Naturaleza y Dignidad Del Fiel Laico Cristiano
Naturaleza y Dignidad Del Fiel Laico Cristiano
Naturaleza y Dignidad Del Fiel Laico Cristiano
Naturaleza y dignidad
del fiel laico cristiano
2) Fundamento bíblico
3) Recorrido histórico
1) Concepto de persona
2) Dignidad de la persona
Juan Pablo II ha dicho de los laicos: “El Reino de Dios, presente en el mundo sin ser del
mundo, ilumina el orden de la sociedad humana, mientras que las energías de la gracia lo
penetran y vivifican. Así se perciben mejor las exigencias de una sociedad digna del hombre; se
corrigen las desviaciones y se corrobora el ánimo para obrar el bien. A esta labor de animación
evangélica están llamados, junto con todos los hombres de buena voluntad, todos los cristianos
y de manera especial los laicos”.3 A este respecto, resulta interesante citar lo que Pío XII decía:
«Los fieles, y más precisamente los laicos, se encuentran en la línea más avanzada de la vida de
la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad humana. Por tanto ellos, ellos
especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia,
sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del Jefe
común, el Papa, y de los Obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia (…)»4
2) Fundamento bíblico
En nuestro tiempo, en la renovada efusión del Espíritu de Pentecostés que tuvo lugar con el
Concilio Vaticano II, la Iglesia ha madurado una conciencia más viva de su naturaleza misionera
y ha escuchado de nuevo la voz de su Señor que la envía al mundo como «sacramento universal
de salvación»5 .
El fundamente bíblico del laico lo encontramos en el Evangelio según Mateo: «Salió luego hacia
las nueve de la mañana, vio otros que estaban en la plaza desocupados y les dijo: "Id también vosotros a mi
viña"» (Mt 20, 3-4). Este llamamiento del Señor Jesús «Id también vosotros a mi viña» no cesa de
1 Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 31.
2 Ibid.
3 Cfr. Centesimus annus, número 25.
4 Pío XII, Discurso a los nuevos Cardenales (20 Febrero 1946)
5 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 48.
resonar en el curso de la historia desde aquel lejano día: se dirige a cada hombre que viene a
este mundo. Id también vosotros. La llamada no se dirige sólo los ordenaros o religiosos sino que
se extiende a todos: también los fieles laicos son llamados personalmente por el Señor, de quien
reciben una misión particular. La imagen de la viña se usa en la Biblia de muchas maneras y con
significados diversos; de modo particular, sirve para expresar el misterio del Pueblo de Dios. Desde
este punto de vista más interior, los fieles laicos no son simplemente los obreros que trabajan
en la viña, sino que forman parte de la viña misma: «Yo soy la vid; vosotros los
sarmientos» (Jn 15, 5), dice Jesús. Y es que Jesús retoma el símbolo de la viña, proveniente del
Antiguo Testamento, y lo usa para revelar algunos aspectos del Reino de Dios: «Un hombre
plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar, edificó una torre; la arrendó a unos
viñadores y se marchó lejos» (Mc 12, 1; Mt 21, 28ss.).En este sentido, el evangelista Juan nos
invita a calar en profundidad y nos lleva a descubrir el misterio de la viña. Ella es el símbolo y la
figura, no sólo del Pueblo de Dios, sino de Jesús mismo. Él es la vid y nosotros, sus discípulos,
somos los sarmientos (Jn 15, 1 ss.).
Dirigiendo la mirada al posconcilio, los Padres Sinodales han podido comprobar cómo el
Espíritu Santo ha seguido rejuveneciendo la Iglesia, suscitando nuevas energías de santidad y de
participación en tantos fieles laicos7. Al mismo tiempo, el Sínodo ha notado que el camino
posconciliar de los fieles laicos no ha estado exento de dificultades y de peligros.
3) Recorrido histórico
En la cultura griega el término laico designaba lo profano, lo que no estaba consagrado a Dios.
El proceso de institucionalización de la Iglesia, ligado a la conversión de Constantino, terminó
en la distinción acentuada de dos géneros de vida: el clérigo y el laico. Por aquella época nos
encontramos ante una sociedad sacralizada, donde los laicos, acaban relegados a funciones
profanas, donde ocupan el último puesto. En la alta Edad Media se fue deteriorando de tal
modo el término laico que llegó a tener significado peyorativo, como idiota, simple…; se
prohibió a los laicos el acceso directo a la Escritura. La obediencia pasó a ser la virtud de los
laicos y laicas y se les fue excluyendo progresivamente de la catequesis, la predicación y la
teología. Expresamente en el siglo XII y siguientes, el laico llegó a identificarse por completo en
la base de una pirámide bien jerarquizada, cuyos niveles más altos eran ocupados por los
ministros ordenados, por los monjes y las vírgenes consagradas. Es curioso destacar como en la
época se definía la identidad de los laicos y laicas como negación: son aquellas personas que no
son ni sacerdotes ni religiosos o religiosas8 . El modo de pensar y de actuar de la época medieval
6 Conc. Ecum. Vat. II, Dec. sobre el apostolado de los laicos Apostolicam actuositatem, 33
7 Exhortación apóstolica post-sinodal Christifideles laici, 8. Juan Pablo II, 1987
8 Ramos Gonzalez, Marifé; Identidad y Mision de los fieles laicos.
hizo perder de vista durante mucho tiempo la dignidad fundamental de todos los fieles y de la
vocación laical9.
Cuando pareció remediarse tal situación fue cuando Martín Lutero propugnó que sólo el
sacerdocio común de los fieles tenía validez y, a la vez, desconocía la importancia del ministerio
ordenado, a lo que la Iglesia reaccionó ante esa realidad con la teología contrarreformista,
“barroca”, que se limitó en cierto modo a hacer una apologética de la institución eclesiástica y
del magisterio sagrado, descuidando la dimensión de comunión y corresponsabilidad de todos
los cristianos en la edificación de la Iglesia. El humanismo y el renacimiento, al exaltar al
hombre, otorgaron un nuevo valor a las condiciones de realización y felicidad terrenas. Esta
exaltación del ser humano propicia una más adecuada valoración del laico en cuanto cristiano
común que vive en medio del mundo y que es miembro del pueblo de Dios. Pero sobre todo va
a ser en los ss. XIX y XX donde va a haber un momento decisivo en el descubrimiento de una
realidad de gran trascendencia: los laicos son plenamente Iglesia.
El bautismo y la novedad cristiana es donde toda la existencia del fiel laico puede conocer la
novedad cristiana con el fin de que pueda vivir compromisos bautismales según la vocación que
ha recibido en estos tres aspectos fundamentales (sacerdote, profeta y rey) a la vida de los hijos
de Dios que los une a Jesucristo en la Iglesia. El santo bautismo es por tanto un fundamento
para La Nueva regeneración. El Espíritu Santo es quién constituye a los bautizados en hijos de
Dios, en miembros del Cuerpo de Cristo cómo lo recuerda Pablo a los cristianos de Corinto "
formar más que un solo cuerpo"11.
9 Juan Antonio Estrada Díaz, La identidad de los laicos. Ensayo de eclesiología, San Pablo, México 1994
Siguiendo por tanto el rumbo indicado por el Concilio Vaticano II se quiere exaltar la dignidad
sacerdotal profética y real de todo el pueblo de Dios. El Concilio Vaticano II nos ha recordado
el misterio de esta potestad y el de Cristo que continúa en la Iglesia.14
Los fieles laicos participan en el oficio sacerdotal por mediación de la celebración eucarística;
participando en el oficio profético de Cristo acogen la fe del Evangelio y deben anunciarlo con
la palabra, y con las obras deben denunciar el mal con valentía; y son partícipes fundamentales
que dan sentido a la fe de la Iglesia "que no puede equivocarse cuando se cree”. Por tanto la
participación de los fieles laicos en Cristo tiene su raíz primera en la unción del bautismo,
después en la confirmación, y su dinámica sustentación por la eucaristía.
Los miembros de la Iglesia son partícipes de formas diversas, donde la participación de los
fieles laicos tiene una modalidad propia de actuación y de función.16 El Concilio describe la
condición secular de los fieles laicos en que le es dirigida la llamada de Dios y son llamados por
Dios de un lugar que viene presentado en términos dinámicos. Viven en el mundo, están
implicados en sus trabajos y acciones ordinarias de la vida familiar y social de la que su
existencia se encuentra como entretejida.17 Ellos son personas que viven la vida normal. El
Concilio manifiesta que ello es dado, no como un dato exterior y ambiental, sino destinado a
obtener en Jesucristo la existencia de su significado, de este modo éste es el ámbito y el medio
de la vocación cristiana de los fieles laicos porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios
Padre en Cristo. Por tanto no son llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo, tal y
como señala el apóstol Pablo "permanezca cada cual ante Dios en la condición que se
encontraba cuando fue llamado" por tanto los fieles laicos son llamados por Dios a la
santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, motivados por un espíritu
evangélico y así manifiestan a Cristo en su testimonio de vida, de su fe, esperanza y caridad.
La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad
cristiana y caracterizada por su índole secular que han de considerar la vocación a la santidad
como una obligación exigente como un signo luminoso del infinito amor al Padre mirando a su
vida de santidad como vocación especifica. Por tanto constituye un componente esencial e
13 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 34-10.
14 Cf. B. Forte. “Laicado y laicidad”.
15 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 4
16 Cf. Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes.
17 Cf. Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis.
inseparable de la nueva vida bautismal que deriva de la participación en la vida de la Iglesia,
presentando su aportación fundamental a la edificación de la misma Iglesia en cuanto
comunión de los santos.18
El CVII les recuerda que todo aquello que los distingue no implica una mayor dignidad
especial, de esta manera los ministerios, los encargos, los servicios del fiel laico existen en
comunión y para la comunidad que son riquezas que se complementan entre sí.
La misión salvífica de la Iglesia en el mundo no solo es llevada por los ministros en virtud del
sacramento del Orden sino también por todos los fieles laicos. Los pastores por tanto deben de
promover los ministerios y funciones de los fieles laicos que tienen su fundamento sacramental
en el bautismo, en la confirmación y en el matrimonio y que por tanto pueden confiar a los
fieles laicos diferentes tareas, sin embargo dichas tareas no hacen del fiel laico un pastor.
Como consecuencia de la renovación litúrgica, el Concilio manifiesta que los mismos laicos han
tomado una más viva conciencia de las tareas que les corresponden en la asamblea litúrgica y en
su preparación y se han manifestado ampliamente dispuestos a desempeñar las diferentes
funciones otorgadas. Por tanto es natural que las tareas no propias de los ministros deben ser
llevadas por los fieles laicos tanto por la unidad de la misión de la Iglesia como por la sustancial
diversidad de ministerios de los pastores que tienen su raíz en el sacramento del Orden.21
También a los fieles les concede dones particulares distribuyendo cada uno según quiere,
poniendo en cada uno la gracia recibida al servicio de los demás, ahora también ellos son
dispensadores de los carismas que han de ser acogidos con gratitud como parte de quien los
recibe y puestos al servicio de la Iglesia para la vitalidad apostólica y para la santidad del cuerpo
de Cristo, eso sí, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del Espíritu y se hacen
efectivos en plena conformidad. En este sentido será necesario "el discernimiento de los
carismas" por tanto el Concilio dice claramente el juicio básico que hay que tener sobre su
autenticidad y sobre su ordenado ejercicio. Esta función especialmente les corresponde a los
ministros para no extinguir al Espíritu, examinarlo todo y retener lo que es bueno para la
universalidad del bien común.22
1) Concepto de persona
El término persona proviene del latín persōna, el cual —según el Diccionario de la lengua
española— procede del griego πρóσωπον [prósôpon]. El concepto de persona es un concepto
principalmente filosófico, que expresa la singularidad de cada individuo de la especie humana
en contraposición al concepto filosófico de “naturaleza humana” que expresa lo común que
hay en ellos. En el lenguaje cotidiano, la palabra persona hace referencia a un ser con poder de
raciocinio, que posee conciencia sobre sí mismo y que cuenta con su propia identidad. Lo
peculiar de la persona es que es un ser capaz de vivir en sociedad y que tiene sensibilidad,
además de contar con inteligencia y voluntad, los cuales son aspectos típicos de la humanidad.
Metiéndonos un poco más en profundidad podemos señalar la definición propia del Derecho
Romano para quien la “persona es sujeto de derecho e incomunicable para otro”. En este
sentido se habla de persona cuando un individuo humano en virtud de su nombre es
reconocido y puede desempeñar un papel en la sociedad. Desde esta perspectiva, se advierte
que “el vocablo persona se halla emparentado, en su origen, con la noción de lo prominente o
relevante”23. Según Boecio “la persona es el sujeto individual de naturaleza racional”. Se trata de
una definición eminentemente ontológica, que no se sitúa en el contexto histórico o teológico,
en la que se utilizan unas categorías filosóficas procedentes del aristotelismo, como son:
a. La persona es una substancia, por lo que existe en sí misma, mientras que los accidentes
sensibles existen en el sujeto subsistente.
b. Esa substancia es individual.
c. La persona posee una naturaleza con lo que se significa a la esencia
Posteriormente esta noción de persona fue ampliamente desarrollada por Tomás de Aquino, el
cual recoge la definición de Boecio, pero define a la persona como un subsistente racional y
más precisamente como “todo ser subsistente en una naturaleza racional o intelectual”25
Con todo lo anterior, y tras el paso de la noción de persona por la escolástica racionalista, la
filosofía empirista, el racionalismo, así como otras corrientes de pensamiento, se puede concluir
diciendo que en realidad es preciso distinguir dos planos al hablar de persona humana, donde
“en realidad los dos planos se complementan y se reclama mutuamente”26:
a. Plano ontológico. La persona es la sustancia individual, suyo ser es incomunicable,
aunque se abre intencionalmente a toda la realidad.
b. Plano dinámico-existencial. Este plano se refiere al aspecto dinámico de la persona
humana que implica un crecimiento en el ser personal. La persona se determina a través
de sus acciones libremente asumidas.
2) Dignidad de la persona
Con la palabra dignidad se suele designar una cierta preeminencia o excelencia por la cual algo
resalta entre otros seres por razón del valor que le es exclusivo o propio. Según esta definición,
la persona está revestida de una dignidad gracias a la cual destaca sobre el resto de la creación,
por lo que cada hombre posee un valor inalienable, muy superior a cualquier otra criatura.27 A
este respecto es interesante subrayar estas palabras de R. Spaermann: “La persona humana es
digna por el mero hecho de ser un individuo de la especie humana: la dignidad humana como
tal no es un logro ni una conquista, sino una verdad derivada del modo de ser humano. Lo que
si se puede conquistar es el re-conocimiento por parte de la sociedad del valor y dignidad de la
persona humana. La dignidad no es algo que se deba alcanzar: ya es digno desde el momento
en que es ontológicamente hablando.28
Se cumple así en la historia de cada uno el eterno designio del Padre: “a los que de antemano
conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que Él fuera el
primogénito entre muchos hermanos” (cf. Rm 8; 29). El Espíritu Santo es quien constituye a
los bautizados en hijos de Dios y, al mismo tiempo, en miembros del Cuerpo de Cristo.
31 Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, 37. Juan Pablo II, 1987
32 Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, 11. Juan Pablo II, 1987
Para terminar este apartado, podríamos hacer mención de la estrecha relación entre diaconía y
caritas: entre ellas existe una relación de mutua exigencia, pues el amor se configura como
servicio, así como la caritas se realiza en la diaconía. Podemos afirmar que existe un diaconado
universal, en el sentido de que la Iglesia entera es diaconal. De aquí que el laico tenga la
obligación de participar de esa diaconía, de ahí que tenga que encarnar la única diaconía de
Cristo.
De esta forma, el “sacerdocio de Cristo aporta una novedad que determina el sacerdocio laical:
no se trata ya de relacionarse con Dios a base de un culto ritual y sacrificial, sino de hacer de la
propia vida un sacrificio agradable a Dios. El sacerdocio cristiano no consiste en celebrar
ceremonias rituales sacrificiales, sino en conmemorar y actualizar la vida y muerte de Cristo, de
tal manera que los laicos participen simbólicamente de ellas y sean capaces de prolongarlas en
sus vidas”36 .
35 Recordemos la enseñanza del Concilio en algunos textos significativos a este respecto: LG. 11, 26, 31, 33. PO. 5. UR 22.
AG. 7.
En este sentido, el Bautismo constituye una “consagración” ontológica del bautizado. Gracias a
la “unción del Espíritu”, el bautizado queda sustancial y definitivamente “consagrado” por
Dios. La “consagración” bautismal implica: el “llamamiento” divino, la “apropiación” del
bautizado por parte de Dios de forma definitiva, la “filiación” divina, el ser “templo viviente”
de la divinidad, la condición de “miembro vivo y activo” de la comunidad eclesial y el “envío” al
mundo.
Todos estos aspectos, han sido recogidos por el Concilio Vaticano II, que no solamente valoró
de forma renovada el Bautismo como fundamento del “sacerdocio común”, sino que ofreció
líneas concretas sobre la forma en que se ejerce ese sacerdocio en la celebración de la
Eucaristía37 . Afirma en efecto el Concilio que “a quienes asocia Cristo íntimamente a su vida y a
su misión, también les hace partícipes de su oficio sacerdotal con el fin de que ejerzan el culto
espiritual para gloria de Dios y salvación de los hombres”38.
La realidad del “sacerdocio real” en virtud del Bautismo, tiene algunas consecuencias
importantes. Esta “unción bautismal” hace que todo cristiano, por el sólo hecho de serlo, sea
una persona “consagrada”. Frente a una concepción de una Iglesia dividida entre miembros
“consagrados” y miembros “profanos”, el profundo cambio eclesiológico realizado por el
Concilio Vaticano II, lleva a superar esa visión dualista de los miembros de la Iglesia. En el
cristianismo, a la luz del pensamiento y de las actuaciones de Jesús, aparece claro desde el
primer momento que “el laico que vive en el mundo y está inmerso en las realidades
temporales, no es nunca una persona profana, sino consagrada”39.
37 Cf. 37 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 34; Juan Pablo II, ChL n, 14, en AAS 81 (1989) p.
411.
38 38 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 34.
40 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sonfe la Iglesia Lumen gentium, 35
41 Ibid.
Debemos al Concilio Vaticano II el que, al renovar profundamente todo el planteamiento
teológico de la Eclesiología, y, particularmente, al situar el Pueblo de Dios como protagonista y
sujeto primero y principal de la comunidad eclesial, he hecho posible no sólo “resucitar” la
dimensión sacerdotal que tiene el Bautismo por su propia esencia, sino también el preguntarse
“en qué relación” están ambos sacerdocios: el bautismal y el ministerial; si son realidades
simplemente yuxtapuestas o paralelas, o si están en función uno del otro, y, en todo caso, cuál
de los dos es el que está en función del otro.
El profetismo, como todos los demás aspectos y elementos de la vida religiosa de Israel, fue
profundamente renovado por la Persona, las actuaciones y comportamientos de Cristo. Así, el
Profetismo del Nuevo Testamento es siempre fruto de la presencia y de la acción del Espíritu
(Cf. Lc. 4,14-21). Hasta tal punto es importante y decisiva esa presencia del Espíritu para
determinar la acción profética, que sin él no es posible ni siquiera confesar que “Jesús es el
Señor”: 1Cor 12,3; cf. 2,10-16.
El sujeto del profetismo es toda la Comunidad cristiana: el conjunto de los miembros del
Pueblo de Dios. Aquello que en boca de Moisés era un deseo (Nm 11, 24-29), llega a hacerse
una realidad objetiva y actuante en la Comunidad seguidora de Cristo: cf. Hch 2,14-18.
Sin duda, el contenido del “don profético”, según el Nuevo Testamento, implica estos cuatro
aspectos:
a.- Descubrir a Dios en el tráfago de la vida, pero también en los acontecimientos y procesos
históricos profundos que llamamos “signo de los tiempos”. El Vaticano II afirma que
“corresponde a la Iglesia el deber permanente de escrutar a fondo los signos de los tiempos e
interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, de manera acomodada a cada generación,
pueda responder a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida
presente y futura y sobre la relación mutua entre ambas”44 .
b.- Hacer presente a Dios y su proyecto, en cada realidad humana, en cada situación. La
Comunidad cristiana, y dentro de ella cada uno de los bautizados, está llamada a hacer presente
a Dios siempre y en todo lugar.
c.- Anunciar la Buena Noticia de que el Proyecto de Dios (el Reino), no es un simple buen
deseo de Dios, sino que es una decisión firme, una realidad establecida por Dios de forma
absolutamente definitiva.
42 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sonfe la Iglesia Lumen gentium, 10
43 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sonfe la Iglesia Lumen gentium, 35
En definitiva, la participación en el oficio profético de Cristo “que proclamó el reino del Padre
con el testimonio de la vida y con el poder de la Palabra”46, habilita y compromete a los fieles
laicos a acoger con fe el Evangelio y a anunciarlo con la palabra y con las obras, sin vacilar en
denunciar el mal con valentía.
Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su
vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las
contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria “también a través de las
estructuras de la vida secular”47.
De manera que por su pertenencia a Cristo, Señor y Rey del universo, los fieles laicos participan
en su oficio real y son llamados por Él para servir al Reino de Dios y difundirlo en la historia48.
Viven la realeza cristiana, antes que nada, mediante la lucha espiritual para vencer en sí mismos
el reino del pecado (Rm 6,12).
Recapitulando, la participación de los fieles laicos en el triple oficio de Cristo Sacerdote, Profeta
y Rey tiene su raíz primera en la unción del Bautismo, su desarrollo en la Confirmación, y su
cumplimiento y dinámica sustentación en la Eucaristía. Se trata de una participación donada a
cada uno de los fieles laicos individualmente; pero les es dada en cuanto que forman parte
del único Cuerpo del Señor.
46 Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. sonfe la Iglesia Lumen gentium, 35.
47 Ibid.
48 Exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici, 14. Juan Pablo II, 1987
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