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Les Thompson Daniel Thompson

¿Qué es
mundanalidad?
¿Qué es mundanalidad?
Por Les Thompson

Necesitamos un nuevo
esquema mental
Por Daniel Thompson
(Traducción por Raúl Lavinz)
¿Qué es mundanalidad?, © 2010 por el Rev. Leslie J. Thompson, Ph.D. y
Rev. Daniel Thompson, D.Min. y publicado por LOGOI, Inc., Miami, Florida, 33186.

Esta publicación se podrá copiar libremente siempre y cuando se le otorgue


el crédito a Ministerios LOGOI y los autores, Rev. Les Thompson, Ph.D. y
Daniel Thompson, D.Min.

Edición: Luis Nahúm Saez y Angie Torres Moure


Traducción: Raúl Lavinz y Luis Nahúm Sáez
Portada: Meredith Bozek

LOGOI, Inc.
14540 SW 136 Street
Suite 200
Miami, Florida 33186 USA
Visítenos en: www.logoi.org
Introducción

E s fascinante reconocer que la Biblia, tal como fue escrita, a veces no nos
satisface. Nuestra tendencia es añadirle nuestras propias ideas y nuestros
propios conceptos. Por ejemplo, la Biblia, comenzando con los Diez Manda-
mientos y concluyendo con el último capítulo de la Biblia (Apocalipsis 22:15) nos
menciona los pecados que ofenden a Dios. Como que si estos no fueran
suficientes, somos propensos a añadirle una serie de pecadillos más—opiniones
personales que inventamos pensando que seguramente desagradan a Dios. Por
supuesto, tales pecados inventados no están en la Biblia, pero los afirmamos
como si los fueran.
Todo cristiano sincero quiere ser “espiritual”. Queremos ser más como
Cristo. A su vez reconocemos que nuestra vida cristiana requiere transformación,
cambio, un nuevo corazón. Lo sabemos porque es lo que pide Gálatas 2:20: Ya
no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe
del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.
Si somos creyentes sinceros, luchamos para buscar el sentido de lo que el
apóstol Pablo quería decir con “lo que ahora vivo en la carne”. Nos mirarnos
introspectivamente y nos preguntamos: ¿Qué es lo que ahora estoy viviendo o
haciendo que podría ser llamado “carnalidad”? En lugar de ir a la Biblia en
busca de definición —es decir, la lista de pecados que Dios nos dice que nos

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destruyen— lo que hacemos es inventar nuevos; cosas externas que vemos, que
hacemos, o que vemos a otros hacer. A estas, equivocadamente, las llamamos
“mundanalidad”. ¿Pero, serán mundanos? Escuchemos lo que dice Jesucristo:
¿No entendéis que todo lo de fuera [lo visible, lo que comemos, lo que
vestimos, lo que nos untamos, lo que metemos en la boca] que entra en el
hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón… Porque de
dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las
fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el
engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas
estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7:18-23).
Son tres las palabras que todo cristiano debe aplicar a su vida: “espiritualidad”
(Ro 12:11; 1 Co 2:13; 3:1:14:1), “mundanalidad” (Jn 15:19; 18:36; 1 Co 3:19; 1 Jn
3:15-17; Stg 4:4), y “carnalidad” (Gá 5:19-21; Ez 36:26; Ef 6:12; Jud 23). Las tres
afectan nuestra relación con Dios. Las tres están relacionadas. Las tres, sin
embargo, tienen distintas definiciones. De poco nos valen estas palabras a menos
que tengamos la interpretación correcta de su sentido según la Biblia.
Cuando hablamos de “mundanalidad” tenemos que entender que se trata
de un afecto o devoción a las filosofías e ideologías del mundo que nos lucen
muy atractivas y deseables —todas, sin embargo, proviniendo del diablo. La
Biblia los define como los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria
de la vida (1 Juan 3:16). Por cierto la Biblia está apuntando a los apetitos
naturales que tenemos para deleitarnos y gozarnos: cosas como el deporte, la
televisión, el cine, las últimas modas, la música y ritmos que nos gustan, la
manera de atraer la atención, el énfasis que ponemos en el dinero y en lo
material. Pero ¿hemos de condenar todas estas cosas, o debemos diferenciar
entre aquellas que Dios nos ha dado para disfrutar y aquellas que Satanás nos
ofrece en sustitución?
Cuando hablamos de “carnalidad” la definición es clara y sin ambigüedades.
Nos dice la Biblia: Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio,
fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos,
iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y
cosas semejantes a estas (Gal 5:19-21). Mientras que el “mundo” representa cosas
externas que nos apetecen, lo “carnal” se manifiesta cuando permitimos que
esos apetitos se internen y tomen fuerza en nuestras vidas. Esto sucede muy
fácilmente puesto que la Palabra de Dios nos aclara que nacemos en pecado,
estamos manchados por ese virus, y vivimos con instintos y deseos pecaminosos.

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Introducción

Por tanto, para vivir cristianamente necesitamos explicación y aclaración.


Esto es lo que pretendemos con este breve folleto, escrito por un padre y por su
hijo—ambos teólogos y predicadores. En el primer escrito Les Thompson, de
forma amena, procura mostrarnos lo que es la “mundanalidad” en su expresión
común, para entonces analizar lo que es verdaderamente mundano.
En el segundo artículo, su hijo Daniel —quien ha servido como pastor de
la Iglesia Comunidad de Cristo (Christ Community Church) en Titusville, Florida,
por 20 años—contribuye un estudio de lo que es la mundanalidad desde la
perspectiva bíblica. En los dos artículos veremos que por cierto, hay una
mundanalidad falsa que tiende a tapar la mundanalidad que en verdad es
destructiva. Pero hay una verdadera espiritualidad que todo cristiano debe
anhelar y buscar.

Los Editores

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¿Qué es mundanalidad?

Por Les Thompson


No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo (1 Jn 2:15)

E SCUCHÉ LA PALABRA “mundanalidad” por primera vez cuando, como hijo


de misionero en Cuba, oía a la gente hablar acerca de fumar, beber, de las
mujeres que usaban lápiz labial, pantalones y piadosas faldas largas. Incluso,
observaba que esa palabra siempre se aplicaba a algo que la gente hacía o
dejaba de hacer.
Algunos años después, en el norte de Colombia, dictaba una charla bíblica
acerca de la buena y la mala evangelización. Afirmé que la gente no se va al
infierno por fumar o beber. De inmediato me interrumpieron y en todo el
auditorio se levantaron las manos de las personas que pedían ser oídas. Los
dirigentes de la conferencia detuvieron la sesión y me sacaron de la plataforma
para examinar la ortodoxia de mi doctrina en privado. Cuando argumenté en
mi defensa que Charles Spurgeon fumaba puros, fui eliminado como
conferencista. Transgredí gravemente los principios muy difundidos de la
«mundanalidad».
¿Qué es exactamente la “mundanalidad”? ¿Habrá una lista de cosas que
podría hacer o decir que me hacen “mundano”? ¿Qué me dice la Biblia acerca
de este tema? Precisamente es sobre este tema que exploraremos las respuestas

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de la Biblia y de la vida. Primero quiero contarles otras tres lecciones


importantes que aprendí sobre la “mundanalidad”.

La lección de la natación
La primera lección ocurrió al principio de mi carrera misionera, cuando un
grupo de iglesias de Charleston, West Virginia, me invitó a viajar desde Cuba
para dirigir sus actividades juveniles en una conferencia familiar de verano. El
liderazgo me había enviado algunas ideas generales, suficiente como para
planificar una semana activa y emocionante. A mi llegada le entregué al líder de
la conferencia mi propuesta para el itinerario de actividades. Unas horas más
tarde me llamó a su oficina y allí me encontré frente a cinco pastores
obviamente inconformes. El líder de la conferencia se aclaró la garganta y
señaló el itinerario propuesto.
—Señor Thompson, ¿qué es esto? —preguntó—. ¿Quiere iniciar las actividades
llevando a nuestros jóvenes a una piscina?
—Así es —le contesté—. Es una buena manera para que los chicos de las
diferentes iglesias se conozcan.
—Eso significa que usted cree en el baño mixto. ¿Estoy en lo correcto? —preguntó.
—¿Qué quiere decir con “baño mixto”? —tartamudeé. Yo nunca había oído esa
expresión.
—Que hombres y mujeres se bañen juntos —respondió.
—¿Acaso es eso malo? —le pregunté sorprendido—. Siempre nos hemos
bañado y nadado juntos en Cuba.
—Si nadie se lo ha dicho, señor Thompson, sepa que usar traje de baño y
exponer la desnudez ante el sexo opuesto tiene que ser abominable a Dios. Y
puesto que, evidentemente, no tiene ni la más mínima idea de lo que es
mundano, tememos que sea usted una mala influencia para nuestros jóvenes.
Cometimos un error al invitarlo. No podemos trabajar con usted.

Regresé a Cuba un poco decepcionado y muy confundido. ¿Era yo


mundano? ¿Qué otros pecados ocultos ignoraba?

La lección del vino


Mi segunda experiencia aleccionadora fue en 1961 con una invitación de la
Asociación Evangelística Billy Graham para ayudar en una serie de cruzadas en

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¿Qué es mundanalidad?

Argentina. El equipo lo conformábamos cuatro personas: el evangelista, José


Camacho —el coordinador, Efraín Santiago (ambos de Puerto Rico); y los
músicos: el pianista Bill Fasig y yo. Lo único que sabía de Argentina era que
desde tiempos coloniales se había producido un fuerte lazo de amistad entre La
Habana y Buenos Aires. Ahora estaba a punto de aprender algo acerca de los
cristianos de ese país.
Nuestra primera noche en Buenos Aires, fuimos invitados a un banquete de
bienvenida ofrecido por los líderes de las iglesias locales con el fin de
conocernos como equipo. El comedor estaba en el segundo piso de un hotel de
impresionante estilo barroco. Al acercarnos a una mesa larga preparada para
unos cuarenta comensales, lo que vi me produjo una impresión que nunca
olvidaré. A lo largo de la mesa había ¡varias botellas de vino! “Seguramente se
equivocaron al traernos a este comedor”, pensé. Pero, no, todos entramos y
tomamos nuestros asientos. ¿Cómo era eso posible? ¡Si beber era pecado! Al
menos eso fue lo que me habían enseñado siendo joven en Cuba.
Créanme, apenas oía la oración pronunciada por la comida, no podía
apartar los ojos de las botellas de vino y parecía que ellas también me miraban.
¿Dónde estaba? ¿Qué estaba pasando? Tan pronto como dijeron “amén”, el
pastor que estaba a mi lado cortésmente descorchó una botella y se ofreció a
llenar mi vaso. De manera instintiva, puse mi mano sobre ella y, tartamudeando,
dije: “Lo siento, ¡yo no bebo!” Entonces, para aumentar mi confusión, uno de los
pastores se levantó y ofreció un brindis por Billy Graham. Hasta el día de hoy
puedo oír el tintinear de todos aquellos vasos de vino.
Observando mi reacción negativa, el pastor que estaba junto a mí, dijo:
—¿No te gusta el vino o es que piensas que beberlo es pecado?
A lo que respondí en tono de disculpa:
—Eso es lo que me enseñaron.
Con una sonrisa condescendiente, me dijo:
—Esta visita a Argentina de veras que te va a ayudar mucho.

La lección del cine


Algunos meses después de mi regreso a Cuba, y de la lección sobre
“mundanalidad” de mi colega argentino, fui invitado por la Misión Latinoamericana
para contribuir en un esfuerzo evangelístico dirigido por el Dr. William
Thompson (sin parentesco conmigo) en Ciudad de México.

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Nuestras reuniones se celebraron en la Iglesia Presbiteriana Príncipe de Paz,


de la calle Humboldt. Recuerdo que la tercera noche fue especial.
La iglesia estaba llena. El coro dirigido por Oscar Rodríguez estaba inspirado y yo
tenía buena voz. El mensaje predicado por el Dr. Thompson fue poderoso.
Cuando se extendió la invitación, una cantidad sorprendente de jóvenes pasó al
frente expresando sus ansias de salvación. Algunos acudimos a ayudarlos,
respondimos sus preguntas y oramos con ellos. Pocas veces en mi vida he
estado en una reunión donde la presencia de Dios era tan manifiesta.
Cuando todo acabó, casi una docena de jóvenes —saltando de alegría—
me rodearon. Nadie podía dejar de hablar acerca del maravilloso culto. “¡Tenemos
que celebrar!”, exclamé pensando que podíamos ir a una heladería y relajarnos
mientras recobrábamos la serenidad.
Entonces sucedió lo insólito. Alguien exclamó: “¡Sí! ¡Vayamos a un cine para
celebrar!” Inmediatamente, los demás se unieron diciendo: “¡Buena idea! Hay un
teatro bajando por esta calle”.
La alegría se me escurrió. Yo nunca había ido a un cine. Mis parientes y
amigos lo condenaban como un lugar pecaminoso. ¿Se podría celebrar las
bendiciones de Dios yendo a tal lugar? Independientemente de mis creencias, en
México un grupo de hermanos cristianos no veían nada malo en el cine.

Solución a mi enigma
Tres supuestos pecados me confrontaban: Hombres y mujeres nadando
juntos. Beber vino. E ir al cine. ¿Eran esas cosas realmente “mundanas”? ¿Cómo
podían ser malas en una región del mundo mientras que en otras no? Me senté
e hice una lista de todo lo que yo pensaba —o que me habían dicho— que era
mundano. Después de escribirlas me asaltó una idea. ¿Acaso he comparado lo
que me han enseñado que era mundanalidad con los pecados que se mencionan
en la Biblia? Así que me impuse la tarea de buscar algunas listas de pecados en
la Biblia. Pronto tuve dos muy importantes, aunque contrastantes.
La diferencia entre las dos listas fue sorprendente. Todo lo de la mía tenía
que ver con cosas externas; me parecían tontas en comparación. Las listas de
Pablo —tomadas de Gálatas, Efesios y Colosenses— claramente tenían que ver
con cosas destructivas y despreciables. Al considerarlas, no me tomó mucho
tiempo concluir que había dos tipos de pecados: el primero, que llamé “pecados
sociales”, eran aquellos inventados por gente religiosa porque les gustaba

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¿Qué es mundanalidad?

parecer más santos que los demás. A los del segundo tipo los llamé “pecados
bíblicos”, por ser enunciados de modo específico en la Biblia. Aun cuando
podría cuestionar la validez de los “pecados sociales”, no había forma de que
pudiera menospreciar o ignorar los “pecados bíblicos”.

Mi lista La lista de la Biblia


Baño mixto Inmundicia
Películas Adulterio
Bebidas Lascivia
Pintarse los labios Idolatría
Mujer que usa pantalones Hechicería
Pantalones cortos Enemistad
Mujer con pelo corto Pleitos
Barbas Celos
Hombres con melena Ira
Tatuajes Contiendas
Ver televisión Disensiones
Leer novelas seculares Herejías
Música estridente Envidias
Pantalones (jeans) acampanados Homicidios
Joyas excesivas Borracheras
Orgías
Mentiras
Amargura
Gritería
Maledicencia
Fornicación
Malicia
Avaricia
Palabras deshonestas
Necedades
Truhanería
Pasiones desordenadas
Malos deseos
Blasfemias

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¿Por qué —me preguntaba—, fumar, ir al cine, beber y otras cosas por el
estilo se tomaban tan en serio mientras que los “pecados bíblicos” como la ira,
los celos, la envidia, la calumnia, la mentira, el hurto rara vez se mencionan? Esos
pecados bíblicos —para mí—, eran mucho más dañinos que los baños mixtos,
los cigarrillos, el vino o las películas. Al mismo tiempo, reflexionaba, si en la iglesia
etiquetáramos ciertas prácticas como “pecaminosas”, ¿acaso lo serían? ¿Es posible
que en la iglesia, podamos promover una conciencia contra ciertas cosas que
no son condenadas en la Biblia de modo que, con abstenernos de ellas,
pensemos que somos más santos que los que las permiten? ¿O es que,
sustituyendo la lista de la Biblia con la nuestra, creamos una especie de falsa
“mundanalidad”?

¿Más mandamientos? ¿No basta con los que tenemos?


Nos ha sido dado un gran mandamiento: Amar a Dios con todo nuestro
corazón, con toda nuestra alma y toda nuestra mente. Y otro más, casi tan
importante como el anterior: ¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!
Para reforzar las demandas de estos dos, se nos dice: No améis al mundo, ni
las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no
está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos
de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el
mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre (1 Jn 2:15-17).
Este mandamiento esclarecedor me hizo reflexionar mucho. En realidad,
¿qué era “mundanalidad”? ¿Cómo estaba yo cayendo en ella? ¿Era algo tan sutil
que la mayoría de las veces ni siquiera nos percatamos de que caemos en ella?
¿En qué manera era mi amor por el mundo mayor que el que sentía por Dios?
Dos experiencias arribaron a mi mente de inmediato, la primera fue cuando
tenía trece años y la segunda a los veinte.

Un encuentro con Dios


Mi primera experiencia, memorable y perdurable con Dios ocurrió cuando
tenía trece años. Fue una mañana de domingo en el Tabernáculo Los Pinos Nuevos,
el principal escenario de adoración del seminario bíblico que mi padre
estableció en Placetas, el centro geográfico de Cuba. No sólo era el lugar donde
nací y me había criado, sino donde —como niño— viví mis primeras luchas
espirituales.

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¿Qué es mundanalidad?

Mis mejores amigos testificarían que yo era un niño rebelde. Alrededor de


mi decimotercero cumpleaños mi madre me llamó aparte una noche y me dijo:
“Leslie, no creo que pertenezcas a Cristo. Si así fuera, no habría modo de que
mintieras, engañaras e hicieras las terribles cosas que haces”.
Esa noche no pude dormir. Yo sabía que si no creía en Cristo como mi
Salvador no iría al cielo. Atormentado por la idea, me di cuenta de que podía
hacer algo al respecto. Tomé mi poco usada Biblia y busqué uno de los versículos
que sabía muy bien, Juan 1:12: Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en
su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Esa noche creí en Su nombre,
lo recibí como mi Salvador y reclamé su promesa de que ahora era Su hijo.
Varios meses después, un domingo por la mañana, estaba escuchando a
papá predicar. Parecía que yo era el único que estuviera en el tabernáculo y que
Dios estaba hablándome directamente, llamándome a dedicar mi vida a servir
a Dios como misionero. El llamado fue claro. Ese domingo por la mañana
respondí consagrando mi vida a Él. Allí sentí que Dios me había escogido para
ser misionero en América Latina. A partir de entonces, cuando alguien me
preguntaba qué iba a ser cuando fuera grande, le contaría confidencialmente
esta historia.

¿Qué amaba yo?


Los años pasaron. Era el verano de 1952, estaba entre mi penúltimo y
último año en Prairie Bible College. Poco me di cuenta de que estaba a punto
de experimentar mi primera gran tentación.
Will Bruce (director promocional de Prairie), me invitó a unirme como
solista a un pequeño grupo musical que recorría la costa oeste de los Estados
Unidos, para actuar principalmente en los encuentros de Juventud para Cristo
(JPC). Nuestro itinerario nos llevaría a algunos de los más importantes eventos
en la costa oriental: JPC de Seattle, Singspiration de Portland, y el programa de
Phil Kerr —los lunes por la noche—, en Pasadena. Después de actuar en varias
iglesias de la zona, en julio viajaríamos al estado de Indiana para participar en
la Convención de JPC en Winona Lake, para concluir en la Avenue Road Church
en Toronto, Canadá.
Mi primer evento memorable ocurrió en el programa musical bajo la
dirección de Phil Kerr. El Auditorio Municipal estaba lleno. Nos programaron
para tres números: un dúo vocal, un trío de trompetas y yo concluiría con un
solo. Después de cantar, la gente me sorprendió aplaudiendo fuertemente y

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pidiendo que repitiera la intervención. Canté otra canción seguida por otra
solicitud de repetición. Phil Kerr me indicó que cantara de nuevo y entoné un
tercer número. La multitud no dejaba de aplaudir. Di un paso atrás en espera de
una indicación de Phil, cuando oí que el solista principal de la noche decía:
“¡Saquen a ese chico de la plataforma o me voy de aquí!”
Lo airado de su voz me sorprendió. Suponía que los cristianos actuaban
desinteresadamente por Cristo, no para presumir. Ese verano tuve que aprender
que entre los músicos cristianos hay mucha competitividad, incluso celos. La
“vanagloria de la vida”, como lo llama el apóstol Juan, puede ser muy
contagiosa. En solo una noche me atrapó esa “enfermedad”. Ahora ansiaba los
reflectores y los aplausos que tanto complacían mi ego. Quería más de aquello,
al punto que casi no podía esperar por mi siguiente gran presentación.

Una invitación inolvidable


Esta se produjo un mes más tarde, y fue para la Avenue Road Church en
Toronto, Canadá. Esa noche la aceptación era obvia, el aplauso estruendoso.
Cuando el concierto terminó, tres ancianos de la iglesia me arrinconaron y me
pidieron que los siguiera a un salón contiguo.
Después de estrecharme la mano y explicarme quiénes eran, uno de los
hombres dijo:
—Ted Smith, nuestro director musical, acaba de dejarnos para trabajar con Billy
Graham. Hemos estado buscando un reemplazo y, después de escucharle esta
noche, acordamos que usted es la persona que necesitamos.
Me quedé sin aliento y respondí:
—Pero... no tengo ninguna experiencia.
—No se preocupe por eso, le ayudaremos.
—Gracias. Me halaga —le dije—, pero me queda un año más en la universidad.
Después de eso, podría pensar en fungir como director musical de alguna iglesia.
—Señor Thompson, necesitamos a alguien ahora mismo. Haremos lo posible
para que pueda terminar sus estudios aquí en Toronto.
—Pero...
—Su sueldo será... —y mencionó una cifra que me dejó sin aliento. Me habían
criado como hijo de misioneros, apenas podía reunir dos monedas de diez
centavos, y ahora me ofrecían lo que para mí era un tremendo sueldo.
—¿Tiene usted auto?

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¿Qué es mundanalidad?

—Sí, en el seminario tengo una camioneta Ford 1942.


—Si acepta nuestra oferta le daremos una marca Chevrolet nueva.

La cabeza me daba vueltas. El futuro se me presentaba como un cohete


gigante. Un trabajo como ese era realmente llamativo. Me establecería como
músico. Me daría fama, todo lo que quería. Pero, ¿qué pasaría con el compromiso
que había hecho con Dios para servirle como misionero cuando tenía trece
años? Instintivamente sabía que esa oferta chocaba con aquel llamado. Al
fragor del momento, dije:
—No. No veo una manera clara de aceptar su oferta.
Y me dejaron ir.

Tomé una decisión horrible


Al día siguiente viajamos hacia el oeste por la autopista Trans-Canada de
regreso a Prairie Bible College, cerca de Calgary, Alberta. Me faltaba un año más
de escuela. La oferta que acababa de rechazar, sin embargo, ardía dentro de
mí. ¿Por qué dejé que una decisión, tomada cuando tenía trece años, interfiriera
con una oportunidad tan fantástica? Después de todo, ¿qué importaba dónde
servir al Señor, si en Cuba o en Canadá? Sin duda, lo importante no era cómo o
dónde, sino servirle. Si Dios nos dio talentos, lo importante es utilizarlos donde
Él sea más glorificado. ¿En América del Sur apreciarían mi voz tanto como en los
Estados Unidos?
Había despreciado la mejor oferta que jamás se me había hecho. Me sentí
como un tonto. Era una locura pensar que una experiencia de la niñez podía ser
tan importante. Dios no le indica a la gente el trabajo de su vida cuando tiene
trece años. Decidirse por Dios lo hacen las personas maduras que saben lo que
están haciendo. A los trece años, las emociones de uno lo pueden engañar y
darle mala dirección. Llegué a la conclusión de que la idea de que Dios me
había llamado era imaginación mía. Así que, mientras en el auto nos dirigíamos
al oeste, me hice una promesa: Aceptaría cualquier buena oferta que me
permitiera avanzar en mi carrera.

Una amarga experiencia


El mandamiento de Dios —amarlo más que al mundo— no vino a mi
mente en ese preciso momento; vendría más tarde y con mucha agonía. Ahora,

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D r. L e s T h o m p s o n

lo más importante para mí era mi carrera de cantante.


Poco después de llegar al seminario Bob Snyder, director musical de la
escuela, me llamó y me pidió que cantara en una reunión de estudiantes. Acepté
con mucho gusto. Escogería mi mejor canción y sorprendería a los estudiantes y
al personal. Irónicamente, escogí Mi ayer, por A.H. Ackley, una canción cuyas
palabras me censurarían, aunque más tarde serían mi salvación.
Así que fui a un salón de prácticas con mi acompañante para ensayar la
canción. Él ejecutó un hermoso preludio y abrí mi boca para cantar. Pero, ¡no
salió nada! Me aclaré la garganta y le pedí que repitiera el preludio. Una vez
más, ¡no salió nada! Lo intentamos varias veces, hasta que al fin tuve que
rendirme. Mi voz se había ido, no podía cantar.
Yo no estaba resfriado. Ni tenía dolor de garganta. Podía hablar, pero no
cantar. ¿Por qué? Después de unos días comencé a sospechar. ¿Sería Dios? Dado
que Él es quien nos da los talentos, ¿no podría también llevárselos? ¿Me estaría
pasando eso a mí porque estaba tratando de negar la experiencia que tuve con
Dios, cuando tenía trece años? Claro, yo le había hecho una promesa, pero ¿acaso
era tan válida? Aunque versículos como: “el Señor al que ama, disciplina, y azota
a todo el que recibe por hijo” vinieron a mi mente, pero los puse a un lado. ¿Por
qué me molesta Dios? Para servirle ¿tendría que renunciar a una
carrera como cantante y convertirme en misionero?
Batallé durante tres meses. Por esos tres meses no pude cantar. Por tres
meses, me avergüenza decirlo, luché contra Dios. Dejé de orar, dejé de leer la
Biblia, excepto lo que necesitaba para completar los cursos requeridos en el
seminario. Y cuanto más luchaba, más miserable me sentía. Al fin, una mañana
dominical acabó la lucha. Solo en mi habitación, caí de rodillas y le supliqué a
Dios que me perdonara. No me importó si alguna vez cantaba de nuevo. No me
importó si quería ser misionero. Yo quería paz. Quería el gozo que desde los
trece años había disfrutado con Él.
¡Cuán rápido perdona Dios! Me ocurrió como al hijo pródigo: sentí su abrazo
amoroso, sentí su aceptación completa, sentí el gozo del perdón total. Participaba
del banquete de un amor restaurado. La lucha desapareció y en mi mente
escuché el eco de aquella canción que por tres meses había tratado de cantar:
Mi pasado, tan oscuro y vergonzante,
Jesús lo perdonó. Oh gloria a Dios,
limpió mis penas, me dio gozo y paz,
Mi triste ayer todo cubrió en la cruz.

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¿Qué es mundanalidad?

De pronto me di cuenta de que era más que un eco. ¡Estaba cantando! ¡Dios
me había restaurado completamente! Canté, reí, y lloré de gozo. Estaba libre
nuevamente.

Lecciones aprendidas
Cincuenta y ocho años han pasado desde aquella experiencia desafiante. Ya
estoy en la tercera edad. Por supuesto, tengo muchas historias de grandes
bendiciones recibidas en mi trabajo misionero a través de América Latina, pero
con la ventaja especial de la perspectiva del tiempo transcurrido. Cuando tenía
veinte años no entendía completamente el significado de mi lucha espiritual.
Más tarde, cuando predicaba una serie de sermones en 1 Juan 2:15-17,
comprendí mejor lo que había ocurrido. Mi “mundanalidad” tenía poco que ver
con cosas como fumar, bañarse ambos sexos juntos, el vino y las películas; cosas
que eran simples pruebas de lo que estaba ocurriendo en el corazón. Mi
mundanalidad —y la de los demás—, tenía que ver con lo que salía de mis
deseos interiores. Como dijo Jesús: Nada hay fuera del hombre que entre en él
(cosas externas como baños mixtos, vino, el cine, y todos esos pecados inventados)
que le pueda contaminar; pero lo que sale de él (de su corazón) eso es lo que
contamina al hombre (Mr 7:15). Lo que yo quería hacer con mi vida, en lugar de
lo que Dios pedía, eso era mi mundanalidad.
Ahora puedo ver, mejor que nunca, que muchos de esos deseos sutiles de
la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida erosionaron mi amor
por Dios. He aprendido que la “mundanalidad” tiene mucho más que ver con
Dios que con el mundo. En esencia, es todo aquello que se interpone entre Dios
y yo —lo que amo, lo que quiero en este mundo que me separa de Dios.
No sé cuántas veces le he agradecido a Dios por esa lección de “amor” en
mi último año de mis estudios universitarios. A través de aquella extraña
experiencia en la que perdí la voz, Él me condujo amorosamente a servir sus
maravillosos propósitos en todo el mundo hispano.
Créanme, nuestras opciones son reales y tienen consecuencias, pero los
buenos y eternos propósitos de Dios siempre prevalecerán sobre las decisiones
que tomemos. Puesto que Dios es soberano, nuestras decisiones no pueden
arruinar Sus planes —lo que nos haría más poderosos que el propio Dios. Por
la misma razón, no podemos ganarnos las bendiciones especiales de Dios por
el hecho de que tomemos decisiones correctas —eso transformaría la gracia en
una simple transacción de negocios.

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D r. L e s T h o m p s o n

Además, la Biblia no nos dice que descifremos los planes secretos de Dios
para nuestras vidas de modo que evitemos las malas decisiones, ni que cuando
las tomemos perderemos sus bendiciones (Jacob nos sirve de ejemplo). Los
planes de Dios no pueden ser malogrados. Él simplemente prevalece de forma
amorosa y maravillosa —en cada uno y a través de diversas maneras— sobre
nuestras debilidades y tentaciones.
Cuando reflexiono sobre mi vida, me maravilla el hecho de que a pesar de
lo que luché por amar a Dios —y la constante pugna del mundo por cautivarme
con tantas cosas que no son de Él— haya decidido cubrirme con incontables
bendiciones. Él me ha apoyado en todas mis batallas. Él ha despertado en mí un
creciente amor por Cristo. Y, a pesar de mi corazón pecador y mis modales, en
todo mi peregrinaje —desde lo más extremo de América del Sur hasta la ciudad
más norteña de México— Dios decidió bendecir a ese indigno chico de Cuba.

Nota: los interesados en escuchar a Thompson cantar podrán visitar logoi.org.

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Necesitamos un nuevo esquema mental

Por Daniel Thompson


(Traducción por Raúl Lavinz)

Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis
vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro
culto racional. Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la
renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios:
lo que es bueno, aceptable y perfecto (Romanos 12:1-2).

H ISTÓRICAMENTE, los cristianos han declarado que tienen tres enemigos


fundamentales: el mundo, la carne y el diablo. Sabemos qué quiere decir
que el “diablo” es nuestro enemigo: él es el acusador de los hermanos, es el
tentador, es el engañador, es un mentiroso. Como dicen las Escrituras, No
ignoramos sus ardides… (2 Co 2:11).
También sabemos lo que significa decir que la “carne” es nuestra enemiga.
El apóstol Pablo lo describe muy bien: Porque el querer está presente en mí, pero
el hacer el bien, no. Pues no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero,
eso practico (Ro 7:18-19). Bien sea que opines que Pablo está describiendo su ex-
periencia de pre-conversión en Romanos 7, o estés de acuerdo en que él está ha-
blando acerca de una persona realmente salva, probablemente encontrarás en
las palabras de Pablo una buena descripción de tu experiencia actual como cris-
tiano. ¡Nosotros mismos somos, a veces, nuestro propio y peor enemigo! Lu-
chamos con deseos y actitudes pecaminosas.
Pero ¿qué significa decir que el mundo es un enemigo de nuestras almas?
El “mundo” mencionado en Romanos 12:1-2 no quiere decir el planeta tierra,
por ejemplo, Salmo 24 nos dice: Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella…,
o el Salmo 19:1 que declara: Los cielos proclaman la gloria de Dios.

23
Daniel Thompson

En otras palabras, el pensamiento cristiano no nos enseña a ver el mundo físico,


material, que nos rodea como malo en sí mismo. Este mundo es creación de
Dios, aunque la tierra no es lo que una vez fue—el pecado acarreó una
maldición sobre la tierra lo cual ha distorsionado la creación—a pesar de ello,
el mundo material en sí mismo no es malo.
El mundo mencionado en Romanos 12:1-2 tampoco es el mundo de Juan
3:16. Porque de tal manera amó Dios al mundo…para que todo aquel que cree
en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. El “mundo” que Dios amó está clarificado
en esta oración por las palabras “todo aquel que cree”. Se está refiriendo al
mundo de personas—seres humanos perdidos, pecaminosos, caídos, quienes
por naturaleza están alienados de Dios, bajo condenación y sin esperanza, a
menos que Dios les tienda la mano en misericordia. A ese “mundo” Dios envió a
Su Hijo para ser el Redentor, y ahora Dios ha ordenado a los cristianos que amen
al mundo así como Dios lo amó—para llevar el evangelio al mundo porque sólo
el mensaje de la Gracia de Dios en Jesucristo, con el poder del Espíritu Santo en
las vidas de los pecadores, puede reconciliar a las personas con Dios.
Cuando Pablo escribe a los Romanos: Y no os adaptéis a este mundo lo quiere
decir lo podemos interpretar con las palabras de 1 Juan 2:15-17: No améis al
mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del
Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la
pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios
permanece para siempre.1 Tanto Pablo como Juan explican lo que quieren decir
por “mundo” y nos dan una descripción de patrones pecaminosos específicos.

Veámoslo con más detalle:


1. Pasiones de la carne. “Mundo” se puede traducir también como “apetitos
de la carne”. Cuando apeteces algo, literalmente tienes un deseo desmesurado
por algo, es un deseo en exceso. Aquellas cosas que apetecemos no son
necesariamente pecaminosas o malas en sí mismas. Se convierten en
pecaminosas cuando deseamos algo bueno en una forma equivocada. Por
ejemplo: todos nosotros deseamos comida cuando tenemos hambre. Dios
nos hizo de tal manera que necesitáramos y disfrutáramos de la comida. El
nos dio paladar para que pudiéramos deleitarnos con los buenos sabores
1
La cita bíblica 1 Juan 2:15-17 es traducida en la versión RVR1960 así: No améis al mundo, ni las cosas que están
en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los de-
seos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre sino del mundo. Y el mundo
pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. La versión de la Biblia en inglés,
usada en el artículo original es THE ENGLISH STANDARD VERSION (La Versión Oficial Inglesa), de donde el v.16 se
puede traducir literalmente: Porque todo lo que está en el mundo—los deseos de la carne, y los deseos de los ojos,
y el orgullo en las posesiones—no es del Padre sino del mundo.
24
Necesitamos un nuevo esquema mental

que El creó para nuestro disfrute. Sin embargo, el pecado distorsiona ese
deseo natural y lo transforma en una pasión impulsiva. Se convierte en
glotonería y en un deseo insaciable de experiencias palatinas exquisitas o
una cantidad excesiva de comida. El vino es descrito en la Biblia como un
don de Dios, algo para deleitar el corazón. Sin embargo, la borrachera es
un excesivo deleite en el vino. El sexo es bueno, y correcto, y glorifica a Dios
cuando se disfruta en el contexto de un compromiso matrimonial entre un
hombre y una mujer. Se convierte en una “pasión de la carne” cuando el
apetito por el sexo llega a ser una pasión impulsiva que conduce a
relaciones sexuales fuera del matrimonio, o se vuelve hacia la pornografía
para satisfacer los deseos sexuales. Dios nos hizo para desear el amor y la
aceptación de parte de otras personas. Sin embargo, hasta este deseo
natural puede convertirse en una “pasión” cuando somos impulsados por
una necesidad de aprobación, de parte de otros, que conduce al temor
(“¿Cómo podré vivir sin la aprobación de esta persona?”), o a las mentiras
(“Si le digo la verdad acerca de lo que he hecho ella me rechazará, así que
tengo que tapar la verdad con mentiras”).
2. Pasiones de los ojos. Significa un deseo desmesurado por las cosas que
ves—deseos codiciosos: “Quiero los inventos más nuevos, un auto
reluciente, una casa magnífica, aun si no lo puedo pagar o no lo necesito.
Quiero la maravilla tecnológica más reciente, la más grande. Necesito lo
último en moda de vestir. ¡Tengo que poseer lo que todos los demás están
comprando!”
3. Arrogancia de la vida2 [Orgullo en las Posesiones] quiere decir el fundamentar
tu sentido de realización, y/o seguridad, en los bienes que posees: tu casa,
tus ganancias líquidas, tus logros, tu reputación.

“El mundo” que no debemos amar (en 1 Juan 2) significa el esquema mental,
o manera de pensar, del hombre caído, tal como se encuentra expresado en la
pecaminosa cultura humana la cual está caracterizada por estos apetitos o
deseos desmesurados. Pablo expresa lo mismo en Romanos 12:2: No sean
moldeados por los deseos pecaminosos de este mundo caído o por la cultura caída
que los rodea. Literalmente está diciendo, “Y no os adaptéis a ‘este mundo’”.
Se trata del ‘espíritu de este siglo’ o la ‘manera de pensar de nuestro tiempo
y lugar’.

2
Ver nota 1.
25
Daniel Thompson

Este mismo tipo de admonición se encuentra en el Antiguo Testamento


cuando Dios advirtió a su pueblo: Oíd la palabra que el SEÑOR os habla, oh casa
de Israel. Así dice el SEÑOR: El camino de las naciones no aprendáis, ni de las
señales de los cielos os aterroricéis, aunque las naciones les tengan terror.
Porque las costumbres de los pueblos son vanidad (Jer 10:1-3). Dios advirtió a su
pueblo contra el hecho de que absorbieran la forma de pensar de las
culturas a su alrededor.

¿Cuál es el problema con esta exhortación?


Hay dos problemas que inmediatamente vienen a la mente:
1. El “mundo” (el espíritu del siglo, la cosmovisión de nuestra cultura) nos
rodea por completo. No podemos escapar de él. Es como el aire que se
respira, generalmente no ves el aire a menos que esté verdaderamente
sucio. Simplemente lo aspiras.
Se puede afirmar con seguridad que ninguna época, ninguna cultura,
ninguna civilización en la historia humana ha tenido jamás tal
capacidad para moldear las vidas de sus miembros como la tiene
nuestra cultura. Piense en un granjero pobre y su familia viviendo en
México en los 1700’s. Su pensamiento estaba moldeado por sus
padres, sus parientes, otras personas de su aldea y su iglesia. El no
sabía lo que pasaba en Europa o en la China. No sabía qué estaba
comprando la gente, o qué estaban usando como las últimas tendencias
en París. La influencia de su pensamiento estaba limitada a las ideas
y opiniones de quienes le rodeaban.
¡Nosotros vivimos en un mundo muy distinto! La Televisión, con
sus programas de noticias las 24 horas, trae los sucesos del día y de
todo el mundo, a su casa. Tenemos el Internet con su asombrosa
abundancia de información. Tenemos teléfonos celulares y la mensa-
jería instantánea, así como los I-phones (o teléfonos inteligentes),
revistas, libros, y así sucesivamente. Todos los días somos bombardeados
con ideas. El mundo a nuestro alrededor tiene una capacidad
asombrosa para moldear nuestras vidas. No lo podemos evitar ni en la
privacidad de nuestros hogares. ¡El mundo entra a través de las “ondas
de radio” y las redes de TV por cable!
2. Sin embargo, el segundo problema para vivir en base a la

26
Necesitamos un nuevo esquema mental

advertencia de Romanos 12:2 —no os adaptéis a este mundo— es:


Somos conformistas por naturaleza. ¡Este es el corazón del problema!
Siempre nos adaptaremos a algo. Buscaremos la aprobación de
alguien. Iremos tras la aceptación de aquellos cuyas opiniones son de
mucha importancia para nosotros. Si no es Dios, alguien o algún
grupo llenará el vacío. Los seres humanos son por naturaleza
conformistas. ¡Hemos nacido con esta propensión!

Buscamos la aprobación de la gente


Queremos ser aceptados y aprendemos que cierto tipo de comportamientos
nos hacen ganar esa aprobación y aceptación. En gran medida aprendemos a
hablar, a caminar y a vestirnos como la gente cuyas opiniones valoramos.
Visite alguna escuela secundaria y observe la forma en que los estudiantes
se segregan en diferentes grupos: Corredores de tabla, jugadores de fútbol,
miembros de la banda —todos tienen un estilo de vestir y una forma de hablar
que le permite a las personas que son parte del grupo mezclarse. Quizá la regla
más importante que aprende un muchacho en la escuela secundaria es “No seas
llamativo, mézclate con la multitud”.
Había ido de pesca a Cabo Cañaveral, allá por el mes de octubre, cuando
los bancos de salmonetes estaban migrando hacia el sur. Un banco de unos
1.000 peces se acercaba nadando cuando un enorme pez Tarpón atacó al
cardumen y dispersó a los peces por todos lados. Tomé un salmonete vivo, lo
enganché en mi línea y lo lancé a uno de esos bancos como carnada. Ahora
bien, había 1.001 peces en ese banco, y ¿a cuál de ellos crees que atacó el
Tarpón? Teniendo para escoger entre 1.001 peces, se tragó al que llamaba la
atención entre la multitud—al que tenía el anzuelo—no se había mezclado
con los demás y se convirtió en el blanco.
Las personas no son muy distintas. La persona que es escogida y aislada
del grupo es aquella que no se mezcla, la que llama la atención por ser
diferente. Muy temprano en la vida aprendemos a hacer lo que sea necesario
para no llamar la atención. Nos vestimos como se visten las otras personas del
grupo del cual queremos formar parte. Hablamos como habla el grupo.
Empezamos a pensar como piensa el grupo. Nos “adaptamos” al mundo que
nos rodea. Y, probablemente lo hacemos sin pensarlo. El mundo nos da forma
dentro de su molde desde muy temprano en la vida.

27
Daniel Thompson

¿Cómo hacemos para impedir adaptarnos a este mundo?


Hemos visto lo que significa “este mundo”. Hemos aprendido lo que
significa “adaptarse a este mundo”. Entendemos que lo que Pablo está diciendo
es que no debemos ser moldeados por el esquema mental de la cultura que nos
rodea. Ahora, ¿cómo impedimos esa tendencia? A lo mejor podemos
empezar a ver algunas verdades sobre nosotros mismos terminando la siguiente
declaración: Yo soy más mundano —más adaptado a la forma de pensar de la
cultura a mi alrededor— cuando:
Indique la terminación apropiada a las siguientes oraciones:
1. Yo soy más mundano cuando…
2. En mi familia somos más mundanos cuando…
3. En nuestra iglesia somos más mundanos cuando…
Veamos a cada una de estas respuestas con más detalle:

Nuestra mundanalidad
Individualmente: Yo soy más mundano —más adaptado a la forma de pensar
de la cultura a mi alrededor— cuando mi corazón está moldeado por las
mismas añoranzas y deseos para la vida, así como por las mismas suposiciones
sobre todo lo que tiene que ver con la vida, al igual que cualquier no cristiano
en nuestra cultura.
Un ejemplo. Cuando estaba en la secundaria, pensando en el futuro y en lo
que haría con mi vida, esta era la forma en que pensaba: “Iré a la universidad y
obtendré un título que me permita conseguir un buen empleo. Necesito un
empleo que me provea suficiente dinero para casarme y comprar una casa. Me
compraré un buen auto. Tendremos hijos. Disfrutaremos de la vida. Saldremos
de vacaciones. Viajaremos para ver al mundo. Cuando envejezca me jubilaré y
disfrutaré mis últimos años en paz y comodidad sin tener que trabajar. Mi salud
durará, mis ingresos aumentarán año tras año, mis inversiones aumentarán de
valor continuamente, mi matrimonio será ‘feliz por siempre’”.
Recuerdo haberme sentado en una ceremonia de graduación de la escuela
secundaria y estar escuchando al orador dar un discurso acerca de “Seis Cosas
que hacer para tener éxito en la vida”. No recuerdo cuáles eran las cosas 1 a 5,
pero recuerdo la número 6. El dijo, “Y por último, no dejen a Dios fuera de

28
Necesitamos un nuevo esquema mental

sus vidas”.
¿Qué les parece? ¿Es ese un buen consejo para dárselo a los graduandos?
En esencia él estaba diciendo, “Con todas las otras cosas importantes que hagas
en la vida, asegúrate que Dios sea parte de esta combinación”. Lo que yo entendí
con esta implicación era que una de las cosas que se necesita para tener una
buena vida es sólo un poco de iglesia, solo un poco de religión, sólo un poco de
Dios. Para ser una persona equilibrada se necesita que Dios sea uno de los rayos
de la rueda de la vida, pero Él no necesita ser el centro de organización
de ella.
¿Qué les parece? Yo soy más mundano cuando caigo dentro de toda esta
manera de pensar —que Dios es sólo uno de los rayos de la rueda de mi vida y
no es el centro de organización de ella. Yo soy el que permanezco en el centro
de mi vida. Mis deseos, mis metas, mis expectativas, mis propósitos son lo que
me motivan y sólo añado un poquito de Dios para que todo luzca bien.
Cuando estudiaba en el Instituto Bíblico Moody en los años 70’s, “mundanalidad”
significaba escuchar Rock & Roll, usar “jeans” boca de campana, fumar, beber
alcohol, ir al cine, y dejarse crecer el cabello y la barba (dos cosas que nunca
coincidieron para mi, puesto que cuando podía dejarme crecer la barba, ¡el
cabello largo significaba tener que peinarme). Mientras definiera mundanalidad
en términos de un conjunto de reglas mantenidas por una gran cantidad de
Cristianos Evangélicos al mismo tiempo, yo era capaz de pensar acerca de mí
mismo como alguien que guardaba el mandato de Dios: no os adaptéis a este
mundo. Como yo no hacía las cosas mencionadas en las líneas arriba,
entonces no era mundano.
¡Pasó un tiempo largo para que me diera cuenta de cuán adaptado estaba
realmente a los patrones de la cultura estadounidense! Cuando hago de mí
mismo, de mis deseos, de mi comodidad, y de mi seguridad el centro alrededor
del cual giran todas las cosas en la vida; cuando Dios es solamente uno de los
rayos de la rueda de mi existencia, estoy adaptado al mundo que me rodea. ¡La
realidad es que ¡así es como piensa nuestra cultura!

Claras indicaciones de que soy mundano:


Cuando encuentro mi sentido de seguridad en mis “ganancias netas”.
En una época, mi esposa y yo teníamos un portafolio de acciones muy
bueno que tenía bastante valor. Recuerdo que pensé, y lo dije, que eran sólo

29
Daniel Thompson

papeles y que mi sentido de seguridad no estaba ligado al valor de dichas


acciones. Entonces ocurrió la quiebra de la bolsa de valores y me dí cuenta de
cuán ligada estaba mi seguridad a lo que pensaba que tenía. Sin embargo, dije,
al menos tenemos nuestra casa y los bienes raíces mantendrán su valor y
siguen siendo una buena y segura inversión. Entonces ocurrió la quiebra de los
bienes raíces.
Cuando mi felicidad y mi sentido de seguridad está ligado a mis posesiones, yo
estoy adaptado a la forma de pensar de este siglo – Soy “mundano”. Eso es en lo que
la gente en nuestra cultura confía para su seguridad, comodidad y felicidad.
Cuando defino el éxito en mi vida en los mismos términos que usa el mundo
yo soy mundano.
Para el mundo lo que importa es la fama, los ingresos, la reputación, y los
logros personales. Ellos no piensan del éxito en términos de fidelidad al llamado
de Dios en la vida, sino que se han adaptado al mundo que los rodea. Cuando
yo uso el mismo criterio, ¡yo soy mundano!
Cuando mi sentido de ser aceptado por Dios está basado en mis propios
esfuerzos por ser digno, por ser aceptable ante Dios, por ser justo, yo estoy
adaptado a este mundo. Lo común en casi todas las religiones en el mundo es
una confianza en los esfuerzos humanos para la salvación, en vez de una
dependencia en la gracia de Dios.
Los fariseos de la época de Jesús nunca hubieran pensado de sí mismos
como mundanos. ¡Ellos pensaban que eran piadosos! Se esforzaban mucho para
ser santos. Diezmaban meticulosamente. Estudiaban las Escrituras. Ayunaban.
Oraban. Sin embargo, Jesucristo los condenó porque su confianza para su
aceptación ante Dios estaba en ellos mismos y su propia bondad moral. No po-
dían ver cuán desesperadamente necesitaban un Salvador.
El Cristianismo bíblico pregona que nunca puedes hacerte acreedor a la
gracia de Dios. No puedes pagar la gracia. No es una transacción de negocio. No
puedes comprarla con todos tus esfuerzos. Solo la puedes recibir como un regalo.
Sin embargo, cuando yo olvido eso y baso mi sentido de ser aceptable ante Dios
en mis propios esfuerzos para vivir una vida moral, piadosa, me estoy adaptando
a este mundo. Estoy comportándome y pensando como todos los demás que
tratan de ganarse su camino al cielo mediante esfuerzos propios en vez de
depender en la justicia de Jesucristo solo.
Y, ¿qué acerca de TÍ? ¿Cómo terminarías esa oración? “Estoy más adaptado
al mundo cuando yo…”

30
Necesitamos un nuevo esquema mental

La mundanalidad en nuestras familias


¿Qué diría la mayor parte de la gente en tu ciudad si les preguntaras: “Cómo
puedo saber si he sido un buen padre para mis hijos?” Pienso que la respuesta
sonaría algo así como: Los buenos padres invierten sus vidas en asegurarse de
que sus hijos salgan adelante. Se mantienen involucrados con ellos. Se aseguran
que sus hijos saquen buenas notas. Desean que entren a la universidad, se
gradúen con un buen título y consigan un empleo bien remunerado. Esa es la
meta de la crianza –¡asegurarte que tus hijos sean exitosos en el mundo! Así que:
• Consígueles la mejor preparación disponible.
• Consígueles las mejores ayudas disponibles. Paga para que los
preparen para la Prueba de Aptitud Académica.
• Consígueles profesores privados si tienen problemas con alguna
materia.
• Asegúrate de que tengan buena presencia y estén bien vestidos.
• Asegúrate que no llamen la atención entre la multitud.
No tengo nada en contra de darles a mis hijos las mejores ventajas para el
futuro. Sin embargo también estoy consciente de que ellos van a morir al final
y se presentarán ante Dios. Allí todo lo que hayan logrado en la vida será
insignificante —de hecho, será perjudicial— ¡si les impido la búsqueda de Dios!
El apóstol Juan dijo: No tengo mayor gozo que éste: oír que mis hijos andan en
la verdad (3 Jn 4).
¡También lucho con todo esto! No les he enseñado las Escrituras
consistentemente a mis hijos. Me he preocupado más de sus éxitos académicos
que de cuán bien conozcan la Biblia. He permitido que todo tipo de cosas
buenas e importantes desplacen lo que es más importante. Sin embargo, ¿de
qué sirve si ellos ganan todo el mundo y pierden sus propias almas?
Somos mundanos como familia, cuando adoptamos el esquema mental
de la cultura que nos rodea y dejamos que el mismo sea el que defina las metas
y prioridades de la crianza de nuestros hijos.

La mundanalidad en nuestras iglesias


¿Cuándo somos mundanos en nuestra iglesia? ¿Cuándo y de qué manera
nos adaptados a la manera de pensar de la cultura que nos rodea? Permítanme
compartir con ustedes varios pensamientos que no están en ningún orden

31
Daniel Thompson

particular de importancia:
Somos mundanos cuando solo queremos estar entretenidos en vez de tener
que pensar. El entretenimiento es una industria enorme en nuestra cultura y
también ha moldeado a la iglesia. Un amigo me dijo hace un rato, “Quiero ir a
aquella iglesia porque ellos cantan muchas alabanzas”. Yo sabía lo que él quería
decir, que ellos tenían buena música y movida. Entonces le pregunté, “¿Y la
predicación?”. El dijo, “Está bien, ¡pero el grupo de alabanza es asombroso!”
El escritor Os Guinness declaró: “Si la carta a los Romanos hubiera sido
dirigida a una iglesia moderna, sin duda alguna hubiera sido rechazada por ser
muy complicada y demasiado intelectual”3 No deseamos tener que pensar.
Queremos que el mensaje se mantenga simple. Queremos que el servicio de
adoración nos mantenga entretenidos. Queremos sentirnos bien y divertirnos.
Cuando en la iglesia convertimos el evangelio y la predicación en un asunto
secundario y la música (o cualquier otra cosa) en lo primario, somos mundanos.
¡Hemos sustituido las prioridades de Dios por las del mundo!
También somos mundanos cuando la iglesia trata de cambiar la sociedad
usando tácticas de poder (por ejemplo la acción política), más que confiar en
que el Espíritu de Dios cambie a la gente a través de Su Palabra. Eso es lo que
piensa cualquier grupo de interés o de acción política en nuestros países: “Si
podemos colocar a nuestro candidato cristiano en el Palacio de Gobierno,
cambiaremos al país y haremos que las cosas se muevan en la dirección correcta
—es decir, la dirección en que pensamos que debieran marchar”.
Somos mundanos como iglesia cuando confiamos en métodos humanos
para edificar la iglesia. Si vas a cualquier librería en un Centro Comercial
encontrarás toda clase de manuales del tipo “Cómo-hacerlo” que tratan sobre
todos los temas desde reparaciones de autos hasta dirigir un negocio, o tener
un buen matrimonio, o perder peso sin hacer esfuerzo. En cinco fáciles lecciones,
siguiendo los pasos prescritos por el autor, tú también puedes tener éxito.
Nuestra cultura conjetura que el éxito es el resultado de usar las técnicas
correctas, sea en los negocios, en la crianza de los hijos, en el matrimonio o en la
reparación de los carros. Los pragmáticos estadounidenses, por ejemplo, creen
con todo el corazón que los métodos correctos garantizan el éxito. Aun cuando
hayan intentado varios métodos para perder peso en el pasado, o abrazado el
último grito de la moda para organizar sus negocios, encontrando que los
resultados han sido menos que revolucionarios, todavía creen que el éxito es
sólo uno más de los libros sobre “cómo-hacerlo”. Citando nuevamente a Os

3
El Archivo del Sepulturero: Documentos sobre la subversión de la Iglesia Moderna.

32
Necesitamos un nuevo esquema mental

Guinness: “La sabiduría ha sido reducida a saber cómo hacer las cosas…y un
largo aprendizaje bajo un maestro experimentado se ha reducido a un ¡divertido
seminario de fin de semana con un experto!”4
La iglesia está justo allá arriba, con todas las demás organizaciones de
nuestra cultura, atrapada en toda esta manera de pensar. Las librerías cristianas
ofrecen toda clase de libros del tipo “cómo-hacerlo” que presentan métodos para
edificar una iglesia exitosa y floreciente. Nosotros los pastores devoramos los
últimos y más novedosos métodos ofrecidos por los expertos, esperanzados en
encontrar finalmente el método adecuado, la técnica correcta que producirá
resultados. Si no estamos creciendo como creemos que deberíamos estarlo sólo
necesitamos encontrar el método correcto.
Cuando la iglesia empezó a crecer rápidamente en Jerusalén, en los días
posteriores a Pentecostés, las demandas sobre los apóstoles eran demasiadas y
ellos pidieron a la iglesia que designara diáconos para ayudar, de manera que
ellos pudieran dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra. ¿Qué les parece
eso como estrategia de crecimiento: oración y fidelidad en la predicación de la
Palabra de Dios?
Como iglesia somos más como el mundo cuando confiamos en nuestros
métodos más que confiar en Dios. Somos más como el mundo cuando definimos
el éxito en términos de tamaño, ingresos o popularidad, basándonos en la
asistencia, en vez de definir el éxito en términos de la fidelidad a la tarea a la
que Dios nos ha llamado —la fiel proclamación del Evangelio.
Somos mundanos como iglesia, cuando queremos ser populares, que se
piense bien de nosotros y ser alabados por el mundo por hacer buenas obras
para la comunidad más que preocuparnos acerca del evangelio. Para el mundo,
la alabanza de los hombres es lo más importante —es la forma como se coloca
uno a la cabeza, la forma de saber que estás siendo exitoso en lo que sea que
estés haciendo.
El humanitarismo es un gran tema en nuestra cultura actual. A los
estudiantes de la secundaria y de las universidades se les requiere con
frecuencia que realicen algunas horas de servicio comunitario. Es honroso y
bueno devolverle algo a la comunidad, servir a los pobres, ayudar en un
proyecto para construir casas o alimentar a los indigentes. No estoy diciendo
que los cristianos no deban servir a la comunidad en estas maneras. Sin
embargo, el llamado primordial de la iglesia es a proclamar el Evangelio. Dios
nos ha llamado para hacer algo que el segmento no cristiano de la sociedad no

4
Ibíd.

33
Daniel Thompson

puede hacer —promover a Cristo. Hay, sin embargo, una tendencia en la


iglesia para que su agenda se defina en términos de satisfacer las necesidades
sociales: alimentar a los pobres, luchar por la justicia social, cambiar la sociedad
haciendo cosas buenas. Las iglesias que hacen bastante para satisfacer estos tipos
de necesidades van a recibir alabanza de los gobiernos citadinos, escuelas y otras
instituciones. Pero, si definimos la agenda de la iglesia en términos de lo que
traerá afirmación y aprobación de parte de la cultura que nos rodea, en lugar de
definirla por lo que Dios, en la Biblia, nos ha llamado a hacer, somos mundanos.
Estamos buscando más la alabanza de los hombres que la de Dios. El mundo no
nos alabará por predicar el evangelio y buscar la conversión de los perdidos.
Pero, ¿la aprobación de quién queremos más?
Hemos de hacer lo mejor que podamos para tener una buena reputación de
parte de aquellos de fuera de la iglesia. Sin embargo, la cultura que nos rodea
no es la que define lo que es el éxito para la iglesia ni tampoco establece nuestra
agenda. Cuando lo hace, nos estamos adaptando a la forma de pensar de la cultura.

Conclusión
Como cristianos vivimos en una tensión en la que intencionalmente nos ha
colocado Dios: hemos de estar en el mundo, pero no ser del mundo (1 Juan 2:15-17).
Tenemos que amar al mundo en el sentido de anhelar ver que la gente
encuentre libertad de la condenación y esclavitud al pecado a través de la
gracia de Dios en Cristo. Hemos de proclamarles el mensaje de la gracia que Dios
nos ha confiado. Por otra parte, no hemos de amar al mundo en términos de ser
moldeados por sus valores, prioridades, suposiciones, métodos, aspiraciones,
expectativas, temores, o pensamientos — “en el mundo, pero no del mundo”.
En Romanos 13 Pablo nos hace un llamado a ser buenos ciudadanos, sin
embargo él también asume que nosotros somos extraños y forasteros en el mundo
(Efesios 2). “Somos peregrinos.” Este mundo “no es nuestro hogar”.
Entonces, ¿cómo evitamos el ser “adaptados” a este mundo? Considera
nuevamente lo que dice Pablo en Romanos 12:1: Por consiguiente, hermanos, os
ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como
sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional.
Al decir “por las misericordias de Dios” Pablo se refiere a todo lo que ha dicho
hasta ahora en su carta a los Romanos. Incluye el contenido de los capítulos uno
al once acerca de la forma en que Dios obra en nuestras vidas. No está hablando

34
Necesitamos un nuevo esquema mental

solamente de esa misericordia que Dios te mostró en algún punto en el pasado,


cuando te trajo a la fe en Cristo y perdonó tus pecados. El está hablando acerca
de la realidad actual de tu unión con Cristo. Tú vives ahora bajo la misericordia
de Dios. Dios tiene compasión por la miseria que el pecado causa en tu vida hoy,
y está obrando por Su Espíritu para aliviar esa miseria. Él te está liberando del
poder controlador del pecado en tu vida (eso se encuentra en Romanos 6-8).
Además, sus misericordias tienen una dimensión futura (véalo en la segunda
mitad de Romanos 8). El te librará de todo lo que el pecado causa para distor-
sionar tu vida. Él te está llevando a un mundo que está completamente libre de
todo pecado.
“Presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios”
significa dar no sólo parte de ti a Dios, sino darle tu ser completo. El pecado se
manifiesta a sí mismo en tu cuerpo (Ro 6). Por eso Pablo nos dice: “no presenten
los miembros de sus cuerpos como instrumentos [herramientas] para injusticia
sino presenten los miembros de su cuerpo como instrumentos de justicia”. Lo que
sea que esté involucrado en presentarte a ti mismo a Dios vez tras vez, no es sólo
un sentimiento interno o una “dimensión espiritual” de vida en aislamiento.
Ello te abre camino en todo lo que haces con tu cuerpo: la forma en que hablas,
lo que haces con tu energía y tiempo, etc.
Pablo entonces añade: “…que es vuestro culto racional”. La palabra que se
traduce “racional” es la palabra griega que indica lógico o razonable, así que la
frase significa una adoración que viene del corazón, que está llena de
pensamiento e intencionalidad, en vez de simplemente pasar a través de las
formalidades de actos religiosos externos. En el Antiguo Testamento la gente
con frecuencia traía sacrificios a Dios y lo hacían como formalidades de la
adoración. Por eso Dios decía que no quería sus sacrificios, aun cuando Él les
había ordenado a traerlos. ¡Él quería sus corazones! La adoración espiritual es
una adoración que engrana el corazón y la mente, y es más que simples actos
externos de devoción.
Y, ¿qué acerca de la palabra “adoración”? Hay dos formas de entender la
adoración en la Biblia: un sentido estrecho de adoración y un sentido amplio
de la misma. El sentido estrecho tiene que ver con la adoración como un acto
de devoción y alabanza, como en un culto el domingo en la mañana. Nos
reunimos para dar alabanza a Dios con nuestras voces, para escuchar a Dios
hablándonos a través de Su Palabra, para honrarle y buscar Su bendición. Sin
embargo, adoración puede significar más que eso. Considere los primeros dos

35
Daniel Thompson

de los Diez Mandamientos:


No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ídolo, ni semejanza
alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas
debajo de la tierra. No los adorarás [no te inclinarás a ellos] o servirás
(Éx 20:3-5).
Inclinarse ante un ídolo es adoración en el sentido estrecho —darle adoración
y alabanza a un dios y buscar el favor y bendición de ese dios por un acto de
adoración. “Servir” a un ídolo es adoración en el sentido amplio— usar el tiempo,
energía y recursos para buscar la bendición de ese dios. Cuando tú
sirves a un dios falso, orientas tu vida entera alrededor de la permanencia en el
favor de ese dios.
Las prohibiciones del primer y segundo mandamientos implican mandatos
positivos. Se te ordena inclinarte y servir al Dios vivo y verdadero. Buscar su
bendición. Buscar su favor. Honrarle con tu vida. Orientar tu vida entera alrededor
de la búsqueda de Él.
A eso se refiere Pablo con “culto racional” [o, “servicio espiritual”, como lo
traduce una versión en inglés]. La pregunta ahora es, ¿Cómo hacer eso? Y la
respuesta de Pablo es que lo haces al no adaptarte a la forma de pensar de la
cultura que te rodea, sino siendo transformado a través de la renovación de tu
mente. Eso quiere decir que tú evitas la adaptación a la cultura que te rodea, que
evitas la “mundanalidad” al adaptarte (ser conformado) ¡a algo mejor!
Nuestro llamado no es meramente “no dejes a Dios fuera de tu vida”. Somos
llamados a una “adoración espiritual” —a una completamente nueva manera de
vivir en la cual todo lo que pensamos y hacemos está orientado alrededor del
mismísimo Dios.
La verdad, sin embargo, es que individualmente, como familias, como
iglesias, estamos más adaptados al pensamiento de nuestra cultura de lo que
quisiéramos admitir. No pienso que Pablo tenga la intención de que pensemos
que, por un acto de la voluntad, podemos dejar de estar siendo adaptados al
mundo y ser completamente transformados de una vez por todas. Sería
grandioso si la mundanalidad fuera una batalla que pudieras ganar una vez y
tenerla terminada por el resto de la vida. Sin embargo, así como el mandato de
presentarnos a nosotros mismos ante Dios como sacrificios vivos implica una
devoción a Dios repetida, de igual forma evitar la adaptación al mundo y
experimentar la transformación del pensamiento es una batalla continua.
Es una búsqueda en el proceso de conformarnos a la semejanza de Cristo.

36
Necesitamos un nuevo esquema mental

Es de ayuda entender que Pablo no dijo, “transfórmate a ti mismo” o


“re-invéntate a ti mismo”. El evangelio no es un programa de autoayuda en el
que Dios viene a tu lado y te da un pequeño estímulo para así poder lograr lo
que eres incapaz de hacer por ti mismo. La palabra griega traducida “transfor-
mado” es la palabra de la cual proviene la palabra en castellano metamorfosis.
Piensa en las cigarras que tenemos en Florida que se arrastran fuera de la
tierra donde han vivido en silencio durante siete a trece años (dependiendo del
tipo de cigarra que sea), se trepan del lado de un árbol, mudan su piel y
emergen con alas, se alejan volando y hacen mucho ruido en los árboles. Eso
es una metamorfosis, un cambio radical. La transformación de una cosa en otra
muy diferente.
Lo que necesitamos entender es que aunque se nos ordena a ser transformados,
el poder para este tipo de metamorfosis no está en nosotros. Dios tiene que
hacerlo: Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en
un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma
imagen de gloria en gloria, como por el señor, el Espíritu (2 Co 3:18). Dios es
quien nos cambia. Es el Espíritu de Dios obrando en nosotros el que nos transforma.
Entonces, ¿qué puedo hacer yo, que puedes hacer tú? Si el Espíritu de Dios
nos ha mostrado la verdad acerca de dónde estamos adaptándonos al patrón
del mundo que nos rodea, si Él nos está mostrando dónde necesitamos una
transformación de pensamiento y si Dios ha despertado en nosotros un profundo
deseo de cambiar, Él nos está guiando al arrepentimiento. Nos podemos
arrepentir y admitir la verdad acerca de nuestro corazón. Admitamos la verdad
acerca de nuestra incapacidad para mantener el corazón orientado alrededor
de Dios. Supliquemos a Dios que cambie nuestro pensamiento, que cambie
nuestros deseos. Pidámosle que renueve nuestras mentes a través de Su
Santo Espíritu.
Dios usa medios para llevar a cabo sus propósitos. Una mente renovada
que sea capaz de discernir y comprobar la voluntad de Dios implicará un amor
por la Palabra escrita de Dios. Dios re-formará tu pensamiento, tu cosmovisión,
tu perspectiva de lo que es real, lo que es verdadero, lo que es correcto, bueno
y hermoso a medida que Su Espíritu aplique la Verdad de la Palabra de Dios a
tu vida. Pídele a Dios que te dé hambre de Su Palabra.
El pensamiento renovado es uno de los resultados de pasar tiempo con
gente de Dios en la Palabra de Dios. Nos necesitamos unos a otros en este proceso
completo de transformación. Dios está obrando en nosotros, pero con frecuencia

37
Daniel Thompson

la mejor forma de crecer en gracia es pasando tiempo en la lectura y estudio de


la Palabra de Dios con compañeros cristianos. Desafíense unos a otros para aplicar
la verdad. Anímense unos a otros para ser honestos acerca de en qué puntos
están adaptados a la forma de pensar de su cultura. Sean honestos unos con
otros. Oren los unos por los otros. Oren por la obra de Dios en cada corazón.
Pídale a Dios que obre de manera poderosa en su vida y en la vida de sus colegas.
Mediante Su Espíritu Santo Él les adaptará a Su voluntad tal como está revelada
en Su Palabra y de esa manera cada uno podrá ser diariamente un sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios. Pidámosle que nos muestre lo que significa orientar
nuestras vidas enteras alrededor de Su Reino, Su gloria y Sus propósitos, de modo
que podamos ofrecerle un “culto racional”.

**A menos que se indique lo contrario las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS (LBLA).
Copyright ©1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation. Usadas con permiso.

38
¿Qué es mundanalidad?
Por Les Thompson

EL REVERENDO LES THOMPSON, PH.D., cubano de nacimiento,


ha servido con sus escritos y enseñanzas al mundo hispano
desde Argentina a México por 50 años. Es fundador de la
Universidad FLET, y de LOGOI. Sus escritos son numerosos,
entre ellos: La persona que soy, ¿Quién tendrá la razón?, La
familia cristiana, Más que maravilloso (que ganó el Gold
Medallion Award de la ECPA), El arte de ilustrar sermones
(premiado como el “Mejor Libro Original” por SEPA), El triunfo de la fe, La fe que
mueve montañas. Además es coautor de En busca de tesoros.

Necesitamos un nuevo esquema mental


Por Daniel Thompson
(Traducción por Raúl Lavinz)

EL REVERENDO DANIEL THOMPSON, D.Min. nació en Placetas,


Cuba, en 1957. Es el segundo de cuatro hijos del Rev. Les
Thompson Ph.D. Completó estudios en el Instituto Bíblico
Moody, recibiendo más tarde su Licenciatura en Religión de
la Universidad de Miami. En 1982 se graduó del Reformed
Theological Seminary con una Maestria en Divinidad. Ha
servido como pastor en los estados de Carolina del Sur,
Mississippi y, ha dedicado los últimos años en la iglesia Christ Community
Church, la cual ayudó a plantar en Titusville, Florida. Daniel y su esposa
Margaret son padres de cuatro hijos.

© 2010 LOGOI, Inc.

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