Derecho Procesal-Parte General-Libro de Texto PDF
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Facultad de Derecho
DERECHO PROCESAL
PARTE GENERAL
No es un olvido que en esa lista omitiera a la Dra. Ivonne Pérez Gutiérrez, pues
para ella va mi agradecimiento mayor. La amistad que nos une desde hace
muchos años la “obligó” a revisar y corregir una gran parte de los trabajos que
he publicado en estos años y durante el tiempo que se extendió la vacatio de
este libro, fueron sus Apuntes, tomas en mis conferencias y enriquecidos por
ella, los que sirvieron de apoyo bibliográfico a los profesores de la asignatura.
Esta inestimable ayuda suya tenía otrora solo el componente de la amistad,
ahora que es una destacadísima docente universitaria, profesora titular, doctora
en Derecho y dueña por derecho propio de un área de conocimiento, tiene
también en adición a la amistad, el componente de la modestia. Cada palabra
de este texto ha pasado por su implacable, digo, impecable revisión, por lo que
asume conmigo los pocos méritos del trabajo, pero también sus deficiencias.
1. Introducción
2. El Proceso romano
Las partes que integraban la fórmula eran las siguientes: demostratio, intentio,
adiudicato, condenatio (demostración, intención, adjudicación, condenación).
Debe señalarse que a estas cuatro partes de la fórmula se le adicionó en
ocasiones algunas otras, como eran la preaescriptiones y la exceptio, a la que
nos referiremos cuando tratemos el tema de las excepciones. La labor de los
pretores en la confección de la fórmula propició el surgimiento de nuevas
acciones a favor de los demandantes, muchas de las cuales aún se identifican
por sus creadores (v.g. acción publiciana, acción pauliana, etc.); a este derecho
de nueva creación se le dio el nombre de derecho pretoriano u honorario. Es
por ellos que modernamente se utiliza el término “pretoriano” para definir esa
labor de creación del derecho que tiene lugar en los tribunales, cuando el juez
ante la rigidez de la norma escrita, interpreta creativamente el derecho y nova
el escenario jurídico con su decisión.
Con el paso del tiempo la forma de la cognitio devino en una fórmula carente
de garantías, por lo que a finales de la República cedió paso a la modalidad del
accusatio. En este tipo procesal el Estado está representado por un solo
órgano, que es el magistrado, que asume la función jurisdiccional, mientras que
la persecución y ejercicio de la pretensión punitiva estaba en manos de
personas privadas, que con ánimo de prevalecer socialmente asumían la
representación de los intereses de los perjudicados por el delito. En
correspondencia con los nuevos tiempos políticos, esta forma de enjuiciar
significó una limitación del poder penal del Estado, pues la acusación, antes
solo en manos de los magistrados, adquiere ahora carácter popular. El delito se
concebía como una afrenta a la sociedad, lo que legitimaba abiertamente no
solo al ofendido, sino al resto de los miembros de la comunidad.
El Siglo XII marca ese momento histórico en que, tras la dispersión jurídica que
se produjo con la caída del Imperio romano de Occidente, comienza a resurgir
el Derecho romano, pero ya no con su pureza originaria, sino en una fusión con
el Derecho germánico y las normas estatutarias imperantes. La formación de
este nuevo Derecho, que tuvo en Italia y el centro de Europa su principal
escenario, dio pie a la creación de un cuerpo común, encaminado a superar la
anterior dispersión jurídica; surge así el Derecho común medieval, que la
Iglesia Católica generalizó a partir de su preponderante posición en la vida
social de la totalidad de los países europeos. A este derecho común
correspondió también un proceso común, al que se le conoce como proceso
ítalo-canónico.
Ese proceso canónico, resultado de la fusión del derecho romano, los aportes
del derecho germano y las creaciones estatutarias de los diferentes territorios,
consagró abiertamente las desigualdades sociales existentes, pues era en
esencia un Derecho clasista, encaminado a favorecer los intereses de los
grupos sociales que detentaban el poder político: los nobles y el clero.
Fruto de esa fusión del Derecho romano imperante en la España del momento,
con las normas de los invasores germánicos, es el Fuero Juzgo, de creación
originaria en el año 645 (Liber judicum o Forum judicum, o Libro de los jueces),
luego de diversos intentos de codificación y que se popularizó a partir de su
traducción del latín al castellano en el año 1241, en tiempos de Fernando III.
Pasaremos por alto los casi ocho siglos de dominación musulmana en España,
que datan desde el año 711, porque no se reportan influencias específicas de
la cultura muslímica en el modelo de enjuiciamiento que luego trascendió a
América, toda vez que por lo general se permitió el mantenimiento del orden
legal impuesto por el Fuero Juzgo.
El otro gran monumento jurídico español del feudalismo fue Las Partidas o Las
Siete Partidas, del Rey Alfonso X el Sabio, publicadas en el año 1262, con el
propósito de lograr la unidad legislativa y política española, una vez finalizada
la Guerra de Reconquista contra los árabes. El cometido de este increíble
esfuerzo codificador era eliminar los derechos forales que se extendieron de
manera progresiva en contraposición a la unidad que se logró bajo la vigencia
del Fuero Juzgo, al subordinarlos a un cuerpo unitario y poderoso, poseedor de
una superioridad técnico-jurídica. La excelencia técnica de Las Partidas es el
reflejo en España de la influencia que para toda Europa tuvo la obra de los
Glosadores italianos, en su labor de rescate de las principales instituciones del
Derecho romano.
El proceso penal de Las Partidas no alcanzó la excelencia del civil, lo cual tiene
causa, según el criterio de los historiadores, en que la legislación penal
romana, desarrollada en la República y el Imperio, no tuvo una adecuada
sistematización y tratamiento en la compilación de Justiniano, de donde se
nutrió esencialmente el proceso codificador de Las Partidas. No obstante este
desbalance, se le adjudica a Alfonso el Sabio una magnífica indicación a los
jueces penales:
El modelo de KLEIN revolucionó el campo normativo del proceso civil, pero con
excepción de Portugal, no logró influenciar en los procesos de reforma en
Europa y América Latina, esencialmente por los prejuicios que sobre la
administración de la justicia civil prevalecían, y aún prevalecen, en lo relativo a
los poderes del juez en ese terreno. El tipo de juez que concibió KLEIN fue
acusado por determinados sectores doctrinales como autoritario y dictatorial y
bajo ese rótulo despectivo se le estigmatizó, lo que provocó que este avanzado
modelo de enjuiciamiento civil no lograra convertirse en un paradigma de
modernidad hasta bien entrado el pasado Siglo XX, con la reforma del proceso
civil en Italia, con el Código ROCCO, y posteriormente en América Latina, de la
mano del Código Procesal Civil Modelo para Iberoamérica y más recientemente
en España, con su actual Ley de Enjuiciamiento Civil del año 2000.
6. La escuela italiana
Detenerse en la Italia de principios del Siglo XX es obligatorio en un repaso
sobre la evolución de la doctrina procesal, por muy sintético que resulte el
empeño, porque en ese país se gestaron las figuras que más influenciaron en
la formación de la doctrina procesal americana, pues las aportaciones
científicas de los alemanes no llegaron a América directamente, sino a través
de la recepción que de las mismas hicieron los grandes maestros italianos.
La obra de CHIOVENDA se concentró solo en el campo del proceso civil, pero fue
tanta su profundidad y trascendencia que logró numerosos seguidores, de ahí
su impronta en los grandes maestros que de España, Argentina y Uruguay,
mayor influencia tuvieron en la conformación del Derecho Procesal cubano.
CHIOVENDA constituye, sin duda, una de las figuras más descollantes del
procesalismo italiano, sus aportes doctrinales y legislativos influyeron en el
resto de Europa y en América Latina. Uno de sus discípulos, Mauro
CAPPELLETTI, es el vínculo de esa escuela primigenia con lo más valioso del
Derecho Procesal italiano contemporáneo.
No ocurrió lo mismo en el campo del proceso penal, pues bajo la influencia del
Código de Instrucción Criminal de Napoleón, la Ley de Enjuiciamiento Criminal
diseño un modelo procesal moderno, de tipo mixto, con una fase previa, a
cargo de un juez instructor, en la que aún prevalecen algunos rasgos del
inquisitivo, que tiene el cometido de investigar el hecho delictivo e identificar a
los responsables. La segunda etapa es una fase oral, contradictoria, pública,
regida por el principio acusatorio y destinada a la práctica de las pruebas y el
juzgamiento, denominada juicio oral.
Los autores españoles del Siglo XIX no rebasaron la denominada etapa del
procedimentalismo, que se coloca esencialmente en el plano exegético de la
norma. Por la influencia que tuvo para nuestro país, se señala la figura de José
María MANRESA Y NAVARRO (+1905) como uno de los autores más descollantes
en ese campo, pues sus comentarios a la Ley de Enjuiciamiento Civil sirvió a
generaciones de cubanos para una mejor comprensión del texto normativo
español que rigió en Cuba durante casi todo el Siglo XX. Otro de los elementos
que influyó en la vigencia de MANRESA Y NAVARRO en Cuba fue la estima que le
profesó Ricardo DOLZ Y ARANGO, primer gran maestro del Derecho Procesal en
Cuba, que llevó a sus discípulos esa admiración por el autor español.
América Latina durmió un largo sueño en el campo del Derecho Procesal, pues
la independencia de la gran mayoría de los países del Continente desde
principios del Siglo XIX, rompió los vínculos directos de influencia de la
legislación europea, por lo que no rigieron en las tierras americanas, con
excepción de Cuba y Puerto Rico, los cuerpos normativos obra del proceso
codificador español de finales del XIX. Los diversos intentos legislativos que se
produjeron en varios de los países americanos chocaron con los convulsos
movimientos sociales que periódicamente se producían, las etapas de
dictadura que caracterizaron el panorama político de muchos de nuestros
países durante gran parte del Siglo XX y la falta de condiciones económicas y
sociales para alcanzar el consenso necesario en pos de una reforma procesal
efectiva, que introdujera elementos de modernidad en los modelos de
enjuiciamiento.
Varios son los factores que favorecieron este proceso de reforma, algunos de
tipo político, asociado a la apertura a la democracia de muchos países que
durante años estuvieron sometidos a regímenes dictatoriales, lo que trajo
aparejado reclamos sociales en función de crear nuevos marcos de legalidad
como garantía de los derechos y libertades fundamentales. A lo que se unen
las presiones internacionales, sobre todo en el campo del proceso penal, para
lograr un enjuiciamiento penal más garantista, que salvaguarde los derechos
de los imputados. La inserción de la gran mayoría de los países de América
Latina a la Convención Interamericana de Derechos Humanos de 1969 (Pacto
de San José de Costa Rica), es otro de los elementos que favoreció el proceso
de reformas.
Las particularidades del proceso civil cubano durante el período que duró la
ocupación colonial de España, se ajusta a la descripción que hizo COUTURE en
1939, en las magníficas conferencias que impartió en la Universidad de
Córdoba, que fueron publicadas bajo el título Trayectoria y destino del derecho
procesal civil hispanoamericano.
En este iter se puede identificar como uno de los primeros intentos concretos
las denominadas Bases para la reforma del procedimiento civil, que fueron
presentadas en el año 1935 por Federico LAREDO BRÚ, quien era en esos
momentos miembro del Consejo de Estado de la República. A ellas le dedicó
ALCALÁ-ZAMORA una profunda reflexión, que fue expuesta en un ciclo de
conferencias dictadas en el Colegio de Abogados de la Habana en el año 1941
y publicadas posteriormente en sus Ensayos, y que por su valor indicativo pasó
a constituir un texto de referencia. Diferentes razones que no vienen al caso
analizar en este breve resumen frustraron el intento reformista de LAREDO BRÚ.
El otro momento importante en los intentos de reforma del proceso civil cubano
y que es, sin duda, el más significativo de este inventario, lo constituye el
denominado Proyecto de Código Procesal Civil Montagú.
Las principales novedades del proyecto, en muy apretada síntesis, son las
siguientes:
1. Introduce una sección dedicada a las facultades del juzgador, donde lo dota de
amplios poderes de dirección del proceso, bajo su impulso procesal. Le confiere
facultades para disponer de oficio las medidas que estime pertinentes para
garantizar la igualdad de las partes en el proceso, que le permite incluso, en
ausencia de norma específica, disponer un proceder concreto ante una situación
de silencio de la ley. Faculta al juzgador para convocar a las partes en cualquier
estado del proceso y, siempre que lo estime pertinente, para interrogarles
libremente sobre los hechos objeto del debate, así como ordenar las inspecciones
que considere necesarias para el conocimiento de los hechos. Incorpora la
coyuntura de que el juez, ante una norma que considere injusta, pueda solicitar al
Tribunal Supremo su no aplicación.
Se justifica este dilatado inventario de las ideas del Proyecto para que se
pueda apreciar la similitud que tiene con el modelo de nuestra vigente LPCALE,
lo que evidencia claramente la influencia que tuvo en el legislador de 1974,
cuando se derogó la vigencia en Cuba de la Ley de Enjuiciamiento Civil
española y se aprobó la primera Ley de procedimiento cubana.
La aprobación del Proyecto MONTAGÚ habría colocado a la legislación procesal
civil cubana a la vanguardia de nuestro continente y entre los ordenamientos
procesales más avanzados del momento.
A pesar de los múltiples intentos por reformar el proceso civil y penal en Cuba,
la legislación española se mantuvo vigente en el país varios años después del
ascenso de la Revolución al poder en 1959.
No es hasta la década de los años 70, en que tiene lugar lo que se conoce
como proceso de institucionalización, que puso fin a casi dos décadas de
provisionalidad. Este proceso se caracterizó por una profundización de las
estructuras políticas y una amplia producción legislativa, todo ello marcado por
un estrecho vínculo con el referente ideológico soviético.
En el año 1975 tiene lugar el Primer Congreso del Partido Comunista, que
delimitó la plataforma política del Estado Socialista y se promulga la
Constitución en 1976, donde se conforman normativamente los elementos del
sistema político socialista cubano. La promulgación de la Constitución implicó
que varias de las normas fueran derogadas, para ajustarlas a lo que se
derivaba del texto constitucional, entre ellas las Leyes de Procedimiento Civil y
Penal, y se promulgaron las actuales Ley No. 5, de 13 de agosto de 1977, de
Procedimiento Penal, y la Ley No. 7, de 19 de agosto de 1977, de
Procedimiento Civil, Administrativo y Laboral, (a partir del año 2006, LPCALE),
a cuyo análisis dedicaremos tiempo en el cuerpo de este manual.
En lo que al plano doctrinal respecta, hay que destacar que en el iter evolutivo
de conformación de la doctrina procesal cubana ocupa un lugar destacado la
obra del profesor de la Universidad de la Habana, Ricardo DOLZ Y ARANGO y,
particularmente, su Programa de Derecho Procesal Civil, Penal, Canónico y
Administrativo y Teoría y práctica de redacción de instrumentos públicos.
Basado en esa unidad es que expresa: …la división del Derecho Procesal en
civil, penal, canónico y administrativo no puede sostenerse ni por un momento.
El procedimiento administrativo es profundamente civil, porque en todos los
casos resulta el reconocimiento, la declaración de un derecho que supone
goce, disfrute individual, que pudiera ser colectivo sin cambiar de naturaleza,
por más que, cuando la Administración produce un bien general, no declara el
derecho sino que lo ejecuta; y el procedimiento canónico puede ser civil o
penal.
Sin que sea posible afirmar que DOLZ desarrolló una teoría unitaria del Derecho
Procesal, sí es factible concluir que poseía visión clarificadora de su unidad
estructural, lo cual lo coloca en una posición precursora para su tiempo y
contexto.
Refiriéndose a este tema ALCALÁ-ZAMORA destacaba que por esos años (finales
de los 90 del Siglo XIX), acababa de iniciarse en Italia la renovación del
procesalismo por CHIOVENDA, cuya recepción en España y América habría de
tardar bastante tiempo en producirse, y que tanto en aquella como en esta, se
ignoró durante decenios la doctrina alemana, que a partir de BÜLLOW había
revolucionado la dogmática procesal.
DOLZ escribió sobre todas las áreas del Derecho Procesal, esencialmente el
Procesal Civil y el Penal. Tal y como dijimos, su mérito esencial está en haber
creado una escuela, con alumnos que muchos años después de su muerte
siguieron enseñando el Derecho Procesal conforme a las líneas esenciales de
su Programa.
Desde finales de los años 60 y hasta mediados de los 80, la academia cubana
sintió una fuerte influencia de la llamada Teoría del Derecho Socialista,
producto del estrecho ligamen ideológico existente en esa época entre Cuba y
la desaparecida Unión Soviética, en virtud del cual las líneas esenciales del
intercambio académico se polarizaron hacia las universidades de los países
socialistas europeos. No obstante, en lo que al Derecho Procesal Civil
respecta, el discurso teórico de la doctrina cubana del momento, a pesar de los
constantes responsos que se aprecian en las obras de la época contra una
teoría burguesa precedente, siguió vinculado a las bases esenciales que
condicionaron su conformación.
Cuando se comparan las obras de los autores soviéticos de esos años con la
producción intelectual del profesor GRILLO LONGORIA, se observan raigales
diferencias, particularmente en el tributo a la doctrina precedente. Los
procesalistas soviéticos no citaban a ningún autor occidental, de tal suerte que
en ocasiones daba la impresión que habían “inventado” el Derecho Procesal.
Por su parte el profesor GRILLO LONGORIA, signado por la influencia que se
tenía de la llamada Teoría del Derecho Socialista, reiteradamente mencionaba
la inaplicabilidad de la doctrina burguesa, pero su obra está pletórica de citas
de los grandes maestros del Derecho Procesal de Alemania, Italia, España,
Argentina y Uruguay, fundamentalmente.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
BRUNNER, Heinrich. Historia del Derecho Germánico. Editorial Labor, Barcelona,
1936
CARRERAS, Julio A.; Historia del Estado y el Derecho en Cuba; MES, s/c, s/f
COUTURE, Eduardo. Estudios de Derecho Procesal Civil, Tomo I (Capítulo III.
Trayectoria y destino del Derecho Procesal Civil Hispanoamericano);
Ediar Editores, Buenos Aires, 1948
FERNÁNDEZ BULTÉ, Julio; Historia General del Estado y el Derecho II. Editorial
Félix Varela, La Habana, 2001
MAIER, Julio; Derecho Procesal Penal argentino (Capítulo III. El Derecho
Procesal Penal y su inserción en la Historia Política), Editorial
Hammurabi, Buenos Aires, 1989
PRIETO MORALES, Aldo; Derecho Procesal Penal, I Parte (Capítulo I. El Derecho
Procesal Penal. Su evolución histórica. Los sistemas de enjuiciar);
ediciones ENSPES, La Habana, 1982
SCIALOJA, Vitorio; Procedimiento Civil Romano. Ediciones Jurídicas Europa-
América, Buenos Aires, 1954
De niño te conocí
entre mis sueños queridos.
Por eso cuanto te vi
reconocí mi destino.
Cuando pensaba que ya no iba a ser
lo que soñaba, de pronto vino.
Silvio Rodríguez
Muchos de estos códigos europeos rigieron durante casi todo el siglo XX y los
que les han seguido, tanto en Europa como en América, llevan la impronta que
para todos marcó el CC de Napoleón de 1804, lo que provoca una dicotomía
del lenguaje en sede sustantiva y en sede procesal, sobre muchas de las
categorías que para el Derecho Procesal tienen otro contenido y naturaleza.
Otro de los factores que ha influido negativamente en la consolidación del
Derecho Procesal como disciplina científica es su subordinación al derecho
sustantivo, que proviene de los siglos en que su naturaleza se reducía a regular
la forma de actuar ante los tribunales y la única misión docente de los cultores
del proceso era explicar la manera en que procedían el tribunal y las partes
para lograr la realización del derecho sustantivo en los diferentes campos. La
producción de esa época carecía de reflexiones metodológicas acerca del
proceso, ya que estaba caracterizada por una visión tópica de la actuación de
los tribunales, a partir de lo que ANTILLÓN denominó método topográfico, que se
circunscribía a describir la realidad imperante, sin ningún tipo de proyección
teórico-sistemática.
Esto provocó la división que aún perdura en muchos lugares entre el Derecho
Procesal Civil y el Derecho Procesal Penal, por solo mencionar dos ramas del
proceso, pero que es igualmente aplicable al Administrativo, el Laboral y al
resto de las áreas.
Esta subordinación del procesal al sustantivo condicionó una segmentación de
la teoría en ambos campos, en tiempos en que ya el Derecho Procesal Civil era
reconocido como una ciencia emergente. Hay que admitir que el Derecho
Procesal Civil fue el que más desarrollo alcanzó inicialmente y logró con más
prontitud independizarse del Derecho Civil, pero no ocurrió lo mismo con el
Derecho Procesal Penal, que si bien bebió de las fuentes teóricas de la
doctrina alemana, no corrió igual suerte y en muchos lugares aún es parte
integrante de las Ciencias Penales, donde goza de un relativo federalismo
autonómico. Es difícil encontrar actualmente profesores de Derecho Civil que
al mismo tiempo se dediquen al Derecho Procesal, pues en este campo los
procesalistas gozan de una dedicación a exclusivas. No ocurre lo mismo en el
campo del Derecho Penal, en que muchos llevan al unísono ambas disciplinas.
De estas tres categorías interrelacionadas, de tal forma que ninguna tiene una
vida propia, toda vez que no hay acción sin proceso, y viceversa, y ambas
cobran vida en un escenario jurisdiccional determinado, la más importante es la
jurisdicción.
Tal es así que a mediados del pasado siglo XX el procesalista español Miguel
FENECH formuló su intención de rebautizar la disciplina, sustituyendo el
calificativo de Procesal por el de Jurisdiccional. El pensamiento del profesor
madrileño se sentaba en el razonamiento de que si el proceso es solo el
instrumento, no es correcto llamar a una ciencia con el apelativo obtenido de
dicho instrumento y no por lo que constituye el objeto principal de la misma,
que es la función jurisdiccional. De lo anterior se desprende su propuesta de
que la asignatura cambiara su denominación tradicional por la de Derecho de la
actividad jurisdiccional o Derecho jurisdiccional, y como derivación al cultor de
esta disciplina como jurisdiccionalista, en lugar de procesalista.
Por su parte el Derecho material penal está concentrado por lo general en una
sola norma, que es el CP, aunque pueden existir algunos tipos penales
específicos regulados en leyes especiales. En las normas penales materiales
se regulan las reglas generales que desarrollan los principios fundamentales
del Derecho Penal, así como aquellas instituciones que regirán toda la
interpretación y aplicación de la ley penal; en una segunda parte se definen los
tipos penales específicos, encaminados a proteger bienes jurídicos
determinados, por los general agrupados en las denominadas familias
delictivas. Estos tipos penales describen las conductas hipotéticas que se
pueden cometer y las penas correspondientes. Teniendo en cuenta la rigidez
del principio de legalidad que opera en el Derecho Penal, que condiciona que lo
que no esté concretamente tipificado como delito en la ley no es perseguible,
obliga a que sea por lo general solo una norma la dedicada a regular los tipos
penales, aunque como dijimos, pueden existir leyes especiales en las que se
penalizan conductas, como ocurre con la Ley Electoral, que regula los delitos
que atenten contra el sistema electoral.
Por su parte el derecho procesal abarca el conjunto de normas encaminadas a
regular el proceso, que comprende tanto las vías de acceso a la judicatura,
como las diferentes modalidades procesales por las cuales se enrumban las
pretensiones que se formulan en virtud del ejercicio de la acción. En
correspondencia con lo anterior las normas de naturaleza procesal definen los
tipos de procesos o asuntos que pueden someterse al conocimiento de cada
tribunal, ya sea municipal, provincial o el TSP, lo que se conoce como reglas
definidoras de la competencia. En este tipo de normas se regulan igualmente
los requisitos formales que deben reunir los diferentes sujetos que intervienen
en los procesos, así como las formas y diligencias que se suceden desde que
un asunto se inicia hasta que se dicta sentencia, incluida la forma de impugnar
las decisiones adoptadas por los tribunales. Todo este escenario se puede
resumir diciendo que las normas procesales comprenden todo el conjunto de
presupuestos y actuaciones del tribunal y del resto de los sujetos que
intervienen en los procesos desde que estos se inician hasta que se logra una
resolución judicial que produzca efectos de cosa juzgada.
La influencia que la teoría del derecho socialista soviético tuvo en nuestro país
hasta finales de los años 80, condicionó que la doctrina procesal cubana
negara la existencia de una división entre derecho público y privado en nuestro
sistema jurídico. Se planteaba que (…) en la sociedad socialista no existe la
división del derecho en las dos esferas señaladas, características del sistema
jurídico de los estados burgueses. Ello se debe a que en la sociedad socialista
los medios fundamentales de producción pertenecen a toda la sociedad y no a
personas privadas (GRILLO LONGORIA).
Es por ello que la división tradicional entre derecho público y privado es aún un
instrumento científicamente útil para definir la naturaleza del derecho procesal,
pues como dijera la profesora MESA CASTILLO, la persistencia histórica de tal
distinción tiene no solo un valor teórico sino también didáctico.
Vencido el responso justificativo del uso del método distintivo entre lo público y
lo privado, es posible afirmar que el derecho procesal integra el campo del
derecho público, a partir de la existencia de una relación jurídica signada por la
posición jerarquizante que en ella ocupa el órgano jurisdiccional, como entidad
estatal, en su vínculo con las partes y con el resto de los que intervienen en el
proceso.
Esta rigidez del proceso penal se ha visto matizada en los últimos años por la
presencia de fórmulas de negociación, mediación o conciliación, que eran
ajenas a esta materia, pero que cada día ganan más terreno, lo cual no cambia
la naturaleza pública del proceso penal.
Una valoración particular hay que hacer sobre una institución que ha venido
ganando terreno en el campo de la solución de conflictos y que si bien tiene
orígenes históricos remotos, es en la segunda mitad del Siglo XX en que se
generalizó en una gran cantidad de países, constituyendo en la actualidad una
fórmula universalmente aceptada. Nos referimos al arbitraje, que se ha
debatido entre lo privado y lo público, a partir de la dicotomía existente entre su
origen y su cometido.
En el proceso penal la LPP exige que si el tribunal considera que del resultado
de las pruebas practicadas en el acto del juicio oral debe sancionar por un
delito más grave que el imputado por el fiscal o imponer una sanción mayor
que la pedida, debe cumplimentar un requisito que la doctrina denomina tesis
de desvinculación y que en la práctica jurídica se identifica como uso de la
fórmula, por su carácter ritual, pero que constituye una garantía esencial del
acusado, para evitar indefensión (art. 350).
Otro de los aspectos que permiten identificar la naturaleza del derecho procesal
es su carácter instrumental, visto como esa especial relación que tiene con el
derecho material, para lograr el cumplimiento y satisfacción de la voluntad que
el legislador plasma en la ley.
La independencia del derecho procesal como rama dentro del sistema jurídico
no niega su papel de instrumento del derecho material, toda vez que el proceso
no tiene una finalidad en sí mismo, en tanto su función esencial es ofrecer las
vías y maneras mediante las cuales se logra la aplicación coactiva del derecho
material.
DOLZ no llegó a formular una teoría unitaria del proceso, pues a pesar de lo
avanzado de su pensamiento no rebasó la concepción procedimentalista,
concentrada esencialmente en la exégesis de la norma, pero reconoció la
unidad del proceso y representa en nuestro país un referente interesante en el
estudio de la evolución histórica del Derecho Procesal y sobre todo en la
conformación de una teoría unitaria.
El profesor español José Luis VÁZQUEZ SOTELO hace un inventario de las obras
que en América se han dedicado modernamente a la conformación de una
teoría unitaria del proceso y cita en Argentina a DE LA RUA, ALVARADO VELLOSO
y BENABENTOS; en Brasil, a la profesora PELLEGRINI GINOVER; en Uruguay, a
VÉSCOVI; en México a GÓMEZ LARA y en Perú, MONROY GÁLVEZ.
Si bien en otras áreas del Derecho las normas procesales están íntimamente
ligadas al derecho material, por lo que sus categorías son estudiadas como
parte integrante de un mismo sistema, en el orden práctico y en algunos
estudios doctrinales se habla del Derecho Procesal Constitucional, del Derecho
Procesal Administrativo, del Derecho Procesal del Trabajo, etc., pero por la
resistencia que aún persiste en los troncos sustantivos, no se les identifica aún
como ramas independientes.
Desde la perspectiva de la Teoría del Derecho las fuentes formales abarcan los
procedimientos, métodos, mecanismos y también a los organismos y
autoridades que dan nacimiento al derecho, o que legitiman su existencia,
siempre que esos actos, procedimientos y autoridades estén a su vez
debidamente facultados y legitimados por las normas de reconocimiento y,
sobre todo, por las de adjudicación y cambio (FERNÁNDEZ BULTÉ).
Existe una visión de las fuentes formales que comprende los modos de
expresión de la normatividad jurídica. Con arreglo a este criterio se han
reconocido como fuentes del derecho a determinados arquetipos normativos
entre los que cabe mencionar a la ley, al reglamento, a la costumbre, a los
principios generales del derecho, a la jurisprudencia, a la doctrina científica, a
los contratos, a los convenios colectivos y a las sentencias judiciales. No
supone ello, en cualquier caso, que los diferentes modelos normativos que
representan hayan sido unánimemente considerados como fuentes del derecho
ni entre los analistas del fenómeno jurídico, que divergen en la caracterización
como tales de todos ellos o de un número más o menos limitado de los mismos
ni por parte de los ordenamientos jurídicos que suelen incorporar bajo el rótulo
de fuentes formales del derecho a un elenco aleatorio y hasta cierto punto
caprichoso de ellos que no siempre guarda relación con la solución que a este
problema se atribuye desde la consideración unitaria del ordenamiento jurídico
(ARA PINILLA).
Aunque el método ofrecido por el profesor GRILLO LONGORIA puede resultar útil
y gráfico, su error está en reducirlo a lo estrictamente normativo, por eso
nosotros vemos a las fuentes como el arsenal jurídico al cual puede acudir
válidamente el juez en el conocimiento y solución de un asunto, para
fundamentar su decisión. Pero esta selección no está sujeta a la libre
autonomía del juzgador, sino que el propio sistema jurídico debe predefinir
cuáles son aquellas fuentes de las que puede valerse.
Es por ello que acotando el tema en estudio al Derecho Procesal Civil, que por
tener un caudal de casación común puede extenderse también al Procesal
Administrativo y al Económico, y a partir del análisis que hicimos sobre la
situación existente en nuestro país con relación al sistema de fuentes,
podemos arribar a la conclusión de que de forma indirecta y de la mano de una
causal de casación, el sistema de fuentes formales del derecho en este campo
son:
La Ley,
las interpretaciones de las leyes emanadas del Consejo de Estado,
las instrucciones de carácter obligatorio dictadas por el CGTSP y,
las decisiones dictadas por el CGTSP al evacuar consultas de los
tribunales sobre conflictos entre leyes y otras disposiciones de rango
normativo inferior.
Alguien puede alegar con razón que solo los jueces del nivel provincial son los
que están obligados a respetar este catálogo, porque de no hacerlo sus
decisiones pueden ser revocadas en casación por el TSP, no así los jueces
municipales, por no existir motivos similares en el recurso de apelación para
impugnar sus fallos. Es por eso que cobra valor lo afirmado anteriormente de
que la definición de las fuentes en nuestro sistema es una construcción teórica
con muy escaso apoyo normativo.
5.2.1. La Ley
Todas las personas tienen derecho a obtener la tutela efectiva de los jueces y
tribunales en el ejercicio de sus derechos e intereses legítimos, sin que, en
ningún caso, pueda producirse indefensión.
Entre sus funciones el Consejo de Estado tiene la de dar a las leyes vigentes,
en caso necesario, una interpretación general y obligatoria (art. 90-ch
constitucional); interpretación que se conoce como auténtica, por emanar del
propio órgano del cual emergió la disposición analizada. Este criterio no varía
incluso en los casos en que la interpretación tenga como objeto una ley
promulgada por la Asamblea Nacional, ya que el carácter representativo que
tiene el este órgano así lo condiciona. En otras palabras, que la mencionada
interpretación puede ser tanto de una ley, un decreto ley o alguna otra
disposición normativa de rango inferior.
En adición a lo dicho solo cabe mencionar que la Ley No. 82/97, Ley de los
Tribunales Populares, en su artículo 19-i establece que el CGTSP podrá
solicitar, en los casos que lo estime necesario, un pronunciamiento
interpretativo al Consejo de Estado.
Los acuerdos del CGTSP vienen a desempeñar en nuestro medio el papel que
en otros países cumple la jurisprudencia, con la raigal diferencia de que
mientras la jurisprudencia tiene su origen en la labor jurisdiccional de los jueces
de los tribunales superiores, lo que se logra a partir de reiterados fallos que
conforman un criterio doctrinal, los acuerdos del Consejo son criterios
interpretativos que nacen de un órgano gubernativo no jurisdiccional y no
requieren de una reiteración, pues a partir de su adopción se convierten en
obligatorios para todo el sistema judicial del país.
El TSP publica regularmente los acuerdos adoptados, para que sean del
conocimiento de jueces y litigantes, por la importancia que tienen dado su
carácter obligatorio.
En el campo del derecho público y bajo la rigidez del principio de legalidad, las
reglas de juego son mucho más limitadas, pues los jueces deben encontrar en
la propia ley la respuesta al reclamo formulado, de forma tal que si en la norma
no está el asidero para resolver el caso, no le es posible salir en la búsqueda
de otros medios auxiliares. El ejemplo clásico en este campo es el del Derecho
Penal, en el que el Código debe definir las conductas punibles, de tal suerte
que si un hecho no está tipificado como delito, el juez no puede recurrir a la
analogía o a los principios generales del derecho para ejercer el ius puniendi.
Aunque en el campo del proceso penal no existe un nicho similar al que tiene el
proceso civil, en virtud de la causal de casación comentada, en la práctica se
adoptan múltiples decisiones por el CGTSP relativas al proceso penal, que por
su carácter obligatorio para los tribunales se convierten en fuentes formales
complementarias en este campo.
La Instrucción No. 211, de 15 de junio del 2011, relativa al juicio oral. Su propio
nombre la identifica como Metodología para la realización del Juicio Oral
(Complementaria de la LPP) Esta instrucción reguló varios aspectos
procedimentales a tener en cuenta por los tribunales, que no estaban
detallados en la Ley de Procedimiento, como la posición que deben ocupar las
partes en los estrados durante el desarrollo del juicio oral, el uso de la toga y el
tipo de vestuario a utilizar, las previsiones a tener en cuenta cuando el juicio
oral se extiende más allá del horario laborable, la forma y contenido del acta del
juicio, la forma de practicar las pruebas documentales a fin de garantizar que
se produzca la necesaria contradicción, etc., etc. Esta Instrucción constituye
una herramienta indispensable de trabajo para todos los que intervienen en el
proceso penal.
Cierra el bloque de las fuentes formales complementarias del proceso penal las
decisiones normativas adoptadas por la Fiscalía General de la República
vinculadas a regularizar el trabajo de los fiscales en el proceso de investigación
previa, en la calificación del delito y su actuación en el juicio oral o en la
impugnación de las sentencias. Un ejemplo de este tipo de fuente lo constituye
la Instrucción No. 7 de 28 de enero de 1999, que reglamenta la actuación del
fiscal en el proceso penal y que representa un importante complemento de las
responsabilidades que el ministerio público debe asumir durante toda la
tramitación de la investigación previa, la calificación, el juicio oral y los
recursos. En esta extensa Instrucción, que complementa en lo que a los
fiscales respecta, la LPP, define una multiplicidad de aspectos relativos al
control de la fase preparatoria por el fiscal, la participación en determinadas
diligencias de investigación, la forma de proceder de la fiscalía en los casos
que se decida el archivo de la denuncia, los criterios a tener en cuenta para la
aplicación de las medidas cautelares, esencialmente la de prisión provisional,
en que se dan instrucciones sobre el alcance interpretativo del peligro de fuga
que define la LPP como presupuesto para la imposición de las medidas
cautelares. Regula también importantes aspectos relacionados con la
participación del fiscal en el acto del juicio oral, sobre la solicitud de
investigaciones sumarias que puedan surgir como resultado del debate penal,
los criterios a tener en cuenta para poder solicitar la retirada de la acusación,
entre muchos otros aspectos de relevancia en el trabajo del fiscal en el proceso
penal.
Este artículo faculta a los jueces civiles y por añadidura a los de familia, para
disponer actuaciones procesales cuando se enfrenta a un vacío legislativo y su
inactividad puede provocar indefensión para una de las partes. Actividad en la
que el profesor GRILLO LONGORIA apreció un tipo excepcional de fuente formal
del Derecho Procesal Civil, criterio que compartimos.
Las normas jurídicas no se adoptan para regir para siempre, sino que tienen
una vocación temporal, aunque existen leyes que llevan años rigiendo una
materia concreta en un país determinado; es el caso de nuestro actual Código
de Comercio, que es el Código español de 1885, hecho extensivo a Cuba en
1886 y que aún rige en nuestro país y desempeña incluso un importante papel
en la regulación de las formas asociativas de la inversión extranjera.
El dilema práctico que propicia el desarrollo teórico del tema está asociado a
las situaciones que se generan cuando se dicta una nueva norma que deroga
total o parcialmente otra, con relación a los derechos adquiridos bajo el imperio
de la ley derogada. Goza de relevancia en este campo la denominada teoría de
los derechos adquiridos, que privilegia el criterio de irretroactividad, y con ello
trata de frenar cualquier acción positiva de una nueva ley, por lo que puede
afectar derechos ya establecidos generados al amparo de leyes precedentes.
Se postula que las nuevas leyes sí pueden afectar esperanzas o expectativas
que se tengan al amparo de leyes anteriores, pero nunca derechos ya
adquiridos bajo su protección (FERNÁNDEZ BULTÉ).
ARTICULO 61.- Las leyes penales tienen efecto retroactivo cuando sean
favorables al encausado o sancionado. Las demás leyes no tienen efecto
retroactivo a menos que en las mismas se disponga lo contrario por razón de
interés social o utilidad pública.
Para los procesos terminados y los que aún no se han iniciado la solución es
uniforme y por lo general desprovista de polémica. Las decisiones adoptadas
en procesos terminados, entiéndase aquellos en que se dictó sentencia y la
misma adquirió firmeza, son inamovibles, lo cual es así porque la cosa juzgada
excluye por su naturaleza el análisis del modo como se formó (ROCCO).
En el caso de los procesos que aún no se han iniciado al momento de
aprobación de la nueva ley, la solución general es que se regirán por ella en su
totalidad, con independencia del momento en que se adquirió el derecho que
ahora se pretende ejercitar en el proceso. Dicho en otras palabras, las normas
procesales que se aplican al ejercicio de un derecho, en el caso del derecho
privado o la persecución y juzgamiento, en el caso del derecho penal, no están
ligadas al momento de la adquisición de la titularidad del derecho o de la
comisión del delito. En el caso del proceso penal existe un principio, que
estudiaremos más adelante, que prohíbe que una persona pueda ser juzgada
por un tribunal que no exista al momento de la comisión de un delito (principio
del juez legal, natural o predeterminado), pero esta prohibición no alcanza al
tipo de proceso a seguir para el enjuiciamiento, por lo que tanto las reglas de la
investigación como las del juicio oral serán las que rijan al momento en que
tenga lugar la persecución pública.
DISPOSICIONES TRANSITORIAS
PRIMERA: Los procesos que estén conociendo en la actualidad las
respectivas salas de lo Económico de los tribunales populares al amparo del
procedimiento anterior, conservan toda su validez, pero los efectos
posteriores a la vigencia de este Decreto-Ley se rigen por sus disposiciones.
Estas normas integran lo que se conoce como orden público internacional, que
abarca el bloque de disposiciones que tienen carácter imperativo, en oposición
a aquellas otras en que opera la autonomía de la voluntad. Las normas
imperativas son de aplicación igualitaria a nacionales y extranjeros en el ámbito
territorial del Estado (DÁVALOS FERNÁNDEZ).
Por lo general los Códigos Civiles regulan este tipo de normas que permite
determinar la eficacia del derecho sustantivo de un extranjero fuera de su país,
alguna de las cuales en nuestro Código son:
ARTÍCULO 12.1. La capacidad civil de las personas para ejercer sus derechos y
realizar actos jurídicos se rige por la legislación del Estado del cual son
ciudadanas.
3. A las personas jurídicas les es aplicable la legislación del Estado conforme a la
cual fueron constituidas.
ARTÍCULO 15. La sucesión por causa de muerte se rige por la legislación del
Estado del cual era ciudadano el causante en el momento de su fallecimiento,
cualesquiera que sean la naturaleza de los bienes y el lugar donde se encuentren.
ARTÍCULO 244.- A cada parte incumbe probar los hechos que afirme y los que
oponga a los alegados por las otras, así como la vigencia del derecho
extranjero cuya aplicación reclame.
En este artículo se exigen dos condiciones de fondo y dos de forma para que el
documento pueda tener pleno valor en Cuba. Las condiciones de fondo están
relacionadas con el orden público y son que el asunto o materia del acto o
contrato sea lícito y permitido por las leyes de Cuba y que los otorgantes
tengan aptitud y capacidad legal para obligarse con arreglo a las leyes de su
país.
ARTICULO 4.1. La ley penal cubana es aplicable a todos los delitos cometidos en
el territorio nacional o a bordo de naves o aeronaves cubanas, en cualquier lugar
en que se encuentren, salvo las excepciones establecidas por los tratados
suscritos por la República. Es asimismo aplicable a los delitos cometidos contra
los recursos naturales y vivos del lecho y subsuelo marinos, en las aguas
suprayacentes inmediatas a las costas fuera del mar territorial en la extensión
fijada por la ley.
2. La ley penal cubana también es aplicable a los delitos cometidos a bordo de
naves o aeronaves extranjeras que se encuentre en mar o aire territorial cubano,
ya se comentan por cubanos o extranjeros, salvo los cometidos por miembros
extranjeros de la tripulación entre sí, a no ser, en este último caso, que se pida
auxilio a las autoridades de la República por la víctima, por el Capitán de la nave
o por el Cónsul de la Nación correspondiente a la víctima.
3. No obstante lo dispuesto en el apartado anterior, la nación extranjera puede
reclamar el conocimiento del proceso iniciado por los órganos competentes
cubanos y la entrega del acusado, de acuerdo con lo que al efecto se haya
establecido en los tratados.
ARTICULO 5.1. La ley penal cubana es aplicable a los cubanos y personas sin
ciudadanía residentes en Cuba que cometan un delito en el extranjero, si se
encuentran en Cuba o son extraditados.
La vía arbitral opera para materias que son disponibles, de tal suerte que si el
Estado no tiene interés en que determinados asuntos puedan resolverse por la
vía del arbitraje, los define en ley, para que las partes no puedan acordar que la
solución de conflictos en ese campo pueda ser objeto de convenio entre las
partes; lo que se conoce como inarbitrabilidad objetiva.
Cuando la ejecución del laudo deba realizarse fuera del lugar donde tuvo su
sede el arbitraje es necesario recurrir a los órganos judiciales del país de la
ejecución, para lo cual viene en auxilio la Convención sobre el Reconocimiento
y Ejecución de las Sentencias Arbitrales Extranjeras de 1958 (Convención de
Nueva). Este tratado internacional garantiza entre los Estados miembros el
cumplimiento en su territorio los laudos arbitrales dictados en otros países. Por
la importancia del tema se trata de un instrumento universalmente reconocido,
por los Estados, lo que facilita el complimiento de las decisiones adoptadas en
este campo.
Por lo general los laudos arbitrales no son recurribles, por lo que una vez
dictados generan ejecución inmediata, pero se reconoce la posibilidad de
promover su nulidad ante los tribunales ordinarios del lugar que ha sido la sede
del arbitraje, lo que igualmente puede generar la realización de diligencias
fuera de nuestra frontera, para lo cual operan los mecanismos ya estudiados de
auxilio entre tribunales de diferentes Estados.
De todos los sujetos que pueden asumir la labor interpretativa del derecho
procesal, ya sea el propio legislador, el juez o el académico en sus estudios
conformadores de la dogmática de la disciplina, la más trascendente a mi juicio
es la que realiza el juez, por el efecto vinculante que tiene para los justiciables
su criterio interpretativo a la hora de aplicar el derecho en el caso concreto
sometido a su jurisdicción.
GRILLO LONGORIA se hizo la pregunta que muchos años atrás se había hecho
Ugo ROCCO y que podemos hacernos nosotros ahora: ¿Existen normas
específicas para la interpretación del derecho procesal? La respuesta
prevaleciente es que no existe una teoría propia para la interpretación de las
normas procesales, razón por la cual muchos autores no se molestan en tratar
este tema desde la perspectiva concreta de esta disciplina y remiten
sencillamente a la Teoría del Derecho.
A la hora de interpretar las normas hay que precisar lo que se pretende con la
labor, ya sea la búsqueda de la voluntad del legislador (interpretación subjetiva)
o la búsqueda de la voluntad de la ley (interpretación objetiva). (DIEZ-PICAZO y
GULLÓN)
LECTURAS RECOMENDADAS
BASICAS
DÍAZ PINILLO, Marcelino; “La interpretación de la Ley Procesal Penal”. En:
AAVV; Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal, primera
parte, editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
FERNÁNDEZ PEREIRA, Julio A.; “Las fuentes formales del Derecho Procesal
Penal”. En: AAVV; Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal,
primera parte, editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo I. El Derecho
Procesal Civil; Capítulo II. Las fuentes del Derecho Procesal Civil);
Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985
PRIETO MORALES, Aldo; Derecho Procesal Penal, I Parte (Capítulo II.
Generalidades del Derecho Procesal; Capítulo III. Concepto del Derecho
Procesal Penal); ediciones ENSPES, La Habana, 1982
1. Concepto de jurisdicción
La Ley No. 113, de 21 de noviembre del 2012, Ley del Sistema Tributario,
utiliza el vocablo jurisdicción para definir el conjunto de poderes o autoridad de
un órgano:
En el ámbito de las relaciones laborales, el CT, Ley No. 116/14, establece que
la solución de los conflictos entre trabajadores y la administración por la
imposición de medidas disciplinarias, así como las reclamaciones sobre
derechos laborales, serán resueltas por los órganos de justicia laboral de base
(art. 167).
3. Clasificación de la jurisdicción
La dificultad del tema estriba, entre muchos otros elementos, en que a pesar de
su falta de naturaleza jurisdiccional, existe la tendencia a que algunos de los
asuntos que se tramitan por esa vía no salgan de la esfera judicial. España
aprobó su Ley de Enjuiciamiento en el año 2000 y en su Disposición Final
Decimoctava se dijo que en el plazo de un año a contar desde la fecha de
entrada en vigor de la norma procesal, el Gobierno remitiría a las Cortes el
Proyecto de Ley sobre jurisdicción voluntaria.
A pesar de los años que lleva rigiendo en Cuba la modalidad de divorcio por
mutuo acuerdo con hijos a cargo del notariado el diferendo conceptual no se
aplaca. Existe una opinión doctrinal de que la naturaleza del Derecho de
Familia impide que la autonomía de la voluntad opere como lo hace en del
derecho privado, que permite hablar de un orden público familiar en que el
Estado actúa a modo de control preventivo mediante los tribunales o juzgados
de Derecho Familiar (MESA CASTILLO); posición que defiende que el divorcio
con hijos menores o mayores incapacitados solo puede ser dispuesto por
autoridad judicial, a pesar de su naturaleza de jurisdicción voluntaria.
De lo que se deriva una atracción exclusiva a favor del foro nacional siempre
que alguno de los litigantes sea cubano y se someta a la jurisdicción del país o
entre extranjeros, siempre que los bienes estén en Cuba.
Esta rama fue adquiriendo un gran desarrollo durante la segunda mitad del
Siglo XX y lo que va de este, y dejó de ser objeto de estudio exclusivo de los
constitucionalistas, para ocupar la atención también de los procesalistas. En la
actualidad muchos procesalistas, especialmente de América Latina, se dedican
al estudio de esta materia, a partir de la creación de una nueva disciplina: el
Derecho Procesal Constitucional, encaminada al estudio de las categorías y
principios procesales que se ponen de manifiesto en la solución de los
conflictos en este campo y la existencia de normas procesales específicas
dedicadas a regular la tramitación de los procedimientos ante el Tribunal
Constitucional, con especial énfasis en los denominados procesos o recursos
de amparo constitucional, concebidos como una vía de protección de los
derechos fundamentales frente a las violaciones concretas que sufra el
ciudadano. En estos casos no se solicita la declaración de inconstitucionalidad
de una norma o precepto, sino la protección concreta del que ha sido lesionado
por una decisión administrativa o judicial.
La nueva generación de normas en Cuba, busca poner fin a una tendencia que
prevaleció durante algún tiempo en el país, mediante la cual las disposiciones
de esta materia cerraban el camino a la revisión judicial de los actos y
decisiones, por considerar que la propia administración estaba en condiciones
de satisfacer los intereses de justicia de los ciudadanos, sin necesidad de
acudir a la vía judicial. Esta tendencia enflaqueció el proceso administrativo,
que durante algún tiempo se limitó a la materia inmobiliaria urbana, derivada de
las decisiones que se adoptaban en la aplicación de la Ley General de la
Vivienda.
Con evidente error técnico, en la LPCALE (art. 654) se regula una modalidad
procesal a la que denomina procedimiento administrativo, prevista para revisar
en la vía jurisdiccional judicial los actos administrativos.
En América Latina los problemas han sido similares, pero las constituciones de
los diferentes países han ido incorporando progresivamente el arbitraje como
un tipo de desempeño jurisdiccional paralelo a la jurisdicción estatal, incluso
con efectos excluyentes, toda vez que el pacto arbitral impide que el asunto
pueda ser conocido por los tribunales ordinarios. La evolución del tema en
nuestro Continente ha adquirido tal dimensión que algunos autores son del
criterio que la constitucionalización del arbitraje es un fenómeno
específicamente latinoamericano (DE JESÚS).
El Capítulo III del Decreto Ley define como Competencia, lo que es el ámbito
de ejercicio de la jurisdicción arbitral, que parte de dos presupuestos
esenciales, el primero es que la materia objeto de la controversia pueda ser
resuelta mediante el arbitraje, o sea, que el legislador haya permitido que el
controvertido no sea exclusivo de los tribunales. En este campo están, por
definición de los artículos 9 al 11 del Decreto Ley, los conflictos contractuales y
extracontractuales de carácter internacional surgidos en el ámbito de los
negocios, así como los que surjan entre empresas mixtas o de capital
totalmente extranjero constituidas en Cuba.
Uno de los temas centrales del debate jurídico-político en los últimos años, que
ha acaparado la atención de los penalistas e internacionalistas y, quizás en
menor medida de los procesalistas, es el de los criterios de atribución
internacional de la jurisdicción de carácter extraterritorial, y en especial, la
aplicación del principio de justicia universal o universalidad como mecanismo
para la persecución penal de los crímenes internacionales (BUJOSA VADELL).
Este tema tiene dos aristas de visión, la primera está asociada a la posibilidad
de que la jurisdicción judicial de un Estado pueda extender su ámbito de
conocimiento hacia delitos que se han cometido fuera del territorio del país,
pero que afecten bienes jurídicos universalmente protegidos, por tratarse de
crímenes internacionales. Bajo estos criterios de justicia universal, el tribunal
nacional puede juzgar a ciudadanos de otros Estados, por delitos cometidos
fuera de su competencia territorial. En este caso el concepto de justicia
universal está asociado a lo ya estudiado relativo a las excepciones de la
territorialidad de las normas procesales, en virtud del principio de protección y
del principio de nacionalidad pasiva. Un ejemplo fue la orden de procesamiento
emitida por un juez de la Audiencia Nacional de Madrid contra el dictador
chileno Augusto Pinochet, aprovechando su presencia en Inglaterra.
Los anales se remontan a partir de los Siglos XVI y XVII, en que el derecho
natural de raigambre grecolatina es retomado por la burguesía ascendente con
renovados bríos, en oposición a la arbitrariedad monárquica, al absolutismo
feudal y al poder eclesiástico, y comienza a considerarse a sí misma como el
soporte de la legitimación del orden estatal (FERNÁNDEZ BULTÉ).
Los finales del Siglo XVII y parte del XVIII fue el escenario en que se consolidó
la labor intelectual de los grandes pensadores europeos, agrupados en ese
movimiento que se denominó la Ilustración o los Enciclopedistas y en los que el
ideario liberal adoptó una posición más radical y con pretensiones claramente
políticas. Destacan las figuras de MONTESQUIEU (1689-1755), ROUSSEAU (1712-
78), VOLAIRE (1694-1778), DIDEROT (1731-84), entre otros pensadores.
El más significativo de estos cuerpos legales, que marca el inicio del tercer
escenario evolutivo de los principios, es el Código de Instrucción Criminal de
Napoleón de 1808, como parte del importante paquete legislativo que incluye el
CC de 1804 y la Ley de Procedimiento Civil de 1806.
El último elemento del concepto es el referido al valor que tienen para los
intérpretes de las normas procesales, aspecto ya tratado anteriormente. Solo
mencionar aquí que como las normas esconden detrás de sus artículos una
posición sobre los diferentes principios, su conocimiento a profundidad y de
toda la dogmática desarrollada al respecto, facilitará una interpretación cabal
de las normas.
Con frecuencia utilizo la parábola de comparar a las normas procesales con los
iceberg, de tal suerte que la generalidad de los juristas pueden ver su punta,
que es la manifestación normativa de una determinada institución, pero solo los
que conocen el fundamento teórico y conceptual de los principios que lo
informan podrán apreciar la dimensión total del bloque gélido, que es mucho
mayor de lo que puede observarse a simple vista.
Otra forma organizativa que existió en este período fueron los Tribunales
Populares, surgidos en 1962 al margen del sistema judicial ordinario, a partir de
una comisión organizada por profesores y alumnos de la Facultad de Derecho
de la Universidad de La Habana, a instancias de Fidel Castro, en aquel
entonces Primer Ministro de la República.
Estos tribunales, que llegaron a ser más de 2,200 en todo el país, estaban
integrados por personas del pueblo, que recibían una acelerada instrucción por
parte de alumnos y profesores de Derecho y tenían competencia para atender
casos penales por delitos menores y llegaron incluso a conocer algunos casos
de familia.
Esta situación prevaleció hasta 1973 en que se unificó mediante la Ley No.
1250, de 23 de junio, De Organización del Sistema Judicial, toda la actividad
jurisdiccional de naturaleza judicial en un solo sistema de órganos, los
Tribunales Populares, lográndose la pretendida unidad jurisdiccional, que se ha
mantenido en las sucesivas normas orgánicas de los tribunales hasta el
presente.
Se trata de dos principios que tienen cuerpo propio, pero que por la
interrelación que guardan entre sí los estudiaremos unidos.
La independencia hay que verla como la resistencia del juez a las influencias
provenientes del exterior, que pretendan condicionar su actuar en un proceso.
Otro género de influencias son las económicas, asociada a las corruptelas que
pueden darse cuando la actuación del juez está condicionada por haber
recibido dinero o equivalentes, para torcer su decisión.
Existen otros medios menos tangibles de influencia en la labor del juez que
comprometen igualmente su independencia, que descansan en la comunidad
en la que el juez se desenvuelve, en los medios de comunicación, la religión, la
ideología que profesa, etc., etc.
Cuando estudiemos los principios del proceso volveremos sobre este tema,
pues está muy relacionado con el principio acusatorio, con el que guarda una
estrecha relación, pero son distintos. El principio de imparcialidad es de
naturaleza jurisdiccional, no procesal.
En España la institución del jurado ha pasado por varias etapas; fue introducido
por la Constitución de Cádiz de 1812 y a pesar de varios intentos legislativos
para regularlo no fue consagrado definitivamente hasta la promulgación de la
Ley de Enjuiciamiento Criminal el 22 de diciembre de 1872. Las referencias
consultadas indican que varias veces fue eliminado o restringido en
dependencia del estado de consideración del poder hacía las libertades
públicas. En 1936 el jurado desapareció de la realidad jurídica española y vino
a renacer nuevamente en virtud de la Ley Orgánica No. 5 de 22 de mayo de
1995, Ley del Tribunal del Jurado, que está reservado para el juzgamiento de
determinados tipos delictivos de gravedad (Homicidio e infanticidio, infidelidad
de custodia de presos e infidelidad de custodia de documentos cohecho y
malversación de caudales públicos, delitos medioambientales, entre otros).
ARTÍCULO 124.- Para los actos de impartir justicia todos los tribunales funcionan
de forma colegiada y en ellos participan, con iguales derechos y deberes, jueces
profesionales y jueces legos.
La LTP define a los jueces legos como aquellos que, carentes de titularidad
jurídica, resultan electos como tales para el desempeño en la judicatura por
determinados períodos del año, estableciendo los requisitos que debe reunir un
ciudadano para ser elegido y desempeñarse en esta función durante el tiempo
que la ley preceptúa.
La figura del juez lego ha sufrido algunas críticas en los últimos tiempos por su
actuación en el proceso civil, el administrativo y el económico, pero en la
materia penal, familiar y laboral desempeña un papel muy importante, lo que
justifica plenamente su permanencia en el sistema de administración de justicia
cubano, al margen de dificultades puntuales que en determinado momento
puedan presentarse.
Hay dos cuestiones que deben tenerse en cuenta en la perfección del modelo
de participación ciudadana en la administración de justicia, la primera es que la
aportación que hacen los legos al acto de juzgar es esencialmente en la
valoración de los hechos, no del derecho. Los legos aportan el sentido de lo
justo en la valoración del hecho, pues su juicio no es jurídico, sino una
evaluación combinada desde una perspectiva ética, de equidad y de sentido
común, razón por la cual su presencia está plenamente justificada en los actos
en que se practican pruebas y se valoran hechos, no así en los actos
jurisdiccionales en que la misión del tribunal es exclusivamente técnica, como
es el caso de los recursos de casación ante el TSP. En esta misma dirección
se encuentran las múltiples decisiones que se adoptan durante la tramitación
de un proceso, asociadas a la admisión de los asuntos, el impulso procesal, la
admisión o inadmisión de pruebas, etc., etc., en que la presencia del juez
ciudadano no tiene una clara justificación, debiendo reservarse para el
momento en que plenariamente se valora el hecho a partir de la práctica de las
pruebas y se llega a una conclusión y decisión jurisdiccional que avoca a la
aplicación del derecho.
Para lograr este equilibrio algunas legislaciones disponen que los jueces legos
deben siempre tener mayoría numérica en el tribunal, a fin de garantizar que al
momento del debate se alcance una adecuada sinergia entre el conocimiento
especializado del juez profesional y las valoraciones propias del juez ciudadano
y el caso de que esta no se logre, prevalezca siempre la mayoría ciudadana.
4.6. Exclusividad
La vigencia de este principio está directamente relacionada con la materia a la
que está dirigida la actividad jurisdiccional, de tal suerte que el contenido de los
derechos sometidos a decisión jurisdiccional es lo que determina su mayor o
menor rigor.
Este principio se manifiesta de manera absoluta cuando los jueces y solo los
jueces ostentan la facultad jurisdiccional para intervenir en un asunto; como es
el caso de la materia penal, donde este principio opera con todo rigor y sin
fisuras, pues el titular del ius puniendi es el Estado y se le atribuye
exclusivamente a los tribunales. Corresponde a los tribunales de lo penal
decidir sobre la culpabilidad o inocencia de un imputado, pues solo a ellos está
atribuida la jurisdicción en este campo.
El nombre proviene del procedimiento por tabellas del Derecho Romano que
estudiamos en el Capítulo I, en que era posible que un jurado se abstuviera
emitiendo un voto de abstención.
Debe verse modernamente como el mandato que viene impuesto a los jueces
de conocer y fallar sobre el fondo del asunto sometido a su jurisdicción, o sea,
el juez no se puede abstener al reclamo de justicia.
Este principio no tiene una gran relevancia en el ámbito penal, pues la norma
sustantiva es la encargada de tipificar las conductas y fuera de los casos
previstos no es posible ejercitar la acción; lo que se refuerza con el juicio previo
sobre la admisión de la acción que normalmente ejercen los tribunales cuando
el fiscal presenta sus conclusiones acusatorias.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo III. La
jurisdicción); Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985
PALACIO, Lino Enrique; Manual de Derecho Procesal Civil, decimosexta edición
actualizada (Capítulo IV-La función pública procesal); Abeledo-Perrot.
Buenos Aires, 2001
MONTERO AROCA, Juan; “La potestad y la función jurisdiccional”. En: AAVV;
Derecho Jurisdiccional I, 2ª edición, Librería Bosch, Barcelona, 1989
WACH consideraba que la acción se tiene frente al Estado, para que la otorgue
y frente al particular obligado, para que soporte y se someta a la tutela. Define
la acción como el derecho, preexistente al proceso o referido por el
ordenamiento jurídico a un supuesto de hecho extraprocesal, dirigido a obtener
del Estado la satisfacción del interés a la tutela jurídica en la forma prevista por
el Derecho Procesal, más la pretensión contra el adversario de soportar la
concesión de dicha tutela. Para el gran jurista alemán la acción es medio para
el fin del derecho material; pero no es este mismo derecho ni su función, ni su
fuerza inmanente. No es una función del derecho subjetivo porque no está
condicionado por él.
2. Concepto de la acción
Debemos dejar claro desde el inicio que para nosotros la acción es una
categoría estrictamente vinculada a la actividad jurisdiccional judicial que
transita mediante el proceso. Desde esta perspectiva no hay acción fuera del
proceso que se tramita ante los tribunales. No hay acción ni en el arbitraje ni en
las reclamaciones que se formulan ante la administración u otros órganos para
lograr un desempeño jurisdiccional.
El vínculo de nuestra doctrina con la española por el legado histórico que nos
une, provoca que con frecuencia el término tutela judicial efectiva sea usado
por algunos profesionales para definir a la acción, sobre lo cual reaccionamos
por considerarlo un mimetismo simplista, pues teniendo en cuenta la ausencia
normativa existente en nuestro país sobre este concepto, solo es posible
apropiarse de él si antes se cumplen los responsos de rigor. En su día nuestro
legislador constitucional podrá nombrarlo así o de la forma que considere más
conveniente, y solo a partir de ahí lo podremos bautizar de forma específica,
aunque es justo reconocer que esta denominación goza de bastante
beneplácito en varias constituciones actuales.
OLIVA). Dada la impronta que el Derecho Civil material aún tiene sobre la
nomenclatura que se utiliza en la práctica profesional cubana, esta posición
puede ser mejor comprendida por los operadores jurídicos que la visión
abstracta de la acción.
El desarrollo teórico que ha tenido la acción hasta nuestros días está vinculado
al derecho privado, no al derecho penal, que tomó el concepto y lo aplicó al
ejercicio de la acusación, pero con una dimensión y contenido distinto. No
podemos olvidar la aseveración de CARNELUTTI cuando sentenciaba que la
ciencia del derecho procesal penal tiene recorrido últimamente un buen
trayecto de camino, pero el progreso, mayoritariamente, estriba en la
adaptación a sus fenómenos de los conceptos construidos para el estudio del
proceso civil.
A pesar de la definición genérica antes utilizada, hay autores que hacen una
distinción entre estos requerimientos, según puedan ser apreciados
directamente por el tribunal (ope legis) o que deban ser denunciados por la
parte demandada para que puedan ser analizados por el órgano jurisdiccional
(ope exceptionis).
A las exigencias que pueden ser apreciadas directamente por el tribunal, como
requisitos indispensables para la aceptación de la demanda, mediante un
trámite de valoración previa, se les llaman presupuestos procesales; por su
parte, a aquellos que deben ser sindicados por la parte demandada para que el
tribunal los tenga en cuenta, la doctrina los rotula como impedimentos
procesales y nuestra legislación las rotula como excepciones dilatorias.
De todos los elementos que conforman la pretensión punitiva del fiscal son los
hechos los que constituyen el objeto del proceso, lo que será contenido de
nuestro estudio más adelante.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo IV. La acción y
Capítulo V. La pretensión); Editorial Pueblo y Educación, La Habana,
1985
MENDOZA DÍAZ, Juan; “Apuntes sobre la acción”. En: AAVV. Lecciones de
Derecho Procesal Civil, Editorial Félix Varela, La Habana, 2001.
PRIETO MORALES, Aldo; Derecho Procesal Penal, II Parte (Capítulo XI. Del juicio
oral y de la sentencia); ediciones ENSPES, La Habana, 1982
1. Concepto de proceso
Nuestra ciencia se apropió del término para definir el mecanismo a través del
cual se ejercita y transita la acción ante los tribunales y se satisface la petición
de derecho formulada. Tanta relevancia tiene en nuestra disciplina el concepto
que sirve para denominarla: Derecho Procesal.
Son las leyes procesales las encargadas de diseñar los diferentes tipos
procesales, en correspondencia con el derecho material al que están
destinados a satisfacer. Los principios del proceso, que estudiaremos en este
mismo capítulo son los que nos sirven para delimitar las características del tipo
procesal que en cada caso es necesario regular para cada materia en cuestión.
Esta modalidad de pacto condicionó que los primeros intentos por definir la
naturaleza del proceso se remontaran a ese origen, en lo que debe haber
contribuido indudablemente el auge de las concepciones contractualistas que
impuso el pensamiento liberal de la burguesía, que fueron utilizados como
método explicativo de un sinnúmero de instituciones, como el matrimonio, el
sistema político, etc.
La teoría de la relación jurídica es la que en orden cronológico sucede a las
anteriores, pero dejaremos para el final su explicación, por ser la que mayor
aceptación tiene y sobre la que pretendemos detenernos un poco más.
El objeto del proceso es aquel segmento del conjunto petitorio que conlleva el
ejercicio de la acción, que tiene como característica esencial que no puede ser
alterado sustancialmente por el tribunal, quien al pronunciarse sobre él en su
sentencia genera el contenido esencial de lo que será la cosa juzgada.
Lo dicho anteriormente obliga a que hagamos una distinción entre el objeto del
proceso y el resto de los elementos que integran el acto jurídico procesal
mediante el cual se ejercita la acción: la demanda en el proceso civil y las
conclusiones provisionales acusatorias en el proceso penal.
Es entonces que se puede hablar de objeto del proceso y objeto del debate.
Conforman este último todos aquellos aspectos contenidos en la promoción
que constituyen la plataforma sobre la cual girará el conflicto judicial, algunos
serán objeto de prueba, mientras que otros son elementos que se aportan
como tesis jurídica para que sea acogida por el juzgador, pero relevados de
prueba. Se incluye también en esta relación de temas debatidos el pedimento
concreto que se realiza.
A diferencia del proceso civil, en que las partes operan regidas por el principio
dispositivo y pueden brindar al tribunal una narración de hechos ad libitum, en
el proceso penal, bajo el imperio del principio de oficialidad, es el Ministerio
Fiscal quien tiene la responsabilidad de su conformación, para lo cual debe
ajustar su actuación a los principios de legalidad y objetividad.
Una vez terminado el juicio oral el tribunal tiene facultades para modificar las
consideraciones jurídicas propuestas por el fiscal (principio iura novit curia),
incluso puede sancionar por un delito más grave que el que ha sido objeto de la
acusación e incluso imponer una sanción mayor que la solicitada, lo que le está
impedido al tribunal es modificar sustancialmente el hecho (art. 349 y 357 de la
LPP). Esta condición de inalterabilidad es uno de los elementos que
caracterizan al objeto del proceso del resto de los elementos controvertidos.
En el proceso civil los hechos revisten una gran importancia pues sobre ellos
versará la prueba que se practique, pero estos hechos, a diferencia del proceso
penal, no constituyen el objeto del proceso. El objeto del proceso civil es la
pretensión concreta que formula el demandante. El tribunal en su fallo puede
darle a los hechos la conformación que considere más conveniente en
adecuación a la prueba practicada, al igual que al derecho, pues opera el
mismo brocardo que para el proceso penal (iura novit curia). O sea, tanto los
hechos como el derecho alegado no sujetan estrictamente al tribunal en su
fallo, aunque existen ciertos márgenes de congruencia en la decisión del
tribunal, que está impedido de cambiarlos radicalmente, pues los hechos son el
fundamento de la pretensión, pero a diferencia del penal en que los hechos son
una camisa de fuerza para el juez, en el proceso civil el juez narra con libertad
lo que la prueba arroja, acorde a lo que le ha sido planteado por las partes en
sus escritos polémicos. Lo que sujeta la decisión del tribunal es el pedimento
concreto, de tal suerte que en el derecho civil y mercantil el tribunal no puede
apartarse de lo que concretamente se ha pedido. La naturaleza no disponible
del Derecho de Familia condiciona que en los procesos de esta materia el
tribunal pueda apartarse de lo solicitado por las partes, por el interés superior
del menor y de la sociedad que prevalecen, pero es una excepción a la rigidez
que caracteriza esta materia.
Ahora bien, como el objeto del proceso está asociado a la pretensión que se
formula por el actor, es posible que en un mismo proceso se puedan incorporar
por el demandante varios objetos cuando se acumulan pretensiones. La
acumulación objetiva de pretensiones es una forma de acumular objetos a un
mismo proceso.
Efectos Procesales:
Perpetúa la jurisdicción
Imposibilita la modificación de la demanda
Delimita el objeto del proceso y fija el ámbito de las cuestiones a
resolver sobre la base de la congruencia con lo pedido
Obliga al juez a los actos de emplazamiento y consecución del proceso
hasta su culminación
Fija el ámbito del litigio
Origina la litispendencia
Determina las personas del proceso
Abre la posibilidad de aplicar medidas cautelares
Viabiliza la reconvención
Abre las acumulaciones
Impide la enajenación del objeto litigioso
Efectos Materiales:
Interrumpe la prescripción
Constituye en mora al deudor
Transmite a los herederos las acciones
Permite anotaciones de embargo
Aumenta la responsabilidad del demandado
Obliga al pago de intereses
Obliga, al poseedor de mala fe, a la devolución de frutos
5. Proceso y procedimiento
Los términos que usa la LPP para definir al proceso penal son el de expediente
y causa. Se denomina expediente a las actuaciones procedimentales que
tienen lugar durante la averiguación previa, mientras que causa se utiliza para
denominar la fase del juicio oral.
El segundo enfoque, que es el que más nos interesa ahora, por ser el que está
intrínsecamente vinculado al concepto proceso, pues ocurre dentro de la
actividad jurisdiccional judicial, es el que le define como el aspecto externo del
proceso, la cuestión formal, facilitadora, mecánica en que se materializa el
proceso.
6. Clases de proceso
En nuestro medio existe una gran distinción entre el proceso penal y los
procesos regulados en la LPCALE. Con el proceso penal no existen mayores
dificultades, pues su regulación está concentrada en dos cuerpos normativos
específicos, la LPP y la LPPM.
Esta clasificación se realiza a partir del tipo de sentencia que se dictará, de tal
suerte que son procesos declarativos aquellos en que la sentencia que se dicta
es de simple declaración o satisfacción del derecho pedido. O sea, la decisión
del tribunal será una mera declaración o reconocimiento de la existencia o de la
inexistencia de un derecho o situación jurídica. Tipos de procesos de esta
naturaleza son aquellos en los que se pidió el reconocimiento del dominio
sobre un bien, o el que da lugar a que se disponga judicialmente la prescripción
de una acción por el transcurso de los plazos que prevé el CC.
Por su parte los de condena, como su nombre lo indica, son aquellos en que el
pronunciamiento judicial dispone una obligación a cargo del vencido, ya sea de
dar, hacer o no hacer algo. De este tipo son el proceso reivindicatorio,
condenando a entregar un bien, o los que condenan al cumplimiento de un
contrato, o al cobro de un dinero adeudado. Las sentencias que se dictan en
este tipo de proceso son las que llevan aparejada una ejecución judicial
posterior, pues crean un título ejecutivo.
El más importante de los efectos del proceso es la cosa juzgada (res iudicata);
institución que representa que el asunto que motivó el conflicto de intereses o
la incertidumbre sobre el derecho encontró por fin solución.
Este dilema conceptual de tener que admitir que incluso una sentencia injusta
llegue a adquirir un valor constitutivo de derechos provoca que la doctrina haya
elaborado varias teorías encaminadas a explicar la naturaleza y fundamento de
la cosa juzgada.
Autores como SAVIGNY trataron de explicar el valor de la cosa juzgada, a través
de su teoría de la ficción de la verdad, creada frente a la conveniencia de
promover la estabilidad de las relaciones jurídicas (PALACIO). POTHIER por su
parte formuló su teoría de la presunción absoluta de verdad de la sentencia,
que encontró recepción en el CC francés, que colocó a la cosa juzgada entre
las presunciones.
Para que una sentencia alcance la autoridad de la cosa juzgada debe haber
adquirido firmeza. La firmeza se convierte en un presupuesto de la institución.
Para que una sentencia se haga firme deben haberse agotado todas las
posibilidades de impugnación que ofrece la ley, o sea, no es posible recurrir
más.
En otros casos la firmeza se adquiere por el vencimiento del plazo que la ley
concede para establecer el recurso. Con evidente error el profesor GRILLO
LONGORIA denominó a esta variante como consentimiento de las partes, por
dejar pasar los plazos fijados para el recurso o haber manifestado un
consentimiento expreso de no recurrir. El primer error es que la no
presentación del recurso no siempre obedece a una voluntad tácita del
perjudicado, pues existen múltiples factores que pueden impedir que una parte
recurra y no sea su voluntad lo que motiva la inactividad. Cuando el abogado
notificado de la sentencia no informa a tiempo a su cliente del derecho al
recurso, la resolución se hace firme aún cuando la persona pretendía recurrirla.
El segundo error es que nuestras leyes procesales no tienen prevista la
renuncia expresa a recurrir; en aquellos casos en que alguien pretenda
consentir el fallo, la variante que la ley ofrece es dejar vencer el plazo y no
ejercitar su derecho a impugnar. Existen ejemplos prácticos de jueces que han
admitido la renuncia expresa al recurso, con la marcada intención de acortar el
plazo, partiendo de la interpretación de que la norma no lo prohíbe
expresamente.
En la LPP
ARTICULO 42.- (…) Llámese sentencia firme, cuando no quepa contra ella
recurso alguno; y ejecutoria, al documento público y solemne que
contiene una sentencia firme.
ARTICULO 49.-Las sentencias resolutorias de los recursos de apelación o
casación serán firmes desde el momento en que sean firmadas por todos los
que deban hacerlo. Las dictadas en primera instancia serían firmes una vez
transcurrido el término legal sin haberse interpuesto el recurso que la ley
autorice.
En la LPCALE
ARTÍCULO 155.- Se entienden por sentencias firmes, aquéllas contra las que
no cabe recurso alguno o no se ha establecido éste oportunamente por las
partes.
Los conflictos que surjan con motivo del ejercicio de la patria potestad cuando
la ejerzan ambos padres, los conflictos que surjan entre los cónyuges sobre la
administración y disfrute de los bienes comunes, las reclamaciones sobre
alimentos y las controversias que surjan entre partícipes en relación con la
administración y uso de la cosa común, que se tramitan todas por proceso
sumario (art. 358), son cuestiones que una vez resueltas y con fuerza de cosa
juzgada la decisión, pueden volverse a debatir en un futuro, siempre y cuando
cambien las condiciones que existieron al momento de su adopción.
Algo similar ocurre con las decisiones que se adoptan en el proceso de divorcio
con relación a la guarda y cuidado de los hijos menores y el régimen de
comunicación, que una vez decididas en el proceso de divorcio, pueden ser
conocidas en procesos posteriores, siempre que cambien las condiciones.
Existe una acepción de la cosa juzgada formal que es ajena a nuestra doctrina
y legislación, pero que es importante conocer, que le atribuye esta categoría
solo a las resoluciones que se dictan dentro de un mismo proceso, de tal suerte
que una vez impugnadas y decididas por el juez no las podrá desconocer en el
desarrollo posterior del asunto. Se trata de un efecto interno de las
resoluciones dictadas en un proceso. Según esta concepción la cosa juzgada
formal se produce en todas las resoluciones que se dictan en un proceso,
menos la última, mientras que la material la produce solo la sentencia final que
se pronuncia sobre el fondo del asunto (MONTERO AROCA). Esta doctrina tiene
respaldo normativo en la VLEC:
La cosa juzgada material es ese efecto perpetuo que adquiere lo resuelto por el
juez, razón por la cual COUTURE la denomina cosa juzgada sustancial, de tal
suerte que nunca más se podrá debatir en un proceso futuro lo ya resuelto.
Una de las dificultades expositivas que tiene este tema desde la teoría general
es que solo es posible apreciarlo cuando nos adentramos en el estudio de la
parte especial, y vemos concretamente en la ley cuales son aquellos procesos
que desde el momento en que la sentencia es firme se consolida para ella el
efecto de la cosa juzgada material.
ARTÍCULO 352.- Para que la presunción de cosa juzgada surta efecto en otro
proceso, es necesario que, entre el caso resuelto por la sentencia y aquel en
que ésta sea invocada, concurra la más perfecta identidad entre las cosas, las
causas, las personas de los litigantes y la calidad con que lo fueron.
El límite subjetivo queda claro, cuando se exige la identidad entre las personas
de los litigantes y su calidad, pero no ocurre lo mismo con el límite objetivo
cuando se alude de cosas y causas, aunque pudiera inferirse que se está
refiriendo a la pretensión.
Desde el punto de vista subjetivo la regla general es que la cosa juzgada solo
alcanza a los que han litigado, de tal suerte que quienes no han sido partes del
proceso no son afectados por ella. La regla general de esta exigencia está
referida a la necesidad de que sean las mismas personas las que intervienen
en ambos procesos, debiendo ser incluso idéntica la calidad en que intervienen
en ambos casos. La calidad está referida a la condición en la cual se
comparece en el proceso; no existe identidad si, compareciendo la misma
persona en un caso lo hace para reclamar un derecho propio, mientras que en
otro actúa como representante de un menor o de una persona jurídica. Aun
tratándose del mismo compareciente, ha cambiado la calidad (que más bien
debería llamarse cualidad) de la persona y por lo tanto no se da el requisito de
identidad exigido por la Ley, se trata de valorar que lo importante no es la
identidad subjetiva física sino la identidad subjetiva jurídica de quien
comparece al proceso (BARONA VILAR).
El medio que se diseña para eliminar la cosa juzgada y poder volver sobre lo
juzgado es la revisión.
Las causas que justifican esta vía excepcional están contenidas en el artículo
642, siendo todas de extrema excepcionalidad, lo que provocó que durante
muchos años el proceso de revisión fuera un rara avis en la práctica judicial
cubana, por la dificultad de calificar en algunos de los supuestos planteados
por la Ley. El Decreto Ley No. 241/06 modificó este artículo e introdujo un
nuevo supuesto que abrió las puertas de la revisión y provocó que bajo su
invocación se pudieran analizar nuevamente fallos firmes. Aunque el estado de
indefensión a que hace mención la nueva causal puede ser provocada tanto
por el propio órgano, como por la representación de la parte o por una causa
de tipo material que haya impedido el pleno ejercicio de los derechos, en la
práctica este motivo se ha identificado con el deficiente servicio de
representación del abogado, que con su actuar le provoca un perjuicio al
cliente.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
COUTURE, Eduardo; Fundamentos del Derecho Procesal Civil (Capítulo IV-El
proceso); Tercera edición (póstuma), Depalma, Buenos Aires, 1997
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo VI. El proceso
civil; Capítulo VII. La naturaleza jurídica del proceso; Capítulo VIII.
Clases de proceso; Capítulo IX. Efectos del proceso); Editorial Pueblo y
Educación, La Habana, 1985
MENDOZA DÍAZ, Juan; El Proceso Ordinario de Conocimiento. Actitudes del
Demandado, Editorial CIABO, La Habana, 2000.
I. Cuestiones generales
Veremos aquí una distinción entre principios del proceso y principios del
procedimiento, lo que obedece a la diferencia conceptual existente entre ambas
categorías. La acepción de procedimiento que manejamos aquí es la segunda
analizada, o sea, aquella que tiene que ver con las actuaciones que tienen
lugar dentro de un proceso, en sede judicial. Los principios del proceso son
aquellos de naturaleza raigal, orgánica, estructural, asociados a presupuestos
de política procesal, que determinan el mayor o menor nivel de garantías por el
que transcurrirá el conocimiento de un asunto; mientras que los principios del
procedimiento son de naturaleza técnica, formales, facilitadores de las maneras
de actuación, lo cual no disminuye su valor ni su influencia en el soporte
garantista, pero no lo tienen como cometido esencial.
La gran mayoría de los principios que estudiaremos se nos presentan como
binomios contradictorios, de tal suerte que cuando se incrementa la
preponderancia de uno en el proceso, es porque el otro ha cedido terreno.
En nuestro modelo procesal penal las pruebas se practican durante la fase del
juicio oral, donde prevalece el principio de contradicción, no así durante la fase
procedimental investigativa, en que al no estar presente el principio de
contradicción, no existe práctica de las pruebas, sino indagación, búsqueda de
elementos, interrogatorios a imputados, víctimas y testigos, pero sin
sometimiento a debate contradictorio, de tal suerte que lo que se logra no es un
resultado probatorio, sino indagatorio.
Por las razones antes expuestas resulta muy difícil definir el contenido del
derecho a la defensa, motivo por el cual esbozaremos solo algunas de las
cuestiones que consideramos que obligatoriamente no deben ser olvidadas en
este análisis y dentro de las cuales se hallan el derecho a la defensa material,
el derecho a la defensa técnica y el diseño de un adecuado catálogo de medios
de impugnación.
El derecho a la defensa material se extiende a la etapa del juicio oral, solo que
se combina con el derecho a la defensa técnica, que veremos más adelante,
para poder garantizar una marcha adecuada del acto de justicia conducido por
profesionales del derecho. La Instrucción No. 211/11 del CGTSP, que
establece la metodología para el juicio oral, abordó por primera vez en Cuba un
criterio de acercamiento espacial entre el imputado y su abogado, con lo cual
conspiran las salas de justicia del país, conformadas bajo el modelo que
heredamos del sistema español, en que al imputado le era asignado, con cierto
carácter despectivo el banquillo de los acusados, lo que impide que en el acto
del juicio oral se pueda lograr un acercamiento de la defensa material a la
técnica, colocando al imputado junto a su abogado defensor.
Este binomio es propio del proceso civil, ya que en el proceso penal tiene una
manifestación muy disminuida, apreciable solo en los delitos perseguibles a
instancia de parte (COUTURE). En tal sentido es menester destacar que
tradicionalmente el principio dispositivo era visto como la facultad de las partes
de manejar el proceso, tanto en cuanto al contenido del debate, como a su
impulso procesal, de tal suerte que al tribunal se reservaba una posición pasiva
en ambas direcciones. Se correspondía con el concepto de justicia rogada,
propia del influjo del derecho material que se reclamaba, de tal suerte que el
tribunal tenía vedado una posición activa, toda vez que el debate a resolver era
privado.
Hecha esta aclaración conceptual previa vemos cómo en el proceso civil ejerce
su señorío el principio dispositivo material, visto como el límite que se le
impone al juzgador de no rebasar el marco petitorio formulado por el actor. En
virtud de este principio es a la parte actora a quien le corresponde determinar el
marco de la decisión, contenido en la pretensión, y a la demandada solo si
reconviene. En su virtud el tribunal no puede rebasar el marco de la pretensión,
lo cual encuentra reflejo negativo en la LPCALE en una causal de casación,
que considera violatorio que el fallo no sea congruente con las pretensiones
oportunamente deducidas por las partes (arts. 630. 2 y 44).
La presencia del ministerio fiscal como único titular de la acción penal, que
impide que los ciudadanos puedan encargarse por ellos mismos de la
acusación, por la no existencia derechos subjetivos en el campo penal, provoca
que el fiscal no pueda hacer uso de ese derecho de manera discrecional, pues
estaría incorporando desbalances sociales ante la imposibilidad del perjudicado
de asumir la persecución penal.
Son principios aplicables tanto al proceso civil como al penal, pues como
veremos sirven para definir la posición del tribunal con relación a las partes y al
objeto del proceso, pero su aplicación fundamental y más generalizada es en el
proceso penal, por lo que nos concentraremos esencialmente en este campo.
d) el tribunal no extiende el juicio más allá del hecho justiciable o hechos con él
conexos, según la acusación se los haya sometido, para evitar que respecto a
los no comprendidos en la acusación se pueda proceder de oficio, con
vulneración de lo que es la piedra angular de todo el sistema;
e) que el tribunal al dictar sentencia no esté limitado por las peticiones concretas o
pretensiones jurídicas de la acusación, pudiendo sacar todas las
consecuencias punitivas que corresponden a los hechos justiciables previstos
en las leyes penales. La prohibición de sentenciar ultra petita en el proceso
penal sólo se refiere al hecho, pudiendo el tribunal sacar todas las
consecuencias que correspondan a su punición (MARTÍNEZ ARRIETA).
La segunda etapa o segundo momento, conocida como etapa del juicio oral,
está regida por los postulados del principio acusatorio, presentándose una
absoluta contradicción entre partes, bajo la conducción imparcial del juzgador
quien presencia el debate bajo el imperio de la oralidad, publicidad e
inmediación, principios que contribuyen a lograr la mayor efectividad del
acusatorio.
La doctrina coincide en marcar los puntos actuales del debate en los siguientes
particulares (BERZOSA):
De los tres aspectos que estamos estudiando dentro del principio acusatorio,
este punto es el que reviste mayor complejidad de análisis pues está referido a
la posibilidad de movimiento que puede tener el órgano jurisdiccional con
relación al contenido de los hechos y la calificación que ha sido servida por el
órgano que presenta la acusación, que es lo que se conoce como correlación
imputación sentencia.
Dijimos al inicio que los principios inquisitivo y acusatorio tenían una presencia
más aguzada en el proceso penal, lo que justifica que nos detuviéramos más
en su estudio en este campo. En los procesos no penales ambos principios
tienen igual vigencia, solo que el legislador los acomoda a la naturaleza del
derecho material que se aplica a la controversia. Las normas procesales
dirigidas a resolver conflictos civiles refuerzan la presencia del principio
acusatorio y en tal sentido el tribunal tiene limitada su actuación en materia de
iniciación sin acción, aportación de pruebas y solución conforme a lo pedido por
las partes. Ahora bien, en los procesos que se han desprendido del civil, como
los relativos a las relaciones familiares, o los que resuelven conflictos
medioambientales, se refuerza la vigencia del principio inquisitivo y el tribunal
adquiere un mayor protagonismo en materia probatoria y de libertad en cuanto
a fallar sin sujeción estricta a las reglas de congruencia con la pretensión.
No requiere prueba el derecho alegado por las partes, pues ya dejamos dicho
que en este campo opera el axioma iura novit curia, que parte del entendido de
que el juez conoce el derecho y está en el deber de aplicarlo, incluso sin haber
sido alegado por las partes. SENTÍS MELENDO se divertía con la admonición que
el juez hace al abogado empeñado en leerle a los jueces la ley que invoca:
¡Abogado, pasad a los hechos; la Corte sabe el derecho!
La introducción de los hechos que serán la base del debate, pasa aquí por la
determinación de quien tiene la responsabilidad y también la posibilidad de
aportar los elementos de prueba encaminados a demostrar la ocurrencia de
dichos hechos. El dilema se nos presenta bajo un binomio dialécticamente
relacionado y que se denomina aportación-investigación oficial, conocidos
también como presentación por las partes-investigación judicial (WYNESS).
ARTÍCULO 244.- A cada parte incumbe probar los hechos que afirme y los que
oponga a los alegados por las otras, así como la vigencia del derecho
extranjero cuya aplicación reclame.
Carece de interés el análisis sobre cuál de los dos principios es el que impera
durante la fase investigativa, toda vez que en esta etapa del proceso hay un
predominio del principio inquisitivo, en la que no estamos en presencia de una
verdadera actividad probatoria en sentido estricto, o sea, una actividad que
pueda servir de fundamento para la decisión que debe pronunciarse en la
sentencia, pues es preparatoria del juicio oral. Durante la primera etapa se
deben realizar aquellos actos de preparación encaminados a proporcionar a las
partes las fuentes de prueba que serán utilizadas en el acto del juicio oral. En la
etapa sumarial estamos en presencia de una función averiguadora, no
verificadora, propia del proceso probatorio; la averiguación trata de encontrar
en las fuentes de prueba, justamente los medios de prueba que se utilizarán en
la etapa probatoria del juicio oral para arribar a una conclusión sobre lo ocurrido
(SENTÍS MELENDO).
Estos principios son los que siguen en el iter lógico del procedimiento
probatorio, pues una vez determinado el objeto de la prueba y definido quien
tiene la responsabilidad de aportar los medios para corroborar dicho objeto, se
impone dilucidar mediante qué reglas o principios se valorarán dichas pruebas.
Se trata de esa fase del proceso que SENTÍS MELENDO denominó la etapa
decisiva y concluyente del itinerario probatorio.
Los ancianos deben ser más creídos que los mancebos, porque vieron más y
pasaron más las cosas.
El hidalgo debe ser creído más que el villano, pues parece que guardará más
de caer en vergüenza por sí, y por su linaje.
El rico debe ser más creído que el pobre, pues el pobre puede mentir por
codicia o por promesa.
Debe ser más creído el varón que la mujer, porque tienen el seso más cierto y
más firme.
Dos testigos idóneos hacen plena prueba que obliga al juez.
Si se trata de probar la falsedad de un instrumento privado, se requieren dos
testigos.
Si la falsedad se encuentra en instrumento público no alcanzan dos, sino que
requieren cuatro.
En los pleitos sobre testamentos se requieren siete testigos, y ocho si el
testador fuese ciego.
Este sistema que obedecía a la realidad económica y social para el cual rigió
fue cediendo lugar al método de valoración libre en poder del juez, aunque en
los ordenamientos procesales civiles actuales perduran determinadas reglas de
valoración de tipo legal, que se ajustan a las exigencias de los tiempos
modernos, desprovistas ya de los prejuicios clasistas o sexistas. La presencia
de la prueba lega actualmente obedece a conveniencias del tráfico jurídico, por
lo se admite que determinado acuerdos adquieran un valor preordenado de
certeza probatoria, como ocurre con las manifestaciones y pactos plasmados
en un instrumento público notarial. Sobre este particular refiere MONTERO
AROCA que las partes de una relación material pueden incluso evitar que sea
necesario el proceso, pues conocen de antemano cual será el resultado
probatorio, pero si llegan al proceso impiden conclusiones probatorias
absurdas, siempre posibles en manos de los jueces, pues ya el valor probatorio
del acto por ellos realizado la ley se lo otorgó de antemano.
Nuestra norma procesal utiliza la expresión prueba plena para definir tres
medios probatorios, que son la prueba de confesión judicial:
Dice MONTERO AROCA que las reglas de la sana crítica son máximas de la
experiencia judicial, en el sentido de que se trata de máximas que deben
integrar la experiencia de la vida del juez y que este debe aplicar a la hora de
determinar el valor probatorio de cada una de las fuentes-medios de prueba.
Estas máximas no pueden ser codificadas, pero han de hacerse constar en la
motivación de la sentencia, pues solo así podrá quedar excluida la
discrecionalidad y podrá ser objeto de control por la vía de los recursos.
A pesar del trecho recorrido desde que la doctrina italiana inició a principios del
pasado siglo el análisis sobre la colocación conceptual de las providencias
cautelares hasta nuestros días, aún no existe una posición común sobre la
naturaleza jurídica del régimen cautelar.
Contrario a lo que ocurrió con los principales temas teóricos del Derecho
Procesal Civil, la doctrina alemana no avanzó mucho en el estudio de las
medidas cautelares, las que no fueron vistas como una categoría propia, sino
que la consideraron un apéndice de la ejecución forzada, colocadas frente a
éste en la misma posición de accesoriedad en que los procedimientos
probatorios se encuentran con relación al proceso de cognición (CALAMANDREI).
El más completo análisis de la doctrina clásica italiana sobre este tema se debe
a CALAMANDREI, en su Introducción al estudio de las providencias cautelares.
Para el continuador de la obra de los grandes maestros fundadores, las
providencias cautelares no pueden ser consideradas como una especie de
tertium genus entre la cognición y la ejecución, sino que por su fisonomía
procesal propia constituyen la conclusión de un proceso separado, que es el
proceso cautelar. Las providencias cautelares son, al igual que las definitivas,
decisiones sobre el mérito; solo que en el caso que se analiza se pronuncian
sobre el fundamento de la acción cautelar, por lo que es un mérito distinto al
que sirve de fundamento a las providencias definitivas.
5.2. Instrumentalidad
El término fue propuesto por CALAMANDREI, quien dejó sentado desde un inicio
que estaba abierto a que fuera sustituido por otra expresión que pudiera
describir mejor la noción de dependencia del régimen cautelar a la existencia
de un proceso principal donde se debatiera el derecho de fondo. No obstante
su responso sobre la felicidad del término utilizado, es lo cierto que trascendió y
la doctrina lo asimiló sin reparos, razón por la cual nuevamente viene en
nuestro auxilio el trazado doctrinal del maestro florentino, quien dejó sentado
que el carácter instrumental de las medidas cautelares constituía justamente la
nota verdaderamente típica que las caracterizaba. Destaca el procesalista que
ellas nunca constituyen un fin en sí mismas, ya que están preordenadas a la
emanación de una ulterior decisión definitiva, al resultado práctico de las cuales
aseguran preventivamente. La expresión marcará, decía, su efímero ciclo vital.
5.3. Jurisdiccionalidad
5.4. Provisionalidad
Se dice que las medidas cautelares no tienen una vocación de perdurar, pues
se adoptan para garantizar el cumplimiento de una sentencia posterior o para
evitar un daño inminente vinculado a la tramitación de un proceso y por esa
razón no se constituyen como un título definitivo, sino con vigencia solo
mientras perduren los presupuestos que dieron lugar a su adopción.
Esta característica es la que posibilita que una medida cautelar pueda ser
adoptada y luego revocada o habiendo sido denegada una vez, pueda ser
adoptada en un momento posterior del proceso.
5.5. Variabilidad
5.6. Proporcionalidad
Los primeros principios en este ámbito son los referidos a dilucidar la disyuntiva
de permitir o no que una vez juzgado un caso se pueda producir una revisión
integral del mismo por un tribunal superior o si esa revisión sólo está limitada a
cuestiones esenciales de Derecho. En dependencia de la fórmula que se
adopte es que se puede hablar de principios del juzgamiento en única o en
doble instancia.
6.2. El agravio
A pesar de la aceptación doctrinal generalizada del agravio como elemento
esencial del derecho a recurrir, la normativa cubana no lo tiene explícitamente
reflejado, aunque en el ordenamiento procesal civil puede interpretarse su
exigencia de lo regulado en el artículo 605 de la LPCALE, que deja claro que
ninguna resolución judicial podrá ser revocada por motivos de forma a menos
que la omisión o defectos padecidos hayan podido causar un real estado de
indefensión. En este artículo se deja sentado que los quebrantamientos
formales no tienen la relevancia suficiente para producir la revocación de una
decisión, por lo que la parte tiene la carga de fundamentar en su solicitud que
la violación cometida le produce un determinado perjuicio y que este tiene la
suficiente relevancia, lo que en la terminología jurisprudencial cubana se
denomina como que el defecto formal trasciende al fallo.
Por su parte el recurso de súplica se inscribe dentro del tipo que la doctrina
alemana denominó en su día como remedio procesal, y va dirigido a combatir
resoluciones de naturaleza interlocutoria, como las providencias y los autos y
tienen en la mayoría de los casos una función propedéutica, o sea, preparatoria
del recurso que en su día podrá establecerse contra la resolución definitiva. El
recurso de súplica tiene un efecto no devolutivo, con el que se identifica aquel
tipo de impugnación en la cual es el propio órgano que dictó la resolución,
quien resuelve el recurso, a diferencia del recurso de efecto devolutivo, en el
que el conocimiento y solución corresponde a un órgano superior, como la
apelación y la casación.
Este principio está encaminado a lograr que las partes se sientan seguras al
momento de interponer el recurso, sabiendo que dicha actuación no implicará
en ningún caso un empeoramiento de su situación en el proceso, pues el
tribunal ad quem no podría, en virtud del imperio de esta prohibición,
sobrepasar el límite que ha sido fijado por la resolución combatida,
proporcionando lo que gráficamente se ha denominado como tranquilidad para
recurrir.
Otro elemento que queda fuera del alcance de la norma, con trascendencia en
la actividad jurisdiccional, es si el principio ampara solo al imputado u opera
vinculado a la igualdad procesal, para ambas partes por igual.
MAIER basa su criterio en que el proceso penal no puede ser visto como el
típico proceso de partes del Derecho Privado, por lo que no opera para él las
reglas de la autonomía de voluntad que son típicas del proceso civil, razón por
la cual el imputado no puede disponer íntegramente de su condena, ni aún en
vía recursiva; esto motiva que el Derecho procesal penal aprovecha todas las
oportunidades posibles para intentar la corrección de vicios o errores que
puedan afectar al imputado, de forma tal que incluso en aquellos casos en que
sea solo el fiscal quien recurre, el tribunal tiene libertad e incluso la obligación
de alterar los límites fijados por el recurrente, siempre que dicha modificación
beneficie la situación del imputado.
Ahora bien, una vez que comenzó el proceso se perfilan dos modelos de
impulso de las actuaciones, ya sea a cargo de las partes o del propio órgano
jurisdiccional, que nos permite identificar a los principios de impulso procesal
de oficio y dispositivo procesal.
No obstante lo antes dicho en todos los procesos hay siempre presencia del
principio de preclusión, pues incluso en los que opera la unidad de audiencia,
una vez terminada ésta, es imposible retroceder, toda vez que el fin de la
preclusión en cualquier modalidad procesal es garantizar que el avance hacia
adelante en búsqueda de la sentencia.
Los principios relativos a las formas son los que tienen que ver con el medio
que utiliza la autoridad actuante o el tribunal para imponerse o conocer de las
diferentes actuaciones que se practican durante el proceso.
Bajo la denominación genérica de juicio oral, la LPP define las actuaciones que
se realizan desde el momento en que presentadas las conclusiones
acusatorias por el fiscal, el tribunal estima que están completas y emite una
manifestación de voluntad mediante la cual declara abierta la causa a juicio oral
(art. 281). De lo anterior se evidencia que existe un conjunto de actuaciones
que no son orales y que abarcan la notificación de las conclusiones al acusado
o a su abogado, la revisión del expediente por parte del abogado, la
presentación de sus conclusiones provisionales, la decisión del tribunal
admitiendo o desestimando las pruebas propuestas, la eventual protesta sobre
las pruebas no admitidas, el señalamiento para la celebración del juicio, etc.; la
fase verdaderamente oral comienza con lo que con exactitud se denomina
como acto del juicio oral, en la cual prevalece el principio de oralidad en la
práctica de los diferentes medios de prueba, salvo determinadas excepciones.
Estos principios operan para todos los órdenes procesales, pero tienen una
influencia esencial en el proceso penal, por el compromiso que tienen en el
respeto y garantía de los derechos fundamentales, debido a la necesaria
compatibilidad que en ocasiones debe lograrse entre el derecho a la
información de partes y ciudadanos, y las conveniencias de la investigación o el
respeto a los derechos de las víctimas o perjudicados.
En la etapa del juicio oral no existe reserva para las partes, pues el imputado y
su defensor tienen el derecho a poseer un conocimiento completo de todo lo
que se pretenda incorporar al proceso, razón por la cual MONTERO AROCA es de
la opinión de que el derecho a la información de las partes no integra los
principios de publicidad y reserva, sino que debe ser estudiado como parte del
derecho a la defensa, y no le falta razón al profesor de Valencia en su
consideración.
Con este aspecto ocurre algo similar a lo ya apuntado, en el sentido de que los
procesos penales son los que atraen la mayor cantidad de dificultades a la hora
de analizar estos principios, por el interés informativo que de ordinario
despierta este tipo de asuntos, a diferencia de los conflictos que se generan en
el plano civil o familiar. La LTP lo refleja en su artículo 2.g), como un principio
general del orden jurisdiccional.
La LPP en su artículo 305 postula, como regla general, la publicidad del acto
del juicio oral, regulando las excepciones que pueden darse en aquellos casos
en que por razones de seguridad estatal, de moralidad, orden público o el
respeto debido a la persona ofendida por el delito o a sus familiares, aconseje
que el acto debe celebre a puertas cerradas. La decisión sobre la publicidad o
no del juicio oral es una facultad que le asiste al Presidente del Tribunal, quien
debe consignar en acta las razones de su determinación y se adopta el mismo
día del juicio, previo a su inicio. En igual sentido se pronuncia la LPCALE en su
artículo 115, donde dispone que las diligencias de prueba, vistas y demás actos
se practiquen en audiencia pública, excepto que por razones de moral, orden
público o interés general, el tribunal disponga lo contrario; marcada
singularidad para los procesos familiares, ha distinguido la Instrucción No.
216/12, que estipula la celebración de las comparecencias a puertas cerradas.
Nuestras leyes procesales guardan silencio con relación al acceso de los
medios de difusión a los actos de justicia, lo cual es un mal que caracteriza a
muchos de los ordenamientos de nuestro Continente, que no dejan definido en
la propia norma procesal, como parte del principio de publicidad, el criterio
determinante a seguir sobre este particular, lo cual queda en poder entonces
de la decisión que se adopte puntualmente por la autoridad y la preponderancia
que los medios masivos de difusión tengan en cada país. Lo cierto es que
tradicionalmente los medios de difusión han servido para gestar estados de
opinión sobre la posible culpabilidad de un imputado, convirtiéndose en un
poderoso factor de influencia que atenta contra la independencia e
imparcialidad de los jueces.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
FERNÁNDEZ PEREIRA, Julio A.; “Los principios del Derecho Procesal Penal”. En:
AAVV; Temas para el estudio del Derecho Procesal Penal, primera
parte, editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo X. Los principios
técnicos configurativos del proceso civil); Editorial Pueblo y Educación,
La Habana, 1985
MENDOZA DÍAZ, JUAN; “Principios del Proceso Penal”. En: AAVV; Temas para el
estudio del Derecho Procesal Penal, primera parte, editorial Félix Varela,
La Habana, 2006.
PRIETO MORALES, Aldo; Derecho Procesal Penal, I Parte, ediciones ENSPES,
La Habana, 1982.
I. EL ÓRGANO JURISDICCIONAL
La otra posición, que será la que utilizaremos en este trabajo y que es más
restrictiva, estudia solo a los sujetos de la relación procesal, lo que limita el
análisis al tribunal y a las partes.
Recordemos que la relación jurídica procesal es la que define la naturaleza del
proceso, como una relación pública, que adquiere ese carácter por la
intervención del Estado a través de los órganos judiciales, cuya misión
constitucional es la de administrar justicia en los diferentes ámbitos del
Derecho.
A efectos de lo que nos interesa en este análisis nos saltamos las etapas
precedentes, e identificamos la promulgación de la Ley No. 1250 de 23 de junio
de 1973, como el momento que marca el inicio de la judicatura cubana
contemporánea, al crear el sistema de tribunales populares, con la participación
de los jueces legos. Esta Ley no era exclusiva de la actividad judicial, sino que
constituía a su vez la norma regulatoria de la Fiscalía y de la Abogacía.
En el TSP existen seis salas de justicia, que son la Sala de los Delitos contra la
Seguridad del Estado, la Sala de lo Penal, la Sala de lo Civil y lo Administrativo,
la Sala de lo Económico, la Sala de lo Laboral y la Sala de lo Militar. Esta
distribución se replica, mutatis mutandi, al nivel de los tribunales provinciales,
excepto la Sala de lo Militar, que no existe al nivel provincial. Al nivel municipal,
si las exigencias del trabajo lo demanda, a partir de la población del municipio,
pueden crearse secciones, las que abarcan la materia penal, familiar, la civil y
la laboral.
Al nivel del TSP las salas de justicia se integran indistintamente por tres jueces
profesionales y dos legos o por dos jueces profesionales y un lego. En los
tribunales provinciales las salas de justicia se integran indistintamente por tres
jueces profesionales y dos legos o por un juez profesional y dos legos. El
Reglamento de la Ley es el que establece los casos en que las salas se
constituyen de forma ampliada o reducida, en base a la naturaleza de los
asuntos a conocer.
Los jueces de todos los niveles son electos por las asambleas
correspondientes. La elección de los jueces del TSP está a cargo de la
Asamblea Nacional del Poder Popular, mientras que las asambleas
provinciales eligen a los jueces provinciales y municipales de sus respectivos
territorios.
Esta categoría procesal es la que más confusión tiene con la jurisdicción, pero
no hay nada que la defina mejor que la conocida expresión de que la
competencia es la medida de la jurisdicción.
Nos resulta imposible en este trabajo abarcar todos los ámbitos competenciales
previstos en la LPCALE, relativos a los procesos administrativos, laboral y
económico, por lo que abordaremos solo lo referente al orden civil y familiar,
así como la competencia en el plano penal.
Otra cuestión a clarificar en este criterio atributivo son los términos inestimable
o indeterminable, que utiliza el numeral 1) del artículo 6. En ocasiones
erróneamente se identifican, pero se refieren a dos categorías distintas de
estimación, de tal suerte que inestimable es aquel bien cierto que resulta
imposible cuantificar su valor, pero que existe la percepción clara de que se
trata de un bien muy valioso. Por su parte, indeterminable se atribuye a
aquellos bienes que al momento de la demanda no es posible determinar su
valor, pero se precisará después. Un caso de bien inestimable puede ser una
pintura de un artista cubano de la plástica, que se pretenda reivindicar, pero no
posea en ese momento una determinación exacta del valor, en atención al
autor y dimensión de la obra, resulta claro que se trata de un bien valioso. Otro
caso puede ser que al momento de la demanda no resulte posible determinar
su valía, porque requiere de un proceso posterior de liquidación, como sucede
en las reclamaciones que pretendan la condena de frutos, intereses o daños,
en los que puede no ser posible fijar el monto, lo que se realizará en trámite de
ejecución de la sentencia, tal como dispone el artículo 147. En casos como el
descrito, en que se condene a la entrega de una cosecha de un producto
agrícola, el valor no será posible determinarlo hasta el momento en que se
vaya a ejecutar la sentencia; justamente para estos casos es que la LPCALE
prevé dentro del proceso de ejecución de sentencias, el incidente de
liquidación, que estipula el artículo 479, a fin de precisar el monto cierto de la
condena dispuesta por el tribunal en la sentencia.
En la parte especial del proceso civil se estudiarán las reglas que contiene el
referido artículo 11, pero es posible resumir aquí que las directrices van
encaminadas a favorecer el lugar de las obligaciones en las acciones
personales, el lugar de ubicación de los bienes en las acciones reales sobre
muebles e inmuebles y el domicilio del demandado, como regla más utilizada.
Estos tribunales poseen una vis atractiva para acarrear a su fuero tanto a los
militares que hayan cometido delitos, ya sean los propios previstos en la LPM,
como los delitos tipificados en el CP, así como a los civiles que hayan cometido
delitos conjuntamente con militares. La cuestión de competencia para el
conocimiento de estos casos puede ser planteada como una excepción por las
partes, ya en la fase jurisdiccional, mediante la figura conocida como de previo
y especial pronunciamiento, que recoge el artículo 290.1) de la LPP,
indebidamente denominada declinatoria de jurisdicción, pues realmente lo que
se está dilucidando es una cuestión de competencia. Cuando exista
desacuerdo entre tribunales populares y tribunales militares sobre el
conocimiento de un asunto, la cuestión de competencia será resuelta por el
CGTSP (art. 16),
Estas reglas han sufrido sucesivos cambios, pues originalmente los tribunales
municipales tenían su competencia reducida a los delitos con sanción que no
excediera el año de privación de libertad. En 1994 se aumentó su competencia
hasta tres años de privación de libertad y mediante el Decreto Ley No. 310/13
se aumentó hasta ocho años la competencia de estos tribunales. A partir de
esta última modificación los delitos para los que se prevé una sanción superior
a los ocho años se conocerán en única instancia por los tribunales provinciales
populares.
El criterio relativo a la naturaleza del delito, más que una regla de competencia
clásica es un criterio de reparto por especialización y está referido a los delitos
previstos en el Titulo I del CP, cuyo conocimiento se atribuye a las salas de los
Delitos contra la Seguridad del Estado de los tribunales provinciales, y un
control de casación en el TSP. Aquí la atribución no obedece a la cuantía de la
sanción a imponer, pues el conocimiento es exclusivo del nivel provincial, no
existen en estos delitos tribunales de conocimiento inferiores y superiores, ya
que estos delitos se juzgan en una instancia única.
Por su parte la conexidad objetiva se deriva del vínculo entre los hechos
delictivos perpetrados, en la que se inscriben los supuestos previstos en los
numerales 3 y 4 del artículo 13:
La Ley regula una fórmula que permite que un tribunal penal pueda extender su
ámbito competencial a temas que ordinariamente no le están atribuidos,
propios de otros órdenes normativos. El artículo 6 de la LPP, que regula esta
excepción, menciona las cuestiones civiles y administrativas, pero en realidad
es factible que se extienda a cualquier otra materia, como la familiar, laboral,
mercantil o económica.
Existen múltiples situaciones en las que se puede dar esta extensión, pero a
efectos ilustrativos de lo que estamos explicando podemos poner el ejemplo del
delito de Asesinato, previsto en el artículo 264.1) del CP, tipifica la conducta de
la persona que priva de la vida a un ascendiente o descendiente y puede darse
el caso de que el vínculo filial no esté acreditado documentalmente, por ser un
hijo no reconocido, en cuyo caso el tribunal penal se pronuncia sobre la
filiación, debiendo demostrarse ante él dicho vínculo parental, lo que permite
adoptar la decisión penal que corresponda, pero no implica que esta
determinación cobre fuerza vinculante en el tráfico jurídico de las relaciones de
familia. Lo mismo puede ocurrir en el campo administrativo con el delito de
Prevaricación, previsto en el artículo 136 del CP, que describe a la figura del
funcionario público que intencionalmente dicte resolución contraria a la ley,
pudiendo darse el caso de que el imputado alegue que no ostenta la condición
de funcionario porque no media nombramiento administrativo al respecto, en
cuyo caso puede el tribunal penal tomar conocimiento mediante los medios de
prueba previstos en la ley, de que la persona ocupaba la responsabilidad
propia de un funcionario, aunque no existiera el nombramiento oficial, lo que
permite la punición, sin que la decisión del tribunal penal tenga influencia
posterior en el campo administrativo.
1. Concepto
Por las razones antes dichas es que segmentaremos el estudio del tema para
verlo en cada uno de los ámbitos procesales.
Por la sinonimia que existe entre capacidad para ser parte y capacidad jurídica
civil, son las normas materiales las que la determinan. En tal sentido los
artículos 24 y 28.1 del CC definen el comienzo de la personalidad con la vida y
su extinción con la muerte, de lo que se deriva que las personas naturales
poseen capacidad para ser titulares de derechos y obligaciones desde su
nacimiento y por lo tanto pueden ser parte en los procesos civiles.
Tienen también capacidad para ser parte las personas jurídicas, que según el
CC incluye tanto al Estado, como a las empresas, las cooperativas, las
organizaciones de sociales y de masas, las sociedades constituidas de
conformidad con las leyes, las fundaciones, empresas no estatales y demás
entidades a las que la ley les confiere personalidad jurídica (art. 39.1 CC). En el
caso de las sociedades, es la propia ley y los documentos estatutarios o
reglamentarios, los que definen el alcance de la capacidad de las personas
jurídicas.
Amén del CC, en Cuba existen otras disposiciones que establecen los
requisitos necesarios para el reconocimiento de las diferentes formas que
puede adquirir la persona jurídica y prevalece como criterio predominante el de
la inscripción como requisito de carácter constitutivo, o sea, que no se
reconoce personalidad hasta que no se haya producido la inscripción en el
registro correspondiente (FERNÁNDEZ MARTÍNEZ).
2.2. Capacidad procesal
En el caso de las personas naturales la Ley establece que son capaces para
comparecer en el proceso aquellas que estén en pleno ejercicio de sus
derechos civiles (art. 63 LPCALE).
Al igual que para la capacidad jurídica general, es la Ley sustantiva civil la que
regula los casos en que se carece totalmente de capacidad de obrar o ésta se
encuentra restringida.
Por otra parte, la restricción de la capacidad está regulada para los casos de
los mayores de 10 años y que aún no han arribado a los 18, a quienes se les
reconoce la posibilidad exclusiva de disposición del estipendio del que sean
beneficiarios, así como la facultad de disponer libremente del salario que
reciban al arribar a la edad laboral, que, como se conoce, es un año anterior a
la mayoría de edad civil, o sea, la edad laboral se alcanza a los 17 años de
edad; están igualmente limitados en su capacidad de obrar los mayores que
padezcan alguna enfermedad o retraso mental, pero que esta limitación no los
prive totalmente de discernimiento, así como aquellas personas que presenten
algún impedimento físico que le imposibilite expresar su voluntad de modo
inequívoco (art. 30 CC).
Existe en el CF (art.3) una excepción a las reglas de capacidad de obrar
general que establece el CC, pues se le permite a la hembra mayor de 14 años
y al varón mayor de 16 comparecer ante los tribunales a fin de solicitar
autorización para contraer matrimonio en aquellos casos en que los obligados
por ley a dar el consentimiento se nieguen a hacerlo de manera injustificada.
2.3. La legitimación
Nuestra visión del tema es que la legitimación es el vínculo que se tiene con la
relación material que sirve de base a la reclamación, razón por la cual es una
cuestión de fondo, que debe ser decidida por los jueces al momento de dictar
sentencia. No obstante existe cierta valoración apriorística de la legitimación,
como la que vemos en la exigencia que impone el artículo 227 de la LPCALE a
las partes, de acompañar a sus escritos los documentos en que se funda el
derecho alegado, de tal suerte que si no se cumple el tribunal puede rechazar
la demanda. Pero es existen múltiples pretensiones que no están amparadas
documentalmente, y la sola afirmación inicial del derecho permite la apertura
del proceso y no es hasta el final que se puede determinar si el derecho le
asiste o no a quien lo afirma.
KISCH nos explicaba con claridad que los derechos tienen sus titulares, si
cambia el sujeto de los derechos o de los deberes, varía también el tenedor de
la facultad de poderlo exigir ante los tribunales. De ahí que el carácter se nos
presenta como la especial condición que debe tener una persona para poder
participar en un proceso determinado, especialmente cuando el derecho que se
reclama proviene de habérselo trasmitido otro y no ser quien comparece su
titular originario.
El carácter es entonces un tipo específico de legitimación, a la que se le
denomina derivada o indirecta, porque como ya se explicó, el derecho que se
reclama ha sido producto de una transmisión, o sea, no se pide un derecho que
es propio, en cuyo caso existiría una legitimación ordinaria, sino que se ha
adquirido dada una determinada cualidad o condición, la cual es necesario
demostrar para que se tenga por acreditado, a los efectos del proceso, el
carácter con el que se comparece.
Originalmente la abogacía no era una profesión, pero con el paso del tiempo
los abogados se fueron convirtiendo en una pieza indispensable en la
administración de justicia, en la medida en que las normas procesales se
fueron haciendo más exigentes en el cumplimiento de formalidades, y los
abogados recibieron la denominación de postulantes, o sea, los que ejercen la
postulación.
A partir de ese momento no era requisito estar inscripto en ningún colegio para
ejercer la abogacía, debiendo los juzgados y tribunales asumir las funciones
que venían realizando los colegios sobre el control de su membrecía.
Este modelo se mantuvo en la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1909 y fue el
que prevaleció esencialmente hasta la promulgación de la Ley de Organización
de Sistema Judicial en 1973, mediante la cual se creó la Fiscalía General de la
República como órgano independiente del sistema de los tribunales, bajo la
influencia de las corrientes del pensamiento jurídico proveniente de los países
del antiguo campo socialista europeo y particularmente de la Unión Soviética
(BODES TORRES).
Las funciones primordiales del fiscal en el proceso penal cubano son las de
controlar la fase preparatoria a cargo del instructor y ejercer la acción penal
ante el tribunal, una vez concluidas las investigaciones; la que ejerce
conjuntamente con la acción civil a favor de la víctima del delito. A esta tarea
fundamental se le adiciona también la de velar por la legalidad, misión que se
extiende al ámbito de toda la sociedad, pero que dentro del proceso tiene una
connotación particular, pues en este marco el fiscal se desdobla, pues al mismo
tiempo que parte procesal es observador del cumplimiento de la legalidad por
todos los intervinientes, incluido el propio tribunal.
Al igual que en proceso civil toda persona tiene la posibilidad de ser parte en el
proceso, ya sea como acusador particular o como querellante, pues pudo haber
sido perjudicada por el delito cometido o ser la destinataria de la calumnia o la
injuria, solo que si se trata de un menor o de una persona mayor incapacitada,
la representación debe asumirla quien por ley le está atribuida. O sea, en este
tema se deben cumplir las exigencias de capacidad para ser parte y capacidad
procesal, pudiendo completarse esta última con la figura del representante.
Las personas jurídicas que pueden ser sujeto de imputación son siempre no
estatales, entre las que se encuentran las cooperativas, las sociedades y
asociaciones, las fundaciones, y las empresas.
Si bien las categorías son asimilables a las ya estudiadas para el proceso civil,
existen múltiples elementos que dificultan una idéntica adaptación al proceso
penal, y complejizan su estudio.
FENECH nos coloca ante el caso de una persona que haya sufrido de un
trastorno mental transitorio, cuya condición lo hace inimputable materialmente,
pero es posible que la fiscalía no comparta esa posición y es el tribunal quien
debe declararlo y decidir lo procedente, razón por la cual estaríamos ante un
acusado que debe hacer valer en el juicio su falta de capacidad material en
cuyo caso se le exoneraría de responsabilidad.
A diferencia del proceso civil, en el penal la parte comparece no para hacer
valer su capacidad procesal o en caso de carecer de ella para suplirla con un
representante, sino para demostrar que carece de capacidad y por tanto no
responde penalmente del delito imputado.
LECTURAS RECOMENDADAS
BASICA
DÍAZ TENREIRO, Carlos; “Consideraciones sobre el concepto de legitimación”.
En: AAVV; Lecciones de Derecho Procesal Civil, Editorial Félix Varela,
La Habana, 2001
HERNÁNDEZ PÉREZ, Carmen; “Los sujetos del proceso civil. El órgano
jurisdiccional”. En: AAVV; Lecciones de Derecho Procesal Civil, editorial
Félix Varela, La Habana, 2001.
GOITE PIERRE, Mayda, con Juan MENDOZA DÍAZ; “Los sujetos de la relación
jurídico procesal”. En: AAVV; Temas para el estudio del Derecho
Procesal Penal, primera parte, editorial Félix Varela, La Habana, 2006.
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo XI. Los sujetos del
proceso civil: El órgano jurisdiccional; Capítulo XII. Los sujetos del
proceso civil: Las partes); Editorial Pueblo y Educación, La Habana,
1985
MENDOZA DÍAZ, Juan; El Proceso Ordinario de Conocimiento. Actitudes del
Demandado, Editorial CIABO, La Habana, 2000.
PRIETO MORALES, Aldo; Derecho Procesal Penal, I Parte (Capítulo IV. Los
sujetos de la relación jurídico-procesal); ediciones ENSPES, La Habana,
1982
RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Yumil, et. al; Los Tribunales en Cuba. Pasado y
actualidad; Editorial ONBC, La Habana, 2013
En busca de un sueño
partí con mi día.
En busca de un sueño
que no hay todavía.
Silvio Rodríguez
La teoría hace una distinción sobre determinados actos en los que quien los
genera tiene deliberadamente el propósito de que produzcan determinados
efectos, o sea, la voluntad aquí no es un elemento accesorio, sino totalmente
determinante; a este tipo especial de acto jurídico se le denomina negocio
jurídico, conocido también como acto jurídico en sentido propio o estricto,
término que produce confusión pues con frecuencia tiende a interpretarse como
una relación bilateral, propia de los contratos. Esta clasificación tiene mucha
relevancia en el campo del derecho privado, sirve para definir actos como el
testamento, en los que el testador con toda determinación está decidiendo el
destino de su patrimonio para después de su fallecimiento.
El acto jurídico procesal, o acto procesal simplemente, es aquel acto que crea,
modifica o extingue alguna de las relaciones jurídicas que componen la
institución procesal.
3.1. Sujetos
3.2. Objeto
3.3.Lugar
Desde el punto de vista doctrinal no se puede identificar sede con lugar donde
está ubicado físicamente el local del tribunal. Sede es un concepto más amplio,
que comprende la localidad o población en la que radica el órgano
jurisdiccional (ORTELLS RAMOS). Partiendo de lo anterior es factible que el
tribunal se pueda constituir en un lugar distinto del local físico donde radica,
pero sigue estando dentro de su sede.
El artículo 174 de la LPCALE dispone que en los casos en que el acto deba
realizarse en un lugar que esté fuera del ámbito de la competencia territorial del
órgano jurisdiccional que lo emitió, debe librarse el correspondiente despacho
al órgano judicial donde el acto deba ejecutarse, solicitando la correspondiente
colaboración, lo que tiene sustento en la obligación de auxilio judicial que
franquea el artículo 14 de la LTP.
Existe una excepción a esta regla en la LPP, que posibilita que el tribunal
pueda constituirse fuera del ámbito territorial de su competencia, a los efectos
de realizar el juicio oral, cuando el acusado esté imposibilitado, debiendo
notificar al tribunal del lugar esta determinación (art. 346.7).
3.4.Tiempo
De todas las exigencias que estamos analizando, el tiempo de los actos es tal
vez la más trascendente y la que mayor influye en la actuación de las partes.
LPP
ARTICULO 32.-Todos los días y horas son hábiles para las actuaciones
de la fase preparatoria del proceso.
Para las demás actuaciones son hábiles todos los días excepto los
declarados no laborables por la Ley. Para las propias actuaciones son
hábiles las horas comprendidas entre las siete de la mañana y las siete de la
noche.
No obstante, los Tribunales pueden habilitar días y horas inhábiles para
dichas actuaciones cuando fuere pertinente.
LPCALE
ARTÍCULO 99.- Son hábiles todos los días, excepto los domingos y los demás
declarados no laborables por la ley.
ARTÍCULO 100.- Se entienden horas hábiles las comprendidas entre las siete
de la mañana y las siete de la noche.
Debemos distinguir entre horas hábiles y horas laborables, pues por lo general
los tribunales trabajan en correspondencia con el horario que habitualmente se
acostumbra en el país, o sea, el comprendido, sin que sea exacto en todos los
lugares, entre las ocho de la mañana y las cinco de la tarde. Es por eso que el
artículo 114 de la LPCALE establece una fórmula de compatibilización de
horarios, disponiendo que cuando el acto a presentar por alguna de las partes
tiene vencimiento el propio día, dispondrá hasta las siete de la noche para
presentarlo ante el secretario del tribunal, lo que ordinario se verifica en el
domicilio de este funcionario.
Dentro de los plazos hay una distinción entre plazos propios y plazos
impropios. Se utiliza el primero para definir los plazos que la ley estable para
los actos de las partes, pues su incumplimiento traer aparejado un efecto
preclusivo, o sea, que la parte pierde la oportunidad procesal que tenía para
poder ejecutar el acto en cuestión. Existen determinados plazos cuyo
incumplimiento acarrea para las partes efectos catastróficos, como el que se
concede para interponer un recurso de apelación o casación contra la
sentencia que le resulta desfavorable, pues es una de las causas que provoca
la firmeza de la resolución judicial; la abogacía los denomina plazos fatales, por
la connotación que tiene su incumplimiento.
Por su parte los denominados plazos impropios son los atribuibles al tribunal,
cuyo efecto es meramente indicativo del tempo que debe seguir el juzgador,
pues su incumplimiento no repercute directamente en la marcha del asunto, ya
que no produce un efecto preclusivo del acto que debía realizarse, aunque
podría tener trascendencia extraprocesal para el juez en el plano
administrativo, cuando el incumplimiento de los plazos sea una actuación
reiterada.
Para el cómputo de los plazos procesales, o sea, para poder determinar
cuando comienza a cursar y cuando termina o vence, se utilizan las categorías
dies a quo y dies ad quem.
Dies a quo defina el día en que arranca el cómputo, que por lo general es el día
siguiente a aquel en que se le comunica a la parte el plazo, lo cual no tiene una
exposición general en las normas procesales, pero se infiere de lo dispuesto en
los artículos 52 de la LPP y 607 de la LPCALE, que dispone que en los casos
en que se haya solicitado aclaración de la sentencia, el plazo para interponer el
recurso comenzará a decursar a partir de día siguiente al de la notificación de
la decisión del tribunal sobre la aclaración solicitada (en estos artículos la LPP
define indebidamente como término, lo que la LPCALE nombra
adecuadamente como plazo).
Por su parte la expresión dies ad quem define el día en que vence el plazo
concedido por la ley para la realización del acto, para lo cual hay que tener en
cuenta lo ya expresado anteriormente en el sentido de que ese día el acto
puede verificarse antes de las siete de la noche ante el secretario.
3.5.Forma
Los actos pueden adquirir la forma oral o escrita, en correspondencia con los
principios que en este orden prevalezcan en el ordenamiento procesal en
cuestión. Por lo general el método escrito tiende a ser más riguroso en el
control de las formas que el oral, pues el juez tiene más tiempo para evaluar el
cumplimiento de las formalidades establecidas en la ley.
Son dos los criterios de clasificación de los actos que prevalecen en la doctrina.
Por una parte los que los clasifican en correspondencia con un criterio objetivo
o funcional, que obedece a la visión del procedimiento como una consecución
de actos. En base a este criterio, los actos se clasifican como actos procesales
de iniciación, de desarrollo y de conclusión o terminación (PALACIO).
Son actos de conclusión aquellos que tienen por objetivo dar fin al proceso, en
el que la sentencia es el acto típico de esta naturaleza. Existen formas
anormales de concluir el proceso, condicionadas por el allanamiento de la parte
demanda a la pretensión formulada, o el arribar las partes a una transacción, o
el desistimiento del actor, que tienen igualmente la naturaleza de actos de
conclusión.
Con el análisis de los actos del tribunal hemos llegado a puerto en esta
materia, pues constituyen los más importantes, ya que de ellos depende el
destino del proceso. El tribunal es quien admite o rechaza la promoción, es
quien decide sobre la admisión de pruebas, resuelve los recursos, dispone
medidas cautelares, y pone fin al proceso con su sentencia. Las partes tienen
en sus manos la iniciación del proceso, pero vencida esa etapa el órgano
asume la conducción y sus actos son los que van enrumbando el camino,
conduciendo la sinfonía por todos sus movimientos, hasta llegar al final.
Ahora bien, los actos procesales del tribunal de mayor relevancia son aquellos
que contienen una manifestación clara de voluntad y que se concretan
mediante resoluciones judiciales específicas que la ley identifica bajo los
nombres de providencias, autos y sentencias.
Por la importancia que tienen las sentencias, las leyes la revisten de un grupo
de reforzamientos, tanto en lo formal como en la manera de arribar al contenido
final de lo que se dirá.
Como es posible que alguno de los jueces mantenga una postura contraria a la
de la mayoría, las leyes le franquean la posibilidad de exteriorizar su criterio a
través de lo que se denomina voto particular (arts. 45 de la LPP y 128 de la
LPCALE), otros ordenamientos lo denominan voto disidente. El juez que se
aparta de la mayoría, siguiendo su propio criterio, debe exponer sus puntos de
discordia por escrito. El voto particular es un acto procesal disidente pero que
tiene una influencia en el proceso, pues aunque en nuestras normas tienen un
carácter reservado, en caso de recurso se eleva al tribunal superior
conjuntamente con las actuaciones, para que sea evaluado por el órgano de
control. En otros tiempos en que los votos disidentes eran del conocimiento
público, determinadas posturas de jueces del TSP eran estudiadas como
referentes teóricos a tener en cuenta por la doctrina científica.
a. Notificación.
b. Citación
c. Emplazamiento
El requerimiento es una orden del tribunal para que se realice una determinada
actividad, se interpreta como un mandato de naturaleza más conminativa.
Puede confundirse con el emplazamiento, ya que tanto en ambos el tribunal
pide de la parte la realización de una actividad determinada, pero en el caso del
requerimiento se realza el mandato, o sea, tiene una mayor fuerza encaminada
al logro de lo que se quiere.
Pasamos por alto lo relativo a la inexistencia de los actos procesales, pues por
la propia naturaleza pública del proceso, en que interviene el órgano
jurisdiccional y las partes, es imposible que se den verdaderamente los
ejemplos que se colocan de resoluciones dictadas por personal sin facultades
jurisdiccionales, o sentencias que establezcan una disposición imposible y
otros casos hipotéticos que la doctrina coloca para tratar de identificar posibles
situaciones de inexistencia del acto.
Antes de seguir avanzando hay que dejar claro que en materia procesal las
nulidades se relativizan, pues es muy difícil encontrar alguna causal de nulidad
que tenga la fortaleza de la nulidad absoluta propia del derecho privado,
esencialmente por dos razones, la primera es que la mayoría de las nulidades
son susceptibles de convalidación, pues la parte a quien afecta puede
consentirla, lo cual subsana el defecto; la segunda razón es que una vez
dictada la sentencia quedan convalidadas la gran mayoría de las situaciones
que pudieran provocar la nulidad, y las pocas que subsisten, recogidas como
causales para la revisión, tienen también una vocación de convalidación,
esencialmente por los plazos que establecen las normas para promover el
proceso de revisión. En material civil el artículo 645 limita a cuatro años
posteriores a la sentencia el tiempo para poder interponer el proceso de
revisión, lo que implica que pasado ese tiempo se produce una preclusión
perpetua sobre el tema y se convalida cualquier circunstancia precedente, con
la excepción muy específica a que hace mención el propio artículo de que el la
causa que motiva la revisión esté sujeta a una cuestión penal. En materia
penal, por su propia naturaleza, y por el interés del Estado en preservar los
derechos de los individuos, se suaviza el rigor del tiempo a favor del
sancionado, pudiendo establecerse la revisión en cualquier momento, pero en
el caso de que sea el fiscal el interesado, el artículo 457 le limita a dos años la
posibilidad de impugnar en revisión una sentencia absolutoria o pretender una
pena más severa, lo cual significa que pasado ese tiempo se convalida
cualquier motivo de nulidad que pueda haber existido en el proceso.
Ya dijimos que las nulidades absolutas no existen en el proceso, tal y como las
concibe el derecho civil, pero es posible identificar cierta gradación de las
mismas, de tal suerte que algunas revisten mayor trascendencia que otras, lo
cual está asociado al control que puede realizar el tribunal de oficio sobre
aquellas consideradas de mayor envergadura o trascendencia.
Dicho de otra manera, existen algunas causas de nulidad cuya denuncia está
condicionada exclusivamente a la voluntad de las partes, de tal suerte que si no
se reclama, se considera convalidada. Así lo deja claro el artículo 633 de la
LPCALE, que dispone que será condición esencial para la admisibilidad de un
recurso de casación fundado en las causales 11, 12 y 13 del artículo 630, que
se haya interesado la subsanación, agotando los recursos y otros medios
procesales que la ley autoriza para enmendarlo, pues en caso contrario no
procederá el recurso de casación interpuesto. En igual dirección se pronuncia
el artículo 62, relativo a la responsabilidad civil de jueces, fiscales y secretarios,
que condiciona la reclamación a que se hayan agotado en el proceso previo los
recursos legales contra la sentencia, o se hubieran reclamado oportunamente
contra los vicios de nulidad de que pudiera adolecer el acto dañoso, pues en
caso de no haberlo hecho no procede la solicitud de responsabilidad civil.
Existen otro tipo de nulidades a las que las normas tratan de privilegiar,
tampoco reguladas taxativamente, pero asociadas a criterios generales de
protección de los derechos de los justiciables y en evitación de que se puedan
producir decisiones injustas, las que pueden ser objeto de control de oficio por
el tribunal.
Cuando la nulidad es interesada por las partes, existen diferentes vías para
solicitarlo. La primera y más utilizada es a través de los recursos y del proceso
de revisión, en los que se pueden combatir una diversidad de situaciones una
de las cuales es la violación de garantías o derechos de las partes, que pueden
derivar en nulidad del acto viciado y de los que se le deriven.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
DÍAZ TENREIRO, Carlos; “Los actos procesales”. En: AAVV; Lecciones de
Derecho Procesal Civil, Editorial Félix Varela, La Habana, 2001
GRILLO LONGORIA, Rafael; Derecho Procesal Civil I, (Capítulo XII. Los actos
procesales); Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1985
PODETTI, Ramiro; Tratado de los actos procesales; Ediar, Buenos Aires, 1955
RIVERO GARCÍA, Danilo; Temas permanentes del Derecho Procesal y el
Derecho Penal (Las nulidades en la práctica procesal penal en Cuba);
Ediciones ONBC, La Habana, 2010
PARA SABER MÁS
DE PINA, Rafael con José Castillo Larrañaga; Instituciones de Derecho Procesal
Civil (Capítulo VI- Los hechos jurídicos procesales); Editorial América,
México, 1946
GOZAÍNI, Osvaldo; Elementos de Derecho Procesal Civil (Capítulo XI-Actos
procesales); Ediar, Buenos Aires, 2005
HINOJOSA SEGOVIA, Rafael con Julio MUERZA ESPARZA; “Los actos”, En: Derecho
Procesal Penal, Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 2003
PALACIO, Lino Enrique; Manual de Derecho Procesal Civil, decimosexta edición
actualizada (Capítulo XI y XII-Actos procesales), Abeledo-Perrot. Buenos
Aires, 2001
MORENO CATENA, Victor; “Los actos procesales”; En: AVV; Derecho Procesal,
Tomo I (volumen I), 5ta edición, Tirant lo Blanch, Valencia, 1990
MORÓN, Manuel; La nulidad en el proceso civil español; Editorial AHR,
Barcelona, 1957
ORTELLS RAMOS, Manuel; “Los actos procesales”, En: Derecho Jurisdiccional I,
parte general, Librería Bosch, Barcelona, 1989
ROCO, Ugo; Derecho Procesal Civil (Capítulo XVII-Los actos procesales de los
órganos jurisdiccionales y en particular de la sentencia); Segunda
Edición; Porrúa, México, 1944
CAPÍTULO IX: EL PROCEDIMIENTO ARBITRAL (1)
1. Introducción
1
La versión originaria de este trabajo fue elaborado de conjunto por Maerlia PÉREZ SILVEIRA y por mí, y
forma parte del libro El arbitraje interno e internacional en Latinoamérica, editado por la Universidad
Externado de Colombia en 2010, bajo la dirección de los profesores españoles Silvia Barona Vilar y
Carlos Esplugues Mota y la profesora colombiana Adriana Zapata de Arbeláez; Capitulo X. CUBA, pp.
hallamos fundamentalmente ante una figura jurisdiccional? o ¿existe un
equilibrio entre ambas características?
Una doctrina alemana actual, siguiendo la tradición existente en ese país desde
que se promulgó en 1879 el Código de Procedimiento Civil, que incluyó en su
articulado el arbitraje, considera que su naturaleza es eminentemente procesal,
por lo que la teoría le coloca al lado de la jurisdicción estatal, de la que
representa en cierto modo su alternativa (LEIBLE y LEHMANN).
335-369. Lo que aquí incorporamos tiene algunas matizaciones para acomodarlo a los objetivos del libro
y ajustarlo a los cambios legislativos que se han producido en el país en este campo.
Las fórmulas eclécticas son las que mayor nivel de aceptación han tenido, por
la confluencia que existen entre el origen y los límites que la voluntad impone
por una parte, con las vías y actuaciones que se suceden por la otra, unidos al
carácter coactivo de la decisión. Existe una expresión de una magistral
sencillez que trata de solucionar el diferendo concluyendo que el arbitraje es el
arbitraje y esa es su naturaleza jurídica, pues en él coexisten componentes
contractuales, jurisdiccionales y procesales (BARONA VILAR).
5. Régimen convencional
Siguiendo una cronología en orden a la incorporación del Estado cubano en los
textos internacionales que, de manera general o especial aluden al arbitraje,
vale mencionar al Código de Derecho Internacional Privado o Código
Bustamante, que en su artículo 432, se pronuncia respecto a la ejecución de
sentencias dictadas por tribunales extranjeros, especialmente en su Capítulo I
relativo a la materia civil, que regula el procedimiento para la ejecución y los
efectos de las sentencias extranjeras dictadas en arbitraje o por amigables
componedores.
El legislador interno realiza una mención especial a través del artículo 22 del
DL 250, cuando dispone que el tribunal arbitral decide en equidad, si las partes
en el conflicto lo han autorizado expresamente, de lo cual podemos derivar dos
ideas, en primer lugar que prima ante todo el arbitraje de derecho, y en
segundo lugar, que se admite la opción respecto a la actuación de los árbitros
en equidad, aunque dependiendo de la determinación que hagan
expresamente las partes.
7. El convenio arbitral
Del convenio arbitral deriva para las partes la obligación de someter al arbitraje
la solución de sus controversias, a la par que atribuye a los árbitros la facultad
de juzgarlos, quedando las partes vinculadas por el convenio adoptado, tanto
en la utilización de la vía arbitral como respecto al resultado que se deriva,
configurándose así el efecto positivo de dicha relación.
9. Los árbitros
11. Honorarios
La decisión de tramitar el asunto por la vía del abreviado es atributo del propio
tribunal arbitral, mientras que la de prolongar los plazos requiere de la
aprobación del Presidente de la Corte; decisión que carece de sentido práctico
y que se aleja de la primacía a la autonomía de la voluntad que caracteriza al
arbitraje, amén de ir en contra de la lógica. Cuando se acortan los plazos se
puede entender que se disminuye el contradictorio, no así cuando las partes
disponen de plazos más extendidos en cuyo caso se puede entender que se
amplían las posibilidades de defensa. No es muy razonable entonces que la
solución por la vía del abreviado pueda adoptarse autónomamente por las
partes y el tribunal arbitral, mientras que el alargamiento de los plazos requiera
de la autorización del Presidente de la Corte.
Con el propósito de fijar los puntos esenciales sobre los que se concentraría la
actuación del tribunal arbitral, la fórmula acogida por el legislador ha sido
establecer una comparecencia de las partes ante el tribunal arbitral, a la que le
denominó audiencia preliminar (art. 20), cuya convocatoria puede ser
postergada, si el tribunal lo decide o las partes lo solicitan. Su cometido es
precisar el objeto del proceso, categoría típica de la doctrina procesal judicial,
cuya interpretación en este supuesto se define como el contenido esencial de
los puntos controvertidos derivado de las alegaciones de las partes. En la
Audiencia Preliminar el tribunal arbitral podrá interesar de las partes que
aporten medios de pruebas adicionales a los que originalmente acompañaron a
la demanda y la contestación.
Otra importante novedad contenida en las normas que regulan la Corte Cubana
lo constituye la incorporación de la posibilidad de adoptar medidas cautelares
en el procedimiento arbitral, aunque su regulación se erige a partir de
diferentes artículos insertados en diversas normas (COBO ROURA). No obstante
al merecido elogio, la regulación no está exenta de dificultades interpretativas.
Según las Reglas de Procedimiento (art. 36), el arbitraje iniciado ante la Corte
puede terminar de forma anómala en varios supuestos, a saber, por
desistimiento de la parte demandante, por la falta de presupuestos para que el
tribunal pueda conocer y fallar el asunto cuando el procedimiento se paraliza
por más de tres meses, por inactividad de la parte demandante y cuando la
parte demandada no subsana los defectos que el tribunal le señala a la
demanda al momento de su presentación.
Por su parte, los autos son resoluciones de un amplio espectro; que tienen
como elemento identificador común que no resuelven el fondo del asunto.
Mediante este se dispone la terminación del procedimiento en los casos de
culminación anómala a que se hizo referencia en el epígrafe precedente.
Adquieren también la forma de autos las aclaraciones o subsanaciones que el
tribunal hace del laudo.
La regla general del arbitraje es que los laudos no son recurribles, lo que evita
la prolongación de los procedimientos y constituye uno de los principios
esenciales de esta vía de solución de controversias, que es la celeridad.
Los cambios sucedidos en la economía cubana a partir de los años noventa del
pasado Siglo, tanto en el orden interno como internacional incluyó, entre otros,
la necesidad de promover e impulsar la inversión de capital extranjero en el
país y ampliar las posibilidades en cuanto a formas y áreas de inversión. Tales
fundamentos justificaron la promulgación de la Ley 77 de 5 de septiembre de
1995, de la Inversión Extranjera, en interés de proveer de una mayor amplitud y
flexibilidad a las inversiones, así como de mayores garantías y seguridad tanto
a los inversionistas como a las inversiones en el país, quedando derogado el
Decreto-Ley Nro. 50 de 15 de febrero de 1982.
LECTURAS RECOMENDADAS
BÁSICA
COBO ROURA, Narciso; “Las nuevas Reglas de Procedimiento de la Corte
Cubana de Arbitraje Comercial en Cuba”, en Memorias del II Congreso
Internacional de Derecho Procesal, La Habana, abril 2009 (versión
digital)
DÁVALOS FERNÁNDEZ, Rodolfo; Fronteras y Contratos (Derecho aplicable al
contrato internacional), Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2005;
___________“El arbitraje comercial internacional en Cuba”, en Revista de la
Corte Española de Arbitraje, núm. 2005, pp. 11-44;
__________ Derecho internacional privado. Parte General, Primera Parte,
Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana, La Habana, 1992
MERCHÁN ALVAREZ, Antonio; El arbitraje, estudio histórico jurídico; Utrera,
Sevilla, 1981
PÉREZ SILVEIRA, Maelia; “Aproximación al sistema de competencia judicial
internacional en Cuba”, en Revista elDial, Suplemento de Derecho
Internacional Privado y de la Integración, No. 24 de octubre de 2006,
www.eldial.com