Clase 4 La Prealimentación. en El Comunicador Popular

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Un punto de partida decisivo:


La prealimentación

Como se acaba de ver, existen muchos recursos para estimular el diá-


logo y la participación. Encontrarlos depende de la creatividad de cada
equipo de comunicadores.
Es preciso avanzar pacientemente, paso a paso, sabiendo que la par-
ticipación es un proceso. Que no se da de un día para otro. Ni tampoco
por generación espontánea: hay que saber estimularlo.
Siempre comienza un pequeño equipo. Pero este debe saber ir crean-
do desde el principio las condiciones que favorezcan el proceso. Según
como él arranque, logrará poco a poco una comunicación real,
dialogística y participativa, o se estrellará, tal vez, con la indiferencia y
el silencio de la comunidad.
Los primeros pasos son de decisiva importancia. Conviene, pues,
seguir clarificándolos sobre el papel del equipo comunicador y sobre el
estilo y el método con que él debe comenzar su trabajo.

«P »
           

Retomemos las «propuestas» incluidas en las páginas precedentes.


Analizándolas con atención, podremos percibir cómo algunos de estos
equipos de comunicadores están abriendo el camino para la participa-
ción. Así por ejemplo:
- Un equipo de periódico nos dice: «Para elaborar cada número,
comenzamos yendo al mercado, al bar, a la parada de autobuses, en

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fin, a los lugares de concentración y de reunión y conversamos con la
gente».
- Otro explica que se preocupa por «recoger lo que dicen, piensan
y viven los trabajadores, para así hacer el periódico con «los temas que
han salido de la propia gente; temas que le interesan y responden a su
realidad».
-Asimismo, un grupo que produce videos, expresa que escoge los
temas para los mismos «consultando, conversando con los socios de
base».
- Uno de los grupos de teatro lo señala aún más explícitamente:
«Hemos aprendido que la investigación es fundamental. Los temas
para nuestras obras los tomamos de la realidad; los investigamos en la
región».
- Con la misma concepción actúa el equipo que, para producir su
programa de radio, «visita las comunidades, las recorre con grabadores
para recoger las opiniones de la gente, sus experiencias, sus noticias» y
con todo ese material que recoge alimenta y arma su programa.
No es dificil percibir lo que estos ejemplos tienen en común: todos los
grupos aquí citados comienzan «yendo a la gente», partiendo de la gente
y de su realidad. Todos hablan de recoger; de comenzar recogiendo.
Aunque todavía no se plantee la participación directa de la comunidad
en la producción de los mensajes -porque saben que eso no siempre
es posible desde el comienzo--- empiezan por conocer y escuchar a sus
destinatarios, por tomar en cuenta sus necesidades y aspiraciones para
verterlas en sus mensajes.

L
   
    

¿Es posible designar, dar un nombre técnico a esa etapa inicial del
proceso comunicativo? Creemos que sí. Podríamos decir que, en lugar
      

de plantearse un hipotético o retroalimentación, estos equipos


han sabido incorporar y valorar otro componente de la comunicación
del que nunca se habla: La prealimentación (o, si se quiere conservar el
         

contraste en inglés, el ).
Proponemos llamar prealimentación a esa búsqueda inicial que ha-
cemos entre los destinatarios de nuestros medios de comunicación para

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que nuestros mensajes los representen y reflejen. Por ahí comienza y
debe comenzar un proceso de comunicación educativa.
Y, al comenzar por ahí, estamos también cambiando el modelo de
comunicación. El esquema clásico «emisor-mensaje-receptoD> nos acos-
tumbró a poner al emisor al inicio del proceso comunicativo, como el
que determina los contenidos del mismo y las ideas que quiere comuni-
car; en tanto el destinatario está al final, como receptor, recibiendo el
mensaje. Los equipos anteriormente citados, de hecho, han cambiado
este esquema. Su experiencia nos enseña que, si se desea comenzar un
real proceso de comunicación, el primer paso debiera consistir en poner
al destinatario no sólo al final del esquema, sino también al principio:
originando los mensajes, inspirándolos; como fuente de prealimentación.

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La función del comunicador en un proceso así concebido ya no es la


que tradicionalmente se entiende por «fuente emisora». Ya no consiste
en transmitir sólo sus propias ideas. Su principal cometido es recoger
las experiencias de los destinatarios, seleccionarlas, ordenarlas y orga-
nizarlas y, así estructuradas, devolvérselas, de tal modo que ellos pue-
dan hacerlas conscientes, analizarlas y reflexionadas.
Cuando el mensaje es difundido, el sujeto colectivo puede recono-
cerse en él, identificarse con él, aun cuando no haya participado direc-
tamente en su producción; aunque sean otros actores y no él mismo lo
que está sobre el escenario dando vida a la historia. Él es de alguna
     

manera coautor del mensaje; comienza a hacerse


Pero no sólo se trata de «reflejar» a la comunidad (o a la región, o a
la organización) como un espejo que devuelve una imagen o como un
grabador que repite y reproduce mecánicamente lo que la gente dice.
El equipo comunicador debe procurar devolver esos hechos y expe-

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riencias que ha recogido, de tal manera que ahora la comunidad pueda
verlos con otra perspectiva crítica, analizarlos, discutirlos, reflexionados,
emitir un juicio, desentrañar las causas del problema que hasta ahora
habían estado viviendo y sufriendo como una mera contingencia, sin
percibir sus raíces. Nuestra manera de presentar los hechos debe ser
problematizadora, suscitar la reflexión. Es a esto a lo que llamamos
formulación pedagógica del mensaje.

E
  
          

Es el primer paso. Luego vendrá el diálogo y, poco a poco, la participa-


ción. Pero ya al ubicamos así estamos preparando para la participa-
ción, creando las condiciones para que esta se dé.
En resumen, el primer requisito para que la comunidad (o la región, o
los miembros de una organización) comience a involucrarse en la co-
municación es que no vea lejanos y ajenos los mensajes que se le pro-
ponen sino que los sienta suyos, propios. Que se reconozca en ellos.
La propuesta de uno de los grupos de teatro ilustra bien esta
interacción cuando registra:

Como el conflicto planteado en la obra les tocaba muy de cerca, el


público se sintió tan identificado, tan involucrado, que en el debate
todos querían hablar.

Invirtiendo el orden de los términos, podemos extraer una buena en-


señanza: todos querían hablar -esto es, dialogar- porque el grupo
que creó la obra había sabido primero descubrir y detectar «un conflicto
que le tocaba muy de cerca a la comunidad». Es decir, había partido de
una buena prealimentación. De no haberlo hecho así, de haber presen-
tado un tema no conectado de alguna manera a las experiencias y vi-
vencias del público, este no se habría interesado ni comprometido en la
discusión.
Ningún buen material educativo nace en una mesa de estudio. No
basta con saber mucho del tema que se quiere tratar, ni con dominar los
contenidos. Hay que empezar saliendo a la calle y abriéndose a la vida:
conocer y escuchar a los futuros potenciales destinatarios y sumergirse

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en su realidad; saber cómo son, cómo piensan, cómo hablan, qué sien-
ten, qué saben y qué ignoran del asunto que se les quiere proponer,
cómo lo están viviendo y percibiendo.

s    
   

Se habrá advertido también que, lejos de disminuir la importancia del


equipo comunicador y disminuir su papel, esta propuesta le reconoce
una función fundamental.
Aunque los comunicadores ya no aparezcamos aquí asumiendo el
privilegiado papel de emisores exclusivos, a nosotros nos toca en defini-
tiva la importante misión de elaborar y dar forma a los mensajes: redac-
tar el material impreso, producir los videos, crear las obras de teatro o
de títeres, realizar el programa de radio, los casetes o la historieta, dise-
ñar el cartel o el periódico mural.
Y, aún más, se nos pide que tratemos de formular esos mensajes
pedagógicamente.
De ahí la importancia y la necesidad de que los educomunicadores
dominemos los principios básicos de la pedagogía de la comunicación.
Dedicaremos los siguientes capítulos de este manual a la práctica de
la comunicación; esto es, a la formulación de los mensajes. Presentare-
mos algunas nociones elementales que todos necesitamos hacer cons-
cientes en nosotros para comunicar mejor y cumplir más eficazmente
nuestra función.
La experiencia de nuestros talleres nos ha demostrado que el acceder
a estas pautas ha ayudado positivamente en su trabajo a muchos
comunicadores y educadores, como esperamos que te sean útiles a ti
también, lector.

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1
La actitud de comunicar

Quisiéramos abordar esta reflexión compartiendo con el lector una ex-


periencia que nos resultó una rica fuente de aprendizaje. En una opor-
tunidad, nuestro equipo de formación fue llamado por varias asociacio-
nes de vecinos de una ciudad industrial de Venezuela. Nos pedían apoyo
técnico para mejorar los periódicos de sus asociaciones. Estaban pre-
ocupados porque tenían la sensación de que aquellas publicaciones, he-
chas con tanto esfuerzo, eran poco leídas, poco eficaces; que no «co-
nectaban» con la gente de sus barrios.
Pensaban que el fallo era causado por la mala presentación de aque-
llos periódicos. Lo que esperaban de nosotros, pues, eran conocimien-
tos técnicos de diagramación, ilustración, impresión, etcétera, que les
permitieran mejorarla.
Empezamos el diálogo preguntándoles por el objetivo de sus periódi-
cos: para qué los hacían. Nos respondieron que lo que más les importa-
ba era lograr que los vecinos se interesaran por acercarse a la asocia-
ción y participar en sus acciones. «Somos estos que estamos en las
Juntas Directivas y muy pocos más -nos dijeron-: "cuatro gatos".
La mayoría permanece ajena, indiferente. Por eso sacamos los
periódicos, para que se nos conozca más y haya más vecinos que acudan
a colaborar.» Era, sin dudas, una buena razón: la organización popular
necesita comunicarse, darse a conocer, para promover la participación.
Pero, obviamente, si los periódicos no eran leídos ni conseguían penetrar,
mal podían cumplir ese trabajo de promoción. De ahí la justificada pre-
ocupación de aquellos esforzados compañeros.
Entonces, como una manera de iniciar el trabajo, les propusimos que
comenzáramos analizando y evaluando juntos los periódicos que esta-
ban realizando. Obviando por el momento los aspectos técnicos que les
inquietaban, hicimos participativamente un sencillo análisis del conteni-
do de cuatro de ellos: se trataba, simplemente, de identificar el tema
central y el sujeto protagonista de los artículos y noticias publicados.
Este fue el resultado:

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ANÁLISIS DE CONTENIDO DE CUATRO PERIÓDICOS DE
ASOCIACIONES DE VECINOS

- Noticias y artículos referentes a la asociación y a las gestiones


de la Junta Directiva 86 %
- Referentes a problemas de la comunidad 7%
- Referentes a la vida y actividades del barrio 7%
- Entrevistas a vecinos O%

También contamos las menciones. La asociación y su Junta Directiva


aparecían mencionadas 67 veces, lo que daba un promedio de más de
cuatro menciones por página. En cambio, no se encontró una sola men-
ción, ni un solo nombre, de un vecino que no fuera dirigente de la aso-
ciación.
Cuando terminamos el análisis preguntamos:
-¿Escucharían ustedes una emisora de radio que sólo transmitiera
publicidad?
-¡No, por supuesto! -fue la previsible respuesta.
-Entonces pongámosnos en lugar de los vecinos, de esos vecinos
que no son dirigentes, que no participan en la vida interna de la asocia-
ción, que ustedes caracterizan como indiferentes y que son precisa-
mente a los que desean llegar a interesar. Si fueran uno de esos vecinos,
¿leerían un periódico que sólo habla de las gestiones de la asociación?
Aquel análisis les impresionó. Nunca habían caído en la cuenta de
que sus periódicos eran así. Descubrieron que estaban reproduciendo,
sin quererlo, el mismo esquema de comunicación vertical de los medios
masivos. Era cierto que aquellos periódicos adolecían también de de-
fectos técnicos que podían y debían ser superados. Pero había algo
más importante.
Si no «conectaban», no era sólo por sus carencias técnicas, sino por
su poco interés periodístico y humano; porque únicamente planteaban
problemas y cuestiones organizativas, pero no recogían la vida del ba-
rrio, la presencia de vecinos concretos.
Aquellos periódicos estaban hechos y pensados desde la asociación,
desde los dirigentes; no desde los vecinos.

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D
 
      
   

    

Dice con razón un experto: «Todos comunicamos con los 

demás; pero no siempre sabemos hacerlo».


Comunicar es una aptitud, una capacidad; pero es sobre todo una
actitud. Supone ponemos en disposición de comunicar; cultivar en no-
sotros la voluntad de entrar en comunicación con nuestros interlocutores.
Para describir esa actitud, intentaremos una comparación un tanto
exagerada y extrema, pero que servirá para caracterizar la condición
del comunicador. Imaginaremos a dos personas (o dos grupos o dos
instituciones) enfrentadas al acto de comunicar alguna cosa. Y supon-
dremos que una tiene esa actitud comunicadora y la otra no.

E « ». L
    
    
        

Esta segunda se pondrá en la posición que llamaríamos «del puro emi-


sor» (es, desde luego, una exageración: semejante ser no existe nunca
en estado químicamente puro. Estamos acentuando los rasgos para que
se perciba mejor la tendencia que queremos caracterizar).
Pues bien: este «puro emisor» pondrá el énfasis principalmente -y
a veces exclusivamente- en el contenido de lo que se propone
transmitir. Casi lo único que se preguntara será:

1 ¿QUÉ QUIERO YO DECIR? 1

Qué quiero informar, qué quiero publicar, etcétera.


Él tiene su verdad, su información, su denuncia; en fin, algo que
considera necesario hacer saber. Emite su mensaje: escribe su artículo,
edita su libro, publica su boletín, produce su audiovisual. Y se queda en
paz con su conciencia: misión cumplida.
Tal vez estamos exagerando. Pero seamos sinceros: ¿no es así como
solemos proceder? ¿No es eso lo que hacemos muchas veces: pensar
sólo en el contenido de lo que nosotros queremos decir?
Pues bien: ¿en qué reside el fallo? ¿Qué carencia, qué omisión hay
en este emisor? ¿Qué otra cosa importante debió preguntarse y no se
preguntó?

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Sí, de acuerdo. La otra pregunta que debió hacerse era:

1 ¿A QUIÉN SE LO VOY A DECIR? 1

El «puro emisoD>, el mal comunicador, es aquel que lanza un mensaje


sin tener en cuenta al destinatario. Hay muchas personas (e institucio-
nes) que reducen la comunicación al acto de emitir comunicados. No
van en busca del otro, del destinatario, sino que este tiene que venir a
ellos.
De ahí resulta el mensaje desencarnado, en el vacío; un mensaje que
no se preocupa por el efecto (si va a llegar, si va a ser asumido por el
destinatario, si le va a servir) ni por la respuesta. No va en pos de una
respuesta, de una participación; no trata de entablar un diálogo, una
relación con el interlocutor.
Es el caso de esos discursos panfletarios de cierta izquierda tradicio-
nal, que sólo convencen a los ya convencidos. Son mensajes de baja
eficacia, de baja comunicatividad, porque dejan al destinatario indife-
rente. O peor aún: muchas veces resultan incluso contraproducentes,
de efecto negativo. Se lanza esa «verdad» casi como un desahogo per-
sonal. Y el interlocutor se siente agredido, atacado.

La obsesión de la denuncia

Hace unos años, en Lima, tuve la oportunidad de escuchar en una emi-


sora comunitaria de baja potencia un informativo popular, dirigido a las
barriadas. La iniciativa de abrir un espacio de ese carácter y el esfuerzo
de realizarlo son, sin dudas, meritorios y valiosos. Otra cosa era el pro-
grama en sí. Llevé la cuenta: el 80 % de las noticias transmitidas eran
denuncias sobre la acumulación de basura.
No pude menos que ponerme en el lugar de esa gente de los barrios
populares a la que el programa pretendía llegar y servir. Pensé en esos
vecinos que ven basura desde que se levantan hasta que se acuestan,
que viven oliendo basura. ¡Y cuando ponen la radio, esta les habla otra
vez de basura!
Lo que sucede en el fondo de estos casos es que, en realidad, el
emisor no tiene claro quién es su destinatario: no se ha preguntado a

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quién le está realmente hablando. Esta insistencia en la denuncia tal vez
pudiera tener algún sentido si nos estuviéramos dirigiendo acusado-
ramente a los responsables de los malos servicios públicos; es decir, a
las autoridades. Pero sabemos muy bien que estas no leen periódicos
comunales, ni escuchan radios comunitarias, ni ven televisiones locales.
A quien nos estamos dirigiendo es a la comunidad. ¿Y qué valor infor-
mativo encierra el repetirle permanentemente a la comunidad que no
tiene agua, que no tiene luz, que no tiene nada? ¡Ella ya lo sabe de
sobra! Con eso, tal vez no hacemos más que reforzar su sentimiento de
desesperanza, de impotencia: «estamos jodidos». Lo que la comunidad
necesita es que la ayudemos a comprender con claridad las causas del   ! " #

problema: no hay servicios para ella. Y, sobre todo, que la 

 $   

ayudemos a encontrar alternativas, de solución.


Tiene razón Pierre de Zutter cuando critica muchos de los mensajes
destinados a que la gente tome conciencia de un problema social y
político»:

Parece creerse que cuanto más deprimente sea el cuadro, mayor


será el impacto[ ... ]. No se trata de propiciar el olvido ni la evasión.
Pero es importante aprender a ser más amenos, dejar que la risa, el
sueño, la poesía que también brindan la vida se filtren en la labor de %

comunicación.

Cuando hay un «puro emisor» que sólo se preocupa por el contenido,


que sólo se pregunta qué quiere él decir, resulta casi siempre una comu-
nicación impositiva, autoritaria, aunque no sea esa la intención del que
la emite. Podríamos llamar a este tipo de comunicación «monológica»,
porque su forma de comunicar es el monólogo.

E

    
       
         

¿Cuál sería la actitud opuesta? La del «emisor-comunicador»: el que


busca establecer una relación con los destinatarios de su mensaje.
& ' ( ) * * ) + ) , - . . ) * / 0 1 2 3 4 5 4 3 6 7 8 5 9 : ; < 5 4 7 = 4 ; 5 9 3 > < ; 8 7 4 ; ? @ A + ( . B * ( C D E B * ( F B G . ) H

( J C H K L M N O

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Desde luego, él también, igual que el anterior, se preocupa por el
contenido: define lo que se propone decir. Pero tanto como en el conte-
nido del mensaje, pone énfasis en el destinatario. No sólo piensa en lo


que quiere decir, sino también en aquel a quien se lo va a decir. Y ese


! "  # P

es para él determinante: el destinatario es el que determina las


características del mensaje, cómo será enunciado y formulado, qué medio
se ha de emplear, el lenguaje que será utilizado, etcétera.
Más aún: ese destinatario tiene sus intereses, sus preocupaciones,
sus necesidades, sus expectativas. Está esperando que le hablemos de
las cosas que le interesan a él, no de las que nos interesan a nosotros. Y
sólo si partimos de sus intereses, de sus percepciones, será posible
entablar el diálogo con él.

¡Cuántos materiales dedicados a incentivar la organización popular


comienzan por explicar «la importancia del principio de la organiza-
ción» para luego enseñar «las formas de organizarse» y justo al
final dar a conocer todos los problemas que se podrían solucionar
con la organización! (Cuando debiera ser al revés: partir de los
problemas e intereses del destinatario es uno de los principios básicos
de la comunicación.)
D Z
     

Tan importante como preguntamos qué queremos decir, es pregun-


tamos qué esperan nuestros destinatarios escuchar. Y a partir de ahí,
buscar el punto de convergencia, de encuentro.
La verdadera comunicación no comienza hablando, sino escuchando.
La principal condición del buen comunicador es saber escuchar.
Esta actitud de «pensar en el otro» todo buen comunicador la lleva
tan adentro que es en él como una segunda naturaleza, casi como un
instinto. Constantemente se plantea cómo formular su mensaje, de dón-
     P  Q       P 

de partir, para que el interlocutor en el mensaje,


  ! " 

con él. Se pregunta cómo son sus destinatarios, qué problemas,


R

qué inquietudes, qué características culturales tienen. Trata de ponerse


en su óptica. Es un comunicador dialógico: procura dialogar, aunque
sea a distancia.

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