Gabriel Tarde Criminalidad y Salud Social

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Criminalidad y salud social

Gabriel Tarde1

En sus Reglas del método sociológico que mar que el crimen es, en la vida social, un
han aparecido bajo la forma de artículos en fenómeno completamente normal, en abso-
la Revue philosophique, el señor Durkheim luto mórbido; es decir “que no sólo es un
intenta construir –en el aire, creo– una suer- fenómeno inevitable, aunque lamentable,
te de sociología en sí y para sí que, purgada debido a la incorregible maldad de los hom-
de toda psicología y de toda biología tam- bres, sino que es un factor de la salud públi-
bién, tendría dificultades para tenerse en pie ca, una parte integrante de toda sociedad
sin el notable talento del constructor. Ésta sana”, incluso cuando está en vías de creci-
sería una sociología autónoma seguramen- miento como en nuestros días y cuando,
te, pero pagaría su independencia quizá un como en nuestra Francia actual, en cincuen-
poco cara –al precio de su realidad–. No pre- ta años se haya casi triplicado (pp. 82 y 83).
tendo aquí criticar ese sistema; sino que, Debemos conceder al distinguido soció-
dado que el autor ha hecho algunas aplica- logo que esta concepción lo aleja mucho de
ciones desde su punto de vista y muy lógi- los pensadores “de lo vulgar”; y él mismo
camente deducidas, nos vamos a apegar a no nos oculta que cuando llegó a esta con-
una de ellas que nos ha sorprendido parti- secuencia de su regla general sobre la dis-
cularmente y que nos permitirá juzgar el prin- tinción de lo normal y lo patológico, lógica
cipio del cual se deriva. Se trata de su mane- pero “sorprendente”, quedó algo “descon-
ra de considerar la criminalidad. Esta manera certado”. Pero, lejos de ver allí alguna razón
es probablemente nueva; consiste en afir- para poner en duda la verdad absoluta de la

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Publicado originalmente en francés en la Revue pp. 148-162. Traducción al castellano de Alina Ríos
Philosophique, 20, XXXIX, enero a junio de 1895, (Universidad de Buenos Aires).
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regla en cuestión, él apeló a toda su destre- que, en realidad, una buena parte del públi-
za de lógico y resueltamente abrazó ese co- co, de ese público escandalizado por él y,
rolario, que le ha parecido incluso ilustrar y pienso, por el señor Durkheim de la misma
confirmar el alcance de su teorema, mostran- manera, esté imbuido sin confesarlo de cier-
do “bajo qué nueva luz aparecen los fenó- ta persuasión secreta parecida a la suya, y
menos más esenciales cuando uno los trata aún más peligrosa porque es vaga e incons-
metódicamente”. ciente. Estos dos pensadores han tenido el
Sin embargo, esto no es tan nuevo como mérito de expresar con mucha originalidad
lo podríamos creer. Hace una docena de años una impresión muy banal, que se traduce
intenté refutar una paradoja semejante del todos los días en la indulgencia creciente de
señor Poletti, o más bien muy cercana. Este los jueces y los jurados, en el relajamiento
escritor, es verdad, no concluía expresamen- de las fibras de la indignación y del deprecio
te, como el señor Durkheim que “el crimen públicos en presencia de ciertos atentados.
es necesario, que está ligado a las condi- Si este debilitamiento de la represión penal
ciones fundamentales de toda vida social y, y social no tuviera por causa más que un
por esto mismo, es útil”. Pero consideraba sentimiento creciente de la complicidad de
que, cuando la actividad criminal se ha du- todos –más o menos– en el crimen de uno
plicado o triplicado, la prosperidad indus- solo, yo estaría con dificultades para com-
trial y financiera se ha cuadruplicado o quin- batirlo; pero éste se funda también sobre la
tuplicado, este crecimiento absoluto de la idea, cada día más acreditada, de que el cri-
criminalidad equivale a su baja relativa, lo men contemporáneo está ligado a la civiliza-
único que importa2 en el fondo de su pensa- ción contemporánea como el reverso al an-
miento. Leemos claramente que, según él, la verso, que constituye una “parte integran-
coincidencia actual de estas dos progresio- te” de ella. Pues temo mucho por el señor
nes, de la progresión perniciosa y la progre- Durkheim no se encuentre en esto de acuer-
sión laboriosa, no es accidental y deplora- do con el sentido común o más bien vulgar
ble pero sí inevitable, y denota que el crimen tan despreciado por él. No importa, nos ha
y el trabajo, el crimen y el genio, sacan de las hecho el gran servicio de obligarnos a plan-
mismas fuentes su vitalidad. Ahora bien, la tear francamente, a mirar de frente este pro-
idea del señor Poletti no ha tenido éxito ni blema capital: ¿es verdad que el crimen es
en su patria ni fuera de ella; lo que no impide bueno para algo, como desgracia, y que su

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Comparar esto con lo que sigue de Durkheim (p. ella ha aumentado en todos lados. En Francia el
82): “Si al menos, a medida que las sociedades aumento es casi del 300 por 100. No es entonces un
pasaran de los tipos inferiores a los más elevados, fenómeno que presenta de la manera más
la tasa de criminalidad tendiera a bajar, podría- irrecusable posible todos los síntomas de la norma-
mos creer que, sin dejar de ser un carácter normal, lidad, dado que aparece como estrechamente liga-
el crimen tendería sin embargo a perder este carác- do a las condiciones de toda vida colectiva?”. Lo
ter. Pero no tenemos ninguna razón que nos permi- vemos, no es sólo la existencia de una criminalidad,
ta creer en la realidad de esta regresión. Muchos es también –en una cierta medida, al menos– la pro-
hechos parecieran más bien mostrar la existencia gresión misma de la criminalidad lo que es cosa esen-
de un movimiento en sentido inverso. Desde co- cialmente normal a los ojos de Durkheim y de con-
mienzos de siglo la estadística nos provee el medio formidad con sus principios.
de seguir la marcha de la criminalidad; ahora bien,
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extirpación no es más deseable que posible? que es excretado es lo inútil o lo perjudicial,


La duda está aquí permitida y la necesidad jamás lo útil, salvo en el caso de grave y
de un examen riguroso, de una suerte de exa- seria enfermedad... “El dolor tampoco tiene
men de conciencia colectivo, se hace sentir. nada de deseable; el individuo lo odia como
Sé bien que nuestro autor se esfuerza por la sociedad odia el crimen, y sin embargo
atenuar o aún suprimir el interés práctico de éste forma parte de la fisiología normal”,
la cuestión. La necesidad y la legitimidad de agrega él. Y bien, no, el individuo no tiene
la pena, según él, se concilian de lo mejor razón en odiar el dolor en los casos –muy
con la utilidad y la necesidad del crimen. “Si raros, por otra parte, y tal vez imaginarios–
es normal, dice él, que en toda sociedad en que el mismo esté realmente ligado a la
haya crímenes, no menos normal es que sean producción de un gran bien y, si estuviese
castigados”. Pero aquí, lo confieso, no re- probado que, sin un acompañamiento sufi-
conozco ya la habilidad de su dialéctica ha- ciente de dolores atroces, el éxito de una
bitual. Ya que verdaderamente las razones operación quirúrgica o de un parto sería im-
que él alega para justificar esta identidad de posible, sería absurdo reprimir esos sufri-
los contrarios habrían parecido débiles a mientos por el empleo de cloroformo. La so-
Hegel mismo. Él nos dice, en primer lugar, ciedad, entonces, une la locura a la ingrati-
que los sentimientos de aversión y “de odio” tud reprimiendo el crimen, si es en parte a él
inspirados por el crimen son fundados, ya a quien ella debe sus invenciones y sus des-
que el crimen es saludable a pesar de sí. Pero, cubrimientos y si, gracias a él, además,
¿desde cuándo está permitido odiar un bien- ella escapa al peligro de rigores, de ferocida-
hechor, aunque este sea involuntario? Acuer- des extravagantes, como lo veremos más
do en que deberíamos mayor reconocimien- adelante. Recuerdo sin embargo que los egip-
to a los ladrones y a los asesinos si trabaja- cios odiaban y golpeaban a veces al embal-
ran conscientemente y con el propósito samador de cadáveres, aún juzgándolo emi-
deliberado de desempeñar las bellas funcio- nentemente útil; pero nadie, que yo sepa, ha
nes que les son dispuestas, para mantener- pensado que daría prueba de lógica con
nos higiénicamente en buen estado de sa- esto…
lud nacional, para proveernos de caracteres ¿Se alegará, por azar, para salvar la tesis
innovadores y emprendedores; pero, en fin, reduciéndola, que tal vez no es el crimen solo,
si está probado que nos dan este señalado sino el par formado por crimen y pena, simé-
servicio, aun en contra de su voluntad, me tricamente inmortal y universal, lo que es
pregunto con qué derecho podríamos lue- higiénico y normal socialmente? Pero, preci-
go, no sólo no inflingirle un castigo, sino samente, es el crimen impune y no persegui-
negarles una recompensa… “Pueril obje- do el que tiene en la historia, en la formación
ción”, sea; sin embargo, ¿qué es lo que res- y evolución de los pueblos, un rol prestigio-
pondemos a ello? No es suficiente comparar so y considerable. Es de él, de este crimen
la penalidad con las funciones de excreción triunfante, sepultado con los honores reales
del cuerpo viviente; e incluso esta compara- o dictatoriales, erigido en estatuas sobre pla-
ción es singularmente peligrosa. Es más bien zas públicas, inmortalizado, que estaría tal
con las funciones de secreción que habría vez permitido afirmar, con abrumadoras apa-
que comparar la pena desde el punto de vis- riencias de razón, que ese flagelo es un agui-
ta del sabio profesor de Burdeos; ya que lo jón, que ese veneno es un fermento necesa-
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rio e indispensable del progreso histórico. robo, ni el menor atentado contra las cos-
Sin él, en efecto, no habría más anexión vio- tumbres; esto no podría corresponder, nos
lenta del vecino, no habría más opresión dicen, más que a un exceso de unanimidad y
cruel del inferior y del vencido y desde en- de intensidad de la conciencia pública en la
tonces, falta de conquista y de esclavitud, reprobación de sus actos; y la consecuen-
no más imperio romano, no más democracia cia deplorable será que, volviéndose más
y cosmopolitismo modernos, no más ascen- exigente en razón incluso de las satisfaccio-
sión sangrienta hacia la Justicia y la Paz. He nes que recibe, esta conciencia colectiva se
aquí lo que podríamos decir –equivocándo- pondrá a incriminar con severidad extrava-
nos, por otra parte, desconociendo los ver- gante los más ligeros actos de violencia, de
daderos agentes del perfeccionamiento hu- falta de delicadeza o de inmoralidad; estare-
mano que han sido no los conquistadores mos como en un claustro en el cual, a falta
sino los apóstoles, no los devastadores de de pecados mortales, uno es condenado al
provincias sino los descubridores de verda- cilicio3 y al ayuno por el más leve de los
des, los inventores de utilidades, los ateso- pecadillos. “Por ejemplo, los contratos des-
radores de bellezas artísticas, los iluminado- honestos o deshonestamente ejecutados,
res de ideas percibidas en alguna parte lue- que no conllevan más que a una reproba-
go reinantes en todos lados por la fuerza del ción pública o reparaciones civiles, se vol-
ejemplo y no por la fuerza de la espada–, a verán delitos… Entonces, si esta sociedad
pesar de todo, del crimen glorioso, del cri- se encuentra armada del poder de juzgar y
men que va con la cabeza erguida, como la de punir, calificará estos actos de crimina-
serpiente bíblica, audaz, seductor y corrup- les y los tratará como tales.”
tor de la humanidad y también de sus histo- En verdad, no parece que el peligro seña-
riadores. Pero al crimen bajo y rampante, lado por nuestro moralista tenga un carácter
odiado o despredicado, el único del que el muy marcado de actualidad: y, para quien
señor Durkheim se ocupa, ¿cómo es posible conoce los desastrosos progresos de la in-
juzgarlo útil para las sociedades en las que dulgencia más abusiva por parte de los jue-
se desliza como un intruso, obrero del vicio, ces y también de los jurados, llevados a
parásito del trabajo, destructor de cosechas correccionalizar los crímenes, a civilizar los
como el granizo que no produce más que el delitos y a absolver lo más posible, para
contagio de su mal ejemplo? ¿Para qué sirve quien sabe esto, sin dudas no es el exceso
sino para ser perseguido por la policía judi- de escrúpulos de la conciencia pública
cial, cuando ni siquiera es bueno para este timorata, ni la tendencia irresistible a unas
deporte? penas desmesuradas para unas naderías, lo
¿Para qué es bueno? El señor Durkheim que constituye el peligro de la hora actual.
nos lo va a enseñar. Y, de hecho, no lo adivi- Pongo el hecho de que, en algunos tribuna-
naríamos sencillamente. Supongan, por im- les de distrito ciertos robos son ahora
posible que sea, una sociedad en la que no punidos con una multa de 16 francos. Con la
se cometen ni un solo homicidio, ni un solo aplicación de la ley Berenguer, hace ciento

3
N. del T.: cilicio, vestidura o cinturón áspero o con mortificación (Diccionario Enciclopédico La-
pinches que se lleva sobre la piel por penitencia o rousse).
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cincuenta años los mismos robos habrían mujer de costumbres ligeras en donde se re-
valido a sus autores, el ser colgados alto y fugiaría. Lo mismo sería en el mundo de los
pronto por el verdugo de sus mismas ciuda- negocios, si tampoco allí se produjera nin-
des, en virtud de una sentencia de su guna estafa, ningún abuso de confianza; nos
presidial4 quien, es verdad, habría hecho una volveríamos cada vez menos desconfiados,
misa al día siguiente para el reposo de su cada vez menos movidos a ver la posibilidad
alma. Entre esas dos exageraciones, además, de fraude en las especulaciones algo riesgo-
convengo en que todavía prefiero la nues- sas. Inversamente, allí donde una rama del
tra, si es que es absolutamente necesario ele- delito crece con una rapidez y una fuerza
gir una entre ambas. Pero, ¿es entonces tan alarmantes, a menudo ocurre que, en lugar
evidente que, en el caso de no tener más de continuar debilitándose, la conciencia de
delitos verdaderos para golpear, volveríamos la gente honesta se pone rígida por fin, reac-
poco a poco a la antigua ferocidad? Yo creo ciona con una severidad exagerada contra
más bien y me parece muy verosímil que, esta invasión criminal; y todo esto es justa-
habiendo perdido el hábito de punir, no nos mente lo opuesto a las previsiones del señor
esforzaríamos lo más mínimo en castigar si- Durkheim.
guiendo las leyes un gran perjuicio acciden- Otro error mucho más grave es pensar que
talmente cometido. Expulsaríamos pura y sim- la producción de las variantes criminales de
plemente al malhechor excepcional, como la naturaleza humana está indisolublemente
nos limitamos a expulsar de un círculo de ligada a la de las variantes geniales; que, en
honestos jugadores a un truhán sorprendi- consecuencia, ahogando el crimen, se mata-
do en flagrante delito. Con más razón, segui- rá al mismo tiempo el genio, dos suertes de
ríamos siendo indulgentes judicialmente con originalidades individuales, similarmente dis-
las simples faltas no perjudiciales para la tantes del “tipo colectivo”, el cual se volve-
sociedad. ría de tal manera una regla sin excepción. En
Es sólo el tribunal de la opinión el que se primer lugar, en este punto encuentro mu-
volvería riguroso, exigente, difícil. ¿Y dónde chas dificultades para poner en concordan-
estaría el mal? El error, en todo caso, sería cia el pensamiento de este autor consigo
suponer que, porque no hay más adulterio, mismo. Para él, lo veremos enseguida, no hay
por ejemplo, los salones serían invadidos por otra piedra de toque de la normalidad de un
una mojigatería ridícula, contraria a toda li- fenómeno que su generalidad; para él, el tipo
bertad de marchas y de propósitos en las medio, el tipo colectivo, es el tipo normal;
relaciones entre los dos sexos. Lejos de esto, entonces, todo aquello que se aparta de ese
es en los medios en los que esas relaciones tipo normal es una anomalía. Por consiguien-
son las más seguras en donde estas son tam- te, su proposición arriba mencionada viene
bién las más libres, en América o en Inglate- a decir que la criminalidad es cosa normal
rra y, si el pudor del lenguaje fuese algún día porque favorece la eclosión de anomalías y
exiliado de la tierra, es en el salón de una que su supresión sería una anomalía porque

4
(N. del T.) presidial: antiguo tribunal, creado en Tribunales de Primera Instancia, suprimido en 1791
1551 por Enrique II, intermediario entre los bailíos (Diccionario Enciclopédico Larousse).
y los parlamentos, correspondiente a los actuales
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tendría por efecto el reino absoluto del esta- pretación. Los mapas, por ejemplo, nos mues-
do normal… Pero pasemos por alto esta con- tran que los departamentos más ricos, los
tradicción. ¿Es verdad, sí o no, que el crimen más civilizados, los más letrados, son gene-
y el genio son solidarios? No existe tal vez ralmente (no siempre) los más fecundos en
problema moral más inquietante y que toca crímenes como también en casos de locura.
más cuestiones candentes. Entre la locura y A veces sus curvas y cuadros parecen testi-
el genio una solidaridad del mismo orden ha moniar en el mismo sentido. Pero hay excep-
sido alegada –por otra parte en absoluto ciones significativas: la de Ginebra, en don-
demostrada– aunque falaz de manera muy de, según la monografía del señor Cuénoud,
diferente. Pero en cualquier sentido que esta la criminalidad disminuye a medida que la
última cuestión sea resuelta definitivamente ciudad se civiliza; la de Londres, más nota-
por los alienistas, poco importa, después de ble todavía, en donde la tasa de criminalidad
todo, a la conciencia moral. No ocurre lo mis- es mitad menor que en las ciudades de pro-
mo con la primera. Preocupa en el más alto vincia inglesas e inferior también, cosa ex-
grado a la razón práctica, en mayor grado traordinaria, a la de la campiña inglesa. Tomo
aún que otra antinomia, muy dudosa sin prestado este curioso detalle de un estudio
embargo, que surgió frente a ella cuando un reciente del señor Joly, en el que se demues-
apologista de la guerra, como el mariscal de tra además que, desde hace diez años, el cri-
campo de Moltke o el Dr. Lebon reciente- men en Inglaterra, bajo todas sus formas,
mente, pretende demostrar no sólo que no sobre todo en los niños, ha disminuido en-
es posible sino que tampoco es deseable tre un 10 y un 12%. ¡Pobre Inglaterra! ¡Está
suprimir la guerra, que la guerra también “for- en vías de volverse enferma! A decir verdad,
ma parte de la salud social”, y que, sin su las estadísticas oficiales funcionan todavía
ración periódica de masacres, de pillajes, de muy imperfectamente y desde hace dema-
abominaciones belicosas, la humanidad cae- siado poco tiempo como para aportar ele-
ría en descomposición. Dejemos pasar aún mentos decisivos en el debate que nos ocu-
esta eficacia de la guerra, después de todo pa. Las mismas no permiten decidir si la pro-
esta es el homicidio y el robo por consenti- gresión de la criminalidad que en este
miento mutuo. Pero si el homicidio y el robo momento tiene lugar casi en todos lados se
unilaterales, si la violación además, son úti- debe a unas energías durables y esenciales
les también, útiles al libre vuelo del espíritu de nuestra civilización y no sólo a sus vi-
inventor y si la teoría del bloque es admisi- cios accidentales y pasajeros, a la insuficien-
ble aquí también, como ha sido invocada para cia de su esfuerzo moral comparado a su es-
absolver las masacres de septiembre, inse- fuerzo industrial y científico.
parables, se ha dicho, de las glorias revolu- Yo tendría más confianza en estadísticas
cionarias, entonces, yo le pregunto, ¿qué es especiales, circunscriptas, emprendidas por
lo que subsiste de la vieja distinción del bien particulares para estrechar de cerca las cau-
y el mal? sas del crimen y las causas del genio separa-
Ahora bien, si para resolverlo contamos damente. Investigaciones de este género son
con la estadística, como fuente de informa- familiares a los criminalistas; ahora bien, cada
ción esencialmente “objetiva”, nos hacemos vez que uno de ellos se dio cuenta de inves-
ilusiones. Los oráculos de esta sibila a me- tigar los antecedentes hereditarios y el modo
nudo son ambiguos y necesitan una inter- de educación de cien criminales tomados al
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azar, ¿ha encontrado mucho más desenfreno industriales viables y fecundas? Cierto, en
y pereza, de alcoholismo y de locura y aun esta hipótesis, no habríamos visto consti-
de ignorancia, que entre los ascendentes y tuirse, con el éxito que conocemos, la socie-
educadores de cien honestas personas per- dad para la apertura de un canal en el istmo
tenecientes a la misma raza y a la misma cla- de Panamá; pero, como contrapartida, sin el
se; y no más genio? No, que yo sepa. Por Panamismo y su catástrofe, cuántas socie-
otro lado, el señor de Candolle ha investiga- dades útiles y prosperas se hubiesen funda-
do larga, paciente e ingeniosamente en qué do y que no osan nacer luego del descrédito
condiciones de medio familiar y social la apa- en que cayeron todos los negocios, ¡bue-
rición del genio, del genio científico sobre nos o malos! Además del más directo, en
todo, se ve favorecido; y ha encontrado que, efecto, que produce el crimen, es necesario
entre las influencias favorables, debía ser imputarle, no sólo ese mal indirecto y visible
contada en primer lugar la de un hogar esen- de las prisiones que hay que construir y
cialmente moral, puro de todo delito y de mantener, de la justicia criminal que hay que
todo vicio, ligado hereditariamente a la ho- hacer funcionar, sino también, y sobre todo,
nestidad tradicional. En suma, es el mínimo muchos otros males indirectos y que no se
o más bien el cero de criminalidad el que le ven: el mal de la inseguridad pública, en prin-
ha parecido ligado al máximo de genialidad cipio, el mal de la desconfianza que impide
científica. De esto resulta que no hay la más utilizar las cosas o las personas de las cua-
mínima relación entre las causas del crimen les uno desconfía, el tiempo y el dinero per-
y las causas del genio; en vano fueron yux- didos en prevenirse por medio de revólve-
tapuestas durante siglos, seguirán siendo res, cerraduras y cajas fuertes, etc., contra la
extrañas y hostiles unas a otras. Ese lazo eventualidad de muertes y robos o contra la
que se querría establecer entre ellas, posibilidad de actos inmorales por medio de
notémoslo, aparece más insostenible a me- una reserva excesiva y molesta en la rela-
dida que, por el progreso de la reincidencia, ción entre los dos sexos; luego, el mal del
la criminalidad europea de nuestros días se ejemplo, la perversión del espíritu público
vuelve más profesional –profesión que se- por las explosiones anarquistas principal-
guramente no tiene nada de útil para los mente, la aminoración del respeto debido a
otros– y se localiza principalmente en los la vida y la disminución de la probidad rígi-
medios podridos, antisociales, impropios da en la gente honesta vuelta un poco me-
para cualquier obra sana. nos honesta después de la lectura de la cró-
Y, de hecho, razonemos un poco. ¿Cómo, nica judicial porque, comparados con unos
les ruego, la mayor seguridad procurada a hechos monstruosos, sus propios pecados
las existencias y a los propietarios por la toman el cariz de inocentes pecadillos.
supresión completa de los asesinos y los Supongamos, una vez más, un Estado pur-
ladrones, podría obstaculizar el trabajo ge- gado de todas sus familias de malhechores,
nial de los inventores? ¿Cómo la eliminación de todos sus vagabundos, de todos sus
de todo espíritu de chantaje, de especula- neófitos y seminaristas del delito. Que no
ción agusanada, en el periodismo y en las se diga que es imposible, ya que se podría
finanzas, pondría obstáculos a la indepen- haber dicho lo mismo de la esclavitud en la
dencia, a la potencia, a la libre diversidad de antigüedad, y hoy también del pauperismo,
la Prensa, al nacimiento y éxito de empresas de la mendicidad en las calles. Que no se
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diga tampoco que para ello sería necesario creo. Es bueno refutar una paradoja que no
una completa nivelación de los espíritus y es más que la expresión viva de un prejuicio
los corazones unidos en un “sentimiento sordo e inconfesado, incluso negado, del
colectivo” mucho más intenso y mucho más sentido común. El sentido común encierra
unánime que el actual, tanto que la origina- así errores enormes, nacidos de confusio-
lidad individual quedaría mortalmente alcan- nes de ideas, de las cuales no tiene ninguna
zada. Sería necesario, creo, una reforma ra- conciencia, que lo horrorizan cuando uno se
dical, enérgica, de nuestro sistema judicial las muestra, pero que lo hacen actuar. Sin
y penitenciario. En cualquier caso, obser- embargo es más interesante preguntarnos
vemos que el crimen es la violación no de ahora cómo un sociólogo como el señor
todas las reglas, sino sólo de las reglas más Durkheim ha podido ser conducido a la pro-
elementales y las menos discutibles de la posición que combato. Lo más lógicamente
moral. De aquello que todo el mundo estaría del mundo, por su manera de concebir la dis-
de acuerdo en condenar enérgicamente y tinción de lo normal y lo patológico en el
castigar severamente su violación, de ello mundo social. Incluso en el mundo viviente,
no se seguiría en absoluto que el rico flore- la definición de la enfermedad y de la salud
cimiento de las diversidades individuales es una dificultad ardua y nuestro sabio ha
sea podado o truncado, ni tampoco que la consagrado las más interesantes páginas de
libertad de pensar teóricamente no importa su libro a remover esta fina cuestión. Él mues-
qué sea disminuida. En verdad, es posible tra, o cree mostrar, que el carácter distintivo
que, en lo que toca a la libertad de la con- del estado mórbido no consiste ni en el do-
ducta, la conciencia pública se vuelva más lor que lo acompaña y que acompaña tam-
exigente, quizás el sentimiento de la justicia bién a veces al estado sano, ni en la abrevia-
se iría desarrollando al punto que las refor- ción de la vida, ya que existen enfermedades
mas sociales más intrépidas se cumplirían compatibles con la longevidad y hay fun-
sin derramamiento de sangre, bajo la pre- ciones muy normales, tales como el parto,
sión de la moralidad generalizada. Sin duda, que son a menudo mortales, ni, finalmente,
a falta de crímenes pasionales, nuestra lite- en la oposición a un cierto ideal específico o
ratura perdería una de sus más habituales social supuesto, ya que esta hipótesis fina-
inspiraciones; de manera similar, sin borra- lista es absolutamente subjetiva y, por tan-
chera jamás hubiese habido una canción to, no tienen nada de científica. Hecha la
báquica. En cambio, no tenemos idea de to- eliminación de todos estos caracteres, no
dos los tipos de bellezas artística y literaria queda más que uno, absolutamente objeti-
de los cuales nuestros crímenes y delitos, vo: lo normal es lo general. “Llamaremos
nuestras inmoralidades y nuestros vicios, normales a los hechos que presentan las
nos privan; no soñamos con estas flores formas más generales y daremos a los otros
delicadas, con esas nuevas formas del arte, el nombre de mórbidos o patológicos; el
más puras y más exquisitas, de las que nues- tipo normal se confunde con el tipo medio y
tro gusto no dejaría de crearse para hacer toda desviación con relación a este patrón
de ellas sus delicias en lugar y sitio de nues- de la salud es un fenómeno mórbido” (p.
tras desgastadas estéticas. 70). Ahora bien, nunca se ha visto, en nin-
Se me objetará que tengo demasiada ra- guna parte, una sociedad sin un cierto con-
zón, que es mi culpa insistir en ello. Yo no lo tingente regular de crímenes; entonces,
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como no hay nada más general, no hay nada reparación de tejidos. Pero éstos mismos son
más normal. psicológicamente perjudiciales cuando no
Este principio empieza por esta consecuen- vienen a impedir mayores sufrimientos para
cia. Hay otros igualmente extraños. Todos el individuo.5 También el esfuerzo psicológi-
los seres son defectuosos, imperfectos en co y social tiende a disminuirlos permanen-
algún aspecto; entonces, nada más normal temente, a veces a suprimirlos, a volverlos
que la imperfección y la defectuosidad. To- cada vez menos necesarios y saludables,
dos los animales se enferman un día u otro, gracias a invenciones como el empleo de clo-
esto no sería más que el mal del que mueren; roformo o morfina. Lo que es normal al nivel
entonces, nada más normal que la enferme- de la especie puede ser individualmente pa-
dad... –Cournot, en algunas líneas, ha he- tológico. La parición, cuando mata al indivi-
cho justicia al error de confundir el tipo nor- duo o abrevia su vida, es un mal y una enfer-
mal con el tipo medio–. Supóngase una tri- medad para él, pero es un bien para la espe-
bu, una especie animal y las hay, donde la cie que, sin este accidente mortal, moriría.
vida media sea inferior a la edad adulta, se Me sorprende que el señor Durkheim no
seguirá que, en el caso en que todos los in- haya soñado aquí con la famosa lucha por la
dividuos estuvieran realmente conformes, vida. ¿Acaso lo patológico no podría ser
durante toda su existencia, a ese tipo medio definido como lo que disminuye las posibili-
y no se presentara ninguna anomalía, nin- dades de triunfo del individuo –o las de la
guno de ellos se reproduciría y esto sería especie, distingamos bien– en este gran
normal. Tómese en una masa la inteligencia combate de los vivos? Ahora bien, desde
media, la instrucción media. ¡En qué nivel va este punto de vista, el sufrimiento aparece
a caer la normalidad! A comienzos de este como un mal y una anomalía que, prolon-
siglo, la instrucción media consistía en no gándose, entrañaría fatalmente la derrota del
saber ni leer ni escribir. La cultura superior individuo y aún de la especie. Hay enferme-
es incluso una anomalía, ya que es lo menos dades con las cuales uno puede vivir fuera
general y menos extendido. Por cierto, se- de combate, pero no las hay que permitan
gún esta cuenta, la ignorancia y la inmorali- triunfar. Desde este punto de vista, también,
dad son cosa más sana y más normal que la se muestra la utilidad de una noción recha-
ciencia y la virtud. zada con demasiada desenvoltura por nues-
El señor Durkheim, estudiando este asun- tro autor: la de adaptación. Podemos, de he-
to, ha omitido las distinciones necesarias. Él cho, definir lo normal como lo que es adap-
dijo que existen sufrimientos sanos; sí, en el tado al triunfo en la lucha. Agreguemos que
sentido en que estos son útiles psicológica- por la consideración de la alianza para la
mente, útiles para el cumplimiento de una vida, tanto como por la de la lucha, obtene-
función vital, tales como la regeneración o mos fácilmente una definición aceptable: ¿lo

5
Hay, tanto vital como socialmente, unos males impuestos que no ser protegido por la fuerza públi-
saludables, los cuales impiden males mayores: es el ca. Es el caso de la vacuna, pequeña enfermedad que
caso de la vejez, la menstruación, de los impuestos, evita una mayor, la viruela.
etc., dado que es mejor envejecer que morir, pagar
130 Gabriel Tarde

anormal no es aquello que vuelve a un ser den lógico, es decir, si uno no considera ante
incapaz o menos apropiado para entrar en todo como anormal o mórbido lo que turba
una asociación y para fortalecer los lazos? la armonía sistemática del ser, del ser orgáni-
La teoría de Pasteur sobre el origen de las co, del ser mental o del ser social –aquello
enfermedades más graves, las más temibles, que impide el acuerdo de fines y el acuerdo
las más dignas de ese nombre, da lugar a de los juicios y por ello impide ser suficiente
una concepción de la enfermedad que pue- para realizar el fin dominante–? Esto es tan
de ser considerada como derivada de un cierto que, a pesar de su desprecio por el
caso singular y original del struggle for life6 finalismo que va al punto de hacerle recha-
y del cual el señor Durkheim tampoco dice zar la idea misma de utilidad, el distinguido
nada. La enfermedad, si generalizamos esta profesor lo ha hecho sin querer. Ha compren-
explicación microbiana, se nos presenta dido que no basta con definir la normalidad
como el combate entre una armada de célu- por la generalidad, si uno no se remonta a
las y una armada de microbios, combate en las causas de ésta última, para permitirse dis-
el cual nuestro organismo es a la vez lo que tinguir entre generalidades de diverso géne-
está en juego y el campo de batalla. Estas ro, aceptar unas, rechazar otras y no aceptar
dos armadas están compuestas, separada- ciertas consecuencias un poco molestas de
mente, por combatientes con buena salud su propio principio. También ha buscado las
hasta el momento en que se exterminan, pero causas y creído encontrarlas en lo que él
es su relación la que es mórbida. Nada se llama “las condiciones de existencia”. Cuan-
aplica mejor que esta noción de la enferme- do cambian las condiciones de existencia de
dad a la criminalidad. La criminalidad es el una sociedad, lo que era normal hasta ese
conflicto entre la gran legión de la gente momento –por ejemplo, las prácticas religio-
honesta y el pequeño batallón de los crimi- sas o el carácter individual de la propiedad–
nales y éstos como aquéllos actúan normal- se vuelve anormal a pesar de su generalidad
mente, estando dado el fin que unos y otros persistente. Y he aquí cómo nuestro autor,
persiguen. Pero, como estos fines son con- en una nota, algunas páginas después de
trarios, la resistencia que se oponen mutua- haber escrito que el progreso de la criminali-
mente es sentida por cada uno de ellos como dad en nuestra época es cosa normal, ha
un estado patológico que, de ser permanen- podido escribir que el decrecimiento del sen-
te y universal, es sólo más doloroso. timiento religioso es cosa normal también,
La toma de partido del señor Durkheim de tal manera que un despertar de ese sen-
contra la idea de finalidad, aún en ciencia timiento, la más universal sin embargo de
social, le ha impedido discernir la verdad en todas las manifestaciones sociales sería una
las oscuridades algo artificiales de la cues- anomalía mientras que la progresión de nues-
tión que examina. ¿Cómo hacerse una idea tros delitos no lo es! Nuestro estado econó-
un poco más neta de lo normal y lo anormal mico actual, se dice incluso, “con la ausen-
si uno se obstina en proscribir lo que debe- cia de organización que lo caracteriza”,
ría venir en primera línea, las consideracio- es universal en verdad, pero no es menos
nes de orden teleológico y también de or- mórbido si se prueba que está ligado “a la

6
N. del T.: “Lucha por la vida”, en inglés en el
original.
Criminalidad y salud social 131

vieja estructura social segmentaria” y no a recho de despreciar en tanto quiera mante-


la nueva estructura que tiende a sustituir a nerse fiel a su propio principio. Lo normal,
aquélla. ¿Qué son las “condiciones de exis- entonces, para una sociedad, es la paz en la
tencia”? Durkheim no lo precisa; precisémos- justicia y la iluminación, es la exterminación
lo. Son ideas, creencias extendidas, derechos completa del crimen, del vicio, de la ignoran-
o deberes que los hombres se han atribuido cia, de la miseria y el abuso. Y sé bien que el
o nuevos fines que se han puesto a perse- peligro de esta definición es inclinarse de-
guir o, más bien, a la vez nuevos fines y nue- masiado hacia el espíritu de quimera, pero la
vas ideas. La idea de finalidad está entonces prefiero antes que la otra, por más científica
implicada en aquello que Durkheim cree po- que se jacte de ser.
ner en su lugar. ¿Por qué? Porque no puedo admitir, con
Sin ninguna duda “lo que es normal para mi sutil contradictor –y éste no es mi menor
un molusco no lo es para un vertebrado” y disentimiento con él– que la ciencia, o lo que
cada especie tiene su propia normalidad; llamamos de tal manera, frío producto de la
pero, ¿por qué es esto? Porque atribuimos razón abstracta, extraña, por premisa, a toda
irresistiblemente a la especie una necesidad inspiración de la conciencia y el corazón,
fundamental (nadar, volar, etc.), un Deseo, tenga sobre la conducta la autoridad supre-
una Voluntad propia, premisa mayor y nece- ma que ejerce legítimamente sobre el pensa-
saria del silogismo implícito del cual deduci- miento. ¿De dónde los estoicos habrían apre-
mos la conclusión: “esto debe ser, esto es hendido el carácter anormal de la esclavitud,
normal; aquello no debe ser, aquello es anor- a pesar de su generalidad y de su universa-
mal”. Mucho mejor, para cada individuo, si- lidad en su tiempo? Escuchando no a los
guiendo el fin que uno sabe y supone, cam- geómetras, no a los astrónomos ni a los físi-
bian las condiciones de la normalidad. “El cos de entonces, sino a su corazón. Impón-
salvaje que tuviese el tubo digestivo redu- gase silencio al corazón y la esclavitud será
cido y el sistema nervioso desarrollado del justificada, como para Aristóteles. Yo agre-
civilizado sano sería un enfermo con rela- go que es el hombre entero el que debe pen-
ción a su medio”, nos dicen. Un enfermo sar, con su corazón, con su alma e incluso
socialmente, sí, ya que estaría constituido con su imaginación y no sólo con su razón.
en oposición a las necesidades y los apeti- Sin duda a menudo debe poner el pedal sor-
tos de la tribu; pero un enfermo individual- do sobre las primeras cuerdas para dejar más
mente si su propio ideal, contrario al de su libre juego a las vibraciones de la última, a
medio, exigía ese desarrollo cerebral y esta las oscilaciones y a las operaciones de su
reducción de la vida vegetativa. inteligencia. Tal como uno retiene el aliento
Recuerdo, escribiendo estas líneas, un unos instantes para no alterar la superficie
pensamiento de Stuart Mill bien distante de de un agua pura en la que busca ver el refle-
este del señor Durkheim. El estado normal, jo de sus bordes –y la razón es esta agua
dice en alguna parte, es, para todo ser, el pura–. Pero esta abstracción subjetiva de
estado más elevado que pueda alcanzar. Di- alguna manera aplicada a nuestra propia rea-
cho de otra manera: lo normal es lo ideal; y lidad interna, como la abstracción objetiva a
lo mórbido, es muy a menudo lo general, lo la cual uno somete artificialmente las reali-
común, lo “vulgar”, ese vulgar que nuestro dades del afuera para llegar a comprenderlas
autor desprecia tanto pero que no tiene de- mejor, analizándolas bajo sus diversos as-
132 Gabriel Tarde

pectos, no puede prolongarse indefinida- de ordenarle o recomendarle tales o cuales


mente y no debe tomarse más que como un prácticas más que fundándose sobre ciertos
artificio de método, una ficción momentá- deseos, premisas principales del silogismo
neamente útil. De tiempo en tiempo, el pen- moral de las cuales ella no es sino la premisa
sador más abstracto, el buceador más pro- menor y la conclusión. Si tiene que vérselas
fundo –sobre todo el más profundo– para con un ambicioso, ¿por qué le prescribiría el
no ahogarse, debe restituirse en su integri- amor? Si tiene que vérselas con un enamora-
dad, volver a subir a plena luz para respirar do, ¿por qué le prescribiría la ambición? ¿Por
libremente. Y es en ese momento de disten- qué le ordenaría al sabio su sed apasionada
sión del corazón, de embriaguez imaginaria, de verdad antes que una sed de oro u hono-
después de una reflexión tranquila, que le es res? Nacemos, individuos o pueblos, con una
posible a veces ver un poco más claro en la fuerza de proyección particular como los
intimidad de las cosas, restituidas ellas tam- astros, con una impulsión propia que nos
bién en la plenitud de su existencia, tempo- viene del corazón, del fondo sub-científico,
rariamente fragmentada por el análisis. sub-intelectual de nuestra alma; este es un
Durkheim cree honrar la ciencia atribuyén- hecho como cualquier otro para la ciencia,
dole el poder de dirigir soberanamente la que no tiene más que constatarlo; este es el
voluntad, es decir, no sólo de indicarle los postulado necesario de todos los consejos,
medios más adecuados para alcanzar su fin todos los condicionales que ella pueda diri-
dominante, sino incluso de dirigir su orien- girnos. Y cuando se trate de modificar sea la
tación hacia ese estrella polar de la conduc- intensidad, sea la dirección de esta energía
ta. Ahora bien, es cierto que la ciencia ejerce interior, no será un teorema ni una ley física
una acción sobre nuestros deseos, pero una o psicológica, ni tampoco sociológica la que
acción principalmente negativa: ella mues- tendrá ese poder, sino el reencuentro indivi-
tra el carácter irrealizable o contradictorio de dual o nacional, en alguna calle de la vida o
muchos de ellos y por esto tiende a debili- de la historia, de un nuevo objeto de amor o
tarlos, sino a eliminarlos; pero, entre aque- de odio, de adoración o de execración que,
llos que permite juzgar realizables en grado desde el fondo conmovido de nuestro cora-
igual o aun diferente, ¿con qué derecho nos zón, suscitará nuevos impulsos.
prohibiría experimentar unos y nos ordena- Es pidiendo a la ciencia más de lo que pue-
ría probar otros? La ciencia no tiene un po- de dar, es atribuyéndole unos derechos que
der absoluto más que sobre nuestro intelec- sobrepasan su alcance, ya bastante amplio,
to; incluso ella no le impone sus enseñanzas que se ha dado lugar a creer en su pretendi-
más que apoyándose en unas evidencias do fracaso. La ciencia jamás ha quebrado
inmediatas, en unos datos de la sensación sus verdaderas promesas, pero han circula-
que ella no ha creado y que postula. Con do bajo su nombre una multitud de falsos
más razón cuanto ella se dirige a la volun- billetes revestidos de su falsa firma por los
tad, de la cual la ciencia no es más que el cuales le es imposible responder. Es inútil
consejo privado, por así decirlo, ella no pue- aumentar el número de estos falsos billetes.

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