Libro Del Examen
Libro Del Examen
Libro Del Examen
POR EL
Rdo. EUDALDO SERRA, PBRO.
Rector de la Casa Sacerdotal de Barcelona
(Tercera edición)
PRELIMINAR
Ningún recuerdo mejor nos podemos llevar de los Santos Ejercicios, ni medio alguno más seguro
para perseverar en los propósitos que el examen diario de conciencia, general y particular.
En efecto, quiere San Ignacio que queden bien impresos en el alma estos dos extremos: 1º ¿Qué
ha hecho Dios por mí? y que esto muestre al cristiano aquella inmensidad de amor y aquel misterio
de predilección, con que Dios le ha distinguido entre tantos y tantos. Y 2º ¿Qué he hecho yo y qué
he de hacer por Dios?, y que esto le incite constantemente a andar por el camino del bien y de la
santidad.
Es natural que, en un corazón sensible y noble, cuanto más vivo sea el recuerdo del amor y
predilección de Dios para con él, tanto más vigoroso sea también el estímulo para obrar el bien y
huir del mal. Empero, el peligro está en que el sentimiento estimulante del amor predilecto que
Dios nos tiene, se vaya amortiguando en el corazón, ya sea por no renovar con frecuencia este
recuerdo, ya a causa de las faltas, y en que, al perderse las energías primeras, se quiebren, cada vez
con más frecuencia, los propósitos y acaben por no cumplirse enteramente.
El medio más seguro, es decir, cierto, para evitar este olvido y esta inconstancia, a que pueden
dar ocasión las faltas, es la práctica del examen, según lo propone San Ignacio. Para facilitar su
inteligencia y su práctica al mayor número posible de personas, ha sido compuesto este librito, que
no aspira a decir nada nuevo, sino simplemente a repetir con claridad y sencillez y a divulgar más
y más los conceptos harto conocidos sobre este medio de tanto provecho espiritual, como lo es el
de hacer perseverar con firmeza en la práctica dé los buenos propósitos.
I
EL EXAMEN GENERAL
I. El espíritu del examen diario de conciencia
Una objeción.
El segundo punto del examen. Pedir conocimiento y contrición de las faltas cometidas.
Ante todo hemos de recordar al lector que no hablamos del examen de conciencia necesario para
confesarse, sino del examen voluntario que se hace diariamente por devoción y por el deseo de la
perfección espiritual.
Aunque este examen de conciencia es una cosa antiquísima y que siempre ha sido practicada, no
obstante hay que reconocer que tal como hoy se explica y suele practicarse, entre los religiosos y las
personas piadosas, fue sistematizado, impulsado y divulgado por San Ignacio de Loyola, fundador
de la Compañía de Jesús, quien lo dejó escrito en su libro inmortal de los Santos Ejercicios.
Por esta causa, todos los que deseen entender bien y penetrar el examen de conciencia han de
estudiarlo en su autor y han de procurar desentrañar su pensamiento consignado en el libro de los
Santos Ejercicios, libro aprobado por la Iglesia en todas y cada una de sus partes.
En el fondo, pues, cuanto se pueda decir acerca del examen, lo han dicho ya los que han
comentado la obra de San Ignacio. Sólo se trata de ver si estas cosas viejas y ya sabidas, al ser
explicadas de nuevo con otra luz, se hacen más comprensibles para un mayor número de cristianos,
a fin de que quieran practicar seriamente el examen y puedan sacar de él sus maravillosos frutos
espirituales.
Los principios sobre los cuales fundamentamos esta explicación del examen son certísimos, pues
nos los da la Teología y están impresos en el Catecismo, a saber: 1° Que sin un auxilio
especialísimo de la gracia, no podemos vernos absolutamente libres de faltas. 2° Que el pecado
venial y las faltas disminuyen de suyo el fervor y la actividad de la gracia y el amor de Dios en el
alma y la predisponen al pecado mortal, que es la pérdida total del amor de Dios. San Ignacio lo
declara así en la petición del segundo preámbulo del quinto ejercicio, cuando pide sentimiento
interno de la pena que padecen los condenados, a fin de que si del amor del Señor Eterno por mis
faltas me olvidare, a lo menos el temor de las penas me ayude para no caer en pecado. Con lo cual
manifiestamente nos declara el motivo que podría hacernos olvidar la gran predilección con que
Dios nos ha amado, esto es, las faltas.
Para limpiar el alma o purificarla de estas faltas, San Ignacio propone el examen general de
conciencia, el cual, además, es muy útil para confesarse mejor. Y explica la manera cómo se puede
pecar o merecer con los pensamientos, trata del miramiento en las palabras y de la murmuración,
del examen de las obras según los mandamientos y expone los cinco puntos de que consta el
examen; pero no habla de la enmienda de un defecto particular, ni si se ha de comprobar la
enmienda, contar las recaídas y confrontarlas, como en el examen particular.
Y confirma más este sentido natural y práctico del examen general, el hecho de que él mismo
propone el examen particular, para guardarse –dice en su libro de los Ejercicios– con diligencia de
aquel pecado particular o defecto del que quiere corregirse y enmendarse, y pone en seguida cuatro
adiciones para quitar más pronto un pecado o defecto particular. Y, en este examen, sí que habla de
apuntar las veces que se cae y de comparar una con otra y un día con otro día, para comprobar si
hay positiva enmienda. Es evidente que el Santo no puso dos formas de examen para un mismo fin
determinado; en este caso lo hubiera advertido.
Del examen particular trataremos más adelante: ahora queremos dejar bien sentado el espíritu y
la orientación del examen general. Podemos estar bien convencidos de que el examen general no se
practica más, porque no se entiende bien. De otra manera no se comprendería cómo la inmensa
mayoría de los cristianos que comienzan a practicarlo de todo corazón y con buena voluntad, lo
dejan pronto, por parecerles enojoso, pesado, difícil y desalentador, siendo así que, bien
comprendido, no tiene ninguno de estos inconvenientes.
Todo cristiano que aspira a la perfección y a la santidad se siente, por una parte, llamado por
Jesús, que le dice: Sed santos como lo es mi Padre celestial, y, por otra parte, no puede librarse, en
absoluto, de todas las faltas y defectos, pues claramente nos dice la Teología católica que, sin una
gracia especialísima de Dios (y Dios, excepción hecha de la Santísima Virgen, no la ha dado a
ninguna criatura; a lo menos no consta como cosa de fe), el hombre no puede verse libre de faltas
veniales, cuando no indeliberadas.
Siendo esto así, es menester buscar, no la manera de suprimir absolutamente las faltas (cosa
imposible), sino la manera de que no nos perjudiquen, ni nos detengan o desvíen en el camino de la
perfección y santidad. El peor mal que nos pueden causar las faltas, es hacernos olvidar del amor de
Dios y enfriarlo en nuestro corazón. Si dejamos que las faltas arraiguen en nuestra alma, crecen y
aumentan en ella; y las cosas pequeñas, cuando se desprecian, van apagando el amor de Dios en
nuestro corazón, hasta hacernos caer fácil y seguramente en pecados mortales. Esta es la
consecuencia más fatal que es menester vigilar en todas sus ramificaciones.
Tengamos, pues, bien entendido y bien presente que nuestras faltas no nos harán perder en lo
más mínimo el amor de Dios, si nosotros las detestamos y luchamos constantemente contra ellas, es
decir, si no tenemos afición a ellas ni tenemos puesta en ellas la voluntad; si nos arrepentimos, si las
odiamos y trabajamos continuamente en combatirlas y en extirparlas, en la medida de lo posible.
Esto se hace y se consigue con la práctica del examen diario de conciencia, hecho tal como lo
sistematiza San Ignacio de Loyola. Mas, para sacar de él todo el fruto posible, y para no
desalentarnos al practicarlo, conviene que entendamos con claridad y recordemos algunas ideas
fundamentales.
II. La Iglesia no canoniza a nadie por la razón de que no tenga ninguna falta, sino por la razón
positiva de que posee las virtudes en grado heroico; por consiguiente, al canonizar a un hombre y
declararlo santo, nos dice que tenía las virtudes en grado heroico, pero no nos dice que estuviese
absolutamente libre de las más pequeñas faltas.
Pensemos, pues, en que podemos hacernos santos teniendo faltas y defectos. Lo cual quiere
decir que podemos permanecer y crecer en el amor de Dios y caer, a la vez, en faltas. Por lo tanto,
hemos de atender y aplicarnos más a adquirir virtudes, que a librarnos absolutamente de nuestras
faltas y defectos, porque la perfección consiste más en el amor de Dios y en la caridad perfecta,
que en la ausencia de faltas. No hay para que decir, empero, que, cuanto más arraigada está una
virtud en el alma, tanto más la guarda de caer en las faltas contrarias.
III. La santidad reclama un gran horror al pecado, incluso al venial. Por lo tanto, hemos de
detestar y odiar de corazón, todas y cualesquiera faltas y desórdenes, por insignificantes que sean.
Las faltas voluntarias se han de corregir y enmendar, y las involuntarias se han de neutralizar, es
decir, hay que curar el mal que hubieren producido e impedir en absoluto que acarreen ninguna
mala consecuencia.
Este tratamiento de nuestras faltas cotidianas y los frutos maravillosos que de él se derivan, se
logran practicando el examen diario de conciencia de la manera debida, con los cinco puntos de que
consta.
Con el recuerdo de los beneficios divinos, se aviva el amor de Dios en nuestro corazón. Con el
examen del día conocemos más nuestra flaqueza y miseria. Con la confusión y vergüenza que nos
causan nuestras recaídas, arraiga y crece en nosotros la humildad. Con el arrepentimiento y con-
trición obtenemos el perdón de las culpas. Con los actos de amor, gratitud, humildad y de otras
virtudes, alcanzamos la remisión de la pena y merecemos, además, nuevas gracias. Y el propósito
nos guarda de volver a caer fácilmente.
Se comprende que, entendido así el examen de conciencia, se puede practicar con suavidad y
constancia, con gusto y fervor espiritual, al ver cómo de las faltas se saca un fruto mayor que el
daño que nos hayan podido causar y que, en muchas personas piadosas, son estas faltas más
pequeñas de lo que ellas imaginan.
1. Para conservar vivo el amor de Dios en nuestro corazón y para impedir que nos olvidemos
de nuestras faltas.
9. Para que, quitada toda confianza en nosotros mismos, la pongamos únicamente en Dios.
10. Y, como consecuencia de lo dicho, para disminuir el número de las faltas y enmendarnos
cuanto sea posible.
EL EXAMEN ES UN MEDIO PARA CONSERVAR VIVO EL AMOR DE DIOS EN NOSOTROS, IMPIDIENDO
QUE LAS FALTAS PUEDAN DISMINUIRLO O APAGARLO EN NUESTRO CORAZÓN; POR LO CUAL, SI NO
PUEDE LIBRARNOS DE LAS FALTAS, NOS LIBRA DE TODO EFECTO DAÑINO DE LAS MISMAS.
La condición indispensable, para que el examen se haga con constancia y con provecho
espiritual, es que vaya acompañado de una confianza segura y sin límites en la misericordia de Dios
y en el amor de predilección que nos tiene. Es menester no desalentarse ni desconfiar jamás, por
numerosas, repetidas y vergonzosas que sean nuestras faltas. Si, en alguno, el examen diario de
conciencia produce desconfianza, desesperación o es causa de que se desaliente, ello es debido a
que se ha forjado ilusiones sobre el examen o a que no lo ha sabido entender. A este tal, el examen
de esta manera practicado, no le hará ningún bien y puede serle dañoso. Es necesario entenderlo o
no practicarlo.
Una cosa muy importante hay que advertir y es que, para practicar bien el examen, es menester
tomarse tiempo y reposo, como se hace para la oración de la mañana. Si se quiere hacer con prisas y
cuando el sueño ya acomete fuertemente, el examen se convierte realmente en pesado y enojoso, se
practica mal y pronto deja de hacerse.
Una objeción
Conviene advertir ahora que nadie se crea autorizado para pensar ni decir que el examen general
produce la enmienda de las faltas por el hecho de que no tenga, como el examen particular, por fin
directo el curarlas y hacerlas desaparecer. ¿Hay mejor corrección de las faltas que el destruir
totalmente su nocivo efecto de enfriar el amor de Dios en el alma? La corrección es infalible, si se
practica el examen; la curación se procura en la medida de lo posible, sobre todo por medio del
examen particular, preparado por el examen general, el cual hace el diagnóstico de la enfermedad e
indica dónde ha de aplicar el remedio el examen particular.
Ocurre exactamente lo mismo que en los defectos del cuerpo, que la ortopedia o la medicina
corrigen completamente y curan en lo posible. Así vemos, por ejemplo, que la óptica, por medio de
los lentes o anteojos, corrige perfectamente la miopía o el estrabismo, y llega a curarlos cuando ello
es posible. Entretanto, una vista corta corregida con lentes, ve tan claramente, o mejor aún, que una
vista normal sin ellas.
El examen es, para los defectos del alma, una de estas aplicaciones médicas que la corrigen
completamente y la curan en lo posible.
Bien entendido y practicado, no tiene el examen de conciencia aquella ansia de buscar todas las
faltas del día ni aquella desconfianza temerosa que causa el tener que pedir perdón todos los días
por unas mismas faltas. Con esto ya se cuenta de antemano; ya se sabe que lo que Dios espera no es
la ausencia de faltas, sino la humillación que provocan, pues por alguna razón puso Dios aquella
súplica: perdónanos nuestras culpas, en la oración del Padrenuestro, que hemos de rezar todos los
días. Ni espera Dios la hora del examen para descargar sus iras divinas, antes al contrario, ansia
abrirnos de par en par su Corazón dulcísimo y derramar sus misericordias y su amor en el nuestro,
cuando le abre la única puerta por donde poderlas introducir, que es la humildad, la desconfianza
absoluta en nosotros mismos y el confiarlo todo a Dios.
Y es indudable que este intercambio de afectos con el Corazón de Jesús, hecho con devota
sinceridad durante la oración de la noche, es suficiente para reparar el daño causado por muchas
faltas cometidas durante el día y cometidas no con tanta advertencia y voluntad como la que se pone
en hacer bien el examen.
Quizás cause extrañeza lo que decimos acerca de la dificultad que hace que a algunos les parezca
imposible la curación de ciertas faltas y defectos. Empero hemos de hacer constar que esta
explicación es la misma doctrina enseñada por los santos.
San Ligorio, en su libro Práctica del amor a Jesucristo1 ya dice: “Hay que advertir que existen
dos clases de tibieza: una inevitable y evitable otra. La inevitable es aquella de la cual ni los santos
se ven libres; y ésta abarca todos los defectos en que incurren, sin plena voluntad, sino únicamente
por natural fragilidad. Tales son las distracciones en la oración, las inquietudes interiores, las
palabras ociosas, la vana curiosidad, el deseo de figurar, el gusto en el comer y en el beber, los
movimientos de la concupiscencia no reprimidos en seguida y otros semejantes. Estos defectos se
han de evitar en la medida de lo posible; mas, a causa de la debilidad de nuestra naturaleza infestada
por el pecado, es imposible evitarlos todos. Pero, una vez cometidos, los hemos de aborrecer,
porque son desagradables a Dios; mas, según advertíamos en el capítulo precedente, nos hemos de
guardar de inquietarnos por ellos. Escribe San Francisco de Sales: Todos los pensamientos que nos
causan inquietud no son de Dios, que es príncipe de la paz, sino que siempre proceden del demonio
o del amor propio o de la estima de nosotros mismos.”
Santa Teresita, con una de aquellas tan graciosas comparaciones, típicas en ella, lo enseñaba a
una de sus novicias, que se desalentaba al ver sus imperfecciones, diciéndole: “Me hacéis pensar en
un tierno infante que comienza a tenerse en pie, pero que todavía no sabe andar. Queriendo de todas
maneras llegar a lo alto de una escalera, para ir con su madre, levanta su piececito para subir el
primer peldaño. ¡Trabajo inútil! Siempre se cae, sin poder avanzar. Pues bien: sed como este
pequeño niño. Por la práctica de las virtudes, levantad siempre vuestro pie, para subir por la
escalera de la santidad y no os imaginéis que podréis subir ni siquiera el primer peldaño: no; pero
Dios no os pide sino buena voluntad. Desde lo alto de esta escalera, os mira con amor; un día,
vencido por vuestros inútiles esfuerzos, bajará El mismo y, tomándoos en sus brazos, os llevará para
siempre a su reino, donde ya no le dejaréis jamás”2.
La Imitación de Cristo, llamada vulgarmente el “Kempis”, en el capítulo XVI, del libro primero,
nos dice: “Lo que el hombre no puede enmendar en sí mismo y en los demás, lo ha de soportar con
paciencia, mientras Dios no disponga otra cosa”. “Piensa que así, tal vez es mejor para tu probación
y paciencia, sin la cual no son mucho de ponderar nuestros méritos.”
“No obstante, has de suplicar que Dios se digne ayudarte por estos impedimentos y que los
puedas pacientemente soportar.”
Tal es la doctrina del “Kempis”: saber vivir cristianamente con los defectos propios y con los
de los demás y saber aprovecharnos de ellos para avanzar en la perfección y santidad.
1
Cap. VIII, 2.
2
Espíritu, págs. 202-203.
II. Los cinco puntos del examen
El examen general, según el libro de los Ejercicios, es propuesto por San Ignacio en estos cinco
puntos:
1º punto. Dar gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos.
3º punto. Demandar cuenta al alma, desde la hora que se levantó hasta el examen presente, de
hora en hora o de tiempo en tiempo, y primero del pensamiento, y después de la palabra, y,
después de la obra, por el mismo orden que se dijo en el examen particular.
Estos dos preámbulos son: el acto de la presencia de Dios y la oración preparatoria. Aunque
antes de cualquier acto de piedad, hemos de hacer siempre los preludios o preparación, hay actos
que los reclaman más imperiosamente; tales son, por ejemplo, la meditación, la visita al Santísimo y
el examen.
Puede cada uno hacer la evocación de la presencia de Dios de la manera que le sea más fácil y
sugestiva, ya recordando que Dios, por estar en todas partes, está también allí presente con su
Majestad divina; ya contemplando a la Santísima Trinidad, que nos escucha desde el cielo; ya
también representándonos al buen Jesús que, dulce y pacífico, espera nuestra oración y nos llama
por nuestro propio nombre, imaginándonos, al mismo tiempo, en alguna manera, su rostro, su voz, y
su figura en general; ya considerándonos envueltos enteramente por la presencia divina,
dondequiera que vayamos, como los peces están sumergidos en el agua y las aves en el aire y como
el hierro candente está penetrado del fuego. También es bueno ver cómo la Virgen María, nuestra
Madre, intercede por nosotros desde el cielo, juntamente con nuestros santos patronos y abogados y
con los ángeles de la guarda.
Una vez hecho el acto de presencia de Dios, es menester, siguiendo el consejo de San Ignacio,
darle cuerpo mediante un acto exterior. Suponiendo que el acto de preparación se haya hecho a un
paso de distancia del lugar donde se ha de hacer la oración o el examen, el acto exterior consistirá
en hacer una profunda inclinación o una gran reverencia, arrodillándose inmediatamente para
proseguir la oración. Si el acto de ponerse en la presencia de Dios se ha hecho de rodillas, entonces
el acto exterior consistirá en postrarse, hasta tocar el suelo con la frente. Cuando están presentes
otras personas, basta una simple inclinación de cabeza, hecha con gran reverencia interior.
La oración preparatoria consiste en pedir a Dios gracia para practicar bien el examen y sacar de
él el fruto conveniente. Ha de ser también muy corta, como una jaculatoria, pero dicha con todo el
corazón y devoción.
Acción de gracias
El primer punto del examen es dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Aunque esto, a
primera vista, parece extemporáneo, en un examen de faltas, no obstante el recordar y agradecer los
beneficios que Dios nos ha hecho, es cosa que prepara maravillosamente el espíritu. 1° Porque se
cumple una deuda que suele ser la más olvidada y la peor cumplida. 2° Ayuda fuertemente a la
contrición el ver correspondidos los beneficios con una serie de faltas, cuya malicia se ve entonces
mejor. 3° Excita también nuestra generosidad y nuestro valor para hacer y cumplir los propósitos.
4° Mueve la bondad divina a concedernos nuevas gracias y nos dispone para recibir el perdón de
Dios. 5° El recuerdo de los beneficios mantiene vivo el recuerdo del amor de Dios a nosotros.
Los beneficios que Dios nos ha hecho son inmensos y jamás, en este mundo, llegaremos a
conocerlos y a entenderlos. El afán de quererlos recordar todos (se entiende los que la memoria es
capaz de retener) sería en perjuicio de la misma devoción, por lo cual es muy conveniente tener una
lista de los más importantes, así generales como particulares, que sean más capaces de mover a
agradecimiento o generosidad en el servicio de Dios nuestro Señor. También es muy práctico
recordar particularmente algunos beneficios determinados, cada uno de los días de la semana, para
agradecerlos todos en conjunto, como se supone. A este objeto, se pueden dividir arbitrariamente en
siete grupos, a fin de distribuirlos especialmente por cada día de la semana, según van siguiendo o
de una manera parecida.
1. ¿Qué os daré, Señor, por todos los beneficios que me habéis otorgado y cómo os pagaré el
amor que me tenéis?
Me habéis CREADO, sacándome de la nada, cosa que desde toda la eternidad teníais decidida y
decretada y habéis esperado, para ello, la hora y el momento más conveniente en el transcurso de
los siglos. Esto demuestra que me amáis más que a todos aquellos otros infinitos seres que podíais
haber creado y que habéis dejado para siempre en la nada, y que, a pesar de mi miseria, ingratitud y
maldad, me habéis preferido a todos aquellos ángeles y santos que habríais podido crear en mi lugar
y que os habrían servido mejor y dado más gloria y habrían sido más agradecidos.
2. Me habéis REDIMIDO, con el precio de vuestra sacratísima Sangre, y con tanto amor, como si
la Redención hubiera sido para mí solo. Y aun hoy, después de tantas ofensas mías, estáis dispuesto
a sufrir mil pasiones, si menester fuere, para redimirme y salvarme. Y no os detuvo el prever que
poco me aprovecharía de ello y que correspondería tan mal y con tanta ingratitud. En la oración de
Getsemaní, en la agonía de la cruz y en medio de todos los tormentos y en cada uno de ellos en
particular, me teníais presente y ofrecíais gustoso vuestros martirios por mi redención. ¿Cómo he
correspondido yo a tan grande amor?
Sean cuales fueren los beneficios que se recuerden en particular, siempre se han de considerar
juntamente con estas dos circunstancias: 1a, que Dios tenía previstos para nosotros desde toda la
eternidad todos los beneficios y gracias concedidos, nos los mereció y ganó con su Sangre, y nos los
ha concedido con un amor particular de predilección, que siente por cada uno de nosotros y no
siente por nadie más de igual manera; y 2a, que el día de hoy nos ha guardado, pensando en nosotros
y nos ha amado con aquel mismo amor: de tal manera que cada momento del día ha sido un nuevo
beneficio, continuación de todos aquellos que hemos considerado en particular.
Aunque la materia sea muy extensa y fácil de meditar, no conviene destinar a este punto del
examen más de dos o tres minutos.
El objeto de este segundo punto es orientarse y pedir el auxilio de la divina gracia. Conocer,
pues, nuestras faltas, detestarlas de todo corazón, y, como consecuencia lógica, enmendarse de
ellas. Es claro que no es posible conseguir todo lo dicho, sin la gracia de Dios. Merece, pues, la
pena pedirlo con fervor, poner en ello todo el miramiento y concentrar en ello todas nuestras
potencias y sentidos.
Conviene pedir, siguiendo el espíritu de San Ignacio, un grande e intenso dolor de nuestras
culpas, una interna, confusión y vergüenza de nosotros mismos y un íntimo horror al pecado y a
cualquier desorden de las intenciones, acciones y operaciones.
Con un minuto sobra para hacer bien este segundo punto del examen.
La fórmula que aquí ponemos está inspirada en los Ejercicios de San Ignacio y en una fórmula
parecida del P. Luis de la Puente.
ORACIÓN. – Dadme, Señor, luz y gracia para examinar debidamente mi conciencia, sin engaño ni
presunción, y haced que todo ello redunde en aumento de humildad, pero sin desaliento. Regid y
santificad mi memoria, para que recuerde todas las faltas y pecados; mi entendimiento, para que
conozca toda su fealdad y malicia, y mi voluntad, para que, bien arrepentido de todo corazón, los
deteste y resuelva eficazmente no volverlos a cometer. Hacedme la gracia de que sienta un grande e
intenso dolor de mis culpas, una intensa confusión y vergüenza de mí mismo y un íntimo horror al
pecado y a cualquier desorden de mis intenciones, acciones y operaciones, para que, purificando mi
conciencia y enmendando mis faltas, me perfeccione en vuestro amor y me santifique. Amén.
En este tercer punto, muchos caen en dos extremos opuestos. Unos creen que examinan bien las
obras del día, con una sola ojeada, en pocos segundos. Otros, al contrario, nunca acaban de
escudriñar la conciencia y creen que nunca se examinan bien. Es menester huir, con el mismo
empeño, de ambos extremos. Por esto es indispensable tener delante una lista de las obras del día,
del horario o del orden propuesto, que sirva de guía y evite así la calma y el entorpecimiento como
el cansancio y las distracciones. Un orden o lista de vida piadosa puede hacerse según el modelo
que aquí ponemos u otro semejante, que contenga todas las obras del día, además de los
pensamientos, afectos y relaciones en general. Pero cada uno lo ha de particularizar, según sus
obligaciones y devociones.
Ocupaciones: las obligatorias – las voluntarias – las imprevistas. – ¿Con qué espíritu, actividad y
puntualidad?
¿Has levantado el espíritu a Dios, entre día, con jaculatorias, Avemarías al dar las horas,
Ángelus, Padrenuestros por las almas, etc.?
En las conversaciones y visitas, ¿ha habido críticas, murmuraciones o malas palabras? ¿Muestras
de orgullo o vanidad?
En el trato con el prójimo, ¿has sido paciente y caritativo con sus defectos? – Dentro y fuera de
la familia – ¿Te has dejado vencer por la tristeza, los escrúpulos o la excesiva alegría? – ¿Has dado
buen ejemplo o has causado escándalo o desedificación?
¿Has guardado el recogimiento interior, o bien has divagado con la imaginación y te has disipado
con pensamientos de vanidad, inútiles y peligrosos?
¿Has perdido el tiempo? – ¿Has guardado el recogimiento de la vista y los demás sentidos? –
¿Has acudido en seguida a Dios en las tentaciones? – ¿Has huido de los peligros? – ¿Has invocado a
la Madre de Dios y al Santo Ángel de la Guarda?
Obras particulares del día: Confesión, visita a los pobres o enfermos, etcétera.
Al examinar hora por hora y ocupación por ocupación, como lo exige San Ignacio, no hay que
detenerse demasiado en pensar si se han hecho las obras debidas, pues ya están anotadas en la lista,
sino que más bien hay que examinar el cómo se han hecho.
Por otra parte, no hay que entretenerse en indagar las faltas posibles sino las probables, que se
ofrecen naturalmente y sin esfuerzo a la memoria, con sólo leer las diferentes ocupaciones, virtudes
o defectos anotados en la lista de las obras del día. Téngase en cuenta que este examen no es un
punto de meditación, pues, si así se tomara, ni en una hora se acabaría. En forma de meditación
podrá ser útil en un día de retiro. Pero, para el examen diario de conciencia, es menester leer la lista
pausadamente y con atención, pero seguido, sin detenerse en cada apartado más que el tiempo
necesario para que la conciencia responda reflexivamente sí o no, bien o mal. Si nada responde, si
nada acude naturalmente a la memoria, señal es de que no hay falta alguna que anotar: dejémoslo y
pasemos a otra cosa. El tener la lista ante los ojos no ha de servir para mayor entretenimiento y
calma, sino para mayor facilidad y presteza.
Con tres o cuatro minutos (cinco a lo más) ha de quedar terminado este punto del examen, que,
sin emplear más tiempo, puede hacerse muy bien.
Es menester convencerse de que no está en este punto la fuerza del examen, sino en los dos
siguientes, a los cuales hay que destinar la mitad del tiempo total del examen.
Otra manera de examinarse consiste en recorrer las diferentes obras u ocupaciones del día,
examinando en cada una los PENSAMIENTOS, PALABRAS y OBRAS, de la manera siguiente:
Es natural que, para examinarse de esta segunda manera, también es menester tener apuntadas,
en una lista, las diferentes ocupaciones del día o el horario u orden propuesto.
También hay que insistir en la confianza en Dios, pues, aunque siempre encontremos faltas y
caídas, nunca hemos de desalentarnos. Desalentarse por la repetición de las faltas y caídas es no
conocer nuestra miseria, es hacer injuria a la bondad, al amor y a la misericordia infinita de Dios
nuestro Señor; es entregarse a los lazos del demonio; es no entender el examen, o no practicarlo
bien o tener acerca de él ilusiones, que es menester deshacer. Antes que hacer el examen con
desazón, escrúpulos y desconfianza, es preferible no hacerlo.
Recuérdese lo que dice el P. Rodríguez en su Ejercicio de Perfección, tratado VII, cap. III:
“...aunque es verdad que el examen particular propia y derechamente es para quitar faltas e
imperfecciones, y siempre haya en nosotros harto recaudo de esto, porque mientras durare la vida
no podemos estar sin faltas, ni aun sin pecados veniales, pero no se nos ha de ir toda la vida en
esto”.
Consiste este punto en actos de contrición y arrepentimiento por nuestros pecados y faltas,
especialmente por los cometidos en el presente día.
“Lo principal que hay que advertir acerca del modo de hacer este examen general, es lo mismo
que dijimos del particular: que toda la fuerza y eficacia de él está en aquellos dos puntos postreros,
que es arrepentimos y confundirnos de las culpas en que habemos caído, y en proponer firmemente
la enmienda para la tarde y para la mañana; en esto consiste el hacer bien el examen y sacar fruto de
él.” Así habla el Padre Rodríguez en su tratado del examen.
La contrición de nuestras culpas nacerá, naturalmente, ante el contraste con los beneficios
recibidos de Dios, que hemos considerado en el primer punto. Ver lo que Dios ha hecho por mí y lo
que yo he hecho por Dios en el día de hoy, es cosa que apena el corazón y sonroja de vergüenza.
Es esencial, en este punto, manifestar a Dios nuestro arrepentimiento con las palabras más
sinceras y sentidas, salidas espontáneamente de nuestro corazón. Es menester prevenir, según se ha
dicho en el punto anterior, el desaliento y la desconfianza, que sólo pueden causar daño.
El acto de contrición, para las personas que, todos los días, hacen devotamente el examen de
conciencia, ha de ser, más que otra cosa, un acto de amor a Dios, hecho con humildad y confianza.
Mas, como no todos sienten de la misma manera, ponemos dos fórmulas diferentes, para que cada
uno escoja la que más le agrade, o pueda variarla según los días o emplear las dos, si así parece
bien.
ACTO DE CONTRICIÓN, propio para aquellas personas que sienten devoción al excusarse y
humillarse delante de Dios por sus faltas.
“Al ver, oh Señor, lo mucho que me amáis, me duele especialmente lo poco que os amo. ¡Ni
siquiera por vuestro amor llego a guardar los más sencillos propósitos! Ya sé que nuestra humana
naturaleza es en extremo miserable. Mas siento en mí que la voluntad es culpable también. Me
pesan sobre todo mis culpas, porque con ellas os ofendo y os disgusto, a Vos que sois Bondad
infinita, a quien quiero amar sobre todas las cosas, aun a costa de mi vida. Al cúmulo de los pecados
de mi vida pasada he de añadir los de hoy. De todos ellos juntos os pido perdón, diciendo de todo
corazón el Acto de contrición, que quisiera fuese lo más perfecto posible.
“Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, en quien creo, en quien espero, a quien amo
sobre todas las cosas: me pesa de haberos ofendido, por ser Vos quien sois, bondad infi nita (y me
pesa de que no me pese más); también me pesa, porque podéis castigarme con las penas del
infierno. Ayudado de vuestra divina gracia y esperando en los méritos de vuestra preciosa Sangre,
propongo no volver más a pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta.
Amén.”
OTRA FÓRMULA EN EL ACTO DE CONTRICIÓN, propia para aquellas personas que sienten la
necesidad de animarse con la confianza en Dios contra el desaliento que sienten a la vista de sus
faltas cotidianas:
“Oh Señor, al comparar lo que habéis hecho por mí con lo que yo he hecho por Vos, quedo del
todo confuso y avergonzado. Perdón, Dios mío, una vez más. Sé que mil perdones arrancados a
vuestra misericordia, no llegan a ser como una gota de agua sacada del mar, que no se nota. Sé que
no os cansáis de compadecer nuestras flaquezas y miserias. Sé que manifestáis vuestra
omnipotencia más que en otra cosa en perdonar y en compadecer. Sé que os es sobremanera grato el
perdonarnos y que es un placer para vuestro amorosísimo Corazón. Con esta absoluta confianza en
vuestro amor, no quiero dejar pasar ni un solo día de mi vida sin pediros perdón de mis faltas y
pecados, ya los haya cometido con malicia, ya por sola flaqueza, y por grandes, numerosos,
repetidos y vergonzosos que sean. Estoy cierto y convencido de que, mientras yo no me canse de
luchar, Vos no os cansaréis de perdonar. Mi tarea es ésta, combatir las malas pasiones e
inclinaciones; la completa victoria y el éxito es cosa enteramente vuestra, y bien veo que, si no es
por una gracia especialísima vuestra, a pesar de mi buena voluntad, tendré que pediros perdón,
siempre y continuamente, todos los días de mi vida. Vos me amáis por encima de todas mis
miserias y contra mis propias faltas, las cuales, no obstante, detestáis; quiero, pues, hacer lo mismo:
amaros siempre y de todo corazón, a pesar de mis defectos y pecados. Bien sé que Vos, Señor,
permitís nuestras miserias, para que nos conservemos en humildad. Confundido, pues, avergonzado
y humillado, con la frente en tierra, os pido sinceramente perdón y confío, oh buen Jesús, que, con
este acto de humillación, arrepentimiento, confianza y buen deseo, ganaré delante de Vos más de lo
que haya podido perder con las faltas de este día, desquitándome sobradamente y con creces de
cuanto haya perdido por mi culpa. Pero, lo que más particularmente os pido es que jamás mis faltas
y pecados sean para mí motivo de desconfianza, desaliento y olvido del amor que me tenéis; antes
bien, que, siendo motivo de humildad y confusión, me una más íntimamente con Vos, oh buen
Jesús, y crezca cada día más en vuestro amor. Amén.”
Para ayudarnos a tener contrición, podremos emplear diversos medios, como considerar la
ingratitud que supone el pecado para con Dios, el peligro de hundirse cada vez más, de endurecerse
y de provocar, de esta manera, la ira de Dios, etc. Pero el mejor medio es mirar el particular amor
que Dios tiene a cada uno de nosotros y lo mal correspondido que es por parte nuestra.
Bueno será, como diremos después al hablar del examen particular, besar pausadamente y con
todo amor, en dulce penitencia, el santo Cristo, tantas veces cuantas sean las faltas cometidas.
Entre el acto de contrición y el último punto del examen, o sea el propósito, hay que emplear la
mitad del tiempo total dedicado al examen diario de conciencia, o sea medio cuarto de hora.
Quinto punto del examen
Propósitos
Este punto tiene por objeto precisar de una manera concreta las resoluciones tomadas, prever las
ocasiones y pedir gracia a Dios, para cumplirlas con perseverancia.
La gracia de este punto está en rogar humildemente, repetir la plegaria, insistir y expresar a Dios
nuestra necesidad y nuestros deseos.
La importancia de este punto la expresa claramente el P. Rodríguez en el libro antes citado, con
estas palabras: “Habéis de hacer cuenta que os han encomendado un hijo de un príncipe para que
tengáis cuidado continuo de mirar por él y ponerle en buenas costumbres y quitarle las malas, y que
cada día le pedís cuenta. Pues, si tuvieseis este cargo, claro está que no pondríais la fuerza de su
enmienda en que os dijese cuántas veces ha caído y faltado hoy, sino en hacerle conocer su falta y
en la reprensión y avisos que le dais: en sacarle propósitos firmes, y que os dé la palabra, como hijo
de quien es, que se ha de enmendar. Pues de esta manera habéis de mirar vos vuestra alma como
cosa encomendada por Dios, y de esta manera os habéis de haber con ella en la cuenta que le pedís,
y en eso habéis de poner la fuerza de vuestro examen y de vuestra enmienda: no en traer a la
memoria las faltas que habéis hecho y las veces que habéis caído, sino en confundiros y arrepentiros
de ellas y en reprenderos, como hicierais con otra persona que tuvierais a cargo y en hacer
propósitos firmes de no tornar a caer en aquellas culpas.”
La fórmula que ponemos u otra semejante, puede servir para la práctica de este último punto.
“¡Oh Jesús dulcísimo! Ya que nada habéis querido omitir para manifestar el amor que me tenéis,
tampoco quiero omitir cosa alguna para corresponderos. ¿Podría yo, pobre y mezquino, negaros
pequeños sacrificios, al veros clavado en la cruz, derramando sangre, coronado de espinas, con los
brazos extendidos, el corazón palpitante... y todo ello por mi amor, y, lo que es más triste, por mi
culpa? No, oh buen Jesús; quiero cumplir, absolutamente en todas las cosas vuestra divina voluntad,
sea la que sea y cueste lo que cueste.
Por esto, propongo firmemente no ofenderos ni disgustaros en nada; antes al contrario, quiero
daros gusto en todo para demostraros mi amor. Y, en particular, propongo sinceramente, para el día
de mañana... [determínense clara y concretamente los propósitos para el día de mañana].
Mas, como quiera que, por mucho que proponga, de nada me servirá, si Vos no me ayudáis, os
pido que bendigáis estos propósitos y que me ayudéis, con vuestra gracia, a cumplirlos fielmente, a
mayor honra y gloria vuestra y provecho de mi alma. Amén.
Este es el examen general diario de conciencia, según se desprende de la letra y del espíritu de
San Ignacio. Haciéndolo con sinceridad y constancia, se aprende la manera de perfeccionarse con
amor y energía, como lo enseñó prácticamente el santo autor de los Ejercicios.
II
EL EXAMEN PARTICULAR
I. Qué es el examen particular
Es una lucha continua. –Es una lucha con un solo enemigo. –Fruto que hay que esperar del
mismo. –Aliento contra las faltas. –Los tres tiempos del examen particular.
Aclaración preliminar. –Cómo se ha de elegir el tema del examen particular. –Los defectos. –Las
virtudes. –Avisos sobre la elección del tema del examen.
Condiciones que ha de reunir el tema del examen. –Examen particular dispuesto sobre un
defecto. –Examen particular dispuesto sobre una virtud. –Examen particular sobre temas
fundamentales. –Aviso sobre los temas que no presentan ocasiones determinadas.
Las faltas cometidas sobre el tema del examen particular. –Cómo se han de apuntar y contar las
faltas. –La comparación de los resultados. –Aviso sobre las faltas involuntarias. –Avisos para el
mejor éxito del examen particular. –Resumen general.
Apéndice
El examen general de conciencia, practicado diariamente, es una guardia para vigilar, la cual nos
ponemos nosotros mismos, con el fin de impedir a los enemigos de nuestra alma que nos roben la
gracia o nos estorben de aumentarla y de perfeccionarnos, tal como ocurre en una ciudad o
población, la cual, si tiene montado un buen servicio de vigilancia, con esto sólo guarda el lugar
contra los malhechores, pues, aunque no persiga a ninguno de ellos en particular, los vigila a todos
en general. Si, a pesar de la vigilancia, algún ladrón en particular se atreve a robar, entonces, sin que
se deje de vigilar en general, se persigue concreta y exclusivamente a aquel malhechor, hasta que,
muerto o detenido, es dominado y son impedidas sus fechorías.
De la misma manera, el examen general guarda de muchas caídas y pecados e impide que
nuestras malas pasiones y vicios hagan de las suyas, pues, aunque no persigue a ninguno en
particular, los vigila a todos en general. No obstante, si, en el examen general, algún vicio o defecto
demuestra, con la cantidad y calidad de las faltas que hace cometer, que es peor y más fuerte que los
demás, entonces el examen particular lo persigue, hasta dominarlo o hacerlo desaparecer, en la
medida de lo posible.
Es lo que hemos dicho antes, con otras palabras, a saber, que el examen general diagnostica o
declara el mal y el examen particular aplica el remedio. Por esta causa se completan mutuamente y
prácticamente se hacen juntos.
Considerando, pues, la verdadera finalidad y esencia del examen particular, se echa de ver que es
una lucha continua, que no se acaba hasta que se domina el vicio o defecto o hasta la muerte de la
persona. No decimos hasta que muere el vicio o pasión, porque esto es casi imposible, cuando se
trata de defectos naturales o de temperamento; mientras que el dominarlos, con la gracia de Dios y
el examen particular, se consigue con certeza.
Toda la fuerza del examen particular consiste en lo que precisamente su mismo nombre indica,
es decir, en examinarse y en luchar contra un solo defecto o falta; contra uno sólo y nada más.
No hay que dar entrada a la preocupación de que, si se vigila sobre un solo punto, se descuidan
los demás. Pensar esto es una gran equivocación, pues el que vigila, para no caer en un defecto
particular, también vigila para no caer en ningún otro, en general. El que procura no caer y vigila
únicamente para no tropezar con las piedras del camino, es evidente que, sin que haga más ni
menos, se guardará también, aunque no lo pretenda, de caer a causa de los hoyos o de cualquiera
otro estorbo que encuentre por el camino, y esto aunque su intento no haya sido otro que atender
únicamente a las piedras. Si queremos esforzarnos en seguir rectamente nuestro camino, aunque no
lo pretendamos, nos guardaremos también, con sólo esto, de torcer por otro, ya sea por la derecha,
ya por la izquierda.
La atención a vencerse, concentrada en un solo punto, tiene una fuerza maravillosa para
desarraigar o matar un defecto, o, a lo menos, para dominarlo completamente. Al decir esto, creerá
alguno que contradecimos lo dicho antes, esto es, que no podemos tener la pretensión de pensar
que, en este mundo, llegaremos a tan gran perfección que no tendremos ninguna falta; pues, si con
el examen particular las vamos eliminando una a una, llegaremos a no tener ninguna.
Esto parece claro, pero se entiende mal. En primer lugar, es muy difícil, mejor dicho imposible,
desarraigar un defecto tan absolutamente que no pueda retoñar y hacernos caer de nuevo.
Basta con que se domine con facilidad, con lo cual ya se puede cantar victoria (en cuanto es
posible en este mundo) y pasar a otro defecto, sobre el cual se lleve examen particular.
Si no se trata de vicios o de defectos innatos, sino adquiridos por falta o por insuficiencia de
educación moral, por no haberse hecho la debida violencia o por cualquiera otra mala costumbre,
entonces podemos tener la esperanza de que los extirparemos completamente: tal ocurre en el
corregirse en el hablar, en el mirar, en el trato, etc.
Tal vez empiezas ya a desalentarte, creyendo que nunca llegarás a verte libre de tal o cual
defecto. En primer lugar, procura tener humildad, espéralo todo de Dios y confórmate con todo lo
que Dios permita que padezcas, aunque sean caídas repetidas en faltas y pecados.
En segundo lugar, piensa y ten muy presente, sin olvidarlo jamás, lo que dice el gran maestro de
la vida espiritual P. Gaspar de la Figuera, de la Compañía de Jesús, en sus remedios contra las
faltas. El primero que pone es: “Persuadirse de que las ha de haber y que ha de andar con ellas
cayendo y levantando; que si un niño no quisiere andar, por temor de que caerá a cada paso, nunca
vendrá a andar. Va mucho en saber esto, y persuadirse de que ha de quebrar propósitos y ser
vencido de pasiones, porque no se admire cuando cae, y alabe a Nuestro Señor, que le tiene de su
mano.” Esto lo dice un maestro espiritual que conocía muy bien la fuerza del examen particular y lo
practicaba.
Y, en tercer lugar, nos ha de dar mucho ánimo y valor el hecho de que las mismas faltas sean
para nosotros ocasión de virtudes y de merecimientos, pues merced a ellas hacemos actos de dolor,
crecemos en humildad y pedimos con más insistencia y fervor la gracia de Dios que si no
tuviésemos ninguna falta, practicando así con más devoción y constancia la oración.
Por esto recomienda el P. Rodríguez, en su Ejercicio de Perfección, que, por muchas que sean
las recaídas, no hemos de dejar el examen particular. “Y, aunque os parezca –dice– que nunca os
acabáis de enmendar, y que no os hacéis nada, no por esto desmayéis, no lo dejéis, sino humillaos y
confundíos en el examen y tornad a proponer y comenzar de nuevo, que para esto permite Dios las
caídas y que de algún jebuseo en la tierra de vuestra alma, para que acabéis de entender que no
podéis nada por vuestras fuerzas, sino que todo os ha de venir de la mano de Dios, y así tengáis
recurso a Él y andéis siempre colgado de Él. Muchas veces, anda uno con esto (con las recaídas)
más fervoroso y diligente, en su aprovechamiento, que si luego le diera el Señor lo que deseaba
(esto es, verse libre de aquellas faltas)”.
En primer lugar conviene advertir que no basta con combatir un defecto o vicio solamente,
durante el cuarto de hora del examen, sino que, siendo, como hemos dicho, una lucha continua
contra un solo enemigo, exige una cierta atención no interrumpida, tanto cuanto es posible a nuestra
flaca naturaleza humana. Y, para que esta atención no se pierda en vaguedades, que son el
disolvente insensible de todo esfuerzo, san Ignacio enseña la manera y señala los medios que hacen
concretar esta atención en actos materiales fáciles de practicar y de comprobar.
Dice que este examen consta de tres tiempos y que hay que examinarse dos veces. El primer
tiempo tiene lugar por la mañana al levantarse, y consiste en prever las ocasiones que se ofrecerán
de faltar contra lo propuesto y en renovarlas resoluciones de no caer y de poner los medios
conducentes. Los otros dos tiempos son al mediodía y a la noche y consisten en examinar las veces
que se ha caído en aquella falta. El primer tiempo es un examen de previsión; los otros dos son
exámenes de revisión o exámenes propiamente dichos.
El segundo tiempo del examen particular, o sea el primer examen de revisión, se hace al
mediodía, antes o después de comer, y se comienza pidiendo gracia a Dios nuestro Señor, para
acordarse de las veces en que se ha caído en aquel pecado particular o defecto, y para enmendarse
en adelante. En seguida se hace el examen, pidiendo cuenta al alma de aquella cosa propuesta y
particular, de la cual quiere corregirse y enmendarse, desde la hora de levantarse hasta la presente,
recorriendo, hora por hora, ocupación por ocupación, el tiempo transcurrido. Se apuntan las caídas
en el librito, con líneas, números o puntos y, después de pedir perdón, se propone de nuevo la
enmienda hasta el segundo examen. (Pocos minutos bastan para hacer este examen).
El tercer tiempo es por la noche, y se hace de la misma manera que el segundo, a saber pidiendo
cuenta al alma desde el examen del mediodía. Se anotan en el librito las nuevas caídas,
comparándolas con las anotadas en el examen anterior, y se compara también el día entero con el
pasado, para ver si ha habido enmienda positiva. Se renueva firmemente el propósito particular
hasta el examen del mediodía del día siguiente. (Este tercer tiempo del examen particular se hace
juntamente con el examen general).
Falta explicar la manera de escoger el tema del examen particular, cómo se ha de disponer y
cómo se han de contar las caídas en falta.
Antes, empero, hemos de anotar que, si bien San Ignacio destina el examen particular a combatir
faltas y a desarraigar pecados (pues lo propone para guardarse con diligencia de aquel pecado
particular o defecto que se quiere corregir y enmendar), no obstante también se aplica a la
adquisición de las virtudes, ya cuando no hay faltas dominantes que corregir, ya también para
corregir estas mismas faltas y defectos de una manera indirecta, es decir, procurando adquirir la
virtud opuesta.
Trataremos, pues, del examen particular tal como lo han hecho casi todos los autores, a saber,
aplicándolo indistintamente, ya a la corrección de faltas y pecados, ya a la adquisición de las
virtudes.
Aclaración preliminar
Mirando desde este punto de vista, es decir, del sujeto que lo practica, el tema u objeto del
examen particular, aunque de capital importancia, es de orden secundario. De manera que, si bien
en la explicación proponemos el orden lógico y natural, para sacar el fruto conveniente del examen,
esto no impide el que una persona, por una disposición especial de espíritu o de temperamento,
altere el orden ordinario de los temas propuestos para el examen particular y, antes de atacar el
defecto dominante, comience por la práctica de virtudes tales como la oración y la mortificación,
que le serán necesarias para conseguir la victoria sobre la misma pasión dominante. Es decir, podrá
darse el caso de que, por las especiales condiciones del sujeto, una materia de suyo secundaria,
excite más su actividad espiritual y encienda más poderosamente en él el actual amor a la santidad.
En este caso, por razón del sujeto, se convierte en punto principal, lo que, según la materia, sería tan
sólo secundario. No hay que perder nunca de vista esta consideración, que es verdaderamente
esencial.
Hecha esta aclaración, estudiemos los diferentes objetos que se puede proponer el examen
particular.
No siempre es cosa fácil y clara el saber sobre qué materia conviene más que llevemos el
examen particular. Por esto hemos de pedir a Dios que nos ilumine y nos dé su gracia para
conocerlo. Es útil añadir algunas buenas obras o sacrificios para mover más al Corazón de Jesús. Es
lógico y justo destinar a ello el día de retiro mensual o bien parte de los ejercicios espirituales.
Finalmente, para más garantía de acierto y mayor mérito delante de Dios, es conveniente presentar
el objeto o tema escogido al Director espiritual. Pero hay que tener bien entendido que, en general,
no es el Director quien ha de tomar la iniciativa de proponer la materia del examen particular, sino
que hemos de ser nosotros quienes se la hemos de proponer, y a él corresponde aprobarla o
modificarla y aun rehusarla, si le parece desacertada.
Por no llevar el examen particular sobre la materia conveniente, no se logra el resultado que se
podría esperar. Sin embargo, conviene decir, para descanso de las almas pusilánimes y asustadizas,
que, sea cual fuere el punto o tema sobre el cual se lleve, practicado con seriedad y con constancia,
el examen particular siempre da temple, desarrolla energías espirituales y santifica.
La materia del examen puede ser un vicio o una virtud. Y, en muchos casos, Serán ambas cosas a
la vez, cuando se lucha contra un vicio mediante la práctica de actos de la virtud contraria. También
será, en algunos casos, materia del examen un buen hábito general o una virtud que incluya todas
las acciones del día.
Los defectos
El orden lógico exige naturalmente que primero se atienda a desarraigar los vicios que a
implantar virtudes. Por esto conviene saber sobre qué vicio debemos, ante todo, llevar el examen
particular. Tratándose de vicios o defectos, pueden ser: 1°, el defecto dominante; 2°, un defecto que
escandalice o perjudique al prójimo; 3°, un defecto cualquiera. No hay para qué decir que conviene
comenzar por el defecto o pasión dominante. No obstante, si el defecto que escandaliza es de
importancia, convendrá comenzar por éste.
1. Defecto dominante. –A veces, lo difícil es saber conocer cuál sea este defecto. Para
conocerlo procuraremos recordar cuál es el defecto que, durante toda nuestra vida, ya de pequeños,
sobresalía en la escuela, en la familia, entre hermanos, en nuestras relaciones... Veamos cuál es la
cosa que, con más frecuencia, nos hace decir: es mi natural; no puedo con ello; o bien: ¡Si no fuese
esto, todo marcharía bien! Téngase en cuenta que pasión dominante no quiere decir la que nos hace
cometer faltas más graves. Muchas veces más que de faltas, se trata de defectos que no son una
misma cosa. Para conocer nuestra pasión dominante, pueden servir de guía las cualidades
sobresalientes de nuestro genio o temperamento.
Así, una persona muy sensible, con facilidad será también susceptible. Una persona
impresionable, fácilmente se perturbará y desalentará. Una persona expansiva, puede, con
frecuencia, ser desconsiderada. La actividad degenera en prisas y atolondramiento; la dignidad, en
orgullo; la dulzura, en indolencia o debilidad; la prudencia, en cierta desconfianza que hace que, a
veces, sean poco atractivas ciertas personas piadosas; la firmeza, en terquedad; un carácter alegre
degenera fácilmente en irónico y burlón; el habilidoso dista poco de la mentira. Discurriendo de esta
manera, puede cada uno, por su temperamento, conocer el vicio dominante. También, por el vicio
dominante, puede conocer la virtud particular en que podría sobresalir, pues, muchas veces, el
defecto dominante no es más que un exceso o una desviación de la virtud contraria o similar.
2. Defecto que escandaliza o perjudica o molesta al prójimo. Tal puede ser un vicio en la
manera de hablar, que ofenda a los demás. Un lenguaje áspero o poco correcto. En los superiores un
rigor excesivo con los súbditos o, al contrario, demasiada condescendencia con ciertos defectos, que
acarrean desorden o malestar a la comunidad. Estar siempre de mal humor. Interrumpir
constantemente al que habla. Hacer la contra en todo. No encontrar nada bien hecho ni bien dicho.
Querer que siempre nos escuchen, atiendan y compadezcan. Querer salir con la suya contra el
parecer de los demás. Con la excusa de la franqueza familiar, no tener los miramientos y las
consideraciones debidas a las personas con las cuales convivimos.
Sobre estos y otros defectos que podemos tener, nos dan suficiente luz el examen general diario
bien practicado; la meditación de cada día; las lecturas, pláticas o sermones; los avisos y
correcciones de los superiores; las quejas de los iguales o inferiores; el retiro y los ejercicios
espirituales. Todo sirve para dar a conocer claramente nuestros defectos. Hemos, pues, de procurar,
no despreciar ninguno de estos medios ni ninguna de estas ocasiones, para conocernos a nosotros
mismos, en lo cual consiste la ciencia fundamental del espíritu.
Las virtudes
Tratándose de las virtudes, puede ser: 1°, una virtud opuesta a un defecto; 2°, una virtud
particular cualquiera; 3°, una virtud general o fundamental en la vida de piedad.
1. La virtud opuesta a un defecto particular. –Éste suele ser el primer tema en materia de
virtudes propuestas para el examen particular. Hay que advertir aquí que éste es el mejor camino y
el más práctico para quitar un defecto. A las personas de vida piadosa fácilmente les entra el
desaliento por la falta de táctica en la lucha contra sus defectos. Arremeten directa e
impetuosamente contra tal o cual defecto, y, como que, por una parte, es cosa difícil y pesada
sostener una pelea constante, y, por otra, no hay el suficiente atractivo, pues el número de faltas o
caídas (aunque involuntarias) no disminuye en la proporción que quisieran y que les parece que
debería corresponder a su esfuerzo, pronto se abaten y tienen por invencible aquel defecto que
habían comenzado a combatir o se consideran impotentes y excesivamente flacos para vencerlo.
Ello es debido a que se han equivocado en la manera de combatirlo.
Es evidente que, si logramos adquirir una virtud cualquiera, por este solo hecho, habremos
desarraigado de nosotros el vicio o defecto contrario. Para sacar el aire de una botella, se requiere el
esfuerzo de una máquina neumática, pero, aun así, no se logra nunca el vacío absoluto. En cambio,
si se llena de agua la botella, todo el aire se va por sí solo. De la misma manera, sacar directamente
un defecto de nuestra alma es muy difícil y costoso, pero sacarlo indirectamente, mediante la
práctica de la virtud contraria, es más fácil y agradable. Más aún: en la práctica, no existe, muchas
veces, otro medio, para lograr un resultado positivo. Por ejemplo: una persona siente cierta antipatía
por otra que vive dentro de la misma familia o comunidad; es inútil que proponga no tener esta
aversión, pues el sentimiento no se domina tan fácilmente. Es menester que adopte un medio, y éste
será un acto de la virtud contraria, tal como pensar, cada vez que ve o habla con aquella persona,
que Jesús la ama, que derramó su sangre por ella y que habita, por la gracia, en su alma, a pesar de
todos los defectos que pueda tener. De esta manera conseguirá, si no simpatizar con ella (que en
muchos casos es muy difícil, por no decir imposible), a lo menos que la antipatía no sea causa de
que falte a la caridad, sino, al contrario, ocasión de practicar la virtud, hablándole con respeto,
dulzura y benevolencia. Y este acto será muy meritorio, aunque le cueste un gran esfuerzo por no
sentirlo interiormente.
Si se trata de un movimiento interior de rebeldía contra toda cosa que nos molesta o contraría,
como enfermedades, disposiciones de los superiores sobre nosotros, contratiempos, oposición que
se nos haga, etc., es inútil, en estos casos, decir no me enfadaré, tendré paciencia, pues es cuestión
de temperamento irascible o poco mortificado, que no se modificará con sólo proponer un cambio.
Es menester echar mano de un medio adecuado, y éste será un acto de virtud contrario, como
pensar, cada vez que nos sintamos enojados, que Dios así lo quiere y que así le agrada que se haga.
Ninguna razón tendrá tanta fuerza para dominar la repugnancia que, a pesar nuestro, sentimos.
2. Una virtud cualquiera, que no sea opuesta a ningún defecto propio. Es el caso en que se
encuentran muchas personas de buen natural, que comienzan a hacer una vida más piadosa. No
tienen muchos defectos, y aun éstos son pequeños, y, no obstante, no poseen un alto grado de
virtud, ni practican aquellos actos de piedad que la acrecientan en nuestra alma. En este caso, puede
elegirse una virtud cualquiera, comenzando por que mas ayudan para la adquisición de todas las
demás, por ejemplo la oración y la mortificación. Será tema del examen particular aumentar, y
después perfeccionar, la oración. Para esto se procurara que sea más completa la oración de la
mañana, no circunscribiéndola al solo “ejercicio del cristiano”, sino añadiendo la práctica de la
meditación por espacio de un cuarto de hora, después, de media hora y finalmente, de una hora. Se
aumentará, además, y perfeccionará la oración, oyendo la santa Misa y comulgando diariamente, en
la medida de lo posible, rezando el Avemaría al dar las horas en el reloj, rezando la bendición y la
acción de gracias antes y después de las comidas, el “Ángelus” por la mañana, al mediodía y por la
noche, al toque de oración, el santo Rosario, visitando el Santísimo, y haciendo la oración y el
examen de conciencia de la noche.
Si se trata de la mortificación, hay que procurar, en primer lugar, una rigurosa puntualidad, en
levantarse a la hora señalada, sin excusas ni dilaciones. Una mayor presteza y devoción en vestirse
y arreglarse. Aceptar con paciencia las contrariedades que sobrevengan durante el día. Soportar
dulcemente las equivocaciones y las deficiencias de los otros, que son causa de mortificación. No
quejarse por las faltas en el servicio o en la comida, aceptándola resignadamente en silencio, tal
como sea, mala, escasa o mal condimentada. Asimismo, soportar humildemente las molestias o
deficiencias del vestido, estrecho o penoso y no quejarse de ninguna incomodidad en el dormir. Y
así de otras circunstancias particulares en las cuales puede encontrarse una persona.
3. Virtudes que podríamos llamar fundamentales, pues hacen progresar todas las demás, porque
su sola práctica incluye el medio de ejercitarse en todas. Por esto, no sólo son necesarias a los
principiantes, sino que son de mucha utilidad a los más adelantados, para que, de vez en cuando, las
vuelvan a tomar como materia del examen particular o bien las practiquen durante toda la vida y
cada una con mayor provecho. En efecto, hay ciertas prácticas virtuosas, como, por ejemplo, la de
la presencia de Dios y el de hacerle, con frecuencia, actos de amor, que tienen la particularidad de
hacer adelantar en las demás virtudes, cuando se adelanta en ellas. Y es que todas las virtudes,
aparte de las relaciones visibles que tienen entre sí, tienen también comunicaciones secretas.
El ejercicio de estas virtudes parece tener un especial privilegio: dan valor y fortaleza espiritual,
iluminan, elevan, santifican.
2. Por lo tanto, una persona puede proponerse por materia del examen particular una virtud,
aunque, por otra parte, tenga muchos defectos que enmendar. Si siente atractivo para tal o cual
virtud, no hay que contrariarla, si, por este medio, saca más provecho del examen y se enmienda
más fácilmente que combatiendo directamente los defectos.
3. Mal procede aquel que, para escoger el objeto de su examen particular, se fía del libro y
quiere sacar de él, como entre los frascos de una farmacia, la medicina que más le agrade. Ante todo
es menester conocer la enfermedad y después aplicarle el remedio. Y esto no lo dará el libro: es
fruto del propio examen y de la propia oración, según dijimos antes. El libro le ayudará a conocerlo,
le enseñará a practicarlo, le guiará y encaminará para perfeccionarlo, le servirá de comprobación
para no desviarse. Pero nunca podrá suplir la propia iniciativa basada en el intimo conocimiento de
sí mismo.
En la disposición del tema escogido, ya sea un defecto, ya una virtud, hay que tener mucho
cuidado en la manera de disponerlo conveniente para la práctica, pues, si, a veces, es difícil escoger
el tema, mucho más lo es disponerlo convenientemente para ser practicado.
1. Como hemos dicho antes, toda la fuerza del examen particular está en luchar valerosamente
contra un solo enemigo, por lo cual es preciso que el tema del examen particular sea concretamente
determinado, de tal manera que se puedan prever las ocasiones y contar las caídas.
Por lo tanto, no son suficientemente determinados estos propósitos: “Seré humilde.” “Quiero ser
obediente.” “Seré caritativo con todos.” Todo esto es demasiado comprensivo, por lo que ni se
pueden prever las ocasiones ni contar bien las caídas. ¿Queremos llevar el examen particular sobre
la humildad? Concretemos, pues, bien claramente, si esta humildad ha de referirse a los
pensamientos, a las palabras, a las obras, al trato con los superiores, con los iguales o con los
inferiores. Si ha de consistir en huir de la vanagloria, o en sufrir los desprecios y las injurias, o en
no excusarse, aunque no haya culpa, o en hacer actos positivos de humillación, etc. Lo mismo
podemos decir de las demás virtudes. Propongamos concretamente en qué cosa hemos de ser
caritativos, u obedientes, o mortificados, o modestos, y verse este propósito sobre una sola cosa y
nada más.
De lo dicho se desprende que una misma virtud se ha de dividir en varios o en muchos objetos de
examen particular, que se irán proponiendo y practicando sucesivamente, pero nunca más de uno al
mismo tiempo.
2. Una vez escogido el tema –suponemos un vicio– no hay que arremeter contra todos los actos
y efectos de aquel vicio a la vez, sino que hay que comenzar por los más importantes; después, más
fácilmente se curan los demás. Asimismo, si se trata de una virtud, no hay que proponerse todos los
actos y aplicaciones de esta virtud, sino que, comenzando por el más conveniente, los demás actos
se irán practicando con mayor facilidad.
Conviene que estos actos o efectos se manifiesten o se relacionen con los actos exteriores, según
la regla enseñada por el P. Le Gaudier, S. J., en su tratado De la perfección de la vida espiritual,
pues, si fuesen tan sólo interiores (sentimientos, imaginaciones, ideas), escaparían fácilmente a la
vigilancia del examen, y, siendo difíciles de comprobar o de juzgarlos claramente de una manera
precisa y concreta, la vaguedad y la obscuridad fácilmente introducirían el malestar y el cansancio.
Pero, cuando los actos internos son de cierta fuerza o violencia, de manera que puedan discernirse
fácilmente y sin dudar, o también cuando son producidos por la impresión sensible de las cosas
exteriores, entonces no hay inconveniente en que puedan ser objeto del examen particular. Tales
serían, por ejemplo, los sentimientos o pensamientos ocasionados por el trato de una persona
determinada, por la asistencia a ciertos actos o por la vista de tal lugar u objeto, etc.
Y mucho más fácilmente podrán ser objeto de examen particular los actos de virtud que se han
de practicar necesariamente por un acto de voluntad actual. Tales son, por ejemplo, los actos de
presencia de Dios, de amor divino, de adoración, etc.
3. Estos actos sobre los cuales ha de recaer el examen particular han de ser frecuentes, pues si
únicamente se presentara la ocasión raras veces, el descuido mataría la atención y el esfuerzo, que
no tendrían objeto determinado, la mayor parte del tiempo.
Sin tener en cuenta estas reglas, será imposible disponer cualquier tema de una manera
conveniente y práctica.
1. Para no faltar a la caridad en las palabras, no digamos jamás cosa alguna contra el prójimo
ausente, y, en su presencia, no digamos palabras que puedan serle desagradables u ocasionarle pena.
2. Una vez dominado este punto, procuremos no faltar en la manera de hablar y pongamos
particular empeño en no caer en los defectos en que se suele tropezar, con frecuencia, en la
conversación, como son: contradecir, interrumpir, hablar con malhumor o de mala gana.
4. Este punto consistirá en proponerse la caridad formal, ejercitándonos en ver y amar a Dios
en cada una de las personas de nuestros prójimos con quienes tratamos.
Examen particular dispuesto sobre una virtud
Apliquemos, por ejemplo, el examen particular a perfeccionar la oración y los actos de piedad en
general, como oír la santa Misa, la preparación y acción de gracias de la Comunión, la visita al
Santísimo, el Rosario, etcétera. El examen particular sobre nuestras oraciones comenzará:
1. Acerca de si se hacen todas ellas con exactitud, a su debido tiempo, sin retrasos ni
omisiones de ninguna clase.
2. Con perfección exterior o material, es decir, pronunciando bien todas las palabras, sin prisas
irreverentes, con la reverencia exterior o postura debida, evitando cualquiera distracción exterior.
3. Con la mayor devoción interior, o sea con toda la atención posible, con la debida
preparación, pensando las palabras, recordando a quien las dirigimos, por qué las decimos, con toda
la convicción del entendimiento y con todo el afecto del corazón.
Escojamos, por ejemplo, la perfección en las obras ordinarias. Dividiremos esta materia en
cuatro puntos esenciales:
3. ¿Las he hecho como se han de hacer, con atención y cuidado, tan bien como he podido?
4. ¿Las he hecho porque Dios lo quiere, esto es por su amor, no por vanagloria ni por cualquier
otro motivo o intención?
3. No obrar nunca por mí (ni por gusto, ni por conveniencia o provecho propio) 2.
Para llevar el examen particular sobre temas que no presentan ocasiones determinadas, se ha de
disponer la materia de tal manera que puedan contarse y anotarse claramente los actos. Por ejemplo,
si se trata de hacer actos de presencia de Dios, podrá hacerse el propósito de hacer un acto cada
hora, y cada vez con mayor frecuencia. Y así se apunta el número de veces que se ha faltado al
propósito. También se pueden contar positivamente las veces que se han practicado. Pero esto es
dar una pequeña ocasión a la vanagloria, que es mejor evitar. Es más provechoso para la humildad
1
Es evidente que, si alguna cosa se ha de hacer por necesidad, por este solo hecho Dios quiere o permite que la
hagamos.
2
Esto no impide, en un momento dado, trazar un plan para el porvenir o prever las dificultades que puedan sobrevenir y
se hayan de resolver, sobre todo si se trata de superiores.
contar las caídas y no los éxitos.
Cuando se han adquirido un buen hábito o una buena virtud de éstas, entonces se pueden ir
perfeccionando. Supongamos que queremos crecer y perfeccionarnos en el amor de Dios.
Procederemos así:
4. Veremos el amor de Dios a nosotros en las cosas creadas materiales, por medio de las
cuales, Dios, como si trabajase en ellas (según dice San Ignacio en el 3 er punto de la Contemplación
por alcanzar amor), y como puesto a nuestro servicio, prodigándonos continuamente beneficios en
todos los momentos del día.
6. Procuraremos ver a Dios en las almas de nuestros prójimos, a pesar de los defectos que
puedan tener, y especialmente en aquéllas en las cuales se revela más particularmente, como son los
pequeños, los humildes, los que sufren, los pobres, los superiores y las personas consagradas a Dios.
Siendo muy conveniente dar cuerpo a estos actos internos, hay que procurar acompañarlos con
actos externos, como genuflexiones, besar el Crucifijo, levantar la mirada al cielo, ponerse la mano
en el corazón, pero disimuladamente, si están presentes otras personas.
Siempre es útil tener una lista de las obras del día, para que sirva de guía en el examen. Es como
el cuestionario o programa del examen. Si se lleva el examen particular sobre una de estas virtudes
fundamentales, es imprescindible hacerse antes el horario o lista de las ocupaciones ordinarias del
día, si no se quiere perder mucho tiempo y provecho.
Esto es necesario, sobre todo en los días de cansancio y de distracción e impide la pérdida de
tiempo, pues facilita el recuerdo de las diferentes obras del día.
1
Advertencia importante. –Es menester tener prudencia en esto y pensar que vale más un solo acto de amor hecho
intensamente, que muchos hechos por rutina y sin tanto fervor. Supuesta la limitación y miseria humana, es imposible,
en un día, hacer muchos actos y muy intensos. Una cosa ha de ser en detrimento de la otra, y es preferible, sin ningún
género de duda, la calidad a la cantidad.
IV. Sobre las caídas en falta y manera de contarlas
Por muy sinceros y firmes que sean nuestros propósitos, podemos tener de antemano la
seguridad de que los quebrantaremos, sobre todo al principio. Por consiguiente, no hay que
desalentarse, por frecuentes que sean las caídas; al contrario, nos hemos de prevenir contra el
desaliento, que necesariamente nos acometería si no estuviésemos convencidos de que
quebrantaremos los propósitos, que seremos vencidos de las pasiones y que caeremos en la ocasión
menos pensada.
Para poder fijar más la atención en el propósito como objeto o tema del examen particular, sentir
más fuertemente las caídas y poderlas contar con más facilidad, propone San Ignacio lo siguiente:
“Cada vez que el hombre cae en aquel pecado o defecto particular, ponga la mano en el pecho,
doliéndose de haber caído, lo que se puede hacer aun delante de muchos, sin que sientan lo que
hace.”
Aunque esto parece una cosa insignificante, es de suma importancia, principalmente por las
razones apuntadas de fijar más la atención, de facilitar un arrepentimiento más intenso y actual y de
ayudar a recordar las caídas, apuntándolas en el pequeño rosario, para anotarlas después en el
librito. Sobre todo, cuando se trata de actos puramente internos, conviene dar cuerpo al sentimiento
de haber caído en falta, mediante un acto material, como ponerse la mano sobre el corazón según
enseña San Ignacio, levantar la mirada al cielo, disimuladamente cuando se está en la presencia de
otras personas, hacer una genuflexión, besar el Crucifijo, medalla o escapulario, cuando uno se
encuentra solo.
Finalmente, advertimos que conviene hacer todos estos actos, cualquiera que sea el que se haya
escogido, con paz y tranquilidad, suavemente y con naturalidad, sin esfuerzo ni violencia de
ninguna clase, ni exterior, ni interior.
Al hacer el examen y contar las veces que se ha caído en el defecto o falta particular, se apunta el
número de caídas o faltas en el papel, ya sea trazando sobre la raya “tantos puntos como veces se
ha caído en aquel pecado o defecto particular” –como dice San Ignacio–, ya sea anotando
simplemente la cifra. En el libro de los Ejercicios pone un modelo para apuntar las faltas de la
semana en la forma adjunta de la figura 1.
La primera G grande –se dice en el libro de los Ejercicios– significa el domingo; la segunda más
pequeña, el lunes; la tercera, el martes, y así sucesivamente. Y las dos rayas de cada día significan
los dos exámenes, el de la mañana y el de la noche.
Como se ve, la letra G es un signo convencional. No se sabe por qué San Ignacio la escogió, ni
qué otro significado pueda tener.
G -----------------------------
g -----------------------------
g -----------------------------
g -----------------------------
g -----------------------------
g -----------------------------
g -----------------------------
(Fig. 1ª)
Consolémonos pensando, para devoción nuestra, que es la inicial de gracia, y así podemos
imaginar que los puntos o trazos señalan gráficamente la mayor o menor generosidad nuestra en
corresponder a la gracia divina. De manera que, traducida la fórmula de san Ignacio, según su
significado, y anotada en ella un número supuesto de faltas, daría el resultado gráfico de la figura 2a.
(Fig.2ª)
Puesto en una forma más moderna, que es la de una gráfica, y apuntando el mismo número de
faltas, resultaría medio de las rayas verticales, que separan los puntos de cinco en cinco. Siendo en
la práctica mucho más fácil trazar rayas que puntos, pueden substituirse éstos por aquéllas, ya que
es una cosa absolutamente indiferente y, a la vista, conserva el mismo valor gráfico, que lo hace
preferible a los simples números o cifras.
Totales
0 5 10 15 20 25 diarios
Domingo M ||||| ||||| | |… ….. …..
T ||||| ||||| ….. ….. ….. 22
Lunes M ||||| | .... ….. ….. …..
T ||||| | |… ….. ….. ….. 13
Martes M ||||| ….. ….. ….. …..
T | |… ….. ….. ….. ….. 7
Miércoles M ||||| ||||| ||||| ….. …..
T ||||| ||||. ….. ….. ….. 24
Jueves M ||||| | …. ….. ….. …..
T ||||| | |… ….. ….. ….. 13
Viernes M ||||| ….. ….. ….. …..
T | | |.. ….. ….. ….. ….. 8
Sábado M ||||| ….. ….. ….. …..
T | | ... ….. ….. ….. ….. 7
Total semanal: 94
(Fig. 3ª)
No obstante, para la comparación de los resultados obtenidos, es muy útil disponer el cuadro
para apuntar las faltas de manera que, de una sola ojeada, se puedan hacer las comparaciones
correspondientes a un mes, para lo cual son necesarias las cifras.
El trabajo de apuntar las caídas no se ha de dejar por ninguna excusa y el director espiritual no ha
de transigir en ello en manera alguna. Le dirán que es inútil, que más o menos ya se acuerdan, que
es cosa molesta, que el papel y el lápiz se pierden: todo lo dicho son excusas e inconvenientes muy
pequeños, que una voluntad firme y decidida puede fácilmente obviar.
Por otra parte, sin apuntar las faltas, no se podrían comparar los resultados obtenidos, que es cosa
a la cual San Ignacio da tanta importancia, que dedica a ella tres de las cuatro adiciones que señala
“para sacar más pronto un pecado o defecto particular”. La primera adición es la referente a ponerse
la mano en el pecho y arrepentirse cada vez que se cae en falta, como hemos explicado antes.
La segunda adición dice: “Como la primera línea de la G significa el primer examen y la segunda
línea, el segundo examen, mire, a la noche, si hay enmienda de la primera línea a la segunda, es a
saber, del primer examen al segundo.”
La tercera adición es: “Conferir el segundo día con el primero, es a saber, los dos exámenes del
día presente, con los otros dos exámenes del día pasado y mirar si de un día para otro se ha
enmendado.”
Y la cuarta adición es: “Conferir una semana con otra, y mirar si se ha enmendado en la semana
presente de la primera pasada.”
Un hombre de tan pocas palabras como San Ignacio, que en un libro extremadamente conciso,
dedique tres adiciones diferentes a una cosa que se podría decir en una sola, demuestra con harta
claridad que, en su plan y pensamiento, es cosa de importancia.
La comparación de un día con otro pondrá en evidencia si somos perseverantes de verdad. Pero
el hecho de que un día descubramos más caídas que el día anterior no significa propiamente
retroceso. Puede, ciertamente, ser debido a descuido o flojedad de fervor en poner los medios y
diligencia en guardar todas las reglas; pero también puede ser debido a circunstancias especiales, a
que se hayan presentado ocasiones más numerosas y más fuertes, o más difíciles de vencer. Y,
naturalmente, en este caso, un aumento en el número de faltas no es ningún retroceso, ni un
enfriamiento del fervor.
El resultado real aparece más verdadero en la comparación de una semana con la anterior y más
aún al fin de algunas semanas. Y, aunque San Ignacio no lo diga, ya se entiende que cabe también
hacer la comparación de un mes con otro mes y aun de un año con el anterior, pues, en ciertas
personas, hay defectos que son su cruz y su santificación, porque son la causa de una lucha continua
durante años enteros, y, a veces, durante toda la vida. Mas no suele ser esto lo ordinario.
Es, pues, evidente que, para hacer estas comparaciones, conviene tener anotadas con claridad las
faltas cometidas. El cuadro de la figura 4 es el modelo de la manera como se pueden anotar las
faltas de un mes entero; en él se pueden ver con una sola mirada las diferentes comparaciones: de la
mañana con la tarde; de un día con otro día; de una semana con otra semana; de un mes con otro
mes.
Suponiendo que el mes anotado comienza en jueves y acaba en viernes, será menester, para
hacer la comparación, completar la primera semana con los días que entraron de la semana quinta
en el mes anterior, y los de la quinta semana de este mes con los días que le faltan, que caen dentro
de la primera semana del mes siguiente.
En el ejemplo propuesto, se ve que, en la tercera semana, hay un retroceso más aparente que real,
pues es debido exclusivamente al número de faltas cometidas por la mañana del sábado, debidas, tal
vez, a un descuido, a una ocasión particular, a un acontecimiento extraordinario. Por lo demás,
prescindiendo de esta semana especial, la baja en las sumas semanales de las faltas, aunque
pequeña, es continua y demuestra un examen bien llevado.
Igualmente, en los cuadros semanales puestos en las anteriores figuras, se ve también una
marcha descendente en el número de faltas, interrumpida bruscamente el miércoles por un aumento
extraordinario. Cuando hay un aumento considerable en el número de faltas de un día y se busca la
causa, se encontrará seguramente la explicación en alguna cosa extraordinaria, motivada por una
viaje, una visita, alguna gran contrariedad u otras semejantes; y, naturalmente, esto, repetimos, no
significa dejadez ni descuido en la manera de llevar el examen particular.
En cuanto a las diferentes maneras de anotar las faltas en cuadros por semanas y con rayas o
puntos, o por meses y con cifras, es cosa que queda al arbitrio de cada uno. Es de aconsejar,
empero, a los principiantes, y también para cada vez que se cambia la materia del examen, llevar,
primero, la cuenta por semanas, lo cual facilita la claridad.
Se preguntará si se han de anotar aquellas faltas que no nos hacen culpables, o sea, las faltas
involuntarias. Hay que distinguir. Si se trata del examen general, que es examen de purificación, no
es menester anotarlas, pues no afectan a la pureza de conciencia. Pero, si se trata del examen
particular que mira a la perfección, es ya otra cosa. Aunque involuntarias, estas faltas demuestran
que subsiste en nosotros una raíz o semilla de aquella pasión o vicio que queremos dominar o
extirpar. Por lo tanto, una vez libres de las faltas voluntarias, anotaremos también las involuntarias,
aunque no se han de anotar todas indistintamente; no obstante, el anotar las más notables servirá
para que nos demos cuenta, en adelante, de lo que hasta el presente pasaba inadvertido, y, además,
impedirá que estas caídas involuntarias, dejadas fuera de la vigilancia del examen, puedan
convertirse en faltas positivamente voluntarias.
1. Es cosa por demás útil imponerse una pequeña penitencia por cada falta cometida en el
examen particular; por ejemplo, un Avemaría cada vez que se cae en falta, besar la tierra, un golpe
de disciplinas, u otra penitencia cualquiera, y también leer o meditar alguna cosa sobre aquel vicio y
virtud propuestos como materia de examen. La penitencia, unida a la oración, hace que ésta sea más
poderosa y eficaz delante de Dios y que obtengamos antes y con mayor seguridad el fruto del
examen. Por otra parte, como dice el Padre Rodríguez, así como la espuela hace que el animal
camine, por malo que sea, sin necesidad de que se la claven, pues el solo temor ya le azuza, de la
misma manera la penitencia mantiene despierta la atención.
2. Es también de mucha utilidad dar cuenta del examen, día por día, a alguna persona de
respeto y confianza. Esto aviva la atención de una manera maravillosa. Dar cuenta cada semana al
confesor, he aquí una manera fácil de practicar este punto y que está al alcance de todos los fieles.
3. También hay que tener en cuenta nuestra miseria y flaqueza, pues, si se observa que,
después de algún tiempo de combatir un defecto, se cae en la rutina y sobreviene el hastío, conviene
cambiar la manera de luchar contra él y variar, según menester sea, la disposición de la materia y
aun mudar temporalmente de tema y adoptar otro distinto, con el fin de evitar la fatiga y el
cansancio.
4. Finalmente, es un medio más que conveniente, sobre todo para los principiantes, el dedicar
un día cada semana, o una semana de cuando en cuando, a perfeccionar los diferentes puntos del
examen, leyendo todo lo referente a uno de ellos y examinando cómo se ha cumplido y qué
resultado se ha logrado.
Resumiendo lo explicado hasta el presente acerca del examen particular y lo que hay que tener
en cuenta, si se quiere practicar bien y con provecho, veremos que se requiere:
3. Disponerlo de la manera conveniente, esto es, de forma que se puedan contar con claridad
las faltas cometidas contra un solo punto.
5. Ser pronto, cada vez que se comete una falta, en poner la mano sobre el corazón o en hacer
algún otro acto exterior de penitencia.
6. Hacer con todo el cuidado posible el examen de la mañana y de la noche. Si se hace por
rutina y sólo para cumplir, se desvanece toda esperanza de alcanzar la perfección.
7. El acto de arrepentimiento bien hecho y de todo corazón es muy agradable a Dios nuestro
Señor, que suele premiarlo con abundancia de gracias, y, si se hace con frecuencia, endereza nuestra
voluntad, desarraigando las malas inclinaciones e infundiendo en ella el hábito de las virtudes, que
es el objeto del examen particular.
9. La oración alcanza de Dios la gracia de perseverar en los propósitos que, de otra manera, no
se cumplirían o se cumplirían mal. Jamás hemos de olvidar que todo lo hemos de recibir de Dios y
por medio de la oración.
Tal vez a alguno le parecerán pequeñeces estos pormenores y advertencias. Mas, de la fidelidad
en practicar este conjunto de cosas pequeñas, depende el mérito y la eficacia del examen. Hecho
sólo superficialmente el examen particular, sería cosa muy rara el perseverar en su práctica y el
sacar de él fruto y provecho.
Al contrario, si se observan con cuidado estos medios, el examen diario, practicado según el
método de San Ignacio, con voluntad y constancia, se hace cada día más comprensible y más dulce
y fácil de hacer con devoción y provecho.
APÉNDICE
No sería extraño que todo lo dicho hasta aquí acerca del examen particular fuese causa de
que muchos seglares piadosos, en lugar de animarse para conseguir la perfección, se desalentasen,
al ver que no es un medio que esté a su alcance, por ser superior a sus fuerzas o aptitudes morales y
por impedírselo sus ocupaciones materiales.
Hay que advertir que, en realidad, el examen es uno de los medios más seguros y de mayor
eficacia, para conseguir la perfección y merecedor de todas las alabanzas: pero no es necesario. Es
un medio, como la oración mental y la meditación; de manera que quien posea aptitudes y vocación
para practicarlo, difícilmente llegará a la perfección si de él se desentiende. Mas las personas que no
tienen ni las aptitudes necesarias, ni la vocación, ni coyuntura de lugar y tiempo, han de prescindir
necesariamente de él, sin que esto sea el menor obstáculo para llegar a la perfección y a la santidad.
Luego, las personas que, por razón de semejantes circunstancias, sienten la imposibilidad o
la dificultad, prácticamente insuperable, de llevar el examen particular con toda seriedad y
exactitud, pueden consolarse con la aclaración, que acabamos de hacer: el examen particular no es
para ellos, y, sin el examen particular, pueden igualmente santificarse.
Y decimos esto únicamente de los seglares, porque, entre las personas consagradas a la vida
religiosa, sería una excepción que se encontrase alguna que careciese de las aptitudes y de la
oportunidad necesarias para hacer el examen con mayor o menor dificultad. Empero, aunque
excepcional, el caso es posible (por ejemplo en un alma en extremo escrupulosa), y hay que
conducirse, como en toda excepción, según sean las circunstancias particulares que lo originen.
A pesar de ello, muchos seglares piadosos no se resignan a dejar el examen particular, pues
harto ven el provecho que de él pueden sacar, aunque se practique en escala muy reducida, pero
llena de buena voluntad. Hacen bien: podrán no acordarse de las veces que hayan caído en falta, y,
por lo tanto, no podrán anotar el número de las mismas; no atinarán en ponerse la mano sobre el
pecho, cada vez que cometan alguna; no harán dos exámenes al día; no guardarán aquella constante
atención sobre el propósito, pues la vida que llevan necesariamente las distrae y les absorbe. Pero
que no se desalienten, pues podrán sacar mucho provecho, si conservan el espíritu del examen,
guardando las siguientes advertencias.
1. No pueden excusarse de tener una voluntad firme y resuelta de buscar la perfección, cueste lo que
cueste, y de poner prácticamente los medios que estén a su alcance, con seriedad y constancia.
2. Después de haber escogido y dispuesto la materia del examen de una manera apropiada, han de
renovar el propósito todas las mañanas, al despertarse y han de procurar conservar una atención,
para cumplirlo, compatible con las ocupaciones del día.
3. Al hacer, por la noche, el examen general, háganse seriamente estas preguntas acerca del examen
particular:
–1. ¿He faltado al propósito? –2. ¿Por qué? (si ha sido por no haber puesto los medios
debidos). –3. Propongo para mañana... (hacer el propósito bien claro y concreto). –4. Pondré como
medio para conseguirlo (propóngase igualmente el medio escogido).
4. Hacer el acto de contrición y un acto de amor a Dios. Es cosa utilísima por demás imponerse una
penitencia por cada falta cometida sobre la materia del examen particular. Y es de una
extraordinaria devoción y efecto, besar otras tantas veces el Crucifijo, pausada y amorosamente.
5. No se cansen de proponer continuamente. Tengan en cuenta que el arma que más fácilmente
esgrime el demonio contra las personas piadosas y la que mejor resultado le da (aunque a primera
vista no lo parezca) es el desaliento: si logra desalentar, ha conseguido poner al alma en una si-
tuación favorable al pecado.
SUPLEMENTO
Para el examen particular del mediodía podrán servir las mismas fórmulas del examen de la
noche, abreviadas, si así conviene, según las necesidades y la devoción de cada uno.
ACTO DE PRESENCIA DE DIOS. –Dios mío, creo firmemente que estáis aquí presente; que me
escucháis y que veis el fondo de mi alma. Os adoro con la más profunda reverencia.
ORACIÓN PREPARATORIA. –Haced, Señor, que todos mis pensamientos, afectos y resoluciones
vayan enderezados a honra y gloria de vuestra divina Majestad. Amén. –Virgen Santísima,
alcanzadme de vuestro divino Hijo la gracia de hacer este examen con todo el espíritu y de verdad y
de sacar por vuestra intercesión, abundante fruto.
–Ángel mío, ayúdame y haz que puedas presentar a Dios mi oración pura y fervorosa, sin
irreverencias ni distracciones.
¿Qué os daré, Señor, por los beneficios que me habéis hecho y cómo os pagaré el amor de
predilección con que me los habéis otorgado? Me habéis creado... redimido... hecho cristiano... ¡me
habéis perdonado tantas veces!... Me habéis alimentado y regalado con la Sagrada Eucaristía...
Me habéis dado por Madre vuestra misma Madre... innumerables gracias particulares,
inspiraciones, ejemplos... me habéis librado de males incalculables de alma y cuerpo.
(Si se quiere, se pueden recordar en particular y más extensamente cada uno de estos beneficios,
distribuyéndolos por los diferentes días de la semana, como se ha dicho en el Libro del examen.)
Lo que más me conmueve es el amor de predilección con que me habéis hecho tantas
gracias. Las teníais previstas y preparadas desde toda la eternidad. Mas las habéis merecido y las
habéis concedido con un amor particular, que vuestro Corazón siente por mí. Me siento confundido
y anonadado bajo el peso de un amor tan grande.
Y el día de hoy todavía me habéis soportado y sufrido; todavía habéis continuado haciéndome
beneficios, pues, ni un solo instante, habéis dejado de pensar en mí; a cada momento me habéis
guardado y me habéis amado. La cadena de vuestros beneficios no se ha roto ni un solo instante.
Nunca podré daros dignamente las gracias: valga por ello este recuerdo agradecido de
vuestros beneficios, y aceptad la ofrenda total y absoluta que os hago de mí mismo, con alma y
potencias, cuerpo y sentidos, corazón y afectos, honor y fama, bienes morales y materiales, salud y
vida, para que dispongáis de todo ello según vuestra divina voluntad.
Oración. –Dadme, Señor, luz y gracia, para examinar debidamente mi conciencia, sin engaño ni
presunción; haced que todo redunde en aumento de humildad, pero sin desaliento. Regid y
santificad mi memoria, para que recuerde todas las faltas y pecados; mi entendimiento, para que
comprenda claramente toda su fealdad y malicia, y mi voluntad, para que, bien arrepentido de todo
corazón, los deteste y resuelva eficazmente no volverlos a cometer. Hacedme la gracia de que sienta
un grande e intenso dolor de mis culpas, una intensa confusión y vergüenza de mí mismo y un
íntimo horror al pecado y a cualquier desorden de mis intenciones, acciones y operaciones, para
que, purificando mi conciencia y enmendando mis faltas, me perfeccione en vuestro amor y me
santifique. Amén.
Ocupaciones: las obligatorias –las voluntarias, las imprevistas. – ¿Con qué espíritu, actividad y
puntualidad?
Bendición de la mesa y acción de gracias después de comer.
Descanso y recreación. – ¿Con qué orden y mesura?
Visita al Santísimo –lectura espiritual –estudio –Rosario. – ¿Se han hecho con tibieza? ¿Se han
omitido? ¿Por qué?
¿Has levantado el espíritu a Dios, entre día, con jaculatorias, Avemarías al dar las horas, Ángelus,
Padrenuestro por las almas, etc.?
En las conversaciones y visitas, ¿ha habido críticas, murmuraciones o malas palabras? ¿Muestras de
orgullo o vanidad?
En el trato con el prójimo, ¿has sido paciente y caritativo con sus defectos? – ¿Dentro y fuera de la
familia?– ¿Has procurado practicar obras de misericordia y de celo?– ¿Has dado buen ejemplo o
bien has causado escándalo o desedificación?
¿Has guardado el recogimiento interior o bien has divagado con la imaginación y te has disipado
con pensamientos vanos, inútiles o peligrosos?
¿Has perdido el tiempo?– ¿Has guardado el recogimiento de los sentidos, sobre todo de la vista?–
¿Has acudido en seguida a Dios en las tentaciones? – ¿Has huido de los peligros?– ¿Has invocado a
la Madre de Dios y al Santo Ángel de la Guarda?
Obras particulares del día: Confesión, visita a los pobres, a los enfermos, etc.
Examen general y retiro. ¿A la hora fijada? ¿Sin pereza ni descuido?
Examen particular. – ¿Bien hecho, con todas las adiciones? CONTAR las veces que se ha faltado,
desde el último examen particular. APUNTAR el número de faltas. COMPARAR los resultados.
El EXAMEN PARTICULAR se hace repasando nuevamente la lista de las ocupaciones del día.
Asimismo, es menester contar las caídas, anotarlas y comparar los resultados.
HORARIO OCUPACIONES
NOTAS ESPIRITUALES
MEMORANDUM
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ACTO DE CONTRICIÓN propio para aquellas personas que sienten devoción en acusarse y humillarse
delante de Dios.
“Al ver, Señor, lo mucho que me amáis, me duele especialmente lo poco que os amo. ¡Ni
por amor vuestro llego a guardar los más sencillos propósitos! Ya sé que nuestra humana naturaleza
es en extremo miserable. Mas siento en mí que la voluntad es culpable también. Me pesan sobre
todo mis culpas, porque con ellas os ofendo y os disgusto, a Vos, que sois bondad infinita, a quien
quiero amar sobre todas las cosas, aun a costa de mi vida. Al cúmulo de los pecados de mi vida pa -
sada he de añadir los de hoy. De todos ellos os pido perdón, diciendo de todo corazón el acto de
contrición, que quisiera fuese lo más perfecto posible.
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, en quien
creo, en quien espero, a quien amo sobre todas las cosas. Me pesa de haberos ofendido, por ser Vos
quien sois bondad infinita [y me pesa de que no me pese más]; también me pesa porque podéis
castigarme con las penas eternas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia y esperando en los
méritos de vuestra preciosa Sangre, propongo no volver más a pecar, confesarme y cumplir la
penitencia, que me fuere impuesta. Amén.”
OTRA FÓRMULA DEL ACTO DE CONTRICIÓN, propia para aquellas personas que sienten la necesidad
de animarse con la confianza en Dios contra el desaliento que experimentan a la vista de sus faltas
cotidianas.
“Oh Señor, al comparar lo que Vos habéis hecho por mí con lo que yo he hecho por Vos,
quedo todo confuso y avergonzado. Perdón, Dios mío, una vez más. Sé que mil perdones arran-
cados a vuestra misericordia, no llegan a ser como una gota de agua sacada del mar, que no se nota.
Sé que no os cansáis de compadecer nuestras flaquezas y miserias. Sé que manifestáis vuestra
omnipotencia, más que en otra cosa, en perdonar y en compadecer. Sé que os es sobremanera grato
el perdonarnos y que es un placer para vuestro amorosísimo Corazón. Con esta absoluta confianza
en vuestro amor, no quiero dejar pasar un solo día de mi vida sin pediros humildemente perdón de
mis faltas y pecados, ya los haya cometido por malicia, ya por sola flaqueza, y por grandes,
numerosos, vergonzosos y repetidos que sean. Estoy seguro y convencido de que, mientras yo no
me canse de luchar, Vos no os cansaréis de perdonar; mi tarea es ésta: combatir las malas pasiones e
inclinaciones; la completa victoria y el éxito es cosa enteramente vuestra, y bien veo que, si no es
por una gracia especialísima vuestra, a pesar de mi buena voluntad tendré que pediros perdón,
siempre y continuamente, durante todos los días de mi vida. Vos me amáis por encima de todas mis
miserias y contra mis propias faltas, que, no obstante, detestáis; quiero, pues, hacer lo mismo:
amaros de todo corazón, a pesar de mis defectos y pecados. Bien sé que Vos, Señor, permitís
nuestras miserias, para que nos conservemos en humildad. Confundido, pues, avergonzado y
humillado, con la frente en tierra, os pido sinceramente perdón. Y confío, oh buen Jesús, que, con
este acto de humillación, arrepentimiento, confianza y buen deseo, ganaré delante de Vos más de lo
que haya podido perder con las faltas de este día, desquitándome sobradamente y con creces de lo
que haya perdido por mi culpa. Pero lo que más particularmente os pido es que jamás mis faltas y
pecados sean para mí motivo de desconfianza, desaliento y olvido del amor que me tenéis; antes
bien, que siendo para mí motivo de humildad y confusión, me una más íntimamente con Vos, oh
buen Jesús, y crezca cada día más en vuestro amor. Amén.”
Imponerse la correspondiente penitencia: besar el Crucifijo tantas veces cuantas sean las
faltas cometidas; rezar otras tantas Avemarías; besar otras tantas veces el suelo; o cualquiera otra
penitencia que se haya escogido.
¡Oh Jesús dulcísimo! Ya que nada habéis querido omitir, para manifestar el amor que me
tenéis, tampoco quiero omitir cosa alguna para corresponderos. ¿Podría yo, pobre y mezquino,
negaros pequeños sacrificios, al veros clavado en la cruz, derramando sangre, coronado de espinas,
con los brazos extendidos y el corazón latiendo... y todo ello por mi amor, y, lo que es más triste,
por mi culpa? No, oh buen Jesús; quiero cumplir, absolutamente en todas las cosas, vuestra divina
voluntad, sea lo que sea y cueste lo que cueste.
Por esto, propongo firmemente no ofenderos ni disgustaros en nada; antes al contrario,
propongo daros gusto en todo, para demostraros mi amor. Y, en particular, propongo sinceramente
para el día de mañana...
Determina ahora clara y concretamente los propósitos para mañana, previendo, a la vez, las
ocasiones de quebrantarlos en que probablemente te encontrarás. Resuelve desde ahora vencerlas.
Ruega y encomiéndalo a Dios.
Mas, como quiera que, por mucho que proponga, de nada me servirá, si Vos no me ayudáis,
os pido que bendigáis estos propósitos y que me ayudéis con vuestra gracia a cumplirlos fielmente,
a mayor honra y gloria vuestra y provecho de mi alma. Amén.
Buen Jesús, ayudadme, porque sin Vos nada puedo hacer.
Virgen Santísima, alcanzadme la constancia en el bien obrar y la perseverancia final.
Ángel de mi guarda, haz que sea fiel a tus inspiraciones.
Totales diarios
Domingo M.…………………………………………… ………..
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Lunes M.…………………………………………… ………..
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Martes M.…………………………………………… ………..
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Miércoles M.…………………………………………… ………..
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Jueves M.…………………………………………… ………..
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Viernes M.…………………………………………… ………..
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Sábado M.…………………………………………… ………..
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Total semanal: …………
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Págs.
PRELIMINAR 5
I. El examen general
Apéndice
Una aclaración consoladora y una reducción de dificultades 126