Dodie Bellami

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DODIE BELLAMY

Cuando lxs enfermxs


dominen el mundo

Manifiesto Vómito
Dodie Bellamy

Cuando lxs enfermxs dominen el mundo

Manifiesto Vómito

traducción: Claudio Iglesias


ilustraciones María Guerrieri

Ediciones Microcentro
Cuando lxs enfermxs dominen el mundo

“… y viene de un lugar tan remoto como la salud”


Sylvia Plath

¿Te pasó que tuvieras que bajar la dosis de un medicamento con receta o de venta
libre porque sos demasiado sensible para usarlo a la dosis normal evitás la cafeína
a la noche porque sabés que va a quitarte el sueño experimentaste alguna vez
efectos adversos tras tomar un medicamento si es así cómo fue te pasa que sentís
olores que otras personas que están con vos en el mismo lugar no registran qué
tipo de olores te suele pasar que te dan síntomas de golpe como dolor de cabeza
picazón intensa en la piel náuseas dificultad para respirar u otros al entrar en
contacto con sustancias químicas motas de polvo polen o algún otro tipo de
alergénicos en el ambiente qué tipo de síntomas harías una lista de las sustancias
que te producen una reacción alérgica cuándo fue la última vez que te sentiste
bien de verdad cómo era la casa en la que vivías cuando empezó la enfermedad
tipo de vivienda antigüedad alfombras fuentes de calor proximidad con industrias
etcétera cómo era tu ambiente laboral cuando empezó la enfermedad tipo de
edificio sistema de ventilación exposición a sustancias tóxicas negocios cercanos
etcétera te pasó alguna vez que tuvieras que cambiar de residencia o trabajo por
razones de salud sufriste algún accidente o situación grave de exposición a
productos químicos tuviste contacto con productos químicos o metales tóxicos en
situaciones de trabajo o durante la escuela cuándo por cuánto tiempo podrías decir
qué productos eran has trabajado alguna vez en las cercanías de fábricas o
compañías que almacenaran productos químicos o metales tóxicos cuándo por
cuánto tiempo has trabajado alguna vez en un edificio que tuviera las ventanas
permanentemente cerradas cuándo por cuánto tiempo alguna vez vos o tus
compañerxs de trabajo se quejaron por la calidad del aire la presencia de olores en
el área de trabajo o manifestaron algún tipo de condición o síntoma cuándo por
cuánto tiempo alguna vez oíste hablar o recibiste información de algún problema
con la calidad del aire en tu espacio de trabajo cuándo podrías describir qué
información recibiste viviste alguna vez en la cercanía de industrias pesadas que
evacuaran desechos en la atmósfera en el suelo o en un curso de agua por ejemplo
campos de golf fábricas de aspiradoras embarcaderos minas plantas petroquímicas
basurales o rellenos sanitarios qué tipo de desechos cuándo por cuánto tiempo
alguna vez viviste en una vivienda construida antes de 1978 por cuánto tiempo
alguna vez viviste dentro o en las cercanías de una granja o un área de producción
agrícola qué tipo de producción cuándo por cuánto tiempo alguna vez viviste en
una vivienda con problemas de humedad cuándo por cuánto tiempo alguna vez
viviste en una vivienda con goteras o problemas en las instalaciones de agua
cuándo por cuánto tiempo has vivido alguna vez en una casa rodante cuándo por
cuánto tiempo alguna te pasó o le pasó a algún miembro de tu familia que se
sintiera mal tras encenderse la calefacción el aire acondicionado o el sistema de
ventilación cuándo por cuánto tiempo alguna vez tuviste la impresión de que algún
factor presente en tu vivienda estaba causándote problemas de salud como el uso
de aerosoles o rociadores químicos productos de limpieza materiales de
construcción pinturas u otros cuándo por cuánto tiempo se utiliza algún tipo de
pesticida o herbicida en tu vivienda o en las cercanías alguna vez viviste cerca de
una autopista o estación de servicio cuándo por cuánto tiempo cuándo fue la
ultima vez que se le hizo mantenimiento al sistema de ventilación o aire
acondicionado de tu vivienda la calefacción de tu vivienda electricidad o gas el
horno de tu cocina electricidad o gas calefón o termotanque electricidad o gas
mandás la ropa a lavar en seco en la tintorería si la respuesta es sí cuán seguido
en qué habitación guardás la ropa que vuelve de la tintorería tenés animales en tu
casa tenés purificadores de aire o filtros de agua calentás la comida en un
microondas frecuentemente encendés velas frecuentemente te teñís el pelo o vas a
la peluquería frecuentemente te hiciste uñas de acrílico alguna vez o concurriste a
un salón de belleza que ofrece tratamientos para uñas si es así cuándo has estado
usando jabones perfumados detergentes o mezclas de hierbas flores o especias para
perfumar el ambiente seguiste usándolos hasta el día de hoy usaste alguna vez
suavizante para la ropa o productos similares seguiste usándolos hasta el día de
hoy consumiste alguna vez drogas recreacionalmente si es así cuándo podrías
detallar qué sustancias alguna vez viviste con animales de compañía que estuvieran
recibiendo tratamiento para pulgas o garrapatas si es así cuándo alguna vez viviste
en una vivienda con una alfombra nueva nuevos muebles o refacciones recientes en
la construcción si es así cuándo alguna vez viviste en las cercanías de un campo
de golf o de algún área donde se usaran pesticidas y herbicidas con regularidad si
es así cuándo alguna vez manipulaste productos químicos en el desempeño de
algún tipo de hobby artístico por ejemplo solventes y pigmentos quitamanchas etc
te hicieron algún relleno metálico en la dentadura si es así cuándo todavía tenés
rellenos metálicos en la dentadura si es así cuántos hace cuánto tiempo que los
tenés te hicieron alguna vez tratamiento de conducto o tratamiento de puente de
amalgama si es así cuándo tenés algún implante en general en alguna parte del
cuerpo acero inoxidable teflón silicona etcétera si es así cuándo qué tipo de
implante has recibido alguna vacuna si es así cuándo alguna vez manifestaste
alguna reacción adversa a una vacuna has fumado tabaco si es así por cuánto
tiempo conviviste con fumadores alguna vez si es así por cuánto tiempo qué edad
tenías con qué frecuencias comés pescado qué tipo de pescado comés…
Me siento perdida frente a esta pared de preguntas. Viví y trabajé en tantos, tantos
malos lugares. La médica naturopática es joven, pequeña de cuerpo y rubia, tiene
la voz de una nena. Tras evaluar mis respuestas dice:
—Estás muy enferma, y es tu departamento lo que te está enfermando. Tenés que
mudarte.
Me había ordenado hacer una serie de exámenes de laboratorio pero todavía no ha
recibido los resultados.
—Si decidiera mudarme —le pregunto—, ¿qué tipo de departamento tendría que
buscar?
Me devuelve una mirada confundida, llena de sospechas, como si le hubiera
tendido una trampa.
—Nada te impide mudarte. Estoy segura de que podés hacerlo perfectamente.
Muchxs de mis pacientes se han mudado y se han empezado a sentir mucho mejor.
Si no te mudás lamentablemente no vas a poder mejorar.
—¿Pero a qué tipo de vivienda o lugar me tendría que mudar?
Me dice que mire en internet, donde hay mucha información.
Me sumo a una lista de correo para enfermxs y descubro que el próximo encuentro
mensual de enfermxs va a ocurrir el fin de semana que viene, en un edificio no-
tóxico, construido especialmente para enfermxs, en San Rafael. En el edificio no se
permiten fragancias de ningún tipo: lxs concurrentes pueden usar solo jabón,
loción, shampoo, crema de enguaje, desodorantes o jabón de lavar en versiones sin
fragancia ni agregados. No se permite nada de ropa tratada con suavizantes ni
prendas que hayan pasado por la tintorería. Con la mayoría de estas normas ya
cumplo a diario, pero el shampoo y la loción corporal que uso tienen extractos
vegetales, así que tengo que gastar treinta dólares en sus respectivas versiones sin
fragancia. Disfruto del ritual de bañarme y vestirme, preparando con todo detalle
mi entrada en el reino de lxs enfermxs. El shampoo sin perfume igual me da
picazón en la cabeza, así que me aplico un aceite virgen prensado a la piedra, de
fabricación local. Al cruzar con el auto el puente Golden Gate, anticipo que la
reunión va a tener lugar en una atmósfera de spa, un paraíso de calma decorado
con mucha madera, el aire fresco recargado artificialmente de oxígeno. Lo que
encuentro en cambio es un espacio rectangular tipo oficina, institucional, blanco.
En el patio, una mujer de aspecto frágil y cabello ondulado me impide entrar en
el salón común.
—Hay que olerte primero.
Dicho eso empieza a pasarme la nariz por distintas partes del cuerpo, dando
aspiradas muy sonoras.
—Huelo algo —dice y comienza a pasar detenidamente la nariz por mis brazos y
hombros—. No sé si es tu sweater, creo que no… —la nariz ya está orbitando a
corta distancia de mi cabeza—. Es tu cabeza. Vení, ¿vos olés algo? —le dice a una
mujer de pechos muy grandes, que levanta la vista.
—Sí, tiene algo en el pelo. Me está dando dolor de cabeza.
La mujer de pelo ondulado me dice que voy a tener que cubrirme la cabeza para
entrar.
—Pero hice todo lo que me pidieron —le digo.
Sin responderme, entra en una habitación y vuelve con dos pañuelos de algodón
grandes, uno verde y uno negro, del tipo que usaban los hippies y que los hombes
gay solían llevar colgando del bolsillo para indicar qué clase de fetichismo sexual
andaban buscando.
—Es solo un poco de aceite de oliva —le ruego.
—Por favor, me está dando como una niebla mental —dice la mujer de pechos
grandes. La otra entonces extiende los pañuelos.
—¿Cuál te doy?
Elijo el verde. Lo pliego en un triángulo, lo estiro sobre la frente y lo ato por
atrás de la nuca.
—Cuidado, te quedó algo de pelo fuera del pañuelo —me dicen.
—Ponete el otro encima, mejor.
Con el pañuelo negro entonces procedo al revés: cubro mi nuca, llevo las puntas
hacia adelante y me lo ato a la altura de la frente. Las dos mujeres me burlan
porque me parezco a Tía Jemima, la negra esclava de los avisos de una vieja
marca de tortas instantáneas.
En su mayoría lxs enfermxs sienten dolores de cabeza, ardor en los ojos, síntomas
similares al asma, malestar estomacal y náuseas, confusión y mareos, pérdida de
concentración y dolor muscular. La motricidad y la memoria también pueden verse
afectadas. Lxs enfermxs practican la calma a través de la aceptación. Se dicen a sí
mismxs: “Siento estas náuseas porque estoy vivx, soy un ser vivo y por eso puedo
tener todas estas sensaciones y preocupaciones.” Y respiran profundo y se sienten
bien siendo seres vivos. Si la persona que se extiende a mi lado en la clase de
yoga se ha puesto algún tipo de perfume, levanto mi colchoneta y me muevo a
otro sitio. Si la persona que se sienta a mi lado en el cine se ha puesto algún
perfume, me levanto de la banqueta y me muevo a otro sitio. Si la persona que se
sienta en la mesa de al lado en el restaurant emana algún tipo de fragancia
también me levanto y cambio de mesa. Pero si algunx de mis alumnxs entra
negligentemente perfumadx en el aula de clases, no puedo moverme a ningún sitio,
la nariz y los ojos se me humedecen y empiezo a estornudar, y realmente no sé
qué hacer. Cuando lxs enfermxs dominen el mundo el perfume va a estar
prohibido en todas sus formas. Lxs dealers van a pararse en alguna esquina oscura
a venderle Estee Lauder y Chanel nr. 5 de contrabando a lx compradorx ocasional.
Van a llevar diminutas cápsulas de perfume escondidas en la boca, embutidas
contra las encías, y cuando abran la boca estas cápsulas de oro líquido brillarán
como una segunda línea de dientes, dándoles un aspecto de vampirxs.
Rato después, yendo al baño, pienso sacarme una foto con mi look Tía Jemina
para mandársela a Kevin y hacerlo reír, pero ni siquiera soy capaz de mirarme en
el espejo con la cara sin maquillar, redonda y deforme. Hago lo que fui a hacer
con la vista fija en el piso enlozado. Me acuerdo del final de Safe de Todd
Haynes, cuando Julianne Moore se mira en el espejo del baño y se dice “te
quiero”. Se ve genial con el pelo medio parado y huesuda de cachetes, y no como
el Monstruo de la Bandana que evité mirar con un pestañeo cuando me paré frente
al espejo. (Me imagino a un grupo de chicxs de seis años asustándose unxs a otrxs
en una pijamada: “¡Va a venir el Monstruo de la Bandana a comerte vivx!) Así
que realmente no sé bien cuál es mi aspecto cuando me siento en la ronda de
enfermxs y les cuento mis síntomas. El cansancio, la migraña crónica, la falta de
concentración permanente estilo déficit de atención, las reacciones alérgicas a todo,
los problemas si como algo que no tengo que comer y me dan ataques de diarrea,
náuseas y reflejos de vómito durante unas siete horas. Lxs enfermxs se reconocen
en mis síntomas. Me sugieren llevar sales para el estómago en la cartera, tipo
Alka-Seltzer, que pueden cortar una reacción alergica al instante. Les digo que la
médica naturopática rubia y con cara de bebé a la que estoy yendo me ha dicho
que mi problema es como la fase 2 de la detox, y el único varón enfermo del
grupo dice que todxs tienen el mismo problema (fase 1 sobreactiva y fase 2
subactiva, aclara).
Lxs enfermxs se fregan el cuerpo con vinagre y después se secan con secador de
pelo para evitar que se formen hongos en la piel. Manejan autos usados, que se
compran y venden entre ellxs. Autos especiales, que nunca fueron sometidos a una
limpieza estándar sino solamente ventilados, fregados en seco con una franela de
carbón activo y descontaminados con zeolita. Detrás de sus autos de segunda mano
lxs enfermxs suelen llevar un trailer especial que puede ser de dos tipos: el más
moderno con forma de cono, en acero y maderna no perfumada, o el tradicional
de punta redondeada, en acero y porcelana. Lxs enfermxs van a crear nuevos lazos
familiares, basados no en la sangre sino en la afinidad de síntomas. Lxs enfermxs
harán viajes en grupo, al comando de elegantes autobuses terminados en
porcelana, libres de perfume y/o sustancias volátiles. Y lxs sanxs ya no borrarán
nunca más los emails que les manden lxs enfermxs. Cuando lxs enfermxs dominen
el mundo quedarán obsoletos los cuartos de hotel, los viajes en avión, los autos
nuevos. De hecho todos los autos nuevos serán vendidos al saldo y embarcados
rumbo a Cuba. Cuando lxs enfermxs dominen el mundo, habrá talleres mecánicos
desperfumados donde los autos viejos serán puestos a punto y andarán a la
perfección. Las estaciones de servicio ya no serán de autoservicio como hoy sino
que, como su nombre lo indica, tendrán empleadxs sanxs que dócilmente llenarán
el tanque de sxs clientes enfermxs. Lxs mecánicxs y playerxs que no usen máscara
de gas, igualmente, pronto van a ser enfermxs ellxs mismos. (Lxs enfermxs se
refieren a quienes no suelen utilizar máscaras de protección respiratoria como
“aspiradores”.)
El resto de la reunión trata de los peligros de las torres de telefonía celular.
Christy, nuestra invitada de honor, hace una breve presentación en la que afirma
que los campos electromagnéticos nos están matando lentamente. Christy es una
mujer de mediana edad, ni flaca ni muy gorda, que lleva el pelo castaño lacio a la
altura de los hombros y flequillo. Ha aprendido sobre los campos electromagnéticos
gracias a un seminario de fin de semana al que asistió en Encinitas. Los síntomas
de exposición a un campo electromagnético incluyen dermatitis, síntomas
parestésicos como tener una pierna o un brazo dormido, sensación de presión o
pesadez en la cabeza, migraña, insomnio, malestar profundo, visión borrosa,
naúseas, tinnitus, cansancio físico, agotamiento mental, pérdida de concentración,
de apetito, cambios de humor, ataques de llanto, dilatación de las pupilas,
traspiración, fatiga muscular, dificultad para hablar, convulsiones y desmayos.
Christy nos dice que debemos tener la computadora con la tarjeta wifi desactivada
y los teléfonos celulares apagados tanto como podamos.
—En el microondas te cocinás tu comida —dice— pero cuando andás con un
teléfono celular, tu cerebro es la comida.
Los campos electromagnéticos pueden producir enfermedades como cáncer, déficit
de atención, síndrome de Parkinson, dolor de espalda inclusive. Nos pasa un
manojo de fotos de torres de telefonía celular camufladas: escondidas, por ejemplo,
detrás de la cruz en la fachada de una iglesia, junto a un mástil, en la torre de un
reloj, en un silo, un tanque de agua, una palmera, una roca falsa, un cáctus seco.
La roca falsa y el cactus seco tienen puertas invisibles, que en la foto aparecen
abiertas, revelando un tejido visceral de circuitos eléctricos. Parecen sacados del
set de filmación de una película pero existen en la vida real, nos recuerda Christy.
Los campos electromagnéticos matan. Mientras ella sigue con la presentación
cambio de asiento para poder ver mejor el material. Me siento al lado de una
mujer, que pone cara de estar estupefacta debido a mi presencia y se va a la otra
punto, tan lejos como puede del Monstruo de la Bandana. Christy nos hace pasar
un recorte de un tipo de tela de metal o algo parecido, cuya trama tiene una
textura muy suave. Nos cuenta que la está usando para hacer unas cortinas que
van a colgar del dosel de su cama, para protegerla de los campos
electromagnéticos. El tema es difícil porque la cama tiene que quedar
completamente rodeada, también por encima del dosel y por debajo del colchón,
ya que los campos electromagnéticos atraviesan tanto el techo como el suelo.
Christy nos entrega el volante de una compañía que ofrece la tela metálica para
cortinas y otros insumos de protección antielectromagnética a muy buen precio.
Después saca del bolso un aparatejo manual, del que se extiende una antena de
más de medio metro de largo, con forma de torre Eiffel. (Me pregunto qué habrá
escondido en la torre Eiffel de verdad, qué clase de rayos e implementos
malignos.) Christy comienza a dar vueltas por la sala: el aparato debe hacer un
beep beep si detecta algún campo electromagnético. (No saben cómo empieza a
hacer beep beep beep cerca de cualquier celular común.) Christy chequea con su
aparato todos los lugares a los que va, y por eso sabe de primera mano qué tan
peligroso es el mundo. A veces tanto peligro la sobrepasa y no puede salir de su
habitación.
Un par de enfermxs que viven cerca se van con Christy a chequear los campos
magnéticos en sus viviendas, y yo aprovecho para sacarme los pañuelos de la
cabeza y tomármelas. Al cruzar de regreso el puente Golden Gate me pregunto si
seré una de ellxs (he sido olfateada y juzgada insuficientemente pura), aunque,
¿quién querría ser unx de ellxs? Y si no soy una de ellxs, ¿qué soy entonces?
¿Qué anda pasando conmigo?
Cuando lxs enfermxs dominen el mundo, las rosas, las gardenias, las fresias y otras
flores perfurmadas van a estar prohibidas. El día de lxs enamoradxs, lxs enfermxs
van a regalarse dahlias y margaritas unxs a otrxs para decirse “te amo”. Lxs
enfermxs deberían coger con la mayor frecuencia posible, ya que es tan bueno
para el sistema inmunológico. Tendrían que poder tirarse de espaldas y ser
cogidxs, más bien. Cuando se juntan dos cuerpos enfermos, sus corazones
desesperados se abren y verlos así es realmente amoroso, con el halo iridiscente de
la enfermedad que fluye bajo la piel. Cuando cogen dos cuerpos enfermos, sus
genitales se frotan y sacan chispas. Lxs enfermxs y lxs sanxs nunca tendrían que
mezclarse. Lxs enfermxs se ciernen sobre los genitales de lxs sanxs como plantas
carnívoras para ordeñarlos y succionarles la energía vital, pero lxs sanxs tienen
mucha suerte, y en particular tienen mucho olor, mucho desodorante neurotóxico
que les emana de los poros y que marea a lxs enfermxs, interfiere con su halo
iridiscente de enfermedad hasta hacerlo cuajar en la forma de puntitos agrios de
sudor sobre el torso. Lxs enfermxs sufren entonces un espasmo muy displacentero y
se alejan, mortificadxs de culpa.
La enferma Bonnie se casó con un rabino. Desde entonces se mudó un montón de
veces pero no pudo encontrar una casa adecuada para ella. Solía dormir en la
cocina o fuera de la casa hasta que unos vecinos empezaron a usar pesticidas en el
patio. Ahora ella y su hija pequeña duermen en su auto estacionado al final de la
manzana. Después de examinar unos doscientos modelos de trailer la enferma
Catherine se compra uno de acero con un habitáculo que le permite refugiarse de
las tormentas veraniegas y la nieve invernal. Aunque no ve a sus tres hijxs suele
hablar con ellxs por teléfono. La enferma Rhonda y su marido no tienen casa y
duermen en su camioneta que tienen estacionada en un terreno de dos hectáreas
perteneciente a unx amigx. Se las ingeniaron para instalar una especie de ducha
del lado de afuera de la camioneta. El marido de Rhonda, kinesiólogo de
profesión, se pasa el día afuera restaurando una vieja casa rodante con instalación
de agua y todo que van a usar como vivienda libre de sustancias tóxicas. La
enferma Nina, ex psicóloga, estuvo viviendo tres años en su camioneta. No tener
techo es caro. No hay lugar para cocinar ni para descansar ni baño y eso la
enfermó más todavía. Su sueño es crear un refugio accesible para lxs enfermxs sin
techo. La enferma Patrice solía trabajar como enfermera en un centro de
tratamiento para adolescentes drogadependientes. Pasó un par de inviernos
durmiendo congelada en el porche de unx amigx cubierta apenas con una lona.
Cuando sintió que estaba abusando de la hospitalidad alquiló un departamento
para poder usar el baño pero siguió durmiendo en su carpa en la entrada. El
enfermo Tom trabajaba como consejero en una escuela pública. Muchos meses pasó
durmiendo en el asiento de atrás de su auto porque no soportaba estar dentro de
una vivienda. Al final se compró una casa rodante marca Airstream y está contento
pero todavía no puede encontrar un lugar adecuado donde dejarla estacionada. La
enferma Mary solía trabajar como fisicoculturista. Ahora vive en una carpa
primitiva en pleno desierto con su bebitx enfermx. La zona pronto va a ser
convertida en un enorme campo de golf, dejando a Mary y su bebitx sin casa.
Para tener sexo con unx enfermx unx tiene que lavarse las manos con cuidado y
evitar el contacto con los genitales si antes hubo contacto con la zona anal. En
cuanto a los lubricantes, todo producto sintético puede ocasionar problemas. Es
mejor probar con aceites vegetales procedentes de plantas a las que la persona
enferma no tenga sensibilidad o alergia. Por supuesto que el incienso y los
perfumes quedan terminantemente descartados, pero el ambiente puede
acondicionarse con algo de buena música, videos, etc. Si utilizamos ropa de cama
de algodón podremos evitar ataques de tos y otros síntomas menos románticos. Los
espasmos y contracciones musculares repentinas debidos a la exposición a
pesticidas pueden ocurrir apenas ocurrido el evento o con una dilación que va de
los tres días a las seis semanas. Si la persona enferma tiene problemas de fatiga o
dolor muscular, debe permanecer en una postura pasiva, mientras su compañerx se
ocupa de hacer el mayor gasto de energía. El aire fresco y un control ambiental
pormenorizado le van a permitir a la persona enferma recuperar su vigor. Es una
cuestión de paciencia, creatividad y persistencia. Tras el intercambio sexual lxs
enfermxs deben orinar, sí o sí. No está permitido besar a unx enfermx en la boca,
ya que los besos en la boca transmiten bacterias y virus.
No existe la hipocondría como tal; son solo médicxs que no logran dar con la
enfermedad que unx tiene.
Al comer en un restaurant, chupamos la energía de quienes cocinan y sirven la
comida, y esa es energía mala. Cuando lxs enfermxs dominen el mundo no van a
existir los restaurantes. Cuando lxs enfermxs dominen el mundo, Calvin Klein va a
diseñar las cortinas de aluminio puro que cubrirán nuestras ventanas y las paredes
de nuestras casas van a estar recubiertas por porcelana de Limoges. La máscara de
gas va a ser un ítem sexy, la envidia de las pasarelas de la Semana de la Moda en
París.
El enfermo Mark, un ex artista de video, ha vivido en su auto los últimos once
años. El aire de una habitación normal es una sopa química que le produce una
reacción alérgica instantánea. Las más de las veces esta reacción toma la forma de
un dolor de cabeza extremadamente agudo, un gusto metálico desagradable en la
boca, adormecimiento facial, cambios en la voz, dificultad al respirar, sensación de
ardor en los pulmones, inflamación y picazón en los ojos. Las reacciones menos
frecuentes pero más graves incluyen también cerrazón de garganta, asma, dolor en
el pecho, mareos y desorientación. El auto de Mark tiene más de veinte años
andando; hace tiempo ha perdido ese olor a auto nuevo tan llamativo y peligroso
para lxs enfermxs. La mañana del día de nochebuena, Mark está sentado en su
auto, estacionado en un parque que por ahora es “seguro”. Claro que eso podría
cambiar en cuestión de segundos, con un giro en la dirección del viento que
perfumara el aire de sustancias utilizadas en la industria; detergentes, suavizantes
para la ropa; fertilizantes, pesticidas y/o herbicidas; cenizas y demás productos de
la combustión de maderas naturales, carbón o sustitutos sintéticos que se utilizan
en las estufas a leña, las cocinas a leña y las parrillas; gases emanados de los
caños de escape, etc. Apenas reconoce un problema en el aire Mark enciende el
motor y sale a buscar otro lugar seguro. Por este motivo es capaz de hacer unos
cinco o seis mil kilómetros al mes buscando sitios seguros en los que parar.
Lxs enfermxs desconfían del dinero y usan la tarjeta de crédito siempre que
pueden. Al volver de la calle una de las primeras cosas que hacen es tirar los
billetes y monedas que tuvieran en el bolsillo en un tarro con cristales de zeolita,
para que absorban cualquier residuo peligroso. (Dejar los cristales reposando al sol
los recarga.) Cuando lxs enfermxs dominen el mundo lxs sanxs van a ser sus
servidores, tanto que van a querer enfermarse para tener servidores ellxs también.
Hacerse pasar por enfermx será un delito castigado con la más alta pena. Cuando
lxs enfermxs dominen el mundo, a lxs sanxs les serán cortadas las piernas en
medio de la noche, dejándolxs a tientas, inmersxs en su propio llanto. Una pierna
entera de persona sana va a alcanzar precios exorbitantes en el mercado negro. Lxs
brujxs van a pelearse por comprarla, para dejarla secar como un jamón, después
triturarla y usar el polvo mágico en todo tipo de amuletos que protejan contra la
ceguera y las toxinas. Estos amuletos van a traer prosperidad a sus dueñxs.
En su cama de metal con mantas de algodón orgánico 100% la enferma Elizabeth
yace absolutamente inmóvil, acunada por la membrana impermeable de su
habitación de acero galvanizado. El aire filtrado y frío que llega a través de un
tubo va sosegando de a poco sus pulmones inflamados. El relustre de las paredes y
el cielorraso en porcelana reflejan su imagen. Los brazos sedosos y traslúcidos de
sus yo fantasmagóricos vienen entonces a acariciarla.
—Estás sola, totalmente sola —le cantan bajito pero en una octava muy aguda y
chirriante, que le recuerda a Antony and the Johnsons pero con algo más de
susurro.
Del cielorraso brota un par de bulbos amarillos, como una yema brillante, como
los testículos de dios, piensa. Su propia indecencia la hace reír. Extraña las
cortinas, los almohadones, pero igual se ha acostumbrado a las membranas de
aluminio que cubren las ventanas, a la falta total de ornamentación, que le trae
paz a los ojos, como invitándola a meditar. Se duerme y sueña con el Monstruo de
la Bandana que la persigue en un plano infinito.
Cuando despierta, ahí están sus yo fantasmagóricos, que le dicen:
—Únete a nosotras.
Trata de no prestarles atención, de no pensar en la soga de algodón orgánico que
tiene guardada en una bolsa ziploc detrás de la cama. Igual piensa que colgarse de
una soga orgánica no sería tóxico.
—Elizabeth, no hace falta que estés sola —le cantan a coro sus yo fantasmagóricos
—. Te estamos esperando.
—Pero soy feliz —les responde— dentro de mi pequeña casa de porcelana, que es
bonita como una tacita de té. Soy feliz como un ratoncito que vive en una tacita.
Cuando lxs enfermxs dominen el mundo la mortalidad va a ser sexy.
Cuando lxs enfermxs dominen el mundo toda escritura va a ser breve y concisa,
ningún párrafo mayor que dos oraciones, para que podamos entenderlo fácilmente
a través de la niebla mental que lxs sanxs nos hacen sentir cada día.
Manifiesto Vómito

VÓMITO CONFERENCIA “ASOCIACIÓN DE LA LENGUA INGLESA MODERNA”


“El vómito cotidiano” (“Everyday Barf”) de Eileen Myles es un texto imposible de
resumir en una idea central. Es un ensayo autobiográfico, y comienza con estas
palabras: “No me molesta el día de hoy, es lo cotidiano lo que me hace vomitar.
No existe. Vaciar el estómago me permite al menos dejar algo en la vereda de lo
cotidiano, para convertirlo en un ‘ahora’.” Lo cotidiano la hace vomitar: a lo largo
del texto Myles va a escupir anécdotas y opiniones que a menudo degeneran en
bufidos onomatopéyicos como “urrrrrm, húa húa húa, ¡blup!”. “El vómito
cotidiano” es un ataque al esencialismo, la generalización y los conceptos fijos que
fuerzan a la experiencia a entrar en el molde de una forma predeterminada. Es un
manifiesto en favor de la complejidad, la ambigüedad, la indeterminación, las
contradicciones, los matices y el desdibujamiento de los límites, un texto en el que
Myles registra cómo lo personal se intersecta con el contenido, la forma y la
política. La prima anécdota que relata se basa en una sextina politizada que
escribió para McSweeney’s. Un editor de la revista se la rechazó porque Myles no
había seguido las reglas de métrica y rima de la sextina al pie de la letra. “Me
sorprende”, dice, “que la forma se involucre de una manera honesta con el
contenido, al punto incluso de manipularlo un poco, p.ej. conteniéndolo a presión,
o bien soltándolo al límite de la distorsión. ¿Cómo puede unx pretender que la
forma se prive de hacer todo eso?” Compuesto apenas de cuatro párrafos, “El
vómito cotidiano” se vuelve más y más distorsivo y suelto a medida que avanza.
Los primeros tres párrafos son unidades breves de menos de seiscientas palabras
cada uno; el último un agotador ataque de dos mil palabras, con tres burlas
seguidas y un desvío final que toma la forma de una corrida llena de contorsiones
y giros violentos. Es difícil de seguir por eso. Estos giros y traqueteos nos llevan al
tiempo presente de Myles, a la intensidad claustrofóbica del “ahora”.
El párrafo final podría decirse que ocurre en un ferry que une la ciudad de
Provincetown con el continente a través de la bahía de Cape Cod. Myles se siente
triste y un poco culpable de no haber podido convencer a su madre de ochenta y
tres años de irse a vivir con ella a Provincetown. Afuera se forma de repente una
tormenta que mueve la lancha de un lado al otro y provoca olas de vómito serial
entre lxs pasajerxs. En medio del vómito y el tumulto, Myles le escribe un poema
a su madre: “Madre, desde esta escena primal te escribo mi poema. Mi vomito.
Esto, mami. Blabla. Toda mi vida chorreando en todas las direcciones contra los
vidrios del barco querida mamá blabla el chorro palabra por palabra línea por
línea gota a gota la página de mi cuaderno.” A través de la digresión abrupta y la
asociación libre Myles sigue volviendo una y otra vez al cuerpo propio, la madre,
el vómito, la muerte, la belleza del movimiento físico, el ahora, y cómo el
incesante movimiento del ahora nos lleva de las palabras muertas a las palabras
vivas. Un pase de manos y el poema que Myles recordaba estar escribiendo en la
lancha vomitada es el que está escribiendo ahora al escribir, en tiempo presente: el
cuarto párrafo y tal vez el texto entero es ese poema que le escribía a su madre.
Myles incluyó el ensayo en su libro de poemas Sorry Tree, pero no en un lugar
especial, como un anexo, sino como una poema más del conjunto. Myles quiere
que pensemos que este texto es efectivamente un poema.
9 de diciembre. Me estoy poniendo el abrigo en la fiesta de cumpleaños de Eileen
en Los Angeles. Matias Caty y yo estamos por irnos, cuando Eileen agarra una
escoba y un martillo y anuncia que va a romper la piñata con forma de pony. Las
más o menos diez personas que quedamos nos reunimos en el living. Un muchacho
y una mujer de aspecto estudiantil levantan la piñata en el aire lo más que pueden
sosteniéndola de la cuerda que sale del lomo del pony, es difícil porque es
bastante grande, está hecho casi a escala natural, por lo menos tiene un metro de
alzada. Me da un poco de vergüenza ajena ver a Eileen zarandeando el martillo,
amenazando al pobre pony que no sabe la que se le viene, grita tomá, pony de
mierda y le abre un agujero con el martillo en el vientre, deja el martillo en el
suelo y termina de romperlo con las manos, las golosinas se desparraman sobre el
sillón, la mesita ratona termina abarrotada por la torta y los regalos, Eileen agarra
lo queda del pony, le pasa el brazo por detrás del cuello y posa para un par de
fotos con las piernas muy abiertas y la cadera hacia adelante, sonríe y levanta el
pulgar como un bobalicón de una hermandad universitaria que acaba de ganar un
desafío. Verla a Eileen romper el pony rompió algo en mi corazón, también. Volví
a mi hotel en Culver City, y me puse a escribir como loca el borrador de este
texto en mi diario hasta las 4 de la mañana.
Myles presentó “El vómito cotidiano” por primera vez en 2004, en una mesa
redonda titulada “Lo absolutamente ordinario; cómo escribir lo cotidiano” en la
conferencia Séance que hicieron en CalArts (la primera edición de una conferencia
anual sobre escritura experimental). Séance tuvo lugar en el Redcat, un pequeño
teatro pegado al Complejo Disney en el centro de Los Ángeles. Las paredes del
Redcat son negras y pasar todo el fin de semana ahí tenía algo lúgubre como estar
encerrado en una caja negra gigante. Myles se sentó con el resto de los panelistas
detrás de una mesa larga y leyó el texto de un anotador sin tapa cubierto con una
escritura espesa y redondeada, el color amarillo de las hojas con renglón del
anotador casi brillaba rebotando contra las paredes negras, Myles leyó a toda
velocidad con ese entusiasmo que tiene, haciendo pausas cada tanto para inhalar
profundamente después leyendo sin parar de vuelta, me sorprendió y pensé, lo
habrá escrito todo junto o fue algo de hacer mucho esfuerzo. releer, corregir, etc.
Myles es brillante si tiene que improvisar frente al micrófono, una vez le pregunté
cómo hacía y me dijo que lo que importa es ensayar las transiciones, que si
manejás las transiciones podés decir cualquier cosa. Tres años después cuando la
conferencia de CalArts se había mudado enfrente, al Museo de Arte Cotemporáneo,
el tema en foco era el feminismo. Fui a la conferencia inaugural, un viernes a la
noche. Leían varias escritoras increíbles pero me sentí un poco mal, salí corriendo
al baño y vomité. Varias veces. Entre vomitada y vomitada, me tiraba en un sillón
en el lobby a la entrada del auditorio a mirar un documental sobre Richard Tuttle
que habían dejado corriendo en loop. No me acuerdo bien los detalles, lo único
que retuve es que Richard Tuttle era muy cuidadoso en sus elecciones, lo contrario
del vómito y justo entonces tenía que volver corriendo al baño. ¡Blup! En “El
vómito cotidiano” Myles le agradece a dios que su madre no se subiera con ella al
ferry de los vómitos porque no lo habría soportado. Cuando mi mamá estaba muy
mal a pocas semanas de fallecer yo estaba en su casa vomitando sin parar y mi
mamá se ponía mal pensando que era su culpa y yo le decía no, mami, no, blup,
vos no tenés nada que ver soy yo y mi cuerpo de mierda. Me quedé pensando en
la descripción que Raymond Federman hizo del curso que dio en el Programa es
Escritura de Verano de Naropa en 2008: “Como escritor experimental no enseño
nada, ya que la ficción experimental no trata de decir nada; de lo que trata, es de
ser algo. Y para ser, más que para decir, la ficción experimental siempre habla de
sí misma, se exhibe a sí misma, reflexiona sobre sí misma, es decir, dice lo que
está haciendo, al hacerlo.” Papito, pensé al leerlo. Algo me movió esta definición
igual, aunque no podría estar más en desacuerdo. Le mandé un mail a Eileen. “Me
gusta todo eso de ser más que decir”, le escribí, “pero cuando afirma que ‘la
ficción experimental no trata de decir nada’, no sé qué pensar. ¿Es esta la razón
por la que la escritura experimental del hombre hétero es tan aburrida al final?”
“El vómito cotidiano” dice muchas cosas. Demasiadas cosas. El sentido excede por
todas partes hasta aniquilar la forma, ¿o en realidad es al revés, y es su forma
enviciada lo que golpea al pony de mierda del contenido hasta romperlo en
pedazos? Entonces el pony explota, pedazos de contenido dan vueltas en el aire
chocándose entre ellos en el chorro del inodoro de la autobiografía.
En febrero Kass Fleischer me escribió para invitarme a la mesa redonda en la que
presenté este mismo ensayo: “Si de casualidad venís a visitar a tu mamá para
navidad, este año la conferencia de la Asociación de la Lengua Inglesa Moderna la
hacemos en Chicago, entre el 27 y el 30 de noviembre. ¿Estarías interesada?” Le
contesté: “dale, igual tengo que pasar a ver a mamá en algún momento”. Pero
mamá murió en noviembre así que ahora estoy acá sin ninguna razón, sin hacer
ningún tipo de gestión profesional, sin tener reuniones con nadie ni aplicar a
ningún trabajo, con la perspectiva de tomarme el tren costero para pasar la noche
del domingo en la casa fría y vacía de mi mamá en Hammonds, Indiana, donde no
hay ni un puto Starbucks donde salir a pasar un rato. Esa nochebuena la pasé
acostada jugando al paredón mental con mis propias pesadillas.
—¡El trabajo que vas a leer no tiene ninguna tesis concreta! —me gritaban mis
pesadillas—. Tenés que arreglarlo ahora mismo, ¡sentate en la computadora a
revisar las siete páginas vomitivas que tipeaste para ponerles algún tipo de orden
lógico!
Pero no podía hacer nada al respecto porque estaba durmiendo. Me pasaba algo
parecido en los primeros años de universidad cuando tenía que entregar un trabajo
y tomaba ácido lisérgico la noche antes y me quedaba mirando la ondulación en
los patrones de colores en el pantalón estampado de unx amigx muerta de miedo y
dando pena por encontrarme drogada e incapaz de hacer trabajo académico serio.
Eileen miró las golosinas repartidas en el living de su casa, chupetines y unas
bocas de color rojo y blanco de aspecto siniestro que se llaman colmillos de goma
o algo parecido y dijo:
—Voy a dejar todo así para cuando me levante y me prepare un café. Creo que va
a ser un buen año.
Explicó que el pony tenía que ver con su signo, Sagitario, que es un centauro,
mitad caballo y mitad ser humano, que sale de caza con el arco y flecha. Preguntó
en chiste cómo sería usar el espacio como cuartel de una emprendimiento de sexo
online; se imaginó rodeada por los colmillos de goma diciéndole a unx cliente
inocente que venga a visitarla. La dirección del sitio sería algo así como
“daleduroatupony.com”.
San Diego, verano de 2006. Es tarde cuando llego a la casa de Eileen y no hay
papel higiénico así que trae un rollo de papel de la cocina, esto va a tener que
alcanzar, me dice. Saco un pedacito del rollo y lo corto por la mitad, tratando de
usar la menor cantidad de papel posible pero a la mañana siguiente cuando vacío
los intestinos el inodoro está tapado y se llena de agua mezclada con papel y
mierda hasta el borde, Eileen me pasa una sopapa con la indicación de sopapear y
sopapear hasta que escurra todo, así empiezo el día, ni siquiera tomé café todavía
y hace un calor fatal, estoy en un pijama blanco y finito de algodón orgánico con
bordados de color blanco y piel y transpiro y sopapeo y al moverme se me
mueven las tetas con locura al final el agua baja pero al tocar el botón del
inodoro vuelve a llenarse con agua y restos de mi mierda olorosa, me da
vergüenza, Eileen me ladra desde la puerta que siga sopapeando, “hasta que
escurra todo”, pero le discuto, no está funcionando le digo y Eileen me dice que
eso hacía ella en Nueva York así que sigo dándole con la sopapa toda transpirada,
a mis espaldas de la pared cuelga la foto de Mapplethorpe de Eileen joven, blanco
y negro, es una mañana radiante, seguí me grita Eileen y me empiezo a sentir un
gusano miserable, quiero gritarle que no es culpa mía pero es mi culpa, mi mierda
fue la que tapó su cañería y Eileen no demuestra compasión, afuera crecen todas
esas plantas exóticas traídas de Hawaii, tengo un par de fotos de Eileen en remera
y short regándolas, John Granger que da un curso de escritura sobre la naturaleza
o algo por el estilo me ha dicho que el paisaje de San Diego es completamente
falso, en algún momento a una millonaria le gustó cómo era la vegetación de
Hawaii y bueno trajo todas las especies que quiso, dudo de que John haya usado
la palabra “falso”, “falso” lo agregué yo seguro, así como mi mamá a las especies
no nativas solía llamarlas “plantas extranjeras”, lo decía frunciendo las cejas,
“esas plantas extranjeras”, un resumen perfecto la cultura del Medio Oeste en la
que crecí, miré a mi mamá durante horas respirar dando bocanadas, después torcer
la cabeza a un costado, cada inhalación era un evento importante, bocanada
cabeza pausa bocanada cabeza pausa las enfermeras diciéndome que era una
muerte por cáncer bastante pacífica y yo les creía, abriendo la boca y torciendo la
cabeza mi mamá estaba en paz. Tenía que creerles. La última vez que enseñé “El
vómito cotidiano” en una clase una mujer en silla de ruedas dijo que a muchas
personas no les gusta hablar sobre su cuerpo porque les recuerda lo vulnerables
que son. La mujer respira con ayuda de un tubo contra el que debe apretar los
labios como si fuera un sorbete. Así que estoy dale que dale con la sopapa pero el
volumen a escurrir del inodoro baja muy lentamente culpa de mi caca, fue
demasiado para la plomería de la pobre Eileen, le ruego que me perdone, que no
está funcionando le digo, mis tetas se mueven como dos campanitas, dale me dice,
durante ese mismo viaje Rosie la pitbull de Eileen le mea el piso del comedor y
Eileen limpia todo con ternura mientras le hace mimitos y le dice cosas lindas a
Rosie viéndola me da bronca que me trató peor que a un perro. El cuerpo
vulnerable subvierte la propulsión hacia adelante del arco narrativo, desarma la
fantasía de progreso o resolución. Como dice Julia Kristeva en Poderes del horror
los fluidos corporales dan nauseas porque no son algo vivo y sin embargo salen de
nosotros, señalan nuestra mortalidad, nuestra inminente coseidad. Una y otra vez
me veo preguntándole a cualquiera si ha visto morir a alguien y
sorprendentemente la mayoría me contesta que sí, apostaría que a vos también te
pasó, sí a vos que sos una más de las personas que caminan a nuestro alrededor
todos los días y tienen un conocimiento cercano de la muerte, solamente una
persona me dijo que le daba miedo, David, cuyo padre murió de un ataque al
corazón y después mi hermano que vio cómo le disparaban a alguien pero estas
muertes lentas de alguna manera son confortables, mi curiosidad por ser testigo de
una muerte es realmente enorme. Mi mamá inconciente no podía defenderse de mi
voyeurismo desenfrenado, su cuerpo se fue poniendo azul, se fue cerrando. “El
vómito cotidiano” dice: “La muerte es tan grandiosa porque es el adjunto que
nunca vas a abrir”. Al fin tengo mi gran momento de insubordinación y le digo a
Eileen ¡basta de sopapa, se acabó!, entonces ella llama al plomero y resulta que
el problema no era mi caca, me siento reivindicada, fue el papel de cocina en las
cañerías putrefactas de Eileen. El plomero le dice que tendría que ir pensando en
cambiar toda la instalación. Con Eileen nunca más volvimos a hablar de este
incidente que me dejó realmente traumada, tanto que saqué el nombre de Eileen
de la dedicatoria de mi libro Academonia, algo de lo que me arrepiento en
realidad. Su nombre tendría que estar en ese libro. Puse una foto del inodoro de
Eileen en mi muro de Facebook, la Eileen de Mapplethorpe joven, hermosa y
autosatisfecha con su pelo largo, alguien dejó papel higiénico sobre el marco así
que la foto tiene que ser posterior al asunto del plomero, el rollo culpable de
papel de cocina en el piso lo delata. Como ninguno de los departamentos de
escritura creativa en los que doy clases es miembro de una institución tan
acartonada como la Asociación de la Lengua Inglesa Moderna tuve que pagarme mi
propia membresía. Le pregunto a Kass si al menos puedo esperar a que el consejo
académico apruebe la charla en la que voy a participar. “Los muy forros de
mierda”, dice en su respuesta, “lamentablemente no van a decirnos si aceptaron la
propuesta antes de que paguemos, querida”. Al dar de alta mi usuario en el sitio
de la Asociación, elijo la contraseña “forros” en honor a Kass. Eileen nunca se
refirió a la piñata como un caballo propiamente dicho. Siempre fue un pony, una
cosa débil y despreciable, incapaz de defenderse. Cuando lo hizo mierda a golpes
dando rugidos amenazantes lxs que estábamos a su alrededor, sus espectadores
dando carcajadas y aullando, nos doblábamos de la risa, nos estaba dando dolor
de espalda de la risa incluso, ya no éramos nosotrxs mismxs sino la extensión
transpersonal de la furia de Eileen. Estábamos pegadxs al ahora, estábamos vivxs,
nos encantaba vivir y la amo Eileen por habernos dado ese momento. Recuerdo
que alguien gritaba “¡en la cabeza, pegale en la cabeza!”

VÓMITO ESCUELA DE ARTE


Estos últimos años escribí un par de ensayos y seguí prometiéndome que iba a
dejar de hacerlo. “Basta de ensayos” me dije en diciembre de 2006 cuando salió
Academonia, mi libro de ensayos. Pero al poco tiempo estaba escribiéndole el
prólogo al tratado de “poética literal” de Christine Wertheim, +|'me'S-pace. Y otra
vez me dije: “basta de ensayos, tenés que terminar tu novela”. Pero a principios
de enero estaba tomando notas para este texto. “¡Qué texto para mesa redonda ni
nada!”, me reprendía a mi misma. “¡No tenés tiempo para eso! Y Joseph Lease
te hizo saber que no hace falta ninguna mesa redonda más. Así que dejá de
inventarte problemas y andá a leer un poco de ficción.” Pero seguí tomando notas,
páginas y páginas de notas en mi diario. Supe que estaba convirtiéndome en una
adicta hace una o dos semanas, cuando dejé de tomar notas para este ensayo y
empecé a tomar notas para el texto del catálogo de la muestra de Tariq Alvi que
inaugura en marzo, en [ 2nd floor projects ]. “Qué es lo que te pasa con los
ensayos”, empecé a preguntarme. “¿por qué no podés parar y ya?”
Siempre me ha resultado opresiva la forma ensayo. Siempre sentí que es una
estructura demasiado conservadora, que pide a gritos que alguien venga a
desmantelarla. En el circuito poético feminista de vanguardia de principios de los
años 1980 en San Francisco era de rigor una especie de melange personal como
ensayo. El ensayo poético feminista está plagado de citas, textos recortados y
vulnerabilidad. La persona gramatical podía cambiar a voluntad, el “yo”
convertirse en “ella”, lo de adentro mágicamente en lo de afuera y de vuelta en
lo de adentro. No sabía cómo responder a esa prosa poética antilogocéntrica
inspirada en Theresa Cha/Cixous/Irigaray que daba espasmos disruptivos ante mis
ojos, sin rima ni razón aparente. La vanguardia feminista de esa década produjo
un montón de textos malos o flojos pero igual fue determinante para cortar con la
subyugación patriarcal de los manuales de estilo como el de la Asociación de la
Lengua Inglesa Moderna. Fue por esa época que descubrí a Kathy Acker, en una
de cuyas novelas un personaje caga en el altar de una iglesia; algo que estoy
segura que sacó de Bataille. Incluso si la profanación del rito católico es un
recurso tan vieja escuela, algo tan gastado, el ímpetu con que lo usa Acker es
realmente infeccioso. En el arte y la escritura como en el amor la pasión nos hace
pasar por arriba de cualquier defecto. La pasión está terriblemente subvaluada.
Creo que todxs tendríamos que hacer obras con la urgencia que tienen los artistas
marginales, mastubándonos y dando gemidos ante nuestros fetiches y obsesiones
privadas. La sofisticación es conformista, es una especie de sordina. Basta de
sofisticación.
Solía escribir reseñas regularmente para el San Francisco Chronicle y aunque mi
editor Oscar Villalon era una bendición, la forma me mataba: la erradicación del
yo, la sequedad acartonada, la pretensión de objetividad… La percepción tiene que
ver con enmarcar y cuando unx se pone a distribuir opiniones unx mismx es el
marco. Negar este marco, hacer como si no existiera es algo, no sé… tan
deshonesto. Algo parecido me pasa con las actitudes aprendidas que veo en mis
alumnxs de taller a veces. Se trata de la ideología de que la ficción supuestamente
debe ser “ficcional”, que la ficción no trata de unx mismx y de que eso en
definitiva es bueno porque así me convierto en el dios de este mundo de fantasía y
cuanto más alejo de mí a los personajes y sus tramas mejor escribo. Siempre que
alguien viene con esto me dan ganas de decirle que ponga algo de sí mismx en lo
que escribe y quizás de esa forma le insufle un poco de vida al material pero no
lo digo porque sé que no ayuda a nadie que me ponga malhumorada y ofensiva.
Mi primera incursión en el ensayo (sin contar las ofrendas al género estúpidamente
estilizadas en las que incurrí durante la facultad) ocurrió en 1985, cuando escribí
sobre Dennis Cooper. Esto hay que situarlo tras la fase de auge del ensayo poético
feminista, una ola de la que en realidad me había mantenido al margen. Para
decir la verdad el feminismo experimental me resultaba bastante lavado. Y lo
lavado no era lo mío. Lo mío era lo libidinal. Tenía un trabajo poco demandante,
poco interesante también, no tenía relaciones personales demasiado comprometidas
y era bastante joven como para sacarle partido a esas circunstancias y dedicarme a
lo que realmente me importaba: la libido en todo lo que hiciera. La escena
literaria queer a la que me acerqué me permitió justamente eso. En el ensayo
cuento cómo fue todo cuando lo conocí a Cooper, que me sentía una bufona a su
lado tartamudeando que había escuchado que su próximo libro iba a tratarse de
comer mierda. La anécdota me generó entusiasmo permitiéndome ser tan
transgresiva incluso si al ensayo le puse un título como diciendo “quiero que me
tomen en serio”. (El título era “La digresión como poder: Dennis Cooper y la
estética de la distancia”.) Veinte años después el texto fue republicado en una
antología universitaria y saqué el pasaje sobre comer mierda. Me dio miedo
parecer demasiado juvenil pero ahora me arrepiento.
Me daba nervios escribir un trabajo para una convención de la Asociación de la
Lengua Inglesa Moderna, una especie de vesícula gangrenosa de exclusividad social
y esnobismo cultural como hay pocas en Estados Unidos, con su mobiliario
humano característico: trajes impecables, maletines de ejecutivo, mandíbulas tensas,
estrellas de la vida académica que se suben al escenario y emanan poder y
cachondez como un ectoplasma. El título de la mesa redonda era “La revuelta
íntima: cómo reconocer las formas emancipatorias del relato testimonial y la
narración de la experiencia”. En su texto de introducción la moderadora Kass
Fleisher dice: “Si existen relatos testimoniales y narraciones de la experiencia que
se ocupan de los medios (la forma) con que producir el efecto que desean tanto
como de los fines (el contenido, la injusticia, etc.) que persiguen, ¿estamos a las
puertas de una forma más comunitaria de construcción del conocimiento?” El texto
de Kass me empujaba a convertirme en Robert Smithson y zambullirme en una
crítica autorreflexiva que atacara directamente la forma de la mesa redonda estilo
Asociación de la Lengua Inglesa Moderna. Cuando me enteré de que la mesa tenía
el horrible horario de viernes a las 8:30 de la mañana me sentí liberada. Va a
venir poca gente, un racimo selecto de amigxs de lxs panelistas, así que iba a
poder hacer lo que mierda se me diera la gana. Y lo que mierda se me daba la
gana hacer era cagarme en las pretensiones de la escritura académica. Imaginarme
un público solo compuesto por amigxs me parece importantísimo; fui contagiada
por la doctrina de lo local de Jack Spicer, que él llevó al extremo de decir que lxs
poetas de San Francisco no debían publicar fuera de la zona de la Bahía. Jack
Spicer fue algo así como el padre del narrowcasting, el principio de transmisión
selectiva sobre el que se asienta la publicidad de nicho.
Después de aceptar la invitación a participar del panel sobrevino la pregunta obvia:
¿qué tengo para decir sobre la forma testimonial y la “narración de la
experiencia”? Una voz interior cortada por el pánico me gritaba nada nada nada
nada nada. En septiembre trabajé con “El vómito cotidiano” en un taller que di
en San Francisco y volví a leerlo en detalle. Me seguía volando la cabeza pero
igual me costaba encontrarle un lugar del que agarrarme: algo terrible con un
texto que se supone que tenés que enseñar en una clase. Logré más o menos
sortear la situación disimuladamente (con recaídas en frases como “Alumnxs, ¿qué
creen que Myles está haciendo aquí?”) pero me quedé con la sensación de que
tenía que dedicarle más tiempo y atención al texto para entrar y verlo desde
adentro y averiguar qué provocaba, cómo funcionaba. Ya tenía el tema de mi
artículo para el panel entonces. Me propuse que la forma de mi ensayo reflejara su
contenido, que pudiera aferrar las cosas que Eileen estaba diciendo con sus
palabras devastadoramente sonoras. Quería aplicar algunas de sus técnicas en mi
propia escritura. Empezar como Eileen con párrafos cortitos y rápidos, dejar que
las cosas se desarrollen desde ahí. Como hizo Eileen quería también que el último
párrafo fuera el más largo y que tuviera muchos giros. Quería llevar al lector al
presente como Eileen a través de estos giros. Pero todo esto tenía que hacerlo sin
imitarla porque cuando la imitaba lo único que me salía era una porquería
adolescente horrible. El contexto de estas dificultades viene dado por una
incapacidad previa que todavía no declaré: no había podido escribir un artículo
largo sobre Eileen para el San Diego Reader cuando me lo propuse y mi propia
flojera al respecto me daba vergüenza, me intimidaba. Todo había sido un desastre
in crescendo: mi tendencia a la procrastrinación, sumada a la tensión que se fue
generando entre Eileen y yo, sumada a la muerte repentina de la editora, Judith
Moore, que tras su partida no fue reemplazada por alguien ni remotamente tan
amigable conmigo de manera que mi vínculo con el Reader se enfrió de golpe y
con el artículo sin entregar. Pero todo eso en realidad es la cobertura explicativa
de un hecho más primario, más inconciente: que me estaba costando horrores
escribir sobre un personaje complejo como Eileen a quien conocía hacía ya veinte
años en el estilo convencional del periodismo de cultura. No podía hablar sobre
ella en un estilo que ocultase o negara esa complejidad. Negar los lentes que unx
lleva puestos es corrupto, inmoral.
Estaba trabajando sobre el ensayo de Eileen cuando recordé lo que había escrito
mi marido, Kevin Killian, cuando Eileen presentó el texto, era una especie de
reseña titulada “Lo que vi en la conferencia Séance en Los Angeles durante la
Noche de Brujas de 2004”. “Eileen Myles empezó”, dice Kevin,
... citando el viejo programa de Groucho, You Bet Your Life, como para mostrar que las palabras
más ordinarias a veces son las que más nos cuesta proyectar y para negar que lo ordinario
existiera. De Bridget Riley Eileen aprendió a evitar que te hagan sentir culpable, pero también a
evitar la culpa de ver que tu trabajo se distorsiona de una forma que no habías planeado o
querido: cómo evitar esas dos catástrofes. Lo cotidiano es algo que nos toca a todxs, pero que unx
solo descubre a través de un escrutinio extremadamente cercano de unx mismx. “Si escribís
moviéndote, mejor”. Yo estaba anotando tan rápido lo que Eileen decía que a la mitad entré en
pánico ante la duda de si Eileen había mencionado a Bidget Riley (la artista op británica) o a
Bridgey Murphy (la famosa irlandesa que volvió de la muerte, en los años 1950). Reflexionando en
profundidad sobre las causas de mi confusión, descubrí temblorosamente las similaridades entre
ambas. Y me dio un poco de miedo cómo la mente hace conexiones entre todo y con todo.

Qué es todo esto de Bridget Riley pensé al leer. Había leído “El vómito cotidiano”
doscientas veces y no podía recordar que Eileen la mencionara así que me puse a
revisar de vuelta el ensayo y ahí estaba, sí: Eileen menciona a Bridget Riley como
parte del temario sobre el que escribe Pamela Lee en Chronophobia: “Una tal
Bridget Riley que va a ver a un coleccionista que ha convertido su trabajo en un
vestido. Pensé que te gustaría le dijo. La increpaban debido al op art, lo asociaban
con algo de ser una especie de mucama irlandesa y ella respondió negando su
sexo. El feminismo se desparramaba a su alrededor como un vómito y obviamente
ese era el problema”. Una referencia medio marginal me parece pero ahí estaba
Kevin para convertirla en un asunto importantísimo de la charla.
Recuerdo haber ido a una conferencia que Bridget Riley dio aquí una vez en
Timken Hall. Fue el mismo año que conocí a Tariq Alvi, el año que él vino a San
Francisco para una residencia extendida como “artista invitado de Capp Street”.
Estaba entusiasmada con la visita a San Francisco de Bridget Riley, la leyenda, es
como cuando era chica y miraba la historia del búfalo blanco en la TV. Se trataba
del especial de navidad de un programa de westerns. Al búfalo blanco solo podían
verlo aquellxs que fueran purxs de corazón. Y ahí estaba frente a mí en todo su
brillo, Bridget Riley, el búfalo blanco. Hizo un gran trabajo para manifestarse en
todo su look señora cool con su pelo castaño cortito y un poquito puntiagudo,
jeans, camisa metida dentro del pantalón y un pañuelito (muy genial) atado al
cuello. La parte de su conferencia que me intrigaba era su lectura de La Grande
Jatte de Seurat. Ella había estado en el Chicago Art Institute una vez que
extrañamente le sacaron el vidrio a la pintura y Riley, ella un alma tan pura, con
semejante espíritu artístico, desde luego era la persona indicada para maravillarse
en tal ocasión. Yo que crecí en Chicago debo haber visto La Grande Jatte un
millón de veces siempre con una especie de indiferencia involuntaria pero
¿adivinen quién llegó? La gran Bridget Riley para tener una epifanía frente al
cuadro al que le sacaron el vidrio. Me sentí tan superficial de golpe. Comenzó a
explayarse sobre la forma en que Seurat usaba el contraste en la aplicación de los
puntos, la forma puntillista de delinear el contorno de un objeto sobre otro a
través de una trama de burbujas de color diminutas. Riley entonces proyectaba una
imagen de la pintura en la pantalla para indicarnos que cerca del límite entre una
figura y el fondo los puntos que forman el volumen de la figura van volviéndose
más oscuros mientras los que forman el fondo van volviéndose más claros. Era
imposible confundirse con esta parte de la charla cuya esencia era realzar la
importancia del contraste en el arte. Esta idea realmente me llegó; también le llegó
a Kevin y a Tariq, a los tres nos llenó de entusiasmo. El espíritu artístico de
Bridget Riley era contagioso. Su teoría del contraste la he aplicado repetidamente
con mis alumnxs de clínica grupal ya que a los alumnxs de ficción se les enseña
que el cambio es un factor estructurante y ya no meramente importante de toda
ficción. “Si lo que estás escribiendo habla del tránsito de un personaje de un
estado de rigidez a una zona de espontaneidad deberías dejar más subrayada la
rigidez al comienzo así el texto puede moverse hacia algún lado”, les digo con
autoridad, elevando el mentón unos grados. “Todo se trata del contraste, ¿saben?
Terminamos por hoy”. Cuando terminó la charla de Bridget Riley un grupo de
entusiastas la esperaba afuera en un rapto de euforia. Pronto quedó claro que la
mitad de lxs fans habían sido invitadxs a la cena oficial con Bridget Riley y la
mitad no. Ralph Rugoff, entonces director de Wattis Institute y patrocinador por lo
tanto de la charla de Riley, trataba de separarnos sin que nos diéramos cuenta.
Pero claro que lxs no invitadxs nos damos cuenta muy bien.
Un par de semanas después de la conferencia tuve la templanza necesaria como
para mandarle mi artículo a Eileen. Me respondió que le pareció genial, me elogió
mucho y hasta tuvo el gesto magnánimo de pedirme disculpas por el asunto del
inodoro. Decía en broma que en mi relato de la fiesta de cumpleaños ella parecía
Lynndie England. Soy tan mala con los nombres que tuve que googlear a Lynndie
England. La primera sugerencia de Google era de prisioners.com, y decía: “Lynndie
England, la puta asquerosa contratada como guardia de seguridad en Abu Ghraib,
el campo de concentración estadounidense en Irak”. Eileen se explayaba en su
respuesta en confidencias sobre miembrxs de su familia que habían muerto
últimamente. El mail terminaba así: “No sé. Te quiero, Dodie.” Así que estaba
todo bien y además como pronto venía a la muestra de George y Mike Kuchar en
[ 2nd floor projects ] quedamos para cenar y dejar firme el estado de buena onda
entre las dos. En el Sunflower sobre Valencia Street comiendo panqueques
vegetarianos con sopa agridulce hablamos sobre nuestras respectivas madres y
Eileen dijo que “El vómito cotidiano” estaba inspirado en la culpa que sentía por
no haberse llevado a su mamá a quedarse con ella en ese lugar tan genial que
alquilaba en Provincetown. Decía que se imaginaba muy bien viviendo con su
mamá, que eso no la hubiera hecho sentirse una fracasada ni nada por el estilo.
Yo comenté con bastante detalle los últimos años de mi madre, cómo esperaba ir a
visitarla, cómo disfrutaba la complicidad que se había generado entre las dos. La
existencia de una viuda de clase trabajadora es tan relajada: comer en el buffet de
barrio, mirar episodios repetidos de series en la tele… Eileen y yo coincidíamos:
era raro y bastante sorprendente que las dos hayamos llegado a esta etapa de
ternura hacia nuestras mamás. Eileen mencionó el carácter de pareja lésbica que
había ido asumiendo la dupla formada por su mamá y su hermana y yo agregué
que la manera en que mi mamá se ponía contenta al verme y la intensidad con
que nos mimábamos también tenía un toque sáfico, lo que era doblemente extraño
considerando mi pasado como lesbiana del que nunca hablé con mamá pero que
flotaba por decirlo así en el aire. Y así al final cuando mi mamá necesitaba que la
apoyara, que la sostuviera, que la tocara realmente me sentía como en una
relación lésbica pero no sabía qué hacer con eso. Exacto dijo Eileen entonces y
nadie habla de eso tampoco. La búsqueda de una relación erótica con la madre es
un tema generalizado en la comunidad de las lesbianas. Es algo que causa mucha
tensión además porque nadie quiere ser la madre, todas quieren ser la nena de
mamá en cambio y las mades no tratan al hijo varón como tratan a las hijas etc.
así que hay cientos de mujeres desesperadas por ser madres. Eileen dijo que
escribió “El vómito cotidiano” de golpe y que al escribirlo no sabía por qué o
cómo iba a funcionar pero no podía dejar de escribirlo, sabía que estaba
escribiendo algo bueno, sabía que tenía que seguir no parar dejar que el chorro
bajara.
Kevin escribió una obra de teatro para el cumpleaños número cuarenta de Tariq.
Se titulaba La pesadilla de Tariq Alvi, y la puesta tuvo lugar en el patio de la casa
de Lee y Erik, en una de las colinas que miran sobre el barrio Castro, en el marco
de la fiesta que le organizamos a nuestro amigo. En la obra Tariq Alvi está
tratando de volver de Londres a dar clases en California College pero lo demoran
haciendo el trámite de migraciones: algo que lo preocupa siempre que viaja en la
vida real ya que Tariq es musulmán descendiente de paquistaníes y tiene una visa
muy limitada, para trabajar. Pero entonces el crítico de arte del San Francisco
Chronicle Kenneth Baker, la artista Kota Ezawa y la mismísima Bridget Riley se
confabulan para ayudarlo. Kevin hacía de Baker, Kota de sí misma, Tariq de sí
mismo también, y yo era Bridget Riley encarnada con ayuda de una pollera blanca
y negra en franjas diagonales, un top de algodón blanco y un pañuelo blanco y
amarillo atado al cuello. Ralph Rugoff estaba presente y recuerdo sentirme un poco
incómoda siendo Bridget Riley frente a él. Riley dice (yo digo) en la obra: “Lo que
hacemos lxs artistas [pausa], lo que hacemos nosotrxs lxs grandes artistas, es
provocar un error tras otro para darle energía a la obra, para que viva. Los
maestros del tapiz en Persia le agregaban a sus fabulosas alfombras un punto
equivocado para no competir con dios. Porque solo dios alcanza la perfección. Dios
y yo misma, claro. Así que me alegro de que les guste mi pañuelo, me lo regaló
[pausa] Seurat. Qué amor, esos puntitos.”
En mis clases trato de inventar mecanismos que incentiven a lxs alumnxs a tomar
riesgos al escribir. Copio una reseña en el sitio de amazon de la novela de una
antigua colega mía de otro departamento de escritura creativa:
Esta novela estaba esperando leerla con ansiedad pero fue bastante decepcionante. Es una de esas
típicas novelas estilo “maestría para escritores” que arruinan una trama que podría haber sido
apasionante. La novela sigue demasiados de los preceptos de lo que se considera “calidad literaria”:
personajes extremadamente raros, una redacción intrusiva y forzada (sobran las oraciones rotas) y la
sensación, que atraviesa todo el libro, de que lo que se cuenta es material investigado y no
experiencia vivida. Por todo esto la novela parece más un trabajo para la facultad que una obra de
arte. Como trabajo para la facultad obviamente es un 10. Como obra de arte apenas llega al 6.

Llamemos profesora P a la autora de esta novela. El enfoque con el que P enseña


en sus clases se podría llamar “la mecánica estructural del cuento corto”. Se trata
de distinguir entre un montón de cosas que sí y otro montón que no. (En este
mismo momento descubro la relación subliminal profunda entre estos montones de
cosas que sí y que no y los puntos de error que Bridget Riley nos incitaba a poner
en nuestro trabajo, en nuestras alfombras digamos, y ahora esos puntos de error
son las “cosas que no” de P.) Lxs que pasaban por la clase de P terminaban
escribiendo obviamente en un estilo semimuerto, formulaico: escribían como si se
hubieran memorizado una serie de pasos de baile pero en vez de moverse solo
pudieran arrastrar los pies con rigidez como lxs bailarinxs zombie de los primeros
segudos del video de “Thriller”. Me daban ganas de acercarme y sacudirles las
piernas para mostrarles que son capaces de moverlas, que pueden seguir el ritmo,
saltar, mover la cintura y no mirarse fijamente los pies como si eso ayudara en
algo. Lo que les faltaba era una conexión visceral con lo que estaban tratando de
escribir. Así que le dije a Kevin, admito que con algo de malicia, que la profesora
P les secaba el alma a sus alumnxs. Ella es bastante carismática, aparte, algo que
nunca entendí porque no deja de ser una rubia tarada del Medio Oeste en
definitiva, una persona plana como una baldosa. Unx alumnx me dijo que era una
cosa sexual que tenía que exhalaba poder. Yo nunca tuve demasiado carisma y me
imaginaba que vestirme un poco más elegante podría ayudar: por ejemplo que si
me compraba ese sweater de trescientos dólares la gente iba a pensar que soy
alguien a tener en cuenta. Pero ahí estaba la profesora P con su mal corte de
pelo, sus puntas florecidas, sus pantalones con un corte horrible, su blusa
estampada gastadísima, irradiando poder y magnetismo sexual. No la he visto en
años pero solo pensar en ella me despierta una especie de ataque de rabia y celos:
y como no puedo decir que me parece una gran injusticia que esta idiota sea
popular y yo no me detengo en aspectos laterales, como su estética. La objetividad
es una mentira tan grande. Como cuando Kevin estaba escribiendo su biogafía de
Spicer y había un montón de conflictos y rencores y ataques entre lxs poetas del
grupo de Spicer que supuestamente respondían a motivos estéticos pero con
investigar un poco Kevin descubrió que en el fondo todo se trataba de celos, sexo
y traiciones. X durmió una vez con lx novix de Y, entonces… Odio esta parte
territorial, defensiva, celosa y mediocre de mí misma pero no voy a negar que la
tengo, lo que pienso a veces en cambio es que si meditara regularmente podría
aplacarla. El fin de semana pasado justo unx amigx me habló del acebo, un tipo
de arbusto que se usa en Flores de Bach al ver que mis gatxs viven teniendo
pequeñas reyertas territoriales. “Dales un poco de acebo” me dijo. La etiqueta del
frasquito dice: “ayuda a sentir generosidad y altruismo cuando percibís que estás
teniendo sentimientos egoístas, envidia, anhelos de vengaza o malos pensamientos
sobre otras personas”. Kevin sugirió que yo misma tomara un poco. Un poco
bastante, tendría que tomar. Posiblemente tendría que bajarme el frasco entero.
Ya que la conferencia tenía sede en Chicago y como Kevin nunca había ido al Art
Institute nos salteamos los paneles del sábado a la tarde para ir al museo envueltxs
en los abrigos largos que llevamos para nuestro fin de semana en el invierno en el
Medio Oeste. Vimos American Gothic, vimos ese autorretrato de Van Gogh con
barbita roja y de casualidad en una de las salas nos topamos con el Seurat, del
que ya me había olvidado. Me acerqué mucho al cuadro, casi pegándole con la
nariz como si buscara chuparme todo ese contraste espléndido. Me quedé parada
un rato frente a mi reflejo en el vidrio, frente al reflejo de toda la sala en el
vidrio y en realidad me estaba costando bastante identificar los claroscuros que
Bridet Riley había desplegado tan magistrarlmente con ayuda de una diapositiva.
De repente perdí mi visión Bridget Riley. Me sentía una vaca pastando en una
pradera verde de alta cultura con todas las otras vacas del Medio Oeste que se
desplazaban lentamente de un rincón a otro de la sala, familias enteras con
camperas almohadonadas, mujeres grandes luciendo las joyas compradas en la
tienda del museo y le dije a Kevin que nunca me había dado cuenta de cómo era
realmente el lugar. Después de cenar Eileen y yo vamos a la “Muestra de Arte de
Trabajadores Sexuales” en el teatro Victoria. Una de las performers hizo un trabajo
basado en su nombre de stripper, tomado a su vez del nombre de la santa que
eligió su hermana para confirmarse: Bridget. Estaba sentada en una silla
sobriamente vestida como stripper con un vestidito azul con volados, las piernas
cruzadas, tarareando una cancioncita sobre la humildad y la virginidad de Santa
Bridget. Al terminar se arranca la ropa y se aferra al caño trepándose con toda la
naturalidad de Drácula cuando sube reptando por la pared de su castillo, sus
músculos tersos y flexibles. Esta chica sí sabe del contraste, pensé. Cerca del límite
entre una figura y el fondo, los puntos que forman el volumen de la figura van
volviéndose más oscuros, mientras los que forman el fondo van volviéndose más
claros.
Mi lectura de “El vómito cotidiano” sigue cambiando cada vez que me sumerjo en
el texto. Con cada iteración podría escribir otro marco que recontextualizara a
Eileen y mis Vómitos de forma que el texto podría expandirse y reflexionarse al
infinito como uno de esos dibujos en los que una persona mira el reflejo de un
reflejo de sí misma en un espejo o sostiene una caja de cereal en la mano donde
está dibujada ella misma sosteniendo una caja de cereal en la mano en la que está
dibujada ella misma… etc. Una caja de cereal… ¿por qué pienso en eso? Es como
los puntos en la pintura o en la alfombra, mi mente busca que reflote una
referencia oculta a la serialidad. En esta tercera recursión de mi Vómito entonces
voy a dejar inaugurado el Vómito como forma literaria. El Vómito será feminista,
desordenado, felizmente monstruoso. El Vómito le llegará directamente a las
mujeres porque a las mujeres les encanta meterse los deditos en la garganta, uno,
dos, tres, ¡blup! … El Vómito es un movimiento ascensional, una elevación hija
de nuestra resaca, de nuestra propensión a tragar demasiada civilización occidental.
El Vómito es reflexivo; cada entrega pide otra entrega que la enmarque. El Vómito
es expansivo tanto como amorfo; todo lo traga y lo recontextualiza, en todo se
desparrama, todo lo desborda. Su lógica es asociativa, polifónica; el Vómito
procede en acordes más que en una línea melódica hecha de notas individuales.
Las jerarquías se derrumban a su paso bajo el imperativo de la purga. Chris Tysh
dijo una vez que la diferencia entre el feminismo estadounidense y el francés era
que las feministas francesas usaban zapatos coquetos. El Vómito usa zapatos feos
necesariamente; sufre confusión de género; está en un estado de transición y flujo.
El Vómito no es antilogocéntrico o antibinario tanto como marginal, anti sistema.
Lo que se dijo del op art en su momento, me cuenta la curadora Jill Dawsey, es
que sus patrones invasivos daban ganas de vomitar. El Vómito es desprolijo e
irregular pero te hace sentir bien a la vez, de una forma visceral te hace sentir
que todo está yendo adonde tiene que ir, no importa cómo no vas a poder
pararlo, no vas a poder darle forma, nada más tenés que dejarlo. En la próxima
vuelta de mi vómito, me gustaría contarles del vestido tipo Bridget Riley que me
puse para este Vómito, ¿lo ven? Y lo inteligente que me hace sentir, y etc., etc.

Dodie Bellamy es una escritora estadounidense. Fue una pionera del movimiento New Narrative y
de la vanguardia literaria de San Francisco durante la década de 1980. “When the Sick Rule the
World” y “Barf Manifesto” fueron tomados de la antología When the Sick Rule the World,
Semiotext(e), Pasadena del Sur, 2015.

Ilustraciones: María Guerrieri, dibujos de la serie Fisioterapia del manguito rotador (2020).

Ediciones Microcentro

Buenos Aires, septiembre 2020

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