Rómulo Gallegos
Rómulo Gallegos
Rómulo Gallegos
(1884-1969)
En ese instante, el gran escritor debió sentir ira, menosprecio, indignación. Quizás se
cuestionó a sí mismo, tanto o más que a los tres personajes uniformados que tenía al
frente, en cuyos silencios, titubeos y miradas furtivas descifraba la traición que estaban
tramando y que, para ese momento, 19 de noviembre de 1948, a las once de la mañana,
ya era irreversible. Si él conocía como pocos la historia de Venezuela, ¿por qué había
aceptado la Presidencia de la República para verse en aquellos trances donde hasta
entonces, los profetas desarmados no habían tenido destino? ¿Por qué aceptar la
Presidencia de la República de un país donde el primer sargento se siente “gendarme
necesario”? Las turbulencias de la historia pudieron haberlo ofuscado.
El único testigo de este encuentro, Gonzalo Barrios, relató: “Lo más impresionante
de esta entrevista histórica fue que Rómulo Gallegos, abandonando la actitud de
indignación e impaciencia con que había acogido hasta entonces los atrevimientos más
o menos disimulados de los militares, se revistió de una serenidad y de una dignidad que
lo imponían a simple vista como símbolo de la legalidad republicana, de la moral cívica
y de la cultura amenazadas”.
Gallegos suponía que quien iba a llevar la palabra en nombre de los militares sería el
teniente coronel Pérez Jiménez, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas
Armadas. Suponía que Pérez Jiménez, de quien se decía que era uno de los jefes de la
conspiración, sería el encargado de formular el “pliego de peticiones” de los alzados,
pero no ocurrió así. Como los tres guardaran silencio en los primeros momentos, el
Presidente los invitó a exponer sus planteamientos, y fue en ese instante en que el
menos indicado, el ministro de la Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, quien le había
hecho ver al Presidente que luego del discurso en el cuartel Ambrosio Plaza la crisis se
había dominado, sacó de su guerrera “un papel con apuntes manuscritos y con voz
vacilante manifestó al Presidente Gallegos que iba a informarle de los puntos que
constituían las demandas del Ejército”.
Aquellas demandas equivalían a la rendición incondicional del jefe del Estado y
a la toma del poder por los militares. Lo que a la distancia resulta inverosímil es el
hecho de que fueran formuladas por el ministro de la Defensa que ocupaba ese cargo
por ser amigo personal del Presidente, e, incluso, del propio Secretario General de la
Presidencia, porque los tres habían compartido los días del destierro en Barcelona. La
primera de las demandas debió dejar atónito al Presidente. Le pedían, simplemente, que
expulsara del país a Rómulo Betancourt. Las otras peticiones resultaban ociosas
comparadas con la primera, como, por ejemplo, la quinta y última, que le solicitaba al
Presidente la “desvinculación con el partido Acción Democrática” como si después de
expulsar a su gran líder todo iba a continuar igual en el país, en las relaciones del
gobierno con AD, con sus ministros, con el Congreso Nacional y con todos los partidos
políticos. Las tres condiciones restantes tocaban los límites de la necedad: a) prohibir el
regreso del teniente coronel Mario R. Vargas, seriamente enfermo en Estados Unidos;
b) la sustitución del teniente coronel J. M Gámez Arellano, jefe de la Guarnición de
Maracay, visiblemente leal al gobierno, y c) la designación de los edecanes
presidenciales por el Estado Mayor.
La osadía de los tenientes coroneles no había tenido precedentes, y se atrevían a ella
porque contaban no sólo con la fuerza de las armas, sino también porque la conspiración
les garantizaba toda impunidad. Actuaban, en efecto, como si ya el Presidente estuviera
caído o prisionero. El profeta desarmado, al oír aquellas estrambóticas condiciones, les
respondió de inmediato:
Puestas las cartas sobre la mesa, el Presidente consideró pertinente dejar solos a los
tenientes coroneles para que deliberaran y tomaran sus conclusiones. “Los dejo aquí
para que tomen un acuerdo en conformidad con mi respuesta; ya mi suerte está echada,
la de la República queda en las manos de ustedes”. Gallegos salió del despacho
presidencial en compañía de Barrios, y ambos se retiraron a la oficina del último.
Transcurrido un rato largo, apareció el ministro Delgado Chalbaud, “aparentemente
muy emocionado”, relató Barrios, y le expresó al Presidente que “ya habían llegado a un
acuerdo: el Ejército respaldaba al Presidente y no se mezclaría en la política de ninguna
manera, pero exigía que no hubiera intervención de los políticos en la selección y
ascenso de oficiales”. Gallegos regresó a su despacho, y les dijo a los tres: “Es
lamentable que hayamos perdido todo el día en estas conversaciones, pues las
conclusiones a que se ha llegado no pueden ser objeto de compromisos personales, ya
que son mandatos fundamentales de las leyes que hemos jurado cumplir y hacer
cumplir”.
El diputado Gallegos:
No hay regreso a la Torre de marfil
Cuando en 1937 el canciller Esteban Gil Borges solicitó al Congreso que Venezuela
no se retirara de la Sociedad de las Naciones, contra una opinión reaccionaria
prevaleciente, Gallegos respaldó la tesis del canciller. Fueron derrotados. De la
Sociedad de las Naciones dijo que era “una institución destinada a poner un freno a la
violencia del fuerte contra el débil, y Venezuela es un país que, por su tradición y por
sus sufrimientos internos, tiene que estar siempre representado donde haya algo que
hacer en contra de la violencia del fuerte contra el débil”.
En 1938 se debatió el proyecto de ley de hidrocarburos presentado por el
ministro Néstor Luis Pérez. Gallegos estuvo entre los pocos que defendieron al Ministro
y a su ley contra el silencio de los diputados del Gobierno, más preocupados en no
malquistarse con las compañías petroleras que en responder a los intereses de la nación.
Al ministro Pérez le sucedió con López Contreras lo mismo que a Gumersindo Torres
con Juan Vicente Gómez: salió del gabinete por las presiones de las compañías
petroleras. Muy lejos estaba el diputado Gallegos de ser técnico petrolero, pero sus
intervenciones sobre la “Ley de Hidrocarburos y demás minerales combustibles”
demostraron, por una parte, su permanente vigilia de parlamentario, y, por la otra, que
nunca estuvo en Babia.
Para una exploración del pensamiento político del escritor, sus discursos de
parlamentario infatigable constituyen material de primer orden. Intervino siempre con
independencia política, consultando lo que siempre juzgó como los intereses más
sustanciales de la nación, manteniendo una consistencia que lo define como uno de los
venezolanos que comprendía con mayor claridad las posibilidades y los riesgos de la
transición de la dictadura a la democracia. Como diputado, Gallegos no fue un
convidado de piedra: marcó pauta por su tolerancia, su tenacidad y su ejemplar
capacidad de diálogo.
La carta termina así: “Saludos a Doña T. y un abrazo afectuoso para ti. R. R.”
Estamos volviendo al camino recto que hace muchos y tristes años abandonamos
por e1 atajo de la revuelta armada y si de ésta regresamos con el mal hábito adquirido
de echar los ojos en torno, a la primera dificultad, buscando al jefe que nos dé la orden
sin la cual no nos encontramos a nosotros mismos y por nosotros solos capaces de
resistir y vencer, también es cierto que una gran porción incontaminada de esa
colectividad está dispuesta a apurar, dentro de los severos límites de la ley, del respeto a
los principios y a las personas, del orden y de la circunspección ciudadana, las inmensas
posibilidades de esta experiencia cívica, grávida del porvenir de la Patria. No importa
que seamos tantos y no cuantos. Somos los hombres dispuestos a que por nosotros no
falle el decoro en esta página de nuestra historia.
En Carabobo, la tierra…
Gallegos analizó cuidadosamente los asuntos que debía abordar en cada una de las
zonas geográficas, según su pertinencia y agudeza. En Valencia, por ejemplo, disertó
sobre los problemas de la tenencia de la tierra desde la época colonial hasta Juan
Vicente Gómez, pasando por los engaños y frustraciones de la Revolución federal. No
era sólo codicia lo que llevaba al dictador a acumular tierras: era también, o
fundamentalmente, una razón política porque en “la propiedad de la tierra estaba la
condición que hacía posible, de inmediato, la revuelta armada”.
…Y en el Zulia, el petróleo!
Dentro de ese esquema del mapa social venezolano, Gallegos planteó en el Zulia los
problemas del petróleo. Las implicaciones para la soberanía del dominio extranjero
sobre la industria, advirtiendo que no sería ni podía ser solución idónea “la tesis de la
nacionalización inmediata del petróleo, tal como se hizo en México”, porque
“carecemos de reservas propias de capital apto para ello y de red distribuidora y de todo
el cúmulo de recursos técnicos y materiales requeridos para abordar siquiera la empresa
de producir estatalmente los treinta millones de toneladas anuales que arrojan los pozos
de la República”. Gallegos postuló la política petrolera en tales términos que el futuro le
dio la razón. Veamos apenas un aspecto contemporáneo del asunto:
Pero quien dice petróleo dice guerra en puerta y de nada valdría que nos
empeñáramos en cerrar los ojos ante ese cataclismo inminente, de donde por fuerza han
de venirse al primer plano de nuestras preocupaciones con la situación internacional,
sumamente crítica en estos momentos. Urge apurar todas las posibilidades de unidad
latino-americana y de coordinación de un bloque de estas naciones con Estados Unidos,
para asegurar contra toda agresión la defensa continental. A buen resguardo,
naturalmente, la propia soberanía, que desde el momento del pacto no quede ya
lesionada, como ocurriría si nos sobrecogiese nerviosismo entreguista o en
desprevenidas manos estuviese la contratación trascendental, extremos de suspicacia
infundados en estos momentos.
El desenlace
Si la candidatura de Gallegos fue “simbólica” por las peculiaridades del sistema, sin
posibilidad alguna de victoria, puesto que al Presidente lo designaba el Congreso y al
Congreso lo manipulaba quien detentaba el Poder Ejecutivo, es decir, el hombre de
Miraflores, no así lo fue su comparecencia de civilidad en la escena. Nunca tuvo
precedentes en la historia política venezolana el hecho de que el candidato de la
oposición iniciara su discurso de proclamación (en el Nuevo Circo de Caracas, 5 de
abril de 1941), con un elogio sin límites a quien estaba en el poder, estableciendo una
clara y precisa diferenciación entre Juan Vicente Gómez y el tercer Presidente
tachirense del siglo, el general Eleazar López Contreras.
Es posible que López Contreras no hubiera recibido nunca un elogio mejor que el de
Gallegos, en aquel preciso momento de transición. Gallegos pasa en su discurso de
proclamación a su viejo alegato juvenil de los tiempos de La Alborada, sobre los riesgos
de los hombres providenciales y sobre la temeridad de dejar el destino de los pueblos al
azar. El novelista no se engañó en ningún momento, ni abrigó esperanzas vanas. Sabía
de qué se trataba, simplemente de un ensayo pedagógico, de una lección por dar, de una
demostración (contra viento y marea) de lo que podría ser un ejercicio ciudadano. Su
candidatura fue llamada, con razón, “simbólica”. No había otro término más preciso ni
más elocuente. Así como había elogiado a López Contreras, Gallegos elogió también a
su contendor, y le reconoció al general Medina “tendencias civilistas”. Lo cual era
cierto, y el novelista no escatimó reconocerlo. Elogió también, vale la pena retenerlo,
las palabras de López Contreras en su último discurso en el poder, al abogar porque en
1946 el Presidente de la República fuera elegido directamente por el pueblo.
En aquel extraño momento de la política venezolana, ambos candidatos
concurrieron el 21 de abril a la estación de la Radio Nacional para poner fin a la
campaña. Ambos le hablaron al país. Gallegos, como advirtiendo el desenlace, criticó
con discreción “la defectuosa forma indirecta, de tercer grado, que al respecto rige entre
nosotros, como supervivencia de las componendas de la dictadura con la
constitucionalidad encubridora…”. No más. Y aludiendo a Medina Angarita, expresó:
Lo que más sedujo al comentarista fue la interpretación de los niños: “El conjunto
infantil de la película sobresale por encima de los actores adultos. Rafael Bravo,
“Morisqueta”, símbolo preciso, patente y cierto de la infancia, aquí y en cualquier lugar
del mundo…” (Rafael Bravo tenía doce años). Juan de la Calle fue presentada
simultáneamente en Caracas y Maracaibo. El diario Panorama escribió: “Film digno,
patentizó la inquietud de Gallegos por explorar ambientes, tipos y problemas inéditos en
el cine venezolano. Juan de la Calle intuía lo social de su tema. Sobre todo, encendió
claras esperanzas sobre la imagen animada como recurso de expresión”.
Al parecer, uno de los primeros proyectos era llevar Doña Bárbara a la pantalla, algo
más exigente de lo que se estaba en capacidad de acometer desde los “Estudios Ávila”.
La realidad fue más convincente que la afición por el séptimo arte, y Gallegos
comprendió que sus afanes estaban en el papel y en los propios fantasmas de su
imaginación, donde no necesitaba ni de técnicas ni de capitales.
A partir de entonces, la relación de Gallegos con el cine será menos directa.
Escribirá algún guión, pero sobre todo se afanará en la selección de artistas para que le
dieran la mejor figura o aproximación a sus personajes, como sucedió con María Félix.
Tiempo después, en 1945, Dolores del Río le escribió a su “muy querido y admirado
amigo”, entusiasmada porque iba a interpretar La Doncella:
Desde hace algún tiempo he estado queriendo escribirle para felicitarlo por su
admirable guión de La Doncella, también para expresarle mi gran alegría al saber que al
fin voy a interpretar un personaje creado por usted. Todo el mundo sabe el trazo
vigoroso y magnífico que usted acostumbra dar a sus personajes, pero en Juana se ha
superado y quiero decirle que pondré todo mi esfuerzo, todo mi corazón en interpretar
fielmente a su divina Doncella.
1942, El Forastero
Gallegos escribió dos versiones de El Forastero, con la particularidad de que
terminó publicando la segunda alrededor de veinte años después de la primera, en el 42.
Como si fuera una novela distinta, y en muchos aspectos lo es, en 1980 la Editorial
Equinoccio de la Universidad Simón Bolívar publicó la primera con la advertencia de
“novela inédita”. El prólogo de esta versión fue escrito por José Santos Urriola, y ahí se
lee la historia o las historias de El Forastero. Entre quienes primero la revelaron estuvo
el doctor Luis Beltrán Prieto Figueroa en Apuntes de Psicología, al abordar el tema de
“La fantasía creadora”, “cómo tuvo Gallegos la primera concepción del relato y cómo
elaboró dos versiones consecutivas de la novela”. Esta es la pequeña historia: en 1977,
el profesor Enrique Planchart Rotundo, matemático de la USB, le suministró a José
Santos Urriola una copia de la novela, la cual, a su vez, le había sido confiada a su
padre, Enrique Planchart, por doña Teotiste Arocha de Gallegos porque, a sabiendas de
las inconformidades del escritor, ella temió que la destruyera, y quiso ponerla a salvo.
Santos Urriola refiere que cuando Gallegos fue entrevistado por un periodista de la
revista El Debate, de Madrid, en diciembre de 1931, y le habló extensamente de la
primera novela y de su trama, y cita el texto del novelista. Novelas distintas, en suma.
Urriola anotó, por su parte:
Otro asunto, otra fábula, otro anécdota, otra historia, como se prefiera llamarla. Otra
novela... Aunque hay, claro, elementos comunes: el pueblo oprimido, los desmanes del
tirano, el crimen impune y el despojo del río; el que un hombre honesto se alíe con el
opresor y, quizás, la tragedia final. Pero las diferencias son de tanta monta que resultaría
ocioso analizarlas. En todo caso, aquí o allá, ha de encontrarse una denuncia contra la
tiranía y una requisitoria contra el déspota. Algo cuya explicación pudiera buscarse en
e1 contexto en que es concebida la obra, independientemente de los valores literarios de
ésta.
Con Sobre la misma tierra, Gallegos cerró el cielo de sus novelas venezolanas
iniciado en 1920; veintitrés años después de El Ultimo Solar. Como somos un país
petrolero por excelencia, y sin que el petróleo sea el personaje de la novela, Gallegos
asume su presencia y sus implicaciones. Un hecho que se confabula y se confunde con
la barbarie política y social, y que aparece de pronto en la sociedad venezolana para
configurar un país complejo, de cuyas entrañas aún feudales salta inesperadamente el
manantial poderoso que deforma la vieja fisonomía, y cuyo influjo se sentirá muy
pronto en la mente del hombre. Ya no será más Venezuela el país simplemente agrario
del siglo XIX. Ha comenzado un nuevo ritmo. Que no es el de Reinaldo Solar, y
Gallegos tiene el privilegio de advertirlo y darle ingreso en el “registro de huéspedes”
de sus novelas.
En la vasta geografía de Rómulo Gallegos, Sobre la misma tierra es la novela del
Zulia. Es el drama de la extensa Guajira venezolana, del hombre miserable sobre la
tierra miserable, del guajiro que no tiene destino, que ve morir de sed sus ganados o
que, simplemente, alguien lo transporta para vendérselo a los hacendados de Santa
Bárbara, en las márgenes del Río Catatumbo, en un salvaje mercado humano.
El personaje central de Sobre la misma tierra es una mujer, Remota Montiel. Sobre
ella dijo el mismo Rómulo Gallegos, al contar anécdotas e historias de las mujeres de
sus novelas, en su conferencia “La Pura Mujer sobre la Tierra”:
Sólo que la novela termina (cuenta Gallegos) y no es muy difícil comprenderlo, dice
él mismo, cuando “tirando faros el misterioso relámpago del Catatumbo sobre los
emporios de la estupenda suerte ajena del petróleo de nuestro subsuelo, viene Remota,
con indios de su raza rescatados de esclavitud, navegando río abajo, hacia la obra
posible y urgente que la espera en su Guajira natal, asiento del descuidado infortunio
propio, sobre la misma tierra”.
Así hablo Gallegos del personaje central de esta novela zuliana. De Remota Montiel,
hija de aquel Diablo Contento, tarambana trashumante que fue terror y gozo de la
Guajira, de los barrios populares de Maracaibo, del Saladillo, en particular, y de los ríos
que caen al mar zuliano por donde navegaba entregado a la venta de guajiros para la
esclavitud de las grandes haciendas o, simplemente, al contrabando. Hija, en fin, de
Demetrio Montiel de los Montieles y de Cantaralia Barroso, guajira alegre y también
aventurera.
Cuando Remota Montiel regresa al Zulia después de su aventura en Estados Unidos,
un fenómeno inesperado brota del fondo de la tierra. Era el petróleo que enloquecía y
desequilibraba. Y también tocó y enloqueció a su padre, Demetrio Montiel. “El
estupendo hallazgo” es el capítulo de Sobre la misma Tierra donde aparece el petróleo
como un hecho singular y extraño, intruso todopoderoso cuya presencia contrasta con
todo lo que hasta ese momento había sido el Zulia, desde la Guajira hasta las tierras que
riega el Catatumbo. Con el petróleo comienza entonces una trama sórdida. Se trasladaba
al Zulia la guerra secreta del petróleo, librada ya de antes en otros países, guerra sin
tregua ni armisticios en donde los grandes consorcios se disputaban la prioridad del
descubrimiento.
En una breve frase, Gallegos registra aquel momento de la historia venezolana: la
rebatiña de las concesiones en torno al dictador omnipotente. El 14 de diciembre de
1922 ocurrió el estallido del pozo Barrosos número 2, en el campo de La Rosa: una
columna de petróleo se lanza contra el cielo, hasta el 23 de diciembre. Gallegos lo
describió así:
-Y brotó a chorros la providencial calamidad. Aventó válvulas, alzó negra columna
gigantesca, inundó tierras, alimentó durante varios días lluvia pringosa esparcida por el
viento y bajo la cual se ennegrecieron los campos y pereció ganado; pero hizo brotar
también de todas las bocas venezolanas la exclamación esperanzada:
- ¡Petróleo en el Zulia!
Repercutió el estupendo anuncio en la tierra coriana, se oyó en Margarita, resonó en
Los Andes, se extendió por los llanos y los recios hombres de las tierras secas, el
proceloso mar, la empinada montaña y la tendida llanura pusieron el rumbo y el paso
hacia la de promisión, sobre cuyas aguas y campos ya empezaban a metalizar el tierno
paisaje los cabrios de los taladros:
-Petr6leo o nada!”
EL 18 DE OCTUBRE DE 1945
…había terminado en esa materia pariendo el acostumbrado ratón que anuncia las
más estentóreas montañas: no sólo el Presidente continuaría siendo elegido
indirectamente (el pueblo elegía apenas los concejos municipales y las asambleas
legislativas, que respectivamente elegían diputados y senadores que, en congreso pleno,
elegían al presidente de la República), sino que se excluía del cuerpo electoral a los
menores de 21 años, a los analfabetas y a las mujeres (excepto, magra concesión, para
elegir concejales), lo cual equivalía a privar del derecho de voto a la aplastante mayoría
de los venezolanos.
Abundaron las propuestas para consagrar la elección directa del Presidente. Todo
fue en vano. El último proyecto de reforma fue presentado en julio del 45 por Mario
Briceño Iragorry y Rafael Pizani (del PDV), Jóvito Villalba (independiente) y Andrés
Eloy Blanco (de AD). Era, pues, una iniciativa que iba más allá de los partidos y
respondía a una demanda social crítica.
Los contactos entre militares y civiles a mediados del 45 reflejaron el ambiente que
se vivía entonces. El duelo entre medinismo y lopecismo influyó de manera notable en
el desenlace de la política venezolana en 1945. La disputa entre los presidentes-
generales dividió a los viejos generales, politizó al Ejército y fracturó verticalmente a
los jefes castrenses. A la división vertical se añadió la división horizontal entre antiguos
y jóvenes. De los generales la controversia pasó a los coroneles, a los teniente
coroneles, a los mayores, capitanes y tenientes, con la peculiaridad de que de teniente
coroneles hacia abajo la cuestión ya no giraba en torno al medinismo o al lopecismo,
sino simplemente del poder.
La Unión Militar Patriótica fue su resultado. La presencia de Acción Democrática
en la conspiración le dio ciertamente una connotación inesperada. Pero antes de la
participación de AD en la conspiración mediaron innumerables iniciativas en las cuales
fue frecuente la participación de Rómulo Gallegos, como quedó registrado.
Los testimonios
Gallegos abogó infatigablemente por la reforma constitucional y por la apertura
del sistema político durante los años 43, 44 y 45. Cuando el Presidente Medina, en
1944, dirigió una carta pública a los dirigentes del PDV, su partido, exhortándolos a
llevar a cabo reformas como la eliminación del Inciso VI, el voto directo para elegir los
representantes del pueblo, y la nacionalización de la justicia, Gallegos respondió en
nombre de AD que, “sin reservas mentales”, advertía en el mensaje del Presidente
“disposición de mantener y ensanchar el campo de libertades públicas de que venimos
disfrutando”. Era, dijo el novelista, “un lenguaje que no ha sido empleado desde las
alturas del poder en Venezuela y que tiene un valor muy especial cuando se produce al
cabo de tres años de ejercicio de ese poder…” A la vuelta del tiempo, la reforma resultó
un ensayo a medias tintas.
Cuando el 12 de septiembre de 1947, se presentó su candidatura presidencial en el
Nuevo Circo, Gallegos consideró pertinente referir la historia de sus conversaciones
personales con el Presidente Medina. Tomó el toro por los cuernos y dijo: “¿Quien
pregunta por el entendimiento para el golpe de octubre? He aquí la historia, bien
conocida, pero en la cual se puede y se debe insistir…” “Acción Democrática le rindió
tributo a las posibilidades de entendimiento propicio a climas de concordia al decidirse
a apoyar la candidatura de doctor Diógenes Escalante, figura del régimen a que
hacíamos oposición, -no de energúmenos, bueno es que se recuerde - pero en cuyo
sentido de dignidad personal se podía depositar confianza, y, frustrada esa candidatura
por el infausto acaecimiento de le enfermedad de ese compatriota, merecedor de
estimación y respeto, nuestro partido fue aún más allá…” Gallegos relató la historia en
sus pormenores como quien desea preservar su integridad:
La Junta Revolucionaria de Gobierno formada a las pocas horas del golpe de Estado
fue presidida por Rómulo Betancourt, e integrada por Raúl Leoni, Gonzalo Barrios,
Luis Beltrán Prieto Figueroa y Edmundo Fernández y, por los militares, Carlos Delgado
Chalbaud y Mario Vargas. Se alegó que el mayor Pérez Jiménez, por estar preso, no fue
incluido en la Junta y en su lugar ingresó Delgado Chalbaud. El argumento era poco
consistente, y revelaba tempranas reticencias con el personaje; desde ese momento se
abrió un duelo que tuvo su primer desenlace el 24 de noviembre de 1948, y el otro el 13
de noviembre de 1950, con la muerte del coronel Delgado. Entre las primeras decisiones
de la JRG que inauguraron un nuevo estilo político figuró la prohibición de que ninguno
de sus miembros pudiera aspirar a la Presidencia de la República durante el período que
se abriría al finalizar el proceso de reformas.
Otra decisión importante tomó la JRG, sólo tres días después de constituirse: por
decreto emitido el 22 de octubre, ninguno de los miembros del Ejecutivo podría
presentarse como candidato. “Ese decreto fue redactado de mi puño y letra”, confesó
tiempo después Rómulo Betancourt. La JRG no perdió tiempo en el propósito de
cumplir su misión en pro de la reforma constitucional y de abrir con amplitud sin
precedentes el juego democrático.
Antes de un mes de la revolución, el 17 de noviembre, fue designada una comisión
plural de juristas para redactar un Estatuto Electoral y un proyecto de Constitución. Sólo
uno de ellos era miembro de AD, Andrés Eloy Blanco; los otros fueron: Lorenzo
Fernández, Luis Hernández Solís, Jesús Enrique Losada, Nicomedes Zuloaga, Germán
Suárez Flamerich, (de ingrata memoria), Martín Pérez Guevara, Ambrosio Oropeza y
Luis Eduardo Monsanto.
El 26 de marzo de 1946 fue promulgado el Estatuto Electoral que consagraba el voto
directo y secreto para todos los ciudadanos. “En el curso de escasos meses- escribió
Betancourt- fueron legalizados hasta 13 partidos políticos, los cuales atronaron los aires
con las voces de sus oradores en millares de asambleas públicas, cubrieron de consignas
todo pedazo de muro utilizable y fatigaron los tipos de la prensa, en un disfrute de
libertad total, para popularizar sus programas y exaltar sus candidatos”.
No es posible ver al 18 de Octubre como una hoja congelada del calendario. La
elección de la Asamblea Nacional Constituyente el 27 de octubre de 1946, en las
primeras jornadas electorales verdaderamente populares de la historia del país, los
trabajos de la propia ANC, la aprobación de una Constitución democrática en 1947 y,
finalmente, la elección del Presidente Rómulo Gallegos y del Congreso mediante el
voto directo, forman parte de un proceso de características tales que no tuvieron
precedentes en la política venezolana.
Pocos capítulos ha registrado nuestra historia como la Asamblea Nacional
Constituyente de 1947. Nunca hombres de tanto talento y de tanta pasión debatieron con
mayor libertad y mayor certidumbre. Nunca un organismo deliberante había tenido en
su seno representantes de tan diversas corrientes ideológicas. Nadie fue ajeno al gran
debate político, como si fuera la primera vez que el país optaba libremente por su
destino. El historiador Manuel Caballero escribió en su ensayo sobre El 18 de Octubre:
“Nunca antes en la historia de Venezuela se había logrado generar tanto entusiasmo,
tanta mística, tanto deseo de participar. En síntesis, nunca antes una reforma había
producido una dinamización de la vida venezolana como el otorgamiento del sufragio
universal".
Así, la política de "No más concesiones" y del 50/50 creó un ambiente de tensión
que no se despejó a lo largo del trienio. De modo que aquel fue un tiempo en que se
avanzaba de manera quizás vertiginosa en las reformas políticas, en las reformas
sociales y económicas, mientras proliferaban las más variadas conspiraciones. El 18 de
Octubre originó una politización sin precedentes. En torno a cuestiones como el
Tribunal de Responsabilidad Civil y Administrativa, la política petrolera, el decreto 321
sobre política educacional, proliferaron enconos y discrepancias. La pugna por el poder
que entonces se desató fue extremadamente difícil de controlar. En La era de
Roosevelt / La crisis del viejo orden, el historiador Arthur Schlesinger lo advirtió: "El
cambio siempre provoca resentimientos y angustia, especialmente en aquellos que se
han beneficiado del viejo orden".
UN PRESIDENTE EN LA TORMENTA
Amanecer de fiesta
Si un denominador común puede aplicársele a la historia del trienio 45-48 quizás
sea el del vértigo con que se acomete el proceso que, como quedó escrito, abordó la
cuestión petrolera, el desarrollo económico mediante fórmulas imaginativas, las
reformas sociales (educativa, agraria, fiscal), y las políticas. Veamos: el 26 de marzo de
1946 fue promulgado el Estatuto Electoral que consagraba el voto directo, universal y
secreto para los ciudadanos hábiles, mayores de 18 años. En un abrir y cerrar de ojos
fueron legalizados 13 partidos políti¬cos, que de la mañana a la noche atronaron los
oídos y fatigaron los ojos de la gente. Una explosión de libertad total, desconocida hasta
entonces en la historia de Venezuela. El vértigo de la libertad que recuperaba, como en
un exorcismo, el tiempo perdido. El 27 de octubre de ese año se elige la Asam¬blea
Nacional Constituyente, votan el 92% de los inscritos en un país donde antes votaban
apenas el 5%, en elecciones mediatizadas. La Asamblea se instala en enero, y el 5 de
julio de 1947 se promulga la Constitu¬ción Nacional. El proceso va hasta el 14 de
diciembre, elecciones ge¬nerales para presidente de la República, Congreso, etc. ¿Era
posible concebir mayor premura y más sostenido ritmo? Quizás no. Quizás un paso más
pausado habría si¬do lo discreto.
Gallegos fue elegido Presidente ese diciembre de 1947, obtenien¬do 871.764 de
los 1.183.764 de votos sufragados. Sus contendores fue¬ron Rafael Caldera, de la
Democracia Cristiana, quien obtuvo 262.204 votos, y Gustavo Machado, del Partido
Comunista, 36.514. "Una vic¬toria tan sobrecogedora puede ser sólo interpretada como
una apro¬bación popular del programa político, económico y social del parti¬do y una
confianza pública sostenida en su liderazgo", dirá luego el embajador norteamericano
Walter Donnelly. Pero una cosa era el apoyo popular y otra los factores reales del poder,
como quedaría demostrado con el correr de los días.
Gallegos tomó posesión de la Presidencia de la República el 15 de
febrero de 1948. "Quiero ser el Presidente de la concordia", dijo ese día ante el
Congreso. Fue una fiesta de la inteligencia, a Caracas acudieron los más connotados
intelectuales del momento en América. Como representante del presidente Truman vino
el gran poeta Archibal MacLeish. Del norte vino también Waldo Frank, biógrafo de
Bolívar. Con ellos, en la galería de testigos excepcionales, sobresalían los rostros de
Fernando Ortiz, Raúl Roa, Álvaro de Albornoz, Nicolás Guillén, Jorge Mañach,
Salvador Allende, Andrés Iduarte, Roberto García Peña, Luis Alberto Sánchez, Juan
Marinello, Germán Arciniegas.
La escena podría inscribirse como un capítulo de la historia ideal; la real
era otra. El embajador Donnelly reportó al Departamento de Estado el 2 de febrero la
conspiración andante que quiso impedir la toma de posesión de Gallegos. Anastasio
Somoza, en Nicaragua, y Rafael Leónidas Trujillo, en la República Dominicana, eran
los cerebros (si la expresión se permite) del complot, cuyo propósito era bombardear a
Caracas en las vísperas de la ceremonia.
Una vez oído el mensaje de Gallegos, Donnelly hizo una síntesis para el
Secretario de Estado. Un análisis, esquemático y preciso, que ponía énfasis en aquellos
asuntos que podrían ser de mayor interés para los observadores del Potomac,
descifradores de signos. Sobre el tema de las inversiones extranjeras, ésta fue su
versión: "Se defenderá la independencia de los capitales venezolanos de todo posible
intento por someterlos al control extranjero, pero esto no significa, de manera alguna,
una actitud hostil o injustificadamente suspicaz hacia el capital extranjero que de una
manera legítima venga a contribuir al desarrollo del bienestar venezolano". En cuanto a
la política exterior, Gallegos la enunció así:
Serán fortalecidos los lazos de amistad de Venezuela con aquellas
naciones cuyos gobiernos descansen sobre el consenso de los gobernados, siendo esta
condición nada más que la inevitable consecuencia de la prudencia que demanda el
reciente logro de la democracia en Venezuela. Esos lazos serán fortalecidos mediante
esfuerzos para crear el entendimiento mutuo, especialmente con los Estados americanos,
a través de proyectos económicos, espirituales y culturales recíprocamente beneficiosos.
Estas notas del Diario de Truman puede que no demostraran más que el respeto y el
aprecio personal del Presidente de Estados Uni¬dos. Pero no hay duda de que expresan
simpatía. La cuestión de fondo era mucho más com¬pleja. Pero Truman, como
Presidente, tenía una visión clara de los problemas que se debatían en su país y en los
países de la periferia. El gobernador que también se llamaba Donnelly, se desmayó
como cualquier cristiano, a 104 grados F. a la sombra, después de dos horas de desfiles,
himnos, salvas y discursos. Lo que Truman no escribió, quizás por compresión o
simpatía hacia Gallegos, fue el hecho de que al Presidente venezolano se le salió la vena
latina. Su discurso ante la estatua (bronce a punto de derretirse también) fue
inusualmente largo, un medular ensayo sobre el pensamiento de Bolívar.
Truman admiró ciertamente a Gallegos, conocía episodios claves de la historia
venezolana, vin¬culados a la cuestión de la Guayana Esequiba, como lo atestiguan los
textos recogidos en su libro Where the Buck Stops. Truman, por otra parte, tenía tan alto
aprecio del gobierno civil que no desechó ocasión para condenar a los militares que se
hacían “políticos”, y que luego pretendían ser estadistas. Conviene leer sus textos
"Eisenhower and Generals as Presidents" y, sobre to¬do, su devastador capitulo "Why I
don't like lke", o dicho en otras palabras "por qué no me gusta el general Eisenhower",
quien según Truman, "salió tan ignorante de la Casa Blanca como había entrado ocho
años antes"
En Nueva York, Gallegos recibió de manos del general Eisenhower, Presidente de
Columbia University, un doctorado honoris causa, el 9 de julio, doctorado que Gallegos
devolvió cuando la Universidad quiso honrar a alguien no propiamente llamado a esas
distinciones, como fue el coronel Carlos Castillo Armas, golpista guatemalteco. Entre
los acompañantes de Gallegos estaba el ministro Juan Pablo Pérez Alfonzo; como era
lógico, fue el ministro más visible y el más interrogado. Con su estilo ponderado, se
esmeró en despejar las incógnitas que aún suscitaba la política petrolera. De Nueva
York, el Presidente viajó a Knoxville, New Orleans y Houston, escala final de su visita
a Estados Unidos. Quizás esos días de julio fueron los únicos felices de Gallegos como
Presidente, lejos de Venezuela.
El regreso y la caída
Decir, por tanto, que Gallegos no tuvo paz ni un momento no es una metáfora: fue
un Presidente asediado tanto por la oposición ci¬vil y política, por una prensa insensata
que luego navegó en el silen¬cio y muchas veces en la complacencia, como por la más
temeraria insurgencia militar que convirtió a los cuarteles en lugar de antagonismos y
deliberaciones. Para extremar las ironías de la historia, el 12 de noviembre de 1948,
doce días antes de su caída, Gallegos le puso el ejecútese a la ley de Reforma del
Impuesto sobre la Renta, en la cual se consagraba el principio del 50-50 para el reparto
de las ganancias entre las petroleras y el Estado, con la cual la democracia le dejaba a la
dictadura una bonanza fiscal sin precedentes.
Betancourt logró culminar su período como Presidente de la JRG contra viento y
marea. Pero Gallegos era diferente. Maquiavelo no lo habría reconocido entre sus
apóstoles. Su gobierno duró apenas nueve meses, de febrero a noviembre. La oposición
civil no le dio cuartel, ni desde afuera ni desde adentro. Ebrios de libertad, los partidos
olvidaron en qué país estaban. Los militares fueron cortejados a extremos tales que la
conspiración se hizo inevitable. No obstante, si en 1941 Gallegos había sido el
"candidato simbólico", en 1948 fue el Presidente cuya prestancia la conferirá un
capítulo de dignidad a la historia venezolana.
Dos mensajes dirigió Gallegos al Congreso: el primero en su toma de posesión,
donde expuso los lineamientos fundamentales de su gobierno. El segundo, el 29 de abril
en ocasión de la presentación de Memorias ministeriales y de la acción de gobierno. En
este mensaje, Gallegos analizó cuestiones fundamentales de política exterior, como la
Conferencia de Bogotá, la lucha contra los totalitarismos, la política petrolera y los
ingresos del Estado, la reforma agraria, la obra extraordinaria de reformas y proyectos
administrativos emprendidos por la JRG que él continuaba. Ya se habían iniciado, dijo,
los trabajos de la autopista Caracas-La Guaira, y estaban en vísperas de iniciarse los
trabajos de la Avenida Bolívar, obras reivindicadas luego por la dictadura, que habían
quedado definidas y cuyo financiamiento ya estaba garantizado.
No hubo paz en los nueve meses que sobrevivió el régimen constitucional de
Gallegos. Su Gobierno avanzó en las reformas y trató por todos los medios de conciliar
antagonismos, pero la tempestad terminó por imponerse, por abatir aquel ensayo
extraordinario con un Presidente extraordinario. Intereses creados, desde los
todopoderosos intereses petroleros que resentían la política de “No más Concesiones”,
que se oponían a las políticas impositivas que rescataban para el país una participación
razonable. Las rivalidades políticas y la exaltación de las ambiciones crearon un clima
propicio para la aparición de los grandes árbitros del destino nacional: los teniente
coroneles, con la complicidad civil siempre presente y siempre oculta a través de la
historia.
Por el camino del azar de las disensiones políticas, vino el 24 de noviembre de 1948.
En las vísperas del golpe de Estado, su antiguo amigo, el ministro de Defensa Carlos
Delgado Chalbaud, le había presentado en nombre de los militares un ultimátum de
cinco puntos, como ya se vio en el capítulo “Los funerales del poder civil” con que se
abre esta biografía. Zarandeado por el vendaval de las pasiones, el teniente coronel
terminó rindiéndose ante los enemigos del Presidente que eran también sus enemigos.
El Presidente prisionero
El 24 de noviembre, Gallegos estaba en su quinta “Marisela” en Los Palos Grandes,
en compañía del doctor Isaac J. Pardo. Estaban solos, mientras la tormenta política se
expandía por la ciudad. Habían renunciado los ministros, fueron suspendidas las
garantías. ¿Por qué, en momento tan crucial, el Presidente estaba solo, en su residencia
personal y no en el palacio? ¿Resignado, quizás, al fatalismo de la fuerza militar? En su
texto “Visión personal de Rómulo Gallegos / El hombre que yo conocí”, el doctor Pardo
registró ese momento:
Como médico y amigo del Presidente, García Arocha solicitó visitarlo diariamente,
y así le fue concedido por el director de la Academia Militar. “Me aseguré que había
hecho todo lo que estaba a su alcance para brindarle comodidad y atención al depuesto
Presidente”, y refiere su encuentro con el prisionero:
Tras el abrazo con que siempre nos saludábamos, Gallegos pasó a darme a conocer
su estado de ánimo. El sentimiento que en él predominaba era el de la indignación, no
estaba abatido, por lo contrario se mostraba furioso por la traición de que había sido
objeto, especialmente le llenaba de incontenible ira la conducta de su ministro de la
Defensa, Carlos Delgado Chalbaud, quien presidía ya, en unión de Pérez Jiménez y
Llovera Páez, la constituida Junta Militar de aquel ilegal gobierno.
Evidentemente, Gallegos entendía con lucidez, y desde muy joven, la política como
juego y contraposición de ideas, pero se sintió perturbado por aquella política del poder,
rapaz y brutal, que le oponía tan serios desafíos. Su reacción frente a los militares en
vísperas de su caída no demostró que Gallegos no comprendiera las complejidades del
momento que le correspondió vivir como Presidente de la República, pero si hubiera
sido así, ¿desdice de Gallegos o desdice de la política, si así puede llamarse aquella
insurgencia, la reaparición cíclica de Pedro Carujo? El Presidente carecía obviamente de
aquella “astucia afortunada” de que hablaba Maquiavelo. Frente a un mundo de
arbitrariedades y barbarie como fue el que conoció en los años primordiales de su vida,
él opondría una actitud ética de la política. En las palabras de su último mensaje quedó
señalada la alianza militares-círculos reaccionarios que hizo posible su derrocamiento.
Como un profeta antiguo, le pidió a sus adversarios políticos abstenerse de
celebraciones, porque las campanas tocaban para todos, y así ocurrió, en efecto:
“Penetren con ánimo sereno en el verdadero sentido de este acontecimiento y adviertan
que no es cosa de que pueda regocijarse ningún partido político nutrido de sentimiento
venezolano y realmente puesto al servicio de la democracia”.
En los años del prolongado exilio, Gallegos persistió en su combate contra la
dictadura. Dejó dos novelas como testimonio de sus vigilias; primero en Cuba, y luego
en México, Gallegos escribiría Una brizna de paja en el viento y Tierra bajo los pies,
novela la una, sobre asuntos cubanos (las luchas universitarias, las desviaciones del
“gatillo alegre”, la herencia de la dictadura de Gerardo Machado, el “asno con garras”, )
y, la otra, sobre México y sus conflictos agrarios (las luchas de los campesinos por sus
tierras), y el viejo y común drama latinoamericano del hombre de la tierra que resiste y,
a veces, insurge contra el despojo, sin gran suerte, por lo general. Ambas novelas
atestiguan no sólo la pasión del escritor, sino su comprensión de los países que le dieron
abrigo en tiempos adversos.
Pérez Guerrero le formula a Gallegos esta reflexión: “La fuerza de nuestra causa se
mide por la vehemencia de sus detractores. La verdad es que éstos derribaron su
gobierno constitucional no por los defectos que naturalmente poseía, sino por los
progresos que firmemente venía realizando”. Esta carta tiene connotaciones históricas y
constituye uno de los mejores testimonios sobre los años 1945-1948. Cinco días
después, el 15 de enero, Gallegos le responde con realismo y lucidez. Su derrocamiento
no fue circunstancial. Retengamos estas palabras:
Yo no me hago cálculos alegres sobre la duración del imperio de la fuerza, de nuevo
enseñoreada en Venezuela, porque lo que está ocurriendo allí no es el resultado
accidental de un golpe afortunado o bien concertado, sino una reiterada manifestación
de un estado social no superado todavía y que se caracteriza por el fácil predominio de
las armas, manera de tiempos bárbaros, en la propicia oportunidad del pánico de las
fuerzas reaccionarias ante los progresos de los movimientos democráticos que persiguen
fines de justicia social, aun mediante uso pacífico de derechos; pero acepto como
destino suficientemente honroso para una vida encaminada a buena aplicación, la parte
que me corresponde en el de precursores, a que quedásemos reducidos, de la era de
soberanos y firmes ejercicios de derechos que algún día ha de reinar en nuestra patria.
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INDICE
1909, LA ALBORADA
Un paréntesis inesperado
El país sin Castro
“Éramos cinco…”
Los textos de Gallegos
La clausura
EL MUNDO IMAGINARIO
1920, El último Solar
1925. La Trepadora
1929, Doña Bárbara
El desenlace
EL 18 DE OCTUBRE DE 1945
La historia es como el agua: nadie la detiene
Las aguas buscan cauce
Los testimonios de Gallegos
UN PRESIDENTE EN LA TORMENTA
Amanecer de fiesta
Gallegos, huésped de Harry S. Truman
Bajo el sol de un verano inclemente
El regreso y la caída
El Presidente prisionero
La perspectiva histórica, la visión del protagonista fiel
Últimos años de soledad
BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL