Qué Es Lo Comunitario
Qué Es Lo Comunitario
Qué Es Lo Comunitario
En las sociedades contemporáneas los únicos ámbitos que mantienen estas condiciones
son los grupos comunitarios. Ellos han resistido estoicamente los excesos de la
modernidad y -aunque debilitados- todavía guardan una gran fortaleza.
1. ¿Qué es la comunidad?
George Simmel, sin embargo, cuando reflexiona sobre "las grandes urbes y la vida del
espíritu" parece invertir la distinción y manifiesta que la individualidad sólo se da en la
comunidad -en la pequeña ciudad- y en cambio, en el ámbito de lo social los hombres nos
vemos obligados por pautas sociales, roles y status que, en cierta medida, impiden una
voluntad libre. En palabras de Max Weber en la sociedad los hombres estamos encerrados
por una "jaula de hierro".
Ambos pensadores en realidad están analizando la cuestión desde diferentes ópticas y por
eso surge una diferencia tan marcada. Ambos, sin embargo, brindan aportes interesantes
que permitirán profundizar nuestra reflexión sobre la comunidad y la sociedad.
Para comprender nuestra noción de comunidad es necesario consignar primero que "la
sociedad no es consistente a priori" sino que más bien "su consistencia es ética y la
vigencia social de la ética no es un dato, sino un problema y por tanto, una tarea". Esto no
contradice la adhesión a la tesis aristotélica sobre la naturalidad de la sociedad, puesto que
ya quedó debidamente asentado que la afirmación de una base natural no impide
confirmar la necesidad de un desarrollo cultural. Dicho desarrollo, en el fondo, es el
desarrollo de su naturaleza potencial. La comunidad -tanto como lo sociedad- existe sólo
en el momento en el que sus integrantes se deciden a entablar relaciones, no pasajeras,
sino permanentes. En verdad la relación entre los individuos es lo único real y, sin
embargo, las potencialidades de esa relación son infinitas.
La condición previa de tal desarrollo es un reconocimiento por parte de los miembros de la
sociedad del carácter personal de los demás: ver en las otras personas, realmente a
personas (valga la redundancia), es decir, seres humanos que comparten con uno la
dignidad humana con todo lo que ello implica. De este modo sostenemos un concepto de
comunidad que es armónico con la importancia de la individualidad, aunque -vale decirlo-
no es una individualidad cerrada en sí misma, sino, por el contrario, abierta hacia los
demás.
Sin embargo, el reconocimiento personal de los demás seres humanos que conviven con
uno, no alcanza para conformar una comunidad. Esto porque falta aún el reconocimiento
de un origen común y de un destino común.
Ahora bien: ¿Cuál es la causa formal de la comunidad? García Morente -en sus lecciones
preliminares de filosofía- caracterizaba la causa formal planteada por Aristóteles del
siguiente modo: "La causa formal es la idea de la cosa, la idea de la esencia de la cosa, la
idea de lo que la cosa es, que antes que la cosa sea, está ya en la mente del artífice"
¿Cuál es la esencia de una comunidad? Cuestión tan complicada no puede ser respondida
-gracias a Dios- de una vez y para siempre. Depende de lo que cada comunidad sea y
quiera ser y pueda ser, y depende mucho también del "artífice".
Llegamos a donde queríamos: una comunidad no puede ser tal sin un proyecto político y
sin un "artífice" responsable de dirigirlo, y de realizarlo. De este modo rechazamos
cualquier teoría que pretenda anteponer la comunidad, la nación, la patria a lo político. No
está antes, ni después; simplemente porque no existe una verdadera comunidad si el
conjunto de personas no asume un proyecto político.
En verdad son contadas con los dedos de las manos las comunidades que hoy en día
cumplen con los requisitos para ser tales. Pueden existir grandes conjuntos comunitarios
pero pocos de ellos coinciden con una organización política que les permita encauzar la
energía multiplicada que producen las relaciones comunitarias.
En países como Estados Unidos existen comunidades raciales o religiosas pero en verdad
no son tales, porque no se corresponden con un proyecto político y una organización
política. En nuestro país también hay ejemplos pero tienen la misma falencia.
La verdadera comunidad es un comunidad política y como tal debe cumplir con todos los
requisitos que hemos ido desarrollando a lo largo de las reflexiones. Debe aceptar -por
ejemplo- la diferencia, porque lo político se sustenta en el pluralismo, aunque su régimen
político no debe estructurarse sobre la base de la diferencia sino más bien sobre la base
de la coincidencia.
¿Es que acaso echamos por tierra, entonces, todas nuestras invocaciones a la
comunidad? Si volvieran a leer detenidamente todas nuestras reflexiones advertirían
claramente el modo en que hablamos de comunidad política a diferencia de nuestras
invocaciones a la participación de los "grupos comunitarios". La diferencia es realmente
sustancial.
En nuestro país -para tomar un marco de referencia- no existe una comunidad política
nacional y ni siquiera existen comunidades políticas provinciales. No voy a estudiar aquí
-porque no es el lugar- si alguna vez existió, pero si puedo afirmar que hoy no existen tales
comunidades. Sí existe un Estado, una Sociedad Civil -con características primitivas- y una
población compuesta por individualidades que, en principio, aceptan una convivencia
política y una cierta unidad. Incluso nuestra población comparte toda una serie de factores
patrióticos: una historia común y una conciencia -mínima- de ese pasado compartido. Sin
embargo falta lo más importante: un proyecto político común, un proyecto nacional, y un
"artífice" legitimado para hacerlo realidad.
¿En qué consiste la experiencia comunitaria? Para entenderla y descubrir sus cualidades
debemos comparar el modo en que las personas se relacionan en la sociedad civil
contemporánea.
La visión de Tönnies y de Simmel -que describimos más arriba-, aunque son diferentes,
tienen en común un diagnóstico individualista de la sociedad civil. Aunque ellos no lo
manifiesten de ese modo, a la luz de nuestras reflexiones podemos decir que ambos
pensadores hacen referencia a dos caras de la misma moneda.
Para poder sobrevivir en la gran estructura de la sociedad civil, los hombres debemos
contentarnos con asumir los tipos y cumplirlos lo mejor que podamos. De este modo nos
convertimos en contribuyentes, en televidentes, en profesionales, en consumidores... pero
en pocos o ninguno de esos nichos funcionales podemos canalizar toda nuestra
humanidad. A lo más podemos ser personas, posición que -como se ha dicho- guarda
también una cuota de abstracción y de fragmentación. En algunos ámbitos hasta puede
que se nos permita ser buenas personas.
Tenemos por tanto una sociedad civil en la que -a pesar del increíble avance de las
comunicaciones- pareciera reinar una gran incomunicación. Vivimos, por designarlo de
algún modo, la soledad de una "incomunicación comunicada". Una "muchedumbre
solitaria" que se intercomunica a través de rígidos canales formales.
¿Qué puede hacer el hombre ante semejante panorama? Más allá del rígido esquema
individualista al que nos somete la sociedad civil tenemos dos posibilidades: la primera es
sumarse al contradictorio sistema y vivir la libertad entendida en términos individualistas allí
donde queden "espacios"; o -la segunda- buscar ámbitos en donde poder desarrollar
relaciones humanas íntegras.
Es la opción por el relativismo que, al ser la elección mayoritaria de los actuales habitantes
de las grandes ciudades produce ese gran defecto contemporáneo que es la anomía
social; es decir, la perdida de un nomos; de reglas de orientación de las conductas.
Lo paradójico en esta opción es que a pesar de que la mayor parte de los comportamientos
están rígidamente establecidos, hay una ausencia total de normas morales a las cuales el
hombre -integralmente concebido- pueda aferrarse para conducirse en su relación con el
todo: con la trascendencia, con sus semejantes y con el mundo que lo rodea.
Esta elección no es absoluta y definitiva aunque existen personas que toman una decisión
radical al respecto. Pero la mayoría de los "mortales" nos inclinamos por una o por otra
según el caso, las circunstancias, las personas con las que vamos a compartir ciertas
actividades y otras miles de razones y sinrazones... Cuando elegimos -con determinadas
personas y grupos- la segunda opción hemos abierto las puertas para desarrollar
"relaciones comunitarias". El ámbito puede ser cualquiera mientras exista una
predisposición en tal sentido.
Hemos repetido varias veces que cualquier grupo humano puede volverse un "grupo
comunitario". Existen algunos que -en general- por su origen, por sus fines o por su
dinámica fomentan las relaciones comunitarias en mayor medida y, por tanto, ante tales
grupos podemos anticipar el desarrollo de un reconocimiento integral de sus miembros
(que es lo mismo que hablar de relaciones comunitarias).
Es el caso de la familia -grupo comunitario por excelencia-, de los grupos de amigos, de los
novios, de los miembros de una típica organización comunitaria de base en comunidades
pequeñas luego de un tiempo de trabajo en equipo. También pueden forjarse relaciones
comunitarias en la escuela, entre los maestros y autoridades respecto de los hijos y
también respecto de los padres; las congregaciones religiosas y las actividades
parroquiales, los clubes deportivos entre los integrantes de sus equipos permanentes, las
asociaciones o cooperativas luego de una larga lista de acciones conjuntas; coros talleres,
grupos de beneficencias, ONG..., colegios profesionales con mucha vida social, institutos
académicos o de estudio e investigación... En definitiva ámbitos en el que la persona
pueda presentarse integralmente (al menos en sus aspectos exteriorizables) compartiendo
su identidad y su intimidad en la medida de las posibilidades, y superando -como dijimos-
los rígidos parámetros utilitaristas y racionalistas.
Ahora bien, A los efectos políticos ¿Qué cualidades tienen los grupos comunitarios que nos
obliguen a otorgarles una participación especial? La pregunta es pertinente puesto que, por
muy positivas que puedan resultar las relaciones comunitarias para los protagonistas de
ese grupo podría ocurrir que hacia lo público el grupo mostrara un espíritu individualista
exasperante o peor aún una vocación totalitaria.
Efectivamente, no vamos a negar que pueden existir grupos comunitarios con esas
características negativas. Puede darse el caso de un grupo de activistas -entrañablemente
amigos- que sin embargo compartan el objetivo de terminar con el Estado y que además
realizan acciones violentas en tal sentido. O también grupos que sin llegar a tanto,
funcionen en el ámbito público como verdaderos "lobbies" de sus intereses sectoriales. Por
último existirán grupos comunitarios cuyo discurso público sea absolutamente
individualista: "déjennos vivir en paz haciendo lo que querramos sin que nadie nos
moleste".
Estos son los miedos de Alain Touraine, por ejemplo, que lo llevan a rechazar propuesta
comunitaristas: "el retorno de las comunidades trae consigo el llamado a la homogeneidad,
la pureza, la unidad, y la comunicación es reemplazada por la guerra entre quienes ofrecen
sacrificios a dioses diferentes, apelan a tradiciones ajenas u oponen las unas a las otras, y
a veces hasta se consideran biológicamente diferentes de los demás y superiores a ellos."
Conviene entonces que puntualice en que sentido creo que es conveniente convocar a los
grupos comunitarios y en particular a sus dirigentes.
Por el contrario la idea es que los dirigentes naturales de estos grupos comunitarios tengan
abiertos canales de interacción en la estructura política fundamentalmente en el nuevo
ámbito de posibilidad. No creo que sea conveniente -al menos por ahora- que dichos
dirigentes intervengan en las sanciones de las leyes del Estado por dar un caso o, en
general, en las estructuras republicanas.
De este modo, aunque no sea una fórmula de éxito garantizado, es probable que los
resultados de la interacción entre los dirigentes sea en la mayoría de los casos un proyecto
de bien común. Puede ocurrir que nunca lleguen a un acuerdo y que la interacción por
tanto no arroje mayores resultados. Pero si lo hace -luego de haber pasado el "filtro
político" sugerido- podemos fiarnos que el proyecto tiene buenas intenciones.
Por otra parte hay una cuestión fundamental que no podemos pasar por alto. En el seno de
estos grupos comunitarios y al calor de sus respectivas experiencias cotidianas se forjan
virtudes de toda índole, muchas de las cuales son las que faltan y las que necesita la
sociedad civil y la política.
Pero no se agota allí el aporte de los grupos comunitarios. Por el contrario existen ciertas
virtudes que surgen de las prácticas concretas de dichos grupos y que también deben ser
receptadas en el ámbito político a través del ámbito de posibilidad. De lo contrario, si sólo
llamamos a los dirigentes comunitarios para ganarnos su legitimidad pero impedimos que
transmitan los valores y las inquietudes propias de su grupo, en verdad estaríamos
"usando" a esos líderes con todos los aspectos negativos que puede traer aparejado tal
acción política.
Las "prácticas" comunitarias donde se forjan virtudes positivas para la realización del
hombre y positivas también para el desarrollo del bien común, pueden ser definidas del
modo en que lo hace el pensador MacIntyre. Para él, una práctica es:
La definición puede confundirnos por su complejidad pero con unos ejemplos podremos
entender perfectamente de qué estamos hablando. Para MacIntyre saber lanzar con
destreza un balón no es una práctica pero sí lo es el fútbol. Plantar un nabo no es una
práctica, la agricultura sí.
Ahora bien: ¿Qué tiene que ver este concepto de práctica con la experiencia de los grupos
comunitarios? Al parecer si el fútbol -por tomar un caso- es una práctica que tiene pautas
propias nada tendrían para aportar estos grupos a esa práctica.
Un ejemplo nos ayudará a comprender. Pongamos por caso el deporte del fútbol. Todo
indica que estamos frente a una práctica de larga tradición compuesta por una serie de
reglas institucionalizadas sobre el modo de jugar; también ciertos bienes reconocidos por
aquellos que participan del deporte y por la comunidad en general -ejercicio físico, dominio
del cuerpo frente a situaciones límites, capacidad para trabajar en equipo, etc.- Tal es el
grado de desarrollo de esta práctica que podemos establecer lo que es jugar "bien" al
fútbol, y lo que es un buen jugador o un buen equipo. Nada de esto sería posible, empero,
si no existieran verdaderos clubes y equipos de fútbol que encarnaran dicha práctica y
trataran de superar los niveles de perfección logrados.
Es en el seno de los "grupos comunitarios" donde las personas que los integran pueden
valerse de la tradición de esa práctica para alcanzar ciertos bienes específicos que de otro
modo no conseguirían. Por supuesto pueden ir ocasionalmente a jugar un partido y hacerlo
bien, aunque podemos estar seguros que no recibirán todo el bien que podría aportar el
desarrollo constante de tal práctica.
Tal vez sea bueno diferenciar -a esta altura- en la experiencia de un grupo comunitario
aquel conjunto de virtudes que son comunes a otros grupos de aquel otro forjado a la luz
de la práctica más importante que los nuclea. Igual distinción puede realizarse con los
bienes que realizan sus integrantes a través de las prácticas y los valores y criterios que
rigen sus relaciones.
La virtud de ser una persona honesta puede ser aprendida en diversos grupos, la virtud de
saber trabajar en equipo sólo en aquellos en donde las actividades se desarrollen con tal
dinámica. La fama o el dinero puedo conseguirlo jugando al fútbol o desarrollando un
proyecto comercial exitoso. Pero existen ciertos bienes que no pueden ser obtenidos si no
se participa en ciertos grupos determinados. Por último existen valores y criterios para
relacionarnos con los demás que aparecen en diversos grupos como por ejemplo "el
amor". Sin embargo, no podemos negar que en determinados grupos -como la familia-
dicho valor está más desarrollado que en otros.
No es posible agotar aquí toda las derivaciones en esta relación entre "la" práctica y la
experiencia particular de esa práctica en el marco de un grupo específico. "La" práctica nos
brinda homogeneidad y previsibilidad, los grupos le imprimen la necesaria diversidad. Sin
embargo, también pueden desvirtuar los bienes internos a las prácticas con disvalores
como la codicia o la intolerancia hacia grupos semejantes. Un equipo de fútbol puede ser la
representación de un grupo de deportistas virtuosos o, por el contrario, una banda de
drogadictos y mafiosos...
Los aportes que puede producir la participación de los grupos comunitarios en lo político
-en particular la participación comprometida de sus dirigentes- son infinitos y no pueden ser
numerados en una lista. La razón es obvia: depende de las especiales características de
los grupos que se atrevan a asumir el desafío.
Sin embargo, en el marco teórico de nuestras reflexiones, podemos rescatar tres que son
comunes a toda experiencia comunitaria y que tal vez -no lo sé- resulten los aportes más
valiosos para lo político.
El primer aporte es el ofrecimiento a las fragmentadas sociedades de hoy de ámbitos que
predisponen a las personas para una deliberación pública.
En el capítulo respectivo dejamos en claro que para lograr una verdadera deliberación
pública es necesario cumplir ciertos requisitos. A la luz de esas condiciones digamos como
regla -que admite por supuesto excepciones- que los grupos comunitarios no pueden
recrear una deliberación pública por la unidad presupuesta de sus prácticas constitutivas.
Parece difícil -en efecto- que en el seno de un grupo comunitario se recree la diversidad y
la tensión propia del pluralismo político.
Sin embargo, el grupo comunitario puede consolidar las bases para generar una
deliberación pública auténtica o una que se asemeje. Esto por las características propias
de sus prácticas. En el seno de los grupos se templa el carácter de sus integrantes en
sentimientos como la fraternidad, la armonía de mis intereses con los del grupo, la
predisposición al diálogo y al consenso, el respeto por las cualidades diversas de los
demás integrantes, el perdón, el valor de la promesa... La deliberación en tales grupos
lograr equilibrar -en teoría- los criterios racionalistas y utilitaristas con aquellos otros que
surgen de la experiencia, de la prudencia, e incluso con las "razones del corazón que la
razón no entiende".
Si en un grupo de ayuda a los discapacitados -para dar un caso- uno de los integrantes
descubre un método más eficaz para desarrollar dicha ayuda, él recibirá reconocimiento y
prestigio, pero lo más importante es que todo el grupo se beneficiará de su descubrimiento.
El último aporte está íntimamente relacionado con el anterior. Hace referencia a la especial
concepción de la igualdad que inspira a los miembros de los grupos comunitarios en
cuanto tales. Digo "en cuanto tales" porque esas mismas personas en otras organizaciones
pueden mantener -de modo consciente o inconsciente- concepciones diferentes e incluso
antagónicas sobre cuales son los criterios de justicia que debe regirlos. Pero en los
ámbitos comunitarios aceptan un principio humanizado y flexible de la igualdad. En verdad,
más que un principio rígido, lo que hay es una serie de pautas que en cada específica
circunstancia ayudan a combinar el amor -o la amistad- con la idea de mérito y también
con la idea de equilibrio en la comparación.
Veamos como ejemplo el caso de una familia. El padre no destinará los ahorros producidos
por su trabajo sobre la base de un criterio fijo: "a cada uno según su mérito" o "según su
necesidad". En cada situación valorará las circunstancias específicas, las necesidad de
cada uno de sus hijos, el mérito, las posibilidades, y de ese modo establecerá la fórmula de
equidad. Una fórmula que analizada a la luz de los rígidas categorías del pensamiento
político podría resultar intolerable y sin embargo, posee la cualidad de tratar a los iguales
como distintos y a los distintos como iguales.
Visto desde otro punto de vista -desde la visión de los afectados por las decisiones
comunitarias- la experiencia de estos grupos también aporta un espíritu más mesurado
para aceptar ciertas situaciones que pueden perjudicar a algunos pero que benefician al
mismo grupo o a otras personas cuyos problemas -en ese momento- tienen prioridad. En
realidad existe una tensión que es positiva: la disposición del afectado a aceptar esa
"desigualdad" con tranquilidad, confiando en los dirigentes y la inquietud de los
responsables por superar lo antes posible ese estadio para bienestar de aquel.
Las lecciones que aprendemos en los ámbitos comunitarios para aceptar diferencias
transitorias y sacrificarnos por el grupo muy lejos de probar que estamos ante "estructuras
sutiles de dominación" ratifica la importancia de estos grupos comunitarios como
verdaderas "escuelas de vida" y en lo que a nosotros atañe como "escuelas de convivencia
política".
Antes de terminar el capítulo creo importante dedicar unos párrafos a reflexionar sobre la
incidencia de todas nuestras conclusiones en el concepto de ciudadanía. En verdad me
gustaría desarrollar a fondo el tema pues resume a nivel individual todo lo dicho en el
análisis político; pero no quiero extender más esta obra en atención a la claridad y a la
incidencia de su mensaje.
¿Qué significa la ciudadanía para nosostros? El concepto no puede tener otro sentido que
designar nuestra relación con la comunidad (esa comunidad realizada para los que tienen
la suerte de vivir en una o en proceso de construcción para la mayoría de nosotros). De
este modo la ciudadanía se vincula íntimamente ya no sólo a la idea de derechos
individuales sino también a la noción de vínculo con una comunidad particular.
Comencemos por destacar el valor que hemos dado a lo largo del trabajo a la acción
política de las personas por encima de las previsiones -y las abstracciones- de las
estructuras. Como bien señala Habermas "las instituciones de la libertad constitucional no
son más valiosas que lo que la ciudadanía haga de ellas". En definitiva nuestra propuesta
asienta fundamentalemnte sobre una actitutd ética de los protagonistas de lo política antes
que en una tarea de "reingenieria política".
Más aún: según lo dicho la idea de ciudadanía no debe incluir una visión unitaria del modo
de ser de los hombres sino por el contrario, enriquecerse de las diferencias y las
variedades que propongan sus titulares. Tal vez haya sido ese el principal error que llevó a
desprestigiar el concepto integral -y republicano- de ciudadanía: sirvió a más de uno para
aplastar con una visión unitaria la inmensa variedad que resulta de la experiencia humana.
¿Acaso es necesario que todos hablemos un solo idioma para que nos sintamos miembros
de una comunidad? ¿Acaso debemos profesar la misma religión? ¿Acaso debemos pensar
lo mismo sobre los grandes temas del hombre y de la sociedad? De ninguna manera. La
idea de ciudadanía tanto como la idea de comunidad son paradigmas que deben
construirse y no proyectos que deben imponerse.
De este modo llegamos al final del capítulo con una firme convicción: la batalla por "salvar
a la política" no va a librarse en las estructuras ni en los grupos comunitarios y ni siquiera
en las nuevas organizaciones que institucionalicen la interacción de los nuevos dirigentes.
En verdad es una batalla que debe ser librada en el corazón de cada uno de los
ciudadanos, porque sólo de ellos depende superar el desafío.
12. Epílogo
Llegamos así al final de nuestro periplo filosófico. Espero haber podido transmitir las ideas
fundamentales de una teoría que -como advirtiera en la introducción- aún se encuentra en
etapa de elaboración. Han quedado dos deudas importantes: la primera es un capítulo
especial que recoja las principales objeciones a este modo de ver la política y a mi
propuesta de "cómo salvarla". Aunque prometí el capítulo en varios pasajes, al releer luego
todo el trabajo creí importante dejar la tarea para más adelante al advertir la infinidad de
cuestiones que pueden llegar a suscitar debate. Me comprometo entonces a cumplir lo
prometido una vez decantadas las críticas y los aportes que reciba luego de la publicación.
La segunda deuda es una reflexión particular sobre la formación de los dirigentes públicos
que también insinué en distintos lugares. En este caso, la "excusa" es distinta: Es tan
importante y tan prioritario el tópico -casi podría decirse que de él depende el exito de toda
la teoría de la interación comunitaria- que he preferido embarcarme en el proyecto de
publicar un trabajo especial sobre el tópico. Sin embargo transcribo en los apéndicees que
siguen dos artículos que pueden brindarnos algunas pautas.
Para terminar, dejo sentada mi vocación de encarar la difícil tarea de largo plazo de
instrumentalizar las ideas filosóficas que aquí se han expuesto buscando fórmulas políticas
acertadas para actualizarlas.