La Psicología Penitenciaria

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Exposición La psicología penitenciaria

Desarrollo histórico
 En EEUU, en el 1919 aparece por primera vez referencias a la función de
psicólogo dentro de un centro penitenciario.
 En España en el decreto 162/68 que modifica algunos artículos del
reglamento de prisiones de la época se señala la necesidad de contar con
especialistas para la clasificación y el tratamiento de los penados.
 Con la Ley 38/70 sobre reestructuración de los cuerpos penitenciarios se
crea un Cuerpo Técnico de Instituciones Penitenciarias de carácter
multiprofesional (psicólogos, juristas criminólogos, psiquiatras...) con lo que
se consolida la incorporación de especialistas al trabajo realizado en las
prisiones.
Funciones
Son múltiples y diversas. Ya que actúan en un contexto donde las personas pasan
24 horas al día y en el que los internos realizan diferentes actividades el psicólogo
penitenciario debe conocer diferentes ámbitos de la psicología para desempeñar
adecuadamente su labor:
 Como psicólogo escolar o educativo: En el campo de la formación de los
internos y colaboración con los maestros penitenciarios.
 Como psicólogo del trabajo: En la asignación más adecuada de los internos
que desempeñan puestos de trabajo en la prisión.
 Como psicólogo deportivo: En la aplicación de los programas de
intervención basada en la actividad física y deporte.
 Como psicólogo clínico: En el diseño de programas de intervención con
internos que presentan déficits o excesos conductuales: prevención del
suicidio, control de la agresividad, resolución de problemas, control de
agresores sexuales, maltratadores domésticos...
En México:
El contexto penal mexicano, a grandes rasgos, presenta ciertas paradojas que se
originan en la misma institución y en la división dicotómica de quienes, por un
lado, hacen las leyes institucionales, y por otro, aquellos a quienes van
destinadas. En términos concretos, se ha olvidado que el tratamiento del penado,
para lograr la presunta reinserción social, debería de tomar en consideración la
posición del sujeto al que se le privará de su libertad, en lugar de pensar
únicamente en un sistema de adoctrinamiento disciplinario (Foucault, 1975)
generado por un modelo penal construido por aquellos que no reconocen la
experiencia de vivir en el encierro, o aquellos que están fuera de la institución, o
incluso, que nunca han estado en ella.
Esto se hace aún más evidente en términos estructurales. Como menciona Sanz
(2004), cuando argumenta que incluir excluyendo es una contradicción latente.
Además como menciona Bergalli (1976) “resulta eufemístico un régimen que
proclama la autodisciplina con fines re adaptadores y luego impone
autoritariamente normas de conducta (pp. 35)”. El hecho de que la prisión, además
de separar al delincuente de la sociedad (convirtiéndolo en preso), también busca,
o al menos lo aparenta, reinsertarlo en la sociedad, aspirando a un ideal de
persona rehabilitada, transformada y arrepentida de sus actos delictivos; resulta
sumamente paradójico.
El problema está inserto en las condiciones de la institución: en la convivencia
carcelaria se vive con reglas y hábitos contradictorios al prototipo del “buen
ciudadano”, esto debido al impacto des adaptador que se vive dentro de la cárcel.
Según García-Borés (2003) este efecto en las personas privadas de libertad
depende de múltiples factores de distinta índole:
1) social porque influye su manera de vincularse con el exterior, sus condiciones
sociales, laborales y económicas;
2) personal, en cuanto a características de personalidad, edad, contexto familiar; y
3) las propias circunstancias penales-penitenciarias, como el tiempo de condena.
En consecuencia, estas condiciones producen que el sujeto tenga una difícil
adaptación fuera del encierro ya que, por sí mismas, se insertan dentro de una
lógica de desadaptación, al propiciar que el sujeto pierda u olvide las facultades
vitales y sociales necesarias para llevar a una vida en libertad
Actualmente la reinserción se intenta lograr por medio de distintos saberes. Uno
de ellos es (son) el(los) discurso(s) psicológico(s) que actúa como una ciencia
especializada en producir un cambio en el sujeto mediante un trabajo terapéutico,
legitimando ciertos comportamientos y valores que deben ser adoptados por los
internos para reinsertarse con éxito.
En términos académicos, esta discusión se ha extendido a dos dimensiones: la
naturaleza y causa del delito y la búsqueda de las mejores formas de intervenir en
la institución. En cuanto al primero, Baratta (1986) y Pavarini (1983) muestran
cómo existen un conjunto de saberes hegemónicos que delimitan al sujeto
delictivo desde un enfoque positivista y determinista del actuar humano. El
problema se encuentra en el individuo, y como consecuencia, la idea de la
reinserción social se dirige a la identificación del problema (especie de
diagnóstico) desde disciplinas como la psicología, el psicoanálisis, la criminología,
el trabajo social o la sociología.
En cuanto al segundo, que se desprende del primero, el debate se centra en
establecer qué tipo de tratamiento es efectivo para producir un cambio en el
sujeto. Se proponen, así, programas de desarrollo y fortalecimiento de los
aspectos carenciales de los internos (Herrero y León, 2006), talleres de
Arteterapia y expresión (Conde y Tejedor, 2009), talleres de escritura y expresión
(Heleusa, 2006), trabajo como dispositivo de educación en las cárceles (R. De
Alós, Artiles, A, Migueléz, F & Gibert, F., 2009), trabajo comunitario (Sanz, 2004),
o planes críticos que plantean hacer menos cárcel la cárcel (Kouyoumdjian y
Poblet, 2010), entre otros.
Sin embargo, siguiendo a Foucault (1975) pareciera que más que contribuir a
detectar el problema y solucionarlo con un programa, la psicología se ha traducido
en un dispositivo de poder y legitimización del discurso penal-jurídico. Como
efecto colateral, se construye un lenguaje terapéutico que patologiza y margina al
interno, constituyéndolo conceptualmente como un sujeto desviado, anormal, con
falta de habilidades sociales, en contexto de alto riesgo, o sin educación.
Parafraseando a García-Bores (1995) se construye la figura del delincuente desde
el “paradigma etiológico de la criminalidad”, el cual, define al individuo
particularmente afectado por unas u otras razones pero que, en definitiva, es el
contenedor del conflicto; sea biológica, social o psicológicamente la raíz del
problema se encuentra en o alrededor del interno.
La psicología, entonces, está también inmersa en las incongruencias enunciadas
anteriormente, ya que es utilizada para fines de custodia y orden, enfocándose por
igual en la visión institucional. Los discursos psicológicos, al explicar la realidad
desde su enfoque, valida los métodos utilizados para la reinserción, envolviendo a
todas las personas que han cometido un delito en las mismas condiciones de
justicia criminal: el reclutamiento en la cárcel para el tratamiento individual.
En este sentido, bajo estas condiciones estructurales, se manifiesta la pertinencia
de investigar la voz de los que consumen los programas de reinserción de carácter
psicológico (terapia y talleres). Esto con el objetivo de visibilizar cómo las
personas (internos) que son el objetivo de los programas de reinserción
comprenden y experimentan la psicología (y a los psicólogos) desde su
experiencia penitenciaria, inserta en estas incongruencias; cuestión que
posibilitaría ir más allá del enfoque institucional que no incluye la perspectiva de
los internos por motivos de control y vigilancia.

Resumen:
La psicología es uno de los principales saberes que participan en la legitimación y
construcción de la realidad penitenciaria como centros de readaptación, y no tanto
como lugares de encierro o calabozos. Bajo el trabajo de los psicólogos, los
internos no sólo son castigados y privados de su libertad sino también intervenidos
desde distintas corrientes clínicas, sociales y comunitarias en pro de su
reinserción social. Por ello, la presente investigación, a partir de una metodología
cualitativa de corte etnográfica, le dio un giro a la discusión, analizando la forma
en que los internos privados de libertad (que consumen el tratamiento)
comprenden la figura del psicólogo y viven su tratamiento psicológico. Los
resultados muestran que la psicología se comprende desde la dicotomía
aprobación/desaprobación a partir de su institucionalización latente o no latente.
La desaprobación se genera cuando se le interpreta como una extensión de la
institución en donde el psicólogo funge como un espía encubierto y la psicología
como un saber estigmatizante.

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