El Soldado y La Bandera

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EL SOLDADO Y LA BANDERA

Por: César Castaño, capitán (ra) *


A los modestos héroes cuya existencia oscura
no inmortaliza el bronce, Colombia agradecida.

Alfonso Robledo1

El 13 de octubre de 1934, en medio de una ceremonia de juramento de bandera en la


antigua fábrica de municiones en Bogotá (ubicada en el barrio San Cristóbal, al
suroriente de la ciudad) el padre Luis Alberto Castillo, quien había sido capellán en el
conflicto Amazónico, pronunció unas sentidas palabras en homenaje a los soldados y
sus familias.

El clérigo había ganado fama entre las tropas a raíz de su valerosa participación en un
combate contra soldados peruanos, librado el 16 de abril de 1933, en pleno domingo
de Pascua. Aquel día, el Batallón de Infantería Juanambú perteneciente al Destacamento
Putumayo, integrado por fuerzas de tierra, aire y fluvial, fue sorprendido en Puerto
Calderón por un intenso tiroteo que obligó al religioso a repeler el ataque como
cualquier combatiente. 2

De ahí la emoción que despertó el discurso que pronunciara pues, más allá de una pieza
oratoria, era el reflejo de los días de durezas y penalidades compartidas con los soldados
en el campo de combate.

Para iniciar, quiso referirse el ilustre capellán al significado de la bandera:

“Nada hay más noble y sagrado sobre la tierra que la bandera.


Quien la ultraje, a sí se ultraja,
quien la eleve, a sí se eleva,
quien su honor al sol levanta, su virtud en alto lleva;
quien la mancha, a sí se mancha; honor al soldado y honor a la
bandera”.

1
Poema “A los héroes ignorados”, Bogotá, agosto 7 de 1919.

2
En aquella acción comandaba la tropa el Mayor Diógenes Gil (quien protagonizaría, el 10 de julio de
1944, el llamado “Golpe de Pasto). El oficial, inexplicablemente formó los soldados de espaldas al río
Putumayo, en una sola fila, con las armas en pabellón, para practicarles una “inspección de aseo”
(revista de uñas), momento que fue aprovechado por un oficial peruano (Teniente Óscar Sevilla) para
atacar a los colombianos con fusiles y ametralladoras. El resultado, un soldado muerto y cinco heridos
incluyendo el comandante. Gil sería juzgado en Consejo Verbal de Guerra por cobardía, por lo que
popularmente se conoció como la “sorpresa de Calderón”.
Tras el homenaje al pabellón nacional, esto dijo el religioso sobre el valor de ser soldado:

“Entre todas las glorias de que puede ufanarse la nación, la militar fulgura
con brillo incomparable. En todos los pueblos civilizados, el soldado
ocupa un puesto de honrosa preferencia en la consideración de sus
conciudadanos... Para llegar a la comprensión exacta del soldado, es
necesario subir por encima del hombre de industrias y de labor, por
encima del comerciante que busca su propio interés, por encima del
sabio que multiplica para nuestra utilidad los descubrimientos más
preciosos. […] Sublime es la misión del soldado. Si los magistrados y
estadistas tienen la espada vengadora, al soldado le corresponde
manejarla pecho a pecho en el combate por defender la libertad y la vida
de sus hermanos”.

Para terminar, el sacerdote hizo un relato que sumió a los asistentes en un profundo
silencio. Algunos eran funcionarios del Ministerio de Guerra que, como es usual, jamás
habían portado el uniforme ni experimentado el fragor de una batalla.

Así, el capellán castrense describió los últimos instantes de un soldado que murió en
sus brazos: “Un día de abril del año 33, una bala traidora, en las riberas del Putumayo
hirió de muerte a un soldado nuestro. Dentro de una chonta retorcida nuestros médicos
ejecutaron una encarnizada operación para cumplir con el deber de salvarle la vida.
Ante los ojos atónitos de sus compañeros, el soldado soportó la dolorosa operación sin
un lamento; luego, desangrado, entró en agonía. ¿Usted sufre?, le pregunté – No, me
respondió dominando terribles dolores. ¿Usted tiene hijos? – no. ¿Usted tiene madre?
A esta pregunta sobre el rostro marfileño del héroe, se dibujó un gesto de muy hondo
dolor en el alma. – Sí, tengo madre… Y por sus mejillas rodaron gruesas lágrimas: las de
un gran soldado; le había dado a la madre patria el tributo sagrado de la sangre y a la
madre que lo dio para la patria, el tributo sagrado de sus lágrimas”.

Finalizando, el Padre Castillo, con el rostro contraído y la voz visiblemente entrecortada,


selló su bella intervención con estas palabras: “[…] Allá quedaron sus huesos en la selva
del Putumayo, envueltos en el tricolor e hincados como una afirmación de nuestro
dominio soberano. Por eso cuando les pregunten ¿Soldados para qué? respondan sin
vacilación: Para defender nuestra bandera”.

Armenia, 20 de julio de 2021

*capitancesarcastano@gmail.com

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