Dostoievski
Dostoievski
Dostoievski
Dostoievski y la
clarividencia psicológica
Carlos Medinaceli
La respuesta no puede ser sino negativa. Tanto valdría estudiar para poeta, para
convencional o para arzobispo. Es un don con el que ciertos hombres privile-
giados vienen al mundo. Para Nietzsche hay un “instinto psicológico”, un tacto
exquisito, un fino olfato, que distingue a ciertas naturalezas superiores.
Spengler se pregunta: “¿Es posible en general una ciencia abstracta del alma?
¿Por qué toda psicología, entendida no como conocimiento de los hombres, no
como experiencia de la vida, sino como ciencia, ha sido siempre y sigue siendo 229
la más superficial e inválida de las disciplinas filosóficas, coto de caza lamenta-
blemente vacío, para uso exclusivo de los ingenios medianos y los sistemáticos
infecundos?”
Nadie, por otra parte, ha explorado cono el autor de Crimen y castigo las re-
giones sombrías más tenebrosas del alma, trayendo de allá, a la luz de la con-
ciencia, un aladinesco tesoro de piedras raras, de fatídicos ópalos, de túrbidos
diamantes. Nadie ha pintado mejor que él los instintos y pasiones tenidos en
Occidente por los más viles y bajos; el tipo del criminal, de la prostituta, del
ladrón; las malas pasiones, los celos, la envidia; las anormalidades de todas las
neurosis; la manía suicida, el sacrilegio, el misticismo psicopático, el nihilis-
mo de los endemoniados; todo mezclado, confuso, revuelto en un torbellinoso
maremágnum, en el más abracadabrante pandemónium de instintos, apetitos,
pasiones, delirios, efusiones y angustias inexplicables, pues es posible encon-
trar en sus personajes, como Marmeladov, Raskolnikov, Dimitri Karamasov,
la Grushenka, junto al más profundo abismo de bajeza, la más alta cima de
abnegación. La lógica –nuestra lógica aristotélica– no reina en el mundo dos-
toievskiano: al revés, es el orbe donde, con la fatalidad de una fuerza cósmica,
impera el absurdo, lo irracional, lo ilógico.
Universidad Católica Boliviana cia, allá donde nosotros –púdicos civilizados, hipócritas moralistas– nunca nos
habíamos atrevido a bajar.
Y es tal la humanidad de que están saturados sus personajes que solo entonces
nos acordamos que es verdad lo que dijo Terencio: “Hombre soy y nada de lo
humano me es ajeno”. Y nos sentimos, no ya solo dispuestos a perdonar y justi-
ficar a Raskolnikov y Sonia, sino que, hombres somos, fraternizamos con ellos:
nosotros también habríamos obrado lo mismo en análogas circunstancias.
Dostoievski nos ayuda a conocernos a nosotros mismos: sus libros cumplen, en
la vida moderna, lo que en tiempos de fe realizaban los libros de los místicos,
son la “Guía de pecadores” que necesitamos, el “Camino de perfección” que
debemos seguir. Sólo un Goethe, después de Terencio, tuvo el valor de decir:
“no encuentro ningún crimen, por abominable que sea, que no me sienta capaz
de haberlo cometido”.
“Este hombre profundo –escribe Nietzsche– que tenía razón que le sobraba
para hacer poco caso de un pueblo tan superficial como los alemanes, vivió
mucho tiempo entre los presidiarios de Siberia, y estos criminales, para los
cuales no hay redención posible en la sociedad, le produjeron una impresión
232 muy diferente de la que esperaba. Le parecieron de la mejor madera que hay
en la tierra rusa, de la madera más dura y resistente”.
Dostoievski ha roto las viejas tablas de la ley de nuestra moral al uso, o sea la
moral del hombre honesto, la hipocresía, y creado, mejor que el autor de la
“transmutación de todos los valores”, una nueva valoración humana.
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Varias causas se han aducido para explicar la genialidad psicológica del autor
de Los hermanos Karamasov, entre otras, la epilepsia, que, hiperestesiándole
unas veces hasta el delirio alucinatorio y otras brindándole, como una des-
carga de luz ultraterrena, una clarividencia iluminada, le llevó a descubrir los
más recónditos abismos del espíritu e iluminarlos con una luz casi sidérica. El
patético ex presidario de Siberia es el más subjetivo de los escritores y el más
doloroso, angustioso y trágico, porque es más consciente, el que con más agonía
ha luchado con el demonio de la consciencia, pues, como dijo el poeta, “no hay
mayor pesadumbre que la vida consciente”.
Como toda alma primitiva que despierta en el paisaje materno de una precul-
tura, spenglerianamente hablando, el sentimiento que predomina en él es el 233
sentimiento religioso. “Al principio de la historia –dice Spengler– “impera el
profundo sentimiento religioso, la súbita iluminación, el estremecimiento de
terror ante la conciencia naciente, el ensueño y el anhelo metafísico. Al final
de la historia, en cambio, luce la claridad espiritual con luz cruda y dolorosa”
(T. III, Cáp. III, "Problemas de la cultura arábiga". Pseudomorfosis históricas,
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pág. 274).
Hace la desgracia que este hombre de alma primitiva tiene que vivir y obrar en
la urbe pseudomorfóticamente civilizada, en San Petersburgo. Además, él, que
nació para no recibir otra educación que la de la madre naturaleza, es educado
Dostoievski y la clarividencia psicológica
He ahí por qué para los occidentales la novelística del ruso sea en gran parte
incomprensible y resulte inarmónica, alógica y hasta absurda, racionalmente
hablando. Y, en lo sentimental, al leer obras como El doble o El espíritu subte-
rráneo”, nos sobrecoja una emoción, no ya de extrañeza, de asombro y descon-
cierto, sino de terror. Al ingresar al mundo dostoievskiano hemos perdido la
brújula, no sabemos cómo orientarnos en ese orbe distinto: más que sorprendi-
dos y deslumbrados, como Mefistófeles en el palacio de Menelao, en Esparta,
nos sentimos pávidos y espantados, como Virgilio cuando acompaña al Dante
por los círculos infernales.
Universidad Católica Boliviana debe a que estas doctrinas –un tiempo tan en boga y hoy desvalorizadas– pres-
cindieron deliberadamente, o la ignoraron, de la criteriología kantiana, que, en
la filosofía actual, ha vuelto a ponerse en vigencia.
Según Chestov, Dostoievski ha ido más allá de Kant. Para el filósofo alemán,
el tipo de la ciencia perfecta es la matemática y sus postulados evidentes por
sí mismos; el novelista ruso, contra toda razón, niega la evidencia matemática.
“En la discusión –escribe Chestov– entre la ‘omnitud’ y ‘el hombre vivo par-
ticular’, Dostoievski promueve la cuestión de la competencia. El ‘todo’ se ha
apoderado del poder: hay que arrebatárselo, pues su única fuerza es nuestra fe
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en él. Si es así, no hay que luchar contra los principios del conocimiento cien-
tífico con argumentos, sino con otras armas. ‘Dos y dos son cuatro’, señores,
es ya más que la vida, es la muerte. Es cierto que el hombre se afana en buscar
este ‘dos y dos son cuatro’; pero yo os juro que tiene miedo de encontrarlo
verdaderamente. Admito que dos y dos son cuatro: es una cosa excelente. Pero,
si hay que loarlo todo, os diré también: el ‘dos y dos son cinco’ es una cosa en-
cantadora”. “No estáis habituados –añade Chestov– a estos argumentos; acaso
os indigna que traiga a colación estos pasajes de Dostoievski cuando habla de
la teoría del conocimiento. La razón no admite que se discuta sus derechos y
lanza su anatema contra quien pretenda enjuiciarla, a ella, supremo legislador
y supremo juez. ¿Y qué medios empleará este ‘hombre subterráneo’, miserable
y humillado, para derribar al tirano, si todos los argumentos son argumentos
racionales? Solo le queda un recurso: la burla, la invectiva y oponer un no cate-
górico a todas las exigencias de la razón”.
“¿Por qué estáis tan sólidamente, tan solemnemente convencidos de que solo
lo normal es necesario, es posible, es, en una palabra, lo que proporciona la feli-
cidad?… ¿No puede el hombre amar tanto el sufrimiento como la felicidad?...
Yo sé que el hombre no renunciará jamás al verdadero sufrimiento, es decir, a
la destrucción y al caos”. “Frente a esta argumentación nada pueden las más
sutiles teorías –sigue diciendo– del conocimiento, fruto de una elaboración se-
cular. Ya no es la ley la que decide, sino el capricho. Se niega la evidencia. Pero,
es, precisamente, la evidencia contra lo que va Dostoievski. Y si queréis com-
prenderlo, recordad siempre su tesis fundamental: ‘el dos y dos son cuatro’ es
un principio de muerte. Hay que optar: o derribamos el ‘dos y dos son cuatro’ o
admitimos que la muerte es la última palabra de la vida, su tribunal supremo”.
Universidad Católica Boliviana toievski, que no era ni un matemático ni un filósofo profesional, y escribía para
el público lector de novelas, emplea la frase “absurdo euclidiano”, para designar
al yo ya superado por la ciencia moderna. Y Rozanov, al comentar Los hermanos
Karamazov, en 1894, hacía notar a propósito de El gran inquisidor, intercalada
en la novela, que Dostoievski hacia uso de una psicología no euclidiana en
la creación de sus caracteres, diciendo, textualmente, que “el carácter relativo
o hipotético del pensamiento humano es la verdad más profunda y sutil que
durante miles de años permaneciera ignorada del hombre, y que el descubri-
miento de la llamada geometría no euclidiana, en las que las líneas paralelas se
encuentran y la suma de los ángulos rectos es un hecho indiscutible y no per-
mite dudar de que la realidad de la existencia no es idéntica a lo que la razón
pueda concebir”. “En las categorías de lo que no puede pensarse y sin embargo
existe –añadía teologizando- figura la existencia de Dios, cuya improbabilidad
no constituye objeción alguna a su realidad. Así pues, Dostoievski, aplicando el
punto de vista antieuclidiano de la relatividad a la psicología del hombre y a las
grandes ideas fundamentales, manejando el concepto de una improbabilidad
no opuesta a la realidad, se ha situado en una psicología de vanguardia con res-
pecto al arte moderno y puede ser invocado como un precursor consciente de
los actuales novelistas que, desdeñando la psicología clásica, trazan caracteres
en que las paralelas se encuentran y los problemas planteados se resuelven sin
tener en cuenta los viejos teoremas de la psicología racional”.
238 Talvez sea aventurado lo que voy a decir y suene a petulancia que sin la prepa-
ración suficiente para ello me arriesgue a sostener un punto de vista opuesto
al que la juventud de la patria ha adoptado con referencia al fenómeno ruso
contemporáneo. Empero, creo que no incurro en ninguna improbidad intelec-
tual –sino antes bien, por lealtad conmigo mismo, con la intimidad de mi sen-
tir, corro el albur de suscitar la protesta de los partidarios del bolchevismo- al
exponer, desnudamente, mi pensamiento. Nadie comete una falta aunque caiga
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en error, si ese error es de buena fe, cuando expresa con honradez la fidelidad
de un pensamiento.
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Universidad Católica Boliviana la política mundial y un acontecimiento europeo, pero un producto exacerbado
de la pseudomorfosis rusa y que la ha acrecentado aun más profundamente
que Pedro I, sino Dostoievski. Éste, al igual que todos sus hermanos, las pobres
gentes y los humillados y ofendidos, pugnó toda su vida por expresarse y murió
por el dolor de no haberlo hecho. Pensaba escribir una gran novela, “La vida
de un gran pecador”, u otro título, solo eso llego a dar. Después de escribirla,
decía, me habré expresado completamente y entonces moriré tranquilo. Pero
no lo hubiera alcanzado sino en una forma equívoca, pseudomorfóticamente,
porque no podía expresarse en el lenguaje de la cultura rusa, que no existía
en su tiempo, y lo hubiese tenido que hacer con el lenguaje occidental de su
tiempo, que era precisamente el polo opuesto al alma primitiva y precultural
de Dostoievski.
Universidad Católica Boliviana jamás desprenderse íntimamente del campo; éste no logro jamás encontrar el
campo a pesar de su desesperados esfuerzos.
”Lo que ha dado fuerza –concluye Spengler– a esta revolución –la bolchevi-
que– no ha sido el odio a la inteligencia, sino el pueblo, que, sin odio, solo por
el afán de curar de una enfermedad, destruyó al mundo occidental, barajando
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las cartas, y acabará por destruir éstas; ha sido el pueblo sin ciudades que anhe-
la realizar su forma propia de vida, su propia religión. Su propia historia futura.
El cristianismo de Tolstoi fue una equivocación. Tolstoi hablaba de Cristo y
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Es la misma paradoja rusa de la época del zarismo; arriba, una clase social soi
dissant superior, la sociedad citadina, desnacionalizada y, por ello mismo, es la
clase dominante, la que explota al país en exclusivo beneficio de sus privile-
gios honorarios, y abajo, los propios nacionales –los legítimos bolivianos, pues
que ellos son los que viven de acuerdo con el sentido cósmico del paisanaje,
y los que en derecho debieran ser dueños de la tierra porque ellos la trabajan
y fecundan, y solo los que fecundan la tierra debieran ser los propietarios de
ella– a quienes, a decir de nuestros sociólogos y redentores “indianistas”, hay
que incorporar a la nacionalidad. ¿A qué nacionalidad? Si la nacionalidad son
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los indios. Los judíos somos nosotros.
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