14 - Dónde Queda La Familia en La Terapia Familiar Narrativa
14 - Dónde Queda La Familia en La Terapia Familiar Narrativa
14 - Dónde Queda La Familia en La Terapia Familiar Narrativa
Para mi sorpresa, estos dos últimos presentaron sesiones en las que entrevistaron a un
solo miembro de la familia. Insoo Kim Berg trabajó con una madre afro-americana de
Servicios Sociales que tenía dos hijos para adopción. Karl Tomm también entrevistó a una
persona, una madre, pero hizo preguntas dirigidas a su hija internalizada.
La experiencia al final de los dos días fue inquietante. Me parecía que Insoo Kim Berg
y Karl Tomm estaban argumentando que la “terapia familiar” no exige el trabajar con la
familia. Esto me hizo preguntarme si las ideas post-modernistas que parecen prevalecer en
la literatura sobre el tema, tenían algo que ver con la desaparición de la familia en el
proceso terapéutico.
Pero también estoy preocupado. Me parece que, hoy en día, las voces de los oprimidos
no sólo se han multiplicado, sino que se han hecho difusas. En vez de haberse transformado
en una fuerza política, este reto post-moderno se ha convertido en algo casi ideológico.
¿Cuál podría ser, entonces, la relación del constructivismo social con la práctica
intensamente pragmática de la terapia familiar?. ¿Cómo están afectando estas ideas a la
visión que los terapeutas familiares tienen de las familias y del proceso de la terapia
familiar?.
Me parecía claro que algunos terapeutas familiares estaban adoptando una postura
política en su trabajo sobre la base de un construccionismo social. Por ejemplo, Harlene
Anderson (1.997) afirmaba que “la voz dominante, la voz profesional culturalmente
designada normalmente habla y decide en el lugar de las poblaciones marginales: minorías
de género, económicas, étnicas, religiosas, políticas y raciales... A veces sin quererlo y otras
sabiéndolo, los terapeutas subyugan o sacrifican a un cliente frente a la influencia de este
contexto más amplio que es primariamente patriarcal, autoritario y jerárquico” (p.71).
Ferrdman y Combs (1.996) creen que “... las historias dominantes pueden estar
subyugando las vidas de las personas.... Historias de género, raza, clase, edad, orientación
sexual y religión... son tan prevalentes y están tan enraizadas en nuestra cultura que
podemos quedar atrapados en ellas sin darnos cuenta. La deconstrucción, en el sentido de
White, puede ayudarnos a desenmascarar las así llamadas "verdades" que "ocultan" sus
sesgos y prejuicios.... Al adoptar y reclamar este tipo de deconstucción, estamos asumiendo
una postura política contra ciertas prácticas de poder en nuestra sociedad” (p.57).
Ahora sí que se me han multiplicado las preguntas. Cuando pensaba que entendía la
posición política del construccionismo social, me sentía inseguro sobre su aplicabilidad a
la terapia de familia. Específicamente, ¿cómo está tratando las relaciones de los miembros
de la familia la escuela narrativa que ha surgido de la teoría del construccionismo social?.
No estaba muy seguro de que fuera así y eso me parecía muy extraño. La afirmación de
Gergen de que el “locus” del conocimiento ya no está en la mente individual sino en la
pauta de la conexión social, me hacía pensar necesariamente en la teoría sistémica omni-
comprehensiva de Bateson que impulsó la botadura de la terapia familiar en los años 60.
Pero si fuera así, ¿cómo podría el construccionismo social estar dictando una práctica de
terapia familiar que no incluya a la familia?. Empecé a preguntarme si esta meta-teoría
referente a la construcción de la realidad tenía una teoría sobre familias en absoluto. ¿Cómo
podría esta teoría explicar el vínculo o las afiliaciones entre los miembros de las familias
que crean subgrupos y a veces incluso chivos expiatorios? ¿Cómo explicar la forma en que
el conflicto entre padres afecta a la visión que los hijos tienen de sí mismos? ¿Cómo
recuadra las complejidades del divorcio y el segundo matrimonio, o la forma como los
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¿Puede la práctica narrativista procedente del construccionismo social tratar las pautas
de relaciones entre los miembros de la familia, en donde se supone que radica el “locus” del
conocimiento? o ¿Debe focalizar solamente en la forma con que cada miembro individual
de la familia explica la realidad familiar? Con otras palabras, ¿puede un terapeuta
narrativista trabajar con la familia en cuanto sistema social?
Creo que Harlene Anderson diría que no. Ella dice, “... más que aprender el lenguaje de
una familia, estábamos aprendiendo el lenguaje particular de cada miembro del sistema
familiar. La familia no tenía un lenguaje pero sus miembros individuales sí...” (Anderson,
1.997, p.61). La razón por la que ella prefiere pasar de puntillas por la familia me parece
que es porque para ella la familia se ha convertido en un concepto restrictivo. “Implica un a
priori que debe ser considerado sin tener en cuenta la situación única y los individuos que
comunican entre sí y con el terapeuta en torno a un problema (p.81).... En consecuencia nos
sentimos menos inclinados a ver o considerar necesario ver familias al completo. Mucho de
nuestro trabajo se hace con individuos, partes de familias y miembros de sistemas más
amplios” (pp. 66-67).
De un modo similar, en “Terapia Narrativa”, Freedman y Combs (1.996) nos dicen que
ellos prefieren “interaccionar con una persona de la familia mientras que los otros
escuchan.... Esta forma de trabajar de nuevo hace que las personas se constituyan en
público de los demás, de sí mismos y de sus relaciones. Pero ahora vamos más adelante.
Pedimos a las personas que reflexionen sobre lo que han escuchado.... Sus reflexiones
entoncesse convierten en parte de la narrativa.... Este proceso es un ejemplo vivido de la
construcción social de la realidad” (p.187).
En vez de observar la forma en que los miembros familiares afectan a las transacciones
de los demás, creando pautas que intensifican y limitan la visión del self y de los otros,
estos narrativistas tienden a privilegiar el discurso de los miembros individuales. Se
convierte en público a los otros miembros de la familia. Se pierde la idea sistémica de que
los miembros de la familia co-construyen el significado y de que se les puede observar en
el proceso de construir las historias individuales y familiares. La familia, ese contexto
natural interpersonal en el que las personas desarrollan su visión de sí mismos dentro,
desaparece de la práctica clínica.
Ningún terapeuta familiar podría decirlo mejor. Pero ahí está el intríngulis. Tanto
Gergen como Bruner saltan por encima de la familia en cuanto constructo intermedio y se
ocupan directamente de las personas dentro de una cultura más amplia. Parece que, al final,
el self que es situado en medio de la cultura y está rodeado por la cultura, permanece solo.
El self que construye la realidad con las herramientas que la cultura le ofrece, es un self sin
otros significados con los que relacionarse.
Quizá al saltarse la familia, los construccionistas sociales han entrado a formar parte de
la ideología de liberación radical con su sesgo antifamiliar y antipatriarcal. Pero cualquiera
que sea la razón, me parece que la respuesta a mi primera pregunta de si el
construccionismo social en cuanto una meta-teoría puede ayudar a los terapeutas familiares
a comprender la forma de funcionar una familia, es que no. Y eso es un motivo de
preocupación. Durante los últimos 40 años ha ido surgiendo un cuerpo de investigación
acerca de las familias dentro de disciplinas como la sociología, la antropología, la
psicología, la genética y la pediatría entre otras. Una comprensión del modo de funcionar la
familia abarca a todo tipo de poblaciones que difieren en cultura, en clase y en contexto.
Problemas específicos como la adicción, la violencia, el envejecimiento y las condiciones
psicosomáticas están siendo estudiados y confrontados. ¿Debería ser rodeada y evitada toda
esta tremenda especificidad y diversidad sobre la base de una meta-teoría que lo abarca
todo?. No estoy despreciando las aportaciones del constructivismo social, pero según mi
punto de vista, la utilidad de esta teoría para la comprensión del funcionamiento de las
familias debería ser estudiada con un ojo crítico.
En cuanto a mi segunda pregunta de si esta teoría ofrece una forma particular de hacer
terapia de familiar, creo que está claro que la respuesta es afirmativa. Los terapeutas
narrativistas están preocupados con el mal uso del poder, y focalizan en la forma con que
los discursos socialmente dominantes controlan la forma que tiene la gente de percibir su
realidad. En cuanto terapeutas, por tanto, quieren por encima de todo evitar imponer el
marco personal de referencia del terapeuta a la comprensión que se hace el paciente de la
realidad. Esta preocupación con el tema del control ha producido una serie de técnicas
orientadas hacia la organización de un tipo de terapia colaborativa y no jerárquica. Estos
profesionales comparten la tendencia a una terapia de preguntas, a partir del supuesto de
que las preguntas son más respetuosas con el propio marco de referencia del paciente, que
los comentarios, las interpretaciones o las prescripciones.
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La preocupación social para liberar a las personas de los discursos dominantes que les
marginan, ha llevado a estos terapeutas a minimizar las afirmaciones del terapeuta en
cuanto experto, adoptando una actitud de “no saber”. Paralelamente a su aceptación de la
diversidad y el multiculturalismo, el construccionismo social orienta sus intervenciones
para aumentar la diversidad en las voces internas de los pacientes. Pero por desgracia,
según mi opinión, este foco hace disminuir la atención hacia las pautas de interacción que
tienen lugar entre los miembros de la familia en cada momento.
Para comprender el impacto que está teniendo esta teoría en el campo de la terapia
familiar es necesario distanciarse de la prosa y concentrarse sobre la práctica clínica, los
movimientos actuales que ocurren en la terapia familiar. Al considerar la segunda cuestión,
por tanto, describiré el trabajo de diversos clínicos. Los segmentos que voy a presentar son,
por supuesto, parciales y al mirarlos desde una perspectiva distinta, puede que los
distorsione. Pero esperar dar al lector el sentido de una práctica clínica variada informada
por una ideología común.
En ambas intervenciones, Combs se alió con las voces marginadas de los que no tienen
poder. Me gustó su implicación activista con los temas sociales. Pero sentí que la naturaleza
de las interacciones entre madre e hijo había sido marginada al privilegiar Combs el foco
político. ¿Se percató de que la forma enérgica de hablar de la madre a su hijo le había
silenciado? ¿Y se dio cuenta de que participar activamente en un diálogo con la madre
contribuyó al silencio del paciente identificado? ¿Fueron terapéuticas esas intervenciones
para la familia?
El segundo ejemplo procede del enfoque constructivista multicultural del equipo “Solo
Terapia” de New Zealand. Hace algunos años, Mónica McGoldrick invitó a este grupo y a
mí, a presentar juntos un taller. Ibamos a alternar nuestras entrevistas, viendo a las mismas
familias durante un periodo de dos días. Empecé la primera entrevista con una familia afro-
americana que estaba en Servicios Sociales y en la que una madre de tres hijos y drogadicta
estaba muriendo de Sida. Tíos y Tías se habían hecho cargo de los hijos. El drama de la
familia me resultaba familiar, al haber trabajado a menudo con familias que habían tenido
experiencias similares e hice una entrevista de una forma que consideré respetuosa,
compasiva y exploratoria, pero buscando también soluciones ampliadas.
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La familia fue entrevistada el segundo día por Charles Waldegrave. Entrevistó a cada
miembro de la familia uno detrás de otro, teniendo buen cuidado de que cada uno expresase
algo acerca de sus sentimientos y puntos de vista sobre la situación familiar. Empatizó con
la situación apurada de la familia y rastreó los sentimientos de sus miembros, pero no
respondió a ninguna de las afirmaciones que las personas hicieron. Fue inquisitivo y
apoyador, pero no ofreció ningún feedback.
Para mí, esta posición política multicultural aunque fuese probablemente socialmente
correcta, era terapéuticamente cuestionable. El terapeuta fue cuidadoso para no dar un
feedback a la familia acerca de su drama personal. ¿Cómo pudo entonces sentirse cómodo
al ofrecer un amplio informe, leído por dos veces a la familia, sobre el significado de su
realidad en un contexto cultural? ¿No es eso una imposición de la propia perspectiva
cultural del terapeuta sobre la historia familiar?
Los últimos dos terapeutas de los que quiero hablar son Karl Tomm y Michael White.
En el taller al que me referí al principio de este artículo, Tomm entrevistó a la madre de una
chica que era la paciente identificada. En esta entrevista dirigió las preguntas a la hija
internalizada , pidiendo a la madre que buscase las respuestas que su hija hubiese dado a
sus preguntas. En el diálogo entre Tomm y la madre, la posición del terapeuta era de
experto, aunque sus intervenciones tenían la forma de preguntas.
Tomm señaló cómo la entrevista había incrementado la comprensión que la madre tenía
de la visión del mundo de su hija y que la madre después describió a la hija el efecto de la
entrevista y el cambio producido en su propia percepción acerca de la relación entre ellas.
El señaló que alternan estas sesiones individuales con otras sesiones que incluyen a varios
miembros de la familia, una técnica ciertamente vieja en el tiempo dentro de la terapia
familiar. En lo que respecta a nuestra discusión, sin embargo, el aspecto más notable fue la
conducción activa de la entrevista por parte del terapeuta, ya que las preguntas eran
claramente propuestas por un experto que sabía qué dirección iba a ser la productiva. Al
dirigir sus esfuerzos hacia el incremento y la modificación de las voces internalizadas de
los miembros de la familia, como medio para cambiar su relación, Tomm suscitó de nuevo
la pregunta, según mi propia perspectiva, de por qué esta terapia no trata directamente con
las interacciones familiares.
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Cuando White vió la primera vez a los padres y al niño, éste contó una historia de que
otros niños se reían de él. En términos de White, era un caso de abusos entre compañeros.
White aconsejó al tutor una reunión conjunta de los padres, el niño y los profesores de la
escuela. Como se sugerencia no fue aceptada, pidió permiso a los padres y al niño para
invitar a tres antiguos pacientes suyos que habían tenido experiencias similares de abuso
entre compañeros en la escuela, para que asistieran a una sesión.
En la primera parte y mientras los padres observaban desde detrás del espejo
unidireccional, White pidió al niño que contase su historia al tiempo que los otros niños le
escuchaban. Después pidió a ese público de niños que re-contase la historia mientras el
niño escuchaba. Después de eso, pidió a los padres que contasen cómo habían oído la
historia, mientras que los niños escuchaban. Primero la madre y después y después el padre
describieron de formas muy diferentes su nueva comprensión del hijo. La historia, decía
White, se iba haciendo cada vez más espesa con cada relato. Como resultado de esta
experiencia, los padres contactaron a otros padres de la escuela cuyos hijos se habían
sentido abusados y les comprometió en el proceso de modificar la cultura de la escuela.
La forma de entrevistar de White a cada subgrupo fue respetuosa con las personas y con
los matices del relato y sus preguntas exploraron significados alternativos de la definición
del niño sobre su self y la vida. Era claro que sus preguntas tenían una dirección. Estaban
claramente diseñadas para estimular a la gente a explorar nuevos significados y
aparentemente la experiencia de los participantes fue de descubrimiento personal. Pero,
aunque el terapeuta fue central y se usó a sí mismo para organizar el contexto y el proceso
de la sesión, no se exploró su influencia.
Otro caso presentado por White implicaba el tratamiento de una pareja. La esposa, en
este caso, tenía una larga historia de grave conducta autodestructiva. En la sesión ilustrativa
la esposa había pedido a su esposo que no hablase y tanto el esposo como el terapeuta
hicieron honor a la demanda. Aunque el esposo estuvo presente, la sesión fue llevada como
una sesión individual. White hizo preguntas orientadas hacia el “recordar”: un proceso que
él usa para aumentar o modificar la pertenencia de las voces internalizadas, como un medio
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de ofrecer descripciones alternativas de la vida del paciente. La mujer dijo que recordaba
una relación cálida con su madre cuando era niña y que se volvió destructiva cuando,
siendo aún niña, fue hospitalizada a causa de una enfermedad. A medida que ella hablaba,
podía observarse cómo White escuchaba su historia. Sus codos sobre las rodillas, la cara
cogida entre las manos, una amplia sonrisa surcaba su cara y todo su cuerpo estaba
intensamente focalizado en la mujer. De repente, ella dijo: “lo siento ahora, el mismo
sentido de calidez sobre toda mi piel”. White, después de alguna duda, le pidió si podía
compartir este recuerdo con su madre.
Paró el vídeo en ese momento y dijo al público que había cometido un gran error con su
sugerencia, poniendo su propio entusiasmo por delante de la propia decisión de su cliente.
Como miembro de la audiencia me sentí confuso. Pensaba que era una sesión
interesante y parecía un momento importante para la cliente. Estaba respondiendo
positivamente a la implicación emocional de White. ¿Por qué focalizaba sobre su “error”
en vez de sobre la reacción de ella?. Lo que para mí era un momento de amor compartido,
de empatía y de conexión entre paciente y cliente, había sido hecha invisible – o incorrecta
– porque la teoría no lo permitía. Resaltar la importancia del terapeuta en cuanto a
influencia directa en el proceso terapéutico, estaría en conflicto con la visión del terapeuta
como explorador cooperativo de las propias historias de las personas.
BIBLIOGRAFÍA
•Farber, D.A., & Sherry,S. (1.997). “Beyond All Reason: The radical Assault on Truth in
American Law”. New York: Oxford Univ. Press.
• Freedman, j:, & Combs,G. (1.996). “Narrative Therapy: The Social Construction of
Preferred Realities”. New York: W.W. Norton.