Qué Es Lo Comunitario

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¿ Qué es lo comunitario?

"Toda convivencia íntima, privada, excluidora, suele entenderse, según


vemos como vida en comunidad. Sociedad significa vida pública, el mundo
mismo...En la comunidad permanecen unidos a pesar de todos los
factores tendientes a separarlos, mientras que en la sociedad permanecen
esencialmente separados a pesar de todos los factores tendientes a su
unificación."

Ferdinand Töennis. Comunidad y asociación.

Parece necesario dedicar una reflexión particular a profundizar en las características de lo


comunitario, ya que -según afirmamos- es una de las novedades fundamentales del
trabajo. En efecto, el propósito de los últimos capítulos fue una invitación a los diversos
dirigentes de grupos comunitarios y también a sus miembros a interactuar en el ámbito de
lo político -conjuntamente con los dirigentes sociales- en una nueva dimensión que
"destraba", por decirlo así, la estructura política. Esa nueva dimensión es el ámbito de
posibilidad.

Podríamos preguntarnos sin embargo -con un juego de palabras-: ¿Tiene posibilidades la


interacción? En un mundo individualista -con estructuras individualistas y personas
individualistas- la idea de una interacción política voluntaria con el entorno social y
comunitario no deja de suscitar cierta incomodidad o perplejidad. No todos están
dispuestos a sentarse a una posible mesa de concertación con un extraño sin saber quién
es -ni cuáles son sus antecedentes ni sus ideas- y sin tener un marco legal que establezca
claramente las competencias y las "posibilidades" de ese diálogo. Por mucho bien común
que pueda surgir de las deliberaciones la ausencia de "garantías individualistas" genera
una gran inseguridad y tememos que se vean condicionados nuestros derechos y se
perjudiquen nuestros intereses.

Es esta realidad de desconfianza social producida por innumerables causas históricas,


sociológicas, psicológicas -por nombrar sólo algunas- la que debe movilizarnos en busca
de ámbitos sociales en los cuales todavía encontremos canales abiertos de comunicación
interpersonal e intergrupal. Ambitos donde podamos generar una nueva base de
legitimidad política, además de -y esto es lo más importante- una política eficaz dirigida al
bien común.

En las sociedades contemporáneas los únicos ámbitos que mantienen estas condiciones
son los grupos comunitarios. Ellos han resistido estoicamente los excesos de la
modernidad y -aunque debilitados- todavía guardan una gran fortaleza.

1. ¿Qué es la comunidad?

Cuando hablamos de comunidad, no endiosamos un ente superior o independiente a los


individuos que la conforman. Tampoco hacemos referencia a un ámbito que sea diferente
del marco social.
En verdad, hemos rescatado el concepto de "comunidad" con afán teórico, para destacar
en las relaciones interpersonales, no sólo aquellos vínculos racionales y utilitarios, sino
también aquellos "lazos fuertes" que se establecen a nivel incluso sentimental; es decir en
un plano que supera el estrictamente racional y consciente para integrarse en una
dimensión vital mucho más profunda y a en algunos aspectos inexplicable.

En la idea de comunidad confluyen a su vez otros conceptos igual de enigmáticos como es


el de "patria" y el concepto de "nación". Uno y otro se suman para configurar la idea de un
grupo de personas reunidas por un pasado común -asumido como tal- y encaminadas
hacia un fin común -también asumido como tal-.

Ferdinand Tönnies es uno de los autores pioneros en realizar una diferenciación


sistemática entre comunidad y sociedad. Para hacerlo el pensador alemán se apoya en
una distinción teórica entre dos tipos de voluntades. "La voluntad en la primera de las
formas es la voluntad esencial o natural (wesenwille), bajo la forma segunda es una
voluntad arbitraria, instrumental o racional (Kúrwille)" Más adelante concluye: "la
comunidad es así, la personalidad de las voluntades naturales unidas, y la asociación
-léase sociedad- la de las voluntades racionales unidas."

George Simmel, sin embargo, cuando reflexiona sobre "las grandes urbes y la vida del
espíritu" parece invertir la distinción y manifiesta que la individualidad sólo se da en la
comunidad -en la pequeña ciudad- y en cambio, en el ámbito de lo social los hombres nos
vemos obligados por pautas sociales, roles y status que, en cierta medida, impiden una
voluntad libre. En palabras de Max Weber en la sociedad los hombres estamos encerrados
por una "jaula de hierro".

"Todas las relaciones anímicas entre personas se fundamentan en su


individualidad, mientras que las relaciones conforme el entendimiento calculan con
los hombres como con números, como con elementos en sí diferentes que sólo
tienen interés por su prestación objetivamente sopesable; al igual que el urbanita
calcula con sus proveedores y sus clientes, sus sirvientes y bastante a menudo
con las personas de su círculo social, en contraposición con el carácter del círculo
más pequeño, en el que el inevitable conocimiento de las individualidades produce
del mismo modo inevitablemente una colaboración del comportamiento plena de
sentimiento, un más allá de sopesar objetivo de prestación y contraprestación"

Ambos pensadores en realidad están analizando la cuestión desde diferentes ópticas y por
eso surge una diferencia tan marcada. Ambos, sin embargo, brindan aportes interesantes
que permitirán profundizar nuestra reflexión sobre la comunidad y la sociedad.

2. Nuestra visión de la comunidad

Para comprender nuestra noción de comunidad es necesario consignar primero que "la
sociedad no es consistente a priori" sino que más bien "su consistencia es ética y la
vigencia social de la ética no es un dato, sino un problema y por tanto, una tarea". Esto no
contradice la adhesión a la tesis aristotélica sobre la naturalidad de la sociedad, puesto que
ya quedó debidamente asentado que la afirmación de una base natural no impide
confirmar la necesidad de un desarrollo cultural. Dicho desarrollo, en el fondo, es el
desarrollo de su naturaleza potencial. La comunidad -tanto como lo sociedad- existe sólo
en el momento en el que sus integrantes se deciden a entablar relaciones, no pasajeras,
sino permanentes. En verdad la relación entre los individuos es lo único real y, sin
embargo, las potencialidades de esa relación son infinitas.
La condición previa de tal desarrollo es un reconocimiento por parte de los miembros de la
sociedad del carácter personal de los demás: ver en las otras personas, realmente a
personas (valga la redundancia), es decir, seres humanos que comparten con uno la
dignidad humana con todo lo que ello implica. De este modo sostenemos un concepto de
comunidad que es armónico con la importancia de la individualidad, aunque -vale decirlo-
no es una individualidad cerrada en sí misma, sino, por el contrario, abierta hacia los
demás.

Sin embargo, el reconocimiento personal de los demás seres humanos que conviven con
uno, no alcanza para conformar una comunidad. Esto porque falta aún el reconocimiento
de un origen común y de un destino común.

Un japonés, un italiano, un peruano y un ruandés sentados en la misma sala de espera de


un aeropuerto internacional no conforman una comunidad. Por muy respetuosos que sean
de las identidades culturales de los demás e incluso por muy afables y predispuestos que
puedan mostrarse para llevar adelante tal situación, no tenemos una conexión de sentido
de la envergadura de una comunidad.

Ensayemos un ejercicio filosófico para analizar la comunidad a través de la categorización


de las causas hecha por Aristóteles. ¿Cuál es la causa material de una comunidad? Sin
duda es el conjunto de habitantes de una región determinada. Sobre esto podría decirse
mucho pero no hace al objetivo de la reflexión. ¿Cuál es su causa eficiente? Aquí se
inserta el concepto de patria -el lugar donde nacieron, vivieron y murieron nuestros padres-
y todo el componente histórico que sirve de basamento a la integración comunitaria.
Podríamos incluso -si somos creyentes- hablar de una decisión divina de crear ese pueblo
en particular para cumplir con una misión en el plan de salvación, pero no entraremos aquí
en cuestiones teológicas. ¿Cuál es su causa final? Con respecto a esta pregunta debemos
distinguir dos fines: uno interno que hace a la plena realización de sus miembros -plena
realización porque sólo en comunidad el hombre alcanza tal dimensión- y otro externo que
hace referencia al aporte que ese pueblo está llamado a hacer en el contexto de las
comunidades. En este sentido la comunidad puede convertirse en una nación.

Ahora bien: ¿Cuál es la causa formal de la comunidad? García Morente -en sus lecciones
preliminares de filosofía- caracterizaba la causa formal planteada por Aristóteles del
siguiente modo: "La causa formal es la idea de la cosa, la idea de la esencia de la cosa, la
idea de lo que la cosa es, que antes que la cosa sea, está ya en la mente del artífice"
¿Cuál es la esencia de una comunidad? Cuestión tan complicada no puede ser respondida
-gracias a Dios- de una vez y para siempre. Depende de lo que cada comunidad sea y
quiera ser y pueda ser, y depende mucho también del "artífice".

Llegamos a donde queríamos: una comunidad no puede ser tal sin un proyecto político y
sin un "artífice" responsable de dirigirlo, y de realizarlo. De este modo rechazamos
cualquier teoría que pretenda anteponer la comunidad, la nación, la patria a lo político. No
está antes, ni después; simplemente porque no existe una verdadera comunidad si el
conjunto de personas no asume un proyecto político.

La cuestión, empero, no es tan sencilla. La reflexión que acabamos de realizar es lógica y


filosóficamente correcta. Sin embargo cuando observamos el desarrollo histórico de una
comunidad política ya no podemos distinguir entre su momento inicial, la influencia del
factor político y la que tiene el elemento cultural que hace a la identidad de esa comunidad.
Con esto quiero significar que una vez iniciado el camino de un pueblo -es decir un
conjunto de habitantes hechos comunidad por su organización política- ni la política, ni la
cultura puede arrogarse el privilegio de establecer el rumbo. Necesariamente deberán
mantener una interacción y en determinados momentos soportar cierta tensión. Lo político
generalmente demandará transformaciones y superación. La cultura comunitaria cuidará
-con su espíritu más bien conservador- de que no se produzcan cambios bruscos que
puedan romper la armonía comunitaria.

3. ¿Existe una comunidad?

El análisis que hicimos de la comunidad puede llevar a más de uno a preguntar:


¿Realmente existe alguna comunidad que cumpla todos estos requisitos? A todos ellos voy
a agradecer la pregunta porque allanan el camino para sentar una "tesis fuerte".

En verdad son contadas con los dedos de las manos las comunidades que hoy en día
cumplen con los requisitos para ser tales. Pueden existir grandes conjuntos comunitarios
pero pocos de ellos coinciden con una organización política que les permita encauzar la
energía multiplicada que producen las relaciones comunitarias.

En países como Estados Unidos existen comunidades raciales o religiosas pero en verdad
no son tales, porque no se corresponden con un proyecto político y una organización
política. En nuestro país también hay ejemplos pero tienen la misma falencia.

Al parecer, entonces, la comunidad como tal no es un presupuesto de las organizaciones


políticas sino más bien un propósito final de las mismas. Aquel régimen político que pueda
consolidar una comunidad cumplirá con uno de sus objetivos más excelsos. Mientras tanto,
lo que existe es un conjunto de pequeñas organizaciones comunitarias que en muchos
casos, pueden convivir en un mismo orden político y en algunos otros mantienen posturas
irreconciliables con los demás grupos.

La inexistencia o, como en el caso de nuestros países, la debilidad de la comunidad


política nos mueve a negar cualquier proyecto que trate de subordinar lo político a los
supuestos dictados de la comunidad. En este sentido coincido con Alain Touraine cuando
arremete contra lo que llamo conjuntos comunitarios -él les llama comunidad-:

"Es inútil volver aquí a la oposición clásica de la comunidad y la sociedad ,


elaborada por Tönnies y reinterpretada por Louis Dumont como la oposición entre
sociedades holistas e individualistas puesto que ya casi no conocemos
comunidades ‘tradicionales’. En cambio, puede hablarse de comunitarización
cuando un movimiento cultural, o más corrientemente una fuerza política, crean, de
manera voluntarista, una comunidad a través de la eliminación de quienes
pertenecen a otra cultura u otra sociedad, o no aceptan el poder de la elite
gobernante."

La verdadera comunidad es un comunidad política y como tal debe cumplir con todos los
requisitos que hemos ido desarrollando a lo largo de las reflexiones. Debe aceptar -por
ejemplo- la diferencia, porque lo político se sustenta en el pluralismo, aunque su régimen
político no debe estructurarse sobre la base de la diferencia sino más bien sobre la base
de la coincidencia.

Nuestro concepto de comunidad, en definitiva, dista mucho de aquel que pergenian


algunas mentalidades conservadoras o reaccionarias que pretenden abolir la libertad
personal en atención a un proyecto establecido "por la comunidad". De seguro no hará
falta mayor examen para descubrir que tal proyecto en verdad no beneficia a todos sino
sólo a un grupo dentro de esa "comunidad".

¿Es que acaso echamos por tierra, entonces, todas nuestras invocaciones a la
comunidad? Si volvieran a leer detenidamente todas nuestras reflexiones advertirían
claramente el modo en que hablamos de comunidad política a diferencia de nuestras
invocaciones a la participación de los "grupos comunitarios". La diferencia es realmente
sustancial.

4. Diferencia entre comunidad y grupos comunitarios

En nuestro país -para tomar un marco de referencia- no existe una comunidad política
nacional y ni siquiera existen comunidades políticas provinciales. No voy a estudiar aquí
-porque no es el lugar- si alguna vez existió, pero si puedo afirmar que hoy no existen tales
comunidades. Sí existe un Estado, una Sociedad Civil -con características primitivas- y una
población compuesta por individualidades que, en principio, aceptan una convivencia
política y una cierta unidad. Incluso nuestra población comparte toda una serie de factores
patrióticos: una historia común y una conciencia -mínima- de ese pasado compartido. Sin
embargo falta lo más importante: un proyecto político común, un proyecto nacional, y un
"artífice" legitimado para hacerlo realidad.

Ahora bien: en nuestra conformación social sí persiste un numero importante de grupos


comunitarios entendidos éstos como grupos de personas que mantienen aquellos "vínculos
fuertes" a los que hacíamos referencia al principio del capítulo.

La categoría de "grupo comunitario" es -vuelvo a subrayar- meramente teórica. Sirve para


destacar fundamentalmente la forma en que se relacionan sus integrantes. Cuando un
grupo de personas llega a desarrollar relaciones comunitarias entonces ese grupo a más
de pertenecer a otras categorías como por ejemplo empresas comerciales, clubes,
asociaciones, movimientos cívicos o unidades académicas será un grupo comunitario,
capaz de aportar una experiencia social más profunda y más integral que los demás
grupos en los cuales sólo se mantienen relaciones sociales. No es importante el modo en
que se forjó ese grupo -si de manera natural, necesaria, espontánea o voluntaria-, tampoco
su estructura ni su finalidad; lo específico es la entidad de la relación interperonal.

¿En qué consiste la experiencia comunitaria? Para entenderla y descubrir sus cualidades
debemos comparar el modo en que las personas se relacionan en la sociedad civil
contemporánea.

5. Las relaciones humanas en la sociedad civil contemporánea

La visión de Tönnies y de Simmel -que describimos más arriba-, aunque son diferentes,
tienen en común un diagnóstico individualista de la sociedad civil. Aunque ellos no lo
manifiesten de ese modo, a la luz de nuestras reflexiones podemos decir que ambos
pensadores hacen referencia a dos caras de la misma moneda.

En la sociedad individualista, supuestamente el individuo "liberado" de la opresión de lo


político -y también de lo comunitario- se manifiesta libremente en su relación con los
demás. Esto significa que: 1- él decidirá con quién desea relacionarse, de qué forma, y
hasta qué punto. 2- Por ende los demás no podrán avanzar sobre su intimidad más allá de
lo que ese individuo acepte. Hasta aquí tendría razón Töennis. Sin embargo, esta
aplicación irrestricta del principio de adhesión genera en la realidad -como consecuencia-
una sociedad que debe establecer necesariamente ciertas pautas que permitan prever el
comportamiento de agentes en cada específica circunstancia. En definitiva el hombre en la
sociedad individualista deja de ser confiable como tal porque los criterios de su conducta
se los dicta él mismo (sin mayor confrontación con la verdad). Por ello la confianza en el
hombre se restringe al cumplimiento de un rol, de un status, de una función. Allí su
comportamiento será previsible o al menos censurable en el caso que no cumpla con las
expectativas que la sociedad deposita en esa función. Tal derivación es la que está
consignada en el planteamiento de Simmel.
De este modo descubrimos en el seno de las sociedades contemporáneas la tensión que
sufren las relaciones sociales entre las personas. Es la misma tensión que soporta el
hombre en relación con esas posiciones rígidas. Sucede que dichas posiciones han sido
abstraídas de tal forma de su sustrato subjetivo -es decir de las particularidades de la
personalidad que ocupa esas posiciones- que terminan por asfixiar al hombre que las
asume. Dicho de otro modo: los roles y las funciones de estos tipos se han homologado de
tal forma que obligan al hombre -intrínsecamente único y diverso- a "alienarse" (para
utilizar un término marxista) separando lo que es como hombre, y lo que debe ser según la
función que cumple.

Para poder sobrevivir en la gran estructura de la sociedad civil, los hombres debemos
contentarnos con asumir los tipos y cumplirlos lo mejor que podamos. De este modo nos
convertimos en contribuyentes, en televidentes, en profesionales, en consumidores... pero
en pocos o ninguno de esos nichos funcionales podemos canalizar toda nuestra
humanidad. A lo más podemos ser personas, posición que -como se ha dicho- guarda
también una cuota de abstracción y de fragmentación. En algunos ámbitos hasta puede
que se nos permita ser buenas personas.

Los problemas y las derivaciones negativas de esta fragmentación son innumerables.


Desde ya una gran desintegración social, no tanto en la apariencia -porque "en la
apariencia el sistema funciona"- sino más bien en lo profundo, en lo personal y todavía más
en lo espiritual. En este nivel por ejemplo surge un problema de particular importancia al
que sólo podremos mencionar aunque no desarrollar: todos estas posiciones rígidas
generan cada uno paradigmas éticos que en algunos casos llegan a ser contradictorios o
antitéticos. Los hombres nos vemos obligados a fragmentar nuestra humanidad para ser
buenos profesionales, buenos ciudadanos y buenos padres pero de la suma de todas
estas "buenas" acciones no resulta -paradójicamente- un buen hombre o si se quiere, un
hombre feliz..

La situación es decrita magistralmente por Richard Sennet:

"Actualmente, la vida pública también se ha transformado en una cuestión de


obligación formal. La mayoría de los ciudadanos mantienen sus relaciones con el
Estado dentro de un espíritu de resignada aquiesencia, pero esta debilidad pública
tiene un alcance mucho más amplio que los asuntos políticos. La costumbre y los
intercambios rituales con los extraños se perciben, en el mejor de los casos como
formales y fríos y, en el peor de los casos, como falsos. El propio extraño
representa una figura amenazadora y pocas personas pueden disfrutar
plenamente en ese mundo de extraños: la ciudad cosmopolita. Una res pública se
mantiene en general para aquellos vínculos de asociación y compromiso mutuo
que existen entre personas que no se encuentran unidas por lazos de familia o de
asociación íntima, se trata del vínculo de una multitud, de un "pueblo", de una
política, más que de aquellos vínculos referidos a una familia o a un grupo de
amigos."

Tenemos por tanto una sociedad civil en la que -a pesar del increíble avance de las
comunicaciones- pareciera reinar una gran incomunicación. Vivimos, por designarlo de
algún modo, la soledad de una "incomunicación comunicada". Una "muchedumbre
solitaria" que se intercomunica a través de rígidos canales formales.

El fenómeno se manifiesta en innumerables aspectos de nuestra cultura. Por nombrar


alguno: las inmensas plazas públicas y edificios de los últimos años, los cuales -a pesar del
gran espacio y la funcionalidad- aparecen como lugares de paso. "Son espacios que
pueden llegar a incomodar aún al más audaz, y mucho más si pretende sentarse en uno de
esos bancos de acrílico colocado geométricamente en el medio de un gran playón de
cemento frente a enormes construcciones de vidrio a través de los cuáles todo se puede
ver, pero distante, como en una pantalla, sin que el que está adentro cruce palabra o
comparta algún sentimiento con su vecino externo".

6. Las posibilidades que quedan

¿Qué puede hacer el hombre ante semejante panorama? Más allá del rígido esquema
individualista al que nos somete la sociedad civil tenemos dos posibilidades: la primera es
sumarse al contradictorio sistema y vivir la libertad entendida en términos individualistas allí
donde queden "espacios"; o -la segunda- buscar ámbitos en donde poder desarrollar
relaciones humanas íntegras.

En el primer caso, la persona cuando y donde se lo permitan profundizará la vocación


individualista moderna de "hacer lo que cada uno quiera" aunque tal actitud lo lleve
finalmente a una situación de mayor soledad y mayor infelicidad.

"Esto conduce a la individualización espiritual en sentido estricto de los atributos


anímicos, a la que la ciudad da ocasión en relación a su tamaño. Una serie de
causas saltan a la vista, en primer lugar, la dificultad para hacer valer la propia
personalidad en la dimensión de la vida urbana. Allí donde el crecimiento
cuantitativo de significación y energía llega a su límite, se acude a la singularidad
cualitativa para así, por estimulación de la sensibilidad de la diferencia, ganar por
sí, de algún modo, la consciencia del círculo social: lo que entonces conduce
finalmente a las rarezas más tendenciosas, a las extravagancias específicamente
urbanitas del ser-especial, del capricho, del preciosismo, cuyo sentido no residen
en modo alguno en los contenidos de tales conductas, sino sólo en su forma de
ser-diferentes, de destacar-se y, de este modo, hacerse-notar; para muchas
naturalezas, al fin y al cabo, el único medio, por el rodeo sobre la consciencia del
otro de salvar para sí alguna autoestimación y la consciencia de ocupar un sitio."

Es la opción por el relativismo que, al ser la elección mayoritaria de los actuales habitantes
de las grandes ciudades produce ese gran defecto contemporáneo que es la anomía
social; es decir, la perdida de un nomos; de reglas de orientación de las conductas.

Lo paradójico en esta opción es que a pesar de que la mayor parte de los comportamientos
están rígidamente establecidos, hay una ausencia total de normas morales a las cuales el
hombre -integralmente concebido- pueda aferrarse para conducirse en su relación con el
todo: con la trascendencia, con sus semejantes y con el mundo que lo rodea.

En la segunda opción, en cambio, el hombre decide someterse no ya a rígidas reglas


creadas por las estructuras a los efectos de lograr seguridad y previsibilidad, sino a las
reglas éticas propias de una relación en la que dos o más personas van a respetarse en
sus diferencias pero manifiestan el firme compromiso de compartir un destino común.

Esta elección no es absoluta y definitiva aunque existen personas que toman una decisión
radical al respecto. Pero la mayoría de los "mortales" nos inclinamos por una o por otra
según el caso, las circunstancias, las personas con las que vamos a compartir ciertas
actividades y otras miles de razones y sinrazones... Cuando elegimos -con determinadas
personas y grupos- la segunda opción hemos abierto las puertas para desarrollar
"relaciones comunitarias". El ámbito puede ser cualquiera mientras exista una
predisposición en tal sentido.

Un ejemplo puede ayudarnos a comprender: en una oficina pública dos empleados


cumplen sus funciones; uno es jefe del otro aunque ambos pertenecen a un departamento
que tiene a su vez un director. Uno y otro pueden cumplir con las obligaciones establecidas
en la ley o en los estatutos y mantener una relación dentro de los estrictos parámetros
ordenados por esas normas. Sin embargo, en los "espacios de discrecionalidad" que
quedan abiertos entre ellas, cada uno puede comportarse de manera inmoral o sin mostrar
mayor predisposición para entablar amistad o para cooperar aunque la acción exceda el
marco requerido. Pueden trabajar juntos inclusive sin saber nada del otro más allá de los
estrictamente profesional, sin compartir nada que no sea trabajo. Por el contrario pueden
superar la relación laboral básica con una relación de amistad o de compañerismo que
termine "abriendo los corazones" de cada uno para con el otro y compartir así toda su
persona, incluso su intimidad.

Ya la actitud de predisposición a una relación comunitaria es superior o mejor para el


individuo que la mantiene que una cerrazón al compromiso. Es decir, nos hará mejores
personas y promoverá nuestro propio bien una conducta inspirada por una actitud amistosa
aunque no recibamos la respuesta esperada de parte de nuestros interlocutores. Hay que
aclarar, empero, que para hablar de una relación comunitaria se requieren al menos dos
personas que mantengan esa actitud y la hayan manifestado con resultados positivos.

7. Grupos comunitarios típicos

Hemos repetido varias veces que cualquier grupo humano puede volverse un "grupo
comunitario". Existen algunos que -en general- por su origen, por sus fines o por su
dinámica fomentan las relaciones comunitarias en mayor medida y, por tanto, ante tales
grupos podemos anticipar el desarrollo de un reconocimiento integral de sus miembros
(que es lo mismo que hablar de relaciones comunitarias).

Es el caso de la familia -grupo comunitario por excelencia-, de los grupos de amigos, de los
novios, de los miembros de una típica organización comunitaria de base en comunidades
pequeñas luego de un tiempo de trabajo en equipo. También pueden forjarse relaciones
comunitarias en la escuela, entre los maestros y autoridades respecto de los hijos y
también respecto de los padres; las congregaciones religiosas y las actividades
parroquiales, los clubes deportivos entre los integrantes de sus equipos permanentes, las
asociaciones o cooperativas luego de una larga lista de acciones conjuntas; coros talleres,
grupos de beneficencias, ONG..., colegios profesionales con mucha vida social, institutos
académicos o de estudio e investigación... En definitiva ámbitos en el que la persona
pueda presentarse integralmente (al menos en sus aspectos exteriorizables) compartiendo
su identidad y su intimidad en la medida de las posibilidades, y superando -como dijimos-
los rígidos parámetros utilitaristas y racionalistas.

Es importante destacar lo que recién insinuamos: la familia es uno de los grupos


comunitarios paradigmáticos y por ello, todas las organizaciones que tengan una relación
directa con la institución familiar -ya por sus objetivos o porque recepta la participación de
sus integrantes en calidad de tales- de seguro mostrarán una solidez en sus relaciones
comunitarias mucho mayor a las de otras organizaciones.

Ahora bien, A los efectos políticos ¿Qué cualidades tienen los grupos comunitarios que nos
obliguen a otorgarles una participación especial? La pregunta es pertinente puesto que, por
muy positivas que puedan resultar las relaciones comunitarias para los protagonistas de
ese grupo podría ocurrir que hacia lo público el grupo mostrara un espíritu individualista
exasperante o peor aún una vocación totalitaria.
Efectivamente, no vamos a negar que pueden existir grupos comunitarios con esas
características negativas. Puede darse el caso de un grupo de activistas -entrañablemente
amigos- que sin embargo compartan el objetivo de terminar con el Estado y que además
realizan acciones violentas en tal sentido. O también grupos que sin llegar a tanto,
funcionen en el ámbito público como verdaderos "lobbies" de sus intereses sectoriales. Por
último existirán grupos comunitarios cuyo discurso público sea absolutamente
individualista: "déjennos vivir en paz haciendo lo que querramos sin que nadie nos
moleste".

Estos son los miedos de Alain Touraine, por ejemplo, que lo llevan a rechazar propuesta
comunitaristas: "el retorno de las comunidades trae consigo el llamado a la homogeneidad,
la pureza, la unidad, y la comunicación es reemplazada por la guerra entre quienes ofrecen
sacrificios a dioses diferentes, apelan a tradiciones ajenas u oponen las unas a las otras, y
a veces hasta se consideran biológicamente diferentes de los demás y superiores a ellos."

Conviene entonces que puntualice en que sentido creo que es conveniente convocar a los
grupos comunitarios y en particular a sus dirigentes.

8. La interacción de los grupos comunitarios

La convocatoria a los grupos comunitarios a participar en el ágora política no debe ser


tomada como una propuesta de representación de estos sectores. De ser así estaríamos
repitiendo los modelos fascistas y corporativitas. Pero no fue ésa la propuesta del anterior
capítulo.

Por el contrario la idea es que los dirigentes naturales de estos grupos comunitarios tengan
abiertos canales de interacción en la estructura política fundamentalmente en el nuevo
ámbito de posibilidad. No creo que sea conveniente -al menos por ahora- que dichos
dirigentes intervengan en las sanciones de las leyes del Estado por dar un caso o, en
general, en las estructuras republicanas.

El ámbito de posibilidad -sumado al concepto de la autoridad como potestas y como


diálogo- resultan verdaderos "filtros" para ideas o ideales políticos que no cumplan con los
criterios que apuntáramos en el primer capítulo, sobre todo con el criterio de racionalidad.
Como los proyectos y la forma de ejecutarlos debe surgir del entendimiento y del consenso
entre los diversos dirigentes es difícil que los demás acepten una propuesta descabellada
o totalitaria, o que se incline claramente hacia el beneficio de un sector en detrimento de
otro. Al ser un diálogo desprovisto de los excesivos mecanismos legales y procedimentales
que regulan el debate institucionalizado en las estructuras políticas tradicionales aquí juega
un papel trascendental la legitimidad del proyecto en cuestión.

De este modo, aunque no sea una fórmula de éxito garantizado, es probable que los
resultados de la interacción entre los dirigentes sea en la mayoría de los casos un proyecto
de bien común. Puede ocurrir que nunca lleguen a un acuerdo y que la interacción por
tanto no arroje mayores resultados. Pero si lo hace -luego de haber pasado el "filtro
político" sugerido- podemos fiarnos que el proyecto tiene buenas intenciones.

Por otra parte hay una cuestión fundamental que no podemos pasar por alto. En el seno de
estos grupos comunitarios y al calor de sus respectivas experiencias cotidianas se forjan
virtudes de toda índole, muchas de las cuales son las que faltan y las que necesita la
sociedad civil y la política.

9. Las virtudes en las prácticas de los grupos comunitarios


En las relaciones comunitarias, aparecen valores y conductas que exceden ampliamente
los criterios utilitaristas de la dinámica de la Sociedad Civil. Desde ya se da un respeto
natural -mayor o menor según el caso- hacia los dirigentes naturales y personas que deben
tomar decisiones. Sobre este punto ya nos detuvimos a reflexionar en el capítulo anterior.

Pero no se agota allí el aporte de los grupos comunitarios. Por el contrario existen ciertas
virtudes que surgen de las prácticas concretas de dichos grupos y que también deben ser
receptadas en el ámbito político a través del ámbito de posibilidad. De lo contrario, si sólo
llamamos a los dirigentes comunitarios para ganarnos su legitimidad pero impedimos que
transmitan los valores y las inquietudes propias de su grupo, en verdad estaríamos
"usando" a esos líderes con todos los aspectos negativos que puede traer aparejado tal
acción política.

Las "prácticas" comunitarias donde se forjan virtudes positivas para la realización del
hombre y positivas también para el desarrollo del bien común, pueden ser definidas del
modo en que lo hace el pensador MacIntyre. Para él, una práctica es:

"...toda forma coherente y compleja de actividad humana cooperativa, socialmente


establecida, mediante la cual se consiguen los bienes internos a la misma,
mientras se intenta alcanzar las pautas de excelencia propias de esas forma de
actividad y que, en parte, la definen, con el resultado de extender
sistemáticamente la capacidad humana de lograr la excelencia y las concepciones
humanas de los fines y los bienes que implica"

La definición puede confundirnos por su complejidad pero con unos ejemplos podremos
entender perfectamente de qué estamos hablando. Para MacIntyre saber lanzar con
destreza un balón no es una práctica pero sí lo es el fútbol. Plantar un nabo no es una
práctica, la agricultura sí.

En definitiva hay un conjunto de criterios, de inquietudes, de aptitudes y de actitudes


-adviértase las sutiles pero importantes diferencias entre estos conceptos- que en el marco
de un grupo particular forjarán a sus miembros en el desarrollo de un práctica que permitirá
una superación. Pero una práctica no se agota sólo con las condiciones personales de
aquellos que la practican. Supone además ciertos modelos de excelencia y una cierta
predisposición -incluso una cierta obediencia a esos modelos-. En general, entrar en una
práctica es aceptar mi carácter de "iniciado" y como consecuencia, la autoridad de esos
modelos y la autoridad de quien los "modela" aunque luego con el correr del tiempo pueda
superarlos o rebelarme contra ellos. Como señala el mismo MacIntyre:

"si, al comenzar a escuchar música, no admito mi propia incapacidad para juzgar


correctamente, nunca aprenderé a escuchar, para no hablar de llegar a apreciar
los últimos cuartetos de Bartok. Si al empezar a jugar al béisbol no admito que los
demás sepan mejor que yo cuándo lanzar una pelota rápida, y cuando no, nunca
aprenderé a apreciar un buen lanzamiento y menos a lanzar. En el dominio de la
práctica, la autoridad tanto de los bienes como de los modelos opera de tal modo
que impide cualquier análisis subjetivista y emotivista"

Ahora bien: ¿Qué tiene que ver este concepto de práctica con la experiencia de los grupos
comunitarios? Al parecer si el fútbol -por tomar un caso- es una práctica que tiene pautas
propias nada tendrían para aportar estos grupos a esa práctica.

Sin embargo, si agudizamos nuestra capacidad de análisis descubriremos que las


prácticas sólo puede ser forjadas en el seno de grupos humanos acotados que encarnan
los bienes y las virtudes que hacen a esa práctica. Más aún: la práctica de los grupos
comunitarios será el factor dinámico de "la" práctica, le dará vida y le aportará nuevas
experiencias y nuevos modelos perfeccionados con respecto a los heredados del pasado.

Un ejemplo nos ayudará a comprender. Pongamos por caso el deporte del fútbol. Todo
indica que estamos frente a una práctica de larga tradición compuesta por una serie de
reglas institucionalizadas sobre el modo de jugar; también ciertos bienes reconocidos por
aquellos que participan del deporte y por la comunidad en general -ejercicio físico, dominio
del cuerpo frente a situaciones límites, capacidad para trabajar en equipo, etc.- Tal es el
grado de desarrollo de esta práctica que podemos establecer lo que es jugar "bien" al
fútbol, y lo que es un buen jugador o un buen equipo. Nada de esto sería posible, empero,
si no existieran verdaderos clubes y equipos de fútbol que encarnaran dicha práctica y
trataran de superar los niveles de perfección logrados.

Es en el seno de los "grupos comunitarios" donde las personas que los integran pueden
valerse de la tradición de esa práctica para alcanzar ciertos bienes específicos que de otro
modo no conseguirían. Por supuesto pueden ir ocasionalmente a jugar un partido y hacerlo
bien, aunque podemos estar seguros que no recibirán todo el bien que podría aportar el
desarrollo constante de tal práctica.

Tal vez sea bueno diferenciar -a esta altura- en la experiencia de un grupo comunitario
aquel conjunto de virtudes que son comunes a otros grupos de aquel otro forjado a la luz
de la práctica más importante que los nuclea. Igual distinción puede realizarse con los
bienes que realizan sus integrantes a través de las prácticas y los valores y criterios que
rigen sus relaciones.

La virtud de ser una persona honesta puede ser aprendida en diversos grupos, la virtud de
saber trabajar en equipo sólo en aquellos en donde las actividades se desarrollen con tal
dinámica. La fama o el dinero puedo conseguirlo jugando al fútbol o desarrollando un
proyecto comercial exitoso. Pero existen ciertos bienes que no pueden ser obtenidos si no
se participa en ciertos grupos determinados. Por último existen valores y criterios para
relacionarnos con los demás que aparecen en diversos grupos como por ejemplo "el
amor". Sin embargo, no podemos negar que en determinados grupos -como la familia-
dicho valor está más desarrollado que en otros.

No es posible agotar aquí toda las derivaciones en esta relación entre "la" práctica y la
experiencia particular de esa práctica en el marco de un grupo específico. "La" práctica nos
brinda homogeneidad y previsibilidad, los grupos le imprimen la necesaria diversidad. Sin
embargo, también pueden desvirtuar los bienes internos a las prácticas con disvalores
como la codicia o la intolerancia hacia grupos semejantes. Un equipo de fútbol puede ser la
representación de un grupo de deportistas virtuosos o, por el contrario, una banda de
drogadictos y mafiosos...

10. Aportes de los grupos comunitarios a lo político

Los aportes que puede producir la participación de los grupos comunitarios en lo político
-en particular la participación comprometida de sus dirigentes- son infinitos y no pueden ser
numerados en una lista. La razón es obvia: depende de las especiales características de
los grupos que se atrevan a asumir el desafío.

Sin embargo, en el marco teórico de nuestras reflexiones, podemos rescatar tres que son
comunes a toda experiencia comunitaria y que tal vez -no lo sé- resulten los aportes más
valiosos para lo político.
El primer aporte es el ofrecimiento a las fragmentadas sociedades de hoy de ámbitos que
predisponen a las personas para una deliberación pública.

En el capítulo respectivo dejamos en claro que para lograr una verdadera deliberación
pública es necesario cumplir ciertos requisitos. A la luz de esas condiciones digamos como
regla -que admite por supuesto excepciones- que los grupos comunitarios no pueden
recrear una deliberación pública por la unidad presupuesta de sus prácticas constitutivas.
Parece difícil -en efecto- que en el seno de un grupo comunitario se recree la diversidad y
la tensión propia del pluralismo político.

Sin embargo, el grupo comunitario puede consolidar las bases para generar una
deliberación pública auténtica o una que se asemeje. Esto por las características propias
de sus prácticas. En el seno de los grupos se templa el carácter de sus integrantes en
sentimientos como la fraternidad, la armonía de mis intereses con los del grupo, la
predisposición al diálogo y al consenso, el respeto por las cualidades diversas de los
demás integrantes, el perdón, el valor de la promesa... La deliberación en tales grupos
lograr equilibrar -en teoría- los criterios racionalistas y utilitaristas con aquellos otros que
surgen de la experiencia, de la prudencia, e incluso con las "razones del corazón que la
razón no entiende".

El aporte descrito es mayor en el caso de los dirigentes comunitarios. Todos ellos,


acostumbrados a la responsabilidad de guiar a su grupo en la prudencia y lograr acciones
consensuadas, pueden entablar -llegado el caso- un diálogo más fecundo en términos de
consenso y en términos de eficacia con los demás dirigentes.

Pero esta potencialidad merece ciertas matizaciones. La mayor predisposición de los


dirigentes para una deliberación pública tienen como contrapartida un peligro: que todos
estos dirigentes sólo intenten defender sus intereses sectoriales frente a los demás, es
decir, que tomen la invitación a participar en lo político, como una invitación a "representar"
a su grupo frente a los otros. Y -ya lo advertimos- no es la idea. Este es un peligro real que
puede frustrar cualquier iniciativa de interacción.

El segundo gran aporte es una característica propia de los grupos comunitarios. En


muchos ámbitos de la política y de la sociedad civil -no es el momento de discutir si por un
defecto añadido o estructural- las prácticas se asemejan a un "juego de suma cero". Esto
es: si uno gana o se enriquece es porque otro pierde o se empobrece. Es el caso de
algunas actividades profesionales o del éxito de un empresario o de un político (por
nombrar algunos ejemplos): si unos logran mayor riqueza, fama o poder es sobre la base
de que no todos pueden compartir esos logros. En cambio en la experiencia comunitaria
-en principio- se compite en excelencia pero es típico de estas organizaciones humanas
que los logros resultan un bien para todo el grupo que participa en la práctica.

Si en un grupo de ayuda a los discapacitados -para dar un caso- uno de los integrantes
descubre un método más eficaz para desarrollar dicha ayuda, él recibirá reconocimiento y
prestigio, pero lo más importante es que todo el grupo se beneficiará de su descubrimiento.

No estoy diciendo que en el ámbito de la sociedad, de la política o de la empresa nunca se


de una acción de bien que sea extensible al grupo o a la comunidad toda. Lo que quiero
significar es que estas acciones no son tan comunes como en la dinámica comunitaria.
Incluso me atrevo a sugerir -aunque no quiero entrar en polémicas- que en un porcentaje
alto de casos en los que se den acciones con este sustrato en la esfera de la sociedad civil
podremos descubrir por detrás -de seguro- una apoyatura comunitaria.
Lo que es indiscutible es que este tipo de experiencias comunitarias son el caldo de cultivo
para una verdadera vocación pública que debiera guiarse por criterios similares y no por
criterios utilitaristas. Lo público -de más está decirlo- debe tener vocación inclusiva y no
una vocación exclusiva como la que por momentos presenta en nuestros días.

El último aporte está íntimamente relacionado con el anterior. Hace referencia a la especial
concepción de la igualdad que inspira a los miembros de los grupos comunitarios en
cuanto tales. Digo "en cuanto tales" porque esas mismas personas en otras organizaciones
pueden mantener -de modo consciente o inconsciente- concepciones diferentes e incluso
antagónicas sobre cuales son los criterios de justicia que debe regirlos. Pero en los
ámbitos comunitarios aceptan un principio humanizado y flexible de la igualdad. En verdad,
más que un principio rígido, lo que hay es una serie de pautas que en cada específica
circunstancia ayudan a combinar el amor -o la amistad- con la idea de mérito y también
con la idea de equilibrio en la comparación.

Veamos como ejemplo el caso de una familia. El padre no destinará los ahorros producidos
por su trabajo sobre la base de un criterio fijo: "a cada uno según su mérito" o "según su
necesidad". En cada situación valorará las circunstancias específicas, las necesidad de
cada uno de sus hijos, el mérito, las posibilidades, y de ese modo establecerá la fórmula de
equidad. Una fórmula que analizada a la luz de los rígidas categorías del pensamiento
político podría resultar intolerable y sin embargo, posee la cualidad de tratar a los iguales
como distintos y a los distintos como iguales.

Visto desde otro punto de vista -desde la visión de los afectados por las decisiones
comunitarias- la experiencia de estos grupos también aporta un espíritu más mesurado
para aceptar ciertas situaciones que pueden perjudicar a algunos pero que benefician al
mismo grupo o a otras personas cuyos problemas -en ese momento- tienen prioridad. En
realidad existe una tensión que es positiva: la disposición del afectado a aceptar esa
"desigualdad" con tranquilidad, confiando en los dirigentes y la inquietud de los
responsables por superar lo antes posible ese estadio para bienestar de aquel.

Las lecciones que aprendemos en los ámbitos comunitarios para aceptar diferencias
transitorias y sacrificarnos por el grupo muy lejos de probar que estamos ante "estructuras
sutiles de dominación" ratifica la importancia de estos grupos comunitarios como
verdaderas "escuelas de vida" y en lo que a nosotros atañe como "escuelas de convivencia
política".

11. Desde lo comunitario: una nueva visión de la ciudadanía

Antes de terminar el capítulo creo importante dedicar unos párrafos a reflexionar sobre la
incidencia de todas nuestras conclusiones en el concepto de ciudadanía. En verdad me
gustaría desarrollar a fondo el tema pues resume a nivel individual todo lo dicho en el
análisis político; pero no quiero extender más esta obra en atención a la claridad y a la
incidencia de su mensaje.

En varios pasajes hemos rechazado el concepto de ciudadanía que construyó el


pensamiento individualista por resultar abstracto y superficial. A esta altura -empero- ya
podemos recuperar un concepto tan paradigmático e incluirle entre sus caracteres
esenciales algunos elementos dejados de lado por la modernidad.

¿Qué significa la ciudadanía para nosostros? El concepto no puede tener otro sentido que
designar nuestra relación con la comunidad (esa comunidad realizada para los que tienen
la suerte de vivir en una o en proceso de construcción para la mayoría de nosotros). De
este modo la ciudadanía se vincula íntimamente ya no sólo a la idea de derechos
individuales sino también a la noción de vínculo con una comunidad particular.

Comencemos por destacar el valor que hemos dado a lo largo del trabajo a la acción
política de las personas por encima de las previsiones -y las abstracciones- de las
estructuras. Como bien señala Habermas "las instituciones de la libertad constitucional no
son más valiosas que lo que la ciudadanía haga de ellas". En definitiva nuestra propuesta
asienta fundamentalemnte sobre una actitutd ética de los protagonistas de lo política antes
que en una tarea de "reingenieria política".

Más aún: según lo dicho la idea de ciudadanía no debe incluir una visión unitaria del modo
de ser de los hombres sino por el contrario, enriquecerse de las diferencias y las
variedades que propongan sus titulares. Tal vez haya sido ese el principal error que llevó a
desprestigiar el concepto integral -y republicano- de ciudadanía: sirvió a más de uno para
aplastar con una visión unitaria la inmensa variedad que resulta de la experiencia humana.
¿Acaso es necesario que todos hablemos un solo idioma para que nos sintamos miembros
de una comunidad? ¿Acaso debemos profesar la misma religión? ¿Acaso debemos pensar
lo mismo sobre los grandes temas del hombre y de la sociedad? De ninguna manera. La
idea de ciudadanía tanto como la idea de comunidad son paradigmas que deben
construirse y no proyectos que deben imponerse.

De este modo llegamos al final del capítulo con una firme convicción: la batalla por "salvar
a la política" no va a librarse en las estructuras ni en los grupos comunitarios y ni siquiera
en las nuevas organizaciones que institucionalicen la interacción de los nuevos dirigentes.
En verdad es una batalla que debe ser librada en el corazón de cada uno de los
ciudadanos, porque sólo de ellos depende superar el desafío.

12. Epílogo

Llegamos así al final de nuestro periplo filosófico. Espero haber podido transmitir las ideas
fundamentales de una teoría que -como advirtiera en la introducción- aún se encuentra en
etapa de elaboración. Han quedado dos deudas importantes: la primera es un capítulo
especial que recoja las principales objeciones a este modo de ver la política y a mi
propuesta de "cómo salvarla". Aunque prometí el capítulo en varios pasajes, al releer luego
todo el trabajo creí importante dejar la tarea para más adelante al advertir la infinidad de
cuestiones que pueden llegar a suscitar debate. Me comprometo entonces a cumplir lo
prometido una vez decantadas las críticas y los aportes que reciba luego de la publicación.

La segunda deuda es una reflexión particular sobre la formación de los dirigentes públicos
que también insinué en distintos lugares. En este caso, la "excusa" es distinta: Es tan
importante y tan prioritario el tópico -casi podría decirse que de él depende el exito de toda
la teoría de la interación comunitaria- que he preferido embarcarme en el proyecto de
publicar un trabajo especial sobre el tópico. Sin embargo transcribo en los apéndicees que
siguen dos artículos que pueden brindarnos algunas pautas.

Para terminar, dejo sentada mi vocación de encarar la difícil tarea de largo plazo de
instrumentalizar las ideas filosóficas que aquí se han expuesto buscando fórmulas políticas
acertadas para actualizarlas.

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