Federico García Lorca
Federico García Lorca
Federico García Lorca
Fruto de esa mayor dedicación al teatro en los años finales son los tres
grandes dramas rurales que constituyen la cima de su producción y que
sitúan a Lorca entre los grandes dramaturgos europeos del periodo: Bodas
de Sangre (1933), Yerma (1934) y La casa de Bernarda Alba (1936). Erigidas en
piezas ineludibles del repertorio contemporáneo, todas ellas siguen siendo
constantemente representadas en escenarios de todo el mundo; dentro del
teatro de autoría española, sólo los esperpentos de Ramón del Valle-
Inclán gozan de una posición semejante.
Yerma (1934), que se centra en el tema de la maternidad frustrada, es una
verdadera tragedia al modo clásico, incluido el coro de lavanderas, con su
corifeo que dialoga con la protagonista comentando la acción. Similar
urdidura trágica hallamos en Bodas de Sangre (1933), donde un suceso real
inspiró el drama de una novia que huye tras su boda con un antiguo novio
(Leonardo). La huida llena de premoniciones, en la que la propia muerte
aparece como personaje, presagia un final al que se viene aludiendo desde
la primera escena y en el que ambos hombres se matarán, segando así la
posibilidad de continuidad de la estirpe por ambas ramas y renovando la
muerte del padre del novio a manos de la familia de Leonardo. De esta
manera, la pasión y la autobúsqueda concluyen con la destrucción de todo
el orden establecido.
La mejor creación lorquiana es La casa de Bernarda Alba (1936), obra en que la
pasión por la vida de la joven Adela, encerrada en su casa junto con sus
hermanas a causa del luto por su padre y oprimida bajo el yugo de una
madre tiránica, estalla en una rebeldía que no teme a las últimas
consecuencias; pero las ansias de libertad y amor de Adela se estrellarán
igualmente contra el muro de incomprensión de su familia y de los usos
sociales, concluyendo todo con su eliminación. Junto a la figura de la
protagonista, destaca la serie de retratos femeninos que realiza el autor,
desde la propia Bernarda hasta la vieja criada confidente de las hijas (La
Poncia), la hermana poseída por los celos destructivos (Martirio) o la abuela
enloquecida (María Josefa), que, en sus intervalos de lucidez, complementa
descarnadamente la oposición de Adela a la tiranía de Bernarda.