Hay Love U

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HAY LOVE U

A Daniela el cascote no le cabía en una sola mano, lo tuvo que dejar dentro del

changuito. Antes había elegido una piedra que guardó en la mochila, pero después, camino

a la juguetería, tomó un pedazo de escombro de un volquete. Ezequiel le dijo que era muy

grande, que le iba a costar tirarlo, pero ella dejó escapar un gesto rancio. Como él no quiso

discutir, las últimas dos manzanas las hicieron en silencio, salvo por el sonido que hacía el

traqueteo de las ruedas del carrito. Era una noche tranquila, de principios de febrero, estaba

fresco, pero no llegaba a hacer frío. Sin embargo Ezequiel mantenía las manos dentro de los

bolsillos del jean; eso le daba un andar simpático y un poco torpe. Además le marcaba el

culo, un lindo culo, según Daniela, aunque no llegaba a compararse con el de Micaela.

Cuando llegaron a la altura de Pasteur, se detuvieron en la parte menos iluminada de la

cuadra. A pocos metros la vidriera irradiaba no una, sino varios tipos de luces. Daniela se

quedó un toque colgada y Ezequiel tuvo que apurarla, le dijo que no pelotudeara, que la

próxima vez venía con el Jirafa. Ella, en un arrebato se mandó sola y lanzó el cascote

contra el local. Los vidrios cayeron como en una cascada, haciendo un quilombo infernal, a

lo que se le sumó el sonido de la alarma. Sin embargo volvió a quedarse tildada, le solía

ocurrir seguido. Ezequiel pasó a su lado: sos una conchuda del orto. Ella alcanzó a hacerle

fuck, pero él ni la registró; embalado como iba, chocó el carrito contra lo que quedaba de

vidriera y manoteó una casita de Barbie. Recién entonces ella reaccionó, corrió a ayudarlo,

agarró dos pelotas, una escalectrick y tres bebés grandes. Ezequiel ya había entrado al local

y estaba por llegar a la caja, cuando se escuchó una frenada. Daniela giró la cabeza hacia la
esquina: no había nadie. Miró para el otro lado, tampoco. Iba a avisarla a Ezequiel que no

pasaba nada, pero él ya volvía, cargaba entre sus brazos un oso enorme. Ella alcanzó a

poner un triciclo de plástico, antes de que él le sumara el peluche. Ezequiel subió un pie al

parante inferior del carrito y con el otro tomó impulso como si fuera un monopatín.

Ayudados por el declive, llegaron rápido a la boca calle; doblaron a la izquierda, pero se

frenaron porque vieron que, frente a la panadería, había una Trafic con las puertas traseras

abiertas. Todavía sonaba el ruido de la alarma. Volvieron sobre sus pasos, avanzaron un par

de cuadras y retomaron el rumbo. La casa de Micaela quedaba a tiro, trescientos metros

después del puente. Recién cuando cruzaron el arroyo, bajaron la velocidad. A Daniela le

dolían las pantorrillas, pero le sobraba aire. Ezequiel, en cambio, chorreaba agua y tenía el

rostro colorado. La semana que viene empiezo el gimnasio, dijo entre espasmos. El último

tramo lo hicieron caminando.

Ezequiel abrió las dos hojas de la puerta del garaje, entró, prendió la luz. Dale, pasá,

chabona. Ella empujó el carrito, y lo ayudó a cerrar. Él se fue a preparar unos mates y ella

se puso a examinar el botín. No era mucho, una changa para tirar un par de días. En eso se

escuchó que Ezequiel conversaba con alguien, Daniela supuso que con Micaela. Parecía

que discutían, pero ellos siempre hablan un poco a los gritos y como enojados. Cosas de

hermanos. Después, al ratito, aparecieron los dos. Él traía un termo metálico y el mate con

la cara del Papa, Micaela tenía su cabello hecho una porra, la cara lagañosa de recién

levantada. Llevaba puesto un remerón gris, cortito, un short Adidas y los Sarkany que

Daniela había afanado para ella. Le costaba usarlos, no estaba acostumbrada a andar con

zapatos y como Daniela se lo reprochó, Micaela comenzó a ponérselos en cualquier

momento, solo para joderla. Con un aire distraído pero taconeando fuerte, se acercó a
Daniela, le dio un pico aunque rápidamente se apartó: había visto el oso. En el pecho

resaltaba un corazón rojo que decía “Hay love u” ¿Y esto?, quiso saber. Te lo trajo Daniela

para vos, por el día de los enamorados comentó Ezequiel. ¿Posta? Micaela se acercó al

peluche, sacó el corta plumas con el que siempre andaba y se lo clavó en el corazón. Esto

está mal, sentenció. Si no lo querés le podemos hacer buena guita, se apuró a decir Daniela,

que no pudo evitar ponerse colorada. Al rato, después de sacarle fotos a las cosas que

habían afanado, ellas se fueron a la habitación. Micaela ya se había sacado los Sarkany,

Daniela cargó con el enorme regalo. Ezequiel las oyó discutir. En algún momento Daniela

lanzó un alarido agudo, que fue apagado por un golpe seco. Después se escuchó música:

Arjona al taco. Ezequiel se acostó en el sillón, se puso el antifaz para dormir y al toque

comenzó a roncar.

El dueño de la juguetería era amigo de Pardo, un ex comisario, que había pasado a

retiro después de que saltaran unos chanchullos. A él le encargó que investigara el asunto

del robo. En realidad lo que más le interesaba recuperar era el peluche. Solía guardar la

recaudación de la semana dentro del muñecote, era un buen escondite, nadie lo quería por

el tema de que tenía el “I love you” mal escrito. Una cámara de seguridad ubicada justo

enfrente podría haberles servido, pero la imagen estaba un poco borrosa. Eso sí: alcanzó a

ver como el oso quedaba culo para arriba en el changuito. A Pardo no le quedó otra que

usar sus contactos, hasta que supo de alguien que andaba ofreciendo un peluche “gigante”

para San Valentín. Así llegó hasta dar con el Jirafa. El chabón tenía una mesa cerca del

puente, a metros de la parada del Oeste, donde a la hora de la siesta ofrecía biscochos,

libritos y roscas que le preparaba su madre. Pardo lo conocía, alguna vez había trabajado
como transa para él, pero el pibe no servía para mucho. Debe ser por la altura que no le

llega agua al tanque. No ando en nada raro, no ando en nada, se atajó el Jirafa ni bien lo vio

aparecer a Pardo. El ex comisario lo apuró, le dijo que no se hiciera el pelotudo, que tenía

el dato de que había participado en el saqueo de una juguetería y que estaba tratando de

colocar un oso de peluche grande. El Jirafa inclinó la cabeza hacia abajo y comenzó a

lagrimear. Era un llanto pavote, de nene. Pardo le dio un sopapo: dejate de mariconeadas y

decime donde está el peluche. El Jirafa era blandito, no tuvo que apurarlo demasiado para

que terminara por contarle que se lo había dado un amigo y él se lo regaló a la madre, pero

ella tampoco lo quiso porque la frase que tenía en el corazón estaba mal escrita. Finalmente

lo devolvió a su “amigo”. Pasame la dirección, lo apuró el Pardo. Recién entonces el Jirafa

pareció darse cuenta de que estaba por entregar a Ezequiel y le respondió que no sabía bien

donde vivía, que lo conocía de la zona. Pardo le sujetó el meñique y no llegó ni siquiera a

doblarle el dedo que el Jirafa ya había cambiado mentira por verdad.

En los brazos del Jirafa el oso no parecía tan grande. Ezequiel, que estaba

terminando de lavar la moto, lo vio a lo lejos, esa figura de monigote torpe y su primera

reacción fue mover la cabeza en un gesto que tenía más de sorna que de fastidio. Mirá que

no se aceptan reembolsos, lo atajó en broma. Mamá no lo quiso, mamá no lo quiso, le

repitió el Jirafa. Ezequiel lo dejó en la habitación de Micaela –su hermana no estaba- con

un cartel que decía: el amor siempre vuelve. Después se preparó unos fideos y a la hora de

la siesta se fue con la moto hasta lo del taller de un amigo, en Florencio Varela. Volvió a su

casa tipo ocho. A eso de las nueve escuchó el timbre, un sonido alargado e insistente. No

esperaba a nadie, así que se calzó la 22 en la cintura. Al asomarse por la ventanita del
portón vio la cara de un viejo pelado, de aspecto bonachon. El tipo dijo que era el tío del

Jirafa, que le había dicho que tenían un oso de peluche para vender. A Ezequiel algo del

tono del viejo no le gustó, pero la cosa no estaba como para no agarrar un negocio.

Quinientos mangos, le anunció. Tengo cuatrocientos, regateó el otro. Ezequiel dudó un

instante y finalmente aceptó: te lo dejó porque sos pariente del Jirafa. El viejo le pasó los

billetes por la ventanita. Ahí te lo traigo. La puerta de la habitación de Micaela estaba

cerrada. Golpeó un par de veces y como no respondió nadie, entró. El cuarto estaba

ordenado, más ordenado que cuando había entrado al mediodía, pero había pelotas blancas

por todos lados. Eran el relleno del peluche, que estaba tajeado en un rincón. Que boludo

que soy, se maldijo. Era obvio que su hermana no se había bancado el chistecito: pobre oso

ajusticiado. Ya de regreso le informó al viejo que cuatrocientos era muy poco. Los billetes

se los arrojó por la ventanita y la cerró sin esperar respuesta. No había hecho ni dos pasos

cuando escuchó a sus espaldas un estruendo. Ni bien se dio vuelta, recibió una patada en la

entrepierna que lo dejó en el suelo en posición fetal. No pudo hacer nada, ni siquiera

cuando el viejo lo agarró del pelo y volvió a embocarlo, estaba vez con la culata de un

revolver.

A Micaela le sorprendió encontrar la casa a oscuras. No era tan tarde y estaba la

moto. Después de pasar por el garaje, avanzó por el pasillo. Eze, ¿estás? Nadie respondió.

Fue a la cocina, tomó de la heladera una manzana, la peló con el cortaplumas y comenzó a

masticar despacio, camino a su habitación. La puerta estaba abierta y al prender la luz se

encontró con su cuarto limpio, sin los restos del relleno del peluche. Algo definitivamente

estaba mal o al menos fuera de lugar. Terminó de confirmar su sospecha cuando sintió en la
nuca el frío metálico de un arma. Vos y yo tenemos que hablar, escuchó que le decía una

voz ronca, de whisky barato. Entonces supo que su suerte, esa que le había llevado a

encontrarse de pedo un buen toco de guita dentro del oso, empezaba a terminarse.

Hola Ulises, es una buena primera versión. Lo que veo: la primera parte para mí es la más interesante, la
relación entre Micaela y Daniela, la puerta cerrada, el grito. La segunda parte, la policial, no parece muy
conectada con esa primera ni con el título. Habría que ver cómo lográs conectarlas. Hay cosas para
explorar en el vínculo entre las dos chicas, el cortaplumas en el corazón del oso es muy potente. Tiene
mucho potencial este texto.

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