Fantasmas PDF
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DE LA NUEVA ESPAÑA
Discursos y representaciones políticas y
sociales de las apariciones de ultratumba
en documentos novohispanos
de los siglos XVI y XVII
3
Universidad de Guanajuato
Rector General
Dr. Luis Felipe Guerrero Agripino
Secretario General
Dr. Héctor Efraín Rodríguez de la Rosa
Secretario Académico
Dr. Sergio Antonio Silva Muñoz
Campus Guanajuato
Rectora
Dra. Teresita de Jesús Rendón Huerta Barrera
Secretaria Académica
Dra. Claudia Gutiérrez Padilla
Director de la División
de Ciencias Sociales y Humanidades
Dr. César Federico Macías Cervantes
Introducción 17
Primera parte
Hacia una arqueología de los temores 41
Capítulo 1. El fantasma griego 45
1.1. Primera teoría: falta de exequias dignas 48
1.2. Segunda teoría: sentimientos que atan 55
1.3. Tercera teoría: el permiso y la fuga 57
Capítulo 2. Historias romanas de fantasmas 67
2.1. Entre manes, lares, lémures y larvas 68
2.2. El fantasma romano en tres ejemplos
de literatura ficcional, epistolar e historiográfica 79
Segunda parte
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá 127
Capítulo 1. Imaginario espectral mesoamericano 131
1.1. Tonalli, teyolia e ihiyotl 134
1.2. Las cihuateteo: diosas y difuntas 141
1.3. Las fantasmas de Sahagún 147
Tercera parte
Fantasmas y aparecidos europeos
en la Nueva España después de Trento 201
Capítulo 1. Ortodoxia cultural en las apariciones laicas 211
1.1. Un asunto de hombres 213
1.2. Soberbias y de poca sujeción:
mujeres laicas y apariciones 232
Conclusiones 363
Fuentes 381
Repositorios documentales 381
Fuentes primarias 382
Fuentes secundarias 395
Para Aló-Aló, misteriosa
felina cazafantasmas.
…sintió cómo se desprendió del cuerpo y fue con su
misma figura rumbo a un río muy grande con aguas
revueltas y terrosas. Ahí estaba el perro que había
corrido de su casa muchas veces, flaco y hambriento.
[...] “Perro —le dijo— mi cuerpo se enfría, llévame
al otro lado porque soy muerta”. El perro la miró
despectivamente y le dijo: “[...] No te puedo llevar,
fuiste mala conmigo, te quedas aquí a vagar por tu barrio,
a caminar por las chinampas, alma en pena serás”.
[ 17 ]
Fantasmas de la Nueva España
1
Mario Bunge, Las pseudociencias, ¡Vaya timo!, p. 125.
2
Benito Jerónimo Feijóo, Teatro crítico universal, t. VI, Discurso décimo, § I, p. 330.
18
Introducción
3
Lucero de Vivanco Roca Rey, “El saber de los fantasmas: Imaginarios y ficción”,
p. 218.
4
Rosa Camelo y José Rubén Romero en Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva
España e islas de Tierra Firme, cap. LXVII, nota 8, p. 564.
19
Fantasmas de la Nueva España
5
Lucero de Vivanco Roca Rey, “El saber de los fantasmas: Imaginarios y ficción”, p. 219.
20
Introducción
6
Parte que a su recensionista, Julia Pavón Benito, de la Universidad de Navarra, in-
serta en trabajos más duros de historia institucional, le parece “quizá y en apariencia de
poco interés” en comparación con los apartados previos sobre la normativa canónica y
las normas jurídicas (fueros, reglamentaciones, compilaciones) con respecto a la muerte
21
Fantasmas de la Nueva España
( Julia Pavón Benito, Reseña de Guiance, Ariel, Los discursos sobre la muerte en la Castilla
medieval (siglos VII-XV), p. 409).
22
Introducción
7
Marcia Trejo, Fantasmario mexicano, p. 6.
8
Marcia Trejo, Fantasmario mexicano, p. 6.
23
Fantasmas de la Nueva España
9
En esto he seguido de lejos los problemas propuestos por R.C. Finucane orientán-
dolos hacia el objeto novohispano y renunciando a su postura de creyente en dichos
fenómenos (R.C. Finucane, Ghosts: Apereances of the Dead & Cultural Transformation, p. 1).
24
Introducción
10
Umberto Eco, La estructura ausente, pp. 61-71.
25
Fantasmas de la Nueva España
11
Umberto Eco, La estructura ausente, pp. 60 y 174.
26
Introducción
12
“Historia”, “Relato” y “Narración” en Valentín Anders, Diccionario etimológico español
en línea. Consultado el 12 de mayo de 2010 en http://etimologias.dechile.net.
27
Fantasmas de la Nueva España
13
Pedro Azara, La imagen y el olvido, p. 243.
14
Maurizio Ferraris, La imaginación, pp. 52-53.
28
Introducción
que una fantasma era enviada por un dios bien podía ser expresión de la
voluntad de los olímpicos y similares, pero no se descartaba la posibilidad
de que lo fuera también de un difunto.
Semejante a esta última acepción era el término latino spectrum, del
verbo specere, observar, mirar, en tanto medio para realizar una observa-
ción acerca del mundo objetivo.15 Como puede notarse, a diferencia del
fantasma como engaño de los sentidos, entre los romanos el espectro era
algo que de verdad se veía, aunque no necesariamente se supiera lo que
era. Tenía un referente real, pero de origen desconocido. De esta mane-
ra, como traducción del término griego fantasma, dentro del cristianismo
medieval la palabra spectrum creaba una idea ambigua. Al menos para los
intelectuales de la época, esta palabra se refería a un engaño de los sen-
tidos provocado por factores diversos o bien la percepción de algo real,
pero de naturaleza tan evidentemente superior al entendimiento huma-
no, que ni siquiera valía la pena especular al respecto. Tomando esto en
consideración, en el siglo xvii Pierre Le Loyer estableció la diferencia
entre dichos vocablos considerando al fantasma “propiamente hablan-
do” como “…una imagen falsa, vana y proveniente de sentidos corruptos
[…] una cosa inanimada y pura ilusión, y como tal, sin ninguna volun-
tad”, mientras que el espectro era verdadera imagen “de una substancia
sin cuerpo que se presenta sensiblemente a los hombres contra el orden
de la naturaleza y les provoca espanto”.16
Pese a la popularidad actual de los términos arriba mencionados,
probablemente el concepto más importante de todos para compren-
der el fenómeno que nos interesa en la Nueva España es el de alma o
ánima. Como tal, el latín ánima (de la raíz indoeuropea an(u)-, respi-
ración) fue originalmente para los romanos la respiración, y luego
15
Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española, p. 273.
16
“… une imagination fausse, vaine & provenante des senses corrompus […] une chose inanimée
& pure illusion, & comme telle n´a aucune volonté”, mientras que el espectro era verdadera imagen
“d´une substance sans corps, qui se presente sensiblement aux hommes contre l´ordre de nature, &
leur donne frayeur” (Pierre Le Loyer, Discours et histoires des spectres, visions et apparitions des
esprits ..., lib. I, cap. 1, pp. 2-3.
29
Fantasmas de la Nueva España
17
Nicola Abbagnano, Diccionario de filosofía, p. 918.
18
Aristóteles, Acerca del Alma, lib. II, cap. II, p. 174.
19
Como ocurre tras la muerte de Héctor en Homero, La Ilíada, rapsodia XXII, p. 279.
20
Homero, La Odisea, rapsodia XXIV, p. 244.
21
Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española, p. 274.
30
Introducción
22
San Agustín, Naturaleza y origen del alma, lib. 4, cap. XXII, § 36, pp. 757-758.
23
Según Santo Tomás de Aquino: “Atribuir alma a Dios se hace por semejanza con el
acto. Porque al querer algo nosotros, lo queremos por nuestra alma; de ahí que se diga
que algo complace el alma de Dios porque es conforme a su voluntad” (Santo Tomás de
Aquino, Suma de teología, I, C.3, a. 2, p. 115).
24
Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, I, C.50, a. 1-4, pp. 499-508.
31
Fantasmas de la Nueva España
25
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, p. 16 y 87; cfr. Rainer W.
Klein, Espíritus, fantasmas y otras apariciones, pp. 18 y 20.
32
Introducción
26
Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, p. 39.
27
Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, p. 33.
28
Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, p. 20.
33
Fantasmas de la Nueva España
29
Carmelo Lisón Tolosana, La santa compaña, p. 58.
34
Introducción
30
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 59.
31
Diego Valadés, Retórica cristiana, 3a. pte., III, p. 313.
35
Fantasmas de la Nueva España
mismo, eran perseguidos por las autoridades cuando salían a la luz pú-
blica, a veces incluso por medio de la maquinaria inquisitorial.
Con excepción de estos últimos, y pese a no formar parte de coleccio-
nes sino encontrarse vinculadas más bien utilitariamente a las historias
de la Conquista y colonización, de la evangelización y de las órdenes re-
ligiosas, por motivos prácticos a lo largo de este trabajo denominaremos
exempla a todas estas narraciones, pues, al margen del tipo de fuente de
donde se tomaran o que las hubieran inspirado, de sus objetivos más in-
mediatos y de la forma que revistan, en los textos novohispanos todas
ellas conllevaron siempre una enseñanza y un núcleo religioso que les
daba sentido, los cuales les permitían ser vistas como espejos de una con-
ducta esperada en las diversas situaciones que presentan.
De hecho, los exempla podían ser abordados desde múltiples pers-
pectivas en función de características específicas que se quisieran desta-
car para cumplir su cometido. Al respecto, el franciscano Diego Valadés
afirmaba en el siglo xvi:
Por lo mismo, dentro de las historias que se servían de ellos, las funciones
de los exempla eran también múltiples, aunque rara vez podían encon-
trarse desvinculadas entre ellas como para decir que un exemplum servía
exclusivamente para algo. Estas funciones eran:
32
Diego Valadés, Retórica cristiana, 3a. pte., VI, p. 319.
36
Introducción
33
Hervé Martin, Le métier de prédicateur en France septentrionale à la fin du Moyen Age
1350-1520, pp. 499-512.
34
Diego Valadés, Retórica cristiana, 4a. pte., XXIII, p. 495.
37
Fantasmas de la Nueva España
35
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XVIII, p. 143.
38
Introducción
39
Primera
parte
[ 43 ]
El fantasma griego
Capítulo 1
El fantasma griego
1
Francisco Díez de Velasco, Los caminos de la muerte: religión, rito e iconografía del paso al
Más Allá en la Grecia Antigua. Consultado el 10 de junio de 2009 en http://www.lluisvives.
com/servlet/SirveObras/hist/01260529109030500770035/p0000010.htm#I_35_. Ver
también Gabriel Sopeña Genzor, “Mors, una imagen esquiva”, pp. 264-266.
45
Hacia una arqueología de los temores
46
El fantasma griego
47
Hacia una arqueología de los temores
2
Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, p. 8.
48
El fantasma griego
3
Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, p. 9.
4
Alan F. Seagal, Life After Death, p. 211.
5
Max Müller, Mitología egipcia, pp. 174-176.
6
Walter F. Otto, Los dioses de Grecia, p. 146.
49
Hacia una arqueología de los temores
Fig. 3. La idea del espectro como una sombra procede probablemente de las creencias egipcias,
de amplia raigambre en Grecia a través del contacto marítimo, pues en Egipto se aceptaba que
el ser humano estaba compuesto por un cuerpo físico y otros elementos espirituales de la per-
sonalidad, como el akh, el ba, el ka, el nombre (o ren) y la sombra (sheut), la última de las cuales
se asociaba al cadáver y permanecía, por ende, vinculada a la tumba pero con posibilidades de
abandonarla si era necesario. Sombra de Irinifer y su ba como un ave con cabeza humana. Pintura
de la cámara funeraria de Irinifer, en Tebas (Reino Nuevo).
50
El fantasma griego
En esta etapa la idea del Más Allá comienza a acusar un cierto grado de
intelectualización, y con ello la paz de los sepulcros se ve cambiada por
la idea de un colectivo clasista de difuntos que no aceptan entre ellos a
las sombras sin hogar. Por supuesto, el río al que se refiere Patroclo es el
Aqueronte, el cual había que cruzar para llegar al reino de Hades, pero
se trata de una época en la que el reciente edificio de la mitología toda-
vía no estaba amueblado del todo y no existían ni el personaje de Caron-
te, ni la barca que le serviría luego de transporte, mucho menos el óbolo
que el muerto debía llevar en la boca para pagar su pasaje al otro mundo.
De hecho, la primera aparición de Caronte de la que tenemos referencia
en el ámbito griego no aparece sino hasta cerca del año 470 en el poema
épico Miníada, atribuido a Pródico de Focea, que luego fue recreado por
Polignoto de Tasos en una pintura del Pórtico de los Cnidios en Delfos
en donde el barquero aparece con figura de anciano.8
7
Homero, La Ilíada, rapsodia XXIII, p. 284.
8
Pausanias, Descripción de Grecia, lib. X, cap. 28, § 1-2, p. 429.
51
Hacia una arqueología de los temores
Ahora te suplico, por tus deudos lejanos, por tu esposa, por tu padre, que te
crió desde niño, por Telémaco, tu único hijo […] no te marches sin llorarme
y enterrarme para que no concite sobre ti la cólera de los Dioses. Me quema-
rás con todas mis armas y alzarás a la orilla del mar espumoso el túmulo de
tu desdichado compañero. Cumple todo esto para que se me recuerde en lo
futuro...10
En una época en la que el temor más grande de los guerreros era ser aver-
gonzados delante de sus pares,11 la intimidación que Elpénor pretendía
realizar no consistía en una tremebunda promesa de aterrorizar a Odiseo
con su presencia hasta que cumpliera su deber, sino apenas en la muy ci-
vil promesa de levantar una queja ante los dioses para que fueran ellos
quienes lo obligaran a hacerlo. Inofensivos como eran (cabezas vanas,
como los llama Odiseo), los fantasmas de Homero no atemorizan ni mo-
lestan en demasía a hombres acostumbrados al peligro.
9
Homero, La Odisea, rapsodia XI, pp. 111-124.
10
Homero, La Odisea, rapsodia XI, p. 112.
11
R.C. Finucane, Ghosts: Apereances of the Dead & Cultural Transformation, p. 7.
52
El fantasma griego
Por lo demás, estos fantasmas no tenían nada que inspirara un miedo es-
tremecedor ni que impeliera a nadie a salir corriendo. Dentro de la tradi-
ción que nos ha llegado por escrito, entre los griegos la mayor parte del
tiempo los fantasmas de los difuntos no eran sino “sombras” que repro-
ducían su figura y sus rasgos (eídõla kamóntõn), y así son caracterizados
cuando Odiseo invoca a los muertos en el país de los cimerios ante un
surco lleno de sangre fresca, la única substancia que durante al menos
unos instantes les devolvía un poco de vitalidad y consciencia:
Después de invocar las legiones de los muertos, degollé las víctimas sobre la
fosa y corrió la sangre negra. Y las almas de los que ya no viven surgieron en
tropel del Erebo […] llegando por doquier al borde de las fosas y levantando
un inmenso clamoreo. Y me sobrecogió un terror pálido.12
12
Homero, La Odisea, rapsodia XI, p. 111.
53
Hacia una arqueología de los temores
13
Homero, La Odisea, rapsodia XI, p. 115.
14
Homero, La Ilíada, rapsodia XXIII, p. 284.
15
Juan Luis de León, La muerte y su imaginario en la historia de las religiones, p. 160.
16
Atenas, Museo Nacional 1942, pintor de Thanatos (ARV 1229, 27; Add 351); Riezler
1914, 30; Siebert 1979, 8; Peifer 1989, núm. 100; una escena con un personaje parecido en
54
El fantasma griego
2) Nueva York, Metropolitan Museum 07.286.42 del pintor de Aquiles (ARV 1001, 209; Add
313); Fairbanks 1914, 39. Referencias en Francisco Díez de Velasco, Los caminos de la muerte:
religión, rito e iconografía del paso al Más Allá en la Grecia antigua. Consultado el 10 de junio de
2009 en http://www.lluisvives.com/servlet/SirveObras/hist/01260529109030500770035/
p0000010.htm#I_35_.
55
Hacia una arqueología de los temores
Y ella, como muriese por las heridas, no dejó descansar en lo sucesivo a Pau-
sanias, sino que su fantasma se le aparecía de noche en sueños y le recitaba
airadamente este verso épico:
Dentro de ambas narraciones es el odio lo que hace que las almas per-
sigan a sus victimarios, pues si bien Cleónice no podía decir que había
sido asesinada por Pausanias, su muerte sí que era responsabilidad suya
por haberla llevado a la situación que le había causado la muerte, y por
el miedo y la humillación que la había hecho padecer antes de esto. Al
margen de ello, es cierto también que, en Grecia, la desmesura censura-
17
Plutarco, Cimón, en Vidas paralelas, t. V, § 1.7-8, pp. 154-155.
56
El fantasma griego
57
Hacia una arqueología de los temores
Fig. 5. Mapa que ilustra el inframundo grecorromano en la Época Clásica con las rutas de Odiseo
y de Eneas en sus visitas al Más Allá. Del otro lado de los ríos que guardaban el inframundo se
extendían los campos de asfódelos, en los cuales vagaban las almas hasta que después de un juicio
eran encausadas hacia el abismo del Tártaro, para sufrir las penas que merecieran sus delitos, o
los Campos Elíseos, para disfrutar de los productos de sus buenas acciones. Dibujo basado en
Carlos Parada, Greek Mitology.
58
El fantasma griego
18
Ángel María Garibay, Mitología griega, p. 170; cfr. Giovanni Filoramo, Diccionario Akal
de las religiones, p. 350.
19
Estrabón, Geografía, t. IV, VIII, 5.1, p. 114.
59
Hacia una arqueología de los temores
…el alma, abrumada con este peso, se ve arrastrada hacia este mundo visible
por el temor que tiene del mundo invisible, del infierno; y anda, como suele
decirse, errante por los cementerios alrededor de las tumbas, donde se han
visto fantasmas tenebrosos, como son los espectros de estas almas, que no
han abandonado el cuerpo del todo purificadas, sino reteniendo algo de esta
materia visible, que las hace aun a ellas visibles […] y es probable también
20
Robert Graves, Los mitos griegos, t. 1, p. 157.
21
Robert Graves, Los mitos griegos, t. 1, pp. 157-158.
60
El fantasma griego
que no sean las almas de los buenos, sino las de los malos, las que se vean obli-
gadas a andar errantes por estos sitios, donde llevan el castigo de su primera
vida, que ha sido mala…22
22
Platón, Fedón o del alma, en Diálogos, p. 405.
23
Pseudo Aristóteles en Paradoxógrafos griegos: rarezas y maravillas, § 101 (106), p. 227.
Los relatos maravillosos del Pseudo Aristóteles es una colección de Mirabilia de calidad y
origen diferentes de núcleo inicial procedente de la segunda mitad del siglo iii a.C. que para el
siglo ii a.C. ya circulaba bajo el nombre de Aristóteles. Alcanza acontecimientos y personajes
posteriores al siglo iv a.C., y por ello no se puede creer que sea de Aristóteles.
61
Hacia una arqueología de los temores
24
Robert Graves, Los mitos griegos, t.1, p. 123. Cfr. Robert Graves, Dioses y héroes de la
Antigua Grecia, p. 46.
25
Núria Baguena i Maranges, “La alimentación en la antigüa Roma”, p. 148.
26
Para detalles legendarios acerca de la muerte de Pitágoras por no atreverse a cruzar un
campo de habas ver Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, lib. VIII, § 39,
p. 432.
27
Pedro E. Marcos, Lo Curioso y lo Insólito. Consultado el 20 de enero de 2010 en http://
foro.univision.com/t5/Lo-Curioso-y-lo-Ins%C3%B3lito/Fantasmas-y-casas-encantadas-en-
la-Antig%C3%BCedad/m-p/73273459.
28
Plutarco, Dion, en Vidas paralelas, t. VII, § 2.4-5, p. 272.
62
El fantasma griego
Has de saber que la tercera noche a punto después que me llevó a su casa
Ariston, acercóseme un fantasma, en figura de él mismo, durmió conmigo y
púsome, después en la cabeza una guirnalda que llevaba [...] Como vio Aris-
ton cuánto me afirmaba en ello y cuán de veras se lo juraba, cayó en la cuenta
y persuadióse de que sería aquella cosa misteriosa y de orden sobrenatural,
a lo cual hubo dos motivos que mucho le inclinaron: uno, porque se veía
haber sido tomada la corona de aquel heroo30 que cerca de la puerta del patio
de nuestra casa está levantado en honor de Astrabaco; otro, que consultados
sobre el caso los adivinos, respondieron no haber sido otro el que vino a
verme que el mismo héroe Astrabaco.31
29
Georg Luck, Arcana mundi, p. 207.
30
Capilla o templo dedicado a algún héroe o semidiós pagano.
31
Heródoto, Los nueve libros de la historia, lib. 6, § LXIX, p. 277
63
Hacia una arqueología de los temores
parte espiritual y en parte material, y que ni siquiera era visto con los ojos
físicos, sino con los ojos del cuerpo astral, según el principio de que “lo
igual es percibido por lo igual”.32 Pero aunque dicha inmaterialidad pu-
diera impedir que los fantasmas fueran vistos físicamente, no tenía nada
en contra de las visiones en sueños, un medio ideal para que las manifes-
taciones de las almas llegaran hasta la mente de los hombres para hacer-
les saber sus deseos.
En aquellas lejanas épocas, los ensueños no eran considerados como
reelaboraciones mentales de información almacenada en la memoria en
función de las condiciones emocionales del soñador producidas en me-
dio de las actividades del sistema límbico,33 sino como ventanas abiertas
a realidades ajenas a la humana para su contacto con seres divinos o de-
moníacos, así como hacia lugares ocultos y tiempos distintos, de los que
procedían la videncia y la profecía.34
Un relato típico de manifestaciones oníricas de los fantasmas lo en-
contramos en el relato que ya hemos repasado acerca de la aparición de
Patroclo ante Aquiles, en donde el espectro luce igual que lo había he-
cho en vida, con la misma estatura y complexión, habla con la misma
voz y hasta se viste con las mismas ropas. Al final de su relato, al igual
que en el caso de Odiseo con su madre, cuando Aquiles intenta abrazar
a Patroclo, este se desbarata como una nube de humo entre sus brazos y
penetra con agudos chillidos a la tierra. El fantasma visto en sueños no
se juzgaba menos real que el contemplado con los ojos del cuerpo, ni era
menos comunicativo tal vez, aunque seguramente resultaba todavía más
fantasmal que este, puesto que ni siquiera en sueños tenía mayor consis-
tencia que el aire.
En este contexto, no es que durante sus apariciones los muertos “vol-
vieran” al mundo de los seres humanos: simplemente nunca habían
salido de ahí, solo habían cambiado de residencia. Y en un primer mo-
32
Georg Luck, Arcana mundi, p. 212.
33
Carl Sagan, Los dragones del Edén, pp. 131-158.
34
Raymond Bloch, La adivinación en la Antigüedad, pp. 25-28.
64
El fantasma griego
mento ni siquiera eso, pues, aunque —por supuesto— las diferentes tri-
bus tenían costumbres distintas, todo parece indicar que en los primeros
tiempos estaba muy extendida entre ellas la costumbre de realizar las in-
humaciones de los difuntos dentro de las casas familiares. Sin embargo,
con el paso del tiempo, al no considerarse limpio este contacto, se imple-
mentaron cementerios que se construían a lo largo de los caminos fuera
de las puertas de casi todas las ciudades.35 La costumbre de incinerar los
cadáveres deriva probablemente de la necesidad de deshacerse de ellos
en tiempos de guerras y de pestes, cuando su acumulación —y el con-
secuente aumento de efluvios que esto significaba— llegaba a ser peli-
grosa para los vivos.
Sin embargo, como hemos visto a lo largo de este apartado, dentro
de la religión griega esto último se explicaba de una manera distinta. Si-
guiendo a Walter Otto, a partir de la invasión dórica (c. 1150 a.C.), el
momento a partir del cual se vuelve un rito mortuorio común, la inci-
neración era el medio por el cual el espíritu se liberaba de sus cadenas
con este mundo destruyendo el cuerpo, y realizarla constituía un favor
y un honor para el muerto, ansioso de abandonar esta tierra y deshacer
la vinculación con su ambiente para buscar su nueva morada en el infra-
mundo.36 Así pues, entre los griegos no era el mero hecho de la muerte
lo que transformaba en “divinidad” al difunto, sino que antes era preci-
so darle los funerales apropiados, pero “en el caso de que se produjese
un olvido, una irregularidad, o que el difunto no fuera enterrado, este se
convertiría en un fantasma sin descanso hasta el día en que sus allegados
o parientes le hicieran justicia”.37
35
E. Ghul y W. Koner, Los griegos. Su vida y costumbres, p. 386.
36
Walter F. Otto, Los dioses de Grecia, p. 148.
37
Teresa Espinoza Martínez, “Una aproximación a las creencias populares de los romanos:
las Lemurias ¿respeto o temor?”, p. 258.
65
Capítulo 2
Historias romanas de fantasmas
E s muy posible que en tiempos muy antiguos, al igual que entre los
griegos, los enterramientos romanos se realizaran dentro de las casas
familiares o al menos en espacios públicos céntricos para seguir convi-
viendo con los difuntos, pero de la misma forma, a medida que la gente
se dio cuenta de la insalubridad que esto implicaba y la relación que es-
tableció entre la presencia de los muertos y las enfermedades que even-
tualmente significaban, fue necesario encontrar no solo una justificación
para deshacerse de ellos, sino también realizar actos de limpieza ritual,
puesto que la impureza provocada por el contacto con el cadáver era la
peor de todas y su mismo contacto dejaba contaminada y contaminante
a la familia. En Roma las relaciones de los vivos con los muertos mani-
fiestan una cierta desconfianza y bastante temor: se admira al difunto, se
le honra, pero en el fondo se le tiene miedo como causante de enferme-
dades. De esta manera, ya desde el siglo v a.C. la Ley de las doce tablas (c.
451-450 a.C.) establecía que no se realizaran enterramientos dentro de
la ciudad (tabla X), por lo cual los cementerios debían emplazarse fuera
de las poblaciones como lugares sagrados, parcialmente excluidos de la
vida cotidiana, pero —al mismo tiempo— al alcance de la mano para
facilitar prácticas piadosas como las visitas, ofrendas y oraciones.38 Esto
no siempre debe haber sido obedecido, de ahí que tal regla tuviera que
ser repetida de vez en cuando en diversos y sucesivos códigos.
Para el romano, haber exhalado el aliento vital (estar exánime) sig-
nificaba estar muerto; de ahí que se pensara que lo verdaderamente vi-
38
Ermo Quisbert, Las doce tablas, pp. 11-12.
[ 67 ]
Hacia una arqueología de los temores
39
Cicerón, Cuestiones tusculanas, vol. V, lib. I, p. 17.
40
Juan García Atienza, Leyendas mágicas de España, p. 188.
68
Historias romanas de fantasmas
41
San Agustín, La ciudad de Dios, lib. IX, cap. 11, p. 199.
42
Platón, Simposio (Banquete) o de la erótica, en Diálogos, p. 371.
43
Apuleyo, El dios de Sócrates, § 15, p. 79.
44
Francisco Sánchez de las Brozas. Minerva o de causis linguae latinae, lib. IV, 9.1. Consultado
el 12 de agosto de 2009 de http://iessapostol.juntaextremadura.net/latin/minerva/antifrasis.
html.
45
Julius Pokorny, Proto-Indo-European Etymological Dictionary, pp. 2065-2067. Consultado
el 12 de agosto de 2009 en http://dnghu.org/es/diccionario%20etimologico%20
indoeuropeo/.
69
Hacia una arqueología de los temores
Fig. 6. La abreviatura D.M. en la parte alta de esta estela funeraria significa Dis
Manibus, “A los Dioses Manes”, entendidos como espíritus de los muertos, que
fue usual en estos monumentos a partir del gobierno de Augusto. Inscripción
romana encontrada en Borriol. Museu de Castelló. CIL II2/14, 760.
Fig. 7. Reverso del Denario de L. Caesio (acuñado sobre el 112-111 a.C.) con
los lares praestites, a veces identificados como los espíritus de Rómulo y Remo,
acompañados de un perro.
70
Historias romanas de fantasmas
Entre todos los manes, los que tenían una conducta abiertamente positi-
va hacia sus parientes vivos eran denominados lares y se les consideraba
por ello guardianes protectores de la casa y la familia. Estos eran recor-
dados el día 21 de febrero, último día que se podía propiciar a los manes
en la fiesta de parentalia;46 y al día siguiente, en las fiestas de Caristia, de-
dicada a los parientes que se quieren bien (cari), se les ofrendaban plati-
tos con alimentos como gesto de aprecio. El desarrollo de la creencia en
estos seres, sin embargo, no es nada claro. Parece posible que antes de
ser exclusivamente bienhechores, en los lares se unía el recuerdo reve-
rente de los difuntos familiares enterrados (a veces bajo la propia choza)
al temor a los espíritus subterráneos y a los que frecuentaban las encru-
cijadas y los caminos.47 Esto último tendría relación con la diosa Tácita
celebrada en las mismas fechas, pues dentro de la mitología romana es-
tos frecuentadores de encrucijadas se identificarían en cierta forma con
sus hijos. Lara (“Habladora”, en griego) había sido una náyade a la que
Júpiter arrancó la lengua (convirtiéndola así en Dea Muta, silenciosa) y la
condenó a vivir en el Hades, a donde fue conducida por el psicopompo
Mercurio, lo cual da a entender que se trataba de un ser enmudecido por
la muerte. Sus hijos, los Lares, tenidos en el inframundo después de que
Mercurio la violara por el camino, debían ser también, por consiguiente,
espíritus de los muertos que se dedicaron desde entonces a deambular
por las encrucijadas importantes de Roma ahuyentando con su presen-
cia a los ladrones en compañía del “pelotón de Diana”, es decir, los perros
de la ciudad (Fig. 7).48 Estos eran los llamados lares praestites o públicos,
comunes a toda la ciudad y que tenían su templo al comienzo de la Vía
Sacra, pero junto a ellos estaban los “mil lares” tutelares de los que habla
Ovidio, que realizaban de noche las mismas funciones en ámbitos más
restringidos como eran las casas (lares familiares) y las encrucijadas en-
tre los pequeños dominios vecinos (lares compitales) para evitar que los
46
Ovidio, Fastos, lib. II, febrero 22, p. 165.
47
Jean Bayet, La religión romana, p. 75.
48
Ovidio, Fastos, lib. II, febrero 21, p. 165.
71
Hacia una arqueología de los temores
¿Acaso praestites significa “los que están delante” y conviene que quienes
están delante de una casa sean guardianes temibles para los extraños pero
benévolos y afables con quienes conviven, como lo es el perro? ¿O, más bien,
es verdad lo que algunos romanos dicen: que al igual que los filósofos de la
escuela de Crisipo creen que merodean espíritus malignos, de quienes los
dioses se sirven como ejecutores públicos para castigar a los hombres impíos
e injustos, así los Lares son también espíritus vengadores como las Furias,
protectores de vidas y casas?51
49
Ovidio, Fastos, lib. V, mayo 1, pp. 238-239.
50
Ovidio, Fastos, lib. V, mayo 1, p. 239.
51
Plutarco, Cuestiones romanas, cap. 51, pp. 60-61.
52
Para la época de San Agustín los lares domésticos (de domus, casa) eran Fórculo,
Limentino y Cardea, que protegían respectivamente las puertas, los umbrales y los quicios
(San Agustín, La ciudad de Dios, lib. IV, cap. VIII, p. 85).
53
Santiago Montero, “La religión romana durante la República”, p. 530.
72
Historias romanas de fantasmas
Aquí me tenéis, a mí, que era la mitad, la justa mitad de vuestros desvelos;
¡mirad cómo estoy, tan distinto de cómo era hace poco! Hace poco, si los
pájaros me hubiesen asignado el reino, yo hubiera podido ser el más grande
entre mi pueblo; ahora soy una sombra vana escapada de las llamas de la pira;
¡ésta es la imagen que ha quedado de aquel Remo que fui! […] Despiadado
Céler, ojalá rindas por herida tu alma cruel y desciendas a la tierra ensangren-
tada igual que yo.56
Molesto por no haber sido elegido por los augurios para ser rey de Roma,
y asesinado, además, por culpa de su propia envidia que lo empujara a
penetrar de manera burlona y desafiante en el cerco sagrado de la ciudad,
Remo era un muerto agitado y temible por su furia al que era necesario
aplacar, pero no necesariamente un espectro maligno.
La maldad era más bien propia de la última categoría manejada por los
romanos de la época imperial para referirse a los espíritus de los muertos: la
larva; pues, aunque en tiempos republicanos parecen haber sido más bien
54
Luciano, De luctu, citado por Fustel de Coulanges, La ciudad antigua, p. 28.
55
Ovidio, Fastos, lib. IV, abril 21, pp. 229-230.
56
Ovidio, Fastos, lib. V, mayo 9-13, p. 248.
73
Hacia una arqueología de los temores
genios no relacionados con los difuntos,57 dentro del imperio a veces se les
definía como idénticas a los manes y a veces como sinónimo de lémur en
los sentidos que aquí hemos dado. De esta manera, la forma en la que más
se les suele presentar en los textos que hablan de ellas en esta última épo-
ca es como entidades agresivas y dañosas que causan males en torno suyo
sin un motivo aparente.58 Se les consideraba almas de criminales, de sui-
cidas o, en general, de quienes habían tenido una existencia terrena digna
de castigo, vistas en un ambiente de piedad en el que se les imaginaba hu-
yendo de las penas del Más Allá, como lo había hecho Platón siglos antes.
La agresión de estas entidades no nada más era externa, sino que in-
cluso podían tomar posesión de los cuerpos de los vivos, a los cuales se
denominaba entonces larvados (larvati), empujándolos a paroxismos de
locura y epilepsia que debían ser conjurados con oraciones, ofrendas y
sacrificios propiciatorios mientras se paseaba al poseso alrededor de un
templo quemando antorchas de resina.59
Los romanos dieron a esos espíritus [las larvas], amén de un aspecto terro-
rífico, otro cómico. Se las representaba tanto como espectros de horribles
facciones, como esqueletos o maniquíes con los que se asustaba a los niños.
En tiempos de Séneca tenían forma esquelética, y el filósofo así lo expresaba:
“larvarum habitum nudis ossibus cohaerentium”. Imágenes de esqueletos bai-
lando grotescas y macabras danzas han sido halladas en muchos bajorrelieves,
como asimismo en lámparas sepulcrales, ánforas o vasos.60
57
Alejandra Guzmán Almagro, “Demonios, fantasmas y máscaras en la Antigüedad:
consideraciones sobre el término larva y sus significados”, p. 186.
58
Por ejemplo, Plotino, citado por San Agustín, La ciudad de Dios, lib. IX, cap. XI, p. 199.
59
Teresa Espinoza Martínez, “Una aproximación a las creencias populares de los romanos:
las Lemurias ¿respeto o temor?”, p. 258.
60
Teresa Espinoza Martínez, “Una aproximación a las creencias populares de los romanos:
las Lemurias ¿respeto o temor?”, p. 258.
74
Historias romanas de fantasmas
61
Alejandra Guzmán Almagro, “Demonios, fantasmas y máscaras en la Antigüedad:
consideraciones sobre el término larva y sus significados”, p. 194.
62
Gotthold Ephraim Lessing, How the Ancients Represented Death, p. 178 y ss.
63
Heródoto, Los nueve libros de la historia, lib. II, cap. LXXVIII, p. 82.
64
Petronio, El Satiricón, cap. XXXIV, p. 77.
75
Hacia una arqueología de los temores
…hubo una época, mientras [los romanos] libraban largas guerras con las
armas batalladoras, en la cual hicieron omisión de los días de los muertos. No
quedó esto impune, pues dice que, desde aquel mal agüero, Roma se calentó
con las piras de sus suburbios. Apenas puedo creerlo; dicen que nuestros
abuelos salieron de sus tumbas, quejándose en el transcurso de la noche si-
lenciosa. Dicen que una masa vacía de almas desfiguradas recorrió aullando
65
“Feralis” en Stephano Ximénez, Dictionarium manuale latino-hispanum ad usum puerorum,
p. 270.
66
Ovidio, Fastos, lib. II, febrero 21, pp. 162-163.
76
Historias romanas de fantasmas
las calles de la ciudad y los campos extensos. Después de ese suceso, se rea-
nudaron los honores olvidados de las tumbas, y hubo coto para los prodigios
y los funerales. 67
67
Ovidio, Fastos, lib. II, febrero 21, p. 163.
68
Ovidio, Fastos, lib. V, mayo 9, 11 y 13, pp. 247-248. “[Plótino] Dice que las almas de
los hombres son demonios, y que de hombres se hacen lares, si son de buen mérito, y si de
malo, lémures o larvas, y que cuando se ignora si tienen buenos o malos méritos, entonces se
denominan dioses Manes” (San Agustín, La ciudad de Dios, lib. IX, cap. 11, p. 199).
69
Ovidio, Fastos, lib. V, mayo 9, 11 y 13, pp. 247-249.
70
Santiago Montero, “La religión romana durante la República”, p. 530.
77
Hacia una arqueología de los temores
Esto lo dice nueve veces y no vuelve la vista, se estima que la sombra las re-
coge y está a nuestras espaldas sin que la vean. De nuevo toca el agua y hace
sonar bronces temeseos y ruega que salga la sombra de su casa; al haber dicho
nueve veces: “Salid manes de mis padres”, vuelve la vista y entiende que ha
realizado el ceremonial con pureza.71
71
Ovidio, Fastos, lib. V, mayo 9, 11 y 13, pp. 247-248.
72
Pancracio Celdrán, Creencias populares, p. 208.
73
Pline, Histoire Naturelle, t. I, lib. XVIII, cap. XXX, pp. 670-671.
78
Historias romanas de fantasmas
74
Para los romanos el Orco era una cavidad triste y sombría en el centro de la tierra donde
suponían que reposaban los muertos, aunque después de su contacto con la mitología griega,
el término fue usado como nombre alternativo de Plutón (Edward M. Berens, A Hand-Book
of Mythology. Myths and Legends of Ancient Greece and Rome, pp. 136-136; cfr. Pierre Grimal,
Diccionario de Mitología griega y romana, p. 389).
75
Plauto, La comedia del Fantasma, pp. 389-390.
79
Hacia una arqueología de los temores
76
Plinio, Cartas, lib. VII, carta XXVII, pp. 240-241.
80
Historias romanas de fantasmas
77
Traducción tomada de Francisco García Jurado, “Los cuentos de fantasmas: entre la
literatura antigua y el relato gótico”. Consultado el 7 de marzo de 2010 en http://www.
culturaspopulares.org/textos2/articulos/garciajurado.pdf .
81
Hacia una arqueología de los temores
En los dos casos arriba referidos, tanto Plauto como Plinio utilizan en
la caracterización del fenómeno fantasmal sendas variantes de la palabra
monstrum. Así, mientras Plauto pone en boca de Tranio “Quae hic mons-
tra fiunt anno vix possum eloqui” (“Las cosas portentosas que ocurren aquí
difícilmente podría contártelas en un año entero”) para referirse a las
apariciones fantasmales en la casa de Teoprópides, Plinio asegura que la
casa donde habitaba el espectro del anciano había quedado “totaque illi
monstro relicta”, es decir, “completamente a merced de aquel prodigio”.
Como puede notarse, monstrum (del latín monere, avisar o advertir)78
era originalmente un término del vocabulario religioso para referirse a
un prodigio que advertía acerca de la voluntad de los dioses y que no
consistía en meros engaños de los sentidos provocados por las grandes
divinidades del paganismo, sino en la presencia real del espíritu de un di-
funto (un deus él mismo) que advertía con ella su molestia hacia los seres
humanos debido a su muerte prematura y generalmente violenta. Es el
mismo Plinio quien usa el término Manes para indicar eufemísticamen-
te el tipo de presencia del que los ritos liberaron a la casa (“Domus postea
rite conditis manibus caruit”).
Como una forma de lo anterior, entre los textos romanos de tipo pre-
tendidamente historiográfico puede verse el relato de Suetonio (conteni-
do en Vida de los doce césares, c. 121 d.C.) acerca de los extraños incidentes
que rodearon la muerte del emperador Cayo Julio César Augusto Ger-
mánico, mejor conocido como Calígula.
De acuerdo con Suetonio, después del asesinato de Calígula (12-41
d.C.), y como parte de las precarias honras fúnebres que se le realizaron
en secreto chamuscando su cadáver en una pira improvisada, los solda-
dos encargados de esta tarea terminaron su cometido enterrándolo en los
Jardines Lamianos debajo de algunos puñados de césped mientras que
en la ciudad se sucedían los enfrentamientos y la confusión desencade-
nados como consecuencia del magnicidio.
78
Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española, p. 465.
82
Historias romanas de fantasmas
79
Suetonio, Los doce cesares, § LX, p. 197.
83
Capítulo 3
El mundo cristiano de ultratumba
80
Hay traducción al inglés con el título de Ghosts in the Middle Ages: The living and the Dead
in Medieval Society, la cual utilizaremos para este trabajo.
81
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 221.
82
El mismo Jesús, que compartía esta creencia, al decidirse a acudir a la tumba de su primo
Lázaro para resucitarlo, afirmó “Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarle” ( Jn
11.11). Acerca de la muerte como sueño en el cristianismo primitivo ver el esclarecedor
artículo de Philippe Ariès, “Un conception ancienne de l’au-delà”.
[ 85 ]
Hacia una arqueología de los temores
83
Objetos que se colocaban en el pectoral de los sacerdotes y servían para echar suertes y
discernir la voluntad de Dios (Isaac Asimov, Guía de la Biblia, vol. I, pp. 135-136).
86
El mundo cristiano de ultratumba
84
1Sam 28.13-14.
85
Para una discusión acerca de los engaños de los necrománticos en la Antigüedad ver
James George Frazer, El folklore en el Antiguo Testamento, pp. 396-397.
86
Azazel aparece en Levítico 16:8-10; Lilit, en Isaías 34.14; Asmodeo, en Tobías 6.14-17 y
7.2-3; y Baal, en múltiples sitios del Antiguo Testamento como en Jueces 2.11.
87
Hacia una arqueología de los temores
Fig. 8. El rey Saúl (vestido a la usanza medieval) cae por tierra tras consultar al espectro de
Samuel, representado como un difunto que emerge rígidamente de la tumba envuelto en un
sudario. Kayserchronik (Bavaria, c. 1375-1380). New York, Pierpont Morgan Library, MS
M769, fol. 172.
Para Robert Graves y Raphael Patai, es solo en este nuevo contexto que
dentro de las tradiciones rabínicas vamos a encontrar curiosas narracio-
nes acerca de muertos que deambulan por el paraíso caminando cabeza
abajo con las manos “como lo hacen todos los muertos” y se afirma que
si en algún momento hacen lo contrario es solo por órdenes de un rey,
por lo cual Samuel se muestra de pie ante Saúl. Es muy posible que la idea
de los muertos cabeza abajo tenga que ver con las ideas griegas acerca de
que los muertos pueden renacer como bebés, de lo cual se desprende la
postura prenatal.87
87
Robert Graves y Raphael Patai, Los mitos hebreos, pp. 90 y 92.
88
El mundo cristiano de ultratumba
He tenido una revelación furtiva, mis oídos han captado su susurro. Cuando
las visiones nocturnas provocan ansiedad, cuando los hombres se rinden al
sopor, fui presa de terror y agitación, que estremecieron todos mis huesos.
Se deslizó por mi rostro un viento que erizó el vello de mi cuerpo. Se alzó, no
reconocí su rostro, pero su imagen seguía ante mis ojos.89
Tales creencias acerca del Más Allá y las visiones de ultratumba relacio-
nadas con él y con la noche fueron siendo asimiladas paulatinamente
dentro del pensamiento hebreo, y ya para finales de la antigüedad pre-
cristiana tanto las ideas como el vocabulario griego al respecto aparecen
88
Jb 20.4-8. Hemos seguido en este caso la versión de la Biblia de Jerusalén de 1976, que
resulta más específica al respecto. La versión de 1999 dice: “Aunque su talla llegue al cielo y
su cabeza alcance las nubes, desaparece para siempre como estiércol, sus conocidos dicen:
‘¿Dónde está?’ Como sueño invisible se esfuma, como visión nocturna se disipa”.
89
Jb 4.14-16.
89
Hacia una arqueología de los temores
Cuando creían que se mantendrían ocultos con sus secretos pecados bajo el
oscuro velo del olvido, se vieron dispersos, presa de terrible espanto, sobre-
saltados por apariciones. El rincón que los escondía no los libraba del miedo,
pues también allí resonaban ruidos escalofriantes y se aparecían sombríos
fantasmas de rostros lúgubres.91
90
Sabiduría 17.14-15.
91
Sabiduría 17.3-4.
90
El mundo cristiano de ultratumba
Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: “¿Por qué
os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos
y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y
huesos como veis que yo tengo”.94
92
Para la época de Cristo los judíos habían adoptado la práctica, tanto griega como romana,
de dividir la noche en cuatro vigilias de aproximadamente tres horas cada una. Aunque estas
variaban a lo largo del año, la primera iba aproximadamente desde la puesta del sol hasta más
o menos las 21:00 h., la segunda arrancaba entonces y finalizaba a medianoche, la tercera
concluía a las 3:00 de la madrugada, y la cuarta iba desde las 3:00 de la madrugada hasta el
amanecer (Contando el tiempo en la Antigua Roma. Consultado el 12 de mayo de 2012 en
https://sites.google.com/site/dilucinum/home).
93
Mt 14.24-27.
94
Lc 24.36-39.
91
Hacia una arqueología de los temores
95
Lc 23.43.
92
El mundo cristiano de ultratumba
96
José Miguel Arráiz, “El Purgatorio, la Iglesia Primitiva y los Padres de la Iglesia”, en
Apologética católica. Consultado el 4 de julio de 2015 en http://www.apologeticacatolica.org/
Masalla/Masalla28.html#_ednref16.
97
San Agustín, On Care to Be Had for the Dead, § 18, p. 548.
93
Hacia una arqueología de los temores
supuesto, que, además, los muertos no podían estar presentes entre los
hombres. Pero entonces ¿cómo explicar las apariciones que tanta gente
afirmaba haber escuchado relatar a terceros o incluso haber experimen-
tado personalmente? Para el mismo San Agustín, que no dudaba de la
aparición post mortem del confesor Félix a los habitantes de Nola,98 no
podía simplemente argumentarse que todos los informes de aparicio-
nes fueran falsedades: “Si respondiéramos que estas cosas son falsas, es-
taríamos pensando impúdicamente al contradecir los escritos de ciertos
hombres de fe, y el sentir de aquellos que nos aseguran que tales cosas
les han ocurrido a ellos mismos”.99
Existían, por el contrario, algunas certezas derivadas de la Revelación
acerca de tales apariciones, y algunas conclusiones a las que se podía lle-
gar a través de ellas, como el hecho de que el alma manifestada en sueños
“o en alguna otra forma”100 como en estados de delirio o de letargo era
absolutamente inmaterial y lo que se creía percibir de ella era una mera
similitud del cuerpo, a veces afectada por las circunstancias de la muerte
(marcada por la violencia o la enfermedad) y a veces completamente ín-
tegra por la sencilla razón de que —a diferencia del cuerpo— el alma no
podía sufrir menoscabo. En el mismo sentido, si como toda persona me-
dianamente formada sabía, los vestidos no eran necesarios para el alma,
entonces era forzoso admitir que cuando durante una aparición el difunto
parecía ataviado de alguna manera, tales prendas eran solo una similitud
de ropas reales101 que, con fines de identificación, reproducían el aspecto
de las que gastaba en vida. Para la mayor parte de la gente de sociedades
preindustriales las prendas de vestir eran bienes difíciles de conseguir y
debían ser conservadas en uso el mayor tiempo posible, razón por la cual
muchas veces eran usadas para describir y reconocer a las personas que
las portaban, vivas o muertas.
98
San Agustín, On Care to Be Had for the Dead, § 19, p. 548.
99
Traducción libre del autor sobre San Agustín, On Care to Be Had for the Dead, § 12, p. 545.
100
San Agustín, On Care to Be Had for the Dead, § 12, p. 545.
101
San Agustín, Naturaleza y origen del alma, lib. 4, cap. XIX, § 29, p. 751.
94
El mundo cristiano de ultratumba
Que los muertos se aparezcan a los vivos de una u otra manera, sucede o por
una especial providencia divina, que dispone que las almas de los difuntos
intervengan en las cosas de los vivos, lo que constituye un milagro de Dios;
o porque estas apariciones se realizan por acciones de los ángeles, buenos o
102
Traducción libre del autor sobre San Agustín, On Care to Be Had for the Dead, § 12, p. 545.
103
San Agustín, On Care to Be Had for the Dead, § 21, p. 550.
95
Hacia una arqueología de los temores
malos, aun ignorándolo los muertos, como también los vivos se aparecen sin
saberlo a otros vivos mientras duermen…104
104
Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, 1a. pte., c. 89, art. 8.
105
Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio, pp. 9-14. Santo Tomás de Aquino
opinaba que al disolverse el vínculo de la carne que los mantenía juntos en vida, las almas,
96
El mundo cristiano de ultratumba
Conscientes de que no todas las personas eran tan malas como para
merecer sin más los castigos del infierno ni tan espiritualmente perfectas
que pudieran ganarse el cielo en un primer intento, rápidamente dentro
del cristianismo comenzó a barajarse un modelo tripartita con la posibi-
lidad de que aquellos que se encontraran en una situación intermedia tu-
vieran la opción de terminar de purificarse en el Más Allá. Solo así tiene
sentido que ya desde el siglo ii dentro del cristianismo haya testimonios
de las oraciones por los muertos, las cuales no tendrían ningún sentido
si se hubiera creído en su salvación o su condenación irremediables. Ter-
tuliano, a comienzos del siglo iii, habla de esto como de una tradición re-
cibida desde muy antiguo, mientras que San Cipriano, un poco después
dentro del mismo siglo, habla en sus textos acerca de un “reato de pena”
después de concedida la paz eclesiástica (la absolución) si la penitencia
que la precedió no había sido plena.
En consonancia con este modelo, poco a poco llegó a establecerse
también una división tripartita de la geografía del Más Allá, que ya para
la alta Edad Media estaba dividida en cielo, infierno y purgatorio, pero
incluso este purgatorio era todavía más una idea de clérigo y de letrado
que un lugar que pudiera ubicarse en el espacio, o que por lo menos no
tenía uno que fuera aceptado de manera unánime por la cristiandad. Por
lo mismo, su construcción no fue lineal ni estuvo exenta de trompicones,
y a fin de llegar a existir tuvo que ser moldeado durante siglos y sustituir
o engranarse con construcciones imaginarias sobre el Más Allá previa-
de acuerdo con una jerarquización según sus obras, obtienen inmediatamente el premio o el
castigo (Santo Tomás de Aquino, Suma de teología, III, c. 59. art. 5; comentarios al respecto en
Mario Pietrobelli, “¿Estado intermedio o resurrección en la hora de la muerte?”, pp. 298-301
y Cándido Pozo, Teología del Más Allá, p. 512-.), con lo que se apuntala la existencia de un
juicio particular tal y como se planteaba en la historia de Epulón y Lázaro de Lc 16.19-31, así
como en Fil 1: 20-24, 1Ts 4:17 y 2Co 5:6-8 opuestas a la doctrina de la retribución en juicio
universal de Ap 6:9 y ss., donde las almas de los mártires están aguardando el juicio universal
prometido en el futuro. También Tertuliano, San Ireneo, San Justino, San Cipriano y el Pastor
de Hermas hablan de una retribución inmediata después de la muerte (Cándido Pozo, Teología
del Más Allá, pp. 509-510).
97
Hacia una arqueología de los temores
106
En el libro apócrifo del Enoch etíopico, una obra compuesta por trozos de diversas épo-
cas entre el siglo iii y el i a.C., el arcángel Rafael le muestra al protagonista las moradas de las
almas de los muertos antes del Juicio Final colocadas al occidente en una montaña con cuatro
cavidades (El libro de Henoch, 1a. pte., cap. 22, pp. 49-51). Como conjunto de fragmentos de
diversos momentos históricos, presenta serias contradicciones internas. Así, en la segunda
parte, en lugar de poner sus lechos en una montaña, las habitaciones de los santos y las camas
de los justos son colocados en el cielo mismo (El libro de Henoch, 2a. pte., cap. 39, p. 65).
107
Apocalipsis de Esdras, cap. VI, 43-71, pp.101-106. San Ambrosio (Tréveris, h. 340-Milán,
397) en Del bien de la muerte, basándose en la autoridad de Esdras, aseguraba que las almas
residen en habitáculos en lo alto y son las habitaciones que sugirió el Señor al decir en Jn 14.2:
“En la casa de mi padre hay muchas moradas” (San Ambrosio, De bono mortis, cap. X, §45,
Col. 588).
108
Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio, p. 16.
98
El mundo cristiano de ultratumba
Debería ser evidente para cualquier hombre inteligente que haya alguna vez
oído acerca de los Campos Elíseos que hay un lugar determinado llamado
Seno de Abraham, y que está diseñado para la recepción de las almas de los
descendientes de Abraham, incluso de entre los gentiles (puesto que él es “el
padre de muchas naciones” que deben ser clasificadas como su familia).110
109
Tertulian, The Five Books Against Marcion, lib. 4, cap. 34, p. 406. cfr. T.S.R. Boase, “La
reina muerte. Agonía, juicio y recuerdo”, p. 234 y Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio,
pp. 52-64.
110
Traducción libre del autor sobre Tertuliano, The Five Books Against Marcion, lib. 4, cap.
34, p. 406.
99
Hacia una arqueología de los temores
111
Saint Augustin, The Enchiridion, cap. 109, p. 144.
112
José Miguel Arráiz, “El Purgatorio, la Iglesia Primitiva y los Padres de la Iglesia”, en
Apologética católica. Consultado el 4 de julio de 2015 en http://www.apologeticacatolica.org/
Masalla/Masalla28.html#_edn3; cfr. Cándido Pozo, Teología del Más Allá, pp. 240-254.
100
El mundo cristiano de ultratumba
Antes del juicio, existe un fuego purificador […] Esto puede ser de dos ma-
neras. Se puede considerar al fuego en sí y por sí como fuego natural; en
dicho caso naturalmente que no puede obrar sobre las almas. Pero también
se le puede considerar como instrumento de la justicia punitiva de Dios, que
exige que las almas, que por el pecado se apegaron a objetos sensibles, estos
mismos les sirvan de pena y castigo. Así como un instrumento no obra tan
solo por su propia fuerza, así no es contrario a la razón suponer que este fuego
material, al ser impulsado por un agente espiritual, actúe efectivamente sobre
las almas…114
113
Jaime Morera, Pinturas coloniales de ánimas del purgatorio, p. 135.
114
Gregorio Magno, Diálogos 4, 39, citado en Jaime Morera, Pinturas coloniales de ánimas
del purgatorio, p. 135.
101
Hacia una arqueología de los temores
a la existencia sobre la tierra como tiempo en que se deben sufrir las pe-
nitencias impuestas por las miserias de la vida, más que como un sitio
particular después de la muerte.115 De esta manera, como afirma Daniè-
lle Alexandre-Bidon:
Tan tardía fue su adopción decisiva, que todavía en el siglo xvii se creyó
necesario contar con trabajos como el de Martín Carrillo, Explicación de
la bula de los difuntos (1601), que citando la orden del Concilio de Trento
para justificar su publicación comenzaba su capitulado probando la exis-
tencia de este lugar a partir de textos bíblicos y diversas autoridades del
cristianismo, proseguía indicando su colocación bajo tierra, la forma en
la que el fuego castigaba en él a las almas, si estas podían presentarse ante
los vivos, etcétera, todo un despliegue de argumentos y erudición que
no habría sido necesario si esta tercera vía hubiera sido tan bien conoci-
da por la gente común como suponía el alegato de que era una creencia
sostenida desde siempre por la Iglesia. Resultaba también notable que
ahora se pensara en la necesidad de enseñar esto en castellano y no en
latín, acomodando exempla y “razones llanas” para el vulgo, pues —decía
el autor— su principal intento era aficionar el pueblo a que se acordara
de los difuntos y esto se conseguía mejor escribiendo en una lengua que
todos entendieran.117
115
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, lib. I, cap. 24, p. 58.
116
Danièlle Alexandre-Bidon, La Mort au Moyen Age XIIIe-XVI siécle, pp. 276-277 y 280-281.
117
Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos, en la qual se trata de las penas y
lugares del Purgatorio; y cómo pueden ser ayudadas las ánimas de los difuntos, con las oraciones y
sufragios de los vivos (en adelante Explicación de la bula de los difuntos…), Prólogo, pp. 18-19.
102
El mundo cristiano de ultratumba
Fig. 9. Desde sus primeras representaciones visuales, el castigo purgatorial fue infligido con fuego
purificador, aunque en ocasiones, y debido a su vecindad con el infierno, estos podían ser agra-
vados por la violenta presencia de demonios, como los que en el registro inferior izquierdo de la
Coronación de la Virgen, de Enguerrand Quarton (ca. 1453-1454), tratan de retener a las almas
para que los ángeles no las socorran cuando ya han cumplido su penitencia.
118
Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio, p. 341.
119
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 151.
103
Hacia una arqueología de los temores
…es de advertir, que todas las diferencias de purgatorio que se han referido,
son medios extraordinarios de la Providencia, para el logro de algún singular,
e importante fin. Porque según los teólogos, y padres, el purgatorio es un
puesto material, que destinó Dios para purificar las almas, situado en el centro
de la tierra, pared en medio del infierno...122
120
José Zorrilla, Don Juan Tenorio, 2a. pte., 1er. acto, escenas III-IV, pp. 139-143.
121
Pedro Mártir de Anglería, Epistolario, 341, Carta al Arzobispo [de Granada, Fray
Hernando de Talavera], 14 de mayo de 1507, p. 187.
122
José Boneta, Gritos del Purgatorio, y medios para acallarlos, cap. VII, p. 58.
104
El mundo cristiano de ultratumba
123
Apocalipsis de Esdras, cap. VI, 43-71, pp.101-106.
124
Juli Peradejordi, “Introducción” en Apocalipsis de Esdras, p. 21.
105
Hacia una arqueología de los temores
125
Juan García Atienza, Leyendas mágicas de España, p. 180.
126
Orderico Vitalis, Historia Ecclesiastica, lib. VIII, cap. XVII, en Andrew Joynes, Medieval
Ghost Stories, pp. 67-73.
127
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, pp. 123-131.
106
El mundo cristiano de ultratumba
casas y los pueblos, o bien que visitaban sitios a donde hubieran querido
ir cuando estaban con vida.128 La Iglesia intentaba por todos los medios
a su alcance convencer a la gente de que inmediatamente después de la
muerte cada alma debía hacer su viaje al Más Allá a los sitios espirituales
reconocidos por esta institución, pero a la larga tales intentos demostra-
ron ser impotentes en contra de la idea manejada en los relatos de San
Gregorio acerca de que los pecados debían satisfacerse en los mismos lu-
gares corporales donde habían sido realizados,129 la cual siguió imperan-
do durante muchos años junto a la teoría de que era Dios quien elegía el
lugar corpóreo del suplicio.
En un esfuerzo inusitado y trascendental para la época, la Iglesia pro-
hibía creer que las almas andaban entre los vivos y que comían y bebían
como ellos, por lo cual no se requería darles comida y bebida como ocu-
rría en las conmemoraciones de los difuntos que conservaban vestigios
de las antiguas creencias romanas sobre los difuntos.
Sin embargo, es evidente que las meras disposiciones institucionales
no bastaban para borrar de un plumazo siglos de antiguas creencias tan
profundamente arraigadas y que los textos de los eruditos poco podían
contra las historias que pasaban de boca en boca entre los simples.
Entre tales historias se contaban algunas que incluso sostenían que al
salir del purgatorio las ánimas rondaban por diferentes lugares antes de
ir al cielo, lo cual fue calificado no ya de superstición, sino de verdadera
herejía, como vemos en diferentes documentos del siglo xvii. Uno de
ellos, una carta crítica, pero católica, en contra de los usos interesados de
la leyenda del Purgatorio de San Patricio, menciona que:
Es doctrina herética decir que se detienen las almas en parte alguna, saliendo
del Purgatorio para el cielo donde van derechas. Es verdad católica determi-
nada en muchas partes que las almas en el mismo punto que salen de Purga-
128
Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos…, 1a. pte., cap. VIII, § III, 18, p. 111.
129
Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos…, 1a. pte., cap. II, 1, p. 48; cfr.
Alonso de Vascones, Destierro de ignorancias y aviso de penitentes, 2a. pte., cap. VII, f. 24r.
107
Hacia una arqueología de los temores
Sin embargo, una cosa era afirmar que una vez fuera del purgatorio las al-
mas se entretuvieran en algún lugar, y otra aceptar que mientras estaban
en él pudieran ser vistas en otros sitios. El cristianismo católico negaba
lo primero, pero no tenía una postura fija y universal para lo segundo;
debido a lo cual, para muchos, y “especialmente entre la gente de las al-
deas y lugares pequeños”,131 carentes de la guía religiosa adecuada, estas
apariciones se daban con formas de fantasmas (en su sentido etimológi-
co), bultos blancos o negros, gatos negros, voces que circulaban por ca-
sas, desvanes y propiedades diversas, etcétera.132
Comunes como se les suponía, las apariciones de las ánimas del
purgatorio dieron pie a numerosos relatos y obras de teatro con el be-
neplácito de un público que las consideraba realidades a toda prueba,
como ocurre, por ejemplo, en El duque de Viseo, El príncipe perfecto, El
premio de la hermosura y El marqués de las Navas, todas ellas de Lope de
Vega,133 donde realizan el tipo de actividades típicas de los aparecidos.
Por su parte, aunque en un sentido por completo diferente, haciéndo-
se eco de la idea sostenida por los sectores cultos de la Iglesia, Pedro
Calderón de la Barca usa el motivo del fantasma en varias ocasiones en
130
Manuscrito 1872321 de la Biblioteca Nacional de Madrid, f. 329v, citado en María
Mercedes Rodríguez Temperley, “Purgatorio de San Patricio, en Irlanda (Biblioteca Nacional
de Madrid, Ms. 1872321) Edición crítica y comentarios”, p. 97.
131
Alonso de Vascones, Destierro de ignorancias, y aviso de penitentes, Dedicatoria a fray
Antonio de Trejo, s/f.
132
Alonso de Vascones, Destierro de ignorancias, y aviso de penitentes, 2a. pte., cap. VII, f. 121v.
133
En El duque de Viseo, este recibe la visita del ánima del duque de Guimarans; en El
príncipe perfecto, un difunto se aparece a su asesino para pedirle que le diga misas; en El premio
de la hermosura, el ánima de un hombres se presenta ante su hijo para evitar que se suicide, y en
El marqués de las Navas, uno de los personajes, “con el rostro difunto”, se aparece a su matador
para nombrarle albacea.
108
El mundo cristiano de ultratumba
tanto sombra, visión y engaño con que sus personajes buscan a escon-
didas cumplir propósitos privados. En La dama duende, por ejemplo,
el gracioso Cosme termina atribuyendo a las ánimas las travesuras de
unas mujeres en las habitaciones de su amo don Manuel,134 mientras
que en El galán fantasma se recalca el carácter irreal e inconsistente de
las apariciones usado con fines de seducción, lo cual corrobora la pos-
tura racional del autor ante las supersticiones de su época.
En el mismo sentido, y debido a la interminable sucesión de consejas
populares, en 1622 el franciscano Alonso de Vascones seguía repitiendo
en la segunda parte de su Destierro de ignorancias y aviso de penitentes que
si un ánima estaba en el cielo, ningún deseo tendría de regresar al “valle
de miserias” que era la tierra; si estaba en el infierno, resultaba imposible
que saliera, y si estaba en el purgatorio, solo las personas de gran virtud
la podrían ver por permisión divina, así que era una gran mentira que
cualquier pecador pudiera tener contacto con los difuntos como para
que hubiera tal cantidad de relatos en circulación.
Y así no hay para qué decir, ni creer estas cosas, que algunos dicen que fulano,
y fulana apareció, o habló siendo difunto, o tal, o tal persona, o anda por los
desvanes, o en tal heredad, ni otras boberías semejantes.135
Era pues necesario tener mucho cuidado, pues desde muy temprano den-
tro del cristianismo se consideró que los fantasmas podían ser demonios
que se aparecían con una imagen similar a una persona fallecida, tal y
como lo creían los fariseos de tiempos de Jesús, o que para engañar a los
hombres animaban algún cuerpo muerto o fingían ser ánimas del pur-
gatorio (Fig. 10).
134
COSME: ¿Hay almas de purgatorio? / MANUEL: ¿Que me enamoren a mí? ¿Hay más necia
bobería? (Pedro Calderón de la Barca, La dama duende, 1a. jornada, pp. 50-51).
135
Alonso de Vascones, Destierro de ignorancias, y aviso de penitentes, 2a. pte., cap. VII, f. 125v.
109
Hacia una arqueología de los temores
…[los demonios] fingen ser almas de algún pecador tenido por malo en el
mundo, y piden hagan sacrificios y oraciones, que es el alma de fulano, etc. y
que está detenida en las penas de Purgatorio con grandísima pena; y esto lo
hace el Demonio para dar a entender que si un hombre tan malo está en el
Purgatorio, que es cierto estado a donde purgados sus pecados ha de subir al
cielo, tenga cualquiera, por gran pecador que sea, esperanza de su salvación;
y con esta confianza dé rienda suelta a sus gustos, apetitos y deseos.136
136
Gaspar Navarro, Tribunal de superstición ladina, Disputa XVI, f. 38v.
110
El mundo cristiano de ultratumba
Pero esto no era más que una “maraña”, un truco para que los pecadores
se descuidaran y se condenaran, como concluía a finales del siglo xvi el
licenciado Alonso Villegas (Toledo 1533-1603).137
Este temor explica en parte que haya tantas referencias a engaños del
Diablo disfrazado de fantasma en la literatura española de la Edad Media.
Así, por solo citar un par de ejemplos, en el Chronicon mundi de Lucas de
Tuy (León, segunda mitad del siglo xii-Tuy, 1249), el canónigo Martino
duda si un espectro que lo visita es o no un Demonio y para aliviar su in-
certidumbre le pregunta: “¡Vienes de parte de Dios o de su adversario?”.
En un tono semejante, Gonzalo de Berceo, en la versificación que hace a
partir de 1236 de la Vida de santo Domingo escrita por el monje Grimal-
do, señala que dicho santo se apareció a un prisionero y este, al no reco-
nocerlo, le rogó: “que me digas quién eres, por Dios y la Gloriosa; no sea
engañado de fantasma mentirosa”.138
137
Alonso Villegas, Flos sanctorum, 1 de noviembre, p. 735.
138
Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv), p. 396.
111
Hacia una arqueología de los temores
112
El mundo cristiano de ultratumba
139
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 211.
140
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 211.
141
Alfonso X, Las Cantigas de Santa María, Cantiga CXXIII, ff. 173v a-173v b. Consultado
el 8 de enero de 2017 en http://www.cantigasdesantamaria.com/csm/123.
142
Para Schmitt el difunto es el personaje de la izquierda porque no lleva libros en las manos
¿? ( Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 210). Nosotros creemos que se trata
del de la derecha, pues la lógica del relato tendería a hacer que el miniaturista agrupara a los
dos vivos, dejando al visitante aislado. Además, el de la derecha es el que saluda, como recién
llegado, mientras que los otros dos parecen gesticular sorprendidos, con los ojos muy abiertos.
113
Hacia una arqueología de los temores
143
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 211.
144
Alfonso X, Las Cantigas de Santa María, Cantiga LXXII, ff. 106r a-106r b. Consultado el
8 de enero de 2017 en http://www.cantigasdesantamaria.com/csm/72.
114
El mundo cristiano de ultratumba
145
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 206. El revenant de Claude Lecouteux
estaría a medio camino entre el muerto viviente y el cadáver viviente, dependiendo de si se
presentaba o no en descomposición.
115
Hacia una arqueología de los temores
Fig. 13. Representación del fantasma Fig. 14. Representación del fantasma como ca-
como figura humana cosida dentro de dáver de cabeza pelada con vestimentas blancas.
sudarios. Guillaume de Diguilleville, Guillaume de Diguilleville, Pèlerinage de vie hu-
Pèlerinage de vie humaine, siglo xiv, París, maine, siglo xiv, París, B.N., MS Fr. 376, fol. 83.
B.N., MS Fr. 823, fol. 89.
Fig. 15. Representación del fantasma Fig. 16. Representación del fantasma como larva
como cuerpo humano desnudo. Gui- marrón. Guillaume de Diguilleville, Pèlerinage de
llaume de Diguilleville, Pèlerinage de vie vie humaine, siglo xi, Oxford, Bodleian Library,
humaine, siglo xiv, París, Bibliothèque de MS Douce 300, fol. 115.
l´Arsenal, MS 5071, fol. 80 v.
116
El mundo cristiano de ultratumba
146
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 181.
117
Hacia una arqueología de los temores
147
Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio, p. 98; cfr. Danièlle Alexandre-Bidon, La
Mort au Moyen Age XIIIe-XVI siécle, p. 276.
148
Manual Eclesiástico de 1872 citado en Antxón Aguirre Sorondo, “El fuego en el rito
funerario vasco”, p. 345.
118
El mundo cristiano de ultratumba
149
Pedro el Venerable, De Miraculis, lib. I, cap. XXVIII, en Andrew Joynes, Medieval Ghost
Stories, p. 41. Cfr. con Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos…, 1a. pte., cap. II, 1,
p. 48; cfr. Alonso de Vascones, Destierro de ignorancias y aviso de penitentes, 2a. pte., cap. VII, f. 24.
150
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, p. 146.
119
Hacia una arqueología de los temores
151
Max Müller, Physical Religion, p. 341.
152
“Why should religion […] be supposed to have had one beginning only?” (Max Müller,
Anthropological Religion, p. 127.
153
Como hace E. Jensen en su Mito y culto entre pueblos primitivos, pp. 22-23.
120
El mundo cristiano de ultratumba
154
Valgan como muestra la Introducción a los símbolos de Gerard de Champeux, las
Estructuras antropológicas del imaginario de Gilbert Durand, el Diccionario de símbolos de Juan
Eduardo Cirlot, las obras de René Guénon, de Karl Gustav Jung, de Mircea Eliade, de Jean
Hani, etcétera, pletóricos de “leyes cósmicas”, “arquetipos”, “armonías universales”, “unidad
esencial de las cosas”, “inconscientes colectivos”, “apariciones de lo latente a través de lo arcano”
y demás vocabulario iniciático en diversas proporciones y con grados diferentes de erudición.
155
Carl Sagan, Los dragones del Edén, pp. 142-143.
121
Hacia una arqueología de los temores
Con respecto a lapsos más extensos, si bien es verdad que los relatos ger-
mánicos acerca de fantasmas se sitúan mayoritariamente en invierno (en
especial en los meses más fríos de diciembre y enero, para disminuir ha-
156
Michel Pastoreau y Dominique Simonnet, Breve historia de los colores, pp. 107-109; cfr.
Frédéric Portal, El simbolismo de los colores, pp. 83-89.
157
Samuel Martí, “Simbolismo de los colores, deidades números y rumbos”.
158
Carmelo Lisón Tolosana, La santa compaña, p. 57.
122
El mundo cristiano de ultratumba
cia marzo), por la asociación que este tenía en esa región con la vejez y
la muerte,159 dentro del cristianismo español y luego novohispano exis-
ten algunos patrones igualmente sólidos —aunque tal vez menos espec-
taculares— como la idea de los viernes como día por excelencia de las
apariciones.
Como argumenta Guiance, quizás la elección del viernes como jor-
nada de descanso para las almas de los muertos tenga que ver con una
reminiscencia del día de descanso judío160 (el día en que Yahavé descan-
só después de crear el mundo), el cual comenzaba al anochecer del vier-
nes y terminaba al anochecer del sábado porque para los judíos un día
no está compuesto de una mañana y la noche que le sigue, sino de una
noche y el día o periodo de luz que le sigue.161 No obstante, aunque ya en
una época en donde se manejaba el conteo romano de los días, que van
desde la medianoche de uno hasta la media noche del siguiente, la ma-
nera en que el cristianismo medieval modificó dicha idea para alejarse de
su pasado judío hizo que surgieran otras tradiciones al respecto. Así, por
ejemplo, en el Apocalipsis de Pablo, ya entre el siglo iv y el vi, el descan-
so concedido por Dios a las almas del Más Allá a instancias del Arcángel
Gabriel y San Pablo incluía desde la tarde del sábado hasta el atardecer
del domingo (“...a night and the day [parte luminosa] of the holy Lord’s
day”),162 con lo cual, según Jacques Le Goff, el autor de esta obra hacía
el elogio del domingo.163 Otros autores trataron de salvar la diferencia
optando por un término medio, como ocurre en El Apocalipsis etiópico
de la Virgen, una versión casi literal pero más tardía del Apocalipsis de Pa-
159
Rainer W. Klein, Espíritus, fantasmas y otras apariciones, p. 22. La precisión de los meses
más temibles ha sido tomada de Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media,
pp. 144-145.
160
Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv), p. 392.
161
Siguiendo el orden de enunciación en el libro de Génesis, primero hubo obscuridad y
luego se hizo la luz (Gn 1.1-5).
162
Revelation of Paul, p. 580. Y no de la media noche del sábado al amanecer del lunes como
quiere Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio, p. 47.
163
Jacques Le Goff, El nacimiento del purgatorio, p. 47.
123
Hacia una arqueología de los temores
blo, donde el descanso abarcaba desde la noche del viernes hasta la ma-
ñana del domingo.164 No obstante, algo que debe considerarse es que, a
pesar de las apariencias, estos textos no hablaban del purgatorio, pues
en tales épocas todavía no existía, sino del infierno, que es el sitio donde
se creía que moraban las almas de aquellos que pecaron y no se habían
arrepentido de ello. Esto puede confirmarse leyendo en El viaje de San
Brandan (c. 900), cómo en cierta isla el santo encontró a Judas Iscariote
(explícitamente un condenado y no un alma purgante) como un hombre
desnudo y con la piel lacerada, al que las olas azotaban sin cesar desde
todas direcciones, el cual hizo la apología del momento entre la noche
del sábado y la noche del domingo, pero también de otras fechas del año
(Navidad, las fiestas de María, Pascua y Pentecostés), exactamente en el
mismo sentido que el Apocalipsis de Pablo. 165
De manera similar, en el Apocalipsis griego de la Virgen, el descanso
de los difuntos ocurre el día de Pentecostés166 y en el Liber miraculis de
Lucas de Tuy, un texto del siglo xii, las penas —ahora sí ya purgatoria-
les— son atenuadas los domingos, los principales días de fiesta del año
y cada vez que se ofrecía una misa por la suerte de esos pecadores. En
esos días, según Lucas de Tuy, las almas estaban autorizadas para volver a
sus tumbas y si en ellas encontraban incienso, sal o agua bendita recibían
“tanto refrigerio” o alivio que casi les parecía que estaban en el paraíso,167
lo cual nos habla del abandono paulatino del antiguo concepto de refri-
164
Montague Rhodes James, Introducción a “Apocalypse of Paul” en The Apocryphal
New Testament. Consultado el 14 de mayo de 2014 en http://wesley.nnu.edu/sermons-
essays-books/noncanonical-literature/noncanonical-literature-apocryphal-nt-apocalypse/
apocalypse-of-paul-summary/.
165
Benedeit, El viaje de San Brandán, cap. XXVI, p. 46.
166
Montague Rhodes James, Introducción a “Apocalypse of Paul” en The Apocryphal
New Testament. Consultado el 14 de mayo de 2014 en http://wesley.nnu.edu/sermons-
essays-books/noncanonical-literature/noncanonical-literature-apocryphal-nt-apocalypse/
apocalypse-of-paul-summary/.
167
Lucas de Tuy citado por Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval
(siglos vii-xv), pp. 223 y 396.
124
El mundo cristiano de ultratumba
168
Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv), p. 229.
125
Hacia una arqueología de los temores
169
Catecismo de la Iglesia católica, § 1862, p. 511.
170
Catecismo de la Iglesia católica, § 1458, p. 408.
126
Segunda
parte
1
Ioan P. Culianu, Eros y magia en el Renacimiento, p. 253.
[ 129 ]
Capítulo 1
Imaginario espectral mesoamericano
[ 131 ]
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
2
Alfredo López Austin, “Cuando Cristo andaba de milagros: la innovación del mito
colonial”, p. 207.
3
Alfredo López Austin, “Cuando Cristo andaba de milagros: la innovación del mito colo-
nial”, p. 205.
132
Imaginario espectral mesoamericano
temente los relatos coloniales acerca del mundo prehispánico son ape-
nas poco más que una construcción de los grupos conquistadores para
explicarlo desde su perspectiva de cristianos como parte de un imperio
del Demonio. Para cumplir con este objetivo, como señala Rozat, estos
relatos pretendidamente prehispánicos eran reelaborados por los cris-
tianos siguiendo los esquemas retóricos de la antigüedad e introducien-
do en ellos elementos ya presentes también en las historias del mundo
grecorromano y judío como se les entendía en la Edad Media desde el
cristianismo.4 Eso es precisamente lo que parece ocurrir en la Nueva Es-
paña con lo que en Occidente conocemos como historias de fantasmas
y aparecidos, que son el objeto de esta investigación.
Por lo tanto, para mostrar la posible creencia en las apariciones de ul-
tratumba dentro del mundo prehispánico, en primer lugar explicaremos
la creencia en los sitios del Más Allá, enseguida abordaremos las entida-
des anímicas que constituían a los seres humanos dentro de la cosmo-
visión nahua, así como las circunstancias de su existencia post mortem,
y, posteriormente, llevaremos a cabo un ejercicio comparativo en don-
de destacaremos los puntos de contacto entre el contenido de estos tex-
tos y las tradiciones europeas de fantasmas para argumentar un posible
caso de deformación de las creencias prehispánicas acerca del retorno
de los difuntos entre los vivos provocadas con los mecanismos arriba
considerados.
Como acabamos de mencionar, debido a la mayor cantidad de infor-
mación existente acerca de ellos, en este trabajo nos ocuparemos básica-
mente del pueblo azteca, pero lo complementaremos con datos tomados
de otras culturas que formaban parte de Mesoamérica y que tienen fuer-
tes puntos de contacto en su imaginario. No es desconocido el hecho de
que, desde el preclásico, con la formación de Teotihuacán parece haber
existido ya un sustrato religioso básico que se extendió y adaptó al menos
parcialmente (con nombres distintos y atributos locales particulares) en
4
Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la Conquista de México, pp.
184-204 y ss.
133
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
5
Alfredo López Austin, Los mitos del tlacuache, pp. 31-40.
6
El pueblo taíno provenía de los arahuacos surgidos en el Valle del Río Orinoco y se
asentó en las Antillas Mayores aproximadamente a partir del siglo viii (Tatiana Mejía Jervis,
“Arahuacos: Histórica [sic], Cultura y Costumbres”. Consultado el 5 de abril de 2018 en
https://www.lifeder.com/arahuacos).
134
Imaginario espectral mesoamericano
7
Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, cap. XII, pp. 21-22; cfr. Juan
José Arrom, Mitología y artes prehispánicas de las Antillas, p. 53.
8
Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, cap. XIII, pp. 22-23.
9
Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, cap. XIII, p. 23.
10
Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, introducción, pp. 4-5.
11
Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, cap. XIII, pp. 23-24.
12
Ramón Pané, Relación acerca de las antigüedades de los indios, pp. 22-24.
135
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
13
Como ejemplos de ello podríamos citar al fantasma incestuoso mencionado por Cesario
de Heisterbach en los Dialogus Miraculorum o los fantasmas de Buckinghamshire y de Berwick,
referidos por William de Newburg en la Historia Rerum Anglicarum (Andrew Joynes, Medieval
Ghost Stories, pp. 50, 135 y 136-137 respectivamente).
14
Juan José Arrom, Mitología y artes prehispánicas de las Antillas, p. 60.
15
Las etimologías están tomadas de Cecilio A. Robello, Diccionario de mitología nahua.
Otros autores mencionan también el Chichihuacuahco (“en donde está el árbol nodriza”), a
donde iban los espíritus de los niños de pecho para alimentarse de un árbol que manaba leche
(Cecilio A. Robello, Diccionario de mitología nahua, pp. 158-159).
136
Imaginario espectral mesoamericano
16
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. III, cap. I, §
23, p. 207.
17
Por ejemplo, en Ángel María Garibay, Historia de la literatura náhuatl, p. 190.
18
Ángel María Garibay, Historia de la literatura náhuatl, p. 196.
137
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
19
Motolinía, Memoriales o libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella (en
adelante Memoriales), 2a. pte., cap. 2, § 527, p. 304.
20
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, p. 243.
21
Bernardo Ortiz de Montellano, Medicina, salud y nutrición aztecas, p. 80.
138
Imaginario espectral mesoamericano
22
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, p. 253.
23
Alfredo López Austin, “Misterios de la vida y de la muerte”, p. 7; cfr. Bernardo Ortiz de
Montellano, Medicina, salud y nutrición aztecas, p. 82-83. Que forme figuras fantasmales se
entiende porque Yoalli Ehécatl es también otro nombre de Tezcatlipoca, de quien se va a hablar
a continuación como hacedor de fantasmas o imágenes.
24
Ver, p. ej. Roberto Martínez González, “El Ihiyotl, la sombra y las almas-aliento en
Mesoamérica”, p. 182.
139
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Fig. 18. Códice Laud, lámina 44 (detalle). Componentes del ser humano. Al centro, la carne;
a la derecha, el esqueleto, y a la izquierda (de arriba-abajo) el tonalli, el ihiyotl y el teyolia.
25
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, pp. 378 y 390-391.
140
Imaginario espectral mesoamericano
Sin embargo, no siempre el retorno de los teyolia tenía que ver con
esta negligencia, sino que podía haber muchos otros motivos para ella,
los cuales iban desde el resentimiento y la venganza hasta la nostalgia y
el amor.
Uno de los tipos más conocidos de teyolia que se aparecían ante los
indios era lo que en náhuatl se conocía como las cihuapipiltin o cihuate-
teo, y entre ellas el motivo del retorno era polivalente.
26
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. I, lib. 2, cap. XIII, p. 209.
27
Eduardo Matos Moctezuma afirma que, por su asimilación a los guerreros muertos en
batalla, las cihuateteo disfrutaban también de una resurrección como aves de plumaje precioso
(Eduardo Matos Moctezuma, La muerte entre los mexicas, p. 155), pero tal idea no aparece en
los textos de Sahagún y sí, por el contrario, hay diferencias notables en la manera de concebir
a ambos sexos incluso en el Más Allá. Así, por ejemplo, mientras los hombres acompañan al
141
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Fig. 19. Las cihuateteo bajaban a la tierra en ciertas noches del año para
causar males entre los seres humanos. Códice Florentino, lib. 4, cap. 33, f 62.
https://www.wdl.org/es/item/10096/view/1/621/.
sol durante la mañana, las mujeres lo hacen en la tarde; mientras los guerreros difuntos son
representados con forma de personas vivas, las mujeres aparecen como cadáveres con garras;
mientras se dice que los guerreros chupan néctar de las flores cuando dejan de acompañar al
sol, las mujeres bajan a espantar a los vivos.
142
Imaginario espectral mesoamericano
28
Alfredo López Austin, “Fray Bernardino de Sahagún frente a los mitos indígenas”, p. 9.
29
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 14, § 55, p. 39.
30
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. II, cap. XXXI,
p. 136.
31
Costumbres, fiestas, enterramientos y diversas formas de proceder de los indios de Nueva
España, f. 342v.
32
Javier Ayala Calderón, “El Día de Muertos en México: un ejercicio de crítica e
interpretación”.
143
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
33
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. I, cap. X, p. 35
y lib. IV, cap. XI, p. 234.
144
Imaginario espectral mesoamericano
145
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
De acuerdo con las tradiciones recogidas por Sahagún, una vez anoche-
cido, estas mujeres descendían a la tierra y se aparecían en las encrucija-
das de los caminos al menos con dos intenciones opuestas. Por un lado,
se informa que se dedicaban a aterrar a los caminantes que tenían la mala
fortuna de encontrarlas, especialmente a los niños —los causantes de su
muerte—, a los que provocaban perlesía (debilidad muscular acompa-
ñada de temblores) y otras enfermedades,34 mientras que por otro lado
lo hacían anhelando los placeres y costumbres de su perdida vida coti-
diana. En este sentido, afirma Sahagún, regresaban para volver a utilizar
los husos para hilar, las lanzaderas para tejer y las petaquillas donde guar-
daban los demás implementos de su labor. Incluso existen anécdotas en
donde estas mujeres aparecen ante sus maridos para pedirles enaguas y
huipiles y todo tipo de alhajas de mujer, como habían hecho en vida. 35
Es posible, por tanto, que estas anécdotas fueran vestigios de verdade-
ras historias de fantasmas del mundo prehispánico en donde las difuntas
volvían en busca de la cercanía de su cónyuge (como las habitantes de
Coaybay, en La Española, dentro de una cultura diferente), a vengarse de
enemigos específicos o para hostilizar a la gente en general. Sin embargo,
al igual que lo hicieron muchos monjes durante la Edad Media, las creen-
cias cristianas de Sahagún le llevaban a desconfiar de las explicaciones
afectivas que imaginaban a los muertos tratando de recuperar el contac-
to con los vivos y prefería identificarlas como engaños del Demonio en
su afán por dañar al hombre.
De acuerdo con lo anterior, y si tomamos en cuenta que la multitud
de dioses mesoamericanos era vista por los españoles como otros tantos
demonios, entonces podemos entender que cualquier aparición de di-
funtos divinizados que los indios reportaran o cada historia acerca de ese
tema narrada por los frailes evangelizadores con fines ejemplares sería
siempre susceptible de ser entendida como una ilusión diabólica. Entre
34
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. I, cap. X, p. 34.
35
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. VI, cap. XXIX,
p. 381.
146
Imaginario espectral mesoamericano
36
Constantino Cabal, Los dioses de la muerte. La mitología asturiana, p. 135. Motolinía utiliza
también este nombre para el Demonio (Motolinía, Memoriales, lib. I, cap. 49, § 269, p. 152).
37
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, prólogo, p.
267.
147
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
38
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. III, p.
271-272.
39
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XII, p.
276. Cfr. Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 12, p. 53 y nota 31 de Alfredo López
Austin en este último lugar.
40
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XIII,
p. 277.
41
Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 13, p. 59
42
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XIII,
p. 277.
43
Seguimos la lectura de Ángel María Garibay en Bernardino de Sahagún, Historia general
de las cosas de Nueva España, p. 926.
44
Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 13, p. 57.
45
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XIII,
p. 277.
148
Imaginario espectral mesoamericano
149
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
La palabra que designa más precisamente las heces que resultan de la diges-
tión, en náhuatl, es xixtli. Ahora bien, el radical de xixtli: xix(i)- connota la
descomposición, la destrucción […] En la totalidad cognitiva así configurada
lo viejo y lo deteriorado, lo sucio, lo excrementicio se conjugaban con la vejez,
el pecado (o mejor dicho la falta), la noche y la muerte…47
Esto explicaría en parte por qué en el augurio del canto del búho que en-
contramos en el libro V de la Historia general de las cosas de Nueva España,
y que ya de por sí era un augurio de muerte, se relacionara el perecimien-
to de una familia con el acto de arrojar en el terreno deshabitado de su
casa los desechos del cuerpo humano.48 Entendido el “carácter noctur-
no-tanatógeno de los excrementos”, como lo llama Johansson,49 es más
fácil comprender la lógica de que la Cuitlapanton fuera concebida como
la fuerza anímica diminuta de un muerto que se presentaba de noche en
los sitios donde se depositaban excrementos.
46
Patrick Johansson, “Escatología y muerte en el mundo náhuatl precolombino”, p. 184.
Cfr. Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, vol. I, pp. 197-198.
47
Patrick Johansson, “Escatología y muerte en el mundo náhuatl precolombino”, p. 167.
48
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. IV, pp.
272-273.
49
Patrick Johansson, “Escatología y muerte en el mundo náhuatl precolombino”, p. 169.
150
Imaginario espectral mesoamericano
50
Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, tratado 1, cap.
LXVIII, p. 569.
51
Guy Rozat, Indios reales e indios imaginarios en los relatos de la Conquista de México.
52
Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme, tratado 1, cap.
LXVIII, p. 570.
151
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
cho, esta atribución de creencias la vemos no solo entre los nahuas, sino
también en documentos que hablan sobre los tarascos y los chichimecas.
En el primer caso tenemos, por ejemplo, la Relación de Michoacán
(1540), atribuida al franciscano Jerónimo de Alcalá, en donde se men-
ciona que, al llegar los españoles, los sacerdotes y hechiceros tarascos
trataron de asustar a los indios para que no aceptaran el cristianismo di-
ciéndoles que “los frailes eran muertos y que eran mortajas los hábitos
que traían, y que de noche, dentro de sus casas, se deshacían todos y se
quedaban hechos huesos y dejaban allí los hábitos y que iban allá al in-
fierno donde tenían sus mujeres y que vinían [sic] a la mañana”.53
A pesar de la enrevesada explicación —que vuelve diurnos a los apa-
recidos— podemos ver que aquí el autor tampoco asocia las aparicio-
nes de difuntos con los engaños del Demonio, puesto que el término
“infierno” no refiere entre sus creencias a un sitio de castigo, sino al in-
framundo (un sitio ad inferos, en la parte baja o inferior) que es el reino
de los muertos.
Por su parte, el jesuita Andrés Pérez de Ribas (Córdoba, 1576-1655),
misionero durante 16 años en las provincias del norte de la Nueva Es-
paña (los actuales estados de Sinaloa, Sonora y Chihuahua), en los que
convivió con numerosas tribus aprendiendo sus lenguas, sus costum-
bres y sus creencias para difundir el cristianismo entre ellas, informa en
su Historia de los triunfos de nuestra santa fe entre las gentes más bárbaras y
fieras del nuevo orbe (1645), que al menos en ciertos casos los chichime-
cas colocaban montones de piedras sobre los cadáveres de sus difuntos
para que estos “no se les apareciesen”54 y tampoco relaciona jamás dichas
apariciones con acciones del Demonio.
Por otra parte, volviendo a Durán, que este autor llame “visiones” a
los “muertos” de los que habla no significa que los indios los juzgaran
53
Jerónimo de Alcalá, Relación de Michoacán, p. 267.
54
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra Santa Fee entre gentes las más
bárbaras y fieras del nuevo orbe (en adelante: Historia de los triumphos de nuestra Santa Fee), lib.
XI, cap. IX, p. 685.
152
Imaginario espectral mesoamericano
55
Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología, p. 370.
56
Miguel Pastrana Flores, Historias de la conquista, pp. 21-25; cfr. Louise M. Burkhart
citado en Danièle Dehouve, Relatos de pecados en la evangelización de los indios de México (siglos
XVI-XVIII), pp. 191-192.
57
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XII, p. 276.
153
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
que para la época de la que nos hablan los cronistas podían consistir en
acciones de rechazo violento con fines apotropaicos (para alejar el mal
o protegerse de él: de apotrépein, alejarse) o en apresar al difunto para
obligarlo a revertir su anuncio, cada una de las cuales dependía de grado
de valentía del testigo en función de su extracción social a partir de una
explicación difundida desde los grupos indígenas hegemónicos.
Ejemplos del primero de estos recursos, que incluía apedreos y es-
cupitajos con las que se buscaba ahuyentar a la aparición, son citados
por Sahagún en un contexto donde no dan resultado debido a la cobar-
día de los testigos, los cuales terminan huyendo de las apariciones con
resultados funestos.58 Llenas del pavor más absoluto, estas personas, ca-
racterizados como hombres del pueblo llano, simples y de poco saber
(iconográficamente con su tilma blanca y sencilla de algodón, Fig. 25)
eran impulsadas a escapar, primero con paso tembloroso, sin fuerzas, y
luego a correr despavoridos y con la boca seca para ir a refugiarse en sus
casas, a donde entraban a gatas y temblando convulsamente, con lo cual
perdían la oportunidad de librarse del destino implicado en la visión.59
El otro recurso que reportan los informantes de Sahagún en el libro
V de la Historia general para burlar el aviso de muerte (y también el más
desconcertante para el cristiano) es el de apresar a las fantasmas cuando
se aparecieran, pues se creía que con eso se les podría obligar a suspen-
der la amenaza que esto significaba y, de hecho, convertirla incluso en un
augurio de buena suerte. Precisamente debido a ello, en las pinturas que
ilustran dos de los tipos de fantasmas del Códice Florentino, vemos que
los personajes humanos que intervienen en los encuentros se muestran
en actitud de abordar a su respectiva fantasma tendiéndole un brazo, di-
rigiéndole la palabra bajo la forma de una vírgula (Fig. 23), corriendo
hacia ella con los brazos prestos para sujetarla (Fig. 24), y son caracteri-
58
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XI, p.
275.
59
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. III, p.
272 y cap. XI, p. 276.
154
Imaginario espectral mesoamericano
Cuando alguno de noche oía golpes como de quien corta leña, tomaban mal
agüero […] Y cuando esto oía algún hombre animoso y esforzado, y ejerci-
60
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XI, p. 275.
61
La lucha contra los gigantes que se aparecían de noche (quinameti) tenía características
similares a estas dos apariciones (Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 11, p. 51),
pero los indicios que podrían identificarlos como personajes de ultratumba son muy débiles.
Es cierto que dentro de la mitología nahua los gigantes habían existido durante la época del
sol de tierra o Tlalchitonatiuh, regido por Tezcatlipoca (Yólotl González Torres, Diccionario
de mitología y religión de Mesoamérica, p. 156), y que el Tlalchitonatiuh era también el sol
que alumbraba a los muertos al descender en el ocaso tras el horizonte (Cecilio A. Robelo,
Diccionario de mitología nahoa, p. 567) lo cual podría establecer un paralelismo entre ambos
tipos de seres, pero no lo suficientemente fuerte como para resultar significativo sin más
evidencia.
155
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
tado en la guerra, no huía, más antes seguía el sonido de los golpes hasta ver
qué cosa era […] entonces parecía al que la seguía que era como un hombre
sin cabeza, que tenía cortado el pescuezo como un tronco, y el pecho teníale
abierto [y aprovechando eso la asía por el corazón]. Y la fantasma dábale una
punta o espina de maguey diciéndole: cata aquí esta espina, déjame”. Y el
que tenía a la fantasma asida por el corazón, si era valiente y esforzado, no se
contentaba con una espina y hasta que le daba tres o cuatro espinas no la de-
jaba. Estas espinas eran señal que sería próspero en la guerra, y tomaría tantos
cautivos cuantas espinas recibía, y que este sería próspero y reverenciado en
este mundo, con riquezas y honras e insignias de hombre valiente.62
…los que las veían tomaban mal agüero, concebían en su pecho opinión o
certidumbre que habían de morir en la guerra, o en breve de su enfermedad, o
que algún infortunio les había de venir en breve […]; y si estas fantasmas apare-
cían a algún hombre valiente y osado, como son (los) soldados viejos, luego se
apercibía y disponía, porque siempre andaban con sobresalto de noche, enten-
62
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XI, p.
271-272.
63
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XI, p.
271-272.
156
Imaginario espectral mesoamericano
diendo que habían de topar alguna cosa y aún las andaban a buscar por todos
los caminos y calles, deseando de ver alguna cosa para alcanzar de ella alguna
ventura y alguna buena fortuna o algunas espigas de maguey, que son señal de
esto. Y si acaso le aparecía alguna de estas fantasmas que andaba a buscar, luego
arremetía y se asían con ella fuertemente y decíanla: “¿quién eres tú?, háblame,
mira que no dejes de hablar, que ya te tengo asida, y no te tengo de dejar”.
Esto repetía muchas veces, andando el uno con el otro a la sacapella [sic], y
después de haber mucho peleado, ya cerca de la mañana, hablaba la fantasma y
decía: “Déjame que me fatigas, dime lo que quieres y dártelo he”. [Comenzaban
entonces a negociar la cantidad de espinas que debían entregarse por dejarla li-
bre] y cuando ya le daba las que él quería, hablaba la fantasma diciendo: “Doyte
toda la riqueza que deseas, para que seas próspero en el mundo”.64
Al igual que en todos los otros casos, estas dos apariciones eran anun-
cios de muerte o desgracia y por eso no deja de ser interesante que, al
mismo tiempo, las espinas que entregaban recibieran por parte de los
informantes de Sahagún un significado de prosperidad, ventura y bue-
na fortuna que no tenían comúnmente dentro del mundo nahua. Con
respecto a este detalle, aunque parcialmente cierta, no podemos confor-
marnos con la explicación que nos ofrece Alfredo López Austin acerca
de que la espina de maguey era “el objeto más preciado” por quien se
enfrentaba a las dificultades de la lucha personal contra Tezcatlipoca,65
pues con esto no hace más que justificar la afirmación misma de Saha-
gún, pero no da cuenta de los motivos que podría haber detrás de ello.
La pregunta es ¿por qué alguien habría de usar este objeto en particular
y no otro para significar tal cosa? De hecho, las puntas de maguey eran
instrumentos usados cotidianamente en prácticas de castigo o ritual-
mente para ofrendarles sangre a los dioses, según se advierte en múlti-
ples fuentes de origen nahua como el Códice Mendoza y el Códice Ríos,
por ejemplo, con lo que, más que de fortuna, eran símbolos de dolor y
64
Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XII, p. 276.
65
Alfredo López Austin en Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, p. 177.
157
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Fig. 26. Padre castigando a su hijo. El texto manuscrito dice: “Muchacho de 9 años.
Por ser incorregible su padre le hinca espinas de maguey por el cuerpo”. Códice Men-
doza, f. 59r.
66
Laurette Séjourné, Pensamiento y religión en el México antiguo, p. 140.
158
Imaginario espectral mesoamericano
67
Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 12, p. 53. Cfr. Bernardino de Sahagún,
Historia general de las cosas de Nueva España, lib. V, cap. XII, p. 276.
159
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
68
En la sociedad mexica, la decapitación podía realizarse antes o después de la extracción
del corazón, como puede verse en las fiestas de Huey Tecuilhuitl y Toxcatl respectivamente
(Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva España, pp. 84 y 81).
69
Ver Alfredo López Austin, Cuerpo humano e ideología y Patrick Johansson K. “Tzocuicatl,
‘canto de suciedad’. Un canto mortuorio prehispánico”, p. 64.
70
Guy Rozat, Indios imaginarios e indios reales en los relatos de la Conquista de México.
160
Imaginario espectral mesoamericano
71
Como lo plantea incluso el mismo Sahagún: “Este dios decían que perturbaba toda paz
y amistad, y sembraba enemistades y odios entre los pueblos y reyes: no es maravilla que haga
esto en la tierra, pues también lo hizo en el cielo, como está escrito en la Sagrada Escritura [...]
Este es el malvado Lucifer, padre de toda maldad y mentira, ambicioso y superbísimo, que
engañó a vuestros antepasados” (Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de Nueva
España, lib. I, cap. Confutación, § F2, p. 60).
72
Ángel María Garibay, “Proemio general” en Bernardino de Sahagún, Historia general de
las cosas de Nueva España, p. 7.
73
Luis González Obregón, Preliminar en Proceso inquisitorial del cacique de Tetzcoco, pp.
VII-XIV.
161
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
no despertar los recelos de sus maestros todo lo que tenía que ver con
ellas debía ser enunciado insistentemente como obra de falsos dioses y
que toda aparición sobrenatural no podía ser sino manifestación suya. Al
final de cuentas, como nos recuerda Alfonso Mendiola, aun tratándose
de supuestas declaraciones de indios: “las crónicas de la conquista solo
hacen inteligibles los hechos desde la lógica del hacer propia de la socie-
dad medieval española de ese momento, y no desde la prehispánica”.74
¿Por qué no suponer, en todo caso, que podríamos estar aquí ante ves-
tigios de un cuerpo de creencias más antiguas y también más populares
del mundo prehispánico con respecto a los difuntos? Uno donde, mien-
tras la mayor parte de los muertos hacían su viaje al inframundo, ciertos
tipos de espíritus desencarnados —como ocurría con las cihuateteo—
rondaban a los vivos en ciertas momentos y circunstancias que, por des-
gracia, no han llegado claramente hasta nosotros.
A todo lo anterior hay que agregar que en la colección de augurios
y abusiones donde se incluye a las fantasmas, algunos de los animales
mencionados por los Informantes de Sahagún eran considerados formas
visibles de los difuntos como queda manifestado cuando hacen a la co-
madreja “capitán de guerra de los muertos”,75 o cuando afirman que al-
guien de la casa donde entrara un conejo huiría, se convertiría en conejo
o seguiría “el camino del conejo” (todos ellas frases eufemísticas para el
hecho de morir);76 mientras que varios otros, como el pestilente escara-
bajo pinacate o pinahuiztli, el zorrillo o epatl, y tal vez hasta los ratones y
las hormigas, eran vistos de la misma forma en Tlaxcala, como menciona
Gerónimo de Mendieta en su Historia eclesiástica indiana:
Los de Tlaxcala tenían que las almas de los señores y principales se volvían
nieblas, y nubes, y pájaros de pluma rica, y de diversas maneras, y en piedras
74
Alfonso Mendiola, Bernal Díaz del Castillo: verdad romancesca y verdad historiográfica,
p. 75.
75
Alfredo López Austin, nota 21 en Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 6, p. 39.
76
Informantes de Sahagún, Augurios y abusiones, 7, p. 41.
162
Imaginario espectral mesoamericano
77
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. I, lib. 2, cap. XIII, p. 209. Los
animales rateros para una sociedad campesina como la suya podrían ser precisamente los
ratones y las hormigas, que saquean los cultivos y los graneros.
163
Capítulo 2
Reformismo y purgatorio en textos
novohispanos: el caso de los indios
[ 165 ]
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
78
Diego Muñoz Camargo, Historia de Tlaxcala, lib. I, cap. XX, p. 175.
79
Alejandra Moreno Toscano, “El siglo de la conquista”, p. 332.
80
Motolinía, Memoriales, 2a. pte., cap. 1, § 517, pp. 299-300; este razonamiento proviene
de Sb 14.13.
81
Zumárraga citado en Joaquín García Icazbalceta, Don fray Juan de Zumárraga, t. II, p. 42.
166
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
82
Segundo Concilio Provincial Mexicano, en Alonso de Montúfar, Concilios provinciales pri-
mero y segundo, p. 185.
83
Segundo Concilio Provincial Mexicano, en Alonso de Montúfar, Concilios provinciales
primero y segundo, p. 187.
84
Antonio Rubial, Profetisas y solitarios, p. 181.
167
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
[Los indios prefieren restituir en vida] por no esperar en purgatorio a sus hijos
y albaceas que restituyan por él. 86
[Un día meditan los indios sobre el pecado], otro día meditan la muerte;
otro el juicio ansí particular como general; otro las penas del purgatorio y del
infierno… 88
85
T.S.R. Boase, “La reina muerte. Agonía, juicio y recuerdo”, p. 237; cfr. Jacques Le Goff,
El nacimiento del purgatorio.
86
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 38, § 224, p. 132.
87
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 51, § 301, p. 186.
88
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 51, §, 298, p. 161.
168
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
No es esta la única fuente con dicho uso del lenguaje, sino que volve-
mos a encontrarlo en la Historia Eclesiástica Indiana de Gerónimo de Men-
dieta (concluida hacia 1596), en donde un difunto que había sido puesto
“en purgatorio” por sus pecados seguía “en purgatorio” cuatro años des-
pués de muerto por no tener quien resarciera el daño causado, y solo des-
pués de que se le hicieron algunas misas salió “del purgatorio”,89 lenguaje
que no cambiará hasta que una generación distinta de frailes más familia-
rizados con las nuevas directrices de la Iglesia le comenzara a colocar más
consistentemente el artículo convirtiéndolo definitivamente en un sitio,
como ya aparece claramente en textos del siglo xvii como el Tesoro escon-
dido en el Monte Carmelo Mexicano, redactado entre 1646 y 1653 por el
carmelita fray Agustín de la Madre de Dios, y se representó artísticamen-
te en multitud de pinturas y esculturas por todo el virreinato (Fig. 28).
Pese a su evidente conocimiento y aceptación de este tercer destino, al
revisar los pocos relatos de visiones escatológicas de los indios que Mo-
tolinía nos presenta en sus textos, y a las que siempre agregaba la frase de
que ni creía ni dejaba de creerlas sino que solo las consignaba,90 podemos
afirmar que este autor nunca vio los exempla del purgatorio como una
prioridad en sus Memoriales y que, con excepción de Martín de Valencia,
ninguno de sus otros personajes visitó jamás explícitamente aquel lugar.
Pero no es solo Motolinía el que evade hablar de descensos al purgatorio,
sino que ya a finales del siglo xvi Gerónimo de Mendieta y el dominico
Agustín Dávila Padilla, así como en el xvii el Jesuita Andrés Pérez de Ri-
bas siguieron prefiriendo hablar de visiones del infierno y del cielo entre
los indios.91 Por otro lado, entre las 45 piezas literarias (algunas con más de
una versión) recopiladas por Danièle Dehouve en sus Relatos de pecados en
89
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica Indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 142. Las
diferentes ediciones no siempre son tan consistentes al respecto.
90
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 44, § 252, p. 141 y cap. 51, § 301, p. 186.
91
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 44, § 250-251, p. 140; Gerónimo de Mendieta,
Historia eclesiástica indiana, t. II, 4, cap. XXVII, pp. 136-137; Agustín Dávila Padilla, Historia de
la Fundación y Discurso de la Provincia de Santiago de México de la Orden de Predicadores, p. 616;
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra Santa Fee, lib. XI, cap. XI, p. 672.
169
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Fig. 28. Pintura mural con una de las primeras representaciones del purga-
torio en la Nueva España, probablemente del último cuarto del siglo xvi.
Los ángeles ayudan a las almas con forma de cuerpos desnudos a subir es-
caleras que conectan este lugar con el cielo, lo cual delata la gran antigüedad
de su modelo. Capilla abierta de Actopan, Morelos, casa de la Orden de San
Agustín fundada en 1550. Tomado de Víctor Manuel Ballesteros García, La
pintura mural del convento de Actopan, p. 43.
92
Danièle Dehouve, Relatos de pecados en la evangelización de los indios en México (Siglos
xvi-xviii).
170
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
93
Miguel Godínez, Dicho del padre Miguel Godínez varón muy espiritual acerca de la vida y
virtudes de la Venerable Isabel de la Encarnación cuyo padre espiritual fue, cap. I, f. 4v.
94
Miguel Godínez, Dicho del padre Miguel Godínez varón muy espiritual acerca de la vida y
virtudes de la Venerable Isabel de la Encarnación cuyo padre espiritual fue, cap. II, f. 23r.
171
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
95
Agustín de Vetancurt, Menologio Franciscano, diciembre 27, p. 130.
96
Es probable que el autor cite de memoria el Decretorum Libri Viginti de Burcardo de
Worms, en cuyo libro XX (De contemplatione), se hace un repaso acerca del destino escatológico
de las almas desencarnadas, siempre indefectiblemente separadas de los vivos.
97
Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, cap. VI, p. 55; cfr. Ariel Guiance, Los
discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv), p. 385.
172
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
tos.98 Tales engaños podían implicar, entre otras posibilidades, que los
indios confundieran realmente a los demonios con almas de sus parien-
tes muertos y que, confiadamente, hicieran lo que estos les pidieran por
más que atentaran en contra de las leyes de Dios, o bien que al presentar-
se con la forma de personas públicamente reconocidas como pecadoras
pensaran que si hasta aquellos podían salvarse habiendo llevado vidas
disolutas y vergonzosas, entonces cualquier pecado debía ser fácilmente
perdonable y no era tan arriesgado cometerlo.
La primera estratagema podemos ilustrarla en la Nueva España con
una historia situada por Gerónimo de Mendieta en el pueblo de Tehua-
cán, en donde residía un indio converso, antiguo sacerdote de los ídolos,
a quien, estando aquejado por una grave enfermedad se le aparecieron
los demonios en figura de su padre y su madre, y lo convencieron de que
estaban “en una muy deleitosa tierra donde tenían mucho descanso”, in-
vitándolo para que se fuese con ellos. Convencido de que en verdad eran
sus padres, y que nada debía temer de unas personas que tanto lo que-
rían, el indio los acompañó a una arboleda cercana, donde los demonios
le ordenaron que se ahorcara como condición para acompañarlos, y es-
tando a punto de hacerlo, apareció un fraile —en realidad un espíritu del
bien, probablemente un ángel— con la forma de su protector, el francis-
cano fray Juan de San Francisco, que lo detuvo y le mostró que aquellos
padres aparentes no eran más que demonios. “Comenzó entonces el in-
dio a dar voces y a llamar a Dios, y en el punto los demonios desapare-
cieron y lo dejaron”.99
Por supuesto, la confianza que inspiraban supuestos amigos y familia-
res difuntos en un testigo enfermo no es la misma que se esperaba tratán-
dose de meros conocidos ante alguien en sus cinco sentidos. Al menos
esto es lo que sugiere otra historia del mismo Mendieta, situada ahora
en el pueblo de Apozotl, Jalisco, en la que el Diablo fracasa en su intento
de embaucar a una india. Según Mendieta, empobrecida y con un mari-
98
San Agustín, La ciudad de Dios, lib. X, caps. X y XI, pp. 217-220.
99
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a. pte., cap. XXXVIII, p. 374.
173
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
…“yo soy y te vengo a suplicar que aquellas misas de San Gregorio que te
rogué me dijesen, no las hagas ya decir porque si las dicen será peor para mí y
serán para mi condenación”. Espantada, Catalina Montañez de estas razones
100
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVI, pp. 132-133.
101
Gaspar Navarro, Tribunal de superstición ladina, Disputa XVII, f. 41r.
174
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
dijo —“¿ Jesús, y cómo puede ser eso?”—. Y en oyendo el dulcísimo nom-
bre de Jesús desapareció y calló por un rato y luego volvió a decir lo mismo,
que no se la dijesen las misas porque sería para su daño. Replicóla la cuñada
diciéndole que no creía que fuese doña María la que la hablaba y que para
creerlo dijese tres veces Jesús, y sin hacerlo desapareció.102
…entonces la difunta la advirtió que ya ella sabía lo que pasaba, pero que
estuviese con cuidado porque el que la había hablado era el demonio que
procuraba estorbar que ella no se fuese al cielo y que subiese; que la había de
perseguir mucho, por lo cual la convenía andar muy sobre aviso y que pusiese
para no ser engañada una cruz encima de la cabecera y cuando ella viniese
tomase aquella señal de vida en su mano y dijese tres veces Jesús, porque si
era el demonio no se atrevería a llegar.103
102
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 2, p. 119.
103
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 2, p. 119.
175
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
104
“Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra”, “Bienaventurados los
pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5).
105
“Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc 6.20).
106
1Ti 6.6-10; Fil 3.8
107
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXI, pp. 106-110.
176
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
108
“Carta del padre fray Gerónimo de Mendieta al padre Comisario General Fray Francisco
de Bustamante”, Toluca, 1 de enero de 1562, en Cartas de religiosos, p. 7.
109
Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, cap. V, p. 47-49.
177
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
110
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 140.
111
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 139.
178
Reformismo y purgatorio en textos novohispanos: el caso de los indios
179
Capítulo 3
La Santa Compaña en los exempla de indios
112
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 45, § 255, p. 143
[ 181 ]
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
113
Sin que esto signifique que aquellos siempre lo hicieran, como ocurre en Gerónimo de
Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVII, p. 137, donde ni el mismo San
Pedro evita el fallecimiento del testigo al término de un plazo dado.
114
Carmelo Lisón Tolosana, La Santa Compaña. Fantasías reales. Realidades fantásticas, pp.
29-31. Ver Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E265.3 “Encontrar fantasmas causa
la muerte” y E266 “Los muertos se llevan a los vivos”.
182
La Santa Compaña en los exempla de indios
su presencia, o bien a las cuales encuentran por los caminos, donde les
muestran su propia efigie tendida en un ataúd o les obligan a cargar al-
gún objeto para comprometerlas a acompañarlas en su ruta (Fig. 29).115
En este sentido la Compaña es un conjunto psicopompo (del griego
ψυχοπομπός, psychopompos, “guía de almas”) responsables no de juzgar,
sino de guiar al muerto en su viaje de ultratumba. Usualmente se les
describe como luces que se mueven en la noche por los montes o como
figuras humanas envueltas en ropajes amplios que marchan en fila con
cirios en las manos.
En su momento, Carolina Michaëlis y otros estudiosos reclamaban
para la Compaña unos antecedentes germánicos enlazados con las cabal-
gatas de héroes muertos llamadas “Mesnadas de Hellequin” que, según
la mitología de las tierras del Norte de Europa, eran conducidas al Wa-
llhalla por las walkirias,116 mientras que polígrafos como Marcelino Me-
néndez Pelayo salieron en defensa del origen celta de estas procesiones
en Bretaña asegurando que se trataba de los muertos no perdonados que
volvían a los lugares de sus transgresiones terrestres sin poder alcanzar el
cielo hasta haber expiado sus pecados.117
Un tercer grupo extraía el origen de la Compaña, a la que también
se conoce como Huestia, de las páginas de la Biblia latina en donde se
habla del Hostis Antiquus, el enemigo antiguo, que daría nombre a la Es-
tantigua,118 la figura que representa a la muerte en abstracto y que oca-
sionalmente precede a la procesión de difuntos y le traza el camino que
debe seguir. Estantigua, sin embargo, más que solo un nombre dado a la
muerte, al derivarse de Hostis Antiquus se refiere a la serpiente original o
enemigo antiguo, al Diablo, con lo cual es evidente que quienes denomi-
naban así a estos aparecidos encapuchados los consideraban un engaño
115
Jesús Rodríguez López, Supersticiones de Galicia y preocupaciones vulgares, pp. 129-120.
Cfr. Juan García Atienza, Leyendas mágicas de España, p. 182.
116
Juan García Atienza, Leyendas mágicas de España, p. 180.
117
Alexander Carmichel citado en Katharine Briggs, Diccionario de las hadas, p. 304.
118
También conocida en forma corrupta como Estandía en Galicia y Asturias ( Juan García
Atienza, Leyendas mágicas de España, pp. 175-176).
183
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Fig. 29. Según algunos testimonios, el caminante nocturno veía su propia efi-
gie dentro del ataúd transportado por los integrantes de la Compaña como
posiblemente fue registrado por el flamenco Kerstiaen de Keuninck (1560-
1632) en su Paisaje con la tentación de san Antonio Abad en Egipto, (detalle).
El hecho de que el pintor coloque a la procesión de embozados entre los de-
monios que huyen por los aires y los que tientan a San Antonio en primer
plano, sugiere que posiblemente los identifica como otro ejemplo de engaño
demoníaco.
184
La Santa Compaña en los exempla de indios
119
Jesús Rodríguez López, Supersticiones de Galicia y preocupaciones vulgares, pp. 129-120.
Para los judíos en España en el siglo xv los muertos salían a desfilar en procesión los viernes
en la noche alumbrándose con candiles ( Juan Meseguer Fernández, “Las primeras estructuras
del Santo Oficio”, en Bartolomé Escandell Bonet y Joaquín Pérez Villanueva (dirs.), Historia de
la Inquisición en España y América, vol. 1, p. 384.
120
Carmelo Lisón Tolosana, La Santa Compaña, p. 89.
121
María del Mar Llinares, Mouros, ánimas, demonios, p. 97.
122
Carmelo Lisón Tolosana, La Santa Compaña, p. 89.
185
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
123
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXV, pp. 127-128.
124
Carmelo Lisón Tolosana, La Santa Compaña. Fantasías reales. Realidades fantásticas, pp.
17- 51.
186
La Santa Compaña en los exempla de indios
125
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVI, p. 130.
126
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVI, pp. 131-132.
187
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
127
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 45, § 237, p. 143.
188
La Santa Compaña en los exempla de indios
128
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVI, p. 132.
189
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Por otro lado, que en este relato se le relacione con una “santa compa-
ñía”, que la preceda un fraile con un hacha, y que circule a media noche
no puede ser una simple serie de casualidades ajenas a tradiciones para-
lelas de ultratumba.
Lo anterior puede tal vez esclarecerse un poco más si agregamos que
para Mendieta, convertirse en compañía de alguien implicaba la entre-
ga de la vida misma y del alma, como ocurre en su tercera narración con
una india del pueblo de Apozol, en Jalisco, en un alegato a favor del ser-
vicio de Cristo y el alejamiento del Demonio. En este ejemplo, una india
había sido lastimada con un hierro en la garganta por el Diablo bajo la
forma de un indio muerto —un cantero que ella conocía y sabía difun-
to— porque no había aceptado seguirlo después de que se le había ofre-
cido en un momento de desesperación:
…y luego vio venir una procesión muy ordenada de mancebos muy hermo-
sos, que excedían en hermosura a los hijos de los españoles, y traían en medio
una cruz muy grande y resplandeciente, y al cabo de la procesión venía un
niño más hermoso que todos, con un libro muy precioso en las manos, el
cual se llegó a su lecho y la llamó por su nombre, y la consoló, y le dijo que
él era el Tepapaquiltiami, que quiere decir consolador. Y le declaró cómo el
demonio había querido llevar su alma, por las palabras que ella había dicho,
129
Citado en José Manuel Feito, Devocionario popular (Zona de Somiedo). Consultado el 12
de septiembre de 2013 en http://mrbit.es/miranda/Devocion.htm.
190
La Santa Compaña en los exempla de indios
130
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVI, pp. 132-133.
191
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
131
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVII, p. 136. Cfr.
Antonio Tello, Crónica miscelanea de la santa provincia de Xalisco, lib. II, cap. CLXVIII, p. 548.
192
La Santa Compaña en los exempla de indios
Julián Garcés, por ejemplo, con una concisión digna de los mejores fa-
bulistas nos narra: “Martín se llamaba uno que ya en las últimas, poco
antes de fallecer, dijo a su madre que lo asistía: ‘Haste a un lado, madre.
¿No ves venir a los frailes con la cruz y a aquella gran dama de blanco que
me ofrece un rosario?’”.132
Aquí nuevamente aparece la idea de un acompañamiento que porta
una cruz, como en el caso de la india de Apozol, pero ahora específica-
mente se aclara que se trataba de frailes (o de personajes iconográfica-
mente similares, al menos), y no de ángeles o santos. Es decir, estamos
ante un desfile de difuntos que le anunciaron la muerte al testigo, el cual,
según las palabras de Garcés, debe efectivamente haber muerto pero al
menos salvó su alma del purgatorio gracias a la intervención especial de
la Virgen del Rosario —especialista en este tipo de favores—, cara a la
piedad dominica desde tiempos de su fundador y una de las primeras ad-
vocaciones en tener una cofradía en la Nueva España.133
Una pista final para demostrar el carácter psicopompo y la orienta-
ción axiológica de estas apariciones, pero también la idoneidad de los
indios para lograr la salvación, la encontramos en la Historia de los triun-
fos de nuestra santa fe (1645), del jesuita Andrés Pérez de Ribas. En su
texto, Pérez de Ribas cuenta que, tiempo atrás, habiendo llegado a una
ranchería de Parras, un sacerdote de su orden encontró un indio ancia-
no, enfermo y ya moribundo al que, sin embargo, pudo reanimar y en-
señarle los rudimentos básicos de la doctrina cristiana. 134 Sorprendido
por el interés del anciano por recibir el bautizo, el sacerdote le pregun-
tó sus motivos para aquello, y el indio, tan delgado que no le quedaba
más que la piel colgando de los huesos, le explicó lo siguiente. Según el
indio, al inicio de su enfermedad había recibido la visita de dos “perso-
nas venerables, de gran autoridad y muy resplandecientes”, los cuales lo
132
Julián Garcés, “Epístola de Garcés”, p. 36.
133
En 1538, a resultas de la promoción realizada por fray Tomás de San Juan ( Juan Bautista
Méndez, Crónica de la provincia de Santiago de México de la orden de Predicadores (1521-1564), p. 80).
134
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra Santa Fee, lib. XI, cap. XI, p. 689.
193
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
llevaron “por los aires hasta el cielo”, donde vio palacios deliciosos y un
asiento tan hermoso que daba un gran contento el solo mirarlo, el cual,
según le dijeron, sería para él cuando muriera. Sin embargo, también le
dijeron que todavía no era el momento de que eso ocurriera, pues antes
debía volverse cristiano, y para ello tenía que regresar al mundo y espe-
rar a dos sacerdotes que le enseñarían la verdadera fe y lo bautizarían:135
“Esto dijo el buen viejo bautizado, y así entendieron los padres (que lo
escribieron) que todo había pasado como el indio lo contó. Porque ape-
nas hubo recibido el agua del santo bautismo, y referido lo dicho, cuan-
do expiró…”. 136
Si en las primeras historias del siglo xvi ya era presumible la orien-
tación positiva de este tipo de aparecidos en función de su vestimenta
religiosa, las acciones que realizaban y los personajes del imaginario re-
ligioso a los que ocasionalmente precedían, una vez que se manifiestan
en ropas blancas y resplandecientes y conducen a un testigo a los cie-
los, dándole instrucciones para su retorno futuro, ya no queda ningu-
na duda al respecto. Con un destino celestial tal vez, pero al igual que
en relatos anteriores, la visita de las dos “personas venerables” fue un
aviso de muerte que se cumplió.
Aun tomando en consideración el carácter tardío del libro de Pérez de
Ribas, así como la manera en la que caracteriza en su título a los indios
como gentes bárbaras y feroces, dominadas por el Demonio en sus breña-
les, no deja el autor de reconocer que si como este buen indio, los demás
que fueron criados “in silvis” hubiesen guardado la ley natural tendrían
una razonable posibilidad de ser salvados. Con todo, la Edad de Oro de
la evangelización había ya terminado para ese momento, y el buen salvaje
de los viejos tiempos era solo un lejano y desfasado recuerdo.
135
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra Santa Fee, lib. XI, cap. XI, p. 690.
136
Andrés Pérez de Ribas, Historia de los triumphos de nuestra Santa Fee, lib. XI, cap. XI, p. 690.
194
La Santa Compaña en los exempla de indios
…respondióle la voz —“yo soy doña María, hermana de don Miguel tu mari-
do, que fallecí en Acacingo [sic] y ando en penas de purgatorio por mis culpas
y por el poco respeto que tuve a mi marido y hermanos”—. Animada ya un
poco la buena señora preguntó a la difunta que qué quería que hiciese y a qué
venía y respondióle que a que la mandase decir doce misas.137
137
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 1, p. 119.
195
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
138
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 1, p. 119.
139
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 1, p. 119.
196
La Santa Compaña en los exempla de indios
Fig. 30. Se decía que el ánima de María López, india muerta en Acatzingo,
se aparecía en Nopalucan a la esposa de su hermano Miguel.
140
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 3, p. 120.
197
Los indios del Nuevo Mundo y el Más Allá
Por supuesto, las fechas manejadas en este tipo de narraciones rara vez
son casuales, sino que tienen un significado al interior mismo de la his-
toria narrada o establecen un lazo de intertextualidad con otras histo-
rias. Recordemos que en el Liber miraculis de Lucas de Tuy, del siglo xii
(I,3.2), se decía que las penas purgatoriales eran atenuadas cada vez que
se celebraba una misa por los difuntos, los principales días de fiesta del
calendario litúrgico y los domingos, que eran festividades en sí mismas
por ser el día de la resurrección de Jesús. En este caso, el hecho de que el
estallido de manifestaciones ocurriera en torno de la pascua de Navidad,
una de las más importantes fiestas del año, indica que el narrador trataba
de establecer un vínculo con el nacimiento de Cristo como redentor del
pecado (Mt 1.21), que es el origen de la muerte del hombre (Rm 8.2), y
que son también las razones por las cuales en varios exempla medievales
se habla de esta fecha como parte del refrigerium visto ya no como un si-
tio sino con un estado o situación.
Paradójicamente, de manera paralela a la asimilación cada vez más
castiza de los motivos narrativos en las historias de apariciones que se
referían a los indios, la confianza en la salvación de sus almas parece ha-
berse ido diluyendo al menos entre algunos grupos de españoles, inclu-
so religiosos. En parte, esto puede haber tenido como antecedente el
desaliento que empezó a embargar ya desde mediados del siglo xvi a los
evangelizadores cuando vieron que de las generaciones adultas nada se
podía esperar con respecto a la asimilación de la nueva fe. Como expli-
caba fray Andrés de Olmos, a pesar de los años trabajados, curar la llaga
de la idolatría, que él identificaba con la herejía, no llegaba a lo vivo más
que de pasada, y las viejas creencias reverdecían una y otra vez.141
Esta desilusión se ve reflejada en otra breve historia de aparecidos
indios contada ahora por fray Agustín de Vetancurt en su Menologio
franciscano, dado a la estampa en 1698, y cuyo protagonista es el lego
franciscano fray Sebastián de Aparicio:
141
Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, prólogo, f. 388v, p. 4.
198
La Santa Compaña en los exempla de indios
…en otra ocasión [Sebastián] entró a una ermita, y una alma de una india
difunta le pidió socorro. Preguntole el siervo de Dios si acaso se salvaban
los indios? [sic]. Respondió: los niños, todos; de las indias, algunas; de los
indios, pocos, porque los más se condenan, especialmente los mandones.142
142
Agustín de Vetancurt, Menologio franciscano, febrero 25, p. 21.
143
Juan Antonio Ortega y Medina, Imagología del bueno y del mal salvaje, pp. 39-48.
199
Tercera
parte
1
Antonio Rubial en Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, p. 17.
2
El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, Sesión XXV, “Decreto sobre el purgatorio”,
p. 327.
[ 203 ]
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
3
Alonso Villegas, Flos sanctorum, 1 de noviembre, p. 735. Del limbo de los niños se habla en
el 5º artículo de la fe de los catecismos de fray Juan de la Anunciación ( Josep-Ignasi Saranyana,
“Teología académica y teología profética americanas (siglo xvi)”, pp. 1044-1045).
4
Alonso Villegas, Flos sanctorum, 1 de noviembre, p. 736.
204
Javier Ayala Calderón
5
Francisco Tejada Vizuete, “Religiosidad de indianos extremeños a través de sus
testamentos”, p. 80.
6
“Testificación original de Hipólita, alias Inés Gutiérrez”, México, 20 de agosto de 1572, en
Francisco Fernández del Castillo, Libros y libreros, p. 166.
7
“Continúa la declaración de María de Sanzoris”, México, 22 de agosto de 1572, en
Francisco Fernández del Castillo, Libros y libreros, p. 164.
8
“Sigue la testificación de Leonardo Fragoso”, México, 23 de noviembre de 1571, en
Francisco Fernández del Castillo, Libros y libreros, p. 147.
9
“Testificación original de Hipólita, alias Inés Gutiérrez”, México, 20 de agosto de 1572, en
Francisco Fernández del Castillo, Libros y libreros, p. 166.
10
Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv), p. 402.
205
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
vimos, los espectros eran seres elegidos por Dios que se presentaban en
sueños delante de los hombres. Pocos son los casos de apariciones fan-
tasmales que tienen como vehículo el sueño después de Trento, como
aquel donde se cuenta que fray Francisco de Colmenar tuvo mucha afi-
ción al emperador Carlos V e hizo por él continuas oraciones hasta que
tuvo revelación de que había salido del purgatorio.11 Sin embargo, aun-
que en ella se dice que se trata de un hecho verídico, se subraya su carác-
ter de visión para diferenciarlo de las anécdotas que luego irán siendo
narradas sobre encuentros personales y directos con seres del Más Allá
y que marcan el paso de una creencia más bien abstracta e intelectuali-
zada con respecto a la vida de ultratumba a una más familiar y fácil de
comprender para el individuo promedio.
Para Luis Maldonado, la religiosidad popular busca relacionarse con
lo divino en una forma más sencilla, más directa y más rentable. Por
“búsqueda de relaciones más sencillas” entiende el intento de superar
una forma de praxis religiosa demasiado intelectualista, demasiado ce-
rebral, abstracta y “dogmática”. En ella se buscan formas más intuitivas
en las que el sentimiento y la fuerza imaginativa de la gente común pue-
dan desarrollarse. Por “búsqueda de relaciones más directas” entiende
el rechazo a unas mediaciones clericales entre el hombre y la divinidad
que consideran más obstáculo y muro opresivo que comunicación y
servicio. “Rentable”, por último, es la satisfacción de deseos de utilidad,
punto en el que regularmente se llega a terrenos próximos a la magia,
a la superstición y el fanatismo que siempre amenazan a la religiosidad
popular.12
Considerando lo anterior, no tendría nada de extraño que a pesar
de la persistencia del pensamiento agustiniano en obras como el Uni-
versal Vocabulario de Alfonso de Palencia —en pleno siglo xv— don-
de sostiene que el fantasma es “un gesto figurado en el ánimo de lo que
11
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. VII, p. 45.
12
Luis Maldonado, “Religiosidad popular”, p. 1191.
206
Javier Ayala Calderón
nunca vimos y [...] visión vana en sueños que no significa nada”,13 con el
paso del tiempo la evolución de las narraciones de espectros dentro de
la cristiandad hubiera apuntado hacia una interacción directa con los vi-
vos desdeñando sus apariciones oníricas y recalcando las físicas. Al final
de cuentas existía la posibilidad de que la visión no fuese sino un sueño,
mientras que el encuentro en vivo con un muerto, independientemen-
te de su credibilidad, o el hecho de que el encuentro se refiriera de esta
forma, despejaba las dudas al respecto. Esta necesidad por comunicarse
con ellos en forma familiar rápidamente llegó al abuso en España hasta
convertirlos a finales del siglo xvi en seres parlanchines, develadores de
secretos que una mente menos inclinada a las maravillas hubiera clasi-
ficado rápidamente como atentados contra la divinidad a través de pre-
guntas sobre la salvación personal de individuos particulares, de muertos
afamados, etcétera.
Lejos de ser un mero e insustancial cuento hecho para espantar a los
escuchas, en esta época el exempla de aparecidos era una herramienta
de gran utilidad en contra del emergente protestantismo, que negaba la
existencia del purgatorio y la posibilidad del contacto entre los vivos y
los muertos, denunciándolos como una farsa de la Iglesia católica para
obtener dinero con la credulidad y el miedo de los fieles. La finalidad de
la insistencia en los relatos de ánimas era pues la de confirmar la autori-
dad de la Iglesia católica y la certeza de sus enseñanzas, pero si bien en
el concilio tridentino se mandaba que los religiosos recalcaran a los fie-
les la creencia sobre el purgatorio, y los predicadores de aquel momento
obedecieron cumplidamente, no lo hicieron sin hacer algunas adecua-
ciones que concordaran con su línea general de interpretación acerca
del Nuevo Mundo.
Si los frailes de las tres primeras órdenes mendicantes habían insis-
tido durante años en la inocencia cuasi-angelical de los indios salvajes y
luego en su mansedumbre de nuevos cristianos que los mandaba dere-
13
Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv),
pp. 410-411.
207
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
14
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 143. El
énfasis es nuestro.
15
El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, Sesión XXV, “Decreto sobre el purgatorio”,
pp. 327-328.
16
Diego Valadés, Retórica cristiana, 6a. pte. “Breve y concisa explicación de todo el
contenido del maestro de las sentencias”, distinción 45, p. 837.
208
Javier Ayala Calderón
17
Diego Valadés, Retórica cristiana, 6a. pte. “Breve y concisa explicación de todo el
contenido del maestro de las sentencias”, distinción 45, p. 837.
18
Juan Rodríguez, Relación del espantable terremoto que agora nuevamente ha ocurrido, en
las Indias en una ciudad llamada Guatemala, es cosa de grande admiración, y de grande ejemplo
para que todos nos enmendemos de nuestros pecados, y estemos apercibidos para cuando Dios fuere
servido de nos llamar, f. 6r.
19
Verónica Zárate Toscano, Los nobles ante la muerte en México, pp. 238-241 y 281.
209
Capítulo 1
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
[ 211 ]
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
20
Cristina Segura Graiño, “El pecado y los pecados de las mujeres”, p. 217 y Cristina Segura
Graiño, “La Sociedad y la Iglesia ante los pecados de las mujeres en la Edad Media”, p. 852.
21
Antonio Rubial García, Profetisas y solitarios, p. 15.
212
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
22
Javier Ayala Calderón, Un lugar entre los santos (2010) y El Diablo en la Nueva España
(2010), ambos libros publicados por la Universidad de Guanajuato.
213
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
que impedían su descanso eterno tenían que ver, según hemos dicho más
arriba, con los pecados a los cuales se les creía más proclives, como eran
la ambición económica y de poder, la violencia contra la vida o el honor
de otros y a veces de sí mismo, la concupiscencia y el libertinaje.
No obstante, algunas apariciones de españoles en documentos de las
primeras épocas de la conquista y colonización del Nuevo Mundo no
son precisamente purgatoriales, sino más bien casos de castigo infernal
debidos en parte a las situaciones extremas que siendo varones enfrenta-
ban en aquellos tiempos, y como ejemplo de ello podemos mencionar el
caso narrado por Motolinía en sus Memoriales acerca de las ánimas que
se manifestaban en unos llanos de Perú como resultado de una batalla
entre españoles por el dominio político y la explotación económica de
aquellas tierras:23
23
Para una exposición más amplia de este caso ver Javier Ayala Calderón, “Espacios de la
muerte y ejércitos espectrales”.
24
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 58, p. 234.
214
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
25
Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias, cap. CL, p. 217.
26
Pausanias, Descripción de Grecia, lib. I, cap. 32, §4, p. 171.
27
Varias de ellas recogidas y comentadas por Danièle Dehouve, Relatos de pecados en la
evangelización de los indios de México (siglos xvi-xviii), anexo de exempla en CD.
28
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 58, p. 233.
29
Ap 20.6 y 14; Ap 21.8.
215
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
En México un español fue a matar a otro, y aconteció (como las más veces
acaece) que el agresor fue muerto y enterráronle en el convento de S[an]
Francisco. Y al tiempo que echaron el cuerpo en la sepultura, dio un gran
grito espantable, de que los frailes quedaron atemorizados, y encomendaron
al Señor el ánima de aquel defuncto.31
30
Que muere en este último año según Agustín de Vetancurt, Menologio Franciscano, julio
31, p. 81.
31
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, pp. 141.
32
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, pp. 141-142.
216
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
como intercesores ante Dios, pero lo más probable es que el sitio designa-
do fuese el infierno, en donde, una vez entrado, ya no hay salida ni alivio
(Lc 16.24-26) y donde de nada valían ya las oraciones de los frailes, por
lo cual hacerlas era tiempo perdido.
Aparte de esta lógica de la condenación, un factor más que debe
considerarse para la hipótesis infernal es el del grito, pues dentro de los
exempla medievales es muy común que los cadáveres condenados emi-
tan gritos y hasta hagan discursos de protesta al ser enterrados en la tie-
rra santa de un cementerio o una iglesia, pues saben muy bien que no lo
merecen. Tanto así, que a veces incluso la tierra misma donde han sido
sepultados los rechaza y escupe de su seno. Sobre este particular volve-
remos más adelante al hablar sobre los cadáveres animados.
Como puede notarse con ambas historias, de grupo una e individual
la otra, ambos narradores ponían sobre aviso a los hombres en contra de
las acciones violentas contra otros, de las que, además, nunca se tenía la
certeza de salir bien librado y solo ponían en riesgo la salvación.
Por supuesto, la violencia podía tomar muchas otras formas y dos de
las más temibles eran el atentado contra la vida propia y el atentado con-
tra el honor, entendido este como el buen nombre o fama de que gozaba
ante los demás alguna persona, lo cual en esa época constituía una forma
particular y no menos valiosa de la vida. Y cuando un suicida había sido
también un calumniador el resultado en términos de pena post mortem
era deplorable. En la Historia eclesiástica indiana, de Gerónimo de Men-
dieta, por ejemplo, se dice que estando acostada en la villa de Toluca,
una mujer española llamada Isabel Hernández vio un día al amanecer “un
hombre colgado” dentro de su aposento, el cual llevaba puesto el “hábito
de la misericordia”.33 Atribulada por aquella aparición, la mujer acudió
con su confesor, fray Benito de Pedroche para recibir su consejo y este
le sugirió conjurarlo si creía tener el valor para ello, y le enseñó el modo
de hacerlo. Orientada de esta forma, la mujer presenció dos o tres veces
más la “visión” de aquella ánima a la misma hora que la primera ocasión,
33
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 142.
217
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
El hombre le dijo quién era, y cómo había cuatro años que había muerto en
aquel mesmo aposento, y que todo aquel tiempo había que estaba en purga-
torio, porque había levantado un falso testimonio a una doncella que quería
casar un sacerdote honrado, llamado Antonio Fraile, por lo cual la doncella no
se casó. Y que se había confesado de aquel pecado y tenido de él contrición;
mas por cuanto no le había restituido la honra, penaba todavía en purgatorio.
Y que para muestra de la verdad que decía, que le preguntasen al Antonio
Fraile si esto era así. Y que por morir fuera de México no le había vuelto
la honra; que de su parte se la volviesen y le mandase decir algunas misas,
porque luego saldría de purgatorio, y así se las dijeron, y nunca más pareció.
Hízose averiguación de esto en México, y hallóse ser todo así, y a aquella
mujer se le volvió la honra, aunque ya era casada cuando esto sucedió. No se
descubre el nombre del defuncto por su honra.34
Por el contexto de lo que ocurre dentro del relato, nos damos cuenta de
que Mendieta está hablando del ánima de un suicida y que la situación
planteada resulta así problemática, pues desde siglos atrás la Iglesia cla-
sificaba la violencia contra sí mismo como un pecado mortal que se cas-
tigaba con las penas infernales y no como un pecado venial que pudiera
terminar de satisfacerse en el purgatorio. El caso es ciertamente compli-
cado, pero puede desenredarse si rastreamos la manera en la que la con-
cepción del suicidio fue cambiando a lo largo del tiempo.
Debido a la influencia de la moral y del derecho romano, antes del
siglo vi el derecho canónico no establecía una represión generalizada
del suicidio. Como ocurría en la Antigua Grecia, estas acciones eran vis-
tas con una cierta indulgencia si sus autores eran miembros de las clases
privilegiadas, sobre todo si se realizaban para escapar del deshonor, pero
34
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 142.
218
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
35
Synodus Bracarensis prima, XV, ff. 109v col. a-109v col. b. Consultado el 3 de julio de 2017
en http://www.benedictus.mgh.de/quellen/chga/chga_057t.htm.
36
San Agustín, La ciudad de Dios, lib. I, cap. XXV, pp. 22-23.
37
Esaú de María Díaz Ramírez, La religión en el Quijote, pp. 68-69.
38
Jean Delumeau, El miedo en Occidente, p. 135.
219
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
39
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a. pte., cap. XXXV, p. 364.
40
María Concepción Lugo Olín, Una literatura para salvar el alma, p. 181. Es decir: 1)
Visitar a los enfermos, 2) Dar de comer al hambriento, 3) Dar de beber al sediento, 4) Dar
posada al peregrino, 5) Vestir al desnudo, 6) Visitar a los presos y 7) Enterrar a los difuntos.
41
María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, Usos y costumbres funerarias en la Nueva España,
p. 111.
220
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
42
Al morir en Veracruz a principios del siglo xvii, el marinero Jerónimo de Torres pedía
que lo enterraran con una túnica y un capirote que tenía entre sus bienes, seguramente per-
tenecientes a una cofradía (A.G.I., Contratación, 515, N.2, R.3 citado por Joaquín Rodríguez
Mateos, “‘Bien a los muertos y utilidad para los vivos’”, p. 462).
43
Verónica Zárate Toscano, Los nobles ante la muerte en México, p. 233.
221
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
incluso los reyes de España no tardaron en seguir este ejemplo como una
señal de su piedad y de su humildad. De esta manera, si bien Enrique II
y Fernando el Católico fueron enterrados con el hábito de la Orden de
Predicadores, los reyes Sancho IV, Pedro I, Enrique III e Isabel la Católi-
ca solicitaron el hábito franciscano y lo popularizaron dentro de la Corte.
No obstante, a medida que avanzaba el siglo xv eran cada vez más las per-
sonas comunes que pedían también el hábito de la Orden de Frailes Me-
nores hasta que, de ser una práctica piadosa especial, se convirtió en una
costumbre bastante ordinaria.44 Tanto, que —después de toda una vida
de excesos— entre la gente de recursos aquello a veces no parecía ser
sino una estrategia para presentarse pobre pero esperanzadamente ante
el juez supremo tratando de evadir la sentencia de Mc 10.25 acerca de la
dudosa salvación de los ricos.45 En buena medida este interés se debía a
la promoción que le hacían los mismos franciscanos, quienes invocaban
para ello, con certidumbre o no, una supuesta indulgencia plenaria con-
cedida por el papa León X a quien se enterrase con él o que, por lo me-
nos, lo solicitara en el momento de la muerte aunque no llegara a usarlo.46
Por lo tanto, para un franciscano celoso como Mendieta, consciente de
la categoría de su hábito, cualquier otra vestimenta fúnebre era incapaz
de garantizar nada con respecto al Más Allá, menos aún si se trataba del
hábito de una simple asociación de seglares, y menos aún en un pecador
tan abominable como un suicida. Su exemplum es clara muestra de ello.
Por supuesto, rico en historias, Mendieta no se limita a poner ejem-
plos de aparecidos laicos violentos, sino que desarrolla otros en los que
presenta diversas situaciones problemáticas a las que se enfrentaban los
frailes al realizar su trabajo con ellos, como las relacionadas con las deu-
das. Entre estas encontramos una en donde Mendieta utiliza el término
de “vulto” (sic) para caracterizar a la aparición fantasmal, aunque con
44
Fernando Martínez Gil, La muerte vivida: muerte y sociedad en Castilla durante la Baja
Edad Media, p. 82.
45
Verónica Zárate Toscano, Los nobles ante la muerte en México, p. 231.
46
La Mortaja o Examen de la costumbre de sepultar los cadaveres con habito de religioso, pp. 7-9.
222
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
223
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Otro día a prima noche tornó a tocar a la puerta del aposento al tiempo que
quería dormir, y le estremecieron la cama, y él despertó y se encomendó a
Dios, y luego lo llamaron por su proprio [sic] nombre, diciendo: “Abrid, Pedro
Martínez”. Él se levantó de la cama y se fue hacia la puerta, y le preguntó quien
era. Él dijo que le abriese, que entonces le diría quien era. Preguntole si era de
este mundo o del otro. Respondiole que del otro. Y por saber si acaso era el
demonio, fuele haciendo preguntas por los artículos de la fe, y él respondía,
que en todos ellos creía y había creído en toda su vida. Y para certificarse si era
del otro mundo, díjole: “Dad tres golpes encima de este aposento”, lo cual él
hizo luego, y los dio, y en un punto se volvió a poner a la puerta, donde antes
estaba. Entonces se esforzó el Pedro Martínez y abrió la puerta, y vio entrar
un bulto que le dijo: “Dios se lo pague, por haberme abierto la puerta, y por
haberme aguardado”. Y dijo más: “Acostaos en vuestra cama”, y él se acostó,
y el bulto se asentó a los pies de ella, y le pareció al Martínez que el bulto
estaba hecho un yelo. Díjole luego su nombre y mandole que en el altar del
Perdón (que está en la iglesia mayor de México) le dijesen treinta misas, y que
se obligase a cierta deuda que le declaró, y que esto fuese dentro de treinta días.
Asimismo le aconsejó que no estuviera solo en aquella casa. Y dicho esto, vió
que se tornó a salir.47
47
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 143
48
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 143.
49
Gaspar Navarro, Tribunal de superstición ladina, Disputa IX, f. 23v.
224
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
50
Gaspar Navarro, Tribunal de superstición ladina, Disputa XVII, f. 41r.
51
Gaspar Navarro, Tribunal de superstición Ladina, Disputa IX, f. 23v.
225
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
52
“Roto” en Robert Jammes y Marie Thérese Mir (coords.), Glosario de voces anotadas en
los 100 primeros volúmenes de Clásicos Castalia, p. 624; “Distraído” en Cesar Vidal, Enciclopedia
del Quijote, p. 254.
226
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
el deceso súbito y repentino, sin confesión y sin haber realizado las ac-
ciones necesarias para dejar los asuntos personales en regla.53 Desde mu-
chos siglos antes, el momento de la muerte era esperado por el cristiano
con dos preparaciones distintas: una remota, que implicaba el vivir de
acuerdo con los lineamientos de la fe y en aprender teóricamente a mo-
rir para saber cómo enfrentar el momento cuando tuviera que hacerlo,
mientras que la otra forma era cercana y se practicaba durante los mo-
mentos inmediatos a la muerte con un asistente que ayudara al mori-
bundo a realizar los ritos decretados para el caso por la Iglesia, al mismo
tiempo que a mantenerse reposado, seguro y concentrado en su salva-
ción.54 Pero, para su desgracia, el alarife no contaba con ninguna de estas
cuando más lo necesitó.
De acuerdo con el exemplum, un día, poco después de su interven-
ción en la iglesia, Caravallo tuvo que hacer un viaje a Oaxtepec, con tan
mala suerte que a la mitad del camino su caballo se encabritó, se desbo-
có y lo arrastró con el pie en el estribo hasta estrellarlo de cabeza contra
un peñasco causándole la muerte. Al poco tiempo, la casa donde había
vivido comenzó a experimentar ruidos extraños que tenían aterroriza-
dos a sus habitantes y sus apariciones comenzaron a ser vistas por una
niña de siete años que era nieta del difunto, la cual lo veía claramente y
afirmaba que su abuelo la llamaba e iba a abrazarse con él, aunque nadie
más podía percibirlo.
Lo principal de la actividad tenía lugar en el sótano hacia mediano-
che, con una serie de ruidos tan terribles que las personas que intentaban
acercarse para averiguar lo que pasaba terminaban reculando, incapaces
de soportar el miedo. Al final, un grupo encabezado por un religioso de
la orden de San Francisco, armado con agua bendita y su estola, por si se
trataba de algún truco demoniaco, logra acercarse lo suficiente para des-
cifrar el enigma. Eran las once y media de la noche cuando:
53
María Concepción Lugo Olín, Una literatura para salvar el alma, pp. 20-21 y 176-178.
54
Ildefonso Adeva Martín, Ars bene moriendi. La muerte amiga, pp. 305-306.
227
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
...empezaron a oír en aquel sótano, que era al modo de almacén, muy lamenta-
bles gemidos y entre confuso estruendo de cadenas muy congojados sollozos
[y al acercarse hacia donde sonaba el ruido] Vieron —¡Oh, caso terrible!—
parados en el zaguán, salir por la puerta del sótano una figura horrible y teme-
rosa y que envuelta en vivas llamas enviaba suspiros a los cielos, traía trabados
los pies y las manos con grillos y cadenas abrazantes.55
55
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. I, cap.
XXIII, § 6, p. 75.
56
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. I, cap.
XXIII, § 7, p. 75.
228
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
Como ha podido verse, especial lugar ocupan en este relato los fenó-
menos acústicos entre “ruidos temerosos”, “estruendos tristes de cade-
nas” (herencia de la tradición clásica como en el caso del filósofo estoico
Atenodoro), “muy lamentables gemidos”, “congojados sollozos”, ruido
de suspiros, etcétera. Probablemente porque esto era lo más común de
la tradición en innumerables historias que corrían cotidianamente entre
la gente debido a la facilidad del oído para fantasear en los momentos
de obscuridad en que los ojos nada podían hacer para despejar sus du-
das, pero sí que el caso tiene una particularidad especial que vale la pena
comentar. Resulta que, después de hacer sus peticiones y responder las
preguntas que se le hicieron, el ánima termina desapareciendo de una
manera llamativa:
229
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Otro detalle que igualmente llama la atención es que entre las histo-
rias de españoles esta sea la única que hemos localizado con participa-
ción de declarantes infantiles en nuestras fuentes, lo cual puede deberse
a la nula fiabilidad que se les concedía como testigos.
Con el triunfo indiscutible del purgatorio dentro del mundo católico,
las apariciones de hombres laicos se volvieron cada vez más comunes y
abundantes según avanzaba el siglo xvii. Tanto, que solo unas décadas
después de los textos de Agustín de la Madre de Dios, Juan de Palafox, en
ese momento ya de regreso en España después de haber sido obispo de
Puebla y Virrey de la Nueva España, ya no nos habla solo de apariciones
individuales, sino también en grupos. Así por ejemplo, nos cuenta que en
el puerto de Veracruz, un día domingo, 12 de su mes (aunque no especifi-
ca de qué mes se trata), en el primer semestre de 1654, a las dos de la ma-
drugada, en su celda del convento de la Orden de San Agustín de aquella
ciudad se aparecieron tres difuntos a fray Francisco de Medina, fraile “de
muy singulares prendas de virtud y ejemplo”, quien pudo identificarlos a
la luz del mismo fuego que echaban de sus cuerpos como el capitán Julio
César, antiguo alguacil mayor de la ciudad y el capitán Sebastián de San
Román, ambos vecinos de Veracruz que murieron en el puerto durante
las enfermedades de 1648 (probablemente vómito negro, es decir, fiebre
amarilla); así como Andrés de Cumeta, vecino de la ciudad de Oaxaca,
muerto también en Veracruz en 1651 cuando la misma enfermedad vol-
vió a asolarlo y que mandaba a la tumba a los enfermos tras solo tres o
cuatro días de presentarla.57
Según el remitente de la misiva que informa de estos hechos a Pala-
fox, el vicario y cura de Veracruz Bernabé de Aguilera, los tres aparecidos
habían pedido misas y otros sufragios para su descanso, los cuales rápi-
damente fueron concedidos por sus deudos y albaceas. Por supuesto, en
todos los casos se trató de acciones que aportaban importantes ingresos a
57
Carta de Bernabé de Aguilera en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y escarmiento
en los muertos, núm. 76, § 246, pp. 136-138. Las noticias de esta enfermedad en Gregorio
Martín De Guijo, Diario, t. 1, pp. 22 y 168-169.
230
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
la Iglesia ya fuera del pecunio del primero en misas y del último en dona-
ciones al convento concepcionista de Puebla, así como de la recolección
pública de limosnas para misas y compra de bulas de difuntos entre la
gente de la ciudad por el descanso de San Román en vista de que, según
sus palabras, desde el día de su muerte no había tenido “quien se hubie-
se acordado de él”.58 Todo ello ya no con la finalidad de aligerar sus sufri-
mientos en el Más Allá (el refrigerium en el sentido manejado en el siglo
xiii por Lucas de Tuy), o procurar, sin certidumbre alguna, la remisión
de algún tiempo de estancia en el purgatorio, como solía manejarse un
siglo antes, sino con la plena seguridad de que esto ocurriría en cuanto
se hicieran los sufragios e incluso poniendo una fecha precisa para el fe-
liz evento en el caso del capitán Julio César (15 de agosto de aquel año,
en la fiesta de la Asunción de Nuestra Señora).59 Con matices, el viejo
aspecto de transacción, tan criticado por Lutero cuando negaba la predi-
cación popular de que “las almas vuelan del purgatorio apenas se deposi-
ta la contribución en la caja”60 se presentaba nuevamente en los hechos.
Los vestigios dejados atrás por estas ánimas para probar la veracidad
de sus apariciones no fueron diferentes a las de muchos otros de la mis-
ma época, y consistían en la huella de la mano del capitán Julio César
estampada con fuego sobre la tapa de una caja y pretendidamente reco-
nocida por un yerno suyo a partir de su forma y algunas características
adicionales. Asunto sobre el que volveremos más adelante.
58
Carta de Bernabé de Aguilera en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y escarmiento
en los muertos, núm. 76, § 246, pp. 138-139.
59
Carta de Bernabé de Aguilera en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y escarmiento
en los muertos, núm. 76, § 246, p. 138.
60
Martín Lutero, Carta al arzobispo Alberto de Magdeburgo, vigilia de Todos los Santos
de 1517, en Esaú de María Díaz Ramírez, La religión en el Quijote, pp. 114-115.
231
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
61
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 1, p. 119.
62
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 6, p. 121.
63
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 5, p. 121.
232
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
Según dicho relato, estando esta señora una noche ya muy tarde en
su aposento oyó una voz que la llamó en tres ocasiones por su nombre
desde una sala. A la tercera acudió a la sala con una luz encendida y al no
ver a nadie procedió a preguntar quién llamaba. Entonces una voz sin
cuerpo le respondió:
Yo soy fulana (nombrando a una amiga suya ya difunta) que ha diez años que
estoy en el purgatorio por no haber mis herederos ni albaceas acudídome con
sufragios y Dios me ha dado licencia para que venga a pedirte me encomien-
des a su majestad; hazlo así porque es mucho lo que padezco.64
Por supuesto, la buena mujer hizo lo que la voz le pedía y otra noche oyó
la misma voz que le daba las gracias y le rogaba lo continuase haciendo.
Hasta aquí, la aparición y su solicitud no se salen en absoluto de lo típico
de estas historias, que suelen terminar con la obtención de favores muy
concretos y, eventualmente, con una última visita del espectro ya sea para
agradecer el favor recibido, despedirse o hacer alguna recomendación fi-
nal. En este caso, no obstante, este es apenas el inicio de una trama más
abigarrada y contradictoria en donde se detectan con facilidad los inte-
reses que subyacen en ella en función de la insistencia con que se vuelve
siempre a un mismo asunto.
No conforme con lo ya logrado, el espíritu solicita a la testigo que
otras personas rezaran también por ella, muy especialmente los frailes y
monjas carmelitas de aquella ciudad “porque podían mucho con Dios sus
oraciones y eran gente piadosa y compasiva”. Naturalmente, a partir de lo
anterior no es difícil concluir que si esta historia aparece en el Tesoro es-
condido es porque cumplía con un objetivo abiertamente parcial y propa-
gandístico hacia la orden del Carmelo Descalzo. Tal cosa no tiene nada
de extraño, pues como continuaremos viendo en los apartados siguien-
tes, tratándose de órdenes religiosas, todas las narraciones de ultratumba
64
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 5, p. 121.
233
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
…vio esta piadosa mujer una noche, cuando ya estaba recogida, que quitaban
un candelero que con su vela encendida tenía encima de una cajita de costura
encima del estrado sin ver quién lo hacía ni menos que nadie abriese la cajita
que ella tenía cerrada, y estando mirando aquesto vio que de dicha cajuela
salía un plumar de humo espeso que causaba mal olor y no se atrevió a abrirla
por ser algo medrosa. A la mañana la abrió y vio estampada en la tapa una
mano de mujer, por la parte que caía hacia adentro, y estaba tan señalada y
honda como si con una mano de hierro ardiendo la hubieran esculpido; y
luego entendió que era aquella la señal que el alma la había prometido dar
para que la creyesen […] Díjola también que manifestase esta señal para
edificación y provecho de los prójimos y para que se aumentase la devoción
con las ánimas del purgatorio y ofreciesen por ella oraciones y sufragios y que
la cajuela se la entregase a los padres carmelitas...65
65
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 5, p. 121.
234
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
Otra noche se le apareció y la dijo “yo soy, no temas, que como temiste ano-
che me fui luego por no causarte algún daño; lo que te ruego es que cuando
me vaya no me mires porque no te hagan asombro las penas que padezco”.66
66
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 5, p. 121
67
Aunque del siglo xviii, un ejemplo de ello puede leerse en Joseph Manuel Rodríguez,
Vida prodigiosa del siervo de Dios fray Sebastián de Aparicio, lib. III, cap. V, p. 160. Posiblemente
en el lib. IV, cap. VIII, pp. 206-207 de la misma obra estemos delante de un fenómeno similar.
235
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
68
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 6, p. 121.
69
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XIV, p. 173; cfr.
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. VI, cap. XXI,
§ 3.2, p. 349.
236
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
70
El domingo cuatro de abril de aquel año, primer domingo después de la luna llena tras el
equinoccio de primavera en el hemisferio norte, como se fijó en el Primer Concilio de Nicea
el año 325.
71
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 6, pp. 121-122.
72
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 63.
237
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
de más tener algún vestigio que actuara como testimonio, y menos toda-
vía cuando, como entonces, resultaba estratégico tanto para incentivar
la creencia en el purgatorio y obtener algunos ingresos extraordinarios,
como para luchar contra lo que a veces un tanto ambiguamente se co-
nocía como “la herejía luterana”. Agustín de la Madre de Dios, por ejem-
plo, junto con la dejada en la cara interior de una puerta por la cuñada
de la india Catalina Montañez (I,2,3.4), decía haber tenido en su celda
una tabla con una mano grabada a fuego por un aparecido del que ya no
nos da información, pero la cual le servía para predicar la devoción a las
ánimas, y gracias a la cual “se dijeron infinitas misas” por la emoción que
esta despertaba en los fieles.73 Por su parte, Bernabé de Aguilera, el co-
rresponsal de Juan de Palafox, hablando de la mano grabada sobre la caja
de madera por uno de los tres aparecidos analizados en nuestro aparta-
do anterior (III,1.2), comenta —fuera cierto o no— que el suceso había
servido para que unos herejes que se encontraban en ese momento en
Veracruz se convirtieran al catolicismo y que en el momento del envío de
la carta donde lo refiere estaban catequizándose para recibir el bautismo
en cuanto fuera posible.74
Como cabe suponer, el origen de estas huellas de fuego tenía una ex-
plicación lógica dentro de la racionalidad del cristianismo. A partir de
los argumentos de Santo Tomás, se aceptaba que las apariciones eran
cuerpos aéreos con la forma del difunto, a los cuales comunicaban el fue-
go que las almas sufrían en el purgatorio y que bastaba para hacer arder
cualquier cosa que tocaran.75 Para la gente de los siglos xvi y xvii esto
no constituía novedad alguna, y es el mismo Palafox quien afirma que:
73
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 6, p. 122.
74
Carta de Bernabé de Aguilera en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y escarmiento
en los muertos, núm. 76, § 246, p. 139.
75
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 8, p. 123.
238
Ortodoxia cultural en las apariciones laicas
…el aparecer las ánimas de Purgatorio es tan frecuente, que a más de las que
se aparecen a muchos siervos de Dios, son en gran número las que con grande
publicidad dejan señales perpetuas de sus penas, como quien da memoriales
a los cristianos, pidiéndoles socorros y sufragios, y de paso el escarmiento
para no incurrir en ellas.76
Tan comunes eran estos casos, y tan grande el interés de las personas por
conservarlas, que gracias a eso sobreviven varias de ellas en una muestra
representativa que todavía hoy puede verse en la pequeña colección del
Museo del Purgatorio, en la Iglesia del Sagrado Corazón del Sufragio,
Roma, cuya pieza más antigua se remonta precisamente al siglo xvii.77
En ocasiones era el cuerpo entero del aparecido el que quedaba mar-
cado como una sombra chamuscada en las paredes, lo cual daba cuenta
de las llamas que lo envolvían por completo, tal y como se les describía en
múltiples historias, pero lo más común era que las improntas dejadas por
las ánimas correspondieran a las manos con las que sujetaban a sus testi-
gos al pedirles favores, lo cual les producía fuertes quemaduras en la piel
y las ropas. Cuando los aparecidos manipulaban objetos, estos quedaban
indefectiblemente marcados y agujerados por las llamas, tal como ocurre
con las cajas de madera y la puerta arriba mencionadas, así como con una
manta de cama que Juan de Palafox afirmaba tener en su poder con la hue-
lla de una mano dejada por un fraile que en 1648 se habría aparecido en la
ciudad de Puebla a una sobrina del mismo difunto.78 Dentro de este ima-
ginario, el fuego aplicado a estas piezas era de tal intensidad que incluso
cuando tiempo después se colocaba la mano encima de ellas su calor se-
guía siendo notable y hasta doloroso cuando buscaba ser un escarmiento
ante la duda de la gente.79 Dada la índole maravillosa de estas piezas y ante
76
Juan de Palafox, El año espiritual, 2a. pte., julio, sem. 4a., § 21, p. 238.
77
Gerard J.M. Van Den Aarweg, Almas sedientas. Visitas sobrenaturales. Mensajes y
advertencias desde el purgatorio, pp. 59-80.
78
Juan de Palafox, El año espiritual, 2a. pte., julio, sem. 4a., § 22, pp. 238-239.
79
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 4, p. 120 y § 6, p. 122.
239
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
80
Carta de Bernabé de Aguilera en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y escarmiento
en los muertos, núm. 76, § 246, p. 137.
240
Capítulo 2
El convento masculino y sus fantasmas
[ 241 ]
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
81
Gonzalo de Berceo, Vida de Sto. Domingo de Silos, estrofa 645-665, pp. 301-305 y estrofa
700-729, pp. 311-317.
242
El convento masculino y sus fantasmas
tiga 123 de las Cantigas de Santa María de Alfonso el Sabio, donde un di-
funto monje de Vitoria se aparece a dos compañeros suyos de hábito con
la apariencia que tenía estando vivo para informarles de los pormenores
de su muerte e instarlos a continuar teniendo fe en la Virgen (Fig.11).82
Estos personajes con aspecto de vivos dentro de la literatura monás-
tica son de dos tipos, los que se presentan como seres humanos comu-
nes, incluso con las mismas ropas que usaban cuando vivían, y los que
eran vistos con ropajes, resplandores u otros elementos que permitían
suponer su estado de salvación. No obstante, que algunas ánimas se pre-
sentaran como lucían en vida no significa que fueran necesariamente
menos virtuosas que las que se presentaban con toda la parafernalia de
santidad, sino únicamente que sus casos podrían haber sido estructura-
dos a partir de patrones narrativos distintos y, si se puede, más arcaicos,
de épocas en donde el poder sobrehumano no requería necesariamente
un aspecto sobrehumano.
Por otra parte, no todos los seres espirituales que aparecen bajo el as-
pecto de religiosos vivos son necesariamente auténticos frailes o mon-
jes en pena, y a veces ni siquiera difuntos. Un ejemplo novohispano de
esto último son los supuestos franciscanos que, según fray Antonio Te-
llo, asistieron (probablemente) en una de las actuales Islas Marías a un
flamenco de apellido Acle y a sus compañeros en un desastrado viaje que
realizaban en las proximidades del puerto de Chacala (Nayarit) (Fig. 31).
Sábese que un fulano Acle, flamenco de nación, natural de Gante, llegó derro-
tado con otros compañeros, en un batel a una isla que hace el mar cerca del
puerto de Chacala, y llegando a tierra y entrando por la isla, divisaron un con-
vento de frailes de N[uestro]. P[adre]. San Francisco, donde los hospedaron
y dieron de comer los religiosos, y saliendo de allí para el Valle de Banderas,
contaron lo que les había sucedido, y habiendo vuelto dentro de breves días
en el mismo batel, no hallaron tal convento, ni señal que lo hubiese habido.83
82
Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte en la Castilla medieval (siglos vii-xv), p. 405.
83
Antonio Tello, Crónica miscelanea de la santa provincia de Xalisco, lib. II, cap. XCVI, pp.
319-320.
243
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Fig. 31. Según Antonio Tello, probablemente en una de las Islas Marías, en la costa del actual
estado de Nayarit, un grupo de náufragos descubrió un convento franciscano. Pero al regre-
sar unos días después, no encontraron huella de su existencia. Probablemente se trate de un
relato de auxilio angélico.
Como puede notarse, más que una historia de fantasmas, la que tenemos
aquí hay que insertarla en una tradición de ángeles auxiliadores en el mis-
mo sentido de los que en diferentes textos franciscanos, agustinos y do-
minicos de la época acudían en apoyo de los cristianos bajo apariencia
de frailes84 y de indios.85 Interpretación que se ve reforzada por la afirma-
84
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a. pte., cap. XXXVIII, p. 374.
85
Por ejemplo, en Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, lib. V, 1a. pte., cap.
LVII, pp. 448-449; Agustín de Vetancurt, Menologio franciscano, febrero 25, p. 21; Juan de
Grijalva, Crónica de la Orden de N.P.S. Agustín..., lib. 2, cap. 22, pp. 225-227, y Juan Bautista
244
El convento masculino y sus fantasmas
ción del mismo autor acerca de que en dicho Valle de Banderas muchas
veces se había escuchado un sonido milagroso de campanas, que por lo
regular son la voz de la Iglesia.86 Islas misteriosas como esta no eran una
ninguna novedad, pues los españoles conocían ampliamente la de Albea,
en la popular leyenda del Viaje de San Brandán (ca. 900), donde, en un
ambiente mágico y algo inquietante, un grupo de monjes acogen y agasa-
jan durante un tiempo al santo y a su tripulación para que reposen de su
viaje.87 El mar, como zona liminal entre las realidades de diversos ámbi-
tos terrestres, y como espacio de encuentros extraordinarios largamente
explotado por la imaginación popular, no podía quedarse al margen de
las apariciones de ultratumba, pero es mucho menos claro al respecto.
Dejando estas excepciones atrás, a diferencia de los relatos de muer-
tos apasionados, cuya permanencia en este mundo se debía a la resis-
tencia a separarse de sus seres queridos para llevar a cabo diversidad de
actividades como las de vigilar y advertir a sus hijos, visitar a sus deudos,
buscar venganzas, etcétera, manifestándose a través de bullas, sonidos
sofocados y gemidos lastimeros (lo cual hace recordar que dentro de
este imaginario popular los vínculos familiares no eran rotos por el falle-
cimiento),88 los motivos que tenían los verdaderos frailes en pena para
regresar del Más Allá en los textos novohispanos eran relativamente li-
mitados y mucho menos ardorosos. Casi siempre sus apariciones tenían
por objetivo cumplir una promesa, satisfacer una vaga o nimia trasgre-
sión, solicitar un favor, transmitir un mensaje, manifestar una santidad o
eran una mezcla de más de uno de ellos.
245
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
89
Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E374.1.
90
Agustín de Vetancurt, Menologio franciscano, septiembre 12, p. 99.
246
El convento masculino y sus fantasmas
91
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 2a pte., cap. VII, pp. 489-490.
92
Asunción Lavrin, “Los espacios de la muerte”, p. 65.
93
“Compuestas”, del latín componere, “poner juntos” (Guido Gómez de Silva, Breve
diccionario etimológico de la lengua española, p. 179).
247
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
conocéis?” Y luego lo conoció en la voz, y le dijo: “¿No sois vos Fr. fulano, que
es ya defuncto?” Y él le respondió: “Sí, yo soy.” Y en esto había estado rostro
a rostro delante de Fr. Miguel, parado. Y cuando dijo, yo soy, fuese hacia la
reja del coro, y preguntóle Fr. Miguel: “¿Qué buscáis por acá, hermano?” A
esto respondió: “¿Pues no veis lo que busco?” Y luego desapareció. Fr. Miguel
entendió lo que buscaba, que era que rogasen a Dios por él, y fuese derecho
a la celda del guardián (que era Fr. Francisco de Lintorne) y le contó lo que
había visto. El cual por entonces no le dio mucho crédito, pensando si sería
sueño, habiéndose adormecido en el coro. Después, la noche siguiente, yendo
Fr. Miguel a tañer a la Ave María, lo tornó a ver en un paño del claustro, y lo
conoció muy bien, y vio que se fue hacia el altar mayor. Acabadas las comple-
tas, fue Fr. Miguel al guardián y le dijo: “Padre, verdad es lo que os dije, que
esta tarde lo he visto otra vez”. Entonces lo creyó el guardián, y le mandó que
otro día pusiese la tumba en la iglesia, y que todos los sacerdotes del convento
dijesen misa por él. Y avisó por los conventos comarcanos, que rogasen a Dios
por un defuncto. Otro día siguiente lo vio Fr. Miguel desde el coro, estar en
el altar mayor cerca del Santísimo Sacramento, y lo mismo otro día después,
y otras veces lo había visto en este intervalo de días en el claustro alto y bajo,
que por todas serían siete o ocho veces las que lo vio, y siempre iba hacia el
altar mayor muy compuesto, y al cabo de doce días no pareció más. Este fraile
había morado cuando vino de España en aquel convento de Tlaxcala, donde
cometería alguna culpa por donde estuviese en aquel lugar haciendo peniten-
cia y purgándola. Después fue a Michoacan, adonde el Fr. Miguel lo conoció
y conversó por espacio de dos años y medio que moraron juntos en una casa.
Y esta visión declaró Fr. Miguel, mandado por obediencia de su prelado.94
94
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. IV, cap. XXVIII, pp. 140-141.
248
El convento masculino y sus fantasmas
95
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 203.
249
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
96
San Francisco de Asís, Regla, cap. III, 1-3, en V.V.A.A. Regla, Constituciones generales,
Estatutos generales de la Orden de los Hermanos Menores, p. 8.
97
San Francisco de Asís, Regla, cap. III, 4, en V.V.A.A. Regla, Constituciones generales,
Estatutos generales de la Orden de los Hermanos Menores, p. 8.
250
El convento masculino y sus fantasmas
98
Aunque desde el siglo xiii los franciscanos de Italia habían instado a los laicos a rezar Ave
Marías al toque de campana en Completas durante, o más probablemente después, del oficio
de los frailes por considerar que a esta hora había sido saludada por el Ángel (“Ángelus” en
Enciclopedia católica online, consultada el 20 de marzo de 2016 en http://ec.aciprensa.com/
wiki/Angelus), en la Nueva España el sol se ponía más temprano.
99
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 4, cap. XXVIII, p. 140.
100
Primera de las tres partes que se completan con la medianoche (cuando esta es más
obscura) y la despidiente o inmediata a la luz del día (San Juan de la Cruz, Subida al Monte
Carmelo, lib. 1, cap. 2, § 5, p. 17).
251
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
101
Alicia Bazarte y Elsa Malvido, “Los túmulos funerarios y su función social en Nueva
España. La cera, uno de sus elementos básicos”, pp. 69-70.
252
El convento masculino y sus fantasmas
Fig. 33. Los claustros alto y bajo, así como el coro, el refectorio y la iglesia del Convento Fran-
ciscano de Tlaxcala fueron escenario de uno de los más completos relatos de aparecidos en el
ámbito religioso del siglo xvi. Convento de Tlaxcala en 1580, según Diego Muñoz Camargo.
Dibujo de Manuel Pérez Sánchez en Alba González Jácome, Agroecosistemas mexicanos 1:
pasado y presente.
Por lo que respecta a los sitios concretos del convento donde se aparecía
(el refectorio, los claustros alto y bajo, el coro y la iglesia) (Fig. 33), estos
corresponden a los sitios donde como fraile habría realizado sus activi-
dades cotidianas en vida, pero lo realmente importante es que, como la
fuente misma tiene el cuidado de anotar, las sucesivas apariciones del di-
funto iban aproximándose gradualmente al altar mayor y al Santísimo Sa-
cramento, lo cual parece insinuar que Mendieta tenía una interpretación
al respecto, la cual, por desgracia, no nos comparte y solo podemos con-
253
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
jeturar. En aquella época los altares y los retablos dorados que llevaban a
la espalda eran considerados por los fieles un trasunto de las puertas del
cielo, habitado por los santos, ángeles y espíritus bienaventurados que los
llenaban y parecían hacer ademán de recibir a los devotos, de tal manera
que el acercamiento a ellos podría entenderse como la indicación de un
deseo de alcanzar el paraíso, mientras que el Santísimo Sacramento su-
giere igualmente la visión beatífica anhelada.
Otro detalle que llama la atención en el relato, como en otros simila-
res ya antes comentados, es que, si bien nunca se atestigua la aparición
propiamente dicha, es decir, el momento en que el espíritu se vuelve
perceptible dentro del mundo físico que invade, sino que se habla de él
solo a partir del momento en el que alguien lo advierte, sí indica explíci-
tamente su partida ante los ojos del testigo. “Y luego desapareció”, dice
simplemente la fuente, dando a entender que, culturalmente hablando,
era natural que estos seres se desvanecieran en el aire. No tenía nada de
sorprendente, pues de acuerdo con las interpretaciones de la Iglesia des-
de tiempos de San Agustín, estos fantasmas eran cuerpos construidos
con aire, con vapor o con otras substancias ligeras por voluntad de Dios,
y cuando dejaban de ser útiles para comunicar lo que este deseaba, vol-
vían a disgregarse a su estado invisible normal, ya fuera de golpe o dilu-
yéndose lentamente como la niebla.
Ahora bien, si esta es la fuente previa del testimonio de fray Miguel
de Estíbaliz ¿de dónde sale entonces la interpretación de Vetancurt? Lo
cierto es que se encuentra directa o indirectamente basado en el exem-
plum medieval de “Los dos clérigos de Nantes, contado por William de
Malmesbury (ca. 1090-1143) en su De Gestis Regus Anglorum. Según di-
cho autor, dos clérigos de vida muy poco virtuosa se pusieron cierto día
de acuerdo en que el primero de ellos que muriera visitaría al otro dentro
de los primeros treinta días de su deceso para comunicarle si el Más Allá
era como lo explicaban los platónicos o los epicúreos. No mucho des-
pués de eso, la muerte sobrevino a uno de ellos y el difunto se apareció de
noche al otro cuando ya se había retirado a dormir. “¿Me conoces?”, pre-
guntó el difunto y le informó al vivo que el Más Allá era lo prometido por
el cristianismo, en donde él ya estaba condenado sin remedio por toda la
254
El convento masculino y sus fantasmas
102
William de Malmesbury, De Gestis Regus Anglorum, lib. III, Sec. 237, en Andrew Joynes,
Medieval Ghost Stories, pp. 83-85.
103
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valencia, IV, p. 248
255
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
104
Para ello se basa en San Gregorio, que en sus Diálogos a veces opina que una aparición es
producto de la santidad y a veces de la purgación (Ariel Guiance, Los discursos sobre la muerte
en la Castilla medieval (siglos vii-xv), pp. 381 y 386). No obstante, esto es así porque Guiance
entiende que a veces el espectro es escogido por Dios para cumplir un propósito especial
llevando un mensaje a los vivos, por lo que su virtud es más bien relativa y no absoluta, de ahí
que mereciera el purgatorio y no el cielo.
256
El convento masculino y sus fantasmas
sus compañeros que había ido a decir misa a San Pedro Coaximalpan,
visita de Coyoacán. Según el autor del exemplum, el dominico Agustín
Dávila Padilla, el motivo de esta aparición fue pedir al testigo que regre-
sara a un mercader de libros un volumen que este le había prestado al di-
funto y que se había quedado en la biblioteca de su convento, para que
el ánima “no debiese ni aún por olvido un libro a un librero, sino que sin
género de deuda [sic] cobrase la corona que como buen guerrero había
ganado en la gloria”105 perseverando legítimamente hasta el final en las
pruebas puestas por Dios.
Si bien esta historia no lo especifica, la manera en la que enuncia el
año de la aparición da pie para pensar que se trataba del mismo en que
el fraile había fallecido (“sucedió el mismo año que...”), pero de eso no se
puede inferir, ni el cronista muestra tampoco ningún empeño en presen-
tarlo de esa forma, que dicha manifestación fuera inmediata a la muerte,
sino que tuvo lugar, en todo caso, en el momento en la que el ánima se
aprestaba para ir finalmente a disfrutar de la gloria. ¿Significa eso que el
retorno del libro era requisito sine qua non para hacerlo? No en este caso
al menos, pues el ánima aparece ya con los atavíos y fulgores propios de
los bienaventurados, indicando así que su partida era un hecho. Pero cin-
cuenta años antes, esta interpretación habría sido mucho más discutible.
En efecto, antes de Trento, y con base en los textos de San Agustín,
para quien el perdón no podía darse sin restituir lo arrebatado a otros,106
la Iglesia aceptaba que poner de nuevo a uno en posesión o dominio de
lo suyo era un acto de la justicia conmutativa que consistía en el restable-
cimiento de cierta igualdad entre las partes, luego —como argumenta-
ba Santo Tomás comentando al de Hipona— siendo de necesidad para
la salvación el conservar la justicia, seguíase que restituir lo que injus-
tamente se había quitado a alguien era también necesario para la salva-
ción.107 No obstante, debido a que esta rigidez de las penas post mortem
105
Agustín Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de
México de la orden de predicadores, lib. II, cap. XXXVI, p. 483.
106
San Agustín, Cartas (2°), Carta 153, a Macedonio, § 20, p. 355.
107
Santo Tomás de Aquino, Suma de Teología, IIa, IIae, c.62, a.1, p. 516.
257
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
era precisamente uno de los puntos más criticados del catolicismo debi-
do al uso, no siempre piadoso, que la Iglesia le había dado desde el siglo
xii para imponer entre los creyentes un férreo control de la Iglesia sobre
las conciencias y las acciones derivadas de ellas,108 después de Trento su
interpretación era ya diferente.
De esta forma, si antes de la mitad del siglo xvi los franciscanos de la
Nueva España predicaban a los indios la necesidad de restituir en vida
si no deseaban esperar en los fuegos purgatoriales a que lo hicieran por
ellos sus hijos y albacea,109 para inicios del siglo xvii del otro lado del
Océano el doctor Martín Carrillo (1561-1630) afirmaba todo lo con-
trario en su Explicación de la Bula de los Difuntos, de amplia difusión en
todos los reinos españoles. Para este catedrático de la Universidad de Za-
ragoza no se debía creer que las almas fueran retenidas en el purgatorio
hasta que alguien restituyera en su lugar, pues entonces existiría la posi-
bilidad de que hubiera almas que estuvieran detenidas ahí para siempre
debido a la negligencia de otros, cosa que no podía creerse de la justicia
divina.110 Como puede notarse, mientras para los franciscanos de las pri-
meras barcadas el quid del asunto estaba en el acto, para Carrillo se en-
contraba en la voluntad, de tal manera que si una persona era consciente
de que debía algo a alguien y, pudiendo hacerlo sin inconveniente algu-
no, optaba por no restituir, entonces se condenaba; pero si, por el con-
trario, la persona no restituía por “no estar averiguada la deuda” o porque
algún impedimento justo se lo estorbaba, aunque el alma padeciera en el
purgatorio por la negligencia involuntaria que tuvo en vida al respecto,
muriendo en gracia de Dios no tenía por qué estar detenida ahí de ma-
nera indefinida,111 sino solo hasta que el fuego purificador lo requiriera.
Dadas ambas posturas, podemos entender que para este último momen-
108
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in The Middle Ages, p. 132.
109
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 38, § 224, p. 132.
110
Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos..., 2a. pte., cap. 14 y 15, pp. 249-257.
111
Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos…, 2a. pte., cap XIIII, 5-6, p. 251.
258
El convento masculino y sus fantasmas
to, a nivel del vulgo, la discusión estuviera lejos de darse por zanjada y las
opiniones se dividieran.112
Así las cosas, para los fines apologéticos perseguidos por Dávila Padi-
lla, un alma que pecaba sobre la tierra sin darse cuenta, de todas maneras
tenía que expiar su falta involuntaria en el purgatorio, pero no requería
para salir de él la resolución material de su delito. No obstante, si podía
¿por qué no hacerlo? Máxime si los modelos previos de estos casos eran,
como sugiere la lectura de Motolinía y confirman los ejemplos abonados
por Carrillo, insistentes con respecto a la restitución como una condicio-
nante para la remisión de la pena.
Similar en la absurda nimiedad del delito, pero más rico en informa-
ción en torno a las circunstancias de la aparición es el exemplum protago-
nizado por fray Alonso Templado contado por el queretano Alonso de la
Rea en su Crónica de la orden de N. Seráfico P.S. Francisco (1639), el cual,
por su relativo detalle e interés, conviene transcribir en buena medida.
Cuenta de la Rea que en el convento franciscano de Uruapan, siendo
guardián un religioso de nombre Alonso Templado, un español le dio a
guardar una cierta cantidad de plata que enterraron en secreto dentro
del convento, pero que luego ya no pudo ser cobrada debido al falleci-
miento del dueño. Descuidado con respecto a los bienes materiales, fray
Alonso olvidó con el paso del tiempo que tenía aquel tesoro y terminó
falleciendo también.
Corrieron más de veinte años sin declarar este secreto, hasta que fue por guar-
dián al mismo convento el padre fray Antonio Hernández, gran religioso y
excelente ministro en la tarasca, el cual tenía por costumbre irse al coro todos
los días, de cinco a seis de la tarde, a sus ejercicios. Y saliendo un día entre
dos luces, poco después de la oración, se arrimó en un antepecho del claus-
tro, enfrente de la puerta que salía al dormitorio. Y estando así solo volvió el
rostro y vio venir un religioso, calada la capilla y muy compuesto de manos
y sesgo en el cuerpo; y desconociéndole, le preguntó quien era. El difunto
112
Martín Carrillo, Explicación de la bula de los difuntos…, 2a. pte., cap XIIII, 1, p. 250.
259
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
113
En Alonso de La Rea, Crónica de la orden de N. Seráfico P.S. Francisco, Provincia de S. Pedro
y S. Pablo de Mechoacan en la Nueva España, lib. III, cap. XIII, p. 234.
114
Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española, p. 179.
115
Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, p. 533.
260
El convento masculino y sus fantasmas
261
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
116
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. I, lib. 3, cap. XXXVI, pp. 424-425.
117
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valencia, p. 223 y II, p. 237.
262
El convento masculino y sus fantasmas
263
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
118
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap 51, § 301, p. 185.
119
María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, Usos y costumbres funerarias en la Nueva España,
pp. 88 y 93.
120
Pedro Oroz, Gerónimo de Mendieta y Francisco Suárez, Relación de la descripción de la
provincia franciscana del Santo Evangelio de México, p. 124.
264
El convento masculino y sus fantasmas
...dijo una persona de crédito (según la manera y tiempo que lo dijo), que vio
delante [de] su misma sepultura al siervo de Dios fray Martín de Valencia
levantado en pie, con su hábito y cuerda, las manos compuestas metidas en
las mangas y los ojos bajos y que de esta manera le vio desde que se comenzó
la Gloria hasta que hubo consumido.122
Cosa que, por otra parte, nada tenía de extraño si se consideraba que de-
lante de Dios las obras de los hombres para merecer el paraíso eran com-
parables al paño de menstruado y, por lo tanto, por buenas y santas que
hubieran sido sus obras, la mayor parte de las almas necesitaban purga-
ción.123 ¿No había anticipado el mismo Valencia esta situación a su com-
pañero francisco Jiménez? En efecto, en una ocasión, como hablando de
otro, Valencia le había comentado que cierto religioso había tenido un
día una visión en donde supo que para que un alma pudiera entrar en el
cielo requería tal limpieza y perfección que el dicho religioso llegó mo-
destamente a la conclusión de que sus obras no eran suficientes para con-
seguirlo.124
A pesar del respeto y hasta devoción que todos sus compañeros pare-
cen haberle tenido, el padre Valencia no había estado siempre a la altura
de las circunstancias pues era bien sabido que, insatisfecho por la lenti-
tud de las conversiones, la pertinacia de los indios, y tal vez también de-
bido a la impaciencia propia de su avanzada edad, más de una vez había
incurrido en la violencia reprendiéndolos y azotándolos por sus faltas.125
121
Mendieta dice “San Miguel”, Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II,
lib. 5, 1a. pte., cap. X, p. 290.
122
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 51, § 301, p. 186.
123
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valençia, IV, p. 248.
124
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valençia, IV, p. 249.
125
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valencia, III, p. 245.
265
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
126
Pedro Oroz, Gerónimo de Mendieta y Francisco Suárez, Relación de la descripción de la
provincia franciscana del Santo Evangelio de México, p. 96.
127
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valencia, IV, p. 247.
266
El convento masculino y sus fantasmas
128
Motolinía, Memoriales, 1a. pte., cap. 51, § 301, pp. 186.
129
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valençia, IV, pp. 248-429.
130
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a., pte., cap. XII, p. 294.
267
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
131
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a., pte., cap. XIII, pp.
294-295.
132
Primer concilio provincial mexicano en Fray Alonso de Montúfar, Concilios provinciales
primero y segundo, cap. XXIV, pp. 79.
133
María de los Ángeles Rodríguez Álvarez, Usos y costumbres funerarias en la Nueva España,
p. 65.
268
El convento masculino y sus fantasmas
Dividía la celda y oratorio una pequeña cortina que era puerta y antepuerta a
aquel pequeño espacio. Cuando más embebido en la lectura y descuidado de
todo oyó una voz articulada y clara, aunque triste y lastimosa, que de entre la
269
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
pared y la cortina decía —“padre nuestro, ¿es éste el nombre que los religiosos
dan a los prelados suyos?” —y con él le llamó y habló al prelado el padre fray
Sebastián. Conoción [sic] por la voz al dicho padre como si estuviera vivo,
pero el temor cerró su boca y labios para que no pudiese responder. De allí a
un rato volvió la voz más alto a repetir “¿padre nuestro, no me conoce vuesa
reverencia, ni ya se acuerda de mí?”. Entonces el prior, más alentado respon-
dió “ya le conozco, ¿no es el padre fray Sebastián de Jesús María que murió
en este convento?” “Yo soy” –respondió la voz- y el padre “¿pues qué quiere
o adonde está vuestra reverencia después de tantos tormentos, sacramentos
y sufragios?”. “Estoy en el purgatorio –respondió- y padezco graves penas.
¿Cómo se han olvidado de mí tanto y olvidan a los difuntos?” Diole cuenta
después de algunas almas que estaban en el purgatorio y pidióle por todos
oraciones, ayunos y disciplinas. Y el padre, con el miedo, fue a la puerta para
mirar quien era el que le hablaba, levantó la compuerta y vió una sombra que
iba desapareciendo.134
134
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. III,
cap. VIII, § 6, p. 172.
135
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. III,
cap. VIII, § 6, p. 172.
270
El convento masculino y sus fantasmas
136
Segundo Concilio Provincial Mexicano en Alonso de Montúfar, Concilios provinciales pri-
mero y segundo, p. 207.
137
Gisela Von Wobeser, “La función social y económica de las capellanías de misas en la
Nueva España del siglo xviii”, p. 121.
271
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
138
Isidro Félix de Espinosa, Chrónica apostólica y seráphica de todos los colegios de Propaganda
Fide de esta Nueva España, lib. I, cap. XVI, pp. 54-55.
139
Isidro Félix de Espinosa, Chrónica apostólica y seráphica de todos los colegios de Propaganda
Fide de esta Nueva España, lib. V, cap. XLI, p. 551.
272
El convento masculino y sus fantasmas
140
Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E265.
141
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. III,
cap. III, § 6, p. 172.
273
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
142
Por ejemplo, en José Manuel Rodríguez, Vida prodigiosa del siervo de Dios fray Sebastián
de Aparicio, lib. III, cap. V, pp. 159-160 y 206.
274
El convento masculino y sus fantasmas
mos. La única diferencia era que la interpretación que se daba a tales vi-
sitas era distinta, orientada hacia su uso como prueba de santidad de los
testigos. El paso hacia el Más Allá podía anunciarse con la visita de un
ángel, un santo, la Virgen, del mismo Jesús o de un grupo heterogéneo
de personas, pero lo más común era que uno de los mismos compañeros
de hábito viniera a comunicarlo. Esto era comprensible pues, a pesar de
la confianza en Dios o en los personajes preternaturales del imaginario
religioso católico, para cualquier persona siempre era más tranquilizador
ver en ese momento la cara conocida de alguien igual a ella que ya había
hecho el viaje y que conocía sus mismos temores.
Así, por ejemplo, al ocuparse de la vida del franciscano fray Juan de
San Francisco, Pedro Oroz, Gerónimo de Mendieta y Francisco Suárez
cuentan que siendo aquel guardián en el convento de Quauhnaoac
(Cuernavaca, Morelos) en 1555 cierto día aseguró a su compañero fray
Rodrigo de Bienvenida que habría de morir antes del siguiente capítulo
de su orden, que se llevaban a cabo cada tres años para elegir a los frailes
que regirían la provincia el siguiente trienio. Tal y como predijera, al año
siguiente, justo dos meses antes del capítulo, cayó enfermo y recibió una
noche la visita del finado fray Antonio de Ciudad Rodrigo, uno de los
Primeros Doce (muerto hacía más de dos años, en 1553), quien le pre-
vino que se aparejase, pues aquella habría de ser su última enfermedad.
El difunto de este relato no es descrito (lo cual hace suponer que tenía
la forma del fraile en vida), no es interrogado, no pide nada, no realiza
ninguna otra acción más que anunciar la muerte y comunicar de forma
bastante tibia e intrascendente por falta de contexto el descontento de
Dios ante la falta de justicia imperante en la Nueva España. Convencido
de la noticia, cuarenta días antes del capítulo, fray Juan emprendió su úl-
timo viaje al convento de San Francisco de la Ciudad de México, donde
recibió los sacramentos y falleció un viernes a las once del día143 sin haber
mostrado en ningún momento cualquier tipo de rebeldía o inconformi-
dad, como un santo obediente a su Señor.
143
Pedro Oroz, Gerónimo de Mendieta y Francisco Suárez, Relación de la descripción de la
provincia franciscana del Santo Evangelio de México, p. 75.
275
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
144
Francisco Jiménez, Vita fratis Martini de Valençia, IV, p. 248.
145
Mt 17.1-6, cfr. Mc 9.1-8 y Lc 9.28-36.
146
George Ferguson, Signs and Symbols in Christian Art, p. 148.
147
Charles Tylor E. Backhouse, Historia de la Iglesia Primitiva: Desde el Siglo i Hasta la
Muerte de Constantino, p. 119.
276
El convento masculino y sus fantasmas
importancia del sol para la vida terrestre y servía para caracterizar a todos
aquellos que eran elegidos por Dios.
Los casos con signos externos de salvación eran, pues, el tipo de re-
presentaciones que solían usarse regularmente entre los frailes para de-
notar a las almas ya purificadas que se dirigían al cielo a disfrutar de su
“vida nueva” después de la muerte y por lo tanto ninguna de sus histo-
rias constituye, propiamente hablando, un caso de purgación, sino que
pertenecen a una categoría distinta como almas bienaventuradas. No
obstante, aun dentro de ellas se daban categorías que iban desde aque-
llas que obtenían el perdón solo después de largos años en el purgato-
rio debido a sus pecados, hasta las que jamás ponían un pie en él y que
eran mucho menos comunes entre los humildes franciscanos que, por
ejemplo, entre los dominicos o los jesuitas. Así, frente a un personaje
de la Orden de Frailes Menores como Juan de San Francisco, que —ya
en el exceso de sus recopiladores— declara explícitamente a uno de sus
testigos haber estado en purgación al menos durante doce horas, en-
contramos el caso del dominico fray Alonso Garcés, quien, debido a su
santidad, parte hacia el paraíso aparentemente sin la necesidad de pasar
por el purgatorio y que si se aparece después a algún compañero suyo es
solo para dar información acerca de su feliz estado y evitar así confusio-
nes con respecto a su situación en el Más Allá.148 Por su parte, según el
jesuita Alonso Ramos, cuya autoridad al respecto era la beata visionaria
Catarina de San Juan, la mayor parte de las almas de los miembros de la
Compañía no se demoraban gran cosa en aquella “cárcel de nobles” (ex-
presión que obedece a la salvación garantizada de sus miembros tras la
purificación), mientras que sus miembros más conspicuos no llegaban
siquiera a pisarlo ni, lógicamente, tenían necesidad de presentarse como
almas en pena ante nadie.149
148
Agustín Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de
México de la orden de predicadores, lib. II, cap. LX, pp. 554-555.
149
Alonso Ramos, Los prodigios de la omnipotencia y milagros de la gracia en la vida de la
venerable sierva de Dios Catarina de San Juan (en adelante Los prodigios de la omnipotencia...),
t. 2, lib. II, cap. 3, p. 100.
277
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Dentro de los textos franciscanos del siglo xvi dos frailes destacaron
ampliamente sobre los demás con respecto a características de santidad:
Martín de Valencia, el cual tuvo seguidores que veneraban algunas reli-
quias suyas en una ermita cerca de Amecameca, y fray Juan de San Fran-
cisco, natural de un pueblo de Murcia llamado Veas, de donde pasó a la
Nueva España en 1529 después de tomar los hábitos en Salamanca,150
sacerdote virtuoso y taumaturgo al que se atribuía una serie de milagros
que incluían visiones, don de lenguas, resurrecciones, etcétera.
De este último se decía que, en 1556, casi a media noche del viernes
en que falleció, se había aparecido en Quauhnaoac (Cuernavaca) ante
una mujer española a la que solía escuchar en confesión, la cual había
dedicado muchas oraciones por el descanso de su alma, con lo que esta
había recibido mucha consolación, había reducido su estadía en el purga-
torio a escasas doce horas, y gracias a ello ya se iba a la Gloria. Enseguida
los autores continúan con su narración:
150
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a., pte., cap. XXXVII,
pp. 369-370.
151
Pedro Oroz, Gerónimo de Mendieta y Francisco Suárez, Descripción de la provincia
franciscana del Santo Evangelio de México, p. 75.
278
El convento masculino y sus fantasmas
152
Pedro Oroz, Gerónimo de Mendieta y Francisco Suárez, Descripción de la provincia
franciscana del Santo Evangelio de México, p. 98.
279
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
difuntos” no es, por supuesto, accidental, sino que tiene tintes evidente-
mente contrarreformistas debido a la postura crítica de luteranos y cal-
vinistas en contra de esta conmemoración.
Mandado Fr[ay]. García [de Salvatierra] por su guardián que dijese lo que
había visto un día de difuntos que fue a acompañar a un sacerdote llamado
Juan de Castroverde, dijo todo temblando (porque como era humilde, temía
alguna vanagloria o loor propio), que había visto antes que se comenzase la
misa de aquel día, toda la tierra cubierta de una como neblina, que (según
pareció) eran ánimas de purgatorio. Y que en comenzándose la misa, como
suele la neblina huir con la presencia del sol, así comenzaron las ánimas a irse,
subiendo hacia el cielo, de que él quedó maravillado, y alabó a Dios en sus
grandes misericordias.153
153
Gerónimo de Mendieta, Historia eclesiástica indiana, t. II, lib. 5, 1a. pte., cap. LVII, p. 449.
154
Agustín Dávila Padilla, Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de
México de la orden de predicadores, lib. II, cap. LX, p. 555.
280
Capítulo 3
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
155
San Agustín, La ciudad de Dios, lib. XXII, cap. XVII, pp. 584-585.
156
Miguel Godínez, Práctica de la teología mística, lib. II, cap. XIV, pp. 97-98.
[ 281 ]
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
...de cincuenta mujeres que dicen tener visiones y revelaciones, las cuarenta
y siete no las tienen verdaderas, ni por parte de Dios, sino que son embelesos
[sic por embelecos] de ellas mismas y como el demonio las ve tan aficionadas
a tenelas, las representa.158
157
Edelmira Ramírez Leyva, María Rita Vargas, María Celis: Beatas embaucadoras de la
colonia, pp. 12-13.
158
Juan de Jesús María, “Carta octava en que se trata a la larga de cuan peligroso camino
es este de visiones y hablas interiores”, agn, Inquisición, vol. 1480, exp. 4, f. 131v, citada en
Doris Bieñko de Peralta, “La autobiografía de un carmelita novohispano, Fray Juan de Jesús
María: prior, fundador del desierto de los leones y confesor de Palafox”, p. 809. Consultado
en http://www.iifilologicas.unam.mx/pnovohispano/uploads/memoxviii/05_art_90.pdf el
4 de mayo de 2017.
159
Adelina Sarrión Mora, “Beatas, iluminadas, ilusas y endemoniadas. Formas heterodoxas
de la espiritualidad postridentina”, p. 368.
282
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
sos juzgados por el tribunal del Santo Oficio durante los siglos xvi y xvii
el número de beatas fue mayor que el de ermitaños (17 contra 11), y esta
diferencia fue aumentando cada vez más a lo largo del siglo xviii, ya fuera
de nuestro periodo de estudio pero que ilustra sobradamente la tendencia
existente dentro de él, donde ya solo encontramos tres casos de ermitaños
contra veintidós de beatas.160
Las fuentes de donde estas mujeres obtenían información para sus
fingimientos eran en buena medida de tradición oral, ya fuera a través de
sermones durante la celebración de la misa en la iglesia o por medio de
conversaciones piadosas de tipo informal fuera de ella, pero no por eso
dejaba de haber en sus declaraciones fuertes relaciones intertextuales con
el arte eclesiástico y la literatura religiosa de la época. Mucho de lo que
leemos en sus escritos corresponde fielmente a las imágenes de los desti-
nos escatológicos conocidos cotidianamente desde el siglo xvi en los mu-
rales de conventos como el agustino de Actopan y de la iglesia de Santa
María Xoxoteco (en la Sierra Alta de Hidalgo), por ejemplo, y que luego
desembocarían en un género tan popular como el de los denominados
Cuadros o Pinturas de ánimas desde mediados del siglo xvii.161 De la mis-
ma forma, tampoco faltaban en ellos eventuales referencias a la literatura
religiosa enfocada en las revelaciones y los arrobamientos, la cual muchas
veces era proveída por los sacerdotes de los que estas mujeres solían ro-
dearse para validar sus pretensiones.162 Todo ello, por supuesto, aderezan-
do sus relatos con lágrimas, paroxismos y turbaciones que provocaban la
empatía y el convencimiento de su público.
Un caso emblemático, pero bien librado de estas actividades en el si-
glo xvii, fue el de la beata Catarina de San Juan (ca. 1605-1688), escla-
va hindú manumitida y establecida en la Puebla de los Ángeles. Siempre
según su biógrafo, Alonso Ramos, Catarina decía haber realizado visitas
160
Antonio Rubial, Profetisas y solitarios, p. 237.
161
Antonio Rubial, Profetisas y solitarios, p. 180. Para un estudio detallado de este género
ver Jaime Morera, Pinturas coloniales de ánimas del purgatorio.
162
Antonio Rubial, Profetisas y solitarios, p. 75.
283
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
163
Alonso Ramos, Los prodigios de la omnipotencia..., t. 2, lib. III, cap. V, I, p. 554.
164
Alonso Ramos, Los prodigios de la omnipotencia..., t. 2, lib. III, cap. V, III-IV, pp. 580-581.
165
Alonso Ramos, Los prodigios de la omnipotencia..., t. 2, lib. II, cap. 3, p. 100.
284
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
166
Declaración del presbítero Antonio Rodríguez Colodrero, § 8, en Edelmira Ramírez
Leyba, María Rita Vargas, María Lucía Celis: embaucadoras de la colonia, p. 55.
167
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 217r.
168
Antonio Rubial, Profetisas y solitarios, pp. 182-183.
169
Solange Alberro, Inquisición y sociedad, p. 502.
170
Solange Alberro, Inquisición y sociedad, pp. 494 y 496.
171
Solange Alberro, Inquisición y sociedad, pp. 497-498.
285
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
172
Beatriz Pastor Bodmer, El jardín y el peregrino: el pensamiento utópico en América Latina
(1492-1695) (en adelante El jardín y el peregrino...), pp. 320-321.
286
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
determinada por los sentidos, existían tres tipos de visiones del mundo
espiritual reconocidos y argumentados por la mayoría de los teólogos:
corporales, interiores o imaginarias e intelectuales según fuera la facultad
aprehensiva que interviniera en ellas.173 De esta manera, las visiones cor-
porales se verificaban por medio de los ojos materiales con la interven-
ción de potencias del bien o del mal que actuaban sobre los elementos
para crear la apariencia de cuerpos y entornos físicamente perceptibles,
pero que podían fácilmente ser vehículos para los engaños diabólicos; las
interiores o imaginarias eran percibidas sensiblemente por los ojos espiri-
tuales o del alma a través de la combinación de imágenes preexistentes en
la mente o por la infusión de otras nuevas por acción divina o ministerio
de los ángeles, lo cual implicaba una manera de ver el mundo en el inte-
rior del visionario en contraposición a la mirada refleja del órgano físico,
que solo captaba sus constituyentes más burdos y materiales,174 mientras
las intelectuales consistían en el conocimiento que de un modo sobrena-
tural se infundía o se combinaba no en la facultad de razonar sino en el
entendimiento puro del visionario sin el auxilio de los sentidos externos
ni de la fantasía, con lo cual se evitaba el riesgo de las meras apariencias.175
Ajenas en su mayor parte a la profundidad y complejidad teológica
de las visiones intelectuales debido a su escasa preparación (y no como
parte de una exploración premeditada de los “límites de la conciencia”,
como afirma Michelle Perrot desde su trinchera feminista),176 las expe-
riencias informadas por la mayor parte de las monjas novohispanas eran
principalmente del tipo interior, con amedrentadores paisajes escatoló-
gicos bien conocidos a lo largo de años de formación doctrinal y a fuerza
173
San Agustín, Del génesis a la letra, lib. XII, cap. VI, § 15. Consultado el 21 de diciembre
de 2017 en http://www.augustinus.it.
174
Libro devoto y útil del ojo espiritual por semejanza con el ojo material, cap. I, p. 57 y cap.
III, pp. 60-61.
175
Antonio Rubial García y Doris Bieñko de Peralta, “Los cinco sentidos en la experiencia
mística femenina”, pp. 170-171; cfr. Lucien Roure. “Visions and Apparitions”. Consultado el 5
de mayo de 2017 en http://www.newadvent.org/cathen/15477a.htm.
176
Michelle Perrot, Mi historia de las mujeres, p. 107.
287
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
177
San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, Sección 3, 5, § 65-71, pp. 83-85.
178
Beatriz Pastor Bodmer, El jardín y el peregrino..., pp. 320-321.
179
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. II, cap. VI, § 133-134, p. 135; cfr.
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XIV, pp. 171-172.
180
Antonio Rubial García y Doris Bieñko de Peralta, “Los cinco sentidos en la experiencia
mística femenina”, p. 170.
288
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
181
Jaime Morera, Pinturas coloniales de ánimas del purgatorio, p. 35.
182
V.M. Inés de la Cruz en Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap.
IV, § 344, p. 243
289
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
183
V.M. Inés de la Cruz en Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. 3, IV, §
344, p. 243.
290
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
184
Sab. 5.15-16. Cfr. 2Tm 4.8.
185
Alma Montero Alarcón, citada en “Las monjas coronadas”, en Proceso.com.mx, 3 de mayo
de 2004. Consultado el 20 de mayo de 20017 desde http://www.proceso.com.mx/233144/
las-monjas-coronadas.
186
José Castaño, El libro de los pesos y medidas, s/p.
291
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Fig. 37. La figurita de cera que lleva esta corona entre las flores
del mismo material, y que representa a la Virgen de San Juan de
los Lagos flanqueada por dos ángeles, nos ayuda a imaginar el po-
sible aspecto atribuido a la corona de la “monja casada” en el siglo
xvii. Anónimo, Retrato de profesión de sor Manuela de la Sangre de
Cristo Zárate y Vera (detalle), Convento de Santa Rosa de Puebla,
óleo sobre tela, 1769. Colección particular.
292
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
187
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. 3, IV, § 345, p. 243.
188
San Agustín, Naturaleza y origen del alma, lib. 4, cap. XIX, § 29, p. 759.
293
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
que la capacidad sensorial por la que una persona podía apreciar la reali-
dad de los cuerpos era significativamente distinta a la potencia por la que
se captaban, sin la intervención de los sentidos, no los cuerpos, sino las
imágenes de cuerpos que eran percibidos en sueños por los vivos.189 El
alma, por tanto, no se manifestaba ni en los sueños ni en la vigilia como
ella era, sino que ya fuera por sus medios o con ayuda de Dios o de los
ángeles, producía una imagen semejante a su cuerpo de cuando vivía. Y si
para ver físicamente un cuerpo se requerían ojos corporales, como men-
cionamos arriba, una semejanza espiritual del mismo lo que necesitaba
era una mirada también espiritual.
Este espectro, a diferencia de la “monja casada”, y probablemente de-
bido a las actividades castrenses que el joven desempeñaba, no evidencia
señales externas de salvación, sino más bien las dolorosas heridas que lo
habían llevado a su deceso, lo cual parecía augurar una estancia más pro-
longada en el purgatorio, y por eso Inés tiene que limitarse a explicitar
verbalmente su esperanza de una pronta salida gracias a las virtudes reli-
giosas que le atribuía y a que antes de entrar en la batalla que le costó la
vida había hecho confesión general y testamento, dos de los principales
requisitos para tener lo que entonces se denominaba “buena muerte” y
ponerse en camino de salvación.
Si algo llama la atención en este par de visiones es que, explícitamente
en una de ellas e implícitamente en la otra, los espíritus entran a la celda
por la puerta, como si de personas vivas y corporales se tratara; no apa-
recen de la nada, ni se materializan desprendiéndose de la obscuridad
de algún rincón de la celda como los espectros evanescentes, sino que
siguen el otro esquema generalizado de la época: el de los fantasmas de
apariencia sólida, que llegan y se van como seres humanos vivos hasta
perderse de vista. Su desplazamiento parece natural en función de sus
situaciones particulares, solemne y amable ella, y él agónico y atropella-
do debido a sus múltiples heridas, pero sin ningún efecto truculento que
sobresaltara a la protagonista. Mucho más común es que en el segundo
189
San Agustín, Naturaleza y origen del alma, lib. 4, cap. XX, § 31, p. 753.
294
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
295
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
190
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XIV, p. 171-172.
191
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XV, p. 175; cfr.
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. IV, cap. XXI,
§ 3.3, p. 349.
192
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XIV, p. 173.
296
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
la cama para que les rezara durante horas;193 en ocasiones, incluso, des-
pués de que ya las había complacido con sus rezos, simplemente le or-
denaban como niños, una y otra vez: “rézame otro”,194 o le solicitaban de
una vez tantas oraciones, penitencias, ejercicios y recados, sin importar-
les su fatiga y “el rigor de sus trabajos y dolores”, que terminaban incor-
diándola sin posibilidad de negarse para no ofender a Dios. 195
193
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XV, pp. 175-176.
194
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XIV, p. 173.
195
Pedro Salmerón, Vida de la venerable madre Isabel de la Encarnación, cap. XIV, p. 173;
cfr. Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. IV, cap.
XXI, § 3.2, p. 349.
297
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
298
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
Dios y Señor Nuestro que en el santo sudario en que fue envuelto por José
tu sacratísimo cuerpo, dejaste las señales de tu Pasión impresas: concédenos
misericordiosamente que por tu muerte y sepultura vengamos a la gloria de
tu Resurrección que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu
Santo, por todos los siglos. Amén.198
Al final, afirma Lemus, dos ángeles bajaron del cielo para llevarlas a la
gloria, como solía representarse en la pintura de la época, con lo cual las
almas se mostraron sumamente agradecidas y le prometieron encomen-
196
André Efrén Ordóñez Capetillo, “Venerable María de Jesús de Tomelín y del Campo:
‘El lirio de Puebla’”. Consultado el 7 de mayo de 2017 en http://www.preguntasantoral.
es/2012/11/venerable-maria-jesus-tomelin/.
197
Diego de Lemus, Vida, virtudes, trabajos, favores y milagros de la Venerable Madre sor
María de Jesús, lib. II, cap. XXV, p. 230.
198
Testamento de Don Baltazar Fernández, 1638. Archivo Histórico Provincial de
Salamanca. Protocolo 6223, ff. 104r-105r según Antonio Cea Gutiérrez, “Sistema y mentalidad
devocional en las estampas del 11 de marzo. Imágenes, palabras, tiempos, lágrimas”, nota 22,
p. 200. Una versión deformada fue recogida en 1617 por la Inquisición novohispana y puede
verse en agn, Inquisición, vol. 317, exp. 23, s/a.
299
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
darla a Dios. Aunque no siempre las oraciones de las monjas eran lo sufi-
cientemente poderosas para enviar a las almas inmediatamente al cielo, en
muchos casos lograban que al menos se les remitieran las penas de sentido
y, a la larga, que salieran de sus penas con mayor rapidez.199
Tal era la desesperación de las ánimas por recibir auxilios, que mu-
chas veces llegaban a resultar peligrosas para los testigos. Frecuentemen-
te a lo largo de la documentación novohispana encontramos historias de
personas cuya salud se vio afectada por el terror que provocaba en ellos
la irrupción de ultratumba en el plano terrenal y la impresión que pro-
vocaban sus confidencias, cuando no también la creencia ampliamente
difundida de que eran el acompañamiento que los difuntos dispensaban
a la gente próxima a morir.
En el primer caso podemos considerar lo ocurrido a la madre Felipa
de Santiago, oriunda de Guadalajara, a quien una noche se le apareció
el alma de una religiosa “cuya plática y presencia le fue tan formidable
y escandalosa que, olvidándosele la familiaridad que hasta allí había te-
nido con los difuntos, quedó como atónita y asombrada, y tan enfer-
ma del corazón con repetidos espantos” debido a una confesión que le
hizo, que terminó muriendo el 12 de mayo de 1593.200 Afirmar que un
alma se apareció a la madre Felipa es un mero decir, por supuesto, pues
se trataba de una anciana ciega incapaz de moverse sin el auxilio de una
sirvienta que la guiara, de tal forma que sus miedos no derivaban del as-
pecto de la difunta sino más bien de la impresión recibida con su pre-
sencia y confesión, lo cual también quitó la vida a otra monja que tenía
su cama inmediata a la de esta madre y alcanzó a escuchar por casuali-
dad parte de la charla.
No obstante, no siempre este peligro se limitaba a los efectos del miedo
en el organismo de los testigos, sino que también implicaba verdaderos
daños físicos a los que se exponían durante estos contactos. A pesar de
su apariencia externa, generalmente estoica durante los encuentros, era
199
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. II, cap. XVI, ff. 168v-169r.
200
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XVII, § 461, p. 297.
300
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
bien sabido que las almas sufrían permanentemente las quemaduras del
fuego purgativo y por eso en ocasiones aparecían llenas de llagas, con
el pelo y las ropas ardiendo, contorsionándose y lamentándose por las
quemaduras pero también con cierta incómoda tendencia a ofrecer a los
testigos el espectáculo lastimero de su dolor,201 así como a demostrar en
sus cuerpos la intensidad de la llama aferrándolos con las manos o de-
jándoles caer encima algo de su sudor. Así pues, cualquier precaución
era poca al respecto, sobre todo considerando que en su popular libro
Gritos del purgatorio (editado en más de cuarenta ocasiones entre 1689
y 1899), el teólogo José Boneta (1638-1714), afirmaba que este fuego,
alimentado con azufre como el del infierno para volverlo inextinguible
y más virulento que las ascuas incandescentes del hierro, estaba diseña-
do no para calentar ni alumbrar servicialmente como el de la tierra sino
expresamente para producir dolor y bastaba una chispa suya, una ínfima
centellita, para opacar el calor que se pudiera conseguir consumiendo la
leña del mundo entero.202
El peligro de un fuego así para los vivos era un tópico de gran antigüe-
dad dentro de los exempla medievales que servía de constante inspira-
ción en la literatura religiosa novohispana. Entre los casos más conocidos
al respecto encontramos, por ejemplo, el narrado por el benedictino Or-
derico Vitalis (1075-ca. 1142) en su Historia eclesiástica acerca del sacer-
dote Walchelin, quemado en un pie por pisar el estribo de un caballo del
ejército de los muertos, y en la cara al ser sujetado por la mano de un alma
en pena,203 mientras que en la Nueva España probablemente la noticia
más notable de esto sea la que a decir de Carlos de Sigüenza y Góngo-
ra le ocurrió a la Madre Tomasina de San Francisco apenas entrar como
novicia en compañía de su madre al Real Convento de Jesús María de la
Ciudad de México.
201
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIII, § 3, p. 120.
202
José Boneta, Gritos del purgatorio, y medios para acallarlos, cap. IV, pp. 27-29.
203
Orderico Vitalis, Historia Ecclesiastica, lib. VIII, cap. XVII, en Andrew Joynes, Medieval
Ghost Stories, pp. 67-73. El ejército de los muertos o Mesnadas de Hellequin que se menciona
301
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Según dicho autor, desde hacía años se rumoraba que en la sala de la-
bor, en el aposento de los ejercicios, en una escalera, y en otro lugar co-
mún del edificio (tal vez las letrinas, dada la reticencia para enunciarlo)
las religiosas solían espantarse con la presencia visible e invisible de un
clérigo difunto, y no faltó incluso alguna que dijera haberlo visto subir
por la escalera con pasos reposados. Ya fuera debido a su natural imagi-
nación o al espanto que tales relatos le provocaban en aquellos primeros
meses en el convento, Tomasina pronto empezó a tener sueños en los
que este personaje le solicitaba algunas oraciones para ayudarle a salir
de las penas del purgatorio particular que llevaba años padeciendo sin
que en todo ese tiempo hubiese habido una monja valiente a quien po-
der pedírselo. Pero como Tomasina dudase que la gente le creyera tales
revelaciones y su confesor le había prohibido hablar de ellas con otras
personas, el espectro optó por llevar las cosas al siguiente nivel.
Cierto día en que, como de costumbre, la novicia le repetía en sueños
sus dudas, el espectro le dijo: “Sí te creerán” y como ella estuviera en ese
momento con la mano levantada contra la frente y el brazo descubierto,
el clérigo la tomó de la sangradera (la parte de la articulación opuesta al
codo en donde se hacían las incisiones para sangrar las venas de aque-
lla parte del cuerpo). Por supuesto, la quemadura del fuego purgatorial
no se hizo esperar, causándole un horrible dolor que le llegó a Tomasina
“hasta las mismas entrañas” y que le hizo gritar despertando a todas sus
connovicias y maestras en medio del olor a carne chamuscada.
De acuerdo con Sigüenza y Góngora, dicho tacto le provocó a la mon-
ja terribles quemaduras con el aspecto de los cinco dedos de una mano204
y provocó que el brazo se le encogiera, con los nervios contraídos de tal
forma que los cirujanos que la atendieron juraron jamás haber visto algo
semejante. El propio autor se pone como testigo:
en este exemplum es descrito como una abigarrada mezcla de almas condenadas y otras con
posibilidad de recibir ayuda de los vivos, algo típico de las apariciones del Más Allá en la Edad
Media antes de la consolidación de la idea de purgatorio.
204
El motive de la quemadura producida por un difunto está en Stith Thompson, Motif-
index of Folk Literature, E542.1.
302
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
Por vecino o por curioso, dos días después conseguí ver esto propio en la
portería y, aunque como mozuelo estudiante no puse todo aquel cuidado que
se debía, acuérdome muy bien el que no se extendían las quemaduras sino a
lo que, con las yemas y parte de los segundo artejos [nudillos] de los dedos,
se había oprimido; y como esto parece había sido con alguna fuerza, eran
aquéllas en extremo grandes; quedaron allí estampadas las rayas y mayores
poros de los dedos del difunto distintamente y no se veía inflamación, ni en
la circunferencia de las escaras [costras] ni en lo restante del brazo...205
205
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIX, § 485, p. 307.
206
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIX, § 484, p. 307.
303
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
207
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 422, p. 278.
304
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
208
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XVII, § 457, p. 295.
209
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 422, p. 278.
305
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
210
Sor Francisca del Santísimo Sacramento en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y
escarmiento en los muertos, núm. 175, p. 276.
211
Sor Francisca del Santísimo Sacramento en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y
escarmiento en los muertos, núm. 192, p. 298.
212
Beatriz Pastor Bodmer, El jardín y el peregrino..., p. 322.
306
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
213
Manuel Fernández de Santa Cruz, Regla del Glorioso Doct[or] de la Iglesia S[an]Agustín,
que han de guardar las religiosas del Convento del Máximo Doct[or] S[an]Gerónimo de la Puebla
de los Ángeles y los demás que se fundaren del mismo instituto, con las ordenanças y constituciones
que en su execución y declaración han hecho los Ilustríssimos y Reverendíssimos señores obispos de la
Puebla de los Ángeles. Mandadas guardar y reducidas a buena y clara disposición por el Illustríssimo,
y Exc[elentísi]mo Doct[or] D[on] Manuel Fernández de Santa Cruz, f.22r. en María Dolores Bravo
Arriaga, La excepción y la regla: estudios sobre espiritualidad y cultura en la Nueva España, p. 77.
214
Sor Francisca del Santísimo Sacramento en Juan de Palafox y Mendoza, Luz a los vivos y
escarmiento en los muertos, núm. 200, pp. 312-313.
215
Diego de Lemus, Vida, virtudes, trabajos, favores y milagros de la Venerable Madre sor
María de Jesús, lib. II, cap. XXV, p. 231.
307
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
216
Cesario de Heisterbach, Dialogus Miraculorum, lib. XII, cap. XXXVI, en Andrew Joynes,
Medieval Ghost Stories, pp. 53-54.
217
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 423, pp. 278-279.
308
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
Fig. 40. Según Carlos de Sigüenza y Góngora, una monja difunta iba a rezar
al convento masculino de la Merced (5) desde el convento femenino de Jesús
María (7-10) separados apenas por una cuadra y por el curso de la Acequia
Real. Como referencia vemos el Palacio Virreinal (A) en la Plaza Mayor de
la Ciudad de México, y la Plaza del Volador (F) separados también por dicha
acequia. Juan Gómez de Trasmonte, Plano de la Ciudad de México, 1628.
218
Probablemente la del 21 de septiembre de 1629, día de San Mateo, en que las aguas
cubrieron esas calles con cerca de una vara y media de agua de alto y que se prolongó durante
cinco años. Quedó sin inundarse la plaza mayor, la catedral, el palacio virreinal, la Plazuela
del Volador “y toda la parte de Santiago” por tener un nivel más alto que las calles (Manuel
Ramírez Aparicio, Los conventos suprimidos en Méjico, pp. 311-312.
219
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 423, p. 279.
309
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
De acuerdo con esta historia, contada a don Carlos por la madre Leonor
de San Antonio, tal declaración se la habría hecho la misma difunta a un
fraile de aquel establecimiento llamado fray Juan Antonio, “hombre de
gran verdad, de mucha virtud y perfecto en todo” que se había escanda-
lizado al ver a una mujer en su claustro sin darse cuenta de que era un
ánima; el cual, a su vez, lo había comunicado años atrás a las monjas del
Real Convento. Solo que cuando el curioso Sigüenza y Góngora trató de
contrastar esta información con lo que pudieran agregar los habitantes
de aquel sitio, se topó con la sorpresa de que ahí jamás habían escucha-
do nada de semejante aparición. Es cierto, le dijeron, que en esa época
se hablaba de un espectro vestido con el hábito blanco de la orden que
asistía silenciosamente a maitines cubriéndose la cara con la capilla sin
que nadie se atreviera nunca a interrogarlo acerca de su identidad a pesar
de que todos notaban que era siempre el primero en entrar a la iglesia y
el último en irse de ella, pero se trataba de un fraile difunto y no de una
mujer. Piadosamente, Sigüenza y Góngora concluye, tratando de atar los
deshilachados cabos: “Si no era diverso sujeto, pudiéramos discurrir ha-
ber querido Dios se apareciese nuestra monja en semejante traje por evi-
tarles a los que la veían la curiosidad, las hablillas y el alboroto, o porque
en la serie admirable de sus ocultos juicios así le convino”.220
¿Qué más podía hacer cuando para darle la razón a una monja había
que desmentir a un fraile? Cualquier componenda que debiera hacerse
era mejor que admitir la posibilidad de una mentira, por piadosa y ejem-
plar que esta fuera.
Alejadas del contacto de sus familias y con escasos seres para compartir
sus rutinas de encierro, en ocasiones la inconformidad con las decisiones
de la providencia divina invadía las almas de las religiosas, como ocurrió
con la madre María de la Concepción Sánchez durante la enfermedad de
su hermana y también monja Isabel de San Joseph (aquella a la que las áni-
mas llevaban chocolate y guiaban de noche con candelas). Según Sigüenza
y Góngora, en el lecho de muerte de la madre Isabel, María de la Concep-
220
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 423, p. 279.
310
Vida conventual femenina y ánimas del purgatorio
ción había llegado a hacer tales alardes de tristeza y lanzado tantas voces
de dolor pidiendo a Dios que le quitara la vida en lugar de a su hermana,
que finalmente sus excesos terminaron también por enfermarla de un ta-
bardillo fatal que la envió a la tumba apenas una hora después de la muer-
te de Isabel. Las virtudes de esta religiosa eran suficientes para evitar su
condena, pero no para evadir el purgatorio, de tal forma que el mismo día
de su muerte se apareció a Petronila de la Concepción, una india donada
y criada suya, para pedirle algunas misas que aliviaran las penas que pade-
cía tanto “por la poca conformidad que mostró a las divinas ordenaciones
en la muerte de su hermana, como por haberse abreviado la vida con sus
peticiones disparatadas”.221
Precisamente porque en los relatos de los dos primeros siglos de la
conquista las monjas liberadoras de ánimas solían formar parte del gru-
po hegemónico, no deja de llamar la atención que en este caso fuera una
india quien recibiera la solicitud de auxilio, sobre todo porque esto no
se atribuía a la cercanía personal que hubiera podido tener con su ama
ni en calidad de mero testigo de la aparición, para lo cual no se requería
más que una cierta piedad, sino como intercesora directa ante Dios de-
bido a “la mucha familiaridad” que, según sus compañeras, tenía con las
ánimas del purgatorio.222 No obstante, la disparidad entre las calidades de
ambos personajes requería algún tipo de compensación que justificara
con los criterios lógicos de la época el papel invertido que desempeñaban
dentro del exemplum, para lo cual la excepcionalidad de la india pobre y
subordinada fue explicada retóricamente menos en función de su espi-
ritualidad original que de la convivencia cercana y constante que había
mantenido desde niña con personas de los estamentos más altos de la so-
ciedad novohispana, de cuyas virtudes superiores había logrado ser una
avezada aprendiz, pues como afirmaba Sigüenza y Góngora: “Ser santo
el que con santos comunicare es aforismo del mismo Dios y de aquí nos
ha de dar una pobre india comprobación ilustre”.223
221
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIII, § 430-431, p. 282.
222
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIV, § 435, p. 284.
223
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XIV, § 432, p. 282.
311
Capítulo 4
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso
en el fantasmario novohispano
[ 313 ]
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
rias recuperaron buena parte de las extravagancias que alguna vez con-
templó la preceptiva ejemplar de la Edad Media. Si las hemos conservado
en este trabajo es porque, junto con las apariciones de la santa compaña
de la sección dedicada a los indios y los exempla de almas condenadas
incluidas entre los relatos de laicos varones completan a su muy ambigua
manera el catálogo de apariciones posibles dentro el imaginario cristiano
de ultratumba.
224
El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, Sesión XXV, “Decreto sobre el purgatorio”,
p. 328.
314
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
Prohíban como escandalosas y que sirven de tropiezo a los fieles las que tocan
en cierta curiosidad, o superstición, o tienen resabios de interés o sórdida
ganancia. Mas cuiden los Obispos que los sufragios de los fieles, es á saber,
los sacrificios de las misas, las oraciones, las limosnas y otras obras de piedad,
que se acostumbran hacer por otros fieles difuntos, se ejecuten piadosa y
devotamente según lo establecido por la Iglesia...225
225
El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, Sesión XXV, “Decreto sobre el purgatorio”,
p. 328.
226
agn, Inquisición, vol. 346, exp. 4, ff. 414r-415r.
227
agn, Inquisición, vol. 346, exp. 4, ff. 372r-396r.
315
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
228
agn, Inquisición, vol. 339, exp. 56, ff. 418r-419r.
229
Herbert González Zymla, “El encuentro de los tres vivos y los tres muertos”, pp. 64-65.
230
agn, Inquisición, vol. 346, exp. 4, ff. 337r-350r.
231
agn, Inquisición, vol. 339, exp. 56, ff. 418r-419r.
316
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
232
agn, Inquisición, vol. 1515, exp. 2, ff. 1r-186v (numeración del exp.).
317
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
233
agn, Inquisición, vol. 1515, exp. 2, f. 87v (numeración del exp.).
234
agn, Inquisición, vol. 760, exp. 35, ff. 364r-379r.
235
agn, Inquisición, vol. 680, exp. 61, ff. 183r-185r.
236
agn, Inquisición, vol. 671, exp. 1, ff. 1v-2r.
318
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
237
agn, Inquisición, vol. 671, exp. 1, f. 2r.
319
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Fig. 41. Convento Grande de San Francisco en la Ciudad de México. La capilla de la Tercera
Orden (1) (hoy sepultada bajo la Torre Latinoamericana junto con la casa del capellán, corría
paralela a la calle de San Francisco, la actual Madero. El Hospital Real (2) estaba una cuadra más
lejos, cruzando la Acequia Real, sobre la calle de San Juan de Letrán (hoy Eje Central), esquina
con la actual calle Victoria. Biombo con la Conquista de México (detalle), segunda mitad del
siglo xvii, óleo sobre tela, colección particular.
238
agn, Inquisición, vol. 671, exp. 1, f. 2r. Los datos sobre el Hospital Real proceden de
Justino Fernández, “El Hospital Real de los indios de la Ciudad de México”, pp. 27-28.
320
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
Así mismo añade a lo arriba dicho que le refirieron que en la parte de la capa
en el cuello de dicho Pacheco en que había puesto la mano dicho difunto
Acosta había quedado estampada, como si fuera de hierro ardiendo, y des-
pués que una ocasión se lo enseñaron a este declarante en la sacristía de la
capilla el pedazo en que estaba dicha señal que habían cortado del cuello y
estaba como le habían referido, y por algunas partes tan quemado que estaba
agujerado.240
239
Como cuando en el siglo xiii los monjes de San Bruno lograron que Luis IX de Francia
les entregara el palacio de Vauvert, cerca de París, con el pretexto de ahuyentar a un fantasma
verde que nunca había sido visto ahí hasta que ellos llegaron (Daniel Cohen, La enciclopedia
de los fantasmas, p. 37).
240
agn, Inquisición, vol. 671, exp. 1, f. 2v. Véase el motivo de la quemadura producida por
los difuntos en Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E544.
321
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
la boca más que una vez con alguien. Después de eso, era el confidente,
y los confidentes de aquel, los que se dedicaban a difundir las historias
que les contaban hasta hacerle al santo o al visionario una fama que tras-
pasaba los muros de los conventos y se dispersaban rápidamente tanto
entre el populacho como entre los vecinos principales de las localidades.
Por lo mismo, era común que muchas personas que difundían historias
de contenido religioso fueran interrogadas por el Santo Oficio no tanto
porque se considerara que fueran sus inventores, sino debido a la sim-
plicidad que manifestaban y que les llevaba a ser embaucadas por cuanto
embustero se les atravesara en el camino para obtener algún beneficio de
ellos, con lo cual se constituían también en los mejores medios para ras-
trear a los autores intelectuales de estas invenciones. No sorprende, pues,
que al ser presionado acerca de su conocimiento de personas que pasa-
ran por santas y visionarias Villalta terminara confesando saber algunas
cosas de una mujer que decía tener visiones y raptos místicos, aparte de
lo que contaba acerca del fraile que veía ánimas del purgatorio.
Por supuesto, no todos los personajes que reportaban apariciones de
ánimas eran santos ni lo pretendían, especialmente cuando se encontra-
ban acusados y hasta presos por diversos delitos que ponían de manifiesto
su poco piadosa existencia de acuerdo con los parámetros exigidos por la
Iglesia en ese momento. Esa era la situación del castizo Pedro Carretero
(alias Pedro de la Vega), recluido en 1694 en las cárceles de la inquisición
de Puebla de los Ángeles acusado de judaísmo y —muy sintomáticamen-
te— “por embustero”.241 Típicamente, según Pedro, un difunto se le había
aparecido para pedirle misas y rezos por su pronta salida del purgatorio. Y
al no relatar ningún tipo de circunstancias extrañas que rodearan la apari-
ción daba a entender que se trataba de un ánima que presentaba el aspec-
to del finado.
241
agn, Inquisición, vol. 694, exp. 2, ff. 189v-193r.
322
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
242
Indiculus superstitionum et paganiarum, en Alfredus Boretius (ed.), Capitularia regum
francorum, pp. 222-223.
243
Martianus Capella, De nuptiis Philologiae et Mercurii, lib. II, § 167, pp. 221-222. Cfr.
Claude Lecouteux, Demonios y genios comarcales en la Edad Media, p. 35.
244
Claude Lecouteux, Enanos y elfos en la Edad Media, p. 111.
245
“No deben encenderse velas de día, para que no se inquiete con ello a los espíritus de
los santos”, Traducción libre del autor (Concilium Eliberitanum, canon 34, p. 386. Documento
323
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
324
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
en la que estaba comúnmente asumido que las ánimas de los difuntos flo-
taban un cierto tiempo sobre sus tumbas después de la muerte y no siem-
pre eran tan plácidas como se pudiera desear.
A pesar de las notorias diferencias presentadas por estas dos teorías,
dentro de las mitologías autóctonas del norte de Europa ambas conviven
sin apenas conflicto entendiendo muchas veces a los dioses de las flo-
restas como espíritus de los difuntos antiguos, los cuales eventualmen-
te pueden acudir en invierno desde lo profundo de los helados bosques
a buscar cobijo y alimento bajo el techo de sus descendientes vivos,246 y
terminan convirtiéndose así en los dioses del lugar (genius loci) que en
España se denominaron duendes (de la raíz indogermánica demd, casa u
hogar)247 en tanto espíritus domados y hechos a la vida hogareña, lo cual
los asimilaría también con los antiguos dioses lares en Roma como espí-
ritus de antepasados difuntos que se veneraban en los hogares. Y como
corresponde a una criatura tan antigua, los rasgos de cada una de estas
tradiciones van a ser encontradas en proporciones variadas en cada una
de las historias en donde aparecen, dependiendo del lugar, la época y las
necesidades del narrador.
De esta manera, para el folclorista asturiano Constantino Cabal el
duende siempre fue un difunto, porque muertos se les consideraba toda-
vía en muchos sitios de Europa en vida de este investigador,248 pero para
la época de la que nos interesa hablar, y desde siglos antes, este ya había
sido demonizado por el cristianismo, para quien todo lo que no fuera ce-
lestial era demoníaco (Fig. 43).
completo del Concilio en Miguel Lafuente Alcántara, Historia de Granada…, pp. 375-392).
Ver comentario en Oronzo Giordano, Religiosidad popular en la Alta Edad Media, p. 120.
246
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, pp. 147 y 193-204.
247
“Duende”, en Valentín Anders, Diccionario etimológico español en línea. Consultado el 12
de mayo de 2010 en http://etimologias.dechile.net.
248
Constantino Cabal, citado por Jesús Callejo, Duendes. Guía de los seres feéricos de España,
p. 30.
325
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
249
Claude Lecouteux, Demonios y genios comarcales en la Edad Media, p. 36. Uno de los
teólogos que sostuvieron esta idea fue Alejandro de Hales (ca. 1185-1245) y sus ecos resuenan
en la historia del paraíso de los pájaros en El viaje de San Brandán (siglo xii), en el canto III
del Infierno en la Divina Comedia y parece haber circulado todavía con cierta amplitud en el
siglo xvii, de ahí que tuviera que ser refutada por Antonio de Fuentelapeña para explicar a los
duendes desde una perspectiva diferente (Antonio de Fuentelapeña, El ente dilucidado, p. 312).
250
agn, Inquisición, vol. 435, exp. 210, ff. 390r-402r.
326
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
251
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 212 bis r.
252
“Achaque” en Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, p. 8.
253
“Achaque” en Real Academia Española, Diccionario de la lengua castellana en que se
explica el verdadero sentido de las voces..., p. 49.
254
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 212 bis r.
327
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
255
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 212 bis r.
256
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 212 bis v. Aunque el duende no tuviera un lugar
fijo dentro de la casa, el hecho de que realizara sus actividades principalmente en la cocina es
un rasgo que para algunos autores vendría de antiguo, pues, según Manuel Martín Sánchez,
demostraría su procedencia a partir de los antiguos dioses lares romanos, protectores del hogar
(“Duendes” en Manuel Martín Sánchez, Seres míticos y personajes fantásticos españoles, p. 176).
257
Claude Lecouteux, Dialogue avec un revenant: XVe siècle, p. 37.
258
agn, Inquisición, vol. 435, f. 391r-391v.
328
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
259
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 215v.
329
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Tal y como se había ido presentando en sus cada vez más complejas ma-
nifestaciones, el conocimiento de este inquieto espíritu se dará también
a través de un proceso de aprendizaje en el que con sagacidad infantil y
contradictoria se revela y rectifica constantemente para adaptarse a las
nuevas circunstancias.
Así, por ejemplo, aunque es cierto que en un primer momento no
supo responder cuando le preguntaron cuál era el motivo de que se en-
contrara penando en aquel lugar,260 unos días después ya tenía armada
una historia con detalles cada vez más precisos. Según su declaración,
su objetivo era entablar contacto con una conocida de los Valdivieso lla-
mada Pascuala para pedirle que se enmendara de sus pecados de tal for-
ma que no le ocurriera lo mismo que a ella, y si en todo ese tiempo no
se había animado a hablarle, eso era debido a su naturaleza tímida de
doncella.261 Además, y no menos importante para ser creíble, el espíritu
agregaba que Dios la había enviado a esa casa a pedir también un soco-
rro de misas para poder descansar en paz. Por eso mismo, a cada persona
del grupo que se había enterado de sus locuciones le pedía perdón por
su anterior comportamiento y le solicitaba una misa, así como que entre
todos los testigos le hicieran un novenario de la Virgen.
Hasta ese momento —con excepción de los primeros apedreos, simi-
lares a los de duendes— todo parecía relativamente típico de las historias
de ánimas en pena que circulaban de boca en boca entre la gente. El des-
enlace debía, por lo tanto, ser igual de típico. Pero no lo fue.
Después de cantadas las misas y rezado el novenario, el ánima afirmó
que ahora ya podía irse a descansar y a gozar de la presencia de Dios, y se
despidió de todos haciéndoles fastidiosas peticiones para que enmenda-
ran sus existencias y no maldijeran ni se enojaran.262 Pero justo cuando
todo parece resuelto, sus solicitudes impertinentes terminan por desmo-
ronar su precario crédito.
260
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 215v.
261
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 216r.
262
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 216v.
330
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
Queriendo salir Teresa hasta la puerta llamó a la dicha indita para que encen-
diera una vela por ser ya tarde, y volviendo la cabeza a mandarlo, [la difunta]
se le representó en una escalera y luego cayó desmayada. A poco tiempo la
llamó y [Teresa] le dijo: ¿Qué me quieres? Que estoy muy mala porque me
has espantado.265
263
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, ff. 216v-217r.
264
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 217r.
265
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 217v.
331
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
266
agn, Inquisición, vol. 585, exp. 9, f. 221r.
267
Gaspar Navarro, Tribunal de superstición Ladina, Disputa IX, f. 23v.
332
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
333
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
268
Claude Lecouteux, Dialogue avec un revenant: XVe siècle, p. 37.
269
Claude Lecouteux, Dialogue avec un revenant: XVe siècle, p. 36.
270
Manuel Alcalá, Nota preliminar en Hernán Cortés, Cartas de relación, pp. XV-XX.
334
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
271
Este regidor participó en la sublevación de Martín Cortés y murió decapitado por la
Corona en 1565.
272
Juan Miralles Ostos, prólogo en Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva
España, pp. XXI, XXXI-XXXIII.
273
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap. XLVI,
p. 78.
274
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap.
CXXIV, pp. 243-244 y CXXXVI, p. 284.
335
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
por un tiempo, Ávila fue uno de los procuradores comisionados por Cor-
tés en 1522 para llevar al rey de España un cargamento de riquezas como
quinto de su botín en la toma de México Tenochtitlán. Por desgracia para
él y sus compañeros, ya desde entonces los corsarios de Inglaterra y Fran-
cia merodeaban las rutas oceánicas del Nuevo Mundo, y los barcos termi-
naron asaltados por el francés Juan Florín ( Jean Fleury, ca. 1485-1527)
después de pasar las islas Azores, con lo cual Alonso de Ávila fue remitido
a Francia creyendo que se trataba de un personaje importante por el que
se podría pedir un gran rescate.275
Cómodamente alojado en una fortaleza que le sirvió de prisión du-
rante tres años, don Alonso tuvo siempre un buen tratamiento tanto de
los vivos como de los muertos, pues, según Cervantes de Salazar, cada
noche recibía una cariñosa visita del Más Allá.
Luego, estando una tarde sentado en una silla, muy triste y pensativo...
...se sintió abrazar por las espaldas, echándole los brazos por los pechos, le
dijo la fantasma: “Mosiur, ¿por qué estás triste?” Oyó la voz y no pudo ver
más de los brazos, que le parecieron muy blancos, y volviendo la cabeza a ver
el rostro, se desapareció.277
275
Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. 6, cap. V, pp. 770-771.
276
Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. 6, cap. VI, p. 771.
277
Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. 6, cap. VI, p. 771.
336
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
278
Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap.
CCVI, p. 575.
279
Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. 6, cap. V, p. 771.
337
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
ner que el autor lo juzgaba francés, mientras que las actitudes cariñosas,
los blancos brazos que se le atribuyen, el meterse en la cama de los hom-
bres y el hecho de que el testigo tratara a su vez de abrazarla las primeras
noches, sugieren, aunque no prueban, que era concebida como un per-
sonaje femenino. Como podrá darse cuenta el aficionado a este tipo de
literatura, dentro del mundo ibérico las características de esta fantasma,
más que con las ánimas del purgatorio la emparejan con las mouras, seres
femeninos de piel muy blanca, conducta sexual activa hacia los hombres,
y guardianas de fabulosos tesoros, típicas del imaginario mitológico de
Galicia, Asturias y León.280
Aunque no existe consenso al respecto, suele decirse que estos perso-
najes eran las hembras de los mouros (los “muertos”, a partir del participio
protoindoeuropeo mr-tó-, que origina el latín mortuus),281 antiguos y ya
desaparecidos habitantes prerromanos de dichas regiones como las hadas
(ver subapartado III.4.2) y como tales, habitantes subterráneos de cue-
vas, túmulos megalíticos (mámoas), castros o fortificaciones de la Edad
del Hierro, etcétera,282 lugares en donde se les inhumaba y donde, como
ofrenda, en los casos más ricos se dejaban los tesoros de los que se volvían
guardianes. De esta manera, sin alejarse del campo semántico de la muer-
te, la interpretación de esta fantasma como una moura explicaría por qué,
a diferencia de todos los demás relatos que comentamos en este trabajo,
el testigo no tiene una sola palabra piadosa acerca de la triste condición
del alma en pena, o explicita las razones por las que podría haber tenido
necesidad de vigilar un tesoro dentro de la lógica del cristianismo (las
más usuales eran como castigo por su avaricia al no haberlo compartido
en vida o bien porque no era suyo y no había podido regresarlo a su legí-
timo dueño antes de fallecer, ver subapartado III.2.2), sino que la carac-
280
María del Mar Llinares, Mouros, ánimas, demonios, pp. 7-8 y 80.
281
“mer- 4” en Julius Pokorny (ed.), Proto-Indo-European Etymological Dictionary, p. 2089.
Consultado el 12 de agosto de 2009 en http://dnghu.org/es/diccionario%20etimologico%20
indoeuropeo/.
282
Fernando Alonso Romero, “Las mouras constructoras de megalitos: Estudio compara-
tivo del folklore gallego con el de otras comunidades europeas”, pp. 11-28.
338
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
283
Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. 6, cap. VI, p. 772.
284
Francisco Cervantes de Salazar, Crónica de la Nueva España, lib. 6, cap. XI, p. 779.
339
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
285
Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española, p. 566.
286
Ovidio, Fastos, lib. II, 21 de febrero, p. 163.
287
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, pp. 49-50.
340
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
288
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, pp. 65-66.
289
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, pp. 50-52 y 100-102.
290
Vladimir Acosta, La humanidad prodigiosa, p. 46.
341
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
bien son ánimas del purgatorio, del infierno o del cielo mismo que, re-
vestidas de su cuerpo material, se manifiestan sobre el mundo para fines
diversos relacionados con sus inclinaciones espirituales.
A pesar de su sabor de antigüedad, las historias medievales de Lázaros
seguían estando completamente vigentes en la Nueva España por medio
tanto de imágenes depositadas en los edificios religiosos como de exem-
pla con personajes ficticios o históricos que circulaban probablemente
desde los púlpitos y por medio de libros de eclesiásticos.
Como muestras plásticas de esta familiaridad con el tema tenemos la
pintura sobre lámina que narra el Milagro de San Antonio de Padua, de
un autor anónimo del siglo xvii, actualmente en la colección del Museo
José Luis Bello y Zetina, en la ciudad de Puebla (Fig. 45).
342
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
291
“El juramento se prestaba sobre [...] la Cruz [...] de rodillas y con la cabeza descubierta”
(“Juramento” en Auñamendi Eusko Entziklopedia, consultada el 3 de marzo de 2013 en http://
aunamendi.eusko-ikaskuntza.eus/es/juramento/ar-64713-47979/.
343
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Allá aun antes de que sean visibles ante los ojos de los hombres.292 Histo-
rias hubo en la que estos animales, intimidados por fantasmas que nadie
más veía, se lanzaban entre las piernas de sus amos para esconderse debi-
do al pavor que sentían293 y que, si era necesario, los llevaba a atacar a los
aparecidos como veremos más adelante.
No siempre este tipo de retornos tenía aspectos tan siniestros y re-
pelentes, sino que recuerdan más bien los casos ejemplares de resurrec-
ciones consignados en la Biblia. Una pintura que toca el tema desde esta
perspectiva es el Milagro de Santa Leocadia (1702), del novohispano Juan
Rodríguez Juárez, que muestra el momento en que el cadáver de esta san-
ta de la Hispania romana, después de 340 años de difunta, se levanta de la
tumba en su iglesia de Toledo delante de san Ildefonso y del rey Rezevin-
do y su corte para agradecer al santo, como se afirma en la inscripción que
la acompaña, haber defendido ante los herejes “la purísima y perpetua
Virginidad de María, Sma. M. d D [Santísima Madre de Dios]” (Fig. 46).
En esta obra, Santa Leocadia (Toledo, siglo iii-ca. 303/305) aparece
vestida con una túnica azul y un manto blanco, enderezándose dentro de
su ataúd de piedra, abierto por un ángel. Tan fresca como el día que mu-
rió, Leocadia señala una imagen de la Virgen María mientras de su boca
sale una filacteria de letras doradas que contiene su declaración. Al pie de
la tumba Ildefonso sujeta la punta del manto de la santa para cortarlo y
guardarlo como reliquia. Por motivos de decorum, la imagen del cadáver
no presenta ningún tipo de desnudez ni de descomposición, sino que, por
el contrario, es adornada por todas las perfecciones de las imágenes de
los santos, sin olvidar el halo dorado que la caracteriza como tal, mientras
que, más que espanto, lo que puede verse en los rostros de los testigos es
una serena conmoción, que solo en uno de ellos le lleva a crispar las ma-
nos por la sorpresa pues, tratándose del cadáver de una santa, no debía
292
Pancracio Celdrán, Creencias populares, pp. 336-337. Para el motivo narrativo del perro
que ve a los fantasmas véase Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E421.1.3.
293
Jean Delumeau, El miedo en Occidente, p. 122.
344
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
345
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
Por su parte, entre los exempla novohispanos uno de los primeros rela-
tos de los que queda memoria basados en las características de los re-
venants o aparecidos como cadáveres animados es el ya analizado más
arriba acerca de un cadáver que da un grito al ser enterrado en el cemen-
terio del convento de San Francisco de la Ciudad de México entre 1524
y 1537 (ver 3,1,1.1) consiguiendo así algunas oraciones por parte de los
frailes, aunque el mismo relato termine estableciendo un contexto con
el que se puede colegir el destino infernal de su alma.
Así como este, es muy común encontrar en la narrativa del cristianis-
mo historias de muertos que no pueden descansar en paz por haber falle-
cido de una manera violenta,294 lo cual en ocasiones tiene que ver con una
venganza que, al cumplirse, permite el descanso del difunto, pero en este
relato el grito lanzado por el cuerpo al ser enterrado en tierra sagrada nos
permite suponer que más bien se trata de una protesta del muerto mismo
en nombre de la justicia divina en su contra debido a su mala conducta
y por el hecho de haber muerto sin la preparación espiritual adecuada. A
lo largo de la historia del cristianismo tenemos relatos de cadáveres que
notifican la condenación del alma del muerto, como el caso de Raymond
Diocrès en 1084, cuyo cadáver se levantó tres veces durante sus honras fú-
nebres para proclamarlo en voz alta y evitar que se le pusiera en “eclesiás-
tica sepultura” hasta que por fin terminó siendo arrojado precavidamente
en una hoya o cavidad en el campo para alejarlo de los vivos y como cas-
tigo de su impiedad.295
Casos de este último tipo no dejaron tampoco de consignarse en la
Nueva España a medida que las órdenes religiosas se relacionaban con
sociedades cada vez más europeizadas, en donde tales historias ya no
causaban escándalo ni suponían riesgos serios de confundir a los indios,
y como muestra tenemos un relato del carmelita fray Agustín de la Madre
de Dios acerca de un hecho supuestamente ocurrido en Puebla, el cual
el autor tenía por noticia muy cierta debido al éxito con el que lo había
294
Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E411.10.
295
Alonso de Villegas, Fructus sanctorum, Discurso 41, p. 349. La fuente dice 1082 por error.
346
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
predicado con “notable fruto” en una época en donde tan extraña rela-
ción de causa-efecto (una variante de la típica falacia post hoc ergo ante
hoc) era perfectamente aceptable.
Según este religioso, hubo una vez en Puebla un usurero que desea-
ba dejar ricos a sus hijos cuando muriera y por esta obstinación murió
también sin sacramentos, por no llamar algún religioso que le obligara a
restituir parte de sus mal obtenidos bienes como penitencia.
296
A reo, arreo, consecutivas.
347
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
la ciudad que apenas podía con la espada y voces defenderse de ellos. Salió
en fin de esta fatiga e iba caminando con la infernal carga con el miedo que
se puede creer. La noche era obscura, los torbellinos furiosos, lo relámpagos
continuos, temerosos los truenos, causas todas para morirse allí de miedo el
más alentado si no fuera de la divina gracia para el efecto que contaré agora:
Vió pues, con un terrible relámpago, que el difunto que iba echado y atravesa-
do delante de él se iba levantando poco a poco, hasta sentarse en el cuello del
caballo.297 Estando en esta forma alzó la mano y mirando al hijo con unos ojos
de un demonio le dijo —“tomad”— dale una bofetada que por poco diera
con él en el suelo, “tomad mal hijo, que por dejaros yo rico estoy ardiendo en
los infiernos”- Dicho esto se tornó a caer como de antes sobre el cuello del
caballo […] Ayudole nuestro señor que quería corregirle por este medio y
después de haber estado un rato pensativo, con el dolor del golpe y de la con-
denación de su padre, pasa adelante y arrojándole en la mayor profundidad
de aquellos arcabucos y quebradas se volvió atónito y pasmado, pidiendo a
Dios misericordia y tiempo de enmienda.298
297
Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E332.3.1.
298
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XVII, § 4-6, pp. 138-139.
348
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
299
Jean Delumeau, El miedo en Occidente, p. 121.
300
V.gr. “Álmas” en Manuel Martín Sánchez, Seres míticos y personajes fantásticos españoles,
p. 402.
301
Claude Lecouteux, Demonios y genios comarcales en la Edad Media, pp. 159-160.
349
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
302
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, p. 100.
303
William de Newburgh, Historia Rerum Anglicanorum, lib. V, caps. XXIII y XXIV, en
Andrew Joynes, Medieval Ghost Stories, pp. 136-137 y 139-141, respectivamente.
304
Claude Lecouteux, Fantasmas y aparecidos en la Edad Media, pp. 141-142
305
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XVII, § 4, p. 138.
350
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
306
Udo Becker, Enciclopedia de los símbolos, p. 346. Cfr. Filippo Picinelli, El mundo simbólico,
Los metales, lib. XIII, cap. VIII, pp. 113-123.
307
Dante Alighieri, La Divina Comedia, Infierno, XXIII, pp. 69-71.
351
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
308
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XVI, § 6, p. 135 y § 7, p. 136, respectivamente.
309
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XVII, § 4, p. 138.
310
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XVII, § 5, p. 138.
352
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
311
Agustín de Vetancurt, Menologio franciscano, febrero 25, pp. 18-22.
312
Agustín de Vetancurt, Menologio franciscano, febrero 25, p. 23.
353
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
ellos una comunicación por medio de gestos que indicaban su buena vo-
luntad. En lo contado por Vetancurt estos gestos consistían en ofrecer la
mano abierta para simbolizar su aceptación a un devoto, indicar confor-
midad con la mirada y hacer juramentos solemnes (como debe entender-
se en la época —a partir de textos bíblicos como Gn 14:22, Dt 32:40 o
Dn 12:7— la acción de levantar el brazo, con lo que se vincula simbóli-
camente la tierra con el cielo poniendo a Dios como testigo y garante de
lo jurado entre los hombres).313
Comprensiblemente, el intento de canonización de Aparicio, que con
tanta fuerza fue apoyado en Puebla durante la primera mitad del siglo
xvii por la Orden de San Francisco y sus seguidores, causaba el despe-
cho de agrupaciones religiosas que creían tener representantes tanto o
más viables para los altares. Es el caso de la Orden del Carmelo descalzo
y en particular de su cronista fray Agustín de la Madre de Dios, quien,
para proponer la causa de su candidato fray Alberto de los Ángeles, del
convento carmelita de Puebla, no dudaba en afirmar en su Tesoro escon-
dido (ca. 1643-1656) que ambos personajes habían sido grandes amigos
y que el mismo Aparicio había reconocido que entre ellos el “verdadero
santo” era fray Alberto, al que tanto admiraba, tras lo cual recomenda-
ba perentoriamente a sus devotos ir a hacerle reverencias al carmelita en
lugar de perder el tiempo con él, que era tan gran pecador.314 Con este
mismo objetivo, cuenta que en 1600, cuando Aparicio murió y estaba a
punto de ser enterrado, fray Alberto, se acercó al ataúd y le dijo:
313
Samuel Pérez Millos, Comentario exegético al texto griego del Nuevo Testamento-Apocalipsis,
p. 653.
314
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIV, § 6, p. 125.
315
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. II, cap.
XIV, § 6, p. 125. Las llaves y su contenido pertenecen a la edición consultada de este documento,
354
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
Aunque mutiladas, estas líneas nos permiten ver la continuidad de las le-
yendas que probablemente circulaban de manera oral entre los devotos
del beato, pero el sentido que había que atribuirles a los acontecimientos
narrados ya no era exactamente el mismo. Por supuesto, cruzar los brazos
al cadáver era una práctica piadosa común en la época, con la que se co-
locaba al difunto en una actitud final de mansedumbre y entrega a Dios,
y descruzarlos equivaldría, pues, a un regreso momentáneo a la vida,
mientras que el levantamiento del ¿brazo derecho?, como hemos visto
más arriba, se hacía para realizar un juramento, que en este caso consiste
en el respeto de la palabra empeñada. No obstante, si en el tercer ejem-
plo presentado por Vetancurt la idea es que el levantamiento del brazo
se debe a la santidad del lego, en el caso de fray Agustín de la Madre de
Dios, después del énfasis puesto en la santidad superior de fray Alber-
to, pareciera que tal acción se debía a la autoridad de uno sobre el otro.
Como puede verse, las historias de cadáveres vivientes eran la prueba
de innumerables tesis, y una de ellas era la que se había presentado tam-
bién en el caso de la abadesa Antonia de Santa Clara, nacida en la ciudad
de México, y que profesó en el Convento Real de Jesús María de aquella
localidad en 1591.
Como a veces llegaba a ocurrir, pese a su piedad y aplicación, esta
religiosa no había obtenido por completo el respeto de sus súbditas, de
tal manera que una ellas, la Madre Mariana de Santiago, con la que ha-
bía tenido constantes choques, tuvo que ser reubicada en otra casa de la
Orden en 1603. Una vez planteada la situación, el exemplum nos explica
que a pesar de este ajuste...
No faltó religiosa —si acaso lo era— de quien jamás se pudo recabar el que le
diese la obediencia a esta prelada, aunque se pusieron extraordinarios medios
por reducirla. Caso gravísimo, y que debiera condenarse a perpetuo olvido,
si en él no les hubiera puesto Dios a las que en este vicio incurren un salu-
donde se indica que se trata de una interpolación mutilada en el manuscrito original que se
conserva actualmente en la Howard Tilton Memorial Library de la Universidad de Tulane.
355
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
316
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XVI, § 448, p. 291.
356
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
muy pocas luces para llevar a cabo dicha labor, por lo que esta tuvo que
recurrir a sus dotes de taumaturga para que siete monjas ya muertas le
reconocieran desde sus sepulcros el derecho que las vivas le escatima-
ban. Como era de esperarse en tales relatos, los cadáveres se levantaron
para rendirle tributo como su prelada y luego volvieron a sus tumbas,
tras lo que, horrorizadas, las monjas vivas decidieron también plegarse
a la disciplina.317
Así pues, lo que encontramos en esta historia es una variante del
motivo narrativo del muerto que solicita perdón,318 en este caso bajo la
forma de una rendición de homenaje desde el Más Allá, pues aunque
fuera cierto —como afirma Sigüenza y Góngora— que la monja difun-
ta seguramente se había ya arrepentido de su inobediencia antes de mo-
rir, la reparación no podía depender solo del arrepentimiento privado,
sino también de un acatamiento tan público como la falta y, por lo tan-
to, antes de poder descansar en paz, tenía primero que rendir vasallaje a
su superiora a la vista de toda la comunidad. Por supuesto, la lógica que
convertía en acciones externas las modificaciones de ánimo de la difun-
ta tenía que ver con las necesidades de la jerarquía de la Iglesia, justifica-
das en términos religiosos, preocupada por mantener una organización
vertical socialmente incuestionable. No en vano Sigüenza y Góngora
termina su relato advirtiendo que tal acontecimiento se había verifica-
do para que se entendiese el respeto que las personas debían a sus su-
periores, como se comentó con respecto a las habladurías en contra de
un sacerdote en la aparición del ahorcado comentado por Mendieta y
en una de las visiones de la madre Isabel de la Encarnación arriba men-
cionadas acerca del sumisión de las difuntas a los obispos; pues, aunque
imprudentes e imperfectos, eran ellos los instrumentos con los que Dios
manifestaba su voluntad sobre la tierra.319
317
Damián Cornejo, Chrónica seráphica, t. III, lib. IV, cap. LIX, pp. 632-633.
318
Stith Thompson, Motif-index of Folk Literature, E365.
319
Carlos de Sigüenza y Góngora, Paraíso occidental, lib. III, cap. XVI, § 448, p. 291.
357
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
358
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
Eran entre diez y once de la noche cuando salió de esta vida y a esa hora
estaba estudiando un sermón en otro convento otro predicador nuestro y
compañero suyo. Llegaron a la puerta de su celda y dieron tres golpecitos
y salió el religioso a ver quien era, embestido de miedo y de pavor. Abrió la
puerta y vio delante [un perro que echaba llamas] por ojos, boca y nariz.320
El impacto causado por la aparición fue tan grande en el testigo, que este
“Quedó con el asombro medio muerto”, pero no tan definitivamente in-
consciente como para no escuchar las explicaciones de la fiera.
Como en las visiones de espectros que se manifiestan con los instru-
mentos de sus pecados, el ánima transmutada en perro explica al testigo
que había tenido que aparecerse de aquella manera como muestra del
oficio que tenía en vida y que su delito había consistido precisamente en
no ladrar contra los vicios como debe hacer un predicador y en cambio
se había dedicado a buscar la aprobación y la fama. Como era usual, el
difunto hace las recomendaciones de rigor a quien considera expuesto
a los mismos riesgos que lo llevaron a esa situación y, consecuentemen-
te, recomienda a su colega vivo que haga su trabajo para gustar a Dios y
no a sí mismo o a los demás, para finalmente encargar algunos sufragios
para su descanso.
Según puede advertirse, este es un exempla dedicado expresamente
a los frailes demasiado preocupados por su propia fama por medio de la
predicación y de ahí la referencia a la pseudoetimología domini canes, los
320
Agustín de la Madre de Dios, Tesoro escondido en el Monte Carmelo mexicano, lib. III,
cap. III, § 5, p. 172. Entre los corchetes se reconstruye por contexto una línea faltante debido
a deficiencias de impresión.
359
Fantasmas y aparecidos europeos en la Nueva España después de Trento
321
Claude Lecouteux, Dialogue avec un revenant: XVe siècle, pp. 44-45.
322
Santo Tomás de Aquino, In epistolam I a Cor, cap. 2, lectio 3. Consultada el 15 de febrero
de 2013 en https://es.scribd.com/document/68615919/Comentario-a-La-1-Carta-a-Los-
Corintios.
360
Lo viejo, lo ambiguo y lo falso en el fantasmario novohispano
Lemus, donde se dice que entre sus visiones espirituales estaba la de acu-
dir al infierno y el purgatorio, donde las veía transformadas en diferentes
especies de animales “conforme al vicio que cada uno tenía” pero donde
las del purgatorio eran rodeadas por “una luz clarísima que no cubría las
de los infieles”. 323
Poco más puede decirse de este caso, pues si bien, como se ha visto en
otros similares, la lógica del relato exige un conocimiento personal entre
sus participantes, esta fuente solo lo llama “compañero”, un concepto que
podría ir desde el correligionario en general, hasta uno en particular con
el que se realizaban trabajos por pareja, como era común entre los frailes
de la época para evitar escapadas individuales fuera de los conventos que
propiciaran la relajación de las costumbres. Por otra parte, aunque en ca-
sos similares otros relatos suelen situar al testigo en los conventos más
grandes de la orden de referencia (en este caso los carmelitanos de Mé-
xico y Puebla), lo cierto es que con lo escueto del texto resulta imposible
determinarlo. No hacía falta, de cualquier manera, pues si bien la existen-
cia de nombres, fechas y ubicaciones concretas eran elementos apreciados
en los exempla para darles visos de realidad, el género no los consideraba
indispensables. Como hemos podido ver en múltiples relatos, lo impor-
tante del exemplum no era quién, dónde y cuándo, sino por qué. El resto
era optativo.
323
Diego de Lemus, Vida, virtudes, trabajos, favores y milagros de la Venerable Madre sor
María de Jesús, lib. IV, cap. XII, p. 417.
361
CONCLUSIONES
C omo habrá podido darse cuenta el lector a lo largo de estas páginas,
las apariciones discursivas de los fantasmas y las ánimas del purga-
torio en los textos novohispanos de los siglos xvi y xvii pueden tener
varias explicaciones simultáneas y convergentes.
Como hasta el día de hoy en México, es muy probable que en el virrei-
nato de la Nueva España coexistieran al menos dos formas de creer en las
apariciones de los muertos. Una de ellas, horizontal, naturalista, antigua
y popular habría sido la que exponía la supervivencia del “doble”, donde
el difunto continuaba viviendo al menos durante cierto tiempo y regre-
saba a los lugares de su existencia terrestre empujado por una serie de
sentimientos como parte de su apego al mundo. En ocasiones, desfigu-
radas por su antigüedad y manipulación, muchas de ellas llegaron hasta
esa época ya como meros mitos o supersticiones paganas, como ocurre
con los casos de estantiguas indígenas y mouras y duendes europeos,
parcialmente refractarios a la influencia clerical. No obstante, debido a
que los documentos que han sobrevivido hasta nosotros fueron filtrados
por las autoridades religiosas en turno, la mayor parte del tiempo lo que
podemos ver en ellos es una concepción más bien vertical y trascenden-
tal de la vida de ultratumba, la de los teólogos que intentaban explicar
la existencia de los aparecidos fincándolos lo menos confusa y fragmen-
tariamente que podían en las creencias escatológicas del cristianismo.1
Tales creencias se encontraban fundamentadas en la larga tradición
agustiniana del cristianismo medieval con respecto a la estricta separa-
ción entre lo natural y lo sobrenatural, así como en la consiguiente libé-
rrima acción divina en el mundo, en contraste con posturas teológicas
1
Jean Delumeau, El miedo en Occidente, p. 123.
[ 365 ]
Fantasmas de la Nueva España
2
Cada cosa, incluso el hombre, está sometido [sic] a la providencia divina […] Para ello
ordena previamente las causas necesarias para las cosas que han de suceder necesariamente,
y las causas contingentes para las cosas que han de suceder contingentemente. De este modo
la libre acción del hombre forma parte de la providencia divina” (Tomás de Aquino, Suma de
Teología, I, C.22, a.4, pp. 272-273).
366
Conclusiones
367
Fantasmas de la Nueva España
3
Jean-Claude Schmitt, Ghosts in the Middle Ages, p. 206.
368
Conclusiones
cién desencarnadas de los Ars moriendi, por ejemplo, por más que adopten
formas infantiles no están volviendo de ningún lugar, sino dirigiéndose a
él, mientras que (con excepción de aquellas vinculadas a sitios de purga-
ción particulares) las que no salen del purgatorio para mostrarse sobre la
tierra ante algún vivo tampoco están regresando entre ellos, por lo cual
más bien encajan en categorías distintas del mismo imaginario como la
visión espiritual, el sueño, etcétera. Así pues, para el caso novohispano,
nosotros dejaríamos fuera de las representaciones de fantasmas esta ima-
gen del “alma”, dado que si algo llama la atención en nuestras fuentes es
que no encontramos niños más que en relatos que no son de apariciones
sino de visiones del Más Allá, y cuando las almas toman forma infantil
dentro de la pintura eclesiástica no son de tipo purgante, sino bienaven-
turadas, lo cual nos habla de la idea que se tenía entonces con respecto a
la pureza de sus almas. El paso directo de la infancia a la adultez, típico de
la época, impedía la existencia de fantasmas infantiles pues, o bien estos
eran muy pequeños y (con la única condición de que estuvieran bautiza-
dos) se les consideraba demasiado inocentes para requerir algún tipo de
expiación por su conducta, o eran ya muy mayores para verlos como ni-
ños según sus criterios.
En cambio, en nuestra propia lista de representaciones narrativas de
fantasmas nosotros incluiríamos el “vulto” y las figuras antropomorfas
envueltas en llamas como tipos aparte y no como subtipos del muerto
viviente (pues es evidente que contienen diferencias sustanciales con
respecto a este), así como las figuras animales y algunas luces no siempre
necesariamente relacionadas con la salvación, puesto que suelen dejar
en el lector la impresión no de almas redimidas, sino, como en la Santa
Compaña, la de que se trata de almas todavía en proceso de purgación.
El aparecido con forma animal es, con mucho, una novedad que no es-
perábamos encontrar, pero que encaja perfectamente en una elaboración
temprana de purgatorio, cuando no mostraba diferencias formales de
mayor sustancia con respecto al infierno, de tal manera que ni sus habi-
tantes ni sus respectivos tormentos tenían por qué presentarlas tampoco.
Si algo resulta por demás notorio entre las fuentes de grupos evangeli-
zadores, sensiblemente los franciscanos, es que las ánimas que se aparecen
369
Fantasmas de la Nueva España
a los vivos, salvo las notables y confusas excepciones de dos indias, son
básicamente de españoles y de varones. Las razones para que los espec-
tros no fueran indios dentro de la literatura de las órdenes religiosas pare-
cen evidentes, pues admitir que tenían experiencias purgatoriales hubiera
servido como pretexto para una mayor explotación por parte de los euro-
peos, ya de por sí favorecidos en este afán por la suposición de que eran
gente pecadora y viciosa. Además de ello, reconocer tal cosa hubiera sido
tanto como admitir que el trabajo de las órdenes mendicantes no estaba
rindiendo los frutos esperados4 y, por ende, que los frailes eran prescindi-
bles y podía retirárseles del medio para ceder esa misión a los sacerdotes
diocesanos con la expectativa de que realizaran más eficientemente sus la-
bores. Además, después de los progresos espirituales de los indios expre-
sados por las diversas órdenes en sus escritos y la exaltación que hacían de
su bondad natural, era ilógico de pronto endilgarles necesidades de per-
sonas pecadoras. Por consiguiente, el interés por mostrarlos como seres
más bien angelicales, ajenos al pecado (pero necesitados de supervisión
debido a sus ánimos apocados y débiles), facilitaba continuar la tutela so-
bre estos con la consiguiente conservación de sus privilegios e influencia
dentro de la sociedad virreinal.
Por otra parte, resulta doblemente interesante constatar que en los
dos únicos casos de este tipo presentados en los textos de los evangeli-
zadores estudiados sean mujeres indias los personajes sometidos a pe-
nas purgatoriales cuando en los relatos que hacen de españoles ninguna
mujer aparece con este problema. Aunque podríamos explicar en parte
dicho fenómeno remitiéndonos a las Escrituras, donde la mujer es aso-
ciada con el pecado antes y en mayor cuantía que el hombre, por lo que
no resulta extraño que aun entre los naturalmente bondadosos indios
fueran las mujeres las más propensas a una conducta negativa como es-
tablecía Andrés de Olmos,5 esto no explicaría por qué en los casos espa-
ñoles no se guarde una proporción semejante de apariciones femeninas,
4
Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, prólogo, f. 388v, p. 4.
5
Andrés de Olmos, Tratado de hechicerías y sortilegios, cap. V, pp. 47-49.
370
Conclusiones
371
Fantasmas de la Nueva España
6
En los casos de los charlatanes Jhoan Pérez (agn, Inquisición vol. 339, exp. 56, f.418-419)
y Joseph Castillo (agn, Inquisición, vol. 1515, exp. 2, f. 87v, numeración del exp.,) estos usaban
las historias de aparecidos para vanagloriarse como santos que eran buscados por las ánimas
para que les sirvieran como intercesores ante Dios.
372
Conclusiones
debido a las que se consideraban sus inclinaciones y sus vicios, según he-
mos explicado con más detalle en otro lugar.7 Por su parte, las apariciones
y testimonios de mestizos se volverán la norma a partir de la Indepen-
dencia, pero no lo eran en este momento.
Terminamos por ahora. Como afirmábamos desde el inicio, es cier-
to que las investigaciones sobre creencias religiosas, tildadas de supers-
ticiosas, pueden resultar para muchos meras divagaciones que estorban
el abordaje de los fenómenos “reales” del pasado. Demasiado ajenos al
mundo de las personas que dicen tratar de comprender, en su cientifi-
cidad el imaginario les resulta una pérdida de tiempo, pero no ocurre lo
mismo con la administración, la jerarquía o la infraestructura de la Iglesia
(todas ellas objetos serios de estudio debido a su materialidad o su talan-
te público), como si se pudiera separar una organización o un rescoldo
material del uso al que estuvieran destinados.
…pero hay historiadores de otra índole cada vez más dispuestos a ver las re-
presentaciones “imaginarias” de los sucesos “reales”, no solo como el resulta-
do de unas creencias erróneas y falaces que deforman la imagen de la realidad
material en beneficio de los intereses de un grupo o clase dominante, sino
también —y además— como conjuntos de modelos o paradigmas semánti-
cos por cuyo medio se establece un tipo de reconocimiento y evaluación de
la experiencia humana que es convalidada por todo un cuerpo social.8
Si antes que cualquier otra cosa, durante los siglos xvi y xvii un indi-
viduo era un creyente y sobre las bases de esas creencias concebía el
mundo, la autoridad y a sí mismo, ignorar la lógica y el contenido de esa
manera de pensar nos arriesga a no entenderlo en absoluto.
7
Javier Ayala Calderón, El Diablo en la Nueva España, pp. 149-221.
8
José Pascual Buxó, La imaginación del Nuevo Mundo, p. 15.
373
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Fantasmas de la Nueva España. Discursos y representaciones
políticas y sociales de las apariciones de ultratumba en documentos
novohispanos de los siglos xvi y xvii se terminó de imprimir en
noviembre de 2019, en los talleres de Gesta Gráfica, bulevar
Nicaragua, núm. 506, Col. Arbide, León, Guanajuato, México.
Historia y mirada
en las cónicas de Ámerica
Miguel Ángel Segundo Guzmá