Violencia Contra Las Mujeres Cuestión de Género Barragán

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http://dx.doi.org/10.18041/crilibjur.2015.v12n2.

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La violencia contra las mujeres es cuestión de género*


Violence against women is a matter of gender

A violência contra as mulheres é uma questão de gênero

Damaris Barragán-Gamba
Magíster en políticas públicas de la Universidad del Valle, Cali-Colombia. Especialista en Gerencia Social Universidad Antonio Nariño,
Armenia- Colombia. Docente de la Unidad Central del Valle del Cauca-UCEVA, Tuluá- Colombia.

Fecha de recepción: 2 mayo 2015 Fecha de aceptación: 25 junio 2015

Resumen
El artículo contiene parte de los debates teóricos que fundamentaron el macroproyecto de in-
vestigación “Violencia contra las mujeres desde la perspectiva de género y respuesta institucio-
nal”.Volcando la mirada sobre las feministas contemporáneas Joan Scott, Marta Lamas y Montse-
rrat Sagot, se busca comprender, desde una perspectiva crítica, construccionista y relacional, dos
categorías trascendentales en la investigación: género y violencia contra las mujeres. Sus aportes
teóricos han contribuido a problematizar la situación de mujeres y hombres en la sociedad a
partir de las relaciones desiguales de poder entre los géneros que permean todo el entramado
social y se traducen en una estructura social de inequidad y opresión que niega a las mujeres
el control sobre los recursos materiales y simbólicos de la sociedad y, sobre sus propias vidas.

Palabras clave
Sexo, género, patriarcado, violencia contra las mujeres.

Abstract
This paper contains a portion of the theoretical debates that provided the basis for the macro
research project titled “Violence against women from the perspective of gender and institution-
al response.”Turning its gaze to contemporary feminists, Joan Scott, Marta Lamas, and Montserrat
Sagot, it aims to provide an understanding of two critical research categories, namely, gender
and violence against women, from a critical, constructionist, and relational perspective.The the-
oretical inputs of these writers have contributed to positing the situation of men and women in
society as a problem based on unequal relationships of power between genders that permeate
through the entire social fabric and translate into a social structure of inequality and oppression
that denies women control not only of material and symbolic social resources, but also of their
own lives.

* Cómo citar: Barragán-Gamba, D. (2015). La violencia contra las mujeres es cuestión de género. Revista Criterio Libre Jurídico,
12(2), 79-90 http://dx.doi.org/10.18041/crilibjur.2015.v12n2.24203

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Keywords
Sex, gender, patriarchy, violence against women.

Resumo
O artigo contém parte dos debates teóricos que fundamentaram o macroprojeto de pesquisa
“Violência contra as mulheres a partir da perspectiva do gênero e da resposta institucional”.
Observando as feministas contemporâneas Joan Scott, Marta Lamas e Montserrat Sagot, se tenta
compreender, a partir de uma perspectiva crítica, construcionista e relacional, duas categorias
transcendentais na pesquisa: gênero e violência contra as mulheres.As suas contribuições teóricas
ajudaram a problematizar a situação de mulheres e homens na sociedade a partir das relações
desiguais de poder entre os gêneros que permeiam todo o tecido social e traduzem-se em uma
estrutura social de desigualdade e opressão que nega às mulheres o controle sobre os recursos
materiais e simbólicos da sociedade e sobre suas próprias vidas.

Palavras chave
Sexo, gênero, patriarcado, violência contra as mulheres.

Introducción
La violencia contra las mujeres1 está presente en los distintos ámbitos de su vida familiar y social;
reviste múltiples formas con distintos grados de intensidad y, como toda violencia, es una vulne-
ración a los derechos humanos, que aún hoy en día permanece oculta e impune. Según Amnistía
Internacional (2004), es probablemente la violación de los derechos humanos más habitual y
afecta al mayor número de personas en el mundo; no tiene fronteras: la sufren mujeres adultas,
niñas y ancianas, de todas las sociedades y clases, sin importar su sistema político y económico,
tanto en tiempos de guerra como de paz.2
Investigaciones realizadas desde la sociología, la antropología, y la historia, entre otras, para
hallar las causas de la violencia de género, dan cuenta de su complejidad, donde “factores perso-
nales, situacionales, relacionales y macro-estructurales interactúan para conformar un sistema de
dominación” (Sagot, 2008b, p. 3). En ese sentido la violencia de género es un mecanismo social
clave para perpetuar la subordinación de las mujeres, puesto que, debido a que el poder se con-
sidera patrimonio genérico de los varones (Amorós, 1994), la hegemonía masculina se basa en
el control social de lo femenino. Por lo tanto, para entenderla es preciso trascender la diferencia
sexual hombre-mujer, hacia una dimensión sociopolítica y filosófica (Lamas, 2002a).

1 También denominada violencia de género por ser producto de las relaciones desiguales estructurales en que se basan las
relaciones de género. En la IV Conferencia Mundial sobre las Mujeres, realizada en Beijín en 1995, se introdujo por primera
vez el concepto de género para caracterizar la violencia contra las mujeres.
2 Las cifras de la OMS sobre prevalencia mundial de la violencia contra la mujer, indican que “un 35% ha sufrido violencia
de pareja o violencia sexual por terceros en algún momento de su vida. Por término medio, el 30% de las mujeres que han
tenido una relación de pareja refieren haber sufrido alguna forma de violencia física o sexual por parte de su pareja. Un 38%
de los asesinatos de mujeres que se producen en el mundo son cometidos por su pareja” (OMS, 2013).

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1. El género como categoría sociocultural


El género es un concepto en construcción que admite diversas miradas teóricas desde las Cien-
cias Sociales. Vale decir que como categoría social y analítica solo adquirió interés a finales del
siglo XX, pues las teorías sociales de los siglos XVIII y XIX construyeron su lógica sobre analo-
gías a la oposición de mujer y hombre; otras reconocieron la “cuestión de la mujer” y otras, plan-
tearon la formación sexual subjetiva, pero en ningún caso aparece el género como una forma
de hablar de los sistemas de relaciones sociales o sexuales (Scott, 1999). Fue en los años setenta
cuando adquirió significado como categoría formal del feminismo crítico y se introdujo en las
Ciencias Sociales, para distinguir las diferencias fundadas biológicamente entre hombres y muje-
res, de las diferencias determinadas culturalmente entre las funciones recibidas o adoptadas por
mujeres y hombres en una sociedad específica (Ostergaad, 1991).
Los primeros en emplear este concepto fueron los estudios en psicología sobre la identidad
personal, en el marco de una búsqueda de diferenciación entre lo aportado por la genética (bio-
lógico) y lo aportado por la cultura en la construcción de las identidades y comportamientos
de hombres y mujeres. Robert Stoller (1964) mientras estudiaba los trastornos de la identidad
sexual en aquellas personas en las que la asignación de sexo falló, dada la confusión que los
aspectos externos de sus genitales producían, halló que existía algo fuera del sexo biológico
que determinaba el comportamiento y la identidad.3 Los casos estudiados condujeron a Stoller a
suponer que lo que determina la identidad y el comportamiento masculino o femenino no es el
sexo biológico, sino el hecho de haber vivido desde el nacimiento las experiencias, ritos y cos-
tumbres atribuidos a los hombres o las mujeres (Lamas, 2002a). Concluyó entonces, que el peso
y la influencia de las asignaciones socioculturales a los hombres y a las mujeres, son los factores
que determinan la identidad y el comportamiento femenino o masculino.
Stoller y Money, al encontrar que la socialización es el elemento clave en la cimentación de iden-
tidad de hombres y mujeres, propusieron una diferenciación conceptual entre “sexo y género”
en donde el sexo se refiere a las condiciones fisiológicas que establecen diferencias biológicas
entre hombres y mujeres, las cuales son congénitas y universales; mientras que el género es
construido socialmente a partir de esas diferencias sociales.
Otra de las ciencias pioneras en el empleo del concepto de género como categoría de análisis
feminista fue la Antropología; basándose en Freud, Lévi-Strauss y Lacán, la antropóloga Gayle S.
Rubín acuñó el concepto de sexo/género definido como el conjunto de disposiciones por el que
una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana, y en el cual

3 Marta Lamas ilustra este hallazgo, a partir del caso de niñas cuyos genitales externos se han masculinizado, por un síndrome
adrenogenital; o sea, niñas que, aunque tienen un sexo genético (xx), anatómico (vagina y clítoris) y hormonal femenino,
tienen un clítoris que se puede confundir con pene. En los casos estudiados, a estas niñas se les asignó un papel masculino;
y este error de rotular a una niña como niño resultó imposible de corregir después de los primeros tres años de edad. La
personita en cuestión retenía su identidad inicial de género pese a los esfuerzos por corregirla. También hubo casos de niños
genéticamente varones que, al tener un defecto anatómico grave o haber sufrido la mutilación del pene, fueron rotulados
previsoramente como niñas, de manera que se les asignó esa identidad desde el inicio, y eso facilitó el posterior tratamiento
hormonal y quirúrgico que los convertiría en mujeres.

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se satisfacen esas necesidades humanas transformadas. En el artículo “El tráfico de mujeres: notas
sobre la economía política del sexo”, busca construir, según sus propias palabras, “una teoría de
la opresión de las mujeres tomando conceptos de la antropología y del psicoanálisis”; para esta
autora, la opresión femenina no es inevitable y se puede modificar ya que se trata de un sistema
histórico (Rubin, 1986).
Este hallazgo de la psicología por la vía médica y de la Antropología, puso en cuestión la relación
entre mujeres y hombres considerada hasta ese momento “natural” y representada en la relación
sexo/género; ahora esta podía teorizarse como la condición social constituida por las relacio-
nes de poder, y por lo tanto, abierta a la crítica y a la posibilidad de cambio. Sin embargo, esta
oposición binaria sexo/género de las feministas es criticada en la década siguiente y se busca
superarla porque no hace sino reproducir otras oposiciones y esquemas sexistas imperantes.
Aunque no todas las modalidades de las teorías feministas abandonaron los argumentos biologis-
tas, el concepto de género incursionó en los discursos feministas contemporáneos, enriquecido
con las variables clase, etnia, edad, y preferencia sexual,4 aportó nuevos elementos conceptuales
y analíticos para explicar los problemas de desigualdad, discriminación y violencia contra las
mujeres, dando paso a lo que se ha denominado el feminismo de la tercera ola o los estudios
de Género.5 Hacia los años 80 y principios de los 90 el concepto de género adquirió consistencia
y entró a las aulas universitarias primero del mundo anglosajón y luego de América Latina. En
palabras de Marta Lamas (2002b)
Además del objetivo científico de comprender mejor la realidad social, estas académicas
tenían un objetivo político: distinguir que las características humanas consideradas feme-
ninas, eran adquiridas por las mujeres mediante un complejo proceso individual y social,
en vez de derivarse naturalmente de su sexo. Suponían que con la distinción entre sexo y

4 En los estudios críticos de los últimos años, sobre todo en América Latina hay preocupación por otros conflictos sociales basa-
dos en la raza, opciones sexuales e identidades de género, inequidad que responden a la realidad pluricultural y multiétnica.
5 La filósofa española Amelia Valcárcel clasifica los movimientos feministas que han ido surgiendo históricamente en “olas”,
así la primera ola corresponde a los movimientos del siglo XVIII y principios del XIX que tenían como objetivo principal el que
a las mujeres se les reconociera los derechos alcanzados con la Ilustración, especialmente el derecho a la igualdad, y libertad,
en tal sentido, se enfocaron a lograr el reconocimiento legal de las mujeres. El feminismo de la segunda ola va desde el siglo
XIX hasta mediados del XX, se logró el reconocimiento del derecho voto y a la educación superior de las mujeres, época de
grandes manifestaciones públicas e intensa actividad política. La tercera ola se inicia en los años 80 hasta nuestros días, con
el slogan “lo personal es político” llaman la atención sobre los problemas de las mujeres en el ámbito privado, analizan el
origen de la desigualdad y la opresión en el que el patriarcado y el “género” desempeñan un papel fundamental. En EEUU se
cuestiona duramente la tendencia de las feministas de las décadas anteriores, a usar el concepto generalizado y monolítico
de “mujer” en oposición a la dominación masculina, ignorando sus propios actos de dominación de las mujeres que no
son de su clase, raza y preferencia sexual. Este movimiento, apoyado en gran medida por mujeres anglosajonas de color,
se constituyó en una reacción al esencialismo y a las concepciones universales de feminidad asumidas a partir de la mujer
heterosexual norteamericana, de clase media alta y raza blanca, desconociendo que en cada mujer conviven otras posiciones
subjetivas por pertenecer a una etnia, religión, clase social y edad que también generan relaciones sociales de opresión y
discriminación; en tal sentido, estas activistas centraron sus análisis teóricos y prácticos en las diferencias de las mujeres, su
objetivo no era atacar la ideología sexual y el status desigual de las mujeres, sino todos los sistemas de dominación sexista,
racista, clasista, heterosexista. Para profundizar, consultar el artículo de Amelia Valcárcel “La memoria colectiva y los retos
del feminismo” en la serie Unidad Mujer y Desarrollo CEPAL-ECLAC. Santiago de Chile 2001.

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género se podía enfrentar mejor el determinismo biológico y se ampliaba la base teórica


argumentativa a favor de la igualdad de las mujeres. (p.5)
Como se observa, el concepto “género” se ha ido modificando y transformando con el correr del
tiempo gracias a nuevos estudios, análisis e investigaciones; sin embargo, sigue siendo un con-
cepto polémico pero más allá de las opiniones encontradas, nos interesa en esta investigación
como categoría explicativa de las causas de la violencia contra las mujeres.
El reconocimiento que el feminismo le ha dado al género como una categoría social, para ex-
plicar las visiones, interpretaciones y conocimientos edificados alrededor de los sexos y que se
traducen en desigualdades asignadas por la cultura a cada género, ha posibilitado el análisis de
la diversidad de identidades, sentires y dinámicas de las relaciones entre hombres y mujeres en
cada momento histórico y en cada sociedad. En consecuencia, ha permitido identificar y analizar
problemas sociales tales como la discriminación y la violencia contra las mujeres y, concebirlos
en su dimensión estructural y social, en cuanto elemento constitutivo de las desigualdades y de
las asimétricas relaciones de poder existentes en la sociedad.
Sonia Montecino (citada por Hernández, 2006) plantea que la categoría de género tiene un gran
poder explicativo de la posición de las mujeres en las sociedades, en tanto introdujo la idea de
variabilidad, toda vez que ser hombre o mujer varía de una cultura a otra; la idea relacional
en la medida que el género refiere a distinciones entre lo femenino y lo masculino y sus inte-
rrelaciones y por último, posicionó el estudio del contexto en el que se dan las relaciones de
género de hombres y mujeres y la diversidad de posiciones que ocupan (Hernández, 2006). De
manera similar, Lamas (1996), le fija al género una amplia connotación conceptual al asignarle
las siguientes características y dimensiones: es una construcción social e histórica, por lo que
puede variar de una sociedad a otra y de una época a otra; es una relación social, porque per-
mite identificar las normas que determinan las relaciones entre mujeres y varones; es una rela-
ción de poder en la medida que el sistema sexo-género ha propiciado relaciones de exclusión,
desigualdad y discriminación hacia las mujeres tanto en la vida pública como privada; es una
relación asimétrica, de dominación masculina y subordinación femenina generalmente, aunque
admite otras posibilidades; es transversal, atraviesa todo el entramado social, articulándose con
otros factores como la edad, estado civil, educación, etnia, clase social, etc.; es abarcativo, no se
refiere solamente a las relaciones entre los sexos, sino que alude también a otros procesos que
se dan en una sociedad: instituciones, símbolos, identidades, sistemas económicos y políticos,
etc.; es una propuesta de inclusión, porque las problemáticas que se derivan de las relaciones
de género sólo podrán encontrar solución en la medida que cambien las relaciones estructurales
entre hombres y mujeres; y por último, es una búsqueda de equidad, que sólo será posible si
las mujeres conquistan el ejercicio del poder en su sentido más amplio: poder crear, poder saber,
poder dirigir, poder disfrutar, poder elegir, ser elegida, etc.

2. Aspectos explicativos del género


Aunque existen diferentes miradas conceptuales frente al género, en este caso se asumió como ca-
tegoría sociocultural que goza de dos condiciones relacionadas entre sí: la primera, al ser el género

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construido social y simbólicamente sobre las diferencias sexuales, se estructuran relaciones de


poder cuya característica es el dominio masculino; no obstante, el género no nos enfrenta a una
problemática exclusiva de las mujeres; la segunda, el género es un elemento estructurante de la
realidad, en tanto define las relaciones de los seres humanos en la sociedad asignándoles diver-
sos roles, que al ser construidos como desiguales, sitúan a hombres y mujeres en posiciones des-
iguales. Joan Scott (1999) establece estas dos categorías interrelacionadas pero analíticamente
distintas al definir el género como “un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas
en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma primaria de relaciones sig-
nificantes de poder” (p. 6).
Por lo anterior, cuando se habla de género “se desnaturalizan las esencialidades atribuidas a las
personas en función de su sexo biológico, así como los significados y prácticas que conlleva”
(Hernández, 2006, p.3), en donde las mujeres ocupan una posición de desvalorización en las
relaciones hombres-mujeres, por significar lo natural en el par de opuestos naturaleza-cultura. Es
la naturalidad, lo biológico representado en la capacidad exclusiva de la maternidad y de allí la
emocionalidad, la ternura, el cuidado, el ser para los otros, la fragilidad, la dependencia; mientras
que lo esencial en lo masculino viene dado por la cultura, la creación, la fuerza, el pensamiento
abstracto, la trascendencia social de la biología (Hernández, 2006). De ahí se desprende que en
el proceso de construcciones simbólicas y prácticas concretas, lo relacionado con natural-bio-
lógico-mujer emerja como inferior o subordinada a la cultura-hombre. Esta oposición binaria:
naturaleza y cultura, como otras propias del pensamiento etnocéntrico y androcéntrico: intui-
ción y razón, familia y trabajo, público y privado, acogiendo a Scott,“no permiten ver procesos
culturales y sociales mucho más complejos, en los que las diferencias entre mujeres y hombres
no son ni aparentes ni están claramente definidas; en ello reside su poder y significado” (1999,
p.5) y solo han servido para justificar las desigualdades entre hombres y mujeres.
Ahora, como construcción cultural, el género está asociado con los comportamientos, símbolos
e ideología que agencia un orden social: el patriarcado6 que busca perpetuar la dominación mas-
culina a través de diversos mecanismos objetivos y subjetivos (símbolos, comportamientos, mitos,
normas sociales y jurídicas, la religión, los medios de comunicación, la familia) constituyéndose el
género en un orden de poder que jerarquiza las relaciones; sobre el particular plantea Joan Scott,
que “el género es el campo en el cual o por medio del cual, se articula el poder”; como resultado
las diferencias de género estructuran la percepción, la organización concreta y simbólica de toda la
organización social. De las distintas investigaciones realizadas por diversos organismos internacio-
nales, académicos y organizaciones de mujeres, se infiere que el predominio del género masculino
sobre el femenino es prácticamente universal. Scott (1993) al respecto señala:
A través de la historia se ha podido determinar los sistemas de poder que giran en torno al
género, diezmando y subestimando el ejercicio de las capacidades y alcances que puede
desarrollar la mujer en cualquier actividad y entorno social en que se desempeñe; es por

6 El patriarcado hace referencia a que el poder, en todas sus formas, recae en manos masculinas gracias a una organización
social que privilegia el ser hombre. El concepto de patriarcado es esencial al feminismo puesto que desenmascara la subor-
dinación femenina y señala dónde se producen las desigualdades.

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ello que a través del tiempo se entretejió una problemática en torno a las relaciones de
género que logró romper con la idea del carácter natural de las mismas y llegó a con-
cluirse que lo femenino o lo masculino no se refieren al sexo de los individuos, sino a
las conductas consideradas femeninas o masculinas en el pensamiento de las culturas
occidentales. (p. 62)
A partir de la significación otorgada a cada género, se estructuran relaciones de poder patriarcales
que se expresan en múltiples formas de discriminación y violencia, afectando con mayor énfasis a
las mujeres, a quienes en este esquema ideológico, les corresponde el lugar de oprimidas.
… el género es más que un poderoso principio de diferenciación social: es un brutal pro-
ductor de discriminaciones y desigualdades. Las ideas y las prácticas de género jerarquizan
social, económica y jurídicamente a los seres humanos. La diferencia anatómica entre mu-
jeres y hombres no provoca por si sola actitudes y conductas distintas, sino que las valora-
ciones de género introducen asimetrías en los derechos y las obligaciones, y esto produce
capacidades y conductas económicas distintas en cada sexo. O sea, el género ‘traduce’ la
diferencia sexual en desigualdad social, económica y política… (Lamas, 2000, p.6)
El género como constructor sociocultural también da cuenta de las características sociales, cul-
turales e históricas que determinan la forma como las mujeres y los hombres interactúan y
dividen sus funciones, las características modificables en el tiempo y que varían de una cultura a
otra, tales como: distinciones biológicas, físicas, económicas, sociales, psicológicas, eróticas, jurí-
dicas, afectivas, culturales y políticas. En tal sentido, el género permite analizar las responsabilida-
des, limitaciones, roles y oportunidades que hombres y mujeres tienen al interior de una cultura,
comunidad, familia y organización; lo esperado, permitido y valorado en la mujer y en el hombre
en un contexto determinado; las funciones asignadas a hombres y mujeres en los ámbitos de la
producción y reproducción social en cada momento histórico (Aguilar, 2010); en consecuencia,
es un elemento estructurante de la realidad, y por tanto presente en otros ámbitos de la misma,
en tanto define las relaciones entre los seres humanos asignándoles diversos papeles que, al ser
construidos como desiguales, sitúan a hombres y mujeres en distintas posiciones.
La distinción entre sexo y género es útil para comprender que los roles, comportamientos y
atributos de mujeres y hombres son variables, heterogéneos y diversos porque dependen de fac-
tores eminentemente culturales; los roles de género son algo adquirido y no innato, son fruto de
la articulación específica entre maneras de representar las diferencias entre los sexos y asignar a
estas diferencias un status social (Castellanos, 1995; Lamas 1986, 2003; Scott 1990).
Como se ha planteado anteriormente, en nuestra cultura, las relaciones de poder que se dan
entre los géneros, en general son favorables a los varones como grupo social y discriminatorias
para las mujeres; estas relaciones permean todo el entramado social y se articulan con otras
relaciones sociales, como las de clase, etnia, edad, preferencia sexual y religión; reproducen la
discriminación, que adquieren expresiones concretas en todos los ámbitos de la vida: la familia,
la sexualidad, el trabajo, la política, también las organizaciones, el arte, las empresas, la salud y la
ciencia, entre otras. Así, en la sociedad la posición de mujeres y hombres se organiza como una

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jerarquía en la que los hombres tienen control sobre los principales recursos de la sociedad y
sobre las mujeres (Sagot, 2008b).
Diversos mecanismos ideológicos, morales, políticos y legales son empleados para el ejercicio
de la autoridad y dominación de los hombres sobre las mujeres, siendo el uso de la violencia una
de las formas más predominantes y generalizadas, constituyéndose, según Sagot (2008b), en un
componente estructural del sistema de opresión de género. Además de ser la violencia contra
las mujeres uno de los medios explícitos de dominación y subordinación, es una de las “formas
más efectivas de control” (ONU, 2006, p.3), donde los hombres, cualquiera que sea el rol (padre,
hermano, esposo/cónyuge), tienen el “supuesto” derecho a controlar el comportamiento de la
esposa, compañera, novia, hija, madre, hermana, y, la mujer que contraríe o se oponga a ese des-
tino o derecho merece ser castigada; por consiguiente, la violencia se considera una corrección
física del marido o del padre.

3. Violencia contra las mujeres


Estudios realizados por diversas organizaciones de mujeres y organismos internacionales7 indi-
can que la violencia contra las mujeres se presenta en todas las sociedades, cualquiera que sea
el sistema político o económico; no sabe de culturas, clases sociales ni etnias; se manifiesta de
diferentes maneras y tiene lugar en múltiples espacios, pero posee una raíz única: las asimetrías
en las relaciones de poder de los géneros y por consiguiente, la desigualdad y discriminación
universal que sufren las mujeres en lo social, económico, cultural y político; por eso el mayor fac-
tor de riesgo es ser mujer, razón por la cual también se denomina violencia de género, o, violen-
cia basada en género. Así lo reconoció la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar
y Erradicar la Violencia contra la Mujer, Belem do Pará (1993), al definir la violencia contra la
mujer como “cualquier acción o conducta basada en su género que cause muerte, daño o sufri-
miento físico, sexual o psicológico a la mujer tanto en el ámbito público como en el privado”.
Gracias a la permanente lucha de los movimientos feministas por denunciar y visibilizar la vio-
lencia contra las mujeres, hacia la década del 80 y mediados del 90, en diferentes países de Amé-
rica Latina y a distintos ritmos, las organizaciones feministas apoyadas en estudios académicos e
investigaciones empíricas, mostraron que la violencia no era casual, ni coyuntural, sino que tenía
un hilo conductor: las relaciones de dominación y subordinación de los géneros, que mediante
diversos soportes culturales y sociales (religión judeocristiana, la educación y la familia que
7 El PNUD - UNIFEM en convenio con ONGs de los movimientos feministas de los cinco continentes ha patrocinado e impulsado,
desde su creación, investigaciones sobre violencia contra las mujeres, que han encontrado como denominador común, el que
esta es una violencia producto de una organización social estructurada sobre la base de la desigualdad de géneros y afecta
de manera sistemática a millones de mujeres en todo el mundo. Según la Organización Mundial de la Salud, la violencia
es soportada en proporción abrumadora por las mujeres y es infligida por los hombres. En encuestas de base poblacional
realizadas en todo el mundo, entre el 10 % y 69 % de las mujeres indicaron haber sido objeto de agresiones físicas por parte
de su pareja masculina en algún momento de su vida. Los datos nacionales extraídos de las EDS señalan que el porcentaje
de mujeres alguna vez unidas que fue víctima de violencia física por parte del cónyuge o de otra persona alcanza 41,1 % en
Colombia; 27,3 % en Haití; 28,7 % en Nicaragua y 41,2 % en Perú. En Estados Unidos, la tasa de violencia en citas registrada
entre mujeres adolescentes varía entre 20 por ciento y 60 por ciento. Para mayor información consultar www.paho.org/
spanish/DPM/GPP/GH/LeyModelo.htm.

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promueven costumbres y prácticas estereotipadas, los medios de comunicación, etc.) se trasmi-


ten y perpetúan. A través del proceso de socialización se obliga a las personas a adaptarse a las
normas de una sociedad y, esta sociedad [moderna-capitalista] está estructurada con base en la
desigualdad y opresión de género (Sagot, 1994). Por ello la violencia de género tiene carácter
estructural, es legitimada y reproducida por las instituciones educativas, religiosas, laborales,
recreativas, judiciales, etc.
Ahora bien, teniendo como antecedentes la Segunda Conferencia Mundial de Naciones Unidas
sobre la Mujer (1980) en donde se adoptó la resolución titulada “La mujer maltratada y la
violencia en la familia” y posteriormente la Convención para la Eliminación de Todas las
Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW 1993), en casi todos los países de la región
latinoamericana las organizaciones de mujeres, académicas, defensores de derechos humanos,
conformaron redes nacionales contra la violencia hacia las mujeres, elaboraron propuestas de
legislación y políticas para abordar de manera pública esta problemática que se mantenía invisi-
vilizada bajo el manto de lo doméstico o privado. Colocar el problema de la violencia contra las
mujeres en la agenda pública mundial y lograr declaraciones y resoluciones internacionales fue
un logro muy significativo, porque le permitió al movimiento feminista “demandar acciones es-
pecíficas en cada país, argumentando la responsabilidad que le asiste al Estado, tanto por acción
como por omisión” (Isis Internacional, 2002, p. 8).
Adicionalmente, el movimiento feminista ha enriquecido el debate sobre la violencia contra las
mujeres, con las discusiones políticas y filosóficas del comunitarismo,8 el enfoque de derechos9
y la teoría basada en la diferencia.10 La idea de libertad liberal, que defiende la libertad individual
sustentada en el concepto de individuo autónomo —libre de todo vínculo con su entorno social,
que construye su identidad con independencia de los otros, capaz de decidir racionalmente lo
que es bueno para él— considera el feminismo cultural, es el fundamento que le permite a la cul-
tura patriarcal sustentarse en un concepto de individuo que no solo excluye al sujeto femenino,
sino que construye normas incapaces de protegerlo, porque no lo reconoce (Motta, et al., 1998).
Por su parte, la igualdad formal que considera como trato igual frente a la ley para todos los seres
humanos, desconociendo las diferencias y las posiciones desiguales de hombres y mujeres en las
relaciones sociales, perpetúa la opresión y las discriminaciones hacia las mujeres.

8 Entre los mayores defensores del Comunitarismo están: C.Taylor, Walter, Sandel y aunque sus propuestas tienen diferentes
matices, acusan al Liberalismo de homogenizador cultural; ubican en el centro del debate cuestiones ético-políticas en torno
de las identidades individuales o colectivas, el papel y protección que deben tener las diferencias culturales, sobre todo de
los grupos de minorías que están en desventaja.
9 El enfoque de Derechos humanos logró su síntesis conceptual en la Declaración de Viena de 1993, en el marco de la Con-
ferencia Mundial, donde se estableció que los derechos humanos son “indivisibles e interdependientes, universales y están
relacionados entre sí; que su tratamiento debe ser en pie de igualdad y que todos tienen el mismo peso; que se deben tener
en cuenta las particularidades nacionales y regionales y que es deber del Estado promover y proteger todos los derechos hu-
manos y las libertades fundamentales. Por lo tanto con este enfoque se busca superar la mirada tradicional de generaciones
de derechos y la asimilación de los derechos fundamentales únicamente con los derechos de primera generación.
10 La teoría basada en la diferencia, o feminismo de la diferencia, surgió como una crítica al feminismo liberal, que minimizaba
las diferencias entre los sexos para que las mujeres pudiesen asimilarse en las normas dominantes impuestas por un patrón
masculino general. Según este planteamiento, ser igual significaba ser semejante.

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Por su parte los postulados de la teoría de la diferencia, permiten comprender que no es la


naturaleza o el sexo, sino el orden social y jurídico establecido el que engendra y mantiene la
subordinación de la mujer; por lo tanto aboga por reconocer, en lugar de suprimir, las diferencias
entre los sexos y los géneros, y propugna por un trato diferencial a las mujeres, en razón a sus
necesidades, capacidad reproductora, las funciones y roles que les asigna la sociedad.

4. Conclusiones
Estas nuevas miradas teóricas brindan elementos para entender que la violencia contra las mu-
jeres es una negación de derechos ciudadanos y un problema de exclusión social, de déficit
de ciudadanía, de democracia y de justicia social, que trasciende lo individual - familiar y está
íntimamente relacionada con la distribución en la sociedad de las cargas, beneficios y oportu-
nidades; encontrándose las mujeres en situación de negación de sus derechos y desventaja en
oportunidades.
Desde estas perspectivas es posible concluir que, la construcción de ciudadanía no solo es cues-
tión de garantía de derechos civiles, económicos y sociales, sino que tiene que ver y pasa por
el derecho a tener control sobre la vida personal y el propio cuerpo; retomando a Sagot (2008)
“no hay ciudadanía cuando no se tiene poder individual, pero tampoco hay ciudadanía cuando
como grupo social no se participa en la toma de decisiones y la definición de los destinos de la
sociedad” (p. 8).
El posicionamiento de la violencia contra las mujeres como un asunto de ciudadanía, democra-
cia y derechos humanos por parte de los movimientos feministas propició un discurso contra-
hegemónico que promovió reflexiones y acciones en la esfera pública y cambios en la agenda
estatal (Marion, 2000), operacionalizados en las políticas públicas y programas creados para
atender tanto esta problemática como la discriminación.

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