Foucault Michel - La Etica Del Pensamiento
Foucault Michel - La Etica Del Pensamiento
Foucault Michel - La Etica Del Pensamiento
Lista de abreviaturas[1]
aunque sea cierto que entre lo uno y lo otro no se pueden cortar todos los lazos. La
sensibilidad de Foucault, su estar en un determinado contexto, espacio y tiempo
atraviesa su pensamiento, hay aqu un vector de temporalidad biogrfica que
penetra el pensamiento, este campo de lo abstracto, de lo conceptual.
Hay ah ya un irreductible momento tico, en esa configuracin que da el
nexo entre un medio y su vivencia, en esa experiencia; se da ah un ethos, en el
sentido de lugar determinado y sensibilidad, de carcter, que va a ser el inicio de
una problematizacin. Es un momento prctico, que inmediatamente se torna
terico en la pregunta que suscita, que como pregunta misma ser reelaborada. Por
eso sus libros revelan una escritura apasionada, que no siempre se ha sabido ver,
en los que est en juego algo incitante, vital, y que en la polmica que despiertan
aparece una toma de posiciones que desborda lo convencionalmente terico; sus
libros se postulan a modo de respuesta a una situacin, y su teora, como bien
defini Deleuze, podra considerarse como caja de herramientas [3] que ha de
servir en sus problemas a otros. Si algo satisfaca a Foucault era el saber que algn
libro suyo era utilizado por gentes que se movan en el medio al que afectaba, fuera
este el hospital psiquitrico o la prisin. De manera que de principio a fin todos sus
trabajos son recorridos por ese carcter prctico, si se quiere, de razn prctica. A esa
unin de vida y quehacer terico se refiri su autor ms de una vez:
no hay libro que yo haya escrito sin, al menos en parte, una experiencia
directa, personal. He tenido una relacin personal, compleja, con la locura y con la
institucin psiquitrica. He tenido con la enfermedad y con la muerte tambin una
cierta relacin. He escrito sobre el Nacimiento de la clnica y la introduccin de la
muerte en el saber mdico en un momento en que esas cosas tenan una cierta
importancia para m. Lo mismo, por razones distintas, con respecto a la prisin y a
la sexualidad.[4]
Y de esta manera declaraba su idea de la ntima unidad, de la fusin de la
prctica y la teora, que ms adelante tendremos ocasin de comentar:
Me parece que haba quiz una manera ms simple, yo dira ms
inmediatamente prctica, de plantear correctamente la relacin entre la teora y la
prctica, que consista en ponerla en obra en la propia prctica. En este sentido,
podra decir que siempre he tenido lo que fueran mis obras, en un sentido, por
fragmentos de autobiografa. Mis libros han sido siempre mis problemas
personales con la locura, la prisin, la sexualidad.[5]
A veces este carcter tico se expresaba sobre todo en los fines mltiples a
los que la obra responda, como era el caso con La voluntad de saber, el primer
volumen de su Historia de la sexualidad. Una obra que en su momento se ley
exclusivamente desde el punto de vista de una teora o analtica del poder.
Reparemos en esta respuesta en una de la mltiples entrevistas concedidas por el
autor:
Pregunta: Ms all de la dimensin histrica, hay una dimensin tica
implicada en la Historia de la sexualidad? No est de algn modo dicindonos cmo
actuar?
Respuesta: No. Si por tica entiende un cdigo que nos dira cmo actuar,
entonces, claramente, la Historia de la sexualidad no es una tica. Pero si por tica
entiende la relacin que usted tiene consigo mismo cuando acta, entonces dira
que tiende a ser una tica, o al menos a mostrar qu podra ser una tica del
comportamiento sexual. Sera una que no estara dominada por el problema de la
verdad profunda de nuestra vida sexual. La relacin que creo necesitamos tener
con nosotros mismos cuando tenemos sexo es una tica del placer, de la
intensificacin del placer[6].
Incluso en obras de carcter ms distante y abstracto como puede ser la
genial Las palabras y las cosas, una de sus obras ms difciles, y sin embargo ms
difundidas, la que le dio a conocer a un pblico amplio, la aparentemente ms fra,
la de su momento ms estructuralista, ese que dio pie a algunos, como Sartre, a
hablar de pensamiento tecnocrtico, la que se situaba en una lnea ms
formalista y anti-hermenutica es una obra, en primer lugar en relacin con sus
trabajos anteriores, pues aqu lo que se pretenda era hacer la arqueologa de las
ciencias humanas. De una de ellas, de la psicologa, ya haba seguido su rastro
antes, pero lo que a menudo ha pasado desapercibido es la intencin que iba unida
a la crtica terica de las ciencias humanas, el deseo de abrir paso a otra experiencia
fuera del sujeto, a otra individualidad que la que aquellas haban contribuido a
configurar. Se entiende entonces la curiosa convergencia que all veamos de
Nietzsche y aquellas contraciencias, opuestas al discurso de las ciencias
humanas: el anlisis lacaniano, la etnologa levi-straussiana y la neolingustica. A
Nietzsche se le atribua ser el primero en pensar el ser del lenguaje, en el que se
diluye el sujeto de las ciencias humanas, como en otro tiempo se le atribua ser el
primero en pensar la locura, aquello que haba sido desterrado por Descartes del
pensamiento moderno; Nietzsche nos abra hacia una subjetividad nueva, la del fin
del hombre, tal como las contraciencias en su confrontacin con aquellos lmites o
que tendremos que dar cuenta, pues indicar solamente un talante tico de partida
no es entrar an en la tica a la que pudo haber dado lugar.
Kant. Y de esa misma diversidad de autores, entre los que se cuentan algunos a los
que Foucault hizo crticas de calado (Kant, Marx, Weber), y, salvo Nietzsche, de
ninguno, al menos prima facie, nadie identificara con su obra, vena ahora, despus
de ms de veinte aos de trabajo incesante, a considerarse heredero o deudor
intelectual. En qu consista esa forma de filosofa tal como se presentaba en Kant
nos lo explic Foucault en diversos textos[13].
La pregunta por la Ilustracin, por el tiempo presente en que se viva, por la
propia poca era de un carcter distinto a las interrogaciones, nada raras en la
tradicin del pensamiento, relativas al propio tiempo, pues en el caso de Kant no se
trataba, como, por ejemplo, en la famosa querella, a partir del Renacimiento, entre
antiguos y modernos, de saber en qu medida el presente podra nutrirse
autnticamente de un pasado, el grecorromano que la poca medieval haba
abandonado, de si el perodo moderno poda alcanzar por s la misma altura o
superior a la de aquel, de constatar su vigor o su decadencia, su grado cualitativo.
El gnero de la filosofa de la historia se remonta, evidentemente, muy atrs, y uno
puede encontrar reflexiones filosficas sobre la propia poca, sobre su lugar en un
proceso amplio que puede estar marcado por el ser origen de, o simple transicin a,
o en fin, consumacin, etc. De Platn a Vico, e incluso a algunas reflexiones del
propio Kant en otros textos concernientes a la historia, podra hallarse ese tipo de
cuestionamiento. Tambin, nos recuerda Foucault, un hombre aparentemente
alejado de esas cuestiones como Descartes, se inquiere por su situacin histrica,
pero, ciertamente, no ms que como un contexto en el que definir mejor su
quehacer terico. La pregunta del Was ist Aufklrung?, sin embargo, no era una
pregunta por una Modernidad que hubiera que saber situar en una proceso amplio
de tiempo, en el curso de la historia, en relacin, por ejemplo, con una Antigedad,
respecto de la que no se sabe si se est en diferencia o en mera repeticin etc., sino
que era una interrogacin por el presente mismo en su densidad autnoma. Podra
decirse que en todo aquel otro tipo de interrogaciones por el tiempo, la relacin
entre filosofa y epocalidad es en cierto modo externa, o como dice Foucault
respecto de la contraposicin modernidad/antigedad, de carcter longitudinal,
para contraponer a ella la iniciada por Kant que sera de tipo sagital (LGS, 15) por
cuanto en esta interrogacin, el tiempo penetra el pensamiento mismo, en el
sentido de que determina su tarea, le da una finalidad, que es, de manera circular,
concerniente al tiempo mismo interrogado, le confiere una naturaleza distinta
puesto que en su interior lo ms propiamente universal, el estricto plano del
pensar, del concepto, de la teora, de lo universal, se ve cruzado por la
temporalidad, lo concreto, lo particular. Lo que est en juego en ese cruce son las
relaciones entre verdad e historia, que luego Hegel tematizara, y, en cierto modo,
pretende lograr, y parece estar ocurriendo ya, en ese momento epocal. Lo que se
dira condicin universal y permanente del ser humano solo parece acaecer en un
momento determinado que justamente es el que caracteriza a una poca
determinada.
Cuando Kant quiere advertirnos acerca de qu impide esa salida, nos dice
que no es ninguna otra cosa que nosotros mismos, nuestra pereza y cobarda
[Faulheit und Feigheit], nuestro temor a los riesgos de aventurarse solos en el pensar,
la comodidad de limitarse a seguir lo que otros digan; por eso Kant habla de
culpable inmadurez [verschuldeten Unmndigkeit]. No sera, pues, una limitacin
de la capacidad intelectual [nicht am Mangel des Verstandes]; Kant comparte la
sentencia cartesiana inauguradora de la modernidad, el buen sentido es la cosa
mejor repartida del mundo[14], todo el mundo la posee, no hay aqu limitacin
natural alguna. Tampoco se trata de una especie de minora jurdico-poltica, como
la del sbdito, del sometido, del que carece de derechos, pues la causa no est en
los otros, no est en algn poder institucional que se apodere de esta capacidad y
nos mantenga en un estado infantil. La causa es de otra ndole, no afecta al
entendimiento sino a la voluntad, no remite a una situacin jurdico-poltica, no es
debida nos dice Foucault, a la violencia de una autoridad, es debida
simplemente a nosotros mismos, a una cierta relacin con nosotros mismos (LGS,
32). Somos nosotros los que renunciamos a la autonoma del pensamiento. Por eso
preferimos abandonar nuestra conducta moral en manos de un director espiritual
(Seelsorger), y nuestra forma de vida en las del mdico, incluso de nuestro
entendimiento en las de un libro. Es tan cmodo no pensar, dice el texto de Kant.
Tres planos en que est en juego la autonoma del pensamiento quedan
indicados de esta plstica manera: el moral (Seelsorger), el del juicio (el mdico), el
del conocimiento (el libro). Y brillantemente Foucault seala cmo toda la obra
crtica de Kant remite a esos tres planos: La Crtica de la razn pura por lo que afecta
a las condiciones del conocimiento y sus lmites; la Crtica de la razn prctica, por su
atencin a la conciencia moral; y la Crtica del juicio por la relacin con la facultad
paradigmticamente vinculada al ejercicio del mdico. De manera interna est
relacionada la labor que Kant realiza en las Crticas con la reflexin realizada sobre
la Ilustracin. En una y otra lo que est en juego es la autonoma del sujeto. Como
sabemos, en la primera Crtica Kant estableca cules haban de ser los lmites
irrebasables para la razn, si no quera descarriarse ilusoriamente, cmo deba
atenerse a lo marcado por la experiencia. Y esto exactamente es lo que el sujeto ha
de respetar si no quiere sustituir su entendimiento por el de un libro, si no quiere
ponerse en esa situacin de dependencia, de heteronoma. Por lo que respecta a la
hay una base para pensar que ese progreso moral es no solo posible sino que se
est dando. Ello no tanto por la accin all desarrollada, por la participacin
heroica de las gentes o por su contenido, pues este incluso puede ser terrible y
puede acumular tal cantidad de miseria y crueldad que un hombre honrado, si
tuviera la posibilidad de llevarla a cabo por segunda vez con xito, jams se
decidira a repetir un experimento tan costoso; no, pues, por esto sino por lo que
sucede en los hombres que los observan, distanciados de estos sucesos, no en los
actores sino en sus espectadores, aquellos sin la menor intencin de tomar parte,
pues en ellos se despierta un sentimiento favorable, un entusiasmo que es muestra
de una actitud moral en los hombres: esta revolucin encuentra en el nimo de
todos los espectadores [in den Gemthern aller Zuschauer] (que no estn implicados
en el juego) una participacin de su deseo, rayana en el entusiasmo [Enthusiasm],
cuya manifestacin, que lleva aparejada un riesgo, no puede reconocer otra causa
que una disposicin moral del gnero humano [eine moralische Anlage im
Menschengeschlecht]. El entusiasmo, que es el signo de una disposicin moral no es
despertado sino porque lo que se observa en la revolucin es la institucin del
derecho de un pueblo a darse la propia constitucin, que no es otra que la
republicana [die republicanische Verfassung], una constitucin que es en si misma
justa y moralmente buena, que tiene como fin evitar la guerra agresiva, y con
ello, acabar con todas las guerras, fuente de todos los males y de toda corrupcin
de las costumbres.
El entusiasmo es un afecto, y en tanto que tal no puede ser aprobado [nicht
ganz zu billigen ist], nos dice Kant, ya que solo podra serlo aquello que la razn
prctica misma dictase, en la medida en que es desinteresado, no est teido por
brizna de egosmo alguno, pero en este caso este afecto o sentimiento apunta
directamente al bien, es una participacin afectiva en el bien [die Theilnehmung
am Guten mit Affect], se refiere a lo ideal, a lo moral puro, esto es, al concepto del
derecho [aufs Idealische und zwar rein Moralische geht, dergleichen der Rechtsbegriff ist].
Dejemos aqu el texto de Kant; quedmonos con la idea de que la pregunta
por el acontecimiento central de la poca de la Ilustracin tiene un significado de
naturaleza moral, y que apunta al concepto puro de derecho, que para Kant es
igualmente de ndole moral, que la constitucin que lo encarna tiene tal carcter.
No olvidemos que una veta moral recorra tambin la contestacin a la pregunta
por la Ilustracin, pues la dificultad de su salida se deba a una actitud de falta de
gobierno de s del individuo. Subrayamos esta idea, con independencia de lo dicho
por el propio Foucault en su comentario, que queda igualmente recogido, por el
inters que tiene para nosotros por cuanto que, como veremos, la conclusin que el
pensador francs extrae de todo ello, tambin es una leccin en definitiva moral.
La lectura de Foucault del primer texto, el de la respuesta de Kant a la
pregunta qu es la Ilustracin?, se detiene en sealar cierta vacilacin e
incongruencia por parte de Kant en el planteamiento de la salida de la minora de
edad o heteronoma del pensamiento, pues despus de decir que no se debe a
obstculo alguno el que los hombres permanezcan en la situacin de menores de
edad, sino a s mismos, a su pereza y cobarda en asumir la divisa ilustrada del
sapere aude, menciona, sin embargo, la existencia de obstculos que impiden esa
salida. Por otra parte, examina la posibilidad de que algunos hombres libres, que s
han alcanzado el estadio de madurez, de autonoma del pensar pudieran
encargarse de liberar a los dems, de guiarles en ese camino, pero tal va sera
impracticable toda vez que estos se convertiran en los nuevos tutores, directores
espirituales, poniendo en situacin de minora de edad a los dems, anticipando
ah Kant el destino de las vanguardias revolucionarias.
Para comprender mejor cmo puede darse una salida es preciso examinar la
estructura en que se desenvuelve la minora de edad, que Kant caracteriza
mediante la distincin entre el uso privado de la razn y su uso pblico. Considera
que esa minora se da por cuanto que la obediencia exigible y justificada en el uso
privado, esto es, cuando el sujeto pertenece a una comunidad determinada y se
debe a ella (como el sacerdote, el funcionario, el militar) y en consecuencia en el
mbito delimitado por su institucin ha de subordinarse a sus superiores, sacrifica
tambin la libertad de razonamiento, de pensamiento que ha de tener, sin ningn
lmite, en el uso pblico de su razn, es decir, cuando ya no como miembro de una
institucin sino como sujeto universal, como ciudadano del mundo, se dirige a
todos, al pblico. Mayora de edad, por tanto, significara que la obediencia
delimitada primera no comprometiese la libertad total segunda, que la obediencia
no sacrificase el pensamiento, que hubiera pues la perfecta delimitacin de lo que
es exigible al uso privado y al uso pblico de la razn. La ilustracin comportara,
pues, un especial reparto entre, por un lado, lo que el individuo se exige a s y a lo
que se compromete (pensar, obedecer, etc.) y, por otro, aquello que le es dable a la
autoridad y a las instituciones (respetar esa divisin, circunscribir su principio de
obediencia, etc.); en trminos de Foucault: He ah en lo que ha de consistir el
proceso de la Aufklrung, el nuevo reparto, la nueva distribucin del gobierno de s
y el gobierno de los otros (LGS, 36); distribucin entre las exigencias individuales
y las institucionales, entre el sujeto y la autoridad, entre lo tico y lo poltico.
Entonces, Kant acaba por determinar que el agente que podra dar paso a esa
Foucault, vemos cmo al establecer este nexo con Kant, estaba tambin trazando, al
menos parcialmente, cual era tambin su propia trayectoria. Foucault no es un
historiador de las ciencias del estilo de los mencionados, a pesar de todo, no es un
historiador epistemolgico, en l la historia de las ciencias adquiere un carcter
singular, pues se sita en un estadio previo al umbral de cientificidad del
conocimiento; al tratar, por ejemplo de las denominadas ciencias humanas atiende
particularmente a un humus diverso (compuesto por discursos y prcticas) del que
aquellas emergieron. Si se repara en esa perspectiva s, creo, se puede ver el
entronque con aquella lnea que haca remontar a Comte. Sin olvidar que su
objetivo central no eran tanto los sistemas discursivos o de conocimiento, sino la
singular genealoga del sujeto occidental moderno; la historia de la ciencia jugaba
un papel crucial en esa investigacin, toda vez que los discursos con los que
aquella genealoga tena que ver, tendan a organizarse cientficamente. As lo
sealaba en una conferencia en EE. UU.:
Para esta clase de investigacin, la historia de la ciencia constituye un punto
de vista privilegiado. [] Mientras que la historia de las ciencias es sin duda un
importante campo de pruebas para la teora del conocimiento, as como para el
anlisis de los sistemas de significacin, es tambin un terreno frtil para el estudio
de la genealoga del sujeto. [] En consecuencia, yo no busco hacer una historia de
las ciencias en general, sino solamente de aquellas que se han esforzado en
construir un conocimiento cientfico del sujeto. [] yo trabajo en una historia de la
ciencia que es, en cierto modo, una historia regresiva que se esfuerza en sacar a la
luz las prcticas discursivas, institucionales y sociales de donde esas ciencias
surgen; sera una historia arqueolgica[22].
Por otra parte, no habra que olvidar que, particularmente, la influencia de
Nietzsche sirvi de enlace entre la historia de la ciencia francesa y la genealoga
foucaultiana, pues el filsofo alemn era el crtico ms agudo en cuanto a una
razn que se substrayese a los alea de la contingencia, a la impredicibilidad de la
historia, a su penetracin por elementos ajenos en su naturaleza a todo lo
discursivo. En ese punto de contacto entre historia y racionalidad con todo lo que
supona de cuestionamiento de la concepcin tradicional del conocimiento es en el
que se encontraban Nietzsche y la historia epistemolgica de las ciencias. Ambos se
preguntaban: en qu medida la historia de una ciencia puede poner en duda su
racionalidad, limitarla, introducir en ella elementos exteriores? Cules son los
efectos contingentes que penetran una ciencia a partir del momento en que tiene
una historia?[23] Al fin, el historiador de la ciencia ms influyente sobre Foucault, el
director de su tesis, Georges Canguilhem, siempre estuvo muy interesado por el
pensamiento nietzscheano[24].
En esa senda Foucault retomaba de forma nueva la cuestin de la Aufklrung,
y lo haca en los trminos de una pregunta por los lmites de la racionalidad poltica,
por la intrincada relacin entre racionalidad y poder, o, ms ampliamente, entre
conocimiento y poder. Esta sera la configuracin que hoy cobrara aquella nueva
forma de filosofa crtica que Kant haba iniciado. La crtica hoy deba, por tanto,
afrontar otros lmites, que ya no eran de carcter gnoseolgico.
tiene un carcter negativo que ha de ser respetado, el segundo nos presenta una
tarea positiva, la de detectar tericamente aquellos lmites que nos configuran
como sujetos de una determinada manera, y se nos presentan como naturales,
como necesarios, como universales y por tanto como inviolables, inmutables, para
observar en ellos su carcter artificial, ligado a prcticas, a acciones e instituciones,
etc., su carcter, por ende, contingente, surgido en un momento dado de la historia,
vinculado a acontecimientos, particular; de donde la actitud prctica de emprender
la tarea de eliminarlos para transformarnos, para ser de otra manera.
La crtica consiste ciertamente en el anlisis y la reflexin sobre los lmites.
Pero si la cuestin kantiana era la de saber qu lmites el conocimiento deba
renunciar a transgredir, me parece que la cuestin crtica hoy debe ser revertida en
una cuestin positiva: en lo que nos es dado como universal, necesario, obligatorio,
qu lugar ocupa en ello lo que es singular, contingente y debido a constricciones
arbitrarias. El punto, en suma, consiste en transformar la crtica realizada en la
forma de la limitacin necesaria en una crtica prctica que toma la forma de una
transgresin posible[27].
Lmites que desafan, pues, nuestra autonoma, nuestra libertad. De lo que se
trata en ltima instancia es de la prctica de la libertad, eso que define a la tica
misma. Por eso, si bien hablamos de dimensin poltica, tambin debemos hablar
de dimensin tica, estamos ante una posicin tico-poltica. Esa sera para
Foucault la verdadera herencia de la Ilustracin.
Foucault habla de actitud, actitud crtica, y emplea muy
significativamente el trmino griego ethos, al que aade el calificativo de filosfico.
Resulta que en el nuevo modo de interrogarse por el presente, en esa nueva forma
de filosofa, la ontologa de nosotros mismos, hay inserto un ethos, un determinado
talante, una relacin de carcter prctico. El atravesamiento del pensamiento por la
temporalidad comporta esta otra dimensin, un compromiso del propio sujeto de
pensamiento con ella. Es el tiempo el que le suscita un cuestionamiento
determinado, es su respuesta a l lo que le apela a una tarea en l. Hay en esa
forma filosfica una cara terica, ciertamente, pero toda ella est atravesada por un
motivo prctico. Ambos elementos estn recogidos en el concepto de actitud o ethos
filosfico, es un ethos, pero ethos de pensamiento. No es desligable en l, como
esperamos se vea mejor ms adelante, una vez que incorporemos otros elementos,
el lado terico y el lado prctico; la interrogacin y la crtica son dimensiones del
mismo fenmeno. Recordemos que en la pregunta kantiana por la propia poca se
quera saber acerca de algo, se juzgaba la situacin y se observaba cmo, en
polo benfico a una no menos unitaria sin-Razn. Este es el absurdo juego del
racionalismo e irracionalismo al que Foucault se resista, por mucho que se le
acusara de jugar en el segundo polo. Probablemente, aguijoneado por estos
abusivos reproches, varias veces insisti en el chantaje que supona este juego,
que terminaba por declarar contrario a la Ilustracin, y, en consecuencia, a la
racionalidad misma, a cualquier crtica a ella dirigida, y no eran pocas las que
podan encontrarse en la obra foucaultiana[31]. Foucault rechazaba lo que
podramos denominar el modelo de la gran bifurcacin, ese momento en el que la
marcha benfica de la Razn se desviaba de su camino y su luz se extingua, por lo
que, en consecuencia, habra que retrotraerse a aquel punto para retomar la buena
senda, y esa recuperacin adquira a menudo la forma de la memoria, de su lucha
frente al gran olvido. Tanto la fenomenologa como el marxismo seran dos
variantes del mismo[32]. El modelo weberiano, tan influyente en algunas de estas
formas, no nos pondra tanto en la perspectiva de una bifurcacin, de un
alejamiento de la razn a partir de un momento dado como en la de su conversin
en algo negativo por su consumacin progresiva, por su extensin. La
fenomenologa partira de la idea de un sujeto fundante, instaurador de la razn,
de su proyecto esencial, que en un momento del proceso adquiere una bizarra
configuracin (naturalismo, objetivismo, matematicismo) que se sustrae al
Lebenswelt (mundo de la vida) al que permaneca unida, del que adquira su
sentido pleno y fines, y se autonomizaba fatalmente. Se requerira, por tanto,
devolverla a su suelo natal para retomar el buen camino abandonado. En el caso
del marxismo, ya en su variante luckasiana o en la francfortiana, ms all de la
cuestin de un sujeto fundacional, se cifrara la causa del momento de la gran
bifurcacin, el momento del irracionalismo y de la desustanciacin de la razn en
mera razn formal o instrumental, en un conjunto diverso de causas sociales, que
remitiran, en el extremo, a un cambio en el modo de produccin capitalista o que,
incluso, podran retrotraerse hasta el comienzo mismo de la civilizacin occidental.
Foucault era demasiado nietzscheano como para compartir este modelo que
esquematizamos. Ni haba que partir de sujeto fundante ni unificador alguno, ni de
una especie de razn unitaria sobre la que la historia apenas ejerce otro efecto que
el de su facilitacin u obstculo, de un macroprocreso de racionalizacin trmino
que en s debiera ser metodolgicamente evitado [33]; frente a todo ello: sumersin
del sujeto mismo en la historia y constitucin contingente y plural de diversas
formas de racionalidad, la razn en su pluralidad como acontecimiento, como tal
sometido a la multiplicidad heterognea de las causas, de las relaciones y de las
prcticas[34].
Con ese bagaje de fondo hay que recordar que Nietzsche fue el operador
en el panorama filosfico francs para el distanciamiento respecto de las tendencias
dominantes de la fenomenologa y el marxismo, Foucault prefiere plantear el
problema de la Ilustracin, el del cuestionamiento de los lmites fijados
innecesariamente, el del nexo de racionalidad y poder o dominacin, abordando
campos diversos de nuestra cultura, experiencias claves de ella en que una
determinada racionalidad se ha constituido, sean estas la locura, la enfermedad, los
modos discursivos en que se ha definido un sujeto vivo, hablante, de produccin,
experiencia de la delincuencia, de la sexualidad, de la constitucin de s mismo,
por sealar los diversos espacios del trabajo foucaultiano. La fidelidad al ethos
ilustrado debiera, pues, conducir a un conjunto diverso de investigaciones
histricas, de arqueo-genealoga del sujeto occidental en diversos campos de
experiencia. Esto es exactamente lo que nos exigira la ontologa del presente. Esto
es lo que Foucault trat de hacer.
La eleccin de los diversos campos de investigacin sobre las racionalidades
guarda un hilo que los une, dentro de las diferencias de objeto y de su tratamiento,
pues todos ellos tratan del sujeto, del hombre, de su conversin en objeto de saber
de pretensin cientfica, por tanto de un objeto que entra en un juego discursivo
regido por la cesura verdad/falsedad. Se trata en todos ellos de cmo se ha
intentado establecer una verdad, acerca de la locura, del sexo, de la enfermedad,
del delincuente Evidentemente esto se ha hecho con una metodologa y con un
propsito que nada tiene que ver con una especie de historia del conocimiento,
pues nada tena que ver esto con la progresin lenta de un anlisis que logra
esquivar censuras, ideologas, y mistificaciones para desvelar finalmente la verdad
ansiada de su objeto, sino que la constitucin del ser humano en objeto de distintos
regmenes discursivos, significaba su unin a prcticas mltiples, no-discursivas,
mecanismos de poder, etc. por lo que el proceso de conocimiento al mismo tiempo
que desvelaba su objeto lo configuraba. El sujeto no era un referente ajeno a los
mecanismos de saber, sino moldeado por la produccin misma de un saber sobre
l. La locura del loco no era ajena a su verdad, a la fabricacin de un conocimiento
sobre el sujeto del asilo psiquitrico. Produccin de saber, prcticas de poder,
verdad y configuracin subjetiva, o ms precisamente, procesos de subjetivacin,
mantenan relaciones inextricables. Todos estos elementos componan un sistema
de racionalidad determinado en un mbito definido. Foucault mediante esas
investigaciones parciales habra ido conformando toda una genealoga del sujeto
moderno. Muy atinadamente, pienso, poda tambin calificarse todo ese intento,
como l mismo tmidamente sugeri alguna vez, de nueva genealoga de la
moral[35]. Solamente conociendo cmo nos hemos ido constituyendo podramos
5.
RACIONALIDADES,
PROBLEMATIZACIONES
EXPERIENCIAS,
Por eso, repetidas veces, nos ha dicho que la comprensin de cada uno de esos ejes
le exigi los correspondientes desplazamientos tericos con respecto a las maneras
dadas en que eran estudiados, sus nuevos planteamientos respecto a los discursos
(frente a la hermenutica y el marxismo), respecto del poder (respecto de la
concepcin jurdica y marxista), respecto del sujeto (de toda la tradicin filosfica,
del humanismo, etc.).
Foucault advierte que la importancia relativa de esos tres ejes no es siempre
la misma en todas las formas de experiencia [41]. Y, en efecto, si repasamos cada una
de sus obras, vemos que la relevancia y atencin a cada uno varia, del estudio de la
experiencia de la locura al de la experiencia de la sexualidad. Sin duda, de todas
sus obras, la ms rica en campos de atencin, aquella en que todos los ejes son
contemplados es la Historia de la locura, y ello a pesar de que ah, como es lgico, no
en vano fue considerada su primera obra arqueolgica, aun no se habra elaborado
lo suficiente, tanto su concepto de experiencia o su concepto de poder, como l
mismo reconocera. En la visin retrospectiva que hace sobre todo su trabajo en
uno de sus ltimos cursos en el Collge, deca sobre esta obra: despus de precisar
muy significativamente que en ella no trataba de analizar la locura como un
objeto invariante a travs de la historia, y sobre el cual habran jugado un cierto
nmero de sistemas de representaciones, y que tampoco pretenda estudiar la
actitud que se haba podido tener, a travs de los siglos o en un momento dado, a
propsito de la locura; son desechadas, pues, estas dos otras maneras de hacer
historia, por lo dems, muy habituales: una historia de las representaciones, o de las
ideologas, sobre algo que se estima permanente, pero que en funcin de factores
diversos cambia en el modo de ser entendido; ni una historia de las sensibilidades,
reacciones, comportamientos sociales hacia ella, vinculados a valores e ideas, como
sera una historia de las mentalidades. No se tratara de ninguno de esos modos de
historiar la locura.
Sino, se trataba ciertamente de intentar estudiar la locura como experiencia
en el interior de nuestra cultura, retomar la locura, en primer lugar, como un punto
a partir del cual se formaba una serie de saberes ms o menos heterogneos, y
cuyas formas de desarrollo haba que analizar: la locura como una materia de
conocimientos, que pueden ser propiamente de tipo mdico, tambin de tipo
especficamente psiquitrico o de tipo psicolgico, sociolgico, etc. En segundo
lugar, la locura en la medida misma en que ella es forma de saber, era tambin un
conjunto de normas, normas que permiten recortar la locura como fenmeno de
desviacin en el interior de una sociedad, y al mismo tiempo igualmente normas
de comportamiento de los individuos en relacin con ese fenmeno de la locura y
cuerdo, sujeto de una sexualidad, sujeto hablante, vivo, trabajador, etc. Esto es lo
que exiga, por otra parte, una ontologa de nosotros mismos. En todos esos
variados procesos hay un elemento en particular al que Foucault ha atendido
especialmente, que ocupa un lugar central: la verdad. Todos los dominios
estudiados estn decamos atravesados por el eje del saber adems del poder y
de la relacin a s. Pero a Foucault le interesa sobre todo dentro de ese saber, dentro
del variado conjunto de prcticas discursivas que recubren cada dominio, aquellas
que van haciendo ingresar al sujeto en un sistema de distincin entre lo verdadero
y lo falso, en un rgimen o juego de verdad, y al ir siguiendo la emergencia de esos
discursos de verdad, que constituirn las ciencias humanas, va observando cuales
son los efectos sobre el sujeto mismo del cual se dicen, cul es su coste, cules son
sus consecuencias; mostrando su carcter limitativo, coactivo, constreidor sobre la
subjetividad, o suplantador de otras relaciones, no necesariamente cognitivas con
la realidad. Ello frente a la perspectiva filosfica tradicional, y tambin ilustrada,
que asocia sin ms verdad y bien, verdad y efectos benficos. Indudablemente esta
es la veta ms hondamente nietzscheana de todo su trabajo. No, pues, el hombre
como ser volcado a la verdad, como una perspectiva heideggeriana afirmara, o la
cartesiana del hombre como ser de verdad, sujeto transparente de conocimiento,
sino del hombre como objeto de verdad para s mismo; no las riquezas
proporcionadas por la verdad sino sus costes; en fin, no el paciente, calmo, trabajo
de su obtencin en el mbito de la conciencia, sino su produccin interseccionada
por prcticas de divisin, exclusin, o coactivas La relevancia de este elemento es
lo que llev a Foucault a compendiar su obra como una historia de la verdad:
Me parece mejor percibir ahora de qu manera, un poco a ciegas, y por
fragmentos sucesivos, yo me haba comprometido en esta empresa de una historia
de la verdad: analizar no los comportamientos ni las ideas, no las sociedades y sus
ideologas, sino las problematizaciones a travs de las cuales el ser se da como
pudiendo y debiendo ser pensado y las prcticas a partir de las cuales ellas se
forman. Y a continuacin se refiere a sus trabajos: problematizacin de la locura
y de la enfermedad [] problematizacin de la vida, del lenguaje y del trabajo []
problematizacin del crimen. (UP, 17-18).
La crtica, pues, de una forma de racionalidad, experiencia o
problematizacin ha de ser tambin, y de manera capital, del juego de verdad que
envuelve cada uno de esos sistemas de pensamiento o dominios. Demos ahora un
paso ms y veamos cmo esa crtica no es sino del pensamiento mismo, crtica del
pensamiento sobre el pensamiento.
hace ver transformables, y ese mismo trabajo intelectual sirve de herramienta para
quien quiera colaborar en esa tarea.
En fin, el intelectual contribuye a cambiar lo ms importante, contribuye a la
transformacin ms difcil, la ms honda, pues afecta al pensamiento, que al fin es
la manera en que los humanos afrontan lo real[64]; si una figura de experiencia depende
de un sistema de pensamiento, mientras este no cambie nada verdaderamente
habr cambiado, las modificaciones sern superficiales, nada cambia si el
pensamiento permanece igual. Si no ha habido en la base el trabajo del
pensamiento sobre s mismo y si efectivamente los modos de pensamiento, es decir,
los modos de accin, no han sido modificados, cualquiera que sea el proyecto de
reforma, se sabe que va a ser fagocitado, digerido por tipos de comportamiento y
por instituciones que sern siempre los mismos[65].
No hay, pues, solucin de continuidad entre la labor intelectual, el trabajo
del pensamiento, y la accin poltica. En la medida en que el intelectual es fiel a su
propio trabajo en el terreno del pensamiento la accin se desprender de ello; a
partir del momento en que se comienza a no poder pensar ya las cosas como se las
piensa, la transformacin se hace a la vez muy urgente, muy difcil y perfectamente
posible. Por tanto, no hay un tiempo para la crtica y un tiempo para la
transformacin[66]. La accin del intelectual no es otra que su propio trabajo, el
pensamiento es ya la accin. Foucault no comparte el hiato clsico entre teora y
praxis. El pensamiento tiene un impacto en lo real, modifica de la manera ms
honda nuestros campos de experiencia, por eso es ya accin; y del pensador o
filsofo no cabe esperar otra cosa. Que, adems, a esa accin una otras, vote,
redacte un manifiesto, convoque o se sume a una manifestacin, esto no forma ya
parte necesariamente de su trabajo, lo que no quiere decir que est, obviamente,
desligado de l, sino que son acciones en calidad sencillamente de ciudadano.
Una dimensin distinta del trabajo en el pensamiento, del pensamiento sobre
s, afecta al modo de concebir la actividad filosfica, la actividad crtica, que
Foucault no disociaba del modo de vivir. En contra de la tradicin que
emblemticamente arranca de Descartes, en que el sujeto de pensamiento se
desliga de toda una forma de trabajo del individuo sobre s mismo, de toda una
serie de tcnicas de vida que son necesarias, lo eran en la filosofa griega, para lograr
una mejor disposicin del sujeto en su tarea de acceso a la verdad, todo lo que se
denominaba un trabajo de ascesis, que como tal es un trabajo moral, de
conformacin del sujeto en su totalidad. Ese trabajo de reelaboracin de s mismo, a
travs de mltiples tcnicas (de escritura, de memoria, de escucha, etc.) era un tipo
Bueno, solo nos queda que recoger los cabos lanzados en las aproximaciones
reflexivas hechas para dar cuerpo a la tesis que sostenemos de que la tica que
recorre los trabajos foucaultianos es una tica del pensamiento. Si estamos en lo
cierto, la primera vez en que se refiere a una tica del pensamiento es en Las
palabras y las cosas, con un enfoque distinto, ciertamente. All aparece como un
resultado del cambio epistmico por el que con el surgimiento del hombre queda
atrs definitivamente la episteme clsica. Surge entonces una tensin por la que el
sujeto, su pensamiento, el cogito es constantemente rebasado por algo previo, el
lenguaje, la vida, la historia. De forma natural se desprende la tarea, una especie de
prescripcin, de imperativo que insta al sujeto a dar cobro a eso que lo rebasa, a
tratar de captar lo impensado, lo que constantemente apunta a un ms all del
sujeto. Esta es la tica del pensamiento, la impulsin a traer a conciencia lo que le
rebasa, pensar lo impensado, tome las formas que tome (psquicas, antropolgicas,
cognitivas, lingsticas, etc.), inconsciente (Schopenhauer), alienacin (Marx), lo
inactual e implcito (Husserl). Todo el pensamiento moderno est atravesado por
la ley de pensar lo impensado de reflexionar en la forma del para-s los
contenidos del en-s, de desalienar al hombre reconcilindole con su propia
esencia, de explicitar el horizonte que da a las experiencias su transfondo de
evidencia inmediata y desarmada, de levantar el velo del Inconsciente, de
absorberse en su silencio o de disponer el odo hacia su murmullo indefinido
(MC, 338). En esa captura sin fin, el sujeto se transforma toda vez que la reflexin
modifica lo reflexionado. El pensamiento, entonces, es accin al mismo tiempo. No
cabe una llamada a la accin, como aquello que se sigue de la idea, una llamada a
una salida de s, todo esto queda replegado en el propio pensamiento. La tica
moderna, en el sentido de esa apelacin a otra accin quedara entonces
imposibilitada; en ella todo imperativo est alojado en el interior del pensamiento
y de su movimiento para retomar lo impensado; es la reflexin, es la toma de
conciencia, es la elucidacin de lo silencioso [] lo que constituye por s solo el
contenido y la forma de la tica (MC, 338-339). No es posible formular una moral
porque el pensamiento es ya en s la accin, es desde el principio, y en su propio
espesor, un cierto modo de accin. Como tal el pensamiento es ya salida de s
mismo en su ser propio, no es ya teora; desde el momento en que piensa, hiere o
reconcilia, aproxima o aleja [] es en s mismo una accin (MC, 339).
Pues bien, no es esta tica del pensamiento, que all describa Foucault
como un resultado de la episteme moderna, la que finalmente l nos propona?
Claro es que la gran diferencia en el caso de Foucault es que l desplaza la figura
del hombre, el ser de la finitud, en torno a la que se recortaba ese planteamiento, lo
que suceda ciertamente por el cambio en la concepcin del sujeto y de la
subjetividad, al someterlo a una completa historizacin, sino tambin por el cambio
en la propia concepcin del pensamiento al no delimitarse por el paradigma de la
conciencia; al fin, Foucault vena a situarse en la estela de la ruptura que con esta
episteme, con ese constante referirse a eso Otro que rebasa el cogito en los trminos
de este, del sujeto, y no de manera autnoma, planteaban las obras de un LeviStrauss o un Lacan y toda la neolingstica.
Foucault en sus formulaciones de la carga crtica vinculada intrnsecamente
a una historia del pensamiento nunca se refiri a este particular enlace con los
desplazamientos sealados, que su concepcin vena a establecer con lo referido
en Las palabras y las cosas. Sea como fuere, la base de esta tica la encontramos en la
formulacin ya mencionada de que la tica no es otra cosa que la prctica de la
libertad, que esta es la condicin del sujeto, la condicin de posibilidad para
introducir una impronta en su situacin, en el discurrir de la historia. Una libertad
que se abre en el seno de relaciones de poder, como indicamos, que no puede ser
concebida como mera anttesis con l. En la nocin de gobierno hallbamos que el
poder solo se daba en relacin a sujetos, no a seres a los que esa cualidad se le
hubiera robado por su reduccin a instrumento, a objeto. Que en esa fisura,
posibilitante a la vez del poder y de su contestacin, se abre paso la accin. Pero
de qu accin se trata? Para Foucault la accin clave no es otra que la accin del
pensamiento. En primer lugar, porque la libertad misma, esa fisura en que la accin
humana irrumpe, en que la historia se hace posible y a la vez la contra-historia, el
cambio de su marcha, lo no determinado por ella, solo surge en la medida en que
hay pensamiento, pues es la labor de este la que rompe el eslabn de la
determinacin histrica, de lo que encadena al sujeto a un sistema de dominacin,
pues lo que hace el pensamiento es establecer una distancia, romper el vnculo con
las cosas que no deja verlas de otro modo que el que est ya por ellas como un a
priori perceptivo prescrito, el pensamiento se deshace de esa familiaridad, de esa
naturalidad con la que se presenta algo, con la que nuestro medio nos es dado,
toma distancia y somete a problematizacin lo que se manifiesta como evidente. En
esa distancia, en esa problematizacin se abre la libertad, esa es la verdadera
accin, pues la libertad no es un estatuto sino una prctica, y en esa labor del
pensamiento aparece. El pensamiento es la libertad en relacin con lo que se hace,
el movimiento por el cual uno se desapega de ello, lo constituye como objeto y lo
Toda tica tiene un fin, una tica del pensamiento, que nace de la propia
naturaleza de este no puede tener otro que el pensamiento mismo, que es otra
manera de decir la libertad. S entre tica y libertad hay un reenvo mutuo, pues la
libertad es la condicin ontolgica de la tica; pero la tica es la forma reflexiva que
toma la libertad[83], as tambin entre pensamiento y libertad. El trabajo del
pensamiento sobre el pensamiento era el trabajo de cambiar nuestros lmites, es
decir una labor paciente que da forma a la impaciencia de la libertad[84].
Textos de Foucault
2. Sobre el poder[88]
aos ms tarde sin siquiera haber abierto la boca sobre lo que haba visto, tan
traumatizado haba quedado Estoy convencido, por lo tanto, de que por razones
polticas no era posible plantear el problema de la prctica real del confinamiento,
de la naturaleza real de la prctica psiquitrica que, desde el siglo XVII hasta
nuestros das, se haba extendido por Europa.
P. B.: Pero los psiquiatras no podan simplemente ignorar su Historia de la locura.
Usted ha explicado cmo, al principio, hubo un bloqueo poltico. Qu sucedi despus?
Le leyeron o nunca le perdonaron por haber escrito ese libro?
Foucault: Las reacciones fueron verdaderamente muy extraas. Al
principio, no hubo reaccin por parte de los psiquiatras. Despus lleg mayo del
68. Exactamente despus, en 1969, algunos psiquiatras se reunieron en una
conferencia en Toulouse y, dirigidos por marxistas, declararon, a bombo y platillo,
que yo era un idelogo, un idelogo burgus, etc. Formaron, literalmente, un
tribunal de psiquiatras para condenar ese libro. Pero, mientras tanto, haba tenido
lugar mayo del 68 y la corriente profunda de la anti-psiquiatra asociada a Laing
y Cooper[93] estaba hablando mucho de ello y ahora llegaba a la conciencia del
pblico general. En 1968 los psiquiatras ms jvenes o aquellos que, de un modo u
otro, estaban comenzando a familiarizarse con las ideas de la anti-psiquiatra
comenzaron a denunciar, de manera absolutamente abierta, algunos mtodos
usados por la psiquiatra. De repente, mi libro fue visto como un libro de antipsiquiatra e, incluso hoy, todava no he sido perdonado por ello, por esos
motivos, lo que es realmente bastante hilarante. Conozco a varios psiquiatras que,
cuando se refieren al libro, hablando conmigo, lo llaman, por una especie de lapsus
linguae que es a la vez halagador y chocante, El elogio de la locura. Conozco a
algunos que lo ven como una apologa de los valores positivos de la locura frente al
conocimiento psiquitrico Por supuesto, en absoluto se trata de eso en Historia de
la locura solo tiene usted que leer el libro para verlo[94].
P. B.: En 1966 usted saca a la luz un libro, Las palabras y las cosas[95], que ha sido
famoso desde entonces. Este difcil libro
Foucault: S, y permtame hacer una observacin rpida: es el libro ms
difcil, el ms tedioso que yo haya escrito, y fue pensado concienzudamente para
ser ledo por aproximadamente dos mil acadmicos que estaban interesados en
algunos problemas referentes a la historia de las ideas. Por qu se convirti en un
xito? Es un completo misterio. Mi editor y yo hemos pensado mucho sobre ello,
pues hubo tres reimpresiones sucesivas de Las palabras y las cosas antes de que
dnde es reinvertida. Pero el poder sabemos muy bien que no son los que gobiernan
quienes lo tienen. La nocin de clase dominante ni est muy clara ni muy desarrollada.
Podra explicarme este anlisis del poder con mayor detalle?
Foucault: Sera atrevido por mi parte si le dijera que mis ideas sobre este
tema son ms claras ahora que entonces. Todava creo, pues, que el modo en que el
poder es ejercido y funciona en una sociedad como la nuestra est poco entendido.
Por supuesto, hay estudios sociolgicos que nos muestran quines son los jefes de
la industria en el presente, cmo se forman los polticos y de dnde vienen; hay
tambin estudios ms generales, habitualmente inspirados por el marxismo, que se
ocupan de la dominacin de la clase burguesa en nuestras sociedades. Pero, bajo
este paraguas general, las cosas me parecen mucho ms complejas. En las
sociedades industrializadas de Occidente, las preguntas Quin ejerce el poder?
Cmo? Sobre quin? son ciertamente las que la gente siente con ms fuerza. El
problema de la pobreza, que obsesion al siglo XIX, ya no es, para nuestras
sociedades occidentales, de primera importancia. Por otro lado: Quin toma
decisiones por m? Quin me impide hacer esto y me dice que haga aquello?
Quin est programando mis movimientos y actividades?, Quin me est
forzando a vivir en un lugar determinado cuando yo trabajo en otro? Cmo se
toman esas decisiones a las que mi vida est completamente unida? Todas esas
cuestiones me parece que son fundamentales hoy. Y no creo que esta pregunta
quin ejerce el poder? pueda responderse a menos que otra pregunta cmo
ocurre? se responda al mismo tiempo. Por supuesto, tenemos que mostrar quienes
son los responsables, sabemos que tenemos que recurrir, digamos, a diputados,
ministros, destacados secretarios privados, etc. Pero esta no es la cuestin
importante, pues sabemos perfectamente bien que incluso si llegsemos a designar
exactamente a toda esa gente, a todos esos decision-makers, todava no sabramos
realmente por qu y cmo se toma la decisin, cmo llega a ser aceptada por todos,
y cmo es que perjudica a una particular categora de personas, etc.
P. B.: Entonces, no podemos estudiar el poder sin lo que usted llama estrategias de
poder
Foucault: S, las estrategias, las redes, los mecanismos, todas esas tcnicas
por las que una decisin es aceptada y por las que esa decisin no poda haber sido
tomada sino en la manera en que lo fue.
P. B.: Todos sus anlisis tienden a mostrar que hay poder por todas partes, incluso
en las fibras de nuestros cuerpos, por ejemplo, en la sexualidad. El marxismo ha sido
criticado por analizar todo en trminos econmicos e incluso reducir todo, en ltimo
anlisis, a un problema econmico. No puede, tambin, ser usted criticado por ver el poder
en todas partes y, en ltimo anlisis, de reducir todo a poder?
Foucault: Esa es una cuestin importante. Para m, el poder es el problema
que ha de ser resuelto. Tome un ejemplo como la prisin. Quiero estudiar el modo
en que la gente termin por establecer el uso tardo en la historia del
encarcelamiento, antes que el destierro o la tortura, como un mtodo punitivo. Este
es el problema. Ha habido excelentes historiadores alemanes y socilogos de la
Escuela de Frncfort[101] que despus de estudiarlo, han extrado la siguiente
conclusin: en una sociedad burguesa, capitalista, industrial, en la que el trabajo es
el valor esencial, se consideraba que la gente hallada culpable de crmenes no
poda ser condenada a un castigo ms til que el de ser forzada a trabajar. Y cmo
eran forzados a trabajar? Encerrndolos en una prisin y obligndoles a trabajar
tantas horas al da. Esta, en suma, es la explicacin del problema planteado por
aquellos historiadores y socilogos alemanes. Es una explicacin de carcter
econmico. Aunque yo no estoy convencido de este razonamiento, por la excelente
razn de que la gente en las prisiones nunca trabaj! La rentabilidad del trabajo
hecho en las prisiones ha sido siempre insignificante era el trabajo por el trabajo.
Pero veamos el problema ms de cerca. En realidad, cuando examinamos cmo, al
final del siglo XVIII, se decidi elegir el encarcelamiento como el modo esencial de
castigo, uno ve que fue despus de una larga elaboracin de varias tcnicas que
hacan posible ubicar a la gente, fijarla en lugares precisos, constreirlas a un cierto
nmero de gestos y hbitos en suma, era una forma de adiestramiento. As
vemos la aparicin de guarniciones de un tipo que no exista antes de finales del
siglo XVII; vemos la aparicin de los internados, de tipo jesuita, que an no
existan en el siglo XVII; en el siglo XVIII vemos la aparicin de los grandes talleres
que emplean a cientos de trabajadores. Lo que se desarroll, entonces, fue toda una
tcnica del adiestramiento humano mediante la ubicacin, confinamiento,
vigilancia, supervisin perpetua de conducta y tareas, en resumen, toda una
tcnica de management, de la que la prisin fue simplemente una manifestacin o
su transposicin al dominio penal. Ahora bien, qu significan esas nuevas tcnicas
usadas para entrenar individuos? Lo afirmo muy claramente en Vigilar y castigar:
en el caso de los talleres, esas nuevas tcnicas respondan por supuesto a las
necesidades econmicas de la produccin; en el caso de los cuarteles, estn ligadas
a problemas a la vez de tipo prctico y poltico, al desarrollo de un ejrcito
profesional que tena que realizar bien tareas difciles (saber cmo disparar un
can, por ejemplo); y en el caso de las escuelas, a problemas de carcter poltico y
econmico: digo todo esto en mi libro. Pero lo que tambin intentaba sacar a la luz
es que, desde el siglo XVIII en adelante, ha habido una reflexin especfica sobre el
modo en que esos procedimientos de entrenamiento y ejercicio de poder sobre los
individuos poda ser extendido, generalizado, y mejorado. En otras palabras, yo
muestro constantemente el origen econmico o poltico de esos mtodos; aunque,
evitando ver el poder en todas partes, tambin pienso que hay una especificidad en
esas nuevas tcnicas de adiestramiento. Creo que los mtodos dedicados
enteramente a la forma de condicionar la conducta de los individuos, tienen una
lgica, obedecen a un tipo de racionalidad, y todos se basan unos en otros
formando una especie de stratum especfico.
P. B.: A partir de un cierto punto, entonces, las tcnicas especficas de poder,
como usted las llama, parecen haber funcionado por s mismas, sin ninguna justificacin
econmica?
Foucault: No haba realmente ninguna razn econmica racional para
obligar a los prisioneros a trabajar en las prisiones. Econmicamente no serva a
ningn propsito y, sin embargo, se hizo. Hay toda una serie de modos similares
de ejercer el poder que, sin tener justificacin econmica, fueron, sin embargo,
traspasados a la institucin judicial.
P. B.: Una de sus tesis es que las estrategias de poder producen realmente
conocimiento. En contra de la idea tradicional, parece no haber incompatibilidad entre
poder y saber.
Foucault: Los filsofos o incluso, ms generalmente, los intelectuales
justifican y sealan su identidad intentando establecer una lnea casi intraspasable
entre el dominio del saber, visto como el de la verdad y la libertad, y el dominio del
ejercicio del poder. Lo que me llamaba la atencin, al observar las ciencias
humanas, era que el desarrollo de todas esas ramas del conocimiento de ningn
modo poda ser disociado del ejercicio del poder. Por supuesto, usted siempre
encontrar teoras psicolgicas o sociolgicas que son independientes del poder.
Pero, hablando en general, el hecho de que las sociedades puedan convertirse en
objeto de observacin cientfica, de que la conducta humana se convirtiera, a partir
de un cierto punto, en un problema que deba ser analizado y resuelto, todo eso
est ligado, creo, a mecanismos de poder que, en un momento dado, analizaron
ese objeto (la sociedad, el hombre, etc.) y lo presentaron como un problema a
resolver. De este modo, el nacimiento de las ciencias humanas va de la mano con la
instalacin de nuevos mecanismos de poder.
P. B.: Su anlisis de las relaciones entre saber y poder tiene lugar en el rea de las
ciencias humanas. Esto no afecta a las ciencias exactas, o s?
Foucault: Oh no, en absoluto! No hara una tal afirmacin por mi parte. Y,
en cualquier caso, usted sabe, yo soy un empirista: no intento avanzar cosas sin ver
si son aplicables. Dicho esto, para responder a su pregunta, dira lo siguiente: se ha
subrayado a menudo que el desarrollo de la qumica, por ejemplo, no se entendera
sin el desarrollo de las necesidades industriales. Esto es verdad y se ha
demostrado. Pero lo que me parece ser ms interesante para analizar es cmo la
ciencia, en Europa, ha llegado a ser institucionalizada como un poder. No es
suficiente decir que la ciencia es un conjunto de procedimientos por los que las
proposiciones pueden ser falsadas, los errores demostrados, los mitos
desmitificados, etc. La ciencia tambin ejerce el poder: es, literalmente, un poder
que te fuerza a decir ciertas cosas, si no quieres ser descalificado no solo como
alguien equivocado, sino, ms gravemente que eso, como un charlatn. La ciencia
ha llegado a ser institucionalizada como un poder a travs de un sistema
universitario y de su propio aparato constrictivo de laboratorios y experimentos.
P. B.: No produce la ciencia la verdad a la que nos sometemos?
Foucault: Por supuesto. En efecto, la verdad es sin duda una forma de
poder. Y al decir esto, solo estoy asumiendo uno de los problemas fundamentales
de la filosofa occidental cuando plantea estas cuestiones: Por qu, de hecho,
estamos atados a la verdad? Por qu la verdad en lugar de la mentira? Por qu la
verdad en lugar del mito? Por qu la verdad antes que la ilusin? Y pienso que, en
vez de intentar descubrir lo que es la verdad, en cuanto opuesta al error, podra ser
ms interesante asumir el problema planteado por Nietzsche: cmo es que, en
nuestras sociedades, se le ha dado ese valor a la verdad, situndonos as
absolutamente bajo su tirana?
P. B.: Usted traza una distincin entre el intelectual universal de una poca
anterior, que se pronunciaba sobre todo lo existente bajo el sol, y un nuevo tipo de
intelectual, el intelectual especfico. Podra decir algo sobre esta distincin? [102]
Foucault: Uno de los rasgos sociolgicos esenciales de la reciente
evolucin de nuestras sociedades es el desarrollo de lo que podra ser
diversamente llamado tecnologa, trabajadores de cuello blanco, el sector servicios,
etc. En esas diferentes formas de actividad, creo que es muy posible, por un lado,
saber cmo funciona y trabajar en ello, es decir, hacer el trabajo de uno como
psiquiatra, abogado, ingeniero, o tcnico, y, por otro lado, acometer, en esa rea
especfica, trabajo que puede ser propiamente llamado intelectual, un trabajo
esencialmente crtico. Cuando digo crtico, no me refiero a un trabajo de
demolicin, de rechazo o de negacin, sino a un trabajo de examen que consiste en
suspender, en la medida de lo posible, el sistema de valores al que uno se remite
cuando se lo prueba y evala. En otras palabras: qu estoy haciendo en el
momento en que lo hago? En el momento presente, y esto ha llegado a ser cada vez
ms evidente en los ltimos quince aos o as, psiquiatras, doctores, abogados,
jueces realizan un examen crtico, un cuestionamiento crtico de su propio trabajo
que es un elemento esencial de la vida intelectual. Y creo que un intelectual, un
intelectual profesional, digamos un profesor o alguien que escribe libros
tendr ms fcil encontrar su campo de actividad, la realidad que est buscando,
en una de las reas que acabo de mencionar.
P. B.: Se ve usted a s mismo como un intelectual especfico?
Foucault: S, lo soy. Trabajo en un campo especfico y no produzco una
teora del mundo. Aun cuando, en la prctica, siempre que uno trabaja en un
campo particular, puede hacerlo solo teniendo o llegando a un particular punto de
vista
P. B.: Cuando fue invitado por Bernard Pivot a tomar parte en uno de sus
programas televisivos, Apostrophes, sobre la publicacin de La voluntad de saber,
usted sacrific, en cierto sentido, el tiempo a su disposicin para llamar la atencin sobre el
caso del doctor Stern, entonces encarcelado por las autoridades soviticas[103].
Foucault: No me gustara incurrir en ninguna ambigedad sobre la
cuestin de los mass media. Veo como completamente normal que alguien que no
tiene muchas oportunidades de ser odo o ledo aparezca en televisin. Entiendo
perfectamente bien por qu escritores, incluso los famosos, deban tomar parte en
emisiones, algunas de ellas son excelentes, y en ese contexto decir algo diferente de
lo que normalmente pueden decir, porque es verdad que en la relacin con la
televisin, con la pantalla, con el entrevistador, o el espectador surgen cosas que,
de otro modo, no se diran. Pero, personalmente, creo que he tenido bastantes
oportunidades de expresarme y bastantes oportunidades de ser odo como para no
cargar a los mass media con una presentacin de mis propios libros. Si quiero decir
algo en televisin, har o propondr un film para televisin. Pero para alguien
como yo, alguien que ha tenido abundantes oportunidades de autoexpresin, me
parece indecente ir y hablar de mi libro. Tanto es as que, cuando voy a televisin,
no es para sustituir o duplicar lo que he dicho en otros lugares, sino para hacer
algo que pueda ser til y decir algo que los espectadores no saben. Y al decirlo,
repito, no estoy criticando ni programas de libros ni a la gente que toma parte en
ellos. Si son jvenes, por ejemplo, puedo entender perfectamente bien que quieran
luchar por sus libros y por ser escuchados. Yo podra muy bien haber hecho lo
mismo alguna vez. Pero ahora prefiero dejarles espacio a ellos.
P. B.: Cmo ve su xito y, ms en general, el entusiasmo por las ciencias humanas
y por los escritos filosficos desde los 60?
Foucault: En lo que concierne a mi xito, hay que tener un sentido de la
proporcin. Sin embargo, hubo ese fenmeno de audiencias que se extenda ms
all de la sala de conferencias. Es un fenmeno que comenz antes de mi, con LeviStrauss y su libro Tristes trpicos[104]: de repente la antropologa humana se diriga
no a 200 personas, o a 2000, sino a 20 000, cuando no a 200.000. Ese fenmeno, del
que yo era parte, como lo eran tambin Levi-Strauss y Barthes, es verdaderamente
inquietante. Lo que es cierto es que fuimos tomados completamente por sorpresa,
pillados realmente sin preparacin, no teniendo ni idea de cmo dirigirse a un
pblico tal y qu hacer con ello. Y, en efecto, eso es por lo que no sabamos
realmente cmo hacer uso de los mass media. La relacin entre nosotros y nuestro
pblico lector nunca fue claramente establecida. Fue como si los libros estuvieran
siendo requeridos para proveer no tanto la dimensin imaginaria extra que se
acostumbraba a esperar de ellos, sino ms bien una visin de la sociedad ms
elaborada, ms a largo plazo.
problemtica que se opone a la economa burguesa o clsica; ahora bien, esa problemtica
est inmersa por completo en el modelo intelectual totalizador de aquel siglo; el marxismo se
mueve en el pensamiento del siglo XIX como un pez en el agua, y en otros lugares deja de
respirar; el marxismo hace profesin de cambiar el mundo, pero carece de las disposiciones
necesarias para ello; en suma, el marxismo est perfectamente integrado al pensamiento del
siglo XIX[106]. Este pasaje me result de sumo inters. Paralelamente, usted menciona los
aportes ms importantes del pensamiento del siglo XIX, incluido el marxismo. Ante todo,
ese pensamiento destac la historicidad de la economa. A continuacin no estoy seguro
de haber comprendido bien plante el problema de los lmites del valor del trabajo
humano. Y por ltimo, inscribi el plazo de un fin de la historia. Usted afirma que estos son
problemas que, planteados por el siglo XIX, siguen ocupando a la posteridad.
En este momento, yo mismo me hago la siguiente pregunta: podemos o no
deshacernos del marxismo? He entendido su manera de proceder. En mi caso es un poco
diferente. Y me gustara que intercambiramos algunas ideas al respecto.
Hay otra cosa que me interes: el marxismo, segn sus palabras, est perfectamente
inmerso en la disposicin arqueolgica de un pensamiento totalizador y no lo desborda en
modo alguno. Este punto de vista es muy estimulante y yo coincido por completo con l.
Pero, en mi opinin, esto no constituye un defecto del marxismo o del pensamiento de
Marx, sino una cualidad. El hecho de que el marxismo o el pensamiento de Marx estn en
una continuidad con la economa clsica, sin haberse librado de ella, no es ms bien
positivo? En otras palabras, me parece que si an hoy el pensamiento de Marx brinda
posibilidades, es porque no se deshizo de la economa clsica.
Creo que hay ciertos matices que diferencian el pensamiento de Marx del
pensamiento de su colega Engels. Para resumir esquemticamente el primero, en la base hay
una filosofa de la naturaleza; por encima de ella, un anlisis histrico (en trminos de
historia de la naturaleza) de la estructura econmica y social y, para terminar, en la cumbre
tiene su trono todo un dominio de la teora hegeliana de la voluntad. Hegel entenda por ello
todo un conjunto, ya se tratara del derecho, del Estado, de la religin, de la sociedad civil y,
por supuesto, de la moral, la persona y la conciencia de s. Ahora bien, me parece que Marx
consider que ese dominio de la teora hegeliana de la voluntad se apoyaba en un anlisis de
la sociedad realizado desde el punto de vista de la historia de la naturaleza. Ese tratamiento
significa que Marx no se deshizo de Hegel: no lo liquid ni lo excluy, sino que lo preserv
ntegramente como objeto de anlisis. A mi criterio, en Engels las cosas son un poco
Por otra parte, hay algo que me pareci caracterstico al leer Las palabras y las
cosas: me preguntaba si usted no haba negado por completo el mtodo consistente en
buscar detrs de una expresin de cosas o de palabras el ncleo del sentido, y si no plante
como problema esa actitud negadora. Supongo que esta problemtica viene de Nietzsche.
Con referencia a la cuestin de si la historia tiene una causa y un efecto y si la
voluntad humana es realizable, Nietzsche explica que la concepcin de que una causa
produce un efecto solo es posible en un nivel semiolgico, que la historia misma no tiene ni
causa ni efecto y que no hay vnculo de una a otro. Creo que con ello Nietzsche propone la
idea de que la historia no se debe sino al azar, que es una concatenacin de acontecimientos
producidos por azar y que no hay en ello ni concepto de progreso ni regularidad. Me parece
que el proceder que usted sigue es similar. Por mi parte, intento preservar el dominio de la
teora hegeliana de la voluntad y, de tal modo, aproximarme ms a Marx, es decir, a las leyes
histricas de la sociedad, en tanto que usted parece haberse librado completamente de eso.
Tras lo cual, entre las innumerables series de problemas que se producen por azar, sin causa,
ni efecto, ni vnculo, usted distingue una que podra darle un enfoque de la historia.
Supongo que esa es su idea. Me gustara mucho escuchar un anlisis ms profundo sobre el
tema, y creo que me resultara muy instructivo.
dinmica de poder constituida por esos tres aspectos? Visto desde esta perspectiva,
el marxismo va a ser hoy puesto en tela de juicio. El problema no consiste tanto en
suponer que es necesario liberarse de ese tipo de marxismo, como en deshacerse de
la dinmica de las relaciones de poder vinculadas a un marxismo que ejerce esas
funciones.
Agregar, si usted me permite, dos o tres cosas a modo de conclusin a estos
problemas. Si el verdadero problema es el que acabo de enunciar, la cuestin del
mtodo que le corresponde es de igual importancia. Para delimitar el problema,
esencial para m, de saber cmo superar el marxismo, trat de no caer en la trampa
de las soluciones tradicionales. Hay dos maneras tradicionales de enfrentar este
problema. Una, acadmica, y otra, poltica. Pero, ya sea desde un punto de vista
acadmico o poltico, en Francia el problema se despliega en general del siguiente
modo.
O bien se critican las proposiciones del propio Marx, con este
cuestionamiento: Marx hizo tal proposicin. Es justa o no? Contradictoria o no?
Es premonitoria o no?, o bien se elabora la crtica bajo la siguiente forma: De
qu manera traiciona hoy el marxismo lo que habra sido la realidad para Marx?.
Estas crticas tradicionales me parecen inoperantes. A fin de cuentas, son puntos de
vista prisioneros de lo que podemos llamar fuerza de la verdad y sus efectos: qu
es lo justo y qu lo injusto? En otras palabras, la pregunta: cul es el verdadero y
autntico Marx?, ese tipo de punto de vista consistente en preguntarse cul era el
vnculo entre los efectos de verdad y la filosofa estatal que es el marxismo,
empobrece nuestro pensamiento.
En comparacin con esos puntos de vista tradicionales, la posicin que me
gustara adoptar es muy distinta. A ese respecto, querra decir sucintamente tres
cosas.
En primer lugar, como le dije hace un rato, Marx es una existencia histrica y,
desde ese punto de vista, no es ms que un rostro portador de la misma
historicidad que las otras existencias histricas. Y ese rostro de Marx pertenece a
las claras al siglo XIX. Marx tuvo un papel particular, casi determinante, en el
siglo XIX. Pero dicho papel es claramente tpico de ese siglo y solo funciona en l.
Al poner este hecho en evidencia, habr que atenuar las relaciones de poder
ligadas al carcter proftico de Marx. Al mismo tiempo, este enunci por cierto un
tipo determinado de verdad; nos preguntamos con ello si sus palabras son
universalmente justas o no, qu tipo de verdad posea l y si, a fuerza de hacer
que usted expuso contenan puntos importantes como, por ejemplo, Nietzsche, el
ncleo del sentido, y adems la cuestin de si todo se produce sin causa o no, as
como el problema del fantasma y la voluntad individual en el marco del siglo XIX;
creo entender que este es un aspecto esencial de su propia problemtica. Al
referirse a la diferencia entre Marx y Engels con respecto a Hegel, usted habl de
voluntad individual. Y hace una pregunta importante: no queda justamente una
posibilidad en el hecho de que, en el plano de la voluntad individual, Marx no
haya demolido a Hegel de manera tan radical como Engels? No estoy seguro de
estar en condiciones de darle una respuesta cabal. Pero voy a intentarlo. Se trata de
un problema de gran dificultad para nosotros, los occidentales. Puesto que en el
pasado la filosofa occidental casi no habl de voluntad. Es cierto, habl de
conciencia, de deseo, de pasiones, pero la voluntad que usted menciona deba ser,
me parece, la mayor debilidad de la filosofa occidental.
En mi opinin, si la filosofa occidental se ocup hasta aqu de la voluntad,
solo lo hizo de dos maneras. Por un lado, segn el modelo de la filosofa natural, y
por otro, segn el modelo de la filosofa del derecho. En otras palabras, la voluntad
es la fuerza, conforme al modelo de la filosofa natural. Lo cual puede
representarse a travs del tipo leibniziano. Si seguimos el modelo de la filosofa del
derecho, la voluntad no es ms que una cuestin moral, a saber, la conciencia
individual del bien y del mal, lo cual se representa a travs de Kant. O bien se
razona en trminos de voluntad-naturaleza-fuerza, o bien se razona en trminos de
voluntad-ley-bien y mal. Comoquiera que sea, la reflexin de la filosofa occidental
sobre la cuestin de la voluntad se reduca a esos dos esquemas.
Ahora bien, el esquema de pensamiento referido a la verdad, es decir, el
esquema tradicional sobre la naturaleza y el derecho, experiment una ruptura.
Creo que podemos situarla a comienzos del siglo XIX. Bastante antes de Marx se
produjo una ruptura manifiesta con la tradicin. Hoy ese acontecimiento ha cado
un poco en el olvido en Occidente, pero no se deja de temerlo y, cuanto ms pienso
en l, ms importancia le atribuyo: se trata de Schopenhauer. Marx, naturalmente,
no poda leer a Schopenhauer. Pero fue este mismo quien pudo introducir la
cuestin de la voluntad en la filosofa occidental, por medio de diversas
comparaciones con la filosofa oriental. Para que la filosofa occidental repensara la
cuestin de la voluntad independientemente de los puntos de vista de la
naturaleza y el derecho, fue preciso un choque intelectual entre Occidente y
Oriente. Pero estamos lejos de poder decir que el problema se haya profundizado
en esa direccin. Ni falta hace decir que el punto de vista de Schopenhauer fue
retomado por Nietzsche, de quien nos ocupamos hace un rato. En ese sentido, para
Siempre pens que se puede distinguir el hecho de que una filosofa se realice en un
Estado provisorio y el de negar una filosofa que domina efectivamente el Estado, que ya no
es ms que una modalidad de poder y que se autojustifica. Por otra parte, lo que usted
enunci globalmente sobre este punto me parece equivaler a lo siguiente: el hecho mismo de
preguntarse cul es la manera adecuada de comprender a Marx participa ya del
empobrecimiento de la imaginacin poltica actual, y es un problema completamente
zanjado desde hace tiempo. Al respecto, tengo mis reservas y no puedo seguirlo. Creo que
hay que distinguir de manera tajante lo que corresponde al principio y las modalidades de
poder que existen realmente en los Estados marxistas; me parece que son dos cosas
diferentes. El problema no es el hecho de que el marxismo haya construido su poder sobre
una filosofa de Estado o sobre un Estado filosfico; es ante todo un problema de ideas. En la
historia, la suma de las voluntades individuales y las realizaciones prcticas no aparece
necesariamente como motor de la sociedad. Por qu la historia parece siempre fundada en
el azar y aparece como un fracaso de las ideas? A mi juicio, se debe profundizar, ms all del
marxismo, el problema de que la historia no parezca tener ninguna relacin con las
voluntades individuales. Ahora bien, la suma de las voluntades individuales incluye, para
hablar como Hegel, la moral y la tica prctica. La completa eliminacin de ese problema,
reducido a la voluntad general o la voluntad de las clases, no ha generado una
inadecuacin filosfica? El problema no se debera al hecho de que la suma de las
voluntades individuales instaladas en el poder y la voluntad que se manifiesta como un
poder total se presentan como totalmente diferentes? No se podra ahondar en ese punto,
en cuanto principio? Para ir un poco ms lejos en mis ideas, creo que la concepcin de que
el desarrollo de la historia solo est dominado por el azar debe ponerse en tela de juicio.
Me explico. Esto querra decir que un encadenamiento infinito de azares crea una
necesidad. Y, si se admite que el azar entraa siempre la necesidad, la cuestin de si la
historia est dominada por uno o por otra equivale a definir el lmite a partir del cual un
encadenamiento de azares se transforma en necesidad. Me parece entonces que, en lugar de
liquidarla como usted hace, en razn de que empobrece la poltica, la profeca filosfica e
histrica de Marx sigue siendo valedera.
As, me cost aceptar con facilidad la idea de Nietzsche de que la historia solo est
dominada por el azar y no hay ni necesidad ni causalidad. A mi entender, Nietzsche tena
una visin sumaria sobre la relacin entre el azar y la necesidad. Se dejaba guiar por su
intuicin o, mejor, por cuestiones de sensibilidad. Habr que profundizar en este problema,
a saber, el de la relacin entre el azar y la necesidad. Y en ese concepto, el pensamiento de
Marx puede seguir siendo un modelo poltico, vivo y real. Usted, con su obra, me hace
pensar que habra que ahondar un poco ms en el problema del azar y la necesidad, el del
lmite a partir del cual un encadenamiento de azares se transforma en necesidad, as como el
problema de la extensin y el territorio de esa transformacin. Esos son los puntos sobre los
que querra interrogarlo.
Hace un rato usted dijo que, cuando se menciona la lucha de clases en Marx, sera
preciso no poner el acento en las clases, sino resolver el problema de la lucha desde el punto
de vista de la voluntad. Y se pregunt: quin pelea contra quin? Cmo? O: con quin
es justo pelear? Agreg que estas preguntas se imponan en nuestros das. Me parece que
puedo elaborar todo eso a mi manera, pero me digo que, antes de llegar all, el marxismo
tendra que preguntarse en primer lugar cmo se deshizo de los problemas de la voluntad
dual y la voluntad individual, desplazando la significacin de la lucha de clases hacia la
voluntad comn en cuanto motor de la historia. Por otra parte, en el marxismo japons y el
Consider por tanto que haba que examinar ante todo el concepto de clase. Supongo
que la cuestin evolucion de otro modo en el marxismo europeo. En lo que toca a los
problemas concretos, me gustara referirme a los diez aos previos a la Segunda Guerra
Mundial, a la propia guerra y a los diez aos que le siguieron, es decir, a toda la historia de
la posguerra. Me pregunto entonces si la determinacin de la naturaleza por medio de la
voluntad de podero en Nietzsche y la determinacin del estado natural, en el sentido
vulgarizado por Engels, estn tan lejos una de otra. Nietzsche consider la historia como un
proceso en cuyo transcurso los hombres se mueven en virtud de una voluntad de podero
que los sobrepasa. En el estado natural, los hombres sufren la guerra, la violencia, el
desorden, la muerte, etc., y Nietzsche estima que todo eso est en la naturaleza humana. A
su entender, la conciencia y la moral humana aparecen cuando se sofoca toda esa
naturaleza. Prueba de que vea la naturaleza humana desde el prisma del Leben [vida]
biolgico. Engels situaba el estado ideal un poco ms arriba que la determinacin de la
naturaleza. A saber, en la vida gregaria que constituye el comunismo primitivo. Creo que
ese estado no existi. En mi opinin, Engels consideraba que ese ideal constitua a la vez el
origen y el fin. Si me remito a mi experiencia intelectual en torno de la Segunda Guerra
Mundial, esas dos maneras de pensar estn representadas en el militarismo imperial
japons y en las manifestaciones intelectuales, que no tienen diferencias fundamentales
entre s, del fascismo y el stalinismo. Nuestra problemtica se situaba en la constatacin de
que esos dos pensamientos no eran verdaderamente diferentes y haba que rechazarlos en
conjunto.
Si se sita en los hechos el objetivo de la lucha a la que usted se refiere, en el sentido
en que se dice lucha de clases, ser inevitable, me temo, que esa lucha se encuentre aislada
por completo. Creo que es as en el Japn y probablemente en todo el mundo. Cuando uno se
pregunta contra qu lucha, no es solo contra el capitalismo sino tambin contra el
socialismo. De tal manera, el problema persigue por doquier a la realidad y la cosa termina
por ser necesariamente una lucha aislada en el mundo. No se puede contar con nada y uno
queda ineluctablemente arrinconado. Pero si se busca elaborar esta situacin como un
problema intelectual o filosfico, el resultado tambin es una completa separacin del
mundo. Me pregunto, en sntesis, si estar as arrinconados no es el destino que nos ha
tocado. Elaboro mis ideas sobre este tema con gran pesimismo.
Ese es el punto sobre el que querra interrogarlo. Nietzsche rechaz todo el dominio
abarcado por la teora hegeliana de la voluntad, tachada por l de concepto vil que sofoca la
naturaleza humana, y tengo la sensacin de que, del mismo modo, usted desarrolla su
mtodo luego de haber hecho, con habilidad, tabla rasa del aislamiento, la soledad, las
pasiones o la negrura que Nietzsche rechazaba, o de todo lo que usted quiera: por ejemplo, la
rigidez. Al contrario, parece ocuparse con destreza de las relaciones entre las cosas en un
nivel prximo a los conceptos estructuralmente similares del lgebra, es decir, las cosas, los
hechos virtuales. Y al hacerlo, me da la impresin de que usted conjura esa suerte de
sensacin de aislamiento en el mundo que personalmente yo siento. Me gustara
interrogarlo al respecto.
como le he dicho, volver a verificar una tras otra la totalidad de las funciones de los
modos de manifestacin del poder que estn ligados a la palabra misma de Marx
constituye a mi parecer una tentativa valedera. Se plantea entonces, desde luego, el
problema de cmo considerar la profeca.
Personalmente, lo que me atrae en la obra de Marx son las obras histricas,
como sus ensayos sobre el golpe de Estado de Luis Napolen Bonaparte, la lucha
de clases en Francia o la Comuna [108]. La lectura de estas obras histricas llama
vigorosamente la atencin sobre dos cosas: los anlisis realizados aqu por Marx,
aun cuando no pueda estimarse que son del todo exactos, ya se refieran a la
situacin, las relaciones de antagonismo, la estrategia, los lazos de inters, superan
con mucho es innegable los de sus contemporneos, por su perspicacia, su
eficacia, sus cualidades analticas y, en todo caso, muestran una superioridad
radical sobre las investigaciones posteriores.
Ahora bien, esos anlisis, en las obras histricas, terminan siempre con
palabras profticas. Eran profecas sobre un futuro muy cercano, profecas a corto
plazo: el ao siguiente e incluso el mes siguiente. Pero puede decirse que casi todas
las profecas de Marx eran falsas. Al analizar la situacin de 1851-1852, justo
despus del golpe de Estado, dice que el hundimiento del Imperio est cerca; habla
del fin del sistema capitalista y se equivoca con respecto al trmino de la dictadura
burguesa. Qu significa todo eso? Anlisis de una rara inteligencia, y la realidad
desmiente al punto los hechos que ellos anuncian. Por qu?
Esto es lo que pienso. Me parece que lo que se produce en la obra de Marx
es, en cierto modo, un juego entre la formacin de una profeca y la definicin de
un blanco. El discurso socialista de la poca estaba compuesto de dos conceptos,
pero no consegua disociarlos lo suficiente. Por una parte, una conciencia histrica
o la conciencia de una necesidad histrica; en todo caso, la idea de que, en el
futuro, tal cosa debera suceder profticamente. Por otra, un discurso de lucha un
discurso, podramos decir, que corresponde a la teora de la voluntad, que tiene
por objetivo la determinacin de un blanco a atacar. En los hechos, la cada de
Napolen III constitua menos una profeca que un objetivo a alcanzar a travs de
la lucha del proletariado. Pero los dos discursos la conciencia de una necesidad
histrica, a saber, el aspecto proftico, y el objetivo de la lucha no pudieron llevar
a buen trmino su juego. Esto puede aplicarse a las profecas a largo plazo. Por
ejemplo, la nocin de la desaparicin del Estado es una profeca errnea. Por mi
parte, no creo que lo que pasa concretamente en los pases socialistas permita
presagiar la realizacin de esa profeca. Pero, desde el momento en que se define la
desaparicin del Estado como un objetivo, la palabra de Marx cobra una realidad
jams alcanzada. Se observa innegablemente una hipertrofia del poder o un exceso
de poder tanto en los pases socialistas como en los pases capitalistas. Y creo que la
realidad de esos mecanismos de poder, de una complejidad gigantesca, justifica,
desde el punto de vista estratgico de una lucha de resistencia, la desaparicin del
Estado como objetivo.
Y bien, volvamos a sus dos preguntas, que se refieren por un lado a la
relacin entre la necesidad y el azar en la historia y, por otro, a la teora de la
voluntad. Con referencia a la necesidad histrica, ya expres rpidamente mi
opinin, pero lo que me interesa en primer lugar es lo que usted cont acerca de la
evolucin del marxismo japons despus de la guerra, su especificidad y la
posicin que en l ocupa la teora de la voluntad.
Creo que se trata de un problema fundamental. Me gustara abundar en el
sentido de sus dichos, al menos en la medida en que los he comprendido. La
manera de pensar que consiste en abordar la voluntad en esta perspectiva es
esencial: no exista en absoluto en la mente de un francs medio como yo.
Comoquiera que sea, est claro, en efecto, que la tradicin del marxismo francs
ignor el anlisis de los diferentes niveles de la voluntad y el punto de vista sobre
las especificidades de sus tres fundamentos. Lo cierto es que ese mbito est
totalmente inexplorado en Occidente. Al respecto, me parece necesario exponer la
razn por la cual la importancia del problema de la voluntad no se ha
comprendido ni analizado.
Para ello, habra que pensar en la existencia de una organizacin que lleva el
nombre de Partido Comunista. Es un hecho que ha sido determinante en la historia
del marxismo occidental. Pero jams ha sido objeto de un anlisis profundo. Esa
organizacin carece de precedentes: no se la puede comparar con nada, no
funciona en la sociedad moderna conforme al modelo del Partido Radical o del
Partido Demcrata Cristiano. No es simplemente un grupo de individuos que
comparten la misma opinin y participan en una misma lucha en procura de un
mismo objetivo. Se trata, antes bien, de una organizacin ms compleja. Hay una
metfora trillada y no la traigo a colacin con malicia, pero su organizacin hace
pensar infaliblemente en un orden monstico. No se ha dejado de discutir la
naturaleza del partido: con respecto a la lucha de clases, a la revolucin, cul es su
objetivo, cules deben ser su papel y su funcin? Cualquiera sabe que todos esos
problemas estaban en el centro de sus debates. La polmica se funda en lo que
distingue a Rosa Luxemburgo de Lenin [109], lo que separa a la direccin
preguntas. Pero en cuanto a los problemas esenciales, sobre los cuales reflexiono en este
momento y que me cuesta un tanto dilucidar, creo que en mayor o menor medida usted me
ha respondido.
Le ruego que me perdone por haberlo aburrido con preguntas difciles. Le estoy
infinitamente agradecido por su paciencia. Ya me expres lo suficiente y me gustara mucho
que usted pudiese poner fin a nuestra conversacin.
Tnez. Haber trabajado en esos pases, ha tenido sobre usted una gran influencia?
A causa de mis intereses tericos, el tiempo que he pasado en Suecia, en
Polonia y en Alemania en esos pases en los que las sociedades, estando todas
ellas prximas a la ma, son un poco diferentes ha sido muy importante. Esas
sociedades se me han aparecido, a veces, como una exageracin o una exacerbacin
de la ma. Entre 1955 y 1960, Suecia estaba, en el plano del bienestar social y
poltico, muy avanzada respecto a Francia. Y un cierto nmero de tendencias que,
en Francia, no eran perceptibles se me hicieron visibles all tendencias a las
cuales los suecos mismos permanecan ciegos. Yo tena un pie diez aos atrs y el
otro diez aos adelante.
Viv durante un ao en Polonia. Desde un punto de vista psicolgico y
cultural existe un lazo profundo entre Polonia y Francia, pero los polacos viven en
un sistema socialista. La contradiccin la vi muy claramente[117].
Las cosas, sin embargo, habran sido diferentes si hubiera ido a la Unin
Sovitica. All, bajo el efecto de un sistema poltico que se mantiene desde hace
ms de cincuenta aos, la conducta de la gente est mucho ms modelada por el
gobierno.
Cuando usted dice que la conducta de la gente es modelada, se debe entender que
es un fenmeno inevitable o cree que hay algo, en los seres humanos, que se resiste a esa
modulacin?
En las sociedades humanas no hay poder poltico sin dominacin. Pero
nadie quiere ser mandado incluso si son numerosos los ejemplos de situaciones
en las que la gente acepta la dominacin. Si examinamos, desde un punto de vista
histrico la mayor parte de las sociedades que conocemos, constatamos que la
estructura poltica es inestable. No hablo de las sociedades no histricas de
sociedades primitivas. Su historia no se asemeja en nada a la nuestra. Pero todas las
sociedades que pertenecen a nuestra tradicin han conocido la inestabilidad y la
revolucin.
Su tesis referente al poder pastoral[118] se basa en la idea, desarrollada en el
Antiguo Testamento, de un Dios que vigila y protege a un pueblo que obedece. Pero que
hace usted con la poca en que los israelistas no obedecan?
El hecho de que el rebao no siga al pastor es bastante normal. El
problema es saber cmo las personas viven su relacin con Dios. En el Antiguo
Testamento, la relacin de los judos con Dios se traduce por la metfora del Diospastor. En la ciudad griega la relacin de los individuos con la divinidad se
asemeja ms bien a la relacin que existe entre el capitn de un navo y sus
pasajeros.
Es un fenmeno muy extrao y esto que le digo quiz vaya a sorprenderle,
pero me parece que, aunque buen nmero de sus hiptesis parezcan contradictorias, hay
algo muy convincente en su posicin y en sus convicciones.
Yo no soy estrictamente un historiador. Y no soy novelista. Yo practico una
especie de ficcin histrica. En cierta manera, s muy bien que lo que digo no es
verdad. Un historiador podra muy bien decir sobre lo que he escrito: Eso no es la
verdad. Para decir las cosas de otro modo: yo he escrito mucho sobre la locura, al
comienzo de los aos 60 he hecho una historia del nacimiento de la psiquiatra.
S muy bien que lo que he hecho es, desde un punto de vista histrico, parcial,
exagerado. Puede que haya ignorado algunos elementos que me contradiran. Pero
mi libro ha tenido un efecto sobre la manera en que la gente percibe la locura. Y,
por tanto, mi libro y la tesis que en l desarrollo tienen una verdad en la realidad
de hoy.
Yo intento provocar una interferencia entre nuestra realidad y lo que
sabemos de nuestra historia pasada. Si lo consigo, esta interferencia producir
efectos reales sobre nuestra historia presente. Mi esperanza est en que mis libros
adquieran su verdad una vez escritos y no antes.
Como no me expreso muy bien en ingls, el gnero de propuesta que
mantengo aqu va a hacer decir a la gente: Veis, miente. Pero permtame
formular esta idea de otra manera. Yo he escrito un libro sobre las prisiones. He
intentado poner en evidencia algunas tendencias en la historia de las prisiones.
Una sola tendencia, se me podra reprochar. Entonces, lo que usted dice no es
completamente verdadero.
Pero hace dos aos, en Francia, hubo agitacin en varias prisiones, los
detenidos se rebelaron. En dos de esas prisiones los prisioneros lean mi libro.
Desde su celda, algunos detenidos gritaban el texto de mi libro a sus compaeros.
S que lo que voy a decir es pretencioso, pero eso es una prueba de verdad de
verdad poltica, tangible, una verdad que comenz una vez escrito el libro.
Yo espero que la verdad de mis libros est en el porvenir.
5. El verdadero sexo[119]
dos sexos en un solo cuerpo y a restringir por consiguiente la libre eleccin de los
individuos dudosos.
De ah en adelante, a cada uno un sexo, y uno solo. A cada uno su identidad
sexual primera, profunda, determinada y determinante; en cuanto a los elementos
del otro sexo que eventualmente aparecen, no pueden ser ms que accidentales,
superficiales o incluso simplemente ilusorios. Desde el punto de vista mdico, eso
quiere decir que en presencia de un hermafrodita no se tratar ya de reconocer la
presencia de dos sexos yuxtapuestos o entremezclados, ni de saber cul de los dos
prevalece sobre el otro; sino de descifrar cul es el verdadero sexo que se esconde
bajo apariencias confusas; el mdico tendr que, en cierto modo, desvestir las
anatomas engaosas y volver a encontrar, tras los rganos que pueden haber
revestido las formas del sexo opuesto, el nico sexo verdadero. Para quien sabe
observar y examinar, las mezclas de los sexos no son ms que disfraces de la
naturaleza: los hermafroditas son siempre seudohermafroditas. Tal es al menos
la tesis que tendi a acreditarse, en el siglo XVIII, a travs de un cierto nmero de
casos importantes y apasionadamente discutidos.
Desde el punto de vista del derecho, esto implicaba evidentemente la
desaparicin de la libre eleccin. No corresponde ya al individuo decidir de qu
sexo quiere ser, jurdicamente o socialmente; sino que es al experto al que
corresponde decir qu sexo la naturaleza ha elegido para l, y a cual, por
consiguiente, la sociedad debe exigirle atenerse. La justicia, si es preciso apelar a
ella (cuando, por ejemplo, alguien es sospechoso de no vivir bajo su verdadero sexo
y de haberse casado abusivamente), tendr que establecer o restablecer la
legitimidad de una naturaleza que no se ha reconocido suficientemente bien. Pero
si la naturaleza, por sus fantasas o accidentes, puede engaar al observador y
esconder durante un tiempo el verdadero sexo, se puede ciertamente sospechar
tambin que los individuos disimulen la conciencia profunda de su verdadero sexo
y aprovechen algunas rarezas anatmicas para servirse de su propio cuerpo como
si fuera de otro sexo. En suma, las fantasmagoras de la naturaleza pueden servir a
las maas del libertinaje. De ah el inters moral del diagnstico mdico del
verdadero sexo.
S bien que la medicina del siglo XIX y del siglo XX ha corregido muchas
cosas en este simplismo reductor. Nadie dira ya hoy en da que todos los
hermafroditas son seudo, incluso si se restringe considerablemente un dominio
en el que otrora se haca entrar, en confusin, muchas anomalas anatmicas
distintas. Se admite tambin, con muchas dificultades, por lo dems, la posibilidad
siquiera quiso fijarla con un suicidio por el que ella se convertira, como Abel
Barbin, en un cadver al cual mdicos curiosos acaban por atribuir la realidad de
un sexo mezquino.
Si he comparado estos dos textos y pensado que merecan ser reeditados
juntos, es en primer lugar, porque pertenecen a este fin del siglo XIX que estuvo tan
fuertemente obsesionado por el tema del hermafrodita un poco como el
siglo XVIII lo haba estado por el del travesti. Pero tambin porque permiten ver
qu estela ha podido dejar esta pequea crnica provincial, apenas escandalosa, en
la memoria desgraciada de aquel que haba sido su personaje principal, en el saber
de los mdicos que tuvieron que intervenir y en la imaginacin de un psiquiatra
que caminaba, a su manera, hacia su propia locura.
entre esos dos tipos de tcnicas las tcnicas de dominacin y las tcnicas de s.
Deben tenerse en cuenta los puntos donde las tecnologas de dominacin de
individuos, de unos sobre otros, recurren a los procesos por los que el individuo
acta sobre l mismo. Y, a la inversa, han de tenerse en cuenta los puntos en los que
las tcnicas de s estn integradas en estructuras de coercin o dominacin. El
punto de contacto en el que los individuos son conducidos por otros est ligado al
modo en que ellos se conducen a s mismos, es lo que podemos, pienso, llamar
gobierno[136]. Gobernar a gente, en el sentido amplio de la palabra [137], no es un
modo de forzar a la gente a hacer lo que quiere el gobernante; es siempre un
equilibrium verstil, con complementariedad y conflicto entre tcnicas que aseguran
coercin y procesos a travs de los que el s es construido o modificado por l
mismo.
Cuando estaba estudiando los asilos, las prisiones y dems, insista
demasiado, creo, en las tcnicas de dominacin. Lo que podemos llamar disciplina
es algo muy importante en esa clase de instituciones, pero es solo un aspecto del
arte de gobernar gente en nuestra sociedad. No tenemos que entender el ejercicio
del poder como pura violencia o estricta coercin. El poder consiste en relaciones
complejas: esas relaciones implican un conjunto de tcnicas racionales, y la
eficiencia de esas tcnicas es debida a una sutil integracin de tecnologas de
coercin y tecnologas del s. Creo que tenemos que desembarazarnos del esquema
ms o menos freudiano, ya saben, el esquema de interiorizacin de la ley por el yo.
Afortunadamente, desde un punto de vista terico, y desafortunadamente, quiz,
desde un punto de vista prctico, las cosas son mucho ms complicadas que eso.
En suma, habiendo estudiado el campo de gobierno tomando como punto de
partida las tcnicas de dominacin, me gustara en los aos venideros estudiar el
gobierno especialmente en el campo de la sexualidad comenzando por las
tcnicas de s.
Entre estas tcnicas de s en este campo de la tecnologa de s, creo que las
orientadas al descubrimiento y la formulacin de la verdad concerniente a s
mismo son extremadamente importantes; y si, para el gobierno de las gentes en
nuestras sociedades, cada uno tiene no solo que obedecer, sino tambin producir y
manifestar la verdad sobre s, entonces, el examen de conciencia y la confesin
estn entre los procedimientos ms importantes. Por supuesto, hay una muy larga
y compleja historia, desde el precepto dlfico, gnothi seauton (concete a ti mismo) a
las extraas terapias promovidas por Leuret, acerca de las que les hablaba al
comienzo de esta conferencia. Hay un largusimo camino de lo uno a lo otro, y no
quiero, por supuesto, ofrecerles esta tarde ni siquiera una sntesis. Me gustara tan
solo subrayar una transformacin de estas prcticas, una transformacin que tiene
lugar al comienzo de la era cristiana, del perodo cristiano, cuando la antigua
obligacin de conocerse a s mismo se convirti en un precepto monstico,
confiesa a tu gua espiritual cada uno de tus pensamientos. Esta transformacin
es, creo, de alguna importancia en la genealoga de la subjetividad moderna. Con
esta transformacin comienza lo que nosotros llamaramos la hermenutica de s.
Esta tarde intentar esbozar el modo en que la confesin y el autoexamen fueron
concebidos por los filsofos paganos, y la semana prxima intentar mostrarles en
lo que devino durante el cristianismo primitivo.
Es bien sabido que el objetivo principal de las escuelas de filosofa griegas no
consista en la elaboracin, la enseanza, de teora. La meta de las escuelas griegas
de filosofa era la transformacin del individuo. La meta de la filosofa griega era
dar al individuo la capacidad que le permitiera vivir distintamente, mejor, ms
feliz, que otra gente. Qu lugar tenan en esto el autoexamen y la confesin? A
primera vista, en todas las prcticas filosficas antiguas, la obligacin de decir la
verdad a s mismo ocupa un lugar ms bien restringido. Y esto por dos razones,
ambas las cuales permanecen vlidas a lo largo de toda la antigedad griega y
helenstica. La primera de estas razones es que el objetivo del ejercicio filosfico era
armar al individuo con un cierto nmero de preceptos que le permitieran
conducirse a s mismo en todas las circunstancias de la vida sin perder el dominio
de s o sin perder la tranquilidad de espritu, la pureza de cuerpo y alma. De este
principio proviene la importancia del discurso del maestro. El discurso del maestro
tiene que hablar, explicar, persuadir; tiene que dar al discpulo un cdigo universal
para toda su vida, de modo que la verbalizacin tiene lugar del lado del maestro y
no del lado del discpulo.
Hay tambin otra razn por la que la obligacin de confesar no tiene
excesiva importancia en la antigua direccin de conciencia. El lazo con el maestro
era entonces circunstancial o, en cualquier caso, provisional. Era una relacin entre
dos voluntades, lo que no implica una obediencia total o definitiva. Se solicita o
acepta el consejo del maestro o de un amigo con miras a soportar una prueba, una
prdida, un exilio, o un revs de la fortuna, etc. O, tambin, uno se pone bajo la
direccin de un maestro durante un cierto tiempo de su vida para un da llegar a
ser capaz de conducirse autnomamente y no volver a tener necesidad de consejo.
La direccin antigua tiende a la autonoma del dirigido. En esas condiciones se
puede entender que la necesidad de explorarse a s mismo con una profundidad
exhaustiva no se presente. No es indispensable decirlo todo sobre s, revelar los
menores secretos, de manera que el maestro pueda ejercer un poder total sobre
divide en dos y organiza una escena judicial, donde representa ambos papeles
simultneamente. Sneca es como un acusado confesando su crimen al juez, y el
juez es Sneca mismo. Pero, si miramos ms de cerca, vemos que el vocabulario
usado por Sneca es ms administrativo que judicial. Es el vocabulario de la
gestin de bienes o del territorio. Sneca dice, por ejemplo, que el es speculator sui,
que l se inspecciona a s mismo, que l examina consigo mismo el da pasado,
totum diem meum scrutor; o que toma la medida de las cosas dichas y hechas; usa la
palabra remetior. Con la mirada puesta en s mismo, l no es un juez que tiene que
castigar: es, ms bien, un administrador que, una vez el trabajo ha sido hecho o
terminados los asuntos del ao, hace las cuentas, hace balance, y ve si todo ha sido
hecho correctamente. Sneca es un administrador permanente de s mismo, ms
que un juez de su propio pasado.
Los ejemplos de faltas cometidas por Sneca y por las que se reprocha a s
mismo son significativos de este punto de vista. El dice y se reprocha haber
criticado a alguien y haberle hecho dao en vez de corregirle; o, tambin, dice que
ha discutido con gente que era en todo caso incapaz de entenderle. Estas faltas,
como l mismo dice, no son realmente faltas; son errores. Por qu errores? Bien
porque l no tena en su mente los fines que el sabio debe fijarse, bien porque l no
aplic de manera correcta las reglas de conducta que se deducen de ellos. Las faltas
son errores en el sentido de que son malos ajustes entre fines y medios.
Significativo es tambin el hecho de que Sneca no registre estas faltas con el objeto
de castigarse; l tiene como meta solo memorizar exactamente las reglas que tiene
que aplicar. Esta memorizacin tiene por objeto una reactivacin de principios
filosficos fundamentales y el reajuste de su aplicacin. En la confesin cristiana el
penitente tiene que memorizar la ley con miras a descubrir sus propios pecados,
pero en este ejercicio estoico el sabio tiene que memorizar actos con miras a
reactivar las reglas fundamentales. Uno puede, pus, caracterizar este examen en
pocas palabras. Primero, este examen, no es, en absoluto, una cuestin de descubrir
la verdad oculta en el sujeto. Es ms bien una cuestin de recordar la verdad
olvidada por el sujeto. Segundo, lo que el sujeto olvida no es ni l mismo, ni su
naturaleza, ni su origen, ni una afinidad sobrenatural. Lo que el sujeto olvida es lo
que l debera haber hecho, esto es, una coleccin de reglas de conducta que ha
aprendido. Tercero, la recoleccin de errores cometidos durante el da sirve para
medir la distancia que separa lo que se hizo de lo que debera haberse hecho. Y
cuarto, el sujeto que practica este examen sobre s mismo no es la base de
operaciones para un proceso ms o menos oscuro que ha de ser descifrado. l es el
punto donde las reglas de conducta se juntan y se registran bajo la forma de
recuerdos. Es, al mismo tiempo, el punto de partida para acciones ms o menos en
Ahora bien, cul es esa verdad, cual es ese verum, que quiere confesar?
Confiesa faltas, pensamientos secretos, deseos vergonzosos, y cosas as? En
absoluto. El texto de Serenus aparece como una acumulacin de detalles
relativamente poco importantes, al menos para nosotros poco importantes; por
ejemplo, Serenus confiesa a Sneca que usa la vajilla heredada de su padre, que se
deja fcilmente llevar cuando hace discursos pblicos, etc. Pero, es fcil reconocer,
tras este aparente desorden, tres dominios distintos en esta confesin: el dominio
de las riquezas, el dominio de la vida poltica, y el dominio de la gloria; adquirir
riquezas, participar en los asuntos de la ciudad, ganar el favor de la opinin
pblica. Esos son esos eran los tres tipos de actividad posible para un hombre
libre, las tres cuestiones morales tpicas que eran planteadas por las escuelas
filosficas principales del perodo. La estructura de la exposicin de Serenus no
est, por tanto, definida por el curso real de su existencia; no est definida por sus
experiencias reales, ni por una teora del alma o de sus elementos, sino solo por
una clasificacin de los diferentes tipos de actividad que uno puede ejercer y los
fines que uno puede perseguir. En cada uno de estos campos, Serenus revela su
actitud enumerando lo que le gusta y lo que le disgusta. La expresin me gusta
(placet me) es el hilo conductor de sus anlisis. Le gusta hacer favores a sus amigos.
Le gusta comer sencillo, y no tener otra cosa que lo que ha heredado, sin embargo
el espectculo del lujo en los otros le agrada. Le procura placer tambin exagerar su
estilo oratorio con la esperanza de que la posteridad retendr sus palabras. Al
exponer lo que le gusta, Serenus no est revelando cules son sus deseos
profundos[141]. Sus placeres no son el medio de revelar lo que el cristianismo ms
tarde llamar concupiscentia. Para l, es una cuestin de su propio estado y de
aadir algo al conocimiento de los preceptos morales. Esta adicin a lo ya conocido
es una fuerza, la fuerza que sera capaz de transformar el conocimiento puro y la
simple consciencia en un modo real de vivir. Y qu es lo que Sneca intenta hacer
cuando utiliza un conjunto de argumentos persuasivos, demostraciones, ejemplos,
con el objeto, no de descubrir una an no conocida verdad en el interior y en el
fondo del alma de Serenus, sino con el objeto de explicar, si puedo hablar as, hasta
qu punto la verdad en general es verdad. El discurso de Sneca tiene por objetivo
no el de aadir a algunos principios tericos una fuerza de coercin proveniente de
cualquier parte sino el de transformarlos en una fuerza victoriosa. Sneca tienen
que dar un lugar a la verdad como fuerza. A partir de ah, creo, varias
consecuencias. Primero, en este juego entre la confesin de Serenus y la consulta de
Sneca, la verdad, como ven, no es definida por una correspondencia con la
realidad sino como una fuerza inherente a los principios y que ha de ser
desarrollada en un discurso. Segundo, esta verdad no es algo que est oculto detrs
o bajo la conciencia, en la ms profunda y oscura parte del alma. Es algo que est
ante el individuo como punto de atraccin, una especie de fuerza magntica que lo
atrae hacia una meta. Tercero, esta verdad no es obtenida por una exploracin
analtica de lo que se supone es real en el individuo sino por la explicacin retrica
de lo que es bueno para alguien que quiere aproximarse a la vida de un sabio.
Cuarto, la confesin no est orientada hacia una individualizacin de Serenus por
el descubrimiento de algunas caractersticas personales, sino hacia la constitucin
de un yo que pudiera ser, al mismo tiempo y sin discontinuidad alguna, sujeto de
conocimiento y sujeto de voluntad. Quinto[142], podemos ver que una prctica tal de
confesin y consulta se mantiene dentro de la estructura de lo que los griegos
durante largo tiempo llamaron el gnome. El trmino gnome designa la unidad de
voluntad y conocimiento; designa tambin una breve pieza de discurso a travs de
la cual la verdad aparece con toda su fuerza y se incrusta en el alma de la gente [143].
Entonces, podramos decir que incluso tan tardamente como en el primer siglo
despus de Cristo, el tipo de sujeto que es propuesto como un modelo y como un
objetivo en la filosofa griega, o helenstica o romana, es un yo gnmico, donde la
fuerza de la verdad es una con la forma de la voluntad.
En este modelo de yo gnmico, encontramos diversos elementos
constitutivos: la necesidad de decir la verdad sobre uno mismo, el papel del
maestro y el discurso del maestro, el largo camino que conduce finalmente a la
emergencia del yo. Todos esos elementos los encontramos tambin en las
tecnologas de s del cristianismo, pero con una organizacin muy diferente. Debo
decir, en suma, y concluir aqu, que hasta donde hemos seguido las prcticas de
autoexamen y confesin en la filosofa helenstica o romana, ven ustedes que el yo
no es algo que tenga que ser descubierto o descifrado como un oscursimo texto,
que la tarea no consiste en sacar a la luz lo que sera la parte ms oscura de
nosotros mismos. El yo, por el contrario, no tiene que ser descubierto sino
constituido, constituido a travs de la fuerza de la verdad. Esta fuerza estriba en la
cualidad retrica del discurso del maestro, y su cualidad retrica depende en parte
de la exposicin del discpulo, que tiene que explicar cun lejos ha llegado en su
modo de vida basado en los principios verdaderos que conoce [144]. Y creo que esta
organizacin del yo como un objetivo, la organizacin de lo que llamo el yo
gnmico, como el objetivo, la finalidad, hacia la que la confesin y el autoexamen
se orientan, es algo profundamente diferente de lo que encontramos en las
tecnologas de s cristianas. En las tecnologas de s cristianas, el problema es
descubrir lo que est oculto dentro del yo; el yo es como un texto o como un libro
que tenemos que descifrar, y no algo que tiene que ser construido por la
superposicin, super-imposicin, de la voluntad y la verdad. Esta organizacin,
esta organizacin cristiana tan diferente de la pagana, es algo que es, creo,
facet veritatem venit ad lucem[148]. Lo que significa: facite veritatem, producir la verdad
dentro de uno mismo, y venire ad lucem, tener acceso a la luz. Bien, producir la
verdad dentro de uno mismo, y tener acceso a la luz de Dios, etc., esos dos
procesos estn fuertemente conectados en la experiencia cristiana. Pero estas dos
relaciones con la verdad, pueden ustedes encontrarlas igualmente conectadas,
como saben, en el budismo, y tambin lo estaban en todos los movimientos
gnsticos de los primeros siglos. Pero aqu, tanto en el budismo como en los
movimientos gnsticos, estas dos relaciones con la verdad estaban conectadas de
tal modo que estaban casi identificadas. Descubrir la verdad dentro de s, descifrar
la naturaleza real y el autntico origen del alma, era considerado por los gnsticos
como algo que viene a travs de la luz [149]. Por el contrario, una de las principales
caractersticas del cristianismo ortodoxo, una de las principales diferencias entre
cristianismo y budismo, o entre cristianismo y gnosticismo, una de las principales
razones de la desconfianza del cristianismo hacia la mstica, y uno de los rasgos
histricos ms constantes del cristianismo es que estos dos sistemas de obligacin,
de obligacin a la verdad el relativo al acceso a la luz y el relativo a la produccin
de la verdad, al descubrimiento de la verdad dentro de uno mismo estos dos
sistemas de obligacin han mantenido siempre una cierta autonoma. Incluso
despus de Lutero, incluso en el protestantismo, los secretos del alma y los
misterios de la fe, el yo y el libro, no estn en el cristianismo iluminados
exactamente por el mismo tipo de luz. Demandan diferentes mtodos y ponen en
funcionamiento tcnicas particulares.
Bien, dejemos a un lado la larga historia de sus complejas y a menudo
conflictivas relaciones antes y despus de la Reforma. Me gustara esta tarde poner
el foco de atencin sobre el segundo de esos sistemas de obligacin. Me gustara
poner el foco en la obligacin impuesta a todo cristiano de manifestar la verdad
sobre s. Cuando se habla de confesin y autoexamen en el cristianismo, se tiene en
mente, claro est, el sacramento de la penitencia y la cannica confesin de los
pecados. Pero estas son innovaciones ms bien tardas en el cristianismo. Los
cristianos de los primeros siglos conocan formas completamente diferentes de
manifestar la verdad acerca de s, y encontrarn estas obligaciones de manifestar la
verdad sobre s en dos diferentes instituciones en los ritos penitenciales y en la
vida monstica. Me gustara en primer lugar examinar los ritos penitenciales y las
obligaciones de verdad, obligaciones que estn relacionadas, que estn conectadas
con esos ritos penitenciales. No entrar, por supuesto, en las discusiones que
tuvieron lugar y que continuaron hasta hoy ni en el desarrollo progresivo de esos
ritos. Quisiera solamente subrayar un hecho fundamental: en los primeros siglos
del cristianismo, la penitencia no era un acto. La penitencia, en los primeros siglos
reconciliacin, Fabiola estaba entre los de rango de penitente. El obispo, los curas,
y el pueblo lloraban con ella. Su cabello desordenado, su cara plida, sus manos
sucias, su cabeza cubierta de cenizas, se golpeaba el desnudo pecho y cara con los
que haba seducido a su segundo marido. Revelaba a todos su herida, y Roma, en
lgrimas, contemplaba las marcas de su cuerpo demacrado [152]. Jernimo y
Tertuliano eran dados, sin duda, a dejarse llevar por tales cosas; en Ambrosio y en
otros, sin embargo, se encuentran indicaciones que muestran claramente la
existencia de un episodio de dramtica autorrevelacin en el momento de la
reconciliacin del penitente. Eso era, especficamente, la exomologesis. Pero el
trmino exomologesis no se aplica solamente a este episodio final. Frecuentemente la
palabra exomologesis es usada para designar todo lo que el penitente hace para
obtener su reconciliacin durante el tiempo en que mantiene el estatuto de
penitente. Los actos por los que l se castiga a s mismo tienen que ser indisociables
de los actos por los que l se revela a s mismo. El castigo de s y la expresin
voluntaria de s estn ligados entre ellos. Un correspondiente de Cipriano en la
mitad del siglo tercero escribe, por ejemplo, que aquellos que deseen hacer
penitencia tienen que, cito: probar su sufrimiento, mostrar su vergenza, hacer
visible su humildad, y exhibir su modestia [153]. Y en la Paraenesis, Paciano dice que
la penitencia verdadera es cumplida no de una manera nominal sino que encuentra
sus instrumentos en la ropa de saco, las cenizas, el ayuno, la afliccin, y en la
participacin de un gran nmero de personas en las oraciones. En unas pocas
palabras, la penitencia en los primeros siglos cristianos es un modo de vida
caracterizado en todo momento por una obligacin de mostrarse a s mismo; y esto
es exactamente la exomologesis[154].
Como ven, esta exomologesis no obedeca a un principio judicial de
correlacin, de exacta correlacin, ajustando el castigo al crimen. La exomologesis
obedeca a una ley de nfasis dramtico y de teatralidad mxima. Y esta
exomologesis tampoco obedeca a un verdadero principio de correspondencia entre
enunciacin verbal y realidad. Como ven, ninguna descripcin de esta exomologesis
es de una penitencia; ninguna confesin, ni enumeracin verbal de pecados,
ningn anlisis de pecados, sino expresiones somticas y expresiones simblicas.
Fabiola no confiesa su falta, contando a alguien lo que ha hecho, sino que pone
ante los ojos de todos la carne, el cuerpo que ha cometido el pecado. Y,
paradjicamente, la exomologesis es ese momento en que el pecado se borra, se
restituye la pureza previa adquirida con el bautismo, y esto mostrando al pecador
como l es en su realidad, sucia, profanada, mancillada[155].
Tertuliano adopta una palabra para traducir la palabra griega exomologesis;
deca que era publicatio sui, el cristiano tena que exponerse pblicamente [156].
Publicarse a s: eso significa que tiene que hacer dos cosas. Una, tiene que
mostrarse como un pecador, lo que quiere decir, como alguien que, eligiendo el
camino del pecado, prefiri la inmundicia a la pureza, la tierra y el polvo al cielo, la
pobreza espiritual a los tesoros de la fe. En una palabra, l tiene que mostrarse
como alguien que prefiri la muerte espiritual a la vida eterna [157]. Y esa era la
razn por la que la exomologesis era una especie de representacin de la muerte. Era
la representacin teatral del pecador como muerto o como moribundo. Pero esta
exomologesis era tambin para el pecador un modo de expresar su voluntad de
liberarse de este mundo, de deshacerse de su propio cuerpo, de destruir su propia
carne y tener acceso a una nueva vida espiritual. Es la representacin teatral del
pecador como deseoso de su propia muerte como pecador. Es la manifestacin
dramtica de la renuncia a s mismo.
Para justificar esta exomologesis y esta renuncia a uno mismo en la
manifestacin de la verdad sobre s, los Padres cristianos recurrieron a diversos
modelos. El bien conocido modelo mdico fue usado con mucha frecuencia en la
filosofa pagana: uno tiene que mostrar sus heridas a los mdicos si quiere ser
curado. Tambin usaban el modelo judicial: uno siempre apacigua al tribunal si
confiesa espontneamente las faltas[158]. Pero el modelo ms importante para
justificar la necesidad de la exomologesis es el modelo del martirio. El mrtir es
aquel que prefiere enfrentarse a la muerte antes que abandonar su fe [159]. El pecador
abandona la fe para conservar la vida de aqu abajo; ser reintegrado solamente si a
su vez se expone voluntariamente a una especie de martirio del que todos sern
testigos, y que es penitencia, o penitencia como exomologesis[160]. Una demostracin
tal no tiene, por tanto, como funcin el establecimiento de la identidad personal.
Ms bien, tal demostracin sirve para hacer patente esta demostracin dramtica
de lo que uno es: el rechazo de s, la ruptura consigo mismo. Esto nos recuerda cul
era el objetivo de la tecnologa estoica: superponer, como intent explicarles la
semana pasada, el sujeto de conocimiento y el sujeto de voluntad por medio de la
perpetua rememoracin de las reglas. La frmula que est en el corazn de la
exomologesis es, por el contrario, ego non sum ego [yo no soy yo]. La exomologesis
busca, en oposicin a las tcnicas estoicas, superponer por medio de un acto de
ruptura violenta la verdad sobre s y la renuncia a s. En los gestos ostentosos de la
maceracin, la autorrevelacin de la exomologesis es, al mismo tiempo,
autodestruccin.
Bien, si nos volvemos hacia la confesin en las instituciones monsticas
tenemos algo, claro est, totalmente distinto de esta exomologesis. En las
Los granos son, por supuesto, las ideas que se presentan continuamente a la mente.
Y en la comparacin de la piedra de molino corresponde al molinero seleccionar
entre aquellos granos que son malos y los que pueden ser admitidos para la piedra
del molino porque son buenos. Casiano recurre tambin a la comparacin con el
oficial que hace desfilar a los soldados ante l y los manda a la izquierda o a la
derecha, asignando a cada uno su tarea de acuerdo con sus capacidades. Y
finalmente, y esta es, creo, la ms importante, la ms interesante, Casiano dice que
uno tiene que ser con respecto a s mismo como un cambista al que uno presenta
monedas, y cuya tarea consiste en examinarlas, y verificar su autenticidad, de
manera que acepta aquellas que son autnticas mientras que rechaza las que no lo
son. Casiano desarrolla ampliamente esta comparacin. Cuando un cambista
examina una moneda, dice Casiano, observa la efigie de la moneda, considera el
metal de que est hecha, para saber cul es y si es pura. El cambista intenta saber el
taller del que procede, la sopesa para saber si ha sido limada o manipulada. Del
mismo modo, dice Casiano, uno tiene que verificar la calidad de sus pensamientos,
tiene que saber si portan realmente la efigie de Dios; es decir, si realmente nos
permiten contemplarlo, si su superficie brillante no oculta la impureza de un mal
pensamiento. Cul es su origen? Vienen de Dios o del taller del diablo?
Finalmente, incluso si son de cualidad y origen divinos, han sido mermados y
corrodos por malos sentimientos?
Creo que esta forma de examen es al mismo tiempo nueva e histricamente
importante. Quiz he insistido demasiado con respecto a los estoicos en el hecho de
que su examen, el examen estoico, ataa a actos y reglas. Hay que reconocer, sin
embargo, la importancia de la cuestin de la verdad en los estoicos, pero la
cuestin era presentada en trminos de opiniones verdaderas o falsas favorables a
formar buenas o malas acciones. Para Casiano, el problema no es saber si hay una
conformidad entre la idea y el orden de las cosas externas; es una cuestin de
examinar el pensamiento en s mismo. Muestra realmente su verdadero origen?,
es tan puro como parece?, no tiene elementos insidiosamente mezclados con l?
En suma, la cuestin no es Estoy equivocado al pensar tal cosa?, sino No he
sido engaado por el pensamiento que me ha venido? No hay, en el pensamiento
que me viene, y con independencia de la verdad en cuanto a las cosas que
representa, una ilusin acerca de m mismo, por mi parte? Por ejemplo, me viene la
idea de que ayunar es algo bueno. La idea es ciertamente verdadera, pero quiz
esta idea no ha sido sugerida por Dios sino por Satn para ponerme en
competicin con otros monjes, y entonces malos sentimientos sobre los otros
pueden estar mezclados en el proyecto de ayunar ms de lo que lo hago. As, la
idea es verdadera en relacin al mundo externo, o en relacin a las reglas, pero la
que sacrificar el yo para descubrir la verdad sobre nosotros mismos, y tenemos que
descubrir la verdad sobre nosotros para sacrificarnos a nosotros mismos. Verdad y
sacrificio. La verdad sobre nosotros mismos y el sacrificio de nosotros mismos
estn profunda y estrechamente conectados. Tenemos que entender este sacrificio
no solo como un cambio radical en el modo de vida sino como la consecuencia de
una frmula como esta: llegars a ser sujeto de manifestacin de la verdad cuando
y solo cuando desaparezcas o te destruyas a ti mismo como un cuerpo real o como
una existencia real.
Detengmonos aqu. He sido a la vez demasiado largo y demasiado
esquemtico. Me gustara que consideraran lo que he dicho solamente como un
punto de partida, uno de esos pequeos orgenes que a Nietzsche le gustaba
descubrir en el comienzo de las grandes cosas. Las grandes cosas que estas
prcticas monsticas anunciaban son numerosas. Mencionar, justo antes de
terminar, unas pocas. Primero, como ven, la aparicin de una nueva clase de yo, o
al menos una nueva clase de relacin con nosotros mismos. Recuerdan lo que les
dije la semana pasada: la tecnologa griega, o las tcnicas filosficas de s tendan a
producir un yo que pudiera ser, que debiera ser, la superposicin permanente, en
la forma de la memoria, del sujeto de conocimiento y el sujeto de voluntad [170].
Creo que en el cristianismo vemos el desarrollo de una tecnologa de s
mucho ms compleja. Esta tecnologa de s mantiene la diferencia entre
conocimiento del ser, conocimiento del mundo, conocimiento de la naturaleza, y
conocimiento de s, y este conocimiento de s toma forma en la constitucin del
pensamiento como un campo de datos subjetivos que han de ser interpretados. Y,
el papel de intrprete es asumido por el trabajo de una verbalizacin continua de
los ms imperceptibles movimientos del pensamiento esta es la razn por la que
podramos decir que el yo cristiano que es correlato de esta tcnica es un yo
gnoseolgico.
Y el segundo punto que me parece importante es este: pueden apreciar en el
cristianismo primitivo una oscilacin entre la tecnologa de verdad de s orientada
a la manifestacin del pecador, la manifestacin del ser que podramos llamar la
tentacin ontolgica del cristianismo, y esa es la exomologesis y otra tecnologa de
verdad orientada hacia el anlisis discursivo y permanente del pensamiento esta
es la exagoreusis, y podramos ver ah la tentacin epistemolgica del cristianismo.
Y como saben, despus de muchos conflictos y fluctuaciones, la segunda forma de
tecnologa, esta tecnologa epistemolgica de s, o esta tecnologa de s orientada a
la verbalizacin permanente y al descubrimiento de los ms imperceptibles
movimientos de nuestro yo, esta forma llega a ser victoriosa despus de siglos y
siglos, y es actualmente dominante.
Incluso en estas tcnicas hermenuticas derivadas de la exagoreusis la
produccin de verdad no podra ser encontrada, recuerdan, sin una condicin muy
estricta: la hermenutica de s implica el sacrificio de s. Y esa es, creo, la profunda
contradiccin o, si ustedes quieren, la gran riqueza, de las tecnologas de s
cristianas: ninguna verdad sobre s sin un sacrificio de s [171]. Creo que uno de los
grandes problemas de la cultura occidental ha sido encontrar la posibilidad de
fundar la hermenutica de s no, como fue el caso del cristianismo primitivo, sobre
el sacrificio de s sino, por el contrario, sobre una positiva, en lo terico y en lo
prctico, emergencia de s. Ese fue el propsito de las instituciones judiciales, ese
fue tambin el propsito de las prcticas mdicas y psiquitricas, ese fue el
propsito de la teora poltica y filosfica constituir el fundamento de la
subjetividad como raz de un yo positivo, que podramos llamar el antropologismo
permanente del pensamiento occidental. Y creo que este antropologismo est
vinculado al deseo profundo de sustituir el sacrificio que para el cristianismo era la
condicin de apertura de s como un campo de interpretacin indefinida por la
figura positiva del hombre[172]. En el curso de los dos ltimos siglos el problema ha
sido: cul podra ser el fundamento positivo de las tecnologas de s que han sido
desarrolladas durante siglos y siglos? Pero, quiz, ha llegado para nosotros el
momento de preguntarnos Necesitamos realmente esta hermenutica de s? [173]
Quiz el problema del yo no es descubrir lo que es en su positividad, quiz el
problema no es descubrir un yo positivo o el fundamento positivo del yo. Quiz
nuestro problema es ahora descubrir que el yo no es otra cosa que el correlato
histrico de la tecnologa construida en nuestra historia. Quiz el problema es
cambiar esas tecnologas[174]. Y, en este caso, uno de los problemas polticos
principales sera actualmente, en el estricto sentido de la palabra, la poltica de
nosotros mismos. Bien, les estoy muy agradecido.
Usted es quincuagenario. Es lector de la revista, que existe desde hace dos aos.
El conjunto de sus discursos es para usted algo positivo?
Que la revista exista es algo positivo e importante. Lo que yo poda pedirle
a su revista es no tener que plantearme la cuestin de mi edad cuando la leo. Pues
la lectura me fuerza a plantermela; y no me ha gustado mucho la forma en que he
sido llevado a hacerlo. Simplemente yo no tena cabida en ella.
Quiz el problema est en el rango de edad de los que colaboran en ella y de los
que la leen: una mayora entre veinticinco y treinta y cinco aos.
Claro, en cuanta mayor medida sea escrita por jvenes, tanto ms
concernir a los jvenes. Pero el problema no es hacer sitio a un rango de edad al
lado de otro, sino saber qu se puede hacer en relacin con la casi identificacin
entre homosexualidad y amor entre jvenes.
Otra cosa de la que hay que desconfiar es la tendencia a retrotraer la cuestin
de la homosexualidad al problema del qu soy? Cul es el secreto de mi
deseo?. Quiz fuera mejor preguntarse: Qu relaciones pueden, a travs de la
homosexualidad, ser establecidas, inventadas, multiplicadas, moduladas?. El
problema no es descubrir en s la verdad del sexo de uno, sino, ms bien, el de
hacer uso en lo sucesivo de su sexualidad para llegar a una multiplicidad de
relaciones. Sin duda radica ah la verdadera razn por la cual la homosexualidad
no es una forma de deseo sino algo deseable. Tenemos, pues, que empearnos en
llegar a ser homosexuales y no obstinarnos en reconocer que lo somos. Es hacia lo
que van los desarrollos del problema de la homosexualidad; es el problema de la
amistad.
lugar a una cultura, y a una tica. Ser gay no es, creo, identificarse con rasgos
psicolgicos y con las mscaras visibles de lo homosexual, sino buscar definir y
desarrollar un modo de vida.
No es una mitologa decir: Henos aqu, quiz en las primicias de una
socializacin entre seres que es inter-clases, inter-edades, inter-naciones?
S, un gran mito, el de decir: ya no habr diferencia entre la
homosexualidad y la heterosexualidad. Pienso adems que es una de las razones
por las que la homosexualidad constituye un problema actualmente. Ahora bien, la
afirmacin de que ser homosexual es ser un hombre y amarse entre s, esta
investigacin de un modo de vida sale al encuentro de esta ideologa de los
movimientos de liberacin sexual de los aos 60. Es en este sentido que los
clones bigotudos tienen una significacin. Es una manera de responder: No
teman nada, cuanto ms liberados estemos, menos nos gustarn las mujeres,
menos nos fundiremos en esta polisexualidad en que no hay ya diferencia entre los
unos y los otros. Y esto no es en absoluto la idea de una gran fusin comunitaria.
La homosexualidad es una ocasin histrica de reabrir virtualidades
relacionales y afectivas, no tanto por las cualidades intrnsecas del homosexual,
sino porque su posicin en cierto modo al bies, las lneas diagonales que puede
trazar en el tejido social, permiten hacer aparecer esas virtualidades.
Las mujeres podrn objetar: Qu es lo que los hombres entre s ganan con eso,
en comparacin con las relaciones posibles entre un hombre y una mujer, o una relacin
entre dos mujeres?.
Hay un libro que acaba de aparecer en los Estados Unidos sobre las
amistades entre mujeres[176]. Est muy bien documentado a partir de testimonios de
relaciones de afecto y de pasin entre mujeres. En el prefacio la autora dice que ella
haba partido de la idea de detectar relaciones homosexuales y se haba dado
cuenta no solo de que esas relaciones no estaban siempre presentes sino que
careca de inters saber si se poda denominar a eso homosexualidad o no. Y que,
dejando la relacin desplegarse tal como aparece en las palabras y en los gestos,
aparecan otras cosas muy importantes: amores, afectos densos, maravillosos,
soleados o bien muy tristes, muy negros. Ese libro muestra tambin, hasta qu
punto el cuerpo de la mujer ha jugado un gran papel, y los contactos entre los
cuerpos femeninos: una mujer peina a otra mujer, le ayuda a maquillarse, a
vestirse. Las mujeres tenan derecho al cuerpo de las otras mujeres: cogerse por la
Hay que salir del dilema: o se est a favor o se est en contra. Despus de
todo se puede estar de cara y de pie. Trabajar con un gobierno no implica ni
sujecin ni aceptacin total. Se puede a la vez trabajar y ser remiso. Pienso incluso
que las dos cosas van a la par.
Despus del Michel Foucault crtico vamos a ver al Michel Foucault reformista?
Era, al fin y al cabo, un reproche a menudo dirigido a la crtica realizada por los
intelectuales, que no lleva a nada?
Responder en primer lugar al punto del eso no ha aportado nada. Hay
centenas e incluso millares de personas que han trabajado en la emergencia de un
cierto nmero de problemas que hoy se han planteado efectivamente. Decir que
eso no ha aportado nada es completamente falso. Piensa que hace veinte aos se
planteaban los problemas de la relacin entre la enfermedad mental y la
normalidad psicolgica, el problema de la prisin, el problema del poder mdico,
el problema de la relacin entre los sexos, etc., como se plantean hoy?
Por otra parte, no hay reformas en s. Las reformas no se producen en el aire,
independientemente de los que las hacen. No se puede no tener en cuenta a
quienes tendrn que gestionar esta transformacin.
Y, sobre todo, no creo que se puedan oponer crtica y transformacin. La
crtica ideal y la transformacin real.
Una crtica no consiste en decir que las cosas no estn bien como estn.
Consiste en ver sobre qu tipo de evidencias, de familiaridades, de modos de
pensamiento adquiridos y no reflexionados reposan las prcticas que se aceptan.
Hay que liberarse de la sacralizacin de lo social como nica instancia de lo
real y dejar de considerar como aire esta cosa esencial en la vida humana y en las
relaciones humanas, me refiero al pensamiento. El pensamiento existe, bien ms
all, bien ms ac de los sistemas y de los edificios discursivos. Es algo que a
menudo se esconde, pero siempre anima los comportamientos cotidianos. Hay
siempre un poco de pensamiento incluso en las instituciones ms tontas, hay
siempre pensamiento incluso en las mudas costumbres.
La crtica consiste en desemboscar este pensamiento e intentar cambiarlo,
mostrar que las cosas no son tan evidentes como se cree, hacer que lo que se acepta
como que va de suyo deje de ir de suyo. Hacer crtica es volver difciles los gestos
demasiado fciles.
general, son detenidos durante veinticuatro horas. Cmo explicar este gesto? Yo
tengo la hiptesis de que se introduce una nueva forma de relacin entre la
homosexualidad y el poder poltico, administrativo y policial. Por tanto, las
prcticas que vieron la luz en el siglo XVII son de naturaleza distinta de la
represin existente ya desde la Antigedad. Se constata una reestructuracin de las
tecnologas del yo en torno a la sexualidad. En todos los dominios de la sociedad, la
sexualidad se convierte en el dispositivo general explicativo del conjunto de la
personalidad humana.
Si la represin exista ya durante la Antigedad, cul ha sido su forma y qu
cambios se han podido observar?
identidad. Haba personas que practicaban los aphrodisia razonablemente segn las
costumbres y otras que no practicaban bien los aphrodisia, pero el pensamiento de
identificar a alguien por su sexualidad no habra podido venirles a la mente. Esto
no ocurre sino a partir del momento en que el dispositivo de sexualidad ha entrado
en escena, es decir, en que un conjunto de prcticas, instituciones y conocimientos
haba hecho de la sexualidad un dominio coherente y una dimensin
absolutamente fundamental del individuo, es en ese momento preciso, s, cuando
la pregunta Qu ser sexual es usted? se torn inevitable.
En este dominio preciso, no siempre he sido bien comprendido por algunos
movimientos que persiguen la liberacin sexual en Francia. Aunque desde el punto
de vista tctico importa en un momento dado poder decir: Soy homosexual, no
es necesario, en mi opinin, a ms largo plazo y en el marco de una estrategia ms
amplia plantear cuestiones sobre la identidad sexual. No se trata, pues, llegado el
caso, de confirmar su identidad sexual, sino de rechazar la conminacin de la
identificacin a la sexualidad, a las diferentes formas de sexualidad. Hay que
rechazar satisfacer la obligacin de identificacin por mediacin y con la ayuda de
una cierta forma de sexualidad.
En qu medida ha estado comprometido con los movimientos por la
emancipacin de la homosexualidad en Francia?
Ningn comentario, como dicen los funcionarios del Estado, cuando se les
plantea una cuestin embarazosa. No estoy lo suficientemente versado en la
literatura psicoanaltica moderna y comprendo los textos de Lacan demasiado mal
como para hacer el menor comentario sobre ese tema. Tengo, sin embargo, la
impresin de que se puede constatar un progreso significativo, pero es todo lo que
puedo decir al respecto.
En Las palabras y las cosas, habla de la muerte del hombre. Quiere decir que el
humanismo no puede ser el punto de referencia de sus actividades polticas?
Hay que recordar el contexto en el que escrib esa frase. Usted no puede
imaginarse en qu poza moralizante de sermones humanistas estbamos
sumergidos en la postguerra. Todo el mundo era humanista [194]. Camus, Sartre,
Garaudy eran humanistas. Stalin tambin era humanista. No tendr la grosera de
recordar que los discpulos de Hitler se denominaban humanistas. Eso no
compromete al humanismo, pero permite simplemente comprender que en la
poca yo no poda ya pensar en los trminos de esta categora. Estbamos en plena
confusin intelectual. En la poca, el yo se comprenda como categora de
fundamento. Las determinaciones inconscientes no podan ser aceptadas. Tome por
ejemplo el caso del psicoanlisis. En el nombre del humanismo, en el nombre del
yo humano en su soberana, numerosos fenomenlogos, al menos en Francia, tales
como Sartre y Merleau-Ponty, no podan aceptar la categora del inconsciente. No
se la admita ms que como una especie de sombra, algo marginal, un excedente; la
conciencia no deba perder sus derechos soberanos.
Vale lo mismo para la lingstica. Ella permite afirmar que es demasiado
simple, incluso inadecuado, explicar los dichos del hombre remitiendo todo
simplemente a las intenciones del sujeto. La idea del inconsciente y la de la
estructura de la lengua permiten responder, por as decirlo, desde fuera al
problema del yo. Yo intent aplicar esta misma prctica a la historia.
No se trata de una historicidad del yo? Puede comprenderse el yo como
una especie de invariante meta- o transhistrica?
Qu coherencia existe entre las diferentes formas de lucha poltica en las que
usted ha estado comprometido?
mucho antes del cristianismo. Usted encuentra todas estas formulaciones en los
textos estoicos, pitagricos, y esas formulaciones son ya tan cristianas que los
cristianos las retoman tal cual[201]. Lo que es bastante sorprendente, es que esta
moral filosfica vena, de algn modo, con retardo, despus de un movimiento real
en la sociedad de matrimonializacin, de valoracin del matrimonio y de las
relaciones afectivas entre esposos[202]. Se han encontrado contratos de matrimonio,
en Egipto, que datan del perodo helenstico, en los cuales las mujeres pedan la
fidelidad sexual del marido, a lo que el marido se comprometa. Estos contratos no
emanaban de las grandes familias, sino de los medios urbanos, un poco populares.
Como los documentos son raros, se puede lanzar la hiptesis de que los
textos estoicos sobre esta nueva moralidad matrimonial destilaban en los medios
cultivados lo que ya tena curso en los medios populares. Esto hace, pues, bascular
enteramente todo el paisaje que nos es familiar de un mundo grecorromano de
licencia sexual maravillosa que el cristianismo destruira de un solo golpe.
Esto es de lo que Boswell ha partido; a l le llam mucho la atencin ver
hasta qu punto el cristianismo se mantiene en conformidad con lo que exista
antes que l, en particular respecto al problema de la homosexualidad. Hasta el
siglo IV, el cristianismo retoma el mismo tipo de moralidad, apretando
simplemente los tornillos. Donde, a mi modo de ver, van a plantearse nuevos
problemas, es con el desarrollo del monaquismo, a partir del siglo IV
justamente[203]. Entonces emerge la exigencia de la virginidad. Tenamos primero,
en los textos ascticos cristianos, la insistencia sobre el problema del ayuno, no
comer demasiado, no pensar demasiado en comer, poco a poco se desarrolla la
obsesin de imgenes de concupiscencia, de imgenes libidinosas. Tenemos,
entonces, un cierto tipo de experiencia, de relacin con el deseo y el sexo que es
bastante nuevo. En cuanto a la homosexualidad, incluso si usted encuentra, por
ejemplo en Basilio de Cesarea, una condena de la amistad entre muchachos en
tanto que tal, eso no afecta al conjunto de la sociedad. Me parece seguro que la
gran condena de la homosexualidad propiamente dicha data de la Edad Media,
entre los siglos VIII y XII, Boswell dice claramente el siglo XII, pero eso se dibuja ya
en un cierto nmero de textos de penitenciales del siglo VIII y del siglo IX. En todo
caso, hay que desmontar completamente la imagen de una moral judeo-cristiana y
darse cuenta de que esos elementos han aparecido en diferentes pocas en torno a
ciertas prcticas y ciertas instituciones pasando de unos medios a otros.
Para volver al libro de Boswell, lo que me parece sorprendente es que haya hablado
de una subcultura gay en el siglo XII, de la que uno de sus defensores era el monje A. de
Rievaulx[204].
En efecto, ya en la antigedad hay una cultura pederstica que se ve
disminuir con la restriccin de la relacin hombre-muchacho a partir del Imperio
romano. Un dilogo de Plutarco[205] da cuenta de esta transformacin, todos los
valores modernos estn situados del lado de la mujer de una edad superior a la del
muchacho, es su relacin la que es valorada; cuando se presentan dos aficionados a
los muchachos, son un poco ridiculizados, son manifiestamente los relegados de
esta historia, desaparecen adems del final del dilogo. Es as como la cultura
pederstica se restringe. Sin embargo, no hay que olvidar que el monaquismo
cristiano se present como la continuacin de la filosofa; nos encontrbamos, pues,
ante una sociedad mono-sexual. Dado que las exigencias ascticas muy elevadas
del primer monaquismo se apaciguaron rpidamente, y si se admite que a partir de
la Edad Media los monasterios eran los nicos titulares de la cultura, se tienen
todos los elementos que explicaran por qu se puede hablar de subcultura gay.
Hay que aadir a esos elementos el de la direccin espiritual, por tanto la amistad,
la relacin afectiva intensa entre monjes ancianos y jvenes considerada como
posibilidad de salvacin; ellos tenan ah una forma predeterminada en la
Antigedad, que era de tipo platnico. Si se admite que hasta el siglo XII es el
platonismo el que constituye la base de la cultura para esta lite eclesistica y
monacal, creo que el fenmeno est explicado.
Haba credo entender que Boswell postulaba la existencia de una homosexualidad
consciente.
Boswell comienza por un largo captulo en el que justifica su posicin, por
qu toma a los gays y a la cultura gay como hilo conductor de su historia. Y, al
mismo tiempo, est absolutamente convencido de que la homosexualidad no es
una constante transhistrica. Su idea es la siguiente: si unos hombres tienen
relaciones sexuales entre s, o entre adulto y joven, en el marco de la ciudad o del
monasterio, no es solo por tolerancia de los dems respecto de tal o cual forma de
acto sexual, eso implica forzosamente una cultura; es decir, modos de expresin, de
valoracin, etc., por tanto, el reconocimiento por los sujetos mismos de lo que esas
relaciones tienen de especfico. Se puede, en efecto, admitir esta idea desde el
momento en que no se trata de una categora sexual o antropolgica constante,
sino de un fenmeno cultural que se transforma en el tiempo mantenindose en su
formulacin general: relacin entre individuos del mismo sexo que entraa un
modo de vida en que la conciencia de ser singular entre los dems est presente.
En ltimo extremo, es tambin un aspecto de la monosexualidad. Habra que ver
si, del lado de las mujeres, se podra imaginar una hiptesis equivalente que
implicase categoras de mujeres muy variadas, una subcultura femenina en la que
el hecho de ser mujer supondra que se tienen posibilidades de relacin con otras
mujeres que no son dadas ni a los hombres, por supuesto, ni siquiera a las dems
mujeres. Me parece que en torno a Safo y el mito de Safo ha habido esta forma de
subcultura.
Efectivamente, algunas investigaciones feministas recientes parecen ir en ese
sentido, del lado de las mujeres trovadoras, en particular, cuyos textos se dirigan a mujeres,
pero la interpretacin es difcil, puesto que no se sabe si ellas no eran ms que portavoces de
seores como los trovadores masculinos. Pero hay algunos textos, en todo caso, que hablan,
como Christine de Pisan, del sexo femenino y que prueban que habra una cierta
conciencia de una cultura femenina autnoma, puesta en peligro, por otra parte, por la
sociedad de los hombres. Hay que hablar, por tanto, de cultura gay femenina? El trmino
gay para las mujeres no me parece, por otra parte, muy operativo?
Efectivamente ese trmino tiene una significacin mucho ms estricta en
Francia que entre los americanos. En todo caso, me parece que al postular una
cultura gay al menos masculina, Boswell no se contradice en relacin con la tesis
que quiere que la homosexualidad no sea una constante antropolgica que sera
tan pronto reprimida como aceptada.
En La voluntad de saber, usted analiza la puesta en discurso del sexo,
proliferante en la poca moderna; salvo que, en ese discurso sobre el sexo, parece que la
homosexualidad est ausente, al menos hasta los aos 1850.
Querra llegar a entender cmo ciertos comportamientos sexuales se
convierten en un momento dado en problemas, dan lugar a anlisis, constituyendo
objetos de saber. Intento descifrar estos comportamientos, comprenderlos y
clasificarlos. Lo interesante no es tanto una historia social de los comportamientos
sexuales, una psicologa histrica de las actitudes con respecto a la sexualidad, sino
una historia de la problematizacin de esos comportamientos. Hay dos edades de
oro de las problematizacin de la homosexualidad como monosexualidad, es decir,
de las relaciones entre hombres y hombres, y hombres y muchachos. La primera es
la del perodo griego, helenstico que se termina a lo sumo durante el Imperio
romano. Los ltimos grandes testimonios de ello son: el dilogo de Plutarco, las
disertaciones de Mximo de Tiro y el dilogo de Luciano[206]
Mi hiptesis es aunque sea una prctica corriente que hablaron mucho
capital es como su plaza principal; los caminos son como sus calles. Un Estado
estar bien organizado cuando un sistema de polica tan estricto y eficaz como el de
las ciudades se extienda a todo el territorio. Al comienzo, la nocin de polica se
aplicaba nicamente al conjunto de regulaciones destinadas a asegurar la
tranquilidad de una ciudad, pero en ese momento la polica se convierte en el
molde de racionalidad para el gobierno de todo el territorio. El modelo de la ciudad
deviene en la matriz de las regulaciones que se aplican al conjunto del Estado.
La nocin de polica, incluso en Francia hoy, es frecuentemente mal
entendida. Cuando se habla a un francs de la polica l solo puede pensar en gente
de uniforme o en el servicio secreto. En los siglos XVII y XVIII, polica designaba
un programa de racionalidad gubernamental. Este puede ser caracterizado como
un proyecto para crear un sistema de regulacin de la conducta general de los
individuos en que todo estara controlado, hasta el punto del autosostenimiento,
sin necesidad de intervencin. Este es el esfuerzo ms tpicamente francs de
concebir el ejercicio de la polica. Los ingleses, por varias razones, no desarrollaron
un sistema comparable, principalmente debido a la tradicin parlamentaria, por
una parte, y, por otra, a la tradicin de autonoma local, comunal por no
mencionar el sistema religioso.
Se puede situar a Napolen casi exactamente en el punto de ruptura entre la
vieja organizacin del Estado de polica del siglo XVIII (entendido, naturalmente,
en el sentido en que hemos estado hablando, y no en el sentido de Estado
policial tal como lo conocemos hoy) y las formas del Estado moderno, que el
invent. En cualquier caso, parece que, en el curso de los siglos XVIII y XIX,
apareci bastante rpidamente en lo que concierne al comercio y ms lentamente
en todos los dems dominios esta idea de una polica que conseguira penetrar,
estimular, regular y volver casi automticos todos los mecanismos de la sociedad.
Esta idea, desde entonces, ha sido abandonada. Se ha invertido la cuestin.
Ya no nos preguntamos: Cul es la forma de racionalidad gubernamental que ser
capaz de penetrar el cuerpo poltico hasta en sus elementos ms fundamentales?,
sino ms bien: Cmo es posible el gobierno? Es decir, cul es el principio de
limitacin que se debe aplicar a las acciones gubernamentales para que las cosas
vayan de la mejor forma, en conformidad con la racionalidad del gobierno y sin
intervencin?
Es aqu donde surge la cuestin del liberalismo. Me parece que en ese
preciso momento se hizo manifiesto que si se gobierna demasiado no se gobierna
desarroll una teora segn la cual las vas frreas favoreceran la familiaridad
entre los pueblos, y que las nuevas formas de universalidad humana haran posible
que la guerra se hiciese imposible. Pero lo que la gente no previ aunque el
mando militar alemn era plenamente consciente de ello, pues era mucho ms
astuto que su homlogo francs, fue que, al contrario, la va frrea volva la
guerra mucho ms fcil de librar. La tercera innovacin, que lleg ms tarde, fue la
electricidad.
Existan, por tanto, problemas en los vnculos entre el ejercicio del poder
poltico y el espacio de un territorio, o el espacio de las ciudades vnculos que
eran enteramente nuevos.
As que era menos un tema de arquitectura que anteriormente. Son una especie de
tcnicas del espacio
De hecho, a partir del siglo XIX, los grandes problemas del espacio eran de
un tipo diferente. Lo que no quiere decir que se olvidaran los problemas de orden
arquitectnico. En lo que atae a los primeros a los que he hecho referencia la
enfermedad y los problemas polticos la arquitectura tiene un papel muy
importante que jugar. Las reflexiones sobre el urbanismo y sobre el diseo de los
alojamientos de los obreros, todas esas cuestiones forman parte de la reflexin
sobre la arquitectura.
Pero la arquitectura misma, la Escuela de Bellas Artes, pertenece a un apartado de
temas espaciales completamente diferente.
Es verdad. Con el nacimiento de esas nuevas tecnologas y de esos nuevos
procesos econmicos, se ve aparecer una nueva concepcin del espacio que no se
modela ya sobre la urbanizacin del territorio tal como lo enfoca el estado de
polica, sino que va mucho ms all de los lmites del urbanismo y de la
arquitectura.
Consecuentemente, la Escuela de Puentes y Caminos
S, la Escuela de Puentes y Caminos y el papel capital que ha jugado en la
racionalidad poltica de Francia forman parte de eso. Los que pensaban el espacio
no eran los arquitectos, sino los ingenieros y constructores de puentes, de caminos,
de viaductos, de vas frreas, as como los politcnicos que controlaban
prcticamente las vas frreas francesas.
Bien, hasta un cierto punto, est Le Corbusier, al que se describe hoy con
una cierta crueldad, que encuentro perfectamente intil como una especie de
cripto-estalinista. Era, estoy seguro de ello, alguien lleno de buenas intenciones, y
lo que hizo estaba, de hecho, destinado a producir efectos liberadores. Quiz los
medios que propona hayan sido, a fin de cuentas, menos liberadores de lo que l
pensaba, pero, repito, pienso que nunca puede ser inherente a la estructura de las
cosas garantizar el ejercicio de la libertad. La garanta de la libertad es la libertad.
No considera, por lo tanto, a Le Corbusier como un ejemplo de xito. Est diciendo
solo que su intencin era liberadora. Puede darnos un ejemplo de xito?
No. No puede haber xito. Si se encontrara un lugar y quiz haya alguno
en que la libertad sea efectivamente ejercida, se encontrara que no es debido a
la ordenacin de los objetos sino, repito, debido a la prctica de la libertad. Lo que
no quiere decir que, despus de todo, se pueda abandonar a la gente en los barrios
marginales, pensando que pueden, simplemente, ejercer sus derechos all.
Quiere decir que la arquitectura no puede, por s misma, resolver los problemas
sociales?
Pienso que puede producir, y produce, efectos positivos cuando las
intenciones liberadoras del arquitecto coinciden con la prctica real de la gente en
el ejercicio de su libertad.
Pero la misma arquitectura puede servir a fines diferentes?
Absolutamente. Permtame poner otro ejemplo: el Familisterio de JeanBaptiste Godin, en Guisa (1859)[221]. La arquitectura de Godin estaba explcitamente
orientada a la libertad de la gente. Haba ah algo que manifestaba la capacidad de
los trabajadores ordinarios para participar en el ejercicio de su profesin. Era a la
vez un signo y un instrumento bastante importante de autonoma para un grupo
de trabajadores. Y, sin embargo, nadie poda entrar o salir del lugar sin ser visto
por todos un aspecto de la arquitectura que poda ser absolutamente opresivo.
Pero poda ser opresivo solo si la gente estaba dispuesta a utilizar su propia
presencia para vigilar a los dems. Imaginemos que se instala all una comunidad
de prcticas sexuales ilimitadas; de nuevo se convertira en un lugar de libertad.
Pienso que es un tanto arbitrario intentar disociar la prctica efectiva de la libertad
de la gente, la prctica de las relaciones sociales y las distribuciones espaciales en
que se encuentran. Si se separan estas cosas, se tornan incomprensibles. Cada una
chimenea, el arquitecto no tiene control. El arquitecto, por tanto, debe ser colocado
en otra categora lo que no quiere decir que sea totalmente ajeno a la
organizacin, a la implementacin, y a todas las tcnicas de poder que son
ejercidas en una sociedad. Yo dira que habra que tenerlo en cuenta su
mentalidad, su actitud as como sus proyectos, para entender un cierto nmero
de tcnicas de poder que estn imbricadas con la arquitectura, pero l no es
comparable a un doctor, un cura, un psiquiatra, o a un guardia de prisin.
El posmodernismo ha recibido recientemente una gran atencin en los crculos
de arquitectura[224]. Tambin se ha hablado de ello en filosofa, particularmente por JeanFranois Lyotard y Jrgen Habermas[225]. Claramente, la referencia histrica y el lenguaje
juegan un importante papel en la episteme moderna. Cmo ve usted el posmodernismo,
como arquitectura y en trminos de las cuestiones histricas y filosficas que son planteadas
por l?
Pienso que existe una difundida y simplista tendencia, que debiera
combatirse, a designar lo que simplemente ha ocurrido como enemigo
fundamental, como si esa fuera siempre la forma principal de opresin de la que
uno tiene que liberarse. Esta simple actitud entraa varias consecuencias
peligrosas: en primer lugar, una inclinacin a buscar alguna forma barata de
arcasmo o alguna imaginaria forma pasada de felicidad que la gente, de hecho, no
tuvo nunca. Por ejemplo, en las reas que me interesan, es muy divertido ver cmo
la sexualidad contempornea es descrita como algo absolutamente terrible. Creer
que ahora solo es posible hacer el amor despus de apagar la televisin! y en
camas producidas en serie! No como en aquellos tiempos maravillosos
cuando. Bien, qu decir de aquellos tiempos maravillosos, cuando se trabajaba
dieciocho horas al da y estaban seis personas en una cama, si uno era lo bastante
afortunado como para tener una cama! Hay en este aborrecimiento del presente o
del inmediato pasado una tendencia peligrosa a invocar un pasado completamente
mtico[226]. En segundo lugar, est el problema planteado por Habermas de que si
uno abandona el trabajo de Kant o de Weber, por ejemplo, corre el riesgo de
incurrir en irracionalidad[227].
Estoy totalmente de acuerdo con eso, pero al mismo tiempo, nuestra cuestin
es completamente diferente: Pienso que el asunto central de la filosofa y el
pensamiento crtico desde el siglo XVIII ha sido siempre, todava lo es, y seguir
siendo, espero, la cuestin: Qu es esta Razn que usamos? Cules son sus
efectos histricos? Cules son sus lmites y cules sus peligros? Cmo podemos
existir como seres racionales, afortunadamente comprometidos a practicar una
principales instrumentos. No, pienso que la historia nos preserva de esa suerte
de ideologa del retorno.
De ah que la simple oposicin entre razn e historia sea ms bien ridcula
escoger una de las dos
S, bien, el problema para Habermas es, despus de todo, elaborar un
modo trascendental de pensamiento que salte por encima de cualquier
historicismo. Yo soy, efectivamente, mucho ms historicista y nietzscheano. Y no
creo que haya un uso especfico de la historia o un uso especfico del anlisis
intrahistrico que resulta muy lcido, por lo dems que funcione precisamente
contra esa ideologa del retorno. Un buen estudio de la arquitectura campesina en
Europa, por ejemplo, mostrara la completa vanidad de querer retornar a las casitas
individuales de tejado de paja. La historia nos protege del historicismo de un
historicismo que apela al pasado para resolver las cuestiones del presente.
Tambin nos recuerda que hay siempre una historia; que aquellos modernistas que
queran suprimir cualquier referencia al pasado estaban cometiendo un error.
Por supuesto.
Sus dos prximos libros tratan de la sexualidad entre los griegos y los primeros
cristianos. Hay alguna particular dimensin arquitectnica en las cuestiones que trata?
No encontr ninguna: absolutamente ninguna. Pero lo que es interesante
es que en el imperio romano haba, de hecho, burdeles, barrios de placer, reas
criminales, etc. y haba tambin una especie de lugar casi pblico de placer: los
baos, las termas. Los baos eran un lugar de placer y de encuentro muy
importante, que lentamente desapareci en Europa. En la Edad Media, los baos
eran todava un lugar de encuentro entre hombres y mujeres as como de hombres
con hombres y de mujeres con mujeres, aunque raramente se habla de ello. De lo
que se habl y que fue condenado, as como practicado, fueron los encuentros
entre hombres y mujeres, que desaparecieron en el curso de los siglos XVI y XVII.
En el mundo rabe eso contina.
S; pero en Francia ces en gran parte. Todava exista en el siglo XIX. Uno
lo ve en Les Enfants du Paradis[229] y es histricamente exacto. Uno de los personajes,
Lacenaire, era nadie lo menciona un degenerado y un proxeneta que usaba a
jvenes muchachos para atraer a hombres mayores y luego chantajearles: hay una
hicieron posibles. Todo eso me parece muy interesante, pero la conclusin que l
presentaba en un artculo era que la historia de las ideas y de los pensamientos es
intil.
Lo que es, efectivamente, interesante es que los dos son rigurosamente
inseparables. Por qu la gente se esforz en encontrar la forma de colocar una
chimenea en el interior de la casa? o Por qu dedicaron sus tcnicas a ese fin? Muy
a menudo en la historia de las tcnicas se tarda aos o incluso siglos en hacerlas
efectivas. Es cierto, y de capital importancia, que esta tcnica fue una influencia en
la formacin de nuevas relaciones humanas, pero es imposible pensar que habra
sido desarrollada y adaptada si no hubiera habido, en el juego y estrategia de las
relaciones humanas, algo que obrase en esa direccin. Lo interesante es siempre la
interconexin, no la primaca de esto sobre aquello, que nunca tiene sentido.
En su libro El orden de las cosas usted construa ciertas metforas espaciales
impactantes para describir estructuras de pensamiento. Por qu piensa que las imgenes
espaciales son tan evocadoras de esas referencias? Cul es la relacin entre esas metforas
espaciales que describen las disciplinas y las ms concretas descripciones de los espacios
institucionales?
Es muy posible que puesto que estaba interesado en los problemas del
espacio, usara un gran nmero de metforas espaciales en El orden de las cosas, pero
frecuentemente no eran unas metforas que yo propusiera, sino unas que estaba
estudiando como objetos. Lo que es llamativo en las mutaciones epistmicas y las
transformaciones del siglo XVII es ver cmo la espacializacin del conocimiento
fue uno de los factores en la constitucin de ese conocimiento como ciencia. Si la
historia natural y la clasificacin de Linneo fueron posibles, es por un cierto
nmero de razones: por una parte, hubo literalmente una espacializacin del objeto
mismo de sus anlisis, puesto que se daban a s mismos el papel de estudiar y
clasificar una planta solo sobre la base de lo que era visible. Ni siquiera queran
usar un microscopio. Todos los elementos tradicionales de conocimiento, tales
como las funciones mdicas de la planta quedaban fuera. El objeto fue
espacializado. A continuacin, fue espacializado en la medida en que los principios
de clasificacin tenan que hallarse en la estructura misma de la planta: el nmero
de elementos, cmo estaban dispuestos, su tamao, etc. y algunos otros elementos,
como la altura de la planta. Luego, estaba la espacializacin en las ilustraciones de
los libros, que era solo posible con ciertas tcnicas de impresin. Tambin, la
espacializacin de la reproduccin de las plantas mismas, que se representaba en
los libros. Todo eso son tcnicas espaciales, no metforas.
Te agradezco mucho que me hayas invitado [233]. Vengo aqu, saben ustedes,
en calidad de postulante: quiero decir que, hasta hace cuatro o cinco aos, mi
especialidad, en fin, lo que era el dominio de mi trabajo apenas afectaba a la
filosofa antigua; y fue despus, tras un cierto nmero de zigzags, de parntesis o
de pasos atrs en el tiempo, cuando he llegado a decirme que la cosa era, en
cualquier caso, muy interesante. As pues, vengo aqu en el proceso de un trabajo.
Henri Joly, un da en que yo le haca preguntas y le explicaba mis problemas, tuvo
a bien decirme que quiz ustedes aceptaran discutirlos conmigo, en el estado de
imperfeccin en que mi trabajo se encuentra por el momento. Se trata de
materiales, de referencias a textos, de indicaciones; la exposicin que voy a hacerles
es, pues, lagunosa y seran muy amables si tuvieran a bien, en primer lugar, gritar
cuando sea poco fino, interrumpirme cuando no entiendan o la cosa no vaya bien y,
en fin, en cualquier caso, decirme lo que piensan.
He aqu, pues, en primer lugar cmo he llegado a plantearme este gnero de
cuestiones. Lo que yo haba estudiado desde haca en el fondo bastante tiempo, era
la cuestin de la obligacin de decir la verdad: En qu consiste esa estructura tica
interna al decir la verdad que hace que, al margen, si ustedes quieren, de las
necesidades que ataen a la estructura del discurso o a la referencia del discurso,
fijado. El perodo que me he fijado, es, pues, los dos primeros siglos del imperio: yo
tomara textos que se escalonan grosso modo desde ese famoso tratado de
Filodemo[238], que data de muy al comienzo del imperio hasta Galeno, es decir el fin
de los Antoninos. Ese era el perodo que haba elegido. Pero querra a pesar de
todo examinar un poco antes algunos textos, en fin examinarlos con ustedes,
decirles lo que me sugieren y preguntarles qu piensan de ello.
Sobre esta palabra parrsa, se encuentra un texto clebre de Polibio[239] en el
que habla de los aqueos y dice que el rgimen de los aqueos se caracterizaba por
tres cosas que son la dmokrata, la isgora y la parrsa: la democracia, es decir, la
participacin de todos, en fin de todos los que constituyen el dmos, en el ejercicio
del poder; la isgora, es decir, una cierta igualdad en la distribucin de las cargas: y
la parrsa es la posibilidad, parece que para todos, de acceder a la palabra, el
derecho a la palabra para todos, la palabra determinante en el campo poltico, la
palabra en tanto que es un acto de afirmacin de s mismo y de su opinin dentro
del campo poltico. Este texto que asocia parrsa, dmokrata e isgora es
evidentemente importante. Pero creo que uno puede remontarse an ms all de
este texto de Polibio y sealar un cierto nmero de otros usos en la poca clsica,
que son interesantes; en particular en Eurpides y en Platn.
En Eurpides[240], cuatro pasajes emplean la palabra parrsa. Primer pasaje; es
en el Ion, versos 669-675. Este texto dice esto: Si no encuentro a la que me pari, la
vida me es imposible. Y si me fuera permitido formular un deseo, que ella sea
ateniense [esta mujer que me ha parido y que busco; MF], que sea ateniense, a fin
de que yo tenga de mi madre el derecho de hablar libremente [hs moi gentai
mtrothen parrsian: para que la parrsa me venga de mi madre; MF]. Que un
extranjero entre en una ciudad donde la raza es pura, si la ley hace depender de
esto el ser ciudadano, su lengua permanecer sierva, no tiene en absoluto el
derecho de decirlo todo [no tiene parrsa: ouk ekhei parrsian; MF]. Creo que este
texto es interesante, en primer lugar, porque se ve que la parrsa es un derecho, es
un derecho que est ligado a la ciudadana. Quien no es ciudadano, en una ciudad
en que la raza ha permanecido pura, no puede hablar; solo el ciudadano est
habilitado para hacerlo, y este derecho de hablar se tiene por nacimiento. Y [en
segundo lugar], aqu se trata de obtener este derecho de hablar de la lnea materna;
viene de la madre. En todo caso es el nacimiento, es la pertenencia a la ciudadana,
lo nico que en una ciudad convenientemente organizada puede permitir tomar la
palabra. Lo primero, la parrsa.
Segundo texto: est en el Hiplito, versos 421 y siguientes. Es un texto
En fin, cuarto texto: est en Las bacantes, versos 668 y siguientes. Se trata de
un texto en el que el mensajero viene a traer a Penteo la noticia de los excesos de las
bacantes. Llega con esta noticia, pero tiene miedo de decrsela a Penteo. Tiene
miedo de hablar, y dice: Quisiera saber si debo, sin ambages [en fin, les cito la
traduccin; MF], transmitrtelo o moderar mi lengua? Temo la clera de tus
espritus, Prncipe, tu vivo enojo, el exceso de tu humor real. Y Penteo responde:
Puedes hablar: no tienes nada que temer de m. Uno no debe emprenderla con
quien cumple con su deber.
As que, ah tienen ustedes una situacin por completo diferente. En este
caso no es un ciudadano que afirme o reivindique su derecho de hablar, puesto que
est en su tierra. Todo lo contrario, es el mensajero, es el siervo que viene y que
tiene una mala noticia que anunciar; y tiene miedo de transmitirla y pregunta de
algn modo si puede beneficiarse de la parrsa, es decir, si puede hablar
libremente. Y es a lo que Penteo le responde: s, puedes hablar libremente.
Por tanto, en una situacin como esa, ven que se trata en cierto modo de una
situacin inversa a la que se ha visto hace un momento. Tenemos un siervo, un
siervo con algo que decir, tiene una mala noticia, una noticia que supondr un mal
para aquel al que va a dirigirla; se va a poder beneficiar del derecho de hablar? Y
Penteo, como amo que se mantiene alerta, que sabe cul es su inters y sabe
tambin cul es su deber, responde: por supuesto, tienes derecho a hablar, no te
castigar por la mala noticia que me has dado, no la emprender despus ms que
con las bacantes, y promete castigo a las bacantes. Tenemos aqu un texto cuyo
inters, creo, es doble. De una parte, porque plantea, como ven, el problema que se
encuentra tan frecuentemente en otras tragedias, que es: qu hacer con el
mensajero que aporta malas noticias, debe ser castigado el portador de una mala
noticia o no? El derecho de parrsa concedido al siervo le promete la impunidad
ante la mala noticia que porta. Y luego, al mismo tiempo, ven aparecer algo que va
a tener, creo, mucha importancia, y que es lo que podra llamarse el tema del
compromiso, del pacto parresaco: aquel que es el ms fuerte y que es el amo abre
un espacio de libertad, un espacio de derecho a la palabra, a aquel que no es el
amo, y le pide que hable, que diga la verdad, una verdad que puede herirle a l, al
amo, pero por la cual se compromete a no castigar a quien se la dice, a quien la
pronuncia, y a dejarle libre, es decir, a disociar lo que es enunciado de aquel que lo
enuncia.
He ah, pues, cuatro textos en Eurpides que me parecen plantear bastante
claramente un cierto nmero de temas de la parrsa como ejercicio del derecho
Me gustara tambin aadir, entre los primeros textos de Platn que voy a
citar, un pasaje de las Leyes, libro VIII 835c, donde Platn explica cmo deben ser
regulados y regidos, en la ciudad, los cantos, la gimnstica, la msica. Y va a pasar
de ah a lo que es el dominio de las pasiones y la expulsin de las malas pasiones.
Y comienza este nuevo desarrollo evocando la posibilidad, la necesidad de alguien
que sera como una especie de maestro de moral. Ese maestro de moral quin
sera? Sera alguien que por la parrsa tendra ascendiente sobre todos, que
ordenara a cada uno lo que es conforme a la politea, a la constitucin de la ciudad.
Y al hacer eso, no hara otra cosa que escuchar la razn, la sola razn, y sera de
algn modo en la ciudad el nico que escuchara la sola razn. Ser el nico en
escuchar la sola razn, esto es lo que caracterizara lo que se podra llamar el
parresiasta moral de la ciudad.
A estos tres textos de Platn me gustara aadir otro que pertenece a un
perodo anterior pero que creo que es tambin muy interesante, en este caso para
llevarnos al problema que querra evocar hoy. Es un texto del Gorgias, y este me
gustara leerlo. El pasaje se sita en el momento en que Calicles acaba de hacer su
primera y ruidosa entrada y donde, despus de haber retomado las insuficiencias
del discurso de Gorgias y de Polo dice: bien, yo, voy a hablar, voy a hablar hasta el
fin, no me voy a embarazar con todas las timideces de los que han hablado antes de
m. Y explica cmo y por qu se puede cometer razonablemente una accin injusta.
Y es despus de ese desarrollo cuando Scrates interviene y cuando tambin va a
hablar de parrsa, y de una manera interesante: Si mi alma fuera de oro, Calicles,
puedes dudar de que me hiciese feliz encontrar una de esas piedras que sirven
para probar el oro? Una piedra tan perfecta como fuera posible, con la cual hara
tocar mi alma, de tal suerte que si ella estuviera de acuerdo conmigo para constatar
que mi alma haba sido bien cuidada, yo estuviera seguro de su buen estado sin
otra verificacin. Adnde apunta tu cuestin, Scrates? Voy a decrtelo: en
realidad creo haber hecho en tu persona este precioso hallazgo [es decir, la piedra
que va a permitir probar su alma; MF]. Y eso, cmo? Tengo la certeza de que
aquello en lo que ests de acuerdo conmigo acerca de las opiniones de mi alma,
eso, al mismo tiempo, ser verdad. Pienso, en efecto, que para verificar
correctamente si un alma vive bien o mal, es preciso tener tres cualidades y [yo veo;
MF] que tu posees las tres: epistm, eunoia y parrsa, saber, benevolencia y parrsa.
Me encuentro frecuentemente con gente que no es capaz de probarme, por falta de
ser sabia, como lo eres tu; otros que son sabios, etc.
As que la parrsa aparece aqu en un sentido muy diferente de aquel en que
se la ha visto funcionar hace un momento, sea cuando era un derecho de los
pragmtica del discurso, es decir, que habra que considerar la parrsa como el
conjunto de los caracteres que cimentan en derecho, y aseguran en eficacia, los
discursos del otro en la prctica del cuidado de s. Dicho de otra manera, si ustedes
quieren, si la prctica filosfica es efectivamente, como se lo deca hace un
momento, el ejercicio del cuidado de s, o el conjunto de prcticas, reglas y tcnicas
que aseguran el ejercicio del cuidado de s, si la prctica filosfica es en efecto el
ejercicio del cuidado de s, si el cuidado de s tiene necesidad del otro y del
discurso del otro, cul es el carcter esencial de ese discurso del otro enfocado
como acto, como accin sobre m? Ese discurso tiene por carcter, debe tener por
carcter, ser el discurso de la parrsa. La parrsa caracteriza el discurso del otro en
el cuidado de s.
Para intentar analizar un poco ms esto, tomar un cierto nmero de
referencias. Gigante, en su presentacin del texto de Filodemo, se ha centrado
evidentemente en la tradicin epicrea que desgraciadamente se conoce muy mal
en este punto preciso. l se debate con la famosa hiptesis del Aristteles perdido
que llamar italiana[246], e intenta mostrar que Filodemo no es dependiente de
Aristteles. Intentar tomar por supuesto porque no soy capaz de resolver este
problema un campo de referencia un poco ms amplio y examinar, intentar
estudiar esta parrsa desde el punto de vista de la pragmtica del discurso a travs
un poco del texto de Filodemo aunque est tan mutilado que es muy difcil sacar
mucho de l, de Sneca, de Epicteto, de Plutarco, por supuesto, y tambin de un
texto de Galeno.
Es aqu donde me gustara comenzar por tomar dos textos que me servirn
un poco de hilo conductor para estudiar esta nocin de parrsa. Uno es
simplemente el texto de presentacin de las Disertaciones de Epicteto redactado por
Arriano[247]. Se trata de un texto muy interesante y constituye un pequeo tratado
de la parrsa, una reflexin sobre la parrsa es una pequea pgina. Y Arriano
explica que se decidi a publicar las Disertaciones de Epicteto, porque estaban
circulando versiones defectuosas: quiero, dice, publicar estas Disertaciones a fin de
dar a conocer la dianoia y la parrsa de Epicteto: la dianoia, es decir, el movimiento
del pensamiento, el movimiento del pensamiento de Epicteto, y la parrsa, que es
precisamente la forma propia de su discurso. Dianoia y parrsa estn asociadas, y
no sern disociadas, por lo dems, a lo largo de todo el texto; lo que Arriano quiere
hacer presente es el conjunto constituido por la dianoia y la parrsa de Epicteto. Y
para poder restituir as la dianoia y la parrsa de Epicteto, qu es lo que va a hacer?
Va, dice, a publicar, a dar al pblico, las notas que ha tomado, los hypomnmata.
Esta nocin de hypomnmata es una nocin tcnica importante, es la transcripcin
de las notas tomadas por el oyente cuando el filsofo est hablando [248]. Y estas
transcripciones son tambin cuadernos de ejercicios puesto que, con estos
hypomnmata que hay que releer regularmente, se reactiva sin cesar lo que ha sido
dicho por el maestro. Acordaos de Plutarco, por ejemplo, enviando el Peri
euthymias a Pacio[249], y donde le dice: s que ests acuciado, necesitas
imperiosamente un tratado sobre la tranquilidad del alma de una manera muy,
muy urgente. No puedes esperar, te envo los hypomnmata que escrib para m. Y
dentro mismo del texto de Epicteto tienen ustedes un cierto nmero de referencias
al respecto. Epicteto, por ejemplo, en ciertos momentos dice: esto es lo que tengo
que deciros, es preciso ahora el meletan, meditar sobre ello, reactualizarlo y
repensarlo sin parar, es preciso el graphein, anotarlo, es preciso leerlo y gymnazein,
ejercitarse en ello. Arriano va, pues, a dar, a librar al pblico, los hypomnmata de
las disertaciones de Epicteto.
Estos hypomnmata, por supuesto, van a encontrar objeciones, pues se va a
decir, los lectores van a decir, que Epicteto no es capaz de escribir bien y
desdearn la palabra de Epicteto que carece de lustre; pero es que, justamente, los
hypomnmata tienen por funcin transmitir la conversacin espontnea del propio
Epicteto, lo que el mismo dijo, hopote[250]. En cuanto a Arriano, asume el riesgo de
que le reprochen no ser un escritor de calidad, pero eso no tiene importancia, pues
lo que el quiere hacer qu es? Es hacer que la manera como Epicteto actuaba sobre
las almas cuando hablaba se transmita de una forma en cierto modo transparente a
travs de las notas que l ofrece, de tal suerte que esta accin opere sobre los
lectores actuales. Y as como la palabra de Epicteto era tal que haca experimentar a
los que la escuchaban exactamente los sentimientos, las impresiones que quera,
pues bien, de la misma manera, Arriano espera que los que lean ese texto
experimenten lo que Epicteto quera hacerles experimentar. Y si no las
experimentan, dice Arriano concluyendo su introduccin, es que una de dos, o
bien, l, Arriano, no habr sabido transcribirlos como es debido y se habr
equivocado; o bien, dice, es que las cosas deban ser as, es decir, que los que leen
no son capaces de comprender[251]. La parrsa aparece aqu, pues, en situacin de
ruptura, en tanto que descuida las formas tradicionales de la retrica y de la
escritura: la parrsa es una accin, es tal en cuanto que acta, que permite al
discurso actuar directamente sobre las almas; y la parrsa, en la medida misma en
que es esta accin directa sobre las almas, transmite la dianoia misma por una
especie de acoplamiento o de transparencia entre el discurso y el movimiento del
pensamiento. Este era el primer texto al que quera referirme.
Voy a tomar ahora un segundo texto, un texto de Galeno que se encuentra al
comienzo del Tratado sobre la cura de las pasiones [252]. La incomodidad de este texto es
que es el nico, por otra parte, de los que citar hoy, donde la palabra parrsa no
figura ni la palabra griega parrsa ni la palabra latina libera oratio o libertas, por
las que se traduce ordinariamente parrsa. La palabra parrsa no figura en el texto
de Galeno, y, sin embargo, creo que es absolutamente innegable que es
exactamente la descripcin de la parrsa, pero vista bajo otro ngulo, y que es
tcnicamente muy interesante.
Arriano planteaba el problema siguiente: Epicteto ha hablado, nicamente
su palabra ejerca una accin sobre el alma de los otros, cmo transmitir esta
accin y cul puede ser el vehculo de esta parrsa? El problema que plantea
Galeno es por completo diferente y muy curioso; es este: cmo se puede buscar,
encontrar y estar seguro de que efectivamente se ha descubierto al parresiasta del
que se tiene necesidad cuando uno quiere cuidarse de s mismo? En ese texto,
Galeno, en efecto, plantea, por un lado, que no se puede llegar a ser un hombre de
bien, un hombre cabal (teleios anr) si uno no vela sobre s mismo (sauti
pronooumenos). Es preciso, dice, haber pasado su vida velando sobre s. Y esta
vigilancia sobre s mismo demanda ejercicios continuos: deitai gar asksen, dice. Se
tiene necesidad de un ejercicio, de una prctica que debe durar tanto tiempo como
la vida. Ahora bien, esta prctica, no es capaz de controlarse a s misma, para
regularla se tiene necesidad de algn otro. Aquellos, dice, que se han remitido a
otros para que les dijesen lo que eran raramente se han equivocado; por el
contrario, los que no lo han hecho y se han credo excelentes se han equivocado
frecuentemente. Por tanto, es necesario algn otro para controlar el ejercicio por el
cual se va a devenir un teleios anr, un hombre cabal. Ahora bien, este otro dnde y
cmo se lo va a encontrar? Lo que es notable en este largo pasaje de Galeno es que
Galeno no habla en absoluto ni de competencia tcnica, ni siquiera del saber de este
otro del que se tiene necesidad. Dice solamente esto: es preciso de algn modo
aprestar el odo y atender a si se oye hablar de alguien que tenga reputacin de no
ser un adulador. Y si se ha odo hablar de alguien as, entonces se procede a un
cierto nmero de verificaciones volver a esto de inmediato para asegurarse de
que es capaz de altheuein, de decir la verdad; y es en ese momento, cuando se est
bien seguro de que es capaz de decir la verdad, que uno va a buscarlo y a
preguntarle qu opinin tienen de nosotros; le preguntamos qu opinin tiene de
nosotros y le explicamos lo que creemos son nuestras defectos y nuestras
cualidades, y vemos como reacciona. Y si estamos bien seguros de que, en efecto,
tiene la severidad requerida volver sobre esto, es entonces cuando se le puede
confiar la tarea de ayuda que necesitamos. Y Galeno explica cmo l mismo ha
jugado ese papel de ayuda y de gua al lado de uno de sus amigos que se
aspecto del sentido que toma el texto de Epicuro que se les ha reproducido por
prudencia y timidez no haba osado preguntarlo, el texto de Epicuro que
Franois Heidsieck ha mencionado y traducido: Por m, dice, con la licencia del
fisilogo, yo preferira decir oscuramente cosas tiles a todo hombre, aunque nadie
comprendiese nada, antes que escribir, a base de opiniones establecidas, para
recoger la alabanza que cae abundante de la boca de la mayora [255]. No quiero
comentar el resto del texto que es muy difcil. Es, de todos modos, un texto aislado
que ningn efecto de contexto puede esclarecer; pero me parece que la licencia del
fisilogo, la parrsa de la que se sirve el physiologos se refiere a esta funcin: aquel
que, conociendo cul es la naturaleza de las cosas, conociendo lo que es la phsis,
puede ser el parresiasta que va a disipar las ilusiones, hacer callar los temores,
eliminar las quimeras y decir al hombre lo que verdaderamente es.
He aqu, en todo caso, todo este eje de la parrsa como funcin del gnthi
seauton. Ven que estamos aqu, en cierto sentido, en el punto opuesto a la estructura
platnica. En la estructura platnica, el gnthi seauton se efecta por un movimiento
de vuelta del sujeto sobre s mismo en la forma de la memorizacin: si quieres
saber quien eres, acurdate de lo que has sido; aqu, por el contrario, saber quien
eres exige que haya algn otro, alguien que detente la parrsa, que se sirva de la
parrsa y que diga en efecto cul es el orden del mundo en el cual uno se encuentra
situado. Este es una de los primeros aspectos de la parrsa sobre el que quera
insistir.
El segundo aspecto es que la parrsa se ha visto bien en la presentacin de
Arriano se caracteriza por una libertad de forma. El parresiasta es aquel que no
ha de tener en cuenta ni las reglas de la retrica va de suyo ni siquiera las
reglas de la demostracin filosfica; se opone a la retrica, se opone al elegkhos
[prueba], se opone tambin a la demostracin, al rigor de las pruebas, a aquello
que va a obligar al individuo a reconocer que esto es la verdad y esto no. La
parrsa es, pues, desde este punto de vista, una forma de discurso diferente de la
retrica, diferente tambin de la demostracin filosfica propiamente dicha. Se
plantea, entonces, la cuestin de saber si la parrsa no ser esta especie de
modulacin efectiva, intensa y ocasional del discurso tal como se encuentra, por
ejemplo, en la literatura diatrbica: esa interpelacin del filsofo deteniendo a
alguien en la calle, interpelando a alguien en medio de una multitud, o an, como
dice Din de Prusia, irguindose en el teatro y diciendo a la multitud lo que tiene
que decirle, convencindola con un discurso fuerte por su entonacin: es eso la
parrsa? Creo que es en funcin de esto que hay que leer un cierto nmero de
textos, y en particular de textos de Sneca. Ustedes tienen en las cartas de Sneca
varios pasajes en que se trata, muy claramente, esta literatura de tipo diatrbico.
Los encuentran en la carta 29, creo, en la 40 y en la 38 [256]. Tienen ah un cierto
nmero de indicaciones sobre este gnero de literatura apasionada, violenta,
interpeladora, y de la que Sneca precisamente quiere distanciarse, diciendo de ella
que tiene efectos de algn modo suplementarios, que sobrepasan el pensamiento y
que carecen de la mesura necesaria para obtener sobre el alma los efectos deseados.
Y antes que esta literatura de tribuno, Sneca prefiere las cartas individuales o la
conversacin. Creo que es la conversacin, el arte de la conversacin el que va a ser
la forma ms inmediatamente coincidente, convergente con lo que exige la parrsa;
hablar como se debe, hablar de una forma tal que se pueda actuar directamente
sobre el alma del otro, hablar sin sobrecargarse de formas retricas, sin exagerar
tampoco los efectos que se quieren obtener: eso es lo que se encuentra realizado en
la conversacin. Tambin sera preciso examinar cmo la literatura de
conversacin, las reglas de la conversacin filosfica, tal como se las ve sugeridas
en estos textos, en particular de Sneca, hasta que punto divergen de lo que puede
ser la interrogacin socrtica.
Por qu la parrsa necesita de esta forma, que no es ni la de la retrica, ni la
de la argumentacin filosfica, ni la de la diatriba? Es que la parrsa, si quiere
actuar sobre las almas, tiene por punto de enganche esencialmente el kairs, es
decir, la ocasin. No se trata, en efecto, ni de un acto de memoria por el que el
sujeto descubrira lo que era, lo que ha podido contemplar; no se trata tampoco de
la constriccin por la necesidad de un razonamiento; se trata de aprovechar, en el
momento en que aparece, el kairs, la oportunidad, para decirle lo que se le tiene
que decir. Y esta oportunidad debe tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, lo
que es el individuo mismo les reenvo a la carta 50 de Sneca, que es muy
interesante y donde habla a Lucilio de dos amigos a los que trata de dar consejo y
que no se presentan de la misma manera, el uno siendo ms maleable, el otro
sindolo un poco menos: cmo hacer? Cmo intervenir sobre ellos? Ah tienen
una problemtica de la parrsa individual. Tienen tambin la problemtica de la
parrsa en funcin de la peristasis, en funcin de las circunstancias; no se puede
decir lo mismo a alguien en una circunstancia o en otra.
Plutarco, por ejemplo, cita el caso de Crates Crates el cnico, que era
precisamente el hombre de la parrsa, despojada de toda retrica y
[particularmente], en sus relaciones con Demetrio Poliorcetes [257]. Cuando Demetrio
conquist Atenas, era un soberano poderoso, Crates le agreda siempre mediante
una parrsa por la que le mostraba hasta qu punto su soberana era poca cosa y
cmo l, Crates, encontraba preferible su propia gnero de vida al de Demetrio. Y
eso lo que tu deberas saber y deberas haber mostrado para que yo te hablara.
Porque, dice Epicteto, el que habla es el maestro. l es como la oveja; si se quiere
que la oveja pazca, hay que guiarla hasta un pasto en que la hierba sea verde, una
hierba cuyo verdor la incite precisamente a pacer. De la misma manera, dice,
cuando uno ve a nios pequeos que juegan, uno es incitado a jugar con ellos; del
mismo modo, si tu no me incitas a hablar, si no ests ante m como la hierba verde
o como nios pequeos que juegan yo no voy a desempear el papel del que habla.
Y entonces el joven responde: pero, yo soy hermoso, soy rico, fuerte. Y Epicteto
responde: Aquiles tambin era bello e incluso ms bello que t, era ms rico que t,
era ms fuerte que t. T no me has animado (erethizein); mustrame tu
competencia para escuchar lo que quiero decirte, y entonces vers hasta qu punto
podrs incitar a hablar a aquel al que te diriges, aquel que debe hablar (kinesis ton
logonta). Como desgraciadamente el tiempo pasa, etc., no quisiera insistir mucho en
estas cuestiones [][259] Se ve hasta qu punto se est a la vez cerca y lejos de la
estructura de base. Que aquel al que se habla debe suscitar el deseo en el maestro,
eso era fundamental en Platn. Ven que aqu, estamos en un mundo enteramente
diferente en que el amor pederasta est totalmente ausente, donde, por el contrario,
creo que los elementos las pequeas indicaciones sobre el jovencito con el rizado,
perfumado y acicalado son interesantes son elementos que no pueden excitar al
maestro. Lo que excita al maestro no es el cuerpo, la belleza, la juventud del
individuo, sino las bases fundamentales sobre las que pueden entenderse, el
maestro y el discpulo. Es preciso que el discpulo muestre que est muy de
acuerdo al respecto, y en ese momento estimular al otro a hablar, el otro hablar,
hablar de forma que efectivamente pueda actuar sobre el alma del discpulo y
perfeccionarla; pero su deseo no ser otro que el del perfeccionamiento del alma
del discpulo. En todo caso, como ven, no puede ah haber parrsa, no puede ah
haber libertad de palabra del maestro, no puede haber esa vivacidad de la palabra
del maestro actuando sobre el alma del otro, si el otro no ha dado un cierto nmero
de signos. Signos, pues, del lado del discpulo, pero signos tambin del lado del
parresiasta. Y se plantea, entonces, el problema, tcnicamente tambin muy difcil,
de cmo reconocer al verdadero parresiasta. La parrsa va, pues, a desarrollarse
por emisin de signos en un sentido y en el otro, del lado del discpulo, del lado
del maestro. El tratado de Plutarco Cmo distinguir al halagador, al adulador, del
verdadero amigo es exactamente el tratado tcnico que responde a esta cuestin.
Cuando busco a un parresiasta, cmo debo hacer y en qu voy a reconocerlo?
Pues, dice, Plutarco, pensis que las cosas seran muy simples si los aduladores
fueran todos de esos que uno conoce, ya sabis, los que os hacen cumplidos para
obtener ser invitados a cenar. Esos aduladores no son peligrosos; los aduladores
peligrosos son de algn modo los verdaderos aduladores, es decir, aquellos que se
parresiasta del adulador? Bien, dice, los verdaderos signos del parresiasta son
estos: primero se reconoce que se ha encontrado al parresiasta del que se tiene
necesidad si manifiesta homoiots ts proaireses, es decir, si ha manifestado una
analoga, una similitud debida a su proairesis no hay necesidad de decirles que
esto es intraducible, ustedes lo saben mejor que yo digamos una similitud en la
opcin de existencia, la voluntad fundamental, etc., es preciso, pues, que haya una
similitud entre la del sujeto que busca al parresiasta y la del parresiasta mismo. Es
preciso que haya este acuerdo fundamental de la proairesis. Y encuentran ah lo
mismo que era sealada por Epicteto hace un momento, cuando a propsito del
jovencito deca: tu no me has estimulado porque mostrabas claramente que no
tenas la misma proairesis que yo. Por tanto, analoga de la proairesis entre uno y
otro. Este es el primer criterio.
Segundo, es preciso que el parresiasta se complazca siempre en las mismas
cosas y apruebe siempre las mismas cosas. Permanencia, por consiguiente, en su
sistema de aversiones y de inclinaciones, en su sistema de juicio. Ven, por otra
parte, hasta qu punto ese paisaje, en el texto de Plutarco, es por completo [una]
utopa. Por tanto, es preciso que l permanezca siempre en sus mismas opciones,
tanto en sus aversiones como en sus inclinaciones.
En fin, tercero, es preciso que dirija su vida hacia un solo y mismo paradigma,
hacia un solo y mismo esquema de vida. Homologa, pues, de opciones de
existencia entre los dos partcipes, constancia de las aversiones y de las
inclinaciones en el parresiasta, unicidad del paradigma de vida, del esquema de
vida en el parresiasta. Estos criterios del verdadero parresiasta, como ven, reenvan
a dos concepciones muy conocidas por lo dems. Por una parte, claro est, la de la
amistad como homonoia. Esta analoga, esta similitud es la que va a fundamentar la
verdadera amistad, y es en este sentido en el que el parresiasta es
fundamentalmente el amigo. Y, segundo, ustedes ven que esta concepcin del
verdadero parresiasta como aquel que permanece constante en sus opciones y que
est enteramente inclinado hacia un solo esquema de vida, reenva a la concepcin
estoica de la unidad de la existencia que se opone a la pluralidad de la stultitia del
alma desordenada, mrbida. Y Plutarco desarrolla esto de una manera que es muy
clara y muy visible. El no-parresiasta, es decir, el adulador, es alguien, dice, que no
tiene reglas fijas para conducirse. El adulador es aquel que se modela tanto sobre el
uno como sobre el otro; el adulador, dice, no es simple ni uno, est compuesto de
partes heterogneas y variadas; el adulador es como un fluido que pasa de una
forma a otra, segn el vaso en que es vertido. As Alcibades, que a medida que
cambiaba de pas no era el mismo; no fue el mismo en Atenas y en Sicilia, no fue el
mismo en Sicilia y en Esparta, no fue el mismo en Esparta y con los persas, etc., en
oposicin a Epaminondas que cambi igualmente de pas, pero siempre conserv
el mismo ethos en su vestimenta, en su rgimen (diait), en su lgos y en su bos. El
adulador no tiene nada fijo y slido, no tiene nada propiamente suyo, no ama, no
odia, no se alegra, ni se entristece nunca oikei pathei [segn sentimiento propio][263].
El verdadero parresiasta ser, por el contrario, aquel que tenga un oikeiou pathos y
que teniendo una regla de vida idntica, teniendo siempre el mismo bos, teniendo
siempre el mismo lgos, teniendo siempre la misma biot, la misma dieta, el mismo
rgimen, podr servir de punto fijo a aquel que precisamente busca una y busca en
el parresiasta a aquel que podr ayudarle a formar la unidad de su existencia.
As, esto nos conduce a lo que, creo, constituye el centro mismo de la
parrsa. En efecto, si el parresiasta es aquel que se reconoce en que no tiene ms
que un modo de existencia y uno solo, la parrsa qu ser? Creo que la parrsa
ser la presencia, en el que habla, de su propia forma de vida hecha manifiesta,
presente, sensible y activa como modelo en el discurso que mantiene. Y aqu me
gustara leerles la carta 75 de Sneca [264] (es uno de los otros textos en que la palabra
parrsa en fin donde la palabra libera oratio o libertas no interviene, pero es,
creo, un comentario tambin de la parrsa): Mis cartas no son de tu gusto, no
estn trabajadas como es debido, y te quejas de ello [referencia a este problema de
la retrica; MF]. En realidad, quien piensa en trabajar su estilo, aparte de los
amantes del estilo pretencioso? Mi conversacin si nos encontrramos frente a
frente cmodamente sentados o de paseo, sera sin elaboracin y de aire fcil
(inlaboratus et facilis). As quiero que sean mis cartas: no tienen nada de rebuscado,
nada de artificial (accersitum nec fictum). Estamos aqu en esos temas que evocaba
hace un momento. La parrsa est fuera de todos los procedimientos artificiales de
la retrica. Como ven, la referencia a la conversacin, que es, si quieren, la forma
inicial, la forma matricial de la parrsa, estando aqu la carta como referencia a la
conversacin; es un sustituto de la conversacin puesto que la conversacin no
puede tener lugar. As que, continuidad parresistica por excelencia, si quieren, de
la conversacin a la carta, evitando el tratado complejo, evitando la verbosidad,
evitando la tribuna o la violencia diatrbica: Si fuera posible, me gustara dejarte
ver mis pensamientos ms que traducirlos a lenguaje (quid sentiam ostendere quam
loqui mallem). Mostrar el pensamiento ms bien que hablar. Por tanto, reduccin
de la palabra a lo que sera simplemente indicacin del pensamiento, una parrsa
que est inmediatamente en contacto con la dianoia, que est destinada
simplemente a mostrar, a indicar: creo que aqu se encuentra lo que Arriano
mencionaba, evocaba, a propsito de Epicteto: Incluso en una conferencia en
regla, yo no golpeara con el pie, no extendera el brazo hacia adelante, no alzara el
los jvenes romanos o griegos se les enseaba a guardar silencio de muy diferentes
modos segn las personas con las que estuviesen interactuando. El silencio era
entonces una forma especfica de experimentar una relacin con otros. Esto es algo
que creo realmente merece la pena cultivar. Estoy a favor del desarrollo del silencio
como un ethos cultural.
Parece estar fascinado con otras culturas, y no solo del pasado; durante los
primeros diez aos de su carrera usted vivi en Suecia, Alemania occidental, y Polonia.
Parece una carrera muy atpica para un acadmico francs. Puede explicar por qu dej
Francia y por qu, cuando usted regres en torno a 1961, por lo que he odo, habra preferido
vivir en Japn?
Existe un esnobismo del antichovinismo en Francia hoy. Espero que lo que
diga no se asocie con esa clase de gente. Quiz si yo fuera un americano o un
canadiense, sufrira por algunos rasgos de la cultura norteamericana. De cualquier
modo, he sufrido y todava sufro por un montn de cosas en la vida social y
cultural de Francia. Esa fue la razn por la que dej Francia en 1955.
Incidentalmente, en 1966 y en 1968 pas tambin dos aos en Tnez por razones
puramente personales[269].
Podra dar algn ejemplo de los aspectos de la sociedad francesa que le resultaron
penosos?
Bien, pienso que, en el momento en que dej Francia, la libertad para la
vida personal era all muy reducida. En esa poca, Suecia se supona que era un
pas mucho ms libre. Y all tuve la experiencia de que una cierta clase de libertad
puede tener, no exactamente los mismos efectos, pero s tantos efectos restrictivos
como una sociedad directamente restrictiva. Eso fue una experiencia muy
importante para m[270]. Entonces tuve la oportunidad de pasar un ao en Polonia,
donde, por supuesto, las restricciones y el poder opresivo del Partido comunista
eran realmente algo completamente diferente. En un perodo de tiempo ms bien
corto tuve la experiencia de una sociedad muy tradicional, como era la Francia de
los ltimos cuarenta y primeros cincuenta, y de la nueva sociedad libre que era
Suecia. No quiero decir que tuviera una experiencia total de todas las posibilidades
polticas, pero tena una muestra de qu posibilidades haba en las sociedades
occidentales en ese momento. Eso fue una buena experiencia.
Cientos de americanos fueron a Pars en los 20 y 30 por exactamente las mismas
razones por las que usted se fue de Pars en los 50.
ciudades de provincias que visit ms tarde. Era uno de los mejores de Pars. No,
no era terrible. Eso era precisamente lo importante. Quiz si hubiese estado
haciendo esta clase de trabajo en un pequeo hospital provincial habra credo que
sus fracasos eran el resultado de su localizacin o de sus particulares insuficiencias.
Como usted acaba de mencionar de un modo despectivo las provincias francesas,
que es donde usted naci, guarda, sin embargo, recuerdos cariosos de su infancia en
Poitiers en los aos 30 y 40?
Oh, s. Mis recuerdos son ms bien no podra decirse que extraos, pero
lo que me llama la atencin hoy cuando intento evocar esas impresiones es que casi
todos los recuerdos ms emotivos que tengo estn relacionados con la situacin
poltica. Recuerdo muy bien que experiment uno de mis grandes miedos cuando
el canciller Dollfuss fue asesinado por los nazis en, creo, 1934 [274]. Es algo ahora
muy lejano. Muy poca gente recuerda el asesinato de Dollfuss. Recuerdo muy bien
que estaba realmente asustado por ello. Creo que fue mi primer miedo intenso a la
muerte. Tambin recuerdo a los refugiados de Espaa llegando a Poitiers [275].
Recuerdo pelear en la escuela con mis compaeros por la guerra de Etiopa [276].
Creo que los chicos y chicas de esa generacin tuvieron su niez marcada por esos
grandes acontecimientos histricos. La amenaza de la guerra era nuestro trasfondo,
el marco de nuestra existencia. Entonces la guerra lleg. Mucho ms que las
actividades de la vida familiar, eran esos acontecimientos referentes al mundo los
que constituyen la sustancia de nuestro recuerdo. Digo nuestro porque estoy casi
seguro de que la mayor parte de los muchachos y muchachas de Francia en ese
momento tuvieron la misma experiencia. Nuestra vida privada estaba realmente
amenazada. Quiz esa es la razn por la que estoy fascinado por la historia y la
relacin entre la experiencia personal y aquellos acontecimientos de los que somos
parte. Creo que es el ncleo de mis deseos tericos [risas].
Qued fascinado por ese perodo aunque no haya escrito sobre l.
S, ciertamente.
Cul fue el origen de su decisin de llegar a ser filsofo?
Mire usted, no creo que haya tenido nunca el proyecto de llegar a ser
filsofo. No saba qu iba a hacer con mi vida. Creo que es tambin algo tpico de la
gente de mi generacin. No sabamos, cuando tena diez u once aos, si nos
convertiramos en alemanes o seguiramos siendo franceses. No sabamos si
representa algo neutro para los padres. No es solo una cuestin de poder o
autoridad, o tica; es tambin un placer. No est de acuerdo con esto? S, hay un
goce en intervenir. El hecho de que la masturbacin fuera tan estrictamente
prohibida a los nios fue naturalmente causa de ansiedad. Fue tambin una razn
para la intensificacin de esta actividad, para la masturbacin mutua, y para el
placer de la comunicacin secreta entre nios sobre este tema. Todo esto confiri
una cierta forma a la vida familiar, a la relacin entre hijos y padres, y a las
relaciones entre nios. Todo eso tiene como resultado [trajo] [281] no solo represin,
sino una intensificacin a la vez de ansiedades y de placeres. No quiero decir que el
placer de los padres fuera el mismo que el de los hijos, o que no hubiera represin.
Intent encontrar las races de esta absurda prohibicin.
Una de las razones por las que esta estpida prohibicin de la masturbacin
se mantuvo tanto tiempo fue este placer y ansiedad y toda la red emocional en
torno a ella. Todo el mundo sabe que es imposible evitar que un nio se masturbe.
No hay evidencia cientfica de que ello dae a nadie [risas]. Uno puede estar seguro
de que es al menos el nico placer que realmente no daa a nadie. Por qu,
entonces, se prohibi durante tanto tiempo? Hasta donde yo s, no se pueden
encontrar ms de dos o tres referencias en toda la literatura greco-latina sobre la
masturbacin. No era relevante. Se supona que era, en la civilizacin griega y
latina, una actividad de esclavos o de stiros [risas]. No era relevante para los
ciudadanos libres hablar de ello.
Vivimos en un momento en que hay una gran incertidumbre sobre el futuro. Se
encuentran visiones apocalpticas del futuro reflejadas ampliamente en la cultura popular,
Mi cena con Andr, de Louis Malle, por ejemplo. No es caracterstico que, en un clima
tal, sexo y reproduccin se conviertan en una preocupacin y, en consecuencia, escribir una
historia de la sexualidad sera sintomtico de la poca?
No, no creo que est de acuerdo con eso. En primer lugar, la preocupacin
por la relacin entre sexualidad y reproduccin parece haber sido mayor, por
ejemplo, en las sociedades griega y romana y en la sociedad burguesa de los
siglos XVIII y XIX. No. Lo que me llama la atencin es el hecho de que ahora la
sexualidad parece ser una cuestin sin relacin directa con la reproduccin. Es tu
sexualidad como conducta personal tuya lo que constituye el problema.
Tome la homosexualidad, por ejemplo. Creo que una de las razones por las
que la conducta homosexual no era una cuestin importante en el siglo XVIII se
deba a la opinin de que si un hombre tena hijos, lo que hiciera adems de eso
tena poca importancia. Durante el siglo XIX comienzas a ver que la conducta
sexual era importante para una definicin del yo individual [282]. Y eso es algo
nuevo. Es muy interesante ver que, antes del siglo XIX, la conducta prohibida
an si era muy diversamente juzgada fue siempre considerada un exceso, un
libertinage[283], algo desmedido. La conducta homosexual era considerada
solamente una clase de exceso de la conducta natural, un instinto que es difcil
mantener dentro de ciertos lmites. Desde el siglo XIX en adelante, vemos que una
conducta como la homosexualidad llega a ser considerada una anormalidad.
Cuando digo que era libertinaje, no digo que fuera tolerada.
Creo que la idea de caracterizar a los individuos por su conducta sexual o
deseo no se encuentra, o muy raramente, antes del siglo XIX. Dime tus deseos y te
dir quin eres. Esta cuestin es tpica del siglo XIX.
No parecera ya que el sexo pudiera ser llamado el secreto de la vida. Ha sido
sustituido por algo al respecto?
Por supuesto, no es el secreto de la vida hoy, pues la gente puede mostrar
al menos ciertas formas generales de sus preferencias sexuales sin ser molestada o
condenada. Pero creo que la gente an considera, y es invitada a considerar, que el
deseo sexual es capaz de revelar su profunda identidad. La sexualidad no es el
secreto, pero es an un sntoma, una manifestacin de lo ms secreto de nuestra
individualidad.
La prxima cuestin que me gustara plantear puede en un principio parecer rara
y si es as, explicar por qu creo que merece la pena plantearla. Tiene la belleza algn
significado para usted?
Creo que lo tiene para todo el mundo[risas]. Soy miope pero no ciego
como para que no tenga significado para m. Por qu me lo pregunta? Me temo
que le he dado pruebas de que no soy insensible a la belleza.
Una de las cosas que resultan realmente impresionantes de usted es la suerte de
austeridad monacal en que vive. Su apartamento en Pars es casi completamente blanco;
usted evita tambin todos los objetos de arte que decoran tantos hogares franceses. En
Toronto, durante el mes pasado, usted llevaba muchas veces prendas tan sencillas como un
pantaln blanco, una camisa blanca y una chaqueta de cuero negra. Usted sugera que quiz
la razn de que le guste tanto el color blanco sea que en Poitiers, en los 30 y 40, era
imposible que el exterior de las casas fuera autnticamente blanco. Usted est residiendo
aqu en una casa cuyas paredes blancas estn decoradas con esculturas recortadas en negro
y usted sealaba que apreciaba la sencillez y fuerza del negro y el blanco puros. Hay
tambin una notable frase en la Historia de la sexualidad: esa monarqua austera del
sexo[284]. Usted no responde a la imagen del francs sofisticado que hace un arte del buen
vivir. Adems, usted es la nica persona francesa que conozco que me ha dicho que prefiere
la comida americana.
S, seguro [risas]. Un buen sndwich club con una Coke. Eso es la gloria
para m. Es verdad. Con helado. Cierto.
En serio. Creo que tengo autntica dificultad para experimentar placer. Creo
que el placer es una conducta muy difcil. No es tan simple como disfrutar de uno
mismo [risas]. Y tengo que decir que ese es mi sueo. Me gustara y espero morir
de una sobredosis de placer de alguna clase [risas]. Porque pienso que es realmente
difcil. Tengo siempre la sensacin de que no siento el placer, el placer total, y, para
m, est relacionado con la muerte.
Por qu dice eso?
Porque creo que la clase de placer que considerara como el placer real,
sera tan profundo, tan intenso, tan desbordante que no podra sobrevivir a l.
Morira. Le dar un ejemplo ms claro y simple. Una vez fui atropellado por un
coche en la calle. Yo estaba paseando. Y durante quiz dos segundos tuve la
impresin de que me estaba muriendo y fue realmente un placer muy, muy
intenso. El tiempo era maravilloso. Eran las siete en verano. El sol estaba bajando.
El cielo estaba hermoso, y azul, etc. Fue, todava es hoy, uno de mis mejores
recuerdos [risas].
Est tambin el hecho de que algunas drogas son importantes para m
porque son la mediacin para esos goces increiblemente intensos que ando
buscando, y que no soy capaz de experimentar, de alcanzarlos por m mismo. Es
verdad que un vaso de vino, de buen vino, viejo y eso, puede ser placentero, pero
no para m. Un placer tiene que ser algo increiblemente intenso. Pero no creo que
sea el nico as.
No soy capaz de darme a m y a otros esos placeres de medio rango que
organizan la vida cotidiana. Tales placeres no son nada para m, y no soy capaz de
organizar mi vida para hacerles sitio. Esta es la razn por la que no soy un ser
social, por la que no soy realmente un ser cultural, porque soy tan aburrido en mi
vida cotidiana [risas]. Es un aburrimiento vivir conmigo.
Una pregunta surgida a fines del siglo XVIII define el marco general de lo
que llamo tcnicas de s. Esa pregunta se ha convertido en uno de los polos de la
filosofa moderna, y contrasta a las claras con las preguntas filosficas calificadas
de tradicionales: qu es el mundo?, qu es el hombre?, qu pasa con la verdad?,
qu pasa con el conocimiento?, cmo es posible el saber?, y as sucesivamente. En
mi opinin, la pregunta que aparece a fines del siglo XVIII es la siguiente: qu
somos en este tiempo que es el nuestro? Encontraremos la formulacin de esta
pregunta en un texto de Kant. No es que haya que dejar de lado las preguntas
anteriores en cuanto a la verdad o el conocimiento, etc. Al contrario, ellas
constituyen un campo de anlisis tan slido como consistente al que yo dara de
buena gana el nombre de ontologa formal de la verdad. Pero creo que la
actividad filosfica concibi un nuevo polo, y que ese polo se caracteriza por la
pregunta, permanente y perpetuamente renovada: qu somos hoy?. Y ese es, a
mi juicio, el campo de la reflexin histrica sobre nosotros mismos. Kant, Fichte,
Hegel, Nietzsche, Max Weber, Husserl, Heidegger y la Escuela de Frncfort
intentaron responder a esta pregunta[297]. Al inscribirme en esa tradicin, mi
intencin es pues aportar respuestas muy parciales y provisorias a la pregunta a
travs de la historia del pensamiento o, ms precisamente, a travs del anlisis
histrico de las relaciones entre nuestras reflexiones y nuestras prcticas en la
sociedad occidental.
Precisemos brevemente que, por medio del estudio de la locura y la
psiquiatra, el crimen y el castigo, trat de mostrar que la exclusin de algunos
otros: criminales, locos, etc., nos constituye de manera indirecta. Y mi presente
trabajo se ocupa en lo sucesivo de esta pregunta: cmo constituimos directamente
nuestra identidad mediante ciertas tcnicas ticas de s, que se desarrollaron desde
la Antigedad hasta nuestros das? Ese fue el objeto del seminario [298].
parte esta definicin (De ratione Status, 1647): Cierta consideracin poltica
necesaria para todos los asuntos pblicos, consejos y proyectos, cuya nica meta es
la preservacin, la expansin y la felicidad del Estado ntense bien estas
palabras: preservacin del Estado, expansin del Estado y felicidad del Estado,
a cuyo fin se emplean los medios ms rpidos y cmodos.
Detengmonos en algunos rasgos comunes a estas definiciones. La razn de
Estado se considera, ante todo, como un arte, es decir como una tcnica que se
ajusta a ciertas reglas. Esas reglas no se refieren simplemente a las costumbres o las
tradiciones sino tambin a cierto conocimiento racional. En nuestros das, la
expresin razn de Estado, como saben, evoca mucho ms la arbitrariedad o la
violencia. Pero en aquella poca se entenda por ella una racionalidad propia del
arte de gobernar los Estados. De dnde toma su razn de ser ese arte de
gobernar? La respuesta a esta pregunta provoc el escndalo del pensamiento
poltico naciente, en los albores del siglo XVII. Y pese a ello, segn los autores que
he citado, es muy simple. El arte de gobernar es racional siempre que observe la
naturaleza de lo que es gobernado; en otras palabras, del Estado mismo.
Ahora bien, proferir semejante evidencia, semejante banalidad, era en
verdad romper simultneamente con dos tradiciones opuestas: la tradicin
cristiana y la teora de Maquiavelo. La primera pretenda que para ser bsicamente
justo, el gobierno deba respetar todo un sistema de leyes: humanas, naturales y
divinas.
Existe al respecto un revelador texto de Santo Toms [301], donde este explica
que, en el gobierno de su reino, el rey debe imitar el gobierno de la naturaleza por
parte de Dios. El rey debe fundar ciudades exactamente como Dios cre el mundo;
debe conducir al hombre a su finalidad, as como Dios lo hizo con los seres
naturales. Y cul es la finalidad del hombre? La salud fsica? No, responde Santo
Toms. Si la salud del cuerpo fuera la finalidad del hombre, este solo necesitara un
mdico y no un rey. La riqueza? Tampoco. Bastara con un administrador. La
verdad? No, responde Santo Toms, porque para encontrar la verdad no hace falta
ningn rey: un maestro se encargara del asunto. El hombre necesita a alguien que
sea capaz de abrir el camino a la felicidad celestial ajustndose, aqu abajo, a lo que
es honestum. Corresponde al rey conducir al hombre hacia lo honestum en tanto es
su finalidad natural y divina.
El modelo de gobierno racional caro a Santo Toms no es poltico ni por
asomo, mientras que en los siglos XVI y XVII la bsqueda se concentr en otras
las leyes humanas o divinas, sino de la naturaleza del Estado que debe ser
gobernado. El gobierno solo es posible cuando se conoce la fuerza del Estado: esta
puede ser alimentada por ese saber. Y es preciso conocer la capacidad del Estado y
las formas de incrementarla, as como la fuerza y la capacidad de los otros Estados,
los que son rivales del mo. El Estado gobernado debe arrostrar a los otros. En
consecuencia, el gobierno no puede limitarse a la mera aplicacin de los principios
generales de razn, sabidura y prudencia. Es necesario un saber especfico: un
saber concreto, preciso y medido, en relacin con el podero del Estado. El arte de
gobernar, caracterstico de la razn de Estado, est ntimamente ligado al
desarrollo de lo que en esa poca se dio en llamar aritmtica poltica, es decir, el
conocimiento impartido por la competencia poltica. El otro nombre de esa
aritmtica poltica, como bien saben, era la estadstica, una estadstica sin vnculo
alguno con la probabilidad y asociada en cambio al conocimiento del Estado, de las
fuerzas respectivas de los diferentes Estados.
El segundo aspecto importante que se desprende de esta idea de razn de
Estado no es otro que la aparicin de relaciones inditas entre poltica e historia.
Desde ese punto de vista, la verdadera naturaleza del Estado ya no se concibe
como un equilibrio entre varios elementos que solo una buena ley puede mantener
juntos. Aparece entonces como un conjunto de fuerzas y bazas que pueden
incrementarse o disminuir en funcin de la poltica que siguen los gobiernos. Es
importante hacer crecer esas fuerzas, porque cada Estado mantiene una rivalidad
permanente con otros pases, otras naciones y otros Estados, de modo que cada
uno de ellos no tiene frente a s otra cosa que un futuro indefinido de luchas o al
menos de competencia con Estados similares. A lo largo de la Edad Media haba
predominado la idea de que todos los reinos de la Tierra se unificaran algn da en
un ltimo imperio justo antes de la segunda venida de Jesucristo. Desde comienzos
del siglo XVII esta idea familiar ya no es ms que un sueo, que fue tambin uno
de los principales rasgos del pensamiento poltico o histrico-poltico durante el
Medievo. El proyecto de reconstruccin del Imperio Romano se desvaneci para
siempre. En lo sucesivo, la poltica deba ocuparse de una multiplicidad
irreductible de Estados que lucharan y rivalizaran en una historia limitada.
La tercera idea que podemos sacar de la nocin de razn de Estado es la
siguiente: como el Estado es su propia finalidad y el designio exclusivo de los
gobiernos tiene que ser no solo la conservacin sino tambin el fortalecimiento
permanente y el desarrollo de las fuerzas estatales, est claro que los gobiernos no
tienen que inquietarse por los individuos; o, mejor, solo tienen que preocuparse
por ellos en la medida en que presenten algn inters en relacin con ese fin: lo que
police en francs y Polizei en alemn. (Creo que el ingls police tiene un sentido muy
diferente). Nos toca precisamente tratar de dar mejores definiciones de lo que se
entenda por esos vocablos francs y alemn, police y Polizei.
Su sentido es como mnimo desconcertante porque, al menos desde el
siglo XIX y hasta nuestros das, esos trminos se utilizaron para designar algo muy
distinto, una institucin bien precisa que, por lo menos en Francia y Alemania no
s qu pasa en los Estados Unidos, no siempre disfrut de una excelente
reputacin. Pero de fines del siglo XVI a fines del siglo XVIII, las palabras police y
Polizei tuvieron un sentido a la vez muy amplio y muy preciso. Cuando se hablaba
de polica en esa poca, se hablaba de las tcnicas especficas que permitan a un
gobierno, en el marco del Estado, gobernar al pueblo sin perder de vista la gran
utilidad de los individuos para el mundo.
Para analizar con un poco ms de precisin esta nueva tcnica de gobierno,
ms vale aprehenderla, me parece, bajo las tres grandes formas que toda tecnologa
est en condiciones de adoptar en el transcurso de su desarrollo y su historia: un
sueo o, mejor, una utopa; a continuacin, una prctica en la que las reglas rigen
verdaderas instituciones, y por ltimo una disciplina acadmica.
A comienzos del siglo XVII, Louis Turquet de Mayerne ofrece un buen
ejemplo de la opinin de la poca frente a la tcnica utpica o universal de
gobierno. En su obra La Monarchie aristo-dmocratique (1611) propone la
especializacin del poder ejecutivo y de los poderes de polica y le asigna a esta la
tarea de velar por el respeto cvico y la moral pblica.
Turquet sugera la creacin en cada provincia de cuatro consejos de polica
encargados de mantener el orden pblico. Dos velaran por las personas y otros
dos por los bienes. El primer consejo deba vigilar los aspectos positivos, activos y
productivos de la vida. En otras palabras, se ocupara de la educacin y
determinara con gran precisin los gustos y las aptitudes de cada quien. Probara
la aptitud de los nios desde el comienzo mismo de su vida: todas las personas de
ms de veinticinco aos deban estar inscritas en un registro que indicara sus
aptitudes y su ocupacin, mientras que al resto se lo consideraba como la hez de la
sociedad.
El segundo consejo deba ocuparse de los aspectos negativos de la vida: los
pobres, los viudos, los hurfanos, los ancianos, que tenan necesidad de un auxilio;
tambin deba resolver los casos de las personas afectadas a un trabajo pero que
dice, no me puedo resistir, pero se trata en verdad de una cita. No vayan a creer
que estoy diciendo que el hombre no es ms que un subproducto de la polica. Lo
que importa en esta idea del hombre como verdadero objeto de la polica es que
implica un cambio histrico de las relaciones entre poder e individuos. Yo dira, a
grandes rasgos, que el poder feudal estaba compuesto de relaciones entre sujetos
jurdicos, toda vez que estos estaban inmersos en relaciones jurdicas debido a su
nacimiento, su rango o su compromiso personal, mientras que con el nuevo Estado
de polica el gobierno empieza a ocuparse de los individuos en funcin de su
estatus jurdico, sin duda, pero tambin en cuanto hombres, seres vivos que
trabajan y comercian.
Pasemos ahora del sueo a la realidad y las prcticas administrativas. Es un
compendio francs de principios de siglo XVIII el que nos presenta, en un orden
sistemtico, los grandes reglamentos de polica del reino de Francia. Se trata de un
gnero de manual o enciclopedia sistemtica para uso de los agentes del Estado. El
autor, Nicolas de La Mare, compone esta enciclopedia de la polica (Trait de la
police, 1705) en once captulos. El primero trata de la religin; el segundo, de la
moralidad; el tercero, de la salud; el cuarto, de los abastecimientos; el quinto, de los
caminos, obras viales y edificios pblicos; el sexto, de la seguridad pblica; el
sptimo, de las artes liberales (en lneas generales, las artes y las ciencias); el octavo,
del comercio; el noveno, de las fbricas; el dcimo, de los domsticos y peones, y el
undcimo, de los pobres. Esa era, tanto para La Mare como para sus sucesores, la
prctica administrativa de Francia. Y ese era por lo tanto el dominio de la polica,
que abarcaba desde la religin hasta los pobres, pasando por la moralidad, la salud
y las artes liberales. Vamos a encontrar la misma clasificacin en la mayor parte de
los tratados o compendios relativos a la polica. Como en la utopa de Turquet, con
excepcin del ejrcito, la justicia propiamente dicha y las contribuciones directas, la
polica, en apariencia, lo vigila todo.
Pero, desde ese punto de vista, qu sucede con la prctica administrativa
francesa concreta? Cul era la lgica vigente detrs de la intervencin en los ritos
religiosos, las tcnicas de produccin en pequea escala, la vida intelectual y la red
caminera? La respuesta de La Mare parece un poquitn vacilante. A veces aclara
que la polica vela por todo lo que toca a la felicidad de los hombres, y otras
indica que la polica vigila todo lo que reglamenta la sociedad, y por sociedad
entiende las relaciones sociales que prevalecen entre los hombres. En otras
ocasiones afirma que la polica vigila lo que vive. Querra detenerme en esta
definicin, porque es la ms original y porque aclara, creo, las otras dos. Por lo
dems, es la definicin en la que insiste el propio La Mare. Aqu estn, pues, sus
observaciones sobre los once objetos de la polica. Esta se ocupa de la religin, no,
por supuesto, desde el punto de vista de la verdad dogmtica, sino desde la
perspectiva de la calidad moral de la vida. Al velar por la salud y los
abastecimientos, se aplica a preservar la vida; tratndose del comercio, las fbricas,
los obreros, los pobres y el orden pblico, se ocupa de las comodidades de la vida.
Al vigilar el teatro, la literatura, los espectculos, su objeto no es otro que los
placeres de la vida. En suma, la vida es el objeto de la polica. Lo indispensable, lo
til y lo superfluo: tales son los tres tipos de cosas que necesitamos o que podemos
utilizar en nuestra vida. Que los hombres sobrevivan, vivan, hagan an ms que
limitarse a sobrevivir o vivir: esa es exactamente la misin de la polica.
Esta sistematizacin de la prctica administrativa francesa me parece
importante por distintos motivos. En primer lugar, como podrn verlo, se esfuerza
por clasificar las necesidades, lo cual es, claro est, una vieja tradicin filosfica,
pero con el proyecto tcnico de determinar la correlacin entre la escala de utilidad
para los individuos y la escala de utilidad para el Estado. La tesis de la obra de La
Mare es, en el fondo, que lo que es superfluo para los individuos puede ser
indispensable para el Estado, y a la inversa. El segundo aspecto importante es que
La Mare hace de la felicidad humana un objeto poltico. S muy bien que, desde los
albores de la filosofa poltica en los pases occidentales, todo el mundo supo y dijo
que el objetivo permanente de los gobiernos deba ser la felicidad de los hombres,
pero la felicidad en cuestin apareca entonces como el resultado o el efecto de un
gobierno verdaderamente bueno. Ahora, la felicidad ya no es solo un simple efecto.
La felicidad de los individuos es una necesidad para la supervivencia y el
desarrollo del Estado. Es una condicin, un instrumento, y no simplemente una
consecuencia. La felicidad de los hombres se convierte en un elemento del podero
del Estado. Y en tercer lugar, La Mare afirma que el Estado debe ocuparse no solo
de los hombres, o de una masa de hombres que viven juntos, sino de la sociedad.
La sociedad y los hombres en cuanto seres sociales, individuos validos de todas sus
relaciones sociales: ese es en lo sucesivo el verdadero objeto de la polica.
Fue entonces cuando, last but not least, la polica se convirti en una
disciplina. No se trataba simplemente de una prctica administrativa concreta o un
sueo, sino de una disciplina en el sentido acadmico del trmino. Se la ense
bajo el nombre de Polizeiwissenschaft en varias universidades alemanas, sobre todo
la de Gotinga. La Universidad de Gotinga habra de tener una importancia capital
para la historia poltica de Europa, porque en ella se formaron los funcionarios
prusianos, austracos y rusos, los mismos que iban a llevar adelante las reformas de
Jos II o Catalina la Grande. Y varios franceses, especialmente en el entorno de
de los hombres.
En la concepcin de Justi hay otro aspecto importante que deba ejercer
profunda influencia sobre todo el funcionariado poltico y administrativo de los
pases europeos entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. Uno de los
conceptos fundamentales de la obra de Justi es, en efecto, el de poblacin, y sera
vano, me parece, buscar esta nocin en cualquier otro tratado de polica. S a las
claras que Justi no invent ni la nocin ni la palabra, pero vale la pena sealar que,
con el trmino poblacin, toma en cuenta lo que los demgrafos estaban
descubriendo en la misma poca. A su juicio, los elementos fsicos o econmicos
del Estado, tomados en su totalidad, constituyen un medio del que la poblacin es
tributaria y que, de manera recproca, depende de ella. Es cierto, Turquet y los
utopistas de su especie hablaban tambin de los ros, los bosques y los campos, etc.,
pero los perciban en esencia como elementos capaces de producir impuestos e
ingresos. Para Justi, al contrario, poblacin y medio mantienen en forma
permanente una relacin mutua y viva, y corresponde al Estado manejar esas
relaciones mutuas y vivas entre esos dos tipos de seres vivos. Podemos decir, de
aqu en ms, que a fines del siglo XVIII la poblacin se convierte en el verdadero
objeto de la polica; o, en otras palabras, que el Estado debe ante todo vigilar a los
hombres en cuanto poblacin. Ejerce su poder sobre los seres vivos en cuanto seres
vivos, y su poltica, en consecuencia, es necesariamente una biopoltica. Como la
poblacin nunca es, desde luego, otra cosa que lo vigilado por el Estado en su
propio inters, este puede, de ser necesario, masacrarla. La tanatopoltica es as el
reverso de la biopoltica.
Bien s que estos no son ms que proyectos esbozados y lneas directrices.
De Botero a Justi, de fines del siglo XVI a fines del siglo XVIII, podemos conjeturar,
al menos, el desarrollo de una racionalidad poltica ligada a una tecnologa poltica.
De la idea de que el Estado tiene su naturaleza y su finalidad propias a la idea del
hombre concebido como individuo vivo o elemento de una poblacin en relacin
con un medio, podemos seguir la creciente intervencin estatal sobre la vida de los
individuos, la importancia creciente de los problemas de la vida para el poder
poltico y el desarrollo de campos posibles para las ciencias sociales y humanas, en
la medida en que estas tomen en cuenta los problemas del comportamiento
individual dentro de la poblacin y las relaciones entre una poblacin viva y su
medio.
Permtanme ahora resumir muy sucintamente mi intencin. Ante todo, es
posible analizar la racionalidad poltica, as como se puede analizar cualquier
naci de la colonizacin (lo cual no quiere decir que sea una ciencia imperialista);
de la misma manera, creo que si el hombre nosotros, seres de vida, de palabra y
de trabajo se ha convertido en un objeto para varias otras ciencias, hay que
buscar la razn no en una ideologa, sino en la existencia de esa tecnologa poltica
que hemos creado en el seno de nuestras sociedades.
Y esto es difcil de situar en una lucha que est ya en marcha, porque las lneas han
sido trazadas por otros
S, pero creo que la tica es una prctica; ethos es una manera de ser.
Tomemos un ejemplo que nos incumbe a todos, el de Polonia. Si planteamos la
cuestin de Polonia en trminos estrictamente polticos, est claro que pronto
llegamos al punto de decir que ah nada puede hacerse. No podemos enviar una
compaa de paracaidistas, ni podemos mandar tanques a liberar Varsovia. Creo
que, polticamente, tenemos que reconocer esto, pero creo que tambin estaremos
de acuerdo en que, por razones ticas, tenemos que plantear el problema de
Djeme poner algunos ejemplos muy sencillos, pero que, creo, no caen
fuera del tema que ha elegido. Si tomamos el sistema penal, las cuestiones que
estn siendo planteadas, somos muy conscientes de que en muchos pases
democrticos se estn haciendo esfuerzos para poner la justicia penal a funcionar
de otra manera, denominada justicia informal en los Estados Unidos, forma
societal en Francia. Esto significa en realidad que se les concede una cierta forma
de autoridad a grupos, a lderes de grupo. Esta autoridad obedece a otras reglas y
requiere otros instrumentos, pero tambin produce efectos de poder que no son
necesariamente vlidos, admitiendo el simple hecho de que no son oficialmente
sancionados, que no pasan por la misma red de autoridad. Ahora volvamos a su
cuestin, la idea de una poltica consensual puede, por supuesto, en un momento
dado, servir, o como principio regulativo, o, mejor an, como principio crtico con
respecto a otras formas polticas; pero no creo que eso liquide el problema de la
relacin de poder.
Puedo plantearle una cuestin sobre este punto, partiendo de Hannah Arendt?
Arendt reservaba la palabra poder solo para uno de los dos aspectos, pero vamos a usar el
trmino ms ampliamente, vamos a decir que ella vio dos posibles caras del poder. Hay
relaciones entre la gente que les permiten realizar cosas que, de otro modo, no habran sido
capaces de hacer; las personas estn vinculadas por relaciones de poder en el sentido de que
juntos tienen una capacidad que no tendran de otra manera, y esto supone un cierto
entendimiento comn, etc., que puede tambin incluir relaciones de subordinacin, porque
una de las condiciones necesarias de esta accin comn puede ser la de tener cabezas o
lderes pero, de acuerdo con Arendt, estas no seran en modo alguno relaciones de
dominacin; y hay otra cara del poder que puede estar implicada en las mismas relaciones
en un sentido en el que hay, inequvocamente, relaciones de dominacin de una cierta gente
sobre otra. Usted reconoce estos dos aspectos del poder, o define el poder ms bien en los
trminos de la segunda faceta?
No basta con decir que son luchas antiautoritarias; tenemos que intentar
definir con ms precisin lo que tienen en comn:
1) En primer lugar, son luchas transversales; esto es, no estn limitadas a
un pas. Por supuesto, se desarrollan ms fcilmente y con mayor amplitud en
algunos pases, pero no estn limitadas a una forma de gobierno poltico o
econmico en particular.
2) El objetivo de esas luchas est en los efectos de poder como tales. Por
ejemplo, la profesin mdica no es criticada principalmente porque sea un asunto
de obtencin de beneficios, sino porque ejerce un poder incontrolado sobre los
cuerpos de la gente, su salud, su vida y su muerte.
3) Son luchas inmediatas, por dos razones: en tales luchas, la gente critica las
instancias de poder que le son ms prximas, aquellas que ejercen su accin sobre
los individuos. No enfilan al enemigo principal sino al enemigo ms cercano.
Tampoco esperan encontrar una solucin a su problema en una fecha futura (esto
es, la liberacin, la revolucin, el fin de la lucha de clases). En comparacin con una
escala terica de explicaciones o un orden revolucionario que polariza el
historiador, son luchas anrquicas.
Pero estos no son sus puntos ms originales. Los siguientes me parecen ms
especficos.
4) Son luchas que cuestionan el estatus del individuo: por un lado, afirman
el derecho a ser diferentes y subrayan todo lo que hace al individuo
verdaderamente individual. Por otro lado, atacan a todo lo que separa al individuo,
lo que rompe sus lazos con los otros, escinde la vida comunitaria, fuerza al
individuo a volverse sobre s y le ata a su propia identidad de una manera
constrictiva.
No son luchas exactamente a favor o en contra del individuo, sino que son
luchas en contra del gobierno de la individualizacin.
5) Son una oposicin a los efectos de poder que estn vinculados al
conocimiento, a la competencia, a la cualificacin: luchas en contra de los
privilegios del conocimiento. Pero son tambin una oposicin al secreto, la
deformacin y las representaciones mistificadoras impuestas a la gente.
No hay nada de cientificista en esto (esto es, una creencia dogmtica en el
Un fenmeno importante tuvo lugar en torno al siglo XVIII, fue una nueva
distribucin, una nueva organizacin de esta clase de poder individualizante.
No creo que debamos considerar el Estado moderno como una entidad
que fue desarrollada por encima de los individuos, ignorando lo que son e incluso
su misma existencia, sino, por el contrario, como una muy sofisticada estructura en
la cual los individuos pueden ser integrados bajo una condicin: que esta
individualidad est modelada en una nueva forma, y sometida a un conjunto de
patrones muy especficos.
En cierto modo, podemos ver el Estado como una matriz moderna de
individualizacin, o una nueva forma de poder pastoral.
Unas pocas palabras ms sobre este nuevo poder pastoral.
1) Podemos observar un cambio en su objetivo. Ya no se trataba por ms
tiempo de guiar a la gente a su salvacin en el otro mundo, sino ms bien de
asegurarla en este. Y en este contexto, la palabra salvacin adquiere diferentes
sentidos: salud, bienestar (esto es, riqueza suficiente, nivel de vida) seguridad,
proteccin contra accidentes. Una serie de objetivos mundanos tom el lugar de
los objetivos religiosos del pastorado tradicional, todo de lo ms fcilmente, porque
este, por varias razones, sigui de manera accesoria un cierto nmero de estos
objetivos; solamente tenemos que pensar en el papel de la medicina y su funcin
de bienestar asegurada durante largo tiempo por la Iglesia catlica y protestante.
2) Al mismo tiempo, los funcionarios del poder pastoral se incrementan. A
veces esta forma de poder fue ejercida por aparatos estatales, o, en cualquier caso,
por una institucin pblica como la polica (no olvidemos que en el siglo XVIII la
fuerza policial no fue creada solamente para mantener la ley y el orden, ni para
asistir a los gobiernos en su lucha contra sus enemigos, sino para asegurar el
aprovisionamiento urbano, la higiene, la salud y los estndares considerados
necesarios para la artesana y el comercio) [327]. A veces el poder era ejercido por
empresas privadas, sociedades de asistencia, benefactores y en general por
filntropos. Pero las instituciones antiguas, por ejemplo, la familia, eran tambin
movilizadas en esa poca para asumir funciones pastorales. Era tambin ejercido
por estructuras complejas como la medicina, que inclua iniciativas privadas con la
venta de servicios segn los principios de la economa de mercado, pero que
tambin inclua instituciones pblicas tales como los hospitales.
son indispensables para ser precisamente una relacin de poder: que el otro
(aquel sobre el que esta se ejerce) sea claramente reconocido y mantenido hasta el
final como sujeto de accin; y que se abra, ante la relacin de poder, todo un campo
de respuestas, reacciones, efectos e invenciones posibles.
La puesta en juego de relaciones de poder no es ms exclusiva del uso de la
violencia que de la adquisicin de los consentimientos; sin duda ningn ejercicio
del poder puede prescindir del uno y de la otra, ni, frecuentemente, de los dos a la
vez. Pero, aunque son sus instrumentos o sus efectos, no constituyen su principio
ni tampoco su naturaleza. El ejercicio del poder puede suscitar tanta aceptacin
como se quiera: puede acumular los muertos y protegerse tras todas las amenazas
que pueda imaginar. No es en s mismo una violencia que sepa a veces ocultarse, o
un consentimiento que implcitamente se reconduzca. Es un conjunto de acciones
sobre acciones posibles: opera sobre el campo de posibilidad en donde viene a
inscribirse el comportamiento de sujetos actuantes; incita, induce, disuade, facilita
o hace ms difcil, ampla o limita, vuelve ms o menos probable; en el extremo,
obliga o impide absolutamente; pero es siempre una manera de actuar sobre uno o
varios sujetos actuantes y sobre lo que hacen o son capaces de hacer. Una accin
sobre acciones.
El trmino conducta a pesar de su equivocidad misma es quiz uno de los
que mejor permiten aprehender lo que hay de especfico en las relaciones de poder.
La conducta es a la vez el acto de llevar a los otros (segn mecanismos de
coercin ms o menos estrictos) y la manera de comportarse en un campo ms o
menos abierto de posibilidades. El ejercicio del poder consiste en conducir
conductas y en disponer la probabilidad. El poder, en el fondo, es menos del
orden del enfrentamiento entre dos adversarios, o del compromiso del uno
respecto del otro, que del orden del gobierno. Hay que dejar a esta palabra la
significacin amplsima que tena en el siglo XVI[329]. No se refera solo a estructuras
polticas y a la gestin de los Estados, sino que designaba la manera de dirigir la
conducta de individuos o de grupos: gobierno de los nios, de las almas, de las
comunidades, de las familias, de los enfermos. No abarcaba simplemente formas
instituidas y legtimas de sujecin [assujettissement] poltica o econmica; sino
modos de accin ms o menos pensados y calculados, pero todos destinados a
actuar sobre las posibilidades de accin de otros individuos. Gobernar, en este
sentido, es estructurar el campo de accin eventual de los otros. El modo de
relacin propia del poder no habra, pues, que buscarlo del lado de la violencia y
de la lucha, ni del lado del contrato y del lazo voluntario (que todo lo ms pueden
ser sus instrumentos), sino del lado de este modo de accin singular ni guerrera
por la eleccin de las soluciones ganadoras. Pero hay que tener presente que se
trata aqu de un tipo muy particular de situacin, y que hay otras en las que es
preciso mantener la distincin entre los diferentes sentidos de la palabra estrategia.
En el primer sentido indicado, se puede llamar estrategia de poder al
conjunto de los medios puestos en prctica para hacer funcionar o para mantener
un dispositivo de poder. Se puede tambin hablar de estrategia propia de las
relaciones de poder en la medida en que estas constituyen modos de accin sobre
la accin posible, eventual, supuesta, de otros. Se puede, pues, descifrar en
trminos de estrategias los mecanismos puestos en prctica en las relaciones de
poder. Pero el punto ms importante es, evidentemente, la relacin entre relaciones
de poder y estrategias de enfrentamiento. Pues si es verdad que en el corazn de
las relaciones de poder y como condicin permanente de su existencia hay una
insumisin y libertades esencialmente renuentes, no hay relacin de poder sin
resistencia, sin escapatoria o huida, sin inversin eventual; toda relacin de poder
implica, pues, al menos de manera virtual, una estrategia de lucha, sin que, sin
embargo, vengan a superponerse, a perder su especificidad y finalmente a
confundirse. Constituyen una para otra una especie de lmite permanente, de
punto de inversin posible. Una relacin de enfrentamiento encuentra su trmino,
su momento final (y la victoria de uno de los dos adversarios) cuando el juego de
las relaciones antagonistas viene a ser sustituido por los mecanismos estables por
los que uno puede conducir de manera bastante constante y con suficiente
certidumbre la conducta de los otros; para una relacin de enfrentamiento, desde el
momento en que ya no es de lucha a muerte, la fijacin de una relacin de poder
constituye un punto de mira a la vez su consumacin y su propia puesta en
suspenso. Y a la inversa, para una relacin de poder, la estrategia de lucha
constituye tambin ella una frontera: aquella en que la induccin calculada de las
conductas en los otros ya no puede ir ms all de la rplica a su propia accin.
Como no podra haber ah relaciones de poder sin puntos de insumisin que por
definicin le escapan, toda intensificacin, toda extensin de las relaciones de
poder para someterlos no pueden sino conducir a los lmites del ejercicio del
poder; este encuentra, entonces, su tope ya en un tipo de accin que reduce al otro
a la impotencia total (una victoria sobre el adversario sustituye al ejercicio del
poder), ya en un cambio de aquellos a los que se gobierna y su transformacin en
adversarios. En suma, toda estrategia de enfrentamiento suea con convertirse en
relacin de poder; y toda relacin de poder tiende, tanto si sigue su propia lnea de
desarrollo como si evita resistencias frontales, a convertirse en estrategia ganadora.
De hecho, entre relacin de poder y estrategia de lucha hay una apelacin
sus interdictos que en sus placeres. Pero me parece que la manera como integraban
esas prohibiciones en una relacin consigo mismos era enteramente diferente [333].
No creo que pueda encontrarse huella alguna de lo que podramos llamar
normalizacin, por ejemplo, en la moral filosfica de los antiguos. La razn es
que el objetivo principal, el blanco esencial buscado por esa moral, era de orden
esttico. Ante todo, ese tipo de moral era solo un problema de eleccin personal.
Luego, estaba reservada a una reducida cantidad de gente; no se trataba entonces
de proporcionar un modelo de comportamiento para todo el mundo. Era una
eleccin personal que incumba a una pequea elite. La razn que induca a hacer
esa eleccin era la voluntad de tener una vida bella y dejar a los otros el recuerdo
de una bella existencia. Bajo la continuidad de los temas y los preceptos hubo
modificaciones que trat de poner en evidencia y que afectan los modos de
constitucin del sujeto moral.
Usted consigui por tanto equilibrar su trabajo al pasar del estudio de la
sexualidad al de las tcnicas de s?
Trat de reequilibrar todo mi proyecto alrededor de una pregunta simple:
por qu se hace del comportamiento sexual una cuestin moral, y una cuestin
moral importante? Entre todos los comportamientos humanos hay muchos que, en
una sociedad, son objeto de preocupacin moral, y muchos se constituyen en
conducta moral. Pero no todos, y no todos de la misma manera. Acabo de
mencionar los alimentos: dominio moral importante antao, hoy es sobre todo
objeto de higiene (o al menos de la flexin moral que es la higiene). Podramos
tomar tambin el ejemplo de la economa, la generosidad, el gasto, etc. O el de la
ira (que fue un dominio de conducta moral tan importante en la Antigedad).
Quise, pues, estudiar de qu modo la actividad sexual se constituy como
problema moral, y ello a travs de las tcnicas de s que permiten asegurar el
dominio sobre los placeres y los deseos.
Cmo distribuy su trabajo?
Un volumen sobre la problematizacin de la actividad sexual en el
pensamiento griego clsico en relacin con la diettica, la economa y la ertica, El
uso de los placeres; despus, la reelaboracin de esos mismos temas en los dos
primeros siglos del imperio, La inquietud de s, y por ltimo la problematizacin de
la actividad sexual en el cristianismo de los siglos IV y V, Les Aveux de la chair[334].
Y qu vendr a continuacin? Habr otros libros sobre los cristianos cuando
posible que haya reciprocidad alguna en las relaciones fsicas entre un hombre y
un muchacho[337].
Con referencia a este punto es muy pertinente la amistad. Parece ser sin duda un
aspecto de la cultura griega del que Aristteles nos habla, pero al que usted no se refiere y
que tiene una gran importancia. En la literatura clsica la amistad es el punto de encuentro,
el lugar del reconocimiento mutuo. La tradicin no ve en la amistad la ms grande virtud,
pero, si se lee tanto a Aristteles como a Cicern, podra concluirse que lo era, porque es
estable y persistente, porque es desinteresada, porque no se la puede comprar como uno
quiera y porque no niega la utilidad ni los placeres del mundo, aun cuando busque otra cosa.
Es muy significativo que, cuando los griegos trataron de integrar el amor a
los muchachos y la amistad, se hayan visto obligados a hacer a un lado las
relaciones sexuales. A diferencia de estas, la amistad es una cosa recproca: las
relaciones sexuales se perciban en trminos del juego activo o pasivo de la
penetracin. Estoy completamente de acuerdo con lo que usted acaba de decir
sobre la amistad, pero veo en eso la confirmacin de lo que digo de la moral sexual
de los griegos: si uno tiene una amistad, es difcil tener relaciones sexuales. Para
Platn, en el Fedro, hay reciprocidad del deseo fsico, pero esa reciprocidad debe
llevar a una doble renuncia. En Jenofonte, Scrates dice que es evidente que, en
una relacin entre un muchacho y un hombre, el primero no es ms que el
espectador del placer del segundo. Lo que los griegos dicen de ese amor a los
muchachos implica la necesidad de no tomar en cuenta el placer de estos ltimos.
Ms an, para un muchacho es deshonroso sentir algn placer fsico en la relacin
con un hombre.
Muy bien; admitamos, en efecto, que la no reciprocidad haya representado un
problema para los griegos, pero al parecer se trata, no obstante, del tipo de problema que
podra resolverse. Por qu debe ser un problema de los hombres? Por qu no poda
tomarse en consideracin el placer de las mujeres y los muchachos sin trastornar por
completo el marco general de la sociedad? El problema, en definitiva, no obedece al hecho
de que al introducir la nocin de placer del otro todo el sistema moral y jerrquico
amenazaba con hundirse?
Sin duda. La moral griega del placer est ligada a la existencia de una
sociedad viril, a la idea de disimetra, a la exclusin del otro, a la obsesin por la
penetracin, a la amenaza de ser despojado de la energa Todo eso no es muy
atractivo!
LA
ESTRUCTURA
GENEALGICA
DE
LA
INTERPRETACIN
racional. Y se ve por tanto que Nicocles y un estoico tienen una manera muy
diferente de aceptar la misma ley. Eso es lo que llamo modo de sujecin, el
segundo aspecto de la moral.
Cuando el rey dice: Por ser rey, es eso el signo y el ndice de una bella vida?
Es el signo de una vida que es a la vez esttica y poltica, dos aspectos que
estn directamente ligados. Puesto que, si quiero que la gente me acepte como rey,
debo poseer algo as como una gloria que me sobreviva, y esa gloria no puede
desvincularse de su valor esttico. En consecuencia, el poder poltico, la gloria, la
inmortalidad y la belleza son cosas que en un momento dado estn ligadas unas a
otras. Es un modo de sujecin y el segundo aspecto de la moral. El tercer aspecto es
este: cules son los medios gracias a los cuales podemos transformarnos a fin de
llegar a ser sujetos morales?[344].
Cmo trabajamos sobre la sustancia tica?
S. Qu vamos a hacer, sea para atenuar nuestros deseos y moderarlos, sea
para comprender quines somos, sea para suprimir nuestros deseos, sea para
valernos de nuestro deseo sexual a fin de alcanzar ciertos objetivos, como tener
hijos: toda la elaboracin de nosotros mismos cuya meta es un comportamiento
moral. Ese es el tercer aspecto, que llamo prctica de s o ascetismo, pero ascetismo
en una acepcin muy amplia.
El cuarto aspecto es el siguiente: en qu clase de ser queremos convertirnos
cuando tenemos un comportamiento moral? Por ejemplo, debemos llegar a ser
puros, inmortales, libres, dueos de nosotros mismos, etc.? Es lo que podramos
llamar teleologa moral. En lo que llamamos moral no est simplemente el
comportamiento efectivo de la gente, no solo hay cdigos y reglas de conducta, est
tambin la relacin consigo mismo que abarca los cuatro aspectos que acabo de
enumerar[345].
Y que son independientes unos de otros?
Hay relaciones entre ellos y a la vez cierta independencia para cada uno.
Uno puede comprender muy bien que si la teleologa moral se define por la pureza
absoluta, el tipo de tcnicas de la prctica de s y las tcnicas de ascetismo que
debern utilizarse no son exactamente las mismas que si el objetivo es ser dueo de
su comportamiento.
Cul es el cuidado de s que usted decidi tratar por separado en el libro del
mismo nombre?[348]
Lo que me interesa en la cultura helnica, en la cultura grecorromana a
partir del siglo IV a. C. y hasta los siglos II y III d. C., es el precepto para el que los
griegos tenan una expresin especfica, epimeleia heautou: el cuidado de s. Esto no
quiere decir simplemente interesarse en s mismo y tampoco implica una tendencia
a excluir cualquier forma de inters o atencin que no estn dirigidos hacia uno
mismo. Epimeleia es una palabra muy fuerte en griego que designa el trabajo, la
aplicacin, el celo por algo. Jenofonte, por ejemplo, la utiliza para describir el
cuidado que conviene prestar al patrimonio propio. La responsabilidad de un
monarca con respecto a sus conciudadanos era del orden de la epimeleia. Lo que
hace un mdico cuando atiende a un enfermo tambin se designa como epimeleia.
Se trata, pues, de una palabra que se relaciona con una actividad, una atencin, un
conocimiento[349].
Pero el conocimiento aplicado y la tcnica de s no son invenciones modernas?
No, la cuestin del saber era capital en el cuidado de s, pero bajo una
forma muy distinta a la de una indagacin interior.
Pero la comprensin terica, la comprensin cientfica, eran secundarias y
estaban motivadas por una inquietud tica y esttica?
El problema consista en determinar cules eran las categoras de saber
necesarias para la epimeleia heautou. Por ejemplo, para los epicreos, el
conocimiento general de lo que era el mundo: su necesidad, la relacin entre el
mundo y los dioses, todo eso, era muy importante para poder ocuparse de s
mismo como corresponda. Era materia de meditacin: al comprender con
exactitud la necesidad del mundo, uno era capaz de dominar las pasiones de
manera mucho ms satisfactoria. La razn para familiarizarse con la fsica o la
cosmologa era poder llegar a la autosuficiencia.
de s: la costumbre de anotar los propios sueos. Sinesio explica que haba que
tener una libreta junto a la cama y anotar los sueos a fin de interpretarlos uno
mismo: ser el adivino de s mismo.
Pero, en todo caso, la idea de que la contemplacin de s mismo permite disipar la
oscuridad dentro de s y acceder a la verdad ya est presente en Platn?
Creo que la autocontemplacin platnica del alma que da a esta acceso
al ser y, a la vez, a las verdades eternas es muy diferente del ejercicio mediante el
cual, en una prctica de tipo estoico, por ejemplo, uno trata de recordar lo que ha
hecho durante el da, las reglas de conducta de las que habra debido acordarse, los
acontecimientos de los que debe sentirse independiente, etc. Desde luego, sera
necesario precisar todo esto; hubo interferencias, entrecruzamientos. La
tecnologa de s es un inmenso dominio, muy complejo, cuya historia habra que
hacer.
Uno de los lugares comunes de los estudios literarios consiste en decir que
Montaigne fue el escritor que invent la autobiografa, pese a lo cual usted parece remontar
la escritura sobre s mismo a fuentes mucho ms remotas.
Me parece que, en la crisis religiosa del siglo XVI y con el
cuestionamiento de la pastoral catlica, se desarrollaron nuevos modos de
relacin consigo mismo. Puede observarse la reactivacin de unas cuantas
prcticas de los estoicos de la Antigedad. Por ejemplo, la nocin de prueba de s
mismo me parece cercana, desde un punto de vista temtico, a lo que podemos
encontrar entre los estoicos, para quienes la experiencia de s no es el
descubrimiento de una verdad sepultada en uno mismo, sino un intento de
determinar lo que se puede y lo que no se puede hacer con la libertad de la que
uno dispone. Tanto entre los catlicos como entre los protestantes puede
constatarse la reactivacin de esas antiguas tcnicas que adoptan la forma de
prcticas espirituales cristianas.
Sera interesante hacer una comparacin sistemtica entre los ejercicios
espirituales practicados en los medios catlicos o reformados y los que estuvieron
en uso en la Antigedad. Pienso as en un ejemplo preciso. En una de sus
Disertaciones, Epicteto recomienda practicar una especie de meditacin-caminata.
Cuando deambulamos por la calle conviene, en relacin con los objetos o las
personas con que nos topamos, examinarnos para saber si nos sentimos
impresionados, si nos dejamos emocionar, si nuestro nimo sufre un vuelco ante la
Me parece que Descartes rompi con eso al decir: Para acceder a la verdad
basta con que yo sea un sujeto cualquiera capaz de ver lo que es evidente. La
evidencia sustituye a la ascesis en el punto de unin entre la relacin consigo
mismo y la relacin con los otros, la relacin con el mundo. Ya no hace falta que la
relacin consigo mismo sea asctica para ser una relacin con la verdad. Basta con
que me revele la verdad evidente de lo que veo para aprehender definitivamente
esa verdad. Pero hay que sealar que eso solo result posible para el propio
Descartes al precio de un derrotero que fue el de las Meditaciones[354], en el curso del
cual l constituy una relacin de s consigo que lo calificaba como capaz de ser
sujeto de conocimiento verdadero bajo la forma de la evidencia (con la salvedad de
que exclua la posibilidad de estar loco). Un acceso a la verdad sin condicin
asctica, sin cierto trabajo de s sobre s mismo, es una idea que las culturas
precedentes excluan en mayor o menor medida. Con Descartes, la evidencia
inmediata es suficiente. Despus de Descartes, tenemos un sujeto de conocimiento
que plantea a Kant el problema de saber cul es la relacin entre l y el sujeto
moral. En el siglo de las Luces se discuti mucho si esos dos sujetos eran diferentes
o no. La solucin de Kant consisti en encontrar un sujeto universal que, en la
medida en que lo era, poda ser un sujeto de conocimiento, pero que exiga no
obstante una actitud tica: precisamente la relacin consigo mismo que el propio
Kant propone en la Crtica de la razn prctica.
Quiere decir que Descartes liber la racionalidad cientfica de la moral y Kant
volvi a introducir esta ltima como forma aplicada de los procedimientos de racionalidad?
Exactamente. Kant dice: Debo reconocerme como sujeto universal, es
decir, constituirme en cada uno de mis actos como sujeto universal conforme a las
reglas universales. Se reintroducan, por tanto, las viejas preguntas: Cmo
puedo constituirme en cuanto sujeto tico? Cmo puedo reconocerme como tal?
Necesito ejercicios de ascetismo? O la relacin kantiana con lo universal que me
hace moral al conformarme a la razn prctica?. De este modo, Kant introduce en
nuestra tradicin un nuevo camino, gracias al cual el s mismo no es simplemente
dado, sino que se constituye en una relacin consigo mismo como sujeto.
Siete aos han pasado desde La voluntad de saber [356]. S que sus ltimos libros le
han planteado problemas y que se ha encontrado con dificultades. Me gustara que me
hablara de esas dificultades y de ese viaje al mundo grecorromano, que le era, si no
desconocido, al menos un poco extrao.
Las dificultades venan del proyecto mismo, que pretenda precisamente
evitarlas.
Al programar mi trabajo en varios volmenes sobre un plan preparado de
antemano[357], yo me haba dicho que ahora haba llegado el momento en que
podra escribirlos sin dificultad, y desarrollar simplemente lo que tena en la
cabeza, confirmndolo con el trabajo de investigacin emprica.
Estuve a punto de morir de aburrimiento escribiendo esos libros: se parecan
demasiado a los precedentes. Para algunos, escribir un libro supone siempre
arriesgar algo. Por ejemplo, no lograr escribirlo. Cuando se sabe de antemano a
dnde se quiere llegar, hay una dimensin de la experiencia que falta, la que
consiste precisamente en escribir un libro arriesgndose a no terminarlo [358]. De
modo que cambi el proyecto general: en lugar de estudiar la sexualidad en los
confines del saber y del poder, intent investigar desde un plano ms elevado cmo
se haba constituido, para el propio sujeto, la experiencia de su sexualidad como
deseo. Despejar esta problemtica me llev a examinar de cerca textos muy
antiguos, latinos y griegos, que me han exigido mucha preparacin, muchos
esfuerzos, y que me han dejado hasta el final sumido en no pocas dudas e
incertidumbres.
Hay siempre una cierta intencionalidad en sus obras, que a menudo escapa a los
cristianismo, con la religin del texto, la idea de una voluntad de Dios, el principio
de obediencia, la moral tomaba mucho ms la forma de un cdigo de reglas
(solamente algunas prcticas ascticas estaban ms ligadas al ejercicio de una
libertad personal).
De la Antigedad al cristianismo se pasa de una moral que era
esencialmente bsqueda de una tica personal a una moral como obediencia a un
sistema de reglas. Y si me he interesado en la Antigedad, es que, por toda una
serie de razones, la idea de una moral como obediencia a un cdigo de reglas est,
ahora, en trance de desaparecer, ya ha desaparecido. Y a esta ausencia de moral
responde, debe responder, una bsqueda que es la de una esttica de la
existencia[361].
Todo el saber acumulado en estos ltimos aos sobre el cuerpo, la sexualidad, las
disciplinas, ha mejorado nuestra relacin con los otros, nuestro estar en el mundo?
No puedo evitar pensar que toda una serie de cosas puestas en discusin,
incluso independientemente de opciones polticas, alrededor de ciertas formas de
existencia, reglas de comportamiento, etc., han sido profundamente beneficiosas: la
relacin con el cuerpo, entre hombre y mujer, con la sexualidad.
Esos saberes, por tanto, nos han ayudado a vivir mejor.
No ha habido simplemente un cambio en las preocupaciones, sino en el
discurso filosfico, terico y crtico: en efecto, en la mayor parte de los anlisis
hechos, no se sugera a las gentes lo que deban ser, lo que deban hacer, lo que
deban creer y pensar. Se trataba ms bien de hacer aparecer cmo, hasta el
presente, los mecanismos sociales haban podido operar, cmo las formas de la
opresin y del constreimiento haban actuado, y luego, a partir de ah, me parece
que se dejaba a la gente la posibilidad de determinarse, de hacer, sabiendo todo
eso, la eleccin de su existencia.
Hace cinco aos, se emprendi la lectura, en su seminario del Collge de France,
de Hayek y von Mises[362]. Nos dijimos entonces: a travs de una reflexin sobre el
liberalismo, Foucault nos va a dar un libro sobre la poltica. El liberalismo pareca tambin
un rodeo para encontrar al individuo, ms all de los mecanismos de poder. Es conocido su
contencioso con el sujeto fenomenolgico. En aquella poca se comenzaba a hablar de un
sujeto de prcticas, y la relectura del liberalismo se haba hecho un poco en torno a eso. No
es un misterio para nadie que nos hemos dicho varias veces: no hay sujeto en la obra de
Foucault. Los sujetos estn siempre sujetados [assujettis, sometidos], son el punto de
del autor, con, adems, el derecho al anonimato y al seudnimo, para que cada
libro sea ledo por s mismo. Hay libros para los que el conocimiento del autor es
una clave de inteligibilidad. Pero fuera de algunos grandes autores, para la mayor
parte de los dems este conocimiento no sirve absolutamente para nada. Sirve solo
de pantalla. Para alguien como yo, que no soy un gran autor, sino solo alguien que
fabrica libros, le gustara que fueran ledos por s mismos, con sus imperfecciones y
sus posibles cualidades.
Todo el mundo sabe que en Francia hay pocos lgicos, pero que hubo una
cantidad no desdeable de historiadores de las ciencias. Se sabe tambin que estos
han ocupado en la institucin filosfica enseanza o investigacin un lugar
considerable. Pero tal vez no se conoce tan bien en qu consisti exactamente, en el
transcurso de los ltimos veinte o treinta aos y hasta en las fronteras de la
institucin, un trabajo como el de Georges Canguilhem. Hubo sin duda teatros
mucho ms ruidosos: psicoanlisis, marxismo, lingstica, etnologa. No olvidemos
sin embargo un hecho que obedece a la sociologa de los medios intelectuales
franceses o al funcionamiento de nuestras instituciones universitarias o de nuestro
sistema de valores culturales, como se prefiera: en todas las discusiones polticas o
cientficas de la extraa dcada de los 60, el papel de los filsofos y no me refiero
simplemente a quienes haban hecho su formacin universitaria en los
departamentos de filosofa fue importante. Acaso demasiado importante, para
gusto de algunos. Ahora bien, directa o indirectamente, todos o casi todos esos
filsofos se las vieron con la enseanza y los libros de Georges Canguilhem.
De all una paradoja: este hombre, cuya obra es austera, voluntariamente
bien delimitada y consagrada con cuidado a un mbito particular de una historia
de las ciencias que de todas maneras no pasa por ser una disciplina muy
espectacular, estuvo de algn modo presente en debates en los que l mismo tom
la precaucin de no participar nunca. Pero omitan a Canguilhem y ya no
entendern gran cosa de toda una serie de discusiones que se produjeron entre los
marxistas franceses[367]; ya no detectarn lo que hay de especfico en socilogos
como Bourdieu, Castel y Passeron, tan fuertemente marcados por esa especificidad
en el campo de la sociologa, y pasarn por alto todo un aspecto del trabajo terico
hecho por los psicoanalistas y en particular por los lacanianos. Ms: en todo el
debate de ideas previo o posterior al movimiento de 1968 es fcil encontrar el lugar
de aquellos que, en mayor o menor medida, fueron formados por Canguilhem.
Sin desconocer las divisiones que durante estos ltimos aos, y desde el fin
de la guerra, pudieron oponer a marxistas y no marxistas, freudianos y no
freudianos, especialistas de una disciplina y filsofos, universitarios y no
Una de las principales razones radican sin duda en esto: la historia de las
ciencias debe su dignidad filosfica al hecho de poner en juego uno de los temas
que, a buen seguro, se introdujo de manera un poco subrepticia en la filosofa a
fines del siglo XVIII. En esa poca se hizo por primera vez al pensamiento racional
Para decir las cosas muy grosso modo, la historia de las ciencias se ocup
durante largo tiempo (de preferencia, si no de manera exclusiva) de algunas
disciplinas nobles y que deban su dignidad a la antigedad de su fundacin, su
alto grado de formalizacin, su aptitud para matematizarse y el lugar privilegiado
que tenan en la jerarqua positivista de las ciencias. Al mantenerse as en estrecho
contacto con las ciencias que, desde los griegos y hasta Leibniz, se haban
confundido en suma con la filosofa, la historia de las ciencias eluda la cuestin
que era central para ella y que incumba a su relacin con la filosofa. Georges
Canguilhem invirti el problema: centr lo esencial de su trabajo en la historia de la
biologa y la de la medicina, sabedor de que la importancia terica de los
de las ciencias volviendo a filtrar el pasado a travs del conjunto de los enunciados
o las teoras actualmente convalidados, para descubrir as en lo que era falso la
verdad por venir, y en lo que era verdad el error ulteriormente manifiesto. Ese es
uno de los aspectos fundamentales del mtodo de Canguilhem.
La historia de las ciencias solo puede constituirse en lo que tiene de
especfico si toma en cuenta, entre el puro historiador y el propio cientfico, el
punto de vista del epistemlogo. Ese punto de vista es el que pone de relieve a
travs de los diversos episodios de un saber cientfico una marcha ordenada
latente: lo cual quiere decir que los procesos de eliminacin y seleccin de los
enunciados, las teoras y los objetos se producen a cada instante en funcin de
cierta norma; y esta no puede identificarse con una estructura terica o un
paradigma actual, dado que la verdad cientfica de hoy no es de por s ms que un
episodio; digamos, a lo sumo: el trmino provisorio. Para poder volverse hacia el
pasado y trazar de manera valedera su historia no sirve apoyarse en una ciencia
normal[382]; habr que reencontrar el proceso normado, del que el saber actual
no es ms que un momento, sin que sea posible, salvo que se incurra en profetismo,
predecir el futuro. La historia de las ciencias, dice Canguilhem, que cita a Suzanne
Bachelard[383], no podra construir su objeto en otra parte que en un espaciotiempo ideal[384]. Y ese espacio-tiempo no le es dado ni por el tiempo realista
acumulado por la erudicin historiogrfica ni por el espacio de idealidad que
recorta autoritariamente la ciencia de nuestros das, sino por el punto de vista de la
epistemologa. Esta no es la teora general de toda ciencia y todo enunciado
cientfico posible; es la bsqueda de la normatividad interna a las diferentes
actividades cientficas, tal como se han llevado efectivamente a la prctica. Se trata
pues de una reflexin terica indispensable que permite a la historia de las ciencias
constituirse de un modo que no es el de la historia en general; y a la inversa, la
historia de las ciencias inaugura el mbito de anlisis indispensable para que la
epistemologa sea otra cosa que la mera reproduccin de los esquemas internos de
una ciencia en un momento dado[385]. En el mtodo puesto en prctica por Georges
Canguilhem, la elaboracin de los anlisis discontinuistas y la dilucidacin de la
relacin histrica entre las ciencias y la epistemologa van a la par.
3) Ahora bien, al reinscribir en esta perspectiva histrico epistemolgica las
ciencias de la vida, Georges Canguilhem pone en evidencia unos cuantos rasgos
esenciales que singularizan el desarrollo de esas ciencias en comparacin con el de
las otras, y plantean a sus historiadores problemas especficos. Haba podido
creerse, en efecto, que a fines del siglo XVIII, entre una fisiologa que estudiaba los
fenmenos de la vida y una patologa consagrada al anlisis de las enfermedades,
podra encontrarse el elemento comn que permitiera pensar como una unidad los
procesos normales y los que marcan las modificaciones mrbidas. De Bichat a
Claude Bernard, del anlisis de las fiebres a la patologa del hgado y sus
funciones, se haba abierto un inmenso dominio que pareca prometer la unidad de
una fisiopatologa y un acceso a la comprensin de los fenmenos mrbidos a
partir del anlisis de los procesos normales. Se esperaba que el organismo sano
diera el marco general en que los fenmenos patolgicos se arraigaban y
adoptaban, por un tiempo, su forma propia. Al parecer, esta patologa contra un
teln de fondo de normalidad caracteriz durante largo tiempo todo el
pensamiento mdico.
Pero en el conocimiento de la vida hay fenmenos que lo mantienen a
distancia de todo el conocimiento que puede referirse a los dominios fsicoqumicos; ocurre que aquel solo pudo encontrar el principio de su desarrollo en la
interrogacin sobre los fenmenos patolgicos. Fue imposible constituir una
ciencia de lo viviente sin que se tomara en cuenta, como esencial para su objeto, la
posibilidad de la enfermedad, la muerte, la monstruosidad, la anomala y el error.
Se pueden conocer bien, cada vez con ms detalle, los mecanismos fsico-qumicos
que los explican: no por ello dejan de hallar su lugar en una especificidad que las
ciencias de la vida deben tomar en consideracin, so pena de borrar por s mismas
lo que constituye justamente su objeto y su dominio propio.
De all un hecho paradjico en las ciencias de la vida: el hecho de que, si bien
el proceso de su constitucin se produjo en virtud de la exposicin de los
mecanismos fsicos y qumicos, de la conformacin de dominios como la qumica
de las clulas y las molculas, de la utilizacin de modelos matemticos, etc., en
contraste, ese mismo proceso solo pudo desarrollarse en la medida en que se
reactivaba sin cesar como un desafo el problema de la especificidad de la
enfermedad y el umbral que esta marca entre todos los seres naturales [386]. Esto no
quiere decir que el vitalismo, que ha puesto en circulacin tantas imgenes y
perpetuado tantos mitos, sea verdadero. Tampoco significa que, luego de haber
echado races tantas veces en las filosofas menos rigurosas, deba constituir la
invencible filosofa de los bilogos. Significa, antes bien, que tuvo y tiene an, sin
duda, en la historia de la biologa, un papel esencial como indicador. Y de dos
maneras: indicador terico de problemas por resolver (a saber, en trminos
generales, lo que constituye la originalidad de la vida sin que esta conforme en
modo alguno un imperio independiente en la naturaleza), e indicador crtico de las
reducciones a evitar (a saber, todas las que inducen a desconocer que las ciencias
de la vida no pueden prescindir de cierta posicin de valor que marca la
Notas
[1]
[3]
[6]
[7]
[8]
[9]
297-308. <<
[10]
Quest-ce que la critique? 1978 (trad. cast. en Damon, nm. 11, 1995);
Pour une morale de linconfort, 1979; Le sujet et le pouvoir, 1982 (vase aqu en
pgs. 317 y sigs.); Structuralisme et poststructuralisme, 1983 (trad. cast. de ngel
Gabilondo en M. Foucault, Esttica, tica y hermenutica, Barcelona, Paids, 1999);
Leccin del 5 de febrero del curso de 1982-83, Le gouvernement de soi et des autres
(ob. cit.); What is Enlightenment?, 1984 (trad. en M. Foucault, Esttica, tica ob.
cit.). Todos estos textos, excepto el primero, estn recogidos en DE (III y IV). Hay
una edicin en espaol que con muy buen criterio rene buena parte de estos
textos: Michel Foucault, Sobre la Ilustracin, Madrid, Tecnos, 2006. <<
[14]
[15]
[18]
[19]
<<
[20]
[21]
[22]
M. Foucault, Subjetividad y verdad, vase aqu, pg. 145, nota 10. <<
[23]
[24]
[27]
M. Foucault, Quest-ce que les Lumires?, DE, IV, 574, ob. cit. <<
[28]
M. Foucault, Quest-ce que les Lumires?, DE, IV, 571, ob. cit. <<
[30]
[31]
[33]
Vase M. Foucault, Structuralisme et, DE, IV, 440-441, ob. cit. <<
[38]
[42]
[43]
[44]
[45]
Vase aqu: Foucault estudia la razn de Estado, aqu, pg. 126. <<
[46]
[47]
[48]
[49]
[50]
[51]
[52]
[53]
Ibd. <<
[54]
Ibd. <<
[55]
[56]
Ibd. <<
[57]
Ibd. <<
[58]
[59]
[60]
<<
cit. <<
[61]
[63]
Ibd. <<
[64]
M. Foucault, Punir est la chose la plus difficile qui soit, DE, IV, 210. <<
[65]
[66]
[67]
Ibd. <<
[72]
[73]
[75]
[76]
[77]
[79]
[80]
[81]
M. Foucault, Quest-ce que les Lumires?, DE, IV, 575, ob. cit. <<
cit. <<
[82]
M. Foucault, Quest-ce que les Lumires?, DE, IV, 578, ob. cit. <<
[85]
Este breve texto, con el ttulo Sexualitt und Wahrheit fue la introduccin a
la edicin alemana de La voluntad de saber (Der Wille zum Wissen), publicada en
1977, un ao despus de la edicin francesa. El texto ha sido recogido en DE, III,
136-137. Tiene el inters de que en l Foucault sale al paso de dos equvocos
interpretativos que dieron lugar a una estruendosa polmica con motivo de la
edicin francesa: 1) La idea de qu tipo de investigacin era realmente, cmo no
poda entenderse como una especie de historia de los comportamientos sexuales,
sino de la emergencia de un determinado saber y sus efectos. 2) Contestar el
malentendido de que la obra significara una negacin radical de la tesis del sexo
reprimido, punto al que Foucault se vera obligado a volver una y otra vez en aos
posteriores. La aclaracin de tales puntos capitales conduce al autor a definir una
idea no menos interesante: el objetivo de fondo que orientaba el conjunto de su
obra ms all de la Historia de la sexualidad. <<
[86]
Folie et Draison. Histoire de la folie a lge classique, Plon, Pars, 1961; hay
traduccin de J. Jos Utrilla, en Mxico, FCE, 1967. No fue, en realidad, el primer
libro de Foucault, que ya haba publicado en 1954 Maladie mentale et Personnalit,
Pars, PUF (versin espaola de E. Kestelboim en Buenos Aires, Paids, 1979) del
que habra una segunda edicin con cambios importantes, empezando por el ttulo:
Maladie mentale et Psichologie, Pars, PUF, 1962. Es cierto que Foucault siempre
consider que Historia de la locura era su primer libro arqueolgico. <<
[90]
Les Temps Modernes era dirigida en esa poca por Jean Paul Sartre, quien la
Les mots et les choses. Une archologie des sciences humaines, Pars,
Gallimard, 1966; traduccin de E. Cecilia Frost en Madrid, Siglo XXI, 1968. <<
[96]
Claude Mauriac, Sartre, J-Alain Miller, Franois Regnault, Hlne Cixous, Genet. Se
hicieron llegar cuestionarios a los presos de numerosas crceles, hubo entrevistas
con expresos y familiares; publicaron varios documentos, de informacin y
denuncia; convocaron mtines, manifestaciones y actos de protesta. El GIP, despus
de una intensa actividad en su corta vida, y de dar lugar a la aparicin de grupos
semejantes en relacin con otras instituciones (sanitarias, psiquitricas, sobre los
inmigrantes) se disolvera en diciembre de 1972. El manifiesto primero del GIP es
recogido en DE, II, 174-175. Los textos del GIP con una cronologa y presentacin
de Ph. Artires, han sido publicados en Intolerable. Textes runis par le Groupe
dInformation sur les Prisons, Pars, Gallimard, 2013. <<
[99]
Les intellectuels et le pouvoir, LArc, nm. 49, 1972, recogido en DE, II,
306-315; hay traduccin de Julia Varela y Fernando lvarez-Ura en M. Foucault,
Microfsica del poder, Madrid, La Piqueta, 1978, y en M. Foucault, Obras esenciales, II,
Estrategias de poder, Barcelona, Paids, 1999. <<
[101]
de diciembre de 1976 al clebre programa de Bernard Pivot, que esa vez tena lugar
en el museo del Louvre, y en vez de hablar de su obra, en efecto, denunci el
montaje del proceso sovitico contra el judo doctor Stern, un comunista desde los
tiempos de la guerra que se neg a la exigencia de las autoridades de impedir a sus
dos hijos su pretensin de emigrar a Israel. Stern fue acusado de un asunto de
supuestas comisiones ilegales, por el que, sin siquiera testimonios en contra, fue
condenado a ocho aos de trabajos forzados. Vase Didier Eribon, Michel Foucault,
Pars, Flammarion, 1989, pgs. 294-295. hay traduccin de esta biografa en Gedisa.
<<
[104]
[106]
Les mots et les choses, Pars, Gallimard, 1966, pgs. 273-274, en la edicin
espaola de Siglo XXI, pgs. 255-257. <<
[107]
Este texto se public en la revista francesa Arcadie, 27, nm. 323, nov.
1980. Ha sido recogido en DE, IV, 115-123, donde aparece con este pie de pgina:
Este texto es, con algunos aadidos, el texto francs del prefacio a la edicin
americana de Herculine Barbin, dite Alexina B. Esta edicin conlleva en apndice la
novela de Panizza, Un scandale au convent, que est inspirada en la historia de
Alexina; Panizza debi de conocerla a travs de la literatura mdica de la poca. En
Francia, las memorias de Herculine Barbin han sido publicadas en Gallimard y Un
scandale au convent (Un escndalo en el convento) se encuentra en un compendio de
novelas de Panizza, publicado bajo ese ttulo general por Editions de la Difference.
Fue Ren de Cccaty quien me indic la proximidad entre el relato de Panizza y la
historia de Alexina B. Del texto francs Herculine Barbin, dite Alexina B (Herculine
Barbin, llamada Alexina B) hay traduccin de A. Serrano y A. Canellas, en Madrid,
Talasa, 1985. De la novela del escritor y psiquiatra alemn Oskar Panizza, cuyo
ttulo original, Ein skandalser Fall (Un caso escandaloso), nada tiene que ver con el
de la edicin francesa, hay una traduccin de Raquel Capurro en Mxico,
Epeele, 2004.
El texto de Foucault, muy poco conocido, tiene la importancia de destacar
una de sus ideas claves, como es la de la bsqueda, caracterstica de nuestra cultura
occidental, experimentada como absolutamente necesaria, de la verdadera
identidad sexual del individuo, que definir totalizadoramente su verdad; la idea
de que la verdad del individuo se recoge, al fin, escondidamente en su sexo. Lo
ms interesante es que este rasgo general es entresacado aqu a travs de lo
considerado en su momento como hondamente patolgico, y en consecuencia,
necesitado de correccin. Una vez ms, el examen de lo patolgico o negativo
identifica un rasgo de lo normal y positivo. Por otra parte, el caso sirve a Foucault
para mostrar de nuevo las articulaciones inextricables entre el discurso mdico,
jurdico, y moral, y sus vehiculaciones de poder. Y tampoco hemos de pasar por
alto la observacin respecto del psicoanlisis, del que Foucault se propusiera, ms
de una vez, hacer su arqueo-genealoga.
En relacin con el tema del hermafroditismo Foucault public poco, y ello a
pesar de que, en nota al libro del que nuestro texto es prefacio, hablara de una
futura obra, un volumen de la Historia de la sexualidad consagrado a los
hermafroditas (Herculin Barbin, Pars, Gallimard, 1978, pg. 131); posiblemente
tal anuncio tuviera que ver con el proyectado plan de la Historia de la sexualidad, que
nunca llegara a cumplirse, en el que uno de los tomos se titulara Los perversos. En
relacin con nuestro texto sera aconsejable la lectura del curso de 1974-75 de
Foucault en el Collge de France, Les anormaux (Los anormales), particularmente la
leccin del 22 de enero de 1975; hay trad. de Horacio Pons en FCE; tambin la breve
entrevista Le mystrieux hermaphrodite (El misterioso hermafrodita) (DE, III,
624-625). <<
[120]
Sobre este lugar central en nuestra cultura: VS, 79-81; GV, 49, 73-74, 99,
111.112, 305-307; MFDV, 7-10, 89. <<
[127]
[130]
[132]
creciente con la techn como modo habitual de llegar al conocimiento de los objetos,
que Occidente perdi el contacto con el Ser. Dmosle la vuelta a la cuestin y
preguntmonos por las tcnicas y prcticas que forman el concepto occidental de
sujeto, dndole su caracterstica cesura de verdad/error, de libertad/coercin.
Pienso que es ah donde encontraremos la posibilidad real de construir una historia
de lo que hemos hecho y, al mismo tiempo, una diagnosis de lo que somos. Este
sera un anlisis terico que tendra, al mismo tiempo, una dimensin poltica. Por
esta expresin, dimensin poltica, me refiero a un anlisis que atae a lo que
queremos aceptar en nuestro mundo, aceptar, rechazar, y cambiar, tanto en
nosotros como en nuestras circunstancias. En suma, se trata de buscar otro tipo de
filosofa crtica; no una filosofa crtica que busque determinar las condiciones y los
lmites de nuestro conocimiento posible del objeto, sino una filosofa crtica que
busque las condiciones y las posibilidades no determinadas de una transformacin
del sujeto, de nuestra propia transformacin.<<
[133]
M. Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueologa de las ciencias humanas,
trad. en Siglo XXI, orig. 1966. <<
[134]
[139]
De Ira, III, 36. Sobre la Ira, trad. de F. Navarro, Madrid, Artemisa, 2007. <<
[140]
Berkeley: Bien, varias personas me han pedido que haga esta noche un
breve resumen de lo que dije la noche pasada. Intentar hacerlo como si se tratara
de una buena serie televisiva. Entonces, qu pas en el ltimo episodio? Nada
muy importante, de hecho. He intentado explicar por qu me interes en la
prctica del autoexamen y de la confesin. Esas dos prcticas me parecen ser
buenos testigos de un problema central, que es la genealoga del yo moderno. Esta
genealoga, que ha sido mi obsesin durante aos porque es una de las vas
posibles de desembarazarse de la filosofa tradicional del sujeto, me gustara
presentarla en sus grandes lneas desde el punto de vista de las tcnicas, lo que yo
llamo tcnicas de s. Y entre esas tcnicas de s, las ms importantes, en nuestras
sociedades modernas, son, creo, las que se refieren al anlisis interpretativo del
sujeto, a la hermenutica de s. Cmo se form la hermenutica de s? Este es el
tema de estas dos conferencias. Ayer tarde, habl de las tcnicas de s griegas y
romanas, o al menos de dos de entre ellas, la confesin y el autoexamen. Es un
hecho que encontramos muy a menudo la confesin y el autoexamen en las
filosofas helensticas y romanas tardas. Son arquetipos de la confesin y el
autoexamen cristianos? Son las primeras formas de la hermenutica de s
moderna? He intentado mostrarles que eran bastante diferentes. Su objetivo no es,
creo, descifrar una verdad oculta en las profundidades del individuo. Su objetivo
[147]
[149]
Berkeley: Esta forma, atestiguada desde finales del siglo II, subsistir
durante mucho tiempo en el cristianismo, puesto que se encuentran sus secuelas en
la rdenes de penitentes, tan importantes en los siglos XV y XVI. Se puede ver que
los procedimientos para mostrar la verdad son all mltiples y complejos. Ciertos
actos de exomologesis tienen lugar en privado pero la mayor parte se dirigen al
pblico. <<
[155]
[157]
[162]
una manera bastante sistemtica y clara este examen de s y la confesin tal como
eran practicados entre los monjes egipcios que Juan Casiano visit antes de
regresar al sur de Francia y de escribir esos dos libros que son como un relato de
viaje entre los monasterios de Egipto y de Palestina. Entonces, cmo describe Juan
Casiano el examen de s y la confesin que son practicados por esos monjes que
visit en Oriente? <<
[165]
[168]
[170]
Es esta una observacin que Foucault hizo en varias ocasiones, por las
que mostraba el nexo ntimo entre sus trabajos y sus experiencias vitales. Por
ejemplo, en la entrevista hecha por las mismas fechas que la presente, El
intelectual y el poder, deca: Mis libros han sido siempre mis problemas
personales con la locura, la prisin, la sexualidad. (DE, IV, 748); vase tambin DE,
IV, 46. Vase aqu pgs. 13 y 203. <<
[180]
[192]
Alusin a un artculo de Monique Plaza Sexualit et violence, le nonvouloir de Michel Foucault, del que una traduccin al holands haba aparecido
en Krisis, ao 13, junio 1983, pgs. 8-21 [Nota en la edicin de DE]. <<
[193]
[196]
atrs. <<
[200]
d. <<
[201]
[202]
[210]
1977-78, STP, vanse especialmente las lecciones del 29 de marzo y 25 de abril. <<
[214]
Jean Bodin (1529-1596), Les Six Livres de la Republique, 1576 (Los seis libros
de la Repblica, Trad. Pedro Bravo Galn, Madrid, Tecnos, 1985). <<
[216]
[230]
Foucault se dirige a Henri Joly, que aos despus escribira un texto sobre
la relacin de Foucault con los griegos: Retour aux Grecs: reflexions sur les
pratiques de soi dans Lusage des plaisirs, en Debats, 41, 1986, pgs. 100-120. <<
[234]
[245]
[252]
Sobre este texto de Galeno, vase La hermenutica del sujeto, leccin del 10
de marzo de 1982 (segunda sesin), LHS, 378 y sigs.; El gobierno de s y de los otros,
leccin del 12 de enero de 1983 (primera sesin), GS, 43 y sigs.; La inquietud de s,
cap. II, SS, 68-69. <<
[253]
[258]
[260]
[261]
Galeno, Tratado de las pasiones del alma y de sus errores, I, cap. 3. <<
[262]
[263]
sigs. <<
[265]
La voluntad de saber, 1976, pg. 37; en ingls no apareci hasta 1978. <<
[268]
[274]
[276]
Por lo que respecta a aquellos autores con los que Foucault tuvo algn
contacto acadmico, no simplemente de lectura, en otros lugares se mostr ms
explcito, y generoso: por ejemplo, en la entrevista con Trombadori, despus de
referirse al contexto de problemas y de corrientes de pensamiento (fenomenologa,
historia epistemolgica de las ciencias y marxismo) dominantes en la poca de su
formacin, dice: Es por eso que gente precisamente como Althusser, apenas de
ms edad que yo, Desant, que han sido mis profesores, han sido importantes para
m (DE, IV, 53-54). O: Pero en el dominio de la filosofa de la ciencia, aquel que
quiz ha ejercido sobre m la ms fuerte influencia ha sido Georges Canguilhem
(Ibd., 56). Y su bello homenaje a Jean Hyppolite: los que estaban en khgne [curso
preparatorio para la prueba de entrada a las escuelas superiores como la ENS]
despus de la guerra se acuerdan de los cursos del seor Hyppolite sobre la
Fenomenologa del espritu: en esa voz que no cesaba de retomarse como si meditara
en el interior de su propio movimiento, nosotros no percibamos solo la voz de un
profesor; escuchbamos algo de la voz de Hegel, e incluso quiz la voz de la
filosofa misma. No creo que se haya podido olvidar la fuerza de esta presencia
(DE, I, 779); y en El orden del discurso deca de la obra de Hyppolite: ha cruzado, ha
formulado los problemas fundamentales de nuestra poca. Y en esa misma obra
Foucault reconoca tres maestros: Canguilhem, Dumezil e Hyppolite (OD, 74-82).
<<
[278]
[280]
[282]
[284]
[285]
[288]
He aqu una confesin personal que pone de relieve una de esas ideas
que recorren toda la obra foucaultiana, una especie de carcter consustancialmente
negativo al signo, a la palabra, que hace que aquello sobre lo que recaiga quede de
algn modo daado, menoscabado, profanado. <<
[289]
[291]
[295]
Time, nm. 20, 16, nov. 1981, pgs. 147-148, Frances Philosopher of
Power. <<
[296]
Botero, Giovanni, Della ragione di Stato, dieci libri, 1590. Hay trad. al
espaol: La razn de estado y otros escritos; de Luciana de Stefano; estudio prelim. de
Manuel Garca-Pelayo, Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1962. <<
[300]
[301]
Giovanni A. Palazzo, Discorso del governo e della ragion di Stato, 1606. <<
[302]
10. <<
[307]
Max Pohlenz, Antikes Fuhrertum. Cicero De Officiis und das Leben ideal des
Panaitios, Leipzig, Teubner, 1934. <<
[309]
[310]
E. Goffman, Internados, ob. cit., pgs. 15 y sigs., vase nota 4, pg. 125.
<<
[313]
Este texto fue publicado por primera vez en Dreyfus, Hubert y Rabinow,
Paul, Michel Foucault. Beyond Structuralism and Hermeneutics, Chicago, The
University of Chicago Press, 1983. En francs ha sido recogido en DE. IV, 222-243.
El texto se compone de dos partes, la primera (Way Study Power: The Question of
the Subject) fue escrita en ingls, y la segunda (How is Power exercised?) en
francs. Traducimos, pues, del ingls la primera parte, y del francs la segunda tal
y como apareci en la edicin francesa del libro citado de Dreyfus y Rabinow
(Michel Foucault: un parcours philosophique: audel de lobjectivit et de la subjectivit,
Pars, Gallimard, 1984).
Es este, en su conjunto, un trabajo fundamental, la segunda y ltima gran
reflexin terica de Foucault sobre el tema del poder. Siendo la primera la
contenida en La voluntad de saber (1976), ah aun muy condicionada por la
investigacin sobre las disciplinas hecho en Vigilar y castigar (1975), si bien ya
abrindose a incluir nuevas dimensiones como las ligadas al tratamiento de la
poblacin como ser vivo, que introduca el concepto de biopoder. Este segundo
anlisis, sin contradecir en absoluto al anterior, est ms influido por sus trabajos
iniciados en torno a 1978 sobre el concepto de gobierno, concepto central para
entender este desarrollo y buena parte de las investigaciones del ltimo perodo
foucaultiano. En la primera parte (Por qu estudiar el poder?) Foucault, hace
una serie de consideraciones de carcter general que son de la mayor importancia
para el buen entendimiento del conjunto de su obra. Al respecto sita su enfoque
del poder, y en particular su relacin con lo que estima el ncleo de todo su trabajo
[319]
[340]
[343]
En el texto falta sin duda la mencin de El orden de las cosas. No hay tal
falta en la versin americana, pg. 237. <<
[344]
[345]
Sobre los hypomnemata vase Lcriture de soi (La escritura de s), 1983,
recogido en DE, IV, 415-430 (trad. de A. Gabilondo en M. Foucault, Esttica, tica y
hermenutica, Barcelona, Paids, 1999) y La hermenutica del sujeto, leccin del 3 de
marzo de 1982, 2. sesin, vase aqu pgs. 253 y sigs. <<
[351]
[353]
[357]
[365]
[376]
<<
[382]
Revue de synthse, tercera serie, 49-52, enero-diciembre de 1968, pg. 51. [N. del E.].
<<
[385]
[391]
[392]
Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Phnomenologie des Geistes, 1807 [hay tres
traducciones al espaol: Fenomenologa del espritu, de Wenceslao Roces en Mxico,
FCE, 1966; de M. Jimnez Redondo, Valencia, Pre-Textos, 2006; de A. Gmez Ramos
en Madrid, Abada, 2010]. <<