19 Neuburger Roberto Interconsulta 1
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Roberto P. Neuburger
Psychoanalysis
Tuve la oportunidad de entrevistar, una vez, a una anciana vienesa que se había movido en
el entorno analítico de la pre-guerra, y hasta saludado a Freud y su hija Anna el día de su
forzada partida de Viena. Cuando la vi, hacía unos meses había finalizado su análisis (que
había comprendido, de uno y otro lado del océano, poco más de cuarenta años). Su
entrada en el procedimiento freudiano había sido indicada por su médico de cabecera: Felix
Deutsch, a quién ella se había quejado de esterilidad. Él – suponemos que diagnosticó una
“causalidad psíquica” del síntoma -, la refirió a un analista “de tercera generación”
(contemos: Freud, la primera; Abraham, Ferenczi, Eitington, Sachs, etc., segunda; sus
analizantes, tercera). Fue un acierto, como comprobarían los sucesivos embarazos de la
dama. Para rubricar la historia, añadió a su relato que dos de los hijos que tuvo siguieron –
ya en nuestro país – la carrera analítica, acaso parte de la deuda simbólica resultante.
II. Si bien las primeras contribuciones de Felix Deutsch datan de 1919, acaso haya sido el
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ora un tofo gotoso. Freud no tiene más remedio que reconocer esta vez (29 de julio de
1917), que “su relación con respecto a la cuestión de la diferencia entre lo físico y lo
psíquico no es la nuestra”. Así, la comunicación en el malentendido gira en torno al
obstáculo del cuerpo real. La reseña del trabajo de Groddeck, que lleva a cabo Ferenczi,
puede considerarse sintomática: el misterio sigue sin develar. En efecto,dice allí: “No
tenemos derecho a rechazar de plano ninguna de las afirmaciones de Groddeck que de
entrada pudieran alarmarnos…Ningún género de consideraciones nos autoriza a desechar
de plano estos hechos, o ningún hecho, podríamos decir…no existe ninguna razón de
orden teórico para que consideremos imposibles tales procesos…” 4
IV. En una Introducción al campo de la Interconsulta situamos el examen del punto de cruce
discursivo que llevara a cabo con originalidad inaugural el heredero de Ferenczi, Michael
Balint. En 1960 aparece el relato de la experiencia: “El médico, su paciente y la
enfermedad“. 5 Tras el dispositivo que conserva el epónimo desde entonces (los “grupos
Balint”) , se perfila una cuidadosa puntualización de la demanda. Así, el enunciado proyecto
de una “farmacología de la droga-médico, su dosificación, sus riesgos y efectos
secundarios…” en su generalización (“caso trivial del tipo que es frecuente hallar en casi
todos los consultorios“), revela precisamente lo contrario: que la demanda vehiculiza la
singularidad de cada sujeto. Que el objeto de intercambio deje de ser el “fármaco” para
pasar a estar en la “persona” (=semblant) del médico, le hace cambiar su posición de
agente. Así, el procedimiento del grupo de médicos ha de ponerlos frente a la experiencia
de la subjetividad, en su positividad, y no como (des)-hecho de descarte diagnóstico
(“Actualmente el pensamiento médico teme sobre todo omitir alguna dolencia de carácter
físico mientras concentra la atención sobre las posibles causas psicológicas“). De caso en
caso, de médico en médico, las peripecias que el goce corporal adopta para perfilarse a
través de una pregunta, y las acciones que el médico lleva a cabo para conservar su
posición, son presentadas con detalle novelístico en que se omite toda jerga psi. Dar un
nombre, proporcionar un soporte simbólico, es reconocido como una de las funciones
propias que se espera de un Maestro (“búscase un nombre para la enfermedad, se desea
un diagnóstico… Sólo en segundo término el paciente reclama cierta terapia, es decir,
pregunta qué puede hacerse para aliviar sus sufrimientos… “). Éste no puede quedarse en
la superficie visible del cuerpo que sufre, y necesita un giro de posición en el discurso: en
los términos de Balint, un “diagnóstico más profundo y comprensivo” hacia la “evaluación de
los síntomas neuróticos“. Esto coloca al médico en una encrucijada en cuanto a la dirección
de una cura para la cual su entrenamiento flaquea. Para evitarla, cuenta con falsas salidas
como la “complicidad en el anonimato” , o la coartada de convocar a los “especialistas
llamados en consulta“. Balint también señala como obstáculo el punto donde puede
estancarse la transferencia de poder, y lo llama “perpetuidad de la relación maestro-
alumno“. El texto invita a detenerse in extenso en el trabajo del médico como
“psicoterapeuta“, y el grupo se halla cerca de la institución “supervisión“. Luego de
comentar la “oferta” de síntomas por parte del paciente (es decir, la demanda, desde
nuestra perspectiva) los términos económicos continúan: el diálogo del médico con el
paciente es denominado “compañia de crédito recíproco“, en la que hay que entender, claro
está, el capital de los significantes que invierte cada uno de los socios. Puede pensarse
que, si el analista forma parte de la producción del inconsciente del sujeto, el médico acaso
forma parte de la enfermedad que su paciente le “ofrece“, cuando la “acepta“, es decir,
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con problemáticas personales estimuladas por puntos de identificación con los pequeños
pacientes o sus padres. El contexto político se hace presente, a veces de manera
excluyente: una médica destina varias páginas a cuestionar las autoridades formativas y
sanitarias. El esfuerzo de desmontar cualquier pantalla que perturbe la escucha más allá
del síntoma llega hasta a poner en tela de juicio los mismos instrumentos médicos. La
potencial inconveniencia del vocabulario técnico, cuidadosamente evitada en la experiencia
inglesa, aquí no es un problema: los pediatras están perfectamente al tanto de los términos
que describen al “infans” en su relación al Otro como lugar del significante. Balint en
persona visitó el grupo en distintas oportunidades, proponiendo un programa simple y
complejo a la vez: identificar el síntoma del niño en su función en el discurso de los padres.
Por supuesto, la asistencia da un giro de 180 grados. Se ponen de manifiesto todas las
fisuras de la estructura familiar, y las insuficiencias de los progenitores saltan a la luz. Pero
también la de los pediatras, quienes se arriesgan con valentía a exponerlas. Los que
conocen el actual desarrollo de centros de atención de cuadros de violencia familiar, abuso
infantil, hallarán poco escandaloso que los pediatras relaten situaciones que poco tienen
que ver con idílicas “Madonne col bambino”, ya que pueden situar en ellas el deseo de
muerte (que además llegan a reconocer en carne propia). Y, ¿cuál es el lugar del análisis en
la formación de quien ha de remover obstáculos en el discurso – significantes elididos hasta
en generaciones anteriores – para levantar el síntoma del niño? ¿Cómo lograr la “pequeña
pero necesaria y significativa modificación” que se requiere de un médico que se disponga
a escuchar ? Por su parte, la “coordinadora” del grupo describe su labor en analogía con
una cura. El lugar del analista es claramente diferenciado del de un maestro, aún cuando
sea tomado por tal; a través de la transferencia, situará el deseo de los participantes. A
través de lo que éstos dicen, sin embargo, podemos presumir que más de uno ha
prolongado su enunciación en algún diván…Pero la perspectiva es distinta: todos aspiran a
perseverar en su deseo en tanto médicos, y a diferenciar la posición del analista de la del
pediatra, para sostener ésta: “¿Qué son los pediatras? ¿Qué deberían saber, o no saber,
para ser, sin antífrasis, no psicopolicías, no psicoanalistas, no ingenuos, pediatras?”
VII. Continuemos en París.En los ’70 – durante el auge del “estructuralismo”, se dan a
conocer tres obras de epistemología médica, que no dejarán de tener su impacto en la
producción vinculada al cruce psicoanálisis/medicina (además del mencionado trasfondo
del Seminario que Lacan dicta desde 1952 y la edición, en 1966, de los “Écrits”):
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3. “El orden médico” de Jean Clavreul, nombra las dos obras precedentes en su prólogo,
indicando así aquello en lo que le es deudor. Y, como señalamos antes, se convierte a su
vez en la fuente a la que habrán de referirse en lo sucesivo casi todos los trabajos sobre
Interconsulta que oponen medicina y psicoanálisis, desde entonces más sensibles a las
diferencias que los distinguen, que a un “integracionismo” declarado pero difícilmente
localizable. Propone así una advertencia a quien aventure una supuesta “contribución” del
psicoanálisis a la medicina, ya que tal “adición” (en la que la ética puede perderse) se
transforma de inmediato en opción política. Pues distingue – en oposición resuelta a todo
empirismo – que es el discurso, y no el “hecho” (¡ ni siquiera la tecnología !), el que
organiza el orden médico, al que los participantes quedan sometidos más allá de las
circunstancias individuales. No hay, pues, “relación médico-paciente“, sino, en su lugar,
confrontación institución médica-enfermedad: cuando Balint afirma que el médico se receta
a sí mismo, es necesario entender que lo hace en tanto representante (de la Medicina o de
la Ciencia), y que al mismo tiempo lleva a cabo la exclusión de lo que su discurso
encontraría irrelevante (como cualquier discurso, en especial cuanto más saturado se halle
de vocación de dominio). Como en las páginas introductoras Clavreul aclara que habrá de
mostrar al orden médico como el reverso del psicoanálisis (es decir, situar al discurso del
Amo y al del analista en su descarte recíproco), su exposición se sitúa en las antípodas del
proyecto de Balint, quien se proponía transmitir a los médicos la experiencia analítica de
modo que la escucha no quedase por fuera de la racionalidad. Descarta, por ejemplo, el
examen o la posibilidad de la identificación del médico a su paciente, arrojándola al saco de
desperdicios imaginarios: sólo retiene como significante la identificación de éste a los
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VIII. Por lo tanto, si se considera al médico tan sólo como sujeto y prisionero del orden que
lo determina, se lo convierte de modo paradójico en un déspota: es la impresionante efigie
de Knock, el singular personaje de la obra teatral de Jules Romains, que sin duda ha
arrojado su influyente sombra sobre toda la indagación de Clavreul. Y habrá quedado claro
hasta ahora que un “integracionismo” con el pretendido “factor psicológico” , borrando y
confundiendo fronteras, no hace más que acercarse a dicha imagen. Pero acaso pueda
existir, para el médico, otra posición – ¿ podríamos llamarla “ecuménica” ? – que le permita
no desconocer las diferencias entre los discursos, a la vez que mantiene la posibilidad de
juego de uno a otro ? 9 ¿ No se trata, tal vez, del médico que vemos todos los días, que
conoce y sabe de sus pacientes mucho más de lo que creemos, y quien precisamente por
ese motivo nos demanda una interconsulta ?
En una segunda parte se propondrá un recorrido de los testimonios llevados a cabo de este
lado del océano…
2 Felix Deutsch, On the mysterious leap from the mind to the body. A workshop study on the
theory of conversion. International Universities Press, New York, 1953 ; F. Deutsch,
Apéndice al “Fragmento de un análisis de histeria”, Rev. Arg. de PsA, XXVII, 1970, p.
595-604, Buenos Aires. Ver también: Paul Verhaeghe, ¿Does the Woman exist? , Rebus
Press, Londres, 1997.
3 S. Freud-G. Groddeck: Briefe über das Es (Cartas sobre el Ello). Kindler, Munich, 1974
(ed. cast. , Anagrama, Barcelona, 1977)
4 S.Ferenczi, Problemas y métodos del Psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 1966. Por su
parte, Freud, cuando el análisis se topa con sus límites (una dama con esclerosis múltiple),
no vacila en derivarla a Groddeck (quien, por supuesto, la acepta) a fin de poner a prueba
su fenomenal influjo…
5 Michael Balint, The doctor, his patient and the illness, I. U. P. , New York, 1957 (ed. cast. :
El médico, el paciente y su enfermedad , Libros Básicos, Buenos Aires). En lo que sigue, el
lector hallará ventajoso recorrer previamente el texto original. Por ejemplo, no se reitera el
relato de los casos.
6 Comentando la idea de Lemoine, Lacan propone cautela en extrapolar una noción que ha
acuñado para referirse específicamente al analista. Cf. Intervención de J. Lacan, en Lettres
de l’École Freudienne de Paris, No. 9, 1972, p. 69 y 74-78
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7 Otro intento puede hallarse en L. Israël, La decisión médica, Emecé, Buenos Aires, 1983,
p. 110 – 125.
S H AR E TH IS :
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