Cap 5 Sacramentologia Clasica
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SC 7. Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre
todo en la acción litúrgica... Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio
del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su
manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es
decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda
celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es
acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no
la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
• Solo Dios Trino tiene la facultad para causar la gracia por medio de signos sensibles.
• Cristo por su encarnación, hace presente la salvación en la historia de la naturaleza
humana.
• Se debe distinguir entre la potestad y la autoridad de Cristo y la de los administradores
de los sacramentos, ni siquiera los apóstoles tuvieron la facultad de instituir
sacramentos, por tanto, solo Cristo es el autor inmediato de los sacramentos,
afirmación que debe ser leída no en sentido histórico, sino, histórico teológica.
- El signo sacramental
Debe distinguirse entre el contenido del sacramento (res sacramenti) y la forma externa
del signo (signum tantum). El signo externo consiste en las palabras que pronuncia el
ministro y el elemento material o las acciones simbólicas realizadas por el celebrante
(imposición de manos o consentimiento positivo de los esposos). Debe distinguirse entre el
signo material en cuanto tal (materia remota) y su aplicación en la acción sacramental
(materia próxima). En la realización del signo sacramental puede aparecer un tercer
elemento intermedio entre el contenido y la realización del signo: res et sacramentum. Se
trata del llamado carácter sacramental… (del que hablaremos más adelante)
- El efecto
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SEMINARIO MAYOR ARQUIDIOCESANO
SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
CEC 1121:
Los tres sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden sacerdotal confieren,
además de la gracia, un carácter sacramental o "sello" por el cual el cristiano participa
del sacerdocio de Cristo y forma parte de la Iglesia según estados y funciones diversos.
Esta configuración con Cristo y con la Iglesia, realizada por el Espíritu, es indeleble (Cc.
de Trento: DS 1609); permanece para siempre en el cristiano como disposición positiva
para la gracia, como promesa y garantía de la protección divina y como vocación al
culto divino y al servicio de la Iglesia. Por tanto, estos sacramentos no pueden ser
reiterados.
Por «opus operatum» se entiende la realización válida del rito sacramental, a diferencia del
«opus operantis» = la disposición subjetiva del que recibe el sacramento. La fórmula «ex
opere operato» significa negativamente que la gracia sacramental no se confiere por la
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acción subjetiva del que recibe o administra el sacramento, y positivamente quiere decir
que esa gracia sacramental es producida por el signo sacramental válidamente realizado.
Causalidad física
Los sacramentos obran físicamente cuando producen la gracia que significan por una
virtud interna recibida de Dios. El Señor, como causa principal de la gracia, se sirve del
signo sacramental como de un instrumento físico para producir mediante él la gracia
sacramental en el alma del que recibe el sacramento. Dios concede la gracia de manera
mediata, por medio del sacramento.
Causalidad moral
Los sacramentos obran moralmente cuando, por un valor objetivo que les es propio y que
poseen por institución de Cristo, mueven a Dios a conceder la gracia. Dios da directamente
la gracia en cuanto el signo sacramental se realiza válidamente, pues se obligó a ello por un
cuasicontrato cuando instituyó los sacramentos (tal es la explicación de los antiguos
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SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
Causalidad intencional
La teoría de Billot se deriva de la sentencia de antiguos doctores de la escolástica
(Alejandro de Hales, Alberto Magno, santo Tomás en su Comentario de las Sentencias), los
cuales enseñaron que los sacramentos no obran la gracia perfectiva, sino únicamente
dispositiva, pues no producen la gracia misma, sino una disposición real para la gracia: el
carácter sacramental, el llamado «ornato del alma» («ornatus animae»). Ahora bien,
mientras esos teólogos escolásticos que hemos mencionado sostienen que los sacramentos
tienen causalidad física respecto de dicha disposición, Billot no les concede más que una
causalidad intencional, es decir, que los sacramentos, según este autor, tienen la virtud de
significar y comunicar un ente de carácter espiritual (la representación intencional de lo
que significan). Enseña este autor que los sacramentos producen la gracia intentionaliter
dispositive, por cuanto confieren al alma del que los recibe un título exigitivo de la gracia,
es decir, un derecho jurídico a la misma. Semejante derecho tiene como consecuencia
infalible la inmediata infusión de la gracia por parte de Dios, si no existe ningún obstáculo
o en cuanto este obstáculo desaparece.
Los sacramentos son medios instituidos por Dios para la consecución de la salvación
eterna. Tres de ellos, según la economía ordinaria de la redención, son tan necesarios que
sin ellos no es posible alcanzar la salvación. Estos tres sacramentos son, para los
individuos: el Bautismo y, si se ha cometido pecado grave, la Penitencia; para la
humanidad: el sacramento del Orden. Los demás sacramentos son necesarios por cuanto,
sin ellos, no es tan fácil conseguir la salvación; pues la Confirmación es la consumación del
Bautismo, la Unción de los Enfermos es consumación de la Penitencia, el Matrimonio la
base para la conservación de la sociedad eclesiástica y la Eucaristía la meta de todos los
sacramentos.
- El ministro
La persona del ministro
a) Ministro primario y secundario
El ministro primario de los sacramentos es Jesucristo. Pío XII enseña en la encíclica
Mystici Corporis (1943): «Cuando los sacramentos de la Iglesia se administran con rito
externo, Él es quien produce el efecto interior en las almas»; «Por la misión jurídica con
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la que el divino Redentor envió a los apóstoles al mundo, como Él mismo había sido
enviado por el Padre (Jn 17,18; 20,21), Él es quien por la Iglesia bautiza, enseña,
gobierna, desata, liga, ofrece y sacrifica».
San Pablo dice que es Cristo quien purifica a los bautizandos mediante el lavado del agua
(Ef 5, 26). El ministro humano es tan sólo servidor y representante de Cristo; 1Cor 4, 1:
«Es preciso que los hombres nos consideren como servidores de Cristo y dispensadores
de los misterios de Dios»; 2Cor 5, 20: «Somos embajadores de Cristo». San Agustín
comenta a propósito de Jn 1, 33 («Ése es el que bautiza en el Espíritu Santo»): «Si bautiza
Pedro, [Cristo] es quien bautiza».
El ministro del sacramento ha de ser distinto del sujeto que lo recibe, si exceptuamos el
caso de la Eucaristía. Inocencio III declaró que el Bautismo de uno mismo era inválido,
pero hizo aprecio de él como expresión enérgica de la fe en el sacramento y del deseo de
recibirlo («Votum sacramenti»); Dz 413.
La prueba teológica por razones internas la tenemos en la tesis de la eficiencia «ex opere
operato» de los sacramentos, así como también en la consideración de que el ministro
humano en los mismos no es sino causa instrumental con respecto a Cristo, que es el
ministro primario. Como el instrumento obra por virtud de la causa principal, por lo
mismo la eficiencia del sacramento no dependerá de la situación subjetiva del que lo
administra. Si de ella dependiera, tendríamos una fuente de continua incertidumbre e
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intranquilidad.
Novaciano como (imposición de las manos aparente y nula», es decir, como inválida,
evidentemente por falta de la intención necesaria por parte del. En la época patrística
reinaba alguna incertidumbre sobre la validez del bautismo que se efectúa en broma o por
juego.
El ministro humano es un ser dotado de razón y libertad. Por eso, el acto de administrar
los sacramentos ha de ser un «acto humano», es decir, una acción que procede del
entendimiento y de la libre voluntad. El signo sacramental es ambiguo e indiferente de por
sí para diversos usos. Por la intención del ministro se convierte en significativo y ordenado
al efecto sacramental; cf. S.th. n. 64, 8.
Por lo que respecta a la faceta objetiva, basta la intención de hacer lo que hace la Iglesia.
Por eso no es necesario que el ministro tenga la intención de lograr los efectos del
sacramento que pretende lograr la Iglesia, ej. la remisión de los pecados. No es necesario
tampoco que tenga intención de realizar un rito específicamente católico. Basta el
propósito de efectuar una ceremonia religiosa corriente entre los cristianos.
- El receptor
El sacramento solamente puede ser recibido de manera válida por una persona que se halle
en estado de peregrinación («in statu viae»). OJO LOS QUE SE DUERMEN
San Agustín enseña: «La pureza del Bautismo es totalmente independiente de la limpieza o
inmundicia tanto del que lo administra como del que lo recibe». La prueba interna de la
tesis radica en que los sacramentos no reciben su virtud santificadora ni del que los recibe
ni del que los administra, sino de Dios, autor de toda gracia; cf. S.th. III 68, 8.
b) Para la validez del sacramento se requiere por parte del que lo recibe, si tiene uso de
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razón, la intención de recibirlo. Según doctrina del concilio de Trento, la justificación de las
personas que han llegado al uso de la razón (por gozar del ejercicio del entendimiento y la
libre voluntad) tiene lugar por medio de la voluntaria aceptación de la gracia. El
sacramento que se recibe sin intención o contra la propia voluntad es, por tanto, inválido.
El papa Inocencio III declaró que el Bautismo obligado era inválido; Dz 411.
Cualidad de la intención
Como el papel que desempeña el que recibe el sacramento es puramente receptivo, basta
ordinariamente, desde el punto de vista subjetivo, la intención habitual, y en caso de
necesidad (pérdida del conocimiento, perturbación mental) el sacramento puede ser
administrado si existen razones fundadas para admitir que el sujeto, antes de sobrevenir el
caso de necesidad, tenía al menos el deseo implícito de recibir el sacramento (intención
interpretativa). En el matrimonio se requiere intención virtual, porque los contrayentes no
son meros receptores, sino, al mismo tiempo, ministros del sacramento; y lo mismo se
diga, probablemente, del Orden sagrado, por las graves obligaciones que de él se derivan.
En cuanto a la faceta objetiva, basta la intención de recibir lo que administra la Iglesia.
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SACRAMENTOS DE LA IGLESIA
La reviviscencia del bautismo la enseñó ya san Agustín; cf. De baptismo n 12, 18: «Lo que
ya antes se había dado [a saber: el bautismo], comienza a ser eficiente para la salvación
cuando la impenitencia se ha cambiado por verdadera penitencia»; cf. S.th. III 69, 10.
Tres son los argumentos que podemos presentar en favor del número septenario de los
sacramentos:
Argumento teológico
La existencia de los siete sacramentos es considerada como verdad de fe en toda la Iglesia
desde mediados del siglo XII. Primeramente, la encontramos como convicción científica de
los teólogos, y después la vemos confirmada en el siglo XIII por el magisterio de la Iglesia.
Los concilios de Lyón (1274) y Florencia (1438-1445) enseñan expresamente el número de
siete; Dz 465, 695; cf. Dz 424, 665 ss. Como Cristo sigue viviendo en la Iglesia (Mt 28, 20)
y el Espíritu Santo la dirige en su labor docente (Jn 14, 26), la Iglesia universal no puede
padecer errores en la fe. Por eso, la fe de la Iglesia universal constituye para los creyentes
un criterio suficiente para conocer el carácter revelado de una doctrina.
Prueba de prescripción
No es posible probar que alguno de los siete sacramentos fuera instituido en una época
cualquiera por algún concilio, algún Papa u obispo o alguna comunidad cristiana. Las
definiciones emanadas de los concilios, las enseñanzas de los padres y teólogos suponen
que la existencia de cada uno de los sacramentos es algo que se remonta a muy antigua
tradición.
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De ello podemos inferir que los siete sacramentos existieron desde un principio en la
Iglesia; cf. san Agustín, De baptismo Iv 24, 31: «Lo que toda la Iglesia profesa y no ha sido
instituido por los concilios, sino que siempre se ha mantenido como tal, eso creemos con
toda razón que ha sido transmitido por la autoridad apostólica».
Argumento histórico
Podemos aducir el testimonio de la Iglesia ortodoxa griega, que en el siglo IX, siendo
patriarca Focio, se separó temporalmente de la Iglesia católica, haciéndolo de manera
definitiva en el siglo XI (1054) bajo el patriarcado de Miguel Cerulario. Esta Iglesia está de
acuerdo con la Iglesia católica en el número de los sacramentos, y así lo atestiguan sus
libros litúrgicos, sus declaraciones en los concilios de Lyón (Dz 465) y Florencia (Dz 695),
las respuestas que dio a las proposiciones de unión por parte de los protestantes en el siglo
XVI y sus profesiones de fe oficiales. La expresión formal de ser siete el número de los
sacramentos fue tomada sin reparo de la Iglesia católica de Occidente en el siglo XIII, pues
respondía a las convicciones de la fe profesada en la Iglesia ortodoxa griega.
de la Iglesia, que son operados por el Espíritu» (c. 7). Refiriéndose expresamente a esta
declaración, la Confesiio orthodoxa (I 98) del metropolita Pedro Mogilas de Kiev (1643)
enumera también siete sacramentos. La confesión del patriarca Dositeo de Jerusalén
(1672) se opone a la confesión del patriarca Cirilo Lucaris de Constantinopla, de ideas
calvinistas y que no admitía más que dos sacramentos: el bautismo y la cena; y proclama
expresamente, recalcándolo bien, que son siete el número de los sacramentos: «En la
Iglesia no poseemos un número mayor ni menor de sacramentos; pues cualquier otro
número que difiera de siete es engendro de desvaríos heréticos» (Decr. 15). .
Las sectas de los nestorianos y los monofisitas, desgajadas de la Iglesia durante el siglo V,
profesan también que es siete el número de los sacramentos. Mientras que los nestorianos
difieren algún tanto de la Iglesia católica en la enunciación de los sacramentos, los
monofisitas concuerdan completamente con ella. El teólogo nestoriano Ebedjesu († 1318)
enumera los siete sacramentos que siguen a continuación: sacerdocio, bautismo, óleo de
unción, eucaristía, remisión de los pecados, sagrado fermento (= fermento para
preparar el pan de las hostias) y el signo de la cruz. El catecismo del obispo monofisita
sirio llamado Severio Barsaum (1930), enseña: «Los sacramentos de la Iglesia son: el
bautismo, el Myron, la eucaristía, la penitencia, el orden sacerdotal, la unción de los
enfermos y el matrimonio.»
Prueba especulativa
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La conveniencia de que sean siete los sacramentos se infiere por analogía de la vida
sobrenatural del alma con la vida natural del cuerpo: por el bautismo se engendra la vida
sobrenatural, por la confirmación llega a su madurez, por la eucaristía recibe alimento,
por la penitencia y la Unción se cura de la enfermedad del pecado y de las debilidades
que éste deja en el alma; por medio de los dos sacramentos del orden y el matrimonio es
regida la sociedad eclesiástica y se conserva y acrecienta tanto en su cuerpo como en su
espíritu; cf. S.th. III 65, 1; san Buenaventura, Breviloquium Iv 3; Dz 695.
- Los sacramentales
Noción de sacramental
«Los sacramentales son cosas o acciones que emplea la Iglesia para obtener de Dios,
mediante su intercesión (de la Iglesia), determinados efectos de índole especialmente
espiritual» ; CIC 1144.
Institución
Los sacramentales no fueron instituidos, de ley ordinaria, por Cristo, sino por la Iglesia. La
potestad de la Iglesia para instituir sacramentales se funda en el ejemplo de Cristo y los
Apóstoles (cf. 1Cor 11, 34) y en la misión de la Iglesia, que consiste en administrar
dignamente los tesoros de gracia que Cristo le legara (cf. 1Cor 4, 1) y fomentar la salud
sobrenatural de los fieles ; Dz 856, 931, 943; CIC 1145.
Eficiencia
Los sacramentales no obran «ex opere operato». Pero su eficiencia no descansa tampoco
en la mera disposición subjetiva del que hace uso de ellos, sino principalmente en la
intercesión de la Iglesia, la cual, como esposa santa e inmaculada de Cristo, posee una
particular eficacia intercesora (Eph 5, 25 ss). Si consideramos bien la índole del «opus
operantis Ecclesiae», podremos afirmar que los sacramentales obran «quasi ex opere
operato». Las bendiciones constitutivas, que consagran de manera permanente para el
servicio de Dios a una cosa o persona, producen infaliblemente su efecto, mientras que en
todos los demás sacramentales la influencia impetratoria de la Iglesia no produce su efecto
infaliblemente.
Efectos
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Los sacramentales no confieren inmediatamente la gracia santificante, sino que
únicamente disponen para recibirla. Los efectos particulares de los distintos sacramentales
son diversos según el fin peculiar de cada uno. Las bendiciones constitutivas confieren una
santidad objetiva a las personas y cosas consagradas al servicio de Dios. Las bendiciones
invocativas confieren bienes de orden temporal, gracias actuales, y, moviéndonos a realizar
actos de penitencia y amor a Dios, nos consiguen la remisión de los pecados veniales y las
penas temporales merecidas por los pecados (S.th. III 87, 3). Los exorcismos nos protegen
contra las vejaciones de los malos espíritus; cf. S.th. III 65, 1 ad 6.