente está mucho más modelada por el
gobierno.
—Cuando usted dice que la conducta de la gente es modelada, ¿se debe entender que
es un fenómeno inevitable o cree que hay algo, en los seres humanos, que se resiste a esa
modulación?
—En las sociedades humanas no hay poder político sin dominación. Pero
nadie quiere ser mandado —incluso si son numerosos los ejemplos de situaciones
en las que la gente acepta la dominación. Si examinamos, desde un punto de vista
histórico la mayor parte de las sociedades que conocemos, constatamos que la
estructura política es inestable. No hablo de las sociedades no históricas— de
sociedades primitivas. Su historia no se asemeja en nada a la nuestra. Pero todas
las sociedades que pertenecen a nuestra tradición han conocido la inestabilidad y
la revolución.
—Es un fenómeno muy extraño —y esto que le digo quizá vaya a sorprenderle—,
pero me parece que, aunque buen número de sus hipótesis parezcan contradictorias, hay
algo muy convincente en su posición y en sus convicciones.
Pero hace dos años, en Francia, hubo agitación en varias prisiones, los
detenidos se rebelaron. En dos de esas prisiones los prisioneros leían mi libro.
Desde su celda, algunos detenidos gritaban el texto de mi libro a sus compañeros.
Sé que lo que voy a decir es pretencioso, pero eso es una prueba de verdad —de
verdad política, tangible, una verdad que comenzó una vez escrito el libro.
[A partir del siglo XVIII] [120], las teorías biológicas de la sexualidad, las
condiciones jurídicas del individuo, las formas de control administrativo en los
Estados modernos condujeron poco a poco a rechazar la idea de una mezcla de los
dos sexos en un solo cuerpo y a restringir por consiguiente la libre elección de los
individuos dudosos.
De ahí en adelante, a cada uno un sexo, y uno solo. A cada uno su identidad
sexual primera, profunda, determinada y determinante; en cuanto a los elementos
del otro sexo que eventualmente aparecen, no pueden ser más que accidentales,
superficiales o incluso simplemente ilusorios. Desde el punto de vista médico, eso
quiere decir que en presencia de un hermafrodita no se tratará ya de reconocer la
presencia de dos sexos yuxtapuestos o entremezclados, ni de saber cuál de los dos
prevalece sobre el otro; sino de descifrar cuál es el verdadero sexo que se esconde
bajo apariencias confusas; el médico tendrá que, en cierto modo, desvestir las
anatomías engañosas y volver a encontrar, tras los órganos que pueden haber
revestido las formas del sexo opuesto, el único sexo verdadero. Para quien sabe
observar y examinar, las mezclas de los sexos no son más que disfraces de la
naturaleza: los hermafroditas son siempre «seudohermafroditas». Tal es al menos
la tesis que tendió a acreditarse, en el siglo XVIII, a través de un cierto número de
casos importantes y apasionadamente discutidos.
Sé bien que la medicina del siglo XIX y del siglo XX ha corregido muchas
cosas en este simplismo reductor. Nadie diría ya hoy en día que todos los
hermafroditas son «seudo», incluso si se restringe considerablemente un dominio
en el que otrora se hacía entrar, en confusión, muchas anomalías anatómicas
distintas. Se admite también, con muchas dificultades, por lo demás, la posibilidad
para un individuo de adoptar un sexo que no es biológicamente el suyo.
Sin embargo, la idea de que uno debe tener finalmente un verdadero sexo
está lejos de haberse disipado por completo. Cualquiera que sea la opinión de los
biólogos sobre este punto, encontramos al menos en estado difuso, no solo en la
psiquiatría, el psicoanálisis, la psicología, sino también en la opinión corriente, la
idea de que entre sexo y verdad existen relaciones complejas, oscuras y esenciales.
Se es, eso es cierto, más tolerante con respecto a las prácticas que transgreden las
leyes. Pero se sigue pensando que algunas de ellas insultan a «la verdad»: un
hombre «pasivo», una mujer «viril», personas del mismo sexo que se aman entre sí:
se está dispuesto quizá a admitir que eso no es un grave atentado al orden
establecido; pero se está bastante dispuesto a creer que hay ahí algo así como un
«error». Un «error» entendido en el sentido más tradicionalmente filosófico: una
manera de hacer que no es adecuada a la realidad; la irregularidad sexual es
percibida más o menos como perteneciente al mundo de las quimeras. Es por lo
que uno se deshace bastante difícilmente de la idea de que no son crímenes; y
menos fácilmente aún de la sospecha de que son «invenciones» complacientes,
pero inútiles de todos modos y que sería mejor disipar. Despertad, jóvenes, de
vuestros goces ilusorios; despojaos de vuestros disfraces y recordad que tenéis un
sexo, uno verdadero.
Y, por otra parte, se admite también que es por el lado del sexo donde hay
que buscar las verdades más secretas y las más profundas del individuo; que es ahí
donde se puede descubrir mejor lo que es y lo que le determina; y si durante siglos
se ha creído que era necesario ocultar las cosas del sexo porque eran vergonzosas,
se sabe ahora que es el sexo mismo el que oculta las partes más secretas del
individuo: la estructura de sus fantasmas, las raíces de su yo, las formas de su
relación con lo real. En el fondo del sexo, la verdad.
***
La fecha, en primer lugar. Hacia los años 1860-1870, se está en una de esas
épocas en que se ha practicado con mayor intensidad la investigación de la
identidad en el orden sexual: el verdadero sexo de los hermafroditas, pero también
la identificación de las diferentes perversiones, su clasificación, su caracterización,
etc.; en suma, el problema del individuo y de la especie en el orden de las
anomalías sexuales. Es bajo el título de Question d’identité [Cuestión de identidad]
como fue publicada en 1860 en una revista médica la primera observación sobre
A.B.; y es en un libro sobre la Question médico-légale de l’identité [Cuestión médico-
legal de la identidad] donde Tardieu publicó la única parte de sus recuerdos que se
ha podido encontrar. Herculine Adelaïde Barbin, o también Alexina Barbin, o aun
Abel Barbin, designado en su propio texto ya bajo el nombre de Alexina, ya bajo el
de Camille, ha sido uno de esos héroes desgraciados de la caza de la identidad.
Con ese estilo elegante, sazonado, alusivo, un poco enfático y desusado que
era para los pensionados de entonces no solo una manera de escribir, sino una
manera de vivir, el relato escapa a todas las capturas posibles de la identificación.
El duro juego de la verdad que los médicos impusieron más tarde a la anatomía
dudosa de Alexina, nadie había consentido en jugarlo en el medio de mujeres en el
que ella había vivido, hasta un descubrimiento que cada uno retrasaba lo más
posible y que dos hombres, un cura y un médico, finalmente precipitaron. Ese
cuerpo un poco desmadejado, poco agraciado, cada vez más aberrante en medio de
esas jóvenes entre las cuales crecía, parece que nadie, mirándolo, lo había
percibido; pero que ejercía sobre todos, o más bien sobre todas, un cierto poder de
hechizo que nublaba los ojos y detenía en los labios toda pregunta. El calor que
esta presencia extraña daba a los contactos, a las caricias, a los besos que corrían a
través de los ojos de esas adolescentes era acogido por todo el mundo con tanta
mayor ternura cuanto que ninguna curiosidad se mezclaba en ello. Jóvenes,
falsamente ingenuas, o viejas institutrices que se creían avisadas, todas estaban tan
ciegas como se puede estar en una fábula griega cuando veían sin verlo a este
Aquiles enclenque escondido en el pensionado. Se tiene la impresión —al menos si
se da crédito al relato de Alexina— de que todo pasaba en un mundo de impulsos,
de placeres, de penas, de tibieza, de dulzuras, de amargura, donde la identidad de
los compañeros y sobre todo la del enigmático personaje en torno al cual todo se
urdía carecía de importancia.
Los recuerdos de esa vida, Alexina los escribió una vez descubierta y
establecida su nueva identidad. Su «verdadera» y «definitiva» identidad. Pero está
claro que no es desde el punto de vista de ese sexo finalmente encontrado o
reencontrado desde donde ella escribe. No es el hombre quien habla al fin,
intentando recordar sus sensaciones y su vida de la época en que todavía no era «él
mismo». Cuando Alexina redacta sus memorias, no está muy lejos de su suicidio;
ella, para sí misma, sigue siendo sin un sexo cierto; pero está privada de las delicias
que experimentaba no teniéndolo o no teniendo exactamente el mismo que
aquellas en medio de las que vivía, y a las que amaba, y a las que deseaba tan
fuertemente. Lo que evoca de su pasado, son los limbos felices de una no-
identidad, que protegía paradójicamente la vida en esas sociedades cerradas,
estrechas y cálidas, donde se tiene la extraña felicidad, a la vez obligatoria y
prohibida, de no conocer más que un solo sexo; [lo que permite acoger sus
graduaciones, sus reflejos, sus penumbras, sus coloridos cambiantes como la
naturaleza misma de su naturaleza. El otro sexo no está ahí con sus exigencias de
división y de identidad, diciendo: «Si tú no eres tú mismo, exacta e idénticamente,
entonces tu eres yo. Presunción o error, poco importa; serías condenable si
permanecieras ahí. Vuelve a entrar en ti mismo o ríndete y acepta ser yo». Alexina,
me parece, no quería ni lo uno ni lo otro. Ella no estaba atravesada por ese
formidable deseo de unirse al «otro sexo» que conocen algunos que se sienten
traicionados por su anatomía o aprisionados en una injusta identidad. Ella se
complacía, creo, en ese mundo de un solo sexo donde estaban todas sus emociones
y todos sus amores, en ser «otro» sin haber tenido nunca que ser «del otro sexo».
Ni mujer a quien gustan las mujeres ni hombre oculto entre las mujeres. Alexina
era el sujeto sin identidad de un gran deseo por las mujeres; y, para esas mismas
mujeres, ella era un foco de atracción de su feminidad y para su feminidad, sin que
nada las forzase a salir de su mundo enteramente femenino.]
***
«Bien, todo eso», dice el doctor, «no es más que locura. Prométame no creer
en eso nunca más».
«Sí, reconozco que estoy loco» repite el paciente, y añade: «Lo reconozco
porque usted me fuerza a ello».
«Le aseguro, sin embargo», dice el paciente, «que he oído voces y visto
enemigos a mi alrededor».
Otra ducha.
«Bien, dice el Sr. A., el paciente, “Lo admito. Estoy loco; todo eso era
locura”»[124].
Hacer que alguien que sufre una enfermedad mental reconozca que está loco
es un procedimiento muy antiguo. Todo el mundo en la vieja medicina, antes de
mediados del siglo diecinueve, estaba convencido de la incompatibilidad entre la
locura y el reconocimiento de la locura. Y en los trabajos de los siglos diecisiete y
dieciocho, por ejemplo, se encuentran muchos casos de lo que puede llamarse
terapias de la verdad. Los locos se curarían si se lograba mostrarles que su delirio
carecía de relación alguna con la realidad. Pero, como ven, la técnica usada por
Leuret es completamente distinta. Él no está intentando persuadir a su paciente de
que sus ideas son falsas e irracionales. Lo que pasa en la cabeza del señor A. es
indiferente para el doctor. Leuret quiere obtener un acto concreto: la afirmación
explícita «estoy loco». Es fácil reconocer aquí la transposición a la terapia
psiquiátrica de procedimientos que han sido usados durante un largo período de
tiempo en instituciones jurídicas y religiosas [125]. Declarar claro y alto la verdad de
uno —es decir, confesar— ha sido considerado en el mundo occidental durante
largo tiempo ya como condición para la redención de los pecados ya como punto
esencial en la condena del culpable. La extraña terapia de Leuret puede leerse
como un episodio de la culpabilización progresiva de la locura. Pero, quisiera, más
bien, tomarla como punto de partida de una reflexión más general sobre esta
práctica de confesión, y sobre el postulado, generalmente aceptado en las
sociedades occidentales, de que se necesita, para la propia salvación, conocer tan
exactamente como sea posible quién se es y también, lo que es algo muy diferente,
que se necesita decirlo tan explicitamente como se pueda a algún otro [126]. La
anécdota de Leuret figura aquí solo como un ejemplo de las relaciones extrañas y
complejas desarrolladas en nuestras sociedades entre individualidad, discurso,
verdad y coerción[127]. Con el objeto de justificar la atención que estoy prestando a
lo que es aparentemente un tema muy especializado, déjenme por un momento
dar un paso atrás. Todo esto, después de todo, es, para mí, solo un medio del que
me valdré para abordar de un modo mucho más general el tema, esto es, la
genealogía del sujeto moderno.
No fueron esas las direcciones que tomé. Déjenme proclamar de una vez por
todas que no soy estructuralista, y confieso con el pesar que corresponde que no
soy tampoco un filósofo analítico —nadie es perfecto. He intentado explorar una
dirección distinta. He intentado situarme fuera de la filosofía del sujeto a través de
una genealogía de ese sujeto, estudiando la constitución del sujeto a través de la
historia que nos ha llevado hasta la concepción moderna del sí mismo. Esta no ha
sido siempre una tarea fácil, puesto que la mayoría de los historiadores prefieren
una historia de los procesos sociales[131], y la mayoría de los filósofos prefieren un
sujeto sin historia. Ello no me ha impedido usar el mismo material que algunos
historiadores sociales, ni reconocer mi deuda teórica con aquellos filósofos que,
como Nietzsche, han planteado la cuestión de la historicidad del sujeto [132].
Entre estas técnicas de sí en este campo de la tecnología de sí, creo que las
orientadas al descubrimiento y la formulación de la verdad concerniente a sí
mismo son extremadamente importantes; y si, para el gobierno de las gentes en
nuestras sociedades, cada uno tiene no solo que obedecer, sino también producir y
manifestar la verdad sobre sí, entonces, el examen de conciencia y la confesión
están entre los procedimientos más importantes. Por supuesto, hay una muy larga
y compleja historia, desde el precepto délfico, gnothi seauton (conócete a ti mismo) a
las extrañas terapias promovidas por Leuret, acerca de las que les hablaba al
comienzo de esta conferencia. Hay un larguísimo camino de lo uno a lo otro, y no
quiero, por supuesto, ofrecerles esta tarde ni siquiera una síntesis. Me gustaría tan
solo subrayar una transformación de estas prácticas, una transformación que tiene
lugar al comienzo de la era cristiana, del período cristiano, cuando la antigua
obligación de conocerse a sí mismo se convirtió en un precepto monástico,
«confiesa a tu guía espiritual cada uno de tus pensamientos». Esta transformación
es, creo, de alguna importancia en la genealogía de la subjetividad moderna. Con
esta transformación comienza lo que nosotros llamaríamos la hermenéutica de sí.
Esta tarde intentaré esbozar el modo en que la confesión y el autoexamen fueron
concebidos por los filósofos paganos, y la semana próxima intentaré mostrarles en
lo que devino durante el cristianismo primitivo.
¿Qué puede haber más bello que preguntarse por la jornada de uno? ¿Qué
mejor sueño que el que sigue a esa revisión de las propias acciones? Cuán
tranquilo, profundo y libre es cuando el alma ha recibido su porción de elogio y
condena, y se ha sometido al propio examen, a la propia censura. El proceso a la
propia conducta tiene lugar en secreto. Ejerzo esta autoridad sobre mí mismo, y
cada día me tomo como testigo de mí mismo. Cuando mi luz se atenúa y mi esposa
por fin está en silencio, yo razono conmigo mismo y tomo la medida de mis actos y
de mis palabras. Nada oculto de mí mismo; nada me ahorro. ¿Por qué debiera
temer alguno de mis errores mientras pueda decir «Vigila para no empezar de
nuevo; hoy te perdonaré. En cierta discusión hablaste agresivamente o no lo hiciste
correctamente a la persona a la que reprendías, la ofendiste»?[138], etc.
Veamos, sin embargo, más de cerca este texto. En primer lugar, Séneca
emplea un vocabulario que a primera vista parece, ante todo, judicial. Usa
expresiones como cognoscere de moribus suis, y meam causam dico —todo esto es
vocabulario judicial. Parece, por tanto, que el sujeto es, con respecto a sí mismo, a
la vez el juez y el acusado. En este examen de conciencia parece que el sujeto se
divide en dos y organiza una escena judicial, donde representa ambos papeles
simultáneamente. Séneca es como un acusado confesando su crimen al juez, y el
juez es Séneca mismo. Pero, si miramos más de cerca, vemos que el vocabulario
usado por Séneca es más administrativo que judicial. Es el vocabulario de la
gestión de bienes o del territorio. Séneca dice, por ejemplo, que el es speculator sui,
que él se inspecciona a sí mismo, que él examina consigo mismo el día pasado,
totum diem meum scrutor; o que toma la medida de las cosas dichas y hechas; usa la
palabra remetior. Con la mirada puesta en sí mismo, él no es un juez que tiene que
castigar: es, más bien, un administrador que, una vez el trabajo ha sido hecho o
terminados los asuntos del año, hace las cuentas, hace balance, y ve si todo ha sido
hecho correctamente. Séneca es un administrador permanente de sí mismo, más
que un juez de su propio pasado.
Los ejemplos de faltas cometidas por Séneca y por las que se reprocha a sí
mismo son significativos de este punto de vista. El dice y se reprocha haber
criticado a alguien y haberle hecho daño en vez de corregirle; o, también, dice que
ha discutido con gente que era en todo caso incapaz de entenderle. Estas faltas,
como él mismo dice, no son realmente faltas; son errores. ¿Por qué errores? Bien
porque él no tenía en su mente los fines que el sabio debe fijarse, bien porque él no
aplicó de manera correcta las reglas de conducta que se deducen de ellos. Las faltas
son errores en el sentido de que son malos ajustes entre fines y medios.
Significativo es también el hecho de que Séneca no registre estas faltas con el objeto
de castigarse; él tiene como meta solo memorizar exactamente las reglas que tiene
que aplicar. Esta memorización tiene por objeto una reactivación de principios
filosóficos fundamentales y el reajuste de su aplicación. En la confesión cristiana el
penitente tiene que memorizar la ley con miras a descubrir sus propios pecados,
pero en este ejercicio estoico el sabio tiene que memorizar actos con miras a
reactivar las reglas fundamentales. Uno puede, pués, caracterizar este examen en
pocas palabras. Primero, este examen, no es, en absoluto, una cuestión de descubrir
la verdad oculta en el sujeto. Es más bien una cuestión de recordar la verdad
olvidada por el sujeto. Segundo, lo que el sujeto olvida no es ni él mismo, ni su
naturaleza, ni su origen, ni una afinidad sobrenatural. Lo que el sujeto olvida es lo
que él debería haber hecho, esto es, una colección de reglas de conducta que ha
aprendido. Tercero, la recolección de errores cometidos durante el día sirve para
medir la distancia que separa lo que se hizo de lo que debería haberse hecho. Y
cuarto, el sujeto que practica este examen sobre sí mismo no es la base de
operaciones para un proceso más o menos oscuro que ha de ser descifrado. Él es el
punto donde las reglas de conducta se juntan y se registran bajo la forma de
recuerdos. Es, al mismo tiempo, el punto de partida para acciones más o menos en
conformidad con esas reglas. Él constituye, el sujeto constituye, el punto de
intersección entre un conjunto de recuerdos que ha de ser traído al presente y actos
que han de ser regulados.
Ahora bien, ¿cuál es esa verdad, cual es ese verum, que quiere confesar?
¿Confiesa faltas, pensamientos secretos, deseos vergonzosos, y cosas así? En
absoluto. El texto de Serenus aparece como una acumulación de detalles
relativamente poco importantes, al menos para nosotros poco importantes; por
ejemplo, Serenus confiesa a Séneca que usa la vajilla heredada de su padre, que se
deja fácilmente llevar cuando hace discursos públicos, etc. Pero, es fácil reconocer,
tras este aparente desorden, tres dominios distintos en esta confesión: el dominio
de las riquezas, el dominio de la vida política, y el dominio de la gloria; adquirir
riquezas, participar en los asuntos de la ciudad, ganar el favor de la opinión
pública. Esos son —esos eran— los tres tipos de actividad posible para un hombre
libre, las tres cuestiones morales tópicas que eran planteadas por las escuelas
filosóficas principales del período. La estructura de la exposición de Serenus no
está, por tanto, definida por el curso real de su existencia; no está definida por sus
experiencias reales, ni por una teoría del alma o de sus elementos, sino solo por
una clasificación de los diferentes tipos de actividad que uno puede ejercer y los
fines que uno puede perseguir. En cada uno de estos campos, Serenus revela su
actitud enumerando lo que le gusta y lo que le disgusta. La expresión «me gusta»
(placet me) es el hilo conductor de sus análisis. Le gusta hacer favores a sus amigos.
Le gusta comer sencillo, y no tener otra cosa que lo que ha heredado, sin embargo
el espectáculo del lujo en los otros le agrada. Le procura placer también exagerar
su estilo oratorio con la esperanza de que la posteridad retendrá sus palabras. Al
exponer lo que le gusta, Serenus no está revelando cuáles son sus deseos
profundos[141]. Sus placeres no son el medio de revelar lo que el cristianismo más
tarde llamará concupiscentia. Para él, es una cuestión de su propio estado y de
añadir algo al conocimiento de los preceptos morales. Esta adición a lo ya conocido
es una fuerza, la fuerza que sería capaz de transformar el conocimiento puro y la
simple consciencia en un modo real de vivir. Y qué es lo que Séneca intenta hacer
cuando utiliza un conjunto de argumentos persuasivos, demostraciones, ejemplos,
con el objeto, no de descubrir una aún no conocida verdad en el interior y en el
fondo del alma de Serenus, sino con el objeto de explicar, si puedo hablar así, hasta
qué punto la verdad en general es verdad. El discurso de Séneca tiene por objetivo
no el de añadir a algunos principios teóricos una fuerza de coerción proveniente de
cualquier parte sino el de transformarlos en una fuerza victoriosa. Séneca tienen
que dar un lugar a la verdad como fuerza. A partir de ahí, creo, varias
consecuencias. Primero, en este juego entre la confesión de Serenus y la consulta de
Séneca, la verdad, como ven, no es definida por una correspondencia con la
realidad sino como una fuerza inherente a los principios y que ha de ser
desarrollada en un discurso. Segundo, esta verdad no es algo que esté oculto
detrás o bajo la conciencia, en la más profunda y oscura parte del alma. Es algo que
está ante el individuo como punto de atracción, una especie de fuerza magnética
que lo atrae hacia una meta. Tercero, esta verdad no es obtenida por una
exploración analítica de lo que se supone es real en el individuo sino por la
explicación retórica de lo que es bueno para alguien que quiere aproximarse a la
vida de un sabio. Cuarto, la confesión no está orientada hacia una
individualización de Serenus por el descubrimiento de algunas características
personales, sino hacia la constitución de un yo que pudiera ser, al mismo tiempo y
sin discontinuidad alguna, sujeto de conocimiento y sujeto de voluntad. Quinto [142],
podemos ver que una práctica tal de confesión y consulta se mantiene dentro de la
estructura de lo que los griegos durante largo tiempo llamaron el gnome. El término
gnome designa la unidad de voluntad y conocimiento; designa también una breve
pieza de discurso a través de la cual la verdad aparece con toda su fuerza y se
incrusta en el alma de la gente[143]. Entonces, podríamos decir que incluso tan
tardíamente como en el primer siglo después de Cristo, el tipo de sujeto que es
propuesto como un modelo y como un objetivo en la filosofía griega, o helenística
o romana, es un yo gnómico, donde la fuerza de la verdad es una con la forma de
la voluntad.
Pero tenemos que ir más allá, pues el problema es ¿cómo es posible, como
Casiano desea, realizar continuamente este autoexamen necesario, este necesario
autocontrol de los más leves movimientos en los pensamientos? ¿Cómo es posible
realizar esta necesaria hermenéutica de nuestros propios pensamientos? La
respuesta dada por Casiano y sus inspiradores es a la vez obvia y sorprendente. La
respuesta dada por Casiano es: bueno, tu interpretas tus pensamientos
contándoselos al maestro o a tu padre espiritual. Interpretas tus pensamientos al
confesar no, por supuesto, tus actos, ni tus faltas, sino al confesar continuamente el
movimiento que detectas en tu pensamiento. ¿Por qué esta confesión es capaz de
asumir este papel hermenéutico? Una razón viene a la mente: al exponer los
movimientos de su corazón, el discípulo permite a su señor conocer esos
movimientos, y gracias a su mayor experiencia, a su mayor sabiduría, el señor, el
padre espiritual, puede entender mejor lo que sucede. Su ancianidad le permite
distinguir entre verdad e ilusión en el alma de la persona a la que dirige.
—Usted es quincuagenario. Es lector de la revista, que existe desde hace dos años.
¿El conjunto de sus discursos es para usted algo positivo?
—Quizá el problema está en el rango de edad de los que colaboran en ella y de los
que la leen: una mayoría entre veinticinco y treinta y cinco años.
—Claro, en cuanta mayor medida sea escrita por jóvenes, tanto más
concernirá a los jóvenes. Pero el problema no es hacer sitio a un rango de edad al
lado de otro, sino saber qué se puede hacer en relación con la casi identificación
entre homosexualidad y amor entre jóvenes.
—¿Se puede decir que la relación con el deseo y con el placer, y con la relación que
uno puede tener, es dependiente de la edad?
—Usted decía hace un momento: «Más que llorar por los placeres marchitos me
interesa lo que podemos hacer con nosotros mismos». ¿Podría ser más preciso?
—El ascetismo como renuncia al placer tiene mala reputación. Pero la ascesis
es otra cosa: es el trabajo que uno hace sobre sí mismo para transformarse o para
hacer aparecer ese sí mismo que, afortunadamente, uno no alcanza jamás. ¿No
sería este nuestro problema hoy? El ascetismo se ha abandonado. Nos corresponde
a nosotros avanzar en una ascesis homosexual que nos haga trabajar sobre
nosotros mismos e inventar, no digo descubrir, una manera de ser todavía
improbable.
—Eso quiere decir que un muchacho homosexual debería ser muy prudente en
relación con la imaginería homosexual y trabajar en otra cosa?
—Lo que me parece cierto es que en los Estados Unidos, incluso si el fondo
de miseria sexual existe todavía, el interés por la amistad se ha vuelto muy
importante: no se entra simplemente en relación para llegar a la consumación
sexual, que se logra muy fácilmente, sino que hacia lo que la gente está polarizada
es hacia la amistad. ¿Cómo llegar, a través de las prácticas sexuales, a un sistema
relacional? ¿Es posible crear un modo de vida homosexual?
—¿No es una mitología decir: “Henos aquí, quizá en las primicias de una
socialización entre seres que es inter-clases, inter-edades, inter-naciones”?
—Las mujeres podrán objetar: “¿Qué es lo que los hombres entre sí ganan con eso,
en comparación con las relaciones posibles entre un hombre y una mujer, o una relación
entre dos mujeres?”.
—Hay un libro que acaba de aparecer en los Estados Unidos sobre las
amistades entre mujeres[176]. Está muy bien documentado a partir de testimonios de
relaciones de afecto y de pasión entre mujeres. En el prefacio la autora dice que ella
había partido de la idea de detectar relaciones homosexuales y se había dado
cuenta no solo de que esas relaciones no estaban siempre presentes sino que
carecía de interés saber si se podía denominar a eso homosexualidad o no. Y que,
dejando la relación desplegarse tal como aparece en las palabras y en los gestos,
aparecían otras cosas muy importantes: amores, afectos densos, maravillosos,
soleados o bien muy tristes, muy negros. Ese libro muestra también, hasta qué
punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran papel, y los contactos entre los
cuerpos femeninos: una mujer peina a otra mujer, le ayuda a maquillarse, a
vestirse. Las mujeres tenían derecho al cuerpo de las otras mujeres: cogerse por la
cintura, abrazarse. El cuerpo del hombre estaba prohibido al hombre de manera
más drástica. Si es verdad que la vida entre mujeres era tolerada, es solo en
algunos períodos y desde el siglo XIX que la vida entre hombres no solo fue
tolerada, sino rigurosamente obligatoria: simplemente durante las guerras.
—La noche de las elecciones[178], le preguntamos por sus primeras reacciones. Usted
no quiso responder. Pero, hoy, se siente más cómodo para hablar…
—En efecto, yo consideraba que votar, es, en sí, una manera de actuar.
Después, corresponde al gobierno actuar a su vez. Ahora ha llegado el momento
de reaccionar ante lo que comienza a hacerse.
De todos modos, creo que hay que considerar que la gente es lo bastante
mayor para decidir sola en el momento del voto, y para regocijarse a continuación
si es el caso. Me parece además que se las han arreglado muy bien.
—Me llaman la atención tres cosas. Desde hace una veintena de años, se han
planteado una serie de cuestiones en la sociedad misma. Y esas cuestiones durante
mucho tiempo no han tenido derecho de ciudadanía en la política «seria» e
institucional.
Los socialistas parecen haber sido los únicos en captar la realidad de esos
problemas, en hacerse eco de ellos —lo que no ha sido ajeno, sin duda, a su
victoria.
Eso desmiente lo que había podido decirse sobre la inanidad de todas esas
cuestiones planteadas en el curso de estos diez o quince últimos años; lo que se
había podido decir de la inexistencia de una lógica de izquierda en la manera de
gobernar; lo que se ha podido decir sobre las facilidades demagógicas de las
primeras medidas que iban a ser tomadas. Sobre lo nuclear, los inmigrantes, la
justicia, el gobierno ha anclado sus decisiones en problemas realmente planteados
ateniéndose a una lógica que no iba en el sentido de la opinión mayoritaria. Y estoy
seguro de que la mayoría aprueba esta manera de hacer, si no las medidas mismas.
Al decir esto, no digo, está hecho y ahora podemos irnos a descansar. Estas
primeras medidas no son una carta constitucional, no obstante son más que gestos
simbólicos.
—En efecto se trata de una manera de gobernar muy distinta la que parece entrar en
juego.
—Hay que salir del dilema: o se está a favor o se está en contra. Después de
todo se puede estar de cara y de pie. Trabajar con un gobierno no implica ni
sujeción ni aceptación total. Se puede a la vez trabajar y ser remiso. Pienso incluso
que las dos cosas van a la par.
—¿Después del Michel Foucault crítico vamos a ver al Michel Foucault reformista?
¿Era, al fin y al cabo, un reproche a menudo dirigido a la crítica realizada por los
intelectuales, que no lleva a nada?
Por otra parte, no hay reformas en sí. Las reformas no se producen en el aire,
independientemente de los que las hacen. No se puede no tener en cuenta a
quienes tendrán que gestionar esta transformación.
Una crítica no consiste en decir que las cosas no están bien como están.
Consiste en ver sobre qué tipo de evidencias, de familiaridades, de modos de
pensamiento adquiridos y no reflexionados reposan las prácticas que se aceptan.
—Pero ¿piensa usted que el intelectual debe tener un papel programador en esta
transformación?
Decirse de entrada: ¿cuál es la reforma que voy a poder hacer? Ese no es,
creo, para el intelectual un objetivo a perseguir. Su papel, puesto que trabaja
precisamente en el orden del pensamiento, es ver hasta qué punto la liberación del
pensamiento puede conseguir volver estas transformaciones lo suficientemente
urgentes como para que haya ganas de acometerlas, y lo suficientemente difíciles
de acometer como para que se inscriban hondamente en lo real.
Se trata de volver los conflictos más visibles, de tornarlos más esenciales que
los simples enfrentamientos de interés o simples bloqueos institucionales. De esos
conflictos, de esos enfrentamientos debe salir una nueva relación de fuerzas cuyo
perfil provisional será una reforma.
—Se le toma por bastante pesimista. Escuchándole, yo le creería más bien optimista.
Me planteé igualmente esta cuestión en Las palabras y las cosas en relación con
el lenguaje, el trabajo y la historia natural. Lo planteé también en relación con el
crimen en Vigilar y castigar. Siempre se ha respondido al crimen con reacciones
institucionales, pero, a partir de los siglos XVII y XVIII, se amplió esta práctica con
un interrogatorio, que no era ya simplemente un interrogatorio jurídico sobre el
caso que pudiera justificar el castigo, sino una investigación de la verdad dirigida
al yo del criminal. ¿Cuál era su personalidad con todos sus deseos y fantasmas?
—Tendría que haber puesto más el acento en la segunda mitad del siglo XIX,
pero mi interés personal se situaba en otra parte. Yo había constatado que con
frecuencia se confundía la institución de la prisión con la práctica del
encarcelamiento como castigo. La prisión existía en la Edad Media y en la
Antigüedad. Es incontestable, pero mi problema consistía en desvelar la verdad de
la prisión y plantearme en el interior de qué sistema de racionalidad, en qué
programa de dominio de los individuos y de los delincuentes en particular la
prisión era considerada como un medio esencial. Yo mantengo, sin embargo, mi
proyecto de hacer un estudio sobre la psiquiatría penal que se situaría en el cruce
de la historia de la locura y la historia del encarcelamiento como castigo, y que
debiera demostrar cómo nace la cuestión de la verdad del criminal.
Entre los autores clásicos, el guía te llevaba a un fin particular: la vida justa,
o la salud perfecta. Una vez alcanzado ese fin, la dirección se detenía, y se suponía
que el guía estaba más adelantado en el camino que conducía al fin. El
monaquismo cambia esta situación radicalmente. Hay que confesar no solo las
faltas cometidas, sino absolutamente todo, hasta los pensamientos más íntimos.
Hay que manifestarlos.
Por otro lado, se constata que cada año se detiene en París a centenas de
homosexuales en los jardines de Luxemburg y en las inmediaciones del Palais-
Royal. ¿Hay que hablar de represión? Este sistema de detención no se explica por
la ley o la voluntad de reprimir la homosexualidad (de la manera que sea). Por
regla general, son detenidos durante veinticuatro horas. ¿Cómo explicar este gesto?
Yo tengo la hipótesis de que se introduce una nueva forma de relación entre la
homosexualidad y el poder político, administrativo y policial. Por tanto, las
prácticas que vieron la luz en el siglo XVII son de naturaleza distinta de la
represión existente ya desde la Antigüedad. Se constata una reestructuración de las
tecnologías del yo en torno a la sexualidad. En todos los dominios de la sociedad, la
sexualidad se convierte en el dispositivo general explicativo del conjunto de la
personalidad humana.
Entre los cristianos, se trata de otra cosa. Está la carne y el deseo sensual que,
juntos, designan de manera segura la presencia de una fuerza continua en el
individuo. Pero la carne no es exactamente es sinónimo de sexualidad. Antes que
examinar el aspecto que en mi primer libro había imprudentemente llamado
programa, preferiría dar una buena definición de lo que implican esas diferentes
experiencias, los aphrodisia para los griegos, la carne para los cristianos y la
sexualidad para el hombre moderno.
—Al principio, usted ligó entre sí el nacimiento del dispositivo de la sexualidad, las
tecnologías de disciplina y el nacimiento de varias entidades tales como el «delincuente», el
«homosexual», etc. En el presente, ¿parece usted ligar más bien la existencia del dispositivo
de la sexualidad y la existencia de esas entidades, de esas etiquetas, a las técnicas de sí?
—En el marco de la reforma del derecho penal en Francia usted ha evocado el tema
de la violación. Usted ha querido quitar el carácter criminal a la violación. ¿Cuál es
exactamente su posición en esta cuestión?
—Ningún comentario, como dicen los funcionarios del Estado, cuando se les
plantea una cuestión embarazosa. No estoy lo suficientemente versado en la
literatura psicoanalítica moderna y comprendo los textos de Lacan demasiado mal
como para hacer el menor comentario sobre ese tema. Tengo, sin embargo, la
impresión de que se puede constatar un progreso significativo, pero es todo lo que
puedo decir al respecto.
—En Las palabras y las cosas, habla de la muerte del hombre. ¿Quiere decir que el
humanismo no puede ser el punto de referencia de sus actividades políticas?
—Hay que recordar el contexto en el que escribí esa frase. Usted no puede
imaginarse en qué poza moralizante de sermones humanistas estábamos
sumergidos en la postguerra. Todo el mundo era humanista [194]. Camus, Sartre,
Garaudy eran humanistas. Stalin también era humanista. No tendré la grosería de
recordar que los discípulos de Hitler se denominaban humanistas. Eso no
compromete al humanismo, pero permite simplemente comprender que en la
época yo no podía ya pensar en los términos de esta categoría. Estábamos en plena
confusión intelectual. En la época, el yo se comprendía como categoría de
fundamento. Las determinaciones inconscientes no podían ser aceptadas. Tome
por ejemplo el caso del psicoanálisis. En el nombre del humanismo, en el nombre
del yo humano en su soberanía, numerosos fenomenólogos, al menos en Francia,
tales como Sartre y Merleau-Ponty, no podían aceptar la categoría del inconsciente.
No se la admitía más que como una especie de sombra, algo marginal, un
excedente; la conciencia no debía perder sus derechos soberanos.
—¿Qué coherencia existe entre las diferentes formas de lucha política en las que
usted ha estado comprometido?
—Yo diría que en última instancia no hago ningún esfuerzo por desarrollar
la menor forma de coherencia. La coherencia es la de mi vida. He luchado en
diferentes dominios, eso es exacto.
—Lo que me parece más importante en ese libro es que Dover muestra que
nuestra división de las conductas sexuales en homo y heterosexualidad en absoluto
es pertinente para los griegos y los romanos. Esto significa dos cosas: por una
parte, que ellos no tenían de ello la noción, el concepto, y, por otra parte, que no
tenían la experiencia. Una persona que se acostaba con otra del mismo sexo no se
percibía como homosexual. Esto me parece fundamental.
—Era difícil de aceptar moralmente, y, sin embargo, toda la sociedad griega estaba
basada prácticamente sobre relaciones pederásticas, digamos pedagógicas en sentido amplio.
¿No hay ahí una ambigüedad?
—Pienso, en efecto, que ese mito griego juega un poco, pero no juega más
que el papel que se le pide que juegue: no es porque se haga referencia a él por lo
que se tiene tal comportamiento, sino que porque se tiene tal comportamiento es
por lo que se va a hacer referencia a él remodelándolo. Me llama mucho la atención
que en América la sociedad de los homosexuales sea una sociedad monosexual con
modos de vida, una organización al nivel de las profesiones, un cierto número de
placeres que no son de orden sexual. Que haya así homosexuales que viven en
grupo, en comunidad, en una relación continua de intercambios denuncia por
completo el retorno a la mono-sexualidad. Las mujeres han vivido también en
grupos mono-sexuales, pero en muchos casos, de un modo forzado; era una
respuesta, a menudo innovadora, creativa, a un estatus que le era impuesto. Pienso
ahora en un libro de una americana Superemos el amor de los hombres[198], muy
interesante, Lilian Federman, estudia las amistades femeninas del siglo XVIII hasta
la primera mitad del siglo XIX, con las bases siguientes: «no me plantearé nunca la
cuestión de saber si esas mujeres entre sí tenían o no relaciones sexuales. Voy a
tomar, por una parte, la red de esas amistades o la historia misma de una amistad,
ver cómo se desarrolla, como la vive la pareja, qué tipos de conducta lleva consigo,
lo ligadas que las mujeres estaban las unas a las otras; y, por otra parte, cuál es la
experiencia vivida, el tipo de afecto, de vinculación, ligados a ello».
—Sin embargo, lo que usted dice al respecto en Gai Pied [199] y esto de lo que habla
ahora me parece problemático en esto: estudiar los agrupamientos monosexuales femeninos
sin plantear la cuestión de la sexualidad me parece continuar con la actitud de confinar a
las mujeres en el dominio del sentimiento con los eternos estereotipos: su libertad de
contactos, su afectividad libre, sus amistades, etc.
—Voy a parecerle quizá laxo, pero pienso que los fenómenos que se querría
estudiar son tan complejos y precodificados por las rejillas de análisis ya hechas
que es preciso aceptar métodos, ciertamente parciales, pero generadores de nuevas
reflexiones, y que permiten hacer aparecer fenómenos nuevos. Tales métodos
permiten superar los términos completamente gastados que estaban en curso en
los años 70: prohibiciones, leyes, represiones. Estos términos fueron muy útiles en
sus efectos políticos y de conocimiento, pero se puede intentar renovar los
instrumentos de análisis. Desde este punto de vista, la libertad de movimientos me
parece mucho mayor en América que en Francia. Lo que no significa que haya que
sacralizar.
—Es un libro interesante porque retoma cosas conocidas que hace aparecer
de forma nueva. Cosas conocidas que él desarrolla: lo que se llama la moral sexual
cristiana, o judeo-cristiana, es un mito. Basta consultar los documentos; esta
famosa moralidad que localiza las relaciones sexuales en el matrimonio, que
condena el adulterio y toda conducta no procreadora y no matrimonial ha sido
edificada mucho antes del cristianismo. Usted encuentra todas estas formulaciones
en los textos estoicos, pitagóricos, y esas formulaciones son ya tan «cristianas» que
los cristianos las retoman tal cual[201]. Lo que es bastante sorprendente, es que esta
moral filosófica venía, de algún modo, con retardo, después de un movimiento real
en la sociedad de matrimonialización, de valoración del matrimonio y de las
relaciones afectivas entre esposos[202]. Se han encontrado contratos de matrimonio,
en Egipto, que datan del período helenístico, en los cuales las mujeres pedían la
fidelidad sexual del marido, a lo que el marido se comprometía. Estos contratos no
emanaban de las grandes familias, sino de los medios urbanos, un poco populares.
Como los documentos son raros, se puede lanzar la hipótesis de que los
textos estoicos sobre esta nueva moralidad matrimonial destilaban en los medios
cultivados lo que ya tenía curso en los medios populares. Esto hace, pues, bascular
enteramente todo el paisaje que nos es familiar de un mundo grecorromano de
licencia sexual maravillosa que el cristianismo destruiría de un solo golpe.
Un fenómeno social de gran escala, mucho más complicado que una simple
invención de médicos[207].
—¿Piensa, por ejemplo, que los trabajos médicos de Hirschfeld [208], a comienzo del
siglo XX, y sus clasificaciones han encerrado a los homosexuales?
—En una entrevista en la revista Gai Pied, usted dice que hay que «empeñarse en
llegar a ser homosexual» y al final usted habla de «relaciones variadas, polimórficas» [209].
¿No hay una contradicción?
—Quería decir «hay que empeñarse en ser gay», situarse en una dimensión
en que las opciones sexuales que se toman están presentes y tienen sus efectos
sobre el conjunto de nuestra vida. Quería decir que esas opciones sexuales deben
ser al mismo tiempo creadoras de modos de vida. Ser gay significa que esas
opciones se difundan a través de toda la vida, es también una cierta manera de
rechazar los modos de vida propuestos, es hacer de la opción sexual el operador de
un cambio de existencia. No ser gay es decir: «¿Cómo voy a poder limitar los
efectos de mi opción sexual de tal manera que mi vida no sea modificada en
nada?».
Yo diría, hay que hacer uso de la sexualidad de uno para descubrir, inventar
nuevas relaciones. Ser gay es estar en devenir y, para responder a su pregunta,
añadiría que no hay que ser homosexual sino empeñarse en ser gay.
—¿Es por eso que usted afirma que «la homosexualidad no es una forma de deseo,
sino algo deseable»?
—En su entrevista con los geógrafos en Herodote[212], usted dijo que la arquitectura
se hizo política a finales del siglo XVIII. Obviamente era política también en períodos
anteriores, como durante el imperio romano. ¿Qué tiene de particular el siglo XVIII?
—Mi afirmación, en esa forma, era torpe. No quería decir, claro está, que la
arquitectura no fuera política antes, y llegase a serlo solo en esa época. Yo quería
decir solamente que en el siglo XVIII se ve el desarrollo de una reflexión sobre la
arquitectura en tanto que función de los objetivos y de las técnicas de gobierno de
las sociedades. Se comienza a ver una forma de literatura política que se dirige a lo
que debe ser el orden de una sociedad, lo que debe ser una ciudad, dadas las
exigencias de mantenimiento del orden; dado que hay que evitar epidemias, evitar
revueltas, permitir una vida familiar decente y moral, etc. En función de estos
objetivos, ¿cómo se concibe a la vez la organización de una ciudad y la
construcción de una infraestructura colectiva? Y ¿cómo deben construirse las
casas? No estoy diciendo que este tipo de reflexión aparezca solo en el siglo XVIII,
sino solamente que en el siglo XVIII tiene lugar una reflexión extensa y general
sobre estas cuestiones. Si se consulta un informe de policía de la época —los
tratados consagrados a las técnicas de gobierno [213]— se encuentra que la
arquitectura y el urbanismo ocupan allí un lugar de considerable importancia. Eso
es lo que quise decir.
—No digo que los discursos sobre la arquitectura no existieran antes del
siglo XVIII. Ni que los debates referentes a la arquitectura antes del siglo XVIII
carecieran de toda dimensión o significación política. Lo que quiero puntualizar es
que, a partir del siglo XVIII, todo tratado de política en tanto que arte de gobernar
a los hombres incluye necesariamente uno o varios capítulos sobre el urbanismo,
los equipamientos colectivos, la higiene y la arquitectura privada. Esos capítulos
no se encuentran en las exposiciones sobre el arte de gobernar del siglo XVI[216].
Este cambio no se da quizá en las reflexiones de los arquitectos sobre la
arquitectura, pero es muy claro en las reflexiones de los políticos.
Hay toda una serie de utopías o de proyectos de gobierno del territorio que
se desarrollaron sobre la premisa de que un Estado es como una gran ciudad; la
capital es como su plaza principal; los caminos son como sus calles. Un Estado
estará bien organizado cuando un sistema de policía tan estricto y eficaz como el
de las ciudades se extienda a todo el territorio. Al comienzo, la noción de policía se
aplicaba únicamente al conjunto de regulaciones destinadas a asegurar la
tranquilidad de una ciudad, pero en ese momento la policía se convierte en el
molde de racionalidad para el gobierno de todo el territorio. El modelo de la ciudad
deviene en la matriz de las regulaciones que se aplican al conjunto del Estado.
Existían, por tanto, problemas en los vínculos entre el ejercicio del poder
político y el espacio de un territorio, o el espacio de las ciudades —vínculos que
eran enteramente nuevos.
—Así que era menos un tema de arquitectura que anteriormente. Son una especie de
técnicas del espacio…
—De hecho, a partir del siglo XIX, los grandes problemas del espacio eran
de un tipo diferente. Lo que no quiere decir que se olvidaran los problemas de
orden arquitectónico. En lo que atañe a los primeros a los que he hecho referencia
—la enfermedad y los problemas políticos— la arquitectura tiene un papel muy
importante que jugar. Las reflexiones sobre el urbanismo y sobre el diseño de los
alojamientos de los obreros, todas esas cuestiones forman parte de la reflexión
sobre la arquitectura.
—¿Así pues, los arquitectos no son ya necesariamente los amos del espacio que una
vez fueron o creyeron ser?
—En efecto. Ellos no son ni los técnicos ni los ingenieros de las tres grandes
variables: territorio, comunicación y velocidad. Eso escapa al dominio de los
arquitectos.
—No creo que sea posible decir que una cosa sea del orden de la
«liberación» y otra del orden de la «opresión». Hay un cierto número de cosas de
las que se puede decir con alguna certeza, a propósito de un campo de
concentración, en el sentido de que no es un instrumento de liberación, pero se
debe seguir teniendo en cuenta el hecho —en general ignorado— de que, al
margen de la tortura y la ejecución, que bloquean cualquier resistencia, no importa
lo terrorífico que pueda ser un sistema dado, siempre quedan posibilidades de
resistencia, de desobediencia y de grupos de oposición.
Por otra parte, no creo que haya nada que sea funcionalmente —por su
misma naturaleza— absolutamente liberador. La libertad es una práctica. De hecho
puede siempre existir un cierto número de proyectos cuyo objetivo sea modificar
algunas constricciones, aligerarlas o incluso destruirlas, pero ninguno de esos
proyectos puede, simplemente, por su naturaleza, asegurar que la gente tenga
automáticamente libertad, que eso vaya a quedar establecido por el proyecto
mismo. La libertad de los hombres no está nunca asegurada por las instituciones y
las leyes que se proponen garantizarla. Es por eso que casi todas esas leyes e
instituciones son muy susceptibles de que se les dé la vuelta. No porque sean
ambiguas, sino simplemente porque la «libertad» es algo que tiene que ser
ejercido[220].
—¿Hay ejemplos urbanos de eso? ¿O ejemplos en que los arquitectos hayan tenido
éxito?
—¿Quiere decir que la arquitectura no puede, por sí misma, resolver los problemas
sociales?
—Dicho todo esto, sería justo decir que usted teme menos el historicismo y el juego
de las referencias históricas que alguien como Habermas; también que esta cuestión ha sido
planteada en arquitectura casi como una crisis de civilización por los defensores del
modernismo, que sostienen que si abandonamos la arquitectura moderna por un frívolo
retorno a la decoración y los motivos, estamos de algún modo abandonando la civilización.
Por otra parte, algunos posmodernos han defendido que las referencias históricas per se
son de alguna manera significativas y nos están protegiendo de los peligros de un mundo
excesivamente racionalizado.
—De ahí que la simple oposición entre razón e historia sea más bien ridícula…
escoger una de las dos…
—También nos recuerda que hay siempre una historia; que aquellos modernistas
que querían suprimir cualquier referencia al pasado estaban cometiendo un error.
—Por supuesto.
—Sus dos próximos libros tratan de la sexualidad entre los griegos y los primeros
cristianos. ¿Hay alguna particular dimensión arquitectónica en las cuestiones que trata?
—Sí; pero en Francia cesó en gran parte. Todavía existía en el siglo XIX. Uno
lo ve en Les Enfants du Paradis[229] y es históricamente exacto. Uno de los personajes,
Lacenaire, era —nadie lo menciona— un degenerado y un proxeneta que usaba a
jóvenes muchachos para atraer a hombres mayores y luego chantajearles: hay una
escena que se refiere a esto. Se requería de toda la ingenuidad y
antihomosexualidad de los surrealistas para pasar por alto ese hecho. Así los baños
continuaron existiendo, como un lugar de encuentros sexuales. Los baños eran una
especie de catedral del placer en el corazón de la ciudad, adonde las personas
podían ir tan a menudo como quisieran, por donde paseaban, se elegían unas a
otras, se encontraban unas con otras, obtenían placer, comían, bebían, discutían…
—Así que el sexo no estaba separado de los demás placeres. Estaba inscrito en el
centro de las ciudades… Era público, servía a un propósito…
—En su libro El orden de las cosas usted construía ciertas metáforas espaciales
impactantes para describir estructuras de pensamiento. ¿Por qué piensa que las imágenes
espaciales son tan evocadoras de esas referencias? ¿Cuál es la relación entre esas metáforas
espaciales que describen las disciplinas y las más concretas descripciones de los espacios
institucionales?
—Es muy posible que puesto que estaba interesado en los problemas del
espacio, usara un gran número de metáforas espaciales en El orden de las cosas, pero
frecuentemente no eran unas metáforas que yo propusiera, sino unas que estaba
estudiando como objetos. Lo que es llamativo en las mutaciones epistémicas y las
transformaciones del siglo XVII es ver cómo la espacialización del conocimiento
fue uno de los factores en la constitución de ese conocimiento como ciencia. Si la
historia natural y la clasificación de Linneo fueron posibles, es por un cierto
número de razones: por una parte, hubo literalmente una espacialización del objeto
mismo de sus análisis, puesto que se daban a sí mismos el papel de estudiar y
clasificar una planta solo sobre la base de lo que era visible. Ni siquiera querían
usar un microscopio. Todos los elementos tradicionales de conocimiento, tales
como las funciones médicas de la planta quedaban fuera. El objeto fue
espacializado. A continuación, fue espacializado en la medida en que los principios
de clasificación tenían que hallarse en la estructura misma de la planta: el número
de elementos, cómo estaban dispuestos, su tamaño, etc. y algunos otros elementos,
como la altura de la planta. Luego, estaba la espacialización en las ilustraciones de
los libros, que era solo posible con ciertas técnicas de impresión. También, la
espacialización de la reproducción de las plantas mismas, que se representaba en
los libros. Todo eso son técnicas espaciales, no metáforas.
—¿El plan real de una construcción —el diseño preciso que se transforma en muros
y ventanas— tiene la misma forma que el discurso en cuanto, digamos, pirámide jerárquica
que describe con toda precisión relaciones entre la gente, no solo en el espacio, sino también
en la vida social?
—Bien, creo que hay unos pocos ejemplos, simples y excepcionales, en los
que el sentido arquitectónico reproduce, con mayor o menor énfasis, las jerarquías
sociales. Está el modelo del campo militar, donde la jerarquía militar se deja leer en
la misma planta, por el lugar ocupado por las tiendas y los edificios reservados a
cada rango. Se reproduce a través precisamente de la arquitectura una pirámide de
poder; pero esto es un ejemplo excepcional, como lo es todo lo militar —
privilegiado en la sociedad y de una extrema simplicidad.
—La arquitectura no es, por supuesto, una constante: tiene una larga tradición de
preocupaciones cambiantes, de sistemas cambiantes, de reglas diferentes. El saber de la
arquitectura es parcialmente la historia de la profesión, parcialmente la evolución de una
ciencia de la construcción, y parcialmente una reescritura de teorías estéticas. ¿Qué piensa
usted que es propio de esta forma de saber? ¿Es más semejante a una ciencia natural, o a lo
que usted ha llamado una «ciencia dudosa»?
—No puedo decir realmente que esa distinción entre ciencias ciertas e
inciertas no sea de interés —eso sería evitar la cuestión— pero debo decir que lo
que me interesa más es dirigir el foco hacia lo que los griegos llamaban technê, es
decir, una racionalidad práctica gobernada por una meta consciente. No estoy
siquiera seguro de si merece la pena plantearse constantemente la cuestión de si el
gobierno puede ser objeto de una ciencia exacta. Por otra parte, si la arquitectura,
como la práctica de gobierno y la práctica de otras formas de organización social,
es considerada como una technê, posiblemente usando elementos de ciencias como
la física, por ejemplo, o la estadística, etc., esto es lo interesante. Pero si se quisiera
hacer una historia de la arquitectura, creo que esta debiera seguir las líneas de esta
historia general de la technê, antes que las historias de las ciencias exactas o
inexactas. La desventaja de esta palabra, technê, soy consciente de ello, es su
relación con la palabra «tecnología», que tiene un significado muy específico. A la
palabra «tecnología» se le da un significado muy estrecho: se piensa en la
tecnología pesada, la tecnología de la madera, del fuego, de la electricidad.
Mientras que el gobierno es también una función de la tecnología: el gobierno de
los individuos, el gobierno de las almas, el gobierno de sí por sí mismo, el gobierno
de las familias, el gobierno de los niños, etc. Creo que si se resituara la historia de
la arquitectura en esta historia general de la technê, en este amplio sentido de la
palabra, se tendría un concepto guía más interesante que considerando la
oposición entre ciencias exactas e inexactas.
Te agradezco mucho que me hayas invitado [233]. Vengo aquí, saben ustedes,
en calidad de postulante: quiero decir que, hasta hace cuatro o cinco años, mi
especialidad, en fin, lo que era el dominio de mi trabajo apenas afectaba a la
filosofía antigua; y fue después, tras un cierto número de zigzags, de paréntesis o
de pasos atrás en el tiempo, cuando he llegado a decirme que la cosa era, en
cualquier caso, muy interesante. Así pues, vengo aquí en el proceso de un trabajo.
Henri Joly, un día en que yo le hacía preguntas y le explicaba mis problemas, tuvo
a bien decirme que quizá ustedes aceptarían discutirlos conmigo, en el estado de
imperfección en que mi trabajo se encuentra por el momento. Se trata de
materiales, de referencias a textos, de indicaciones; la exposición que voy a hacerles
es, pues, lagunosa y serían muy amables si tuvieran a bien, en primer lugar, gritar
cuando sea poco fino, interrumpirme cuando no entiendan o la cosa no vaya bien
y, en fin, en cualquier caso, decirme lo que piensan.
Así que, fue mirando un poco más de cerca esta cuestión de la obligación de
decir la verdad sobre sí mismo como la historia del cristianismo, la historia del
cristianismo primitivo, se me ha aparecido como curiosa e interesante. Ustedes lo
saben mejor que yo, la forma penitencial que conocemos, que constituye el
sacramento de la penitencia, o más bien, la forma de confesión que está ligada al
sacramento de la penitencia, es de institución relativamente reciente, grosso modo,
en el siglo XII, y ha sido puesta a punto, definida, estructurada, a partir de una
evolución que ha sido lenta y compleja. Y si se retrocede en el tiempo, se advierte
que, digamos en el siglo IV-V, el sacramento de la penitencia, claro está, no existe,
pero se encuentran formas distintas de obligación de decir la verdad sobre sí
mismo, más exactamente dos formas distintas: una que es la obligación de
manifestar la verdad sobre sí mismo y la otra que es la obligación de decir la
verdad sobre sí mismo —y esto en dos contextos, con dos formas y dos series de
efectos completamente diferentes[234].
Obligación de manifestar la verdad sobre sí, eso es lo que forma parte del
ritual de la penitencia: es la exomologesis, una especie de dramatización de sí mismo
como pecador que se hace a través de la vestimenta, los ayunos, las pruebas, la
exclusión de la comunidad, la actitud de suplicante a la puerta de la iglesia, etc.;
dramatización de sí, expresión dramática de sí como pecador, por la cual uno se
reconoce a sí mismo como pecador, pero sin pasar —sin pasar necesariamente, en
todo caso, sin pasar primeramente y fundamentalmente— por el lenguaje. Es la
exomologesis.
Es esta historia del decirlo todo, la obligación de decirlo todo acerca del
movimiento de sus pensamientos lo que me ha cautivado y cuya historia he
intentado hacer, en todo caso, ver de donde venía. Y, muy naturalmente, he sido
llevado a mirar del lado de la filosofía digamos grecorromana, para saber si era
posible encontrar una raíz en esta práctica de la obligación de decirlo todo. He
examinado, pues, esta filosofía, la he enfocado como práctica, es decir, no como
dirección de conciencia, porque no creo que esta noción se aplique muy
exactamente a esta forma de filosofía en la que pienso. Me parece que de esta
práctica filosófica se pueden localizar las formas y los conceptos y comprender su
desarrollo considerándola como un conjunto de principios teóricos, de preceptos
prácticos y procedimientos técnicos por obra del cual se es llevado, llamado a
asegurar la epimeleia heautou, el cuidado de sí mismo; es, pues, si ustedes quieren, la
filosofía como fundamento teórico, regla práctica, instrumentación técnica del
cuidado de sí. Es bajo este ángulo como yo enfocaré la filosofía de la época
helenística y sobre todo de la época romana de los dos primeros siglos del imperio.
Es, pues, dentro de ese marco, que he intentado considerar el problema de la
obligación de decirlo todo.
Tercer texto, está en Las fenicias, versos 387 y siguientes. Es un diálogo entre
Yocasta y Polinice. En este diálogo, trata del exilio, y Yocasta interroga a Polinice
sobre los dolores y las desgracias del exilio. Yocasta dice, pregunta más bien:
«¿Estar privado de su patria, es un gran mal?». Y Polinice responde: «Muy grande.
La palabra resulta inferior a la cosa». Yocasta: «¿En qué consiste pues ese mal?
¿Qué tiene el exilio de desagradable?». Polinice: «El peor inconveniente, ouk echei
parrêsian (no tiene parrêsía)». Y Yocasta responde: «He ahí lo que corresponde a un
siervo [un esclavo: doulos; MF] callar su pensamiento (mê legein ha tis phronei)».
Polinice responde: «Del amo, entonces, hay que saber soportar las tonterías».
Yocasta: «Otro sufrimiento, ¡ser loco con los locos!».
En fin, cuarto texto: está en Las bacantes, versos 668 y siguientes. Se trata de
un texto en el que el mensajero viene a traer a Penteo la noticia de los excesos de
las bacantes. Llega con esta noticia, pero tiene miedo de decírsela a Penteo. Tiene
miedo de hablar, y dice: «¿Quisiera saber si debo, sin ambages [en fin, les cito la
traducción; MF], transmitírtelo o moderar mi lengua? Temo la cólera de tus
espíritus, Príncipe, tu vivo enojo, el exceso de tu humor real». Y Penteo responde:
«Puedes hablar: no tienes nada que temer de mí. Uno no debe emprenderla con
quien cumple con su deber».
Así que, ahí tienen ustedes una situación por completo diferente. En este
caso no es un ciudadano que afirme o reivindique su derecho de hablar, puesto
que está en su tierra. Todo lo contrario, es el mensajero, es el siervo que viene y
que tiene una mala noticia que anunciar; y tiene miedo de transmitirla y pregunta
de algún modo si puede beneficiarse de la parrêsía, es decir, si puede hablar
libremente. Y es a lo que Penteo le responde: sí, puedes hablar libremente.
Por tanto, en una situación como esa, ven que se trata en cierto modo de una
situación inversa a la que se ha visto hace un momento. Tenemos un siervo, un
siervo con algo que decir, tiene una mala noticia, una noticia que supondrá un mal
para aquel al que va a dirigirla; ¿se va a poder beneficiar del derecho de hablar? Y
Penteo, como amo que se mantiene alerta, que sabe cuál es su interés y sabe
también cuál es su deber, responde: por supuesto, tienes derecho a hablar, no te
castigaré por la mala noticia que me has dado, no la emprenderé después más que
con las bacantes, y promete castigo a las bacantes. Tenemos aquí un texto cuyo
interés, creo, es doble. De una parte, porque plantea, como ven, el problema que se
encuentra tan frecuentemente en otras tragedias, que es: qué hacer con el
mensajero que aporta malas noticias, ¿debe ser castigado el portador de una mala
noticia o no? El derecho de parrêsía concedido al siervo le promete la impunidad
ante la mala noticia que porta. Y luego, al mismo tiempo, ven aparecer algo que va
a tener, creo, mucha importancia, y que es lo que podría llamarse el tema del
compromiso, del pacto parresíaco: aquel que es el más fuerte y que es el amo abre
un espacio de libertad, un espacio de derecho a la palabra, a aquel que no es el
amo, y le pide que hable, que diga la verdad, una verdad que puede herirle a él, al
amo, pero por la cual se compromete a no castigar a quien se la dice, a quien la
pronuncia, y a dejarle libre, es decir, a disociar lo que es enunciado de aquel que lo
enuncia.
Otro texto, más interesante porque va a tener una suerte histórica mucho
mayor, es el que se encuentra en el libro III de las Leyes (694a y siguientes). Se trata
en ese texto del régimen monárquico, muy particularmente del régimen de Ciro,
de la buena monarquía, la monarquía moderada, militar y moderada. Y en el
elogio que [Platón] hace del régimen de Ciro, son destacables dos cosas. En primer
lugar esta: que los soldados, en el reino de Ciro, la monarquía de Ciro, tenían una
cierta parte en el mando, podían discutir con los jefes, lo que les proporcionaba
audacia en el combate y también amistad para con los jefes. Por otra parte, el rey
mismo autorizaba en torno a él a los que eran competentes para emplear su hablar-
franco, a tener la parrêsía. El rey les daba ese derecho, lo que le aseguraba éxitos
efectivos, lo que le aseguraba la prosperidad y lo que hacía que esta monarquía
estuviese al mismo tiempo caracterizada por la eleuthería, la libertad, philía, la
amistad, y finalmente koinônía, la comunidad.
Me gustaría también añadir, entre los primeros textos de Platón que voy a
citar, un pasaje de las Leyes, libro VIII 835c, donde Platón explica cómo deben ser
regulados y regidos, en la ciudad, los cantos, la gimnástica, la música. Y va a pasar
de ahí a lo que es el dominio de las pasiones y la expulsión de las malas pasiones.
Y comienza este nuevo desarrollo evocando la posibilidad, la necesidad de alguien
que sería como una especie de maestro de moral. Ese maestro de moral ¿quién
sería? Sería alguien que por la parrêsía tendría ascendiente sobre todos, que
ordenaría a cada uno lo que es conforme a la politeía, a la constitución de la ciudad.
Y al hacer eso, no haría otra cosa que escuchar la razón, la sola razón, y sería de
algún modo en la ciudad el único que escucharía la sola razón. Ser el único en
escuchar la sola razón, esto es lo que caracterizaría lo que se podría llamar el
parresiasta moral de la ciudad.
Así que la parrêsía aparece aquí en un sentido muy diferente de aquel en que
se la ha visto funcionar hace un momento, sea cuando era un derecho de los
ciudadanos, sea también cuando era la necesidad o el criterio de un gobierno
monárquico razonable y que se dejaba decir la verdad. Ahora, se trata de una
parrêsía que va a servir de prueba y de piedra de toque para el alma. Cuando un
alma quiere tener una piedra de toque, es decir, si quiere saber —y entonces el
texto emplea en un momento dado (la traducción no lo refleja bien, pero poco
importa) la palabra importante therapeuein— es decir, si el alma se busca en su
voluntad de cuidarse, de ocuparse de sí misma, si quiere encontrar una piedra de
toque que le permita localizar donde se encuentra respecto de su salud, es decir
respecto de la verdad de sus opiniones, tiene necesidad de alguien, de otra alma
que se va a caracterizar por la epistêmê, el saber, por la eunoia, la benevolencia, y
por la parrêsía. A unos les falta ciencia y no pueden aportar buenos criterios; otros
carecen de amistad, no tienen la eunoia; en cuanto a Polo y Gorgias que han
hablado hace un momento, Sócrates dice en efecto: carecían de parrêsía, han sido
tímidos, han tenido vergüenza de ir hasta el final de lo que pensaban, a saber, que
era razonable cometer acciones injustas. Calicles, dice Sócrates evidentemente con
ironía —pero poco importa la ironía por el momento— Calicles, va a ser la buena
piedra de toque del alma en buen estado de salud: tiene la epistêmê, al menos
pretende tenerla, pretende tener la amistad, y no carece ciertamente de esta
parrêsía, no está frenado por ese escrúpulo, ese pudor que caracterizaba a Polo y a
Gorgias.
La parrêsía es, pues, una libertad, una libertad que el soberano debe dar. Y
esta libertad que es dada así por el príncipe a otros, no hay que comprenderla
como una suerte de delegación de poder, no es tampoco una participación en el
poder. La libertad que el príncipe da al parresiasta del que tiene tanta necesidad
para gobernar, ¿esta libertad, a qué se dirige? ¿Cuál es su campo de aplicación? No
es la política, no es la gestión de la república, no es una parte de su poder que él ha
dado a otros. Da a otros la libertad de ejercer, si pueden y si son capaces, un poder
sobre su propia alma, la suya, la del soberano; la parrêsía política tiene como punto
de aplicación, no el campo de la acción política, sino el alma del príncipe. Y en esta
medida, ven que esta parrêsía política está sin embargo muy próxima a la que se
estudiará ahora mismo, que es la parrêsía en la dirección de conciencia. Ven
también que esta parrêsía así entendida como libertad de decir para actuar sobre el
alma del príncipe, está ligada a un cierto tipo de estructura política, está ligada
también a la forma política de la corte. Y creo que habría toda una larga historia de
la parrêsía […][244] todo a lo largo de los sistemas políticos, en todas las formas de
sistemas políticos que han conllevado una corte. Hasta el siglo XVIII, en el
pensamiento político europeo, el problema de la parrêsía, de la libertad de hablar
para el consejero del príncipe, es un problema político. Antes de que se plantee el
problema de la libertad de expresión para todo el mundo, el problema del derecho
de hablar franco dentro del espacio de la corte ha sido un problema político mayor.
En efecto, podría ser divertido examinar esto, ver lo qué ha sido, en relación con la
parrêsía, el retrato del buen consejero; el favorito, como personaje negativo: es él
precisamente quien es el adulador y no el parresiasta; el predicador de la corte:
aquel que, protegido por su condición de sacerdote y por el lugar desde el que
habla, la cátedra, ese está obligado a la parrêsía. Estos son los límites de la parrêsía.
Habría, creo, que hacer todo un análisis histórico-cultural de la parrêsía en su
relación con la estructura de la corte.
En todo caso, no son estos problemas lo que querría estudiar hoy; querría
tomar un contexto práctico distinto que no es, por tanto, ni el de la retórica, ni el de
la política, sino que es el de la dirección de conciencia. Entonces, si les parece,
querría exponer dos o tres cuestiones de método. En primer lugar: esta cuestión de
la parrêsía en la dirección de conciencia, ha sido evocada en un cierto número de
estudios, pero no creo que haya dado lugar nunca a un análisis directo y claro. El
texto que me parece más lleno de información, ustedes lo conocen sin duda, es un
texto de Gigante que apareció en las actas del congreso Guillaume Budé de 1968 [245]
y que es una presentación, precisamente, del texto de Filodemo que se llama el Peri
parrêsías. Ahí, a través del texto de Gigante, refiriéndose a Filodemo y a otros
autores anteriores, se ve más o menos qué es lo que está en juego en este debate: la
cuestión de saber si la parrêsía debe ser considerada como una virtud, como una
técnica, o si no habría que considerarla como un modo de vida. Para decir las cosas
muy esquemáticamente, me parece […] que es un modo de vida, un modo de vida
como podría ser, por ejemplo, el modo de vida filosófico. Es absolutamente cierto
que el modo de vida filosófico implica la parrêsía; y no puede haber filósofo que no
sea un parresiasta; pero el hecho de ser parresiasta no coincide exactamente con el
modo de vida filosófico. Creo que —en todo caso es lo que me gustaría sugerirles
— habría que enfocar la parrêsía bajo el ángulo de lo que se llama ahora una
pragmática del discurso, es decir, que habría que considerar la parrêsía como el
conjunto de los caracteres que cimentan en derecho, y aseguran en eficacia, los
discursos del otro en la práctica del cuidado de sí. Dicho de otra manera, si ustedes
quieren, si la práctica filosófica es efectivamente, como se lo decía hace un
momento, el ejercicio del cuidado de sí, o el conjunto de prácticas, reglas y técnicas
que aseguran el ejercicio del cuidado de sí, si la práctica filosófica es en efecto el
ejercicio del cuidado de sí, si el cuidado de sí tiene necesidad del otro y del
discurso del otro, ¿cuál es el carácter esencial de ese discurso del otro enfocado
como acto, como acción sobre mí? Ese discurso tiene por carácter, debe tener por
carácter, ser el discurso de la parrêsía. La parrêsía caracteriza el discurso del otro en
el cuidado de sí.
Es aquí donde me gustaría comenzar por tomar dos textos que me servirán
un poco de hilo conductor para estudiar esta noción de parrêsía. Uno es
simplemente el texto de presentación de las Disertaciones de Epicteto redactado por
Arriano[247]. Se trata de un texto muy interesante y constituye un pequeño tratado
de la parrêsía, una reflexión sobre la parrêsía —es una pequeña página. Y Arriano
explica que se decidió a publicar las Disertaciones de Epicteto, porque estaban
circulando versiones defectuosas: quiero, dice, publicar estas Disertaciones a fin de
dar a conocer la dianoia y la parrêsía de Epicteto: la dianoia, es decir, el movimiento
del pensamiento, el movimiento del pensamiento de Epicteto, y la parrêsía, que es
precisamente la forma propia de su discurso. Dianoia y parrêsía están asociadas, y
no serán disociadas, por lo demás, a lo largo de todo el texto; lo que Arriano quiere
hacer presente es el conjunto constituido por la dianoia y la parrêsía de Epicteto. Y
para poder restituir así la dianoia y la parrêsía de Epicteto, ¿qué es lo que va a hacer?
Va, dice, a publicar, a dar al público, las notas que ha tomado, los hypomnêmata.
Esta noción de hypomnêmata es una noción técnica importante, es la transcripción
de las notas tomadas por el oyente cuando el filósofo está hablando [248]. Y estas
transcripciones son también cuadernos de ejercicios puesto que, con estos
hypomnêmata que hay que releer regularmente, se reactiva sin cesar lo que ha sido
dicho por el maestro. Acordaos de Plutarco, por ejemplo, enviando el Peri
euthymias a Pacio[249], y donde le dice: sé que estás acuciado, necesitas
imperiosamente un tratado sobre la tranquilidad del alma de una manera muy,
muy urgente. No puedes esperar, te envío los hypomnêmata que escribí para mí. Y
dentro mismo del texto de Epicteto tienen ustedes un cierto número de referencias
al respecto. Epicteto, por ejemplo, en ciertos momentos dice: esto es lo que tengo
que deciros, es preciso ahora el meletan, meditar sobre ello, reactualizarlo y
repensarlo sin parar, es preciso el graphein, anotarlo, es preciso leerlo y gymnazein,
ejercitarse en ello. Arriano va, pues, a dar, a librar al público, los hypomnêmata de
las disertaciones de Epicteto.
He aquí, en todo caso, todo este eje de la parrêsía como función del gnôthi
seauton. Ven que estamos aquí, en cierto sentido, en el punto opuesto a la
estructura platónica. En la estructura platónica, el gnôthi seauton se efectúa por un
movimiento de vuelta del sujeto sobre sí mismo en la forma de la memorización: si
quieres saber quien eres, acuérdate de lo que has sido; aquí, por el contrario, saber
quien eres exige que haya algún otro, alguien que detente la parrêsía, que se sirva
de la parrêsía y que diga en efecto cuál es el orden del mundo en el cual uno se
encuentra situado. Este es una de los primeros aspectos de la parrêsía sobre el que
quería insistir.
Plutarco, por ejemplo, cita el caso de Crates —Crates el cínico, que era
precisamente el hombre de la parrêsía, despojada de toda retórica— y
[particularmente], en sus relaciones con Demetrio Poliorcetes [257]. Cuando Demetrio
conquistó Atenas, era un soberano poderoso, Crates le agredía siempre mediante
una parrêsía por la que le mostraba hasta qué punto su soberanía era poca cosa y
cómo él, Crates, encontraba preferible su propia género de vida al de Demetrio. Y
luego, Demetrio, habiendo perdido el poder, se da cuenta de que Crates viene
hacia él; y, dice Plutarco, Demetrio temía enormemente la parrêsía de Crates.
Crates, precisamente, se le aproximó y desarrolló ante él la tesis de que el exilio, la
pérdida del poder, etc., no son verdaderamente males y le dirigió palabras de
consuelo. La verdadera parrêsía de Crates no consiste, en consecuencia, en herir
siempre a aquel al que se dirige, sino en aprovechar el momento y las
circunstancias según las cuales se pueda hablar de una u otra manera. Plutarco
tiene también al respecto un texto que es claro y donde dice, a propósito de lo que
caracteriza la parrêsía del amigo verdadero: esta parrêsía utiliza el metron, la mesura,
el kairós, la ocasión, sugkrasis, la mezcla, la dulcificación, la mezcla que permite la
dulcificación.
En esta medida, la parrêsía aparece como un arte del kairós, un arte del kairós
que se emparienta, pues, con el de la medicina. [Acordémonos de] todas las
metáforas de la parrêsía como garante del therapeuein del alma; es un arte semejante
al de la medicina, es un arte semejante al del pilotaje y es un arte, también,
semejante al del gobierno y de la acción política: la dirección de conciencia, el
pilotaje, la medicina, el arte de la política, el arte del kairós. Y la parrêsía es
precisamente la manera en la que el que dirige la conciencia de otro debe
aprovechar el buen momento para hablarle como se debe, manteniéndose, en
consecuencia, libre tanto de las necesidades de la argumentación filosófica como de
las formas obligadas de la retórica y de las ínfulas de la diatriba.
En fin, tercero, es preciso que dirija su vida hacia un solo y mismo paradigma,
hacia un solo y mismo esquema de vida. Homología, pues, de opciones de
existencia entre los dos partícipes, constancia de las aversiones y de las
inclinaciones en el parresiasta, unicidad del paradigma de vida, del esquema de
vida en el parresiasta. Estos criterios del verdadero parresiasta, como ven, reenvían
a dos concepciones muy conocidas por lo demás. Por una parte, claro está, la de la
amistad como homonoia. Esta analogía, esta similitud es la que va a fundamentar la
verdadera amistad, y es en este sentido en el que el parresiasta es
fundamentalmente el amigo. Y, segundo, ustedes ven que esta concepción del
verdadero parresiasta como aquel que permanece constante en sus opciones y que
está enteramente inclinado hacia un solo esquema de vida, reenvía a la concepción
estoica de la unidad de la existencia que se opone a la pluralidad de la stultitia del
alma desordenada, mórbida. Y Plutarco desarrolla esto de una manera que es muy
clara y muy visible. El no-parresiasta, es decir, el adulador, es alguien, dice, que no
tiene reglas fijas para conducirse. El adulador es aquel que se modela tanto sobre el
uno como sobre el otro; el adulador, dice, no es simple ni uno, está compuesto de
partes heterogéneas y variadas; el adulador es como un fluido que pasa de una
forma a otra, según el vaso en que es vertido. Así Alcibíades, que a medida que
cambiaba de país no era el mismo; no fue el mismo en Atenas y en Sicilia, no fue el
mismo en Sicilia y en Esparta, no fue el mismo en Esparta y con los persas, etc., en
oposición a Epaminondas que cambió igualmente de país, pero siempre conservó
el mismo ethos en su vestimenta, en su régimen (diaitê), en su lógos y en su bíos. El
adulador no tiene nada fijo y sólido, no tiene nada propiamente suyo, no ama, no
odia, no se alegra, ni se entristece nunca oikeiô pathei [según sentimiento propio][263].
El verdadero parresiasta será, por el contrario, aquel que tenga un oikeiou pathos y
que teniendo una regla de vida idéntica, teniendo siempre el mismo bíos, teniendo
siempre el mismo lógos, teniendo siempre la misma biotê, la misma dieta, el mismo
régimen, podrá servir de punto fijo a aquel que precisamente busca una y busca en
el parresiasta a aquel que podrá ayudarle a formar la unidad de su existencia.
—Pienso que cualquier niño que haya sido educado en un medio católico
justo antes o durante la Segunda Guerra Mundial ha tenido la experiencia de que
había muchos modos diferentes de hablar así como muchas formas de silencio.
Había algunos tipos de silencio que implicaban una intensa hostilidad y otros que
significaban profunda amistad, admiración emocional, incluso amor. Recuerdo
muy bien que cuando conocí al cineasta Daniel Schmidt, que me visitó, no sé con
qué fin, descubrimos después de unos pocos minutos que, en realidad, no
teníamos nada que decirnos. Así que permanecimos juntos desde las tres del
medio día hasta medianoche. Bebimos, fumamos hachís, cenamos. Y no creo que
hablásemos más de veinte minutos durante esas diez horas. Desde aquel momento
se inició una larga amistad. Fue para mí la primera vez que una amistad se
originaba en una conducta de estricto silencio.
Quizá otro rasgo de esta apreciación del silencio esté relacionado con la
obligación de hablar[268]. Viví, cuando era un niño, en un medio social pequeño
burgués, provinciano, en Francia, y la obligación de hablar, de dar conversación a
los visitantes, era para mí algo a la vez muy extraño y muy aburrido. A menudo
me preguntaba por qué la gente tenía que hablar. El silencio puede ser un modo
mucho más interesante de relacionarse con la gente.
—Hay en la cultura india norteamericana una estima mucho mayor por el silencio
que en las sociedades de habla inglesa y supongo que también en las sociedades de habla
francesa.
—Sí, mire, creo que el silencio es una de esas cosas que ha sido
desafortunadamente descuidada en nuestra cultura. No tenemos una cultura del
silencio, tampoco tenemos una cultura del suicidio. Los japoneses la tienen, creo. A
los jóvenes romanos o griegos se les enseñaba a guardar silencio de muy diferentes
modos según las personas con las que estuviesen interactuando. El silencio era
entonces una forma específica de experimentar una relación con otros. Esto es algo
que creo realmente merece la pena cultivar. Estoy a favor del desarrollo del
silencio como un ethos cultural.
—Parece estar fascinado con otras culturas, y no solo del pasado; durante los
primeros diez años de su carrera usted vivió en Suecia, Alemania occidental, y Polonia.
Parece una carrera muy atípica para un académico francés. ¿Puede explicar por qué dejó
Francia y por qué, cuando usted regresó en torno a 1961, por lo que he oído, habría
preferido vivir en Japón?
—Si no le importa, vamos a retornar por un momento a sus años iniciales en París.
Entiendo que trabajaba como psicólogo en el Hospital Sainte Anne en París.
—Y ha subrayado que se identificaba más con los pacientes que con el personal.
Seguramente es una experiencia atípica para alguien que es psicólogo o psiquiatra. ¿Por
qué sintió, en parte debido a esa experiencia, la necesidad de cuestionar radicalmente la
psiquiatría cuando mucha otra gente se contentaba con intentar refinar los conceptos
establecidos?
—Oh, no. Era un hospital grande, tan típico como usted puede imaginar, y
tengo que decir que era mejor que la mayor parte de los hospitales grandes de
ciudades de provincias que visité más tarde. Era uno de los mejores de París. No,
no era terrible. Eso era precisamente lo importante. Quizá si hubiese estado
haciendo esta clase de trabajo en un pequeño hospital provincial habría creído que
sus fracasos eran el resultado de su localización o de sus particulares insuficiencias.
—Oh, sí. Mis recuerdos son más bien… no podría decirse que extraños, pero
lo que me llama la atención hoy cuando intento evocar esas impresiones es que casi
todos los recuerdos más emotivos que tengo están relacionados con la situación
política. Recuerdo muy bien que experimenté uno de mis grandes miedos cuando
el canciller Dollfuss fue asesinado por los nazis en, creo, 1934 [274]. Es algo ahora
muy lejano. Muy poca gente recuerda el asesinato de Dollfuss. Recuerdo muy bien
que estaba realmente asustado por ello. Creo que fue mi primer miedo intenso a la
muerte. También recuerdo a los refugiados de España llegando a Poitiers [275].
Recuerdo pelear en la escuela con mis compañeros por la guerra de Etiopía [276].
Creo que los chicos y chicas de esa generación tuvieron su niñez marcada por esos
grandes acontecimientos históricos. La amenaza de la guerra era nuestro trasfondo,
el marco de nuestra existencia. Entonces la guerra llegó. Mucho más que las
actividades de la vida familiar, eran esos acontecimientos referentes al mundo los
que constituyen la sustancia de nuestro recuerdo. Digo «nuestro» porque estoy casi
seguro de que la mayor parte de los muchachos y muchachas de Francia en ese
momento tuvieron la misma experiencia. Nuestra vida privada estaba realmente
amenazada. Quizá esa es la razón por la que estoy fascinado por la historia y la
relación entre la experiencia personal y aquellos acontecimientos de los que somos
parte. Creo que es el núcleo de mis deseos teóricos [risas].
—Quedó fascinado por ese período aunque no haya escrito sobre él.
—Sí, ciertamente.
—Mire usted, no creo que haya tenido nunca el proyecto de llegar a ser
filósofo. No sabía qué iba a hacer con mi vida. Creo que es también algo típico de
la gente de mi generación. No sabíamos, cuando tenía diez u once años, si nos
convertiríamos en alemanes o seguiríamos siendo franceses. No sabíamos si
moriríamos o no en un bombardeo, etcétera. Cuando tenía dieciséis o diecisiete
años sabía solo una cosa: la vida escolar era un entorno protegido de las amenazas
exteriores, de la política. He estado siempre fascinado con vivir protegido en un
entorno escolar, en un medio intelectual. El conocimiento es para mí eso que
funciona como una protección de la existencia individual y como una comprensión
del mundo exterior. Creo que es eso. El conocimiento como un medio de sobrevivir
mediante el entendimiento.
—¿Podría contarme algo de sus estudios en París? ¿Hay alguien que haya tenido
una influencia especial sobre el trabajo que usted hace hoy o algunos profesores a los que
esté agradecido por razones personales?
—Creo que antes del 68, al menos en Francia, tenías que ser como filósofo un
marxista, o un fenomenólogo o un estructuralista, y yo no me adherí a ninguno de
esos dogmas[278]. El segundo punto es que en esa época en Francia estudiar
psiquiatría o historia de la medicina no tenía un estatus real en el campo político.
Nadie estaba interesado en eso. Lo primero que sucedió después del 68 fue que el
marxismo como estructura dogmática declinó y aparecieron nuevos intereses
políticos y culturales concernientes a la vida personal. Eso es por lo que creo que
mi trabajo no tuvo casi eco, con la excepción de un muy pequeño círculo, antes del
68.
—¿Podría explicar cómo llegó a la idea de que la represión sexual que caracterizó a
Europa y Norteamérica, en los siglos XVIII y XIX, y que parecía tan bien documentada
históricamente, fue de hecho ambigua, y que tras ella había fuerzas que obraban en la
dirección contraria?
—¿En su opinión, cuáles son algunos de los ejemplos más destacados que apoyan su
hipótesis?
—Sí, llámelo abuso, si quiere. Hay textos que están muy cerca de una
sistematización del abuso. Abuso por los padres de la actividad sexual de sus hijos.
Intervenir en esta actividad personal, secreta, que es la masturbación, no
representa algo neutro para los padres. No es solo una cuestión de poder o
autoridad, o ética; es también un placer. ¿No está de acuerdo con esto? Sí, hay un
goce en intervenir. El hecho de que la masturbación fuera tan estrictamente
prohibida a los niños fue naturalmente causa de ansiedad. Fue también una razón
para la intensificación de esta actividad, para la masturbación mutua, y para el
placer de la comunicación secreta entre niños sobre este tema. Todo esto confirió
una cierta forma a la vida familiar, a la relación entre hijos y padres, y a las
relaciones entre niños. Todo eso tiene como resultado [trajo] [281] no solo represión,
sino una intensificación a la vez de ansiedades y de placeres. No quiero decir que
el placer de los padres fuera el mismo que el de los hijos, o que no hubiera
represión. Intenté encontrar las raíces de esta absurda prohibición.
Una de las razones por las que esta estúpida prohibición de la masturbación
se mantuvo tanto tiempo fue este placer y ansiedad y toda la red emocional en
torno a ella. Todo el mundo sabe que es imposible evitar que un niño se masturbe.
No hay evidencia científica de que ello dañe a nadie [risas]. Uno puede estar
seguro de que es al menos el único placer que realmente no daña a nadie. ¿Por qué,
entonces, se prohibió durante tanto tiempo? Hasta donde yo sé, no se pueden
encontrar más de dos o tres referencias en toda la literatura greco-latina sobre la
masturbación. No era relevante. Se suponía que era, en la civilización griega y
latina, una actividad de esclavos o de sátiros [risas]. No era relevante para los
ciudadanos libres hablar de ello.
—No, no creo que esté de acuerdo con eso. En primer lugar, la preocupación
por la relación entre sexualidad y reproducción parece haber sido mayor, por
ejemplo, en las sociedades griega y romana y en la sociedad burguesa de los
siglos XVIII y XIX. No. Lo que me llama la atención es el hecho de que ahora la
sexualidad parece ser una cuestión sin relación directa con la reproducción. Es tu
sexualidad como conducta personal tuya lo que constituye el problema.
Tome la homosexualidad, por ejemplo. Creo que una de las razones por las
que la conducta homosexual no era una cuestión importante en el siglo XVIII se
debía a la opinión de que si un hombre tenía hijos, lo que hiciera además de eso
tenía poca importancia. Durante el siglo XIX comienzas a ver que la conducta
sexual era importante para una definición del yo individual [282]. Y eso es algo
nuevo. Es muy interesante ver que, antes del siglo XIX, la conducta prohibida —
aún si era muy diversamente juzgada— fue siempre considerada un exceso, un
«libertinage»[283], algo desmedido. La conducta homosexual era considerada
solamente una clase de exceso de la conducta natural, un instinto que es difícil
mantener dentro de ciertos límites. Desde el siglo XIX en adelante, vemos que una
conducta como la homosexualidad llega a ser considerada una anormalidad.
Cuando digo que era libertinaje, no digo que fuera tolerada.
—No parecería ya que el sexo pudiera ser llamado el secreto de la vida. ¿Ha sido
sustituido por algo al respecto?
—La próxima cuestión que me gustaría plantear puede en un principio parecer rara
y si es así, explicaré por qué creo que merece la pena plantearla. ¿Tiene la belleza algún
significado para usted?
—Creo que lo tiene para todo el mundo[risas]. Soy miope pero no ciego
como para que no tenga significado para mí. ¿Por qué me lo pregunta? Me temo
que le he dado pruebas de que no soy insensible a la belleza.
—Sí, seguro [risas]. Un buen sándwich club con una Coke. Eso es la gloria
para mí. Es verdad. Con helado. Cierto.
En serio. Creo que tengo auténtica dificultad para experimentar placer. Creo
que el placer es una conducta muy difícil. No es tan simple como disfrutar de uno
mismo [risas]. Y tengo que decir que ese es mi sueño. Me gustaría y espero morir
de una sobredosis de placer de alguna clase [risas]. Porque pienso que es realmente
difícil. Tengo siempre la sensación de que no siento el placer, el placer total, y, para
mí, está relacionado con la muerte.
—Porque creo que la clase de placer que consideraría como el placer real,
sería tan profundo, tan intenso, tan desbordante que no podría sobrevivir a él.
Moriría. Le daré un ejemplo más claro y simple. Una vez fui atropellado por un
coche en la calle. Yo estaba paseando. Y durante quizá dos segundos tuve la
impresión de que me estaba muriendo y fue realmente un placer muy, muy
intenso. El tiempo era maravilloso. Eran las siete en verano. El sol estaba bajando.
El cielo estaba hermoso, y azul, etc. Fue, todavía es hoy, uno de mis mejores
recuerdos [risas].
—Sí, seguro. Por supuesto, la cultura francesa no tiene lugar para la música,
o casi no tiene lugar. Pero es un hecho que en mi vida personal la música jugó un
gran papel. El primer amigo que tuve cuando tenía veinte años era un músico [285].
Después, tuve otro amigo que era compositor y que ya murió [286]. Gracias a él
conozco a toda la generación de Boulez. Ha sido una experiencia muy importante
para mí. Primero, porque tuve contacto con una clase de arte que era, para mí,
realmente enigmático. Yo no era nada competente en ese dominio; sigo sin serlo.
Pero sentía la belleza en algo que era completamente enigmático para mí. Hay
algunas piezas de Bach y Webern de las que disfruto, pero lo que es, para mí,
auténtica belleza es «une phrase musicale, un morceau de musique» [287] que no
puedo entender, algo de lo que no puedo decir nada. Tengo la opinión —quizá sea
completamente arrogante o presuntuosa— de que podría decir algo sobre
cualquiera de las más maravillosas pinturas del mundo. Por esa razón no son
absolutamente bellas[288]. En cualquier caso, he escrito algo sobre Boulez. La
influencia que ha tenido para mí vivir con un músico durante varios meses. Por
qué fue importante incluso en mi vida intelectual [289].
—Sí, es cierto.
—¿Hay alguna especial afinidad entre su tipo de filosofía y las artes en general?
Ya ve, eso es por lo que trabajo como un animal. Y trabajé como un animal
toda mi vida. No estoy interesado en el estatuto académico de lo que estoy
haciendo porque mi problema es mi propia transformación. Esta es la razón
también por la que, cuando la gente dice «Bien, usted pensaba esto hace unos
pocos años y ahora usted dice algo distinto», mi respuesta es… [risas] «¿Cree que
he trabajado esos años para decir lo mismo y no haber cambiado?» [290]. Esta
transformación de uno mismo por el propio conocimiento es, creo, algo más
cercano a la experiencia estética. ¿Por qué trabajaría un pintor si no es
transformado por su pintura?[291]
—No. Si por ética entiende un código que nos diría cómo actuar, entonces,
claramente, la Historia de la sexualidad no es una ética. Pero si por ética entiende la
relación que usted tiene consigo mismo cuando actúa [292], entonces diría que tiende
a ser una ética, o al menos a mostrar qué podría ser una ética del comportamiento
sexual. Sería una que no estaría dominada por el problema de la verdad profunda
de la realidad de nuestra vida sexual[293]. La relación que creo necesitamos tener
con nosotros mismos cuando tenemos sexo es una ética del placer, de la
intensificación del placer.
—Muchos le ven como alguien capaz de decirles la verdad profunda acerca del
mundo y acerca de ellos mismos. ¿Cómo siente esta responsabilidad? Como intelectual, ¿se
siente responsable respecto de sus funciones de visionario, de modelador de mentalidades?
Como ve, hay realmente una llamada al profetismo. Creo que tenemos que
desembarazarnos de eso. La gente ha de construir su propia ética, tomando como
un punto de partida los análisis históricos, los análisis sociológicos, etc., de los que
pueda proveerse. No creo que las personas que intentan descifrar la verdad deban
proveer principios éticos o consejos prácticos al mismo tiempo, en el mismo libro,
en el mismo análisis. Toda esa red prescriptiva tiene que ser elaborada y
transformada por la propia gente.
—Para un filósofo ocupar las páginas del magazine Time[295], como ocurrió en
noviembre de 1981, es indicativo de una cierta clase de popularidad. ¿Cómo se siente al
respecto?
Una pregunta surgida a fines del siglo XVIII define el marco general de lo
que llamo «técnicas de sí». Esa pregunta se ha convertido en uno de los polos de la
filosofía moderna, y contrasta a las claras con las preguntas filosóficas calificadas
de tradicionales: ¿qué es el mundo?, ¿qué es el hombre?, ¿qué pasa con la verdad?,
¿qué pasa con el conocimiento?, ¿cómo es posible el saber?, y así sucesivamente. En
mi opinión, la pregunta que aparece a fines del siglo XVIII es la siguiente: ¿qué
somos en este tiempo que es el nuestro? Encontraremos la formulación de esta
pregunta en un texto de Kant. No es que haya que dejar de lado las preguntas
anteriores en cuanto a la verdad o el conocimiento, etc. Al contrario, ellas
constituyen un campo de análisis tan sólido como consistente al que yo daría de
buena gana el nombre de «ontología formal de la verdad». Pero creo que la
actividad filosófica concibió un nuevo polo, y que ese polo se caracteriza por la
pregunta, permanente y perpetuamente renovada: «¿qué somos hoy?». Y ese es, a
mi juicio, el campo de la reflexión histórica sobre nosotros mismos. Kant, Fichte,
Hegel, Nietzsche, Max Weber, Husserl, Heidegger y la Escuela de Fráncfort
intentaron responder a esta pregunta[297]. Al inscribirme en esa tradición, mi
intención es pues aportar respuestas muy parciales y provisorias a la pregunta a
través de la historia del pensamiento o, más precisamente, a través del análisis
histórico de las relaciones entre nuestras reflexiones y nuestras prácticas en la
sociedad occidental.
Temo que los materiales de los que me ocupo sean demasiado técnicos e
históricos para una conferencia pública. No soy un conferenciante y sé que dichos
materiales serían más convenientes para un seminario. Pero, a pesar de su
tecnicidad acaso excesiva, tengo dos buenas razones para presentárselos. En
primer lugar, es un poco pretencioso, creo, exponer de manera más o menos
profética lo que la gente debe pensar. Prefiero dejarlos extraer sus propias
conclusiones o inferir ideas generales de los interrogantes que me afano en
plantear por medio del análisis de materiales históricos bien precisos. Creo ser así
más respetuoso de la libertad de cada cual: tal es mi proceder. La segunda razón
para presentarles materiales bastante técnicos es que no veo por qué el público de
una conferencia ha de ser menos inteligente, menos enterado o menos culto que el
de un curso. Acometamos pues ahora el problema de la tecnología política de los
individuos.
En 1779 apareció el primer volumen de una obra del alemán Johann Peter
Frank titulada System einer vollständigen Medicinischen Polizey [Sistema de una
policía médica completa], al que debían seguir otros cinco tomos. Y cuando el
último volumen salió de la imprenta, en 1790, la Revolución Francesa ya había
comenzado. ¿Por qué cotejar un acontecimiento tan célebre como la Revolución
Francesa y esa oscura obra? La razón es simple. La obra de Frank es el primer gran
programa sistemático de salud pública para el Estado moderno. En ella se indica
con lujo de detalles lo que debe hacer una administración para garantizar el
abastecimiento general, una vivienda decente y la salud pública, sin olvidar las
instituciones médicas necesarias para la buena salud de la población; en síntesis,
para proteger la vida de los individuos. A través de ese libro podemos ver que el
cuidado de la vida individual se convierte en esta época en un deber para el
Estado.
Existe al respecto un revelador texto de Santo Tomás [301], donde este explica
que, en el gobierno de su reino, el rey debe imitar el gobierno de la naturaleza por
parte de Dios. El rey debe fundar ciudades exactamente como Dios creó el mundo;
debe conducir al hombre a su finalidad, así como Dios lo hizo con los seres
naturales. ¿Y cuál es la finalidad del hombre? ¿La salud física? No, responde Santo
Tomás. Si la salud del cuerpo fuera la finalidad del hombre, este solo necesitaría un
médico y no un rey. ¿La riqueza? Tampoco. Bastaría con un administrador. ¿La
verdad? No, responde Santo Tomás, porque para encontrar la verdad no hace falta
ningún rey: un maestro se encargaría del asunto. El hombre necesita a alguien que
sea capaz de abrir el camino a la felicidad celestial ajustándose, aquí abajo, a lo que
es honestum. Corresponde al rey conducir al hombre hacia lo honestum en tanto es
su finalidad natural y divina.
El Estado es una cosa que existe para sí. Es una suerte de objeto natural,
aunque los juristas traten de entender cómo puede constituirse de manera legítima.
El Estado es por sí mismo un orden de las cosas, y el saber político lo distingue de
las reflexiones jurídicas. El saber político se ocupa no de los derechos del pueblo o
las leyes humanas o divinas, sino de la naturaleza del Estado que debe ser
gobernado. El gobierno solo es posible cuando se conoce la fuerza del Estado: esta
puede ser alimentada por ese saber. Y es preciso conocer la capacidad del Estado y
las formas de incrementarla, así como la fuerza y la capacidad de los otros Estados,
los que son rivales del mío. El Estado gobernado debe arrostrar a los otros. En
consecuencia, el gobierno no puede limitarse a la mera aplicación de los principios
generales de razón, sabiduría y prudencia. Es necesario un saber específico: un
saber concreto, preciso y medido, en relación con el poderío del Estado. El arte de
gobernar, característico de la razón de Estado, está íntimamente ligado al
desarrollo de lo que en esa época se dio en llamar aritmética política, es decir, el
conocimiento impartido por la competencia política. El otro nombre de esa
aritmética política, como bien saben, era la estadística, una estadística sin vínculo
alguno con la probabilidad y asociada en cambio al conocimiento del Estado, de las
fuerzas respectivas de los diferentes Estados.
Llegamos aquí al problema que querría analizar en algún trabajo futuro. Ese
problema es el siguiente: ¿qué tipo de técnicas políticas y qué tecnología de
gobierno se implementaron, utilizaron y desarrollaron en el marco general de la
razón de Estado para hacer del individuo un elemento de peso para el Estado? La
mayoría de las veces, cuando se analiza el papel del Estado en nuestra sociedad,
los análisis se concentran en las instituciones —ejército, función pública, burocracia
y cosas por el estilo— y el tipo de personas que las dirigen, o en las teorías o
ideologías elaboradas con el objeto de justificar o legitimar la existencia del Estado.
Por mi parte busco, al contrario, las técnicas y las prácticas que dan una
forma concreta a esa nueva racionalidad política y a ese nuevo tipo de relación
entre la entidad social y el individuo. Y de manera bastante sorprendente, hubo, al
menos en países como Alemania y Francia, donde por distintas razones el
problema del Estado pasaba por ser fundamental, personas que reconocieron la
necesidad de definir, describir y organizar en términos muy explícitos la nueva
tecnología del poder, las nuevas técnicas que permitían integrar al individuo a la
entidad social. Esas personas admitieron dicha necesidad y le dieron un nombre:
police en francés y Polizei en alemán. (Creo que el inglés police tiene un sentido muy
diferente). Nos toca precisamente tratar de dar mejores definiciones de lo que se
entendía por esos vocablos francés y alemán, police y Polizei.
Su sentido es como mínimo desconcertante porque, al menos desde el
siglo XIX y hasta nuestros días, esos términos se utilizaron para designar algo muy
distinto, una institución bien precisa que, por lo menos en Francia y Alemania —
no sé qué pasa en los Estados Unidos—, no siempre disfrutó de una excelente
reputación. Pero de fines del siglo XVI a fines del siglo XVIII, las palabras police y
Polizei tuvieron un sentido a la vez muy amplio y muy preciso. Cuando se hablaba
de «policía» en esa época, se hablaba de las técnicas específicas que permitían a un
gobierno, en el marco del Estado, gobernar al pueblo sin perder de vista la gran
utilidad de los individuos para el mundo.
Para analizar con un poco más de precisión esta nueva técnica de gobierno,
más vale aprehenderla, me parece, bajo las tres grandes formas que toda tecnología
está en condiciones de adoptar en el transcurso de su desarrollo y su historia: un
sueño o, mejor, una utopía; a continuación, una práctica en la que las reglas rigen
verdaderas instituciones, y por último una disciplina académica.
En muchos aspectos, este texto se emparienta con las utopías políticas tan
numerosas en la época, incluso desde el siglo XVI. Pero también es contemporáneo
de las grandes discusiones teóricas sobre la razón de Estado y la organización
administrativa de las monarquías. Es sumamente representativo de lo que debía
ser, en el espíritu de la época, un Estado bien gobernado.
¿Qué demuestra este texto? Ante todo, que la «policía» aparece como una
administración que dirige el Estado de manera conjunta con la justicia, el ejército y
el tesoro. En los hechos, sin embargo, abarca todas esas otras administraciones y,
como explica Turquet, extiende sus actividades a todas las situaciones, a todo lo
que los hombres hacen o emprenden. Su dominio comprende la justicia, el tesoro y
el ejército.
Desde luego, temo un poco que ustedes imaginen que fragüé esta expresión
con el solo fin de dar con uno de esos aforismos provocadores a los que, según se
dice, no me puedo resistir, pero se trata en verdad de una cita. No vayan a creer
que estoy diciendo que el hombre no es más que un subproducto de la policía. Lo
que importa en esta idea del hombre como verdadero objeto de la policía es que
implica un cambio histórico de las relaciones entre poder e individuos. Yo diría, a
grandes rasgos, que el poder feudal estaba compuesto de relaciones entre sujetos
jurídicos, toda vez que estos estaban inmersos en relaciones jurídicas debido a su
nacimiento, su rango o su compromiso personal, mientras que con el nuevo Estado
de policía el gobierno empieza a ocuparse de los individuos en función de su
estatus jurídico, sin duda, pero también en cuanto hombres, seres vivos que
trabajan y comercian.
Pero, desde ese punto de vista, ¿qué sucede con la práctica administrativa
francesa concreta? ¿Cuál era la lógica vigente detrás de la intervención en los ritos
religiosos, las técnicas de producción en pequeña escala, la vida intelectual y la red
caminera? La respuesta de La Mare parece un poquitín vacilante. A veces aclara
que «la policía vela por todo lo que toca a la felicidad de los hombres», y otras
indica que «la policía vigila todo lo que reglamenta la sociedad», y por sociedad
entiende las relaciones sociales «que prevalecen entre los hombres». En otras
ocasiones afirma que la policía vigila lo que vive. Querría detenerme en esta
definición, porque es la más original y porque aclara, creo, las otras dos. Por lo
demás, es la definición en la que insiste el propio La Mare. Aquí están, pues, sus
observaciones sobre los once objetos de la policía. Esta se ocupa de la religión, no,
por supuesto, desde el punto de vista de la verdad dogmática, sino desde la
perspectiva de la calidad moral de la vida. Al velar por la salud y los
abastecimientos, se aplica a preservar la vida; tratándose del comercio, las fábricas,
los obreros, los pobres y el orden público, se ocupa de las comodidades de la vida.
Al vigilar el teatro, la literatura, los espectáculos, su objeto no es otro que los
placeres de la vida. En suma, la vida es el objeto de la policía. Lo indispensable, lo
útil y lo superfluo: tales son los tres tipos de cosas que necesitamos o que podemos
utilizar en nuestra vida. Que los hombres sobrevivan, vivan, hagan aún más que
limitarse a sobrevivir o vivir: esa es exactamente la misión de la policía.
Fue entonces cuando, last but not least, la «policía» se convirtió en una
disciplina. No se trataba simplemente de una práctica administrativa concreta o un
sueño, sino de una disciplina en el sentido académico del término. Se la enseñó
bajo el nombre de Polizeiwissenschaft en varias universidades alemanas, sobre todo
la de Gotinga. La Universidad de Gotinga habría de tener una importancia capital
para la historia política de Europa, porque en ella se formaron los funcionarios
prusianos, austríacos y rusos, los mismos que iban a llevar adelante las reformas
de José II o Catalina la Grande. Y varios franceses, especialmente en el entorno de
Napoleón, conocían las doctrinas de la Polizeiwissenschaft.
Bien sé que estos no son más que proyectos esbozados y líneas directrices.
De Botero a Justi, de fines del siglo XVI a fines del siglo XVIII, podemos conjeturar,
al menos, el desarrollo de una racionalidad política ligada a una tecnología
política. De la idea de que el Estado tiene su naturaleza y su finalidad propias a la
idea del hombre concebido como individuo vivo o elemento de una población en
relación con un medio, podemos seguir la creciente intervención estatal sobre la
vida de los individuos, la importancia creciente de los problemas de la vida para el
poder político y el desarrollo de campos posibles para las ciencias sociales y
humanas, en la medida en que estas tomen en cuenta los problemas del
comportamiento individual dentro de la población y las relaciones entre una
población viva y su medio.
Creo que tenemos que contar con diversos hechos: hay un vínculo
«analítico» muy indirecto entre una concepción filosófica y la actitud política
concreta de alguien que se siente atraído por ella; la mejor de las teorías no
constituye una protección muy efectiva contra elecciones políticas desastrosas;
algunos grandes temas, tales como el «humanismo» pueden ser utilizados para no
importa qué fin —por ejemplo, para mostrar con qué gratitud Pohlenz habría
recibido a Hitler.
¿Aplicaría esto a su propio trabajo histórico? Me parece que usted es leído como
pensador político más de lo que quisiera, ¿o estoy yendo demasiado lejos? Llamarle heredero
anarquista de Nietzsche parece totalmente erróneo; significa situar su trabajo en el contexto
equivocado.
¿Dónde?
Y esto es difícil de situar en una lucha que está ya en marcha, porque las líneas han
sido trazadas por otros…
—Es difícil proyectar esas cuestiones, que tienen diversas dimensiones,
diversas caras, en un espacio político personal. Ha habido marxistas que decían
que yo era un peligro para la democracia occidental —esto ha sido escrito; hubo un
socialista que escribió que el pensador que más se me asemejaba era Adolf Hitler
en Mein Kampf [Mi lucha]. He sido considerado por los liberales como un
tecnócrata, un agente del gobierno gaullista; he sido considerado por la gente de la
derecha, gaullistas u otros, como un peligroso anarquista de izquierdas; hubo un
profesor americano que preguntaba por qué un cripto-marxista como yo,
manifiestamente un agente del KGB, era invitado a las universidades americanas;
etc. Bien, no tiene ninguna importancia; todos nosotros hemos estado expuestos a
lo mismo; ustedes también, me imagino. No es cuestión de hacer particular
problema de mi propia situación; pero, si usted quiere, creo que al preguntar por
este tipo de cuestión ético-epistemológica-política uno no está tomando posición
sobre un tablero de ajedrez.
—El nivel ético me parece bien, muy interesante, pero hay que decir que usted no es
puramente contemplativo. Usted ha sido actor durante años en sectores muy específicos de
la sociedad francesa, y lo que es interesante y quizá también un desafío mayor a los partidos
políticos es el modo en que usted lo ha hecho, esto es, vinculando un análisis con un tipo de
acción que no es ideológica en sí misma, y que, por tanto, es más difícil de denominar… y
usted ayuda a otras gentes a llevar su propia lucha adelante en áreas específicas; pero eso es
ciertamente una ética, si puedo decirlo así, de la interacción entre teoría y práctica; consiste
en enlazar ambas. Pensar y actuar están conectados en un sentido ético, pero de un tipo que
tiene resultados que han de ser llamados políticos.
—Sí, pero creo que la ética es una práctica; ethos es una manera de ser.
Tomemos un ejemplo que nos incumbe a todos, el de Polonia. Si planteamos la
cuestión de Polonia en términos estrictamente políticos, está claro que pronto
llegamos al punto de decir que ahí nada puede hacerse. No podemos enviar una
compañía de paracaidistas, ni podemos mandar tanques a liberar Varsovia. Creo
que, políticamente, tenemos que reconocer esto, pero creo que también estaremos
de acuerdo en que, por razones éticas, tenemos que plantear el problema de
Polonia en la forma de una no aceptación de lo que allí está sucediendo, y una no
aceptación de la pasividad de nuestros propios gobiernos. Creo que esta actitud es
ética, pero también política; no consiste en decir simplemente, «yo protesto», sino
en hacer de esa actitud un fenómeno político, tan sustancial como sea posible, y
que los que gobiernan, aquí o allí, antes o después estarán obligados a tener en
cuenta.
Hay una visión de la política asociada en América con Hannah Arendt, y ahora con
Jürgen Habermas, que ve la posibilidad del poder como un actuar concertadamente, actuar
juntos, más que el poder como una relación de dominación [311]. La idea de que el poder
puede consistir en un consenso, un campo de intersubjetividad, una acción común es algo
que su trabajo parece socavar. Es difícil encontrar una visión en ello de política alternativa.
Quizá, en este sentido, usted puede ser leído como antipolítico.
—Déjeme poner algunos ejemplos muy sencillos, pero que, creo, no caen
fuera del tema que ha elegido. Si tomamos el sistema penal, las cuestiones que
están siendo planteadas, somos muy conscientes de que en muchos países
democráticos se están haciendo esfuerzos para poner la justicia penal a funcionar
de otra manera, denominada «justicia informal» en los Estados Unidos, «forma
societal» en Francia. Esto significa en realidad que se les concede una cierta forma
de autoridad a grupos, a líderes de grupo. Esta autoridad obedece a otras reglas y
requiere otros instrumentos, pero también produce efectos de poder que no son
necesariamente válidos, admitiendo el simple hecho de que no son oficialmente
sancionados, que no pasan por la misma red de autoridad. Ahora volvamos a su
cuestión, la idea de una política consensual puede, por supuesto, en un momento
dado, servir, o como principio regulativo, o, mejor aún, como principio crítico con
respecto a otras formas políticas; pero no creo que eso liquide el problema de la
relación de poder.
¿Puedo plantearle una cuestión sobre este punto, partiendo de Hannah Arendt?
Arendt reservaba la palabra poder solo para uno de los dos aspectos, pero vamos a usar el
término más ampliamente, vamos a decir que ella vio dos posibles caras del poder. Hay
relaciones entre la gente que les permiten realizar cosas que, de otro modo, no habrían sido
capaces de hacer; las personas están vinculadas por relaciones de poder en el sentido de que
juntos tienen una capacidad que no tendrían de otra manera, y esto supone un cierto
entendimiento común, etc., que puede también incluir relaciones de subordinación, porque
una de las condiciones necesarias de esta acción común puede ser la de tener cabezas o
líderes —pero, de acuerdo con Arendt, estas no serían en modo alguno relaciones de
dominación; y hay otra cara del poder que puede estar implicada en las mismas relaciones
en un sentido en el que hay, inequívocamente, relaciones de dominación de una cierta gente
sobre otra. ¿Usted reconoce estos dos aspectos del poder, o define el poder más bien en los
términos de la segunda faceta?
—Creo que está enteramente acertado al plantear el problema de la relación
de dominación porque de hecho me parece que en muchos de los análisis que han
sido hechos por Arendt, o en cualquier caso, desde su perspectiva, la relación de
dominación ha sido constantemente disociada de la relación de poder. Me
pregunto si esta distinción no es un poco verbal; pues podemos reconocer que
ciertas relaciones de poder funcionan de tal modo que constituyen, globalmente,
un efecto de dominación, pero la red constituida por las relaciones de poder
difícilmente permite una distinción decisiva.
Creo que al partir de este tema general, tenemos que ser a la vez
extremadamente prudentes y extremadamente empíricos. Por ejemplo, con
respecto a la relación pedagógica —me refiero a la relación de enseñanza, el paso
desde alguien que sabe más a alguien que sabe menos— no es cierto que la
autoorganización sea lo que produce los mejores resultados; nada prueba, por el
contrario, que ese enfoque no sea un obstáculo. De modo que diría que sí,
globalmente, con la reserva de que todos los detalles deben ser examinados.
Si se puede asumir que el modelo del consenso es una posibilidad ficticia, la gente
podría, sin embargo, actuar de acuerdo con esa ficción de un modo tal que los resultados
pudieran ser superiores a la acción que resultaría de una visión un poco sombría de la
política, como dominación y represión, de manera que, aunque de un modo empírico usted
pueda estar en lo cierto y aunque la posibilidad utópica pueda no ser nunca alcanzable, sin
embargo, pragmáticamente, podría en algún sentido, ser mejor, más saludable, más libre,
cualquier valor positivo que se quiera, si asumimos que el consenso es una meta que todavía
ha de ser buscada antes que una a desechar y de la que decir que es imposible de lograr.
—El poder de tipo disciplinario, tal como el que se ejerce, y ha sido ejercido,
al menos en un cierto número de instituciones, en el fondo como las que Erving
Goffman llama instituciones totales[312], esta clase de poder está absolutamente
localizado, es una fórmula inventada en un momento dado; ha producido un cierto
número de resultados, ha sido vivida como total o parcialmente intolerable, etc.;
pero está claro que no representa adecuadamente todas las relaciones de poder y
todas las posibilidades de las relaciones de poder. El poder no es disciplina; la
disciplina es un posible procedimiento de poder[313].
Las ideas que me gustaría discutir aquí no representan ni una teoría ni una
metodología[315].
Era, por tanto, necesario ampliar las dimensiones de una definición del
poder si queríamos usar esa definición para estudiar la objetivación del sujeto.
¿Necesitamos una teoría del poder? Desde el momento en que una teoría
asume una objetivación anterior, no puede ser afirmada como una base para un
trabajo analítico. Pero este trabajo analítico no puede proceder sin una continua
conceptualización. Y esta conceptualización implica pensamiento crítico —un
examen constante.
Me gustaría sugerir otro camino para avanzar hacia una nueva economía de
las relaciones de poder, un camino que es más empírico, más directamente
relacionado con nuestra situación presente y que implica más relaciones entre
teoría y práctica. Consiste en tomar las formas de resistencia frente a las distintas
formas de poder como punto de partida. Para emplear otra metáfora, consiste en
usar esta resistencia como un catalizador químico para sacar a la luz relaciones de
poder, localizar su posición, descubrir su punto de aplicación y los métodos
usados. Más que analizar el poder desde el punto de vista de su racionalidad
interna, consiste en analizar las relaciones de poder a través del antagonismo de las
estrategias.
Por ejemplo, para descubrir qué entiende nuestra sociedad por cordura,
quizá debiéramos investigar qué está sucediendo en el campo de la locura.
No basta con decir que son luchas antiautoritarias; tenemos que intentar
definir con más precisión lo que tienen en común:
1) En primer lugar, son luchas «transversales»; esto es, no están limitadas a
un país. Por supuesto, se desarrollan más fácilmente y con mayor amplitud en
algunos países, pero no están limitadas a una forma de gobierno político o
económico en particular.
2) El objetivo de esas luchas está en los efectos de poder como tales. Por
ejemplo, la profesión médica no es criticada principalmente porque sea un asunto
de obtención de beneficios, sino porque ejerce un poder incontrolado sobre los
cuerpos de la gente, su salud, su vida y su muerte.
3) Son luchas inmediatas, por dos razones: en tales luchas, la gente critica las
instancias de poder que le son más próximas, aquellas que ejercen su acción sobre
los individuos. No enfilan al «enemigo principal» sino al enemigo más cercano.
Tampoco esperan encontrar una solución a su problema en una fecha futura (esto
es, la liberación, la revolución, el fin de la lucha de clases). En comparación con una
escala teórica de explicaciones o un orden revolucionario que polariza el
historiador, son luchas anárquicas.
Pero estos no son sus puntos más originales. Los siguientes me parecen más
específicos.
4) Son luchas que cuestionan el estatus del individuo: por un lado, afirman
el derecho a ser diferentes y subrayan todo lo que hace al individuo
verdaderamente individual. Por otro lado, atacan a todo lo que separa al
individuo, lo que rompe sus lazos con los otros, escinde la vida comunitaria, fuerza
al individuo a volverse sobre sí y le ata a su propia identidad de una manera
constrictiva.
No son luchas exactamente a favor o en contra del «individuo», sino que son
luchas en contra del «gobierno de la individualización».
En general, puede decirse que hay tres tipos de luchas: contra las formas de
dominación (étnica, social y religiosa); contra las formas de explotación que
separan a los individuos de lo que producen; o contra lo que ata al individuo a sí
mismo y de ese modo le somete a otros (luchas contra la sujeción, contra las formas
de subjetividad y sumisión).
Me doy cuenta de qué objeciones pueden hacerse. Podemos decir que todos
los tipos de sujeción son fenómenos derivados, que son simplemente las
consecuencias de otros procesos, económicos y sociales: fuerzas de producción,
luchas de clases y estructuras ideológicas que determinan la forma de subjetividad.
Esta forma de poder está orientada a la salvación (en tanto que opuesta al
poder político). Es oblativa (en tanto que opuesta al principio de la soberanía). Es
individualizante (en tanto que opuesta al poder jurídico); es coextensiva y continua
respecto de la vida; está vinculada a una producción de verdad —la verdad del
individuo mismo.
Eso es verdad, pero creo que debemos distinguir entre dos aspectos del
poder pastoral —entre la institucionalización eclesiástica, que ha cesado, o al
menos perdido su vitalidad desde el siglo XVIII, y su función, que se ha extendido
y multiplicado fuera de la institución eclesiástica.
Y esto implica que el poder de tipo pastoral que durante siglos —más de un
milenio— ha estado vinculado a instituciones religiosas definidas, se extendió
rápidamente a la totalidad del cuerpo social; encontró apoyo en una multitud de
instituciones. Y, en vez de un poder pastoral y un poder político más o menos
vinculados uno al otro, más o menos rivales, hubo una «táctica» individualizante
que caracterizó a una serie de poderes: los de la familia, medicina, psiquiatría,
educación, empresa.
A finales del siglo XVIII, Kant escribió en una revista alemana —Berliner
Monatschrift [Revista mensual de Berlín]— un breve texto. El título era Was heisst
Aufklärung? [Qué significa Ilustración] Fue considerado durante mucho tiempo, y
todavía lo es, un trabajo de relativamente poca importancia. Pero yo no puedo
evitar encontrarlo muy interesante y sorprendente, porque fue la primera vez que
un filósofo proponía como tarea filosófica investigar no solo el sistema metafísico o
los fundamentos del conocimiento científico, sino un acontecimiento histórico —un
acontecimiento reciente, incluso contemporáneo.
Cuando en 1784, Kant preguntaba Was heisst Aufklärung?, quería decir, ¿Qué
está ocurriendo hoy? ¿Qué nos está pasando? ¿Cómo es este mundo, este período,
este preciso momento en el que estamos viviendo?
Pero Kant pregunta algo distinto: ¿Qué somos? En un muy preciso momento
de la historia. La pregunta de Kant aparece como un análisis a la vez de nosotros y
de nuestro tiempo.
Pienso que esta cuestión de la filosofía cobró cada vez más importancia,
Hegel, Nietzsche…
Quizá el objetivo hoy no sea descubrir lo que somos, sino rechazar lo que
somos. Tenemos que imaginar y construir lo que podríamos ser para librarnos de
esta clase de política de double bind [doble vínculo], que es la simultánea
individualización y totalización de las estructuras del poder moderno.
De este «poder», hay que distinguir, en primer lugar, el que se ejerce sobre
las cosas, y que proporciona la capacidad de modificarlas, de utilizarlas, de
consumirlas o de destruirlas —un poder que remite a aptitudes directamente
inscritas en el cuerpo o mediatizadas por recursos instrumentales. Digamos que
aquí se trata de «capacidad». Lo que caracteriza, en cambio, al «poder» que se trata
de analizar aquí, es que pone en juego relaciones entre individuos (o entre grupos).
Pues no hay que engañarse: si se habla del poder de las leyes, de las instituciones o
de las ideologías, si se habla de estructuras o de mecanismos de poder, es
solamente en la medida en que se supone que «algunos» ejercen un poder sobre
otros. El término «poder» designa relaciones entre «participantes» (y, por esto, no
pienso en un sistema de juego, sino simplemente, y permaneciendo por el
momento en la mayor generalidad, en un conjunto de acciones que se inducen y se
responden las unas a las otras).
Abordar el tema del poder por un análisis del «cómo» es, pues, operar, en
relación a la suposición de un «Poder» fundamental, varios desplazamientos
críticos. Significa adoptar por objeto de análisis las relaciones de poder y no un
poder; relaciones de poder que son distintas tanto de las capacidades objetivas
como de las relaciones de comunicación; relaciones de poder, en fin, que pueden
tomarse en la diversidad de sus encadenamientos con esas capacidades y esas
relaciones.
¿Quiere esto decir que haya que buscar el carácter propio de las relaciones
de poder en una violencia que sería su forma primitiva, su secreto permanente y su
último recurso —lo que aparece, en última instancia, como su verdad, cuando se
ve obligado a quitarse la máscara y mostrarse tal cual es? De hecho, lo que define
una relación de poder es un modo de acción que no actúa directa e
inmediatamente sobre los otros, sino que actúa sobre la propia acción de éstos. Una
acción sobre la acción, sobre acciones eventuales, o actuales, futuras o presentes.
Una relación de violencia actúa sobre un cuerpo, sobre cosas: fuerza, pliega,
quiebra, destruye; cierra todas las posibilidades; no tiene, pues, en torno a ella otro
polo que el de la pasividad; y si encuentra una resistencia no tiene otra opción que
intentar reducirla. Una relación de poder, en cambio, se articula sobre dos
elementos que le son indispensables para ser precisamente una relación de poder:
que «el otro» (aquel sobre el que esta se ejerce) sea claramente reconocido y
mantenido hasta el final como sujeto de acción; y que se abra, ante la relación de
poder, todo un campo de respuestas, reacciones, efectos e invenciones posibles.
Cuando se define el ejercicio del poder como un modo de acción sobre las
acciones de los otros, cuando se lo caracteriza por el «gobierno» de los hombres los
unos por los otros —en el sentido más amplio de esta palabra— se incluye un
elemento muy importante: el de la libertad. El poder no se ejerce más que sobre
«sujetos libres» y en tanto que son «libres» —entendemos por ello sujetos
individuales o colectivos que tienen ante sí un campo de posibilidades, donde
pueden tener lugar varias conductas, varias reacciones y diversos modos de
comportamiento. Allí donde las determinaciones están saturadas no hay relaciones
de poder: la esclavitud no es una relación de poder cuando el hombre está
encadenado (se trata entonces de una relación física de coerción) sino justamente
cuando puede desplazarse y, en el extremo, escapar [330]. No hay pues un cara a cara
del poder y la libertad, con una relación de exclusión entre sí (donde quiera que el
poder se ejerza la libertad desaparece), sino un juego mucho más complejo: en ese
juego, la libertad va a aparecer claramente como condición de existencia del poder
(a la vez su condición previa, puesto que es necesario que haya libertad para que el
poder se ejerza, y también su soporte permanente puesto que si se hurtase
enteramente al poder que se ejerce sobre ella este desaparecería por ese mismo
hecho y debería encontrar un sustituto en la coerción pura y simple de la
violencia); pero aparece también como lo que no podrá más que oponerse a un
ejercicio del poder que tiende a fin de cuentas a determinarla enteramente.
2) El tipo de objetivos perseguidos por los que actúan sobre la acción de los
otros: mantenimiento de privilegios, acumulación de beneficios, puesta en práctica
de autoridad estatutaria, ejercicio de una función o de un oficio.
—Sí. Una de las muchas razones por las que tuve tantos problemas con ese
libro fue por haber escrito en principio un libro sobre la sexualidad que a
continuación dejé de lado. Después escribí otro sobre la noción de sí mismo y las
técnicas de sí, donde la sexualidad había desaparecido, y me vi obligado a
reescribir por tercera vez un libro en el que traté de mantener un equilibrio entre
una y otra cosa. Como ve, lo que me impresionó al recorrer esa historia de la
sexualidad fue la relativa estabilidad de los códigos de restricciones y
prohibiciones a través del tiempo: los hombres distaron de ser más inventivos en
sus interdictos que en sus placeres. Pero me parece que la manera como integraban
esas prohibiciones en una relación consigo mismos era enteramente diferente [333].
No creo que pueda encontrarse huella alguna de lo que podríamos llamar
«normalización», por ejemplo, en la moral filosófica de los antiguos. La razón es
que el objetivo principal, el blanco esencial buscado por esa moral, era de orden
estético. Ante todo, ese tipo de moral era solo un problema de elección personal.
Luego, estaba reservada a una reducida cantidad de gente; no se trataba entonces
de proporcionar un modelo de comportamiento para todo el mundo. Era una
elección personal que incumbía a una pequeña elite. La razón que inducía a hacer
esa elección era la voluntad de tener una vida bella y dejar a los otros el recuerdo
de una bella existencia. Bajo la continuidad de los temas y los preceptos hubo
modificaciones que traté de poner en evidencia y que afectan los modos de
constitución del sujeto moral.
—¿Y qué vendrá a continuación? ¿Habrá otros libros sobre los cristianos cuando
termine esos tres?
—¡Ah, ante todo voy a ocuparme de mí mismo![335] He escrito un esbozo, una
primera versión de un libro sobre la moral sexual en el siglo XVI, cuando el
problema de las técnicas de sí, el examen de sí mismo, el cuidado de las almas, son
muy importantes tanto en las iglesias protestantes como en las católicas. Lo que me
impresiona es que, en la moral de los griegos, la gente se preocupaba por su
conducta moral, su ética, las relaciones consigo misma y los otros, mucho más que
por los problemas religiosos. Tomemos estos ejemplos: ¿qué pasa después de la
muerte?, ¿qué son los dioses?, ¿intervienen o no? Para los griegos estos problemas
son muy, muy insignificantes y no tienen una relación inmediata con la moral o la
conducta moral. Luego, esa moral no estaba ligada a ningún sistema institucional y
social o, al menos, a ningún sistema legal. Por ejemplo, las leyes contra las malas
conductas sexuales son muy raras y poco apremiantes. Para terminar, lo que más
les preocupaba, su gran tema, era constituir una suerte de moral que fuera una
estética de la existencia.
—Con referencia a este punto es muy pertinente la amistad. Parece ser sin duda un
aspecto de la cultura griega del que Aristóteles nos habla, pero al que usted no se refiere y
que tiene una gran importancia. En la literatura clásica la amistad es el punto de
encuentro, el lugar del reconocimiento mutuo. La tradición no ve en la amistad la más
grande virtud, pero, si se lee tanto a Aristóteles como a Cicerón, podría concluirse que lo
era, porque es estable y persistente, porque es desinteresada, porque no se la puede comprar
como uno quiera y porque no niega la utilidad ni los placeres del mundo, aun cuando
busque otra cosa.
—Es muy significativo que, cuando los griegos trataron de integrar el amor a
los muchachos y la amistad, se hayan visto obligados a hacer a un lado las
relaciones sexuales. A diferencia de estas, la amistad es una cosa recíproca: las
relaciones sexuales se percibían en términos del juego activo o pasivo de la
penetración. Estoy completamente de acuerdo con lo que usted acaba de decir
sobre la amistad, pero veo en eso la confirmación de lo que digo de la moral sexual
de los griegos: si uno tiene una amistad, es difícil tener relaciones sexuales. Para
Platón, en el Fedro, hay reciprocidad del deseo físico, pero esa reciprocidad debe
llevar a una doble renuncia. En Jenofonte, Sócrates dice que es evidente que, en
una relación entre un muchacho y un hombre, el primero no es más que el
espectador del placer del segundo. Lo que los griegos dicen de ese amor a los
muchachos implica la necesidad de no tomar en cuenta el placer de estos últimos.
Más aún, para un muchacho es deshonroso sentir algún placer físico en la relación
con un hombre.
—Sin duda. La moral griega del placer está ligada a la existencia de una
sociedad viril, a la idea de disimetría, a la exclusión del otro, a la obsesión por la
penetración, a la amenaza de ser despojado de la energía… ¡Todo eso no es muy
atractivo!
—De acuerdo, pero si las relaciones sexuales eran a la vez no recíprocas y causa de
tormento para los griegos, al menos el placer en sí no parece haber sido problemático para
ellos.
—Yo traté de mostrar que hay una tensión creciente entre el placer y la
salud. La idea de que el sexo comporta peligros es mucho más fuerte en el siglo II
de nuestra era que en el siglo IV a. C. Puede mostrarse, por ejemplo, que el acto
sexual ya conllevaba un peligro para Hipócrates, a cuyo juicio había que prestar
mucha atención, no tener relaciones sexuales todo el tiempo sino únicamente en
algunas estaciones, etc. Pero en los siglos I y II parece que, para un médico, el acto
sexual constituye un peligro más o menos grande. Y en este caso creo que la gran
mutación fue la siguiente: en el siglo IV a. C. el acto sexual era una actividad, en
tanto que, para los cristianos, es una pasividad. Hay un análisis muy interesante y
característico de San Agustín con respecto a la erección. Para el griego del siglo IV
a. C., la erección era un signo de actividad, el signo de la verdadera actividad. Pero
después, para San Agustín y los cristianos, la erección no es algo voluntario, sino
que es un signo de pasividad: un castigo por el pecado original[338].
—Digan lo que dijeren los helenistas alemanes, la Grecia clásica no era por lo tanto
la edad de oro. Y pese a ello podemos, seguramente, extraer lecciones de ese período, ¿no?
Por otra parte, en el tema de una techne tou biou me parece que hubo una
evolución en el transcurso de la Antigüedad. Ya Sócrates hacía notar que ese arte
debía ser dominado ante todo por el cuidado de sí. Pero, en el Alcibíades, era para
poder ser un buen ciudadano y tener la capacidad de gobernar a los otros para lo
que era preciso «cuidar de sí mismo». Creo que ese cuidado de sí se autonomiza y
termina por convertirse en un fin en sí. Séneca quería apresurarse a envejecer para
poder por fin ocuparse de sí mismo[340].
—¿Y qué decían de alguien que hacía tanto el amor que ponía en peligro su salud?
—Los griegos eran austeros porque buscaban tener una bella vida; nosotros, hoy,
buscamos realizarnos gracias al apoyo de la psicología.
No tenemos que elegir entre nuestro mundo y el mundo griego. Pero como
podemos observar que algunos de los grandes principios de nuestra moral
estuvieron ligados en un momento dado a una estética de la existencia, me parece
que ese tipo de análisis histórico puede ser útil. Durante siglos tuvimos la
convicción de que entre nuestra moral —nuestra moral individual—, nuestra vida
de todos los días y las grandes estructuras políticas, sociales y económicas había
vínculos analíticos, y que no podíamos cambiar nada en nuestra vida sexual, por
ejemplo, o en nuestra vida familiar, sin poner en peligro nuestra economía o
nuestra democracia. Creo que debemos deshacernos de la idea de un vínculo
analítico y necesario entre la moral y las demás estructuras sociales, económicas o
políticas.
—Pero ¿qué clase de moral podemos elaborar hoy en día, cuando se sabe que entre la
moral y las otras estructuras no hay más que conjunciones históricas y no un vínculo de
necesidad?
—Está claro que ese tipo de proyecto es muy común en lugares como Berkeley,
donde hay gente que piensa que todo lo que hace —desde lo que toman en el desayuno hasta
el amor hecho de tal o cual manera, o el día mismo y el modo de pasarlo— debería encontrar
una forma consumada.
—Pero si uno debe crearse a sí mismo sin recurrir al conocimiento y las leyes
universales, ¿en qué difiere su concepción del existencialismo sartreano?
—En Sartre hay una tensión entre cierta concepción del sujeto y una moral
de la autenticidad. Y siempre me pregunto si esa moral de la autenticidad no
impugna de hecho lo que se dice en La trascendencia del ego. El tema de la
autenticidad remite, explícitamente o no, a un modo de ser del sujeto definido por
su adecuación a sí mismo. Ahora bien, me parece que la relación consigo mismo
debe poder describirse según las multiplicidades de formas de las que la
«autenticidad» no es más que una de las modalidades posibles; hay que concebir
que la relación consigo mismo está estructurada como una práctica que puede
tener sus modelos, sus conformidades, sus variantes, pero también sus creaciones.
La práctica de sí es un dominio complejo y múltiple[341].
Por lo tanto, hay tres ejes posibles para una genealogía. Los tres estaban
presentes, aunque de manera un poco confusa, en Historia de la locura. Estudié el eje
de la verdad en El nacimiento de la clínica y La arqueología del saber[343]. Desarrollé el
eje del poder en Vigilar y castigar y el eje moral en Historia de la sexualidad.
—Pero, en términos generales, ¿para los cristianos es el deseo, para Kant era la
intención y para nosotros, hoy, son los sentimientos?
—¿La sustancia ética es algo así como el material que la moral va a reelaborar?
—Sí, eso es. Para los griegos la sustancia ética consistía en actos ligados en
su unidad al placer y el deseo. Eran lo que ellos llamaban aphrodisia, que eran tan
diferentes de la «carne» cristiana como de la sexualidad.
—Cuando el rey dice: «Por ser rey», ¿es eso el signo y el índice de una bella vida?
—Es el signo de una vida que es a la vez estética y política, dos aspectos que
están directamente ligados. Puesto que, si quiero que la gente me acepte como rey,
debo poseer algo así como una gloria que me sobreviva, y esa gloria no puede
desvincularse de su valor estético. En consecuencia, el poder político, la gloria, la
inmortalidad y la belleza son cosas que en un momento dado están ligadas unas a
otras. Es un modo de sujeción y el segundo aspecto de la moral. El tercer aspecto es
este: ¿cuáles son los medios gracias a los cuales podemos transformarnos a fin de
llegar a ser sujetos morales?[344].
—Sí. Qué vamos a hacer, sea para atenuar nuestros deseos y moderarlos, sea
para comprender quiénes somos, sea para suprimir nuestros deseos, sea para
valernos de nuestro deseo sexual a fin de alcanzar ciertos objetivos, como tener
hijos: toda la elaboración de nosotros mismos cuya meta es un comportamiento
moral. Ese es el tercer aspecto, que llamo práctica de sí o ascetismo, pero ascetismo
en una acepción muy amplia.
—Hay relaciones entre ellos y a la vez cierta independencia para cada uno.
Uno puede comprender muy bien que si la teleología moral se define por la pureza
absoluta, el tipo de técnicas de la práctica de sí y las técnicas de ascetismo que
deberán utilizarse no son exactamente las mismas que si el objetivo es ser dueño de
su comportamiento.
—Digamos que la sustancia ética de los griegos eran los aphrodisia; el modo de
sujeción era una elección político-estética. La forma de ascesis era la techne
utilizada, y aquí encontramos, por ejemplo, la techne del cuerpo o la economía de
las leyes mediante las cuales se definía el papel de marido, e incluso el erotismo
como forma de ascetismo para consigo en el amor a los muchachos, etc.; y además,
la teleología era el dominio de sí. Esa es la situación que describo en las dos
primeras partes de El uso de los placeres. A continuación hubo una mutación dentro
de esa moral. La razón de la mutación es el cambio acaecido en el papel de los
hombres con respecto a la sociedad, y a la vez en ellos mismos, en sus relaciones
con sus mujeres, pero también en el terreno político, porque la ciudad desaparece.
Y por esas razones, la manera en que ellos se consideran como sujetos de
comportamiento político y económico sufre cambios. De ahí surgen cambios en la
forma y los objetivos de la elaboración de la relación consigo mismo. A grandes
rasgos, podemos decir que el dominio de sí había estado durante largo tiempo
ligado a la voluntad de ejercer un ascendiente sobre los otros. En el pensamiento
moral de los dos primeros siglos, la soberanía sobre sí mismo tiene cada vez más el
fin de asegurar la propia independencia con respecto a los acontecimientos
exteriores y el poder de los otros.
De manera muy esquemática, podríamos decir que los tres polos, el acto, el
placer y el deseo, no fueron valorados del mismo modo en diferentes culturas.
Entre los griegos, y de manera general en la Antigüedad, el acto constituía el
elemento importante: sobre él había que ejercer el control y era menester definir su
cantidad, su ritmo, su oportunidad, sus circunstancias. En la erótica china —si
damos crédito a Van Gulik—[346] el elemento importante era el placer, que había
que acrecentar, intensificar, prolongar tanto como fuera posible retardando el acto
mismo y, en última instancia, absteniéndose de realizarlo. En la ética [cristiana], el
momento esencial es el deseo: su desciframiento, la lucha contra él, la extirpación
hasta de sus más mínimas raíces; en cuanto al acto, hay que tener la capacidad de
cometerlo sin experimentar siquiera placer o, en todo caso, anularlo en la medida
de lo posible[347].
DEL SÍ MISMO CLÁSICO AL SUJETO MODERNO
—¿Cuál es el cuidado de sí que usted decidió tratar por separado en el libro del
mismo nombre?[348]
—No, la cuestión del saber era capital en el cuidado de sí, pero bajo una
forma muy distinta a la de una indagación interior.
—No creo que se trate de alcanzar una vida eterna después de la muerte,
porque esas cosas no les preocupaban especialmente. Actuaban, al contrario, con la
idea de dar a su vida ciertos valores (reproducir algunos ejemplos, dejar tras de sí
una reputación excepcional o dar el máximo brillo posible a su vida). Se trataba de
hacer de la propia vida un objeto de conocimiento o de techne, un objeto de arte.
—Antes que nada hay que recordar unos cuantos hechos históricos que
suelen subestimarse cuando se plantea el problema de la escritura; hay que
recordar, por ejemplo, la famosa cuestión de los hypomnemata.
—¿Qué papel específico desempeñaron esas libretas cuando terminaron por tener
importancia al final de la Antigüedad?
—No hay que tomar los hypomnemata, por personales que hayan podido ser,
por diarios íntimos o por esos relatos de experiencias espirituales (donde se
consignan las tentaciones, las luchas internas, las caídas y las victorias) que
podemos encontrar ulteriormente en la literatura cristiana. No constituyen un
«relato de sí»; su objetivo no es sacar a la luz los arcanos de la conciencia, cuya
confesión —sea oral o escrita— tiene un valor purificador. El movimiento que
procuran efectuar es precisamente el inverso: no se trata de rastrear lo
indescifrable, revelar lo que está oculto, decir lo no dicho, sino, al contrario, de
reunir lo ya dicho, lo que podía escucharse o leerse, con una intención que no es
otra que la constitución de uno mismo.
—Antes de ver cuál fue el papel de esas libretas a comienzos de la era cristiana,
¿puede decirnos en qué son diferentes la austeridad grecorromana y la austeridad
cristiana?
—Sí, creo que comete un error al atribuir ese mérito al cristianismo, habida
cuenta de todo lo que sabemos de la evolución de la moral pagana del siglo IV a. C.
al siglo IV d. C.
—¿Cómo cambió el papel de las libretas cuando la técnica que llevaba a utilizarlas
en una relación de sí consigo mismo fue retomada por los cristianos?
—Pero, en todo caso, ¿la idea de que la contemplación de sí mismo permite disipar la
oscuridad dentro de sí y acceder a la verdad ya está presente en Platón?
—Uno de los lugares comunes de los estudios literarios consiste en decir que
Montaigne fue el escritor que inventó la autobiografía, pese a lo cual usted parece remontar
la escritura sobre sí mismo a fuentes mucho más remotas.
—Si el autoanálisis es una invención cultural, ¿por qué nos parece tan natural y
agradable?
—Ante todo, no veo por qué una «invención cultural» no puede ser
«agradable». El placer que uno siente en sí mismo puede perfectamente adoptar
una forma cultural, como el placer experimentado con la música. Y hay que
comprender con claridad que en ello hay algo muy diferente de lo que llamamos
interés o egoísmo. Sería interesante ver cómo, en los siglos XVIII y XIX, se propuso
e inculcó en la clase burguesa toda una moral del «interés», en oposición, sin duda,
a las otras artes de sí mismo que podían constatarse en los medios artístico críticos;
y la vida «de artista», el «dandismo», constituyeron otras estéticas de la existencia
opuestas a las técnicas de sí que eran características de la cultura burguesa.
—Pasemos a la historia del sujeto moderno. Ante todo, ¿el cultivo de sí clásico se
perdió por completo o, al contrario, las técnicas cristianas lo incorporaron y
transformaron?
—Hasta ahora usted ha hablado de los diversos grados de apropiación de las técnicas
antiguas de gobierno de sí mismo. En sus escritos siempre ha insistido en la importante
ruptura que se produjo entre el Renacimiento y la edad clásica [353]. ¿No hubo una mutación
igualmente significativa en la manera en que el gobierno de sí mismo se vinculó a otras
prácticas sociales?
—Si bien es cierto que la filosofía griega fundó una racionalidad en la cual
nos reconocemos, no dejaba de sostener que un sujeto no podía tener acceso a la
verdad a menos que, ante todo, realizara sobre sí mismo un trabajo determinado
que lo hiciera capaz de conocer la verdad. El vínculo entre el acceso a la verdad y
el trabajo de elaboración de sí por sí mismo es esencial en el pensamiento antiguo y
el pensamiento estético.
Me parece que Descartes rompió con eso al decir: «Para acceder a la verdad
basta con que yo sea un sujeto cualquiera capaz de ver lo que es evidente». La
evidencia sustituye a la ascesis en el punto de unión entre la relación consigo
mismo y la relación con los otros, la relación con el mundo. Ya no hace falta que la
relación consigo mismo sea ascética para ser una relación con la verdad. Basta con
que me revele la verdad evidente de lo que veo para aprehender definitivamente
esa verdad. Pero hay que señalar que eso solo resultó posible para el propio
Descartes al precio de un derrotero que fue el de las Meditaciones[354], en el curso del
cual él constituyó una relación de sí consigo que lo calificaba como capaz de ser
sujeto de conocimiento verdadero bajo la forma de la evidencia (con la salvedad de
que excluía la posibilidad de estar loco). Un acceso a la verdad sin condición
«ascética», sin cierto trabajo de sí sobre sí mismo, es una idea que las culturas
precedentes excluían en mayor o menor medida. Con Descartes, la evidencia
inmediata es suficiente. Después de Descartes, tenemos un sujeto de conocimiento
que plantea a Kant el problema de saber cuál es la relación entre él y el sujeto
moral. En el siglo de las Luces se discutió mucho si esos dos sujetos eran diferentes
o no. La solución de Kant consistió en encontrar un sujeto universal que, en la
medida en que lo era, podía ser un sujeto de conocimiento, pero que exigía no
obstante una actitud ética: precisamente la relación consigo mismo que el propio
Kant propone en la Crítica de la razón práctica.
—Siete años han pasado desde La voluntad de saber [356]. Sé que sus últimos libros le
han planteado problemas y que se ha encontrado con dificultades. Me gustaría que me
hablara de esas dificultades y de ese viaje al mundo grecorromano, que le era, si no
desconocido, al menos un poco extraño.
—Hay siempre una cierta «intencionalidad» en sus obras, que a menudo escapa a
los lectores. La Historia de la locura era, en el fondo, la historia de la constitución de ese
saber que se llama psicología, Las palabras y las cosas era la arqueología de las ciencias
humanas; Vigilar y castigar, la implantación de las disciplinas del cuerpo y del alma.
Parece que lo que está en el centro de sus últimos libros es lo que usted llama los «juegos de
verdad».
—No creo que haya una gran diferencia entre estos libros y los precedentes.
Cuando uno escribe libros como esos, se desea intensamente cambiar por completo
todo lo que uno piensa y encontrarse al final muy distinto de lo que uno era al
principio. Luego uno se da cuenta de que en el fondo ha cambiado relativamente
poco. Quizá ha cambiado de perspectiva, ha girado alrededor del problema, que
siempre es el mismo, es decir, las relaciones entre el sujeto, la verdad y la
constitución de la experiencia. He intentado analizar cómo dominios como los de
la locura, la sexualidad, la delincuencia, pueden entrar en un cierto juego de la
verdad, y cómo, por otro lado, a través de esta inserción de la práctica humana, del
comportamiento, en el juego de la verdad, el sujeto mismo se encuentra afectado.
Ese era el problema de la historia de la locura, de la sexualidad.
—De no ser por la solemnidad del título y la marca grandiosa que Nietzsche
le impuso, diría que sí[359].
Esta elaboración de la propia vida como una obra de arte personal, incluso
aunque obedeciese a cánones colectivos, estaba en el centro, me parece, de la
experiencia moral, de la voluntad de moral en la Antigüedad, en tanto que en el
cristianismo, con la religión del texto, la idea de una voluntad de Dios, el principio
de obediencia, la moral tomaba mucho más la forma de un código de reglas
(solamente algunas prácticas ascéticas estaban más ligadas al ejercicio de una
libertad personal).
—¿Todo el saber acumulado en estos últimos años sobre el cuerpo, la sexualidad, las
disciplinas, ha mejorado nuestra relación con los otros, nuestro estar en el mundo?
—No puedo evitar pensar que toda una serie de cosas puestas en discusión,
incluso independientemente de opciones políticas, alrededor de ciertas formas de
existencia, reglas de comportamiento, etc., han sido profundamente beneficiosas: la
relación con el cuerpo, entre hombre y mujer, con la sexualidad.
—Eso nos lleva a la actualidad política. Los tiempos son difíciles: en el plano
internacional está el chantaje de Yalta y el enfrentamiento de los bloques; en el plano
interior, está el espectro de la crisis. En relación con todo esto, parece que entre la izquierda
y la derecha ya no hay más que una diferencia de estilo. ¿Cómo decidir, entonces, ante esta
realidad y sus dictados, si aparentemente no tiene alternativa posible?
—No hay, pues, que asumir una actitud, por así decirlo, hegeliana, consistente en
aceptar la realidad tal como es y como se nos la presenta. Queda una última interrogante:
«¿Hay una verdad en la política?».
Hay, con todo, que evitar una trampa en la que los gobiernos quieren hacer
caer a los intelectuales, y en la que estos caen a menudo: «Pónganse en nuestro
lugar y dígannos lo que harían ustedes». No es una cuestión a la que haya que
responder. Tomar una decisión en una materia cualquiera implica un conocimiento
de los dosieres que nos es negado, un análisis de la situación que no se ha tenido la
posibilidad de hacer. Eso es una trampa. No queda otra cosa sino que, en tanto que
gobernados, se tiene el perfecto derecho de plantear las cuestiones de verdad [365]:
«¿Qué es lo que hacen ustedes, por ejemplo, cuando son hostiles a los euromisiles,
o cuando, por el contrario, los apoyan, cuando reestructuran el acero de la Lorena,
cuando abren el dosier de la enseñanza libre?».
—En este descenso a los infiernos que es una larga meditación, una larga búsqueda
—un descenso en el que se va de algún modo a la búsqueda de una verdad— ¿qué tipo de
lector le gustaría encontrar? Es un hecho que, si quizá todavía hay buenos autores, hay
cada vez menos buenos lectores.
Habría una solución: la única ley sobre la prensa, la única ley sobre el libro
que me gustaría ver instaurada sería la prohibición de utilizar dos veces el nombre
del autor, con, además, el derecho al anonimato y al seudónimo, para que cada
libro sea leído por sí mismo. Hay libros para los que el conocimiento del autor es
una clave de inteligibilidad. Pero fuera de algunos grandes autores, para la mayor
parte de los demás este conocimiento no sirve absolutamente para nada. Sirve solo
de pantalla. Para alguien como yo, que no soy un gran autor, sino solo alguien que
fabrica libros, le gustaría que fueran leídos por sí mismos, con sus imperfecciones y
sus posibles cualidades.
19. La vida: la experiencia y la ciencia, 1984[366]
Todo el mundo sabe que en Francia hay pocos lógicos, pero que hubo una
cantidad no desdeñable de historiadores de las ciencias. Se sabe también que estos
han ocupado en la institución filosófica —enseñanza o investigación— un lugar
considerable. Pero tal vez no se conoce tan bien en qué consistió exactamente, en el
transcurso de los últimos veinte o treinta años y hasta en las fronteras de la
institución, un trabajo como el de Georges Canguilhem. Hubo sin duda teatros
mucho más ruidosos: psicoanálisis, marxismo, lingüística, etnología. No olvidemos
sin embargo un hecho que obedece a la sociología de los medios intelectuales
franceses o al funcionamiento de nuestras instituciones universitarias o de nuestro
sistema de valores culturales, como se prefiera: en todas las discusiones políticas o
científicas de la extraña década de los 60, el papel de los filósofos —y no me refiero
simplemente a quienes habían hecho su formación universitaria en los
departamentos de filosofía— fue importante. Acaso demasiado importante, para
gusto de algunos. Ahora bien, directa o indirectamente, todos o casi todos esos
filósofos se las vieron con la enseñanza y los libros de Georges Canguilhem.
Sin desconocer las divisiones que durante estos últimos años, y desde el fin
de la guerra, pudieron oponer a marxistas y no marxistas, freudianos y no
freudianos, especialistas de una disciplina y filósofos, universitarios y no
universitarios, teóricos y políticos, me parece en verdad que podríamos encontrar
otra línea divisoria que atraviesa todas esas oposiciones. Es la línea que separa una
filosofía de la experiencia, el sentido y el sujeto y una filosofía del saber, la
racionalidad y el concepto. Por un lado, una filiación que es la de Sartre y Merleau-
Ponty, y por otro, la de Cavaillès, Bachelard, Koyré y Canguilhem. Es indudable
que esa división viene de lejos, y podríamos seguir su huella a lo largo del
siglo XIX: Bergson y Poincaré, Lachelier y Couturat, Maine de Biran y Comte. Y, en
todo caso, en el siglo XX estaba consolidada a tal punto que la fenomenología llegó
a Francia a través de ella. Pronunciadas en 1929, modificadas, traducidas y
publicadas poco después, las Meditaciones cartesianas[368] fueron muy pronto la
apuesta de dos lecturas posibles: una que, dirigida hacia una filosofía del sujeto,
procuraba radicalizar a Husserl y no tardaría en dar con las cuestiones de Sein und
Zeit[369] —y será entonces el artículo de Sartre sobre «La trascendencia del ego», de
1935[370]—, y otra que se remontará a los problemas fundacionales del pensamiento
de Husserl, los del formalismo y el intuicionismo, y serán entonces las dos tesis de
Cavaillès, sobre el método axiomático y sobre la formación de la teoría de los
conjuntos[371]. Cualesquiera que hayan sido a continuación las ramificaciones, las
interferencias y hasta los acercamientos, esas dos formas de pensamiento
constituyeron en Francia dos tramas que siguieron siendo, al menos durante un
tiempo, bastante profundamente heterogéneas.
***
Una de las principales razones radican sin duda en esto: la historia de las
ciencias debe su dignidad filosófica al hecho de poner en juego uno de los temas
que, a buen seguro, se introdujo de manera un poco subrepticia en la filosofía a
fines del siglo XVIII. En esa época se hizo por primera vez al pensamiento racional
la pregunta no solo de su naturaleza, su fundamento, sus poderes y sus derechos,
sino la de su historia y su geografía; la de su pasado inmediato y sus condiciones
de ejercicio, y la de su momento, su lugar y su actualidad. De esa pregunta
mediante la cual la filosofía hizo de su forma presente y del vínculo con su
contexto una interrogación esencial, puede tomarse por símbolo el debate que se
entabló en la Berlinische Monatsschrift, y cuyo tema era: Was ist Aufklärung?[372]
Pregunta a la que Mendelssohn y Kant, cada uno por su lado, dieron una
respuesta[373].
***
Para decir las cosas muy grosso modo, la historia de las ciencias se ocupó
durante largo tiempo (de preferencia, si no de manera exclusiva) de algunas
disciplinas «nobles» y que debían su dignidad a la antigüedad de su fundación, su
alto grado de formalización, su aptitud para matematizarse y el lugar privilegiado
que tenían en la jerarquía positivista de las ciencias. Al mantenerse así en estrecho
contacto con las ciencias que, desde los griegos y hasta Leibniz, se habían
confundido en suma con la filosofía, la historia de las ciencias eludía la cuestión
que era central para ella y que incumbía a su relación con la filosofía. Georges
Canguilhem invirtió el problema: centró lo esencial de su trabajo en la historia de
la biología y la de la medicina, sabedor de que la importancia teórica de los
problemas planteados por el desarrollo de una ciencia no está necesariamente en
proporción directa al grado de formalización alcanzado por ella. En consecuencia,
hizo que la historia de las ciencias descendiera de las cumbres (matemática,
astronomía, mecánica galileana, física de Newton, teoría de la relatividad) hacia
regiones donde los conocimientos son mucho menos deductivos y en los que
quedaron ligadas durante mucho más tiempo a los prestigios de la imaginación y
plantearon una serie de cuestiones mucho más ajenas a los hábitos filosóficos.
Por la dilucidación del saber sobre la vida y los conceptos que lo articulan,
Georges Canguilhem quiere recuperar lo que pasa con el concepto en la vida. Es
decir, con el concepto en cuanto es uno de los modos de la información que todo
ser vivo extrae de su medio y mediante la cual, a la inversa, estructura ese medio.
Que el hombre viva en un medio conceptualmente estructurado no prueba que un
olvido cualquiera lo haya desviado de la vida o que un drama histórico lo haya
separado de ella; solo prueba que vive de cierta manera, que entabla con su medio
una relación tal que no le da un punto de vista fijo sobre él, que se moviliza por un
territorio indefinido o definido de manera bastante amplia, que tiene que
desplazarse para recoger informaciones, y que debe mover las cosas unas con
referencia a otras para hacerlas útiles. Formar conceptos es una manera de vivir y
no de matar la vida; es una manera de vivir en una relativa movilidad y no una
tentativa de inmovilizar la vida; es manifestar, entre los miles de millones de seres
vivos que informan su medio y se informan a partir de él, una innovación que se
juzgará, a gusto de cada uno, ínfima o considerable: un tipo muy particular de
información.
En el centro de esos problemas está el del error. Puesto que en el nivel más
fundamental de la vida, los juegos del código y la decodificación dan cabida a un
azar que, antes de ser enfermedad, déficit o monstruosidad, es algo así como una
perturbación en el sistema informativo, algo así como una «equivocación» [méprise,
mistake]. En última instancia, la vida —y por eso su carácter radical— es lo que es
capaz de error. Y acaso sea a este dato o, mejor, a esta eventualidad fundamental a
la que hay que pedir cuentas del hecho de que la cuestión de la anomalía atraviese
la biología de un extremo a otro. Y también a ella habrá que pedir cuentas de las
mutaciones y los procesos evolutivos que induce. Habrá que interrogarla por fin
sobre el error singular, pero hereditario, por el cual la vida ha llegado con el
hombre a un ser vivo que nunca está del todo en su lugar, un ser vivo condenado a
«errar» y a «equivocarse».
Nietzsche decía que la verdad era la más profunda mentira [392]. Canguilhem,
que está a la vez lejos y cerca de Nietzsche, diría quizá que es, en el enorme
calendario de la vida, el más reciente error; o, para ser más exactos, diría que la
división verdadero-falso, así como el valor acordado a la verdad, constituyen la
manera más singular de vivir que haya podido inventar una vida que, desde el
fondo de su origen, llevaba en su seno la eventualidad del error. El error es para
Canguilhem el azar permanente en torno del cual se envuelven la historia de la
vida y el devenir de los hombres. Y esta noción de error le permite enlazar lo que
sabe de la biología y la manera como hace su historia, sin haber querido jamás,
como se hacía en los tiempos del evolucionismo, deducir esta de aquella. Es esa
noción la que le permite marcar la relación entre vida y conocimiento de la vida, y
seguir en ella como un hilo conductor la presencia del valor y la norma.
[1]
1 Nota: En las citas de estas obras, a la abreviatura le seguirá, en su caso, el
número de tomo (en notación romana) y, a continuación, el número de página: por
ejemplo: DE, III, 230, o NC, 12. <<
[2]
M. Foucault, «Política y ética», véase aquí pág. 311. <<
[3]
M. Foucault, «Les intellectuels et le pouvoir», 1972, conversación con G.
Deleuze, DE, II, 309; hay trad. español de Julia Varela y Fernando Álvarez
en M. Foucault, Estrategias de poder, Paidós, 1999. La expresión «tool-box» fue
retomada por el mismo Foucault más tarde, añadiendo: «escribo para utilizadores,
no para lectores» (DE, II, 523-524). <<
[4]
Entrevista con Trombadori, DE, IV, 46 (hay trad. de Horacio Pons
en M. Foucault, La inquietud por la verdad, Siglo XXI, 2013); en otro lugar: «Cada vez
que he intentado hacer un trabajo teórico, ha sido a partir de elementos de mi
propia experiencia: siempre en relación con procesos que veía desarrollarse
alrededor de mí. Es porque pensaba reconocer en las cosas que veía, en las
instituciones con las que tenía que ver, en mis relaciones con los demás, grietas,
sacudidas sordas, disfunciones por lo que yo emprendía un trabajo, algunos
fragmentos de autobiografía», «¿Es, pues, importante pensar?», aquí en pág. 187.
<<
[5]
M. Foucault, «L’intellectuel et les pouvoirs», DE, IV, 747-748. <<
[6]
Entrevista con Stephen Riggins, véase aquí, pág. 287. <<
[7]
M. Foucault, «Archéologie d’une passion», DE, IV, 606-607. <<
[8]
Entrevista con S. Riggins, aquí en pág. 286. <<
[9]
Hay que señalar que lo incluido entre corchetes es debido al colaborador
de Foucault, François Ewald (DE, IV, 631). Una traducción completa de este texto
puede leerse en mi libro El último Foucault, Madrid, Biblioteca Nueva, 2014, págs.
297-308. <<
[10]
Lección del 5 de enero de 1983 del curso Le gouvernement de soi et des
autres (El gobierno de sí y de los otros, hay trad. en Akal y FCE). <<
[11]
Pueden consultarse los dos textos de Kant en E. Kant, Filosofía de la
historia, trad. Eugenio Imaz, México, FCE, 1941. <<
[12]
En otros textos se añaden: los «posthegelianos», Lukács, Feuerbach, y
Marx («La vida: la experiencia y la ciencia», aquí en pág. 384); Fichte, Husserl y
Heidegger («La tecnología política de los individuos»; véase aquí en página 292);
se especifica entre los francfortianos a Horkheimer y a Habermas («Qu’est-ce que
les Lumières?», DE, IV, 562). <<
[13]
«Qu’est-ce que la critique?» 1978 (trad. cast. en Daímon, núm. 11, 1995);
«Pour une morale de l’inconfort», 1979; «Le sujet et le pouvoir», 1982 (véase aquí
en págs. 317 y sigs.); «Structuralisme et poststructuralisme», 1983 (trad. cast. de
Ángel Gabilondo en M. Foucault, Estética, ética y hermenéutica, Barcelona,
Paidós, 1999); Lección del 5 de febrero del curso de 1982-83, Le gouvernement de soi
et des autres (ob. cit.); «What is Enlightenment?», 1984 (trad. en M. Foucault,
Estética, ética… ob. cit.). Todos estos textos, excepto el primero, están recogidos en
DE (III y IV). Hay una edición en español que con muy buen criterio reúne buena
parte de estos textos: Michel Foucault, Sobre la Ilustración, Madrid, Tecnos, 2006. <<
[14]
Inicio célebre del Discurso del método. <<
[15]
«Reiteración del problema: si el género humano se halla en constante
progreso hacia mejor», 1798. Seguimos la traducción de don Eugenio Imaz en ob.
cit., la introducción del texto alemán es nuestra. <<
[16]
J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, trad. M. Jiménez
Redondo en Madrid, Taurus, 1989, págs. 32 y sigs. <<
[17]
M. Foucault, «La vida: la experiencia y la ciencia», véase aquí, pág. 380. <<
[18]
Ibíd., pág. 384. <<
[19]
Ibíd., pág. 385. <<
[20]
Véase aquí «El sujeto y el poder», pág. 321. <<
[21]
M. Foucault, «Omnes et singulatim…», DE, IV, 135. <<
[22]
M. Foucault, «Subjetividad y verdad», véase aquí, pág. 145, nota 10. <<
[23]
Entrevista con Trombadori, DE, IV, 54. <<
[24]
«Yo he leído a Nietzsche un poco al azar, y quedé sorprendido al ver que
Canguilhem, que era el historiador de las ciencias más influyente en Francia en esa
época, estaba interesado también por Nietzsche y acogió perfectamente lo que yo
he intentado hacer» («Structuralisme et poststructuralisme…», DE, IV, 436, ob. cit.).
<<
[25]
M. Foucault, «El sujeto y el poder», véase aquí, pág. 319; y en otro lugar:
«En el extremo, yo diría que el poder no me interesa como cuestión autónoma, y si
he sido llevado a hablar en varias ocasiones sobre esta cuestión del poder es en la
medida en que el análisis político existente sobre el fenómeno del poder no me
parecía poder dar cuenta de estos fenómenos más finos y detallados que quiero
evocar cuando planteo la cuestión del decir la verdad de sí mismo»
(«Structuralisme…», DE, IV, 451, ob. cit.). <<
[26]
Véase aquí, pág. 146, nota 10 (cont.). <<
[27]
M. Foucault, «Qu’est-ce que les Lumières?», DE, IV, 574, ob. cit. <<
[28]
M. Foucault, «Subjetividad y verdad», véase aquí, pág. 146, nota 10
(cont.). <<
[29]
M. Foucault, «Qu’est-ce que les Lumières?», DE, IV, 571, ob. cit. <<
[30]
Ibíd., DE, IV, 577. <<
[31]
Véase aquí: «El sujeto y el poder»; y «Espacio, saber y poder». Véase
también: «Qu’est-ce que les Lumières?», «Omnes et singulatim», ob. cit. <<
[32]
Véase M. Foucault, «Structuralisme et…», DE, IV, 440-441, ob. cit. <<
[33]
«Creo que la palabra racionalización es peligrosa. Lo que tenemos que
hacer es analizar racionalidades específicas más que invocar constantemente el
progreso de la racionalización en general» («Sujeto y poder», aquí, pág. 321). <<
[34]
Sobre la relación entre acontecimiento y multiplicidad causal, véase el
escrito, tan breve como sustancial: «L’Imposible Prison», DE, IV, 24. <<
[35]
Esto lo decía al final de su vida, en 1984 (véase aquí «Una estética de la
existencia», pág. 372); y nueve años antes: «Si fuera pretencioso, daría como título
general a lo que hago: genealogía de la moral» («Entretien sur la prison: le livre et
sa méthode», 1975, DE, II, 753). <<
[36]
«En todo caso, de la izquierda hegeliana a la escuela de Fráncfort, ha
habido toda una crítica del positivismo, del objetivismo, de la racionalización de la
technê y de la tecnificación, toda una crítica de las relaciones entre el proyecto
fundamental de la ciencia y de la técnica que tiene por objetivo el hacer aparecer
los lazos entre una presunción ingenua de la ciencia, de una parte, y las formas de
dominación propias de la forma de las sociedades contemporáneas, de otra.[…] no
hay que olvidar que Husserl, en 1936, refería la crisis contemporánea de la
humanidad europea a algo concerniente a las relaciones del conocimiento con la
técnica, de la episteme con la technê» («Qu’est-ce que la critique», ob. cit., págs. 42-
43). <<
[37]
Ibíd., 47. <<
[38]
P. Caruso, «Conversación con Michel Foucault», en Paolo Caruso,
Conversaciones con Levi-Strauss, Foucault y Lacan, trad. F. Serra, Barcelona,
Anagrama, 1969, pág. 73. <<
[39]
«Mis libros no son tratados filosóficos ni estudios históricos; todo lo más,
fragmentos filosóficos en canteras históricas» M. Foucault, «L’Imposible Prison»,
DE, IV, 21. <<
[40]
M. Foucault, «La souci de la verité», DE, IV, 669; «Polemique, politique et
problematisations», DE, IV, 597-598, hay trad. cast. en M. Foucault, Estética…, ob.
cit. <<
[41]
M. Foucault, «Preface à l’“Histoire de la sexualité”», DE, IV, 581. <<
[42]
Puntualizaciones semejantes pueden verse en DE, IV, 581-583, 595-596. <<
[43]
M. Foucault, «L’Imposible prison», DE, IV, 27. <<
[44]
M. Foucault, «La tecnología política de los individuos», aquí, pág. 294. <<
[45]
Véase aquí: «Foucault estudia la razón de Estado», aquí, pág. 126. <<
[46]
M. Foucault, «Omnes et singulatim», DE, IV, 161, ob. cit. <<
[47]
M. Foucault, «Qu’appelle-t-on punir?», DE, IV, 637. <<
[48]
M. Foucault, «Foucault estudia la razón de Estado», aquí en pág. 126. <<
[49]
M. Foucault, «Structuralisme et…», DE, IV, 449, ob. cit. <<
[50]
M. Foucault, «¿Es, pues, importante pensar?», véase aquí págs. 185-186.
<<
[51]
M. Foucault, «Preface à l’Histoire de la sexualité», DE, IV, 579. <<
[52]
M. Foucault, «Polémique, politique et problématisations», DE, IV, 597, ob.
cit. <<
[53]
Ibíd. <<
[54]
Ibíd. <<
[55]
M. Foucault, «Preface à l’Histoire…», DE, IV, 580. <<
[56]
Ibíd. <<
[57]
Ibíd. <<
[58]
M. Foucault, «¿Es, pues, importante pensar?», aquí en pág. 186. <<
[59]
M. Foucault, «Qu’appelle-t-on punir?», DE, IV, 638. <<
[60]
M. Foucault, «La souci de la vérité», DE, IV, 676. <<
[61]
M. Foucault, «Verité, pouvoir et soi», DE, IV, 778 (hay trad.
de M. Allendesalazar en M. Foucault, Las tecnologías del yo, Barcelona,
Paidós, 1990). <<
[62]
M. Foucault, «¿Es, pues, importante pensar?», aquí en pág. 187. <<
[63]
Ibíd. <<
[64]
M. Foucault, «Punir est la chose la plus difficile qui soit», DE, IV, 210. <<
[65]
M. Foucault, «¿Es, pues, importante pensar?», aquí en pág. 187. <<
[66]
Ibíd., pág. 186. <<
[67]
M. Foucault, «El sujeto y el poder», aquí, pág. 328; véase también aquí,
«De la amistad como modo de vida», págs. 177 y sigs. <<
[68]
M. Foucault, «Face aux gouvernements, les droits de l’homme», DE, IV,
707-708. <<
[69]
M. Foucault, «L’éthique du souci de soi comme pratique de la liberté»,
DE, IV, 711, hay trad. cast. en M. Foucault, Estética…, ob. cit. <<
[70]
Merece la pena la cita completa: «Creo que, en la medida en que la
libertad significa, para los griegos, la no-esclavitud —lo que constituye, sin
embargo, una definición de libertad bastante diferente de la nuestra—, el problema
es ya enteramente político. Es político en la medida en que la no-esclavitud con
respecto a los otros es una condición: un esclavo no tiene ética. La libertad es pues
en sí misma política, en la medida en que ser libre significa no ser esclavo de sí y
de sus apetitos, lo que implica que se establezca consigo mismo una cierta relación
de dominación, de dominio, que se llamaba archê —poder, mando». Ibíd., DE, IV,
714. <<
[71]
Ibíd. <<
[72]
Ibíd., pág. 715. <<
[73]
«Es el signo de una vida que es a la vez estética y política, dos aspectos
que están directamente ligados. Puesto que, si quiero que la gente me acepte como
rey, debo poseer algo así como una gloria que me sobreviva, y esa gloria no puede
desvincularse de su valor estético. En consecuencia, el poder político, la gloria, la
inmortalidad y la belleza son cosas que en un momento dado están ligadas unas a
otras» (véase aquí, «Acerca de la genealogía de la ética», pág. 356). <<
[74]
Sobre esto véase su maravillosos último curso, Le courage de la vérité, 1984,
hay trad. de Horacio Pons en FCE, 2010. <<
[75]
Véase pág. 317, nota 1. <<
[76]
Véase aquí pág. 335. <<
[77]
M. Foucault, «Inutile de se soulever?», DE, III, 791 (hay trad.
en M. Foucault, Estética…, ob. cit.). <<
[78]
Véase aquí, «Espacio, saber y poder», págs. 223 y sigs. <<
[79]
M. Foucault, «Cristianismo y confesión», véase aquí, pág. 157. <<
[80]
M. Foucault, «Polémique politique et problématisations», DE, IV, 597, ob.
cit. <<
[81]
M. Foucault, «Qu’est-ce que les Lumières?», DE, IV, 575, ob. cit. <<
[82]
M. Foucault, «Le philosophe masqué», DE, IV, 110 (hay trad. cast.
en M. Foucault, Estética…, ob. cit.). <<
[83]
M. Foucault, «L’ethique du souci de soi comme pratique de la liberté»,
DE, IV, 712, ob. cit. <<
[84]
M. Foucault, «Qu’est-ce que les Lumières?», DE, IV, 578, ob. cit. <<
[85]
Este breve texto, con el título Sexualität und Wahrheit fue la introducción a
la edición alemana de La voluntad de saber (Der Wille zum Wissen), publicada en
1977, un año después de la edición francesa. El texto ha sido recogido en DE, III,
136-137. Tiene el interés de que en él Foucault sale al paso de dos equívocos
interpretativos que dieron lugar a una estruendosa polémica con motivo de la
edición francesa: 1) La idea de qué tipo de investigación era realmente, cómo no
podía entenderse como una especie de historia de los comportamientos sexuales,
sino de la emergencia de un determinado saber y sus efectos. 2) Contestar el
malentendido de que la obra significara una negación radical de la tesis del sexo
reprimido, punto al que Foucault se vería obligado a volver una y otra vez en años
posteriores. La aclaración de tales puntos capitales conduce al autor a definir una
idea no menos interesante: el objetivo de fondo que orientaba el conjunto de su
obra más allá de la Historia de la sexualidad. <<
[86]
Forclusión es un concepto psicoanalítico introducido por Lacan para
referirse a la exclusión radical de un significante en el cuadro de la psicosis. Ese
significante, a diferencia de otros elementos que sufren represión, solo retornaría
en forma de alucinación, esto es, como formando parte de lo real. <<
[87]
Foucault a lo largo de su obra trató, una y otra vez, de precisar su
problema central, el foco de todo su trabajo. Aquí vemos un ejemplo de ello;
veremos algunos más a lo largo de este compendio. <<
[88]
«On Power, interview, by P. Boncennes», 1978. La primera edición de
fragmentos de esta entrevista apareció con el título «Du Pouvoir. Un entretien
inédit avec Michel Foucault; propos recueillis par P. Boncennes» en la revista
L’Express, núm. 1722, julio 6-12, 1984, págs. 56-68. Ha sido editada de forma
completa en inglés en el volumen Michel Foucault. Politics, Philosophy, Culture.
Interviews and writings 1977-1984. Edited with an Introduction by Lawrence D.
Kritzman, Nueva York, Routledge, 1988, págs. 96-109. Todas las notas son nuestras.
Esta desconocida entrevista nos parece reseñable no ya solo por el recorrido que se
hace por algunas de las obras más importantes de Foucault sino porque se entra en
la confrontación con algunas de las interpretaciones más habituales de su obra, por
ejemplo, el tema de la discontinuidad en su concepción de la historia, o la
interpretación del poder en su dependencia o autonomía respecto de la economía,
o, en fin, sobre la cuestión del «intelectual específico» tratada por Foucault en muy
pocos lugares. <<
[89]
Folie et Déraison. Histoire de la folie a l’âge classique, Plon, París, 1961; hay
traducción de J. José Utrilla, en México, FCE, 1967. No fue, en realidad, el primer
libro de Foucault, que ya había publicado en 1954 Maladie mentale et Personnalité,
París, PUF (versión española de E. Kestelboim en Buenos Aires, Paidós, 1979) del
que habría una segunda edición con cambios importantes, empezando por el
título: Maladie mentale et Psichologie, París, PUF, 1962. Es cierto que Foucault
siempre consideró que Historia de la locura era su primer libro «arqueológico». <<
[90]
En mayo de 1961, en la Sorbona, Foucault presentó su Folie et Déraison.
Histoire de la folie à l’âge classique como tesis doctoral, bajo la dirección de G.
Canguilhem y D. Lagache. La tesis fue acompañada, como segunda tesis,
complementaria, por el trabajo Kant, Anthropologie, dirigido por J. Hyppolite, un
estudio sobre el texto de Kant La antropología desde un punto de vista pragmático, al
que seguía la traducción del mismo al francés. Este segundo trabajo ha sido
publicado en París, Vrin, 2008; hay traducción española en Siglo XXI, 2010. <<
[91]
Les Temps Modernes era dirigida en esa época por Jean Paul Sartre, quien
la había fundado con Simone de Beauvoir. Esprit, la revista que fundara el
personalista cristiano Emmanuel Mounier, era dirigida en esos años por Jean-
Marie Domenach. <<
[92]
Foucault se trasladó a Varsovia en octubre de 1958, encargado de reabrir
el centro de civilización francesa en la Universidad. Allí permanecerá hasta octubre
de 1959 en que se irá a Hamburgo. <<
[93]
Los psiquiatras Ronald D. Laing y David Cooper defendieron, de manera
influyente particularmente a finales de los años 60 y en los 70, una concepción
distinta de la enfermedad psíquica, criticaron los procedimientos habituales de su
tratamiento en los hospitales psiquiátricos; su corriente fue calificada, no sin cierta
reticencia por parte de Laing, de antipsiquiatría. Algunos de sus libros más
influyentes en esos años: David Cooper, Psychiatry and Anti-Psychiatry, Londres,
Paladin, 1967 (hay trad. en Paidós);The Death of the Family, Londres, Penguin, 1971
(trad. cast. en Paidós). Laing, R. D.,The Divided Self: An Existential Study in Sanity
and Madness, Londres, Penguin, 1960 (trad. cast. en FCE); Self and Others, Londres,
Penguin, 1969 (trad. cast en FCE). Laing, R. D. y Cooper, D. G., Reason and Violence:
A Decade of Sartre’s Philosophy, Londres, Tavistock, 1964 (trad. cast. en Paidós). D.
Cooper prologó la edición inglesa de la obra de Foucault, Historia de la locura. <<
[94]
Este mismo diagnóstico de la recepción de la Historia de la locura en
Francia lo hace Foucault en su entrevista del mismo año, 1978, con Trombadori,
véase DE, IV. 59-61, hay trad. en M. Foucault, La inquietud por la verdad, Siglo XXI,
2013. <<
[95]
Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines, París,
Gallimard, 1966; traducción de E. Cecilia Frost en Madrid, Siglo XXI, 1968. <<
[96]
L’Archeologie du savoir, París, Gallimard, 1969; hay traducción de Aurelio
Garzón en Madrid, Siglo XXI, 1970. <<
[97]
Surveiller et punir, París, Gallimard, 1975; la traducción al español es de
Aurelio Garzón, en Madrid, Siglo XXI, 1976. <<
[98]
Foucault constituye con Defert, Domenach, Vidal-Naquet y Deleuze, el
denominado GIP, Grupo de Información de las Prisiones, en febrero de 1971, que
tenía como sede su propio domicilio, y se proponía investigar la situación de las
cárceles, informar de las condiciones y prácticas intolerables que allí se daban para
fomentar su contestación. Con el GIP colaboraron muchos intelectuales, como
Claude Mauriac, Sartre, J-Alain Miller, François Regnault, Hélène Cixous, Genet.
Se hicieron llegar cuestionarios a los presos de numerosas cárceles, hubo
entrevistas con expresos y familiares; publicaron varios documentos, de
información y denuncia; convocaron mítines, manifestaciones y actos de protesta.
El GIP, después de una intensa actividad en su corta vida, y de dar lugar a la
aparición de grupos semejantes en relación con otras instituciones (sanitarias,
psiquiátricas, sobre los inmigrantes) se disolvería en diciembre de 1972. El
manifiesto primero del GIP es recogido en DE, II, 174-175. Los textos del GIP con
una cronología y presentación de Ph. Artières, han sido publicados en Intolerable.
Textes réunis par le Groupe d’Information sur les Prisons, París, Gallimard, 2013. <<
[99]
La volonté du savoir. Histoire de la sexualité. t. I., París, Gallimard, 1976;
traducción castellana de Ulises Guiñazú en Siglo XXI, 1977. El conjunto de
volúmenes de la proyectada Historia de la sexualidad que se anunciaba con este
primero y que nunca llegó a realizarse era como sigue: II) La carne y el cuerpo, III)
La cruzada de los niños, IV) La mujer, la madre y la histérica, V) Los perversos, VI)
Poblaciones y razas. <<
[100]
«Les intellectuels et le pouvoir», L’Arc, núm. 49, 1972, recogido en DE, II,
306-315; hay traducción de Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría en M. Foucault,
Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta, 1978, y en M. Foucault, Obras esenciales, II,
Estrategias de poder, Barcelona, Paidós, 1999. <<
[101]
Foucault se refiere al trabajo de Georg Rusche y Otto Kirchheimer,
publicado en Nueva York, con un prefacio de Max Horkheimer, por Columbia U.
Press, en 1939, Punishment and Social Structure. Esta obra es considerada por
Foucault en el primer capítulo de Vigilar y castigar (SP, 29-30). Sobre este punto
véase la entrevista de Foucault con Trombadori, en M. Foucault, La inquietud por la
verdad, Madrid, Siglo XXI, 2013. Una traducción al español de la obra de los dos
autores francfortianos, Pena y estructura social, a cargo de Emilio García, puede
leerse en: http://archive.org/ <<
[102]
Véase esa distinción en la entrevista hecha a Foucault por A. Fontana y P.
Pasquino, en junio de 1976, recogida en DE, III, 140-160, 154-160. En español, hay
una versión más breve de esta entrevista, con el título de «Verdad y poder»,
en M. Foucault, Microfísica del poder, ob. cit., y en M. Foucault, Estrategias de poder,
ob. cit. <<
[103]
Como cuenta en su espléndida biografía Didier Eribon, Foucault fue el 17
de diciembre de 1976 al célebre programa de Bernard Pivot, que esa vez tenía lugar
en el museo del Louvre, y en vez de hablar de su obra, en efecto, denunció el
montaje del proceso soviético contra el judío doctor Stern, un comunista desde los
tiempos de la guerra que se negó a la exigencia de las autoridades de impedir a sus
dos hijos su pretensión de emigrar a Israel. Stern fue acusado de un asunto de
supuestas comisiones ilegales, por el que, sin siquiera testimonios en contra, fue
condenado a ocho años de trabajos forzados. Véase Didier Eribon, Michel Foucault,
París, Flammarion, 1989, págs. 294-295. hay traducción de esta biografía en Gedisa.
<<
[104]
Levi-Strauss, Tristes tropiques, París, Plon, 1955, hay trad. al español de
Noelia Bastard en Barcelona, Paidós, 1988. <<
[105]
Esta denominada «entrevista» con Ryumei Yoshimoto tuvo lugar con
motivo de una estancia de Foucault en Japón, en abril de 1978, donde dio diversas
conferencias en Universidades, pudo visitar algún hospital psiquiátrico y alguna
prisión, tuvo encuentros con psiquiatras y juristas, y debates múltiples. El texto
apareció en la revista japonesa Umi, julio, 1978 pags 302-328; traducida al francés y
recogida en DE, IV, 595-618. Tomamos la traducción del francés de Horacio Pons
publicada en M. Foucault, El poder, una bestia magnífica, Buenos Aires, Siglo XXI,
2012; las notas a pie de página y lo introducido entre corchetes son nuestros, salvo
cuando se indique otra cosa. No se trata realmente de una entrevista, sino de una
conversación entre dos intelectuales, el poeta y filósofo japonés R. Yoshimoto y M.
Foucault. El primero, también conocido por Takaaki Yoshimoto, fue un escritor y
filósofo japonés (1924-2012), que sostenía un marxismo crítico, muy influyente
entre los estudiantes universitarios japoneses, en lo que se conoció como Nueva
Izquierda, en los 60, muy reconocido en su país, pero no así afuera debido a la falta
de traducciones. Puede verse un análisis del conjunto de su obra en Lawrence
Olson, «Intellectuals and “The People”; On Yoshimoto Takaaki» en Journal of
Japanese Studies, vol. 4, núm. 2, Summer, 1978, págs. 327-357. Toda la conversación
aquí recogida versa, tal como registra su título, sobre la admisibilidad teórica del
marxismo, uno de los temas sobre los que a menudo se le reclamaba a Foucault
una definición, especialmente a partir de las incitantes observaciones hechas en Las
palabras y las cosas. Sobre este punto polémico véase «Entrevista com Michel
Foucault» J. G. Merquior, S. P. Rouanet, 1971, recogida en DE, II, 157-174;
«Conversazione con Michel Foucault», D. Trombadori, 1978, recogida en DE, IV,
41-95, ob. cit.; M. Foucault, «The Subject and the Power», véase más adelante págs.
317 y sigs. <<
[106]
Les mots et les choses, París, Gallimard, 1966, págs. 273-274, en la edición
española de Siglo XXI, págs. 255-257. <<
[107]
Alusión a las luchas contra la construcción del nuevo aeropuerto de
Tokio en el sitio agrícola de Narita. [N. del texto orig.]. <<
[108]
Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte (varias ediciones: Ariel,
Alianza, Progreso, Fundación Federico Engels); La lucha de clases en Francia (Espasa-
Calpe, Progreso, Claridad). La guerra civil en Francia (Progreso, Fundación Federico
Engels). <<
[109]
La polémica entre Rosa Luxemburgo y Lenin versó, a lo largo de un
extenso período que va de 1903 hasta la muerte de la marxista polaca en 1918,
sobre diversos temas (sobre la plusvalía y la acumulación capitalista, sobre la
cuestión nacional, el papel de las elecciones democráticas, etc.), aquí se apunta el
no menos importante de la organización del movimiento social revolucionario
sobre el que, mientras que Lenin insistió en la necesidad de una organización
partidista férrea que dirigiera el movimiento obrero, Rosa Luxemburgo concedía
un papel más relevante a la espontaneidad de los movimientos y a la apertura de
la organización política hacia ellos. Varios son los textos en los que se aprecian
estas diferencias; los más significativos son: Rosa Luxemburgo, La huelga de masas;
Problemas de organización de la socialdemocracia rusa. Lenin, ¿Qué hacer?; Sobre los
sindicatos (hay varias ediciones en español de todos estos textos, y en abierto en la
red). <<
[110]
K. Marx, Crítica del programa de Gotha (Aguilera, Progreso, Fundación
Federico Engels). <<
[111]
Curso de 1977-78, Sécurité, territoire et population, París, Gallimard, 2004,
hay trad. en Akal. <<
[112]
Entrevista con M. Dillon, aparecida en la revista americana Campus
Report, núm. 6, 1979, con el título «Foucault Examines Reason in Service of State
Power», recogida en DE, III, 801-805. Hay una versión más reducida de esta misma
entrevista, publicada en The Trhee Penny Review, núm. 1, 1980, véase DE, IV, 37-41.
Aquí seguimos la edición francesa de la primera versión, pues la primera edición
es hoy inencontrable; sí hemos podido manejar la segunda edición abreviada.
Importa destacar en esta entrevista la precisión que hace respecto a su forma de
entender la subjetividad, diferente de otras concepciones naturalizantes,
psicologistas y apolíticas, porque algunos intérprete criticarían a Foucault, al
denominado «último Foucault», de compartirlas. Igualmente destacable es la
aclaración respecto al específico punto de vista foucaultiano relativo a las
instituciones y su relación crucial con las ideas de poder y racionalidad. La
observación sobre el nexo entre racionalidad y violencia hecha aquí es
fundamental para definir con claridad la posición de Foucault respecto al problema
de la razón, y, si se quiere, respecto a la cuestión de la modernidad y de la
Ilustración. <<
[113]
Ehrad Sensitivity Training, psicoterapia de grupo en boga en los Estados
Unidos [nota de la edición francesa de DE]. <<
[114]
El profesor americano, de origen húngaro, Thomas Szasz fue muy leído
en los 70 por sus posiciones críticas tanto en el terreno cultural en general (drogas,
eutanasia, «farmocracia») como especialmente respecto del concepto de
enfermedad mental y la existencia misma de Hospitales psiquiátricos. Se le inscribe
en la corriente conocida como antipsiquiatría (véase nota de pág. 84). Autor de The
Manufacture of Madness: A Comparative Study of the Inquisition and the Mental Health
Movement, Nueva York, Harper Row, 1970 (hay trad. cast en Kairós), The Myth of
Mental Illness: Foundations of a Theory of Personal Conduct. Harper & Row.1961 (hay
trad. cast. en Amorrortu). <<
[115]
Se refiere al conocido libro del sociólogo considerado padre de la
microsociología, de la corriente del interaccionismo simbólico E. Goffman, Asylums,
Essays on the Social Situation of Mental Patients and Other Inmates, Nueva York,
Doubleday, 1961, hay trad. al español de M.ª A. Oyuela de Grant: Internados,
Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales, Buenos Aires,
Amorrortu, 1970. <<
[116]
Permítasenos subrayar este punto, capital para entender bien el trabajo
foucaultiano. <<
[117]
Sobre estos años de Foucault fuera de su país, véase también: Entrevista
con Trombadori, DE, IV, 78; aquí: la entrevista con Riggins, y «Foucault examina la
razón al servicio del poder estatal». <<
[118]
Los dos mejores lugares para el desarrollo de esta noción en Foucault
son: «Omnes et singulatim: vers une critique de la raison politique», DE, IV, 134-162,
recogido en español en M. Foucault, Las tecnologías del yo, trad. Mercedes
Allendesalazar, Barcelona, Paidós, 1990; y «Le sujet et le pouvoir», DE, IV, 222-243,
recogido en este compendio. <<
[119]
Este texto se publicó en la revista francesa Arcadie, 27, núm. 323, nov.
1980. Ha sido recogido en DE, IV, 115-123, donde aparece con este pie de página:
«Este texto es, con algunos añadidos, el texto francés del prefacio a la edición
americana de Herculine Barbin, dite Alexina B. Esta edición conlleva en apéndice la
novela de Panizza, Un scandale au convent, que está inspirada en la historia de
Alexina; Panizza debió de conocerla a través de la literatura médica de la época. En
Francia, las memorias de Herculine Barbin han sido publicadas en Gallimard y Un
scandale au convent (Un escándalo en el convento) se encuentra en un compendio de
novelas de Panizza, publicado bajo ese título general por Editions de la Difference.
Fue René de Céccaty quien me indicó la proximidad entre el relato de Panizza y la
historia de Alexina B.» Del texto francés Herculine Barbin, dite Alexina B (Herculine
Barbin, llamada Alexina B) hay traducción de A. Serrano y A. Canellas, en Madrid,
Talasa, 1985. De la novela del escritor y psiquiatra alemán Oskar Panizza, cuyo
título original, Ein skandalöser Fall (Un caso escandaloso), nada tiene que ver con el
de la edición francesa, hay una traducción de Raquel Capurro en México,
Epeele, 2004.
[120]
Los pasajes entre corchetes no figuran en la edición americana. (Nota de
la ed. francesa). <<
[121]
Foucault había estudiado el tema de la confesión y de la dirección de
conciencia en su curso de 1974-1975 Los anormales, lección del 19 y 26 de febrero de
1975, ob. cit. El tema vuelve en La voluntad de saber, 1976, donde se nos promete que
será tratado ampliamente en un tomo que correspondería al viejo proyecto de la
Historia de la sexualidad, que, como apuntamos, no sería llevado a cabo, con el título
de La chair et le corps (La carne y el cuerpo) (VS, 30); incluso el manuscrito de este
último, a tenor de lo dicho por Daniel Defert, fue destruido por el mismo Foucault
(LA, 325). No obstante Foucault volvería sobre el tema en el curso de 1979-1980,
Du gouvernement des vivants (Del gobierno de los vivos) particularmente las
lecciones del 12, 19 y 26 de marzo de 1979. <<
[122]
A. Dubarry escribió así una larga serie de relatos bajo el título Les
Déséquilibrés de l’amour; y también: Les invertis (le vice allemand), 1986;
L’Hermaphrodite, 1897; Couper de nattes, 1898; Les femmes eunuques, 1899; Le plaisir
sanglante, 1901 [Nota del texto francés]. <<
[123]
Esta es la primera de las dos conferencias pronunciadas por Foucault en
Dartmouth, en otoño de 1980. Con el título de «About the Beginning of the
Hermeneutics of the Self» (Sobre el comienzo de la hermenéutica de sí) fueron
publicadas en la revista Political Theory, vol. 21, núm. 2 (May, 1993), págs. 198-227.
Los títulos de las conferencias son: Subjectivity and Truth (Subjetividad y verdad), y
Christianity and Confession (Cristianismo y confesión). Estas dos conferencias no
han sido recogidas en la recopilación de Dits et écrits de Gallimard. Ambas tocaban
temas abordados en el curso de 1979-1980 en el Collège de France, Du
gouvernement des vivants (Del gobierno de los vivos), y que trataría en el de año
siguiente, L’Herméneutiuqe du sujet (La hermenéutica del sujeto). Foucault repitió
estas conferencias, con algunas variaciones, en la Universidad de Berkeley (las
grabaciones son de libre acceso en:
http://www.lib.berkeley.edu/MRC/foucault/howison.html). En notas a pie de
página hemos introducido aquellas variaciones que consideramos significativas.
Hemos traducido, evidentemente, de la mencionada publicación americana, pero
nos ha sido de gran ayuda, pues se trata siempre de transcripciones, y hay
diferencias a veces importantes en los textos, la excelente y reciente edición
francesa de ambas conferencias en un solo volumen, a cargo de Henri-Paul
Fruchard y Daniele Lorenzini: Michel Foucault, L’origine de l’herméneutique de soi,
París, Vrin, 2013. Esta edición es la única que contiene las variaciones habidas entre
Dartmouth y Berkeley, y, en esto particularmente, a ella y a las grabaciones, nos
hemos atenido. <<
[124]
François Leuret, Du traitement morale de la folie (París,
J. B. Bailliere, 1840). Son numerosos los textos en que Foucault se refiere a las
técnicas de Leuret: Foucault, Maladie mentale et psychologie, 3.ª ed. (París, PUF,
1966), págs. 85-86; DE. I, 298-299; DE, II, 987-988; PS, págs. 144-163; MFDV, págs. 1-
3. <<
[125]
Este ha sido un punto capital en las investigaciones de Foucault. Véase,
VS, 84-94, MFDV, 199-228. <<
[126]
Sobre este lugar central en nuestra cultura: VS, 79-81; GV, 49, 73-74, 99,
111.112, 305-307; MFDV, 7-10, 89. <<
[127]
Conferencia de Berkeley: «La cuestión es: ¿En qué consiste esta
obligación de decir la verdad de sí mismo que se impone a todo el mundo e incluso
a los locos si quieren volverse razonables y normales?» <<
[128]
Berkeley: «reinaba la trascendencia del ego» [alusión a la obra de Sartre,
«La transcendence de l’ego». Véase aquí referencia en nota 5, pág. 381]. <<
[129]
Véanse notas 3 y 10 en págs. 381 y 384, respectivamente. <<
[130]
Todo el mundo juzga bien «a toro pasado», como el buen aficionado al
fútbol es todo un experto por la mañana del lunes (monday morning) cuando todos
los partidos ya se han jugado. «Quarterback» es la denominación, debida a su
posición, del delantero ofensivo en el fútbol americano, el verdadero líder del
equipo; así que el lunes por la mañana todos somos como un auténtico
«quarterback», en este caso, capaces de saber todo lo que debiera haberse hecho. <<
[131]
Berkeley: «en la cual la sociedad juega el papel de sujeto». <<
[132]
Berkeley: «Esto, por lo que se refiere al proyecto general. Ahora unas
pocas palabras sobre la metodología. Para esta clase de investigación, la historia de
la ciencia constituye un punto de vista privilegiado. Esto puede parecer paradójico:
después de todo, la genealogía del yo no está situada en un campo de
conocimiento científico, como si no fuéramos nada más que lo que el conocimiento
racional puede decirnos acerca de nosotros mismos. Mientras que la historia de las
ciencias es sin duda un importante campo de pruebas para la teoría del
conocimiento, así como para el análisis de los sistemas de significación, es también
un terreno fértil para el estudio de la genealogía del sujeto. Hay dos razones para
esto. Todas las prácticas por las que el sujeto es definido y transformado están
acompañadas por la formación de ciertos tipos de conocimientos, y en Occidente,
por una variedad de razones, el conocimiento tiende a organizarse en torno a
formas y normas que son más o menos científicas. Hay también otra razón quizás
más fundamental y más específica de nuestras sociedades. Me refiero al hecho de
que una de las principales obligaciones morales de todo sujeto sea conocerse a sí
mismo, explorarse a sí mismo, decir la verdad sobre sí, y constituirse a sí mismo
como un objeto de conocimiento tanto para los demás como para sí mismo. La
obligación a la verdad para los individuos y una organización científica del
conocimiento; esas son las dos razones por las que la historia del conocimiento
constituye un punto de vista privilegiado para la genealogía del sujeto.
[133]
M. Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas,
trad. en Siglo XXI, orig. 1966. <<
[134]
M. Foucault, Historia de la locura en la Edad Clásica, 1961, Nacimiento de la
clínica. Una arqueología de la mirada médica, 1963. Vigilar y castigar. Nacimiento de la
prisión, 1975. <<
[135]
Este fue el proyecto que siguió finalmente su Historia de la sexualidad,
como se observa en sus dos últimos tomos publicados, UP, SS. <<
[136]
Es muy relevante esta aclaración de Foucault relativa a la integración de
las técnicas de sí con las técnicas de dominación porque se le objetará que en estos
planteamientos de su último período habría sostenido una concepción en la que el
individuo es aislado de toda relación de poder, que esta dimensión dejaba de
tenerse en cuenta. No es menos importante no pasar por alto el que todo ello se
haga girar sobre el concepto clave de «gobierno». <<
[137]
Berkeley: «como se hablaba, por ejemplo, en el siglo XVI, de gobernar a
los niños, gobernar la familia o gobernar las almas». <<
[138]
De Ira, III, 36. Sobre la Ira, trad. de F. Navarro, Madrid, Artemisa, 2007. <<
[139]
Plutarco, De profectibus in virtute, 81, F-82. Obras morales y de costumbres
(Moralia), t. I, trad. C. Morales, J. García, Madrid, Gredos, 1985. <<
[140]
Seneca, De tranquillitate animi, I, 2, Sobre la tranquilidad del alma, trad. F.
Navarro, Madrid, Alianza, 2011. <<
[141]
Berkeley: «Se trata para él de indicar, tan exactamente como sea posible,
a qué está vinculado todavía y de qué ya está desvinculado, al respecto de qué es
libre y de qué cosas exteriores es dependiente. El verum fateri que se propone no es
el hecho de sacar a la luz del día profundos secretos. Se trata más bien de los lazos
que le vinculan a las cosas y que no domina. Es una suerte de inventario de la
libertad en el marco de un código de acciones. No es una enumeración de faltas
pasadas, es un estado de dependencias.
Pero es necesario ir más lejos. Serenus hace esta confesión no solo para
exponer el verdadero estado de su alma, sino también para aprender de Séneca la
verdad con respecto a sí mismo. Así que, ¿qué clase de verdad es esta que Serenus
necesita y que pide a Séneca que le revele? ¿Un diagnóstico? Es eso en realidad lo
que dice Serenus; y es lo que Séneca le da. Y ese diagnóstico no consiste en
declarar: “esto es lo que eres”, “estos son los males secretos que sufres”. Séneca se
contenta con decir: “no creas que eres un enfermo que no consigue cuidarse. Tú
eres un antiguo enfermo que no se da cuenta de que está curado”. Séneca ayuda a
Serenus a ponerse en el camino que ha de conducirle a la terra firma de las virtudes;
él marca exactamente el punto. Pero, en sí mismo, este diagnóstico es, como ven,
un análisis muy breve. No es más que la parte más pequeña de lo que Séneca dice,
y el tratado De tranquillitate animi dice mucho más que eso. ¿Qué clase de respuesta
da Séneca en este tratado a las necesidades de Serenus? ¿Una teoría filosófica? En
absoluto. ¿Una nueva exposición de los preceptos morales? Está claro que Serenus
no tiene necesidad de ella. Serenus ha mostrado en su confesión que conocía muy
bien los grandes principios morales que son necesarios para una vida filosófica. La
verdad que Serenus necesita no es un conocimiento complementario». <<
[142]
Berkeley: «Si el papel de la confesión y de la consulta es el de hacer sitio a
la verdad en tanto que fuerza, es fácil entender que el autoexamen tiene casi el
mismo papel. Hemos visto que si Séneca recuerda cada noche sus errores, es para
memorizar los preceptos morales de la conducta, y la memoria no es otra cosa que
la fuerza de la verdad cuando está permanentemente presente y activa en el alma.
Un recuerdo permanente en el individuo y en su discurso íntimo, una retórica
persuasiva en el consejo del maestro —esos son los aspectos de la verdad
considerada como una fuerza. Entonces podemos concluir que el autoexamen y
confesión pueden ser considerados en la filosofía antigua como juego-de-verdad, y
un importante juego-de-verdad, pero el objetivo de este juego-de-verdad no es
descubrir una realidad secreta en el interior del individuo. El objetivo de este
juego-de-verdad es hacer del individuo un lugar donde la verdad pueda aparecer
y actuar como una fuerza real a través de la presencia del recuerdo y la eficacia del
discurso». <<
[143]
Berkeley: «En la forma más temprana de la filosofía griega, los poetas y
los hombres divinos decían la verdad a los simples mortales a través de esta clase
de gnômê, a través de las gnomai; gnomai muy cortas, muy imperativas, y tan
profundamente iluminadas por la luz poética que era imposible olvidarlas y
escapar a su poder. Creo que pueden ver que el autoexamen y la confesión, tales
como pueden econtrarlos, por ejemplo, en Séneca, pero también en Marco Aurelio,
Epicteto, etc., el autoexamen y la confesión, incluso en tiempo tan tardío como el
siglo I d. C., seguían siendo una especie de desarrollo de esta gnômê». <<
[144]
Berkeley: «Estas dependen en parte del arte de la memoria y del arte de
la persuasión. De forma que las tecnologías de sí en el mundo antiguo no están
ligadas a un arte de la interpretación, sino a artes como la nemotécnica y la
retórica. La autobservación, el autoexamen y la autointerpretación, no
intervendrán en la tecnología de sí antes del cristianismo». <<
[145]
Berkeley: «Bien, varias personas me han pedido que haga esta noche un
breve resumen de lo que dije la noche pasada. Intentaré hacerlo como si se tratara
de una buena serie televisiva. Entonces, ¿qué pasó en el último episodio? Nada
muy importante, de hecho. He intentado explicar por qué me interesé en la
práctica del autoexamen y de la confesión. Esas dos prácticas me parecen ser
buenos testigos de un problema central, que es la genealogía del yo moderno. Esta
genealogía, que ha sido mi obsesión durante años porque es una de las vías
posibles de desembarazarse de la filosofía tradicional del sujeto, me gustaría
presentarla en sus grandes líneas desde el punto de vista de las técnicas, lo que yo
llamo técnicas de sí. Y entre esas técnicas de sí, las más importantes, en nuestras
sociedades modernas, son, creo, las que se refieren al análisis interpretativo del
sujeto, a la hermenéutica de sí. ¿Cómo se formó la hermenéutica de sí? Este es el
tema de estas dos conferencias. Ayer tarde, hablé de las técnicas de sí griegas y
romanas, o al menos de dos de entre ellas, la confesión y el autoexamen. Es un
hecho que encontramos muy a menudo la confesión y el autoexamen en las
filosofías helenísticas y romanas tardías. ¿Son arquetipos de la confesión y el
autoexamen cristianos? ¿Son las primeras formas de la hermenéutica de sí
moderna? He intentado mostrarles que eran bastante diferentes. Su objetivo no es,
creo, descifrar una verdad oculta en las profundidades del individuo. Su objetivo
es algo distinto: es dar fuerza a la verdad en el individuo; su objetivo es constituir
el yo como unidad ideal de la voluntad y la verdad. Bien, tornemos ahora al
cristianismo en tanto que cuna de la hermenéutica de sí occidental». <<
[146]
Berkeley: «al menos en la rama católica del cristianismo». <<
[147]
Berkeley: «obligación igualmente no solo de creer en ciertas cosas sino
también de mostrar que uno cree en ellas. Todo cristiano está obligado a
manifestar su fe». <<
[148]
S. Agustín, Las confesiones, X, I, I. <<
[149]
Berkeley: «Si el yo gnómico de los filósofos griegos, de los que hablaba
ayer tarde, debía ser construido como una identificación de la fuerza de la verdad
y de la forma de la voluntad, podíamos decir que hay un yo gnóstico, el yo
gnóstico del que podemos encontrar la descripción en el Evangelio según Tomás o en
los textos maniqueos. Este yo gnóstico debe ser descubierto en el individuo, pero
como una parcela, como una chispa olvidada de la luz primitiva». <<
[150]
Sobre esta forma de confesión, exomologesis, y sobre exagoreusis, de que
hablará más adelante, véase el curso de 1979-1980, Del gobierno de los vivos,
lecciones del 5 y del 26 de marzo de 1980. Véase aquí, «La parrêsía», págs. 239 y
sigs. <<
[151]
Tertuliano, De Pudicitia, cap. XIII. [Véase en el excelente portal:
http://www.tertullian.org/]. <<
[152]
Jerónimo, Epístola LXXVII, a Oceanus. Véase trad. en Epistolario de San
Jerónimo. I: Cartas 1-85. Edición bilingüe, ed. de Juan Bautista Valero, Madrid, BAC.
<<
[153]
Cipriano, Epístola XXXVI, véase trad. de M.ª Luisa García en Madrid,
Gredos. <<
[154]
Berkeley: «Esta forma, atestiguada desde finales del siglo II, subsistirá
durante mucho tiempo en el cristianismo, puesto que se encuentran sus secuelas en
la órdenes de penitentes, tan importantes en los siglos XV y XVI. Se puede ver que
los procedimientos para mostrar la verdad son allí múltiples y complejos. Ciertos
actos de exomologesis tienen lugar en privado pero la mayor parte se dirigen al
público». <<
[155]
Berkeley: «la mayor parte de los actos de penitencia tienen el papel no de
decir la verdad sobre el pecado; tienen el papel de mostrar el ser verdadero del
pecador, o el verdadero ser de pecador del sujeto. La expresión de Tertuliano,
publicatio sui, no es un modo de decir que el pecador tiene que explicar sus
pecados; la expresión significa que él tiene que producirse a sí mismo en tanto que
pecador, en su realidad de pecador. Y ahora la cuestión es: ¿Por qué el hecho de
manifestarse como pecador debe revelarse eficaz para borrar los pecados?» <<
[156]
Tertuliano, De paenitentia, X. <<
[157]
Hemos corregido el evidente error del texto original: «somebody who
preferred spiritual death to earthen life» (alguien que prefirió la muerte espiritual a
la vida terrenal). <<
[158]
Berkeley: «El día del juicio, el Diablo mismo se levantará para acusar al
pecador; si el pecador se le ha adelantado acusándose a sí mismo, el enemigo
estará obligado a permanecer quieto». <<
[159]
Berkeley: «No ha de olvidarse que la práctica y la teoría de la penitencia
fueron elaboradas en gran parte en torno al problema de las recaídas. El mártir es
aquel que prefiere afrontar la muerte antes que renunciar a su fe. El reincidente
renuncia a la fe para conservar la vida de aquí abajo». <<
[160]
Berkeley: «En suma, la penitencia en la medida en que es una
reproducción del martirio es una afirmación de la metanoia, del cambio, de la
ruptura consigo mismo, con su pasado, una ruptura con el mundo y con toda la
vida anterior». <<
[161]
Juan Crisóstomo, Homilía XLII, sobre Mateo. <<
[162]
Berkeley: «Y Casiano relata la historia de un joven monje que estaba tan
enfermo que estaba a punto de morir. Pero antes de morir, le pide el permiso a su
maestro que se lo niega. Vive, pues, unas semanas más, y entonces el maestro le
ordena morir, y el joven monje muere». <<
[163]
Juan Casiano, De Institutiones Coenobiorum; Collationes Patrum, hay sendas
trad. en Madrid, Rialp, 1998, y de la primera una ed. de Mauro Matthei en Zamora,
Monte Casino, 2011. <<
[164]
Berkeley: «Las Institutiones y las Collationes de Juan Casiano presentan de
una manera bastante sistemática y clara este examen de sí y la confesión tal como
eran practicados entre los monjes egipcios que Juan Casiano visitó antes de
regresar al sur de Francia y de escribir esos dos libros que son como un relato de
viaje entre los monasterios de Egipto y de Palestina. Entonces, ¿cómo describe Juan
Casiano el examen de sí y la confesión que son practicados por esos monjes que
visitó en Oriente?» <<
[165]
Berkeley: «Esta alma que Casiano describía utilizando dos palabras
griegas, polukinetos kai aeikinetos: lo que significa que el alma siempre está en
movimiento y en todas las direcciones». <<
[166]
Téngase presente que uno de los objetivos perseguidos por Foucault en el
proyecto de su Historia de la sexualidad era el de contribuir a una genealogía del
psicoanálisis. <<
[167]
Berkeley: «sobre lo que me gustaría insistir esta tarde es algo distinto, o,
al menos, algo que está indirectamente relacionado con eso. Hay algo realmente
importante en el modo en que Casiano plantea el problema de la verdad acerca del
pensamiento. 1) Los pensamientos (no los deseos, ni las pasiones, ni las actitudes,
ni los actos) aparecen en la obra de Casiano y en toda la espiritualidad que
representa como un campo de datos subjetivos que deben ser considerados y
analizados como objetos. Y creo que es la primera vez en la historia que los
pensamientos son considerados como objetos posibles para el análisis. 2) Los
pensamientos, en relación con su objeto, no deben ser analizados de acuerdo con la
experiencia objetiva, o de acuerdo con las reglas lógicas, deben ser considerados
sospechosos porque pueden estar secretamente alterados, disfrazados en su propia
sustancia. 3) Lo que el hombre necesita si no quiere ser la víctima de sus propios
pensamientos es un perpetuo trabajo de interpretación, una perpetua
hermenéutica. La función de esta hermenéutica es descubrir la realidad oculta
dentro del pensamiento. 4) Esta realidad que es capaz de ocultarse en el interior de
mis pensamientos, esta realidad es un poder, un poder que no es de distinta
naturaleza que mi alma, como lo es, por ejemplo, el cuerpo. El poder que se oculta
dentro de mis pensamientos, este poder es de la misma naturaleza que mis
pensamientos, y que mi alma; es el diablo. Es la presencia en mí de alguien
diferente. Esta constitución del pensamiento como campo de datos subjetivos que
requiere un análisis interpretativo para descubrir el poder del otro en mí es, creo, si
la comparamos con las tecnologías de sí estoicas, una manera completamente
nueva de organizar la relación entre verdad y subjetividad. Creo que la
hermenéutica de sí comienza aquí». <<
[168]
Juan Casiano, Segunda conferencia del abad Moisés. En Colaciones, Madrid,
Rialp, 1998; Zamora, Monte Casino, 2000. <<
[169]
Berkeley: «un poder de diacrisis, de distinción, de discretio». <<
[170]
Berkeley: «en los movimientos gnósticos se trataba de constituir una
unidad ontológica, el conocimiento del alma y el conocimiento del ser, y, entonces,
se habría constituido lo que podríamos llamar el yo gnóstico». <<
[171]
Berkeley: «El carácter central de la confesión de los pecados en el
cristianismo encuentra aquí su explicación. La verbalización en la confesión de los
pecados se institucionaliza como un juego de verdad discursivo, que es un
sacrificio precisamente del sujeto que está hablando». <<
[172]
Berkeley: «podemos decir que el problema, que uno de los problemas, de
la cultura occidental era este: ¿Cómo podemos salvar la hermenéutica de sí y
deshacernos del necesario sacrificio del yo al que estaba vinculada esta
hermenéutica desde el comienzo del cristianismo?» <<
[173]
Berkeley: «¿Seguimos teniendo realmente necesidad de esta
hermenéutica de sí qué hemos heredado de los primeros siglos del cristianismo?
¿Tenemos necesidad de un hombre positivo para que sirva de fundamento a esta
hermenéutica de sí?» <<
[174]
Berkeley: «o deshacerse de esas tecnologías, y entonces, deshacerse del
sacrificio vinculado a ellas». <<
[175]
Entrevista con R. de Ceccaty, J. Danet y J. Le Bitoux, aparecida en Gai
Pied, núm. 25, abril, 1981, recogida en DE, IV, núm. 293, págs. 163-167. La
entrevista es un perfecto complemento de «El verdadero sexo». Si allí se planteaba
la cuestión del nexo identidad y verdad respecto a la cuestión del hermafrodita,
aquí puede verse algo semejante respecto de la homosexualidad. Es muy
significativo de los temas que Foucault ha empezado a trabajar en relación con el
cristianismo y la filosofía antigua —el curso de 1980-81 del Collège fue dedicado a
Grecia—, cómo se modula la crítica del nexo señalado, cómo aparece la cuestión de
la ética, la del ascetismo como trabajo sobre sí, para plantear un enfoque distinto de
los movimientos gais, postulando una tarea más de invención que de descubrimiento,
en el que el concepto de modo de vida —de relación inevitable con la techné tou biou
griega— abre un nuevo horizonte, impide todo reduccionismo, y toma distancia de
la referencia a una identidad. Tampoco habrá de pasarse por alto la idea del trabajo
histórico, que abre nuevas posibilidades, absolutamente insospechadas, al
presente, con motivo de esta cuestión de la homosexualidad, que muestra que las
cosas han sido de otro modo que como las hemos pensado, y que no hay necesidad
tampoco de que sean como son, pues la contingencia lo envuelve todo. <<
[176]
L. Federman, Surpassing the Love of Men, Nueva York, William
Morrow, 1980. <<
[177]
Entrevista realizada por el biógrafo de Foucault, Didier Eribon, aparecida
en Liberation, núm. 15, 30-31 de mayo de 1981, pág. 21; recogida en DE, IV, 178-182.
<<
[178]
Después de muchos años en la oposición, el 10 de mayo de 1981 el
socialista François Mitterrand logra la presidencia de la República frente al
candidato de la derecha, el expresidente Giscard d’Estaing. La victoria despertó
grandes expectativas, y no solo en Francia; el mismo Foucault colaboraría en
algunos aspectos con el nuevo gobierno, por ejemplo, en la elaboración de un libro
blanco de la justicia. Ello nos proporciona una visión más compleja de la que suele
tenerse de Foucault como intelectual engagé. En relación con esto, son
extraordinariamente relevantes las observaciones hechas por Foucault sobre el
papel del intelectual, sobre cómo debe entenderse eso que empezaba ahora a
denominar el «trabajo del pensamiento sobre sí mismo». A esa luz debiera
contemplarse el nexo entre ética y política en el pensamiento de nuestro autor. <<
[179]
Es esta una observación que Foucault hizo en varias ocasiones, por las
que mostraba el nexo íntimo entre sus trabajos y sus experiencias vitales. Por
ejemplo, en la entrevista hecha por las mismas fechas que la presente, «El
intelectual y el poder», decía: «Mis libros han sido siempre mis problemas
personales con la locura, la prisión, la sexualidad». (DE, IV, 748); véase también
DE, IV, 46. Véase aquí págs. 13 y 203. <<
[180]
La entrevista se realizó el 22 de mayo de 1981, apareció en la revista
belga Krisis, marzo de 1984, págs. 47-58. Recogida en DE, IV, 656-667. Hay que
destacar de este texto el que Foucault sitúe de forma resuelta en el centro de toda
su obra el problema de la verdad, desplegado a través de la locura, la enfermedad,
el delincuente o la sexualidad. Debe tenerse presente que Foucault dedica el curso
del Collège de France de 1980-1981 a la cuestión «subjetividad y verdad» (SEV, 14).
La cuestión de la identidad y su vínculación a la sexualidad, debe entenderse como
una derivación de aquel problema; la posición expresada aquí por Foucault al
respecto, es la clave de todas sus actitudes ante los movimientos de liberación
sexual. <<
[181]
Foucault dio un curso, de seis conferencias, con el título de «Mal faire,
dire vrai. Fonctions de l’aveu en justice», invitado por iniciativa de la Ecole de
criminologie; en paralelo dirigió un seminario de investigación sobre la genealogía
de la protección social. El curso ha sido publicado, con el mismo título, en edición
de Fabienne Brion y Bernard E. Harcourt, en University of Chicago Press,
UCL Presses Universitaires de Louvain, 2012. Los trabajos presentados en el
seminario fueron editados por F. Tulkens, Genealogie de la defense sociale en Belgique,
Bruselas, Story Scientia, 1986. Del curso hay edición española: M. Foucault, Obrar
mal, decir la verdad. La función de la confesión en la justicia, trad. Horacio Pons,
Madrid, Siglo XXI, 2014. <<
[182]
El caso del parricida Pierre Rivière fue tratado en el seminario
correspondiente al curso «La sociedad punitiva», del año 1972-1973; fue objeto de
una publicación que reúne el dosier y documentos anexos del caso con los análisis
de Foucault y sus colaboradores: Peter, Favret, Moulin, Barret-Kriegel, Riot, Castel
y Fontana: Moi, Pierre Rivière, ayant egorgé ma mère, ma soeur et mon frère… París,
Gallimard-Julliard, 1973, hay traducción de J. Viñoly al español, sin los análisis, en
Tusquets. <<
[183]
Sobre este concepto de «obligaciones respecto de la verdad», clave para
saber exactamente cuál es el enfoque foucaultiano respecto de la cuestión general
de la verdad, a diferencia de los enfoques filosóficos o positivistas, véase, SEV, pág.
12 y sigs. <<
[184]
Sobre esto véase en particular el curso de 1981-1982, La hermenéutica del
sujeto. Véase aquí: «Sobre el comienzo de la hermenéutica de sí», pág. 141. <<
[185]
El proyecto inicial de Foucault, anunciado en su primer volumen de la
Historia de la sexualidad, publicado en 1976, La voluntad de saber, era que a este le
seguirían otros cinco, cuyos títulos serían: 2) La carne y el cuerpo. 3) La cruzada de los
niños. 4) La mujer, la madre y la histérica. 5) Los perversos. 6) Población y razas.
Ninguno de esos volúmenes había aparecido en el momento de esta entrevista, y
nunca lo haría. Foucault modificaría por completo su proyecto. Ocho años después
de aquel primer volumen se publicaron dos tomos de la Historia de la sexualidad,
muy distintos a los anunciados: El uso de los placeres; y La inquietud de sí. Se
anunciaba con ellos un tercero, de título Les Aveux de la chair (Las confesiones de la
carne), que no se publicó, aun cuando Foucault lo había ya redactado, si bien no
revisado, por lo que sus testamentarios, ateniéndose al deseo de su autor de que no
hubiera publicaciones póstumas, con escrúpulo acaso excesivo, no se han decidido
a entregarlo al editor. <<
[186]
El concepto de dispositivo de sexualidad es el concepto central de La
voluntad de saber. La sexualidad, entendida con unas propiedades específicas, que
demanda de los sujetos no solo un modo de concebirla sino de sentirla y
conducirse respecto a ella, es un objeto constituido históricamente en la
modernidad, íntimamente articulado a una serie de discursos o ciencias y
específicas técnicas de poder. El conjunto de todo ello es lo que Foucault denomina
dispositivo de la sexualidad. El objeto sexualidad, vendría de algún modo a ocupar el
lugar de lo que en otro tiempo pudo ser el fenómeno de la carne, y en la
Antigüedad, el de los aphrodisia (placeres). <<
[187]
Foucault acababa de tratar esta cuestión de los aphrodisia en su curso del
Collège (1980-1981), Subjectivité et vérité (Subjetividad y verdad), y sería tema
central en su segundo tomo de la Historia de la sexualidad, El uso de los placeres. <<
[188]
Esta noción había sido históricamente estudiada por Foucault en Vigilar y
castigar, 1975. <<
[189]
Sobre el concepto «modo de vida», tan importante para Foucault en este
último período y dentro de esta problemática ética, ver más atrás: «De la amistad
como modo de vida». <<
[190]
Guy Hocquenghem (1946-1988), novelista y ensayista parisino, autor de
varios libros sobre cuestiones relacionadas con la sexualidad. El mencionado Le
desir homosexuel, de 1972 (trad. cast. de Huard de la Marre, El deseo homosexual,
Barcelona, Melusina, 2009) se basaba en las tesis de El Antiedipo de Deleuze y
Guattari; escribió también Après-mai des faunes: volitions, con prefacio de
Deleuze, 1974, La dérive homosexuelle, 1977. <<
[191]
Foucault se refiere a un debate tenido con David Cooper, J. P. Faye,
M. O. Faye, M. Zecca, publicado en Change, núm. 22-23, y en la La Folie encerclée,
oct. 1977, págs. 76-110, con el título «Enfermement, psychiatrie, prison» (Encierro,
psiquiatría, prisión); recogido en DE, III, págs. 332-360. Hay traducción al español,
recogida en un compendio de textos foucaultianos por Miguel Morey: Sexo, Poder,
Verdad. Conversaciones con Michel Foucault, Barcelona, Materiales, 1978. <<
[192]
Alusión a un artículo de Monique Plaza «Sexualité et violence, le non-
vouloir de Michel Foucault», del que una traducción al holandés había aparecido
en Krisis, año 13, junio 1983, págs. 8-21 [Nota en la edición de DE]. <<
[193]
Fue el primer libro de Foucault, publicado en 1954. Su autor se resistió
siempre a su reedición, y nunca lo incluyó en lo que denominó su proyecto
arqueológico. Apareció una edición con importantes modificaciones en 1962, con
un título distinto: Maladie mentale et Psychologie. De la primera edición hay trad. al
español de E. Kestelboim en Paidós. <<
[194]
En parecidos términos a los empleados aquí, Foucault se refiere al
humanismo en What is the Enlightenment?, en P. Rabinow (ed.), The Foucault
Reader, Nueva York, Pantheon Books, 1984, págs. 43-44. (hay trad. en M. Foucault,
Estética, ética y hermenéutica, Barcelona, Paidós, 1999). <<
[195]
Cfr. pág. 187. <<
[196]
Entrevista con J. P. Joecker, M. Overd y A. Sanzio, publicada en la revista
Masques, núm. 13, primavera de 1982, págs. 15-24, recogida en DE, IV, 286-295. Las
tesis que comenta aquí Foucault, son, en buena parte, resultado de sus trabajos
sobre Grecia expuestos en su curso de 1980-81, Subjectivité et verité, base, a su vez,
de lo que más tarde sería el tomo II de su Historia de la sexualidad: El uso de los
placeres. <<
[197]
J. K. Dover, Greek Homosexuality, Londres, Duckworth, 1978, hay trad. de
J. F. Martos, J. L. López, en Barcelona, El Cobre, 2008. <<
[198]
L. Federman, Surpassing de Love of Men. Romantic Friendschip and Love
between Women from the Renaissance to the Present, Nueva York, W. Morrow, 1981.
Esta obra ya había sido citada por Foucault en «La amistad como modo de vida»,
véase más atrás, pág. 181. <<
[199]
Se refiere a la entrevista «La amistad como modo de vida», véase más
atrás. <<
[200]
J. Boswell, Christianity, Social Tolerance and Homosexuality. Gay People in
Western Europe from the beginning of the Christian Era to the Fourteenth Century,
Chicago, U. Press, 1980; hay trad. de M. Aurelio Galmarini, en Barcelona, M.
Muchnik, 1992. Puede leerse en la red:
http://es.wikipedia.org/wiki/Cristianismo,_Tolerancia_Social_y_Homosexualidad.
<<
[201]
Sobre esta tesis, véase SEV, 39-46. <<
[202]
Este punto de la matrimonialización sería tratado luego en la
continuación de la Historia de la sexualidad, en particular en SS, págs. 90 y sigs, 194 y
sigs. <<
[203]
Para ver la importancia del monaquismo en lo referente a cuestiones
morales en el cristianismo, véase en particular el curso del año 1979-80, El gobierno
de los vivos. <<
[204]
Aelredus (Elredo) de Rievaulx (1110-1167), abad de la abadía cisterciense
de Rievaulx en Yorkshire, autor de varias obras de historia de reyes, y de algunos
tratados espirituales como De spirituali amicitia o Speculum caritatis. <<
[205]
Plutarco, Sobre el amor, trad. A. Guzmán, Madrid, Espasa, 1990. El
diálogo sería abordado particularmente en el tercer volumen de su Historia de la
sexualidad: La inquietud de sí, cap. VI, I. <<
[206]
Plutarco, Sobre el amor, trad. A. Guzmán, Madrid, Espasa, 1990. Máximo
de Tiro (2005). Disertaciones filosóficas, I-XLI. Trad. J. L. López, F. J. Campos. Obra
completa. Vol. II, Madrid, Gredos, 2005, (XVIII-XXI: El amor socrático). Luciano de
Samosata, Diálogos de las cortesanas, trad. Juan Zaragoza, Madrid, Alianza, 2005. <<
[207]
Podrían tomarse esos tres estadios, aquí rápidamente esbozados,
respecto de la homosexualidad como ejemplo de un recorrido histórico, que
Foucault ha explorado también con respecto a otros campos u objetos bajo esas
mismas categorías: del poder grueso, lagunar, de la ley medieval, al minucioso
encuadrillaje de la policía en la edad moderna, a su puesta bajo un discurso
científico y terapéutico en la contemporaneidad. <<
[208]
Magnus Hirschfeld (1868-1935) editó de 1899 a 1925 el Jahrbuch für
sexuelle Zwischenstufen unter besonderer Berüchsichtigung der Homosexualität [Anuario
para los estados sexuales intermedios con especial consideración de la
Homosexualidad], anuario consagrado a los «estados sexuales intermedios»,
donde se publican artículos originales y recensiones de obras. Hirschfeld publica
particularmente: Von Wesen der Liebe: Zugleich ein Beitrag zur Lösung der Frage der
Bisexualität [De la esencia del amor: acompañado de una aportación a la solución
de la pregunta por la bisexualidad], Leipzig, Max Spohr, 1909; Die Transvestiten,
eine Untersuchung über den erotischen Verkleidigungstrieb, mit umfangreichen
casuistischen und historischen Material [Los travestidos, una investigación sobre el
impulso erótico del disfraz, con extenso material casuístico e histórico], Berlín,
Pulvermacher, 1910-1912, 2 vol.; Die Homosexualität des Mannes und des Weibes [La
homosexualidad de los hombres y de las mujeres], Berlín, Louis Marcus, 1914.
Véase Nicolas (C.), «Les Pionniers du mouvement homosexuel», Masques, revue du
homosexualités, núm. 8, printems 1981, págs. 83-89. [Nota en el texto original; lo
contenido entre corchetes es nuestro.] <<
[209]
Véase más atrás «De la amistad como un modo de vida». <<
[210]
En la respuesta a estas tres últimas preguntas concatenadas, puede
apreciarse con claridad la reticencia de Foucault a una política bajo el signo de la
identidad. A ello opone, muy en conformidad con sus trabajos sobre Grecia, una
moral —en el sentido amplio de mores— en que una elección sexual en vez de estar
determinada por una naturaleza o algo ya fijado previamente, un deseo
supuestamente definido, sea, en cambio, proyecto, descubrimiento, invención en
relación a algo más amplio: un modo de vida o de existencia. Véase aquí mismo
«Acerca de la genealogía de la moral». <<
[211]
Esta entrevista con el filósofo americano, especialista en el pensamiento
de Foucault, Paul Rabinow, fue publicada por primera vez en Skyline, marzo de
1982, «Space, Knowledge and Power». Recogida por el mismo P. Rabinow en su
magnífica edición de textos del pensador francés: The Foucault Reader, Nueva York,
Pantheon Books, 1984, págs. 239-256; en francés fue traducida en DE, IV, 270-285.
Traducimos de la edición original inglesa, que fue traducción de la conversación
oral en francés. Hay cuando menos tres puntos muy importantes en esta entrevista,
por lo que la hemos seleccionado: El más manifiesto, de una reflexión sobre el
espacio, una categoría central en los trabajos de Foucault. En segundo lugar, sus
consideraciones acerca de la historia, la contraposición de tiempos (modernidad,
posmodernidad, tema de un pasado ideal, etc.); y, por último, la cuestión crucial de
la crítica de la razón; por primera vez Foucault toma en consideración
explícitamente las posiciones de Habermas. <<
[212]
De esta entrevista («Preguntas a Michel Foucault sobre la geografía»,
1976) hay traducción al español de F. Álvarez y J. Varela en M. Foucault,
Estrategias de poder, Barcelona, Paidós, 1999. <<
[213]
Foucault prestó atención a esos tratados ligados a la policía en el curso de
1977-78, STP, véanse especialmente las lecciones del 29 de marzo y 25 de abril. <<
[214]
Vitruvio, siglo I. a. C. arquitecto y teórico de la arquitectura, a él se le
debe el primer tratado clásico, romano sobre este campo De Architectura, cuyos
diez libros tienen intención de totalidad, abarcando desde el origen de la
arquitectura misma a sus órdenes, técnicas, hidráulica, materiales, instrumentos y
máquinas. Después de su edición medieval, fue recuperado en el Renacimiento,
Petrarca, primero, y luego destacados hombres como Batista Alberti o el mismo Da
Vinci contribuyeron a su difusión. De la primera edición latina de la obra en 1486
pronto siguieron traducciones, al italiano, inglés, español y alemán. <<
[215]
Jean Bodin (1529-1596), Les Six Livres de la Republique, 1576 (Los seis libros
de la República, Trad. Pedro Bravo Galán, Madrid, Tecnos, 1985). <<
[216]
En el curso mencionado de 1977-78, STP, se estudian algunos de los
tratados del siglo XVI sobre el gobierno: véanse lecciones del 11 de enero, 1 de
febrero y 29 de marzo de 1978. <<
[217]
Vemos aquí en juego, en estado práctico, sin que se mencione, el
concepto de problematización, tan importante en los últimos años de Foucault, cómo
un objeto o algunas de sus propiedades de pronto preocupan, son tematizados, se
convierten en centro de estudio, objeto de decisión. Ese concepto le servía a
menudo a Foucault para trazar sus cortes temporales. <<
[218]
Foucault expone aquí la idea central de la lógica liberal que había
estudiado en su curso del año 1978-79, NB. <<
[219]
Este célebre tratado es considerado por Foucault en STP, lección del 11
de enero de 1978. <<
[220]
Vemos aquí sencillamente expuesta una de las ideas que acompañaron
siempre a Foucault —a pesar de las interpretaciones que oponían el Foucault de los
últimos años al de las teorías del poder—: donde hay poder hay resistencia, y la
libertad que la encarna es siempre acción, práctica, existe solo en su realización. En
torno a la idea de una ética-política de la libertad giraría lo esencial de la
concepción foucaultiana. <<
[221]
Jean Baptiste André Godin 1817-1888, empresario, escritor, político y
reformador social francés, inspirándose en la idea del falansterio de Charles
Fourier, ideó y construyó a partir de 1856-1859 el Familisterio, con capacidad para
1200 obreros, al que se le fueron añadiendo otras construcciones. El familisterio era
vivienda y disponía de equipamientos y servicios (escuela, hospital, economato,
guardería, teatro, granja), situado cerca de la fábrica de hierro esmaltado en que
trabajaban sus ocupantes en régimen de cooperativa. <<
[222]
Esta tesis, la de respetar cierta autonomía al poder, no remitirlo a
ninguna instancia como a su fundamento, sostener que todo es un juego de
relaciones, diferencia a Foucault del marxismo. <<
[223]
Foucault se refiere a la obra de Goffman, Asylums…, ob. cit. (véase nota 4,
pág. 125). <<
[224]
Polémica que venía de la segunda mitad de los 70, alimentada después a
raíz de la Bienal Internacional de Arquitectura de Venecia, de 1980, comisariada
por Paolo Portoghesi, cuyo título fue «La presencia del pasado». El libro del
arquitecto y teórico estadounidense Charles Jencks, The Language of Post-Modern
Architecture (Nueva York, Rizzoli, 1977, hay trad. en Barcelona, Gustavo Gili, 1981)
jugó un papel destacado en la polémica; otros arquitectos sobresalientes, incluidos
en la denominada «arquitectura posmoderna», que se vieron envueltos en ella
fueron: Robert Venturi, Aldo Rossi, Philip Johnson, Robert Stern, Charles Moore,
Ricardo Bofill. <<
[225]
El texto clave de J.-F. Lyotard sobre este punto es La condition
postmoderne, París, Minuit, 1979 (trad. cast. M. A. Rato La condición postmoderna, en
Madrid, Cátedra, 1987); de J. Habermas, dos textos: la conferencia «La modernidad
un proyecto inacabado», 1980, en J. Habermas, Ensayos políticos, trad. R. G.
Cotarelo, Barcelona, Península, 1988, y el libro, ya posterior a la fecha de la
entrevista que traducimos, Der philosophische Diskurs der Moderne, Fráncfort,
Suhrkamp, 1985 (trad. El discurso filosófico de la modernidad, trad. M. Jiménez
Redondo en Madrid, Taurus, 1989). <<
[226]
Importante declaración, pues no pocas veces se le ha criticado a Foucault
esa misma regresión mitificante en lo que se refiere a la modernidad frente a lo que
le precedió. Repárese en lo que dice más adelante sobre la historia de la locura o de
la prisión. <<
[227]
He ahí dos referencias capitales para quien quiera calar en la obra de
Foucault. <<
[228]
Pocas veces Foucault ha explicitado mejor su posición respecto a las
críticas a la Razón. A menudo se le quiso incluir en el grupo posmoderno que hacía
una crítica a la razón in toto, y que le valía la acusación de irracionalismo. Como se
ve, las cosas son mucho más complejas que lo que suponen esas divisiones
dicotómicas: modernidad/posmodernidad, racionalidad/irracionalidad. Es este un
punto capital de la tan estudiada relación entre Foucault y Habermas. <<
[229]
Película de Marcel Carne, con guión de Jacques Prévert, de 1945. <<
[230]
A. Corbin, Les filles de noce. Misère sexuelle et prostitution au XIX siècle,
París, Aubier, 1978. <<
[231]
Foucault dio una conferencia en el Cercle d´études architecturales, de París,
el 14 de marzo de 1967; ha sido recogida en DC, IV, 752-761: «Des espaces autres»;
Foucault no autorizó su publicación hasta el año de su muerte, en 1984. En
diciembre de 1966, Foucault hizo una exposición sobre el mismo tema, para la
radio, en France-Culture, de la que hay editado un CD, Utopies et hétérotopies, INA,
2004. Se ha publicado un librito en el que se recoge la conferencia (con el título
«Les hétérotopies») junto con otra conferencia y un largo postfacio de Daniel
Defert: Foucault, Le corps utopique, Les hétérotopies, Lignes, 2009. <<
[232]
Foucault pronuncia esta conferencia en el mes de mayo de 1982 en la
Universidad de Grenoble, a invitación de Henri Joly, especialista en filosofía
antigua. La fecha de la conferencia ha sido así fijada por sus editores,
H. P. Fruchaud y J. F. Bert, que están de acuerdo en este punto con Daniel Defert.
Pascal Engel, sin embargo, la desplaza a la primavera de 1983 (Foucault, Ed. de
l’Herne, 2011, pág. 324). Ciertamente, como anotan los editores, a tenor del punto
en que se encuentra aquí la investigación de Foucault, la primera fecha es la más
verosímil. Los editores han sido enormemente fieles al registro sonoro conservado,
un tanto deficiente. Su edición en la revista Anabases. Traditions et Réceptions de
l¨Antiquité Universidad de Toulouse, núm. 16, 2012, págs. 149-188, viene precedida
por una introducción; las notas a la conferencia son fundamentalmente
bibliográficas, señalando las obras mencionadas en el texto en sus ediciones
francesas. Las notas aquí introducidas son distintas, aunque atienden también a las
referencias bibliográfica de los textos mencionados por Foucault, para lo que nos
han servido de ayuda las de la edición que seguimos, ponen su foco sobre todo en
otros trabajos de Foucault en los que ha tratado más ampliamente los puntos aquí
expuestos; los corchetes introducidos en el texto pertenecen bien al propio autor, lo
que se indica con MF, bien a la edición francesa, o, rara vez, a quien traduce, lo que
se indica con NT (nota del traductor). En cuanto al estilo, los editores franceses son
muy fieles a la grabación, y en consecuencia al estilo oral y altamente pedagógico
de la conferencia, con las reiteraciones inevitables y llamadas de atención; nosotros
hemos optado por suprimir algunas de esas repeticiones, y puntualizaciones
enfáticas, maneras coloquiales que resultaban disfuncionales e innecesarias en el
texto escrito, conservando, en todo caso, el estilo oral. En cuanto al contexto de esta
conferencia, debe tenerse en cuenta que Foucault había terminado el curso La
hermenéutica del sujeto, dedicado al tema la cultura del cuidado de sí desarrollada a
partir de la Grecia clásica y del período helenístico, continuada a través de los dos
primeros siglos del imperio romano, y que tendrá su repercusión en la
espiritualidad cristiana. El tema se enmarca en el proyecto de fondo de la
investigación foucaultiana de la relaciones entre subjetividad y verdad, o si se
quiere, subjetivación y veridicción. En ese curso aparece por vez primera en
Foucault el tema de la parrêsía, al que le irá dando progresivo relieve, como se
apreciará en sus dos cursos posteriores, los últimos en el Collège: El gobierno de sí y
de los otros (1983-1984), y El coraje de la verdad (1984) y en el seminario tenido en
Berkeley en el otoño de 1983. Como indica Foucault mismo al comienzo de su
conferencia, lo que exponía formaba parte de un trabajo en curso, carácter muy
patente a la luz del tratamiento acabado e incluso cambios que la investigación
adquirió en textos posteriores. <<
[233]
Foucault se dirige a Henri Joly, que años después escribiría un texto
sobre la relación de Foucault con los griegos: «Retour aux Grecs: reflexions sur les
“pratiques de soi” dans L’usage des plaisirs», en Debats, 41, 1986, págs. 100-120. <<
[234]
Foucault estudiará estas dos formas de obligación a la expresión, no
verbal y verbal, de la verdad, denominadas exomologesis y exagoreusis, en su curso
Del gobierno de los vivos, 1979-1980; véase en particular las lecciones del 5 y del 26 de
marzo de 1980 y MFDV, lecciones del 19 de abril y 13 de mayo de 1981; véase aquí
«Cristianismo y confesión», pág. 157. <<
[235]
J. Casiano, Primera conferencia del abad Sereno. «De la movilidad del
alma y de los espíritus del mal», VII, en Colaciones. Trad. L. y P. Sansegundo,
Madrid, Rialp, 1958 y 1962. Sobre este punto, sobre la dirección de conciencia en
Casiano véase especialmente la lección del 26 de marzo de 1980 del curso Del
gobierno de los vivos, 1979-1980. <<
[236]
Plutarco, Sobre como se debe escuchar, trad. J. García López, en Obras
morales y de costumbres (Moralia), Madrid, Gredos, 1985. Véase el análisis de
Foucault del Peri tou akouein (De Audiendo) en la lección del 3 de marzo de 1982, en
La hermenéutica del sujeto, LHS, 318 y sigs. <<
[237]
Filón de Alejandría, Los terapeutas. De vita contemplativa, trad. Senén
Vidal, Salamanca, Sígueme, 2005. Véase La hermenéutica del sujeto, lección del 20 de
enero de 1982 (segunda sesión), LHS, 112-113. <<
[238]
Filodemo, Peri parrêsías, editado por A. Olivieri, en 1914, Leipzig,
Teubner; es la edición manejada por Foucault. No me consta que haya versión
española. El tratado de Filodemo sería analizado por Foucault en La hermenéutica
del sujeto, en la primera sesión de la lección del 10 de marzo, LHS, 370-374; véase
también la lección del 12 de enero de 1983 de El gobierno de sí y de los otros, LGS, 45-
46; y el cap. II de La inquietud de sí, SS. 67. <<
[239]
Polibio, Historias, II, 38, 6, hay traducción al español, de M. Balash en
Madrid, Gredos, 1981-1983, 3 vols., vol. I, pág. 178. El pasaje ha sido analizado por
Foucault en El gobierno de sí y de los otros, véase la lección del 2 de febrero, 1983,
primera sesión, y la del 12 de enero; LGS, 69, 137 y sigs. <<
[240]
El tema de la parrêsía en Eurípides sería tratado por Foucault en su curso
El gobierno de sí y de los otros, lecciones del 19 y 26 de enero y 2 de febrero de 1983;
también en un seminario en Berkeley en el otoño de 1983, del que hay versión
española: Discurso y verdad en la antigua Grecia, trad. F. Fuentes, Buenos Aires,
Paidós, 2004. <<
[241]
La parrêsía en Platón es estudiada por Foucault en El gobierno de sí y de los
otros, lecciones 12 de enero, 9 (primera sesión), 16, 23 de febrero, 2 y 9 de marzo de
1983; vuelve al tema en su último curso El coraje de la verdad, lecciones 8 (segunda
sesión), 15, 22 y 29 de febrero, 7 y 21 de marzo de 1984. <<
[242]
El tema de la parrêsía en Isócrates es analizado por Foucault en El
gobierno de sí y de los otros, lecciones del 2 y 9 de febrero de 1983. El texto A Nicocles
es tratado en particular en la lección de 8 de febrero de 1984, segunda sesión del
curso El coraje de la verdad, CV, 59 y sigs. <<
[243]
A las Instituciones oratorias de Quintiliano se referirá Foucault en la
lección del 10 de marzo de 1983 (primera sesión) de su curso La hermenéutica del
sujeto, LHS, 365-368; y en la lección del 12 de febrero de 1983 de El gobierno de sí y
de los otros, GS, 46, 53. De la obra de Quintiliano hay una edición en español en 5
vols., De Institutione oratoria, a cargo de A. Ortega, Public. de la Universidad
Pontificia de Salamanca, 2001; la vieja traducción de I. Rodríguez y P. Sandier
puede leerse en: https://archive.org/details/institucionesor00sandgoog. <<
[244]
Interrupción de la grabación. <<
[245]
M. Gigante, «Philodème: sur la liberté de parole», en Asociation Guillome
Budé, Actes du VII Congrés, Paris, 5-10 avril 1968, París, Les Belles Lettres, 1969,
págs. 196-220. Véase más atrás la nota 7, pág. 242. <<
[246]
Alusión a la clásica obra de Ettore Bignone, L’Aristotele perduto e la
formazione di Epicuro, Florencia, La Nuova Italia, 1936, 2 vols.; una segunda edición
ampliada a cargo de V. E. Alfieri se publicó en 1973; en Bompiani ha aparecido una
nueva edición a cargo de G. Girgenti en 2007. <<
[247]
Epicteto, Disertaciones, Introducción y trad. P. Ortiz, Madrid,
Gredos, 1993; Pláticas (Disertaciones por Arriano), trad. P. Jordán en Barcelona, Alma
Mater, 1958-1973. Véase, «Salutación de Arriano a Lucio Gelio», libro I, 1-8, págs.
53-54. Epicteto, y en general las concepciones estoicas, es ampliamente tratado en
el curso La hermenéutica del sujeto, sobre Epicteto véase especialmente: lecciones: 27
de enero, 3 (segunda sesión) y 24 de febrero, 3, 17 y 24 de marzo de 1982. <<
[248]
Sobre el tema de los cuadernos o hypomnêmata, además de la lección del 3
de marzo de 1982 del curso La hermenéutica del sujeto, LHS, 343 y sigs., véase:
«L’écriture de soi», 1983, en DE, IV, 415-430, hay trad. de A. Gabilondo, recogida
en M. Foucault, Obras esenciales, vol. III, Barcelona, Paidós, 1999. <<
[249]
Aquí hay un error en la transcripción, se dice Peri epithymias, cuando se
trata del Peri euthymias, Plutarco, Sobre la tranquilidad del alma, trad. F. Navarro,
Madrid, Alianza, 2011, 464 E-F. Sobre este mismo paso, véase La hermenéutica del
sujeto, lección del 3 de marzo de 1982 (segunda sesión), LHS, 344. <<
[250]
Epicteto, ob. cit. Arriano a Lucius Gellus, 7 t. I. Hopote (cuando, en el
momento en que), la frase es autos hopote elegen autous: cuando el mismo [Epicteto]
los pronunciaba [sus discursos] (Nota en la edición francesa). <<
[251]
Epicteto, ob. cit., págs. 53-54. <<
[252]
Sobre este texto de Galeno, véase La hermenéutica del sujeto, lección del 10
de marzo de 1982 (segunda sesión), LHS, 378 y sigs.; El gobierno de sí y de los otros,
lección del 12 de enero de 1983 (primera sesión), GS, 43 y sigs.; La inquietud de sí,
cap. II, SS, 68-69. <<
[253]
El texto francés dice: «on la voit très clairement liée à la flatterie et on la
voit en oposition avec la colère». La primera parte de la copulativa («se la ve
claramente ligada a la adulación») es indudablemente un lapsus, un error. <<
[254]
Plutarco, «Cómo distinguir a un adulador de un amigo», en Obras
morales y de costumbres (Moralia I), Introd., trad., y notas de C. Morales y J. García,
Madrid, Gredos, 1985. Sobre el tema de la adulación y la retórica, opuestas a la
parrêsía, véase la lección del 10 de marzo de 1982 (primera sesión) de La
hermenéutica del sujeto, LHS, 357 y sigs. <<
[255]
Epicuro, Sentencias vaticanas, 29, véase en la excelente edición bilingüe
de C. García Gual y E. Acosta Méndez, Ética de Epicuro, la génesis de una moral
utilitaria, Barcelona, Barral, 1974, pág. 123. Sobre la noción de fisiología en Epicuro
véase La hermenéutica del sujeto, lección del 10 de febrero de 1982 (segunda sesión),
LHS, 228-233. <<
[256]
Séneca, Epístolas morales a Lucilio, Introd., trad., y notas de I. Roca,
Madrid, Gredos, 1986, 2 vols. Séneca es ampliamente tratado por Foucault en su
curso La hermenéutica del sujeto; sobre este mismo punto, véase en particular la
lección del 10 de marzo de 1982 (segunda sesión), LHS, 382 y sigs. Véase también
La inquietud de sí, especialmente los caps. II y III. <<
[257]
Plutarco, «Como distinguir al adulador…», ob. cit. <<
[258]
Véase en La hermenéutica del sujeto, lección del 20 de enero de 1982
(primera sesión), LHS, 93. <<
[259]
Pasaje indescifrable. [Nota de la edición francesa]. <<
[260]
Pasaje indescifrable. [Nota de la edición francesa]. <<
[261]
Galeno, Tratado de las pasiones del alma y de sus errores, I, cap. 3. <<
[262]
Interrupción de la grabación. [Nota de la edición francesa]. <<
[263]
Indescifrable la traducción de esta expresión por parte de MF; damos
entre corchetes la nuestra. [Nota de la edición francesa]. <<
[264]
Séneca, Epístolas morales a Lucilio, ob. cit. La carta 75 es interpretada en la
lección del 10 de marzo de 1982, del curso La hermenéutica del sujeto, LHS, 384 y
sigs. <<
[265]
Séneca, Cuestiones naturales, trad J. R. Bravo, Madrid, Gredos, 2013. El
texto de Séneca es tratado recurridas veces por Foucault, en La hermenéutica del
sujeto, véase lección del 17 de febrero (primera y segunda sesión), y 10 de marzo
(primera sesión) de 1982, LHS, 250-255, 260 y sigs, 360. <<
[266]
La entrevista se realizó en inglés, en Toronto, el 22 de junio de 1982;
Foucault se encontraba dando un curso en el Summer International Institute for
Semiotic and Structural Studies; publicada en Ethos, vol. I, núm. 2, otoño, 1983, págs.
4-9; recogida en DE, IV, 525-538. Traducimos del original inglés. Posiblemente esta
sea la entrevista más directamente autobiográfica de las que concedió nunca
Foucault. La entrevista cobra especial relieve si tenemos en cuenta el carácter de la
obra foucaultiana en la que el trabajo intelectual y las experiencias vitales están tan
unidos, Riggins no puede empezar mejor la entrevista al mencionar uno de los
temas más centrales de la obra de Foucault: el juego del decir y el callar, del hablar
y el silencio. <<
[267]
La voluntad de saber, 1976, pág. 37; en inglés no apareció hasta 1978. <<
[268]
Es esta (la impulsión a hablar) una característica que Foucault recorrerá
en toda nuestra cultura, y llegará a hacerla distintiva de la misma. Acaso el texto
más aconsejable al respecto sea «La vie des hommes infâmes», 1977, DE, III, 237-
256 (hay trad. de Julia Varela y Fernando Álvarez Uría, La vida de los hombres
infames, Madrid, La piqueta, 1990). <<
[269]
Nunca antes Foucault había declarado esto, al menos hasta donde
conozco. <<
[270]
Recordemos que uno de los hilos rojos del pensamiento foucaultiano ha
sido precisamente el sacar a la luz la opresión oculta en las sociedades modernas,
liberales. <<
[271]
A principios de los 50 Foucault acarició la idea de dedicarse por entero a
la psiquiatría. <<
[272]
Véase aquí págs. 81-82. En Sainte Anne también seguiría en 1953 el
seminario de Lacan. <<
[273]
Se refiere a Historia de la locura en la edad clásica. <<
[274]
El social-cristiano E. Dollfuss ascendió a la presidencia de Austria en
1932, que convirtió en una dictadura (austrofascismo); fue asesinado en 1934 por
miembros del partido nazi austríaco. <<
[275]
Los refugiados republicanos españoles de la Guerra Civil, 1936-1939. <<
[276]
Guerra entre Italia y Etiopía, debido a la anexión por parte de la Italia
fascista, octubre de 1935-mayo de 1936. <<
[277]
Por lo que respecta a aquellos autores con los que Foucault tuvo algún
contacto académico, no simplemente de lectura, en otros lugares se mostró más
explícito, y generoso: por ejemplo, en la entrevista con Trombadori, después de
referirse al contexto de problemas y de corrientes de pensamiento (fenomenología,
historia epistemológica de las ciencias y marxismo) dominantes en la época de su
formación, dice: «Es por eso que gente precisamente como Althusser, apenas de
más edad que yo, Desantí, que han sido mis profesores, han sido importantes para
mí» (DE, IV, 53-54). O: «Pero en el dominio de la filosofía de la ciencia, aquel que
quizá ha ejercido sobre mí la más fuerte influencia ha sido Georges Canguilhem»
(Ibíd., 56). Y su bello homenaje a Jean Hyppolite: «los que estaban en khâgne
[curso preparatorio para la prueba de entrada a las escuelas superiores como la
ENS] después de la guerra se acuerdan de los cursos del señor Hyppolite sobre la
Fenomenología del espíritu: en esa voz que no cesaba de retomarse como si meditara
en el interior de su propio movimiento, nosotros no percibíamos solo la voz de un
profesor; escuchábamos algo de la voz de Hegel, e incluso quizá la voz de la
filosofía misma. No creo que se haya podido olvidar la fuerza de esta presencia»
(DE, I, 779); y en El orden del discurso decía de la obra de Hyppolite: «ha cruzado, ha
formulado los problemas fundamentales de nuestra época». Y en esa misma obra
Foucault reconocía tres maestros: Canguilhem, Dumezil e Hyppolite (OD, 74-82).
<<
[278]
Es destacable el rechazo constante de Foucault a ser encuadrado, al
menos en un determinado momento de su obra, en el estructuralismo: DE, II, 296,
DE, III, 80, DE, IV, 52; véase aquí pág. 144. <<
[279]
Novela anónima, publicada en Ámsterdam en 1890. Se editó en francés
en 1977 con prefacio de Foucault, París, Les Formes du secret. El prefacio está
recogido en DE, III, 131-132. Véase también, «L’Occident et la vérité du sexe», DE,
III, 101-106. <<
[280]
Que en La voluntad de saber, el primer tomo de la Historia de la sexualidad,
se negaba la idea de que hubiera represión de la sexualidad ha sido uno de los
puntos peor entendidos de esta obra. Foucault tuvo que salir al paso en sucesivas
ocasiones sobre ello. Véase aquí «Sexualidad y verdad». <<
[281]
Los corchetes son del texto original. <<
[282]
Esta tesis, que Foucault convertirá en rasgo capital de nuestra cultura, y
cuya genealogía pretendió hacer, es central en toda la investigación de nuestro
autor. <<
[283]
En francés en el texto. <<
[284]
Palabras finales de La voluntad de saber, VS, 211. <<
[285]
Las escasísimas referencias que Foucault ofreció de su vida personal han
hecho muy difícil identificar a este amigo. Ninguno de sus biógrafos lo ha
descubierto. <<
[286]
Se trata del compositor, discípulo de Oliver Messiaen y amigo de Pierre
Boulez, Jean Barraqué, con el que Foucault, al parecer, mantuvo una relación de
aproximadamente dos o tres años; se conocieron en 1952. Véase David Macey, Las
vidas de Michel Foucault, trad. Carmen Martínez, Madrid, Cátedra, 1995, págs. 92-97.
Véase «Qui êtes vous, professeur Foucault?», entrevista con P. Caruso, 1967, en DE,
I, 613 (hay trad. de F. Serra en Anagrama). <<
[287]
«una frase musical, un trozo de música», en francés en el texto. <<
[288]
He aquí una confesión personal que pone de relieve una de esas ideas
que recorren toda la obra foucaultiana, una especie de carácter consustancialmente
negativo al signo, a la palabra, que hace que aquello sobre lo que recaiga quede de
algún modo dañado, menoscabado, profanado. <<
[289]
Tomo de la excelente biografía de D. Macey el siguiente pasaje: «En 1967,
Foucault le dijo a Caruso en términos bastante misteriosos que la música serial y
dodecafónica de Boulez y Barraqué le había ofrecido su primera escapada del
universo dialéctico en el que todavía vivía y que tuvo un impacto sobre él tan
grande como el de Nietzsche. Quince años después, retomó el tema en un artículo
en teoría sobre Boulez pero que sin duda está coloreado por los recuerdos de
Barraqué (sin mencionar su nombre): “El encuentro con Boulez y la música en un
momento en el que se me estaba enseñando a privilegiar la importancia del
significado, de la experiencia vivida, lo corpóreo, de la experiencia primordial, el
contenido subjetivo o el significado social, significó contemplar el siglo XX desde
un ángulo desconocido: el de una larga batalla sobre la forma.” Boulez y Barraqué
introdujeron a Foucault en un equivalente musical de la filosofía del concepto, en
la corriente que va del formalismo ruso al estructuralismo, y le enseñaron una
lección que le previno contra “las categorías del universal” (“Pierre Boulez ou
l’écran traversa”, Le Nouvel Observateur, 2 de octubre de 1982, pág. 51)». D. Macey,
ob. cit., pág. 96. <<
[290]
Recuérdese el pasaje de AS, 28 citado aquí en la Introducción, pág. 16. <<
[291]
Varias veces Foucault insistió en la transformación del autor por la obra.
Declaraciones como la del texto, en las que Foucault insiste en la transformación de
uno mismo son las que llevaron a hablar de un giro eticista en su pensamiento, un
abandono de la política, de individualismo, etc. Ello le obligó, en más de una
ocasión, a salir al paso de tal interpretación, y subrayar el enlace de esa
transformación de sí con la transformación social, de lo individual y lo colectivo, lo
ético y lo político. <<
[292]
Este cambio respecto al enfoque tradicional de la ética, en que no es
tomada como código, como normativa, sino desde el punto de vista de la
subjetividad, de la relación del individuo consigo mismo, es característico del
planteamiento de los tomos últimos de la Historia de la sexualidad: se especifica este
paso en la Introducción a El uso de los placeres (UP, 3). <<
[293]
Este es el punto clave de la propuesta de cambio respecto de la
concepción de la ética sexual, y no solo, propia de nuestra cultura. Como se ve la
cuestión afecta al lugar de la verdad. <<
[294]
El libro ya mencionado: Historia de la locura en la edad clásica. <<
[295]
Time, núm. 20, 16, nov. 1981, págs. 147-148, «France’s Philosopher of
Power». <<
[296]
Conferencia dada en la Universidad de Vermont en octubre de 1982.
Publicada por vez primera en Hutton (P.H.), Gutman (H.) et Martin (L. H.), éd.,
Technologies of the Self A Seminar with Michel Foucault, Amherst, The University of
Massachusetts, 1988, págs. 145-162. Foucault no pudo llegar a corregir el texto
publicado. Recogido en francés en DE, IV, 813-828. Tomamos la traducción de la
edición francesa de Horacio Pons, contenida en M. Foucault, La inquietud por la
verdad, Buenos Aires, 2013; las notas son nuestras. El tema de esta conferencia es
capital en el conjunto de los trabajos del último período de la obra foucaultiana,
pues se nos muestra el nacimiento de nuestra racionalidad política nucleado en
torno al concepto de gobierno. Ahí es donde Foucault, en otros textos, verá el
nacimiento del liberalismo y de la lógica característica de la biopolítica. La
conferencia usa partes de la publicada bajo el título de «Omnes et singulatim:
Towards a Criticism of Political Reason», resultado de otras dos conferencias dadas
en octubre de 1979 en la Universidad de Stanford (hay trad. al español en Paidós);
se relaciona también con su curso de 1977-78, Sécurité, territoire, population, París,
Gallimard, 2004 (hay trad. en Akal). <<
[297]
Esta misma reveladora autointerpretación la ofrece Foucault en la lección
del 5 de febrero de su curso de 1982-83, Le gouvernement de soi et des autres, LGS, 22;
véase también «El sujeto y el poder», recogido aquí. <<
[298]
El seminario tenido en el otoño de 1982 en Vermont fue parcialmente
recogido en la publicación citada en la nota 1 (Technologies of…). Además de las
intervenciones de Foucault, recogía las de: L. H. Martin, «Technologies of the Self
and Selfknowledge in the Syrian Thomas Tradition»; W. E. Paden, «Theaters of
Humility and Suspicion: Desert Saints and New England Puritans»; K. S. Rothwell,
«Hamlet’s “Glass of Fashion”: Power, Self and Reformation; H. Gutman
“Rousseau’s Confession: a Technologie of the Self”; P. H. Hutton, “Foucault, Freud
and the Technologies of the self”. De las intervenciones de Foucault hay traducción
al español de M. Allendesalazar, en M. Foucault, Tecnologías del yo, Barcelona,
Paidós, 1990». <<
[299]
Botero, Giovanni, Della ragione di Stato, dieci libri, 1590. Hay trad. al
español: La razón de estado y otros escritos; de Luciana de Stefano; estudio prelim. de
Manuel García-Pelayo, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1962. <<
[300]
Giovanni A. Palazzo, Discorso del governo e della ragion di Stato, 1606. <<
[301]
Se trata de De Regno ad regem Cypri, La obra también es citada por el
título De regimine principum. Foucault menciona sumariamente ideas que remiten a
I, XII-XV. Hay varias trad. al español (Losada, Tecnos). Foucault trató esta obra en
su curso de 1977-78, Sécurité, territoire, population, París, Gallimard, 2004, véase la
lección del 8 de marzo de 1978. <<
[302]
De la obra clásica de Von Justi, Grundsetze der Policey-Wissenschaft (1756)
hay una versión al español de Omar Guerrero, basada en la edición española de
1784, con el título de Ciencia del Estado, Institutos de Administración Pública de
México, 1996. <<
[303]
Foucault está citando a Nietzsche, Así habló Zaratustra, trad. A. Sánchez
Pascual, Madrid, Alianza, 1972, pág. 82. <<
[304]
En «El sujeto y el poder» se calificaba el poder pastoral de individualizante
y totalizante, véase aquí pág. 325. <<
[305]
«Politics and Ethics An Interview», entrevista mantenida en la
Universidad de Berkeley, en abril de 1983, con un conjunto de notables filósofos
norteamericanos, Martin Jay, Paul Rabinow, Richard Rorty y Charles Taylor, y el
perteneciente a la llamada Escuela de Fráncfort, residente en EE. UU., Leo
Löwenthal; recogido en francés en DE, IV, 584-590. Primera edición, en P. Rabinow
(ed.), The Foucault Reader, Pantheon Books, 1984, págs. 373-380. Traducimos de la
edición original inglesa. La entrevista tiene el particular interés de ver cómo
Foucault matiza su concepción ética en relación con el poder, especialmente en la
medida en que estaba extendida una interpretación en la clave de «filósofo del
poder», recortando este concepto por el patrón desprendido de Vigilar y castigar. Y,
al hilo de ello observamos cierta confrontación con algunas ideas de Habermas y
Arendt, algo que no fue raro en el momento de sus estancias americanas. <<
[306]
Véase J. Habermas, El discurso filosófico de la modernidad, ob. cit., caps. 9 y
10. <<
[307]
Foucault se encontró con Habermas en París en marzo de 1983, con
motivo de las conferencias que el alemán, por invitación de Paul Veyne, ofreció en
el Collège de France. Habermas habló de los temas de su libro en el curso «El
discurso filosófico de la maternidad», muy crítico con las posiciones de Foucault.
<<
[308]
Max Pohlenz, Antikes Fuhrertum. Cicero De Officiis und das Leben ideal des
Panaitios, Leipzig, Teubner, 1934. <<
[309]
Sobre Cavaillès véase más adelante págs. 380-385. <<
[310]
«Historiador del sí», ciertamente es una denominación extraña, pero
queremos recoger el matiz de que no se trata simplemente del «yo», sino de la
relación del yo consigo mismo. <<
[311]
Sobre el concepto de poder: H. Arendt, La condición humana, trad. R. Gil,
Barcelona, Paidós, 1993, págs. 222-226. La crítica a esta posición de Arendt por
parte de Habermas, «El concepto de poder de Hannah Arendt», en Habermas
Perfiles filsosófico-políticos, trad. M. Jiménez Redondo, Madrid, Taurus, 1975, págs.
205-222. <<
[312]
E. Goffman, Internados…, ob. cit., págs. 15 y sigs., véase nota 4, pág. 125.
<<
[313]
En los años 80 Foucault reiteraba este punto de vista frente a la
interpretación que apoyándose en su estudio de 1975, Vigilar y castigar, extendía
ese modelo disciplinario de poder a toda la sociedad moderna como el modelo del
poder. <<
[314]
Este texto fue publicado por primera vez en Dreyfus, Hubert y Rabinow,
Paul, Michel Foucault. Beyond Structuralism and Hermeneutics, Chicago, The
University of Chicago Press, 1983. En francés ha sido recogido en DE. IV, 222-243.
El texto se compone de dos partes, la primera («Way Study Power: The Question of
the Subject») fue escrita en inglés, y la segunda («How is Power exercised?») en
francés. Traducimos, pues, del inglés la primera parte, y del francés la segunda tal
y como apareció en la edición francesa del libro citado de Dreyfus y Rabinow
(Michel Foucault: un parcours philosophique: audelà de l’objectivité et de la subjectivité,
París, Gallimard, 1984).
[315]
Esta precaución en lo tocante al estudio del poder era la que tomaba en
La voluntad de saber al oponer una «analítica del poder» a una teoría del poder: VS,
109. <<
[316]
Foucault aborda su obra desde la publicación de la Historia de la locura en
1961. Como ha sido habitual en él deja fuera los textos anteriores, particularmente
su libro Enfermedad mental y personalidad, de 1955. <<
[317]
La totalización de su obra como «filosofía del poder» fue frecuente una
vez publicado Vigilar y castigar. Téngase en cuenta que aún no se habían editado
los dos últimos tomos de su Historia de la sexualidad, ambos aparecidos en 1984. El
uso de los placeres, y La inquietud de sí, ni ninguno de sus cursos en el Collège de
France. <<
[318]
Este fue el trabajo expuesto en Las palabras y las cosas. <<
[319]
Segunda parte, que no implica sucesión cronológica respecto de la
primera, pues está comprendida por sus obras: Historia de la locura (1961),
Nacimiento de la clínica (1963), y Vigilar y castigar (1975). <<
[320]
Parte compuesta por la Historia de la sexualidad, muy en particular sus dos
últimos tomos, cuya temática ya había iniciado a la sazón Foucault. <<
[321]
Esta autointerpretación de su obra, como centrada en el sujeto, deshace la
extendida interpretación de un Foucault que solo al final de su obra descubriría
este y que además adoptaría una concepción tradicional, dándose un Foucault de
«retorno al sujeto» frente al Foucault «filósofo del poder». <<
[322]
Foucault se ha referido varias veces a estas dos formas de poder en
términos semejantes: «La philosophie analytique de la politique», 1978, DE, III, 535.
<<
[323]
Foucault había presentado estas tesis sobre la crítica de la racionalidad
política en «Omnes et singulatim, Towards a criticism of Political Reason», 1979,
ob. cit. <<
[324]
Foucault nos dejó algunas preciosas observaciones de este movimiento
en los trabajos que rodearon al que habría de ser el cuarto volumen de la Historia
de la sexualidad, Las confesiones de la carne (Les Aveux de la chair) que no ha llegado
a publicarse. <<
[325]
Una sencilla aclaración que ayuda a situar con más precisión el
pensamiento foucaultiano respecto de los enfoques marxistas. <<
[326]
El último concepto relativo al poder imperante en nuestras sociedades
que Foucault desarrolló, no fue el tan difundido, como mal entendido, de
biopolítica, sino este que aquí nos presenta, de poder pastoral. <<
[327]
Respecto al estudio de la policía, véase el curso de 1977-1978, Sécurité,
territoire, population, Gallimard, París, 2004 (hay trad. en Akal y FCE) especialmente
las lecciones del 29 de marzo y del 5 de abril de 1978. <<
[328]
Cuando Habermas distingue entre dominación, comunicación y
actividad de fines, no ve en ello, creo, tres dominios diferentes, sino tres
«trascendentales». (Nota del autor). <<
[329]
Sobre el concepto de «gobierno», clave para entender toda esta última
reflexión de Foucault sobre el poder, véase: «Omnes et singulatim: Toward a
Criticism of Political Reason», en The Tanner Lectures on Human Values, t. II,
University of Utha Press, 1981, págs., 223-254; hay trad. al español en Paidós; véase
también el Curso de 1977-1978, Securité, territoire, population, ob. cit. <<
[330]
«Un hombre encadenado y batido está sometido a la fuerza que se ejerce
sobre él. No al poder. Pero si se puede inducirle a hablar, cuando su último recurso
sería cerrar la boca prefiriendo la muerte, entonces se le ha empujado a
comportarse de una determinada manera. Su libertad ha sido sujeta al poder»,
«Omnes et singulatim», ob. cit., DE, IV, 360. <<
[331]
Referencia al clásico de 1549 de La Boetie, Discours de la servitude
volontaire, hay varias traducciones al español, por ejemplo, la de Pedro Lomba en
Trotta. <<
[332]
Esta entrevista o conversación con los profesores H. Dreyfus y P.
Rabinow tuvo lugar en abril de 1983, en inglés, y apareció en el libro de los dos
autores americanos, Michel Foucault: Beyond Structuralism and Hermeneutics, 2.ª ed.
1983, The University of Chicago Press, 1983. Cuando se hizo la traducción del libro
al francés Foucault reelaboró la entrevista introduciendo algunos cambios. En
francés el libro fue publicado por Gallimard, París, 1984, con el título Michel
Foucault: un parcours philosophique. La entrevista ha sido recogida en DE, IV, 383-
411. Aquí tomamos la traducción de la edición francesa de Horacio Pons publicada
en M. Foucault, La inquietud de la verdad, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013. Las notas
son nuestras. En algún caso hemos creído conveniente citar fragmentos de la
edición original inglesa, que aunque no fueron recogidos por Foucault en la
reescritura de la traducción francesa, creemos que pueden aportar alguna luz. Esta
entrevista supone la mejor síntesis de lo que Foucault iba a plantear en sus dos
tomos nuevos de la Historia de la sexualidad, El uso de los placeres, y La inquietud de sí.
Es un texto igualmente capital para comprender el particular enfoque foucaultiano
de la ética, esto es, la ética entendida desde la constitución del sujeto moral. En
definitiva, no se puede hablar del denominado «último Foucault» sin examinar
este texto. <<
[333]
En el mencionado tomo segundo, El uso de los placeres, de la Historia d e
la sexualidad, Foucault hace una distinción entre el código y la relación a sí o
subjetivación en una moral, y señala la continuidad en lo primero (prohibiciones)
frente a las diferencias en lo segundo (ténicas de sí), UP, Introducción, 3, págs. 32-
39. <<
[334]
Este cuarto volumen, Les Aveux de la chair (Las confesiones de la carne),
como ya hemos indicado, no ha sido publicado por razones testamentarias; véase
nota 6, págs. 193-194. <<
[335]
Inesperado y significativo relámpago autobiográfico. Foucault juega con
el sentido de la expresión: el significado que tiene en la llamada de la moral griega
a cuidarse de sí mismo, y el sentido más particularmente médico, ya no tocante al
alma sino al cuerpo. Seguramente Foucault acusaba los síntomas de la enfermedad
—visita médica en diciembre— que luego se revelaría como SIDA, no reconocido
oficialmente, pues lo que se comunicó fue «trastorno neurológico» —no es claro
hasta donde sabía Foucault acerca de su real enfermedad—, que pondría fin a su
vida en junio del siguiente año. <<
[336]
En la edición americana decía: «Mi punto de vista no es que todo sea
malo, sino que todo es peligroso, que no es exactamente lo mismo. Si todo es
peligroso, entonces siempre tenemos que hacer algo. Así que mi posición no
conduce a la apatía sino a un hiper y pesimista activismo». <<
[337]
Sobre la problematización del amor a los muchachos véase el cap. IV de
El uso de los placeres. Sobre las tesis de Plutarco: La inquietud de sí, cap. VI, 1. <<
[338]
Véase M. Foucault, «Sexualité et solitude», DE, IV, 168-178, págs. 176-
177. hay trad. al español, de A. Gabilondo en Foucault, Estética, ética y hermenéutica,
Barcelona, Paidós, 1999. <<
[339]
M. Foucault, La voluntad de saber, cap. III. <<
[340]
Para el concepto de technê tou biou, el estudio del diálogo platónico
Alcibíades y la evolución del principio del «cuidado de sí» es fundamental el curso
de 1981-82 L’hermeneutique de sujet. Cours au Collège de France, 1981-1982, París,
Gallimard, Seuil, 2001. <<
[341]
En la edición americana Foucault se explicaba así: «Pienso que desde un
punto de vista teórico, Sartre evita la idea del yo como algo que nos es dado, pero
mediante la noción moral de autenticidad, vuelve a la idea de que tenemos que ser
nosotros mismo —ser verdaderamente nuestro verdadero yo. Creo que la única
consecuencia práctica aceptable de lo que Sartre dijo es vincular su visión teórica a
la práctica de creatividad y no de autenticidad. A partir de la idea de que el yo no
nos es dado, creo que hay una única consecuencia práctica: tenemos que crearnos a
nosotros mismos como una obra de arte. En sus análisis de Baudelaire [Baudelaire,
trad. en Alianza], Flaubert [L¨Idiot de la famille. Gustave Flaubert de 1821 à 1857, trad.
en Tiempo Contemporáneo] etc., es interesante ver que Sartre refiere el trabajo de
creación a una cierta relación con uno mismo —el autor consigo mismo— que tiene
la forma de la autenticidad o de la inautenticidad. Me gustaría decir exactamente
lo contrario: no tendríamos que referir la actividad creativa de alguien a la clase de
relación que él tiene consigo mismo, sino que la clase de relación que uno tiene
consigo mismo debiéramos relacionarla con una actividad creativa». <<
[342]
Cfr. con la autointerpretación de «El sujeto y el poder», págs. 318-319. <<
[343]
En el texto falta sin duda la mención de El orden de las cosas. No hay tal
falta en la versión americana, pág. 237. <<
[344]
Este es el aspecto cubierto por las denominadas «técnicas de sí». <<
[345]
Sobre estos cuatro aspectos (sustancia ética, modo de sujeción
[assujettissement], prácticas sobre sí, teleología moral) véase UP, Introducción, 3.
<<
[346]
Robert van Gulik, Sexual Life in Ancient China: A Preliminary Survey of
Chinese Sex and Society from ca. 1500 BC till 1644 AD, Leiden, E. J. Brill, 1961 (trad.
cast.: La vida sexual en la antigua China, Madrid, Siruela, 2005). [N. del E.] <<
[347]
En la versión americana se añadía: «Y podría decir que la ‘fórmula’
moderna es el deseo, que es teóricamente enfatizado y prácticamente aceptado,
puesto que tienes que liberar tu propio deseo. Los actos no son muy importantes, y
el placer —nadie sabe lo que es». <<
[348]
La edición española, de Siglo XXI, de Le souci de soi, en vez de «El
cuidado de sí» prefirió el título de La inquietud de sí. <<
[349]
Sobre el concepto de epimeleia, véase SS, cap. II, 2; CV, 109-111; el
concepto es ampliamente tratado en La hermenéutica del sujeto. <<
[350]
Sobre los hypomnemata véase «L’écriture de soi» (La escritura de sí), 1983,
recogido en DE, IV, 415-430 (trad. de A. Gabilondo en M. Foucault, Estética, ética y
hermenéutica, Barcelona, Paidós, 1999) y La hermenéutica del sujeto, lección del 3 de
marzo de 1982, 2.ª sesión, véase aquí págs. 253 y sigs. <<
[351]
Foucault trató desde el punto de vista de su relación con el cinismo
griego la vida de artista y la del militante político en su último curso Le courage de
la vérité (El coraje de la verdad) lección del 29 de febrero de 1984, 2.ª sesión (trad.
de H. Pons en Buenos Aires, FCE, 2010). <<
[352]
Del libro clásico de Jacob Burckhardt, La cultura del Renacimiento en Italia
existen numerosas ediciones, en Akal, Losada, Orbis, RBA. <<
[353]
El concepto francés de Àge classique comprende por lo general los siglos
XVII y XVIII. <<
[354]
Descartes, Meditaciones metafísicas (hay múltiples versiones: Alfaguara o
KRK, Espasa, Alianza…). <<
[355]
Entrevista con A. Fontana, publicada en el diario Le Monde, 15-16 juillet
1984. Recogida en el tomo IV de Dits et écrits, París, Gallimard-Seuil, 1994, págs.
730-735. Es cierto que antes, en mayo del mismo año, apareció en una revista
italiana, Panorama, con el título «Alle fonti del piacere» (En las fuentes del placer),
pero muy recortada, lo que motivó las quejas de Fontana. Solo un poco después, el
25 de junio moriría Foucault. Alessandro Fontana murió en 2013, era profesor en la
Ecole Normale Supérieure de Lyon, fue colaborador de Foucault, dirigió con François
Ewald la magnífica edición de los cursos que Foucault impartió en el Collège de
France. <<
[356]
La volonté du savoir se publica en 1976. <<
[357]
Se refiere al primer proyecto, incumplido, de Historia de la sexualidad,
véase al respecto nota 6, pág. 193. <<
[358]
Foucault observó numerosas veces esta actitud ante el trabajo, ante la
escritura; por ejemplo, cuando le decía a Trombadori: «Una experiencia es algo de
lo que uno mismo sale transformado. Si yo tuviera que escribir un libro para
comunicar lo que pienso ya, antes de haber comenzado a escribirlo, no tendría
nunca el coraje de emprenderlo» (DE, IV, 41). Véase cita en pág. 16. <<
[359]
Estas respuestas no pueden ser más sustanciosas: 1) Negación de la
existencia de alguna solución de continuidad entre sus últimos libros y los
anteriores. 2) Especificación precisa del problema de fondo de la obra foucaultiana:
verdad, sujeto y constitución de la experiencia. 3) La calificación, que estimo la más
acertada y penetrante, de su trabajo: «una nueva genealogía de la moral». <<
[360]
En ese número de la revista Le Débat fue publicado «Usage des plaisirs et
technique de soi», que sería, con alguna modificación, la Introducción al segundo
tomo de la Historia de la sexualidad, El uso de los placeres; recogido en DE, IV, 539-561.
<<
[361]
Afirmaciones como esta son las que en su último período le ganaron a
Foucault un alubión de críticas: de repliegue en el individuo, aislamiento de lo
colectivo, desentendimiento de la política y del poder, dandismo, etc. No se
interpretaron siquiera en el sentido en que Foucault entendió esta perspectiva ética
entre los griegos mismos, ligada a una actitud política, a una posición respecto a la
pólis. <<
[362]
El seminario dedicado al pensamiento liberal del siglo XIX fue el
correspondiente al curso de 1979-1980. Según la nota de Foucault en el resumen del
anuario del Collège, en él hubo intervenciones de: N. Coppinger (sobre el
desarrollo económico a finales del XIX), D. Deleule (sobre la escuela histórica
escocesa), P. Rosanvallon (sobre Guizot), F. Ewald (sobre Saint-Simon y los saint-
simonianos), P. Pasquino (sobre Menger) y A. Schutz (sobre Menger y Mevel,
conceptos de voluntad general e interés general). El curso en el que Foucault trató
el liberalismo fue el de 1978-1979, Nacimiento de la biopolítica. <<
[363]
Tienen gran importancia todas estas precisiones, pues se habló, a
propósito del último período de la obra foucaultiana, de una vuelta a una
concepción más tradicional del sujeto. <<
[364]
La expresión del original francés es: «il y a du pain sur la planche». <<
[365]
Alusión al proyecto de Libro blanco que M. Foucault había propuesto al
pequeño grupo de trabajo que se reunía en el hospital Tarnier, grupo llamado
«Academia Tarnier» (Nota del texto original). <<
[366]
El texto apareció en el número de homenaje a uno de los maestros más
venerados por Foucault, director de su tesis doctoral, el epistemólogo, historiador
de la ciencia, Georges Canguilhem, en la revista que fundara E. Mounier, Revue de
metaphysique et de morale, enero-marzo, 1985, págs. 3-14; recogido en DE, IV, 763-
775. En esta última edición se encabezaba el texto con esta nota: «Michel Foucault
deseaba entregar un texto nuevo a la Revue de métaphysique et de morale, que iba a
dedicar un número especial a su maestro, Georges Canguilhem. Agotado, solo
pudo modificar la introducción que había escrito para la edición estadounidense
de Le Normal et le pathologique. Entregó este texto a fines de abril de 1984; fue, pues,
el último al que dio su imprimátur». La edición estadounidense es: On the Normal
and the Pathological, Reidel, Boston, 1978. De la obra de Canguilhem hay trad. cast.
de R. Potschart, Lo normal y lo patológico, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971. En lo que se
refiere al texto de Foucault tomamos aquí la traducción de Horacio Pons contenida
en M. Foucault, El poder, una bestia magnífica, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012. Las
notas no son todas de nuestra autoría; cuando no es así se indica al final de las
mismas. Hemos considerado de interés el introducir las variaciones respecto al
texto de la edición americana, cuando eran suficientemente significativas. Aparte
del interés que tiene la síntesis que Foucault hace de uno de los autores más
influyentes en su pensamiento, tiene la importancia de que al confrontar la línea
francesa, respecto de la problemática heredada de la Ilustración, con la línea
alemana, el lector podría tomar ese magnífico esbozo para situar, creo que con gran
calado, la propia investigación foucaultiana. <<
[367]
En la edición americana decía: «Pero dejen a un lado a Canguilhem y
ustedes ya no comprenderán gran cosa en Althusser, en el althusserianismo y en
toda una serie de discusiones que han tenido lugar entre los marxistas franceses».
<<
[368]
La base de las Cartesianische Meditationen. Eine Einleitung in die
Phänomenologie de Husserl fueron las conferencias dadas en París el 23 y 25 de
febrero de 1929 en la Sorbona, que una vez reelaboradas fueron traducidas al
francés por G. Pfeiffer y E. Levinas, revisadas por Koyré, para su publicación en
1931. En español hubo una primera trad. en 1942 de José Gaos (de las 4 primeras
meditaciones), que ha sido recogida en la edición de Miguel García-Baró, con la
traducción de la quinta meditación, en el FCE, 1986. Una nueva traducción es la de
Mario A. Presas de 1986 en Tecnos. <<
[369]
Sein und Zeit [Ser y Tiempo] se publicó en 1927. En estos momentos se
dispone de dos traducciones al español, la de José Gaos, de 1951, en el FCE, la de
Jorge Eduardo Rivera, en Trotta, 2012, y antes en 1997 en Ed. Universitaria,
Santiago de Chile. <<
[370]
Jean-Paul Sartre, «La transcendance de l’ego: esquisse d’une description
phénoménologique» (La trascendencia del ego: esbozo de una descripción
fenomenológica), Recherches philosophiques, 6, 1936-1937, hay varias traducciones al
español: de Oscar Masotta en Calden, Argentina, 1968, de Miguel García-Baró en
Madrid, Síntesis, 2003. <<
[371]
Jean Cavaillès, Méthode axiomatique et formalisme: essai sur le problème du
fondement des mathématiques, París, Hermann, 1937 [trad. cast.: Método axiomático y
formalismo, México, U.N.A.M, 1992], y Remarques sur la formation de la théorie
abstraite des ensembles: étude historique et critique, París, Hermann, 1937. [N. del E.] <<
[372]
Desde el año de este texto, 1978, Foucault prestaría una atención
renovada al artículo de Kant sobre la Ilustración: véase referencia a los textos en
nota 12, pág. 19. <<
[373]
Moses Mendelssohn, «Über die Frage: Was heisst Aufklären?»,
Immanuel Kant, «Beantwortung der Frage: Was ist Aufklärung?», Berlinische
Monatsschrift, 4, 1784. De ambos textos hay traducción en Kant, Mendelssohn y
otros, ¿Qué es la Ilustración?, trad. A. Maestre, J. Romagosa, Madrid, Tecnos, 1988;
del texto de Kant en particular también puede verse la ya clásica versión de
Eugenio Imaz, muchas veces reimpresa, en Kant, Filosofía de la historia, México,
FCE, 1941. <<
[374]
En vez de este párrafo, en la edición americana se hacía la siguiente
relevante observación: «Estos dos textos inauguraban un “periodismo filosófico”
que, en paralelo con la enseñanza universitaria, fue una de las formas principales
de implantación institucional de la filosofía en el siglo XIX (y sabemos cuán fértil
fue a veces, como en Alemania en los 1840). También abrieron a la filosofía una
entera dimensión histórica. Y este trabajo implica dos objetivos que de hecho no
pueden ser disociados y que incesantemente se hacen eco el uno al otro: por un
lado, investigar cuál fue el momento (en su cronología, sus elementos
constituyentes, sus condiciones históricas) en que Occidente afirmó por primera
vez la autonomía y soberanía de su propia racionalidad: ¿la Reforma luterana, la
“Revolución copernicana”, la filosofía cartesiana, la matematización de la
naturaleza galileana, la física newtoniana? Por otro lado, analizar el “momento
presente” e investigar, en términos de lo que fue la historia de esta razón así como
de lo que puede ser su balance actual, qué relación ha de establecerse con su acto
fundador; redescubrimiento, recuperación de una dirección olvidada,
consumación o ruptura, retorno a un momento anterior, etc». <<
[375]
Edmund Husserl, Die Krisis der europaïschen Wissenschaften und die
transzendentale Phänomenologie: Einleitung in die Phänomenologie, 1936. En francés
apareció una primera traducción de las dos primeras partes de la obra en 1936; la
obra completa, traducción de G. Granger se publicó en 1976 en Gallimard. Hay
traducción al español de Jacobo Muñoz y Salvador Mas: La crisis de las ciencias
europeas y la fenomenología trascendental. Una introducción a la filosofía fenomenológica,
Barcelona, Crítica, 1990. Husserl ofreció una conferencia en Viena en mayo de 1935,
con el título de “Die Krisis des europeischen Menschentums und die Philosophie”
(«La crisis de la humanidad europea y la filosofía»), que Paul Ricoeur tradujo al
francés en 1950, y que está recogida en la obra mencionada, Die Krisis…, su trad. se
incluye también en la citada edición española. <<
[376]
Estas dos líneas de continuidad de la problemática que arranca de los
textos de Kant y Mendelssohn, la francesa de la historia de las ciencia y la alemana
de examen de la racionalidad es planteada en otros lugares: «Structuralisme et
Poststructuralisme», DE, IV, 438 (trad. cast. en M. Foucault, Estética, ética…, ob.
cit.); «¿Qué es la crítica?», ob. cit. <<
[377]
Bernard Le Bovier de Fontenelle, «Préface» a la Histoire de l’Académie
Royale des sciences, en Œuvres de Fontenelle, vol. 6, París, J.-F. Bastien, 1790, págs. 73-
74. Georges Canguilhem cita este texto en Introduction à l’histoire des sciences, textos
escogidos por Suzanne Bachelard, Georges Canguilhem, Jean-Claude Cadieux y
otros, vol. 1, Éléments et instruments, París, Hachette, 1970, págs. 7-8. [Nota
de M. F.]. <<
[378]
Sobre el tema, véase Georges Canguilhem, Idéologie et rationalité dans
l’histoire des sciences de la vie, París, Vrin, 1977, pág. 21 [trad. cast.: Ideología y
racionalidad en la historia de las ciencias de la vida, Buenos Aires, Amorrortu, 2005].
[Nota de M. F.]. <<
[379]
Cf. Georges Canguilhem, Études d’histoire et de philosophie des sciences,
París, Vrin, 1968, pág. 17 [trad. cast.: Estudios de historia y de filosofía de las ciencias,
Buenos Aires, Amorrortu, 2009]. [Nota de M. F.]. <<
[380]
Georges Canguilhem retoma el ejemplo abordado por Marcel Florkin, A
History of Biochemistry, parte I, Proto-Biochemistry, y II, From Proto-Biochemistry to
Biochemistry, Ámsterdam y Nueva York, Elsevier, 1972, y parte III, History of the
Identification of the Sources of Free Energy in Organisms, Ámsterdam y Nueva York,
Elsevier, 1975; cf. G. Canguilhem, Idéologie et rationalité…, ob. cit., pág. 15. [Nota
de M. F.]. <<
[381]
G. Canguilhem, Idéologie et rationalité…, ob. cit., pág. 14. [Nota de M. F.].
<<
[382]
En la edición americana se hace la siguiente explicitación: «“ciencia
normal”, en el sentido de T. S. Kuhn». <<
[383]
Suzanne Bachelard (1919-2007), hija de Gaston Bachelard, profesora de la
Sorbona, epistemóloga e historiadora de las ciencias. <<
[384]
Suzanne Bachelard, «Épistémologie et histoire des sciences», ponencia
presentada en el XII Congreso Internacional de Historia de las Ciencias,
París, 1968, Revue de synthèse, tercera serie, 49-52, enero-diciembre de 1968, pág. 51.
[N. del E.]. <<
[385]
Sobre la relación entre epistemología e historia, véase en particular
Georges Canguilhem, Idéologie et rationalité…, ob. cit., introducción, págs. 11-29.
[Nota de M. F.]. <<
[386]
Georges Canguilhem, Études d’histoire et de philosophie…, ob. cit., pág. 239.
[Nota de M. F.]. <<
[387]
Georges Canguilhem, La Connaissance de la vie, segunda edición, París,
Vrin, 1965, pág. 88 [trad. cast. de F. Cid: El conocimiento de la vida, Barcelona,
Anagrama, 1976]. [Nota de M. F.]. <<
[388]
En la edición americana se añade el siguiente párrafo: «De forma
sumaria, podríamos decir que el problema constante en toda la obra de
Canguilhem, del Essai sur le normal et le pathologique de 1943 a Ideologie et rationalité
dans l’histoire des sciences de la vie, de 1977, ha sido la relación entre ciencia de la
vida y vitalismo: un problema que abordó a la vez mostrando la irreductibilidad
del problema de la enfermedad como un problema esencial para toda ciencia de la
vida, y estudiando lo que constituyó el clima especulativo, el contexto teórico de
las ciencias de la vida». <<
[389]
Antes del párrafo que sigue, e iniciando este apartado, en la edición
americana se dice lo siguiente: «4) Lo que Canguilhem estudia de un modo
privilegiado en la historia de la biología es la “formación de los conceptos”. La
mayor parte de las investigaciones históricas que él ha llevado a cabo giran sobre
esta constitución: el concepto de reflejo, de medio, de monstruo y monstruosidad,
de célula, de secreción interna, de regulación. Por diversas razones. En primer
lugar, es porque el papel de un concepto estrictamente biológico es recortar del
conjunto de los fenómenos “de vida” aquellos que le permiten, sin reduccionismo,
analizar los procesos propios a los seres vivos (así, entre todos los fenómenos de
semejanza, desaparición, mezcla, recurrencia propios de la herencia, el concepto de
“rasgo hereditario” ha comportado un “recorte” similar); no hay ningún objeto
pertinente a la ciencia biológica que no haya sido “concebido”. Pero, por otro lado,
el concepto no constituye un límite que no pueda ser trascendido por el análisis:
por el contrario, debe dar acceso a una estructura de inteligibilidad tal que el
análisis de los elementos (de la química o la física) permita mostrar los procesos
específicos de los seres vivientes (el concepto mismo de rasgo hereditario conduce
a un análisis químico de los mecanismos de reproducción). Canguilhem insiste en
que una idea llega a ser un concepto biológico en el momento en que los efectos
reductivos, que están ligados a una analogía externa, llegan a ser obliterados en
beneficio de un análisis específico del ser viviente; el concepto de “reflejo” no fue
formado como un concepto biológico cuando Willis aplicó la imagen de un rayo de
luz reflejado a un movimiento automático; sino que sucedió el día en que
Prochaska pudo inscribirlo en el análisis de las funciones sensorio-motrices y su
centralización en relación al cerebro. [Cfr. La formation du concept de reflex aux XVII
et XVIII siècles, París, PUF, 1955] (Nota de M.F.)].
[390]
Georges Canguilhem, ibíd., pág. 10. [N. del T.]. <<
[391]
Referencia en nota 1, pág. 379. <<
[392]
El lugar clásico para este punto en Nietzsche es su escrito temprano,
incluido en sus póstumos, «Introducción teorética sobre la verdad y la mentira en
el sentido extramoral», en El libro del filósofo, trad. A. Berasain, Madrid,
Taurus, 1974. El texto había sido traducido al francés en 1969 por Kremer-Marietti.
<<
[393]
Immanuel Kant, Kritik der Urteilskraft (1790) [hay diversas traducciones al
español, mencionamos dos: la clásica de M. García Morente, de 1914, Crítica del
juicio (Espasa, Porrúa) y la más reciente de R. Rodríguez Aramayo y Salvador Mas:
Crítica del discernimiento, Madrid, A. Machado, 2003]. <<
[394]
Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Phänomenologie des Geistes, 1807 [hay tres
traducciones al español: Fenomenología del espíritu, de Wenceslao Roces en México,
FCE, 1966; de M. Jiménez Redondo, Valencia, Pre-Textos, 2006; de A. Gómez
Ramos en Madrid, Abada, 2010]. <<